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AVENTURAS SIN PATINES

DANIEL F. AGUIRRE R.

6. LA CHURONA

Existe en la provincia de Loja la romería de Nuestra Señora de El Cisne,


comúnmente conocida como La Churona. La caminata empieza el 17 de agosto para arribar
a la ciudad de Loja el 20 de agosto. El recorrido comprende 72 km y las personas que lo
realizan suman alrededor de las 300.000.

Aprovechando este evento, mi hermano y un primo, adeptos al ciclismo,


decidieron hacer el viaje hacia Catamayo para luego, al siguiente día, realizar el retorno y
disfrutar del recorrido en nuestras bicicletas. En ese tiempo tenía la edad de 15 años y fui
invitado por mi hermano y mi primo, de 18 y 23 años respectivamente, para hacer el viaje.

Lo planificamos para salir temprano en la mañana, con todo el equipo necesario y


siguiendo las órdenes de mi primo, quien era la persona con más experiencia, seguido
jerárquicamente por mi hermano, y así tener los cuidados necesarios para evitar
accidentarme, pues era la primera vez que hacía un viaje en bicicleta a una distancia mayor
de 20 km. Nos preparamos y nos dividimos lo indispensable para llevar en caso necesario:
mi primo, las llaves necesarias para hacer el arreglo de una posible ponchadura; mi
hermano los parches, y yo una bomba para inflar llantas, que funcionaba con un pedal.
Acomodamos las bebidas en los respectivos tomatodo y nos dispusimos a salir (cabe
resaltar que en este tiempo lo único que tenía era mi bicicleta; no contaba con herramientas
ni tomatodo de emergencia, ni de odómetro electrónico y tampoco de la prevención
necesaria por caso de emergencia).

Al salir temprano en la mañana, nuestra disposición en fila india, encabezada por


mi primo, se desarrolló sin contratiempos y con dos o tres paradas antes de alcanzar el
punto más alto para empezar el descenso. Lo que hacíamos cuando parábamos a descansar
era recostarnos en las orillas de la carretera con los pies elevados en relación al pecho, así
evitábamos un poco que se nos hincharan los pies por el ejercicio. Luego de realizar esta
actividad menos de cinco minutos y con un límite de tres paradas y no más, seguimos
nuestro recorrido.

Alcanzamos el punto alto, y el descenso fue lo más emocionante que pude


disfrutar con mi bicicleta. Aprovechando que no es de compuesto especial (carbono o
grafito) para hacerla más liviana, tenía cierta ventaja sobre el resto, pues tenía mayor peso y
así mayor velocidad. Por supuesto que la advertencia de mi hermano no se hizo esperar y
me dijo que me concentrara mientras lo hacía, ya que un golpe con el asfalto a esa
velocidad tendría consecuencias muy desagradables. Recuerdo no haberle hecho caso en
dos ocasiones y me deslicé con velocidad. Mi hermano me alcanzó ambas veces
arriesgándose él también, ya que para hacerlo debía ir a una velocidad superior a la mía.
Sus expresiones de enojo por no hacerle caso y por mi imprudencia se hicieron notar,
logrando con esto regresar a la realidad antes de aterrizar en el camino y ganarme un hueso
roto como premio.

Al alcanzar la ciudad de Catamayo, descansamos de nuestro recorrido para


prepararnos al retorno del siguiente día. Debido a la cantidad de gente que existe en este
evento, se nos dificultaba un poco la travesía volviéndose lenta y algo tediosa, ya que
debíamos esquivar a la gente en la carretera evitándonos alcanzar velocidad. En ese
momento a nuestro primo se le ocurrió la idea de evitar a la gente avanzando por la parte
lateral del camino, que no es asfaltada y no estaba ocupada por la gente. Este atajo nos duró
poco debido a que no consideramos la presencia de grandes y fuertes espinas provenientes
de los faiques (Acacia macracantha) que existen en la zona. Mi llanta delantera se hizo
ganadora de una de estas espinas logrando una baja. Arreglamos la llanta y nuestro
problema nació en que no podíamos comprobar si el parche estaba bien colocado debido a
que no teníamos ese tomatodo de repuesto con agua para hacer la comprobación necesaria.
La arreglamos lo mejor que pudimos y quedó bien después de todo (eso era lo que
pensábamos). Logramos continuar con nuestro camino de regreso pues en esto habíamos
demorado alrededor de tres cuartos de hora.

Retomamos el regreso por la carretera para evitar las espinas, pero había el
problema de que al haber ruido en exceso debido a la cantidad de gente, nos alejamos poco
a poco sin considerar el caso de la necesidad de petición de ayuda que solo podía hacerse
por medio de gritos. Nuestro primo se perdió de nosotros pues avanzó muy rápido y a mi
hermano lo alcancé a ver a unos 200 metros adelante, pero no podía escucharme cuando lo
llamaba. A la altura de una urna que se encuentra a mitad de camino aproximadamente, me
di cuenta de que tenía otra espina en la llanta trasera de mi bicicleta, que no la habíamos
notado antes, y debido a que nuestro primo tenía las herramientas y mi hermano los
parches, levanté los brazos tratando de que mi hermano me viera. Esto no se logró. Mi
hermano pensó que me había adelantado, así que haciendo despliegue de su fortaleza física,
que era muy superior a la mía, desapareció muy pronto de mi vista. Por un momento me
sentí frustrado y algo asustado por la situación en que me encontraba. Debido a que el aire
de la llanta trasera escapaba de forma lenta y como tenía la bomba en mi mochila, decidí
rellenarla de aire y hacerlo cada vez hasta que el orificio de la misma se incremente. Logré
avanzar unos dos kilómetros aproximadamente hinchando y pedaleando alternadamente y
esperanzado en que mi hermano al no encontrarme adelante me hubiera esperado. Luego
me di cuenta de que la llanta delantera no quedó bien reparada y tuve el problema de que
mis dos llantas se encontraban ponchadas. En un momento de desesperación pensé en
retomar el camino con las llantas sin aire destruyendo las llantas y el tubo del interior, pero
al darme cuenta de que resultaba muy pesado, avanzando no más de doscientos metros
decidí bajarme y terminar mi recorrido hasta la ciudad a pie. Me encontraba para esto
descendiendo a la ciudad. Ya había pasado el Villonaco, la parte más alta.

Al llegar a la ciudad y luego de tres horas aproximadamente de llevar mi bicicleta


a cuestas con sus llantas ponchadas, sin agua y cansado con la esperanza de llegar a casa y
darme un baño para luego descansar, empezaron a caer unas pequeñas gotas del cielo, que
luego variaron en tamaño hasta convertirse en un aguacero. Eran las 5:15 de la tarde cuando
logré llegar a casa y me encontré con la sorpresa de que no había nadie y de que no tenía
llaves, pues éstas las tenía mi hermano. En ese tiempo no existían los teléfonos celulares así
que no podía avisar a mis padres y a mi hermano que me encontraba bien y que estaba
esperándolos en casa. Me cubrí lo mejor que pude de la lluvia hasta esperar que llegara
alguien. Me gustó percibir el olor del vapor de lluvia luego de un día soleado con un gran
aguacero. Escuchar la lluvia precipitándose contra el asfalto es una de las cosas más
pacificadoras y tranquilizadoras para mi oído, algo que aprendí del mayor de los hermanos
de mi padre en una tarde lluviosa en Malacatos.

Alrededor de las seis de la tarde llegaron a casa mis papás, pero para mi sorpresa
sin el vehículo. Ocurrió que mi hermano, al igual que yo, también me estaba buscando;
había llegado a casa y luego de ello salió con todos a buscarme. Por si fuera poco, en la
búsqueda del niño perdido, el vehículo sufrió un desperfecto: se torcieron las válvulas del
motor del Chevrolet Gemini modelo 1989, color gris metalizado, aros de magnesio y
dirección hidráulica (el único modelo del Chevrolet Gemini que la tenía), así que al verme
mi padre esperándolo en la puerta de casa, su cara de enojo se suavizó sabiendo que me
encontraba bien, pero con la frustración de una cadena de acontecimientos que se le
presentaron de manera tan gris (como el color del vehículo) en un solo día y con este orden:
primero solo llegó uno de sus hijos, luego fueron a buscar al muchacho perdido, hubo un
aguacero durante la búsqueda infructuosa y se dañó el vehículo.

En la noche cuando nos sentamos a la mesa a comer algo luego de todo lo


acontecido, me enteré de los detalles en cuanto al desentendimiento con mi hermano para
poder alcanzarnos. Él no había interpretado cuando le levanté la mano pidiéndole ayuda a
la distancia, simplemente porque no me vio, y pensando que estaba más adelante, aceleró
su búsqueda. Ahora es necesario explicar el porqué de su acción: no es que no tuviera
cuidado con su hermano menor, sino que me dio la confianza para hacer ese viaje de
regreso solo, pues antes de salir de la ciudad de Catamayo le dije que sí podía hacerlo y que
no esté pendiente de mí tanto tiempo, como bien lo hizo en el viaje de ida. Fue a petición
mía que lo hizo y le agradezco por ello.

Así fue como aprendí a tomar una decisión cuando veía todo en mi contra sin
poder pedir ayuda a nadie, pues en realidad nadie podía hacerlo, a pesar de estar rodeado de
300.000 personas en una carretera solitaria y a la vez atestada de gente.

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