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Antecedentes
Como es sabido, la invasión de (1846-1847) tuvo su origen, con el propósito de
anexarse la porción de territorio nacional que correspondía a la parte del Norte del país,
zona limítrofe, con los Estados Unidos. Si descontamos Texas que ya había sido perdida
en 1836 en la «batalla» de San Jacinto contamos además, el territorio de Nuevo México
y el de la Alta California. En total el territorio era de 1.528,241 km².
De este territorio se formaron los estados de Texas, Nuevo México, Arizona, California,
Nevada, Utah y parte de Colorado, Oklahoma, Kansas y Wyoming, de los Estados
Unidos. La situación era previsible: por un lado aquellas regiones se hallaban habitadas
en buena medida por colonos norteamericanos, quienes habían cruzado al lado
mexicano para vivir y trabajar las tierras, y que mostraban descontento de pertenecer a
México. Por otra parte, en los Estados Unidos se perfilaba ya de manera bastante clara,
la teoría expansionista en la que ese estado habría de basar su política durante las épocas
siguientes. Comenzaba a ser ya una república imperial.
La guerra se inició cuando el Presidente James Knox Polk quiso preservar el nuevo
territorio adquirido (La República de Texas convertida en el Estado de Texas) enviando
al ejército estadounidense, el cual debía apostarse en la supuesta frontera con México.
El Presidente estadounidense dio órdenes a sus tropas de traspasar el río de las Nueces
hasta llegar al río Bravo. Texas, cuando aún era República, había intentado extender su
frontera original (el río Nueces) hasta el río Bravo (que eran territorios del Estado
Mexicano de Tamaulipas) mediante el Tratado de Velasco que había firmado el
prisionero General Antonio López de Santa Anna y que no fue reconocido por México.
El primer estrato de esta sociedad discriminatoria por la piel está ocupado, como ha quedado
expuesto, por el sector blanco de la población. Lo constituye una minoría de españoles
peninsulares ricos y muy influyentes (los llamados "gachupines" en Nueva España y
"chapetones" en Perú) y una minoría de criollos que les siguen por prestigio socioeconómico. Es
un hecho manifiesto que a medida que la sociedad colonial se había ido estructurando durante la
anterior centuria, se fue dando mayor importancia a la pureza de sangre, derivando en la
adopción de un sentido jerárquico y aristocrático, perfectamente conformado a principios del
siglo XVIII. Tal fue la importancia atribuida a la limpieza de sangre (que en muchos casos no
era limpieza absoluta de sangre blanca) que con frecuencia los individuos de este sector
recurrieron en este período a la Audencia para certificarla.1
Con frecuencia, estos matrimonios mixtos vincularon miembros de castas próximas castizos,
mestizos-mulatos, etc. La unión matrimonial entre el español peninsular o americano con las
castas inferiores continuó siendo infrecuente, no así la unión ilegítima".2
Rasgos propios del siglo XVIII fueron: el aumento del prejuicio socio-racial de la élite blanca y
la frecuencia creciente de matrimonios mixtos... La situación marginal del individuo de color,
provocada por el rechazo de una sociedad ideológicamente blanca, pero minoritaria
numéricamente, impulsó hacia una mayor unión entre los grupos discriminados o mayoría
cuantitativa.3
Desde luego el desdén de los blancos, españoles o criollos, hacia los mestizos y a las castas, fue
un fenómeno generalizado... A mitad de la centuria (1750) el mestizo había logrado, pese a las
trabas, un modo de vida propio y una actitud sólida frente a una sociedad cuyos rasgos
fundamentales eran el acrecentamiento del prejuicio racial y el reforzamiento de la
jerarquización social fundada en la pureza de sangre, con el consiguiente rechazo de los grupos
inferiores.3