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(Este texto ha sido redactado con posterioridad a la charla realizada en 27 de febrero de 2010 en la reunión

de Juntas de la CONCAPA de la provincia de Alicante que tuvo lugar en el Colegio Santa Teresa -
Vistahermosa de Alicante. Se han omitido algunas referencias personales para evitar su posible difusión en la
red)

Cuando me invitaron a dar esta charla pensé en quién la iba a escuchar. Me imaginé
que tendría delante de mí a padres, o también profesionales de la educación, que
se habrían pasado la semana en el batallar de la vida cotidiana. Con las ocupaciones
y preocupaciones típicas de los padres de familia. Pero con una característica
diferencial. Son padres o personas tan implicadas en la educación que dedican una
parte de su tiempo libre a juntarse con otros padres del colegio de sus hijos para
intentar conseguir una serie de asuntos que ellos consideran necesarios o justos. Y
no sólo contentos con esto un sábado por la mañana se levantan y se vienen a este
lugar para informarse y debatir sobre asuntos de gran trascendencia, como ya he
podido comprobar en el rato que llevo con vosotros.

Así que pensé que no podía plantear esta charla como algo muy serio sobre la
educación o sobre como debemos actuar con nuestros hijos. Yo prefiero que nos
dediquemos a contemplar la vida y, simplemente, meditar ligeramente sobre
algunas cosas que en ella podemos observar. Por eso les ruego que no se tomen
nada de lo que se diga en esta charla como algo que hay que intentar aplicar o
llevar a la práctica. Porque vamos a hablar de la vida y la vida no es lógica.

Gracias a Dios.

La vida está llena de cosas estupendas. Cosas como las que van apareciendo en
pantalla: paisajes hermosos, recién nacidos, maravillosas construcciones humanas,
animales hermosos, cosas que celebrar, niños riendo… Pero por desgracia en la vida
también ocurren cosas que nadie de nosotros desearía: guerras, accidentes,
sucesos históricos abominables, malos tratos, niños explotados laboralmente,
hombres y mujeres hacinados en prisiones, atentados terroristas, niños
desnutridos…

De hecho la vida consiste en una serie de acontecimientos deseables e indeseables


que se entrelazan formando un tejido vital en la que cada uno de nosotros, cada
familia tiene que desarrollarse. Pero cada época tiene sus propias peculiaridades.

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Les voy a presentar (en pantalla) a mis suegros y a mis padres. Estas fotos (en
blanco y negro) son de cuando ellos empezaban a criar a sus hijos. Y debajo de
ellos… (en color) mi mujer y yo. Mis suegros y mis padres tuvieron que criar a sus
hijos (cinco en los dos casos) fundamentalmente en las décadas de los 60 y los 70.
Mi mujer y yo (5 hijos y tres acogidos) lo hemos hecho y lo hacemos en los 80, los
90…

Si comparo a mis padres con mis suegros puedo encontrar muchas diferencias
(trabajos distintos, estilos educativos distintos, formas de relacionarse la pareja
distintas, formas de pensar distintas…) Sin embargo la cuenta de resultados en
ambos casos podemos considerarla más que aceptable. Todos los hijos son
personas autónomas, independientes, sanas y con una salud mental normalita, con
trabajo fijo, con parejas muy majas y con hijos estupendos ¿qué más se puede
pedir? Tanto mi suegra, como mis padres y mis suegros desde el cielo, deben de
estar más que satisfechos del resultado de su labor como padres.

Pero, claro está, son otros tiempos. En el núcleo de la etapa de crianza de mis
padres y suegros podríamos ver cosas como esta: los Beatles, la peseta, el
seiscientos y los guardias urbanos, el televisor en blanco y negro y con dos canales;
el teléfono fijo, las inauguraciones presididas por Franco y algún obispo, la
revolución cubana…

Sin embargo detrás de la foto de mi mujer y yo podemos ver la comida rápida


(hamburguesas), las bebidas light, el teléfono móvil, las televisiones extraplanas,
las videoconsolas, los botellones de los fines de semana, los euros, los mp3 ó mp4.

He estado reflexionando sobre algunas diferencias importantes sobre cómo se


entendía la infancia en los 60, 70…(antes) a cómo se entiende en la actualidad
(ahora). No se trata tanto de valorar sino simplemente de destacar diferencias.

Pienso que antes la educación de los niños era una cuestión “sumativa”. Educaban
los padres más los maestros más los vecinos más… Los padres respaldaban a los
maestros, estos a los padres, y si un vecino corregía a un niño el padre le pedía
respeto “a los mayores”. De alguna manera, y como ha dicho alguien, era “la tribu”
la que educaba.

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Ahora le educación es, al menos, “versus”. Los padres versus los profesores, los
profesores versus la familia. Y que a nadie se le ocurra corregir a mi hijo en la
calle, en la urbanización, en… En definitiva podemos observar grandes debates
sobre de quién es la responsabilidad de educar determinadas cuestiones. Familia
no invada mi terreno. Maestro no adoctrine a mi hijo…

Antes los niños eran vistos como algo débil y que por lo tanto debían ser
fortalecidos. No negaré que incluso hasta extremos (“La letra con sangre entra”).

Ahora los niños (y niñas) son considerados como algo absolutamente frágil que se
puede frustrar ante la más mínima adversidad. Es habitual que en los cambios de
horario en otoño y primavera salga algún psicólogo en algún teledario para
aconsejarnos cómo minimizar el “impacto” del cambio en los niños. No parece
bastar aquello de “pues si hoy duermes menos, mañana ya dormirás más”.

Antes los niños tenían “obligaciones”. Poner la mesa, callar cuando un mayor
hablaba, cuidar a un hermanito, llevar la ropa heredada de sus hermanos mayores,
… no eran grandes tareas pero nadie se escandalizaba de estas pequeñas cosas.

Ahora los niños tienen derechos. No negaré el avance social que ha supuesto el que
determinados derechos hayan sido reconocidos internacionalmente para la
infancia. Pero me surgen dudas de si no hemos mezclado en el mismo saco
“derechos para los niños en cuanto niños” (derecho a una familia, derecho a una
educación, derecho a…) y “derechos para los niños como si fueran adultos” (cuando
no lo son, todavía).

Antes la información que llegaba a los niños era aquella que sus padres
consideraban que debían tener. Ahora los padres lo tenemos casi imposible para
controlar la información que llega a nuestros hijos y cómo les llega.

Antes, en la sociedad de consumo, existían productos para adultos y productos


específicos para niños (“los payasos de la tele”, determinados juguetes,
espectáculos infantiles…). Hoy en día los niños (un nada despreciable número de
consumidores potenciales) consumen la misma música, la misma tecnología, el
mismo cine… que los adultos. Todas las navidades al centro donde trabajo llegan
donativos de juguetes. Pero a partir de los 8 años los chavales lo que quieren son

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mp3, móviles, zapatillas de deportes y hasta calzoncillos para lucirlos por encima
del pantalón.

En definitiva parece evidente que la concepción de la infancia ha cambiado


sustancialmente en los últimos años.

Cuando preparaba esta charla me preocupaba que esta comparación fuera muy
subjetiva y que se fundamentara solamente en una especie de nostalgia o añoranza
de mi propia infancia. Que todo fueran percepciones mías sin más fundamento.
Evidentemente esto es así en gran parte. Pero esta misma semana han llegado a mí
algunos libros que me hacen sentirme más tranquilo. Al menos hay gente
publicando cosas parecidas.

“Durante generaciones, crecer fue una tarea fácil: ibas a la escuela unas horas al
día, practicabas deporte y tenías alguna afición, y el resto del tiempo jugabas”
Esta es una de las frases con las que se introduce el libro “Bajo Presión: Cómo
educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente” de Carl Honoré (RBD Libros).
Sin embargo su autor, un periodista escocés, llega a afirmar que en la actualidad
los adultos hemos llegado a secuestrar la infancia a los niños. Todo su tiempo está
programada, todas sus actividades supervisadas y controladas. Y todo por la
presión que tenemos los padres para “preparar a nuestros hijos para el futuro”.

Su estudio parte de una anécdota personal que yo he podido vivir de forma muy
similar. Él cuenta como ante el comentario de la profesora de su hijo de que era un
superdotado para el dibujo comenzó a buscar ansiosamente información de
academias para que su hijo desarrollara todo su potencial. Ya se lo imaginaba como
un nuevo Picasso. Pero su hijo al día siguiente le dijo: “Papá… Yo sólo quiero
dibujar… ¿por qué los mayores tenéis que controlarlo todo?”.

Recientemente he vivido como un hijo de 12 años ha tenido que pedirnos no


continuar en los entrenamientos semanales de la federación valenciana de
baloncesto (preselección alevín) porque él se lo pasa bien jugando a baloncesto con
sus amigos en el equipo del colegio pero no disfruta de la presión de “ser” de la
selección valenciana e irse una semana a jugar el campeonato de España. ¿Qué es
más importante para el desarrollo de un niño? Jugar y pasárselo bien con sus
amigos haciendo deporte o prepararse para ser una figura del baloncesto
profesional? ¿Quién decide?

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“La educación de un niño no es tarea fácil, menos aún en una sociedad como la
nuestra. Cuidamos a nuestros niños como si fueran frágiles figuritas de
porcelana, tratando de evitarles cualquier esfuerzo, hasta que un día nos damos
cuenta de que tenemos en casa a un pequeño tirano, caprichoso y rebelde”.

Esta otra frase es del libro “Con la mejor intención. Cuentos para comprender lo
que sienten los niños” de Marisol Ampudia (Editorial Herder). ¡Qué buen título!
Porque no se trata de que muchos padres pasen de sus hijos o que sean muy
permisivos sino de que están convencidos de estar haciendo lo que deben hacer
por ellos.

En definitiva1 creo poder afirmar sin miedo al ridículo que ejercer de padre en
estos tiempos (arranque del siglo XXI) es una tarea más complicada que hace un
tiempo. Pero no sólo por cuestiones educativas sino porque la mirada de la
sociedad sobre la infancia se ha transformado radicalmente en las últimas
décadas.

Mi impresión es que en nuestra infancia (en las décadas de los 60 y 70 del siglo
XX) la infancia era larga (desde los cero a los 12 años aproximadamente), la
adolescencia era intensa pero corta (desde los trece hasta los 17 por ejemplo) y
que la “adultez” podía comenzar perfectamente a los 18, 19, 20… Sin embargo en la
actualidad la infancia parece haberse acortado (de los cero a los 10- o incluso
menos), la adolescencia se ha extendido, empezando antes y terminando más
tarde. Hay autores como Giorgio Nardone (psicoterapeuta estratégico italiano)
que afirma que, en la actualidad, la adolescencia dura hasta… ¡los 35 años!. Puede
parecer muy exagerado pero les invito a que repasen cosas como: ¿a qué edad se
van nuestros hijos de casa? ¿en qué gastan sus primeros salarios? ¿a qué edad
tienen el primer hijo?...

Si trasladamos esta idea a una imagen simbólica el desarrollo de las personas en


nuestra cultura hace unas décadas era como un árbol que pasaba muchos años
enraizando (infancia) por lo que luego en poco tiempo desarrollaba un tronco

1 En la postredacción de la charla puedo dar referencia de otro libro reciente en la misma línea
argumentativa. Se trata de “Sin miedo a educar. Atrévete a ejercer de padre en una cultura que te
dice que no lo hagas” de Betsy Hart. (Editorial TROA).

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robusto (adolescencia) que permitía el desarrollo posterior de muchas ramas (edad
adulta) para llegar a ser un ejemplar frondoso.

En la actualidad tenemos mucha prisa de que el árbol crezca. Hay muy poco tiempo
de enraizamiento (infancia), así que el tronco comenzará a desarrollarse hacia lo
alto pero no en grosor. Finalmente tendremos un árbol alto y quizá flexible.

Probablemente es lo que corresponde a nuestros tiempos. No estoy seguro de sí


esto es bueno o malo. No parecen árboles muy robustos pero quizá sean más
flexible, más adaptables. Pero el problema es que para que lleguen a buen término
quizá necesitaremos protegerlos de una manera especial.

De nuevo podemos comparar los tiempos en los que muchos de nosotros crecimos
con la época en que están creciendo nuestros hijos. En el primer caso se trataría
de un árbol que crece tranquilamente en una pradera. Solamente necesita de la
tierra, del sol y del aire para crecer. Crecimos con el cuidado, el afecto y la
educación de nuestros padres. Salvo situaciones extraordinarias no se necesitaba
nada más ¿Pero es así para nuestros hijos?

En mi barrio el ayuntamiento ha plantado muchos arbolillos. En aceras nuevas,


sustituyendo a árboles enfermos… Pero mi barrio es un territorio hostil para los
enclenques arbolillos. Hay varios colegios en el barrio (dos muy grandes). Es una
zona llena de estudiantes que salen de marcha sobre todo los jueves por la noche.
Y hay, en menos de medio kilómetro cuadrado, tres o cuatro grandes edificios
administrativos. No hay nada más peligroso para un árbol joven que un niño, un
estudiante borracho y un conductor desesperado por no poder aparcar.

¿Cómo se soluciona esto? Pues reforzando al árbol con un… tutor. Un tutor es algo
(normalmente una madera) que sirve para que una planta crezca en un determinado
sentido (como en las tomateras o en los potos) o para que no se doble (una o varias
estacas unidas al árbol por una especie de abrazadera). El tutor es externo a la
planta pero le guía o le sujeta en caso de impacto.

Por tanto parece ser que hoy en día no solo basta con criar, querer y educar a los
hijos sino que los padres necesitamos comprender los mecanismos para ser tutores
de nuestros hijos. Tutores de resiliencia.

¿Qué es la resiliencia?

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De vez en cuando en una ostra penetra un cuerpo extraño, normalmente alguna
larva que se cuela por los poros de la concha. Ante esta intrusión una ostra
comienza a segregar la misma sustancia que cubre la parte interna de las valvas: el
nácar. Y con ella envuelve al cuerpo extraño con sucesivas capas hasta formar…
una perla.

La ostra es pues la metáfora más bella sobre la resiliencia. Es la capacidad de


resistir y rehacerse de una adversidad. De una manera algo más precisa “Es la
capacidad de una persona de superar las situaciones adversas que le presenta la
vida y salir de ellas fortalecido o incluso transformado de ella, accediendo a una
vida significativa y productiva para sí y para la sociedad en la que está inserto”.

Podemos encontrar muchos personajes conocidos en los que se ha dado la


resiliencia. Escritores como Charles Dickens, Hans Cristian Andersen o Joshep
Conrad tuvieron infancias difíciles. Otros, como el psiquiatra Viktor Frankl y el
propio Boris Cyrulnik (máximo divulgador del concepto de resiliencia) pasaron por
la experiencia de los campos de concentración nazis en los que perdieron a sus
familias. Tim Guenard vive en su Francia natal y ha relatado su historia en una
escalofriante libro (“Más fuerte que el odio” Editorial Gedisa). Kim Phuc es
conocida por una famosa foto como “la niña del Napalm” y hoy preside una
fundación con su nombre para curar a niños víctimas de la guerra. Y ¿hubieran
podido imaginado que un Premio Nobel de Medicina aprendió a leer con 13 años?
Mario Capecchi no pudo aprender antes porque tras la segunda guerra mundial
vivió unos años como un “niño de la calle”.

La resiliencia cuando se da supone sobreponerse tanto a adversidades


contundentes (un despido, una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, una
catástrofe natural…) pero también se refiere a la capacidad de seguir creciendo
en una situación de adversidad crónica (precariedad económica, una minusvalía, un
desencuentro personal…).

Resiliencia no es solo resistir. Podemos hablar de resiliencia cuando la propia


adversidad se convierte en motor de transformación positiva.

También es muy importante no confundir resiliencia con éxito o con éxito social.
Una persona puede triunfar partiendo desde una situación favorecida pero la
resiliencia – al menos como yo la concibo – implica “una vida productiva” no sólo

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para sí mismo sino para la sociedad. John Lennon tuvo una infancia difícil. Tuvo
mucho éxito. Pero a Julian Lennon, hijo de su primera esposa, probablemente ese
éxito no le sirvió para sentirse querido por su padre. De alguna manera John
Lennon reprodujo sus heridas en su hijo. Aunque rodeado de éxito y siendo un
“icono de la paz”.

Y por último, sobre lo qué es y lo que no es resiliencia: que se salga transformado


de la adversidad no significa que no haya existido adversidad y que esta no haya
dejado heridas, secuelas… El dolor existe pero como titula Cyrulnik a uno de sus
libros podemos hablar de “la maravilla del dolor”.

Por tanto la resiliencia no puede entenderse como una característica o fenómeno


por el cual alguien o algo sigue su desarrollo tras una adversidad. Hablando en
propiedad lo que ocurre es que ese algo o alguien, si se dan ciertas circunstancias,
retoma “otro” desarrollo adecuado. Pensemos en la catástrofe del terremoto de
Haiti. Podremos hablar de resiliencia dentro de un tiempo no si el país se ha
reconstruido, sino si el terremoto ha servido para iniciar otro desarrollo del país.
Quizá la inversión extranjera tras la catástrofe sirva para que dentro de unos
años el terremoto del 2010 pueda ser vista como una oportunidad. En definitiva, la
resiliencia no consiste en retomar el desarrollo como si nada hubiera pasado (eso
sería invulnerabilidad). La resiliencia consiste en que, tras la tragedia, se inicia un
nuevo camino al final del cual no habrá desolación y destrucción, sino consolación y
construcción.

Los expertos señalan que la resiliencia puede ser propiciada por un tutor. Un
soporte externo que guía la reconstrucción, el camino a seguir a partir de la
adversidad. Boris Cyrulnik señala que “Un tutor de resiliencia es alguien, una
persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte… que provoca un renacer
del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que
encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el
viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un profesional. Un
encuentro significativo puede ser suficiente…” Es decir, el tutor de resiliencia no
tiene que ser un interventor social, un educador, un médico del cuerpo o del alma.
Una experiencia estética (la contemplación de algo bello), una experiencia, o una
persona (consciente o no de su influencia)… pueden ser el móvil, el motor, la chispa

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que inicie el renacer tras la catástrofe o la adversidad insidiosa. La resiliencia
suele iniciarse con un “encuentro”.

Lógicamente cuanto más en contacto estamos con una persona más oportunidad
hay de que surja el “encuentro” pero no lo garantiza. Y muchas veces el encuentro
surge donde menos lo esperas. Así los profesionales de la educación no sospechan
el poder de influencia que tienen en los alumnos porque lo buscan en la instrucción,
en el enseñar y aprender. Pero muchas veces no está allí. Está en la empatía, en la
simpatía, en el compartir la pasión, en el elogio aparentemente insignificante, en el
gesto… ¿Cuántas personas hemos amado u odiado algo por el profesor o profesora
que nos lo enseñó?

Pero entonces, si el encuentro surge, si el tutor puede ser persona, animal o cosa…
¿para qué estudiarla? ¿cómo atraparla?... Lo cortés no quita lo valiente. Seamos
valientes. Analicemos lo que dicen los expertos sobre lo que contribuye a la
resiliencia y luego seamos corteses con la vida y reconozcamos que no podemos
atraparla.

Hace un tiempo andaba yo buscando como sistematizar los factores de resiliencia.


Existe una figura muy conocida, la “casita de resiliencia”, que muy didáctica pero
yo quería recoger otros aspectos. Otras formas “yo soy, yo tengo, yo puedo” no me
convencían. Hasta que en una conferencia oí a Cyrulnik afirmar algo así como… para
que se dé la resiliencia necesitamos tres cosas: disponibilidad de recursos
externos, adquisición de recursos internos y perspectiva histórica o sentido.
Desde entonces no he dejado de usar este esquema para explicar los factores de
resiliencia.

Imaginemos pues un taburete donde nos podremos subir para ponernos “a salvo”
(de un ratón, de una inundación…) o elevarnos para mirar por encima de no se qué
barrera, de algo que nos impide algo… tiene tres patas y las unas se conectan con
las otras dos para tener la suficiente estabilidad. Del mismo modo, en la vida,
parecen ser tres grandes las dimensiones de la resiliencia y que, como señala
Cyrulnik, están en continua y dinámica interacción. Lo externo se convierte en
interno, lo interno modifica lo interno, de repente todo se reubica y adquiere un
sentido distinto.

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¿Qué recursos (externos) deberíamos poner a disposición de alguien que esté en
una situación adversa?

¿Recuerdan cómo le enseñaron a un hijo, sobrino, nieto o a algún niño a montar en


bicicleta? No parece muy diferente cuando quieres ayudar a alguien a superar una
adversidad.

Por supuesto el niño parte de que ha visto a muchas personas hacerlo (MODELOS)
y que probablemente ha pedaleado en triciclo o en bici con ruedas supletorias
(EXPERIENCIAS). Luego tiene que tener una bici a su disposición y un espacio
donde poder usarla (OPORTUNIDAD). Pero tarde o temprano tendrá que
intentarlo (RETO) para lo cual le vendrá muy bien que le sujetemos levemente para
mantenerlo vertical durante las primeras pedaladas (SUSTENTO FÍSICO) pero
también que le demos ánimo y, al mismo tiempo, le tranquilicemos (APOYO
EMOCIONAL).

La resiliencia tiene un límite. Por definición no se puede superar lo que nos mata.
Pero si no acaba con nosotros del todo necesitaremos un mínimo sustento físico
para rehacernos del golpe (alimentación, descanso, vestido, refugio, seguridad,
juego…). Muchas veces queremos ayudar a otro sin tener en cuenta que lo primero
que necesita, por ejemplo descansar o reponer fuerzas. No siempre uno está en
disposición de sentarse a reflexionar o a escuchar un consejo. Antes quizá
necesite relajarse, olvidar por un momento el problema. Es cierto que a largo plazo
es mejor dar una caña y enseñar a pescar que el dar un pescado a un pobre. Pero si
está muy hambriento mejor primero darle el pez… ¡no se vaya a comer la caña!.

Pero además una persona necesita otro tipo de sustento para resistir y rehacerse.
Necesita un apoyo o sustento emocional. Necesita algo que le conecte a los otros.
Esa conexión esencial es la del apego seguro. La conducta de apego es una
conducta muy compleja y estudiada que nos conecta a unos con otros de una
manera muy especial. No tenemos mucho tiempo para explicarlo así que me limitaré
a señalar el porqué de su importancia.

Según B. Cyrulnik el lema esencial del apego seguro es “Ámame para que tenga el
valor de abandonarte”. Precisamente porque me haces sentirme seguro puedo
dedicarme a explorar y alejarme cada vez más de ti.

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La secuencia podría ser, a los efectos de lo que nos ocupa, podría ser así:

• Si alguien me protege, estoy seguro y puedo irme a explorar.


• Si alguien me protege es porque soy valioso (soy importante para alguien)
• Si soy valioso y mi protector desaparece, otro u otra me querrá proteger en
la adversidad
• Si soy importante para alguien debo superar esta fatalidad por él/ella.

Este último punto queda reflejado en unas palabras que al parecer pronunció Bill
Clinton. Tuvo una infancia no muy fácil puesto que su padrastro bebía. Después de
destaparse el escándalo sexual en que se vio envuelto algunos argumentaron, para
justificarlo, esta condición de persona con “pasado difícil”. Sin embargo el se
desmarcó de esta postura y expresó:

«La cosa más importante que un niño necesita saber cuando está creciendo es que
él es lo más importante del mundo para alguien. Yo lo sabía. Y no tengo quejas»

El sustento emocional no estriba tanto en que alguien nos dé ánimos, etc. sino en
que sabemos que somos importantes para él. Por decirlo de alguna manera,
sobreviremos no porque necesitamos la ayuda de otros sino porque otros nos
necesitan.

Así el apoyo emocional, tal como me interesa resaltar aquí, se podría resumir en
dos frases: “Soy importante para alguien” y también “Alguien respeta mi dolor”.

Esta última frase refleja una característica importante del apoyo emocional.
Puedo expresar mi tragedia y alguien es capaz de escucharla sin escandalizarse.

Porque… ¡qué difícil escuchar al que sufre sin querer darle soluciones! Los padres
nos solemos quejar de que nuestros hijos adolescentes no nos cuentan sus
inquietudes. Pero, suponiendo que esto fuera natural, no me extraña que no quieran
contarnos sus preocupaciones si es casi seguro que no pararemos de darle posibles
soluciones. Cuando contamos nuestros sentimientos, nuestras emociones, lo que
más nos puede reventar es que nos digan algo como… “Tú, lo que deberías hacer
es…”

Por eso alguien que está en la adversidad, desde el punto de vista emocional, quizá
sólo necesite que le escuchemos y que aceptemos su dolor.

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Y, como he señalado con la imagen de enseñar a alguien a ir en bicicleta, también
es necesario para superar la adversidad tener modelos que nos guíen. Muchas
veces nos preguntamos cosas como ¿Qué habrían hecho mis padres en tal
situación? O le preguntamos a nuestras personas de confianza ¿Qué harías
vosotros?. Todos necesitamos modelos que guíen nuestro comportamiento. Y
cuando las situaciones son complicada más todavía. También nuestro bagaje de
experiencias es una mochila de la que podemos sacar cosas útiles para
enfrentarnos a la adversidad.

Y si esas experiencias además han supuesto un reto que hemos podido superar
estaremos mejor preparados para resistir y rehacernos de la adversidad. Por eso
Giorgio Nardone, al que ya he citado, expresaba una conferencia que el mejor
regalo que podemos hacer a nuestros hijos es el de regalarles un reto cada día.
Algo que deban superar.

Y cuando estamos bloqueados, paralizados, necesitamos oportunidades, ocasiones,


coyunturas. En uno de sus libros el psicoterapeuta norteamericano Bill O´Halon
cuenta en 1970 decidió suicidarse. Era un joven hippy que soñaba con dedicarse a
la poesía. Estaba deprimido y sin oriente. Decidió compartirlo con sus escasos
amigos y despedirse. Los dos primeros le escucharon, le comprendieron e incluso le
reconocieron que ellos también lo harían si tuvieran valor. Su tercer y última amiga
sin embargo le escucho y luego le hizo una propuesta. Tenía dos tías ancianas que
tenían una granja que no podían mantener. Cuando murieran ella la heredaría. Le
ofreció que fuera a vivir a la misma. Podría escribir, aislarse del mundo y vivir de
lo que cultivara. El acepto. Aguantaría hasta que las ancianas muriesen. Durante los
años que pasaron hasta ese momento Bill se interesó por el sufrimiento humano y
ahí decidió estudiar psicología o psicoterapia. No le ayudó ni ser comprendido ni un
profesional. Le salvó una oportunidad.

Por ello debemos pensar que preparar a nuestros hijos para la adversidad implica
ofrecerle modelos adecuados para ellos, permitirle experiencias enriquecedoras y
dejar que se enfrente a pequeñas adversidades. Una vez oí a un sacerdote decir:
“A los niños debemos tratarlos como si fueran adultos pero sabiendo que no lo
son”. Efectivamente, si los tratamos como niños nunca crecerán. Pero si les
exigimos como adultos les maltrataríamos.

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Y si nuestros hijos se encuentran en dificultades está claro que lo primero que
buscamos los padres es ofrecerle oportunidades, escenarios distintos.

Pero todo lo anterior son condiciones externas que facilitarán la resiliencia. Sin
embargo si la persona que se enfrenta a la adversidad no tiene una serie de
recursos no podrá darse. ¿Cuáles son estos recursos internos según los expertos?

Esta vez me serviré de otra imagen. Imaginemos un atraco, o como en la imagen


que se proyecta, una situación de bullyng. Un chaval enorme amedrenta a otro más
pequeñajo. Este último tendría varias posibilidades. Salir corriendo (poner
DISTANCIA entre él y su intimidador). Quizá también podría pedir AYUDA. Si
nada de lo anterior fuera posible podría contraatacar, es decir, TRANSFORMAR
la situación pasando de víctima a agresor. Y en algunas ocasiones, como cuando
atacan a un ser querido, podemos sacar fuerza saliendo en su defensa, es decir,
podemos AYUDAR A OTRO. Porque ayudando a otro me olvido de mi mismo. Por
último, una vez pasada la agresión, la intimidación, el acoso… podemos denunciarlo,
CONTARLO, NARRARLO.

El sentido del humor es el mecanismo psicológico que nos permite tomar distancia
del sufrimiento. Como Viktor Frankl expresaba: “No hay prácticamente nada como
el humor en la existencia humana que le permita a una persona mantener la
distancia de manera tan clara” Quizá por eso es los tanatorios y en los
cementerios donde más chistes y anécdotas divertidas se cuentan. Todos los
expertos señalan que si la persona que sufre la adversidad tiene sentido del humor
puede resistirla mejor que quien no lo tiene.

Por otra parte el arte, la creación, permite elaborar, transformar o expresar de


forma tolerable el sufrimiento. Un ejemplo es el cuadro El Guernica de Picasso. La
abstracción permite reflejar los horrores de un bombardeo de forma tolerable.
Bastantes artistas que han tenido infancias difíciles. La creación les sirve para
curar sus propias heridas.

Hay que tener en cuenta que la creación (sea artística o no) es una actividad plena
de sentido en si misma. De alguna manera la creación insufla sentido puesto que de
alguna manera hemos pasado por un momento de “creatura” a “Creador”.

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Así uno de los mecanismos de resiliencia consiste en elaborar el sufrimiento
mediante la creación o incluso en hacer una creación de uno mismo a partir de una
habilidad especial (destacar en un deporte, por ejemplo).

Por supuesto es más fácil salir de la adversidad si somos capaces de pedir ayuda.
Pero esto tampoco es fácil. La petición de ayuda requiere de una virtud no
frecuente: la humildad. Porque podemos caer en dos extremos. El primero sería el
de pedir ayuda pensando que la merecemos (y por tanto más que pedirla la
exigiríamos). El otro extremo sería el de pensar que no necesitamos la ayuda (y
por ello no la pedimos). Los dos son manifestaciones claras de lo contrario de la
humildad: el orgullo. En los dos casos no recibiremos ayuda. En el segundo caso
porque nadie se enterará. En el primero porque si la exigimos es muy probable que
tampoco la recibiremos o sólo de forma muy superficial.

Otra forma de superar la adversidad es la de dedicarnos (aún en ella) a ayudar a


otros. Porque “Si yo no estoy en mi sino en ti mi adversidad duele menos”. Se ha
demostrado que cuando ocurre una catástrofe como, por ejemplo, un terremoto
tienen más probabilidades de reponerse las personas sobrevivientes del epicentro
que las personas de zonas más alejadas del mismo. Esto puede ser debido a dos
cosas: las del epicentro fueron las primeras en recibir ayuda. Son las personas en
las que se vuelcan todos los esfuerzos humanitarios. Pero en segundo lugar porque
los supervivientes del epicentro desde el primer momento se dedican a ayudar a
otras víctimas. Esta actividad descentrada de su propia tragedia parece ayudarles
a superar mejor el golpe recibido.

También está demostrado la importancia que tiene para rehacerse de la


adversidad el poder narrarla. Cuando la contamos la revivimos, pero de otra
manera. Según como nos la contemos la reviviremos de una manera o de otra. Por
eso se dice que “Lo importante no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con
lo que nos pasa ” O de otro modo: “Lo importante no es lo que nos pasa sino lo que
contamos (narramos) que nos pasa”.

Por último la tercera pata de la resiliencia radica en la perspectiva con la que


vemos la adversidad. Cuando digo perspectiva me refiero a perspectiva histórica.
La diferencia de tenerla a no tenerla es la misma que la que existe entre
contemplar fotos o ver una película. La foto me muestra el instante. No hay ni un

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antes ni un después. Pero cuando veo una película (que curiosamente es una
sucesión de fotos) veo una historia. Cada fotograma toma sentido en función de
los otros. Es el conjunto el que da sentido al fotograma.

Si consigo ver la adversidad como una serie de fotogramas que forman parte de
una película podré quizá asignarle un significado, un sentido que me ayudará a
sobrellevarla e incluso proyectarme positivamente.

Ante la adversidad (el instante, el presente) puedo hacer dos preguntas “¿Por
qué?” y “¿Para qué?”. La primera me proyecta del presente al pasado (¿Por qué
estoy enfermo? ¿Por qué me he quedado en el paro?) Pero su contestación sólo me
dará una comprensión de la situación pero nada más. Sin embargo la segunda
(¿Para qué estoy enfermo? ¿Para qué me he quedado en el paro?) me obliga a
proyectarme del presente al futuro.

La pareja de una amiga se quedó hace poco en el paro. Sin previo aviso y con ya
unos cuarenta años. Ha decidido vivirlo como una oportunidad para estudiar la
carrera que hubiera estudiado si no estuviera trabajando. Es decir, ha contestado
a la pregunta de ¿para qué me quedo en el paro? En lugar de la de ¿Por qué me
quedo en el paro?

Viktor Frankl insistía en que la vida tiene sentido objetivamente hablando. No se


trata de que la vida sea un sinsentido al que nosotros le damos un sentido para
poder sobrellevarla. Él defendía que la vida tiene sentido y que nuestra misión es
encontrarlo.

Steve Jobs, fundador de empresas como Apple y de PIXAR, cuenta en una


conferencia que circula por internet, que cuando era estudiante se matriculó sin
saber muy bien para qué en un curso de tipografía. Disfrutó mucho con él pero no
pensaba que tuviera ninguna utilidad. Años después cuando creó el ordenador
McIntosh decidió que el usuario pudiera elegir el tipo de letra (fuente). Gracias a
esto hoy en día podemos elegir entre cientos de tipos de letras en el ordenador y
en todos nuestros trabajos con él.

La conclusión que él saca de esto es la de que no podemos conectar los puntos de


nuestra vida mirando hacia el futuro sino mirando hacia atrás y por ello debemos

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confiar que la vida tiene un sentido que ya lo descubriremos más adelante (la vida
se vive mirando hacia adelante pero se entiende mirando hacia atrás).

Pero no sólo se puede encontrar sentido. También en ocasiones podemos insuflar


sentido. A veces basta una simple frase. En el blog disparefututuro.wordpress.com
he recogido un par de anécdotas que lo ejemplifican con claridad.

En definitiva podemos ayudar a nuestros hijos a crecer en un mundo difícil


ayudándoles a entender que en la vida podemos llegar a crear un hermoso collar de
perlas a partir de cada una de las adversidades que en ella nos encontremos. No es
fácil. No lo dudo. Pero quizá es el plus que como nos padres nos impone la sociedad
en los tiempos que vivimos.

Nuestros padres nos ayudaron, de una manera u otra, a crecer y desarrollarnos.


Hemos crecido y nuestras ramas se han desarrollado. Quizá de ellas podamos
hacer estacas altas y fuertes que pueden servir de tutores de resiliencia para
cuando la adversidad visite a nuestros hijos.

Muchas gracias.

F. Javier Romeu Soriano

Psicólogo Colegiado PV-1580

javier.romeu@gmail.com

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