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Las clases medias altas y los intelectuales consideran la política un oficio vil, sin
calificación sabia, digna de buenos para nada. Con gran facilidad le adjudican a
los políticos y los partidos las miserias que pertenecen a la condición humana.
Señoras que ponen cuernos, mecánicos tracaleros, profesores piratas y
estudiantes vagos, dicen que "la política es sucia". Hay múltiples razones, entre
otras que los políticos están sometidos al escrutinio y sus defectos son de
conocimiento público, suficiente razón para odiarlos. Pero hay otra de fondo. Leí
hace poco en relación con la teleaudiencia en EEUU, que cuando aparece un líder
en pantalla, padres o madres de grupos educados y altos tienden a descalificarlo
porque sienten competida su autoridad frente a la familia.
Hay una diferencia abismal, además, entre la "lógica civil" y la "lógica política". La
primera es emocional, episódica, pugnaz y moralista, y la segunda es racional,
estratégica, negociadora y pragmática. Los políticos deben decidir sin pasión lo
que conviene, conjeturar las consecuencias, prefieren acuerdos en vez de
conflictos, -como prescribía Tzun Tzu-, y hacen a veces lo que escandaliza la
moral. Se escribió que el Comando aliado en la Segunda Guerra ordenó a los
jefes de la resistencia en Francia engañar a sus mujeres agentes con que la
invasión sería por Calais, ¡y luego propiciar que algunas cayeran en manos de los
nazis! Como se sabía que las mujeres preferían morir en la tortura que delatar,
cuando algunas gritaban ¡Calais!, en espeluznantes suplicios, la Gestapo se
convenció.
@carlosraulher