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Por otra parte, resulta injustificado, tal como señala Ares, que
se trate, por ejemplo, al griego Proclo, filósofo neoplatónico
del siglo V d.C., como a un autor fantasioso cuando afirma que
las pirámides egipcias eran centros de observación
astronómica y, en cambio, se aprueben las manifestaciones de
Herodoto (s. V a.C.) cuando escribe que estos monumentos
fueron lugares de enterramiento de faraones tiránicos. Lo
mismo podemos decir de cronistas árabes como Maqrizi o
Abdul´l Solt El-Andalusí. Y todo esto sólo porque muchos
arqueólogos modernos no son capaces de aceptar la opción
astronómica, a todas luces demostrada, y sea más fácil
admitir la hipótesis funeraria.
Por otra parte, la Biblia nos dice que María, madre de Jesús,
era de la rama de Jesé. Ahora bien, la palabra hebrea Jes
significa el fuego, el sol, la divinidad. Ser de la rama de Jesé
equivale, pues, a ser de la raza del sol, del fuego. Como la
materia tiene su origen en el fuego solar, tal como acabamos
de ver, el mismo nombre de Jesús se nos presenta en su
esplendor original y divino: fuego, sol, Dios.
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