Está en la página 1de 80

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 1

Aviso Legal; Para dar cumplimiento con lo establecido en la


Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la
Información y de Comercio Electrónico, a continuación se
indican los datos de información general de este libro
electrónico: Titular: Roberto Attias- Barrio 180 Viviendas-
C.P. 3514- Fontana, Chaco, Argentina
-Contacto: robertoattias@yahoo.es

Objetivo: este e-book o libro electrónico, es para la


divulgación de material Intelectual (literarios y actividades
diversas, del Señor Roberto Attias, Las ilustraciones son
también de la propiedad intelectual del autor del texto. El
autor no autoriza la impresión fraccionada del material, ni el
copiado parcial de ninguna de sus publicaciones, a causa de
que la publicación es gratuita garantiza que sea distribuida
en el formato aquí presente y en su totalidad. Aviso de
responsabilidad en las publicaciones, detalles:
www.robertoattias.galeon.com/aficiones2714064.html

Attias, Roberto
Por el amor de Mariana: novela corta / Roberto Attias;
editor literario Roberto Attias; fotografías de Roberto Attias;
ilustrado por Roberto Attias; prefacio de Roberto Attias;
prólogo de Roberto Attias. - 1a ed ilustrada. - Fontana:
Roberto Attias, 2018.
Libro digital, PDF/A

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-45190-5-4

1. Novelas Románticas. I. Attias, Roberto, ed. Lit. II. Attias,


Roberto, fot. III. Attias, Roberto, ilus. IV. Attias, Roberto,
pref. V. Attias, Roberto, prolog. VI. Título.
CDD A863
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 3
Tabla de contenidos
Este libro está dedicado
A don Héctor René Attias, mi padre.

Esta fotografía fue tomada antes de 1976. Están de


casería de patos picazos, solo tiraban a los machos y
al vuelo. Él está de frente en primer plano. Están
desviscerando las piezas logradas en la jornada.-
2 fotografías: esta y otra en la pagina 42

Nació en Calchaquí, Provincia de santa Fe el 6 de


septiembre de 1930 y falleció el 10 de noviembre de
2011, en Resistencia, Chaco, ambas ciudades en
Argentina.-

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 5


Prólogo

Es una novela corta con personajes comunes; la


trama está colmada de situaciones reales y ficciones
entrelazadas.
Varios capítulos están basados en hechos reales
ligados a mi existencia. Los datos sobre los jabalíes
me fueron contados por mi padre.

Elegí el nombre Mariana, por no tener ni una sola


amiga virtual o presencial que se llame así.

He visto bastantes y variados animales salvajes en


los montes, hace más de 40 años cuando todavía se
las podía encontrar sin que vivieran en zonas
protegidas.

Volví en busca de las huellas con Google Earth,


realmente me habría gustado dejar un mapa con
más puntos específicos de la zona.

He llegado a la conclusión que la actividad forestal


es extremadamente dañina, aunque sea selectiva,
pues no solo diezman una especie autóctona muy
importante para el ecosistema, que ya es bastante
angustiante pues esos árboles necesitan más de 50
años para lograr el tamaño del cortado, sino que
también matan la mayor cantidad de animales para
comerlos o para quitarles el cuero para venderlos a
los acopiadores de este o del otro lado de la
frontera, y decir que nadie más compra esas pieles
es una falacia.
La estación

Antes de comenzar a contarles sobre esos paseos,


debo confesarles que siempre quise tener un perro
grande, ese amigo fiel y peludo que me acompañaría
en algunos momentos de la vida, pero eso no fue
posible por innumerables motivos más ligados a la
falta de decisión y compromiso que a los factores
externos, todos sabemos que al adquirir un
compañero con vida como una mascota no se la
puede desdeñar cuando su presencia es
inapropiada, como en un viaje y además debemos
modificar todos nuestros itinerarios conforme a él,
así que solo me quedé con el deseo, pero la vida,
siempre tan atenta a mis soledades, me dio algo
más, ahora soy un inexperto y nada feliz poseedor
de una enfermedad terminal, la cual he adquirido
sin voluntad de tenerla y me acompañará con su
mayor fidelidad hasta el final de mi vida, imitando
aquel animal de compañía que carezco.

Por este motivo luego de lamentarme, de sentirme


miserable por varias semanas, decidí comenzar a
vagar sin otro afán que el de vivir lentamente cada
día, sentir en cada instante, agradecer al dolor por
darme la pauta de que aun late un corazón en mi
cuerpo, es decir de gozar mi existencia y la de los
demás seres que me rodean, en otras palabras
hacer lo que me plazca sin metas perentorias,
aunque sabemos que terminaremos enredados en
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 7
algún acontecimiento aun si cuidamos de evitarlo,
está en nuestra naturaleza ser complicados y
desdeñar precisamente, la vida apacible y colmada
de la bienaventuranza, permanecer a una distancia
razonable de cualquier conflicto. Y fue así fue como
aquella vez llegué por la vía, como todos, como otras
veces, a la Northern Cattle & Co., o sea a la
“Estancia vieja” nombre menos señorial dado por
los pobladores de la zona.

Pasaron los años y la pequeña locomotora a leña


fue reemplazada por una a diesel y así fue
evolucionando la industria del transporte, pero ellos
no cambiaron las vías por una carretera, ese siguió
siendo el único sendero metálico para llegar a todos
esos destinos privados. Con esta trocha controlan
quienes llegaban y los que abandonaban el lugar,
pues ellos te transportan de regreso a la estación
privada que estaba ubicada a la salida del pueblo y
conformaba la punta de rieles del establecimiento y
que según cuentan se mantiene casi igual a sus
inicios hace mas de cien años, cuando comenzaron
a edificar los primeros pobladores alrededor de la
otra estación ferroviaria, la de la vía férrea nacional,
ha cuya playa se acercaban los troncos como último
destino local y eran cargados a los grandes vagones
para conducirlos hacia las fábricas de tanino.

El edificio de la estación privada con sus


ventanales altos con rejas de hierros forjados, todo
en su interior es de madera lustrada como antaño,
como los pisos, el mostrador con huellas de tiempo
de incansable uso, el despacho del gerente en el
piso superior al que se arribaba por una escalera
amplia y curva, también de madera con pasamanos
tallados.

Arribar allí es como ir de paseo a un museo


ferroviario, pues hasta el gran reloj y la campana
son los mismos; el aroma que dan los años es
característico a todos esos espacios, no de encierro
porque está bien aireada y limpia, sino aroma a
paciencia, de añoranzas, una fragancia que en cada
uno de nosotros despierta un recuerdo distinto,
pero rozándonos con las estampas de antaño, las
historias de los viajeros, la algarabía de otras
estaciones iguales de concurridas.

Con viento calmo en ese desértico edificio cómplice


de mis elucubraciones y cuando sabía que ningún
otro ser escucharía, me dejaba dar oídos al
murmullo cristalino de los viajeros de antaño, las
voces de los niños que iban hacia el establecimiento
cuando este también era un emporio agrícola.
Aquellos sonidos quedaron atrapados en los
vericuetos de sus muchos y variados recodos de
maderas, rebotando eternamente entre sus muebles
viejos.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 9


Siempre sentí que esa estación y yo éramos
similares, con una historia que relatar y sin tiempo
para contarla. Cuando pude, me he quedado por
varias horas sumergido en la penumbra del salón
de esperas, aun conserva los viejos carteles,
algunos cuadros descoloridos y esos bancos de
patas de hierro tan típicos, pero al llegar a los rieles
todo se disuelve, el tul del tiempo vuelve a ser
telarañas, la magia queda atrapada atrás, más
atrás del dintel de esa última puerta lejos del
sendero de rieles y durmientes.

Luego de algunos años los trenes nacionales fueron


retirados, las vías vendidas y hasta los durmientes
se convirtieron de a uno en leña por los pobladores
más pobres, que en los días muy fríos sirvieron
para hervir sopas y locros guachos.

Con el pasar del tiempo todo se borró y así quedó


este ferrocarril privado como una utopía, tal vez
como una mueca absurda e incomprensible o como
un lunar artificial en esos espacios actuales
surcados de carreteras asfaltadas y automóviles
veloces.

Ese lugar antiguo es un ícono del manejo de reses


para engorde. Este espacio ahora tenía su propia
estación de trenes, en este caso de un solo ramal
sin cambios de vías, solo un punto de llegada y de
salida.
En esa región los vagones transportando rollos de
quebracho fueron cotidianos en la época donde el
pionero de la familia fundara ese complejo hacia
1880. No había carreteras para vehículos con
motores a explosión, pues aún no existían y años
después cuando los hubo, nadie contaba con este
tipo de transporte, el ferrocarril a vapor y las
máquinas simples arrastradas por animales de tiro
eran lo cotidiano, y así fue que una empresa
especialista en vías férreas, trajo una cuadrilla
numerosa de obreros y cargaron los terraplenes
socavando los terrenos aledaños. Una vez charlando
con un correntino de San Luis del Palmar, que
había trabajado en ese tipo de labores en el
territorio del Chaco hacia la década del 30, me
contó que los peones se mataban en mayores
números por las pocas mujeres que visitaban esos
campamentos de cientos de hombres, mientras se
realizaba el cargado de los terraplenes, que por las
noches muchos de esos cadáveres desaparecían
bajo las vías.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 11


Puesto Lejanía

Y desde entonces permaneció el tendido de los


rieles desde el pueblo hasta la estancia y de allí
hasta el puesto administrativo al que se llamó
“Lejanía”, cruzando montes, esteros y más allá,
pues era el método óptimo que suministraba la
materia prima con cualquier clima, mientras se
pudiera rodear la madera, como en muchos otros
obrajes de entonces, que luego desaparecieron.

De la estación debo tener unas quinientas


fotografías y cada vez que he ido me he llevado una
docena más de algún ángulo nuevo que creo
hallarle, quizás son los mismos de siempre, pero las
sensaciones son a menudo distintas, renovadas,
atrapantes.

En esta realidad el equipamiento es actual y la


tecnología ha reemplazado todo, lo moderno es más
veloz y menos decorado y confortable, pero más
práctico.

Viajando en ese híbrido de la tecnología casera, en


aquella monstruosa parición del ingenio que
convirtió a ese colectivo viejo en una locomotora;
además tenía en su última sección del carrozado el
alojamiento del maquinista. Este cubría el espacio
que otrora tuvieran las tres últimas filas de asientos
y él lo mantenía con escaso aseo, haciendo de
testigo fiel de su idiosincrasia vulgar. El ínfimo
lugar que poseía como principal mobiliario, un
camastro metálico atornillado a la pared posterior,
un bolso tipo marinero rumbado en un rincón y un
perchero donde colgaba desprolijo y percudido un
mameluco gris como remuda.

Una mampara de madera separaba este sitio


privado del espacio público donde se viajaba como
en un transporte urbano de pasajeros, en varias
butacas dobles a un lado y un amplio espacio vacío
para bultos y bártulos del otro.

Desde las ventanillas, de la derecha, mirando hacia


abajo, se podía observar un polvoriento sendero
indefinido y con numerosos desniveles por donde
arreaban los vacunos cada vez que vendían una
tropilla, desde que se convirtió en un
establecimiento ganadero.

Al llegar al casco de la estancia antigua, me bajé en


el apeadero y caminé entre los añejos Eucaliptus,
los que tienen en sus ramas superiores grandes
nidos de cotorras y de loros. Son bandadas
antiguas que van renovando sus individuos, los que
al oír la corneta de aviso vuelan gritando y dando
vaivenes caóticos, para dar un gran rodeo antes de
regresar.

Caminé hacia el segundo ramal, que realmente era


el mismo, pero en los cuales habían colocado doble

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 13


juego de portones dejando un corredor que
comunicaba el corral principal con un pasaje hacia
el otro potrero, el que solo se interrumpía si había
que llevar material al puesto del fondo. Esto
obligaba a los pasajeros a bajarse allí y luego de
cruzar este espacio por un puente de madera a
sobre nivel, y de justificar el motivo de su deseo de
continuar el recorrido, y con previa autorización se
accedía al otro vehículo que era mucho más
pequeño, para terminar el viaje.

Andrés, el maquinista del primero también era del


segundo, en otras palabras el único en su cargo; fue
un veterano de muchas cosas, de presidios y de
peleas callejeras, alguna vez dueño en una pequeña
chacra la que había perdido en juicios de
mantenciones a hijos abandonados. Veterano de
matrimonios mal avenidos, de largas borracheras,
de peleas con cuchillos, pero no de guerras.

El tenia más edad que muchos de nosotros, unos 5


años más que su patrón , la mitad de la erudiciones
que el menos instruido de todos, pero también el
doble de experiencia mundana y marginal; eso lo
hacía interesante, pues de todo sabia lo suficiente
para llevar un diálogo apetitoso, sin
desbarrancarnos en un silencio asfixiante, y poseía
la habilidad de salir de un tema cuando comenzaba
a limitarse y entrar en otro donde poseía más
información, pero de alguna forma negativa era
desprolijo en su vestir y descuidado en su aspecto
desarrapado. Había olor a transpiración en la
cabina, la que también se desprendía de su ropa,
no obstante siempre me pareció que era un tipo
íntegro.

Nos dirigimos hacia lo que ellos llamaban


íntimamente El mayoral, allí vivían Juan Carlos y
Mariana, cuando los conocí. Aquel espacio que
fuera el puesto “Lejanía” y otros nombres según
cada época, bien dentro del monte y los pantanos
cerca del riacho El Rubio.

Dicen que en otros tiempos fue la administración


local, la oficina del pagador con guardias
fuertemente armados con Remington, el almacén de
ramos generales y en una de las ventanas enrejada
había un largo tablón como mostrador para el copeo
de pie y acodado. Sumaba a la algarabía general los
campamentos de las familias de algunos hacheros,
conductores de alzaprimas, picadores, boyeros; en
lugar los solteros dormían en un largo galpón que
los protegía de las inclemencias del tiempo, pero no
de las riñas mojadas con ginebras y cortadas con
facones.

Era común arreglar o desarreglar las discusiones a


filo de cuchillos, matándose por los más variados
motivos, los que esgrimidos sin medir el licor,

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 15


seguramente serian inofensivos y hasta causantes
de risa.

Por último los corrales para los bueyes y a la par los


carros, las playas de rodeos de rollos a la vera de
las vías y todo lo demás que componía un gran
obraje y a la vez un lugar de gran zozobra, tristezas
y penurias, un absoluto rincón de mala muerte
visto desde acá, pero no repudiado por nadie pues
era habitual de esos menesteres.

Desde allí hacia todos los rincones hubieron


senderos por los cuales sacaban los rollos del
monte, otras picadas son usadas aun por la
hacienda, los troperos y los paseos a caballos que
hicimos con frecuencia. Aun en la actualidad no se
hallan árboles de esa madera, la depredación fue
total e irrespetuosa, típico de los negocios que
arrasan la naturaleza.

Cuando comenzaron a haber muchas muertes se


designó una pequeña parcela para el cementerio.
Era fácil morir, no solo las riñas, también las
alimañas, las pestes, los accidentes. Los hombres
eran fuertes pero la vida siempre ha sido frágil.

Pasó el negocio forestal, quizás porque diezmaron


los montes o porque cambió el comercio del tanino,
el caso es que todo eso quedo deshabitado y las
construcciones se derrumbaron cuando el monte
recuperó su espacio, solo se hacía mantenimiento
del terraplén y las vías. Hará unos 15 años que se
edificó de nuevo, se desmontaron y el lugar se
convirtió en un Edén.

Como nadie fue sepultado en cajones y la mayoría


de las cruces eran de madera el cementerio se
borró, así que salvo una cruz de dos trozos de rieles
que marcaba el camposanto, no había nada mas,
así que mandaron a hacer un piso grande con
algunos canteros y con cuencos para las plantas y
una ermita frente a la cruz vieja, ya carcomida por
el óxido, como recordatorio general de aquellos
difuntos de los que no se tenía registro de sus
nombres.

En ese lugar se instaló la dirección general y la casa


del administrador, por sobre todo era el hogar que
la feliz pareja disfrutaba atesorados por la soledad y
mimados por las múltiples comodidades que fueron
instaladas allí, para la complacencia de ambos, pero
sobre todo de él que había sido educado en un
colegio de Inglaterra, pues era el heredero de esa
fortuna difícil de definir con solo unas palabras.

Era la casa nueva colmada de tecnología y servicios


propios de un hotel de cinco estrellas. Piscinas,
caballerizas, gimnasio y más.

Había varios búngalos para las eventuales visitas.


La casa principal con muchas habitaciones para

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 17


cuando venían sus hermanos menores y su madre,
muy esporádicamente, pues ese lugar alejado de
todos, según comentarios de ellos mismos, los
deprimía.

En aquella oficina el realizaba las videos


conferencias con las filiales del exterior en otros
negocios de aquella Sociedad Anónima.

Creo que confiaba en mi discreción pues no


pregunté jamás de sus actividades y no le seguía la
corriente cuando hablaba de negocios, he sido cero
obsecuencias, un cero absoluto que no quería
cambiar de formas o funciones.

Al regresar del primer día de mis safaris


fotográficos, de esa primera jornada intensa en
busca de las mejores ubicaciones para las futuras
visitas, le digo que le traeré algunas fotos para la
decoración de sus oficinas con imágenes de sus
espacios, le gustó la idea y me indicó que al llegar
haga que las impriman y las traiga a la brevedad
que él pagaría; a lo que respondo que no y que se
las regalaba si las quería.

Sorprendido por mi falta de habilidad para hacer


ese buen negocio hace un comentario del tema y le
explico que si yo hago lo que él espera y en los
tiempos que él pretende, deja de ser una diversión
para mí y me integro a su engranaje y eso jamás
ocurrirá. Lo meditó y me dice, aceptaré tu obsequio
y además tus visitas cuantas veces quieras venir,
será un placer tenerte dando vueltas por acá
alguien que no sea empleado, ni fisgón, además
eres un bicho raro, no sé si estás demente o
hallaste una forma de no volverte loco.

Era un lugar óptimo pues la fauna no era


perseguida por los cazadores y al verme no huía
para refugiarse, era el oasis de las fotos de la
naturaleza y desde ese instante pude ir y venir a
sus tierras cada vez que podía darme una escapada.

Es que jamás les conté los pormenores sobre mi


salud, por lo que él desconocía que yo estaba ‘más
cerca del arpa que de la guitarra’ y tampoco revelé
de mi vida hasta ese entonces, por lo que fue más lo
que ignoraba de mí, de lo que realmente logró
saber, ya que dejaba que el relate sus aventuras
mientras su esposa bostezaba en la otra punta de la
mesa.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 19


Los jabalíes

Trataba de visitarlos cuando me llamaban y decían


que me extrañaban.

Cuando arribé para mayo creo o junio del año


anterior, no recuerdo bien la fecha pero habría que
revisar las fotos, allí en el exif estarán los datos,
tuvimos una de esas charlas amenas sobre armas y
el sabiendo desde siempre de lo que contenía el
bolso del trípode además de este, pues cuando
regresaba a mi casa lo dejaba colgado en su oficina
y de regreso aunque hayan pasado varios meses lo
encontraba en el mismo lugar, eran respetuosos de
las cosas ajenas.

Este secreto a voces era de una escopeta usada,


comprada de ocasión, marca Lamber calibre 28 con
expulsores automáticos y que pesó 2,750 kgrs
cuando estaba entera, así que ahora recortada y
con modificaciones en la culata, donde también
tenía un ahuecamiento con una pequeña caja
plástica que servía de canana autoportante con
cuatro cartuchos, que de por si eran muchos para
no usarla. Pero todo el conjunto es liviano y muy
cómodo para llevarlo a bandolera, el bolso que lo
contiene posee la tira regulable y con un tramo
elástico que hace las veces de soporte y
amortiguador, recuerdo que me lo regaló Lidia
Rivarola y me lo envió desde Buenos Aires.
Quiso saber el motivo del porqué la llevaba conmigo
si esta con su excedente de peso debió dificultar mi
largo andar por cerca de los esteros y a orilla del
monte, además jamás había sabido que la haya
usado cuando iba a sacar fotos y le parecía absurdo
andar llevando tanto peso inútil. Entonces sin
rodeos le respondo que en esta forma práctica de
pensar y luego de haber estado en peligro en el
pasado, era mejor tenerla y no usarla, que
necesitarla y no tenerla, y rio. Esta frase la había
oído hacía varios años en la película “Amor a
quemarropa”.

Y más liviano era cuando no necesitaría el trípode y


lo quitaba y lo dejaba en la habitación que me fue
asignada en mi arribo. Solo iba con el bolso de la
cámara, el agua, el machete colgado al cinto y el
bolso largo con la escopeta.

En esas salidas disparaba la cámara a mano alzada


o apoyado sobre un tronco, aunque con frecuencia
subía a las ramas que me permitían tener un apoyo
más estabilizado.

El trataba de no invadir mis espacios y a la vez que


parecíera una reunión informal, que por otra parte
lo era, y aquel día luego de mi regreso del campo
con ese mal tiempo reinante, les conté sobre los
jabalíes que están en un sector lejos de la zona de
acceso. Ese campo era tan grande que posiblemente

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 21


el no lo había recorrido por completo y por tal no lo
conocía en su totalidad.

Habíamos salido la noche anterior y fui con dos de


los peones que recorren las alambradas hasta el
puesto del fondo en un Sulky, allá tiene los
suministros necesarios para reparar los deterioros
de los piquetes de ese sector y me adentre unos
cientos de metros en la espesura para ver el paisaje
salvaje desde lo alto de una rama y desde allí se
presentaba imponente el bosque y las rastrilladas
por donde pasó la piara de numerosa de jabalíes,
también malamente llamados majanes por andar en
grupos, es la aplicación del errónea de la
identificación como majada en vez de piara.
Pasaron sin novedades pero capturé al menos dos
docenas de buenas fotografías. Ellos tenían silbatos
para llamarse y me dieron uno, así que cuando
apuró el mal tiempo uncieron los caballos y como
ya había oído el llamado, estaba listo para regresar
con ellos nuevamente.

Envolví mi equipo para evitar deterioros y para su


sorpresa saque una petaca de ginebra que ese día
viajó con la escopeta y que me la había dado
Mariana y la bebimos en unos cuantos tragos.

Estuvimos a eso del mediodía en destino y llovía


copiosamente. Ya en mi dormitorio, me bañé,
cambié y como el intercomunicador avisaba que
estaba el almuerzo no me hice esperar y lleve
conmigo la memoria para ver las imágenes tomadas
en la pantalla de la sala donde los tres comíamos y
dialogábamos sin protocolos.

Y al concluir la comida coloco las imágenes y les


explico como mi padre me enseñó, porque es bueno
saber conducirse en la naturaleza:

Cuando viene un grupo de estos jabalíes deben darle


espacio y no hacerse notar, ya que único cerdo
salvaje americano es el Pecarí que no ataca a otros
animales pues es herbívoro. El jabalí fue introducido
en América desde Europa y también en otros
continentes. En países como Brasil ha realizado
desastres ecológicos y económicos, amparados por
los grandes bosques. Estos como los cerdos comunes
son omnívoros.

Ellos conservan la estructura jerárquica rígida y


matriarcal, la más grande es la que guía siempre
tiene los pelos del lomo crispados. Vienen haciendo
un ruido como de tambor y cuando van a atacar por
sentir que las crías corren peligro, hacen sonar los
dientes como si masticaran hueso. La embestida de
la hembra no es letal pues sus colmillos son más
cortos pero si en su lugar te ataca un macho adulto
al sentirse acorralado o hambriento de seguramente
te matará, muerden de costado pues son trompudos.
Estos no viven en el grupo familiar salvo cuando es
época de apareamiento.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 23


Son animales tímidos pero según la ocasión son
temperamentales, violentos y muy temerarios.

Imagínate de encontrarte con unos 50 o 60 y si por


torpeza matas a uno de los que van delante se
quedan y tú ya debiste haber subido a una altura de
un metro al menos y de un árbol importante porque
cavaran alrededor del tronco con la intensión de
derribarte. Tienes la ventaja de que no puede
levantar la cabeza por tener la ultima vertebra de la
columna soldada al cráneo, pero por otra parte
despiden un tufo tan fuerte de una glándula que
llevan en el lomo cerca de la cola, que te marea y
debes estar atado o bien enclavado en la horqueta
para no caerte. Luego de algunas horas continúan
la marcha. Por eso los Yaguareté y los Pumas
esperan en lo alto y cuando cruzan se tiran sobre los
últimos, que son las más viejas y los más débiles.

Luego de esa larga jornada habíamos regresado al


mediodía porque amenazaba lluvia; como Juan
Carlos no pudo contener la curiosidad de saber más
sobre mi y además fue una parte lejana de mi vida,
allá en mi tierna juventud, le conté sobre mis
experiencias en el monte y como había cometido
esos errores que por poco no me condujeron a la
muerte.
AYX752

Como la situación atmosférica me anclaba allí, por


la peligrosidad de caer desde una picada a un
reducto colmado de los llamados cocodrilo narigudo
o aguja, que fueron traídos desde el norte de
Sudamérica, desde los ríos de Perú o Colombia,
para un emprendimiento comercial.

Estos fueron acomodados en una región bien


delimitada de este campo ya que son el doble del
tamaño de los yacarés. Ese negocio no prosperó y
como la población creció de forma desmedida
tuvieron que aplicar el rifle sanitario, aun así los
pocos que quedaban se habían comido a más de
una res.

estos animales quedaron relativamente contenidos


en una laguna con profundas barrancas o
alambradas y con defensas de cemento que
evitaban que salgan, pero el tiempo fue corroyendo
las cercas y en muchos puntos ya están
desprotegidos y estos espacios peligrosos se rozan
con las picadas.

Así que en días de lluvias es mejor no ponerse en


peligro de resbalar y caer, ya que sabemos que
estos animales atacan presas grandes, así que me
quedaría a ver películas, charlar y jugar en el salón;
además y para amenizar la reunión le relaté lo más

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 25


preciso posible los acontecimientos de aquellos
meses, en los que gasté poco heroísmo y una
inmensa cuota de temor y buena suerte.

Luego de almorzar y en la sobremesa nos servimos


otro poco de vino y comencé con mi alocución.

--voy a ponerle nombre, a este relato, les dije, y


aunque es veraz le dará una nota de color a mis
recuerdos lejanos como si la violencia implícita y la
sangre que se derramó de las bestias, no fuera
suficiente. Lo llamé AYX752 que era la característica
de la banda civil de la estancia, esa radio que
utilizaban para comunicar con AYX333 situada en la
Desmotadora de algodón y a la que se llamaba para
dar las novedades o pedir ayuda. Comencé el relato
de los recuerdos que ahora están dentro de esto que
también es un recuerdo.

Bueno amigos, dije, y sin más preámbulos


sumerjámonos en aquellos acontecimientos
distantes.

“Fue en 1976, había cumplido 21 años hacia unos 3


meses, lo rememoro por muchas cosas de entonces y
porque en aquella oportunidad que se encontró con
mi padre y conmigo don Tomás, que era imprudente
para hablar pero querido por muchos, el murió un
tiempo después jugando al básquet. Este joven
empresario nos contó que la policía provincial le
habría exigido que abriera un pequeño cofre que
tenia la camioneta Chevrolet C-10 en uno de sus
lados, creo que en el guardabarros trasero derecho y
luego de explicarle que jamás se había usado, pero
ellos lo abrieron barreteado para conocer su interior
vacío, comenzaban de forma tímida las primeras
muestras de paranoia de las fuerzas de seguridad
del país.

Para el otoño de ese año apareció la posibilidad de


hacer postes de ley, ustedes saben, los de, 2.20,
2.40 y 3 metros de largos, estos los últimos eran
para hacer corrales. Se realizaría la tarea en la
estancia de Zalher&Co. dueños de la desmotadora
de algodón en la localidad El Colorado, donde don
Tomás era el gerente, y la misma empresa para la
cual mi padre era acopiador de materia prima en
toda esa provincia cuando había campaña de
algodón y no entorpecía su trabajo como gerente en
la Cooperativa de Servicios Públicos de esa
localidad.

Se precipitó la necesidad por una quema de


pastizales que la había cambiado el viento y las
llamas habían consumido unos mil metros de
alambrado periférico. Zalher como se los conocía
entonces, eran dueños del puesto Soledad, fue una
de las 8 parcelas que formaban la estancia de la
Compañía Argentina, dueña de las entonces ocho
leguas cuadradas de campo, establecimiento
ganadero el Magaik antes de lotearla, de a media
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 27
legua cada uno y vender los terrenos a distintas
personas.

La primera construcción importante y cabecera de


entonces era el puesto Magaik que habían comprado
los dueños de Alefa S.A. – Alegre & Fariña – esta
estaba a 9 kilómetros de la ruta provincial N°3,
próximo a la colonia La Disciplina. (Antigua cárcel de
los desertores del Ejército en épocas que ese lugar
aun era Territorio Nacional).

En este cruce me bajé varias veces del colectivo por


la mañana, y caminé ese trecho desolado hasta el
casco. Almorzaba con uno de los dueños, creo que
era Fariña, que manejaba el lugar y luego a la tarde
me llevaba en su camioneta a Soledad, que en esa
época era 13 kilómetros más hacia el fondo. Había
que abrir varios portones, pero también había
tranqueras protegidas con guardaganados.

Era un hombre grande, de buenos modales y afable,


este prestaba especial cuidado en la elaboración del
almuerzo. Mi padre me había contado que uno de
ellos, posiblemente Alegre, ahora no recuerdo bien,
se había recibido de contador a los 17 años y por ser
muy joven no podía ejercer su profesión.

Al llegar de su recorrida ya lo esperaba mirando los


corrales y caminando por el amplio patio. El llamaba
a un peón para que lleve su caballo y al entrar al
comedor encendía un ventilador a gas, pues de
noche nomás se encendía el grupo electrógeno,
sacaba un par de churrascos y luego iba al fondo
del otro lado del establecimiento y traía un par de
latas con ensaladas de su bien provista despensa;
luego descorchaba un tinto que tenía en una
heladera a gas, las botellas poseían una etiqueta
muy particular, se podía leer con claridad la leyenda
“de Bodegas Giol, envasado especialmente para
ALEFA S.A.” quizás el vino no fuera más que otro ¾
de Toro viejo, pero esa galantería lo quitaba de una
posición ordinaria.

Por otra parte el puesto Soledad no tenía electricidad


a ninguna hora, allí solo habían lámparas a gas y
nada de ventiladores. Era el fin del camino en
vehículos. Tenía 2 molinos, uno cerca de la casa y
otro en el lote 5 quizás uno par de miles metros hacia
la derecha del acceso. Luego de abrir un pequeño
portón rudimentario y más adelante por una picada
larga que rodeaba el monte y era recorrida por la
hacienda, te encontrabas en una amplio abra y con
esta instalación en medio, con bebederos junto a un
tanque australiano de gran dimensión y varios
bebederos conectados a este y que los mantenían
llenos con un sistema de boyas, y a la vez protegidos
por una cerca que permitía beber a los animales con
comodidad. Todo estaba dentro de un pequeño
aprisco oblongo.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 29


Ese año hubo una seca terrible que duró siete
meses, murieron más de 500 vacunos en ese
establecimiento, la mayoría empantanados en los
pequeños ojos de agua que quedo del riacho el
Magaik, el que dejó de ser un abrevadero natural
para convertirse en una trampa mortal para las
reses sedientas, entraban y quedaban allí y eran
tantos que no les daba oportunidad de salvar a casi
ninguno. Pero la verdad que solo dos molinos no eran
suficientes para enfrentar aquel problema,
considerando que uno estaba cerca de la casa y era
casi inaccesible para el ganado y a la vez ambos de
este lado del riacho y la mayoría de los vacunos
estaban más allá de la otra orilla.

Yo administraba el obraje y don Antonio que tenía


cuarenta años más que yo fue el capataz, pues yo no
podía controlar lo que no sabía hacer. Aún tan lejos
de las zonas pobladas pronto tuvimos 10 o 12
hacheros la mayoría con sus mujeres y desde un par
hasta media docena de hijos cada uno. Muchos solo
hablaban guaraní que yo no comprendía ni una sola
palabra, pero don Antonio sí, en esos momentos eso
lo convertía en el experto en todo.

En el pueblo, antes de ir a instalarnos en el monte y


cuando habíamos solicitado obrajeros, aparecieron
varios, pero el capataz los probó de a uno con una
treta propia del oficio. Le mostraba un hacha marca
Mano o una Collins y un machete marca Corneta y le
preguntaba que le parecía la herramienta: si el
fulano asiendo el machete por el mango y dando
algunos cortos movimientos verticales, con el filo
hacia abajo para probar su peso, era aceptado; pero
si por el contrario, agarrándolo de la misma forma
que el anterior dibujaba ochos en el aire era
rechazado, pues estaba pensando en pelear y no en
trabajar.

En menos de 15 días ya producía el obraje, con todo


que tuvieron que hacer los ranchos pues solo había
un par de ellos. Lo malo es que había muy poco
quebracho. Solo los renuevos y la mayoría no daban
la medida de ley. La zona había sido arrasada 50 o
60 años antes. Se encontraban en esos sectores del
monte donde aparentaba que jamás había sido
hollado por humanos, inmensas bases de árboles
que habían sido talados. Era un misterio para
nosotros por la falta de información de la época del
Territorio Nacional con respecto del tema de los
obrajes de allí.

El capataz de la estancia y su familia me tenían


mala idea, decían que yo hacía brujerías y cosas
extrañas, pues yo permanecía cada noche con la
lámpara encendida por un par de horas, pues
escribía poesías antes de dormir y murmuraba al
leerlas.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 31


La recepción de mercaderías para nosotros, que era
independiente de la estancia no siempre se hacía con
la premura de la necesidad y ante el peligro de que
se queden sin comer, nos obligaba a cazar algún
tapir en una de las muchas vueltas del riacho, donde
quedaban unas pequeñas represas.

En ese tiempo tenía una escopeta antigua marca


Bayard, de fabricación Belga con percutores
externos, con dos gatillos dentro del guardamonte,
calibre 16 de dos cañones yuxtapuestos de ánima
lisa y con algunos decoraciones en bajorrelieves a los
lados sobre las partes metálicas. Según un armero
que pregunté hace poco, debió ser fabricada entre
1910/30.

No sé de donde la había obtenido papá, llegue a


pensar que era del tío ya que tenía una con el mismo
desgaste, y por otra parte quizás fue de alguno de
sus amigos cazadores, el caso es que no supe que se
hizo después de ese trabajo, es que nunca he tenido
espíritu de cazador. Era un arma que si bien
funcionaba de forma aceptable, también tenía
desgastes comunes en ese tipo de herramientas. El
percutor derecho era muy sensible ya que pertenece
al primer gatillo y por tal se ocupa mucho más, y
algunas veces se accionaba solo cuando el arma
golpeaba en una rama al llevarla al hombro o al
apoyarla en el suelo con algo de brusquedad, así que
lo llevaba cargado mientras andaba por el monte,
pero no lo montaba hasta el momento de ocuparlo,
esto me daba la seguridad de que no se provocarían
accidentes fatales.

Fue aquella una época muy difícil de conseguir


municiones gruesas como el 00 y ni soñar el de un
solo plomo que conocíamos bajo el nombre de su
marca Fulgor, aunque yo tenía 2 de esos en el
bolsillo de mi camisa para mi seguridad que jamás
ocupé, pues no hubo motivos para usarlos. Venían en
cajas de 10 tiros, los conocía porque mi padre
aunque tiraba con munición fina llevaba 4 de estos,
2 de cada lado de las cananas por cualquier
emergencia. Entonces comprábamos lo permitidos de
munición N° 5 y don Antonio les quitaba las cargas y
derretía el plomo haciendo un solo balín, plomo
esférico o cartucho-bala al que daba forma con un
pequeño martillo y muchas pruebas en el caño, luego
lo recargaba en la vaina donde había quitado las
municiones y aplastaba la boca para que no cayera
la carga. Años después me enteré que pudo reventar
el caño, ya que no estaba preparada para esos usos
exigidos y además era para pólvora negra y no para
la actual sin humo o piroxilada. Pues que puedo
decir, tuve suerte.

Íbamos al monte y para no correr ningún riesgo de


que le tirara a cualquier cosa, cuando estaba en
posición para esperar si aparecía algún animal
grande, me daba un cartucho con la consigna de no
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 33
desperdiciar. Allí me quedaba en una nube de
mosquitos, sin hacer ruidos ni humo, por horas.
Algunas veces tenía suerte y aparecía este animal
que tiene muchos nombres en la provincia de
Formosa, el Tapir, mejor conocido como Mboreví,
Anta o Danta y además Gran bestia por su poderosa
embestida, que tiene el cuero muy grueso y en
muchos lugares como en el anca, tiene una pulgada
de grosor y le revotan las balas. (Recuerdo en una
ocasión en que los peones de la estancia corrieron a
caballo a uno y le tiraron muchos tiros, pero el que lo
mató fue uno que le había entrado por el ano, los
otros habían revotado).

En otra oportunidad estado en una fina picada y de


pronto apareció la Mborebí y su cría, esta presenta
rayas claras longitudinales y pequeñas manchas y
cuando parecía que se iba a poner difícil la situación
el pequeño emitió una especie de silbidos cortos y su
corpulenta madre lo siguió. La carne de este animal
es oscura pero sabrosa y se hacía cecina a falta de
heladeras, además se preparaba una deliciosa
Chastaka.

Volviendo al relato, allí estaba yo por sobre su nivel


en una barranca. Calladito y aunque el animal era
desconfiado la sed lo podía y cuando se acomodaba
para tomar agua, doblaba las patas delanteras como
el vacuno, hacia adelante y me permitía disparar
una vez al sobaco, donde tiene el cuero más fino. Era
un solo golpe y no se movía, estaba muerto. Al
tiempo que oía el tiro, venia mi compañero y lo
carneaba y luego de estar trozado era más fácil de
transportarlo entre dos hombres con una vara gruesa
a modo de palanquín, y aunque era lejos del puesto,
siempre habían hacheros en la cercanía y ellos
ayudaban. Lo bueno es que no era siempre y lo malo
fue que el encargado de la estancia no nos permitía
comernos ni un ternero aunque este estuviera en
peligro de morir. Esas personas tenían un odio
declarado por mí. Es de suponer que tenían algún
negocio oculto, de otra manera no se entendía esa
posición de desconfianza.

Pasó el invierno y llegó el verano más rápido de lo


que se esperaba, ya había menos hacheros pues no
eran obrajeros y si había cosechas de algodón se
iban. Mi buen amigo don Antonio poseía muchas
habilidades, entre ellas estaba saber tallar maderas
a lo montaraz. Una vez sacó un arco del corazón de
una rama a puro cuchillo, talló durante una semana
aquel trozo de árbol de 1,80 mt de alto, y luego me
enseñó a endurecer las puntas de las flechas en el
fuego, pero el caso fue que solo él tenía fuerza para
encordarlo y en aquel momento recordé a Ulises de
regreso a Ítaca. Luego tensarlo, ya era otra
proeza…ja.

En esos días, teníamos como rigurosa orden de no


bañarnos en el tanque australiano del lote N° 5, bajo
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 35
la premisa que entre el ganado había vacunos
orejanos (palabra en argot que se refiere a los que no
fueron marcados) que jamás pudieron agarrarlos
porque entraban a los montes, estos últimos vivían
salvajes y peligrosos, y temían que al sentir el aroma
al humano no irían a los bebederos, pero al oír esto
le digo a mi compañero – ¡Qué mal para ellos si son
inadaptados! — y con esta frase abrí la temporada
de los baños nocturnos a hurtadillas.

Allí íbamos temprano a la zona con la proclama de


cazar algún tatú y nos metíamos al agua más por
rebeldía que por necesidad en esas noches claras, en
silencio y sumergidos nos hasta las orejas, flotando
como ranas con media cabeza afuera. No vimos a
ninguno que haya retrocedido por el olor, hasta los
guazunchos colorados tomaban sin complicaciones.
Aparecíamos a la madrugada sin haber atrapado
nada, Por lo demás fuimos honestos, pues jamás
comimos ni un animal al cuidado de ellos.

Los últimos días de mi permanencia en esos


páramos pasaban sin mayores pretensiones, solo
quedaban un par de hacheros talando, yo escribía
algunos versos, vagaba por el monte luego de eso y
por varias semana don Antonio solo hacia postes
para hacer unos pesos extras, unos 6 por día, si
ninguno quedaba carayá, palabra en argot que
significa que al caer el árbol queda sostenido por
otro, de lo contrario había que tumbar ese otro, que
raramente servía para poste, para recuperar el
primero.
Recuerdos de niñez

Estos recuerdos son como las Matrioshkas, tomas


uno y dentro de este hay otros ocultos y algunos
divertidos y otros alarmantes.

Entre los amenos o menos dramáticos puedo


nombrar la vez que me interné solo y no me di cuenta
al ir entretenido que había entrado al bosque de
arboles altos donde el sotobosque está formado por
las Bromelias, que en este caso era las Balancea, los
que llamamos en Chaco, Caraguatá, con sus largas
hojas que aunque tienen espinas en sus bordes como
otras similares, aunque no son como los cardos
chuzas y no hieren de igual forma.

El caso es que caminaba con comodidad por ese


amplio sendero entre la vegetación sin darme cuenta
que hacia un rato que estaba en medio de la
espesura como si en el mundo no existiera más que
DIOS en lo alto y yo en la tierra con la escopeta en la
mano. Pero el tema siempre presente desde aquella
noche de 1963, me devolvió a la realidad.

Juan Carlos presa de la curiosidad no me deja


continuar con el relato, al considerar que pasaría
por alto aquel detalle y me interrumpe
preguntándome que había ocurrido en esa noche
del 63. Entonces paso a aclararle el tema:

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 37


-- Estaba yo dibujando o haciendo algo referente a la
escuela o no, pero tenía los útiles a la vista sobre la
mesa del comedor, cuando el bramido nítido de un
león entro por la ventana enrejada, en la humilde
casa de la calle España. Los bramidos continuaron
por horas y supe aún con mis ocho años que era ese
animal letal, sin haberlo visto y sin haber oído antes
ese sonido, pues está en nuestra memoria genética
la advertencia del peligro.

Abrumado y temeroso busqué la escopeta de mi


papá que la tenia desarmada dentro de la funda,
una Víctor Sarasqueta calibre 16 y la armé con
premura sobre la mesa y dejé la canana cerca. Más
de dos hora después llego mi padre del club y nos
contó que en el terreno que colindaba en el fondo con
nuestro patio había llegado un circo y las fieras
tenían hambre. Pasó la novedad pueblerina pero a
mí me quedo el temor para siempre.

-Ahora comprendo los recaudos que tomas al entrar


solo al monte-, me dice y me pide que continúe con
el relato.

- El recuerdo de los grandes felinos hizo que


abandonara mi postura invencible, al tiempo que me
recorrió el cuerpo un temblor de alerta por lo que
trataba de evitar estar sin compañía en esas
soledades que parecían infinitas, las que trataba de
evitar, pues para esos días había un grupo de
pumas en esa región y al darme cuenta que estaba
lejos de nuestro puesto montaraz, llego a mí la
zozobra.

Me dispuse a regresar y veo ese lomo color pardo,


llevaba los cartuchos puestos, que para ese entonces
ya habíamos conseguido una docena con munición
gruesa, unos 6 o 7 balines por cartucho. No le veo la
cabeza al animal solo el lomo y estoy en desventaja
porque estoy asustado.

El temor pudo más que la paciencia y en vez de


alejarme grité para romper el silencio, que no era
absoluto, solo es una forma de definir el momento
dramático, pues en el monte reina un interminable
bullicio a toda hora, y con el estruendo de mi grito
todo se precipitó.

El animal trató de huir y delante de él había un


tronco acostado entre la maleza, el que desde mi
posición no se veía y que luego pude constatar que
tenía una gran rama; el estaba en dirección a la
horqueta, así que dio un salto para cruzarla en la
parte más fina y paralela al sendero por el que yo
transitaba; fue desde mi posición como si saltara
hacia mí, pero estaba como a 10 o 12 metros aún y
como todavía no sabía que bicho era y los nervios
me traicionan ni me percaté que era un Guazuncho y
le disparo dos tiros de frente casi en un solo
movimiento y mientras corría hacia donde había
caído, volví a recargar, pero cuando estuve a media

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 39


distancia me detuve y nada se movió. Me tome un
segundo para respirar, además de mirar en todas
direcciones y oír, pero no había nada acechándome,
pues el estruendo de dos disparos espanta cualquier
bicho.

Al llegar al tronco observe que al animal muerto


tenía perdigones en la cabeza, el cuello y en la unión
de este con el torso lo habían matado de inmediato,
aunque no puedo asegurar que acertara ambos tiros
por completo, pero varias municiones dieron en el
blanco.

Alguno dirá que porque no aproveché a irme ya que


tenía tanta inseguridad, pero la verdad es que no se
deben dejar animales heridos. Comencé y debía
concluir, además matar un animal y no tratar de
aprovechar su carne ofendería a Dios.

Bueno de allí hasta llegar al punto de salida fue más


engorroso, lo destripé y con las hojas del Caraguatá
até las patas delanteras y traseras juntas y me lo
puse al hombro a modo de bolso, en mi hombro
izquierdo porque tengo más fuerza de ese lado y
porque apoyaba la culata en el derecho y a la vez
podía usar mi brazo por si debía volver a disparar.

Al salir busqué un árbol grande y en una rama a


unos 2 metros del suelo lo colgué. Luego al llegar
avisé que lo fueran a buscar. El olor a la sangre en
mi ropa no me permitía pasar desapercibido, todos
los animales me habrán olfateado desde lejos.

Aunque parezca increíble Antonio y yo, ni juntos ni


separados, vimos ni una sola vez a ningún puma, ni
otro tipo de gran felino y debió haberlos.

Nos encontramos con los comentarios de los


hacheros de haber sido observados acostados a la
sombra pero no molestaban a nadie, había comida
en abundancia y una gran escases de agua y
muchas huellas en las picadas donde la tierra esta
removida por el paso del ganado, inclusive cerca del
casco de la estancia pues allí estaba uno de los dos
molinos, debieron olfatear esa gran masa de agua
del tanque australiano.

Allí en el borde de la tierra arada, que cubría unos


200 metros para impedir que alguna quemazón
llegara hasta la casa y los vehículos. Animales
astutos de no hacer ruidos o la jauría de los perros
del capataz los habría perseguido hasta hacerlos
subir a los arboles. Uno de esos días cruzamos la
tierra arada solo con machetes y vimos las
infinidades de huellas de estos bichos merodeando,
allí en la tierra suelta donde se han formado los
pequeños colchones de polvo, esas marcas eran
espectaculares y hasta parecían más grandes.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 41


Entonces le digo a don Antonio - culpa tuya deje la
escopeta - mientras le indico las huellas a la vez que
un pulso de ansiedad me recorría todo el cuerpo
(pero no era culpa de él, aunque me sugirió yo podía
llevarla conmigo) y me dice así - si aparece alguno a
molestarnos los dos tenemos machetes, así que ese
gato lamentará su mala suerte - y fue momento para
aflojar tensiones y reírnos de la gran confianza tenía
en mi y en el mismo.

Mi padre desviscerando los patos para llevarlos de


regreso.( cacería con amigos)
Errores cordiales

Entre los recuerdos alarmantes están los que


surgieron a causa de mi comportamiento cordial que
en un caso fue juzgado como debilidad y en el otro
como insolente.

El primero quiso matarme porque su mujer lo animó


con un comentario. Para ella fui irreverente y a la
vez escudriñador de por menores matrimoniales y
para mi pensar solo estuve amable en un diálogo
banal.

El caso fue así, su hijo enfermó y pedí el transporte


de la empresa para llevar al niño al pueblo. En el
camino se rompió, precisamente la rótula derecha de
la camioneta y por un pelo no volcamos. Allí
mientras esperábamos, la señora y yo charlamos de
cosas cotidianas mientras esperábamos la
reparación del rodado, en medio de ese diálogo
ameno le pregunté por la relación matrimonial que
parecía tensa al momento que él me veía llegar a la
ranchada, que no era siempre, y si era quizás por
celos de este. Ella sonrió con timidez y dijo que no
era eso y la conversación continuó por otros
senderos.

De regreso un par de días después cuando el niño


estuvo estable, volvimos y ella al hablar con su
marido le contó que yo pregunté si él era celoso,

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 43


porque seguramente yo tenía interés en ella. Fue así
como ellos pidieron mercaderías para cocinar el
sustento diario y aunque no era habitual en días
hábiles, y aunque no era mi labor fui a dárselas,
pues no hay que ser muy estricto cuando se trata de
alimentos y mas sabiendo que uno de ellos tenía
varios chicos.

El depósito estaba en una habitación del casco de la


estancia que tenía una puerta hacia la galería
externa. Abrí y entré hasta el fondo donde apoyé la
escopeta y comencé a despacharlos.

En un momento tuve la sensación que trataban de


rodearme, me detuve, tomé el arma y apoyándola
sobre mi cadera monte ambos percutores y les dije
que se fueran que el capataz se las llevaría.

Más tarde llegó don Antonio y le conté lo sucedido y


además le pedí que hablara con ellos para
disculparme, ya que pensé que mi accionar había
sido exagerado. Fue el que habló con ellos y a su vez
el me contó el motivo por el cual ellos trataban de
matarme. Tuvieron que irse. El marido
indocumentado y no hablaba español, malo para ese
tiempo del gobierno de facto.

Dos meses después el encargado de la estancia


emborrachó al otro que había ido con el primero y lo
orientó para que me matara, para entonces ya
estaba convencido que no era muy popular.
La situación era sencilla para ellos, aunque tenía la
escopeta vieja siempre conmigo, era muy confiado y
la dejaba apoyada en cualquier lado.

En resumen este hombre muy ebrio se abalanzó


hacia mí con aire de matón y casi al llegar se
tropieza en el desnivel de los ladrillos colocados en el
piso la galería. Por instinto de proteger a otra
persona en peligro, no lo dejo caer contra la meza
pues se habría destrozado la cara al tener una mano
atrás a la altura del mango de su cuchillo; alcanzo a
tomarlo de los hombros y con mi afán de enderezarlo
lo empujo con más fuerza de la que necesitaba, este
trastabilla hacia atrás un par de pasos y cayó
sentado en el rincón opuesto de la galería.

Se levantó embravecido y ya arremetió con el


cuchillo en la mano. Yo no tenía a donde huir y Dios
sabe que lo hubiera hecho de tener una salida del
problema, así que retrocedí en busca de algo para
golpearlo y encuentro mi escopeta casi a mi lado
apoyada en un mortero que había bajo techo.
Sabiendo que el arma estaba descargada, la tomé
con la mano izquierda y traté de usarla de garrote
pero en el apuro y el miedo erre la medida y no
llegué a pegarle en la cabeza como era mi intensión,
y al quedar las bocas de los caños a la altura de su
pecho, él se freno de golpe. Los dos quedamos
congelados, yo no podía articular palabras del
pánico, solo atiné a apoyar el arma en su pecho y

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 45


tomarla con ambas manos porque me temblaban y
logré montar los percutores.

En ese momento dejo caer el cuchillo ante la muerte


inminente y solo atinó a suplicar por su vida. Era la
segunda vez que el mismo sujeto estaba en la mira
de esa escopeta.

Allí había más de 5 adultos y todos estaban atónitos,


incluyéndome. El se retiró del lugar rápido y como
pudo cruzó entre los alambres bien tirantes del cerco.
Era un domingo a la siesta y lloviznaba fuerte, y al
verlo marcharse no parecía tan borracho como se
pretendía, quizás un encuentro cercano a esta
situación poco esperada despejó su mente intoxicada
por el alcohol o estaba todo armado de antemano.
Creo que el tubo mucha suerte que haya sido yo el
que sostuviera el arma, y además de tener estos
valores por la vida de mis congéneres, pude haberlo
emboscado en medio de la espesura y habría sido
uno más que nadie reclamaría, pues ni nosotros
sabíamos sus identidades con toda certeza.

Si algo puedo rescatar de aquella familia era que al


final de los almuerzos lo chicos debían tomarse un
gran tazón de leche acompañados con pan y la
invitación era extendida a todos los presentes.

Dos veces me escapé de la muerte en ese obraje


defendiéndome con la escopeta descargada. Es que
ellos tenían las armas cargadas, lo que no supieron
es que yo descargaba el arma al regresar del monte.
Tuve suerte porque nunca se habló de ese tema y de
saberlo el final pudo ser diferente. Don Antonio
estaba seguro de que no tenía carga, pues él me
daba los cartuchos cuando los necesitaba para cazar
nomás, pero lo que él desconocía es que la primera
vez que anduve por el pueblo mi padre me había
dado 2 de los cartuchos bala por si los necesitaba
como una última solución, los cuales tenía guardado
en secreto, pues pudo modificar su actitud conmigo
en algún momento y atacarme de forma inesperada
como los demás y con uno de estos disparos se
podía parar un toro embravecido.

Después de esa tarde ya no hubo más hacheros,


pero dos días antes de que fueran a buscarnos, fui
parte del grupo que arreó la hacienda que habían
juntado y las tenían desde el día anterior en un
potrero cerca del corral del Francés, como llamaban a
esa minúscula loma. Fue allí que conocí lo que
quedaba del aquel obraje, el corral de los bueyes, las
tumbas, etc

He visto una cruz de hierros con un corazón de lata


en el medio que marcaba una fecha en la que solo
recuerdo el año, 1912. Estaba atada en un tronco,
creería que estaban sepultados allí, porque era lejos
del campamento y al lado de otra sin fecha, dicen
que fueron enterrados allí mismo donde se mataron,

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 47


pues no tenían familia que se ocupen de ellos,
indocumentados y casi desconocidos.

Además vestigios de lo que fuera la administración


y la punta de rieles en aquel emprendimiento
forestal, que muchos años atrás había diezmado los
quebrachos 20 kilómetros a la redonda, por eso solo
había algunos renuevos a orillas del Magaik.

Como si mis desaciertos hubieran sido pocos, al


salir de madrugada con llovizna no llevé sombrero,
pero luego se despejó y salió el sol por lo que casi
muero insolado.

Ellos ensillaron todos los equinos temprano y


después del mate y en el trayecto bebían Fernet
mezclado con alcohol puro; En algún momento del
recorrido y antes de cruzar el riacho que en esa parte
no tenia agua, me convidaron un sorbo y confirmé mi
sospecha que era Cachurí, bebida casera a base de
azúcar quemada, cascara de naranja, alcohol puro y
agua: ‘primero con agua y después como agua’.

Sonreí al sentir el sabor áspero y quedo al


descubierto el engaño.
Ellos me dieron por mansa una yegua que había sido
corredora de carreras cuadreras, era muy dócil, pero
para cruzar bajo una rama tuve que agacharme
sobre su cuello y quizás por costumbre salió
disparada por la picada. Todos se reían y yo trataba
de mantenerme sobre el animal y a la vez contenerla;
después de unos cientos de metros disminuyó su
loca carrera hacia ninguna meta.

Al medio día nos encontraríamos con otro grupo que


nos ayudarían a arrear los animales de regreso, pero
no llegaron, solo los cinco y de los cuales dos éramos
desconocedores del tema, el chofer del tractor y yo,
pero aun así ellos nos explicaron como cabalgar
despacio entre los vacunos, acompañando a la
hacienda y acarreamos unas 700 cabezas hasta los
corrales a través del monte y cruzamos por el ya
destruido puente colgante.”

Antes de las lluvias mas copiosas entregamos la


última partida grande de postes, estibados en el
monte y usamos como sendero los afluentes y
canales menores del riacho que en ese momento
estaban secos. Solo tuvimos que sacar algunos
árboles caídos que estaban en su lecho. Esa era la
picada que aceptaron como parte del convenio para
rodearlos. Pero luego terminó la sequía y nuestros
senderos se convirtieron nuevamente en canales y
los postes de la última partida quedaron en lo
profundo de la espesura, sin senderos para sacarlos
y según ellos fue más económico abandonarlo allí
que hacer picadas para llegar a esas estivas de
maderas bien labradas. Como ya habían sido
contados, los que sumaban varios cientos y recibidos
por el capataz de la estancia, pudimos cobrarlos.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 49


Así concluyó mi relato referido a mis varios meses
en el obraje, habían pasado 30 años de aquellos
días.

Mientras oíamos la lluvia que arreciaba con fuerza


seguíamos bebiendo ese sabroso vino en silencio,
para mi forma de pensar parecían una pareja bien
formada, con secretos pero bastante sólida. El era 8
años mayor que yo, un hombre fuerte y su pelo
rubio medio rojizo parecía una antorcha cuando le
daba el sol y su fuerza de voluntad empresarial lo
empujaba hacia adelante sin amilanarse. Ella por
su parte tenía 32 años menos que él, pero desde mi
posición tenía confianza en que tendrían largas
vidas juntos.
La curiosidad

Mis llegadas desde hacia media docena de visitas se


habían tornado espectaculares. La máquina se
detenía al final de la crujía que tenía acceso a los
depósitos.

Mariana sin llegar a ser bella tenía un halo de


dulzura, alegría inagotable y siempre me esperaba
en el improvisado andén para llevarme de su mano
hasta la cocina, el lugar donde estaban las cosas
más exquisitas. Su sonrisa pícara dejaba entrever
un franco deseo de charlar sobre cualquier cosa que
no sean números, inversiones, moda o temas
relacionados a su hogar y como era un vagabundo,
a menudo terminábamos riéndonos de mis bromas,
algunas picantes y otras zonzas. En mis fueros más
íntimos siempre creí que ella se casó con él porque
era cómodo y coqueteaba conmigo como una
especie de amigo extraordinario.

Una vez recostado en una de las caballerizas, como


era nuestra costumbre ella me preguntó sobre mis
días después del obraje y le explique que había
realizado varios y diferentes trabajos, fui camionero
por varios años y luego colocador de cielorrasos de
yeso, como la fabrica en Antequera donde había
conocido a la familia Portillo que luego la tome
como propia por ser personas extraordinarias, luego
la venta de cigarrillos, en otra oportunidad como

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 51


supervisor de ventas de bodegas, más tarde la
verdulería, repartidor de gaseosas, y muchas otras
actividades aunque no en este orden, pero si antes
de trabajar con Enrique en los basurales.

Así fui esquivando la respuesta hasta que no pude


liberarme más de su insistencia, interrogó con afán
de saber quizás por aburrimiento o por algún
interés especial sobre mi vida, situación que me
despertaba un excepcional valor agregado hacia
esta situación siempre indefinida.

Esa parte fue deprimente y no quería dejar una


anécdota penosa, pero fue tan insistente y ponía
cara de nena triste que me mataba de risa, así que
tuve que hablar nomás.

Decidí contarle solo una pequeña sección de esa


época que no fueron tiempo para atesorar y habían
cambiado mi juventud alegre por esa postura casi
desdeñosa que me costó mucho alejar de mi
cotidianeidad.

En otras palabras no me hacia bien hablar de


aquello y tampoco me hacía mal, solo que no era un
tema de charlas, sino más bien un suceso
desconectado, pero comencé casi por el final y lo
recorté bastante.

Fueron mis días de absoluta miseria de cuando


trabajaba en el basural, habían pasado 10 años de
ese submundo y no quedaban registros de donde
escoger información, yo calculo que J. Carlos así
que si me hizo investigar, lo cual seguramente hizo,
pues no era de dejar cabos sueltos, y no hallaron
nada, así que conservaba esa cuota de misterio que
para él me hacía más interesante y supongo que
para ella también.

Seguro de no han podido hallaron noticias de


cuando recogía revistas viejas y algunos libros con
las tapas arrancadas “…de los paquetes mal atados
o cajas con trozos de publicaciones que provenían de
los residuos domiciliarios, que a su vez eran
juntados por otras personas del basural Municipal
que estaba ubicado en las inmediaciones de la
planta fraccionadora de YPF, y con entrada principal
de la empresa por Edison pero llegando por Marconi,
ya que el lugar se convertía en un embudo para los
camiones.

Nosotros arribábamos en camioneta por la calle


Acosta que era el fin del predio de la entonces
“Empresa sin alma” como la solía llamar.

Toda mi permanencia en ese basural y aledaños


afines al lugar, duro entre marzo y navidad, algunos
meses allí y después varios otros en la chanchería
del Alemán, hombre joven pero curtido por la pobreza
a la que esta había agudizado su instinto de
supervivencia. Allí mi patrón había instalado un

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 53


puesto de compras de papeles y cartones, cerca de
los chiqueros y a la intemperie. Con decir que el
cuidador de la piara iba a buscar residuos a ese
basural y traía en canastos hechos de neumáticos
viejos, eran comunes en aquellos años para cargar
vidrio al granel, estos colmados de esa carga
repugnante, compuesta por su mayoría de trozos de
carne de aspectos indefinidos de orígenes dudosos y
en total estado de descomposición que nos daba
náuseas, y eso que estábamos acostumbrado a toda
clase de olores fétidos. Creíamos que eran trozos
que pudieron haber sido de las amputaciones que se
realizaban en el hospital, pues algunas veces se
hallaban grandes bolsas con cientos de jeringan
usadas. Era peligroso chocarse en la oscuridad de la
noche con algo así, lo bueno es que no había HIV
pero si habían otras muchas enfermedades listas
para que te inocularas sin pretenderlo.

El hurgador para revolver las bolsas de residuos


usaba un gancho del hierro 4,2 de unos 50 o 60
centímetro de largo, una bolsa vacía y en el bolsillo
un foquito de linterna con un trozo corto de cable bien
sujeto a la rosca, con él iban probando las pilas que
hallaba para obtener algunas con algo de carga para
la linterna o la radio.

Allí permanecíamos todos, verano e invierno en el


descampado, con lluvias o con heladas. Nosotros
estábamos solo en el día, pero los escarbadores en
todos los horarios y por sobre todo se agolpaban al
lado de los camiones que iban a tirar su carga.

En las noches frías el humo quedaba flotando sobre


todo el predio como una nube que no subía ni
bajaba. Nadie reparaba en esa denigrante
precariedad.

Todos aunque sin saberlo, funcionábamos como


parte de la maquinaria vil y entre nubes de moscas,
el humo que ´por momentos traía el viento y los
recolectores con los bultos al hombro o en parihuelas,
con atados o bolsas llenas de papeles y cartones,
sujetos con sunchos plásticos que se encontraban en
las inmediaciones.

Llegaban hasta allí por detrás, entre la vegetación y


un canal de desagüe que el terreno había moldeado
para achicar el agua de las lluvias, y que ahora traía
todo desde pequeños roedores muertos y vivos , y
también los residuos cloacales cuando la lluvia
anegaba los ranchos carentes de baños con pozos.

El punto de meta de este grupo de vendedores era un


acoplado rural y una balanza-pilón, antigua y
mañosa a causa del desgaste. Las hay aún en
algunos vendedores callejeros de verdura, estas son
pequeñas llamadas romanas. Las grandes suelen
soportar más de 100 kilogramos y también tener
graves errores de pesaje.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 55


Ese minúsculo punto llevaba el pomposo título de
campamento de acopio; se pesaba y luego se
amontonaba para que vengan del depósito a
terminar de cargarlo.

Allí tuve el título de comprador de papel para esa


recicladora, pero no era más que otro de los
andrajosos y sucios habitantes de aquellos lugares
donde íbamos perdiendo el barniz de la civilización
y caíamos hacia un abismo social del que era difícil
salir, pues el hombre a mi entender en una situación
de desventaja siempre nivela hacia abajo.

Al final del día había leído y hecho crucigramas en


los momentos de ocio, recostado sobre los cartones a
la sombra del acoplado y envuelto en una nube de
moscas, y al atardecer iba el camión a buscar los
bultos de papeles y cartones que acarreaba al
depósito y también regresaba con ellos.

Allí no había jerarquías, todos éramos peones con


sueldos de hambre y presos de la más aberrante
indigencia. Fue por el año 1986/88 aunque trabajé
con este señor hasta 1990. Fueron años grises.

En esa época los que usaban zapatillas de marcas


internacionales y de primera calidad eran los más
adinerados y las tiraban en buen estado; como yo
calzaba 45 no les servía a casi nadie y me las
guardaban, así que pegándoles un poco las suelas y
algunos detalles podía tener calzados cómodos.
Luego la empresa o la Municipalidad cambiaron el
depósito de residuos y lo trasladaron cerca del barrio
Mapick, en un lugar que llamaban el patito
endiablado, por razones que desconocía.

Era un predio con muchos socavones e infinidades


de senderos que los rodeaban por todas partes, allí
tiraban para rellenar, pero la verdad es que el
encargado municipal le compraba a los recolectores
casi todo y lo vendía, plásticos, metales, botellas
vacías, vidrios de envases rotos, huesos, latas, pero
eran muchos los camiones recolectores urbanos que
descargaban en tres turnos, así que esos espacios
estaban casi cubierto de basuras y repletos de
aguas podridas.

Allí fui algunas veces como conductor y cargador de


mercaderías.

Todas las personas que recolectaban cartones y


demás cosas también recolectaban las mercaderías
en mejor estado para alimentarse, de esos lugares lo
que no se vendía se comía.

En una de esas represas pequeñas el agua era


negra, aceitosa. Allí se arrojaban los restos de
cajones que se tiraban del cementerio, pero antes se
quemaban las manijas y adornos de aluminio para
venderlos. Pensar que hicimos muchas bromas

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 57


crueles con esas cosas, inclusive había huesos
humanos tirados.

Al comienzo todo te da náuseas, el olor, el humo, las


costumbres que aprendiste en tu casa con respecto
de la higiene, pero te vas adaptando y sin darte
cuenta vas renunciando a los decoros y terminas
comiendo lo que te convidan. Al regresar a mi hogar
dejaba allá todo el submundo que podía. Aun así
estando en el fondo del barril social no todo estaba
perdido, pues leía, observaba y oía historias y en
1988 obtuve un primer premio en poesía en un
certamen provincial y escribí mis primeros 6 cuentos
entre ellos “El milagrero”, donde explicaba el manejo
socio-económico y cultural de esos lugares
diseminados por el país.

Años después trasladaron nuevamente el gran


basural y lo ubicaron al sur de la ciudad pero ya no
estaba más con ellos. Aquellos terrenos luego se
taparon y se hicieron barrios privilegiados.

Lo que me quedó por muchos años fue la acción casi


instintiva de mirar dentro de las canastas de
residuos que hay frente a las casas, en las veredas
de la ciudad, para ver sí encontraba algo útil. Ya que
el antiguo lema del basurero dicta que la basura de
uno puede ser el tesoro de otro, pero fui aprendiendo
a controlarlo, se que la costumbre me traicionó más
de una vez, dándole una segunda mirada hacia ese
lugar y me alejaba sin tocarlo pero con la angustia
de la curiosidad aun latiendo, y con el tiempo lo
dominé en su totalidad.

Salí de ese mundo con temor al futuro desconocido y


conseguí un lugar con mejores pagos por mi labor,
fue trabajar a una fábrica de pre moldeados de yeso
donde se usaba lana de vidrio en hebras, allí no
había basura, pero en los rayos de sol que se colaba
por el techo de esa larga galería, dejaban ver la
interminable nube de pequeños trozos de vidrio que
flotaban en el aire que respirábamos.”

Creo que ella no esperaba ese relato descarnado y


desprovisto de toda humanidad elemental, pues me
miró con más pena que sorpresa y lloró con
profundo sentimiento de angustia, mientras me
abrasaba como queriendo rescatarme y protegerme
de esos recuerdos atroces.

Al otro día pasamos una jornada espléndida los


tres, paseos a caballo, películas, fotografías y
diálogos amenos. Pero debía regresar por mi
tratamiento así que usando mis acostumbradas
excusas, que para que cambiarlas si funcionaban
bien, y bajo el lema no había que arreglar lo que no
estaba roto, continuaba con las mismas frases que
parecían oportunas pero las tenía aprendidas.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 59


Días de celos

Aquella vez que fui el maquinista estaba taciturno y


después de saludarme quedó en silencio durante
los 20 minutos que duraba el viaje, pensé que como
llegaba el fin de mes tendría algunos compromisos
que lo tenían preocupado. Pero al descender
tampoco estaba Mariana esperándome como lo
hacía habitualmente

Había detalles además de este que faltaba pero no


alcanzaba a percibir que, en realidad, aunque había
sido invitado por él para una reunión novedosa.

Tomé mi bolso y fui hacia la administración


pasando por una sala donde se servía el desayuno,
pero era pasada la hora, así que solo tomé un café
de la máquina y devoré con avidez unas masas
pues, mi glotonería camina delante de mí.
Masticando aun una de esas delicias llegué a la
oficina de J. Carlos y pregunté por su esposa y fue
un seco comentario el que recibí, solo un ‘está
descansando, porque no se siente bien desde
anoche’ como toda respuesta sin más detalles y lo
dejé pasar pues su semblante era duro y
concentrado, luego dándose cuenta que fue
descortés me invita a que vaya a curiosear por las
caballerizas con la promesa que luego nos
reencontraríamos en el almuerzo.
Sin más giró su sillón y continuó el diálogo de cara
al monitor donde hablaban francés que para mí es
como si hablaran ruso, porque no entendí ni una
palabra.

Salí y comencé a tomar unas fotos, era fácil hacerlo


porque las bandadas de patos salvajes, picazos y
crestones que pasaban a la mañana hacia los
comederos y a la tarde hacia los dormideros, aun
así y eso era un ir y venir de aves, por aquí y por
allá y en los árboles, la caballeriza estaba silenciosa
y reluciente, los animales eran los de siempre, los
que usábamos nosotros y varios más de muy buena
alzada.

No podía dejar de pensar en la dulce Mariana con


sus vestidos casi transparentes y ligeros que se
adherían con generosa connivencia a su figura bien
formada, pero más que eso mi cómplice en las
locuras. Yo estaba tontamente convencido de que
conocíamos nuestros secretos, los anhelos mas
pervertidos basada en nuestras miradas que
muchas veces con una mueca era suficiente para
expresar una opinión más que elocuente sobre
algún personaje o cosa.

Siempre creí que pensábamos el uno en el otro


como amigos sin condiciones y sin necesidades de
mentirnos u ocultarnos cosas, no existía el celo
entre nuestra relación con los demás y sus besos

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 61


siempre me parecieron como si degustara una fruta
jugosa y sublime, quizás un durazno maduro y
otras veces un cuenco de frutillas con crema; pero
tampoco pasamos de eso, el sexo no se dio, quizás
no llevé el juego hasta el clímax pero ella tampoco y
de mi parte hubiera sido trampa a la confianza o
quizás es lo que quería y yo no me atreví, aunque
nunca fijamos límites, ambos intuíamos que ese
tiempo era solo de coqueteos, de juegos
adolescentes entre adultos, el cual solo ocurría en
ese espacio especial, en horas que él estaba en la
oficina, ni siquiera me imaginaba que ella llegaría a
dar un paso más avanzado en este recreo de
feromonas, aunque conocía un tatuaje muy oculto
que solo estando desnuda y de muy cerca, si ella te
lo permitía, se podía verlo.

Un día guió mi mano y mis ojos hasta allí y entre


mimos me dijo que era para que reconozca su
cadáver si se daba la macabra ocasión y dejó
escapar esa risa cristalina que daba ganas de
ahogarla a besos. Algunas veces ella y otras yo,
comenzábamos el juego erótico pero a la vez
inocente. Creo que esta explicación está dejando
huecos con dudas, si ella era una ardiente buscona
o yo un tonto sin esperanzas, quizás ambos, quizás
ninguno.

Definía a su esposo como la seguridad y la atracción


madura y a mí un elemento de placer mundano sin
trascendencias, prescindible, desechable si se
requería y tampoco me molestaba porque nos unía la
amistad sin secreto, bueno es lo que yo creí, no
porque me lo haya jurado alguna vez, sino a causa
de lo que me demostraba. Era más que sabido que
no iba a competir con nadie por poseer esa mujer, lo
que recibía de ella lo tomaba de buen grado pero sin
expectativas, era la mujer de otro y allí terminaban
todos los planteos.

Cada que iba solíamos ir a cabalgar solos por los


senderos montaraces cerca de los pantanos y hacia
todas clases de locuras, quizás por encenderme o
simplemente porque le gustaba el juego y listo.
Tampoco tenía sospechas que podría hacerlo con
otro, es que jamás vi que le otorgara ni dos miradas
a ninguno de los peones y menos una amable
sonrisa. Por otra parte si se molestaba a
esconderme las cosas era un trabajo inútil porque
jamás mostré interés exagerado por ella, en nuestro
comportamiento de amigos inmorales. Tenía mi
confianza y yo la suya, sin más.

Llego la hora del almuerzo y ella no se presentó. El


me explicó que su relación tenía fisuras terribles,
que sin entender como ella había logrado engañarlo
con otro del que aun no conocía su identidad. Me
pareció una explicación de lo mas carente de
coherencia y lo tomé como una broma macabra de
ambos, hasta que el logró convencerme que
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 63
realmente estaba furioso por eso. Con premura le
doy una idea de la situación para que él comprenda
que no había competencia dentro de ese ambiente
tan cuidado y al momento le pregunto cómo supo
de ese acontecimiento.

“Fue una situación casual hace dos días, me dijo,


estábamos durmiendo juntos, me despierto a la
madrugada y ella no está, la busco y oigo que habla
bajo por celular con una amiga y le contaba de su
decisión de llegar a huir con su amor pues ya tenía
dinero guardado para esta situación feliz. Cuando
se da cuenta que oí su dialogo traicionero, responde
como dándole poca importancia a la situación, que
están charlando sobre una novela, así fue que
encolerizado la golpeo para que dijera su nombre,
pero guardó esa identidad sin decir palabras. Su
amiga había cortado al oír mi reclamo y momentos
después el celular se destrozó en el suelo al caer en
ese desorden.

Desde ese momento la envié a una cabaña de


huéspedes sola y dejó de importarme de lo que haga
con su vida.”

Me quedé pensando que no hacía más de dos días


que estaba furioso y de pronto recuperó el aplomo,
concluí que se traía un plan bien escondido.

Antes de retirarse me dice que ella está


en la última casa, la de color naranja y que podía ir
a verla inclusive pasar todo el tiempo que quisiera
con ella porque para él ya no era su compañera.

Le respondí al instante, que de ser así estaría


demostrando que su esposa me interesaba como
mujer más que como amiga y que él estaba
equivocado, además aseguré que volvería en ese
momento de nuevo a mi casa.

Sus suposiciones se desplomaron, estaba tan


seguro que era yo el candidato oculto (también yo lo
pensé, y no voy a negar que me regocijaba la idea)
pero al revelarle mi intención de volver lo
descoloqué, diciéndole que arreglen primero sus
diferencias matrimoniales antes de que yo vuelva a
charlar con ella. Fue cuando se encolerizó de tal
forma que envió a su guardaespaldas a buscarla y
al llegar este corriendo, el desenfundó su revólver.

El guardia ante la reacción inusitada de violencia,


la cual no veía en derredor y al no percibir desde su
posición un peligro inminente al que parecía que se
estaría por enfrentar su patrón, trato de sacar su
arma para apoyarlo ante esa supuesta e inminente
refriega, pero recibió un tiro mortal de este.

-- ¡Ese era tu amorío que trató de matarme por ti!

Le gritó en medio de todas nuestras palabras.


Tratando de amedrentarla la interrogó nuevamente
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 65
dando unos pasos hacia ella sin dejar de apuntarle.
Mariana le sonrió levemente y luego mordió
suavemente su labio inferior con un ademán de ira,
común en ella cuando una situación le daba deseos
de patear a alguien.

-- ¿Cómo se te ocurren tantas tonterías?, ese era tu


alcahuete, ¡mira si se iba a atrever a jugarte una
mala! y bajá esa arma ridículo, no creas que si me
matas te vas a salir de esta, alguien te va a cobrar
bien caro --

Al momento que me mira fijamente como


diciéndome que se jugaba por nosotros y sin que los
demás se dieran cuenta asistí con la cabeza en
señal de aceptación total por su decisión de huir
conmigo.

Incrédula ante la escena que se había formado no


dejaba de sonreír con esa cara de niña pícara, al
tiempo que él totalmente enajenado y frenético
crispó la mano en señal de ira.

Pasé un tiempo meditándolo llegué a la conclusión


de que se le escapó el tiro. El no era tonto y sabía
que si ella moría también todas las respuestas con
ella. Un pesado proyectil del 38 le destroza el pecho
y su cuerpo de muñeca rota cayó sin vida.

Después del estupor todo pasa de prisa.


Creó rápidamente la historia que el guardia la mató
y él al sujeto tratando de salvarnos la vida al resto.
Nadie le discutiría los hechos siendo el dueño de tal
fortuna. Además el muerto siempre tiene la culpa.

Luego de los breves servicios fúnebres, donde no


asistió nadie más que nosotros. No sé si tenía
parientes, nunca habló de ellos. Pero rondaba la
versión de que era de pasar muchos aprietos
económicos hasta que se casó con él, su padre
había sido en vida un peón de por allí. Debió amar
mucho a este nuevo hombre si luego de conocer la
hambruna igual lo prefería por sobre todas las
cosas que le había dado su matrimonio, otra habría
continuado con el engaño por siempre.

Al volver a mi vida deje de venir por un largo


tiempo.

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 67


Sorpresas

Un martes del mes pasado y luego de seis meses me


llamó para presentarme a una amiga que pasaba
unos días en su casa consolándolo, entonces arribé
esa mañana. Estaba algo nublado y amenazante de
prontas lluvias cuando me invitó a cabalgar hasta el
riacho del sur donde estaban construyendo un
puente con guardaganado para unir estas tierras
con la ruta provincial.

Montamos y fuimos, se lo veía con renovadas ganas


de amar y ser correspondido con la mayor de las
ternuras.

Íbamos al paso charlando de sus proyectos felices y


no la recordó en ningún momento, fue como si ella
nunca hubiera existido. Tardamos como dos horas
de marcha. Al arribar miró los avances, saludamos
mientras ellos juntaban todas las herramientas
porque comenzó a llover, nos invitaron a que
esperemos que acampe, pero él no quiso, así que
emprendimos el regreso bajo una lluvia intensa, que
hacía muy difícil el transitar de los caballos
nerviosos ante los refusilos, los truenos y algún que
otro rayo.

Al pasar cerca de esa laguna donde están los


cocodrilos, taloneé con saña a mi alazán, que de por
sí ya era brioso, para que arremetiera con el pecho
al suyo haciendo que rueden hasta el agua, y así
sucedió. Luego de un revoltijo de bestias, agua y
barro, el equino se levantó y tras varios intentos
salió más allá por una porción de cerca rota y
retomó el sendero, pero él no emergió.

Me senté en la orilla pero no volví a verlo, tampoco


iba a permitir que saliera vivo de allí. Cuando ese
animal llego a la casa sin su jinete, ellos vinieron a
socorrernos y fue cuando me hallaron llamándolo
por su nombre a los gritos.

Su suerte ya estaba echada desde que apretó el


gatillo, aunque no hubiera deseado como se
desencadenaron los acontecimientos, a mi entender
lo hacía culpable por tener un arma en su mano
para resolver un diálogo en crisis.

Me hubiera gustado haberle visto la cara de


incredulidad, seguramente pensó que mi amistad
por él era mayor que por ella; es un error bastante
común en mi entorno. Lamenté no haber podido
distinguir su expresión de sorpresa o de pánico ante
lo eminente; debió ser de pánico, porque él carecía
de la humanidad de lograr metas que no podían ser
valuados en dinero.

Volví empapado pero feliz, al día siguiente tenían en


una caja metálica los restos del hombre. Lo que
siguió fue breve, declaré ante el comisario que se
hizo presente, ellos determinaron que fue accidente

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 69


y lo enterraron en el cementerio particular que
tenían en sus tierras desde épocas antiguas, en ese
espacio familiar donde estaban sus ancestros.
Habían llegado sus hermanos menores y su madre
para tomar posesión del lugar y las cosas.

Esta señora hizo cerrar de nuevo la administración


en ese lugar remoto y Lejanía retornó a ser un lugar
deshabitado y pronto la vegetación reclamaría sus
espacios.

En uno de esos viajes y unos días después de lo


sucedido, le pedí al maquinista que me llevara de
regreso.

Viajamos y charlamos de todo pero más sobre ella.


El decía que era una linda mujer pero tenía mucha
fantasías en la cabeza o sea que tenía ‘mente de
pollo’ como dice la prima Águeda.

Le repito lo que me dijo su marido, que estaba


enamorada de otro y que quería irse con su amante
pues ya tenía el dinero reservado.

El me mira como si me faltara la cordura y me


dice— y cuando se le terminara el dinero ¿Qué
harían? Por estos rumbos no conozco a nadie, salvo
a ti lo bastante demente para embarcarse en una
empresa así, además quien dice que ella no lo
dejaría por otro, se lo haría al marido ¿no?
No respondí, fue coherente y además no tenía
argumento para esgrimir, así que permanecimos en
silencio hasta arribar al casco de la estancia donde
cambiábamos de máquina, bajo la promesa de me
llevaría al pueblo para que pueda tomar el colectivo.

Veinte minutos después estuvimos en el punto de


meta, al momento que acomodé la mochila a la
espalda, me extiende la mano con una gran sonrisa
en esa mirada llena de complicidad. Se acerca y me
da un abrazo de despedida como disimulando lo
que me diría al oído aun cuando estábamos solos
en la estación y me susurra --Hiciste bien al
liquidar a ese infeliz. Aun extraño sus besos, su
piel, su cuerpo desnudo…y su respiración
entrecortada.

Hago como que no lo escucho y le respondo sobre


aquello

-- Fue solo un accidente, no debimos estar allí con


ese tiempo… el barro, la lluvia…—

Saca el celular y me muestra muchas fotos


pecaminosas de ella riéndose y en una ella indicaba
con su dedo índice su ínfimo tatuaje íntimo y
agrega.

-- Cada semana el me hacía que la lleve al pueblo


con la orden de que le hiciera caso en todo, y como la
máquina no necesitaba que se la maneje lo hacíamos
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 71
acá, sobre las butacas de ida o de regreso. Se
portaba como una mujer vulgar, se olvidaba que era
una señora.

-- Pero ella estaba enamorada-- le respondí


buscando una forma de que el entendiera lo que
significaba para ella. -- Eso que a ti te da rechazo
quizás era su forma de demostrar su amor por ti.

--Siempre pensé que yo era un elemento irregular en


su vida plana y sin riesgos. Un entretenimiento más,
un salto al vacío donde nadie sale lastimado. Un
amante oculto para compartirlo con sus amigas
cambiando nombre y escena, sin mostrar un hecho
real, pero a la vez contando una verdad. No sé.
…Algo que no se muestra. Algo que fuese solo de
ella. Era una perdida, quien sabe con cuantos más
hizo lo mismo…Me respondió.

--¿Alguna vez te ofreció fugarse contigo, que hay de


verdad en ese famoso diálogo telefónico?

--Lo decía siempre en aquella situación especial, pero


yo pensaba que era parte de su juego erótico.
Resulta que era una mujer a la que le gustaba decir
cosas fuertes en esos momentos, lo disfrutaba mas
supongo, pero fuera de esos instantes nunca lo dijo,
así que las tomé como tal. El diálogo con frases más
allá de la realidad, tú sabes, situaciones
imaginarias.
. ¿Por qué no me lo dijo en otro momento? pues la
habría desengañado. Además debía saber que no la
tomaría con verdad, eso que se dice en esos
instantes no son reales…

Difiero contigo en ese punto, --le digo —

Pues la mayoría de las damas si lo dicen y peor aún,


si los oyen de ti lo toman como verdad, no importa si
estabas allí o bañándote en el riacho. Para ellas es
una promesa, un compromiso que muchas veces ha
llevado a matar a algún confundido.

Y si llegaras a confirmarle que la seguirás ya


tienes una compañera, ellas pierden solamente la
mitad de la conciencia en esos instantes de lujuria,
el resto está alerta y no olvidan, los hombres somos
distintos, lo decimos como parte de un juego y
consideramos que luego ambos lo olvidarán… por
diálogos así muchos terminaron castrados….ja.

Créeme que hay que prestar buen oído a esos


diálogos y no decir nada.

El replica por lo bajo, como quien da un paso con


cada palabra,

--Por otro lado yo no le reclamaba nada porque era


la mujer de otro, ese es un motivo más que suficiente;
y si puedo agregar un comentario diría que varias
veces la encontré besándote, veía sus ojos cuando tu

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 73


llegabas, su corazón saltaba de alegría pues tu era su
amigo de verdad, el bohemio errante, según sus
palabras dichas una vez. Que jamás dudaría de ti
porque tienes un sentido extraño de eso. Eres un
misterio... y no se equivoco en eso, porque volviste a
matar a su asesino--

--Fue un accidente, ya te lo dije —

Lo repetí varias veces sin esperanzas de que me


creyera. Sé que no lo convenceré, de alguna forma
sus palabras demostraban una brutal admiración
por mí, en su pensamiento simple y práctico, yo era
un loco criminal que era mejor no tomar en broma.

Hice un ademán de adiós y me quedé parado en el


andén mirándolo volver con su máquina hacia el
corazón de la soledad, allí iba el que hizo soñar a
Mariana aquella que creyó que se arriesgó por un
hombre, pero que realmente murió por un proyecto
imaginario del amor verdadero.

Todo lo que pasamos por no preguntar lo que


realmente sienten por nosotros, pero por otro lado
si hubiera sabido que era menos importante
habría lastimado mi hombría aún más. No soy
complicado, la acción de vivir en trampas, es la
complicada, más aun en mi situación de sobrevivir
con esta salud endeble que me arrastra por
senderos de silencios y especulaciones.
Epílogo

Quede solo y aun así no podía retirarme del andén,


sentía los pies pesados, la voluntad indecisa,
inmóvil. Desconocía si era por la pena que me
produjo el saber que no regresaría a este lugar o por
la ira de estar al tanto de la traición de Mariana. Un
sentimiento de amor-odio se apoderó de mí. Pero
por sobre todo esto, la sorpresa que nadie veía y
que ocultaría por siempre, fue comprender que fui
la inocente presa de mi soberbia; creerme el
ombligo del mundo nuevamente, fui el mentor de mi
principal derrota.

Luego de que un breve momento de nostalgia


anticipada se coló sobre la brisa húmeda de esa
tarde y me eché a caminar hacia la precaria
terminal de colectivos, una hora después desde el
vehículo que se hamacaba en cada pozo del acceso
al pueblo, divisé a lo lejos la hermosa y antigua
estación de trenes símbolo del holocausto de mis
anhelos ocultos, pensé que sería la última vez que
regresaría a esas latitudes pero al subir al grande,
suave y lujoso vehículo de la empresa de transporte
de pasajeros, volví a divisar ese par de ojos
luminosos y sonrientes que casi danzaban sobre
esos labios casi perfectos; al momento recordé que
era la dueña de la peluquería donde según el
maquinista realizaban los famosos aquelarres de

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 75


sexo verbal que daba forma con su imaginación y
luego relataba como reales.

Es más, opino que no eran más que diálogos


comunes y carentes de malicias que suelen tener
las reuniones informales entre damas que se veían
cada tiempo en una peluquería.

Ya nos habíamos visto en otros regresos con solo


algunas butacas de distancia y con su amorosa
simpatía me invitó de manera tácita a sentarme en
el asiento vacío que había quedado a su lado y
desde el primer saludo de conocidos solo de
miradas y viajes con similares destinos, fue
suficiente para darle un beso en la mejilla a la que
ella respondió a media boca casi justificada por el
vaivén del colectivo al transponer por ese tramo de
ruta desprolija.

Tiene mi edad, pensé. Después me enteré que vive


en una casa grande que le dejó su madre al morir, y
también me contó de su soledad y de sus anhelos
por un compañero de viaje más allá de ese destino
previsto, no creo que me coqueteara, solo que fui un
oído oportuno para dejar salir algunas de sus penas
más elementales, cotidianas y repetidas en soledad,
aunque para mi estaba dando un paso fuera de su
acostumbrada seguridad que la hacía más frágil,
suave e infinitamente más atractiva y dejaba
escapar un toque del oculto deseo de aventurarse y
se arrojaba sin red a un futuro sin planificaciones.
Ese regreso prometía un pasaje hacia un romance y
me liberó de la apatía que daba por tierra mi estado
de ánimo y de esta situación que a la vez recrudecía
mi enfermedad.

De nuevo estaba en carrera y como un avezado


cazador preparaba la flecha para un disparo
certero, pues no permitiría que Cupido, aunque era
más experto que yo en eso de tirar al corazón,
errara otra vez en desmedro de mi felicidad.- FIN

“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 77


Mi nombre es Roberto Attias,
y también uso el de Roberto Attias (i Solé)

Currículo en línea:
https://es.gravatar.com/robertoattias

Nacido en Calchaquí Pcia. de Santa Fe,


Argentina, en enero de 1955. Hasta el momento
de esta edición he obtenido los siguientes
reconocimientos literarios, 68 en cuentos breves y
94 en poesías. Mis publicaciones totales son 10
e-book de descarga gratuita.

Para leer en línea o descargar los libros acceder


a esta dirección y pinchar sobre las tapas

http://edicionesra.blogspot.com.ar/
Libros de cuentos para ser leídos desde el
celular:
https://enelcollado-cuentos.blogspot.com.ar/
https://elcandidato-cuento.blogspot.com.ar/
https://labarraca-cuento.blogspot.com.ar/
https://prosainicial-cuentos.blogspot.com.ar/
…y además tengo un Magazine virtual “Laguna,
Revista urbana”, publicación de carácter ecológico
y en protección al medioambiente de mi entorno.

https://laguna-revistaurbana.blogspot.com.ar/
“Por el amor de Mariana” de Roberto Attias Página 79

También podría gustarte