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por: flow
pum!, pum!... las balas pasan y traspasan cuerpos llenos de miedos; miedo a
morir, miedo a no volver a casa, miedo a no ser suficientemente hombre y poder
matar al enemigo, miedo a que se metan los invasores a violar nuestras mujeres,
a esclavizar nuestros hijos y después a asesinar lo que no les sirva… miedo puro!
Hace 10 años eran solo niños que corrían por las callejuelas de Bad
Schussenried, Bube siempre tan elegante aun para salir a jugar, era a su madre la
que le gustaba vestirlo bien, “Que va a ser un gran hombre de leyes” decía ella en
la plaza de mercado a su comadre doña Tartatua mientras trataban de captar a
algún paseante desprevenido para que les comprara las botellas de alcohol que
según ellas las hacían en casa sus abuelas. “Pero que dices mujer, si el cachorro
mío ya puede recitar de memoria algunos de los más simples poemas de Johann
Wolfgang von Göthe”, le decía la matrona a la mama del Bube. “Cual poesía
mujer, mi Bube ya lee párrafos enteros de varios libros de la literatura alemana…
pero mejor digamos, que yo, realmente no entiendo de eso de leer nada y menos
de nombres, porque para serle honesta mijita, no entiendo ni pio de lo que mi
Bube lee”, “Pues lo mismo me pasa a mi” y se revienta de la risa doña Tartatua.
Tenían todos ellos bicicletas de esas que uno ve en las fotografías antiguas de
campesinos que transitaban por entre las comarcas de los dulces bosques
europeos, vistiendo ropas en color caqui aunque nunca se supo el color real de la
ropa, dado que la mayoría de las fotografías de la época eran en sepia. Los niños
en esa silueta pueblerina, gritaban con vocecitas chillonas y saltaban de júbilo
junto con sus Fahrrads antes de aventurarse a recorrer el bosque puesto que las
calles del pueblo, siendo tan pequeñito, los empujaba a internarse en el bosque. Al
final del caserío, donde quedaba la casa de Georgile al frente de la estación del
tren, se reunían antes de salir del pueblo. Tiraban piedritas, hacían mucho ruido o
tocaban la puerta de la casa de Georgile hasta que lo hacían salir a regañadientes
de su papa que lo mantenía ocupado raspando viejos muebles que este vendía en
un garaje de antigüedades que tenía al frente de la plaza mayor.
El taller de ebanistería para reparación de muebles de madera que tenía el papa
de Georgile, estaba localizado en lo que fue antes un granero viejo donde el
abuelo de la familia crió cerdos y vacas. El papa de Georgile no continuo con la
tradición y en su lugar lo acomodo para montar un taller de restauración de
muebles antiguos. A los 13 años, ya Georgile era un experto en el manejo de casi
todas las herramientas de ebanistería. Alguno de sus amigos venían a ganarse un
par de marcos los fines de semana, tirando lija todo el día y haciendo bromas
entre ellos. Especialmente intercambiaban bromas con un grupo de yugoslavos
que trabajaban para el papa de Georgile. Solo Thomas el nazi, Sepp y Mikka no
fueron a trabajar nunca en el Werkstatt.
Al llegar a Zürich caminaron el resto de la soleada mañana por entre los tantos
estudiantes que vivían en esa ciudad, y que presurosos andaban a esa hora del
día buscando un lugar al aire libre con hierba donde montar su picnic, tirarse junto
a un lago o descansar a la intemperie. El bodegón gigante donde vivían las
amigas de Andrée quedaba un par de cuadras más allá de donde los dejo el
tranvía. Tocaron el aldabón antiguo del portón y se escucho el eco que repercutía
trayendo a la mente ecos de memorias de pasados para muchos de estos chicos
nunca conocidos. Eran ecos que hablaban de abuelas jóvenes que con sus
vestidos largos caminaban por entre las calles empedradas donde los carruajes de
caballos iban y venían trayendo y llevando parejas o caballeros que visitaban
damas de una sociedad que comenzaba a independizarse de otros pasados
campesinos cuando los abuelos de estos abuelos vivían entre montañas alpinas
criando cabras y alimentando cerdos y vacas al tiempo que las canciones
Tiroleses se escuchaban entre el eco que dejaban los cuernos alpinos en la
campiña rocosa de un país pequeñito que desde sus principios no fue amante de
las guerras pero si del dinero. Hohenstauffen de familia Swabia, tenía algunos
familiares que residían en la Suiza, los mismos que nunca pudo visitar.
Dentro del bodegón de las amigas de Andrée, se comenzó a formar una tertulia
diurna de amigos y amigas que iban y venían, traían comida, alcohol fuerte y
compartían el día hablando de muchas cosas, entre ellas de un rumor de guerra
que se presentía cada día más fuerte desde las bancadas nacionalistas en el
parlamento alemán lideradas por un tipo elocuente y raro de nombre Adolfito,
como le decía el chico que hacía de locutor en ese momento. Al rato de tanto
politiquear y entre el silencio del par de alemanes que visitaban la congregación
de suizos en casa de Lucia, se levanto Hohenstauffen diciéndole a todos los
presentes con voz firme y con ese acento que los diferenciaba de los suizos:
de la cual estoy fascinado de descubrir entre las raíces de escritores como Hesse,
por más que la presión sea más fuerte que nuestra voluntad.
Mientras tanto en tierra Swabia, Thomas el nazi caminaba por el andén que
iba de la estación de tren hasta el centro del pueblito de Bad Schussenried.
Caminaba oriondo con su pelito todo engominado como si alguien se lo hubiera
pintado con tinta china en su cabeza, encima de esta, un sombrero zuavo de ala
corta inclinado hacia un lado, acompañado con un vestido típico alemán y con su
brazo doblado, y de él asido la alegre Lotte. Iban al pueblo a caminar por la plaza
donde todos los habitantes se reunían los domingos de primavera a mostrar sus
galas, a conversar sobre las dificultades del invierno y sobre la política nacionalista
que debería cambiar y mejorar el país en manos de Adolfito. Parecía una
procesión de gente todas con sus mejores pintas y sobreros, las mujeres con sus
atavíos Suabos de campesinos civilizados y con esos sobreritos tratando de imitar
vedettes de los años 20 de un Hollywood que comenzaba con fuerza a proclamar
en formas audiovisuales el sueño gringo de unos pocos para solo algunos, o de lo
gloriosos que eran los hombres mientras mataban animales en África, o
conquistaban mujeres hermosísimas -que no tenían nada en el cerebro, con solo
mostrarles que se llevaba un bigotico machito junto al arma que dejaba humo
después de malograrle el día a otro ser humano de otro país donde no existía
nada porque el único país del planeta donde existía ese tipo de héroes era la tierra
yanqui regida por sueños y complejos judíos importados y poblada de tantas
maravillas y estrellas al estilo Hollywoodense.
Thomas el nazi, seguía y repetía muy bien los movimientos que había visto en las
películas de Marlene Dietrich, como también era hábil en los discursos de la plaza
de Bad Schussenried los domingos en la mañana, al frente de muchas juventudes
nazis que ya portaban panfletos y afiches que levantaba orgullosos algunos de
ellos vestidos con el uniforme nacionalista y el emblema de la suástica en el brazo
en color blanco y rojo que sobre un fondo negro recordaba el poder que los
romanos ejercieron antes sobre el continente europeo.
A la distancia desde tan típico paisaje nacionalista alemán de principios de los
años cuarenta, pasó en la bicicleta de su abuelo, Smuff seguido por su novia, la
pequeñita Tania, bella como un melocotón alemán. Volteo a mirar Smuff a su
novia y se rieron al ver a Thomas en semejantes cosas. Smuff tenía un espíritu
libre y le gustaba mucho -mientras podía, subir en bicicleta o a pie, las carreteras y
senderos que lo llevaran a las montañas, o cruzar con su novia entre los bosques
de los paisajes donde antes casaban sus abuelos los cerdos salvajes o los
jabalíes, cuando todo era más desordenado en la monotonía .
Las cosas en tierra Swabia no se diferenciaban mucho del aire hostil que se
estaba creando en toda la Europa central, sin olvidar mencionar los aires violentos
de los partidos nacionalistas que también emergían fuertemente en otras naciones
similares como España e Italia. La sombra de una calavera nacionalista ya estaba
asentada en Europa, y por ende todos sus habitantes hombres deberían estar
listos para enrolarse a las fuerzas de contención. Aun H que siendo de sangre
alemana, nacido en Colombia y con sus padres en el extranjero, debía de pagar
servicio militar obligatorio, todo por la causa de Adolfito el raro.
El día que los llamaron a presentarse a los correspondientes regimientos, los seis
amigos se volvieron a encontrar a dos suabos más que se presentaron al
reclutamiento en el mismo lugar de Bad Schussenried, pertenecían al condado de
Stuttgart. Eran Sepp y Mikka. Uno era un silencioso que no hablaba, Sepp, se
sabía por su experiencia, dijo Mikka que hablaba hasta por los codos, que era un
gran tirador al blanco… Thomas el nazi se dijo el mismo en voz alta, ahora me
siento más seguro, a lo que Andrée respondió en forma inmediata, -él al menos no
es un nazi loco como vos, esta acá por la obligación que nos empuja un gobierno
demente… para qué? Si de todos modos nos van a masacrar por Verrückten.
Las parejitas se iban armando poco a poco, a medida que pasaba la tarde y la
malzbier hacia su efecto lentamente. A la fiesta la única pareja que llego cogida de
manos y ya organizada fue la de Thomas el nazi y la Lotte. Lote había sido
siempre esa chica amiga de todos los chicos que se crio junto a los hombres, hija
única entre siete hermanos mayores, que no sabía de palabras dulces ni de
corazón suave. No conocía nada mas diferente la Lotte y por esas razones había
encajado perfectamente con Thomas el nazi, ya que la insensibilidad a las cositas
pequeñas y delicadas de la vida, se le había escapado del alma y había terminado
enfrentándose a una serie de novios a través de su turbulenta infancia, con los
que se golpeaba como iguales y de las que siempre salía perdiendo. Thomas el
nazi llego a la fiesta muy encopetadito con su sombrerito de ala y amarrada al
brazo derecho la cinta con la suástica pintada. Los chicos que en el principio se
agrupaban en la esquina donde servían las malzbier, comentaban entre sí…
Smuff que hace el nazi con ese cinto en el hombro, acaso cree que está en
una reunión del partido?, o que…
Andrée el muy carepalida cree que debe demostrar sus cualidades de cerdo
Bube miren, miren, se acerca el muy imbécil y tan tranquilo como si nada
Smuff vos sos el que no entendistes nada, jajajaja –le gritaba mientras se
alejaba Thomas el nazi, levantando el brazo donde tenía la cinta
El baile había llegado a su fin, Thomas el nazi se había ido rápidamente para su
casa, solo, porque la Lotte no lo había seguido, y en lugar había decidido
quedarse con sus amigos de toda la vida para compartir juntos sentados sobre las
barandas y el planchón del segundo piso del bodegón donde almacenaba don
Britscher los muebles que salían del Werkstatt.
Smuff el muy bastardo no bailo nada en toda la noche, que porque toda la
música estaba sucia y no era pura, jajaja. Con razón la Lotte esta
aburrida
Pum!, pum!, sonaban otra vez las balas de un lado y del otro, nada serio podía
pasar si este escenario fuera una tira cómica de manga o de dibujitos franceses.
Alrededor de H y sus amigos las balas pasaban y dejaban rumores de una muerte
indeseada mientras los amigos, como respuesta agresiva al pum-pum, dejaban
escapar una mirada entre ellos por un breve segundo entre la balacera, como
preguntándose a ciegas si ese destino que se olía al frente de ellos era necesario
compartir, si era necesario dejar la sangre rebotar la tierra húmeda en el nombre
de una nación que de todos modos estaba siendo maltratada por sus dirigentes
más brillantes en manos de la demencia.
A qué horas se le ocurrió al círculo ese en medio de la vía Láctea volverse una
nave gigantesca con luz propia?, no se sabe, porque al mismo instante las balas
francesas parecían que atravesaban los cuerpos de los amigos en el otro lado de
la ilusión de fronteras y sus sangres en lugar de caer al fondo de la trinchera,
parecía que se elevaran hacia una rejilla que estaba en la nave recogiendo
pedazos de cuerpos y pieles que se materializaban en forma instantánea
alrededor de sus espíritus que habían sido como absorbidos por la nave en una
manera serena de salvar algo que no debería de dejar su existencia en forma
violenta, como si se rajara un hueco en el corazón para exhalar el último suspiro
de amor incontenible que salía de la tierra, como suplicando: no más sangre!, no +
Ningún francés parecía haber notado la presencia de la nave, los amigos tampoco,
solo H… abajo en el campamento, los franceses solo encontraron el cuerpo
tendido y sangriento de Thomas el nazi, una foto de Lotte traspasada por una
bala, salía de su bolsillo, en la foto la mujer sonreía mientras que la bala había
atravesado la foto exactamente a través del rostro de Thomas el nazi. Lotte
debería de estar sintiendo la partida de su amor carnal. El amor que unía parejas,
el amor que era una danza de atracción corporal que llamaban los seres humanos
amorcito del bueno aunque en realidad no era amor, sino una necesidad salvaje y
carnal de estar devorando a otro ser humano a través de salvajes impulsos
sexuales que dejaban explorar y compartir así los seres humanos unos con otros y
a veces hasta entre los mismos géneros para la satisfacción de un deseo franco y
físico y natural entre poros sudoríparos, que los románticos habían disfrazado para
mantener distraída otra parte de nuestra conciencia en un estado relativamente
lejano a la realidad. Así pensaba Mayra Santos Febres, y no le importaba que las
novelas de amor tele-novelesco la tildaran de pornográfica, siempre y cuando no
fuera a caer en manos de una mentira disfrazada de dibujitos falsos de amor.
fin