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ANTONIO GRAMSCI: LA ESCUELA AL SERVICIO DE UNA POLÍTICA RADICAL

Casi cincuenta y cinco años después de su muerte, Antonio Gramsci se destaca finalmente como uno de
los grandes teóricos de la doctrina social marxista. Pero la preocupación casi global por sus escritos se ha
visto acompañada por una paradoja que todavía está por resolver. Así pues, el verdadero problema no está
en etiquetar de tradicionales o progresistas, en el sentido histórico convencional, algunos elementos de la
obra de Gramsci. Por el contrarío, el punto de partida teórico decisivo para evaluar los escritos de Gramsci
sobre la educación es si — o no — su problemática sobre la enseñanza escolar, las cuestiones que plantea y
las sugerencias que apunta ofrecen los materiales conceptuales necesarios para construir una pedagogía
crítica coherente tanto con sus propios objetivos de cambio social radical como con las necesidades de la
clase trabajadora en los países industriales avanzados de Occidente durante las décadas de 1980 y 1990.
La obra de Harold Entwistle. Según esta interpretación, la pedagogía crítica se apoya exclusivamente en
instituciones destinadas a la educación de adultos: por ejemplo, fábricas, sindicatos, etc. Así pues, en
nombre de Gramsci se nos pone en contacto con un dualismo más bien extraño: por una parte, la
enseñanza escolar para niños es vista como un ejercicio en (a imposición de disciplina, trabajo monótono y
hechos «objetivos»; es decir, la escuela se convierte en un lugar donde los profesores pueden inculcar
mecánicamente en los estudiantes de clase trabajadora las herramientas y las «virtudes» de la cultura y la
historia «tradicionales». Por otra parte, la educación de adultos se caracteriza por la autor reflexión, el
pensamiento crítico y unas relaciones entre profesor y alumno en que ambas partes están activamente
comprometidas como aprendices en la búsqueda de la verdad y del cambio social.
En el sentido más importante, el dualismo que caracteriza la interpretación que hace Entwistle de
Gramsci y de la enseñanza escolar representa la clave para comprender la metodología que utiliza para
desarrollar su tesis. Es una metodología reduccionista y al mismo tiempo no dialéctica. Su razón de ser no
empieza con un problema o tema que deba investigarse, sino con un fervor mesiánico que pretende
imponer una lectura positivista de la obra de Gramsci, lectura que desgraciadamente presenta al pensador
italiano como un burdo defensor del tipo más reaccionario de pedagogía. Por otra parte, da la impresión de
que Entwistle ha utilizado este libro para exorcizar la influencia «maligna» de los nuevos sociólogos de la
educación y de los educadores críticos neo marxistas. En ambos casos, la interpretación no se ajusta a la
realidad.
Gramsci fue muy claro en lo que se refiere a abandonar la acción humana y la práctica social a
proyecciones basadas en leyes estadísticas y modelos de subjetividad y predicción. El pensador italiano
sostenía que semejante punto de vista no sólo reforzaba la pasividad entre las masas, sino que además
reforzaba la falsa idea de que el futuro podía predecirse mediante una lectura mecánica del pasado." El inte -
rés de Gramsci por los «hechos» y el rigor intelectual en sus escritos sobre educación únicamente tienen
sentido como una crítica debidamente razonada de aquellas formas de pedagogía que separan los hechos
de los valores, el aprendizaje de la comprensión y el sentimiento de la inteligencia.
Para Gramsci, la pedagogía radical era histórica, dialéctica y crítica. Más que adular la «urgencia» de las
necesidades humanas o, respectivamente, de los hechos, lo que él rechazaba era la mera facticidad y exigía
que la enseñanza escolar fuese «formativa, al mismo tiempo que "instructiva"».' Para Gramsci, la tarea
pedagógica consistía, en parte, «en mitigar y hacer más fructífero el enfoque dogmático que
inevitablemente debe caracterizar estos primeros años. En otras palabras, la afirmación de Gramsci según a
cual «siempre se necesitará un esfuerzo para aprender autodisciplina y autocontrol físicos, puesto que el
alumno debe someterse a entrenamiento psicofísico», se distorsiona seriamente cuando no se la entiende
dentro del contexto de sus otras observaciones acerca del aprendizaje y el desarrollo intelectual." Por
ejemplo, en 1916, Gramsci escribió:
Tenemos que: romper con la costumbre de pensar que cultura es sinónimo
de- conocimiento enciclopédico, como consecuencia de lo cual el hombre
es visto como un simple depósito en el que se vierten y conservan datos
empíricos o hecho brutos aislados que él tendrá que archivar
posteriormente en su cerebro como en las columnas de un diccionario de
tal forma que, a su debido tiempo, sea capaz de responder a los diversos
estímulos del mundo externo. Esta forma de cultura es verdaderamente
nociva, especialmente para el proletariado. Sólo sirve para crear
inadaptados, personas que se consideran superiores al resto de la
humanidad por haber acumulado en su memoria una cierta cantidad de
hechos y fechas, que ellos sacan a colación a tiempo y a destiempo hasta
levantar casi una barrera entre ellos mismos y los demás.
Entwistle despolitiza la relación existente entre poder y cultura y, consiguientemente, trivializa el papel
que desempeñan las escuelas en la determinación de lo que es conocimiento y práctica social legítimos.
Como consecuencia, su propio análisis no es en último término otra cosa que una forma de ideología de
gestión, en la que las cuestiones relativas a la relación entre conocimiento y poder han sido sustituidas por
otras que se limitan a indagar cómo debe enseñarse y aprenderse un cuerpo dado de conocimiento en el en-
cuentro del aula.
Un punto significativo lo desarrolla parcialmente Entwistle al afirmar que el concepto de Gramsci de
hegemonía ha sido mal interpretado y aplicado por diversos educadores radicales. Al contemplar la
hegemonía simplemente como sinónimo de imposición de significados —o sentidos—, los educadores en
cuestión han analizado el concepto, definiéndolo meramente como una forma de inculcación. Es éste un
correctivo importante en la comprensión de cómo los mecanismos de dominación ejercen su mediación
entre la sociedad en general y la escuela, particularmente en la forma en que se auto manifiestan en las
prácticas materiales de las relaciones sociales del aula, en las prácticas ideológicas de los profesores, en las
actitudes y conducta de los estudiantes y en los mismos materiales del aula.
El concepto de Gramsci de lucha ideológica era excesivamente crítico como para sugerir que los
profesores deberían limitarse a transmitir la cultura de la corriente mayoritaria. El pensador italiano
sostenía que la cultura humanística tradicional debería ser dominada, si bien en el sentido dialéctico de que
había que entenderla para poder después criticarla y rearticularla de acuerdo con las necesidades de una
clase trabajadora radical. Oposición, y no transmisión, es el motivo crítico que Gramsci plantea como la
tarea pedagógica clave de la enseñanza escolar radical. Esto sugiere que no se debería hacer tabla rasa de la
cultura existente, ni se la debería «reemplazar por otra completamente nueva y ya formulada. La tarea de la
escuela radical consiste más bien en un proceso de transformación (orientado a producir una nueva forma)
y rearticulación de elementos ideológicos existentes».
Para Gramscí, el «sentido común» no se limitaba a sugerir la idea de conciencia mistificada, sino que además
se refería al terreno en que los hombres adquirían conciencia de sí mismos. Dicho más sencillamente, la
cultura de la clase trabajadora no debe equipararse con la pasividad y la unidimensionalidad, sino que ha de
verse como una modalidad de la práctica incapaz de «romper con el mundo dado y de transformarlo». Lejos
de ser algo pasivo, semejante visión del mundo es simplemente «desarticulada y ambivalente».
La tarea de los educadores críticos no consiste en negar la cultura de la clase trabajadora, sino en utilizarla
como punto de partida para comprender cómo algunos estudiantes dotan de significado al mundo. Los
estudiantes deben ser capaces de hablar con sus propias voces, antes de que aprendan a salir de sus propios
marcos de referencia, antes de que puedan romper con el sentido común que les impide comprender las
fuerzas socialmente construidas que subyacen a los procesos de la formación de sí mismos y lo que significa
tanto desafiar dichos procesos como romper con ellos. La idea de Gramsci de que el sentido común contiene
las semillas de una visión más racional del mundo refuerza su punto de vista acerca de que la tarea del
intelectual consiste en desarrollar luchas contra hegemónicas utilizando la conciencia popular como punto
de partida de toda relación pedagógica. Cuando Gramsci sostiene que «todo profesor es siempre un alumno
y todo alumno un profesor»,"' no está olvidando su llamada en favor de una pedagogía disciplinada. Lo que
está haciendo es introducir un principio educativo dentro de las relaciones entre profesor y estudiante que
no deja espacio para el elitismo o la pedantería estéril. La idea de que el profesor es siempre un aprendiz
coloca a los intelectuales en la posición no sólo de ayudar a los estudiantes a asimilar sus propias historias,
sino también de observar críticamente la naturaleza de su propia relación con estudiantes de la clase
trabajadora, así como con otros grupos oprimidos. La observación de Gramsci de que «el elemento popular
"siente" pero no siempre conoce o comprende, mientras que el elemento intelectual "conoce" pero no
siempre comprende y sobre todo no siempre "siente"»," pone de relieve dos importantes dimensiones de la
hegemonía que deben ser contestadas en las escuelas. Por una parte, las ideologías deben ser combatidas y
desobjetivizadas, va sea en los currículos explícitos o en los ocultos. Por otra parte, las prácticas
hegemónicas que están sedimentadas en las relaciones sociales del encuentro del aula., y que forman parte
de la sustancia misma de la tesitura de nuestra estructura de necesidad y de nuestras personalidades, deben
transformarse mediante formaciones sociales concretas que permitan la comunicación y la acción críticas.
Únicamente dentro de este ti po de pedagogía serán los educadores críticos capaces de comprender cómo
están contenidas las semillas de la reproducción social y cultural dentro de la naturaleza misma de la
resistencia estudiantil, y cómo ellos mismos pueden, por ejemplo, utilizar esta intuición para transformar lo
que a menudo es una resistencia cultural mal orientada en formas de conciencia Política y acción social

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