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LA CONCENTRACIÓN Y LA IMAGINACIÓN EN EL ACTOR

A.- La concentración teatral


Cuando nacemos ya tenemos movimientos automáticos, a medida que crecemos algunos
movimientos que podemos controlar también se automatizan no siempre de manera
correcta.  Cuando caminamos no estamos pensando qué pie tiene que adelantar primero
y en que posición debo ubicarme, todo se hace en forma automática. La concentración es
para que nosotros tomemos el control del cuerpo comenzando con la respiración, aunque
suene extraño muchas veces no sabemos respirar o no diferenciamos el diafragma y los
pulmones y la expansión de los mismos. La concentración es accionar sobre el cuerpo,
diciéndole o controlando lo que tiene que hacer. Para ello hay una serie de ejercicios no
solo teatrales, también los hay en el deporte, el arte y la cultura en general .Concentración
no es un estado de ensimismamiento o de encierro, muy por el contrario. Un ejemplo de
ello esta en las películas la concentración de un Samurái que en un estado aparente de
“aislamiento” es capaz con los ojos cerrados, de activar su brazo para agarrar una mosca
en el aire  Ese es un estado de concentración absoluta donde todos los sentidos están
siendo totalmente controlados por la mente, esa es la concentración que el actor debe
desarrollar, ya sea para la improvisación o para no evidenciar algún posible error en
escena también para aprender cada mínimo detalle de postura en su personaje.

La concentración se dice que ‘’es el eterno secreto de todo logro humano’’, es el estado
principal para ejercer un trabajo a disponibilidad y control absoluto de tu cuerpo; sin
embargo por qué a muchos nos cuesta lograrlo.

Se dice que mucho tiene que ver la falta de interés o a veces una mala alimentación,
hasta se dice que el dormir poco también puede ser un factor determinante para lograr la
concentración. Yo en mi caso me inclinaría por la primera, ya que para mi es un factor
fundamental la falta de interés, ya que eso ocasiona dejadez y poco esfuerzo hacia
cualquier tipo de trabajo o acción que empezamos a realizar, un cuerpo no relajado
dificulta o traería una concentración endeble, es por eso que deberíamos empezar con un
estado de relajación optima, dejar imágenes, emociones y evitar ‘’soñar despiertos’’, para
así entrar de lleno a un trabajo en un estado mental y físico al 100%.

La concentración es tan fundamental para el actor como la relajación. Son los dos pilares
básicos en los que se apoya el trabajo del actor. Están conectadas entre ellas. Una no
existe sin la otra. El actor se relaja para poder concentrarse y concentrarse lo lleva a
relajación. La dispersión hace al actor presa de la incomodidad y la tensión ocasionada
por la exposición al público. Deberá entrenar su atención de manera que pueda dirigirla a
voluntad en función de lo que deba crear Entrenar su concentración le permitirá a su
imaginación funcionar plenamente. Tiene dos aspectos, la atención externa que focaliza
en la vida y el mundo externo y la interna que tiene que ver con los sentimientos, las
emociones y el pensamiento, o sea su mundo interno. El actor debe desarrollar una
atención que se conecte sensiblemente con las cosas. Esta cualidad hace que sea un
artista. La concentración le permite al actor llevar a cabo su principal tarea: Dar vida a lo
que no está presente.

Los dos descubrimientos básicos de Stanislavski, en relación con las sugerencias que
hace al actor, son: la importancia de la relajación y la concentración. La tensión, aparte de
lo que pueda hacerse por separado para aliviarla, se desarraiga con más efectividad
concentrándose en alguna tarea que no parece estar relacionada con la obra, pero que
despierta la fe del actor y su sentido de libertad y, por tanto, libera su espíritu creativo.
Con este modo de proceder, el actor siente que puede hacer lo que quiera, porque, de
alguna manera, se libera de la tensión y, en consecuencia, ya nada le molesta: sus
sentidos y su imaginación, están de todo corazón abierto a lo que está pasando.    

La concentración abarca, básicamente, dos tipos de atención:

1. Atención involuntaria o espontánea es el resultado de un estímulo objetivo, y que no


requiere esfuerzo alguno; ésta es la clase de atención que caracteriza a la vida cotidiana y
que el actor trata de evitar cuando actúa, siempre que se convierta en una mera
distracción. La atención espontánea se despierta por algo que tiene un interés o atracción
personal.

2. Atención voluntaria implica un objeto real en el que el actor está interesado y, por
consiguiente, requiere de su esfuerzo, de su fe en el objeto, para que se mantenga.

La concentración que se produce al actuar es una mezcla o combinación de atención


espontánea y voluntaria: cuando el actor fuerza su atención voluntaria sobre un objeto, el 
interés o atención espontánea empieza a surgir, la concentración deliberada en el objeto o
idea lo hace “interesante”, tal y como nos ejemplifica Checkhov(1979, p. 118):
“concéntrese en algún objeto que, de ordinario, no tendría interés para usted. Estudie una
caja de fósforos. Empezará a tomar un nuevo aspecto, usted notará los detalles, una
diversidad de detalles entrará en su conciencia. Por  último, su atención creará un interés
en él”.

Este principio es muy importante, pues una de las características distintivas de un artista,
es la habilidad para “ver” el mundo desde una óptica personal  y diferente. Cuando el
actor consigue dominar su concentración de modo de que puede fijarla en cualquier idea
u objeto, podrá trabajar cuando quiera en cualquier cosa que determine, sin esperar la
“inspiración” y encontrará que el interés y la imaginación relevante crecerán desde el
punto de partida de la concentración.
La concentración distendida, lúdica y fluida se facilita mediante ejercicios de
relajación creativa.

El dominio de la concentración se adquiere con la práctica de ejercicios que tratan de


objetos en la memoria sensorial, es decir, de objetos imaginarios de uso habitual. Así
pues, este proceso suele comenzar con tareas tan simples de evocación-manipulación de
dichos objetos corrientes, carentes de interés y de emoción, tales como, escuchar música,
arreglarse, peinarse o ponerse maquillaje. Estos sencillos ejercicios ayudan a despertar y
a enfocar  los impulsos del actor, puesto  que, en realidad, son ellos mismos los que
engendran la fe en su habilidad para responder a accesorios o elementos que no están
presentes de un modo físico. Al trabajar con estas realidades tan sencillas, el actor
aumenta la capacidad de su imaginación para tratar con otras más difíciles y complejas a
las que de costumbre debe de enfrentarse en escena, realidades emocionales que nunca
pueden estar presentes si no es a través de su imaginación.

Asimismo, el actor aprende con estos ejercicios a concentrarse en un determinado objeto


y, simultáneamente,  a abstraerse de una serie de impresiones que, de forma natural e
inevitable, lo asaltan. El actor aprende a potenciar su concentración, enfocando solamente
el objeto y, así, los elementos que lo distraen se alejan y desaparecen. “Suponga que
tiene un acceso de risa y quiere hacerlo detenerse. Si pone la mente en algo sin ninguna
relación con su risa, ésta se detendrá por sí misma. Pero si se trata de ‘dejar de reír’, la
risa aumentará en usted, porque al concentrarse en este acto de voluntad, se concentra
en la risa”.

B.-  La imaginación teatral

Toda obra de arte es un fruto de la imaginación del artista, de la visión subjetiva y


particular que el vuelo de su fantasía creativa impone sobre una determinada realidad de
la que inicialmente parte, para hacer nacer una nueva forma de  contemplarla. Así pues,
podríamos definir la imaginación del actor, en sentido extenso, como la capacidad para la
asociación y la hábil combinación de diversos elementos que, tomados prestados de la
vida, se concretan en un todo que no se corresponde con la realidad-punto de partida
inicial. Al igual que el científico, valiéndose de su imaginación, combina fenómenos físicos
para descubrir  leyes naturales, los actores, llevados de su imaginación artística, también
se atreven a asociar objetos conocidos, uniéndolos, separándolos, recombinándolos,
para, en definitiva, poder construir su personaje. Y mientras más atrevida sea la
imaginación artística, mayor será el poder de la obra, como nos dice el propio
Stanislavski, “un artista no debe elaborar su papel con lo primero que tenga a mano, sino
escoger, y muy cuidadosamente, de entre sus recuerdos y entresacar de sus experiencias
vivas las más excitantes y sugestivas. Elaborar el alma de la persona que encarna con las
emociones que le son más caras que sus sensaciones diarias. ¿Pueden imaginar un
campo más fértil para la imaginación? Un artista toma lo mejor de sí mismo y lo transporta
a escena”.

Las visualizaciones son el modo natural de operar la imaginación

Así pues, la fantasía del artista verdaderamente creador siempre debe estar en
permanente ebullición. La calidad de su imaginación depende de su habilidad para
combinar su material, de modo de expresar, teatral y audazmente, la idea que está detrás
de su trabajo; por otra parte, eso depende también de la riqueza del material que esté
bajo su control. Este material no está en libros de texto. Debe aprender, como los
pintores, a dibujar del natural, estudiar la vida, buscar los aspectos más diversos de ella,
crear para sí mismo condiciones en que estará expuesto a múltiples expresiones de ella...
y no esperar a que la vida, por un acaso, arroje alguna escena notable bajo su nariz. El
intérprete verdaderamente creador nunca está conforme con su personaje, lejos de
atrincherarse en su papel, continúa explorando aspectos de su personaje y dichos
aspectos siempre le parecen parciales, debido a que la honestidad de su búsqueda le
obliga a un constante rechazo y vuelta a empezar. Este actor creativo se halla siempre
sumamente dispuesto a descartar en el último ensayo su labor previa, ya que, ante la
proximidad del estreno, su creación se ilumina y comprende su lastimosa insuficiencia.
Anhela también agarrarse a todo lo que encuentra, a toda costa desea evitar el trauma de
presentarse ante el público sin defensa y desprevenido; sin embargo eso es exactamente
lo que debe hacer. Ha de destruir y abandonar sus resultados incluso si lo que va
aprendiendo parece casi lo mismo. El personaje debe renacer continuamente, cada
noche, con cada representación .Precisamente esto es lo lo que hace del teatro un
espectáculo siempre distinto, vivo y visceral en el que el actor creativo descubre, al calor
de la acción, matices diferentes que, creativamente, lo llevan a enriquecer su personaje,
un personaje que siempre huye del cliché para ser algo fresco y creible, dinámico y
cambiante.

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