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Mar.

1:21 “Entraron en
Capernaúm, y tan
pronto como llegó el
sábado, Jesús fue a la
sinagoga y se puso a
enseñar”.
Enseñar era uno de los
componentes
principales del
ministerio de Jesús.
Hubo un día en que
Jesús combinó ambos
escenarios para enseñar:
tanto la sinagoga como
en su vivencia con los
discípulos. Ese día fue
el sábado, el día de
reposo.
Mientras los discípulos
caminaban con su
Maestro, sintieron
hambre “y comenzaron
a arrancar espigas y a
comer”.
La queja de parte de los
fariseos no se hizo
esperar: Si bien la
acusación era en contra
de los discípulos, la
mayor crítica era hacia
Jesús: ¿cómo no les
había enseñado lo que
dictaba la tradición?
Dos cosas quedan claras:

1 El sábado no pasa por


alto las necesidades del
ser humano;
2 Dios mismo vela para
que quienes lo sirven
vean cubiertas aquellas
necesidades: es parte
integral del descanso
que Dios nos ofrece en
el sábado.
Creyendo tener una
oportunidad única de
poder intensificar sus
acusaciones en contra
de Jesús, preguntan:
“¿Es lícito sanar en el
día de reposo?”
“Él les dijo: ¿Qué hombre
habrá de vosotros, que
tenga una oveja, y si ésta
cayere en un hoyo en día
de reposo, no le eche
mano, y la levante? Pues
¿cuánto más vale un
hombre que una oveja?
Por consiguiente, es lícito
hacer el bien en los días
El argumento de Jesús
gira en torno al valor
que tiene el ser humano
delante de él.
Permitir y realizar el
bien en día sábado es
algo que Dios aprueba.
Jesús les enseñó a
disfrutar del sábado al
rescatar los objetivos
que Dios tenía cuando
lo instituyó.
Cada semana, sábado
tras sábado, es nuestro
privilegio descansar en
lo que Dios nos ofrece.

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