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Y dijo el Albéitar: ” mea fuerte, caga duro y manda al médico a tomar...”, pero no a la enfermedad.
Sin embargo, el esfuerzo y tenacidad de aquellas gentes llegan a posibilitar hasta
cierta capacidad de inversión, tales como la adquisición de alguna/s parcela/s, como la
adquisición de aquella finca de 6.000 pts. que causó hasta sorpresa y envidia entre
algunos burgueses de la Villa, o la costosa conversión de algunas en viñedo, inversión
rentable y hasta de cierto prestigio social y económico.
Cierto es que los trabajos que realiza el varón son arduos y duros, versátiles hasta
cierto punto, pero que siempre requieren de un esfuerzo y resistencia física a toda
prueba. Tanto es así que, desde lejanos tiempos, se ha entendido que el trabajo-trabajo
era el trabajo físico.
No es menos cierto que los trabajos de la mujer son, más bien, de resistencia en la
continuidad, de mano de acero en guante de seda, más versátiles, integrados por
muchos pocos, pero que requieren siempre de una omnipresencia y eficacia
contrastadas.
La sabiduría práctica de aquellas mujeres y su buen sentido común, constancia y
tenacidad, las hacen acreedoras a merecimientos iguales o superiores a los del varón, sin
embargo la historia de los humanos ha sido la que ha sido.
Uno ha de tener bien presentes y dejar constancia de aquellas viudas que, con tres o
cuatro niños, todos ellos menores de edad -que cabían debajo de un cesto- consiguieron
salir adelante tras un denodado empeño, buen hacer, entereza física y moral, renuncias y
esfuerzos mil. Mujeres paradigmáticas que han formado parte decisiva de esa grande y
difícil epopeya que es la diaria existencia. Por otra parte, sería una ignominia olvidar la
entereza física y moral de aquellas otras mujeres que, siendo madres-solteras, hubieron
ellas y sus hijos de hacer frente a mil desprecios y desconsideraciones, siendo
acreedoras a la mejor dignidad.
Los trabajos y tareas de los varones se circunscriben en torno a: las distintas y
siempre inacabadas e inacabables aradas en rectos surcos, fruto de una secular maestría.
Echar el agua a los prados en el otoño invierno y primavera. Sembrar el trigo y demás
cereales en su justa y precisa distribución. Situar las morenas en el adecuado lugar y
acarrear sus manojos hasta la era. Confeccionar con los manojos unas medas en formas
geométricas elegantes y seguras ante el aguacero. Las destrezas en aventar la parva
hasta conseguir el logrado y definitivo muelo. Guardar la paja larga o trillada. La
maestría en crabuñar y afilar la guadaña, facilitando, de esta forma, una siega menos
esforzada y agobiante. Cargar, descargar la hierba en el cerrado y asfixiante pajar.
Confeccionar el medero a prueba de vientos, invierno y aguas.
Hacer de experto matarife y, como el mejor tablajero, partir los cerdos en las
ajustadas piezas y salarlas en el medido tiempo.
La poda sabia, justa y rápida de la vid. Abrir el majuelo, cerrarlo, escarbar, así
como azufrarlo y sulfatarlo a su debido tiempo. La atención y esmero de la huerta ,
aunque haya que deslomarse para regarla en las inacabables subidas y bajadas del
caldero sujeto a la cabeza del cigüeñal. Saber arrancar las patatas, con arado del país,
sin destrozo alguno. Conducir, por Cansavacas o el terrible Vallenón de por medio, la
vaca al semental. Lavar y azufrar las cubas, peligrosa tarea, pero de vital importancia,
para la sanidad, aroma y color del vino. Sacar los pesados cestos de uva por el
empinado majuelo. Dirigir por atroces caminos, y sin mayores sobresaltos, la pareja y el
carro con la cesta de vendimiar y el precioso fruto hasta el lagar. Saber atender el lagar
de torniquete y pienso, distribuir los distintos tipos de mosto y cantidad de madres en
las cubas. Cargar la prensa, desahogarla y achucharla con templados y ajustados golpes
de palanca. Vigilar la fermentación y estado del mosto y vino a lo largo de su tiempo
,moverlo o levantarlo -diariamente- con la escudilla, atestar y trasegar en su justo
momento. Barrar las cubas.
Ajustar la venta del vino con los avezados vinateros y transigir -o lo tomas o lo
dejas- con quienes ya traen un cántaro de mayor capacidad. Habrá que estar muy atento
al canto de la medida y contabilizarla con rayas de tiza en la luna de la cuba. Y, por
aquello de que el vino va para Asturias y que no se vuelva, resulta preciso, según el
vinatero, terminar de atestar los vocoyes con vino del tino, pero del sin medir. El día de
la venta y envase del vino, a pesar de las pillerías, es un día para la autoestima familiar
y poder presumir de tan largo y costoso logro ante los convecinos, por lo que se ha de
festejar con buena comida; van en ello muchas horas de trabajo e incertidumbres.
Vender un ternero al carnicero, en razón del peso a la estima, es tarea de tira y
afloja, idas y venidas, que pueden alargarse durante un mes, pero que siempre ponen en
juego el ingenio y las habilidades de cada uno, a la vez que posibilitan el intercambio de
puntos de vista sobre la vida y sus quehaceres, porque cualquier transacción supone
contactos sociales e intercambios verbales que son siempre de desear.
Comprar-vender un animal vacuno en la feria a los pícaros y resabiados chalanes -
con sus ganchos-, es asunto más que complicado pues, sin unos nervios bien templados,
es fácil caer en sus remates de tijera y demás enredos. Los chalanes saben muy bien, y
lo ponen en práctica, que al buey por el cuerno y al hombre por el verbo. Ante tamañas
escaramuzas, la mujer, con más sentido práctico que su marido, suele advertirle siempre
aquello: ”la desconfianza y el caldo de gallina no hicieron daño a nadie, pues ninguna
cosa se compra o se vende si no se han dicho, al menos, doce mentiras”.
Hay ocasiones en que las urgencias de los réditos, enfermedades y otros, precipitan
tener que vender cebada o trigo a los almacenistas de la Villa que, sabedores algunos de
las necesidades del labriego, llegan a tomar como muestra al más pequeño de los sacos
en peso y volumen que, multiplicado por el número de los mismos, les facilita una
operación redonda.
El tener que pedir dinero a rédito para la adquisición de la tan deseada parcela, es
una tarea que habrá que cavilar de manera ponderada, pues se ciernen sobre la misma
los difíciles avales, riesgos e incertidumbres mil.
El sobrio y sencillo modo de vivir de los campesinos asume el diario compromiso
del trabajo con mesura y sin agobios, porque trabaja para vivir, aunque sabe muy bien
que la naturaleza no tolera manguelos y distraídos. Si el pájaro no está alerta al quién
vive, será víctima del consiguiente depredador. En cualquier caso, el tiempo lo da Dios
de balde y no por mucho madrugar amanece más temprano. La sabia mirada de la vida
también enseña que: ”Le enterraron de prisa y nadie le dio importancia” (V .Crémer).
Sin prisa y sin pausa caminan lejos de la competitiva y despiadada lucha de la vida
urbana, por lo que el labriego no llega a comprender la feroz competitividad, la
especulación y la codicia como formas de vida que, a su entender, conducen siempre al
miserable engaño y corrupción de los mejores valores de la persona y la sociedad.
Los trabajos y tareas femeninas tienen lugar en todo aquello que remite a la crianza,
alimentación y limpieza de los niños, tareas de la casa, campo y animales. No resulta
posible olvidar el enorme trabajo de aquellas mujeres que, de rodillas, con cepillo ,
estropajo y asperón, trataban de tener una casa decente y aseada. La casa es
suficientemente acogedora con lo más indispensable, lejos todavía de eso que llamamos
confort, pues una o tres bombillas de mortecina luz, cuando no hay cruce o restricción
y, en su defecto, el candil de carburo o la vela en la palmatoria. El calendario, con el
insólito papel repujado, decora la desnuda pared de la cocina: ”Casa Manila. Demetrio
Tahoces. Ultramarinos Finos”, es más que suficiente para ilustrar sobre el mar y lugares
insólitos.
Las largas e increíbles tareas de lavado y planchado (plancha alimentada con brasas)
de la ropa de la casa. Las labores de repaso de la ropa, zurcidos, echar piezas a las
sábanas, camisas y pantalones. El tejer escarpines, bufandas, jerséis.
Cuidar que en el corredor o balcón haya siempre begoñas, geránios, siempre-
florida, claveles, no tiene importancia el estar plantadas en los más inverosímiles
recipientes. No han de faltar las plantas medicinales, siempre necesarias, en el entorno
del pozo. Cuidar del huerto y la huerta que no sólo proporcionan los ingredientes de la
condición y calidad de puerros, pimientos, lechugas, tomates, sino la base del mejor
plato posible de diario o festivo: el caldo sólo o el insuperable caldo añadido.
Aquellas amorosas madres que, al sol, toalla al cuello, tijeras y peine en ristre,
configuran modernos cortes de pelo de espléndidas escaleras en niños y adolescentes,
poniendo en descubierto la biografía de tantas calaveradas, a la vez que desparasitan de
tan miserables e incómodos okupas.
Ordeñar las vacas, alimentar cerdos y vacas, recoger comida de alcacer, maíces,
berzas, para los animales, labrar los garbanzos, sachar el trigo, segar el pan, balear la
era, la parva del trigo, la desenvoltura en hacer los vilortos para atar el pan. La siembra
de las patatas, garbanzos, alubias, ajos, maíces... en los tiempos lunares favorables .
Recoger leña del monte y sarmientos de la viña para los usos domésticos. Todo el
sinfín de tareas y cuidados que conlleva la matanza y el mondongo, así como la
adecuada distribución de los recursos alimentarios a lo largo del año, porque siempre
hay más días que longanizas.
Hacer, con los justos ingredientes, los siempre apetitosos desayunos, comidas y
cenas. Arrojar el horno a la temperatura idónea, amasar y conseguir el adecuado lielde,
cocer el pan, de irresistible aroma por su justo punto, como corresponde a tan antiguo y
familiar alimento y la insuperable empanada de acelgas u hojas de remolacha, patatas,
aceite y pimentón, dorada con un suave toque de tocino que, salvo los insuperables
casos de irresistible hambre o gula, sólo habrá de consumirse en el círculo familiar y
amigos, con el mejor vino, y la rasqueta también lo es.
La mujer cuida y conforta a los enfermos y ancianos. Con elegancia moral, sabe
disimular bajo el delantal la libra de chocolate, el codillo de jamón o la ya pelada
gallina, para que la parturienta tome los caldos y de esta guisa se reponga con mayor
facilidad.
Las gitanas y mendigos saben dónde tienen sus valedoras: José, el General-Soldado,
de Dehesas, la Muda, Jalisco, el Estraperlista de pata de palo, Carmen la de Ramón el
Gitano (...) saben que la respuesta a su demanda no será “Dios le ampare”, sino el pan,
siempre escaso para todos, pero bendecido con amoroso beso.
La mujer asiste a los actos religiosos, siempre que le es posible, esto es, los siempre
diarios y festivos. Encarga los sufragios y responsos por los familiares difuntos que
tanto en días de diario como festivos, le son siempre presentes. Los tiempos de luto y
de alivio, a partir de cierta edad, son ya inseparables compañeros de la vida.