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Registro Safe Creative N° 2312116359278

Boris Oliva Rojas

Bosque mágico

La brisa nocturna hacía cantar los árboles, o eso le parecía a Lina, al mecer
las ramas y agitar las hojas. El canto de ranas del arroyo cercano y las serenatas
de amor de los grillos, creaban una atmósfera especial, distinta a la que se
levantaba al despertar la foresta, bajo los dorados rayos del sol.
Sonidos distintos en un aire distinto; otros aromas y otra temperatura. Tales
eran las sensaciones que despertaba el bosque de noche en Lina, que la hacían
imaginar que estaba caminando en medio de un bosque mágico, en un país de
maravillas.

La muchacha caminaba sin rumbo fijo, tocando un árbol por aquí o una roca
más allá; dejándose llevar por su imaginación. Soñaba despierta con que un valiente
caballero llegaría en su blanco corcel a rescatarla de alguna torre aislada de algún
abandonado castillo; pero esos solo eran sueños de cuentos y lo sabía. Pero ella
guardaba un tesoro más grande que cualquier personaje irreal; un secreto que
convertía al bosque en un bosque mágico. Sus agudos sentidos, siempre
conectados y en armonía con la naturaleza, le permitían percibir cosas que solo
estaban reservadas para pocas personas. Ante su mirada especial, el bosque
parecía resplandecer en medio de la noche; a su alrededor, seres elementales de
distinta naturaleza, danzaban y jugaban alegremente; con alegría casi infantil, la
joven bruja sentía que la energía de la naturaleza corría por sus venas.

Saltando y canturreando contenta, llegó Lina hasta un claro del bosque; el


mismo donde junto a sus hermanas, saludaban a la diosa y madre Luna. Esta noche
la luna no estaba visible, así es que podría disfrutar del claro solo para ella.

Arriba en el firmamento, las estrellas brillaban como piedras preciosas sobre


terciopelo negro, o como luciérnagas que traviesas jugaban sobre ella. Indecisa
entre sus ocurrencias, Lina sonreía tirada en el suelo, con los brazos abiertos,
mirando aquella colección de puntitos de luz.

Solo por jugar cambió varias veces la forma en que sus ojos percibían la luz
del cielo nocturno. Una sucesión de formas y colores, como la vista de un
caleidoscopio, pasó frente a sus ojos, arrancando sonrisas y suspiros de la inocente
y dulce bruja.

Después de un largo rato, con los ojos algo cansados, Lina se puso de pie y
sacudió su ropa. No era muy tarde y no tenía sueño, así es que podría quedarse
unas cuantas horas más jugando en el bosque.

De vuelta entre los árboles, a la muchacha le pareció escuchar una serie de


chillidos y pequeños gruñido, que a su parecer correspondían a una riña entre
algunos animalitos.

Caminando despacio, para no hacer ruido ni pisar a nadie, la joven bruja llegó
junto a un viejo árbol, donde dos conejos disputaban acaloradamente una fruta.

―Hey, muchachos, no es necesario que se peleen por eso. La fruta es


grande y alcanza para ambos ―dijo Lina, partiéndola en dos y pasando un pedazo
a cada conejitos.
Con un poco de desconfianza al principio, los animalitos terminaron
aceptando el ofrecimiento de la humana.

―Buenos chicos, y como se ha portado muy bien, les regalaré un poco de


trébol fresco que acabo de cortar ―señaló ella, sacándolo de uno de sus bolsillos.

Los conejitos la miraron con curiosidad, mientras disfrutaban las deliciosas


hojas.

―Y no vuelvan a pelear por cosas sin importancia ―aconsejó la joven m,


haciéndoles cariño en sus aterciopeladas orejas.

―Bien, nos vemos, amiguitos ―se despidió Lina, continuando su paseo


nocturno.

Siguiendo su camino, sin rumbo fijo, Lina llegó junto a un gigantesco y añoso
árbol y se apoyó en su tronco para descansar un poco.

―Hola ―escuchó la muchacha una vocecita que la saludaba.

―Hola ―respondió ella, mirando para todos lados sin ver a nadie cerca.

― ¿Me puedes ayudar? ―preguntó la vocecita.

― ¿Dónde estás, que no te veo? ―quiso saber la joven.

―Aquí estoy ―respondió la voz.

― ¿Pero dónde? ―preguntó nuevamente Lina.

―Aquí abajo ―señaló la vocecita misteriosa.

Por más que miraba y buscaba, la muchacha no veía a nadie más.

―Aquí dentro del tronco ―indicó la voz.

Agachándose hasta el suelo, la joven bruja distinguió un hueco en la base


del tronco, que no había visto antes. Mirando con curiosidad, vio un pequeño
hombrecito de unos veinte centímetros de alto, que a duras penas trataba de
equilibrar una olla con brillantes monedas de oro, una copa de cristal y un libro al
mismo tiempo.

― ¿Hola, cómo te llamas? ―preguntó amablemente Lina.


―No estoy en condiciones de contestar preguntas ahora ―preguntó el
pequeño gnomo.

―Huy, perdón ―contestó la muchacha, con una sonrisa de disculpa.


Sujetando el libro y la copa, la bruja ayudó al pequeño elemental a
equilibrarse.

―Gracias ―agregó el gnomo acomodando su ropa, que se veía


cómicamente desordenada.

Mi nombre es Hxipilimanisick ―se presentó el curioso ser, haciendo una


divertida reverencia.

―Encantada Señor Hxipa, la, li. Ay, es muy difícil de recordar ―se quejó
Lina.

―Pero puedes decirme Sick; así me dicen mis amigos y mis amigas brujas
―agregó el gnomo.

―Encantada, Sick ―respondió Lina con una linda sonrisa.

― ¿Qué pasó aquí? ― quiso saber la muchacha.

―Nada, solo hacía mi aseo de cada cien años y creo que me enredé un poco
―explicó el ser.

―Sí, suele pasar coincidió Lina.

― ¿Y tú, qué haces en el bosque a estas horas? ―preguntó el gnomo,


sentándose en una diminuta silla de madera.

―Solo salí a pasear y disfrutar de la tranquilidad del bosque ―contestó la


joven bruja.

―Sí, es muy tranquilo la mayoría de las veces ―meditó Sick.

―Bueno, debo seguir. Fue un placer conocerte ―se despidió Lina.

―El placer fue mío. Y ven a visitarme otra vez ―respondió el gnomo.

―Lo haré ―contestó Lina, despidiéndose con un gesto de mano.

Aún quedaban varias horas antes de que amaneciera, así es que las joven
continuó relajadamente su paseo nocturno.
El canto de las aguas del arroyo que corría cerca atrajo su atención y también
sus pasos.

Mientras más se acercaba al curso de agua, a Lina le daba la impresión de


que el agua realmente estaba cantando; cuando ya estaba al alcance de su vista,
con sorpresa descubrió el origen de tan hermosa y cautivante melodía.

Varias jóvenes de impresionante belleza entonaban dulces y embriagadoras


notas musicales; algunas sentadas en la orilla, otras flotando plácidamente en el
agua y algunas descansando en las rocas que había repartidas en el cauce del
arroyo. En un principio pensó que podían tratarse de hermanas brujas; sin embargo,
pronto se percató de un detalle en particular. Desde la cintura hacia arriba, las
doncellas eran jóvenes mujeres de rasgos finos, armoniosos e increíblemente
hermosos; pero, de la cintura para abajo, en vez de torneadas piernas, lucían
grandes colas de pez de iridiscentes colores.

― ¿Sirenas? ―se preguntó―. No, son ondinas.

Unas cuantas ninfas acuáticas se percataron de la presencia de la humana


que las observaba.

―Ven a cantar y nadar con nosotras ―la invitaron algunas con los brazos
extendidos.

―Ven, entra al agua ―la llamaron otras, sin dejar de entonar su hipnótico
canto.

Lina estaba muy contenta de haber encontrado nuevas amigas y lentamente,


sin dudarlo, avanzó hasta la orilla del arroyo.

― ¡Detente! No vayas o te ahogarás ―escuchó una voz en su interior que le


advertía del peligro real de las elementales del agua―. Ellas no son tus amigas.

La bruja sintió como una mano invisible la sujetaba y alejaba del agua.

―Aléjate del arroyo en la noche ―escuchó la voz que le advertía.

Como si despertara de un sueño, Lina agitó la cabeza y recobró el control de


su mente y su cuerpo.

―Hoy no, amigas. No caeré en su dulce pero mortal engaño ―agregó la


bruja, alejándose del arroyo y consciente del peligro que escondía en la noche.


Lina comprobó de primera mano que no todos los elementales eran
amigables, e incluso que algunos podías ser muy peligrosos y traicioneros. Poco a
poco, la joven bruja ganaba experiencia y sabiduría.

Desde la comodidad de su hogar, la bruja que introdujo a la joven al mundo


de la magia observaba a su nueva discípula en su paseo nocturno; sin intervenir ni
protegerla, solo mirando.

―Nota. El arroyo es peligroso de noche ―se dijo Lina siguiendo su recorrido


por el bosque.

Un robusto roble llamó la atención de la bruja. Sus ramas se balanceaban


suavemente, como una cuna mecida por una mano llena de amor. Lo más peculiar
era el círculo de distintos tipos de coloridas flores que rodeaba su tronco.

―Vaya que curioso ―opinó Lina, tocándolo suavemente con los dedos.

―Hey, me haces cosquillas ―dijo una suave voz en medio de una risa
juguetona.

― ¿Es idea mía o este árbol me habló? ―se preguntó en voz alta la joven.

―Clatro que es idea tuya ―corrigió la voz―, los árboles no hablan a los
humanos.

― ¿Quién está aquí? ―quiso saber la bruja, siguiendo el juego, pues había
logrado ver a la bella dueña de esa tierna voz. De rasgos delicados, de piel
bronceada y cabello verde, la hermosa dríada disfrutaba de la gracia que le hacía
su supuesta invisibilidad.

―Seguramente debe ser un gnomo viejito que me está hablando ―supuso


Lina en voz alta.

―Por supuesto que no. Los gnomos son diminutas y feas miniaturas
parlantes. Yo, en cambio, tengo la belleza y la gracia de toda la naturaleza ―aclaró
la dríada.

―Debe ser un duende definitivamente ―dijo Lina, tomando un mechón de


su cabello y pasándolo por la nariz de la elemental.

―Aachuss ―se escuchó el estornudo de la dríada, mientras la bruja se reía


por su travesura.

―Espera un momento. Tú me puedes ver ―se percató sorprendida la


elemental.
―Claro que te puedo ver ―rio Lina, mostrando sus ojos color púrpura
brillantes―. Eres una dríada.

―Entonces tu debes ser una de las brujas que suelen venir a bailar al bosque
―dedujo la elemental, bajando de su rama.

― ¿Nos has visto? ―preguntó la joven hechicera.

―Claro que sí, y me gustaría poder bailar una noche con ustedes ―afirmó
la dríada.

― ¿Y por qué no lo haces? ―quiso saber la bruja.

―Porque no puedo alejarme mucho de mi roble ―explicó la elemental.

―Ya recuerdo, estás tan unida a él que podrías morir si lo haces ―señaló
Lina.

―Y morir es muy malo para la salud de una dríada ―agregó la elemental.

―Y también para una bruja ―comentó Lina―. Casi me ahogo hace un rato
en el arroyo.

―Supongo que las ondinas querían nadar contigo ―conjeturó la dríada.

―Digamos que algo así ―concluyó Lina.

―Bueno, fue un placer conocerte ―se despidió la bruja.

―El placer fue mío, bruja ―contestó amablemente la elemental, sentada en


su rama favorita.

―Espera ―la detuvo la dríada, cuando se había alejado unos metros.

― ¿Qué ocurre? ―preguntó Lina.

―Quiero darte un consejo porque me agradas ―agregó la elemental.

―Dime ―pidió la bruja.

―No confíes en las hadas ―señaló la dríada.

―Pero si son muy tiernas, lindas y dulces ―comentó Lina.

―Pueden serlo, pero a veces se les cruzan las ramas y se ponen muy
maniáticas y peligrosas ―advirtió la dríada.
―Trataré de evitarlas ―contestó Lina y se despidió con la mano en el aire.

―Ella estará bien ―dijo la dríada cuando una sombra pasó cerca de su
roble―. Es astuta, noble y aprende rápido.

―Este ha sido un paseo muy provechoso ―se dijo Lina―, casi he explorado
todo el bosque.

Voces de mujer, risas y cantos atrajeron la atención de la joven bruja, que


movida por su curiosidad, se dirigió cautelosa a donde provenían, no fuese que se
encontrara con más ondinas.

Entre los árboles, a unos cuantos metros más, una joven mujer de oscura
piel, negro cabello y negro traje; dueña de una inquietante belleza, ante la cual Lina
no pude menos que sentirse algo perturbada, jugaba con unas ramas mientras
saltaba y cantaba con una voz de dulzura jamás escuchada por oídos humanos.

Oculta tras un árbol, la bruja admiraba a la bella mujer, que se divertía con
algo tan sencillo como una simple rama de árbol.

Sin pensarlo, Lina se acercó unos metros a la joven; aunque trató de no hacer
ruido, una rama crujió bajo su pie, partiéndose en forma muy sonora en medio de la
noche.

La mujer giró rápidamente la cabeza, fijando sus oscuros y azules ojos sobre
la intrusa.

―Rompiste mi rama favorita ―la recriminó la mujer del bosque.

―No fue mi intención ―se defendió Lina.

― ¡Mientes como todos los humanos! ―gritó el hada.

―Es verdad que muchos humanos lo hacen pero yo no ―respondió la bruja.

―A mí no me importa. Tu rompiste mi juguete ―señaló muy molesta la


elemental.

― ¿Qué es todo este escándalo? ―preguntó una voz, mientras un punto de


luz crecía y se convertía en una hermosa mujer de rubia cabellera.

― ¡Vaya, una santurrona hada del día! Esto es lo único que me faltaba
―exclamó malhumorada el hada oscura.

― ¿Qué ocurre, hermanita? ―preguntó el hada del día.


―Esta tonta humana rompió mi juguete favorito ―indicó el hada de la noche.

―Juro que no fue mi intención ―señaló Lina.

― ¿Por qué estás en esta parte del bosque y a estas horas de la noche?
―quiso saber el hada blanca.

―Yo solo salí a explorar ―explicó la bruja.

―Claro, y destruyendo las cosas de los demás ―recriminó el hada oscura,


agitando en el aire la rama rota.

―Es solo una rama vieja y seca ―observó el hada del día, no muy
convencida del berrinche de su hermana.

―No importa. Es mía ―agregó el hada de la noche.

―Mejor te disculpas con mi hermana ―señaló el hada del día.

―Pero ya lo hice; además, no es algo tan grave ―se defendió Lina.

―Insisto en que es mejor que lo hagas ahora ―indicó el hada del día, al ver
que empezaban a iluminarse los azules ojos del hada oscura.

―Está bien. Por favor perdóname; te prometo que no se volverá a repetir y


desde ahora seré más cuidadosa ―aceptó finalmente Lina.

― ¿Y bien, estás conforme, hermanita? ―preguntó el hada de la luz a su


hermana.

―Bueno. Acepto la disculpa ―concluyó el hada de la noche.

―Sabía que todo se podía solucionar en forma pacífica ―observó contenta


el hada del día, desapareciendo en un brillante punto de luz.

―Bueno, me disculpo nuevamente ―se despidió Lina, deseando alejarse lo


más pronto posible de ahí y las hadas.

―Espera un momento ―la detuvo el hada de la noche.

― ¿Pasa algo más? ―quiso saber la bruja.

―No creas que te librarás tan fácilmente de esto ―advirtió el hada oscura,
formando una flama azul en una de sus manos.

―Espera por favor ―suplicó Lina.


―Ya basta de palabras ―terminó el hada, lanzando un chorro de fuego
mágico contra la bruja.

― ¡No! ―gritó Lina, interponiendo sus manos por delante.

La violenta flama no lograba penetrar la barrera mágica interpuesta por la


joven bruja, entre ella y la desquiciada hada.

― ¿Pero qué tenemos aquí, una bruja? ―rio la elemental.

―Si, y no creas que no me voy a defender ―advirtió Lina.

―Para que sepas, yo soy un hada oscura y mi voluntad es ley ―rio


golpeando las manos.

Con sorpresa y desagrado, Lina vio como la barrera que la protegía se


desvanecía en una cascada de destellos.

― ¡Mierda! ―exclamó la bruja echando a correr, intentando escapar, al


comprender que no era rival para un hada.

―Aquí estoy. Y también aquí; y aquí ―dijo el hada riendo y apareciendo en


varias partes frente a la bruja, a medida que esta se alejaba.

―No quiero pelear contigo ―trató de razonar Lina con la obsesiva elemental.

―Aquí no habrá ninguna pelea, porque te voy a aplastar y no te darás ni


cuenta cuando pase ―la amenazó fanfarronamente la bella pero desquiciada hada
de la noche.

―Simplemente aquí desaparecerás y nadie sabrá más de ti ―continuó la


elemental.

La sola idea de no volver a ver a su hijo bastó para que Lina dejara de correr
y se parara firme frente al hada.

―No creas que te tengo miedo ―la desafió la joven bruja.

―Eres una bruja blanca ¿Acaso me vas a lanzar un hechizo de amor? ―se
burló el hada de la noche.

―Invoco a la Diosa que susurra a mi alrededor


Despierta bruja poderosa
Invoco a tu luz y a tu sombra
Soy tierra, soy agua, soy fuego y soy aire
Soy bruja poderosa
Soy una con la Diosa y con mis ancestras.
Repitió Lina parte de la invocación a la Diosa Luna de las brujas blancas.

―Que miedo más grande me das ―se burló el hada, llenando una de sus
manos con el fuego azul, que era su característico color.

―Pagarás cara tu insolencia, bruja ―advirtió el hada, lanzando su fuego


mágico contra Lina.

Sin inmutarse ni vacilar, la joven bruja contuvo la flama azul con una mano,
mientras que lanzaba una violenta descarga de energía con la otra, la que tomó por
sorpresa al hada, arrojándola lejos.

Furiosa, el hada lanzó una andanada de llamas azules contra la bruja,


envolviéndola en una ardiente hoguera.

―Con esto aprenderá a no meterse con un hada de la noche ―sonrió


triunfante la elemental.

El fuego se consumió rápidamente y en su interior Lina permanecía


inmutable, sin haber sufrido daño alguno.

Varios anillos de luz aparecieron en torno al hada, aprisionándola con fuerza,


impidiéndole mover sus brazos y manos.

―Veo que te subestimé, bruja ―reconoció el hada―. Sin embargo, eso solo
retrasa tu inevitable final.

Los anillos estallaron en una lluvia de chispas y luz, quedando su prisionera


libre para moverse a voluntad.

―No solo fuego ―señaló la elemental, moviendo ambas manos, como si


empujara algo.

Lina sintió que su cuerpo era golpeado y arrojado por el aire, cayendo con
fuerza sobre el duro suelo, quedando demasiado mareada para ponerse de pie.

―Hasta aquí llegas, bruja ―sentenció el hada, mientras se formaba un


remolino azul entre sus manos.

―Te condeno al sueño eterno de las hadas ―concluyó, mientras la joven


era envuelta por la energía azul.

A Lina le pareció que flotaba y se elevaba en medio de una hermosa corriente


de luz azul que la cubría. Sintió que sus ojos se cerraban y un profundo sopor la
invadía, mientras se alejaba cada vez más, para adentrarse en un mundo etéreo,
sin tiempo ni espacio; un mundo de sueño lejos del material.
―Lástima que hayamos terminado así, hermosa bruja ―dijo el hada
acariciando el rostro dormido de Lina, mientras a su espalda se elevaba una gran
llama azul por la cual la elemental desapareció.

Pocos minutos después, una negra niebla comenzó a concentrarse en el


lugar, para terminar transformada en el brujo negro.

―Al fin se fue ―dijo para sí el brujo, arrodillándose junto al cuerpo inerte de
la joven bruja blanca.

―Despierta ―ordenó el brujo, poniendo sus manos sobre el rostro de Lina,


que no dio ninguna señal de responder.

―Por el poder del profano Triunvirato Caído, te ordeno que vuelvas a este
plano de conciencia ―insistió el brujo sin éxito.

Las ramas de los árboles comenzaron a agitarse, lo cual podía significar que
el viento de la noche las mecía o bien, un hada se estaba acercando. Ante la duda,
y sin deseos de enfrentarlas, el brujo cubrió su cuerpo y el de la bruja con una densa
neblina negra, que los sacó de ese lugar, transportándolos hasta el interior de la
cueva donde él se había instalado.

El brujo depositó con cuidado sobre una mesa, el cuerpo de la bruja blanca.

―Que ironía. Esto me recuerda a la bella durmiente; pero esta vez, ningún
beso de amor te podrá despertar ―pensó el brujo negro.

Después de probar todos los conjuros que conocía y recurrir a algunos


nuevos, basados en la más oscura magia negra, el brujo comprendió que debería
recurrir a métodos más extremos, para despertar a la bruja del fatídico
encantamiento del hada de la noche.

―Tal vez el poder combinado de todas tus hermanas logre lo que yo y mi


magia no hemos podido ―pensó para sí el brujo.

En tres noches más habría luna llena y sería el momento propicio para que
las brujas blancas invoquen la ayuda de su diosa, y sus poderes estén a su máxima
capacidad. Por su lado, el brujo debería encargarse de otro asunto.

Con fuerza alguien golpeó la puerta de la casa de la bruja que le reveló su


naturaleza a Lina. Ante la demora en abrir, la persona afuera insistió con más
ímpetu.
―Ya voy, no es necesario echar la puerta abajo ―respondió la mujer.

Grande fue su sorpresa al ver al brujo negro cargando el cuerpo de Lina.

― ¿Pero qué le ha ocurrido? ―preguntó alarmada y temiendo que el


hechicero le hubiese hecho algo.

―Cayó bajo el hechizo de sueño de un hada de la noche ―contestó el brujo


entrando a la casa antes de que le autorizaran a ello.

―Recuéstela en el sofá ―sugirió la bruja―. Voy a intentar despertarla.

―Ya traté yo, pero fue inútil ―reconoció el brujo.

―Aun así no puedo dejarla en ese estado ―insistió la bruja.

Tras varias horas intentando distintos conjuros y pócimas, finalmente la mujer


desistió de su inútil intento de romper ese terrible hechizo.

―Ya no sé qué más hacer. Lo he intentado todo, pero nada resulta


―concluyó agotada la bruja blanca, con la cabeza entre las manos.

―Tómese esto ―ofreció el brujo, pasándole una taza con líquido


humeante―; es solo té.

―En tres noches habrá plenilunio, y solo talvez, el poder combinado de todo
su aquelarre durante esa noche, pueda despertarla ―indicó el brujo.

―Puede que tenga razón ―meditó la bruja―. Nada se pierde con intentarlo.

―Si eso no resulta, hay otra forma de romper el hechizo de un hada, pero es
arriesgado ―agregó el brujo.

―Matando a esa hada ―concluyó la bruja la idea.

―Pero las brujas blancas no matamos a nadie ―objetó ella.

―Pero yo sí puedo ―señaló el brujo.

―A menos que sea inmensamente poderoso, eso sería un suicidio ―opinó


la bruja.

―No pretendo morir en el intento ―agregó el brujo.

―Tengo una pregunta ―dijo la bruja.

―Lo supongo ―contestó el brujo.


― ¿Cuál es su interés en esta joven? ―quiso saber la bruja.

―Ese es asunto mío ―cortó secamente el brujo.

―Está bien, en otro momento hablaremos al respecto ―aceptó la bruja.

―En tres noches cuento con que ustedes harán lo suyo ―señaló el brujo.

―Todas mis hermanas estarán con Lina esa noche ―aseguró la bruja―; y
usted también puede participar de ese aquelarre. Todo poder es útil en este caso.

―Yo estaré muy ocupado en otro asunto ―indicó el brujo.

―Está bien ―aceptó la bruja.

―Si resulta que no soy lo suficientemente poderoso como para enfrentar y


derrotar a un hada de la noche, por favor prométame algo ―pidió el brujo.

―Si está en mi manos lo haré ―concedió la bruja.

―Prométame que usted cuidará de mi hija ―concluyó el brujo negro,


mirando a la dormida Lina, mientras se desvanecía en una negra niebla.

Esa última revelación había sido una sorpresa para la bruja, pero no había
tiempo que perder en divagaciones inútiles. Debía informar al aquelarre de todo lo
acontecido e instruirles sobre el ritual especial que deberían realizar ante la Diosa
en tres noches más. Respecto a la ascendencia de Lina, no era necesario que lo
supieran.

En el interior de su cueva, el brujo negro meditaba sobre los acontecimientos


que se aproximaban. Había poco tiempo y debía prepararse tanto física como
mentalmente para la batalla más difícil de su vida.

El disco plateado de la luna brillaba con especial intensidad esa noche y el


claro del bosque recibía al aquelarre; con todas las brujas vestidas con túnicas
blancas, rodeando una larga mesa especialmente preparada, sobre la cual
reposaba el cuerpo inerte de la bruja dormida.

Durante tres días prepararon sus mentes y cuerpos para invocar a la diosa
de las brujas.
Elevando la fuerza de sus espíritus y pensamientos hacia la Diosa,
concentradas en Lina, comenzaron a entonar el conjuro principal, el conjuro de
invocación a la Diosa Hécate.

― “Hécate, Diosa de la Luna Oscura.


Gobernadora del cielo, la tierra y el submundo”.

“La madre primigenia, la anciana, la hechicera.


Diosa enigmática de las brujas”.

“Acude a nuestro llamado, Señora de la noche, Reina de las tinieblas;


tus hijas te necesitan”.

― “Señora del caldero que siempre arde.


Acepta nuestra invitación y dirige nuestro aquelarre”.

― “Guardiana de las llaves que todo lo abren.


Reina de los espíritus que moran el inframundo.
Gobernadora suprema de las fronteras infernales,
asiste el nacimiento de tus hijas”.

― “Diosa de la noche errante.


Señora de la Luna Negra,
acude al llamado de tus hijas”.

Cada una de las brujas proyectó su aura dorada, cubriendo entre todas el
cuerpo de su hermana dormida. A través de ellas era canalizada la energía
proveniente de la luna.

Aunque no había ni una brizna de viento esa noche, las túnicas y cabelleras
de todas las presentes se agitaban, movidas por la corriente de energía mágica que
estaba fluyendo entre todas.

La fuerza de las voces aumentó y el cuerpo de Lina se elevó de la mesa,


rodeado del aura mágica de sus hermanas.

―”Hécate, Diosa de las brujas, permítenos romper el hechizo de sueño que


aprisiona a nuestra hermana”.

Rogaron en una sola voz las brujas.

― “Guardiana de las llaves que todo lo abren.


Reina de los espíritus que moran el inframundo.
Gobernadora suprema de las fronteras infernales,
muéstrale el camino a nuestra hermana y tráela de vuelta a este aquelarre”.
Continuaron sus invocaciones las brujas blancas, mientras se volvía más
brillante el aura de la durmiente.

Por el momento Lina estaría protegida por el poder del aquelarre de brujas
blancas.

Sin emociones que lo perturbasen ni pensamientos vanos que distrajeran su


concentración, el brujo negro se internó lentamente en el bosque, manteniendo
oculta su presencia y su energía.

La poderosa magia del brujo negro le permitía moverse entre los elementales,
sin que estos percibiesen su presencia. Su plan era llegar junto al hada de la noche
y tomarla por sorpresa, para atacarla lo más rápido posible con todo lo que tuviese.

Cada vez se internaba más en el bosque, el que resultaba ser mucho más
grande de lo que aparentaba; echo que no sorprendió mucho al brujo, ya que sabía
que la magia de los elementales podía provocar ese tipo de fenómenos.

Cada uno de los pasos del brujo era dado con gran sigilo, ya que el hada de
la noche podía estar en cualquier lugar. Unas risas mezcladas con canciones y otros
sonidos atrajeron su atención; conteniendo la respiración permaneció unos
instantes inmóvil, hasta localizar el punto exacto de donde provenían los ruidos.

Finalmente, a sus ojos mágicamente adaptados, llegó la imagen de la


hermosa pero letal hada de la noche, que saltaba, cantaba y reía totalmente
despreocupada de todo cuanto le rodeaba. Admirándola, el brujo oscuro se
preguntó como una criatura tan bella y delicada, podía ser tan peligrosa y mortífera,
si así lo deseaba.

Con curiosidad casi infantil, el hada se quedó mirando una rama en el suelo
y se agachó para recogerla, dando la espalda al brujo, en una posición sumamente
vulnerable.

No podía haber una oportunidad más propicia, y en silencio, en una de las


manos del brujo se formó una oscura bola de energía, que lanzó con fuerza e
increíble velocidad contra el hada.

Sin siquiera volverse o ponerse de pie, el hada de la noche levantó una de


sus manos y atrapó la destructiva esfera mágica, haciéndola estallar al apretarla
con sus dedos. El brujo comprendió que eso no sería nada de fácil y debería ser
muy cuidadoso.

―Acabas de cometer el último error de tu patética existencia, brujo ―advirtió


el hada―. Si hay algo que no me gusta, es que traten de asesinarme por la espalda.
―Pero no te preocupes; haré que tus últimos minutos sean muy
emocionantes ―continuó el hada, lanzando una fuerte descarga de energía que el
brujo desvió con una mano, sin inmutarse.

La respuesta del brujo no se hizo esperar y una rama golpeó con fuerza la
espalda del hada, arrojándola de cara al suelo.

Sucia y furiosa, el hada se puso de pie, con los ojos fulgurantes descargó
toda su ira sobre el brujo, en forma de fulminantes descargas eléctricas, que a duras
penas este logró contener.

Pronunciando un oscuro conjuro, el brujo proyectó una flama de fuego negro


que envolvió al hada, quien logró cubrirse a tiempo con su aura protectora.

Se escuchó el golpe de las manos del hada dentro del fuego mágico;
inmediatamente las llamas se apagaron baja su voluntad.

―Veo que eres hábil, pero debo recordarte que yo soy un hada de la noche
y mi poder no tiene límites ―señaló la elemental.

―Creo que pierdes mucho tiempo hablando en forma inútil ―observó el


brujo, paseándose de un lado a otro, sin quitar la vista del hada.

―inútil es tu intento de salvarte de mí ―indicó el hada alzando su mano


derecha mientras un azul zafiro de luz comenzaba a brillar en ella.

Ante un brusco movimiento de una mano del brujo, una afilada rama se lanzó
contra el hada, atravesándole la mano.

El horrible grito de dolor se escuchó en todo el bosque, con los ojos


inyectados de una furia homicida, la elemental lanzó uno de sus zafiros contra el
brujo; la descarga de energía fue tan violenta que el brujo negro quedó tendido un
rato en el suelo, sin poder reaccionar.

―Este es tu fin, maldito brujo ―sentenció el hada, mientras entre sus manos
se formaba un remolino azul―. Dormirás por toda la eternidad.

Un brillante resplandor iluminó esa parte del bosque y una ráfaga de


descargas eléctricas de gran poder rompió la trampa del sueño de hadas.

―Me temo que hoy no, hada ―dijo la bruja blanca rodeada de una
resplandeciente aura dorada.

―También puedo matarte a ti ―la amenazó el hada.

―Es más fácil decir que hacer ―gritó la bruja, lanzando otra descarga con
sus manos, que esta vez golpeó con toda su fuerza a la elemental.
La oportuna intervención de la bruja blanca permitió al brujo negro ponerse
de pie y de momento evitar el fatídico y fulminante ataque del hada.

―No esperaba verte aquí ―comentó el brujo.

―La verdad es que no te creí capaz de enfrentar solo a un hada ―opinó la


bruja.

―Los voy a asesinar a ambos ―amenazó el hada, poniéndose de pie, y en


su vestido luciendo rajaduras y quemaduras.

Un remolino azul comenzó a formarse cuando la desequilibrada elemental se


preparaba para lanzar nuevamente su hechizo de sueño de hadas.

― “Hécate, Diosa de la Luna Oscura.


Diosa de las brujas, acude a mi llamado.
Señora de la noche, tu hija te necesita”.

Invocó la bruja blanca a su diosa.

―”Esta noche negra invoco el poder Triunvirato Caído.


Concedan a este brujo el poder
De la tormenta y del rayo,
De la tierra y del fuego”.

Agregó el brujo.

Poderosas descargas eléctricas emanadas de las manos de ambos


hechiceros, golpearon sin tregua al cuerpo del hada, que no mostraba ningún daño
visible.

―Brujos y todo pero siguen siendo simples mortales ―se rio el hada
golpeando con su aura a la bruja, arrojándola varios metros.

Lastimada la hechicera comprendió que solo podrían sobrevivir si cruzaba


una línea infranqueable en otras circunstancias.

―”Acude a mi llamado,
Hécate, Señora de la noche,
Reina de las tinieblas.
Invocó la bruja poniéndose de pie.

―”Invoco el poder del Triunvirato Caído;


Señores del infierno, concedan a este brujo su máximo poder”.

Agregó el brujo negro.


―”Ishnahar Rahi Nar
Ktalher Ur Thalar
Ratnar Thell Ir Xar
Ishnahar Stahir Nar”.

Ishnahar Diosa Oscura


De los muertos
Acude al llamado de esta
Humilde mortal

Hanthor Ishnahar Xra


Urshthir Zrgther Tzul
Aivets Rotx Galhar
Bratshir Nar Thalmherz

Poderosa y siniestra Ishnahar


Adorada y temida por los
Dioses antiguos
Concede la petición de tu servidora

Rhantzar thur Ishnahar


Galhar xnartz tzer
Izthar dex feritz

Todopoderosa Ishnahar
Concede el poder supremo
A esta bruja”.

Mientras la bruja blanca recitaba el oscuro conjuro, una densa niebla negra
comenzó a manar de su cuerpo, cambiando la esencia de su energía.

Una y otra vez el hada golpeó con su mágica energía a la bruja, sin provocarle
el menor daño. Invulnerable a los ataques de la elemental, la bruja levantó en alto
sus brazos.

En el aire, en medio de la noche, brillantes anillos zumbantes de energía se


formaron sobre el hada, cayendo sobre ella, aprisionando con fuerza sus brazos,
piernas y manos.

Mientras más luchaba por liberarse la elemental, más se apretaban sus


ataduras, provocándole un indescriptible dolor.

―¡Ahora! ―gritó la bruja, lanzando una cegadora descarga de rayos con su


mano.

El brujo concentró todo su negro fuego sobre el hada.


Con ambas energías mágicas quemándola, la elemental lanzó un terrible y
agónico alarido de dolor, mientras su cuerpo estallaba en una deslumbradora
explosión de luz azul.

El hada de la noche había sucumbido bajo el poder de los dos brujos que se
vieron obligados a cruzar todos los límites, para poder quedarse con la victoria. El
único vestigio que quedaba del hada era una brillante y azul gema en el suelo.

Cuando el brujo se disponía a recoger la piedra mágica, un candente chorro


de fuego lo consumió, haciéndolo desaparecer.

―Demasiado poderosa como para caer en manos de dudosa reputación


―comentó la bruja blanca, que se veía cambiada.

―¿Estás bien? ―preguntó el brujo negro, al notar que aparentemente algo


le ocurría a la bruja.

―Sí, es solo que… ―la bruja no alcanzó a terminar la oración, al caer


desmayada en los brazos del brujo, que la depositó con cuidado en el suelo.

Al invocar a dos diosas oscuras, la bruja blanca había cruzado una línea, y
no era posible saber si habría vuelta atrás; al final, la separación entre una bruja
blanca y una bruja oscura, era tan tenue, que en ocasiones no se podía asegurar
donde empezaba una y donde terminaba la otra.

El cambio experimentado por la bruja resultaba más que evidente; extraños


se veían sus brazos surcados por oscuras líneas, que de alguna forma se
asemejaban a venas, y que, supuso el brujo, era por donde fluía la electricidad que
se convertía en violentas descargas. Su dorado cabello también había resultado
alterado, y ahora se veía opaco y ceniciento.

Pero tal vez, lo más notorio era su túnica; blanca y reluciente antes de la
mágica batalla, ahora lucía totalmente negra.

El ritmo del corazón de la bruja y su respiración eran regulares y normales,


pero el combate la había dejado exhausta. Y tal vez algo más había cambiado en
ella, según pudo comprobar el brujo oscuro.

Mientras la revisaba para cerciorarse de que estaba relativamente bien, el


brujo se percató de los ojos de la bruja. Era como si hubiesen desaparecido de su
rostro y hubieran sido reemplazados por dos insondables pozos negros, o bien
como si un frasco de negra y espesa tinta los hubiese teñido por completo.

El brujo comprendió que algo estaba mal. ¿Pero podía esperarse algo
distinto, después de invocar a la siniestra Diosa Ishnahar?
El brujo negro sintió que algo le debía a la bruja blanca, al divisar entre las
ramas la luna llena, que brillaba sobre las copas de los árboles. Ante un gesto de
su mano las ramas se apartaron, permitiendo que un cono de luz blanca envolviera
a la bruja, mientras iniciaba una invocación extraña para él.

― “Hécate, Diosa de la Luna Oscura.


Gobernadora del cielo, la tierra y el submundo”.

“La madre primigenia, la anciana, la hechicera.


Diosa enigmática de las brujas”.

“Acude a mi llamado,
Señora de la noche, Reina de las tinieblas;
tu hija te necesita”.

“Señora del caldero que siempre arde.


Acepta nuestra invitación y dirige nuestro aquelarre”.

“Guardiana de las llaves que todo lo abren.


Reina de los espíritus que moran el inframundo”.

“Gobernadora suprema de las fronteras infernales, asiste el renacimiento de


tu hija”.

“Diosa de la noche errante.


Señora de la Luna Negra,
acude a mi llamado y ayuda a tu hija a regresar”.

Después de un rato nada ocurría; tal vez el esfuerzo y el precio pagado había
sido muy grande.

Los ojos de la bruja se abrieron y posaron su negra profundidad en el brujo.

―No intentes levantarte aún ―pidió el brujo negro.

El cuerpo de la hechicera comenzó a temblar y el brujo la sujetó lo más fuerte


que pudo para que no se lastimara.

La luz que cubría a la bruja se hizo más brillante, mientras empezaba a


convulsionar.

―Vamos, resiste. Tú puedes ―dijo el brujo sin soltarla.

Las marcas en los brazos de la bruja desaparecieron y de las cuencas de sus


ojos comenzó a manar una negra niebla, hasta que estos recuperaron su color
celeste.
El dorado cabello de la hechicera brillaba con más vitalidad que antes.

La negra túnica que la cubría, poco a poco volvió a tornarse tan blanca como
la luz de la luna llena.

―Ya eres tú misma nuevamente ―observó con una enigmática sonrisa el


brujo negro.

―¿Pasó algo más después de que, bueno, ya sabes? ―quiso saber la bruja.

―Te desmayaste y por un momento fuiste contaminada por la energía oscura


de Ishnahar ―explicó el brujo.

―Nunca antes había lastimado y menos asesinado a alguien ―contó la


bruja, con algo de culpa en la voz.

―Esa hada estaba completamente desquiciada; era ella o nosotros ―señaló


el brujo.

―Tienes razón. Solo espero que haya sido de utilidad ―agregó la bruja.

―Creo que ya es hora de regresar con tus hermanas ―indicó el brujo,


ayudándole a ponerse de pie.

―Tienes razón. Salgamos de aquí ―coincidió ella.

―Uff. Aún estoy un poco mareada ―notó la bruja, cuando se le movió el


suelo―. Voy a necesitar un bastón.

Ante un gesto de su mano, una gruesa rama rota voló para brindarle su apoyo
a la bruja.

Luego de un rato de caminar, ambos brujos llegaron al borde del claro donde
estaba reunido el aquelarre en torno a la bruja dormida.

―Hasta aquí llego yo ―dijo el brujo retrocediendo―. Ve con tus hermanas.

―No te preocupes por tu secreto, sabré cuidarlo ―respondió la bruja


volviéndose, pero ya el brujo negro no estaba.

―Has vuelto, hermana ―saludó una de las brujas del aquelarre, al verla
acercarse.
―El hada de la noche ya ha desaparecido ―informó la bruja a sus hermanas.

―Lina aún no despierta de su sueño ―indicó una de las brujas.

―Debemos guiarla de regreso hacia nosotras―señaló la bruja mayor.


Todas las brujas blancas se reunieron una vez más en torno a Lina, elevando
sus manos y voces hacia la luna.

―"Hermana dormida, escucha la voz del aquelarre.


Sigue el llamado de tus hermanas.”

Dijo la guía de las brujas.

―”Hermana, sigue el camino que marca nuestras voces”.

Agregaron al unísono las otras brujas.

Lina flotaba plácidamente, en el líquido azul del sueño del hada de la noche.
A lo lejos le pareció oír distantes voces que la llamaban.

A pesar de la agradable sensación de paz que seductoramente la inundaba,


comprendió que no pertenecía a ese lugar.

Las voces que la llamaban cada vez se sentían más fuertes y cercanas.

La joven bruja reconoció las voces de sus hermanas que la llamaban por su
nombre.

Entre la inmensidad azul que la rodeaba, a Lina le pareció ver un punto


blanco que se destacaba nítido y brillante. La joven se acercó a ese lugar y se
percató que el punto se hacía cada vez más grande, hasta adquirir la apariencia de
la luna llena, blanca, brillante y amigable.

El círculo de esa luna se comenzó a tornar traslúcido, hasta convertirse en


una especie de ventana, a través de la cual podía ver a sus hermanas, vestidas de
blanco, rodeando una gran mesa donde yacía su cuerpo inanimado y sumido en
ese terrible sueño mágico.

Lina extendió su mano hacia la ventana circular que conectaba ambos


mundos. Al no encontrar ninguna resistencia, introdujo todo el brazo, hasta tocar su
cuerpo.

La joven durmiente sintió que una fuerza la tiraba, sacándola del azul sin fin.
Eran las voces de sus hermanas que la llamaban; sus oraciones dirigidas a la Diosa
de las brujas la atraían.
Los ojos de Lina se abrieron y sus pulmones se llenaron con una gran
bocanada de aire.

Algo confundida, Lina vio como todas sus hermanas la observaban, con los
ojos llenos de lágrimas de felicidad.

―Hermana, gracias a la Diosa has despertado y regresado con nosotras


―dijo una bruja secándose las lágrimas.

―Pensamos que te perderíamos, pero la Diosa respondió a nuestras


plegarias ―agregó otra bruja.

―¿Cómo te sientes, hermana? ―quiso saber la bruja principal.

―Cansada, como si hubiese dormido mucho más de lo aconsejable


―contestó Lina―, también algo confundida.

―¿Recuerdas que te pasó? ―quiso saber la bruja mayor.

―Creo que caí bajo el hechizo del sueño eterno de las hadas ―recordó Lina.

―Pero no entiendo cómo es que nuevamente estoy despierta ―meditó la


joven.

―La Diosa ha escuchado nuestras plegarias y te ha traído de vuelta con


nosotras ―explicó una de las brujas.

―¿Cómo estás tú? ―preguntó Lina a la bruja principal―. Percibo algo


distinto en tu interior, como si algo hubiese cambiado en ti.

―Digamos que esta ha sido una noche muy intensa y, gracias a la Diosa, tú
estás de regreso.

Desde el borde del bosque el brujo oscuro observaba, oculto por los árboles
el aquelarre de las brujas blancas. Como si percibiera su presencia, la bruja principal
se volteó un momento, hacia el lugar donde se ocultaba el brujo; en la distancia y
en silencio, ambos brujos se saludaron, mientras él desaparecía en medio de una
negra niebla.

Lina no podía estar más feliz de poder volver a ver a su hijito. Había aprendido
importantes lecciones, respecto al nuevo mundo mágico que comenzaba a
descubrir.
Afortunadamente para el niño, su madre solo había estado algunos días con
gripe en casa de una vecina, mientras otra cuidaba de él. Ya su cabecita estaba
llena de la magia propia de su edad y con eso bastaba por ahora.

―Buenos días, Señora Lina ―saludó amablemente el caballero extranjero


que hacía poco había llegado al pueblo.

―Buenos días ―respondió la joven con la cordialidad que siempre la


caracterizaba.

―Supe que había estado enferma ―comentó el señor.

―Fue solo un resfrío, pero ya estoy bien ―respondió la muchacha.

―Me alegro mucho que ya esté mejor ―agregó el hombre.

―Sí, ya pasó todo ―señaló Lina.

―Bueno. Fue un placer saludarla y si necesita algo, no dude en acudir a mí


―ofreció el agradable nuevo vecino, al tiempo que se despedía y reanudaba su
paseo matinal.

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