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Jeremías Baruc Abdías Nahúm
Jeremías Baruc Abdías Nahúm
Abdías y Nahúm
Jeremías: dejó fragmentos autobiográficos y cinco
famosas “CONFESIONES».
Su SECRETARIO Baruc, registró numerosas escenas
de su vida.
A Jeremías presenció la mayor desgracia de la
historia de Israel: destrucción de
Jerusalén/Templo el 587 a. C.
Profetizó contra su patria, su religión, su tierra y
su familia, lo cual le trajo numerosas
persecuciones.
Época de REFORMAS
Jeremías nació el año 645 a. C. en la aldea de Anatot (Jr 1,1), a
6 kilómetros al norte de Jerusalén.
En el 627 a. C. murió Asurbanipal, rey de ASIRIA.
El rey Josías, emprendió reformas sociales, económicas,
políticas y, sobre todo, religiosas.
Ese mismo año, el 627 a. C., cuando Jeremías recibió su
vocación profética (Jr 1,2). Tenía 18 años: tenía miedo y se veía
incapaz de llevarla a cabo (1,6).
A partir de ese momento, su actividad se divide en cuatro
grandes períodos.
Jeremías
sintió que Dios lo llamaba para acompañar la reforma
religiosa de Josías.
Dejó Anatot y se dirigió a Jerusalén,
comenzó a exhortar al pueblo a convertirse (Jr 3,14-25),
en sintonía con las reformas del monarca.
Dirigió varios sermones al reino del Norte (2-3; 30-31),
que estaba sumido en un profundo desánimo, ya que
años antes, en el 721 a. C., parte de su población había
sido deportada por los asirios.
Su aldea, Anatot,
llevaba años enfrentada con los reyes de
Jerusalén.
Cuando sus parientes supieron
que Jeremías apoyaba al rey
y a sus reformas políticas y religiosas,
se enfurecieron e intentaron matarlo.
Jeremías, escribió PRIMERA “confesión»:
"Yahvé, tú me revelaste sus planes.
Yo estaba como un manso cordero llevado al
matadero, sin saber que tramaban intrigas contra mí.
Pero tú me dijiste:
"Tus hermanos y la casa de tu padre te han trai
cionado. Te critican por la espalda, así que no te fíes
cuando te digan palabras hermosas"»
(Jr 11,18-19; 12,6).
Jeremías empezó a protegerse de su familia.
Durante dieciocho años, Jeremías acompañó al monarca
en su programa de reformas. Pero en el 609 a. C., Josías
murió en una batalla (2 Re 23,29).
El nuevo rey, Yoyaquín, prefirió dar marcha atrás con los
cambios que se venían haciendo.
LA SEGUNDA ETAPA PROFÉTICA de JEREMÍAS, la más
amarga de todas. Tenía ya 36 años. El rey Yoyaquín,
decidió construirse un nuevo palacio con todo lujo.
Como no tenía fondos,
obligó a los obreros a trabajar gratis.
Jeremías, levantó su voz contra el rey:
«Ay de ti,
que con maldad e injusticias construyes tu palacio
y haces trabajar a los demás sin pagarles su salario
[...] Solo te preocupas por tus ganancias,
haces morir al inocente y oprimes
y explotas a tu pueblo» (Jr 22,13.17).
Y le anunció un castigo (22,13-19).
Pero Yoyaquín no se inmutó.
Jeremías se dio cuenta de que un antiguo dogma religioso
estaba causando daño a los judaítas. Sermón contra el Templo:
«No confiéis en quienes os mienten, diciendo:
"¡Templo de Yahvé, Templo de Yahvé, Templo de Yahvé es
este!" Robáis, matáis, cometéis adulterio, juráis en falso [...]
y después venís a este Templo dedicado a mí y os sentís
seguros,
para seguir cometiendo esas perversidades.
¿Acaso pensáis que este Templo es una cueva de ladrones?»
(Jr 7,4.8-11).
Y anunció su próxima destrucción (7,12-15).
La gente estuvo a punto de lincharlo.
Pudo escapar de la muerte (Jr 26).
Escribió su SEGUNDA «CONFESIÓN”:
¡Ay de mí, madre mía!
¿Por qué me hiciste nacer?
¿Para pelear y discutir con todo el mundo?
Ni les debo ni me deben,
pero todos me maldicen» (Jr 15,10).
ACTO SIMBÓLICO.
Compró un jarro de cerámica, fue a las puertas de la ciudad y, delante
de todos, lo estrelló contra el suelo, diciendo:
«Así dice Yahvé:
"Como quien rompe un cántaro de barro, que ya no tiene arreglo,
así quebraré yo a este pueblo"» (Jr 19,11).
Y a continuación anunció:
«Convertiré esta ciudad en un desierto espeluznante [...]
Les haré comer la carne de sus hijos e hijas, y comerse unos a otros,
cuando sean sitiados por sus enemigos» (19,8-9).
Las duras palabras llegaron a oídos del sacerdote Pasjur, quien lo hizo
apresar,
le dio una paliza y lo metió en la cárcel (20,1-2).
ESCRIBIÓ SU TERCERA «CONFESIÓN»,
en la cual ruega a Dios contra sus enemigos:
«Haz que sus hijos sufran hambre
y que mueran desangrados por la espada» (Jr 18,21).