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Bosque mágico
La brisa nocturna hacía cantar los árboles, o eso le parecía a Lina, al mecer
las ramas y agitar las hojas. El canto de ranas del arroyo cercano y las serenatas
de amor de los grillos, creaban una atmósfera especial, distinta a la que se
levantaba al despertar la foresta, bajo los dorados rayos del sol.
Sonidos distintos en un aire distinto; otros aromas y otra temperatura. Tales
eran las sensaciones que despertaba el bosque de noche en Lina, que la hacían
imaginar que estaba caminando en medio de un bosque mágico, en un país de
maravillas.
La muchacha caminaba sin rumbo fijo, tocando un árbol por aquí o una roca
más allá; dejándose llevar por su imaginación. Soñaba despierta con que un valiente
caballero llegaría en su blanco corcel a rescatarla de alguna torre aislada de algún
abandonado castillo; pero esos solo eran sueños de cuentos y lo sabía. Pero ella
guardaba un tesoro más grande que cualquier personaje irreal; un secreto que
convertía al bosque en un bosque mágico. Sus agudos sentidos, siempre
conectados y en armonía con la naturaleza, le permitían percibir cosas que solo
estaban reservadas para pocas personas. Ante su mirada especial, el bosque
parecía resplandecer en medio de la noche; a su alrededor, seres elementales de
distinta naturaleza, danzaban y jugaban alegremente; con alegría casi infantil, la
joven bruja sentía que la energía de la naturaleza corría por sus venas.
Solo por jugar cambió varias veces la forma en que sus ojos percibían la luz
del cielo nocturno. Una sucesión de formas y colores, como la vista de un
caleidoscopio, pasó frente a sus ojos, arrancando sonrisas y suspiros de la inocente
y dulce bruja.
Después de un largo rato, con los ojos algo cansados, Lina se puso de pie y
sacudió su ropa. No era muy tarde y no tenía sueño, así es que podría quedarse
unas cuantas horas más jugando en el bosque.
Caminando despacio, para no hacer ruido ni pisar a nadie, la joven bruja llegó
junto a un viejo árbol, donde dos conejos disputaban acaloradamente una fruta.
Siguiendo su camino, sin rumbo fijo, Lina llegó junto a un gigantesco y añoso
árbol y se apoyó en su tronco para descansar un poco.
―Hola ―respondió ella, mirando para todos lados sin ver a nadie cerca.
―Encantada Señor Hxipa, la, li. Ay, es muy difícil de recordar ―se quejó
Lina.
―Pero puedes decirme Sick; así me dicen mis amigos y mis amigas brujas
―agregó el gnomo.
―Nada, solo hacía mi aseo de cada cien años y creo que me enredé un poco
―explicó el ser.
―El placer fue mío. Y ven a visitarme otra vez ―respondió el gnomo.
Aún quedaban varias horas antes de que amaneciera, así es que las joven
continuó relajadamente su paseo nocturno.
El canto de las aguas del arroyo que corría cerca atrajo su atención y también
sus pasos.
―Ven a cantar y nadar con nosotras ―la invitaron algunas con los brazos
extendidos.
―Ven, entra al agua ―la llamaron otras, sin dejar de entonar su hipnótico
canto.
La bruja sintió como una mano invisible la sujetaba y alejaba del agua.
…
Lina comprobó de primera mano que no todos los elementales eran
amigables, e incluso que algunos podías ser muy peligrosos y traicioneros. Poco a
poco, la joven bruja ganaba experiencia y sabiduría.
―Vaya que curioso ―opinó Lina, tocándolo suavemente con los dedos.
―Hey, me haces cosquillas ―dijo una suave voz en medio de una risa
juguetona.
― ¿Es idea mía o este árbol me habló? ―se preguntó en voz alta la joven.
―Clatro que es idea tuya ―corrigió la voz―, los árboles no hablan a los
humanos.
― ¿Quién está aquí? ―quiso saber la bruja, siguiendo el juego, pues había
logrado ver a la bella dueña de esa tierna voz. De rasgos delicados, de piel
bronceada y cabello verde, la hermosa dríada disfrutaba de la gracia que le hacía
su supuesta invisibilidad.
―Por supuesto que no. Los gnomos son diminutas y feas miniaturas
parlantes. Yo, en cambio, tengo la belleza y la gracia de toda la naturaleza ―aclaró
la dríada.
―Entonces tu debes ser una de las brujas que suelen venir a bailar al bosque
―dedujo la elemental, bajando de su rama.
―Claro que sí, y me gustaría poder bailar una noche con ustedes ―afirmó
la dríada.
―Ya recuerdo, estás tan unida a él que podrías morir si lo haces ―señaló
Lina.
―Y también para una bruja ―comentó Lina―. Casi me ahogo hace un rato
en el arroyo.
―Pueden serlo, pero a veces se les cruzan las ramas y se ponen muy
maniáticas y peligrosas ―advirtió la dríada.
―Trataré de evitarlas ―contestó Lina y se despidió con la mano en el aire.
―Ella estará bien ―dijo la dríada cuando una sombra pasó cerca de su
roble―. Es astuta, noble y aprende rápido.
―Este ha sido un paseo muy provechoso ―se dijo Lina―, casi he explorado
todo el bosque.
Entre los árboles, a unos cuantos metros más, una joven mujer de oscura
piel, negro cabello y negro traje; dueña de una inquietante belleza, ante la cual Lina
no pude menos que sentirse algo perturbada, jugaba con unas ramas mientras
saltaba y cantaba con una voz de dulzura jamás escuchada por oídos humanos.
Oculta tras un árbol, la bruja admiraba a la bella mujer, que se divertía con
algo tan sencillo como una simple rama de árbol.
Sin pensarlo, Lina se acercó unos metros a la joven; aunque trató de no hacer
ruido, una rama crujió bajo su pie, partiéndose en forma muy sonora en medio de la
noche.
La mujer giró rápidamente la cabeza, fijando sus oscuros y azules ojos sobre
la intrusa.
― ¡Vaya, una santurrona hada del día! Esto es lo único que me faltaba
―exclamó malhumorada el hada oscura.
― ¿Por qué estás en esta parte del bosque y a estas horas de la noche?
―quiso saber el hada blanca.
―Es solo una rama vieja y seca ―observó el hada del día, no muy
convencida del berrinche de su hermana.
―Insisto en que es mejor que lo hagas ahora ―indicó el hada del día, al ver
que empezaban a iluminarse los azules ojos del hada oscura.
―No creas que te librarás tan fácilmente de esto ―advirtió el hada oscura,
formando una flama azul en una de sus manos.
―No quiero pelear contigo ―trató de razonar Lina con la obsesiva elemental.
La sola idea de no volver a ver a su hijo bastó para que Lina dejara de correr
y se parara firme frente al hada.
―Eres una bruja blanca ¿Acaso me vas a lanzar un hechizo de amor? ―se
burló el hada de la noche.
―Que miedo más grande me das ―se burló el hada, llenando una de sus
manos con el fuego azul, que era su característico color.
Sin inmutarse ni vacilar, la joven bruja contuvo la flama azul con una mano,
mientras que lanzaba una violenta descarga de energía con la otra, la que tomó por
sorpresa al hada, arrojándola lejos.
―Veo que te subestimé, bruja ―reconoció el hada―. Sin embargo, eso solo
retrasa tu inevitable final.
Lina sintió que su cuerpo era golpeado y arrojado por el aire, cayendo con
fuerza sobre el duro suelo, quedando demasiado mareada para ponerse de pie.
―Al fin se fue ―dijo para sí el brujo, arrodillándose junto al cuerpo inerte de
la joven bruja blanca.
―Por el poder del profano Triunvirato Caído, te ordeno que vuelvas a este
plano de conciencia ―insistió el brujo sin éxito.
Las ramas de los árboles comenzaron a agitarse, lo cual podía significar que
el viento de la noche las mecía o bien, un hada se estaba acercando. Ante la duda,
y sin deseos de enfrentarlas, el brujo cubrió su cuerpo y el de la bruja con una densa
neblina negra, que los sacó de ese lugar, transportándolos hasta el interior de la
cueva donde él se había instalado.
El brujo depositó con cuidado sobre una mesa, el cuerpo de la bruja blanca.
―Que ironía. Esto me recuerda a la bella durmiente; pero esta vez, ningún
beso de amor te podrá despertar ―pensó el brujo negro.
En tres noches más habría luna llena y sería el momento propicio para que
las brujas blancas invoquen la ayuda de su diosa, y sus poderes estén a su máxima
capacidad. Por su lado, el brujo debería encargarse de otro asunto.
―En tres noches habrá plenilunio, y solo talvez, el poder combinado de todo
su aquelarre durante esa noche, pueda despertarla ―indicó el brujo.
―Puede que tenga razón ―meditó la bruja―. Nada se pierde con intentarlo.
―Si eso no resulta, hay otra forma de romper el hechizo de un hada, pero es
arriesgado ―agregó el brujo.
―En tres noches cuento con que ustedes harán lo suyo ―señaló el brujo.
―Todas mis hermanas estarán con Lina esa noche ―aseguró la bruja―; y
usted también puede participar de ese aquelarre. Todo poder es útil en este caso.
Esa última revelación había sido una sorpresa para la bruja, pero no había
tiempo que perder en divagaciones inútiles. Debía informar al aquelarre de todo lo
acontecido e instruirles sobre el ritual especial que deberían realizar ante la Diosa
en tres noches más. Respecto a la ascendencia de Lina, no era necesario que lo
supieran.
Durante tres días prepararon sus mentes y cuerpos para invocar a la diosa
de las brujas.
Elevando la fuerza de sus espíritus y pensamientos hacia la Diosa,
concentradas en Lina, comenzaron a entonar el conjuro principal, el conjuro de
invocación a la Diosa Hécate.
Cada una de las brujas proyectó su aura dorada, cubriendo entre todas el
cuerpo de su hermana dormida. A través de ellas era canalizada la energía
proveniente de la luna.
Aunque no había ni una brizna de viento esa noche, las túnicas y cabelleras
de todas las presentes se agitaban, movidas por la corriente de energía mágica que
estaba fluyendo entre todas.
Por el momento Lina estaría protegida por el poder del aquelarre de brujas
blancas.
…
La poderosa magia del brujo negro le permitía moverse entre los elementales,
sin que estos percibiesen su presencia. Su plan era llegar junto al hada de la noche
y tomarla por sorpresa, para atacarla lo más rápido posible con todo lo que tuviese.
Cada vez se internaba más en el bosque, el que resultaba ser mucho más
grande de lo que aparentaba; echo que no sorprendió mucho al brujo, ya que sabía
que la magia de los elementales podía provocar ese tipo de fenómenos.
Cada uno de los pasos del brujo era dado con gran sigilo, ya que el hada de
la noche podía estar en cualquier lugar. Unas risas mezcladas con canciones y otros
sonidos atrajeron su atención; conteniendo la respiración permaneció unos
instantes inmóvil, hasta localizar el punto exacto de donde provenían los ruidos.
Con curiosidad casi infantil, el hada se quedó mirando una rama en el suelo
y se agachó para recogerla, dando la espalda al brujo, en una posición sumamente
vulnerable.
La respuesta del brujo no se hizo esperar y una rama golpeó con fuerza la
espalda del hada, arrojándola de cara al suelo.
Sucia y furiosa, el hada se puso de pie, con los ojos fulgurantes descargó
toda su ira sobre el brujo, en forma de fulminantes descargas eléctricas, que a duras
penas este logró contener.
Se escuchó el golpe de las manos del hada dentro del fuego mágico;
inmediatamente las llamas se apagaron baja su voluntad.
―Veo que eres hábil, pero debo recordarte que yo soy un hada de la noche
y mi poder no tiene límites ―señaló la elemental.
Ante un brusco movimiento de una mano del brujo, una afilada rama se lanzó
contra el hada, atravesándole la mano.
―Este es tu fin, maldito brujo ―sentenció el hada, mientras entre sus manos
se formaba un remolino azul―. Dormirás por toda la eternidad.
―Me temo que hoy no, hada ―dijo la bruja blanca rodeada de una
resplandeciente aura dorada.
―Es más fácil decir que hacer ―gritó la bruja, lanzando otra descarga con
sus manos, que esta vez golpeó con toda su fuerza a la elemental.
La oportuna intervención de la bruja blanca permitió al brujo negro ponerse
de pie y de momento evitar el fatídico y fulminante ataque del hada.
Agregó el brujo.
―Brujos y todo pero siguen siendo simples mortales ―se rio el hada
golpeando con su aura a la bruja, arrojándola varios metros.
―”Acude a mi llamado,
Hécate, Señora de la noche,
Reina de las tinieblas.
Invocó la bruja poniéndose de pie.
Todopoderosa Ishnahar
Concede el poder supremo
A esta bruja”.
Mientras la bruja blanca recitaba el oscuro conjuro, una densa niebla negra
comenzó a manar de su cuerpo, cambiando la esencia de su energía.
Una y otra vez el hada golpeó con su mágica energía a la bruja, sin provocarle
el menor daño. Invulnerable a los ataques de la elemental, la bruja levantó en alto
sus brazos.
El hada de la noche había sucumbido bajo el poder de los dos brujos que se
vieron obligados a cruzar todos los límites, para poder quedarse con la victoria. El
único vestigio que quedaba del hada era una brillante y azul gema en el suelo.
Al invocar a dos diosas oscuras, la bruja blanca había cruzado una línea, y
no era posible saber si habría vuelta atrás; al final, la separación entre una bruja
blanca y una bruja oscura, era tan tenue, que en ocasiones no se podía asegurar
donde empezaba una y donde terminaba la otra.
Pero tal vez, lo más notorio era su túnica; blanca y reluciente antes de la
mágica batalla, ahora lucía totalmente negra.
El brujo comprendió que algo estaba mal. ¿Pero podía esperarse algo
distinto, después de invocar a la siniestra Diosa Ishnahar?
El brujo negro sintió que algo le debía a la bruja blanca, al divisar entre las
ramas la luna llena, que brillaba sobre las copas de los árboles. Ante un gesto de
su mano las ramas se apartaron, permitiendo que un cono de luz blanca envolviera
a la bruja, mientras iniciaba una invocación extraña para él.
“Acude a mi llamado,
Señora de la noche, Reina de las tinieblas;
tu hija te necesita”.
Después de un rato nada ocurría; tal vez el esfuerzo y el precio pagado había
sido muy grande.
La negra túnica que la cubría, poco a poco volvió a tornarse tan blanca como
la luz de la luna llena.
―¿Pasó algo más después de que, bueno, ya sabes? ―quiso saber la bruja.
―Tienes razón. Solo espero que haya sido de utilidad ―agregó la bruja.
Ante un gesto de su mano, una gruesa rama rota voló para brindarle su apoyo
a la bruja.
Luego de un rato de caminar, ambos brujos llegaron al borde del claro donde
estaba reunido el aquelarre en torno a la bruja dormida.
―Has vuelto, hermana ―saludó una de las brujas del aquelarre, al verla
acercarse.
―El hada de la noche ya ha desaparecido ―informó la bruja a sus hermanas.
Lina flotaba plácidamente, en el líquido azul del sueño del hada de la noche.
A lo lejos le pareció oír distantes voces que la llamaban.
Las voces que la llamaban cada vez se sentían más fuertes y cercanas.
La joven bruja reconoció las voces de sus hermanas que la llamaban por su
nombre.
La joven durmiente sintió que una fuerza la tiraba, sacándola del azul sin fin.
Eran las voces de sus hermanas que la llamaban; sus oraciones dirigidas a la Diosa
de las brujas la atraían.
Los ojos de Lina se abrieron y sus pulmones se llenaron con una gran
bocanada de aire.
Algo confundida, Lina vio como todas sus hermanas la observaban, con los
ojos llenos de lágrimas de felicidad.
―Creo que caí bajo el hechizo del sueño eterno de las hadas ―recordó Lina.
―Digamos que esta ha sido una noche muy intensa y, gracias a la Diosa, tú
estás de regreso.
Desde el borde del bosque el brujo oscuro observaba, oculto por los árboles
el aquelarre de las brujas blancas. Como si percibiera su presencia, la bruja principal
se volteó un momento, hacia el lugar donde se ocultaba el brujo; en la distancia y
en silencio, ambos brujos se saludaron, mientras él desaparecía en medio de una
negra niebla.
Lina no podía estar más feliz de poder volver a ver a su hijito. Había aprendido
importantes lecciones, respecto al nuevo mundo mágico que comenzaba a
descubrir.
Afortunadamente para el niño, su madre solo había estado algunos días con
gripe en casa de una vecina, mientras otra cuidaba de él. Ya su cabecita estaba
llena de la magia propia de su edad y con eso bastaba por ahora.