Está en la página 1de 17

Maira Velazco

Memoria Jaiverson Julios


historica Sofía Ardila
11°-1
Mapiripán
Quieto el viento,
el tiempo.
Mapiripán es ya
una fecha.
(El canto de las moscas
(versión de los
acontecimientos), María
Carranza, 1994.
Testimonio de Nelcy Luque, sobreviviente de la masacre de Mapiripán

Como todo niño del campo me tocaba ayudar en los quehaceres de la casa, traer plátano, yuca, darle de comer a los cerdos,
encerrar los becerros y ayudar a mi mamá a ordeñar; todo eso al tiempo que iba a la escuela y pescaba, que siempre me ha
gustado, meses después comenzaron una serie de comentarios y rumores de que los paramilitares iban a incursionar en el pueblo,
pero, la verdad, la gente le daba poca importancia a eso y todo siguió como si nada, tenía mucho comercio y se producía maíz,
yuca, plátano y gallinas; todo eso se vendía.
Cuando los paramilitares llegaron a Mapiripán, los habitantes pensaron que era el Ejército, pero cuando se dieron cuenta de que no
eran ellos, el pánico se esparció. La gente se encerró y solo salía para lo estrictamente necesario. Después de las 6:00 de la tarde
nadie salía de sus casas, pero a toda hora reinaba la zozobra.
El temor era generalizado por comentarios que hacía la gente como “anoche mataron a fulano de tal”, “se llevaron a mengano”,
“desaparecieron a este otro”.
Antes de llegar a Mapiripán, aquellos paramilitares habían asesinado a varias personas en otras veredas. Ya en la cabecera
municipal y durante cinco días seguidos, los miembros de las autodefensas sacaron a las víctimas de sus casas, las llevaron al
matadero municipal y allí las torturaron, antes de matarlas a disparos o degollándolas. El grupo armado dejó el pueblo el domingo
20 de julio. Se estima que fueron asesinadas 49 personas y un número indeterminado fueron desaparecidas, tras ser ejecutadas y
arrojadas al río Guaviare.
Cinco jornadas de puro terror. El día que se fueron quedó en evidencia toda la matanza, porque varios cuerpos quedaron en las
calles, la gente corría, lloraba y varias personas abandonaron el pueblo, en la masacre fueron asesinados Ronald Valencia y Sinaí
Blanco, Ronald fue un gran amigo mío, era el despachador de las avionetas en la pista y también se dedicaba a la fotografía, era
muy servicial. Don Sinaí hacía parte de la junta de acción comunal, era un líder, una persona solidaria, también se dedicaba al
transporte fluvial.
Quedamos muy poquitos en Mapiripán,
creería que nos podíamos contar con los
dedos de las manos, yo lloraba mucho; la
tristeza por lo que había ocurrido me
embargaba, la gente no hablaba casi de lo
que había ocurrido. Llegaron autoridades
como la Fiscalía y la Sijin a hacer preguntas,
y la gente, por temor, prefería callar.
Pasados cuatro o cinco meses de la
masacre, la población que se había ido, en su
mayoría a Villavicencio, empezó a retornar,
no sin algo de intranquilidad. Las personas
retomaron sus quehaceres diarios, volvieron
a rebuscarse la vida.
14 de Julio
15 de Julio
Población de las charras
Mapiripán (Impunity Metal) La orden ya fue dada
inserción del miedo
con lista en mano
aún no llega la hora
12 de Julio llegan a Mapiripán
amenaza y menosprecio
Aterrizaje de una plaga 5 días de tragedia
no hay quien defienda
confesos y dispersos 5 siglos de ignorancia
la ley muta
en el culto del amor silencio
donde no le llegan los ojos
el amor a la muerte olvido
el tiempo pasa
comodidad bañada en sangre nuestro más fino producto
la omnipotente indolencia
unión anal entre milicos y paras la tropa enterada
envuelta en un camuflado
marcha, de guerra cómplice de la matanza
a expensas de la ley
un enemigo aparente los altos mandos
el cinismo, la excepción
ansiedad inexistente aún de vacaciones
una buena paga
en el poder de las almas un país, un mito
coordinación, control
placer perverso una mentira
el arte genocida
por el olor a la muerte entre fronteras
Destripados, nunca su voluntad
ilusión de poder la verdad llora
Mutilados, incluso su inocencia
entre el fierro y la carne recorre el río Guaviare
Degollados, nunca sus espíritus
Masacrados, incluso su recuerdo
La muerte espera, con su serena palidez, la
llegada del hombre en el camino. Ante el paso
del caminante junto a ella, ésta palidece aún
más, cuando observa el hambre del viajante,
como fisonomía de una muerte injusta.

También podría gustarte