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A penas se escuchaba el gemido de un esfuerzo que venía desde

la tierra misma, “Uf!...Uf!...como está difícil esto, que peso,


Uf!... Voilà!”. Y esperando una ovación por fin vio la luz. Dos
pequeños y hermosos brotes que asomaron felices al encuentro
del universo.

Sin embargo sólo se escuchó la brisa entre los árboles gigantes


que sus copas entrecerraban el cielo. Minerva se sintió
decepcionada, tanto esfuerzo para esto, apenas veía el infinito
cielo verde y la escasa luz que pasaba por el follaje caía muy
lejos de ella.

De repente, alguien tan pequeño como Minerva le habló.


-“Disculpe, es usted nueva por aquí?...me llamo Sebastián, soy
un chanchito de tierra”- Sebastián era un tipo muy sociable, le
gustaba hacer nuevos amigos y le llamaba la atención su nueva
vecina.

“Este…”-dijo con timidez Minerva- “creo que sí, todavía no lo


sé…me costó tanto salir y pensé que me estaban esperando…y
me encuentro al lado de este enorme árbol y hay muchas
plantas verdes y…” Antes de terminar su frase Sebastián la
interrumpe con un –“como te llamas?”.
“Minerva”- dice con asombro, era la primera vez que se
anunciaba.
“Te puedo llamar Mimí, es más fácil y me gusta porque eres
pequeñita, cuando crezcas te llamaré por tu nombre completo”-
dijo Sebastián muy entusiasmado.

Minerva estaba aturdida con sus propias preguntas y deseaba


encontrar respuesta a todas ellas en el menor tiempo posible. Y
al parecer su nuevo amigo no parecía tan apurado como ella.
Entre todas estas reflexiones fueron apareciendo a sus ojos
otros seres; algunos más pequeños que Sebastián, otros más
grandes que ella. Deseaba hablar con todos pero iban a ritmos
tan diferentes entre sí.

En una esquina entre ramas dobladas y un tronco cortado se


veía un hilo de seres pequeños y bien formados. En sus dorsos
transportaban objetos más grandes que ellos mismos. Tiempo
después supo que se llamaban hormigas y que si bien tenían
cada uno un nombre, ellos respondían mejor a su grupo. Así
estaban divididos el grupo que se ocupaba de los alimentos eran
con casco rojo, los que se encargaban de construir puentes y
caminos tenían un casco verde, los que cuidaban a su reina, una
hormiga grande y bondadosa, vestían unos enormes cascos
negros.

Sebastián se tomo todo un día en explicarle a su vecina que


todos en la selva tenían una función. Es decir un trabajo que
cumplir. “Y cual es el mío?”- pregunto Minerva con entusiasmo.
Ella quería saber cuando le dirían que era lo que debía hacer en
aquel lugar.

“No lo sé”- respondió Sebastián –“solo presta atención, un día


lo sabrás”.

“Por mis hojitas deduzco que soy un árbol” aseguró ella.


Minerva admiraba extasiada a un árbol majestuoso, cuyo tronco
parecía perderse en el infinito cielo verde.

Sebastián no supo responder ya que a esa edad, todas las


plantitas se parecían entre sí, y no quería desilusionar a su
nueva amiga.

En ese instante una mariposa de colores destellantes se posó en


nuestra amiga y la hizo inclinarse hasta tocar el suelo.

“Hola Sebastián”- dijo Emeterio, - “con quien hablas?”. En eso


escuchó una voz -“estimado señor, puede salir de mi tronquito,
soy nueva aquí y soy frágil aún, cuando sea árbol podrá posarse
en mi sin ningún problema, pero por ahora salga por favor”.
Emeterio se elevó al escuchar la voz suave de Minerva,
-“disculpe”- le dijo. “No sabía que…”- y quedó sonrojado por
cometer tal imprudencia. –“Me llamo Emeterio y soy una
mariposa”.

“Encantada”- dijo Minerva, estremeciéndose para ponerse


erguida otra vez. Estiro sus pequeñas hojas, buscando un rayo
de sol que logro entrar desde el oscuro follaje. Minerva percibió
un calor interior que nuca había conocido y de pronto se sintió
más grande.

“Veo que estas creciendo”, - dijo Emeterio, ella sonrió y la


mariposa jugó entre aquel rayo de luz mientras Sebastián
aplaudía con sus numerosas patitas.

A medida que Minerva conocía nuevos amigos, ella se hacía más


grande, sus hojas se estiraron y aparecieron otras más. Como
amaba los momentos que el sol se posaba en ella, se sentía muy
feliz.

“Hola Sebastián, que haces?”- preguntó a su amigo. “Estoy muy


ocupado con mi nueva casa, tengo que hacer nuevos corredores,
ya que Priscila y yo vamos ampliar la familia” dijo Sebastián con
entusiasmo. –“Cómo, más niños?”- dijo Minerva sorprendida.
–“sí Mimí, es así la vida, los hijos crecen y hay que traer otros al
mundo, el ciclo continua” y al finalizar esta frase Sebastián se
vio invadido por pequeñas bolitas negras que al desplegarse
empujaban a su papá al hogar.

Minerva miraba el cielo verde, le parecía tan lejano, a lo lejos


escuchaba el sonido del viento pasar entre las hojas. Ella
pensaba que algún día ella estaría allá arriba, sería un árbol
como aquellos.

“Emeterio, ven párate en mis hojas, y cuéntame…?” invitó


nuestra amiga. –“Bueno Mimí, te tengo que contar un secreto.
Tendré que hacer un viaje muy importante y debo dejarte un
encargo”, la mariposa se veía cansada. “Vendrá a tu joven
tronco una pequeña oruga, ella se cubrirá con una suave tela.
Por favor cuida su sueño, abrígala con tus hojas y cuando sea el
momento, permítele alimentarse con una parte de ti, lo harás
amiga?- dijo Emeterio, mirando seriamente a Minerva.

Ella sintió pena, se dio cuenta que extrañaría a su amigo. Y


acepto con alegría el regalo que él le dejó.

Es así que en un momento Emeterio partió, voló muy alto y se


perdió en el cielo verde. Tiempo después, una pequeña voz
hablo a Minerva. “Señorita es usted Mimí?”- ella respondió
“sube amiguito, como te llamas” y con un bostezo dijo Roberto.
“Mi papá me dijo que usted me daría cobijo”- argumento él. “Sí,
sube hasta aquí y escóndete en esta hojita, que yo la enrollaré
especialmente para ti” Minerva lo esperaba desde que Emeterio
se fue.

Y así hizo Roberto, quien a pocos minutos de haber llegado,


comenzó a tejer una suave tela entorno a él, y a medida que se
encerraba en ella, un sueño profundo lo invadió.
Sebastián que algo intuía de la partida de la mariposa, quedó
asombrado al ver a quien Minerva protegía.
Pasaban los días tomando sol, recibiendo a Sebastián y su
familia, escuchando el sonido de otros animales e insectos,
descubriendo nuevos amigos.

“Mimí! Hoy haremos una función de títeres, tu pondrás el telón,


Priscila, yo y los niños traeremos las marionetas”. Sebastián
invitó a todos los vecinos. Fueron todos los escuadrones de las
hormigas, rojos, verdes, la reina y sus soldados, todos muy
ordenados se sentaron por grupo. También fue el escarabajo con
su novia la libélula, un mil pies que ocupo todas las sillas de la
segunda fila. Algunas majestuosas mariposas amarillas
decidieron ver el espectáculo desde la esquina derecha. Las
luciérnagas pusieron la iluminación y los grillos se ofrecieron
con un concierto de violines. “Que comience la función!”
vociferó Sebastián desde el centro del escenario. Entre risas y
aplausos se desplegaban las marionetas, al finalizar recibieron
una gran ovación. En ese momento un pequeño sonido
proveniente de una hoja de Minerva que estaba siendo abierta
mostraba una hermosa mariposa de colores destellantes. “Es
Roberto,… despertó!” anunció Minerva fascinada. Los grillos
redoblaron sus violines y se escucho un “Celebremos!”. Con esta
recepción llegó Roberto a la comunidad, alegrando con sus
colores la selva.

Un día Roberto y Minerva contemplaban una gota de rocío,


“Mimí”-preguntó Roberto todo curioso, “cuanto más vas a
crecer?”.
“Tanto como este árbol”- dijo ella, mostrándole aquel viejo
tronco que llegaba hasta un cielo verde.
“porqué tu tronco es más flaquito que el del árbol?”- señalo
Roberto con sus alitas.
“debe ser porque soy joven aún” se excusó un poco molesta
Minerva. Ella también lo había notado, ella no se parecía en
nada a aquel árbol. Su tronco era fibroso, mucho más delgado e
increíblemente más flexible. También ella sabia que era capaz
de contornearse lo que le permitía apoyarse en su vecino para
mantenerse erguida y subir por él.

“Mimí, si tu no eres árbol, que eres?”- dijo Roberto serio.


“No lo sé mi amigo” y las hojas de Minerva parecían apagadas.

Roberto decidió preguntarles a los más ancianos que clase de


árbol era Minerva. Él no quería que su amiga se entristeciera.

Cuando obtuvo la respuesta acertada se acerco a ella y le dijo


muy solemne:
“Minerva, tu perteneces a la línea de plantas muy importante
para la selva, tu eres una liana. Tu tronco fibroso ayudará a los
animales a ir más allá del cielo verde”.

Minerva estremeció sus hojas y vibro como si su cuerpo


entonara una canción de alegría. Miró las copas de los árboles
que antaño le parecían tan lejanas y escucho al fin aquello que
parecía sólo el viento pasar. Eran las voces de todos los árboles
que al unísono la invitaban a subir.

Cuando ese día llegó, Minerva encontró que existía otro cielo
que no era verde sino de un color azul profundo, y al mirar el
follaje del árbol que ella admiraba y que trepó, con amor le dijo
“al fin te encontré”.

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