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Luis María Murillo Sarmiento

HUMANIZACIÓN Y SALUD
(CONSIDERACIONES DE UN PROTAGONISTA)

Bogotá D.C. – Colombia

Agosto 2009
Luis María Murillo Sarmiento M.D.

Presidente Comité Bioético Clínico Red Distrital de Bogotá


Asesor Comité Bioético Clínico Hospital de Kennedy – Bogotá

Médico y escritor
Ginecólogo, laparoscopista y colposcopista
Miembro de la Sociedad Colombiana de Obstetricia y
Ginecología y de la Asociación Colombiana de Menopausia

Ha sido docente de medicina de las universidades Rosario y el


Bosque de Bogotá y Jefe del Departamento de Investigación y
Docencia del Hospital Central de la Policía Nacional de
Colombia

Luis María Murillo Sarmiento


l.murillos@hotmail.com
http://luismmurillo.blogspot.com/
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/

Humanización y salud
(Consideraciones de un protagonista)
Derechos reservados
Bogotá D. C. 2009
HUMANIZACIÓN Y SALUD
(CONSIDERACIONES DE UN PROTAGONISTA)

CONTENIDO

1. Introducción 4
2. ¿Qué es humanidad? 4
3. Humanidad, humanismo y deshumanización 5
4. ¿Qué es dignidad? 6
5. Humanidad, ética y bioética 7
6. El arte de curar: humanidad y ciencia 7
7. Cómo ser humano 8
8. Hipótesis sobre la deshumanización, un acercamiento al origen de los males 9
9. Humanidad y formación 11
10. Derecho y humanidad 12
11. Los males de la atención en salud 13
12. El personal de salud en una encrucijada 15
13. El trabajo sanitario: fuente de alegrías y de desgracias - Un vistazo al ‘Burnout’
y sus remedios 15
14. Los derechos del personal sanitario 20
15. Objeción de conciencia 22
16. Epílogo 25

Bibliografía 26
1. INTRODUCCIÓN

Protagonista y testigo de más de tres décadas de nuestra medicina, cuento para mis
reflexiones con el privilegio de haber visto desde primera fila sus transformaciones profundas
e impensadas, y con el abatimiento y las satisfacciones que se sienten al ejercer el noble arte
de aliviar y de curar.

La humanidad, cuestión que me impacienta, no es menos que los avances científicos y


tecnológicos de nuestras profesiones, es el norte de una ciencia que existe en la medida en que
ve padecer al hombre enfermo. Tal vez en otros campos quiera el científico rivalizar con Dios
y construir, de pronto, un altar a su soberbia; en éste, su aliento debe ser humilde, benigno y
compasivo.

Enfrascado en el examen de la bondad en el ejercicio de la labor asistencial, dejaré en las


próximas líneas mis consideraciones, y algo, también, de la fructífera lectura de autores como
Diego Gracia, Fernando Sánchez Torres, José Alberto Mainetti, Pablo Arango y otros más
mencionados en la bibliografía, que ayudan a iluminar el pensamiento en el extenso mundo de
la bioética y la medicina.

2. ¿QUÉ ES HUMANIDAD?

La humanidad es un término de ambiguas acepciones, tan incierto como la condición humana.


“Errare humanun est” -humano es equivocarse- afirma la sentencia. Y por humano se agravia,
pero por humano se sufre, por humano se injuria, pero por humano se consuela. Esa aparente
contradicción del vocablo, resume en últimas, con precisión, al hombre.

La humanidad, es un fruto particular de nuestra especie; así se conjetura. Un logro propio de


seres racionales, de entes con libre albedrío y con conciencia. Ante ese axioma no cabe esperar
comportamiento semejante de los animales, pero sí de los hombres hacia ellos. No obstante la
razón flaquea cuando la mascota mima al amo, y el amo –en esencia racional- procede con
toda crueldad contra los animales. Imagen surrealista se arruina toda argumentación sobre la
superioridad de la razón humana.

Pero porque el hombre es humano es posible humanizarlo. La humanidad es a la luz del


diccionario la compasión de las desgracias de nuestros semejantes, y en ese sentido ha de
entenderse a lo largo del presente escrito. La humanización aspira a que las personas hagan el
bien, que se sintonicen los hombres con la bondad y con las buenas maneras. Hacerlos
benignos es humanizarlos. En su transformación el bien y el mal, eterno conflicto de la
naturaleza humana se resuelve a favor del débil, del necesitado, del que sufre, del que siente;
de todo aquel sensible a nuestros actos: en potencia todo ser humano. Y aunque la humanidad
abraza el bien y reprueba las acciones malas, paradójicamente también comprende al
infractor, incluso lo perdona.

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3. HUMANIDAD, HUMANISMO Y DESHUMANIZACIÓN

El sentido humano del comportamiento tiene un fundamento racional, pero también afectivo.
Puede proceder de diversas corrientes filosóficas, pero también de la sensibilidad per se. Es
tan universal que tiene raíces en el humanismo -movimiento antropocéntrico-, como en las
filosofías teocéntricas. El hombre, bien como centro, bien como satélite, en las diferentes
doctrinas, suele ser objeto de compasión. Razonado y convertido en doctrina, como expresión
menos reflexiva, o como manifestación personal, el sentimiento humanitario corre paralelo a
la historia del hombre, porque la humanidad es una característica de nuestra especie. No se
espera caridad de un animal irracional. La preocupación por el débil, por el afligido, por el
enfermo es universal. Con toda razón ese sentimiento está presente en el surgimiento de las
ciencias médicas.

Las filosofías antropocéntricas con su discurso sobre la dignidad humana, y las doctrinas
teocéntricas con la prédica del amor hacia los semejantes como precepto divino, tuvieron
papel preponderante en el alivio de los males terrenales. Muchos siglos antes de Cristo los
templos fueron albergue de enfermos y desamparados. Y ni qué decir de la edad media en que
las órdenes religiosas se dieron al cuidado del enfermo y a la creación de hospicios y
hospitales. Ni la interpretación del sufrimiento como manifestación de pecado contuvo la
piedad por los dolientes.

Llama en cambio la atención que la maquinización y la producción a gran escala, a diferencia


de los movimientos intelectuales, filosóficos y religiosos, suele alejar al hombre del
sentimiento humanitario. Ejemplo de ello pueden ser la revolución industrial –de inobjetables
beneficios- y, en nuestros días, la obsesión por la productividad sin tregua que se cuela en
todas las labores. Las ansias de poder y de dinero suelen cegar al hombre y su
deslumbramiento puede atropellar muchos valores. Pero ni la producción, ni la economía, ni
la ciencia, ni la tecnología encarnan las adversidades de la humanidad: por el contrario, en
ellas funda el mundo su progreso. La ruptura entre ellas resulta por tanto inaceptable, porque
en ningún momento son contradictorias. Sólo basta que la ciencia y la tecnología discurran
por cauces morales aceptables. Ese es el papel que le encomendamos a la ética, y más
recientemente a la bioética.

Pero la falta de humanidad puede transitar caminos todavía más temerosos. Su detrimento
conlleva un endurecimiento que no conoce límite, un desdén de la beneficencia y un desprecio
por el principio de no maleficencia, que concluye en los comportamientos más perversos que
hacen posible los descuartizamientos y masacres que parecían inconcebibles, pero que hoy
son tan frecuentes como el pan del día. Lejos estoy de imaginar la salud de tal manera
envilecida, pero si degradada por un entorno en que la afrenta a la dignidad de la persona se
ha vuelto cotidiana.

La tendencia deshumanizante vuelve al hombre al escenario natural de las especies, a la


selección en que el más fuerte –y en este caso el más perverso- sobrevive, mientras se

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extinguen el bueno, como el débil. Una premonición apocalíptica que suprime de la Tierra
definitivamente la compasión y la piedad.

La humanidad, como conjunto de obligaciones que se intuyen, es un deber moral más que
legal, pero de obligatorio cumplimiento. Es un deber prima facie que debemos observar para
hacer grato el paso por el mundo.

4. ¿QUÉ ES DIGNIDAD?

Los movimientos intelectuales, filosóficos y artísticos, como el humanismo griego (siglo V aC)
o el humanismo del renacimiento (siglos XIV-XVI) al destacar al hombre y sus valores
enaltecieron la dignidad humana. También la han destacado el humanismo cristiano –
espiritual- como el humanismo materialista desde sus propias ópticas. Altruismo, como
filantropía nacen de ella y convergen en ella. La dignidad es, pues, la esencia de la humanidad
que demando en este texto. ¿Pero qué es la dignidad humana?

La dignidad, ateniéndonos a criterios de plena aceptación, es un bien absoluto. Con lo que se


quiere expresar que es independiente de toda circunstancia. Ni el sexo, ni la edad, ni el credo,
ni la raza, ni el estado de salud, ni el abolengo, ni la posición social, ni ninguna otra condición
la subordinan. Es un valor fundamental inherente al ser humano, que no se otorga, sino que se
debe reconocer indefectiblemente: deja de ser opcional, debe admitirse. Y como valor
fundamental, es pilar de múltiples principios, que se traducen en el respeto por el ser humano
y que deben, sin condicionamiento alguno, a todos cobijarnos.

Aunque incorporada -la dignidad- a todo tipo de leyes y tratados que hacen obligatoria su
observancia, considero que debe ser su fundamentación filosófica y moral la que inspire su
respeto, la que mueva la conciencia de los hombres.

“La superioridad del ser humano sobre los que carecen de razón es lo que se llama la dignidad de
la persona humana” afirma Oscar Garay. Criterio ya expuesto en el siglo XVIII por Immanuel
Kant, filósofo alemán. Planteó Kant el valor relativo del ser irracional, frente al valor objetivo
de los seres humanos. Reconoció a las personas como fines en sí mismos y sentó el
impedimento moral –al no ser cosas-de usarlas como medio y de utilizarlas para nuestros
fines. Concluyó por lo tanto que el ser humano no tiene precio: tiene dignidad. Los seres
humanos no son en consecuencia negociables, son, como dice el pediatra y máster en bioética
Joan Vidal-Bota, únicos e irreemplazables

Dada por sentada la dignidad, sobre ella se erigen todos los derechos: a la vida, a la libertad, a
la expresión, a la propiedad, al credo y todos los que las leyes, tratados y declaraciones
universales a los seres humanos le conceden. A todos –lo resalto- en razón de que la dignidad
es compartida por todos por igual, como un derecho natural por el sólo hecho de ser de
nuestra especie.

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Pero ese reconocimiento tiene, a mi parecer, implícitas ciertas condiciones. Por ser digno al
ser humano se le trata con humanidad, pero por ser digno se espera que actúe humanamente.
No se espera humanidad de otra especie hacia la humana, pero sí de ésta hacia las otras.

¿Pero qué ocurre cuando el ser humano abandona su condición racional y actúa de forma
feroz contra sus semejantes? ¿Su dignidad-supuesta un absoluto- se resiente? ¿Se menoscaba
ese valor fundamental? Seguramente. Pero el asunto, contradictorio y polémico, no tiene
relevancia cuando la atención sanitaria es el tema central de lo que expongo. En salud el trato
humanitario es un axioma. La cuestión es trascendente en lo penal y en la conducta hacia los
delincuentes. Sostengo entonces que la dignidad no es un bien ilimitado y que sí demanda una
responsabilidad mínima del titular de ese derecho, porque ser digno es ser, también,
merecedor de algo. Sin tanta disquisición la sabiduría popular sostiene que hay respetar para
que lo respeten.

5. HUMANIDAD, ÉTICA Y BIOÉTICA

La humanidad no es simple sentimentalismo. El germen que transita los principios de no


maleficencia y de beneficencia, alcanza en la humanidad su manifestación sublime.
Efectivamente la humanidad mora en los terrenos de la ética; la bioética la tiene en sus
dominios. La ética como disciplina del comportamiento humano, por fuerza la involucra. La
contempla la bioética cuando vela por la dignidad e integridad de la persona.

El trabajo bioético advierte las tendencias intolerantes y crueles, fomenta la bondad, procura
que la humanidad se infunda desde la cátedra, pero también que se vierta desde la alta
jerarquía: desde la cima de la administración, desde los poderes del Estado. Busca que la
violencia y la negligencia se transformen, como postula Diego Gracia -médico y bioeticista
español-, en respeto y la diligencia. El objeto de la ética es la protección del débil; y retomando
al mismo autor, debo afirmar que mientras la selección natural lo elimina, la ética lo cuida y lo
preserva.

Los comités de bioético cumplen en últimas con el objetivo de humanizar la asistencia y la


investigación sanitaria. Su función busca la armonía entre la técnica, la ciencia y la dignidad
humana, en pos de un modelo ideal que como propone como José Alberto Mainetti “integre la
medicina de alta tecnología y la medicina humanística, con el objetivo de procurar los mejores
intereses del individuo y de la sociedad”. Su papel es más que pertinente en un mundo que
deslumbrado por las maravillas de la ciencia se olvida de los sentimientos. Bien señaló Gracia
que la ética médica clásica era una ética de la virtud, mientras la actual está más centrada en el
deber que en la felicidad.

6. EL ARTE DE CURAR: HUMANIDAD Y CIENCIA

Las acciones de la medicina y de los profesionales de la salud en general, son en su mismo


origen inseparables de la labor humanitaria, son indudablemente compasivas. Su quehacer

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tiene en la compasión origen, entendido origen en su doble acepción de nacimiento y
fundamento: por compasión se emprenden, por compasión perduran. Y es que se necesita
cierto enternecimiento por quien sufre para querer abrazar las ciencias médicas. Un
misántropo no encaja en la asistencia. Las ciencias de la salud nacieron para curar, o para
aliviar en su defecto, y se han mantenido y se perpetuarán para los mismos fines. Su objeto es
el ser humano vulnerable, el ser humano frágil, rendido por la enfermedad, el dolor y el
sufrimiento. Rendido por el dolor físico y por el dolor moral. Porque la humanidad a
diferencia de la técnica, reconoce en la enfermedad una dolencia que rebasa el cuerpo y afecta
la dimensión espiritual del hombre; aquello que no es físico ni orgánico, y que reúne lo inmaterial
del ser humano: su alma, su psiquis, su mente, su intelecto, en últimas sus sentimientos, si se quiere
negar lo trascendente.

El arte de curar demanda virtudes que sobrepasan en número y magnitud la de la mayoría de los
oficios. Quien atiende a un enfermo no puede ser un desalmado. Debe ser sin excepción benévolo.
Las cualidades que reclama el paciente, son a la vez las que se esperan de la medicina: compasión,
caridad, generosidad, bondad, amabilidad, consideración, afecto, diligencia, que no son otra cosa
que la expresión de la humanidad en alto grado. Luego la medicina y todas sus afines deben ser la
materialización del concepto humanidad.

La humanidad se intuye, pero también se cultiva y se refuerza. De ahí la importancia de incluirla


en los programas que forman nuestros profesionales. Qué bien cabe en esta reflexión la
exhortación del médico humanista Fernando Sánchez Torres cuando afirma que el médico no
debe ser sólo componedor –mecánico- del cuerpo humano, sino que debe trascender lo
simplemente corporal para ponerle arte a su oficio. Arte que es en sus palabras el alma, la
pasión y el sentimiento.

7. CÓMO SER HUMANO

La humanidad es un dictado del sentido común y del buen juicio, no exenta, en el caso de la
asistencia sanitaria de determinada técnica; pues no basta servir, hay que tener conocimiento
para hacerlo. Las necesidades y la atención de un niño, en gran medida difirieren, por ejemplo,
de las de una parturienta, o las del paciente moribundo.

El punto de partida del trato humano es la convicción de quien debe prodigarlo. En su mejor
expresión la bondad se da espontánea, llegando a los límites del sacrificio. Y ese sentimiento
tiene como guía la aspiración de cómo queremos ser tratados. Es la consideración y el respeto
hacia los semejantes, en los que de alguna forma nos vemos proyectados.

La humanidad nos obliga a anticiparnos al efecto de nuestras acciones, nos incita al diálogo,
principal vehículo que trasmite sus virtudes, y a traducir en gestos y palabras los sentimientos
compasivos. Porque la humanidad, aunque tiene un fundamento racional, se expresa con
afecto. Sin cordialidad, ni simpatía, la humanidad no existe. Nace de la comprensión de que el
ser humano es sensible y sujeto al sentimiento. Y se traduce en comportamientos

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responsables, afectuosos, rectos, amables, indulgentes, tolerantes, amistosos, agradecidos,
respetuosos, comprensivos, sinceros humildes, serviciales, generosos, honrados, justos,
veraces, diligentes y prudentes. Comportamientos que demandan el súmmum de virtudes, y
que paradójicamente no precisan de mayores sacrificios.

8. HIPÓTESIS SOBRE LA DESHUMANIZACIÓN, UN ACERCAMIENTO AL ORIGEN DE LOS


MALES

El mundo abrupta o imperceptiblemente se transforma; pero son más frecuentes los cambios
invisibles, que sólo se advierten al comparar las épocas. Como el rostro del hombre, por
ejemplo, que pasa de el del niño al del anciano habiendo visto siempre la misma faz el día
anterior y el que sigue. Así, inesperadamente, nos damos cuenta de que la urbanidad, la
cortesía, la humanidad se han depreciado. Y comienzan a asaltarnos –a médicos, enfermeras y
pacientes- las preguntas: ¿Cuándo se perdió la humanidad? ¿Cuándo el hábito volvió una
rutina el sufrimiento? ¿Cuándo el arte de curar se volvió básicamente técnica? ¿Cuándo el
médico perdió su pedestal? ¿Cuando el hombre de ciencia en su prepotencia se equiparó con
Dios? ¿Cuándo la calidad total se dejó imbuir por la productividad sin freno? ¿Acaso cuando el
enfermo se volvió otro cliente? ¿Cuando se olvidó el poder curador de las palabras?

Estas preguntas encierran dudas y a la vez certezas, y dejan la evidencia de las transformaciones
radicales que ha sufrido el arte de curar. Para comenzar, el médico paternal, con visión integral
del enfermo y su familia, capaz de auscultar las emociones con paciencia, es cosa del pasado. Con
sus virtudes y defectos ese paradigma ha sido reemplazado. ¿Pero esa medicina más apacible y
menos técnica debía substituirse? No del todo, es mi respuesta. No en todo aquello que ha
significado el menoscabo de la relación del médico con el paciente.

Los cambios que se han dado, odiosos para el médico humanista, han resultado sin embargo
inevitables. Creo que la masificación, la parcelación del cuerpo humano, el afán de producir y la
comercialización de la medicina son los verdaderos responsables.

La multitud hace invisible al individuo: en el montón se pierde la dignidad y el valor de las


personas. En la muchedumbre uno de más, uno de menos, carece de importancia. Entre el gentío
que atiborra en una noche las urgencias, el nombre de un paciente resulta irrelevante. Nunca se
recuerda. Con frecuencia se olvida el motivo de ese anónimo que llegó a consulta. La masificación
deshumaniza. Deshumaniza porque agota. El profesional agotado comienza a sentir como tortura
la próxima consulta; el siguiente paciente es un suplicio. Deshumaniza porque en el maremagno
se vuelve rutinario el sufrimiento. El caso doloroso y único conmueve; ante los mismos casos en
sucesión indefinida termina anestesiado el sentimiento. La masificación deshumaniza porque
vuelve anónimos a todos los actores, porque involucra demasiada gente: mucho intermediario.
Ya no son el médico y su paciente en comunión privada; hasta el vigilante y el portero se
entrometen. Todos en la multitud son para los demás intrusos, se ven con desconfianza. Por
seguridad las instituciones de salud cierran sus puertas y deben exigir identidades. Ni los
vigilantes conocen a los médicos, con mayor razón desconocen al paciente.

La fragmentación del cuerpo humano es obvia consecuencia del desarrollo de su conocimiento,


nada hay que reprocharle. Ninguna mente alberga todo el saber de nuestra medicina. La
aparición de las especialidades es un razonable desenlace. Pero su aparición, sin proponérselo,
acabó con el médico omnisciente que atendía integralmente todas las dolencias. Hoy el
especialista no está en condición de resolverlo todo, pero esa misma incapacidad volvió

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improductiva la atención de las quejas del paciente. ¿Para qué escuchar lo que no tiene
posibilidad de remediarse?

En un comienzo la medicina fue ciencia –menos ciencia- y humanidad –más compasiva-, pero
el tiempo la fue volviendo más técnica y menos afectiva. Humanidad y ciencia, en una relación
inversamente proporcional, se fueron distanciando. Los mismos actos de preservar la vida al
borde de la muerte, se fueron encarnizando, y sin ánimo de maldad alguno. Preservar la salud
y la vida a toda costa, por obra de una visión desenfocada, se convirtió en el mayor bien a
proporcionar al ser humano, pasando por alto hasta los sufrimientos que esa actitud provoca.
No dejar morir no siempre es una hazaña.

Por cuántos siglos médico y paciente trabaron una relación humana y personal sin imaginar
que con el tiempo el derecho la volvería un contrato, y que más adelante encajaría en un
portafolio de servicio, jerga del entorno comercial, que también define al enfermo como
cliente. Años apacibles –por desgracia poco técnicos- en que la relación médico-paciente se
daba sin intermediarios, ni leyes del mercado.

“El trabajo del médico solo lo beneficiará a él y a quien lo reciba, nunca a terceros que pretendan
explotarlo comercialmente”, reza el código de ética médica colombiano. Saludable o no, apenas
es romántico. Difícil imaginar que en las empresas de salud todo sea filantropía sin ánimo de
lucro. Pero hacer empresa con la salud no es censurable. Por efecto de la misma masificación,
resulta necesario. De hecho los recursos privados, mejor administrados que los del Estado,
tienen en la salud la posibilidad de demostrar su compromiso con la sociedad. Lo reprochable
es ver la vida humana tan sólo como un negocio lucrativo. A la buena administración de los
recursos y el manejo acertado de los negocios debe sumarse una contextura moral a toda
prueba. Debe existir una clara jerarquización de principios y valores, un manifiesto sentido de
justicia, un reconocimiento de la vida y la salud como bienes absolutos, una anteposición del
paciente a lo económico; admitir al enfermo como fin, no como medio: reconocerlo como el
propósito más importante de la organización.

La productividad y el afán de lucro son la enfermedad de nuestro tiempo. Gracias a este


morbo todo se volvió vertiginoso. El mundo corre en un afán de producir sin tregua, relegando
la tranquilidad y las dichas del espíritu. No vive, galopa contra el tiempo. Si es trabajador de la
salud, salva una vida, recupera un órgano, hace una consulta apresurada -que
estadísticamente se traduzca en jactanciosos rendimientos-, cumple lo urgente, corre de una
institución a otra, y posterga lo espiritual –lo suyo y lo de su paciente-. Y en esa postergación
lo espiritual se finalmente se olvida. Quien no sigue el modelo se rezaga, quien se rezaga
sucumbe en este trote desbocado, en esta absurda “selección natural” impuesta por el
hombre.

El conocimiento, motor del progreso tiene precio. La educación también es un negocio. Hoy el
conocimiento es un incuestionable producto del mercado y puede valer más que los bienes
materiales. Si éstos valen, tiene lógico asidero que cuesten los bienes que trascienden, como la
educación, más si se entiende que los recursos que requiere su infraestructura no salen de la
nada. De todas maneras la salud y la educación no son un privilegio, son un bien universal que

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debe asegurarse. Por más que cueste toda persona debe tener garantizado ese derecho. Cómo
se logre depende del ingenio de quienes rigen sus destinos.

En la conjunción de tantos extravíos, de tantos males, aprietos y limitaciones resulta


inevitable que la humanidad se pierda, en el afán de sobrevivir la vocación se distorsiona, la
caridad se queda sin espacio, la acción desinteresada ante el ánimo comercial claudica.

9. HUMANIDAD Y FORMACIÓN

La formación de los profesionales, hoy en día, dista de la que Hipócrates trazó en su


juramento. Suyas o de sus discípulos, las frases de este ofrecimiento nos hacen pensar que el
lucro no era lo importante. Reza el juramento: “A aquel quien me enseñó este arte, le estimaré
lo mismo que a mis padres; él participará de mi mantenimiento y si lo desea participará de mis
bienes. Consideraré su descendencia como mis hermanos, enseñándoles este arte sin cobrarles
nada, si ellos desean aprenderlo”. No puede pretenderse que hoy las cosas sean estrictamente
las de tan remonto antaño, pero sus ideales sí deben ser motivo de reflexión que encauce
nuestros pasos.

Costosa o gratuita, la formación es exigente, pues de ella depende la calidad de los


profesionales que toman la salud entre sus manos. A las facultades con tradición educativa, se
vienen sumando infinidad de escuelas que hacen exclamar al espectador desprevenido, con
intención peyorativa: “la formación es un negocio”. De doce a casi sesenta facultades de
medicina pasó Colombia en menos de veinte años. En otras profesiones de la salud la situación
es semejante. Desde luego que alegra tal oferta, pero también preocupa: ¿Están todas ellas
preparadas para formar un personal idóneo?

¿Qué tipo de educación proveen –técnica como humanística- aquéllas facultades que llaman
‘de garaje’? Y en el otro extremo: ¿habrá razón para temer que sólidas empresas dedicadas al
negocio de salud –estas sí en recursos pródigas para fundar escuelas- incursionen en la
academia fundando sus propias facultades para formar el personal sanitario? Si de aquéllas se
cuestiona la calidad científica y humana de sus egresados, de éstas se presume un nivel
académico envidiable, pero se teme algún desmedro de los aspectos éticos. ¿Será que el perfil
del egresado traducirá las ambiciones de una empresa lucrativa? ¿Será, por el contrario, que
las facultades de medicina y enfermería de las empresas de salud formarán profesionales tan
incontaminados que rectificarán y consolidarán los postulados éticos en empresas que viven
del negocio sanitario?

Las instituciones educativas tienen con sus educandos más compromiso que infundir
conocimientos y desarrollar habilidades, tienen la obligación de acrecentar la idoneidad moral de
quienes están formando, y antes que todo, descubrir las virtudes que les permitan ejercer a
cabalidad su oficio. La selección del personal que accede a las carreras de salud no es por tanto
tema intrascendente, El ejercicio humano de una profesión no lo consiguen las aulas de la nada.
El avenimiento del estudiante con los valores depende de su propia naturaleza, que los acepta o

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los rechaza. La proclividad al acto humanitario está en la vocación del individuo. Hasta cierto
punto se puede amoldar al estudiante pero nunca sin el sustrato de una inclinación
humanitaria. Obrar contra la voluntad es imposible. Luego el primer paso en la consecución de
personal asistencial humano es la elección responsable de los aspirantes. Teniendo esta materia
prima como base, el discurso humanitario puede obrar milagros, pude conmover la fibra sensible
de aquéllos a quienes se dirige, consiguiendo los mejores frutos. Sea en las aulas que los forman,
sea en las instituciones de salud que los capacitan y actualizan.

10. DERECHO Y HUMANIDAD

El proceder humano debería ser producto exclusivo de la propia convicción. Idealmente


debería ser espontáneo, sin coacciones que impongan, so pena de sanciones, el buen
comportamiento. Pero su naturaleza, proclive a sus propias ambiciones, hace inevitables las
normas que regulan sus deberes. La norma como obligación perentoria sujeta a sanciones pudo
haber surgido como expresión de poder y de dominio de unos seres humanos sobre otros, pero
más probablemente como la consecuencia de la incapacidad del hombre de adoptar
comportamientos que permitieran la sana convivencia. No es suficiente que la mayoría asuma
conductas respetuosas de los derechos ajenos: la acción desbordada de uno o pocos es suficiente
para alterar la paz. Pero los derechos, antes que preceptos dictados por la autoridad, tuvieron
que ser principios asentados en la conciencia humana. Por eso la imposición de una ley para
conseguir lo que debería lograr la moral del hombre, me hace pensar en la degradación
individual o colectiva del proceder humano, que se ha ido acostumbrando a actuar bajo el peso
de la coacción y la inminencia de un castigo. Me surgen entonces dudas sobre la pertinencia de
convertir en ley lo que debería ser campo de la ética. Sin embargo el devenir histórico nos
muestra que esa es la tendencia. Hoy es cotidiano lo que ayer resultaba inconcebible.

Como médico que recién comenzaba su ejercicio, fui testigo en 1981 de la aparición de la ley 23,
más conocida en nuestro medio como código de ética médica. Y viví, siendo estudiante, el debate
en torno a una ley que nos reglamentaba lo que hasta entonces había quedado al pleno arbitrio
de nuestra conciencia. Que nos tuvieran que decir como debíamos comportarnos, cuando nos
considerábamos, los médicos, los custodios de las virtudes que entonces se nos imponían como
obligación so pena de sanciones, parecía una escena de un teatro absurdo. Hoy, que todo se
reglamenta -aunque no se cumpla- el absurdo sería dejar a la conciencia personal los puntos de la
relación del médico con su paciente, la relación entre colegas y con las instituciones de que trata
la norma mencionada. No obstante, debo aceptar que la normativización deja en la piscología de
las personas que se benefician de ella, un sentimiento de seguridad y de optimismo.

¿Pero que alcance deben tener los preceptos legales cuando de humanidad se trata? Porque el ser
humano, como ente absolutamente volitivo, tiene que tener la libertad de conducirse sólo. Y la
expresión humanidad suele englobar comportamientos que no son por ley obligatorios. La ley es
una ética de mínimos, la humanidad una ética sin límites superiores. Por humanidad una persona
puede ofrendar su vida, la ley jamás lo exigiría.

No obstante, aunque no concibo las leyes para suscitar convicción y buenos sentimientos, debo
reconocer que si pueden obrar sobre aquellos factores que atentan contra la humanidad. Si un
interés económico, por ejemplo, es impedimento para mitigar el dolor y ofrecer un cuidado
paliativo, la autoridad debe exigirlo.

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¿Pero se deberían –volviendo a la pregunta- imponer por ley la consideración y las buenas
maneras? ¿Hacer obligatorias por precepto legal, las expresiones afectuosas? ¿Exigir que un ser
consuele a otro? ¿Si así se hiciera cuáles serían las sanciones a las transgresiones? El derecho
internacional humanitario (DIH) no es modelo para nuestros fines, su órbita no es la humanidad
en los términos de generosidad que este escrito demanda. El Derecho Internacional Humanitario
se circunscribe a violaciones aberrantes y crímenes atroces, propios de los conflictos armados,
estableciendo normas a la guerra para hacerla menos bárbara, es el “derecho de la guerra”. Y el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH), aunque obra en tiempos de paz,
regula aspectos como la libertad de prensa, el derecho a votar, a la huelga, etcétera, evitando
en términos generales la arbitrariedad del Estado con el individuo. No es nuestro norte: está
más alto. En nuestro caso la humanidad es más que la no maleficencia a la que estas normas
aluden. El actuar humano es primordialmente obra de la conciencia, una decisión libre de quien
en la balanza del bien y el mal pone a prueba sus acciones, una convicción, una vocación en
ocasiones, inevitablemente un sentimiento. Es beneficencia pura. El proceder humanitario es
una autoimposición cargada de buenos sentimientos, la norma fría pero perseverante. La
humanidad –virtud- es compasiva, el derecho es inflexible. Lo que la ley demanda puede
obviar la reflexión y la conciencia, se debe cumplir sin atenuantes.

No deja de inquietarme que en la medida que se consagren derechos en las leyes la


humanidad se extinga. Paulatinamente el hombre se va acostumbrando a que sean las normas
las que definan el rumbo de su vida, que le señalen lo correcto y lo incorrecto, lo permitido y
prohibido, lo que se debe hacer y lo vedado. Y ese cúmulo de reglas que pretende
contemplarlo todo, le quita al ser humanos la iniciativa de la conciencia y de los sentimientos.
O bien lo expresamente no prohibido se aduce permitido y por ahí se filtran las acciones
reprobables olvidadas por la norma, o bien lo laudable se desecha por no hacerlo la ley
obligatorio.

Realmente no alcanzo a imaginar una norma que obligue los buenos sentimientos. Un día fue la
palabra suficiente para honrar los compromisos, hoy devaluada, sólo tiene validez cuando está
escrita y autenticada por notario. ¿Tal será la suerte del sentimiento humanitario?: la coacción
legal para que no se olvide. No lo concibo, sería la expresión de la degradación suprema. Si se
precisaran leyes para que la piedad exista mucho habrá involucionado el ser humano a pesar de
sus conquistas científicas y tecnológicas, ¿quizás por ellas?

Prefiero seguir predicando la humanidad, tratando de conmover con la palabra, e instando a ella
con los mejores argumentos. Cuando sólo la ley puede garantizar la humanidad, habrá
involucionado y perdido su calidad del sapiens el primate que dominó la Tierra.

11. LOS MALES DE LA ATENCIÓN EN SALUD

La salud está enferma. Innumerables males aquejan la asistencia. Sus manifestaciones son
queja cotidiana. Mencionaré los morbos, sin hacer de ellos un catálogo tedioso y exhaustivo.
Creo que una muestra ilustra en forma conveniente.

Para acceder a la asistencia los enfermos deben con frecuencia someterse a trámites
innecesarios, largas filas, demoras sin sentido, caras poco amables y trato displicente. Cual si
ese calvario pretendiera que muchos pacientes desistieran de buscar ayuda.

~ 13 ~
Las empresas de salud, sin sentido común, dispersan en muchas instituciones la atención de
los pacientes, convirtiendo en retazos sus historias. Nada como el expediente único que se
pueda consultar con fines clínicos. Atomización que además pone al paciente en un
peregrinaje insoportable.

Es triste ver que el interés por la buena atención y el temor por el efecto adverso de los
tratamientos, no suelen derivar de un afán humanitario. Es más el ánimo de reducir
demandas. Lo que se sale de la órbita de lo jurídico -como la humanidad- habitualmente está
exento de preocupación y de sanciones.

Tras de la aparente tranquilidad y seguridad de las fachadas, muchos hospitales son campos
de batalla, escenarios de guerra en que los enfermos sobrepasan la capacidad del personal
que atiende, en que los recursos escasean y no dando abasto las camas y camillas, el piso frío
se habilita para acostar a los pacientes. Cuadro inaudito e inhumano. Trazo apenas
caricaturesco para quien no lo ha contemplado.

La desconfianza ha poseído a todos los actores. Violando la intimidad, las historias clínicas de
los pacientes se escudriñan en busca de pretextos para glosar las cuentas, los auditores dudan
del criterio médico, los pacientes ante el fracaso terapéutico señalan la negligencia y el error
como la causa más probable, cual si en salud el éxito debiera estar asegurado. El médico ante
la creciente paranoia imagina toda clase de denuncias y ante el temor a actuar, encarece la
atención con formulaciones que no tienen otro interés que ponerse a salvo de demandas. El
personal de salud se siente arrinconado.

La salud se ha mercantilizado; la productividad y los ingresos pesan más que la humanidad en


los balances. Y no figurará la humanidad en ellos porque pese a su importancia no tiene
indicadores. Muchas veces con criterio financiero la libre formulación se coacciona, y en los
procedimientos, las hospitalizaciones y las estancias que el profesional ordena, sin
fundamento científico, se cuestiona el juicio médico. Hay intromisión en la privacidad del acto
médico, tasando exámenes y tratamientos para que la atención deje ganancia.

El mundo vive a las carreras, la consulta se volvió vertiginosa. No hay tiempo para escuchar a
los pacientes, apenas para llenar la cauda innecesaria de papeles que las administradoras de
salud imponen sin criterio. En aras de la productividad todo se volvió somero: no puede
escuchar el médico más quejas que las corporales –salvo que sea siquiatra- y siempre las
circunscritas a su especialidad –en una medicina parcelada-. El alma del paciente carece de
doliente. Todo minuto de más en la consulta es fuente de tensión en un profesional que lucha
contra el tiempo, y atenta contra la producción de los servicios, sometidos al escrutinio de las
cifras: a hacer más y en menor tiempo. ¿Pero cuántas cosas en una consulta ligera se pasarán
por alto? No por supuesto el llanto, la angustia, la incertidumbre o el temor, ya dados por
descontados del arte de curar, sino aspectos clínicos esenciales para salvaguardar la vida del
paciente.

~ 14 ~
12. EL PERSONAL DE SALUD EN UNA ENCRUCIJADA

Los profesionales de la salud están en la mira de pacientes, instituciones y auditores, y por el


mismo motivo pueden ser héroes para unos y culpables para otros. ¿Pero es el personal de
salud tan desalmado como para propiciar o transigir con los males que estoy considerando?
Definitivamente no. Aunque es corriente que se advierta la deshumanización de la más noble
de las profesiones, y con ella la de toda la asistencia sanitaria, se comprende que la aberración
no suele ser del individuo sino del sistema. Se reconoce que los trabajadores de la salud son
presa de penalidades, y que los males que afectan la atención de sus pacientes también a ellos
los cobijan.

La pérdida de humanidad es generalizada, la asistencia sanitaria apenas la refleja. La falta de


sensibilidad se expande, y va tocando a todo ser humano, por igual se causa y se padece.

Definitivamente en la asistencia se acrecentó la técnica, en la vida laboral la productividad y


en ambas la humanidad se vino a menos. Y el trabajador de la salud terminó inmerso en esos
mundos críticos, en medio de una encrucijada. De una parte como agente de la atención no
compasiva y de otro como receptor de la indolencia laboral. En papeles simultáneos de
víctima y villano. Situación desquiciadora que lo lleva a abatirse como a endurecerse y a
desarrollar enfermedades somáticas como mentales. A quemarse en un desgaste psicofísico
plenamente conocido. El “burnout”, síndrome paradójico en que el oficio de curar termina
enfermando a quien lo ejerce.

El trabajador de la salud no es una máquina que pueda producir sin tregua, tampoco un medio
para que las empresas se enriquezcan. Como ser humano, en nada difiere de un enfermo.
Puede incluso ser más vulnerable, abocado a su propio sufrimiento y al sufrimiento ajeno.

A la tensión propia de su misión, se suman las exigencias laborales, el porvenir incierto, los
roces y rivalidades con el quipo de trabajo, en un círculo vicioso en que todos los efectos
negativos se refuerzan. Entorno de yerros, de equívocos, de comportamientos inconscientes y
hasta deliberados en que puede sobrevenir la deslealtad, el egoísmo, las desaprobaciones, el
encubrimiento, los comentarios imprudentes y las afirmaciones temerarias. Una constelación
de factores crónicos y perniciosos, que terminan por trastornar la salud del personal sanitario.
Física y emocionalmente agotados, los trabajadores de la salud llegan a no encontrar
satisfacción -sino frustración- en su trabajo. El optimismo y vigor del profesional recién
egresado, corre el riesgo de transformarse en apatía y desánimo, en vulnerabilidad extrema
frente al sufrimiento del paciente o en actitudes insensibles y despreocupadas.

13. EL TRABAJO SANITARIO: FUENTE DE ALEGRÍAS Y DE DESGRACIAS - UN VISTAZO AL


‘BURNOUT’ Y SUS REMEDIOS

El trabajo puede ser una fortuna, pero también una tortura; es una necesidad, también una
molestia. El trabajo excedido y en condiciones inapropiadas enferma a quien lo desempeña.

~ 15 ~
Ya en la séptima década del siglo pasado la psicóloga social Cristina Maslach y el psicólogo
norteamericano Herbert Freudenberger encaminaron sus esfuerzos al estudio de los efectos
del estrés en el trabajo. El resultado fue la descripción de un síndrome de desgaste profesional
que se denominó “burnout”. “Burnout: The high cost of high achievement” es el título del libro
en el que Freudenberger aborda los fenómenos del síndrome, un padecimiento resultante de
un trabajo sin compensaciones personales, al que el personal de salud contribuye con una
buena proporción de casos.

El cansancio o agotamiento emocional, la despersonalización o deshumanización, y la


insatisfacción personal son los aspectos fundamentales que lo caracterizan, y que se traducen
en síntomas psicosomáticos y enfermedades como la hipertensión arterial, la gastritis, el
colon irritable; trastornos mentales y del comportamiento como ansiedad, irritabilidad,
conductas cínicas, insensibles, agresivas, alcoholismo y dependencias de diverso origen; y una
percepción absolutamente negativa del trabajo, advertido como causa de las frustraciones
personales. Un desencanto absoluto a cuanto de él se espera. Esto, para presentar en una
exposición sucinta un síndrome que, aunque padecido por el trabajador, esparce en la
organización y en los pacientes sus secuelas.

¿Cómo explicar que a causa del trabajo una persona se desquicie? ¿Cómo entender la paradoja
de un profesional de la salud arrinconado por males ‘iatrogénicos’? Basta un vistazo a los
factores para entender que este aparente despropósito no es inconcebible.

El universo platónico del estudiante suelen desvanecerse cuando choca con el mundo laboral.
A las aflicciones propias de la consecución de empleo y de la aceptación de contratos que
distan de lo deseado, se van sumando infinidad de ingredientes que pueden minar su
resistencia y destruir sus ideales. ¿De dónde proceden en el caso del trabajador de salud, las
acechanzas? De las causas arriba mencionadas, pero también, y en gran medida, del entorno,
entendiendo con ello el ambiente laboral y el familiar.

Provienen del trabajo excesivo que físicamente agota, y emocionalmente desgasta porque
tiene sobre sus hombros el cuidado de la vida humana, que exige más que cualquier otra
actividad la obligación de escapar de los errores. De las exigencia de cumplir indicadores que
miden más cantidad que calidad, de atender más pacientes en igual o menor tiempo, de llenar
papelería innecesaria y asumir tareas secretariales, por ejemplo, a lo que se suma la falta de
reconocimientos y la coacción de las sanciones, la sombra del error asistencial, la
desconfianza institucional y el exceso de control, los roces laborales con jefes y miembros del
equipo de trabajo, y las quejas del paciente que con o sin razón demanda más calidad de la
asistencia y culpa a quien lo atiende, sin comprender que muchas veces es otras víctima de las
fallas del sistema.

La remuneración suele encabezar la lista de las frustraciones, pero entendida como una
relación entre la retribución y el trabajo, toca hacer responsables de sus insatisfacciones a las
entidades contratantes como a los empleados. Es cierto que cuando escasea el empleo el

~ 16 ~
trabajador se ve obligado a resignar sus aspiraciones salariales y a firmar contratos sin
examinar los pros y los contras de la contratación, pero no siempre éste es el motivo. Muchos
trabajadores se someten a empleos distantes en medio de un tráfico caótico y a cargas
asistenciales desmedidas a cambio de ingresos lucrativos; con más prudencia, otros sacrifican
la ganancia en pos de tranquilidad y bienestar. Un punto de equilibrio ha de buscarse entre la
necesidad y la ambición. Al deslumbramiento de las altas remuneraciones deben anteponerse
factores como la estabilidad, la seguridad social y el ambiente laboral. No siempre el
trabajador de la salud toma las mejores decisiones. Una remuneración justa es difícil de
definir en términos matemáticos, pero no erraré si afirmo que debe ser proporcional a la
responsabilidad y debe permitir vivir con dignidad.

En pocos lustros las condiciones laborales del trabajador de la salud en Colombia han
cambiado en forma significativa. La carga prestacional, cuyo peso no podemos desconocer, ha
llevado a tipos de contratación que rehúyen el vínculo con el trabajador. De los contratos
laborales estables y con todo tipo de prestaciones se ha pasado a los contratos de prestación
de servicios, que dejan a cargo del contratista la seguridad social que antes se distribuía entre
el patrón y el empleado. Y que han llevado a que los trabajadores prescindan de incapacidades
médicas y vacaciones para no poner en riesgo la vinculación ni alterar sus ingresos. Fugaces,
pendientes siempre de una renovación incierta, aventurados para garantizar al trabajador el
cumplimiento de un crédito de largo plazo, y tan esclavizantes, que impiden el disfrute del
descanso periódico necesario, remunerado en los contratos laborales que además conceden
una prima de vacaciones.

Estos contratos de corta duración y enmarcados en una relación utilitaria y distante, debilitan
el sentido de pertenencia de los trabajadores a las instituciones. “Escampaderos”, los llaman,
en neologismo, ingenioso y gráfico que resalta la brevedad y laxitud del vínculo. Apenas sacan
del apuro y fácilmente por otro se reemplazan. Gracias a ellos el trabajador de la salud cual
mercenario -al servicio del mejor postor- es un nómada laboral. Esta cultura deshace la
relación afectiva entre la empresa y el trabajador, rompe la solidaridad y los frutos humanos
que de ella se derivan. Se forjan así empresas para las que todo empleado es sustituible, y
trabajadores para los que toda empresa es permutable. Una cultura en que los valores se
desprecian.

Que se hagan los ajustes que demande la relación laboral, pero teniendo siempre el buen
criterio de preservar la dignidad del trabajador y de poner atención a sus necesidades.
Porque los aspectos emocionales de la contratación son tan importantes como los pecuniarios.

La carga asistencial es otro de los males. Los servicios de urgencias son el mismo infierno, me
decía un colega. Descripción más contundente es imposible. Y es que son ellos los que ponen a
prueba instituciones como trabajadores, al punto de convertirse en el más sensible indicador
de la asistencia que las instituciones brindan. Pero como aquel colega, todos los trabajadores
suelen tener en el servicio en que se desempeñan su suplicio. No pocas veces sienten que el
trabajo se sale de sus manos. En la consulta, cada vez más, la actividad secretarial se va

~ 17 ~
tomando el tiempo tan exiguo, aquel que un día la ley dejó al arbitrio de los médicos (“El
médico dedicará a su paciente el tiempo necesario”, reza la ley 23 de 1981 del Congreso de
Colombia) y que sin haber sido derogada hoy determinan las empresas a su antojo.

Se debe procurar que el profesional de la salud realice las actividades propias de su profesión,
que tenga tiempo para mirar a la cara a sus pacientes, que no se le vayan los minutos en
diligenciar formatos y en llenar planillas. Que primen las actividades asistenciales sobre las
administrativas. Que se entienda que cada nueva hoja que se llena es un signo o un síntoma
más que se pasará por alto. Que se comprenda que la oportunidad de cita no se resuelve
apresurando al médico y disminuyendo el tiempo de consulta. Es un engaño mejorar de tal
manera indicadores. En salud la calidad más que la cantidad es la importante. La demanda
excesiva se resuelve contratando personal, y contando con recursos suficientes y oportunos.
Esa es la manera de eliminar los factores de riesgo asistencial y de favorecer la buena práctica.
De paso se aminoran las tensiones medico legales.

Las largas y repetidas jornadas de trabajo, son fuente también del error asistencial, con mayor
razón si son nocturnas. Unas veces obedecen a un esquema de trabajo tan admitido como
cuestionable. Es el caso del trabajo nocturno día por medio, rutinario entre enfermeras,
bacteriólogas, y técnicos y auxiliares de diversas profesiones. Que prescinde del conocimiento
de que el descanso de un día es insuficiente para recuperar un organismo que ha estado toda
una noche laborando. Pero no siempre son las entidades las que lo propician, muchas veces
es el mismo trabajador, que necesitado o ansioso de un mayor ingreso se priva del descanso y
sale a otra jornada en su posturno. Al agotamiento se suma una mayor incidencia de
enfermedades físicas como mentales y una mayor ocurrencia de errores asistenciales fatales.
Mientras ese modelo se reforma, los compensatorios son la salida que aminora sus efectos.

Diversificar la ocupación también es importante para contrarrestar el desgaste que ocasiona


la rutina. El descanso en el trabajo es un derecho y una necesidad. Necesario durante la
jornada, e imperioso al cabo de un año de labor. Sin embargo algunos modelos de contratación
no lo permiten o se traducen en una pausa no remunerada y sin prima de vacaciones, tan
indecorosa y tan inoperante que el trabajador la desecha con frecuencia.

Sobra decir que el trabajo se debe distribuir con justicia y racionalidad entre los miembros del
equipo y tomando en cuenta las habilidades personales del trabajador. No es raro que
camarillas y amiguismos atenten contra ello, y que sea su víctima el profesional recién llegado.

Aunque el trabajador de la salud es un paciente potencial, a sus dificultades se les da un


enfoque diferente. Al reconocido como enfermo se le apoya ante comportamientos
reprobables, al trabajador, por el contrario, se le intimida con la autoridad disciplinaria. Sus
sacrificios pasan desapercibidos y sus faltas son magnificadas. Un retardo a la llegada, por
ejemplo, no se compensa ante el ojo escrutador con su espontáneo sacrificio da quedarse a la
salida atendiendo a un paciente delicado. Obviamente el castigo no siempre es el mejor de los

~ 18 ~
remedios. ¿Cuántas veces indagamos qué hay detrás del ausentismo, de la evitación, de las
malas relaciones personales, de la baja productividad, de la pérdida del interés del empleado?

No sólo porque el estado físico y emocional de los trabajadores incide en el éxito de las
empresas éstas deben pensar en el trabajador como objeto de cuidado, deben hacerlo como
un deber humanitario y como alivio a un entorno que estresa y que desgasta. El concurso del
médico laboral y del sicólogo son fundamentales. Las intervenciones psicoterapéuticas
individuales y en grupo revisten especial utilidad en el reconocimiento y manejo de factores
estresantes, y en temas como la autoestima, el autocontrol, la solución de problemas y el
provechoso encauzamiento de las capacidades. Actividades que demandan el compromiso del
trabajador, díscolo en ocasiones con la ayuda que le suministran. En el plano legal debería
establecerse que los abogados de las instituciones, que indagan sus acciones, sean su apoyo
ante denuncias y quejas infundadas. El trabajador de la salud necesita que se le trate con la
misma humanidad que se le exige, no sólo por su bienestar, sino para que pueda replicar en
sus pacientes el trato generoso que se le prodiga.

La gerencia es el modelo a seguir en la organización, el rumbo de las empresas depende de


quienes las dirigen. La humanidad o la insensibilidad toman cuerpo a partir del ejemplo y de
las decisiones de quienes administran. Su actitud convierte en política institucional lo que
apenas sería el gesto espontáneo de unos trabajadores. La buena dirección implica formar
directores, gerentes y personal directivo con criterio humano, que respete la dignidad de las
personas y tenga más argumentos que el autoritarismo. Las gerencias humanas son
receptivas, de puertas abiertas, amables para el trabajador, reconocen sus méritos, le brindan
estímulos, fomentan el diálogo, confían en el trabajador y reconocen que el exceso de control
es contraproducente. Inspiran así, a través del ambiente laboral saludable, una atención
sanitaria esmerada y humana que rebasa los aspectos meramente técnicos, cuestión también
esencial de sus funciones.

El equipo de trabajo no puede exceptuarse de este análisis. Las relaciones armónicas entre sus
integrantes son fundamentales como factor de bienestar y como ingrediente que conduce a la
buena atención de los pacientes. Sin embargo, con frecuencia, la tensión laboral se traduce en
actitudes contraproducentes: más roces que unidad, más competencia que colaboración, más
deslealtad que consideración, más desaprobaciones antipáticas que prudentes diferencias de
criterio. Su solución demanda, además de la inflexible voluntad del personal sanitario,
estrategias que congreguen al grupo, estimulen la participación y fomenten la camaradería,
como la creación de espacios y objetivos comunes que involucren al trabajador. Instancias en
las que se compartan propósitos, se participe en las decisiones administrativas, se
protocolicen manejos, se resuelvan problemas, se analicen casos clínicos, se desarrollen
actividades de actualización y capacitación, y se den oportunidades al esparcimiento.

Debo en este punto resaltar la actitud del trabajador, como artífice de su fortuna o su
desgracia. Influyendo en el entorno en la medida en que se lo permita y adaptándose a él de la
mejor manera. Su bienestar también depende de sí mismo y de su acción consecuente con su

~ 19 ~
condición humana y con su dignidad: es él quien primero debe comprender que es objeto de
derechos.

El trabajador está en la obligación de comprender sus limitaciones y de conciliar sus sueños


con la realidad, de aprender de su experiencia y sus errores, y de armonizar los objetivos de la
empresa con los valores personales. Debe ponderar y equilibrar sus intereses, dando tiempo y
lugar a todos ellos, entendiendo que tanto como el trabajo pesan las aficiones, el descanso y
sobre todo la familia. Ésta, ante las amenazas laborales, brinda el mejor apoyo y blinda al
trabajador contra la desazón externa. Sus conflictos, por desgracia, terminan de abatir a quien
ya ha sido prostrado por los tropiezos laborales.

En esta visión global, la relación entre el enfermo y quien lo atiende no debe pasar
inadvertida. Y comenzaré por criticar la obstinación de convertir en clientes los pacientes.
Efecto de comercializar la medicina. Pero en la relación comercial el interés por el cliente no
es desinteresado. Y es tan hipócrita y utilitarista como para afirmar con tono adulador que el
cliente tiene siempre la razón. Y cuando el cliente siempre tiene la razón el trabajador está
perdido: de entrada le han conculcado sus derechos. No es ésta, por tanto, la relación que uno
espera entre el enfermo y el personal sanitario que lo asiste. La relación debe ser
recíprocamente bondadosa.

Es más fácil humanizar al personal de salud que al ambiente que lo rodea, por ello el trabajador
debe tomar la iniciativa. El buen trato reduce la agresividad de los pacientes y suscita gratitud.
No sobran las campañas que humanicen la atención y afiancen la confianza en el personal de
salud, y el adiestramiento que encamine el buen manejo de la comunicación. No siempre el
personal sanitario se sabe comunicar con el paciente. Es habitual que aborde mal su universo
afectivo y su mundo familiar. Suele ser parco al trasmitirle información, y más precario aún
para expresarle sentimientos. Con frecuencia evade la comunicación de las noticias tristes.

14. LOS DERECHOS DEL PERSONAL SANITARIO

Pese a mis reparos de convertir en ley lo que debería ser campo de la ética, ante una legislación
cada vez más generosa en normas que protegen al paciente, pero que olvidan al trabajador de la
salud, asumí hace varios años su defensa, y propuse, en 1994, la promulgación de los derechos
del médico –amalgama de ética y derecho-, que fueran extensivos, o dieran pie a los derechos de
los demás trabajadores sanitarios. La propuesta tocó muchas puertas, pero sus efectos no se
vieron. Tras los cumplidos de rigor no fue tenida en cuenta. La acogió sí el comité de ética
hospitalaria que entonces presidía. Su texto fue el siguiente:

LOS DERECHOS DEL MEDICO

- Derecho al buen trato, humano y digno de la comunidad, de los colegas, superiores y subalternos, y del paciente y su
familia.

- Derecho a disponer durante su trabajo de los implementos, equipos y condiciones que garanticen la seguridad de sus
pacientes, pudiendo rehusar su atención cuando no se cumplan estas garantías.

- Derecho a ser informado por el paciente o sus familiares de las condiciones clínicas del enfermo que impliquen al médico
riesgos para su salud.

~ 20 ~
- Derecho al respeto de sus principios, quedando exento de la práctica de procedimientos contrarios a su moral, así estén o
lleguen a ser consentidos por la ley (métodos de planificación, procedimientos de fertilización, eutanasia, aborto, etc.)

- Derecho a rehusar la atención de pacientes con causa justificada, salvo en circunstancias de urgencia o cuando sea el único
profesional disponible.

- Derecho al buen nombre, y a que todo cuestionamiento sobre su conducta sea manejada de manera prudente, responsable y
reservada, y dentro de las normas establecidas en la ley 23 de 1981.

- Derecho a conocer la misión, política y objetivos de la institución en que labora y las modificaciones fundamentales que en
ellos se susciten. Así como los cambios que se impongan a su trabajo, los que serán en lo posible concertados con él.

- Derecho a recibir de las instituciones en que labora todos los medios de que dispone la ciencia para la protección del
personal de salud, en la prevención de enfermedades profesionales.

- Derecho a que las instituciones a las que presta sus servicios programen racionalmente su trabajo de tal forma que ni el
volumen desmedido de pacientes, ni el agotamiento lo induzcan a cometer errores.

- Derecho a que la institución a la que sirve lo desarrolle como persona y lo capacite y actualice como profesional.

- Derecho a la solidaridad y a la asesoría jurídica por parte de las instituciones en que labora cuando las complicaciones en el
tratamiento de sus pacientes conduzcan a reclamaciones de carácter civil y penal, en tanto aquéllas no provengan de
actuaciones médicas inapropiadas.

- Derecho a que solamente él y su paciente se beneficien del ejercicio de su profesión. El acto médico no tiene por objeto el
lucro de terceros e intermediarios.

- Derecho a recibir una remuneración digna, semejante a la de los demás profesionales universitarios.

NOTA: Los derechos anteriormente enunciados son extensivos a todo el personal de salud en la medida en que por la
naturaleza de sus funciones les sean aplicables.

Han pasado varios años desde entonces y el interés en la materia sigue presente en muchas
mentes de muchas latitudes. Su indagación me ha llevado a un compendio que destaco, el del
abogado argentino, y especialista en derecho médico y bioética, Oscar Garay, que se surte de
reconocidas normas internacionales y que engloba a mi juicio todos los aspectos a tener en
cuenta. Es esta su propuesta:

LOS DERECHOS DE LOS PROFESIONALES DEL EQUIPO DE SALUD*

A. Derechos humanos
1. Derecho a que se respeten sus derechos humanos (vida, libertad, dignidad).
2. Derecho a que se respeten sus derechos individuales, económicos, sociales y profesionales.
B. Desarrollo profesional
1. Derecho a ser considerado en igualdad de oportunidades para su desarrollo profesional.
2. Derecho a tener acceso a la educación médica continua.
C. Asociación
1. Derecho a asociarse para promover sus intereses profesionales.
D. Remuneración digna

~ 21 ~
1. Derecho a percibir remuneración por los servicios prestados.
2. Derecho a percibir una remuneración digna y justa por su labor profesional.
E. Condiciones de seguridad en el trabajo
1. Derecho a laborar en instalaciones apropiadas y seguras que garanticen su praxis profesional.
2. Derecho a la indemnidad psicofísica.
F. Condiciones de trabajo
1. Derecho a que se le proporcione asistencia humana, materiales, insumos, equipo, mobiliario y demás
instrumentos; así como todos los recursos necesarios para el desempeño de su profesión.
G. Libertad en el ejercicio profesional
1. Derecho a ejercer la profesión en forma libre y sin presiones de naturaleza moral, técnica o económica.
2. Derecho a la libertad de elección del paciente.
H. La actividad profesional como ciencia incierta
1. Derecho a abstenerse de garantizar resultados en la atención médica.
I. Paciente-profesionales de la salud-instituciones médicas
1. Derecho a recibir un trato respetuoso por parte de los pacientes y sus familiares, así como del personal
relacionado con su trabajo profesional, y de las instituciones donde desempeñen su actividad.
2. Derecho a recibir información veraz, completa y oportuna del paciente y sus familiares.
3. Derecho a abandonar o transferir la atención médica del paciente.
J. Secreto Profesional
1. Derecho al secreto profesional.
K. Objeción de conciencia
1. Derecho a la objeción de conciencia.
L. Investigación-docencia
1. Derecho a tener acceso a actividades de investigación y docencia en el campo de su profesión.
LL Propiedad intelectual
1. Derecho a la propiedad intelectual sobre los trabajos que sean de su autoría.
M. Prestigio profesional
1. Derecho a salvaguardar su prestigio profesional.

* Fuente: Oscar Garay “Los Derechos de los Profesionales del Equipo de Salud”
http://www.ama-med.org.ar/revistas/2005-2/Derechos_de_Profesionales.pdf

Incluir en la propuesta derechos fundamentales como el derecho la vida y la libertad, perece


desmedido, pero las agresiones a las misiones de salud, en nuestro suelo, por grupos violentos
e ilegales, nos demuestran que no es un desatino.

15. OBJECIÓN DE CONCIENCIA

La objeción de conciencia es el derecho a disentir. Alentada primordialmente por la


resistencia al servicio militar, ha encontrado en Colombia, con la despenalización del aborto,
un motivo diferente que la pone en primer plano.

Definición.
La objeción de conciencia es la oposición al acatamiento de normas jurídicas o mandatos de la
autoridad por ser contrarios a las creencias personales éticas o religiosas de quien los debe
cumplir. En el caso sanitario alude a la negativa de sus trabajadores a realizar una prestación
obligatoria, o a cooperar en ella cuando la consideren contraria a su conciencia. La objeción,
vale la pena resaltarlo, no es de índole exclusivamente religiosa, por lo que agnósticos y ateos
pueden servirse de ella. Y en el campo de la salud no es un derecho que sólo cobije al médico.
Como él, tienen derecho a la objeción profesionales y auxiliares paramédicos, y personal auxiliar

~ 22 ~
como administrativo, si bien este último puede ver en las normas legales restringido un derecho
que éticamente sí se le concede. El derecho a objetar aplica no solamente a las obligaciones de
origen legal, también, a las contractuales y administrativas.

Antecedentes.
Admitida la dignidad humana, el reconocimiento ético de la objeción de conciencia es un simple
corolario. En aquélla y en el derecho a la autonomía se fundamenta la objeción de conciencia, ya
plenamente aceptada en las normas legales, menos aventajadas que la ética en este tipo de
reconocimientos.

El derecho universal ha reconocido paulatinamente la objeción de conciencia a través de pactos,


declaraciones y normas, cuyo punto de partida es para muchos la “Declaración de derechos del
hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa” (1789), cuando consagró en su artículo
segundo el derecho a la resistencia a la opresión.

La “Declaración universal de los derechos humanos” de la Asamblea General de las Naciones


Unidas, mucho más reciente (10 de diciembre de 1948), preceptuó en su artículo 18: “Toda
persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”. Pactos
posteriores como el “Internacional de derechos civiles y políticos” de las Naciones Unidas (16
de diciembre de 1966) establece en forma más puntual que toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, y a no ser objeto de medidas coercitivas
que puedan menoscabar su libertad de tener las creencias de su elección. Y en materia
sanitaria, el derecho se consagra en la “Declaración de Oslo” de la Asociación Médica Mundial
-sobre el aborto terapéutico-, de la 24ª Asamblea Médica Mundial, en agosto de 1970
(enmendada por la 35ª Asamblea Médica Mundial, Venecia, Italia, octubre 1983): "Si un
médico estima que sus convicciones no le permiten aconsejar o practicar un aborto, él puede
retirarse, siempre que garantice que un colega calificado continuará prestando la atención
médica”. También el instrumento de la OMS (2003) “Aborto sin riesgos: Guía técnica y de
políticas para sistemas de salud”, dispone que "los profesionales de la salud tienen el derecho a
negarse a realizar un aborto por razones de conciencia, pero tienen la obligación de seguir los
códigos de ética profesional, los cuales generalmente requieren que los profesionales de la salud
deriven a las mujeres a colegas capacitados, que no estén en principio en contra de la
interrupción del embarazo permitida por la ley”.

La objeción de conciencia no es por tanto un derecho en discusión, sino un derecho


plenamente reconocido y protegido. Sobra decir que en Colombia está plenamente amparado
por las normas. Por la Constitución Política que establece el libre desarrollo de la
personalidad (artículo 16) y que garantiza que nadie será compelido a actuar contra su
conciencia (artículo 18). También por sentencias de la Corte Constitucional (C-355 de 2006 y T-
209 de 2008) que determinaron como titulares de ese derecho a las personas naturales (los
profesionales de la salud), no así a las jurídicas (instituciones), por lo que clínicas, hospitales
o centros de salud no pueden invocarlo. Acorde con estas sentencias el Decreto 4444 de 2006
del Ministerio de la Protección Social, consagró la objeción de conciencia individual -y no
institucional-, pero la limitó a prestadores directos y no a personal administrativo, punto en
que la ética y el derecho están en desacuerdo.

Causales.
Si bien la interrupción del embarazo es la más conocida y debatida de las causales y el mejor
modelo de aplicación de la objeción de conciencia, también son causales de la misma las
investigaciones científicas cuando el objetor considera que se puede comprometer la vida

~ 23 ~
humana o la dignidad personal, la realización de trasplantes, la esterilización voluntaria, la
aplicación de la eutanasia, el suicidio asistido, la manipulación de embriones humanos, la
aplicación de técnicas de reproducción asistida, las transfusiones de sangre a Testigos de
Jehová, la objeción de conciencia farmacéutica (negativa de médicos, enfermeras o personal
farmacéutico a dispensar determinados medicamentos por motivos de conciencia) y la
objeción de conciencia a las instrucciones previas (oposición a cumplir instrucciones dejadas
por el paciente, como solicitud de eutanasia, rechazo de medidas paliativas, soporte vital,
encarnizamiento terapéutico, etc.).

El proceso de la objeción.
La objeción de conciencia supone una sólida y bien argumentada decisión, de tal forma que la Corte
Constitucional colombiana ha exigido al objetor sustentarla apropiadamente. Manifestada la
objeción de conciencia, establece la Corte en su fallo sobre la despenalización del aborto, que el
médico objetor debe remitir inmediatamente a la paciente a otro médico que lleve a cabo el
procedimiento. Aunque este es por ahora el único lineamiento jurídico existente en nuestro
país para la objeción de conciencia sanitaria, por analogía debe considerarse que de igual forma
se proceda en casos diferentes al aborto. La manifestación y sustentación escrita de la
objeción indudablemente resulta saludable para el objetor desde el punto de vista legal, toda
vez que lo exime de un futuro juicio de responsabilidad penal.

Aspectos humanos de la objeción de conciencia.


La objeción debe ser mucho más que la seca negativa del médico a su paciente. Implica
comunicar con amabilidad y franqueza al enfermo o a sus familiares los motivos de la
decisión, y por supuesto, dejar el caso en otras manos. Actitud que muchas veces deja el sabor
de una derrota o una complicidad indebida. ¿No es igual de censurable cometer un acto
opuesto a la conciencia que conseguir quien lo ejecute?, se preguntarán los objetores.
Indudablemente tal proceder deja cierta sensación de sometimiento irremediable. Aunque
con una fuerza mayor como atenuante. También con un valor positivo, si se quiere: el
reconocimiento de que un paciente no debe quedar a la deriva, y de que en medio de nuestro
desasosiego, no abandonarlo a su suerte es sin lugar a dudas una actitud humana.

Y humana debe ser, también, la disposición hacia los objetores de conciencia, aceptando su
decisión sin malestar y con respeto, sin hostilidad ni represalias laborales. Tan esencial como el
respeto a quienes haciendo uso de su derecho a no objetar practican o colaboraran en
procedimientos censurados por aquéllos.

Actitudes discriminatorias y descalificaciones mutuas son los riesgos de este tipo de


confrontaciones, y deben prevenirse. La actitud humana es la tolerancia y el respeto recíproco, que
van mucho más allá de las imposiciones legales. La bondad, la justicia y el buen juicio hacen pensar
que la ley puede aplicarse sin ofender a nadie, y sin someter por someter, cuando existen
alternativas que permiten el cabal cumplimiento de las normas. En este punto me preocupan
particularmente dos situaciones. Una, la del personal no contemplado por la ley como titular de la
objeción de conciencia, y que sin ser prestador directo –como lo designan las disposiciones- puede
presentar reparos éticos para participar en determinada acciones asistenciales. La otra es la de
instituciones erigidas bajo preceptos religiosos o morales en los que fundamentan todas sus
acciones, y que se ven sometidas por normas que afectan sustancialmente los principios esenciales
sobre los que se han instituido. En este caso la objeción es consecuencia imperativa. Dejarían de
existir si no se aceptan sus reparos. La objeción es inherente a sus principios. Someter, por ejemplo,
a una institución católica, cuyas raíces se confunden con terminantes principios sobre el valor de la
vida humana, a la práctica de abortos y eutanasias riñe con la razón y con la misma humanidad.

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Distinta es la situación de instituciones con principios menos arraigados en dichas materias o sin
doctrina alguna. Evidentemente la ley como ética de corto vuelo no profundiza en los análisis de la
bioética, pero si resulta prudente que quienes deben aplicarla obren imbuidos por un profundo
respeto por las personas y las instituciones en que se congregan. Podría, bajo esta óptica, la persona
que arregla la sala en que se practica un aborto, ser reemplazada por otra que no tiene objeción para
participar tan tangencialmente en el procedimiento, librándola de ser cómplices de un proceder
que no comparte. En el caso de la objeción institucional, una conducta racionalmente humana
y humanamente racional, debe evitar la agresión innecesaria, aceptando sus impedimentos y
derivando las pacientes a instituciones sin marcados fundamentos religiosos que puedan
atenderlas. Es claro que este proceder siempre tendrá al paciente entre sus prioridades y se
sujetará como mínimo al principio de no maleficencia.

16. EPÍLOGO

El mundo se ha transformado, sus avances científicos y tecnológicos nos deslumbran, la


velocidad con que se dan, a unos sorprende, a otros –por lo usuales-ya ni inmuta. En la
medicina significan la esperanza de curar cuanto antes parecía imposible. Quizá haya quienes
sueñan con una inmortalidad que no tiene sentido. Tanto progreso, sin embargo, parece ir
convirtiendo al hombre en esclavo de sus inventos y sus descubrimientos. ¿Pero para qué
sirve tanto desarrollo si no es para servir al hombre? En su afán de conquistas nuestra
especie va olvidando el sentido del vivir y de la vida. No sólo se olvida el individuo de sí
mismo, también olvida el compromiso con sus semejantes, e intencionalmente o de forma
irreflexiva, se deja imbuir por un utilitarismo exagerado que desdeña los verdaderos goces. El
hombre de hoy no sabe convivir, por eso sus conquistas materiales –si las logra-no consiguen
dejarlo satisfecho, alguna desazón lleva siempre en sus entrañas. Tal vez sea el momento de
retornar a la vida apacible y de dar de nuevo valor a las satisfacciones intangibles, a
sentimientos y valores que se han ido perdiendo.

Promovamos la humanidad, armonicemos la ciencia con la ética, la producción y el altruismo,


la generosidad y la riqueza. Por nuestra felicidad es la hora de volver a ser humanos.

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