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ALBERTO SALCEDO RAMOS

Echar el cuento
Por Fernando García Mongay

eCícero
EL MEJOR PERIODISMO
www.ecicero.es - @eCiceroLibros
Fotografía portada: Álvaro Calvo/Congreso de Perio-
dismo Digital

Copyright © de esta edición: eCícero®

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!
A Alberto Salcedo Ramos le gusta contar chistes.
También le gusta contar cuentos. Echarlos, como dice
él. Para echar un cuento es necesario que haya público.
Puede ser más o menos numeroso, pero sin público no
hay cuento. También se pueden echar los cuentos por
escrito a los lectores. Salcedo Ramos los echa muy bien
de las dos maneras.
En un taller que impartió en Zaragoza en marzo de
2013, proyectó el texto de La niña más odiosa del mun-
do, una de sus crónicas más conocidas, y, frente a la
pantalla, comenzó a leer con la cadencia que la historia
necesitaba. Sin prisa, de su boca salieron más de 1.300
palabras sin que los que le escuchábamos perdiéramos
el interés que el cronista había ganado desde la primera
sílaba siguiendo el ejemplo de su abuela: “Ella sabía
dosificar las cargas narrativas”.

No hubo en mi infancia una niña más an-


tipática que Socorrito Pino. Confieso que en muchas
oraciones le pedí a Dios que la dejara calva, que no
le salieran de nuevo los dientes de arriba, o que, en
el mejor de los casos, se la llevaran —con dientes y
cabello, no importa— al punto más remoto de la

! "
tierra, donde jamás volviera yo a saber de su vida.
Aún hoy estoy convencido de que aquel fastidio era
justo: Socorrito Pino arruinaba mis alegrías, y pa-
recía tener entre ceja y ceja el propósito de no dejar-
me tranquilo ni un minuto. Cuando yo peleaba con
mi hermana Chari, ahí aparecía Socorrito como
convidada de pesadilla, para impedir que le pegara.
Lo hacía interponiéndose entre mi hermana y yo, o
poniéndole quejas a mi abuelo. Cuando, después del
baño, me ponía frente al espejo para peinarme, la
muchachita insistía en que yo estaba perdiendo el
tiempo, pues las peinadas no hacían milagros. Mu-
chas de mis siestas, que en aquella época eran sagra-
das, fueron interrumpidas bruscamente por Socorri-
to Pino, que me jalaba los dedos de los pies y luego
salía corriendo, con una risita de triunfo que me ta-
ladraba los nervios. Como vivía metida en mi casa
a toda hora, conocía el penoso secreto de que yo, con
12 años, todavía me orinaba en la cama, y hasta se
atrevía a preguntarme si aquello no me parecía
vergonzoso. Un día llegó al extremo de decirme que
ella no creía que yo mojara la cama por enfermedad
sino por la pura pereza de levantarme por las ma-
drugadas.

Aunque yo había leído la historia de Socorrito Pino,


que aparece en La eterna parranda, un libro de crónicas
de Alberto Salcedo Ramos que infelizmente todavía no
ha sido publicado en España, me pareció que el cuento
que nos echaba el autor sonaba distinto, tanto que lle-
gué a pensar que era nuevo.

" #"
Unos meses antes había coincidido con Salcedo
Ramos en el Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias
que organizó la Fundación García Márquez para el
Nuevo Periodismo en México DF. Le mostré mi inte-
rés en publicar una crónica suya y le dije que me gusta-
ría que no fuera una historia triste. Tomó el ejemplar
de La eterna parranda que me acabada de dedicar y bus-
có El testamento del viejo Mile, un perfil precioso de
Emiliano Zuleta Baquero, un autor e intérprete de mú-
sica vallenata que, entre otras muchas canciones, com-
puso La gota fría. Además, la historia, bien leída, puede
resultar un excelente manual de seducción para seniors.
A. J. Liebling decía que hay tres clases de periodis-
tas: el reportero que dice lo que ha visto, el reportero
interpretativo, que dice lo que piensa que es el signifi-
cado de lo que ha visto, y el experto, que explica el sig-
nificado de lo que no ha visto. Alberto Salcedo Ramos,
a poco que le dejen, explica que quiere reivindicar un
oficio que comienza moviéndose hacia algún sitio para
contar con las herramientas de la literatura lo que ha
visto, lo que le han dicho y cómo lo han hecho: “La
crónica debe ser veraz porque es un género periodísti-
co”, afirma.
“Si quieres volverte rico”, dijo Salcedo Ramos en su
taller en España, “tienes que ser un petrolero porque de
periodista no se gana dinero”. Por eso destierra la pre-
misa de que solo se gana cuando se cobra el trabajo. La
crónica, para él, es una vocación, algo así como una
misión que ejerce en ese pequeño grupo de la primera
división de los cronistas latinoamericanos junto a Mar-
tín Caparrós, Leila Guerriero y unos pocos más.

$ "
Como buen colombiano, Salcedo Ramos practica el
primer mandamiento de la mañana, “tomar un café”, y
está convencido de que quien quiere escribir siempre
encontrará un argumento para hacerlo. Unos días antes
de que le concedieran el Premio Ortega y Gasset de
Periodismo 2013, le propuse que respondiera a unas
preguntas. En una de las respuestas, hablando sobre el
ejercicio freelance del periodismo, se encuentra la clave
de su forma de entender el oficio:
“Yo elegí hacer crónicas porque me gusta contar
historias”.

Fernando García Mongay, mayo de 2013

" %"
PREGUNTA.: ¿Por qué estudiaste periodismo?

ALBERTO SALCEDO RAMOS.: En la adolescen-


cia yo quería contar historias. Aún no sabía que eso se
podía hacer a través del periodismo, y entonces quería
ser novelista para escribir libros como Hamlet, de Ska-
kespeare, y El extranjero, de Camus, que había leído
con gusto en el colegio. Mi madre me dijo que dedicar-
se a la literatura en un país como Colombia implicaba
el riesgo de morirse de hambre. Así que decidí estudiar
periodismo con la idea previa de que allí encontraría
techo temporalmente, mientras me crecían las alas y
volaba sin miedo hacia la literatura de ficción. El caso
es que apenas empecé mi vida profesional, descubrí que
en el periodismo se podían contar historias, y ya nunca
más he querido ser escritor de ficción.

P.: ¿Crees que el periodista debe estudiar la carrera de


periodismo o consideras que es un oficio que se apren-
de trabajando?

A.S.R.: Los periodistas debemos aspirar a una forma-


ción sólida. Parte de eso se puede adquirir en la univer-
sidad, pero seamos sinceros: la mayoría de la gente no
va a la universidad a prepararse sino a obtener el título
profesional. Abundan los periodistas que reducen su
formación académica a las aulas universitarias, y luego
ya no estudian más, no se capacitan de manera perma-
nente, lo cual es una lástima. La mayor parte de los
saberes prácticos del oficio los adquiere uno en los me-
dios, cuando empieza a trabajar. En las universidades,
& "
por lo general, los estudiantes se retratan al lado de la
piscina pero no aprenden a nadar.

P.: ¿Alguno de tus profesores se convirtió en maestro?

A.S.R.: La universidad te asigna a unos profesores a lo


largo de la carrera. Si tienes suerte, dos de esos profeso-
res te resultan buenos. En realidad, uno inventa a sus
maestros en las lecturas, en las recomendaciones que va
oyendo por ahí, en las búsquedas personales. A mí en
la universidad nadie me dijo que existía Gay Talese: yo
lo descubrí por fuera de las aulas de clase, y de inme-
diato lo convertí en uno de mis maestros.

P.: Comenzaste muy pronto a trabajar…

A.S.R.: Mi primer trabajo remunerado fue en la sede


de la cadena radial Todelar en Cartagena. Ahí remplacé
durante veinte días a un periodista que se encontraba
incapacitado por problemas de salud. Luego conseguí
trabajo en el periódico El Universal, de esa misma ciu-
dad. Me tocaba cubrir el sector administrativo. El jue-
ves era mi día de descanso y yo lo usaba para buscar
historias en los pueblos cercanos: historias de pescado-
res, de músicos populares. Desde el principio quería
hacer crónicas. En El Universal, por cierto, comenza-
ron sus carreras muchos autores importantes del Caribe
colombiano, como Gabriel García Márquez, Héctor
Rojas Herazo y Jorge García Usta.

P.: ¿De quién has aprendido más?

" '"
A.S.R.: A los veintidós años tuve la suerte de encontrar
en El Universal a un gran escritor de mi región: Jorge
García Usta. Gracias a él reafirmé mi pasión por las
historias. Él me dio a conocer a los grandes autores del
periodismo narrativo estadounidense: a Capote, a Mai-
ler, a Talese. Era apenas tres años mayor que yo, pero
parecía haberse leído todos los libros que valían la pena.
Además revisaba mis textos y los descuartizaba con un
lápiz rojo implacable. Me enseñó a dudar de mí mismo
a una edad en que me creía más listo de lo que real-
mente era, y eso fue muy útil para mí. Gracias a él
aprendí que un texto no queda bien escrito cuando uno
simplemente lo escribe, sino cuando uno lo reescribe.
Me gusta depurar los textos, leerlos una y otra vez, y
encontrarles problemas cuando parece que ya están
bien.

Jorge murió en 2005, cuando apenas tenía 45 años.


Su ausencia aún me pesa en el corazón.

P.: ¿Cuándo comenzaste a escribir crónicas?

A.S.R.: Empecé casi desde el momento mismo en que


comencé mi vida como periodista. Me he dedicado a
esto porque es lo mío: amo narrar. Es algo que he que-
rido hacer desde la infancia.

P.: ¿Cuál fue tu primera crónica?

A.S.R.: A los diecinueve años publicaba textos breves


en un periódico de Barranquilla, la ciudad del Caribe
colombiano donde nací. No eran crónicas sino artículos
( "
de opinión. A estas alturas de mi vida puedes jurar que
no hago el mínimo esfuerzo para que se conozcan
aquellos escritos iniciales. Los miro con compasión,
como la quijotada de un muchacho que quería hacerse
oír, pero algunos, francamente, me avergüenzan.

P.: ¿Cómo se trabajaba en El Universal?

A.S.R.: Usábamos unas máquinas de escribir Reming-


ton muy pesadas. Era difícil moverlas del escritorio.
Las teclas eran resistentes. Pulsarlas me daba una sen-
sación de poder que aún siento cuando las oigo sonar
en mi memoria. Nunca he olvidado el tableteo afanado
de esas máquinas a la hora del cierre. Se oían como el
golpeteo de la lluvia en el techo. A mí ese sonido me
producía un estado de excitación sensorial como el que
siente un hambriento cuando pasa cerca a la cocina y
siente el olor de un guiso exquisito.
Para mí el periodo en El Universal fue de mucho en-
tusiasmo. Ganábamos un sueldo precario pero no nos
quejábamos. Teníamos un dicho: aquí no se gana dine-
ro pero se goza. Éramos jóvenes y apasionados.

P.: ¿Y después?

A.S.R.: He trabajado en televisión. Tenía un programa


que se llamaba Vida de barrio, con el cual gané el Pre-
mio Internacional de Periodismo Rey de España. He
escrito en muchas revistas, como SoHo, El Malpensante,
Gatopardo y Ecos. He dictado talleres de periodismo en
una docena de países. A estas alturas ya son muchos los
trabajos que he hecho y citarlos todos sería aburrido.
" )*"
Voy a cumplir cincuenta años, y más de la mitad de ese
tiempo la he pasado ejerciendo el periodismo.

P.: Ahora eres un cronista autónomo.

A.S.R.: Llevo varios años como freelance. Ya no me


gusta estar de planta en una redacción. Me aburro.
Amo conocer gente y lugares, buscar historias. Ser free-
lance me otorga más flexibilidad para manejar mis
tiempos.
Algunos creen que hacer crónicas es tener glamour pro-
fesional, o ser una especie de rockstar del periodismo, y
sinceramente jamás he visto las cosas de esa manera. Yo
elegí hacer crónicas porque me gusta contar historias.
Es algo afín a mi naturaleza. Todo lo que he hecho es
ser fiel a un sueño que tuve desde la infancia. Si aspira-
ra a ser glamoroso sería presentador de modas en tele-
visión, y si aspirara a ser un profesional adinerado sería
ingeniero de petróleos.

P.: ¿Cuándo tomaste la decisión de dedicarte a la cróni-


ca y dejar el periodismo del día a día?

A.S.R.: A mediados de los años 90 yo hacía crónicas


por mi cuenta, pues nadie en los medios me las encar-
gaba. Como no había revistas o periódicos que me las
publicaran, decidí escribir un libro. Eran historias sobre
personajes comunes y corrientes de la vida nacional: el
primer colombiano que estuvo en la Casa Blanca, invi-
tado por John Kennedy; una señora que sobrevivió a la
erupción de un volcán, unos enamorados indigentes, y
así. Escribí esas crónicas por puro gusto, sin saber si-
)) "
quiera si le interesarían a alguna editorial. De hecho,
cuando tenía el libro completo no le interesó a ninguna
de las editoriales grandes. Solo un editor independiente
se animó a publicarlo. El libro se llama De un hombre
obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas.
Fue publicado a mediados de 1999, cuando nadie ha-
blaba de crónicas, cuando la palabra no parecía sexy
como ahora, cuando a nadie parecía interesarle ese gé-
nero. Yo me siento orgulloso de haber hecho ese libro
en tales condiciones, a costa de mi propia seguridad
económica. Julio Villanueva Chang, el fundador de la
revista Etiqueta Negra, me definió una vez como un
kamikaze. Eso he sido: un reportero capaz de asumir
riesgos con tal de ser fiel a su pasión de contar historias.

P.: ¿Conservas los recortes de tus primeras crónicas?

A.S.R.: Tuve un álbum donde estaban pegados mis


primeros recortes de prensa. Se me perdió y nunca supe
dónde, ni cuándo, ni cómo. Mis primeros textos de
periodismo narrativo están recopilados en un libro que
se llama Diez juglares en su patio. Lo escribí en compa-
ñía de ese gran amigo que se murió prematuramente,
Jorge García Usta. Yo crecí oyendo a los juglares de la
música vallenata en el Caribe colombiano. Los prime-
ros periodistas que conocí fueron esos juglares, campe-
sinos analfabetos que tocaban su acordeón mientras
iban en un burro llevando en forma de versos ciertas
noticias de la vida y de la muerte. ¿Por qué digo que
eran los primeros periodistas? Porque a ese territorio
polvoriento no llegaban periódicos. La gente se entera-
ba de lo que sucedía a través de las coplas que los jugla-
" )+"
res entonaban en los caminos. Oír esos versos era saber
qué suerte habían tenido los cultivos de algodón, o cuá-
les eran los últimos amores contrariados, o qué niño
había sido bautizado recientemente. El vallenato era
una música funcional que servía para dar noticias y ha-
cer más gratas las actividades de los hombres en el
campo. Entonces, mi primer libro habla de estos trova-
dores de la cultura popular.

P.: ¿Dónde se aprende a reportear?

A.S.R.: Llevo años haciendo mi trabajo de reportero:


he conversado con guerrilleros, con paramilitares, con
víctimas, con deportistas, con músicos, con creadores,
con seres humanos de diversa índole. Entonces, he ob-
tenido muchas enseñanzas a través de mi propia expe-
riencia. He tenido el cuidado de racionalizar mi méto-
do de trabajo para volverlo conocimiento. Es curioso:
uno primero aprende a hacer el oficio y después apren-
de cómo se hace. Como además de ser periodista dicto
talleres de crónica, procuro elaborar reflexiones peda-
gógicas a partir de lo que voy descubriendo en el traba-
jo de campo. He aprendido, por ejemplo, a buscar las
verdades más allá de las voces de los protagonistas. El
periodismo se ha vuelto rehén de las entrevistas. Todos
los reporteros andan por ahí con su grabadora buscando
la frase del titular. El periodismo se construye hoy a
partir de entrevistas hechas de afán en los ascensores y
en los pasillos de los hoteles. Habla el músico que pre-
senta su nuevo cd, habla el cardenal que conoció al pa-
pa cuando era un sacerdote joven, habla el ministro,
habla el futbolista que metió dos goles en la última fe-
)! "
cha, y así el periodismo está regido por lo que Alma
Guillermoprieto llama ‘el síndrome del entrecomillado’.
Son pocos los que se atreven a estar más tiempo con los
personajes y ver lo que verdaderamente dicen cuando
no están respondiendo nuestras preguntas, lo que dicen
con sus actos. A mí me interesa ser testigo de escenas
reveladoras, no ponerme a disparar mil preguntas en
diez minutos.

P.: ¿Cuál debe ser la principal cualidad del cronista?

A.S.R.: La curiosidad. Querer saber más siempre. Los


buenos reporteros siempre encuentran nuevas razones
para alimentar la curiosidad. Un dato genera nuevas
preguntas, nuevas búsquedas. Sin embargo, eso es algo
que ha ido cambiando en este mundo de vértigo en el
que andamos metidos. Cada vez es más creciente el
número de periodistas que limitan su curiosidad a lo
que les ofrece Google. El nuevo verbo que rige los des-
tinos de la tribu es el verbo “googlear”. Todo se rastrea
a través de ese buscador. Es una lástima, porque si hay
algo grato en el ejercicio del reportero es esforzarse en
la búsqueda y, como producto del esfuerzo, encontrar
pistas de valor. A mí me gusta escarbar los archivos de
prensa, no los digitales sino los impresos, y leer perió-
dicos viejos; me gusta ver al final del día mis manos
ennegrecidas por la tinta. Eso me da una sensación de
que trabajé a conciencia y puedo ir a comerme la cena
con la satisfacción de que me la gané en franca lid.
Así que, además de la curiosidad, yo pondero la ca-
pacidad de evadir el facilismo. Te diría que el buen

" )#"
periodismo empieza justo en el momento en que el
reportero se olvida de Google.
P.: Admiras a Gay Talese. ¿Has conversado con él en
alguna ocasión?

A.S.R.: Es el que más he admirado. Me parece que es


el más completo, porque es muy sagaz como reportero
y muy grande como narrador. Tuve la fortuna de cono-
cerlo e ir a cenar con él en el año 2007. No estuvimos
solos él y yo: estaban también Andrés Hoyos, fundador
de la revista colombiana El Malpensante, Rocío Arias,
su mujer, que es española, y el colega Sinar Alvarado.
Fue una experiencia inolvidable ver a Talese a mante-
les, desprevenido, hablando de sus filias y fobias litera-
rias, y haciéndonos preguntas sobre la realidad de
América Latina. Me sorprendió que admirara a Hugo
Chávez, el presidente venezolano. Hubo un momento
en que le pregunté si sabía cuántas corbatas de seda
tenía. Me respondió que jamás las había contado, y
remató con un apunte divertidísimo: “sé que tengo mu-
chas, pero en todo caso no son tantas como las que
tiene Tom Wolfe”.

P.: ¿Dónde encuentras las historias?

A.S.R.: Las encuentro en la prensa, o en los noticieros


de radio y televisión, o en las voces de la gente con la
que hablo en la calle, o en las recomendaciones que me
hacen los editores que publican mis crónicas. No es que
me levante de la cama, me cepille los dientes y salga
corriendo como loco a ver qué tema me ofrece la prensa
del día. Pero si la prensa trae un tema que excite mi
)$ "
voluntad de dejar un testimonio, yo lo sabré reconocer
entre las noticias. Antes creía que cualquier cosa de la
realidad podía volverse una historia atractiva para los
lectores. Era una visión algo idealista. Ya no trabajo de
esa manera: si el asunto no me atiza, lo dejo ir, así sea
un tema del cual habla todo el mundo. Quiero aclararte
que yo, más que buscar temas, busco historias: si tú me
dices que escriba sobre prostitución, yo ahí no veo na-
da, nada en absoluto. Pero si me dices que hay una
prostituta que sigue activa a los sesenta y ocho años, y
que esa prostituta es la más vieja de su oficio en Co-
lombia, y se llama Mireya Meléndez, ahí sí veo algo
que me produce curiosidad y ganas de tirar la punta del
hilo. Necesito que haya historias y rostros.

P.: ¿Buscas a los personajes o los encuentras por casua-


lidad?

A.S.R.: Cuando me preguntan por personajes pienso


en historias, y cuando me preguntan por historias pien-
so en personajes. Así que aquí vale la respuesta anterior.
P.: Coincides con Talese en la pasión por los boxeado-
res.

A.S.R.: Talese ha escrito algunas piezas estupendas


sobre boxeadores. Quizá la mejor de todas fue la que
hizo sobre Floyd Patterson, aquel boxeador que cuando
perdía se ponía pelucas y bigotes postizos para salir del
coliseo, porque no era capaz de asumir su derrota ante
el público. Pero en materia de boxeo Talese no influyó
sobre mí en absoluto. En ese terreno yo prefiero los
textos de Ring Lardner y los de Jack London. Y si nos
" )%"
vamos al campo de la no ficción, prefiero el ensayo Del
boxeo, de Joyce Carol Oates, y el reportaje Rey del mun-
do, de David Remnick.

P.: ¿A qué otros escritores admiras?

A.S.R.: No sé qué tanto me hayan influenciado, pero


he amado a Truman Capote, a Gabriel García Már-
quez, a Juan Rulfo, a Borges, a Camus, a Julio Ramón
Rybeiro, a Dostoievski, a William Saroyan.

P.: ¿Cuándo sabes que tienes una buena historia?

A.S.R.: Cuando siento que me muero de las ganas de


contarla. Las buenas historias, a mi modo de ver, per-
miten ir más allá del personaje y mostrar tendencias
sociales. Son la expresión reducida de un universo mu-
cho más amplio con el cual pueden identificarse los
lectores. Las buenas historias tienen conflictos que
permiten explorar la condición humana. Yo siempre
cito dos frases que tengo como dogmas en este asunto.
La primera es del escritor húngaro Stephen Vizinczey:
“Todo aquello en lo que no pueda dejar de pensar es mi
tema”. Y la otra es de Norman Mailer: “Cuando un
tema te produzca ganas de trabajar, no lo sometas a la
duda”.

P.: ¿Cómo realizas los trabajos de reporteo, escritura y


edición?

A.S.R.: Robert Louis Stevenson dijo que contar histo-


rias es escribir sobre gente en acción. Pues bien: yo
)& "
siempre procuro ser testigo de muchas acciones que
definan el carácter de los personajes. No me limito a
entrevistarlos. Me gusta acompañarlos en sus espacios
habituales, en diferentes momentos. Además hago mu-
chas entrevistas y leo mucha información previa sobre
los temas de los cuales me ocupo. De la escritura te
puedo decir que es la fase más difícil. Algunos no creen
que yo de verdad piense eso, porque dicen que mi prosa
les suena natural y les parece fluida. Yo les contesto que
la fluidez no es un don concedido por los dioses sino el
resultado de un esfuerzo. Hay que trabajar mucho para
que no se note lo mucho que trabajamos. Lograr esa
naturalidad demanda todo el empeño que te puedas
imaginar. Hay que borrar, cambiar, reescribir. Se sufre
bastante cuando uno trabaja así. Yo dedico las dos pri-
meras horas de cada jornada a editar lo que hice en la
jornada anterior. Así que mi avance en la escritura es
como el del caballo en el tablero de ajedrez: dos pasos
al frente y uno al costado, y a veces me devuelvo. Escri-
bir es tejer a la manera de Penélope: toca desbaratar lo
que ya has bordado y empezarlo de nuevo, lo cual pue-
de ser desalentador. Por eso yo siempre cito una frase
de Dorothy Parker que describe muy bien el estado de
ánimo que uno siente en tales casos: “Odio escribir,
pero amo haber escrito”.

P.: ¿Tomas notas cuando reporteas?

A.S.R.: Claro que sí, especialmente cuando no estoy


conversando con personas. Cuando hago entrevistas
evito tomar notas, porque me parece de mal gusto que
alguien me hable y yo tenga la vista enterrada en una
" )'"
libreta. También grabo. Creo que los dos elementos
más calumniados de la historia de la humanidad son la
carne de cerdo y la grabadora. A esta última todo el
mundo le vive echando la culpa del mal periodismo, lo
cual es tan absurdo como culpar a las camas por las
infidelidades que se cometen en ellas. A mí me gusta la
grabadora porque me permite captar la banda sonora de
la realidad, los sonidos del ambiente, y además me sirve
como libreta de apuntes. Cuando estoy en la fase de
trabajo de campo, consigno en la grabadora, al final de
cada jornada, unos diez o quince minutos de conclusio-
nes sobre hechos de interés que percibí a lo largo del
día, ideas que después aprovecharé durante la escritura.
La grabadora es una herramienta que me permite pro-
longar la memoria: retiene todo lo que dicen los perso-
najes, y de ese modo yo puedo dedicarme a observar
mejor los elementos que componen la escena.

P.: ¿Prefieres la cita textual de lo que ha dicho el entre-


vistado o con la sombra de la frase?

A.S.R.: A propósito de ese tema, en mis talleres de


crónica yo hago el siguiente ejercicio: al final de una
sesión les pido a los participantes que escriban cinco
frases textuales que yo haya dicho a lo largo de la jor-
nada. Me sorprendo cuando veo cómo cambian algunas
de las palabras que dije. Eso sí: en términos generales
conservan el espíritu de la frase. A mí me gusta, en lo
posible, conservar la literalidad. Hay momentos en que
eso es secundario, pero en otras ocasiones es determi-
nante y hay que mantenerse fiel a la frase misma y no
solo a su espíritu.
)( "
P.: ¿Cómo realizas el trabajo de campo?

A.S.R.: Permaneciendo con los personajes tanto tiem-


po como sea posible. Viéndolos actuar en sus espacios,
observando cómo se relacionan con los demás, inten-
tando ser testigo de escenas reveladoras. También, co-
mo ya te dije, entrevistando a muchas otras personas
que conozcan a estos personajes y puedan aportar in-
formación de calidad sobre ellos. Me gusta consultar la
información de prensa disponible. Creo en un trabajo
de campo basado en la paciencia, donde uno pueda
mirar la realidad a fondo y no con ojos de turista. Me
gusta ir muchas veces y acumular datos y más datos.
Los datos más reveladores aparecen cuando uno lleva
rato investigando. Después de varios encuentros, los
personajes se relajan, y ya no posan sino que se mues-
tran como son. En ese momento se atreven a contar lo
que no quisieron contar en la primera cita. Invertir
tiempo en la investigación es regalarse la oportunidad
de ser sorprendido por la realidad.

P.: ¿Intentas ganar la confianza de tus entrevistados?

A.S.R.: No me gusta posar como amigo de los persona-


jes, pero sí aspiro a ganarme su confianza. Si ellos me
perciben como amigo se van a sentir traicionados cuan-
do vean la crónica publicada, porque seguramente voy a
contar algunas cosas que no serán de su agrado. Eso sí:
nada de lo que contaré será de mal gusto, ni injusto, ni
atropellará la dignidad de los personajes. Pero se trata
de cómo los veo yo a ellos, no de cómo se ven ellos a sí
" +*"
mismos. La amistad sería nefasta porque me haría per-
der el control de la historia. Lo que sí reconozco es que
soy un tanto confianzudo a la hora de aproximarme, y
lo hago para derribar las barreras iniciales. Suelo invitar
a los personajes a almorzar y a tomar café. Esas activi-
dades no generan compromisos ni para ellos ni para mí,
y en cambio sirven para procurar una cercanía que es
muy útil para mi investigación. La confianza se cons-
truye en la medida en que los personajes ven la forma
de trabajar de uno, la forma en que uno les plantea las
preguntas, en que uno los oye. Si el personaje tiene
claro que uno es responsable y respetuoso, se prodiga
más en los diálogos.

P.: ¿Cómo consigues que te cuenten las cosas más ín-


timas?

A.S.R.: Así como te lo acabo de decir: invirtiéndole


tiempo al trabajo de campo y generando confianza. En
el fondo, todos los personajes quieren confesarse. Lo
que pasa es que no quieren hacerlo a la primera media
hora, y menos si ven que el reportero es impaciente y
pretende obtener la información de un solo golpe. De
modo que lo que yo hago es ir y esperar mi oportuni-
dad, dejarme ver una y otra vez para que el personaje
vaya entrando en confianza.

P.: ¿Entrevistas siempre en persona o también empleas


el teléfono o el correo electrónico?

+) "
A.S.R.: Siempre en persona. Solo uso el teléfono y el
mail para confirmar ciertos datos que me generan du-
das cuando estoy en la fase de escritura.

P.: ¿Cómo trabajas con el material que reúnes después


de reportear?

A.S.R.: Cuando termina el trabajo de campo, siguen las


transcripciones. Casi siempre las hago yo mismo, aun-
que a veces me apoyo en algunas personas que me cola-
boran en esta etapa. Cuando reviso el material se me
empieza a ocurrir la crónica: por dónde voy a arrancar,
adónde voy a llegar, qué temas me servirán como eje
narrativo. Yo nunca salto directamente del trabajo de
campo a la escritura. Siempre me detengo a pensar cuál
es la ruta de viaje que más le conviene a la historia que
voy a contar. En el momento en que uno empieza a
revisar los datos va haciendo una valoración del mate-
rial con el que cuenta. Eso permite trazar un croquis
tentativo de la crónica: cuál será el punto de partida,
cuál el nudo y cuál el posible remate. La experiencia me
dice, sin embargo, que aunque uno tenga este mapa a la
mano, puede terminar enamorándose caprichosamente
de un detalle de color que ni siquiera figuraba en los
planes iniciales. Por eso creo que ser cronista consiste
en aprender a aprovechar los caprichos que uno tiene
cuando se sienta a escribir.

P.: ¿Eres rápido escribiendo? ¿Cuentas las palabras que


escribes cada día?

" ++"
A.S.R.: Soy más bien lento porque me castigo mucho.
Me parece que el texto no queda bien en la mera fase
de escritura, así el autor sea el más brillante del mundo.
Se necesita la reescritura. Uno escribe con el talento y
reescribe con el oficio. Hay que volver al texto, revisar-
lo, pulirlo, revolcarlo si la historia está mal planteada, y
tener el valor de borrar párrafos enteros, o reelaborarlos
cuando consideremos que no tienen fuerza y claridad.
En un día suelo escribir alrededor de mil palabras, pero
ojo: si solo me sale un párrafo y lo he producido con
esfuerzo, no pienso que el día de trabajo haya sido ma-
lo. Se trata de que mi texto quede lo mejor posible, no
de producir montones de palabras, y si en una jornada
me ha salido un solo párrafo a pesar de mi dedicación,
es porque estoy buscando calidad. Alguien podría decir
que en los periódicos es imposible aplicar semejante
método. Yo le diría que justo por eso no trabajo en un
periódico. Eso sí: cada quien tiene derecho a elegir su
método y a decidir sus prioridades.

P.: ¿Prefieres escribir siempre en el mismo sitio?

A.S.R.: La mesa y el computador son los de siempre,


así como el cuarto de estudio. Necesito esa familiaridad
con el espacio para sentirme a gusto y trabajar mejor.
En cuanto a los hábitos, tomo mucho café negro.
Además me gusta hacer pausas para salir a caminar. Así
combato el encierro, que a veces deprime, y además
tomo distancia del texto. Cuando vuelvo a él, le en-
cuentro defectos que no le había visto antes de salir a
caminar.

+! "
P.: ¿Tú propones los temas a los editores o son ellos
quienes te los encargan?

A.S.R.: Es una relación de doble vía: a veces propongo


los temas, a veces me los proponen ellos. He trabajado
para editores maravillosos, y si algo he aprendido de la
experiencia con ellos es que el buen editor es el mejor
amigo del cronista. Julio Villanueva Chang, director de
la revista Etiqueta Negra, tiene un resaltador implaca-
ble: se mete en el texto y lo vuelve añicos, pero lo que te
sugiere es tan inteligente, tan útil, que difícilmente
puedes controvertirlo. Mario Jursich, director de la
revista El Malpensante, también tiene un paladar exi-
gente y no se conforma con cualquier cosa. Sabe recha-
zar sin que le tiemble la voz. Su trabajo en el texto no
es a partir de lo que a él, como hombre de letras, le
gustaría sino a partir de lo que sabe que el autor puede
darle. Diego Garzón y Daniel Samper Ospina, editor y
director de la revista SoHo, son muy creativos. Son au-
daces, tienen agallas. Ellos me han propuesto muchas
de las historias que he contado. Ambos tienen la pers-
picacia suficiente para saber de antemano cuál es el
autor más indicado para desarrollar sus ideas. Todos
ellos, más otros que no nombro para evitar extenderme
demasiado, me han ayudado a ser mejor.

P.: ¿Cómo ves el futuro del periodismo?

A.S.R.: Creo que sobrevivirán algunos periódicos, mo-


rirán otros y nacerán nuevos medios. Quedarán los que
construyan agenda propia, los que complementen las
noticias con denuncias y con periodismo en profundi-
" +#"
dad, los que generen opinión contrastada y de calidad,
los que sean plurales, incluyentes, los que se atrevan a
construir pactos de transparencia con su público, los
que no estén preocupados por llegarle a todo el mundo
sino a su nicho, los que sepan traducir la realidad a tra-
vés de historias humanas de gran calidad narrativa, los
que dejen de andar dándose golpes de pecho en nombre
de una verdad con V mayúscula que no existe, los que
no sigan empeñados en parecerse a Twitter. No sé qué
suerte correrán los medios, pero sí sé que la humanidad
no se va a quedar sin periodismo.

P.: ¿Y el de la crónica?

A.S.R.: Es sospechoso que un género transgresor se


ponga de moda. Las crónicas que yo hacía cuando co-
mencé mi carrera solo eran leídas por cuatro amigos,
por mi mamá y por mí mismo. Las hacía por puro gus-
to, y en aquel momento no les llamaba crónicas sino
reportajes. Muchos de los cronistas latinoamericanos
empezaron así: atizados, simplemente, por su propia
pasión, arando en el desierto. Lo que me preocupa de
que hoy sea vista como una moda es que algunos chicos
podrían llegar a ella bajo el supuesto de que es un géne-
ro que tiene sex appeal. Sería terrible. Creo que la cró-
nica sobrevivirá si amplía su rango de temas y se atreve
a contar historias del poder. Es necesario explorar las
nuevas realidades de nuestros países: las crisis económi-
cas, los estragos ocasionados por la minería, los intere-
ses de las multinacionales, y no quedarse en el eterno
relato del personaje pintoresco.

+$ "
P.: ¿Un consejo para un joven periodista que empieza a
ejercer el oficio?

A.S.R.: Menos sala de redacción y más calle. Y si es a


pie, mucho mejor.

P.: ¿Recomiendas algún manual de periodismo?

A.S.R.: No me gusta recomendar manuales. Para re-


afirmarme en esta convicción siempre tengo a la mano
una cita preciosa de Quentin Tarantino: “Cuando la
gente me pregunta si fui a una escuela de cine, siempre
respondo: no, fui a cine”.

P.: ¿Y un libro?

A.S.R.: Recomiendo uno de Joseph Mitchell: El secreto


de Joe Gould. Fue publicado inicialmente por la revista
The New Yorker. Un perfil hermoso sobre un vagabun-
do mitómano que frecuenta los bares de Nueva York y
se ufana de haber escrito un libro más extenso que la
Biblia. Es un texto de gran belleza estética que además
tiene mucha hondura emocional.

P.: ¿Qué estás leyendo ahora?

R.: Plano americano, de la extraordinaria Leila Guerrie-


ro. Son perfiles de escritores y artistas. Aún no lo he
terminado, pero te puedo decir que es una joya del pe-
riodismo narrativo, un trabajo muy ambicioso en el que
hay profundidad, experimentación en las formas narra-

" +%"
tivas, una manera de mirar que siempre sorprende al
lector y una calidad literaria única.

+& "
SOBRE ALBERTO SALCEDO RAMOS

Definido por Jon Lee Anderson como “cronista de cro-


nistas”, el colombiano Alberto Salcedo Ramos es autor
de cinco libros de periodismo narrativo, entre ellos La
eterna parranda (Aguilar, 2011) y El oro y la oscuridad.
La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé. Algunas de sus
crónicas han sido traducidas al francés, al italiano, al
inglés, al alemán y al griego, y se han incluido en por lo
menos una docena de antologías internacionales, como
Mejor que ficción (Anagrama) y Antología de crónica lati-
noamericana actual (Alfaguara), ambas publicadas en
España. Es maestro de la Fundación Nuevo Periodis-
mo Iberoamericano y ha dictado talleres de periodismo
narrativo en diversos países. Ha ganado varios premios
de periodismo, entre otros, el Rey de España y el Pre-
mio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de
Prensa (SIP).

Twitter: @SalcedoRamos

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SOBRE FERNANDO GARCÍA MONGAY

Colaborador de El País y del Diario del AltoAragón,


entre otros medios. Escribe el blog Sin Tinta en El
País.com e imparte cursos sobre la edición de libros
electrónicos. Es el creador de la editorial ecicero.es
de ebooks de periodismo. Ganó el Premio del Club In-
ternacional de Prensa en 2004 y el Premio Vodafone de
Periodismo online en 2012. Ha dirigido las trece edi-
ciones del Congreso de Periodismo Digital, que se ce-
lebra en Huesca, España, desde el año 2000.

Twitter: @Mongay55

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SOBRE LA EDITORIAL

eCícero® es una editorial de libros electrónicos de pe-


riodismo de largo formato, entre 5.000 y 30.000 pala-
bras. Los ebooks se pueden conseguir en las librerías
online para Kindle, iPad/iPhone, Nookr y dispositivos
Android o Windows.
El cícero es una unidad de medida tipográfica por la
que se rige tradicionalmente todo el material de im-
prenta en España y en otros países de Europa. Se divi-
de en 12 puntos, equivalente a 4,5126 milímetros en el
sistema Didot. Equivale aproximadamente a la pica
anglosajona.
El logotipo de eCícero está compuesto con el tipo
de letra Didot.

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