Currícula de la

Universidad Cristiana Libre

HISTORIA Y SINGULARIDADES CRISTIANAS
(Historia general de la Iglesia)

SANGRE: ¿COMER O NO COMER?

Una revisión histórica sobre una práctica prohibida

Armando H. Toledo

Resumen: Muchas personas han opinado –y algunas todavía opinan– que los creyentes
cristianos deberían observar la prohibición de comer sangre. Los estudiantes y
académicos de la UCLi concordamos con estas personas. Por supuesto, el hecho de que
muchos de los que se declaran cristianos no obedezcan hoy día esta ley eterna no hace
irrazonable nuestra actitud. Más bien, es otra prueba del nivel de secularización que el
cristianismo denominacional ha experimentado en las últimas décadas. La UCLi apoya la
actitud de obediencia a esta orden que, como se verá, trasciende la tradición judía y que
es tan universal como el contenido total del Génesis, libro en el que la orden fue dada por
primera vez, aún antes de cualquier Testamento.
Palabras clave: sangre, Iglesia, apóstoles, Génesis, UCLi.
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Poco tiempo después de haber finalizado el

1. Las Sagradas Escrituras hebreas (el
“Antiguo Testamento”) ya habían establecido
de manera muy clara en la mentalidad judía que
la sangre representa la vida misma de los seres
vivos, animales y humanos, y por lo tanto es
sagrada.
El primer libro de la Biblia judía, el Génesis,
afirma que, desde los primeros tiempos de la
creación, Dios había establecido el tipo de
alimentación que habrían de tener tanto los
hombres como los animales: “Yo les doy de la
tierra todas las plantas que producen semilla y
todos los árboles que dan fruto con semilla; todo
esto les servirá de alimento. Y doy la hierba
verde como alimento a todas las fieras de la
tierra, a todas las aves del cielo y a todos los
seres vivientes que se arrastran por la tierra”
(Génesis 1:29-30). Durante miles de años así se
alimentaron hombres y bestias.
Diluvio universal, al patriarca Noé se le permitió
cambiar el régimen alimenticio prediluviano.
Ahora él, su descendencia y la descendencia de
los animales que se habían salvado, podrían
comer de “todo lo que se mueve y tiene vida, al
igual que las verduras”. Pero también se les
advirtió estrictamente: “No deberán comer carne
con su vida, es decir con su sangre” (Génesis 9:3-
4). La prohibición fue repetida más tarde al
pueblo judío, específicamente mediante la Ley
que Dios les impuso a través de Moisés (Ver
Levítico 17:10-16).
Más tarde, el Espíritu Santo estableció sobre los
apóstoles el requisito de que los cristianos
nacidos de nuevo también siguieran
absteniéndose de “lo sacrificado a los ídolos, de
sangre, de carne de animales estrangulados y de
la inmoralidad sexual” (Hechos 15:28-29).
A diferencia del resto de las culturas paganas,
donde la sangre ha sido utilizada libremente
como alimento, como veneno, como inspiradora
de profetisas, como medicamento, o como
símbolo de pactos, en los últimos dos milenios la
tradición cristiana bíblica fundamentada se ha
caracterizado por reconocer la santidad de la

1
sangre, y ha obedecido la prohibición apostólica
de ingerir sangre como forma de alimentación.
Al respecto, el escritor Joseph Benson ha dicho
que “debe notarse que la prohibición de comer
sangre dada a Noé y a toda su posteridad y
repetida a los israelitas de manera muy solemne
bajo la Ley mosaica, nunca ha sido revocada;
más bien, ha sido confirmada en el Nuevo
Testamento, en hechos 15, por eso es obligación
perpetua”.i
2. Durante siglos, cristianos con fuertes
convicciones se han esforzado por guardar este
precepto universal. Por ejemplo, en el año 177
d.C., cuando los enemigos religiosos acusaron
falsamente a los cristianos de comerse a sus hijos,
una mujer llamada Biblis, antes de morir
torturada, dijo: “¿Cómo podrían estos hombres
comerse a sus hijos si ni siquiera se les permite
comer la sangre de animales irracionales?”ii El
naturalista Plinio (contemporáneo de los
apóstoles) y el médico Areteo (del segundo siglo)
informan que la sangre humana era un
tratamiento para la epilepsia. Después Tertuliano
escribió: “Algunos para remedio [de la epilepsia],
bebieron con ardiente anhelo la sangre caliente
del degüello de los gladiadores”. Él puso a estos
en contraste con los cristianos, quienes “no
comemos sangre de animales […] Entre las
invenciones con que tentáis la observancia de
nuestra ley, una es darnos una morcilla de sangre,
porque os persuadís con certeza de que el
cristiano que come sangre se desvía de su ley”.
De este modo, los cristianos primitivos se
arriesgaban a morir más bien que ingerir sangre.
Tertuliano, (c. 160-230 d. C.) confirmó que los
cristianos de su día rehusaban comer sangre. Y
2
Minucio Félix, abogado romano que vivió hasta
alrededor de 250 d. C., afirmó: “Nos retraemos
tanto de la sangre humana que no comemos
alimentos que contengan sangre animal”.iii
Siglos después, durante el concilio Trulano que
se llevó a cabo en Constantinopla en 692 d.C., se
estableció la siguiente regla: “El comer la sangre
de animales es prohibido en las Santas Escrituras.
El clérigo que coma sangre será castigado
mediante ser destituido, y el lego será
excomulgado”.iv
Entonces, unos 200 años después, Regino, el
abad de Prüm en lo que ahora es Alemania,
mostró que la prohibición bíblica de comer
sangre todavía se respetaba en su día. Escribió:
“La carta que los apóstoles enviaron desde Jerusalén
aconseja que estas cosas se tienen que observar
(Hechos 15). También [los cristianos tienen que
abstenerse de comer] lo que una bestia haya matado,
pues también sería algo estrangulado; y de la sangre,
es decir, no debe comerse con sangre. […] Al mismo
tiempo, también es necesario considerar lo siguiente:
que lo estrangulado, y la sangre, son considerados
igual a la idolatría y la fornicación. Por lo cual,
debería proclamarse a todas las personas que el comer
sangre es un pecado grave, pues está en la misma
categoría de la idolatría y la fornicación. Quienquiera
que viole estos mandatos del Señor y de los apóstoles,
debe ser privado de la comunión de la Iglesia hasta
que se haya arrepentido apropiadamente”.v
3. En el siglo XII, muchas personas todavía
consideraban sagrada la sangre. Por ejemplo,
el clérigo y científico Joseph Priestley (1733-
1804) escribió lo siguiente:
“En 1125 A.D., Otón, obispo de Bamberg, desempeñó
un papel importante en la conversión de los
pomeranios. […] Es digno de notar que entre las
instrucciones dadas a aquellas personas respecto a su
nueva religión, se les prohibió comer sangre, o
animales estrangulados; esto indica que en aquel
tiempo, tanto en Europa como en los demás lugares
del mundo cristiano, era prohibido comer tales
alimentos”.vi
Y sigue diciendo:
“Parece que la prohibición de comer sangre dada a
Noé, es obligatoria para toda su posteridad […] Si
interpretamos [la] prohibición de los apóstoles por lo
que practicaban los cristianos primitivos, de quienes
difícilmente se puede suponer que no hayan entendido
de modo correcto la naturaleza y el alcance de aquella
prohibición, lo único que podemos concluir es que el
propósito era que fuera absoluta y perpetua; pues por
muchos siglos los cristianos no consumieron sangre.”
El reformador protestante Martín Lutero señaló
también lo que implicaba aquel decreto
apostólico:
“Ahora bien, si queremos tener una iglesia que esté en
conformidad con este concilio, […] tenemos que
enseñar con insistencia que, desde ahora en adelante,
ningún príncipe, señor, ciudadano ni campesino coma
ganso, venado ni cerdo cocinados en sangre […] Y
tanto los ciudadanos como los campesinos deben
abstenerse especialmente de salchichas de sangre y
embutidos de sangre”.
El teólogo Étienne de Courcelles, del siglo XVII
(1586-1659), también estaba convencido de que
los cristianos no debían comer sangre. Explicó
Hechos 15:28,29 así:
“Aquí los apóstoles no tenían la intención de
transmitir mandatos que prohibieran cosas que la
naturaleza rechaza ni que las leyes de los gentiles
prohibieran, sino tan solo las prácticas comunes de
aquel tiempo, las cuales los gentiles recién convertidos
no hubieran considerado pecado a menos que se les
diera amonestación. Pues se reconoce que sabían que
era menester evitar toda forma de idolatría, y, no
obstante, no captaron inmediatamente que tenían que
evitar las cosas sacrificadas a los ídolos; del mismo
modo, aunque consideraban que el derramar sangre
humana era un crimen, no pensaban lo mismo respecto
a comer [la sangre de] animales. Por medio de su
decreto, los apóstoles deseaban remediar la ignorancia
de aquellas personas; aunque las habían librado del
yugo de la circuncisión y otros preceptos legales, no
obstante, aconsejaron que debían seguir observando
las cosas que habían observado desde la antigüedad
los extranjeros que continuaron viviendo entre los
israelitas, como las que se transmitieron a Noé y sus
hijos”.vii
Durante el siglo XVIII, el eminente científico y
estudiante de la Biblia, sir Isaac Newton, expresó
su interés en la santidad de la sangre. Él declaró:
“Esta ley [de abstenerse de la sangre] era más antigua
que los días de Moisés, dada a Noé y sus hijos mucho
antes de los días de Abraham; por lo tanto, cuando los
apóstoles y los ancianos del Concilio de Jerusalén
declararon que los gentiles no estaban obligados a
circuncidarse ni a guardar la ley de Moisés, no
incluyeron en esto la ley de abstenerse de la sangre y
de las cosas estranguladas que Dios había impuesto
anteriormente no solo a los hijos de Abraham, sino a
todas las naciones”.viii
Aun hoy día en algunas regiones todavía se
reconoce la prohibición de comer sangre. Por
ejemplo, la Enciclopedia de Dificultades
Bíblicas, publicada en 1982, dice:
“Parece clara la implicación de que todavía hemos de
respetar la santidad de la sangre, puesto que Dios la ha
designado como símbolo de la sangre expiatoria de
Jesucristo. Por consiguiente, ningún creyente que
desee ser obediente a las Escrituras debe ingerirla”.
Por todo lo anterior, muchas personas han
opinado –y algunas todavía opinan– que los
creyentes cristianos deberían observar la
prohibición de comer sangre.
4. Nosotros los estudiantes e investigadores de
la UCLi concordamos con estas personas. Por
supuesto, el hecho de que muchos de los que se
declaran cristianos no obedezcan hoy día esta ley
intemporal y metacultural no hace irrazonable
nuestra actitud. Más bien, es otra prueba del nivel
de secularización que la cristiandad
denominacional ha experimentado en las últimas
décadas. Los miembros de la UCLi apoyamos la
actitud de obediencia a esta orden que, como
hemos visto, trasciende la tradición judía y que es
tan universal como el contenido total del Génesis,
libro en el que la orden fue dada por primera vez.
“Por una fe inteligente…”
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by The UCLi International Ministries
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Armando H. Toledo es licenciado en psicología, terapeuta y
académico universitario de tiempo completo; es el fundador
de la UCLi y vive en Morelos, México. Haga contacto con el
autor en: a.h.toledo@hotmail.com. Visite las bibliotecas
virtuales de La UCLi en: www. Scribd.com y
www.academia.edu
Referencias bibliográficas:
i
Benson, J. (1839): The Holy Bible Conteining the Old and New Testaments; Nueva York, vol. I, p. 43.
ii
Eusebio: The Ecclesiastical History; V. I. 26. Biblioteca Clásica de Loeb, Cambridge y Londres, 1980,
página 419.
iii
Véase también Octavius, por Minucio Félix, capítulo 30, Biblioteca Clásica de Loeb, Cambridge y
Londres, 1977, página 409.
iv
Hefele, Charles Joseph (1896): A History of the Councils of the Church, from the Original Documents,
Edimburgo, página 232.
v
Regino, Libri duo de ecclesiastisis disciplinis et religione Christiana; véase Patrología Latina de Migne,
volumen 132, París, 1853, columnas 354, 355.
vi
Priestley, Joseph (1818): The Theological and Miscellaneous Works, volumen IX, página 366.
vii
Etienne de Courcelles, Diatriba de esu sanguinis inter Christianos ; véase Opera theologica, Amsterdam,
1675, página 971.
viii
Isaac Newton (1728): The Chronology of Ancient Kingdoms atended, Dublín, página 184.