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Los diálogos
Según consigna Helena Beristáin en el Diccionario de Retórica y Poética, el
diálogo es:
“Estrategia dicursiva mediante la cual el discurso muestra los hechos que
constituyen una historia relatada, prescindiendo del narrador e
introduciendo al lector (en un cuento por ejemplo) o al público (en el caso
del drama) directamente en la situación donde se producen los actos de
habla (ficcionales) de los personajes (o los reales, en la historia). Presenta
directa y fielmente un enunciado producido por otro sujeto de la
enunciación.” [1]
Al trabajar los diálogos entramos en contacto directo con el habla coloquial,
sin importar quién sea el personaje. La función de los diálogos es hacer que el
lector escuche directamente a los personajes. La mejor técnica para escribir
diálogos es aprendiendo a escuchar. Es evidente que no habla igual un doctor
en cualquier disciplina humanística, un vendedor de enciclopedias o un chavo
banda, aunque se dirijan al mismo interlocutor. Al escribir un diálogo estamos
dejando traslucir la sociohistoria del personaje y, por lo mismo, tenemos que
ser consecuentes con sus variantes dialectales. Decía Clarice Lispector:
“Entonces escribir es el modo de quien tiene la palabra como carnada: la
palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra –la entrelínea-
muerde la carnada, algo se escribió.”[2] Es decir, cuando una línea escrita es
eficaz, da pie a la esencia del texto, aquella que aparece en las entrelíneas.
Esto puede aplicarse a todo aquello intangible y quizá innombrable que
involucra a la condición humana, y por tanto, al cuento como su reflejo; sin
embargo, cuando hablamos de diálogo, esto se convierte en una ley. No es
tanto lo que decimos como aquello que dejamos sin decir. Si decimos
demasiado, los diálogos resultan explicativos y artificiales, por el contrario, si
decimos demasiado poco resultan crípticos.
Leer “El guardagujas” de Juan José Arreola, pp.400.
Los diálogos y sus aliados
Los mejores aliados del diálogo son las acotaciones de autor ––que suelen ir
entre guiones largos––, pues a través de ellas podemos imprimir carácter al
diálogo, proponemos tonos de voz y expresiones tanto faciales como
corporales, e incluso pensamientos. Para escribir estas acotaciones se utilizan
verbos declarativos o verba dicendi (verbum dicendi), que son las formas
verbales que designan acciones de comunicación lingüística o que expresan
creencia, emoción o reflexión, por ejemplo: dijo, espetó, se lamentó, pensó…
No es lo mismo escribir:
–¿A dónde vas Caperucita?
–A ver a mi abuelita que está enferma, le voy a llevar comida.
–Ah, ¿y por dónde planeas irte?
–Por el camino vecinal, mi mami dice que es el más seguro.
–Es que tu mami no conoce el atajo de los manzanos. Si quieres, yo te
puedo indicar cómo dar con él.
Que escribir:
–¿A dónde vas, Caperucita? –le preguntó el lobo dulcificando la voz.
–A ver a mi abuelita que está enferma –respondió la niña un poco asustada;
había desobedecido a su madre y se había internado en el bosque siguiendo
el vuelo de una mariposa -le voy a llevar comida –la niña cayó en la cuenta
de que había perdido el tiempo y el budín llegaría helado a la mesa de la
abuela. Se ruborizó.
–Ah, ¿y por dónde piensas irte? –averiguó el lobo, que había notado el
rubor y el pestañeo inquieto de la niña.
–Por el camino vecinal –respondió Caperucita hurtando la mirada–, dice mi
mami que es el más seguro –a estas alturas de la plática, la niña ya nerviosa
por el retraso alternaba el peso de su cuerpo ya en una pierna, ya en otra,
con urgencia.
–Es que tu mami no conoce el atajo de los manzanos –soltó el lobo como
quien deja caer un pañuelo. Tenía que convencerla: si la niña sospechaba
tendría que atacarla allí mismo y eso era demasiado arriesgado, hacía poco
había olfateado el olor de un hombre que podría estar armado. –Si quieres –
continuó–, yo te puedo indicar cómo dar con él –repuso casi susurrando,
como los niños cuando se alían para hacer una travesura. Si Caperucita
tomaba el camino largo –pensaba–, él tendría tiempo más que suficiente
para llegar antes que ella y atacarla en la casa de la vieja.
Para utilizar esta estrategia narrativa es necesario introducirnos en la piel, la
mente y el corazón de nuestros personajes, para conocerlos a fondo, puesto
que desde la voz de ellos nos comunicaremos directamente con el lector.
Leer “La prodigiosa tarde de Baltazar” de Gabriel García Márquez, pp. 513
La técnica de los diálogos
En este caso, el inciso de cita, "respondió don Quijote", deja claro que quien
habla es don Quijote. Si el párrafo es largo, convendrá situar el inciso de cita
lo más cerca posible del inicio del párrafo, así evitaremos que el lector se
encuentre leyendo líneas y líneas de parlamento sin tener aún claro quién
habla.
2. Marco de cita
Otra opción que tenemos es indicarlo en el párrafo previo:
Apenas los divisó don Quijote [...] se puso en la mitad del camino
por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció
que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
—Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas
princesas que en ese coche llevais forzadas; si no, aparejaos a recebir
presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.
Las palabras del primer párrafo dejan claro quién habla: nuestro amigo don
Quijote.
3. Vocativo
Otra opción de la que disponemos, algo menos intuitiva, es indicarlo mediante
un vocativo:
—Calla, amigo Sancho, que las cosas de la guerra más que otras
están sujetas a continua mudanza.
4. Voz característica
Disponemos, aún, de una cuarta opción: