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Por cruel paradoja, lo que constituye la grandeza de la oración y la plenitud del hombre,
llega a convertirse en objeto de hostilidad y desconfianza para el alma, aun prevenida
por la gracia. Guardini ha descrito bien este momento espiritual: "En general el hombre
no ama orar. Prueba fácilmente en la oración el fastidio, el embarazo, la repugnancia y,
digámoslo claramente, la hostilidad. Todo lo demás le parece entonces más atrayente e
importante. Dice que no tiene tiempo, que esto o aquello es urgente, y, sin embargo, una
vez que ha abandonado la oración con este pretexto, es capaz de hacer las cosas más
superfluas. Sería necesario que el hombre cesara de engañarse y de engañar a Dios.
Valdría más decir francamente "yo no quiero orar", antes que recurrir a esas astucias... "
La tensión oración-acción
En un plano menos radical que el de aceptarla o rechazarla, pero más sensible a la vida
moderna, se manifiesta en la vida de oración otra tensión: impulsado por la acción, el
cristiano, y particularmente el apóstol, se siente dividido entre las exigencias de la
oración y las del apostolado. Afrontamos ahora el problema en su aspecto sicológico: la
oración invita a una vida de dentro, la acción conduce afuera. Entonces, el lugar que
ocupe la oración en la vida cristiana ¿no dependerá de disposiciones caracteriológicas:
introversión o extraversión?
A primera vista la decisión de orar es una ruptura con el compromiso directo. Afrontada
la afirmación en su dimensión eclesial, justifica la división del estado religioso en "vida
contemplativa" y "vida apostólica". Lo que acepta el contemplativo es no usar los
medios visibles al servicio de la Iglesia. Su actitud es de conversión a la interioridad
para hacer crecer el Reino de Dios. No es que su vida sea inútil a la Iglesia, puesto que
participa de la eterna intercesión de Cristo. Pero su eficacia apostólica reviste una forma
invisible. El apóstol se sitúa en otro plano. Se compromete, en la acción con todo su ser.
El mundo de pecado no acepta su mensaje, y además tienta su debilidad. ¿Cómo no
tener nostalgia del contemplativo? Se dirá: puede orar. Aquí precisamente se sitúa el
problema: oponer unilateralmente la oración a la acción, como una actividad pura a otra
impura, es invitar al apóstol a refugiarse en la oración como su único momento
espiritual. Y al sentir la urgencia apostólica, su corazón queda dividido.
La cuestión precisa que nos debemos proponer inicialmente es: ¿todo ejercicio de
oración es incondicionalmente santificante? Lo sería en la hipótesis de una eficacia
automática concibiendo la oración como una realidad puramente humana, una técnica
sicológica. De hecho sabemos que la oración responde a una invitación previa del
Espíritu que clama en nosotros. Nos santifica la oración que es hecha "en nombre de
Jesús", bajo el impulso del Espíritu, y que tienda en consecuencia al cumplimiento del
designio de Dios. En otros términos, está sometida a la condición fundamental de
responder a una voluntad actual de Dios sobre nosotros. También la actividad
apostólica está ligada a una voluntad actual de Dios, única regla de nuestra
santificación, "La voluntad de Dios -afirma el P. De Caussade- es la única que da a las
cosas, cualesquiera que sean, la eficacia de formar a Jesucristo en el fondo de los
corazones". La aplicación a nuestro caso es clara. "La voluntad divina es la vida del
alma bajo cualquier apariencia que ésta se aplique a ella o la reciba... Si la divina
voluntad presenta un deber actual de leer, la lectura opera en el fondo del alma... Si hace
dejar la lectura para una contemplación, ese deber obra en el fondo del corazón del
hombre nuevo y la lectura sería entonces inútil y perjudicial. Si la divina voluntad me
retira de la contemplación para oír confesiones (u otro apostolado), ello forma a
Jesucristo en el fondo del corazón y toda la dulzura de la contemplación no serviría sino
para destruirlo." Todo -acción y contemplación- es función de la voluntad del Padre
escuchada por inspiración del Espíritu.
La oración, necesita la presencia del Espíritu Santo. "No sabemos qué pedir para orar
como conviene, pero el Espíritu mismo intercede en nosotros con gemidos inenarrables"
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(Rom 8,26). Así como el Espíritu nos guiaba a la oración o a la acción, el mismo
Espíritu realiza nuestra oración. Hay que eliminar todo lo que impida percibir y
obedecer su moción. Toda oración supone ascesis.
La acción
Por acción se puede entender en primer lugar la operación inmanente del espíritu:
ejercer el conocimiento o la libertad es obrar vitalmente. Se puede ejercitar directa y
activamente la inteligencia en la esfera del espíritu -por ejemplo contemplar- y la
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Tal autonomía se agiganta cuando se trata de acción sobre las cosas y especialment e del
trabajo. Aquí ya es más difícil percibir su relación con la vida espiritual. El mundo
aparece como extraño a la vida religiosa y a la oración. Para el marxista la oración es
alienación, evasión fuera de la urgencia de la acción.
A estos dominios del obrar, hay que añadir uno específicamente cristiano: la actividad
apostólica. Su posición con respecto al Reino es particular. Es una cooperación
instrumental al cumplimiento del Designio de Dios. Persigue lo mismo que la oración,
pero con medios diferentes.
Más aún. El esfuerzo moral implica la, atracción de un ideal, el conocimiento de medios
para lograrlo, el empuje que vence las repugnancias y pasa sobre los obstáculos. La
marcha hacía la santidad no es posible sin una fuerte familiaridad con Cristo en la
oración. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que nos conduce al Padre. La exigencia
de santidad percibida en la contemplación provoca la rectitud moral y la pureza de
corazón, y la mediación de Cristo, a quien nos unimos en ella, nos la alcanzan.
Recíprocamente, la pureza moral permite una vida de oración más profunda y continua.
"Bienaventurados los corazones puros porque verán a Dios." La oración es un continuo
levantar el corazón. Además supone vivir la caridad evangélica, actitud de abertura y
acogida fraternal. Ejercicio de ascesis y aspiración espiritual se condicionan
mutuamente.
2. Oración y trabajo
Vano seria concebir la vida cristiana animada por la caridad fuera de la comunión
humana. Hasta el eremita del desierto se sabe profundamente integrado en la Iglesia y
los hombres. Eso sí, el contemplativo puede sentir el desgarrón de que nos habla S.
Pablo: "Me encuentro en esta alternativa: por un lado ansío partir para estar con Cristo,
que es lo mejor; por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vuestro
bien" (Flp 1,23-24). Si la caridad en el servicio de Cristo cuenta para Pablo, también
debe contar para nosotros. Pero desbordado este aspecto apostólico-pastoral, la caridad
engloba todas las relaciones humanas que nos pueden ligar, las de la familia, la ciudad,
la humanidad. En la caridad apostólica somos conocidos como miembros de la Iglesia
que obran en nombre de Cristo, pero no se nos reconoce coma obrando inmediatamente
en su nombre. De ahí el peligro para el cristiano de llegar a olvidar prácticamente esta
referencia. La oración precisamente perseguirá alimentar y renovar en nosotros la
conciencia de nuestra pertenencia a Cristo g de nuestra responsabilidad de Iglesia.
Nuestra vida será dé oración, si el impulso sentido en contacto con Dios se prolonga en
una vida de caridad a la que aquélla nos inspira.
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¿A qué tiende ésta? A conformar nuestra voluntad a la de Dios. ¿Con qué condición será
auténtica? Si el conjunto de nuestra vida tiende a realizar el designio de Dios. En estas
dos proposiciones se contienen los principios de solución: podrá haber integración
recíproca en la medida en que actividad orante y profana se presenten como una
relación del plan de Dios. Ahora bien, veamos cómo la actividad humana, en cuanto tal;
puede presentarse así.
¡Qué lejos estamos así de la tentación de evadirnos del mundo para darnos al gusto de la
oración! Voillaume va más lejos: "Hay en el acto de trabajo como una obediencia
particular a un orden de Dios. Se puede trabajar por fuerza, y se puede trabajar para
estar, por amor, en el orden especialmente querido por Dios. El trabajo constituye así
como un vínculo entre Dios y el hombre, como un reencuentro en la obediencia. Es
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c) Consagración
3. Oración y apostolado
"No nos predicamos a nosotros mismos, sino que predicamos a Cristo Jesús, el Señor;
nosotros no somos más que vuestros servidores por amor de Jesús" (2 Cor 4,5). En estas
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Centrado totalmente en la expansión del Reino, el ministro necesita una profunda vida
teologal para ser asumido con eficacia. No se siembra la palabra sino en virtud del
dinamismo de una fe que apremia. Todo cristiano llega a apóstol si permanece fiel a la
exigencia de la fe viva que quiere que la palabra de Dios se extienda hasta los confines
del mundo. Necesariamente chocará con el príncipe del mal "nosotros nos afirmamos en
todo como ministros de Dios por una gran constancia en las tribulaciones, necesidades y
angustias", 2 Cor 5,14), por lo que deberá vivir en la esperanza. "Así se ve bien que si
sigue esta obra apostólica es porque el amor de Cristo le apremia" (2 Cor 5,14).
b) Dificultades
reduce a veces a silencio nuestra razón. ¿Quién gusta someter su inteligencia? Nuestro
deseo natural sería construirnos nuestras vidas y nuestras convicciones. La acción nos
empuja a ello; la oración nos frena.
Además, Dios usa otro medio para empujar al apóstol a la oración: la experiencia
misma de las dificultades apostólicas. La naturaleza del adversario (Ef 6,12) y la
experiencia de nuestra debilidad, unida a la desproporción de medios. ¿Qué es un
puñado de hombres entre civilizaciones milenarias o entre nuestras masas ateas, si no
constituye un punto de inserción en el mundo de otra fuerza divina? Sólo Dios puede
asegurar el resultado de esta empresa. El apóstol, muchas veces abocado al fracaso,
necesitará de la contemplación frecuente del misterio de Cristo, cuyo fracaso y muerte
harán inteligible su propia experiencia. En Jesús, sus fracasos aceptados, serán una
nueva fuerza.
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Como el obrar humano se realiza en un plano individual y en una como plano social o
comunitario, así el esfuerzo de adaptación del instrumento a la vida apostólica concreta
puede tomar la forma de examen de conciencia o de revisión de vida. Esta actividad
vive todavía en un estadio de búsqueda, como para dar una definición perfecta.
Orientada por esencia a la acción apostólica, parte de un hecho concreto que es sentido
en una reacción de grupo, provocando una toma de conciencia del equipo apostólico. El
aspecto renovador es que nos situamos en una perspectiva sociológica. El medio a o
evangelizar aparece como un sector en cuya vida se mezclan necesariamente los
condicionamientos religiosos, económicos, culturales, y por ello requiere la atención no
sólo del individuo en si, sino de un equipo apostólico como tal. Hemos dicho que el
obrar cristiano tendía a una consagración del mundo en todos sus aspectos. A la re
visión de vida le está reservado particularmente el difícil papel de discernir cómo todas
las realidades humanas en sus condicionamientos Sólo lo complejos son susceptibles de
ponerse en contacto con el Evangelio de Cristo, para que, transformándose poco a poco,
lleguen a constituir el gran Cristo en una comunidad eclesial. Todo esto no puede
realizarse sino en una actitud de oración. Mejor, toda esta búsqueda ya es una oración.
Lo que se pide al individuo, se requiere del grupo deseo de encontrar la voluntad de
Dios, disponibilidad para aceptarla y fuerza para llevarla a efecto. Son las condiciones
de toda oración apostólica.