Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. En nuestros esfuerzos por ser buenos, realizamos buenas obras. Si ser bueno no garantiza la ausencia de problemas, entonces, ¿por qué intentarlo? La Biblia nos presenta la vida de un hombre que era bueno. Hizo muchas cosas admirables, pero llegó un momento en su vida en donde se percató que nunca podría alcanzar el bien último que le daría paz. 2 Reyes 22 y 2 Crónicas 34 nos informan de que “hizo lo recto”, incluso al reinar desde los ocho años de edad. En el año octavo de su reinado procuró buscar a Dios con mayor dedicación. En el año 18 de su reinado, decide avanzar un poco más en la búsqueda del bien para él y para su pueblo. No resulta extraño que, a medida que avanzaba en edad, al igual que en sus buenas acciones, Josías sintiera que algo más debía ser hecho. Como seres humanos nos sucede lo mismo. En nuestra búsqueda por el bien, o por estar satisfechos con nosotros mismos, llegaremos a sentir que algo más falta para que nuestra vida esté completa. Dios tenía preparada una sorpresa para el rey Josías. En su buena iniciativa de reparar el templo, él estaba dándole una oportunidad a Dios para que se revelara con mayor claridad. Hacer lo correcto y obrar justamente es siempre mejor que vivir haciendo el mal. Cuando aún nuestra buena conducta no logra darnos paz, Dios nos recuerda que ese no es el camino, y que debemos confiarle nuestras faltas y fracasos a él. Él nos da la paz que nuestras acciones jamás podrán darnos. En nuestro estado caído y pecaminoso, naturalmente fallaremos al intentar alcanzar la ética de Dios. Sin embargo, guardar la ley también significa reconocer el diagnóstico que ella hace de nosotros: hemos errado, pero, si lo reconocemos, hay un Dios dispuesto a perdonar. Para ser salvo no necesitas simplemente ser bueno, mas hacer la voluntad de Señor, creer en él, seguir sus consejos, y a través de él reconocer tu condición, confesar tu pecado, arrepentirte, y entregarle tu vida, pues está dispuesto a recibirte.