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por JM.Persánch
Contacto: persanch@sarasuati.com
-Tehto en Andalú-
¿Ai argo máh simple ke lansà una moneda al aire? I, sin embargo, ¿puede arguien
ehplikarme la lóhika del asà? Se me okurrió preguntárselo a mi amigo, un Dohtò en
siensiah empírika yamao Hans en Oxford, me ehplikó una i otra be, kon fórmulah
inkonsebible pa-mí, ke el asà no ehsihtía, ke la suerte i el dehtino eran inbentoh del
ombre, i ke tó se podía redusì a fórmulah matemátika. Ahsorto, kon kara de niño
pekeño, komo aker ke redehkubre el plasè de lah primerah bese, yo atendía en
silensio. Hans, mu seguro de sí mihmo, me inbitó a su laboratorio, uno de esoh
kuyo desorden indikan la presensia de un henio, i luego abrió un kahón. Abía
empesáo a yobihnà, i la ehsena se paresía por momentoh a la der Dohtò
Frankehtein anteh de kreà bida. Ehtendió suh mano, ofresiéndome ke tomara aker
pedaso de metà kon botoneh de tó loh kolore.
-Tira una moneda al aire i pursa er botón berde! -Me asuhté i pursé er botón
erróneo.
- No! Pero ké a exo? - Mi suhto se konbirtió en pániko. Komensó a yobè kon máh
fuersa. ¿lo abría kausáo yo ar pursá akel otro botón? Hans, bisiblemente nerbioso,
me arrebató el aparateho i diho mirándome kon ohoh trihte: ¿lo Be? aún no ehtáih
lihto pa konosè la lóhika del asà, por eso lo mantenemoh en sekreto en sírkuloh
sientífikoh mu redusío. Deborbió su inbento ar kahón. Salimoh der laboratorio, i
él komensó a ahtuà komo si ná ubiera pasáo.
Ar día siguiente, aún empeñáo en dehkubrì la lóhika del asà, lansé una moneda mil
bese, i karkulé porsentahe. Una semana dehpué me puse a kohtruì mi propia
mákina del asà, ihpirada en la de mi amigo Hans, le agregué un sin fin de botoneh.
Inbenté mih propiah fórmula i mi kasa se konbirtió en un laboratorio improbisáo
donde reinaba er desorden. Pasáo un meh inbité a Hans a ke biniera a senà. Sería er
momento perfehto pa-dehlumbrahle kon mi kreasión. I entrà en er sírkulo de loh
elehidoh ke huegan a sè Diose. Asehtó. Senámoh komida kasera ke kompré en un
bà de la ehkina. Xahlamo i reimo ahta bien entrà la noxe. Era er momento. Me
ehkusé pa-ì al aseo i borbí kon mi mákina del asà relusiente entre lah mano. Hans
me miró i sonrió. -Aora sí ehtáh lihto pa-la gran berdá.- Yo no entendía ná. Ni
sikiera le abía probáo la utilidá de mi mákina...
Monedas al aire
-Traducción al Castellano-
por JM.Persánch
¿H ay algo más simple que lanzar una moneda al aire? Y, sin embargo, ¿Puede
alguien explicarme la lógica del azar? Se me ocurrió preguntárselo a mi amigo, un
Doctor en ciencias empíricas llamado Hans de Oxford, me explicó una y otra vez,
con fórmulas inconcebibles para mí, que el azar no existía, que la suerte y el
destino eran inventos irracionales del hombre, y que todo se podía reducir a
formulas matemáticas. Absorto, con cara de niño pequeño, como aquel que
redescubre el placer de las primeras veces, yo atendía en silencio. Hans, muy seguro
de sí mismo, me invitó a su laboratorio, uno de esos cuyo desorden indican la
presencia de un genio, y luego abrió un cajón. Había empezado a lloviznar, y la
escena se parecía por momentos a la del Doctor Frankenstein antes de crear vida.
Extendió sus manos, ofreciéndome que tomara aquel pedazo de metal con botones
de todos los colores.
-¡Tira una moneda al aire y pulsa el verde! -Me asusté y pulsé el botón erróneo.
-¡No! ¿Pero qué has hecho? -Mi susto se convirtió en pánico. Comenzó a llover
con más fuerza. ¿Lo habría causado yo al pulsar aquel otro botón? Hans,
visiblemente nervioso, me arrebató el aparatejo y dijo mirándome con ojos tristes: -
¿Ves? Aún no estáis listos para conocer la lógica del azar, por eso lo mantenemos
en secreto en círculos científicos muy reducidos. Devolvió su invento al cajón.
Salimos del laboratorio, y él comenzó a actuar como si nada hubiera pasado.
Al día siguiente, aún empeñado en descubrir la lógica del azar, lancé una moneda
mil veces, y calculé porcentajes. Una semana después me puse a construir mi
propia máquina de azar, inspirada en la de mi amigo Hans, le agregué un sin fin de
botones. Inventé mis propias fórmulas y mi casa se convirtió en un laboratorio
improvisado donde reinaba el desorden. Pasado un mes, invité a Hans a que
viniera a cenar. Sería el momento perfecto para deslumbrarle con mi creación, y
entrar en el círculo de los elegidos que juegan a ser Dioses. Aceptó. Cenamos
comida casera que compré en un bar de la esquina. Charlamos y reimos hasta bien
entrada la noche. Era el momento. Me excusé para ir al aseo y volví con mi
máquina del azar reluciente entre las manos. Hans me miró y sonrió. -Ahora sí
estás listo para la gran verdad.- Yo no entendía nada, ni siquiera le había probado la
utilidad de mi máquina...