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LABRIEGOS O BREVIARIO DE UN TIEMPO CERCANO (III)

Felipe Martínez Álvarez

Una agricultura precaria

Las explotaciones agrícolas de nuestros mayores eran de reducida extensión e


integradas en el terrazgo en un variable número de parcelas de tamaño y configuración
distintas. Buena parte de las mismas lo era en régimen de arrendamiento, algunas en
aparcería. Las parcelas, conforme a las calidades del terreno y orientación, solanas y
abeseos, y a las necesidades de autoconsumo, dan lugar a los policultivos de cereales
(trigo, cebada, centeno), leguminosas (garbanzos, pedruelos, guisantes,habas gallegas),
patatas, forrajes (alfalfa, maíz, alcacer, nabizas, remolacha forrajera, repollo de asa de
cántaro) y a una cierta agricultura promiscua, caso de los almendros, cerezos y pavíos ,
en viñedos. Los pastizales de un pelo, por lo regular, comportan una decisiva
importancia en la alimentación de los animales de tiro y carga, sin los que la actividad
agraria estaría condenada a su extinción. El huerto, con sus añejas colinas, repollos de
Lugo y Pombriego, de cimas y bertones”, pues los bertones de febrero saben a
cordero”, abastece de tan importantes ingredientes, invitados permanentes de la olla y
diaria mesa. La huerta, de mayor variedad aunque de dimensiones reducidas, es de una
importancia más que decisiva en platos y sabores.
Una aspiración ineludible del campesino es llegar a ser propietario de aquellas
parcelas que trabaja en régimen de arrendamiento y, a ser posible, adquirir otras, en
especial las que son colindantes o complementarias en cultivos. A estos efectos no tiene
otra alternativa que la de endeudarse en réditos y difíciles amortizaciones, de usura con
frecuencia, ”porque la injuria de los tiempos obliga a los campesinos a recurrir a los
poderosos” (M. de Cervantes).
Pretende de esta guisa subvenir a las necesidades de supervivencia, así como a los
fines reproductivos y sociales de la familia, siempre dificultoso asunto porque la
naturaleza no es sumisa ni controlable, casi todo ha de dormir muchas noches a la
intemperie de los cielos o las estrellas, comportándose, con frecuencia, como
amiga/enemiga, imprevisible siempre, y hasta parece constituirse como un todo
orgánico y animado de vida propia.
Comer, beber, arder y vestir –en antigua expresión- resultan variables
imprescindibles pero de difícultoso logro, preñadas siempre de riesgos e
incertidumbres. Son años difíciles, inseguros y de acuciante hambre de pan -la envidia
del pan blanco, o parecido a pan, y hasta de las tortas hechas en la sartén- para los más.
Todo, o casi todo, está intervenido, por lo que el campo se constituye en principal base
económica y protagonista del diario sobrevivir. ”Dime lo que un pueblo come y te diré
el papel que desempeña en la historia”, “Nuestro destino está en las manos de los que
aran la tierra , de los que cavan la viña, de los que plantan el naranjo, de los que
cuidan la cabaña...” (Blas de Otero).
Producción y autoconsumo son fórmulas para mejor subvenir a las propias
necesidades, haciéndose fuerte el dicho tradicional: ” nada comprar, porque todo se ha
de producir en casa” o ”lo cultivado y elaborado en casa merece mejor consideración
que lo comprado o de origen desconocido”, si bien es cierto que tal actitud, además de
quimérica, el tiempo se encargará de mostrar que es raíz de toda suerte de miserias.
Nada se puede ocultar a la escrutadora mirada de Leviathán.

La tierra, como propiedad y explotación familiar, ha de proveer a la mayoría de las


necesidades económicas y sociales de la familia, por lo que se constituye siempre en
realidad de carácter prioritario, más importante que el mismísimo hogar. Los enseres de
la casa, excepto la ropa blanca y de cama, son siempre de inferior rango, no acucian,
siempre pueden esperar.
Los bienes raíces conforman un todo cuasi sagrado e intocable, pero también son
fuente de un sinnúmero de problemas de vecindad por motivos de lindes, pasos, cierres,
aguas, árboles, etc., pero la necesidad vital de adquirir más parcelas llevará, en algunos
casos, a tener que repartir o vender en tablas bienes de propios del Concejo.
Son pocas las familias que en cada localidad poseen una explotación agrícola
relativamente razonable que les posibilite producir para el autoconsumo y cierta
cantidad de excedente agrícola, y así disponer de cierto numerario que permita hacer
frente a toda una serie de devengos tributarios o el pago en especie -cuartales de trigo-
o en metálico, de la iguala médica. Los temores, más que fundados, a los gastos en
medicamentos de la botica -la maldición es: que lo gastes en botica- o la obligada
hospitalización en el de la Reina Católica, por razón de estar empuchicado, de un
paralís o aire, tisis, apéndice, hernia... , pues el S. O. V. I o “seguro de la perra-gorda”
(década de los años 30) es más bien escuálido y de carácter restringido. El cambio en
la dieta alimentaria, para poder paliar las secuelas de la tensión y otras, a base de
pescado blanco o la toma de aguas en Molgas o Guitiriz, obligará a complicar, más aún,
el ya raquítico presupuesto familiar.
Entonces apareció la siniestra sombra de Leviathán advirtiéndole: ”obedece, calla y paga”.
La obligada entrega de cereal al Servicio Nacional del Trigo -a precio oficial o de
tasa- y así posibilitar el racionamiento de víveres para los más, las solidarias requisas ,
la clausura de molinos, bajo apercibimiento de fuertes sanciones pecuniarias (1.000 pts.)
y otras a quienes osen acudir a los mismos con su quilma de trigo o centeno. El
obligado trueque de trigo por harina y tercerilla en la “Fábrica de Harinas El Catalán”
en el paraje Ribera Saldaña. Los tributos de la Cámara Oficial Agrícola de la Provincia
de León, Cámara Oficial de la Propiedad Urbana de la Provincia de León, la
Contribución Territorial Urbana y Rústica, Impuesto de Plagas del Campo, Impuestos
sobre Derechos Reales y Transmisión de Bienes, Notaría y Registro, los Arbitrios del
viejo Consumo -causa de numerosos enfrentamientos y disgustos- así como los
insaciables arbitrios del arriendo de los Fielatos (...). Los gastos de entierro y funerales
en los inevitables infortunios de la vida (...), propician tal suerte de dificultades,
desasosiegos e incertidumbres que dan cierta razón a las repetidas lamentaciones de la
“tía ” Generosa con aquello de: ”todo son disgracias , hijo ”.

Y dijo el Albéitar: ” mea fuerte, caga duro y manda al médico a tomar...”, pero no a la enfermedad.
Sin embargo, el esfuerzo y tenacidad de aquellas gentes llegan a posibilitar hasta
cierta capacidad de inversión, tales como la adquisición de alguna/s parcela/s, como la
adquisición de aquella finca de 6.000 pts. que causó hasta sorpresa y envidia entre
algunos burgueses de la Villa, o la costosa conversión de algunas en viñedo, inversión
rentable y hasta de cierto prestigio social y económico.

Ahorrar es siempre menester, pues el mundo da muchas vueltas.

La adquisición del increíble y eficaz arado de vertedera giratoria en 180º, la


bicicleta (Orbea) para que el chico pueda desplazarse a la Villa y aprender
mecanografía y algo de contabilidad, la máquina de coser (Sínger) para la casa y hasta
la confortable cocina económica con el calderín de agua caliente (Segarra Hijos-
Bilbao) ...
La tenacidad, persuasión y facilidades ofertadas por algún comercio, como el del Sr.
Miguel Guerrero, posibilitarán la adquisición de la prensa de huso, pinas y palanca que
sustituye al entrañable lagar de viga, huso y pienso, llega a constituirse en objeto de
deseo y envidia por su relativa rapidez y rendimiento en las labores de prensado de uvas
y hollejos, porque conseguir unos cántaros más de mosto hace más cántaros de vino.
Un carro nuevo de mayor envergadura y resistencia, una cesta de vendimia con
mayor capacidad y lona hasta arriba de la cesta, una bomba de palanca manual para el
trasiego del mosto o del vino, las máquinas de sulfatar y azufrar, los tinos de cemento
en lugar de las legendarias cubas de madera de roble, de mejor almacenamiento,
limpieza y conservación del vino..., constituyen hitos insospechados. En verdad, parece
ser cierto aquello de que: lo que es útil , también da de comer.
El numerario provendrá de la venta de los excedentes del vino, cebada, terneros ,
leche, cerdos de ceba, de cría, lana y hasta de jornales para terceros. Un medio de
garbanzos, dos pollos, una pareja de conejos, dos docenas de huevos (a ocho reales y
dos perras-gordas la docena) y algo de fruta (cereza, ciruela, manzana) en los mercados
del miércoles y sábados -en otro tiempo domingos para beneficio de los trabajadores-
en la Villa, dan lugar a unos muy apreciados ingresos en la economía doméstica, si bien
estos ingresos son, en muchos casos, resultado de privaciones, muy en consonancia con
la frugalidad, sobriedad y sencillez del modo de vivir campesino que, al decir de
algunos, no vive ni se alimenta en la ideología del deseo, pues la abundancia, que es
siempre un fenómeno efímero, puede conllevar tantos problemas para el hombre
imprudente como el hambre misma. “No hay nada tan beneficioso que no pueda ser
dañino” (Publio Ovidio).
La pérdida de un animal de carga o de tiro, de un cerdo, una mala cosecha, las
plagas, el temible pedrisco, una helada negra, los años del hambre de persistente lluvia
o sequía, el incendio de la vivienda, pajar o medero, son daños de difícil superación, si
no ocurre la solidaridad de los familiares y convecinos, que no suele faltar, al igual que
la de pueblos vecinos.
Hay otros labriegos que trabajan una exigua explotación agrícola y que, a base de
gran esfuerzo personal, o bien emparejando su vaca con la de un convecino, usando de
la prensa o lagar del familiar o amigo... , consiguen sobrevivir y hasta lograr algún
excedente que habrán de complementar con los trabajos a jornal en las labores de poda ,
escarba, siega, abrir-cerrar viñas y acarreo de uvas.
Otros, que apenas si poseen propiedad rústica, habrán de buscar las habichuelas en
aquellos empleos que ofrece la actividad industrial en la Villa de Ponferrada, Villablino,
en los oficios de albañil, carpintero, herrero, barbero, zapatero, cantero, listero, mozo de
tren, de estación, minero, peón en las apeas, peón de carga-descarga de los vagones de
carbón (...), a la vez que disponiendo de cierto tiempo, restándolo al merecido descanso
y sueño, ofrecen su capacidad de trabajo en las diversas labores agrícolas, porque es útil
todo cuanto ofrece mayor seguridad y que, además, da de comer.

Matrimonio y división del trabajo

Cuando poco puede ser mucho.

En una actividad agrícola sin mecanizar, de autoconsumo y, por lo general, de


excedentes por privación, es necesaria la colaboración de toda suerte de efectivos
humanos que, en principio, cual ocurre en un organismo, se encuentran en la misma
familia extensa, formalizándose ésta, por tanto, como unidad de producción y consumo.
Se trabaja según las exigencias de la naturaleza de la que se forma parte, que
dormita en invierno, bosteza y despierta con la ya gozosa, inestable e imparable
primavera, vigorizándose, más aún, en el ansiado verano que multiplica las faenas
agrícolas, por lo que todo esfuerzo y refuerzo es siempre escaso. El sol, las estrellas y la
naturaleza marcan los tiempos y ritmos de los trabajos.
Para un labriego tiene poco sentido, y menos eficacia, la división del día en los tres
ochos en que se conforma la vida urbana e industrial. Es más, eso de la hora oficial les
resulta estéril a la vez que entorpece los trabajos agrícolas, si bien habrá de ser tenida
en cuenta para otros menesteres extraños a las labores agrícolas.
En cierta ocasión el “tío” Vitorio -santo labriego- refería su forma de percibir la
división del trabajo dentro del matrimonio, sirviéndose del ejemplo de dos cepas de la
misma viña: una de la variedad palomino (jerez) y la otra de mencía. Ambas tienen
distinta madera y vigor, distinta poda, diversa resistencia a las enfermedades, diferente
color de la hoja, así como frutos de variado tamaño y cantidad. Es frecuente que las
varas y zarcillos se interpenetren y hasta casi se confundan. La una tiene más fácil
vendimia que la otra. Mezclados los racimos en el lagar construyen el aterciopelado
caldo de vino clarete de medio color, ”ojo de gallo”, de ”perdiz” que sólo sabe a vino
pero “de una aguja que hace se escurra como un cirio”. Por separado dan lugar a un
espléndido blanco o tinto, si bien es cierto que tradicionalmente el vino blanco ha sido
objeto de un especial mimo y consideración hasta constituirse en la condición de
medicamento. Por si no fuera suficiente, insiste el “tío” Vitorio en el supuesto caso de
un cuerpo con sólo ojos como único sentido, en cuyo ejemplo no tiene cabida hablar de
aromas y buen beber. Toda variedad, a juicio del “tío” Vitorio tenía su función, estatus ,
rango y tarea, por lo que mezclar y confundir las cosas no conducía sino a la
inoperancia.
Desde lejanos tiempos varón y mujer -por motivos biológicos y culturales- han
sobrellevado en sus espaldas funciones y tareas, modos de obrar y pensar de profundas
raíces históricas y que, a su vez, tratan de asumir en la mejor forma posible, si bien es
cierto que la mujer, especialmente en las sociedades patriarcales, ha salido perjudicada
llevando siempre la peor parte, al menos jurídicamente.
En cierto modo, el varón parece continuar el rango del antiguo paterfamilias romano
como representante válido de la unidad familiar. Por la auctoritas, sus palabras o hechos
merecen un especial crédito y estima. Por la potestas, le corresponde la tarea de mandar
y , por el imperium, la firmeza para hacerse obedecer.
“Bendita sea la rama que al tronco sale...”

La mujer, al entender del mundo campesino de la época, conserva valores, “bendita


sea la rama que al tronco sale...” , confiere estabilidad a la familia, trasmite actitudes ,
es coautora principal de la vida y educadora. Deberá, por tanto, ser ejemplo de mujer
prudente, hacendosa y abnegada, generosa, comprensiva, responsable, optimista, fuerte,
paciente, piadosa, limpia, fiel, sensible, templada, ejemplo de renuncias y
desprendimiento hasta límites insospechados, plenas siempre en sentimientos de entrega
y amor. Estos, y otros valores, se entiende que son el aglutinante y cemento de la
familia y sociedad patriarcal, sin los cuales ésta se desintegraría. Por eso, cuidando su
honra, cuida la de su marido, hijos, familia y comunidad. Por lo que asomarse, con
generosa asiduidad a la ventana -retírate de la ventana, no seas ventanera, que la cuba
de buen vino no necesita bandera-, recorrer la calle sin necesidad u oficio -cual María
Correcalles-, vestir y adoptar posturas y conductas demasiado desenvueltas o livianas
tanto con varones como mujeres, jurar como un carretero, ser protagonista de
murmuraciones y habladurías o andar en las mismas, beber más de la cuenta y de lo
debido, fumar cual si fuese un hombre, frecuentar ciertos lugares (...), son
comportamientos poco acordes con su condición de mujer y mujer casada..

Vivir para trabajar o trabajar para vivir.

Cierto es que los trabajos que realiza el varón son arduos y duros, versátiles hasta
cierto punto, pero que siempre requieren de un esfuerzo y resistencia física a toda
prueba. Tanto es así que, desde lejanos tiempos, se ha entendido que el trabajo-trabajo
era el trabajo físico.
No es menos cierto que los trabajos de la mujer son, más bien, de resistencia en la
continuidad, de mano de acero en guante de seda, más versátiles, integrados por
muchos pocos, pero que requieren siempre de una omnipresencia y eficacia
contrastadas.
La sabiduría práctica de aquellas mujeres y su buen sentido común, constancia y
tenacidad, las hacen acreedoras a merecimientos iguales o superiores a los del varón, sin
embargo la historia de los humanos ha sido la que ha sido.
Uno ha de tener bien presentes y dejar constancia de aquellas viudas que, con tres o
cuatro niños, todos ellos menores de edad -que cabían debajo de un cesto- consiguieron
salir adelante tras un denodado empeño, buen hacer, entereza física y moral, renuncias y
esfuerzos mil. Mujeres paradigmáticas que han formado parte decisiva de esa grande y
difícil epopeya que es la diaria existencia. Por otra parte, sería una ignominia olvidar la
entereza física y moral de aquellas otras mujeres que, siendo madres-solteras, hubieron
ellas y sus hijos de hacer frente a mil desprecios y desconsideraciones, siendo
acreedoras a la mejor dignidad.
Los trabajos y tareas de los varones se circunscriben en torno a: las distintas y
siempre inacabadas e inacabables aradas en rectos surcos, fruto de una secular maestría.
Echar el agua a los prados en el otoño invierno y primavera. Sembrar el trigo y demás
cereales en su justa y precisa distribución. Situar las morenas en el adecuado lugar y
acarrear sus manojos hasta la era. Confeccionar con los manojos unas medas en formas
geométricas elegantes y seguras ante el aguacero. Las destrezas en aventar la parva
hasta conseguir el logrado y definitivo muelo. Guardar la paja larga o trillada. La
maestría en crabuñar y afilar la guadaña, facilitando, de esta forma, una siega menos
esforzada y agobiante. Cargar, descargar la hierba en el cerrado y asfixiante pajar.
Confeccionar el medero a prueba de vientos, invierno y aguas.
Hacer de experto matarife y, como el mejor tablajero, partir los cerdos en las
ajustadas piezas y salarlas en el medido tiempo.
La poda sabia, justa y rápida de la vid. Abrir el majuelo, cerrarlo, escarbar, así
como azufrarlo y sulfatarlo a su debido tiempo. La atención y esmero de la huerta ,
aunque haya que deslomarse para regarla en las inacabables subidas y bajadas del
caldero sujeto a la cabeza del cigüeñal. Saber arrancar las patatas, con arado del país,
sin destrozo alguno. Conducir, por Cansavacas o el terrible Vallenón de por medio, la
vaca al semental. Lavar y azufrar las cubas, peligrosa tarea, pero de vital importancia,
para la sanidad, aroma y color del vino. Sacar los pesados cestos de uva por el
empinado majuelo. Dirigir por atroces caminos, y sin mayores sobresaltos, la pareja y el
carro con la cesta de vendimiar y el precioso fruto hasta el lagar. Saber atender el lagar
de torniquete y pienso, distribuir los distintos tipos de mosto y cantidad de madres en
las cubas. Cargar la prensa, desahogarla y achucharla con templados y ajustados golpes
de palanca. Vigilar la fermentación y estado del mosto y vino a lo largo de su tiempo
,moverlo o levantarlo -diariamente- con la escudilla, atestar y trasegar en su justo
momento. Barrar las cubas.
Ajustar la venta del vino con los avezados vinateros y transigir -o lo tomas o lo
dejas- con quienes ya traen un cántaro de mayor capacidad. Habrá que estar muy atento
al canto de la medida y contabilizarla con rayas de tiza en la luna de la cuba. Y, por
aquello de que el vino va para Asturias y que no se vuelva, resulta preciso, según el
vinatero, terminar de atestar los vocoyes con vino del tino, pero del sin medir. El día de
la venta y envase del vino, a pesar de las pillerías, es un día para la autoestima familiar
y poder presumir de tan largo y costoso logro ante los convecinos, por lo que se ha de
festejar con buena comida; van en ello muchas horas de trabajo e incertidumbres.
Vender un ternero al carnicero, en razón del peso a la estima, es tarea de tira y
afloja, idas y venidas, que pueden alargarse durante un mes, pero que siempre ponen en
juego el ingenio y las habilidades de cada uno, a la vez que posibilitan el intercambio de
puntos de vista sobre la vida y sus quehaceres, porque cualquier transacción supone
contactos sociales e intercambios verbales que son siempre de desear.
Comprar-vender un animal vacuno en la feria a los pícaros y resabiados chalanes -
con sus ganchos-, es asunto más que complicado pues, sin unos nervios bien templados,
es fácil caer en sus remates de tijera y demás enredos. Los chalanes saben muy bien, y
lo ponen en práctica, que al buey por el cuerno y al hombre por el verbo. Ante tamañas
escaramuzas, la mujer, con más sentido práctico que su marido, suele advertirle siempre
aquello: ”la desconfianza y el caldo de gallina no hicieron daño a nadie, pues ninguna
cosa se compra o se vende si no se han dicho, al menos, doce mentiras”.
Hay ocasiones en que las urgencias de los réditos, enfermedades y otros, precipitan
tener que vender cebada o trigo a los almacenistas de la Villa que, sabedores algunos de
las necesidades del labriego, llegan a tomar como muestra al más pequeño de los sacos
en peso y volumen que, multiplicado por el número de los mismos, les facilita una
operación redonda.
El tener que pedir dinero a rédito para la adquisición de la tan deseada parcela, es
una tarea que habrá que cavilar de manera ponderada, pues se ciernen sobre la misma
los difíciles avales, riesgos e incertidumbres mil.
El sobrio y sencillo modo de vivir de los campesinos asume el diario compromiso
del trabajo con mesura y sin agobios, porque trabaja para vivir, aunque sabe muy bien
que la naturaleza no tolera manguelos y distraídos. Si el pájaro no está alerta al quién
vive, será víctima del consiguiente depredador. En cualquier caso, el tiempo lo da Dios
de balde y no por mucho madrugar amanece más temprano. La sabia mirada de la vida
también enseña que: ”Le enterraron de prisa y nadie le dio importancia” (V .Crémer).
Sin prisa y sin pausa caminan lejos de la competitiva y despiadada lucha de la vida
urbana, por lo que el labriego no llega a comprender la feroz competitividad, la
especulación y la codicia como formas de vida que, a su entender, conducen siempre al
miserable engaño y corrupción de los mejores valores de la persona y la sociedad.
Los trabajos y tareas femeninas tienen lugar en todo aquello que remite a la crianza,
alimentación y limpieza de los niños, tareas de la casa, campo y animales. No resulta
posible olvidar el enorme trabajo de aquellas mujeres que, de rodillas, con cepillo ,
estropajo y asperón, trataban de tener una casa decente y aseada. La casa es
suficientemente acogedora con lo más indispensable, lejos todavía de eso que llamamos
confort, pues una o tres bombillas de mortecina luz, cuando no hay cruce o restricción
y, en su defecto, el candil de carburo o la vela en la palmatoria. El calendario, con el
insólito papel repujado, decora la desnuda pared de la cocina: ”Casa Manila. Demetrio
Tahoces. Ultramarinos Finos”, es más que suficiente para ilustrar sobre el mar y lugares
insólitos.
Las largas e increíbles tareas de lavado y planchado (plancha alimentada con brasas)
de la ropa de la casa. Las labores de repaso de la ropa, zurcidos, echar piezas a las
sábanas, camisas y pantalones. El tejer escarpines, bufandas, jerséis.
Cuidar que en el corredor o balcón haya siempre begoñas, geránios, siempre-
florida, claveles, no tiene importancia el estar plantadas en los más inverosímiles
recipientes. No han de faltar las plantas medicinales, siempre necesarias, en el entorno
del pozo. Cuidar del huerto y la huerta que no sólo proporcionan los ingredientes de la
condición y calidad de puerros, pimientos, lechugas, tomates, sino la base del mejor
plato posible de diario o festivo: el caldo sólo o el insuperable caldo añadido.
Aquellas amorosas madres que, al sol, toalla al cuello, tijeras y peine en ristre,
configuran modernos cortes de pelo de espléndidas escaleras en niños y adolescentes,
poniendo en descubierto la biografía de tantas calaveradas, a la vez que desparasitan de
tan miserables e incómodos okupas.
Ordeñar las vacas, alimentar cerdos y vacas, recoger comida de alcacer, maíces,
berzas, para los animales, labrar los garbanzos, sachar el trigo, segar el pan, balear la
era, la parva del trigo, la desenvoltura en hacer los vilortos para atar el pan. La siembra
de las patatas, garbanzos, alubias, ajos, maíces... en los tiempos lunares favorables .
Recoger leña del monte y sarmientos de la viña para los usos domésticos. Todo el
sinfín de tareas y cuidados que conlleva la matanza y el mondongo, así como la
adecuada distribución de los recursos alimentarios a lo largo del año, porque siempre
hay más días que longanizas.
Hacer, con los justos ingredientes, los siempre apetitosos desayunos, comidas y
cenas. Arrojar el horno a la temperatura idónea, amasar y conseguir el adecuado lielde,
cocer el pan, de irresistible aroma por su justo punto, como corresponde a tan antiguo y
familiar alimento y la insuperable empanada de acelgas u hojas de remolacha, patatas,
aceite y pimentón, dorada con un suave toque de tocino que, salvo los insuperables
casos de irresistible hambre o gula, sólo habrá de consumirse en el círculo familiar y
amigos, con el mejor vino, y la rasqueta también lo es.
La mujer cuida y conforta a los enfermos y ancianos. Con elegancia moral, sabe
disimular bajo el delantal la libra de chocolate, el codillo de jamón o la ya pelada
gallina, para que la parturienta tome los caldos y de esta guisa se reponga con mayor
facilidad.
Las gitanas y mendigos saben dónde tienen sus valedoras: José, el General-Soldado,
de Dehesas, la Muda, Jalisco, el Estraperlista de pata de palo, Carmen la de Ramón el
Gitano (...) saben que la respuesta a su demanda no será “Dios le ampare”, sino el pan,
siempre escaso para todos, pero bendecido con amoroso beso.
La mujer asiste a los actos religiosos, siempre que le es posible, esto es, los siempre
diarios y festivos. Encarga los sufragios y responsos por los familiares difuntos que
tanto en días de diario como festivos, le son siempre presentes. Los tiempos de luto y
de alivio, a partir de cierta edad, son ya inseparables compañeros de la vida.

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