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They flutter behind you, your possible pasts.


Some bright-eyed and crazy, some frightened and lost.
A warning to anyone, still in command,
of their possible future, to take care.

Roger Waters.

Podemos afirmar, sin temor a ser refutados en exceso, que la aceptación general de un relato se
cierra sobre sus leyes, que nada debemos saber sobre las cosas y nada debemos buscar en reflejo
o remisión. Podemos, sin más, prescindir de la referencia al mundo y del mundo mismo
momentáneamente en la lectura. Pero cuando se trata de relatos que en cierto modo remiten a lo
histórico, la posmodernidad se nos acobarda. Y en efecto, ¿podemos, en novelas cargadas de
historia como Villa o Dos Veces Junio, abandonarnos a nuestra posmodernidad y perder la relación
con los hechos, abandonar nuestro principio de realidad ante la ficción literaria? Es difícil saberlo.
No se trata aquí de la pregunta por lo verdadero o falso.

Nota: no pretendo pronunciarme respecto de la novela histórica: tanto más complicado este
problema resultará o no en aquel género.

Aclarado esto, surge otra pregunta ¿Cómo resulta posible en estos relatos, relatos de frontera,
donde la remisión a lo real se vuelve necesaria, prescindir momentáneamente de ella? ¿A partir de
qué, en relatos de estas características puede formarse un verosímil tal que remita a lo histórico, y
que no nos arrastre a los hechos, a los que sin duda intentamos volver la vista para asegurarnos en
la ficción?

Lo ficcional puede parecernos acto lúdico antes la violencia del hecho. La realidad construida
podría resultar sin fuerza ante la contundente objetividad del documento; la ficción nada puede
decirnos que no pueda ser iluminado mejor desde la subjetiva carnalidad del testimonio. Y sin
embargo, algo se nos escapa. Villa, es fuerte, contundente y carnívora. Al menos, es todo eso.
¿Cómo relacionamos estos relatos a lo histórico? ¿Y a la memoria? El problema no es lo que se
narra sino desde dónde se lo narra. Villa y Dos veces Junio no son novelas históricas, pero hacen
memoria.

El aquí y el ahora de la memoria es difícil de revelar y en un sentido más riguroso imposible de


mirar con los ojos de su mismo pasado. Sustraemos, mutamos expandimos, deformamos grandes
eventos a la pequeñez del detalle anecdótico bajo la única y autónoma voluntad de la memoria,
como sea que se la llame. Todas las operaciones por las que nuestro juicio dejaría se credulidad
desde el prólogo. No obstante, nuestros actos de memoria, han de contar con cierto privilegio
adquirido. Confiamos en la memoria y eso mueve a la memoria a la vez.
Quiero volver a la pregunta sobre ese verosímil que nos remite en cierto modo a lo histórico. En
Dos veces Junio, el soldado recuerda la publicidad de los Ford F100: es una camioneta tan fuerte
que puede soportar ser soltada de un avión (Y no nos dicen, y por ahora no nos importa que
sepamos si es arrojada de un Hércules o de un Boeing). El recuerdo del soldado, nos muestra que
tal vez sean otros textos los que nos permitan creerle en su relato. Si pensamos este tipo de
ejemplos, la llave a esa confianza no está en los hechos, sino en las citas, en otros textos. Esta
verosimilitud (que a falta de término podemos llamar así para pensar mejor esta llave), ya no sería
una propiedad relacional de los textos al mundo, sino del texto a otros textos. Y si esta
verosimilitud viene dada por la intertextualidad, ¿Cómo lo logra? ¿Cómo llegamos de la relación
con otros textos a esta verosimilitud? La visión del conscripto al ver asomar las piernas del Doctor
Mesiano por debajo de la cabina anaranjada a cospel, la falta de costumbre con la palanca de
cambios al volante del Ford Falcon: no sólo es verosímil, sino que el personaje interpreta ese
texto, volviéndose verosímil a sí mismo y al texto.

Uno podría pensar que el Matadero no cumple con esto. Que el personaje no nos ofrece esta
llave. Y por este motivo es crucial la pregunta por el Unitario. ¿Qué hacía allí, en tierra Federal?
¿Por qué no tiene hábitos, un pasado? ¿Por qué es tan torpe al interpretar los textos en los que se
lo sitúa? El matadero resulta verosímil al construir la barbarie en la primera parte. La verosimilitud
que resta el unitario, la hemos recuperado por anticipado en un paisaje de cuaresma y vacas
flacas. La paradoja está en que el matadero vuelve verosímil la barbarie a costo de volver
inverosímil al unitario, vuelve verosímil la opresión a costo de volver inverosímil la utopía.

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