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Un día como tantos otros, el sol se asomó sonriendo entre los árboles y
alegres danzaban en el aire doce lindas mariposas amarillas. Sus alas
refulgían como el oro.
Cerca del agua croaban las ranitas. En las ramas de los árboles los
canarios lanzaban sus trinos al aire. Y los azulejos los acompañaban con
sus gorjeos, completando la orquesta para el baile de las mariposas.
Brillaban sobre las hojas, como rubíes, los cuerpos regordetes, rojos y
con puntitos negros de las lindas mariquitas. Descansaban luego de
revolotear bulliciosas, tratando de imitar los movimientos de alas
danzarinas. Todos se divertían, menos un animalito.
Felices estaban los animalitos, menos uno, pero vieron que era tiempo de
parar la fiesta.
Su reloj, el cielo, indicaba la llegada de la hora de acostarse. La música
se hizo más suave hasta desvanecerse con los últimos resplandores del
sol.
Con abrazos se despidieron los amigos, prometiendo encontrarse al otro
día y se fueron a dormir muy contentos, menos uno.
El silencio y la oscuridad se deslizaron entre los troncos de los árboles.
Únicamente se oía el susurro del viento. Hasta las ranitas estaban
cansadas.
-¿Te das cuenta, mariquita? La belleza de los seres de este reino está en
su diferencia.
¡Eres privilegiada! Sólo tú y tu familia, entre todos los habitantes de este
lugar, tienen el bello color rojo que alegra el bosque. Tú, mariquita puedes
caminar y volar. Las hormigas sólo pueden caminar, los caracoles y las
lombrices sólo se arrastran, las mariposas y nosotras sólo volamos.
-Yo quiero ser mariposa. Quiero ser amarilla, quiero danzar con suavidad
en el aire. Quiero ser delgada como ellas y dejar que me mesa el viento-
insistió terca y tristemente la mariquita, sin oír razones.
Las luciérnagas iluminaron las aguas del estanque. Ella vio reflejada por
primera vez su nueva figura. Era lo que había deseado, era feliz.
Los grillos afinaron el sonido de sus patas, los canarios con dos trinos
aseguraron las notas musicales, las ranitas carraspearon aclarando su
voz. Los demás tomaron sus puestos para iniciar la fiesta. Y comenzó la
sinfonía del bosque.
Pero el hada mayor, la reina del bosque que todo lo sabía, también estaba
allí. Mientras a las doce vanidosas mariposas amarillas las arrastraba el
viento a un lejano lugar, concedió, sin decirlo, el segundo deseo a la
mariquita.
FIN