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Arroyo cristalino,
que con susurro blando
vas del monte a la selva
y de la selva al prado;
travieso cefirillo, 5
que con tu aliento grato
mueves hojas y flores
que son gala del campo;
parleras avecillas,
que en trinos regalados, 10
cuando el sol nace o muere,
llenáis el aire vago;
y cuando vive y crece
en este suelo bajo,
y cuanto se remonta 15
hasta el cielo estrellado;
todo cuanto florece
en los valles y prados,
y aun las bestias feroces
que son del monte espanto; 20
todos conmigo unidos
en coros acordados,
celebremos el día
de la que hace mi encanto.

(jose joaquin de olmedo)


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Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.
Tú mandaste a tu sol que disipara 5
las sombras de la noche, y obediente
por la inflamada esfera
emprende su magnífica carrera.
Vida, belleza, acción, todos los seres
recobran ya; la tierra se engalana 10
de flores, y presenta
una nueva creación cada mañana.
Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto, 15
cuando brilla la luz del nuevo día.
El sol llena los cielos,
y del trono gobierna
los astros que su marcha
siguen cumpliendo con su ley eterna. 20
Así también, oh Dios, pues el Sol eres
verdadero del mundo, ocupa, enciende
todos los corazones,
y dirige a tu ley nuestras acciones.
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Si te es grata la voz de la inocencia, 25
escúchanos, Señor, bajo tus alas
pon a los que te adoran
y tu luz, tu piedad, tu gracia imploran.
Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía 30
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

(jose joaquin de olmedo)


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¿Qué os hice yo, mujer desventurada,


que en mi rostro, traidores, escupís
de la infame calumnia la ponzoña
y así matáis a mi alma juvenil?

¿Qué sombra os puede hacer una insensata


que arroja de los vientos al confín
los lamentos de su alma atribulada
y el llanto de sus ojos? ¡ay de mí!

¿Envidiáis, envidiáis que sus aromas


le dé a las brisas mansas el jazmín?
¿Envidiáis que los pájaros entonen
sus himnos cuando el sol viene a lucir?

¡No! ¡no os burláis de mí sino del cielo,


que al hacerme tan triste e infeliz,
me dio para endulzar mi desventura
de ardiente inspiración rayo gentil!

¿Por qué, por qué queréis que yo sofoque


lo que en mi pensamiento osa vivir?
Por qué matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué ¡cobardes! a traición me herís?

No dan respeto la mujer, la esposa,


La madre amante a vuestra lengua vil...
Me marcáis con el sello de la impura...
¡Ay! nada! nada! respetáis en mí!

(Dolores veintimilla de Galindo)


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¡Y amarle pude! ... Al sol de la existencia


se abría apenas soñadora el alma ...
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le hallé.

Sus palabras sonaron en mi oído


como música blanda y deliciosa;
subió a mi rostro el tinte de la rosa;
como la hoja en el árbol vacilé.
Su imagen en el sueño me acosaba
siempre halagüeña, siempre enamorada;
mil veces sorprendiste, madre amada,
en mi boca un suspiro abrasador;
y era él quien lo arrancaba de mi pecho,
él, la fascinación de mis sentidos;
él, ideal de mis sueños más queridos,
él, mi primero, mi ferviente amor.

Sin él, para mí, el campo placentero


en vez de flores me obsequiaba abrojos;
sin él eran sombríos a mis ojos
del sol los rayos en el mes de Abril.
Vivía de su vida aprisionada;
era el centro de mi alma el amor suyo,
era mi aspiración, era mi orgullo ...
¿por qué tan presto me olvidaba el vil?

No es mío ya su amor, que a otra prefiere;


sus caricias son frías como el hielo.
Es mentira su fe, finge desvelo...
Mas no me engañará con su ficción. . .
¡Y amarle pude delirante, loca!
¡No! mí altivez no sufre su maltrato;
y si a olvidar no alcanzas al ingrato
¡te arrancaré del pecho, corazón!

(Dolores veintimilla de Galindo)


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Tras el hombro el carcaj : un pie adelante;


con el brazo fort simo membrudo
tendiendo el arco; y, con mirar sa udo,
inclinado el etipico semblante,

as, en hilera, el batalln gigante


de dolores me acecha torvo y mudo;
y sus saetas clava en mi desnudo
ensangrentado pecho palpitante!...

Mas no de tus flecheros me acobardo


ante el airado ejrcito sombr o;
sus golpes todos desdeoso aguardo!...

Manda a tu hueste herirme, oh Hado imp o,


hasta que lancen su postrero dardo!
Hasta que se halle su carcaj vaco.

(Numa Pompilio Llona)

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Como el l rico audaz, gloria del Lacio,


o de los griegos campos florecientes,
eres t, por tus cánticos valientes,
de tu nacin el Pndaro y Horacio,

mas, a la par, cual las del viudo Tracio,


se alzan tus notas tiernas y dolientes;
y las escuchan resonar las gentes
en pobre hogar no en flgido palacio;

y diverso del vate de Venusa,


la santa Libertad, tienes por Musa;
por solo anhelo la apolnea rama;

es tu Mecenas el Dolor adusto;


el Redentor de Amrica, tu Augusto;
tu fuente de Tibur... el Tequeindama!

(Numa Pompilio Llona)

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