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DANIEL F. AGUIRRE R.
6. LA CHURONA
Retomamos el regreso por la carretera para evitar las espinas, pero había el
problema de que al haber ruido en exceso debido a la cantidad de gente, nos alejamos poco
a poco sin considerar el caso de la necesidad de petición de ayuda que solo podía hacerse
por medio de gritos. Nuestro primo se perdió de nosotros pues avanzó muy rápido y a mi
hermano lo alcancé a ver a unos 200 metros adelante, pero no podía escucharme cuando lo
llamaba. A la altura de una urna que se encuentra a mitad de camino aproximadamente, me
di cuenta de que tenía otra espina en la llanta trasera de mi bicicleta, que no la habíamos
notado antes, y debido a que nuestro primo tenía las herramientas y mi hermano los
parches, levanté los brazos tratando de que mi hermano me viera. Esto no se logró. Mi
hermano pensó que me había adelantado, así que haciendo despliegue de su fortaleza física,
que era muy superior a la mía, desapareció muy pronto de mi vista. Por un momento me
sentí frustrado y algo asustado por la situación en que me encontraba. Debido a que el aire
de la llanta trasera escapaba de forma lenta y como tenía la bomba en mi mochila, decidí
rellenarla de aire y hacerlo cada vez hasta que el orificio de la misma se incremente. Logré
avanzar unos dos kilómetros aproximadamente hinchando y pedaleando alternadamente y
esperanzado en que mi hermano al no encontrarme adelante me hubiera esperado. Luego
me di cuenta de que la llanta delantera no quedó bien reparada y tuve el problema de que
mis dos llantas se encontraban ponchadas. En un momento de desesperación pensé en
retomar el camino con las llantas sin aire destruyendo las llantas y el tubo del interior, pero
al darme cuenta de que resultaba muy pesado, avanzando no más de doscientos metros
decidí bajarme y terminar mi recorrido hasta la ciudad a pie. Me encontraba para esto
descendiendo a la ciudad. Ya había pasado el Villonaco, la parte más alta.
Alrededor de las seis de la tarde llegaron a casa mis papás, pero para mi sorpresa
sin el vehículo. Ocurrió que mi hermano, al igual que yo, también me estaba buscando;
había llegado a casa y luego de ello salió con todos a buscarme. Por si fuera poco, en la
búsqueda del niño perdido, el vehículo sufrió un desperfecto: se torcieron las válvulas del
motor del Chevrolet Gemini modelo 1989, color gris metalizado, aros de magnesio y
dirección hidráulica (el único modelo del Chevrolet Gemini que la tenía), así que al verme
mi padre esperándolo en la puerta de casa, su cara de enojo se suavizó sabiendo que me
encontraba bien, pero con la frustración de una cadena de acontecimientos que se le
presentaron de manera tan gris (como el color del vehículo) en un solo día y con este orden:
primero solo llegó uno de sus hijos, luego fueron a buscar al muchacho perdido, hubo un
aguacero durante la búsqueda infructuosa y se dañó el vehículo.
Así fue como aprendí a tomar una decisión cuando veía todo en mi contra sin
poder pedir ayuda a nadie, pues en realidad nadie podía hacerlo, a pesar de estar rodeado de
300.000 personas en una carretera solitaria y a la vez atestada de gente.