Está en la página 1de 6

Archivos del Arcanum:

Itako, videntes ciegas de Japón

Cientos de japoneses viajan cada año hasta un valle para ponerse


en contacto con sus familiares fallecidos a través de las populares
itako: mujeres ciegas que son formadas desde su más tierna infancia
para hacer de «puente» entre el mundo de los vivos y el de los
muertos. Para convertirse en médiums antes deben superar unas
durísimas pruebas. Si no lo logran su única salida es la muerte…

A finales de julio de 1986


viajamos hasta las faldas del
Osore-zan (monte del Miedo),
volcán dormido de la península
de Shimokita, en Japón.
Nuestra intención era conocer
a las itako, chamanes ciegas
que durante cuatro días al año
abandonan su aislamiento para
entablar contacto con el mundo
de los espíritus. Cientos de
personas esperan durante horas
su turno para hablar, a través
de las itako, con sus
familiares y amigos
fallecidos. Para poner a
prueba sus habilidades como
mediums decidimos pedirles que
convocaran al escritor Yukio
Mishima –cuyo verdadero nombre
era Kimitake Hiraoka–, uno de
los literatos más importantes
de Japón, no sólo por su
profunda y trascendental obra,
sino por la forma en la que
abandonó este mundo. El 25 de
noviembre de 1970, cuando
contaba con 45 años de edad y se encontraba en la
cúspide de su carrera, acabó con su vida mediante un
suicidio ritual, resolviendo así para siempre una de
sus obsesiones y a la vez el elemento central de su
obra: el conflicto existente entre el espíritu y la
carne.

Hace tan sólo unas décadas, cuando una niña nacía ciega o perdía la
vista, sus familiares la dejaban en manos de las itako, que se
encargaban de su manutención y la adiestraban en la práctica de las
mediums. De este modo, las jóvenes invidentes podían ganarse la vida y
obtener el respaldo de la sociedad. En la actualidad, la medicina ha
avanzado lo suficiente como para curar algunas enfermedades que pueden
provocar la ceguera; además el gobierno japonés financia una serie de
programas para la inserción social de los invidentes. Por estas
razones, las itako son un fenómeno que está condenado a la
desaparición. Es comprensible que ningún padre quiera “condenar” a su
hija a llevar una vida de privaciones, aderezada con constantes
pruebas físicas y psíquicas necesarias para iniciarse en los secretos
de la comunicación con el mundo de los muertos. A lo anterior debemos
sumarle que el respeto por estas mujeres ya no es el mismo que antaño,
pues no es extraño que algunos japoneses, sobre todo en las zonas
urbanas, las consideren locas o desequilibradas.

LA MONTAÑA DE LAS MÉDIUMS

La mañana del 20 de julio llegamos en tren hasta la provincia de


Saitama, a una hora de trayecto de Tokio. Después de un frugal
desayuno alquilamos un coche y nos dirigimos hacia el norte del país.
Cruzamos las provincias de Tochigi, Fukushima, Miyagi, Iwate y Akita,
hasta que finalmente alcanzamos nuestro destino: la pequeña ciudad de
Mutsu, puerta de entrada a la península de Shimokita. Nos levantamos
temprano para viajar sin prisas a Osore-zan, el territorio de las
itako. Bajo una gélida llovizna tuvimos que atravesar un espeso
bosque, en medio del que se adivinaban diversas fuentes cuyas aguas
tienen fama de curativas. Después de horas conduciendo, por fin
llegamos hasta el lago Usorizan –en realidad cráter de un antiguo
volcán–, situado en las faldas del monte Osore. Sus aguas multicolores
y vaporosas despiden un fuerte olor a azufre y marcan la frontera
entre nuestro mundo y el de los muertos.

Junto al lago, casi oculto por la niebla, se levanta el templo budista


Entsuji, construido allí en el siglo IX probablemente por la milenaria
tradición según la cual Osore es la última parada de las almas de los
muertos en su camino al otro mundo. Algunos estudiosos afirman que el
origen de las itako se remonta al llamado período Jomon (13.000-300
a.C.), aunque otros opinan que es más reciente, entre el 300 a. C. y
el 300 d. C. En cualquier caso, se trata de una tradición anterior a
la introducción del budismo en Japón.
En el interior del templo, dentro de diez pequeñas tiendas de campaña
militares, las itako atienden a los cientos de personas que esperan
ansiosas su turno. Con un pie en cada mundo, las chamanes cantan y se
balancean suavemente, mientras por sus gargantas manan las palabras de
los espíritus. Normalmente charlan unos breves minutos con el
consultante para saber qué espíritu deben convocar. Después entran en
trance y, tras la comunicación, hablan de nuevo con el “cliente” con
la finalidad de analizar brevemente el mensaje recibido del otro lado.
Así una y otra vez, casi sin descanso, durante los cuatro días que las
itako se muestran al mundo.

La actitud de la sociedad japonesa ante las chamanes del monte


Osore es ambigua. Algunos amigos japoneses con los que comentamos
nuestros planes de visitar a las itako se mostraron complacidos de que
unos extranjeros se interesaran por sus tradiciones, pero otros las
consideraban sólo el último reducto de un pasado de superstición e
ignorancia o una especie de malévolas hechiceras. De hecho, cuando
regresamos de visitar a las itako, una conocida y contacto del equipo
derramó sobre nosotros
puñados de sal para evitar
que en su despacho
entraran los espíritus del
monte Osore, pues estaba
convencida de que los
traeríamos con nosotros.
Eso sí, durante nuestra
estancia en Japón
comprobamos que
independientemente de las
creencias religiosas de
cada cual, la simple mención de estas médiums provocaba en general
reacciones de interés, respeto o temor.

Durante nuestra estancia en «territorio itako» intentamos entablar


conversación con las personas que, al igual que nosotros, esperaban su
turno para consultar a las mujeres sabias. Sin embargo, sólo
accedieron a hablar aquellas que acudían por primera vez o con cierto
afán de curiosidad. Por contra, quienes solían desplazarse al lugar
todos los años y que creían fervorosamente en el mundo del más allá no
quisieron dirigirnos la palabra. Sus miradas denotaban fe y
trascendentalidad. Desde luego no habían viajado hasta allí para
hablar de banalidades con unos extranjeros.
La comunicación con los muertos siempre ha sido un tema tabú para las
grandes religiones, que suelen relacionar la práctica del espiritismo
o la mediumnidad con la brujería o el satanismo. Sin embargo, en las
religiones animistas el contacto con el más allá era un elemento
esencial para el devenir de las comunidades. Antiguamente, los
espíritus, a través de sus «portavoces» en la Tierra, los chamanes,
dictaban las soluciones a los problemas vitales del pueblo.
Las itako creen en la existencia de una variedad de dioses
provenientes de diversas tradiciones, tales como el animismo, budismo
o sintoísmo. Durante las ceremonias de iniciación de las futuras
chamanes, cada mujer es poseída por diferentes dioses. De este modo,
comprobarán por vez primera qué deidad es la más adecuada para
consultar en cada circunstancia.

MENSAJES DEL «OTRO LADO»

Tras esperar durante horas


bajo una intensa lluvia nos
llegó el turno. Entramos
calados hasta los huesos en
la tienda de la señora Take
Nakamura. Tendría unos 65
años y desde el primer
momento nos impresionó la
intensidad de sus gestos,
como si estuviese siendo
torturada por entidades
invisibles a nuestros ojos.
Se encontraba rodeada de
humildes ofrendas –caramelos, galletas y refrescos– y vestía la
indumentaria típica de estas mujeres: una capa grabada con símbolos
sagrados, bajo la que se adivinaba un kimono blanco. Una cinta de tela
bordada atravesaba su pecho, a su espalda portaba una campana y sobre
su regazo había un largo rosario formado por pequeñas bolas de madera,
como el utilizado habitualmente por los practicantes del budismo. La
diferencia es que de los extremos de éste colgaban colmillos y
mandíbulas de animales. Más tarde averiguamos que probablemente
pertenecían a lobos, pues las itako también utilizan el espíritu de
ciertos «animales de poder» para realizar sus trabajos de magia. La
señora Take nos preguntó el nombre real de la persona a quien
deseábamos invocar, así como las fechas de su nacimiento y de su
muerte. «Kimitake Hiraoka. 14 de enero de 1925, 25 de noviembre de
1970», contestamos. Lo cierto es que hicimos una pequeña trampa, pues
el escritor es conocido en el mundo entero no por su nombre real, sino
por su seudónimo: Yukio Mishima. Acto seguido, la mujer nos inquirió
sobre la relación que nos unía al difunto. Fuimos sinceros, confesamos
que no estábamos emparentados con él, pero que lo considerábamos, en
cierta manera, un maestro espiritual. La mujer mostró desconfianza
desde el principio, pero comenzó la invocación. Frotó las cuentas del
rosario, mencionó el nombre y las fechas que le proporcionamos y
entonó los cantos que le abrían las puertas del mundo de los muertos.
Unos segundos de tenso silencio y se arrancó a hablar: «Perdónanos por
llamar a tu alma; por favor no nos hagas daño». En este punto, la
señora Take hizo una pausa. Nos dió la impresión de que la embargaba
un cansancio extremo, pero continuó con fuerzas renovadas. Su voz era
distinta y las palabras manaban de su boca de forma atropellada. En
teoría, Mishima se estaba dirigiendo a nosotros a través de la medium:
«Agradezco que me hayas llamado. He estado vagando en el infierno por
décadas, y este momento es un gran regalo para mí. Haz lo posible por
vivir una larga vida; de esa forma obtendrás frutos en tu existencia.
Cuídate. Desde el lugar en el que me encuentro he seguido realizando
el mismo trabajo que hacía en la Tierra. He seguido escribiendo. Mi
deseo se ha cumplido gracias a que me has llamado. Haz lo que
realmente deseas hacer y no te rindas. Lamento haber muerto en la
forma en que lo hice». Estas mismas palabras las repitió varias veces
y, gradualmente, su voz se fue apagando, hasta que se quedó en
completo silencio. Después volvió a frotar las cuencas del rosario y
nos indicó que la sesión había llegado a su fin. Le dimos las gracias
y le pagamos. La señora Take sonreía y se balanceaba suavemente.
Semejaba que todavía estaba saliendo del trance.

LA CONFIRMACIÓN

Al día siguiente intentamos hablar con la itako más popular. Su tienda


estaba asediada por cientos de personas deseosas de consultar con la
medium. Se llamaba Keiko Himukai y nos atrajo de ella su juventud,
tenía poco más de veinte años. Después de siete horas de espera por
fin accedimos a su peculiar «templo». Desgraciadamente sólo pudimos
contemplar su «actuación» desde el exterior de la tienda, pues cuando
nos llegó el turno se negó a atender a nuestros requerimientos.
Argumentó problemas de idioma. De nada sirvió que le hiciéramos ver
que nos acompañaba un experimentado intérprete. La mujer se mantuvo
inflexible en su decisión. Saltaba a la vista que se trataba de una
mera excusa. En realidad, una regla no escrita entre estas chamanes
prescribe que la comunicación sólo debe hacerse con los familiares o
amigos del consultante, no con otros espíritus. Obviamente, algunas de
ellas se la saltan.

Al día siguiente visitamos a otra itako: la señora Suwa Nakamura,


mujer de unos setenta años que inspiraba una gran dulzura. Mientras
esperábamos pacientemente, vimos cómo varias personas salían de su
tienda visiblemente conmovidas. A medida que nos acercábamos a ella
notábamos una sensación cada vez más poderosa. Después de decirle lo
que pretendíamos, estuvo unos diez minutos cantando una invocación,
hasta que empezó a hablar: «Siento no poder mostrar mi verdadera
apariencia y tener que usar el cuerpo de alguien. Gracias por darme la
oportunidad de estar aquí. Aprecio la veneración que sientes hacia mí;
gracias a ella he podido venir aquí. Vida después de la muerte… Ahora,
después de haber fallecido, me doy cuenta de lo feliz que era con mi
familia y mis amigos en este mundo. Siento aún una decepción por la
forma en que fallecí. Me tengo que retirar, tengo que volver a casa.
No te preocupes». Entonces la señora Suwa calló y lentamente volvió en
sí. Sus manos entrelazadas perdieron la tensión y su boca permaneció
abierta durante medio minuto, con la cabeza inclinada. Se despidió de
nosotros con una sonrisa. En teoría habíamos recibido un nuevo mensaje
de Yukio Mishima. Sea o no cierto que las itako se comunican con los
espíritus, lo único seguro es que son la última prueba viviente de una
milenaria tradición que el progreso acabará extinguiendo más pronto
que tarde.

INICIACIÓN O SUICIDIO

La iniciación de las itako es


sumamente dura. Las niñas aspirantes
deben aprender de memoria larguísimas
invocaciones y oraciones, además de
vivir en condiciones de extrema
abstinencia y aisladas del mundo,
únicamente con la compañía de otras
itako. Cuando sus «maestras»
consideran que la aspirante se
encuentra suficientemente preparada
para la prueba final, ésta es
encerrada en una minúscula choza
durante veintiún días, en los que
sólo podrá alimentarse de raíces y
agua. Pasado ese lapso de tiempo, la
muchacha tendrá que probar frente al
cónclave de itakos que efectivamente ha establecido contacto con el
espíritu que le dará el poder necesario para realizar su trabajo
durante toda su vida. Si el cónclave determina que la neófita no ha
conseguido la «unión» con algún espíritu, será enviada a la soledad de
las montañas, en donde estará obligada a quitarse la vida.
¿SE ARREPIENTE MISHIMA?

Dos de los temas centrales en la obra del maestro Mishima son la


belleza de la muerte trágica y el elogio a la ética samurai. En su
sangriento erotismo solar, la muerte del héroe es concebida como la
gloria suprema. Sin embargo, si hemos de hacer caso a los mensajes que
nos trasmitieron las itako, el escritor, desde el otro mundo, se
muestra arrepentido no sólo de su suicidio ritual, sino también de la
filosofía de muerte y honor que guió toda su vida. De hecho, por boca
de las mujeres sabias nos recomendó conservar nuestra vida como el
bien más precioso.

También podría gustarte