Bernardo Uruburu Vélez Amelia Prieto José de Jesús Sierra Rincón
A veces las nostalgias
acuden al llamado de la memoria y estremecen el alma. Algunos de esos momentos suceden al pensar en los abuelos, en los abuelos que no conocí. Mi cuerpo es una extensa geografía donde convergen en una espiral los departamentos de Antioquia Cundinamarca y Boyacá. Al encender un cigarrillo pienso en la abuela paisa y sus cigarros "ciento ocho", o en el abuelo, sacando del viejo carriel un tabaco del color de su piel y me estremece un sentimiento, mezcla de ternura, de encanto, de realidades y fantasías que invaden mi corazón de fuego. Me voy para Cundinamarca y pienso en el abuelo de Simijaca; en su frente, como una llanura adentrándose en sus cabellos de trigo; en su cuerpo de atleta con la elegancia del lord y siento que muy dentro de mí arde la llama de su aliento. Los abuelos que no conocí son como dardos de amor que me heredaron sus verdades, sus dolores, sus encantos; el deseo de una vida pletórica, donde las sonrisas se convierten en palomas al viento, alas de cielo que remontan las esperanzas más allá de la vida. Luego me voy para Boyacá y pienso en la abuela que conozco, en aquella anciana enferma, confusa, contradictoria; pero tan bella, tan llena de ternura y preocupada por el dolor del mundo, que creo que mi deseo por una sociedad mejor fluyó de sus venas de amor. Los abuelos que no conocí, la abuela que conozco han sembrado semillas de esperanza en mi corazón de aprendiz y me han transformado en razón, en pensante e idóneo para la vida que avasalla. Los abuelos que no conocí me conocen mejor que nadie, me apoyan, me aplauden; sonríen con mis travesuras de literato loco y realista. Me abrazan, me aman, saben que tengo razón, que un mañana mejor está por venir. La abuela que conozco sigue llorando y sufriendo; llora y gime por la humanidad. Los abuelos que no conocí y la abuela que conozco saben que a este mundo sólo lo cambia el amor.