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AVENTURAS SIN PATINES

DANIEL F. AGUIRRE R.

12. LA BOOM

Era un sábado en la noche de mi ciudad. Cerca de Riscomar (Rocafuerte y 24 de


Mayo) quedaba la discoteca La Boom que en ese tiempo era la novedad de la ciudad y por
tanto el lugar de encuentro para todo el mundo. Con nuestros amigos habíamos quedado en
encontrarnos en este lugar para darle vida a la noche y fue así como llegada la noche, pedí
el vehículo de mi padre para salir de parranda, fiesta y relajo. Para ello pasé viendo a uno
de mis amigos que vivía cerca de casa, no sin antes haberle advertido telefónicamente que
si me hacía esperar más de lo normal (lo que era común para él, pues se demoraba horas en
su preparación para estar conforme con su vestimenta, su peinado y el aroma usado) me iría
solo y dejaría que alcance nuestro objetivo nocturno en taxi.

En realidad nunca lo dejé a pesar de la espera. Teníamos un código para ello:


siempre que llegaba a su casa en el vehículo de mi padre, una secuencia rápida de pitidos
era el detonante para admirar su silueta a través de la ventana de su habitación, cómo se
apresuraba y desesperaba por salir (lo que me divertía mucho), ya que si se demoraba
demasiado (5 minutos era el hipotético límite) partiría sin él, de esa manera le serviría de
escarmiento y sería puntual en el futuro (nunca funcionó). Como era de esperarse, bajó cual
bólido y luego de ello nos dirigimos hacia el objetivo: La Boom.

Hubo un rumor acerca de este bar. No sé si lo hicieron por lograr más ventas y que
la gente lo visite con frecuencia, o si fue hecho para evitar que la gente vaya. Muchos
afirmaron el hecho pero nadie podía confirmarlo. La anécdota se basaba en que una noche,
mientras todos se estaban divirtiendo en el baile, los juegos de luces y la bebida, apareció
un tipo de cualidades llamativas en extremo para las señoritas. A todas las chicas se les
escuchaba en la calle: “¡Dicen que era guapísimo!”, por supuesto, nadie podía confirmar el
hecho, pero como es Loja, el chisme se extiende como epidemia y no se sabe donde
empieza.

El punto era que el galante muchacho de belleza incomparable para las señoritas,
se encontraba bailando en el centro de la pista. Dada la media noche las luces del lugar
disminuyeron drásticamente, se escucharon sonidos extraños a la música y un olor a azufre
se había apoderado del lugar. Como no podía ser de otra manera, resultaba que el guapo
muchacho era el mismo demonio. Se supone que había desparecido al instante y que
muchos juraban, lo habían visto. No sé qué tipo de bebidas dieron esa noche en el bar, o
qué clase de alucinógeno llegó a la ciudad. Nadie supo confirmar el hecho y otros
permanecieron callados. Tampoco luego de eso me interesé por averiguar más. Como
ocurre con todo chisme en la ciudad, poco a poco se disipa hasta que desaparece.

Cuando llegamos al bar esperamos a que todos los integrantes (o al menos la


mayoría) de nuestro grupo arribaran para conversar acerca de cómo se estaba encendiendo
la noche y ver la probabilidad de buscar diversión en otra discoteca de la ciudad. Al
encontrarnos la mayoría decidimos ingresar e instalar la fiesta en esta discoteca. Las demás
opciones quedaron desechadas, pues en esta había más gente, y cómo es normal en un
adolescente (ahora no le encuentro sentido) mientras más gente hay y más incómodo uno se
encuentra dentro de la lata de sardinas en que llega a convertirse el lugar, la fiesta es
increíble (es impresionante cómo en la adolescencia nuestros receptores de la realidad se
atrofian).

Bailamos, bebimos y bailamos más, pues esto era lo que me agradaba antes que
sentarme a beber. Las horas pasaron y nos dieron las dos de la mañana del siguiente día.
Consideramos que era justo retirarnos y procedimos a hacerlo de esa manera. Éramos dos
personas quienes teníamos vehículo esa noche: el de la novia de Pedro y yo, así que les pedí
que me esperen mientras traía el vehículo más cerca hasta que el resto del grupo saliera del
lugar, pues con las copas encima los pies de algunos se vuelven más pesados y se demoran
un poco para salir (ellos afirmaban que eso no era estar ebrio).

Alcancé el vehículo de mi padre a una cuadra del lugar, pero para llegar a la puerta
de La Boom debía dar una vuelta a la manzana. Procedí a hacerlo y fue cuando en la
esquina de la 24 de Mayo y Miguel Riofrío, un grupo de cinco tipos estaban caminando por
medio de la vía (no sé si en un derroche de ego, o simplemente por estar ebrios) razón por
la cual tuve que frenar bruscamente, pues no esperaba encontrarme con gente en medio de
la calle. Se hicieron a un lado y pasé, pero seguidamente empezaron los insultos por parte
de ellos. Paré el vehículo y era uno de los cinco tipos quien me insultaba (camisa gris y
pantalón negro eran sus referencias) y enviaba al mismísimo infierno (hasta aprendí nuevas
malas palabras). Me bajé del vehículo e hice mi reclamo: “¡Qué te sucede, animal!” (cabe
resaltar que en ese tiempo aún no bebía y por tanto me encontraba sobrio). Me hizo señas
de que me acercara y mientras me quitaba la chompa y mi reloj, le dije que me encontraba
solo, que se acerque él, pues a su lado había el respaldo de sus amigos y tampoco me iba a
exponer a ser golpeado por un grupo de montoneros. Nada más escuché: “¡¿Te agüevas?!”
Fue suficiente. Ingresé al carro nuevamente y alcancé la puerta de La Boom. Justamente se
encontraban en la puerta dos de mis amigos, el resto se encontraba en el vehículo de la
novia de Pedro. Me estacioné en media calle, abrí la puerta del copiloto y les grité:
“¡Bronca, acoliten!” Se subieron como resortes mis dos amigos: Sergio y Gustavo. Me
preguntaron: “¡¿Qué pasa Aguirre?!” y les comenté lo que había sucedido.

Nunca fui armador de pleitos, pero no me agradan las cosas injustas. Esa vez la
culpa no era mía y el tipo se envalentonó demasiado contra mí, cosa que no dejé pasar
(tampoco es un justificativo para perder la cordura como en esta ocasión). Dimos
rápidamente la vuelta para buscar a los tipos: como era de esperarse ya no estaban en el
lugar donde los dejé, y no había pasado ni un minuto. Paré en las cuatro esquinas y los vi
dirigirse por el Pasaje Sinchona en dirección a la Rocafuerte. Me bajé del carro
inmediatamente y con paso apresurado me dirigí tras ellos diciéndoles que se detengan.
Junto a mí iba Sergio, Gustavo se quedó parqueando el vehículo y asegurándose de dejarlo
debidamente cerrado, para luego seguirnos. En ese momento asomó un señor en el segundo
piso de una casa que dirigiéndose a mí dijo: “¡Tranquilo muchacho, mejor anda a dormir!”
Le dije que esto no era problema suyo y seguí con mi objetivo: reventarlo al malcriado que
me había ofendido.
Mientras caminaba junto a Sergio vimos a los muchachos: eran menores a nosotros
con unos dos años y a algunos los conocía pues eran compañeros o conocidos de un primo
menor a mí. Nos preparamos con Sergio, pues nunca hay que confiarse de la edad, en
cualquier momento podían atacarnos, así que directamente le pregunté al muchacho que
más me veía: “¡¿Quién fue?!” “¡¿Dónde está el malcriado que me insultó?!” El muchacho
al parecer me reconoció, y me dijo que lo disculpe, que él no había sido y se hizo a un lado.
No me quiso decir el nombre de su amigo.

Casi al finalizar la cuadra y protegido por una mujer (no puede haber persona más
cobarde que alguien escondiéndose tras unas faldas) desapareció corriendo mientras la
chica nos decía: “¡Nadie dijo nada, tranquilícense!” Nos detuvimos por respeto a la chica y
seguidamente fui con sus amigos para que me digan de quien se trataba. Nos pidieron
disculpas a pesar de que nos llevaban en número. Además mis amigos estaban a mis
espaldas por si ocurría algo inesperado. Me dijeron que no lo conocían al tipo, pero que sí
habían escuchado lo que me había dicho, que lo habían conocido esa noche y por tanto no
sabían quién era.

Hasta ahí llegaron las cosas. Mis amigos me dijeron que ya estaba hecho y que el
tipo había demostrado su cobardía. No valía armar relajo donde no había, y tenían razón.
Dejamos el lugar y nos retiramos.

Pasé dejando a cada uno de mis amigos en sus casas entre bromas y carcajadas
pues era la primera vez que me habían visto enojado por algo. Por supuesto esto dio pie
para que cada vez que se repetía algo parecido, salieran las bromas que eran aceptadas con
gusto. Nunca supe quien fue el tipo, pero estoy seguro de que él si supo quién era yo. No
los he vuelto a ver a esos muchachos desde aquella noche pero espero que les haya servido
de lección no hacerse amigos de cualquier patán que encuentren en la noche, y peor aún
siendo éste el organizador de una trifulca en la que, para colmo, no se molestó en participar.

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