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MARTA

DILLON
Aparecida

Si•damericana
PROLOGO DE ESTA EDICION

Aparecida.
la ed. — Ciudad Autónoma de Buenos AÍ res:
Editorial La Página S.A., 2018. Aparecido no es exactamente lo contrario de ‘estar desaparecida’
208 p . ; 19 5xt 3 5 cm.

ISBN 978-987-503—702-1 Encontraron a su madre. Por fin. La mamá, la mujer, el fan-


tasma, que Marta Dillon ha estado buscando desde la noche en
t .Biografías. I . Título. que los militares se la llevaron de su casa cuando ella era una ni—
CDD 920.72 ña de 12 años, aparece en las primeras páginas de este libro. Pa—
saron como mil años: aquella niña educada bajo la tutela metódi—
ca de una orfandad reprimida en la espera, ya es madre de dos hi-
jos, se encuentra paseando en otro país y está —como cualquiera que
no la viera por dentro podría suponer— desprevenida. Una llama-
da telefónica le anuncia que el Equipo Argentino de Antropolo—
gía Forense ha determinado la identidad de unos cuantos huesos
© 2015 Random House Mondadori $. A . hallados en una fosa junto con otros huesos de conocidos y des—
conocidos. Es el esqueleto de Marta Taboada, desaparecida hasta
© 2018 Para esta edición, Editorial La Pígina S.A.
ese preciso instante. La madre a parece desde las sombras, sin vi-
Todos los derechos reservados. da, en forma de esqueleto sobre el que se ha levantado toda una
filiación de años robados. La historia comienza por el final feliz
más triste del mundo, y marca uno de las felicidades más doloro-
sas de la historia argentina.
¿Para qué podría querer esos huesos a esta altura del partido ?
El entierro heroico que proponía la historia de Antígona no es exac—
Diseño: Alejandro Ros tamente la que propone la historia que cuenta este libro. La joven
valiente y desaforada contaba por un lado con un asesino en el
poder, un tirano a desafiar y, por el otro, con el cuerpo del her—
mano asesinado todavía caliente. ¿Qué poder simbólico tienen es—
tos huesos cuando los asesinos se han vuelto unos ancianos paté—
ticos, destronados por el tiempo y acorralados por una justicia in-
termitente ? ¿ Qué relación queda entre la carne y el calor del abra—
zo materno con estos restos tanto más cercanos al destino de NN
que al del nombre propio ?¿ Qué se supone que la hija debería ha-
cer con ellos ahora?
Los huesos de la madre, amorosos y protectores, se disponen
incompletos sobre una mesa, como una mesa servida y como una
mesa de autopsia y se muestran capaces de contar lo mis posible.
El momento en que Marta Taboada fue acrib illada, en qué esqui—
na, con qué compañeros, qué ropa usó los últimos días, qué Últi-
mas imágenes habrá visto y qué palabras dijo, decía, solía decir.
Marta Dillon, con inteligencia y maestría en este libro decons -
70
truye una trayectoria que comienza como hija mayor con tres her—
ApareCida
manitos en una casa familiar de los años y que militancia me—
diante, deviene H . I .J . A . con mayúsculas. Con marca
un giro fundamental en los discursos que proponen pensar las vi-
das íntimas y las vidas sociales signadas por la violencia de Esta—
do durante la última dictadura militar. Es el relato de un reen—
Apa- A mis hermanos, 5antiago, Andrés y Juan.
cuentro que consigue desandar la narrativa de la búsqueda, del
clamor por justicia y de una identidad fundada en la ausencia.
recida es una crónica personal y política que amalgama lo que pa-
recía desmembrado para siempre: por un lado la celebración y por
el otro el duelo no sólo por la madre muerta sino por la hija que
ya no es. También es un tratado de la memoria que habilita pre-
guntas incómodas y necesarias: ¿ Los desaparecidos aparecen cuan—
do aparecen sus huesos ? ¿Vivos y muertos comienzan a descan—
sar en paz juntos tras la ceremonia del entierro ?
Liliana Viola

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ver con mis ojos la desaparición. Lo intolerable
es que la muerte no tenga lugar, que me sea su straída.
Quierono pueda vivirla, tomarla en mis brazos, gozar
sobre su boca del ultimo suspiro.
Que HELENE CIXOUS
Frente a mí hay una foto de mi mamá conmigo. Estamos
tendidas sobre la arena, apenas se ve la espuma del mar en
un ángulo. Ella tiene la cara tapada por el pelo, a mí sólo se
me ve la nuca y su mano enredada en mis rulos. No sé cuán-
tos años puedo tener en la foto, puedo decir que su codo se
apoya justo en el nacimiento de mi espalda y sus dedos se
pierden en mi pelo. ¿ Qué edad hay que tener para que el
antebrazo de tu madre tenga la exacta medida de tu torso ?
Veníamos de ser reinas con nuestro pequeño príncipe
arrugando el protocolo. Vuelo en primera a España, hotel
cinco estrellas en Donostia y almuerzos que podrían haber
valido la hipoteca de nuestra casa durante los que nuestro
hijo Furio era capaz de revolear el menú infantil antes de
que los mariscos explotaran en nuestra boca. Había gana—
do mis privilegios como consorte, la verdadera invitada al
Festival de Cine de San Sebastián era Albertina. Como jura-
do de ópera prima, a ella le tocaba ver más de una docena de
películas, sostener tertulias, farfullar en inglés y pelear para
que la mirada romántica de los europeos sobre la margina-
lidad en América Latina no se llevara los premios; el cine
es su arte, tanto como la pelea. A mí, en cambio, me tocaba
recorrer la ciudad encantada empujando el cochecito, evitar
que Furio comiera arena de la famosa concha y poner cara
de nada frente a los mozos que ya conocían el escándalo de
cubiertos y platos estallados que era capaz de provocar en el
desayuno y que yo no me pensaba perder de ninguna ma-
nera porque oportunidades así una no sabe cuándo se van a
repetir.
Terminado el festival, iniciamos un viaje de exploración,
perdiéndonos de a ratos por los caminos del país vasco en
un auto alquilado y con un mapa de papel. No era un gran
plan para Furio, odiaba la sillita y el amarre del cinturón de
seguridad pero nosotras estábamos dispuestas a aprovechar.
A gastamos los últimos dólares de la herencia que Albertina
timbre de em ergenc ia est álldo fuera del
paí $,
casaba, que se
llamado para decirme que Se
recibió saltándose la generación de sus padres por razones obvio que no
de fuerza mayor. Cuando entramos a Irún, tan perdidas
como siempre, nuestro viaje y nuestra paciencia de madres
estar en la ceremonia . Mi hija sabía que
estaba terminando. No había ningún encanto en esa ciudad
estaba tenía que tomar un camión que
industrial más que las banderas rojas y negras que colgaban
me s acara de en medio de los édanos , un ómnibus y un
de los balcones pidiendo por la vuelta a casa de unos presos
políticos en euskera. Ese rasgo militante me daba alguna ferry para cruZaf f?l RíO
nuestras mejores vacaciones juntas.
sensación de pertenencia, siempre me tocaron el corazón las
causas populares y aunque no tenía la traducción exacta y —¿Es difícil
olía cierto tufillo anacionalismo, los trapos flameando me
difícil hablar con v S .
—Te lo esto
daban la ilusión de una lucha que no se abandona. Creo que nadie.
habían pasado ya un par de horas desde el mediodía. No mala señal d t2
La conversac
sabíamos a dónde íbamos porque por toda seña teníamos la luz eléctrica ni
ión se CO F tó en seguida, la
afirmación de un músico contestatario, jurado del festival y
los teléfono s All una playa donde no hay
único aliado de Albertina en las discusiones finales, que nos al único enchufe
había invitado a pasar la última noche en su casa supongo agua corriente ulC
equeñ o p oblado de
que por razones parecidas a esas que a mí me ligaban a las disponib le para cargar baterías en ese p
eÍ oÍor a trans-
banderas negras. “Cuando entren a la ciudad pregunten por pes cado Pé s y bohemios donde flotan juntos
p Íración , a marihua na y al cadave r de los
lobos marinos que
mí, todo el mundo sabe dónde vivo”, había dicho E ermín
antes de despedirnos. Pero ¿a quién le íbamos a preguntar? mueren en la playa. El timbre
imaginar me qué podía p asar ahora que el
¿A la mujer de portafolios, al hombre de overol, a los chicos No quería me servía
hija mayor.
que fumaban con uniformes de colegio ? Las dimensiones o r rano entero me separab a de mi
me n
e ervaba y ni siquiera
de Irun nos hicieron dudar de inmediato de su voluntad de musica l del teléfono c arteras de sp anzurrad as, juguetes y
para ubicarlo; el aUtO entero era un d escontr ol de abrigos,
alojarnos. Avanzamos de todos modos hacia el centro his-
tórico porque eran los únicos carteles con alguna indicación san guchitos , bebidas,
que estacioná ra —
prometedora. Furio ya no soportaba el encierro y el hambre en bolso a medio abrir. A los gritos pedí
en una esquina; de un lado,
y nosotras apenas podíamos con él y con nuestro propio mos. Albertin a encont ró lugar
látanos) del otro, un
malhumor. Además, nos hacíamos pis. Como siempre en una plaza seca y negra rodeada de p
un baño p úblico de e$ C1 $
circunstancias como esa, discutíamos, y para colmo mi te- d escampa d o de pasto verde con
léfono empezó a sonar una vez, dos, tres. Imposible encon- a los que se entra con
hacia el baño, las ve rdad t2TilS
trarlo, nada más inútil que un teléfono celular argentino en el cuerpo y a quin—
España. Sólo estaba prendido por las dudas, el último tramo u rgencias s iem pr e son las que reclama
era poco Io que podía hacer
del cordón umbilical con mi hija que había quedado en
Buenos Aires. Que sonara así, insistente, sólo podía ser una antes que pis. Inmersa en o Í or
las llamada perdidas
mala señal y el aparato se escondía. La última vez que había o iitr é el teléfono en la cartera, entre
HO había ningun a de xia
i Qtl e alivié mi v ejiga y mi
ft1(l O. Antes de que Ellos siempre en la misma oficina, las computadoras
así Furio siempre encendidas, los testimonios que podía buscar titi-
tie el h igiéni -
lando siempre en las pantallas electrónicas, todo ahí siem—
kil óme tr Ct S de pap pre, la ilusión de que la búsqueda podía empezar cada vez y
Al Ü ertin a.
yo siempre abandonándola.
— Cuando tenía 18 años encontré el nombre de mi madre
VOIEStá limpio, andá.
ví a mirar el et léfon o y en el Diario del Juicio, que transcribía los testimonios de
saje de voz. Lo es cuché: quién llamó! quienes se habían sentado frente al tribunal en la causa 0, la
e ntonc e
— Hola Jiménez,s vi
te qI lam
ue tenía un men-
o p orqu e mi
que juzgó a los comandantes de la dictadura a principios de
a en An tr opólog os y lTl e dij los años 80, apenas comenzada la democracia. Una y otra
o que es tab afl tratan -
dO CÍ e ubic Marta, soy t2Paula vez releí el párrafo “una médica, Elena de la Rosa, y una
novia trabaj SO.. . fijate.
las llama das abogada, Marta Taboada”. Era ella, sin duda, la profesión y
h á b Íá lTl arca d o el nombre. No retuve más del testimonio, salvo la prueba
;CIaro! Entre perdid as yo de la existencia de mi madre, la ratificación de que no había
mero
una desgracia po$ ibl e la suficien t e s v eces ido a ningun otro lado más que a las orillas de la muerte,
en el año; si no
que su desaparición no me pertenecía del todo si no que era
per fectam ent e. parte de algo grande, algo de lo que se hablaba en la esfera
que estáÚ a en mi m emoria
t t2flÍ a que r ecurri rbíil hf? CÍ1 O s onar tanto como pública aunque no en su familia. Elena Corb l n de Capisano
a I ntern
veint e años con esa r eg e t p ara buscarlo cada
vez que In
ularid ad ar bitrari a del impuls se llamaba la testigo y eso es todo lo que supe. No sé cuántas
buscar go o de
de b uscar los de los Ú ltimos veces leí esa página. Miles, probablemente.
mamá. Un im puI o ur gente “Una médica, Elena de la Rosa, y una abogada, Marta
$i1[I SO (I e tiemp o en
en cuentra: Taboada.”
Una co inc iden cia de fechas , En las noches de insomnio, entre los apuntes de las
ia COfF1() rob aci ó
VOCeS que yo es cuchab a Ll tl a testigo que la nom - materias que tenía que rendir, todo el camino en micro
desde Mendoza, donde vivía, hasta Buenos Aires a donde
baño s ino de la c ocina. la n oche deÍ se cuestro no v enían d ‹1 finalmente viajé para saber algo más. Sin embargo, no pude
com o una genia retener ningún otro detalle de lo que dijo esa mujer.
ES Ia conf Era de Mar del Plata. Mi tía Graciela me contó que fue a
Cada vez i rma ci ón
q ue el respland verla y que ella le dijo: ¿Que mamá hablaba de sus hijos para
que se ohaa ido.
Ilamad
or me
Antr evitar el sufrimiento en el cautiverio o que mamá no hablaba
C On firmaci Ófl, ajusta b de sus hijos para evitar el sufrimiento en el cautiverio ? La
una línea
C O lTlJl le t ardel
con
a
confusión se instaló en el primer momento en que escuché la
pensiv os se d eVolví an
a mi v ida. frase. Supongo que el tono recogido, casi de media lengua que
r elato. L e Ç ]9Ll11 t s sus
se usaba para decir cualquier cosa relacionada con mi mamá
no ayudó, como tampoco ayudaban a mi propia locuacidad
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a mi tía,
los meses pasados escuchando en la televisión, en completo ella! ¡Vivió en C ítS il ! — le dije
alco a unqu e
silencio y total inmovilidad, ese anuncio del principio de la lo que yo creo q ue eS un p
democracia llamando a todos los que tuvieran un familiar, no sala.
a cualquiera que hubiera visto u oído algo en relación a un
desaparecido para que se presentara y lo dijera. Suponía mal
que algún adulto de mi familia habría concurrido a la cita. añeros CÍé Cílutiveri o por
se alegré de eS —
h«bí« n impreso. Pero yo
Con un poco de coraje podría haber ido yo misma, acababa
de cumplir dieciocho; lo pensé, pero no lo hice. Ni siquiera ieve a lo que
cucha r su nom li re. Era darle rel o w nombres
me animé a indagar quién de todos ellos, mis abuelos, mis con quien CO lJ9 artir. TOdOS CS
tt
tíos, mi papá, lo había hecho. Era una señora desconocida
y esas
la que nos salvaba a todos nosotros y mi duda sobre sus di- milita nte era
chos, en aquel momento, me resultaba hasta egoísta: ¿Mamá a p esar de que mi tarea
comp arsa de
pensaba en mí y no lo decía? ¿Se sumergía en el puro pre- de m orir;
capaces de sufrir, de resistir y

sente para no extrañar nada más ? contaba de los suéteres de mi memori a a Elena Corbin
que nos tejía en su knittax, cuatro ig uales, cuatro del mismo Ca pisano. de la zona des apare cid a;
quise busc
color, los mismos ochos bajando desde el cuello, todos em- Diez años después
pezados y terminados en el mismo día en que teníamos que ndo el deseo de casilleros y se
ir a un cumpleaños ? ¿Le contaba a esta mujer de lo que le Un b reve éxito saber urge, el
dado impulsa hacia
costaba peinarme, de las lágrimas que me saltaban cuando es su ficient e.
D espués volverá el de lante.
me recogía el pelo en la coronilla para que se me vieran los
que
ojos ? ¿Tejía con esos relatos una realidad paralela para aca- si lencio, la vÍCÍ a cotidian a, los años
llar los gritos de los torturados ? ¿Me quería mi mamá? pasan.
Nunca pude preguntárselo a esta señora y mi tía no tiene
Tenía
respuesta. A veces ni siquiera se acuerda de haberla visto.
siguient e
Ella tiene su propio sistema de amnesia, como lo tenemos una hija ell tercer grado
S
todos, incluso los que declamamos que no hay olvido ni mov imient o. Al guie n rrlíÍ
años desde el g olpe
perdón. No me llevó de viaje a Mar del Plata para visitarla primera vez,
y es seguro que yo no fui tan enfática en el pedido. Me con- exm ilita nte
formé con una jornada del Juicio a las Juntas, un día en esa Mayo. ompromet ›-
rupación CO FI Íá C(L1é
sala inmensa y solemne de la que recuerdo sobre todo los de la ag lo que mi
tronos de los jueces y la diminuta silla de los testigos. Me do en sus Buscar es una
pa labfil odido: buscar.
acuerdo también de la iluminación que sentí cuando después parálisis claro que
a decir pel iagLl d á cuan CÍ o se trata de des ap areci do s, porque
de escuchar en la voz de un compañero de cautiverio el largo se busca a
calvario de una mujer desaparecida llamada Hilda Cardozo,
su apodo y su cara se dibujaron en mi memoria.
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Vida antes y después de c on — ¿Y si te disfrazás de provinciana y vas a preguntar por
vertirse en esa
sed imen to de su las cárceles ?
en telequ i a que no es, que no é stá, Esa idea les dio un enmsiasmo inusitado: sin que pudiera
que rio existe. A b uscarl a
de verd ¡1 d me desafiaro n parpadear, estaban haciéndome dos trenzas, enseñándome a
C il5efó n frente a la casita )Z ést il b a en caminar encorvada, a pronunciar las erres como si tuviera
amigas cir cun stanci al es, niñas r
vivían en un iCas que
niños que C o nvivíam la boca llena de saliva, planeando qué andrajos me podría
en tonces os
, tres que había alq uilado poner. Ellas estaban felices por el juego y yo me dejé hacer
mi papa
om ésticacon . D ebía ser un día de l uvia ¢yp con tal de salir del embrollo, ni siquiera cuestioné qué clase
p q
y no sé por qué CO fl te Que mi de cobertura, qué clase de extranjería significaba ser provin—
f?Pí1 des aparecid a. Tam poco sé ciana; a mi mamá se la habían llevado con una salteña y un
de
mamá jujeño, ella misma se sentía más ligada a la Salta natal de su
dónd e había s acado padre que a Buenos Aires. Pero me habían dado una misión
la palabr a, del VeZ el s entid o
definitiva y eso encendía una luz intermitente. Cuando me desperté
todo r astro de ell a, sus a migos
es fumad
SU áll to.
Cl , YLinadie ,
r opa,lalan ombr a Íl a. Dije lOs hijos de sus esa madrugada en que mi casa parecía que iba aderrumbarse
amigos,
C]11é fTl e lO pi dieran COnté mi
últim a n oche por los golpes que escuchaba, Susi, la joven que nos cuidaba
cuando mamá no estaba, me dijo al oído mientras me vol-
tirón m ienten luis amigas es cucha b an cos
vi endo algo que les vía a aplastar sobre la almohada: “Quedate quieta, cayó la
díl ba mucha el ceño fru ncid o
y la nari z arru cana. El Negro está herido, tu mami está bien, acordate que
lJáfl€Í o la Gorda se llama Porcel” Dónde más iba a estar si había
impresión, una r odilla termi né y US fri iré me i
h il Íá dO, nadie se Sangrando o un
aplastad o sobre el m (j vía, nadie erasapo
ca -
caído la
asfalto. e ngo que decir que nunca fui a preguntar por ella a
primera en decir algo después de “ a cana”
ninguna cárcel?
te b rillo más grande, fue la ¿Tengo que perdonarme describiendo lo inescrutables
moda. que son los edificios penales ?
¿Tenía alguna importancia que haya sido otro y no yo
me h ubiera m andad o una quien haya encontrado a la única persona viva que podía
dad — Bueno,
aunqu e la pero
dud ai2quedó
lo mejor está o.
ti tiland en otro hablar de mi madre en su cautiverio ?
—No,
—A lO m ejor no p uede CᣠU — dij e con s eguri- Ahí estaba Cristina con su mirada de niña asustada, en
mano s obre mi h ombro. una mesa contra la pared en un bar de Avenida de Mayo,
altura lo único que casi dos décadas después de la primera búsqueda que no
la Suzuki 90 de concreté. Afuera había algún tipo de manifestación. Era la
A esa quería bla que vol
hablar de viéramos a primavera de 1996 y recuerdo haber cruzado entre los bom-
gustaba. Chico que me bos para llegar como quien camina a ciegas por un paisaje
conocido. Mi tía también tenía ojos de nena. Acumulaba
bien ? colillas con rouge en un cenicero y la voz le temblaba hasta
era esa ?
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]9áPá ÓÍ este encuentro era bién tenía chance, al menos de ver otra vez las plataformas
una especie de triunfo, podía
para decir hola. CalTl bá sonreía, de mi mamá, esas que no tenía edad para ponerme pero me
darme algo lTiÁs que esa postal probaba en secreto para saber cómo sería verme más alta.
que ya me había ofrecido: m ª Dl0ftla en una reunión con El entierro de Gastón Gonçalves padre iba a ser una zana-
sus
ojos
bé Za, color cielo, sentada en el fondo y
después de muchos ningún intf?f Cambio
horia puesta en la nariz de mi propia búsqueda: los gritos
quieta, tenía trás COSasperiodist a de presente, las banderas flameando bajo las puertas del ce-
guido que me toomaran en
en la ca -
el diario
años de tr abajar como menterio, los hijos cargando la urna como si fuera un bebé
leído; escaparme de y nosotros, los cientos que no habíamos podido enterrar a
que siempre había iba a poder volver. en los nuestros, abrazados y llorando como niños que ya no
una hora la redacció n era una
del Equipo Argentin y lo peor era que no éramos, poniendo en ese nicho lo que no teníamos pero nos
o de A ntropol o
lTl áS tenía que estar en la prestaban. Con todo eso en la cabeza apenas me daba cuenta
su p adre. Ellos $U f orense, para acom — de que ese día, en ese bar, estaba encontrando algo que no
r
que habían enecontrad
conocid o como her-
o el cuerpo de
había tenido hasta entonces: unos ojos que habían visto a
Ef 8 lina histori a ex tr aordinari a: mamá cuando mamá era un fantasma para mí. Necesitaba un
Gastón es m úsic o y tocab» en una bánd
a a la que Claudio poco de alcohol. Iba a pedirme una cerveza cuando Cristina
— entonces todaví a llevaba su nombre de adopción,
ahora me redujo a la edad en la que el alcohol está prohibido. Me
puso su madre — había ido
miró y un rayo negro le cruzó los ojos.
disco y pidió que le s eñal aran
eS Manuel, com o le —Te parecés a Marta, ¿no ?
a ver más de
una vez, tenía el —Yo soy Marta.
del EAAF, le contó quién era en á GaStón en
la tapa cuando Alejandr o Inch á La confusión fue un latigo de dos puntas, nos golpeó
urregui, t CÍ avía miembro
por igual. Ella se removió en su silla como sintiéndose acu-
ningún anuncio previo. El camino sada y a mí me abrazó el calor de la vergüenza por apropiar -
había sido asesinada a ese me del nombre que compartimos. Pero a la vez era cierto,
niño s up uestamen te sin identidad que su se
padre, de ahí a los de
SH lTl adre y por el lugar donde ella era verdad, había visto a mi madre. Y no la veía parecida a
lO d
a optaron de buena fe. Yo iba su hermana sino a mí que tenía casi la misma edad que ella
a escribir esa his toria, el periodis f?l1 la casa cuna
de San Nicolás hasta que mo cuando compartieron las catacumbas de Puente 12. Era lo
más espectacular que me había pasado en todos esos años.
re cuperados , igualsiemp re me había ser—
Unos meses antes de ese encuentro había viajado a Rosario,
des aparecid os, como si me p er tenecieran.
Iba otra vez guiada por Cambá, para conocer a un hombre que
im agen de un esquelet o C h amuscaQ Ue otro m ontón de
hijos e hijas de do en algunas también había estado en la Brigada Güemes, él recordaba el
clavo quirii rgi c o lfl t ilCto COf1 $U f
a guardar la lÚllTléFc › de serie nombre de mi mamá pero no a ella. A él, que no sabía, le
legible y que p usieron
partes, un al final de las tibias y pregunté y le pregunté y le pregunté. Le arranqué algunas
los peronés, con
unos mocasines anotaciones sueltas que guardo en un cuaderno: “Adelante
que lo imposible ” “ as mu ‘eres estaban en
(lll ede d es integrarla
se suela gastada
antes que los en vida y el cuero comido
restos y
por los años bajo tierra como la p rueba de entonces yo tam- el salón”, “tirado en el piso sentís el barro en los guardabarros,
se torturaba, atrás estaba el pozo , “las
la
el
o
grillos, ramitas, te arrastran por el piso atado de verdad, enterez a. M í2 l e s después, o rdenand
uno que va a pensar ¡querés seguir!” , “más allá de la tortura número tratando de comproba r si era
turbó, C1d
éramos bichos, hasta me llegó a parecer que era parte de la
del “ holt" me
de un amigo ll illTlá do Cristian . MM atend ió ella y la C8dt?1l
lucha”. Y en un destacado: “La maceración”, remarcado por
eso p udiera consegui r dije mi n ombre de pila como si con
mi mano con líneas onduladas entendiendo en es« palabra una reacción del otro l « do. Se hizo un
casi poética cómo lo duro puede volverse blando, materia algo en
cortó, las dos reconOC ÍáltlOScortamos
silencio pero ninguna habrá re —
sin nombre. A Cristina, en cambio, apenas pude indagarla. su voz, eua, no sé qué nota que
ellido. Al Ílflíl l
Tenía unos papeles aterrados a su pecho que yo esperaba conocido ella p orqu e no CÍ i) é mi ap
que desplegara pero ninguno hablaba de mi madre. Su voz borré el núme ro como SI
era tan débil que tenía que volcarme sobre la mesa para es— ya hab Íll servirm e. MiS es después
cucharla y eso la retraía aún más. Me contó sin respirar que o ¡ os de niña pero cla-
cuando empezó a hacer calor mamá cortó las mangas de su con ningún
polera y que hizo lo mismo por otras. Que entre ellas se su apellido: Cristina C om« ndé.
volvimos a e c
n ontrarn os. Por
cambiaban de ropa para tener la ilusión de que un día era
Después no supe cómo dar con ellil.
distinto de otro. Que a la polenta la dejaban enfriar para un largo p eríodo dé tiempo yo
dividirla en porciones exactas. resultó que era familiar de
— ¿La torturaron mucho? que trabajab an no q uería habl ílF.
escribí cO i1 lO 5 ( tOCOs
—A todos nos torturaban. una columna que silencio se CÍéÍlÍil
— ¢ Cómo era un día en el campo ? ag radeci ó a través
o currió p ensar que SU
— ¡¿Cómo?! En esos años se me mi III adre mientras
Otra vez había abierto la boca a destiempo. La pregunta a algo horrible que p udiera habe f hecho
era banal para ella, por la formulación parecía que estaba de p regunta r.
querer
por ansiosa, poranécdota
pidiendo detalles de un picnic. Quise corregirme pero era superado el objetivo. POR cobarde,
e ÍÍ a me q uería
tarde, Cristina se replegó y su voz se escondió en el fondo saber lo que a mÍ ITLé Í1TU ortaba y no lo que
de la garganta. Quise explicarme pero ella no quería contes- contar me tenía que q uedar con
tar, me había mostrado como una interlocutora insensible, era todo y eso era m ucho.
creo. La hora, de todos modos, había pasado y antes de me- crecía COmO
tabolizar lo que había encontrado ardía por ir a esa otra cita cotidian a en cautiver io y
donde la busqueda de un desaparecido había llegado a un dre: vital, coqueta, creativa.
resultado tangible: un cuerpo. Cambá fue el más incómodo
en cl vaivén de
con la abrupta despedida. Las demás cambiamos teléfonos
siemp re fuf:
para volver aencontrarnos con alivio. Mi tía se fió de que
la ilusión
yo anotaba pero lo hice mal, puse una entrada en mi agenda un destino. Buscado porque al
ue lo que ellos rescata il Of?
electrónica que decía “Cristiana”. Lm error menor si mi am- de que algo S t2 puede hacer. Porq
Lí1 primera vez que fui, hace
nesia no me protegiera tan bien de aquello que reblandece la so mbra es algo concreto.
ll flá Vida atrás , se
de buscar fotos de s »
f211 las que sonriera. Bltl go, dije — Si querés ir, andá, pero de las partes blandas no queda
retiré con la tarea yo, la son — nada.
dentadura, fotos — Le limaron el hueso, estoy segura.
risa de TIll lTlillTl á es especial,
CO ITIO lstils de esquí y la obl i gaban
a —Aunque así fuera, no queda nada, no vamos a encon-
dientes
el labio superior pudiera d éSC é nder y que trar esas marcas.
sobre ellos.
habían operado el tiemp o para hu medecerlo s —Yo la voy a buscar y te la traigo, vos después te fijás.
dé SU Venda y Maco (Somigliana) no me contradijo. De todos modos,
yo nunca fui al hospital de Lanús.
t Fanspiraci ón
y a mí irguiéndos e en sobre las Mis últimas visitas a la oficina de Once —una de las po-
bltlfl C 8S , SUS esfuerzos la cama,
por
OSO j fl S Í3é Só a mi h ermano azulejos verdedisfraz ar el tono gaa-
cas en las que todavía se puede fumar y, según las circunstan-
cias, hasta tomar un whisky — , tan poco tiempo atrás de esa
dibujaba a través del v endaje.
los pringos o agua, ignoran te tarde de fin de septiembre en una ciudad industrial del país
CU la m ancha s angre que se me llevó á SH lítÜ oratori o, él
era bi oquímicde
o vasco que podía reconocer el número del EAAF con sólo
D espués de la visita mi abuelo mirarlo en la pantalla de mi celular, habían sido airadas. Me
y trabajaba con había enterado y no por ellos de que habían identificado a la
pital de Lanús que lleva compañera que se llevaron de mi casa de Moreno junto con
á á Compañar lo de tanto en mi mamá. Llamé por teléfono para confirmarlo y me invita-
de un golpe tanto, a
contra la mes ad
rosados me hicieran oc squilla s en la« ron a ir. Antes de que pudiera sentarme, Patricia Bernardi me
ITIRIIO y a no q uejarm e cuando
l lto de sang re cruzand o lOs bigotitos . dijo que las identificaciones eran dos. El corazón empezó a
de m ármol, ilseco y certero, los dejabanPe‹o f2Sf? día atraves é
escupir sangre entre mis costillas como si yo pesara 80 kilos.
uminados por el sol con elinermes con un hi -
C Ofll primid o; (qué le habían h é Cho —¿Cómo dos ? ¿A quién más identificaron ?
los p asillos a mi mamá?
— Al Negro Arroyo.
el corazón
morro fru ncido y
bien e iba Era el novio de mi mamá. El que estuvo tirado boca
La estaban
necesar io hi1C curando measí
t?Pl f? CÍ oler habían dicho, pronto se ibil a poner abajo en nuestro living junto con ella en un charco de sangre
a respirar mejor,
PC! tO ITt? S Sl llo a los golpes ? ya lo liebre entendid o. Pero que nadie sabe de quién era. Se habían llevado a tres y ha—
A nadie en A ntropól ogos le bían aparecido dos. ¿Cómo podía ser? La increpé a Patricia
como si fuera su culpa que no hubiera nada para contarme
interes
de
mi v ieja. Yo ni siquiera R£á lTlá dfe, debía d emasiado
ó ser milos
efe‹t o de mi madre.
de alguno
ir al hos pital de Laniis para rastrear la el final de 80, — Si tengo que contestarte si identificamos a tu mami,
en de esos im historia clínica
del de- tengo que decirte “ni”
pulsos e s(1 asmódi cos y furioso HO estaban No tuve tiempo de pensar qué quería decir ese “ni”, no
dis ponibl es las por ADN
Sf!o CL Saber de los primeros tiempos
taba, sobre todo, eis ; entonces llegaba a tomar conciencia de que los huesos de mi madre
iden tificacion es y los dient és habían
y lo que impor- tal vez estuvieran en la misma oficina en la que yo despotri—
fá StTOs de fracturas lo que los huesos caba pero les faltaban pruebas para cambiar la clave que los
sufrid o en vida: p rótesis, Clá vos quirúrgic os, identificaba por un nombre. Me fui de ahí solamente porque

25
24
CÍé lTl;Í s parient es
había que co lectar me entregara la primera vez que estuvimos juntas, desnudas
Lo ideal en que h ubiera p y cansadas, en una cama. “Te lo cuento ahora, así ya está”,
e fijos . Mis adres,
sep arad os
por muertos; quedab an me dijo y mientras la escuchaba la imaginé sentadita sobre el
mis tres h er man os
CÍ e otros capot de un jeep de guerra mirando las fotos que le mostra—
cientos o mile
distanci a — , mi tío y ban y señalando con su dedito a papá, a mamá, al tío cual, a
mi tía. D urante y Otfa vez el E AAF.
rec olecció n de goon la tía tal. Es ridículo lo del jeep, los grupos de tareas no usa—
rojas sobre tía bajo, quería
volví una estar
ban ese tipo de vehículos por muy militares que fueran, pero
íiI h tí Cer en trevis ta s,
áC t2£ camien to querí a ver su esa mínima deformación de la imagen me dejaba al margen
Elegía • Ramón Sijé,
“And o s obre de esta nueva era de de cierta familiaridad con la escena. Y de alguna manera me
sin c onsuel o/ tenía que salvar de ponerme a dar golpes de puño sobre la
B otellas FaStrojos de d ifuntos , / y sin calor de nadie cama, de llorar a los gritos por lo que nos hicieron; no estaba
A Íbertin a y VOy CÍ e mi c orazó n a mis asuntos”. C! SOS ías entre
bien para una primera escena de amor. De todos modos, lo
C áfÍo ab an en c orrier on en Her nánd ez es— que me salvó no fue eso sino haber creído que ella era otra
lOS ausentes. letras de Miguel cineasta, también hija de desaparecidos, con una película
de b esar las sobre su padre en su haber. Nos reímos a carcajadas por la
tas eábam os juntas con
hacer un do c umenNada nos parecía
confusiLosnR. Yo s, había visto ninguna película de Albertina,
ubiono
tal, apenas sabía que era directora y guionista. Ni siquiera había
inv estiga ci ó n, juntas
más am oroso que CÍ
el guión. visto que no es sobre sus padres sino sobre ella
eSenterrar h uesos con misma creciendo en ausencia. No había escuchado ese grito
ceI desp lazando la tierra que los que ap a‹e ZC il II hueco
ha Ü ía abrí de dolor y bronca que ella puso en escena y que yo nunca
suelo de sCP nadie, dientes que s ob reviv en
pude emitir. Un aullido que reclama y demanda por qué, por
cavid ad sin nariz, los j P OdF ía alguna
a todo en los que es posible esa cam p era de qué ellos eligieron su vida, por qué nos abandonaron. No
teÍ a cub rm las c ostillas ?
Re c onocerse. puedo más que usar el plural, aunque sea un error, aunque
(P Odría íÍ Í l t? Vab a p uesto
yo no pueda enojarme con mi mamá por haber vivido en
ba s egura de q sus cortos 35 al menos intensamente dos vidas. Lina no deja
la u ltim a noche›
de ser quien es porque tiene hijos. Y eso es algo que todavía
La m añana se c obrab a éfl resac a
h ermanos de
turna. Alb ertin a creo les debemos a ellos.
$ re. Su linaje puro La idea del documental sostuvo nuestras conversaciones
desde los t‹ por un tiempo, para mí pensar en audiovisual era un modo
f?S t?f1 r ealid ad de hija es ma s que de saldar mi ansiedad de ver. Porque era eso lo que yo que-
más firme que tiene de ellos ría, ver. ¿Ver qué? A los desaparecidos, qué más, qué magia
El CÍ e Su p ropi o cuer O tensánd
zarlos, es esa ar ruguit a que se le o pedir upa.
ose p ara alcan- mayor que esa. Yo iba aAntropólogos y me sentaba con
en
le vantaba frag mentos la nuca cuand o Patricia en la mesa de reuniones, le preguntaba sobre su tra—
Y el dta del se- bajo, chusmeaba sus archivos para saber a quién más habían
que le pedí que identificado pero no eran datos en una pantalla lo que quería.

27
uiénes S í?FÍi1T1 ,
del adiós que
— Quiero ver —insistía. para siem pre con la intriga
de q
— Yo te muestro, pero no hay nada para ver — me as que nunca tu ve y
unas herman
dijo un día y me abrió la puerta de otra oficina, casi por
« l«s mellizasé elT
Fue desd esa tarde ell If Ú que empecé a hacerl es lugar
la sequeda d dí2l muerto a11t i2 S d í2 sentir
cansancio. Había ahí decenas de cajas de cartón, algunas mi biograf ía. Haber
todavía con las marcas de su función anterior albergando ía que p re sent ars e
frutas y hortalizas, todas rubricadas con marcador negro me buscab a p ara
con una serie de letras y números que no me decían nada. uien q ue t t2Tl
elliCÍCl
Material de investigación, series cifradas, objetos que jun- nomb re y ap
qué ahora, por qué con
tanpolvo, polvo sobre polvo sin sus deudos, su comuni— Gorda y al Negro
dad, su historia.
ellos a mí . QUE esa u rg enCi íl. Por
hubier an
Patricia me recibió cada vez con la misma paciencia, me había n expliC ád o)
cada con cret o, ya
no q uerí a d é C Í£ un
istinto, mi m adre b Íe ll
en un Cem enteri o d
convocó para que escribiera cuando tubo una identificación
que los familiares querían hacer pública, me contó historias
como quien recita algo sin interés para cualquiera que no podría e star en
cráneo$
Ar royo.
la inhumaci ón de Í Negro
fuera ella o a lo mejor para entretenerme de una espera que
se iba a tomar dos años más. Me contó por ejemplo de la e
vez en que les robaron dos cráneos y una radio (¿ o sería un Traté de no ilus iona rm e riodist a, que-
radio?) en el cementerio de Avellaneda, ahí donde encontra— e nc ontr ild Cl íL alguie n q ue
ron al Negro Arroyo. Y de ese sector al que llaman kinder - ilustre, qué se yo, R odolfo
anunciar , un c uerpo
garten “porque había abortos o recién nacidos”. C arri, que tiene libros
cluso mi suegro, Robert o
Eri algún cementerio que desconozco, en la misma zona, b ibliote cas y hasta un aula
deben yacer mis dos hermanas mujeres, María Mercedes y con su norilb £é . H ubier a sido una
se había
María Dolores. No sé en qué rincón de la mente guardo sus ero no era la que yo quería. A lbertina
nombres. Murieron en el parto después de un embarazo a o rg aniza r
término, ahorcadas por vueltas del cordón. Ellas fueron mi la llama-
subid o a tocar todo lo que ara pedí por
con el m úsico anfitrió n p
primera ceremonia y mi primera opormnidad perdida, recuer-
do la desazón en los dos partos que siguieron, cuando desde da que nO y ya es cucha b a el sonido r
egular CÍé da gusto
el sanatorio llegaba la llamada anunciando otro varón y otro uestr oe$destino
nMaco, i
más. Me hubiera gustado verlas aunque sea muertitas, o los uien siemp re
ant ropól og o $1 Cantó n a q
cajones en los que las enterraron, juntas como habían estado esp
ver p orque s ab l? an siedad de q
en la panza, una panza tan grande que mi hermano Santiago las eranza lOC i1 de ellCo ntrar a los suyos y la m ayor parte de
y yo apenas entrábamos en el mismo ascensor que mi mamá. que p ara de
que quien
Él escom plet a.
Pero no era un evento del que pudiera participar, me dejaron que e n cont rar huesos hay
re c onSt FUlf' la historia rio llegué a es cuch ar
su voz porque la comunicación se cortó: me había quedado
sin crédito. Usé el teléfono de Albertina ya temblando; la
adversidad era una premonición. Logré comunicarme:
— Hola, estoy en España, me dijeron que me estaban
buscando.
— Ah... en España, perdoname, no sabía. Bueno, si que-
rés dame un teléfono que te llamo. O hablamos « la vuelta,
¿cuándo volvés ? ¿Qué h abía ll
—Estoy en la calle, Maco, ¿qué pasó ?
— No, bueno, mirá, por qué no buscás un teléfono y los quería. Quería SU
hablamos tranquilos. qué q uería yo sus frente a la evi-
ecé a hablar m ás tarde,
— No, no, no puedo. ¿Hay novedades ? rillos i gual í2 $ él Í O5
dencia de uno s cuantos p
— Sí. q ue se enhebran con alamb re y
El crédito había vuelto a acabarse. La cara se me arrugó de cu alquie ra. Iguale S a esos biologíh .
manipul an CO ITI O utilería en un aula d i2
como un papel viejo muchas veces estrujado, ninguna ex— los alumnos marfil que d eS Tltl d áTl US aves
presión atinaba a emerger de esa contracción de mi gesto, la squirlas de una v va
ab ierta. Ah Í
que fuera tenía que abrirse paso entre un enjambre de tiempo de queda cu and Cl todo lo que
y espacio, eventos y creencias, hilos de amor y dolor que a f ondo, ¢ sigue aC O 1Tl [IiIÍÍiIT1 d O d teenido, la

habían cristalizado y eran como de piedra. Albertina cerró en el cuerp
hi nchaz ó n bol › a de huesos,
despacio la puerta del auto para que F'urio destrozara todo ir y ve ll iF de los últimos Í11 SC!rC1OS.
a, el
lo que quería sin riesgo. “La encontraron”, le dije y la risa de la fauna cad avéric ni un dolo que
Después› Como si fueran
fluyó primero, apenas un segundo antes de la convulsión del s o stene r,
scarnad o s sin nada que
llanto. Nos abrazamos. Los sonidos que llegaban desde el o.
si me débí e i an un abraz
auto, ese presente urgente, se amortiguaron. En el hombro de o. Los quería.
b uscado, lO› había es perad
mi esposa, en el hueco de su cuello me dejé ir por el túnel del
tiempo. Escuché su risa y su llanto como si ella también fuera
una niña. Lm impulso viejo me hizo tocarle la nuca para sentir
los pliegues de su cuello, las plataformas de las que nunca me
bajo me hacen unos centímetros más alta que ella. Escuché,
como si fuera algún modo de consuelo, que habíamos llegado:
estábamos en la exacta esquina de la casa del músico que nos
había convocado a Irú n, justo frente a esa plaza negra y seca
que tenía en el centro una estrella roja pintada en el piso. Ahí
empecé a enterrar a mi madre y a sus sueños rojos. A la fugaz 31
estrella de su vida y a la omnipresente estela de su ausencia.

30
— ¿Esto pasó ahora?
— Sí, ahora, hace diez minutos.
— Pf!£ ° í Cómo ahora?
— Ahora, me acaban de llamar, no tengo más detalles
porque se cortó la comunicación.
— Pero... no entiendo.
Fermín, nuestro anfitrión en Irún no terminaba de com-
prender de qué le hablábamos. ¿Cómo hacerlo ? Él conocía
la historia de nuestro país, sabía que existían desaparecidos,
había tocado más de una vez con una música que también
tenía el padre desaparecido. Lo que no podía entender era
mi temblor. Lo que sabía no le alcanzaba para explicar el
tamaño de nuestra conmoción.
— ¡Qué increíble! Ustedes están con auto, ¿no ? Porque
se me había ocurrido que podía llevarlas a un lugar que me
encanta, es de verdad muy bonito...
Al fin y al cabo se trataba de un cadáver, un cadáver que
era tal desde hacía más de treinta años. Así que nos llevó de
paseo sin que yo pudiera oponer mi necesidad de un teléfono
para poder terminar la conversación con Maco, entre otras
conversaciones posibles para afianzar la noticia.
Arrebujada en el asiento de atrás, rodeando a Furio con
mis brazos para darle la ilusión de que estaba a upa y no atado
a su silla, me dejé llevar a la playa, al sitio favorito de Fermín.
La ciudad se fue diluyendo en un camino sinuoso, rodeado de
verde, con la franja azul del Atlántico Norte a mi izquierda.
de
frag mentos de Llegamos y estacionamos, del otro lado de la calle me
el rep iISO CU la d iscusi ó n
San Se bastiá CL los j urad os en tentaron una decena de barcitos con mesas al aire libre.
lu C Onv ersaci ón: lTi os en nuestro viaje
Podría haberme sentado en alguno y beber sin rendirme,
de c ornisa, los
n, la noche en que nos perdi no creo que se hubiera apagado la sed. Le dimos la espal-
recien te en un camin o da a Francia, donde estaban los bares, y caminamos hacia
H O£ln al entre dos
un evento y aho‹ a España. Estábamos en el borde, nos explicó Fermín, y me
pañales person as aprens
qué habían
revisé sentí cómoda, algo del afuera por fin hablaba de mí.
partid o nariz, con la des com--
ión escato Entre escombros — entre restos — trepamos a lo que
de Furio con la quedaba de un fuerte de 1700 o tal vez anterior, no soy muy
Un a CO, pero en épocas
Mi SOÍíadem eter el dedo
S éQLl ra antes
ducha en fuertes y apenas si pude retener algo de su historia.
También fl OS limpiab a la c am biam os. Me acomodé entre las almenas como una heroína romántica
de p añales en su saliva de cara al océano. El último verano, en Uruguay, ahí donde
]9áFá d espu és refregarn os US lTláf lChas visibles.
había recibido el anuncio del casamiento secreto de mi hija,
ilhor a p odrí a ree ncontr ar ahí donde el viento le cobra al Cabo Polonio la audacia de
C! COf1 ál lJlTil de sus
meterse en el mar llevándose todo lo que crece unos cen-
JaÍ vez
tímetros por arriba del suelo, había observado los cuerpos
fa langes.
exangües de los lobos marinos que se pierden de su manada
a pesar de y de las vacas que llegan desde quién sabe dónde y vienen
é QUe m irarl o para c dé bÍfi h abers e
ontes ta rle a A lbertin a a morir en la playa como viejas cansadas que se entregan
que loa tenía
maner de ap retaCÍ o entre los pero al sol. Cuerpos enormes que se corrompen impúdicos a la
traer
dado
lO cuentaó. de la du r mevela de n uestro
consigui intemperie, a veces los arrastran lejos atados con cadenas a
hijo era una
lil Ven tanil la, en b usc a de nte, camiones sin poder llevarse del todo el hedor de la corrup-
una al teració n, un ción. Un mes es suficiente para saber qué pronto se pasa de
QO Que r ep l icara ojos por el horiz o
amás
em allá de por la que iba esa hinchazón repulsiva del principio a la aparición de los
tinte
de color,
‹Y poral qué tenía que p e rder
ésa m ínima fisur a
me ?
huesos, después el mineral se funde rápido con su medio, la
¿Qué ha bía C am biad o ? arena lo lame, lo acaricia, lo envuelve, lo traga; eso es todo.
El Lo había visto, lo había registrado en mi cuaderno.
nos, la Era una hora perfecta para estar a la orilla del mar, los rayos
eÍ mis piel de del sol se desintegraban en la espuma de las olas que rompían
em pezab a a sobre las rocas y el murallón del fuerte, su sonido regular me
h :lÜía acom pañado eximía de tener que usar palabras. Sólo tenía de frente la in -
las últimas s e ce-
había s ucedi
á Sa ber do mensidad, el agua y el cielo, azul sobre azul; el mundo entero y
ha Üía p erse guido tanto f i algo que
nalme nte a la vez, nada. Miré hacia abajo. ¿Y en el agua? ¿Cuánto tarda
em peza ba
era una con O la otra. un cuerpo en descomponerse en el agua? ¿Durante cuánto
lo que se
5 6 bía qué tiempo conservaría la conciencia de que voy a morir si cayera?
34
sup ues to que p
n
no habí a línea, odín us arlo, sólo q ue en nuestra hab itació
Lm respingo de vértigo tirando de mi vientre me obligó a dar—
me vuelta. Furio corría entre peligros menores seguido de cerca l1 ganas de irse a ÍíI
insult a de extrañ os CO con
por su otra madre que cada tanto me miraba, me chequeaba, A ntr opól og o S con tan do
buscaba el eco de éguna emoción conocida. Por más que hur- cama. M arqu é el
mi favor. a p ode f
gara le iba a ser difícil definir una. Sonrió conmigo, sin entender diferenci a hor aria a al que tenía q
cina, con p remu ra le dicté el
número u» dígi -
del todo, cuando la mueca dejó todos mis dientes desnudos. antema no porqu e sup rté. Mi éTlt fílS
Detrás de mi familia, al otro lado de la bahía, amarillo por el ente
sol poniente, un cementerio. Bajaba desde un monte hacia la com unica rse, que seguram CO es pera b a
era la mÍiI .
playa hundiendo en la arena el vértice invertido de un triángu- ue
m e di cuánto de q
lo. Nunca había visto un cementerio en la playa. Dos médanos que el teléfono sonara
lo q ue q uer Ííl M • co, ¿ qué se sup
dorados lo flanqueaban, le entregaban su sombra, la vegetación mamá?
se encrespaba entre las lápidas y cruces blancas, de lejos parecía que p regun tat, quince
a mam á?
posible enredar ahí mis dedos. Era un pubis. Y era el día en que dí× ç y te digo.
—Enq po —
mi madre había aparecido. lvía la única conversaci ón
As í emp diez y
con mi papá.
la regun estoyfíL
Siemp re que fo rmul o p
Esa noche comimos en casa de Fermín, con sus dos vereda, i2Í ii›o s• ico de Llfl
del auto, III
hijos y su pareja, unas tapas compradas por ahí. Tengo un D espués dejémé dico, lTl lS mocasi nes del co legl Cl nue-
recuerdo incómodo de esa cena, la sensación de haber caído co nsulto rio iD³
de p regunt ar. A dí«s.
aiií como paracaidistas en una casa donde los niños tenían
que ir al colegio al día siguiente mientras yo deseaba que juntar coraj e y
era im posib l e. J iL1T1Á S
el mundo se detuviera para poder digerir una noticia que al manaq ue, nO ITL iré la ff2 Ch« . Creo que
todavía no se había transformado en nada. Ni siquiera ha- odia p regu lltílF
nunca le creí déÍ entera? Viva o muerta
bía retomar
podido de
kilómetros mi conversación
distancia. En la sobremesa volvícon
trunca Maco, con
a relajar no ¿dónde está? o ¡ está
“sí” mu sitado a catorce mil
palabras insuficientes el hallazgo del que todavía no sabía no eran p alabr as que yo p estab a
eso no tení an
nada para nuestra anfitriona, una mujer a la que acababa de imag inac ión . O $í, por
conocer y que apenas pudo decir algo más que “qué tremen- estíb D esp ués de que
do”. Necesitaba estar sola con Albertina, necesitaba volar a de hacer como SI hubie ra p asad o
Buenos Aires, metabolizar las “novedades” para las que me secuestr o, es cierto.
cuart o CÍ O Tld é
habían dado el sí. Ya nos íbamos al cuarto que nos habían pap á entró al ac orda iilCl
a lorar. Los cuatro nOS
asignado, por suerte separado de la casa, cuando Albertina en unatlép are d y se puso
preguntó por mí si podía usar el teléfono, pagaríamos la creo Q sólo de a cuerda n de eso;
doliero n sentim os su alma qu ebrars e CO ITLO LLl1 palo, q ue ilOS
llamada, era sólo para pedir que nos la devolvieran. Por
las astilla que volaro n
37

-
herma no
diez . L íLS lTl elÍizas y mi
compungidos y abrazados hasta el tren. Y ya no volvimos a lir cinco,
A ndrés, a p unto df? cump fue
llorar juntos nunca más. Hasta que aparecieron los huesos.
uatro, ac uerd o de quién
Tupac,
A Maco sí iba apreguntarle si mi mamá estaba entera. Ya Fidel y JUa lT , c
sabía suficiente de identificaciones como para estar advertí- que apoy ó
uiera dé
da. Había escrito, por ejemplo, sobre la inhumación de los que cubre an torch as
S sobre
de B uenoS AÍ f é •
restos de Tilo Wenner, poeta, periodista, imprentero, anar- las pa lm t2 ra en cua Íq
frutos , a‹• ñas y telas de arañ a que 1 () t1I1é f1
quista; manco de su brazo izquierdo. Había sido hallado en Es una
lo$ COIT
cortez a, ho ; as y
la misma fosa que el padre de Gastón y Manuel, aquel que cla ndesti na. La apagarf
ió cO 1Y1
se p renderació n en Ci1 den « que se or-
todo. era de noch e y
enterramos en 1996, pero hasta que no estuvieron disponi-
bles los análisis genéticos no hubo certeza sobre su iden— No sé
nsa que éramos.
tidad. Ni siquiera la ausencia de una extremidad completa
wang
si es tab ílfl 1C1
me
había servido para saber quién era cuando reconocieron a ratab á
ii unqu e y o trisas.
ganizó
Tupac no quería habla r
de huesos.
acuerd o de las A Íi1
Gastón padre, en 1976 los cuerpos habían sido cubiertos con hacia allí , él me e quivaba.
neumáticos y quemados a 300 metros del río Luján, recién de l evar l á CO IlVt2 eligier a BT-
distaf 1C› a me p arecrs e
cuando se apagó la columna de llamas fueron metidos en n
ació la vida . S f? reía con m is histori as df?
bolsas y enterrados; ya entonces debían faltar algunas partes com ple ta ÍíL Q dJ1 CO 11
ó de q ue yo le h fiC
calcinadas. Todo lo que puso su hermano en un nicho del cuand o él memor ia de acord
clarse e fL y la b arquit os dé j9 an
manteca azúcar,
cementerio de la Chacarita en la primavera de 2009 pesaba era niño y Se
800 gramos. Me dio un p OCO o dé lTll
a una jauría. Me acuerd
Y estaba la Gorda, Gladys del Valle Porcel, esperando diez dándo le la merien CÍíl 1 a11 CO J
tarl to (
malhum o r y de repart ir sobre
su sepultura porque aún no sabía cuánto de ella se podría
es un mal re cuerd o, supong o que
inhumar. mano larga. Pero no Ínt2 táfl ab urrid o,
v Íno después
Cuando estuvo Tupac en Buenos Aires, uno de los hijos todo p or c on tras te. LO que
d 1SC1 (1 linado, tan silenci
os
de Gladys, fui yo la que lo acompañé a la oficina de Once. tan
Estuvimos sentados ahí largamente, esa noche hasta toma- Maco cabo
que se US h is toria s,
mos un vino que él había traído de Salta, su provincia. Nos habl ar a los
contó de su candidatura a legislador, del problema que sig- son como
los íamil Íáf t?S para que puertos y con—
nificaba eso para enterrar a su madre como él quería y que desh il v anada s, es
sus r elato s US hi stor ias es cuches, para
no fuera utilizada políticamente. Se acordó de cuando era
niño y convivíamos todos en la casa de Moreno, nuestras que quieran
su norflb f í?.
madres, mis tres hermanos y yo, Tupac y su hermano Fidel. qu edab íl materia l -
lógico ahí, cerca de nosotros , Io que
A veces nos visitaban las mellizas Arroyo, Sofía y Eva; por
Pero me $UÍ S UI
ejemplo, cuando jugamos a los indios con cañas de bamb ú edid Cl , todav ía es taban
como lanzas y antorchas de papel robado de esa pila junto Tupac ni siquier a la había p
asigna fl-
a la máquina donde se plastificaban documentos falsos. Yo do huesos a $11 US
queleto q ue había q
38
M arina p OCO
h«s ta J uj uy,
otros, todos metidos en la misma bolsa negra después de padre via j ara n
haber sido exhumados con una pala mecánica en 1984 de un fin in huIT l ádO •
lateral del cementerio de San Martín y vueltos a inhumar dos o, por qué no? y
años después en el mismo lugar sin que se lograra ninguna Me ilusio né, lTLf! sentía con derech ‹ julio
identificación hasta que en 2006 los recuperó el EAAE. morocho de cachet e
El cuerpo del Negro Arroyo, su esqueleto desenterra - pr egu lltá do que se
jodón y un t«nto g roser o
do en el cementerio de Avellaneda, estaba completo; hasta re dondos y ara ho -
y despu és Se olía los dedos p
tenía las falanges. Entre ellas Marina, la menor de sus tres hurg« ba mi c
lada, en de líI Cera una enam ora da, en cand i-
hijas, enredó un mechón de su pelo para sentir la caricia rror de US emujeres
P orqu no, porque
que nunca había tenido. Yo no sabía que existía esa niña derech o. riv ada y sólo US
cuando nació, cuatro meses antes de que su padre fuera se-
cuestrado de mi casa. Para mí, él era el novio de mi mamá, Me contar on
no sé si me hubiera gustado saber que tenía otra familia tendi ó a su
tan incipiente en paralelo. Cuando yo tenía dieciocho y ‘upa”, que
su de su p adre.
Marina todavía vivía en España tuve un instante de confu- com pa rar
al coraz ón — 1Tlí2 dijo.
sión parecido a la locura cuando alguien me habló de una — Le llegarí a todo él cupo e L1 Ll 11 bolso de m ano,
a5í
nena de ocho hija del Negro Arroyo, pero ¿cómo ? , ¿mamá Y sin em barg o, de un av ión. P atrici a
a su p rovinci a la cabina
estaba embarazada? ¿Tuvo una hija y no me enteré? Son se— lo llevaro n
tado ra; la devolv ió por
gundos. Menos que eso. Milésimas de segundo en que pre— B er nar di era la por sindica l do ll d é
guntas sin sentido se atropellan por esos túneles de silencio forma huma tl ít
que construye la desaparición, espacios que se abrieron por »oche p ara que
nita.a F idel, Lulu Gladys
el taladro de otros interrogantes nada inocentes, insidio - A n ! — le di; o
sofía cader a, hay c ráne o, ¡hay un montó
sos, dañinos como gusanos en las frutas de carozo, puestos —Hay
1s a enterra r a su P orcel, para insta t-
de los hijos dé
ahí desde el principio, a propósito. ¿Y si mi mamá estaba e num eraci ón de dos
en otro país ? ¿Sí tenía una vida nueva con una hijita nueva?
restos il na tómic os TIO es tuvie ra
imp líci to todo lo que nO h á-
Me gustaría saber qué expresión ocupa mi cara cuando esos con cret o, vivo.
pensamientos pasan y se van. Porque todavía ahora tengo los chicos esp areció,
flashes de locura; aunque es cierto que duran menos, no meses cuand o S í2 los lle-
ron ÍCI S
dejan de suceder. Como esa vez en que llegaba a un aero— la Gor da hom icidio que descub
rie
puerto y buscaba el cartelito con mi nombre que tendría el varon y segú
decía los n ueve.
chofer del remise que me iba a buscar. Justo al lado había ant ropó logo s
otro cartel que “Marta Taboada”. Retrocedí dos pa- ¿Y mamá? ella? Eso
era lo que o en HD tercer lugar?
sos como si me hubieran pegado en los dientes; pero ya te- Av ellanraeda
volvie l:i rle a
nía los huesos y recuperé rápido la cordura. No me quedé tenía que p regu nta
a ver quién era esa homónima de mi mami.
41
llos Aires, de Irú n, t?flt Pe iri is c osas en
rte s obre Iff1 Ífl CÍ den te cuando era chica y no quería separarme de ella. Por eso,
Olá tico entre
dipIo - en cuanto tuve la oportunidad, las palabras salieron de mi
de un pi loto f?f 1contr adO s en policí flíl
a
$
restos boca como guijarros que se empujan por una pendiente,
C! S ftI VI ero n Mal vi y que d urante J2
en un armari o de la años redondas:
de las islas. ES un —
mayo de pe — ¿Está la calavera? — pregunté como preguntando por
Un nuev o pedid “M alvin as:
(ION LOS restos la humanidad de esos restos que me esperaban en casa.
insist e en Ia repe tici deÍ
ón El ‹e ׋ -
"E$ Segun
— Sí, mujer, sí, quedate tranquila.
tFO j orge Taian a Reino Unid o a nte Íá A Estaba, igual que algunos de sus dientes, el muñón de
VO á)Zer en la ca rg entin a, una prótesis, la estúpida ilusión de que mi hija y yo también
minis ncillería
éfl C Ofl tf‘í1d OS a Jara co nvers ar tenemos una prótesis en el mismo lugar. Pero todo eso lo
fines
áÍ mis mo tiemp ¢i sabría más tarde.
C O Íncidi ero n en ] l
que es pera n ev ar con ex trema r Creo haber escuchado una risita del otro lado de la lí—
fin eserv a este
entre los fam iliares de nea. Pero no puede ser. En todo caso, la incomodidad frente
d es de si los caídos,
a la constatación de que el nudo de lo que me había dicho
el
(¡¿Sí?!) empezaba a desatarse. No pregunté más sobre la
que en un p eque ño
del “control materialidad de mi madre. A mÍs espaldas todavía tenía a
“Los r estos, la familia que nos alojaba en Irún y no me imaginaba qué
OlTl etid os a de una pi erna...” ,
podrían haber pensado de esa palabra, calavera, pronuncia—
fam iliar es.
da en su living una noche cualquiera para el ritmo de sus
rutinas, como si la calavera fuera algo que se pudiera perder
Con u nmoñ por ahí. Contagiada de una urgencia fuera de tiempo, quise
CO ITI O un p er ‹o, saber en cambio si podríamos enterrarla el 28 de octubre.
o en una ca‘ m «SCO f a‹. Era 30 de septiembre mientras hablábamos y ya quería
una Or q uí-
para poner la losa sobre su santo sepulcro. No sólo porque el 28
( ICf Fía al canz ar C Otejar el AD N era el aniversario del secuestro, o menos por eso que por—
(l f?F ten e ci ó ese pe íI ZO CÍ para
e p ierna. muerto s obre In que el 30 de octubre me casaba por primera vez y quería
entre la 5 famili as
tener el trámite cerrado, entrar a mi nueva vida sin lastre.
Q O CÍFÍa CÍ ecir que Como si fuera un trámite. “Ya ves de qué clase de suegra
(Per tene ci ó a un no
te salvaste — le escribiría a Albertina una amiga unos días
día. Por suerte, la enterramos recién el año siguiente. Por
(Pero podr ia después — , que se te aparece para el casorio.’ No
ahora tendríamos el cadáver ahí, rondando con No,sunosombra;
se
ev itarlt? S que sigan
d f? S C Ono cid o ? sóÍ o un fé mur a unqu porque a pesar de que llevaba la mayor parte de los últimos
e 35 años bajo tierra, su sombra era frondosa. Más ahora,
me im agina b a abrazad o tá f1 t á S veces
a la desenterrado, convocando a las ceremonias finales, los saldos

42 43
eÍ a nsiad o y me ntad (1
despedí d z. Y no es dueÍ o. En definitiv a,
In
de c uentas; y que yo tengo la ilusión de que algo cantó en ese momento
c hi spea menos de un ésa f ilt raci ón de
s egund o pero $ o que le dio la mano o alguna luz de esperanza frente a lo
Situaci ó n del ostien e
fa ntasía que que venía. No lo sé. No puedo saberlo.

i Qué habré soñado esa primera noche con el cuerpo de


mi madre aparecido? Me acuerdo de que nos dormimos muy
Tenía tarde, que compramos una botella de vino en un bar frente a la
AÍ berti na HH al ertó,
plaza de la estrella roja, me acuerdo del temblor de la voz de mi
do
hija cuando se lo conté, del eco de mi voz en su gemido inme-
diato, como si lo que le estuviera contando era que su abuela
había sido por que el c adáver de
había muerto en ese momento, a ella que ni siquiera conoció a
su m adre yo no le d ecía “ ca- su abuela. Es que la noticia tenía la capacidad de comprimir el
]Dí1Sea nd o os no creo ha ber en tiempo, como si se pudieran aplastar más de treinta años entre
contra‹J una frase
dos palmas, como a un mosquito. Por eso, ella no buscó a su
o ntraro n
reciente marido para compartir la noticia, necesitaba hablar
con alguna de sus amigas más antiguas, una que la conociera
S antiago me de chiquita, una que hubiera estado a su lado a medida que
qué b ueno”
CO ITIO un niño, con ella iba comprendiendo todo lo que había detrás de esa foto
Le tlJ Ve q ue p edir que
se o “ Ah, ampliada tantas veces como para que su abuela mirara de
Li ien. R ecién aht
en co nvu ls ion es.
frente, sola, recortada de un grupo. Por esa misma razón, yo
perros . Andrés
me de
llorar, como otra clase en
un s egund o si es tabíl con necesitaba hablar con mis hermanas: Raquel, Alba y Josefina.
niño, uno q ue no esti Son mis hermanas porque nos encontramos en H.I.J.O.S.'
llama do p ara en 1995, cuando creía que iba a morir en pocos años más.
n s erias, si yo á tan ah oga d o Tenía un diagnóstico de Vih positivo que no había cumplido
nas, I $1 e$a s perso- su primer aniversario y un recuento de CD4 que se acercaba
había n fusil ad o de frente
v peligrosamente a 100; y de 100 para abajo era sólo tiempo de
USerdad.
o de
dond e pegar on f? Sas par-
no es taba n. Las descuento. Entonces yo seguía una rigurosa dieta namrista, no
en una bol it ¢ aparte
y no eran había tenido sexo desde mi diagnóstico, apenas me animaba a
$ uaI que I tomar un vaso de vino de tanto en tanto y cada resfrío era una
Ia alarma. Entrar a H.I.J.O.S. arrasó con todo, en especial, arrasó
de eso habla fll ebas . A con el miedo. Antes de que pudiera pensarlo estaba embo -

e, un cur a o
1 Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el
CO ITI O SE Q uiera
Silencio.
en el c«ut Í verio
45
rrac liánd ome, C Og Í e ndo y Ca ntand
o; C Onsi

poco, vida, d urmiend o


d f?S conta ndo años
zand o Otra vez Ia búsqued de s il enci o, em pe-
a de sus rastros.
el p rime‹ ías tuve
a ab razarl a, º brazos
olor de mi cara, el
NO je triste des pertar
h abía estaCÍ O con ella me,
A hor 9t imera vez.
a, m
que fue J () sefinientr as regun to a
rec uer dan cómoa quien
in
la Ie CÍ ij ¢y Me despierto abrazada a mi hijo, enredados los dos,
Y eÍJ a p la no tici a. R aquel mell Co n-
CÍ ice piernas, brazos, su respiración constante sobre mi pecho,
tP ado a mj mamá. llamó y mi nariz sobre su pelo. Así dormía con mi hija mientras fue
ens Ó q ue lin ía
tU flq amá . Por ap arecí una niña; así crecimos las dos, entrelazadas. Mi maternidad
no hija segu nd o.” es cuerpo a cuerpo. El aliento de las mañanas, el sudor de las
Hijafue a
voycuer do de fue a cuer do q ue ftl e d ijo noches, sus babas en los bocados que no engullen, la sangre
años des pu és, “Ya
en las rodillas, los migas entre las sábanas, las lagañas, los
D C!S }D re n d er 8I Q o I nten to
eS, jus ta me n t e,
mocos, la sal de sus ojos; las cosquillas y las luchas. El len-
ap ropia rme de esos guaje del amor no se habla, se inscribe.
de una restos.
que O SO Íi re el Esa poesía material es la que aprendí de mi madre.
ntes para
P ClCÍ r ía
fiÍQLi ien
diga algo, que su v oz, ]¢›
ojos, su le’
si ngular: que la d eV Ll eÍ va. en d efi niti va y en
La il usió n
que hay algo
y no ni p regun -
Ser hij a c
no se apagu e si
uand o tu
Y resulta que rri e la
e ncima. ¿ qué
era eso ? fl Con jun to de liÍ l acli
tura, a qué as, rec uer dos ais l ad os, su
p arte de aI -
al canz ado y c uánto
faltab a me
junto a ropa que e ncontraron
35 fam iliar;
carla se ol vo q ue vueÍ ve
pasad o años bajo tiene.
46
Ya tenía una rutina para llegar a la cita. Sabía de lo
lento que se avanza por la avenida Pueyrredón hasta cru-
zar Rivadavia, del semáforo que me permitía doblar a la
izquierda, el estacionamiento sobre Hipólito Yrigoyen, las
dos cuadras que caminaría apurada entre el olor a frito y
carne cocida a la plancha, entre los bolsos de los transeuntes
que golpean en los hombros o la panza cuando no se llega
a esquivar el itinerario de los otros, entre las baldosas flojas
que escupen un resto de agua barrosa y obligan chapotear
dentro de tu propia sandalia. Ese de 2010 fue un octubre
lluvioso. La ansiedad latía en la espera de que el semáforo
habilitara el tránsito por la senda peatonal de Rivadavia pero
apenas llegada a la otra orilla de la avenida la mirada se me
enredó en las chucherías que se venden en la calle. De pron-
to me pareció urgente comprar un adminículo para la pileta
de la cocina, esa especie de colador que se pone en el desagüe
para que los restos de comida que el agua arrastra de los
platos no lleguen a tapar los caños. Albertina me tironeaba
di? lil fIláT1 . í AhO Pá tenía que ser? Sí, sí, el que teníamos se
había roto. Busqué un billete en mi cartera, había cualquier
cosa menos plata.
Albertina revisó sus bolsillos bufando, tendió el dine-
ro al vendedor pero no tenía cambio. Estaba empecinada,
quería ese repuesto, siempre tuve uno porque permite sacar
graciosamente los restos sin tocarlos y el que tenía estaba
roto, se soltaba, dejaba que todo se fuera por el caño. Mi

49
el entusiasmo, me pareció que la vida me reclamaba en otro
mujer me vio
CO 1T1 rar ibu a tónit a, apr ovechéVolví lado. Me iba a casar en veinte días y ni siquiera sabía lo que
a. para
tr iunfan te y co nseguí COntra el dor o›. Muy me iba a poner ni de dónde usamos a sacar la plata para la
tino p ero no p odí a gu ardar mi d es — fiesta, debería estar ocupándome del aquí y ahora.
ITlt2fltt? v er tigin os o, había más La rabia se hizo cenizas y se escurrió por el hueco del as-
apurar l o suficien te — censor en cuanto se abrió la puerta. Maco me ofreció sus bra-
la forma en que las m ujeres
C tlP teras so bre el agarran sus zos abiertos y yo me hundí en su continente como si recién
pecho, la mirad a b ll sco na entonces hubiera vuelto de algún lado. Vencida en su abrazo
ojos que a tlsban
Se espera en colas CÍ CI C Olectiv o que empecé a escuchar como familiares el crujido de los tablones
des or denad as, la rop a del piso, el arrastre de las sillas de metal sobre la madera, el
la calle vi drier as, In sonido del tránsito amortiguado por los vidrios, las voces de
gro que se los antropólogos, el sorbido del mate que no tomo, el aire que
CÍ a Q uien en lo
suyo y y con pies de se escapó del almohadón donde me desplomé.
buscando deses p lomo
C uaÍ qui er No tenía que hacer nada, lo que fuera vendría a mí.
mi l egad a a la p uerta de madera,
esta que evitar a VIII reflej o en Pusieron en mis manos el estudio 210718, “Investigación
sus
dad b ronc es lustra do , lo de marm para la identificación de restos óseos”, del Laboratorio de
ol Que ya
servían paraempeine
ÍOíll1 ahí y ni s iquier a s
al can zar con c omod i — Inmunogenética y Diagnóstico Molecular. Once páginas de
Es tiré los h ílsta Q ued ar bibliografía, datos estadísticos, códigos y procedimientos
por
con dos objetivos. “Objetivo 1: Reasociación intraesquetal.
a la voz
e ntré . Mi cuer O S abía m ejor deform ada lo cables y Se trata de determinar si los restos óseos codificados como
220219, 210736, 210738 y 210740 pertenecen al mismo indi-
pisos en el as cens or jaula,
tan fuera de tiem po viduo que la muestra 210718.
como el silenci o ab rupto en el p erdid o
palier del edificio, con In "Objetivo 2: Se trata de investigar si los restos óseos
mirada V lléÍ ta hacia dentro.
Mis h abían codificados como 210718 pertenecen a la madre biológica
toda
C uand o l egar a a la oficin de Marta Graciela Dillon, de Juan José Dillon y de Andrés
tÍ eÍ E AAF ? (Me entre ganan tranquilid ada
mi cajita feliz ndela huesos
don Üe recu — Ignacio Dillon; quien a su vez es hermana completa de
fIOr se m architó,
María Graciela Angélica Taboada.”
págin as poner una flor ? La El nombre de mi hermano Santiago faltaba entre noso-
no q ueda ni su olor
en las tros. Nunca dijo por qué no había donado sangre y ahora la
de ning ún l ibr
o; no tiene r esto para aCÍ Orn ar ausencia dolía tanto como ese llanto de niño entre el ladrido
ningun a tumba. ¿ Qué se creían
Ios Qtl e ITl e invi taban él hacer de sus perros que escuché cuando le di la noticia del hallaz-
el duelo ? “POr fin, p ¢9r fin V íl S él [9 o der hacer
go. Venían de muy lejos esos gemidos, habían atravesado
Qti e ex tirparm e la lT lelancolí a una tonelada de silencio y estaban envueltos en una madeja
com o
COn un trap o Ia de enojos que no tenía punta de donde tirar.
lágrim as ya perimi
das Í ( P oner me
rabiosa. Había perd ido
hasta mi cama mientras se escuchaba de fondo la descarga
métodos del tanque de agua. No me dijo una sola palabra, solamente
bien lo que h icieron
comparto los me arropó y me dio un beso. Me dormí sin saber que desde
LOS m ilitares y ÍC1 $ la mañana siguiente mi papá empezaría a ser un extranjero
métodos, CO IT1 () mojones
El l LlQ ar seguro en esa geografía familiar. Pero ahora que ella ya no estaba,
por el cual m overse.
ap rendi d o eÍ guión de papá había vuelto a instalarse en la casa con nosotros y su
niño )Z lOS tér min os qué,
necid o inal tera blés . Métodosmé. Mi
en p lural, métodos para
nueva esposa, había alfombrado los pisos, cambiado los
quiénes S On todos y quién es empapelados, hasta las tapas de la luz eran nuevas, elegan-
h ombre
grando t musita un “ NO tam Íi ién” tes, importadas. El olor del pegamento sintético que había
gO que IO q uiero. U a anteo’ cuando le enmascarado cualquier rastro de vidas pasadas todavía
desde QUE éSta Íi a en la pri-
lTláfla , tiene una tenden ci o. Antes ni siquier a quemaba en la nariz. Había arrasado con el perfume de jaz -
nos h abíam os d« C]Llf? St? C Onvirti ó en
su m iopía. S antiago mines, orines de gato y bolitas de paraísos explotadas entre
es condía comid a
CPO cuenta, tampoc o de los dedos que con los ojos cerrados me hubiera llevado a
un mi puerta. Yo también era la misma y era otra, los hombros
náusea cuand o cada vez más vueltos hacia delante, el pecho hundido, el
lo pelo quemado después de nueve horas de peluquería a las
Jl oco tiemp o deÍ se cuestro tuvo
una fractur a exp uesta C[1lé IO dejó que me había sometido la esposa de mi papá con la ilusión
en la cama casi un
OÍít Ílorar d esde lTll C Lláft o y no mes. Yo de un planchado permanente que duró dos días, la espalda
lo iba a s entarm e
SÍ Cuarto de los a su lado, apoyada en la baranda de madera de la escalera y ese tubo
ex tranj ero y mi en territor io negro de baquelita que traía sonidos pero ninguna voz
lTlálTlÁ ” , era una recom hil blar con ellos humana que pasara los deberes porque en la escuela nun-
de “lo de en dación m édica; si no me
regu ntab a n, TIO tenía que decir ca llegaba a anotarlos. Los chicos estaban en el cuarto de
Y así cr ecim os, íltFl il cli era d os Santiago que alguna vez había sido mío. No sé qué había
en huecos diferen tes
y yo, r odead os de o$ pocos pasado antes, a lo mejor habían retado a alguno de ellos,
o m uchos
na ufragi o en tierra seguramente a Andrés que era ruludo y rebelde, capaz de
di éram os co mpartir. contestar con rabia lo mismo que al resto nos paralizaba de
Una so Í a vez tengo CO ncien ci a de ha miedo. Los escuchaba cuchichear sin prestar atención hasta
b í‹ quebrad o el
límite. CCI es perab a que una frase me hizo ponerme de pie:
t8CÍ a en el p iso —Todo era mucho mejor cuando estaba mamá.
dorm itori os del p rime r piso. día Cuando entré estaban los tres abrazados, los dos más
1 lTlálTlíÍ, Esa era Ia
mi papá se ha Iría ido Un chicos eran un bulto bajo los brazos del mayor que los cu-
bría a pesar de su pierna inmóvil. Nada de lo que yo creía
pelear a mis padres por prim e —
ra vez, sus gritos nte d es que me había pasado a mí me dolió tanto como esa escena.
pertaro n y pude ver á lTl amá cruzar
íl somand o i Les mentí. Les dije que estaba segura de que iba a volver,
mpú dica la linea entre sus
I CI S mocos y las que no se preocuparan.
lá grima s con el ante-
f?Stíl b a CÍ espier t a y corrió
La escena termina ahí, no tiene continuidad, no sé si me
uní al abrazo, si me quedé al margen, por qué no compartí
nuestro p adre. LO SsuStUVO
cara
mi incertidumbre, en qué momento me había convertido en adquiere
vivido el dobl é dé
adulta cuando ni siquiera tenía la menstruación. En mi me- am orosame Tlte hasta que murió habiendo elli del dolo r que
moria Santiago está en la cama, Andrés vestido con un rea- tiempo que ma lTl á,
meluco de esos que tenían como marca la carita de un nene, sucede a tOdO ; más

Juan velaba sus ojos con sus inmensas pestañas infantiles. cause, un
desgarro en
Y yo no tengo lugar. Ellos no se acuerdan de esa escena, no Mam á apenas tuvo tiempo de curarse del
mi vie; o tuviera una amante
entiendo por qué si para mí es tan inolvidable. La sutura con a toesti ma que le causó que
su u
la que cosimos la herida que se abrió entre nosotros siempre zad « de Juan y que unOS meses
con la otra. Papá se pasó la
deja el surco expuesto, es como una dentellada de perro, hay despué s la dejara para irse a vivir azos y que no tuvo SéXO
que dejarla supurar hasta que seque y una cicatriz desprolija vida diCiend o que ella lo había no estuvo separado. Ef1
quede en su lugar. Todavía estamos en eso. Todavía se hu— cia y por eso Se refugi ó en otros brerdido en relación con i2Í
medece el lecho por el que circularon los humores de otros, hasta que testigos en su contra p ara
los conflictos que hicimos nuestros porque el mandato era un juicio justo lT11 p 3p á hubiera p de irse a la cama. Á quién
tomar partido, como si todo el tiempo nos estuvieran pre-
guntando: ¿A quién querés más, a mamá o a papá? esa diferenci a trivial sobre la hora
le importa ba eso más que a él.

e terran d o a lO s dos casi


— Al finaÍ LOS V álTlOS á terminar n
—A mí no se me tendría que haber caído un arma en a después de pasar las O DC H
la cabeza cuando tenía ocho años. ¿A vos te parece que eso me p reguntó q uién
páginas de la p ericia en islencio. Nadie mi vieja.
est J bien era el otro y no tuve que compartir el alivio de queque
un coxal mippadre
odría
— ¡Si se te hubiera caído un arma en la cabeza te la hu- ya no p udiera meterse en eI epitafio de naturalid ad de quien
biera partido! i Tí2 la partió? ¿Era de mamá? Porque, según eso; hay
— Igual, todavía falta para
vos, no te acordás de nada porque eras muy chico... Patricia con lí1
Estamos borrachos, cuando tenemos esas conversaciones amor deelquien sabe que es OS C daveres
íl
maneja cadáveres y el esperar coX ál Í
estamos borrachos. O mareados por lo no dicho. Explotan para que pue—
como p ústulas y nosotros las tratamos escarbando hasta que —no, no, sobre todo la resolució n
vemos qué querés hacer.
sangra con el pedazo de vidrio roto que nos quedó a cada uno. dan dispone r de lOS restos .Después judicia l
Yo quedé prendada de esa bóveda de luz sobre la línea
de tiempo que dejó la ausencia de mi madre, volviendo a
w e1e s ec›r para extraer
los hechos, las palabras, los gestos, los silencios de entonces
me habló Patricia de las
para siempre iluminados por la violenta siega de su cuerpo. El coxal es un hueso muy plano, HO cadera. Supong o que la
Lina cruzada solitaria llevando la voz de ella, la roz de ella
en mi memoria como estandarte.

54
—Algunos detalles pueden cambiar, pero pueden pasar
buen a volar d t2 tener q ue d escartar mil años y esa va a seguir siendo tu mamá.
acaricia a lo› hijos eii et canaí de El ADN, de eso hablaba Maco. Una macromolécula
p arto . Pero
blar COXaI no se s u lTl Ó al
inve n que forma parte de todas las células y es responsable de la
CáCÍ o: cinco p iezas tario de lo Ídentifi -
herencia genética. Dos cadenas de desoxirribonucleicos uni-
Eso era todo. das entre si por puentes de hidrógeno que sostienen juntas
a la Adenina con la Timina y a la Citosina con la Guanina.
Aníbal Troilo y Carlos Gardel, según la regla nemotécnica
La c uenta la hice d es
C O ll tarl os pués , en › e m () men toículas
no po día
de los estudiantes. Esa cadena que se va enroscando como
y si lo hacía a una hélice, dos metros de ella en cada microscópica célula;
bocetar para
S Li S pier nas
he ahí una de las hebras de la cuerda que nos ataba: ...“ la
de g acela; a
probabilidad de que la muestra 210718 pertenezca a la ma-
misma s pi ern as, si emp re
me lo dre biológica de Marta Graciela Dillon, de Juan José Dillon
ideales y de Andrés Ignacio Dillon, y a su vez hermana completa
de
de María Graciela Angélica Taboada es de 99,999999994% ”.
piernas.
—¿Y ese cuatro al final ?
y re cono ce n eÍ pers on
aj Maco expuso las palmas de sus manos y las volvió a unir
mamá
en un golpe que me pareció afectuoso. Era una pregunta
fémur, mucho d espu
és me di cuenta de ridícula y yo lo sabía. Con lo largo que es, él había perma-
el otro tambie necido parado, de a ratos se apoyaba sobre un escritorio
Q ara contar h uesos. para dejar suelta una pierna que se movía en péndulo. La
f ICI SÓIO re cono cía
Qllt ? eran p ocos, luz blanca del día llegaba por una ventana alta, debajo estaba
]Dí1Í os no p QLl e con esos
Patricia, sentada, ofreciendo su medio perfil con una son-
no tendria dó nde enredar tir oneab a cuand o In
dio, mí, pero no, naa ›s
risa apretada, a la espera, como si supiera que cada palabra
dicha en esa mañana era como una piedra tirada al abismo,
el sonido de la caída tardaría mucho en volver. He visto ese
op oner res istenc ia del date, , ›e × ;;
sentid o. Ni siquier a gesto otras veces, subraya lo que duele y a la vez alivia, se
podría ac arici ar
que la d es a rticul aro n conduele pero está preparado para abrirse a lo que vendrá.
perdid a, Un gesto de pasaje.
una escal irr em ediabÍ em e nte Albertina caminaba de un lado para el otro, como suele
c ostil las en trever «d hacerlo cuando piensa, cuando habla por teléfono, cuando
as, listas para hacer
de juguet e, alguna conversación narcótica nos hunde en el barro de nues-
te in ecan o sueltas, tras experiencias de la infancia. Yo ni la veía. Me había ido
p er did as; no
andar S áC íllls Cl AD N de se p ued e
cada derramando por la silla hasta quedar sobre ella como un plx-
[ I OCOS hllé s S abrían un no inclinado, los brazos bien cruzados sobre el pecho, todas

57
sé s Í IO
no había a ca ricia do. No
Su cr áne Cl ,
rqu e s
habré heCho dé niña po
suav eme nt e en la
mis arrugas expuestas en la contracción de la cara. Nosotras u ede Tl,
en una S OÍá
dos habíamos logrado llenar la habitación de humo. que se c ierra, e s crut a Tl la p ein an desp ués para
tard e
— Dicen las chicas, Raquel y Josefina, que se dejen de la de peinan más ap oy an
la deber cabez á me que-
joder y repartan los esqueletos que tienen ahí guardados. Si c ump lir COLI SU de ma dres . De niña su
verla.
no encuentran coincidencias, ellas les van a dar los honores el cue Ílo SE
o, a11t í2S de que
lo mismo. Todas tienen derecho a su cajita feliz. D uran te un largo tiemp T1C1 che al Íád t3
d« ba alta y hasta nu estras rut Íllíl S SEa
barr o cada
Pasé el mensaje para que la cara no se me agrietara como abiert
un papiro de tanto fruncir el gesto. Funcionó y nos reímos. derech ita, sacand o dé dá CL pin -
des o rg ani za ran, ca ntÍ díld ind et erm ina
Las carcajadas sirvieron para renovar el té, el mate y el café.
Para reacomodarnos todos como en el juego de la silla. Un stirado, hl éTL
recreo regalado por quienes se preparaban para enterrar a de a una p
una madre, una de la familia, aunque no fuera la suya. Zíl
Todavía ahora Josefina declara que quiere los huesos. sobre su n oble cabe
dentro dt: los límit de un
“Aunque sea unos huesos de pollo” suele decir y de tanto
el cuero
decirlo lo terminó escribiendo en una nota y supo del ho- mis intriga s
rror que podía generar su deseo desbocado, su irreverencia, cer em Cllll íl rulero puest o
o si los en ter os, p o ‹
la distancia que hay entre nuestra complicidad de Hijas y el lo« el peine sobreir par a dejar
resto del mundo. Josefina iba a estar conmigo cuando me el p elo laci
animara a ver lo que me había tocado en ese reparto tanáti - de otro ta riláÍí o, t? S a
p araabuel
d efinición , SlF VélT era un nto Mi el que
co. Tan po q uitas cosas que habría más restos después de una las pi nZ áS.
cena de pollo. Pero no era, no es el recuento lo que parte la
de la toca.
vida en dos y pone a la muerte en su lugar. Es la certeza. La recía t2TL
dá arqu iteCt tlfíl
certeza envolviendo ese fémur; envolviendo y devolviendo, finito y corto, la complica arras
una capa tras otra de nervios, sangre, carne, grasa, dermis y capila r que q
las fij ab a se hacía
cabeza y el spray c
epidermis, los pelos, las medias de nylon, la pollera a cua- l« e legid a. La que
en cambi o con Mon que si
dros de lana y mi cabeza sobre ella quedándome dormida la ap arien Ciá
en un viaje en auto, de noche, desde Montevideo, Uruguay, ›e:a los hilos con
hasta Buenos Aires, después de haber cruzado dos veces la
frontera para poner a salvo a una amiga. Se trataba de Ella. p reg Llntab
men uestras p
que• lOS tres v aron es
Los retazos que habían quedado de ella, fijos, nítidos; aquí un idas
s oder por algún
com part ir. Y
no hay anécdotas, no hay versiones, si era buena, si estaba siguie ron
ia toca a mí por pri me
ra v i2 Z )/
loca, si había dejado todo por una quimera, una calentura o UN
no $otras se habían vuelto
una pasión arrebatada y convencida. Ella. Su corona en ellu—
Í ilegiada cuand o me hizo
pp v
gar de su diente de adelante, el incisivo, que la hacía morder
manzanas de costado. '
del p aladar pa -
que yo había quedado inhabilitada para llorar cuando el pei- emp loma du ras
ne se enredaba entre mis rulos y sólo arrancándolos volvía a de ntist a; eÍ CO ÍO£
deslizarse. Ella tenía ansiedad por decírmelo todo, quería que el g esto blancas y sus
ret rata b á UHá
La se lida
entendiera del amor, de la muerte y de la revolución; y yo de una m ordid a. tificial, St?C íL
creía que entendía.
sobre la dig
bo la
boca, car com ido s los de
la a rcad a dé laluz y lastima b8 hu biéram ClS
“En foja 146 de la causa Nro. 14952 del Juzgado en lo otra vez caricia que hubie ra
robada en cont £íLdo
Penal Nro. 3 del Departamento Judicial de San Martín cara-
tulada ’Dattolli, Héctor s/denunc ia’ consta la pericia odonto- a c estoy ¿H ubie ra
1985 ? ¿Me h ubierqué
lógica realizada en el cráneo rotulado como D-301—84 prove- devenido
Si la in tellt ílTl do escribir
niente de la Bolsa 12. Este cráneo coincide por la investiga— er? ¿Para fue en-
ción documental y características morfológicas con el cráneo yo otra clase dé mu; la m idier oil, la cat alog
aron
M artín
SM - 14 -2 8 -B12 -5 8 y que fuese identificado como MARTA
y la volvi eron a
ANGÉLICA TABOADA había recibido un tratamiento e TL El
terrad a dOS veces la
des e nter rad a, Íá
(corona) en el incisivo central superior derecho producto de a
una fractura sufrida en dicha pieza dental. Si bien esta pieza se au nqu e ya no cada tl1lª
había devuel to
encuentra actualmente ausente post mórtem sí se encontraba ino a US mu-
abiert a en la tierra s
al momento de realizarse los esmdios odontológicos en la Sus resto s SE
fus ilam lélT f . Cuatro
Asesoría Pericial durante enero de 1985. A continuación se
sus corn eI p ared ón de désd e dis tint os
aporta fotografía del análisis pericial aludido y una vista com— a su« hora
dosbols de
parativa del cráneo D-301-84 BOLSA 12 y el cráneo romlado jere s y dos una
bajoqui
es llíl .
por el EAAF como SM - 14 -28 - B1 2-5 8 con el fin de avalar la
coincidencia morfológica entre los mismos.” puma h ora, eT1
día, a la
nada p asado s III el
otros que Sí?
ura
uestos todo en la sep ult
. Entre
La “vista comparativa” estaba frente a mí, entre los pape— 52, tabló n lateral, secció n 14
radio nod ! 1 977
les que habían puesto en mis manos. Eran dos fotos cenitales febrer o a$ hubo
b uscad ecl éctic os
del maxilar superior de mi madre tomadas con veintidós las maba n
años de diferencia. No les podía sacar los ojos de encima. hací a iTl e ses por q uienes • aun qu e dli

No decidía si lo que estaba observando en esas imágenes era ica inexpug nab le, ca uti VdS
haber est ado
la inexorable trituradora del tiempo o la persistencia que le
das y
había robado un rastro concreto a su filo. La humanidad dc de defun -
la primera foto era pasmosa, la sombra de un cráneo bien bre en las cuent ás para
conservado detrás de los dientes y muelas podía hasta regalar ción, la liCenCi aS
ÍÍ evar Íos — ¿Vos decís que es verdad que la mataron ahí o sola—
en un féretr o
una rudi ment ari o, mente los tiraron? — le pregunté a Maco frente a la evidencia
forma; flo lTl br e, p
ero Sí cajón. De abrumadora de cuánta gente había participado, había visto,
Uf l O, a n otaro n deter minar on sexo había anotado esas muertes anónimas.
de cada
élTl bols aro n, — No tiene mucho sentido pensar que los mataron en otro
Llflá Id e ntific a
en 1986, c uand o yo ción i nfructu osa lado y los fueron a tirar ahí. ¿Para qué? Les hubiera costado
c ump lía 20 e i sm
llanto con un más trasladarlos muertos. Los represores terminaban su traba-
QLi e ni siq uiera P día e xpl
ic ar, jo en la esquina y después empezaba a trabajar la burocracia.
ya sin di sting uir
— ¿Y este doctor Cóppola que firma las partidas ?
uos , lo$ Vol vier o n a ¿Quién es, hablaron con él?
dep ositar
Una J
pa mera mism a s ecció n. —No.
Hay
rio de una q ue da frutos
—¿Y el testigo ?
QLl e ac echan una som ra — Debe ser inventado, pero se puede mirar en los padro—
t?Stá p J aga d de jau Ia pared nes; o en la guía.
Ía s dim inut as, e n
Cá f dena l es cierro de ji )guer o —Mi mamá tenía ojos celestes.
que de
o el —No te tenés que guiar por lo que dice la partida, po-
sangre y s Li aviz a que nían cualquier cosa en la descripción. Pero ese día encontra-
el b () rde
C uid a, sentad o ron esos cuerpos y los inhumaron en ese lugar. Eso no va a
frente en una c asilla des tar
taIa— cambiar. Esa es tu mamá.
rotas CÍ e los m uert $
lápidas, aban don ad os: — í lOs hijos de puta del cementerio ? — terció Albertina
pas de bronc e gas flores de plá stic o, cha - entre Maco y yo.
t d
Único “Todos, los que los levantaron, el que firmó las parti-
se frl e
si podía das... todos hijos de puta”, eso quería decir yo.
Quien,
QUt2 estén
or q ue no dij o una t um Ío a, — Mirá, que hayan dejado ese registro burocr ático es
m uertos lo que nos ayudó a encontrarlos. Incluso en San Martín
p regun ta pero yo y g hubo un vicedirector del cementerio que llevaba un registro
a una ITlíj 5 , un r ode
propio de las inhumaciones NN. Podés ir a hablar con él si
o de querés. Nos ayudaron mucho.
t f?X to com o
al gun a vez poner líneas t em er osa
un punto. El h o lTl bre
sabía de
bajo las balas que ue
(LOS asi como Fui a buscarlo, varios años después de aquella mañana
CÍ lCe q ue lo
infium a Íi an, c uan do fin almen de octubre de 2010 en Antropólogos. No hablé con él sino
te con otra empleada, Celia, una señora muy amable que me
en ni ngu na
atendió mostrador de por medio en la mesa de entradas, ahí
donde la gente va a pagar los impuestos por el pedazo de
QlJ e o cup an s us
ter ritori o pr egu
m uertos. Sa Q u énté
nú w erCl , esperé ¡ así. Se verifica el deceso, se comunica al Registro Civil y de
turno, CO nocía su — Porque traían su licencia de inhumaci n. Siempre es
no b ‹e CU and o ahí, te mandan la licencia. Ves, así.
tenía p
pués de los sus a Q ue Celia lTl e ÓÍjer a a Me mostró una carpeta cualquiera de las que tenía api -
CL CÍreecir
el mo st‹nad o ‹ CO lTl o si fuera
quié ladas detrás de sí.
nos d (as, nec esita ba a cortar — En este casillero está la edad. Bueno, justo este es un
C'f'í1 › la Íiij a CÍ e la dis tanci a antes
tam po C o m v una di fícil , angelito, por eso dice quince minutos.
C 'Se ti ngJad o COlTl o III[ en 1977'. que hab ía sid o
tan — ¿Tienen que haber vivido aunque sea unos minutos
pero
a viva voZ Í3J J() para que los entierren?
de fib roceme nto Sos teni do
— Desde los siete meses de embarazo ya necesitás la li-
haci a arrib a mo ntánd o»
70 en tri angul o$, una cencia. Antes no, es material biológico.
No podía decirle que yo tenía dos angelitos muertos e
tan CÍ e los COfTl o una COfl Un irremediablemente perdidos, mis hermanas. Pero me dieron
dedo perab af l ganas.
sus várices
” CÍé Smientr
pu
és de
as es de p ie —¿Usted se acuerda de cómo llegaban?, porque en el
C elia dio un p aso para 77 trajeron grupos grandes, no sé, por ahí los traían en
cuna ceja
ual qui er como
tug $ i dijer a camiones.
Tenía
Q C O H un braz e ny esad o.
CI . Acá Es peraba que
áF — No, querida, yo estoy acá desde el 80. Yo y el subdi-
—(Y qué Qll e t uvier a puert a como rector somos los más antiguos. Pero ya te digo, acá siempre
ni ngún se creto. fue prolijo, con licencia, con cochería. Y te voy a decir una
cosa, acá no se exhumó a nadie con pala mecánica, siempre
no s é.. . ¿P odr ía ver con pala de punta y después con pincelito. —¿Me estaba re-
los papeles,
tando esta mujer por algo que yo había escrito en 2010 ? Era
NO, yo no te los
el in tendefl ti?. Si él te tÍ ene q ue au toriz ar poco probable, habían pasado más de tres años.
te los muestFo — i EStá segura? Porque si usted está recién desde el 80...
todos.
— ¢ Usted es No — Pero siguieron llegando, eh. Hasta el 83 siguieron
par aJe Í o p ara los llegando. Lo que pasa es que cuando vino ese Currais, un
—Nooo, de NN? tipo muy desprolijo, levantó los primeros y después liberó
porq ue no é stá pe rm registr o
itid o. an o tábam os, eso sí la zona.
edad y › la
que r educi r Carlos Currais era el juez que había ordenado las exhu -
porqu e dej á bam o $ OS h li esito
tadito para q ue no maciones en 1984 por la denuncia de Héctor Dáttoli, in—
gar. tendente de Tres de Febrero en esos años. Todo el proceso
a viva voz.
manos h acían uri
C uand o de identificación había empezado con la causa “Dáttoli, H .
s/denuncia”.
—¿Qué quiere decir que liberó la zona?
Sabían la edad›
54
—Que
o fuero n íLÍ Osari o c
omú n; Lástima que de la mayoría sólo quedan las fotos y sus bigo-
un ti ›Currais... J))jj y,,, se cr emaro n tes y sus sonrisas.
guarda r. Era Después me di una vuelta por el sector 14 con sus jil-
Mll Ch o$ Qu erid a.
gueros enjaulados. Caminaba hacia la puerta de salida por la
QUt? Se e n terrar o n acá,
tiene idea ? vereda central, con sus baldosas rotas y su sombra de gomeros
— NO te d iría entre zoo mientras entraba una diminuta procesión: un hombre con un
ya te digo,
cajoncito blanco en brazos, unas mujeres que lo seguían, una
dente, te po
m uchos, S ', pero de ellas con un ramo de flores con su celofán y todo. Los se-
riz aci ó n aÍ inten- guí con disimulo. Por un momento se me ocurrió que no era
—B uen o,
in tenden te. H um an os, eli, del lo que veía; de tanto asistir a entierros de desaparecidos con
Si q uerés, po óés i hijos cargando los huesos como se carga una cuna me pareció
de la Me gracias, voy a ver si
(IOS ese p asillolol lama. que tal vez, que podía ser, que había aparecido otro. Pero no,
—En
bóveda. que
d VC!f t? l Pa nteón
moria, es ahi, era un angelito. El hombre lo depositó contrito en su pozo y
ves ahí, la t ercera bajó la cabeza, el dolor y la sorpresa de ese acto final tan poco
que id entificam os.
solemne dejaba al grupo desorientado, sin rituales suficientes.
Celia no Los espiaba desde la tumba de una niña de seis a quien la
C On vers aci ó n s ucedi me CÍ io
ó COfTl CI en cascada familia había dejado mensajes año tras año, hasta los 15 que
fl otíl ]I(1 d ría
LlH i Q Ue trab án - también le festejaron aunque ella lo hiciera con “Dios y los
!O CÍ O. Pasé
y tomar ángeles”. Toda una vida vivida después de la muerte y contra la
Cell á lTlt? lO había
ese peI muerte la familia complotada para que el tiempo siga pasando
tar me, para ella, la nena que apenas aprendió a leer ya tiene edad para
US que a se ñala do,
celeste q ue ir a bailar aunque las falanges de sus pies estuvieran perdién -
la caus a un cigarrillo. tenía fo tograf iad › de
hub ier a dis QLl Std d o nad a dose entre la tierra como gemas blancas de calcio refulgente.
de tinta, im aginar
Me fui.
en q ue se cerraba tocar el
surc o En el camino me di cuenta de que desde que le dimos
apr etand o en pr esen te
tació n la ano- sepultura a los huesos, ya no le hablo a mi mamá, no le pido
el episodio:
y el trámite ap urad el calor que me ayude, que me proteja, que cuide a los míos. Ya no
o po rq muerte
ar chivad o. creo que va a haber fiesta en el cielo cuando alguien que ella
quería deja de respirar. Tengo lo que tuve y eso siempre está
Pilfl te ón de vivo y cambiando aunque me ilusione por ponerle un punto.
del pl acas . con
pante ón ell un es tadio,
e 5 f? H ombre y
P ° º Í8ITICI S hacer e I Carlos” A una mamá hecha santito que no está en ningún lado
pero está en todos buscaba con los ojos por encima de mi
las fotos cabeza esa mañana del octubre lluvioso de 2010, cuando me
e ntera ba
su ú lti lTl () día. la muerte. Ningun herido de las fuerzas de seguridad, seis
élTl ltÍ f sonid o, abatidos armados hasta los dientes que no habían disparado
ué tengo que hacer.
un solo tiro. Fue en una esquina que no existe: Falucho y
Me
h abía ht2 Ch o j9 f egun tas, Alsina, las dos calles de Ciudadela son paralelas.
del sentad o en la A menos de veinte cuadras de allí, en Roca y Paso,
pa dron es, lí1 gjj ía que los leyera, aproximadamente a las 4 de la madrugada del 1 de febrero
lTlá íls de C iudadel a.
C Om puta dora de 1977, “cinco extremistas, tres de ellos mujeres”, según la
NO habí a enc ontrad o ni
a al m édi co que fir- retórica del mismo diario, fueron abatidos después de un
ITI Ó las partid as ‹ie def
unció n, tiroteo. Una de ellas era Gladys Porcel. Del 2 de febrero no
CÍ O C ll me n to d ecía
que Íiab ía m uerto l madre. hay noticias en fin Op íuí‹ín , tal vez querían evitar ponerse
Af1tí? S de su ultimo
r esuel
lo reiterativos, sí en €/ So/-. cuatro mujeres, dos hombres en la
pierna . La tibia derec ha
tenía una esquina de Costa y Díaz Vélez a las 3.15; las muñecas bravas
Cí rcul o en el
Ofl de las p ar- parecían estar sobrando en los campos de concentración.
de azul . No sé cu anto Ahí cayó mi vieja. El 3 de febrero, por alguna razón, ofrece
tiemp
VI la caja d más detalles para la ficción: además de la voz de alto y la per-
n com o un d es perdici o
r ígido QlJ e crujía s obre secución, un hombre y una mujer mueren al chocar el auto
metal.
la tÍ
el
raba que conducían, no se dice contra qué ni tampoco se explica
Rid ícul o, era h erida per imórt em, por qué en el otro auto, un Torino celeste, se acumulaban
IO CÍ ecía el a e
ren mag inarl a Vul nerab le, cuatro hombres y tres mujeres con armas largas igual que
Deb e h aber sid o In ins- los malos conductores y con pésima puntería como todos los
que i
otros ya que los eliminaron en la esquina de Santamarina y
Ííl fll
Chubut, a las 2.15, sin que lograran mellar un ápice la inte-
J9 ara pres ent arse etrall a. gridad de las fuerzas conjuntas que los perseguían. Hay más
senci a com I-Ina pre-
en la última nota de fin Opinión referida a este hecho, un
nombre: Diana Beatriz Wlichky de Martínez “se encontra-
del tesoro ?
ba enrolada y formando parte de la banda de delincuentes
dur re subversivos autodenominada Montoneros”.
ba en Íí1 C Omis aría de —¿Pusieron el nombre por error?
hirió a unos c uantos que mat ó a un C Omisar i o, — Lo pusieron para que se enteren, es la prueba de la
y tál Tibi én a un niño y represalia. A Diana la tenían ellos, estaba viva.
su m ad re
es tab an aÍlí. La b olTlÜ a La operación era evidente para Maco; el nombre, el ape-
fue una acción de
repres al Íá Se o rg anizó ens llido de soltera y el de casada: un dato central. Diana estaba
enero e guida. El so a e
CH erpos: c uatro 1T1¡i sc viva en febrero de 1977 , la ultima vez que la vieron en un
uI mos,
alto, centro clandestino fue tres meses después de que se había
declarado su muerte civil. Que Montoneros se entere para
qué había servido su bomba. Veintiséis contra uno, no iba a
quedar ninguno.
El nombre de Diana no se impuso a ningún cuerpo, su hacer? como
si sup iera. uieras — CO fLlé ió MaCo
vos qera
mención fue sólo pon /á g«/erie, para su marido a quien to— —Nada. O lo que
bres, nada un
davía no habían secuestrado, para lectores de diarios como Nada estaba
iedo
Rodolfo Walsh que llamó a esta sucesión de homicidios No la q uería ver. Tenía m buen plan.
íTde lanta rm e.
lista;
encuen tro s in t2 S tar que se rompie ra algún
“Masacre de Ciudadela” y los puso como prueba de la masa- de sus £ 1f? S OS •
raz ones , lá co nsuma ci ó n
cre más amplia que denunciaría en marzo en su famosa Carta
a la Junta Militar, poco antes de que también lo asesinaran a él. uiente
Mami se recortaba de la zona gris de los sin nombre, su lejos
cuerpo había enviado mensajes cifrados en múltiples direc- me la q palabras q ue le
ciones (menos en la mía, hasta ahora). ¿O fueron las balas las te’ ió colt
debía -
que transmitieron un código morse en el repiqueteo sobre la
carne y el paredón? Ella, apenas el soporte del texto: ¿ven?, otras.
los hacemos mierda, de a montones, como queremos, cuan- no e staba 1iSt8•
uería p erder á 1T11
do se nos canta el forro de las pelotas. Y los dejamos tirados me reÍ ug ltlb íl,
viento, TU l il blandu ra del de lá
ahí, si total tenemos los recolectores, los procesadores, los
q
No dedos saliva p ara s acarm e la t ierra
ni sus v éllÍd
escribientes que meticulosamente eliminarán también sus
cara; con tCi d Cl eso era con
lo que ha blaba, con lo q ue
últimos ritos.
No era un mensaje original, la economía de cuerpos
después a un esq
disponibles para escribirlo daba números pingües en los tenía, por a hora, era
inicios de 1977 a favor de los tiramos. Y la verdad es que lo re l eto des articul ad o.
febrer o de 1 977. suf icient e.
que aullaba la canción del miedo no eran los cuerpos sino ese
su falta y cada quien cumplía su parte para sostenerla sin Si me hubiera n p Fe nt ado
demasiadas preguntas. dia, ¡ • m1sdehubiera dÍcho
la es cuela, ISO
nom bfíL blé .
No, no había nada especial en el cuerpo de mi madre, una traged ia in í2
acuerdo d Llf1
salvo que era mi madre. Desde algún lugar de esa oficina AW comppañ
una una era
es adilla, de un montón
jardí n dé inviernIIo bl áll Co CO ba)aban
donde estaba sentada desde hacía horas junto a Albertina mismo año, se
vincha azul que tré(l
y frente a Maco y a Patricia, frente a Celeste, la joven ar- venenos a
queóloga que había trabajado en el “caso” del cementerio por la
Ad rian a cor reder a,lá mancha ella, la de la
de San Martín, las es quirlas de ese cuerpo irradiaban una b arand a, dé
ilCl 1T1t2
sombra voraz como nubes que corren empujadas por la ln nocenti ; pero
sudestada un instante antes de la tormenta. A quién pe— o dél
acuerdiban nombre de
dirle ayuda si la aparecida estaba ahí, tan cerca. Qué hago, bisbis eo de
su
un otdo al otro:
cump leaños y se El ‹ e1ato era un
laya, se abrió la
mamá, qué hago.
la arri á cayó.
71
Eso fue todo.
All m omento estaba, al hace una cuando cree que nadie la ve y el cuerpo se hurga a
sus anchas, olvidado de los límites pudendos, seguro de que
siguient e ya no. ¿Se podía vivir no hay por ahí ojos abiertos. Pero estaban los míos. Qué
soplar las vel itas después ? YO también
estaba ahí, sudando largas eran las noches de los primeros años, qué inútil el
jumper g ris.com o las pasar de cuentas entre mis dedos, con qué voracidad leía lo
em miga,
la pezan CÍ o a p erder mis cualidad es de líder porque la m «n — poco que tenía a mi alcance: toda la colección del Séptimo
cha
la viscos a que tomab» Círculo, uno atrás de otro los policiales de Agatha Christie,
que
la que no a.podía d ecir. Pero
pérdid bert sellen que me prohibían pero robaba de todos modos,
escrutaba a ella para saber cuál era su estrategi a,
- 1977 . en con preferencia por los que tenían escenas de sexo. José
(IáFte cÍ e su risa estaba incrustada
Mauro de Vasconcelos, a quien había quedado ligada por un
Marta Angélic a Taboad a,
plir 3Ó porque la mate ‹
1941 No ll eg‹› regalo de mamá. Y Oliver Twist, en su ejemplar de tapas de
cuero, una reliquia que no sabía de dónde había salido pero
febrero a las
leí tantas veces como noches estuve en vela. Seguro que es-
hija, cumplía años el 5
de agosto; taba despierta esa madrugada, no podría haber sido de otra
3 de agosto. Las tres nacimos enlo el 29 se
la m isma manera porque yo entonces apenas dormía.
parió a Ios 25, yo pan a los Ü 1,
l S 19, pero su hij a no vez a su generació Naná a Una fecha, esa fecha. ¿ Cómo podían estar tan seguros ?
nació bajo la C O fl steÍ aci n no
ó n de Leo. —Algunos tienen esqueletos enteros, pero no tienen la
C Olá tt?£al es aunque ell«
fecha —dijo alguien, creo que Patricia, y en ese momento
la alcance de la b isabuel a Mart«,
me pareció una gran ventaja. Aunque diera por tierra con lo
$ epa la historia y hable de lO S b lá M áft fi ” , dice y
después huesitos que me habían dicho los espíritus sobre el tablero ouija que
“nosotros tC!TLf!lTl S lOS h uesitos de la armábamos en Moreno, en mi casa, la casaquinta que había
se corri ge: “Bah, de la bisa”.
sido de mi mamá, entre ocho o diez hijas de desaparecidos,
Eta m iércoles el 2 algún hijo también se colaría, pero éramos mujeres la mayo-
mana. ¿Dónde estaría yo esa m adrugad
decía a? Lloran do todavía ría reunidas ahí a finales de los 90, cuando apenas podíamos
an dejado ir al cine con mis amigos,
con separarnos, convocando a los muertos que venían a decirnos
el chico que que era mi novio, Oscar, Llr1 m oroch o hijo que estaban todos juntos, que estaban, sobre todo, en algún
Tt? Ob£ eros que tocaba la quitar ra para mí osado
bajo la v entana lado. En esos vaivenes de la copa invertida, entre escalofríos
del cuarto donde playa
y risas, sentadas en el quincho con la oscuridad rodeando
caminar en un gru Jl O en el que había
varone s desde la nuestra mesa, animándonos por alardear de incredulidad y
h á ta la casa.
porque nadie se iría a dormir sola, ahí me dieron otra fecha
O insomne, dando v ueltas en la C íllTlil , rezando un ro - que yo tuve por cierta aunque el ouija fuera un juego: 28 de
sario detrás dé Otro, padr
enuestr os , diciembre; daba por hecho que el año era 1976, que la habían
J9 ali Sa, sin pens
amien to, sólo d t?S é ai1CÍ dormir o que alguien matado después de esa Navidad tristísima en un departa-
SE t? Spertara para ir al baño
aunque sea y me diera p ruebas mento de Barrio Norte al que no pertenecía, donde estaba
ITlllll do, que no habían muerto traicionando el deseo de mi madre de que nunca, pero nunca,
tO CÍ OS , alguien rascándos e la COÍá
f?f1 el camino al Íi año como
72
nunca, iba a ver a la esp osaquería
de
p orqu e ellá me enseñaba
guitarra, era F omeíia era todo l CI QUf? había apren-

gia Tapia en La Poco el aire da su


no, fTlé lancó lica que apenas ternura . Pero
en que Eulo áÍ Año Nuevo y a todo
un fll ío de v acaciones escolar es e
insomni o.
enero blJSCíl do: una fecha y una hora,
aunqu e con el tiempo también
i2SO Tenía
me resultar a ins uficien te. Si HO
lina es quin a para su m uerte, hubiera est« do un ator-
Cl áV:ldO mi p ropio coxal sobre Corro sobre una calle de adoquines de la mano de mí
la si ÍÍ a, ya deberí a haber hija. El suelo brilla de humedad, la noche es tan oscura que
es quelet os , del barrio de c› nce se ha tragado todo más allá de nuestros pies. Siento en la
salid o del edifici o anti quo, de Ia nuca el aliento de los perseguidores, el miedo es un grito que
somb raen
común deellos no puedo emitir. Tengo que salvarla a ella, la empujo y me
C elTl
Que en ergía de t? S enteri o M unicipal de San
í1 ÍO OCa abierta y de todo lo
en la tierra que detengo, me ofrezco con los brazos abiertos y los miro a la
fue una lou
Martín. cara; soy como una manta raya que se expande y contiene
a los malditos. Mi hija se libera, la sigo con un ojo girando
rendida la cabeza hacia atrás, siento a la vez el abandono y
el alivio. Me duele lo que me hacen, no voy a aguantar; me
van a violar, ya lo sé y son tres. Les digo mi amor para que
dejen de escarbarme en la espalda con una garra de bestia
de rapiña que me hace crecer un huevo como una infección.
Me lo toco y sé que no voy a aguantar. Esperá, mi amor,
les digo. Se desorientan y recupero mis dos piernas, corro
como el viento pero no se acaba, encuentro a Naná a pasos
de la casa, no entró, me espera, por qué, hijita, por qué no
te pusiste a salvo. No tenemos llaves y mi abuelo tarda un
siglo en atravesar el zaguán con su poncho de alpaca sobre
los hombros, entramos pero no se acaba, están ahí, veo el
fulgor de las armas largas, son más y han roto la puerta, los
miro a la cara cuando se relamen, el terror cuaja en un grito
y me despierto.
En la vigilia escucho por qué, hijita, por qué no te pusiste
a s«lvo.

74
Un soplo de aire caliente y después el golpe: tac. Si se
despeinaban apenas los rulos sobre mi frente el rebote era
violento, tac, tac, tac. Cuando creía que no volvería, golpea—
ba de nuevo. Tac. La cortina se encabritaba y la madera que
no lograba darle peso se estrellaba sobre la pared y sobre mi
conciencia, se metía en el sueño para vaciarlo, dejarlo que se
escurrierra sobre la cama improvisada y sin almohada, un
charquito más entre el agua de mi transpiración. Tac, tac. A
propósito, con saña, como un hachazo. Tac. El sol de Cuyo
se filtraba entre los bastones de mimbre y caía sobre la cama
como escupido por un millón de cerbatanas cada vez que el
viento norte renovaba su impulso sólido, su masa de polvo
entraba por la ventana, las minúsculas astillas de piedra lijada
a lo largo del desierto del pie ardiente de los Andes liberadas
en los haces de luz como agujas picando en la piel. Tac. El
aire se a quietaba, el sonido de la madera se callaba, la cortina
daba sombra, el intervalo terminaba tan caprichos o como
había empezado: tac. Seguir durmiendo era una plegaria. Lin
repiqueteo brillante me acuciaba el párpado, no quería abrir—
lo y apenas podía moverme. Estaba adherida al colchón por
el alcohol de la noche que pesaba en el lado izquierdo de mi
cuerpo como arena dentro de un muñeco inflable. Quieta.
Tenía que resistir inmóvil, que mi hijo no se despierte, que
se junte todo eso que tenía suelto pero decantado antes del
primer movimiento. El viento zonda es cruel en Mendoza y
esa mañana en que me despertaba en la casa recién estrenada

77
de mi hermano Juan se había ensañado. Furio dormía en la cigarrill o s
otra mitad del futón, a salvo del vaivén de los rayos, perlado vaciars e a lo largo
lo mismo de transpiración. Si lograba reptar hasta el baño y de muchas horas; tOdO
lavarme la cara tal vez consiguiera que la lucidez se abriera conbotellas
lu quen s desp
mis h erlTlíl de un
vernos.
día p asad Ci
paso antes de las primeras tareas de madre. Me rendí y abrí Lavé, hice es p lJlll á, desperdic ié
agua de la manguer á;
los ojos, me calcé el corpiño de la bikini como único vestido;
a la bombacha la tenía puesta desde el día anterior, no me estís?
la había sacado ni siquiera cuando el fresco de la noche en trapo, esponj a, escob a y sudor.
—Mami, ¿dónde ayun o, Íá
el desierto me había obligado a abrigarme ni cuando me fui Lista y con lh bandej a del des
sacando las capas de ropa, ya desmayada, mientras el fuego —Act , hijito.
como una p ied f a PO lTlá III
la base del c ráneo, localizad a.
de la mañana empezaba a instalarse. misma cama, la tele p rendid íl,
Furio y
Salí del cuarto como si fuera una intensa, me metí en resistie ndo á1
el baño, con el agua fría en la cara el rumiar de siempre, luz blanca de 1á
por qué habré tomado tanto, porque tengo que pagarle a calor q uietos como re familiar
la noche con el día, cuántas pavadas dichas podría haberme comparta n ni lancolí a tíLTl
me
ahorrado. Silencio. Si lograba limpiar las manchas de fernet abanicos que tie fléll estaría n t rabaj
ÍCÍCl ,
que debían estar fermentando en la galería bajo el rayo del rep roducién doS t2 en cada l at
sol antes de que el resto se despertara, podría redimirnos a crecer.
todos y la rueda comenzaría a girar otra vez hacia la noche. bajo su p iel, feb rilme lTtí2,
los tres caíam o s
il
empu j ánd Cl l Cl disecadas algo de una
Bajé las escaleras, desde el cuarto de mi sobrina Renata que en i2Í í1Q U í1 recuperan
nos era tan p ropio CO ITI O
llegaba el murmullo de la tele prendida. Es la hija de Juan, antigua loz áflÍá . El medio líquido
tiene ocho años y unos ojos celestes iguales a los de su pa— ramos frutas de los dedos se
si tu viéram os branq
dre, iguales a los de nuestra madre. No la iba a saludar hasta como p asas , LOS
uias , aunqu e las yemas in definid o
que subiera con la leche. La voluntad para levantarme es mi el gusto del cloro n rojos,
usieraiba
arrugaran eso a ha -
gracia, de lo mejor que puedo ofrecer como madre. la base de la nariz. Nada de
empezar a aaban a bucear una p iedrita que
Recogí vasos, saqué como líquenes las colillas que se
habían apagado dentro, las moscas daban cuenta de la co-
los chicos que j ug o fOf éf1 S t2•
mida que no atinamos a guardar, el equipo de música se HIJOS, le d ecíam o$ el a tnropólog
ese j ueg(1 , CLlilll do lo ju —
hielCl
derretía al sol, apenas podía tocar las botellas vacías porque si e
l vant ó ultim o y d esayun ó ca ca-Co la con
Juan
quemaban; las ruinas de la euforia olían mal. Retiré como
había -
capas geológicas restos de facturas, bebidas, picada, asado y
ya no p reced e
postre que se habían fundido sobre la mesa; el tergopol del anterior junto con And rés , el que
helado, un bocado de choripán con marca de dientes infanti- bajo las m ismas som brillas va rones. Log ram o$
a Juan ; el del m edio ridíCUl OS
les mordisqueado amedianoche, la cinta de rafia del paquete lanes fallidos , algun os tanjun tafll o s
de la panadería comprado a la tarde, barquitos de papel de o r ecluirnos illlá S t2II1a» a entera
] CON
para nuestras ec O fLO lT1 áS
79
78
no híl bía límites para la lTlé S á y llegaro n sus
para esquiar en Chile con nuestras parejas e hÍjos o irnos a quien quis iera, u edaro ll dé l $
Andrés y las mÍa s , las que me q
de campamento a algún lugar neutral como las sierras de traslada lTl S t2l1
Córdoba o pasar la Navidad todos juntos en la playa. pocos años que viví en
Ía borrar los
una es (Ié CÍC! de exilio interno que p retencÍ
Santiago vive en Pinamar, Andrés en Chile, Juan en
Mendoza, yo en Buenos Aires. Casi nunca funciona, pero rastros de los que habíátll S
a lC1 $ 18
cuando conseguimos encontrarnos es como escalar una apenas p a‹ aba en casa,
scouts
cuesta de euforia exudando adrenalina, dispuestos al placer, D espués hO lTl—
amigas y yo, su HO via — y Juan, un
entregados al afecto; limpios bob que llegan cantando pocas mujeres — mis bai -
más que
al inicio de una expedición llena de sol y con la promesa le sonríen
de una medalla más para acomodar en el pecho. Llegamos llamar
rápido a la cumbre y entonces aparece ella, entre los adul- De entre mis her—
tos canosos y ajados que somos a¡› arece ella, las versiones a mi hi;o por su nomb re; no pu edo evitarlo. r
c eerme.
es lo que me gusta
encontradas, los relatos repetidos y detrás, bailando detrás llenar un papel, puse que
—en la secunda ria tuve que 1 975.
como un espectro, la inconmensurable nostalgia de su cuer-
po abrazando los nuestros. 1976 dljt2
Esa nostalgia no se ahoga en alcohol, aunque lo inten- no sabía qué h« bía p asado, que lO
— — dije y me mordí la lengua. Será posible
burocr átic o
tamos. Se sana apenas en abrazos y yo soy la que más me —
único que p ueda hacer es co rregir.
¿Dónde estaba no mien
ue yo p odía
aprovecho. Los abrazo, me recuesto sobre ellos, los tomo de io
la mano, del brazo, los toco; me niego a dejarlos boyar como tras mi h ermano intenta b á llenar un formular
fragmentos sueltos de la nave que fuimos en un mar de hielo
que la aparecido empezó a derretir con fuerza. ser que no supiera?
— Bueno, no sé . NO la p rimaria me inven -
O5 tenía esa ilusió n, que
estaba n separado s, ill 1T1é11
taba que
los 20 te p regunté a
Fui a sentarme con Juan dejando a los chicos en la pileta,
era mi oportunidad para grabarlo y él accedió a hablarle a vos por p rimera vez. Ie p reguntas t é á
usted f? S no habl ilba n ? ¿Nunca
papá?
un micrófono en voz baja, como si las palabras se le fueran — ¿entre
Cuando

para adentro. El hielo se derretía en su vaso y daba lo mismo si ahí
volvimos a la casa dé Flores, pregun té
cuánto hacía que mi té estaba servido porque nunca iba a no, q ue a hí, IL . Y des ¡› ués,
enfriarse del todo. F'urio y Renata nos reclamaban cada tanto iba a estar mamá . Me dijo que
para que admiráramos sus proezas, ver cómo se tiraban de creo que
hablaba u f erte, cO ITlO
bomba o de palito, hacían un largo entero por debajo del presió n es que papá sus 20, dé CÓ ITIO
T1[9i1 E . ; D ónde mierda estaba yo
?
agua. Esos gritos que llegaban amortiguados a la mesa don— acicateó mi rabia su d esa1 regunt a él
uella p
de nos achicharrábamos mi hermano y yo me hacían sentir ¿Dónde m ierda est ílb il ?
agradecida, feliz de esa casa que Juan ponía adisposición. La
noche anterior, a la hora del asado, me invitó a que invitara

80
En esa pregunta que no formulamos fraguaron los años
No preguntó por mamá entonces, preguntó de silencio.
sido que fuimos a vivir con papá sería cómo habia
En los papeles que yo había retirado de Tribunales
aprendiend o a manejar a los 27 t2T1 lO que todo un acto estaba también la declaración de mi papá. Quitando las
de em ancipación, corolario de una cuestiones de forma quedaba poco menos de una carilla,
separación, metáfora de
tomar el mando de mi vida C[1lt2 ilC á b ilba de ser jaqueada la última frase me hizo llorar un largo rato: “Si hubiera sa-
SO ]3Í ara el cinturón de
por el diagnóstico de Vih positivo. Juan me llevó a sacar mi bido en qué andaba mi mujer, le hubiera quitado los chicos
primer registro, me pasó como si me me lo pusiera antes de antes”. No protestaba por lo que había pasado, no clamaba
seguridad disimulada ment e para que que ella no merecía que ametrallaran su casa y se la llevaran
arrancar con el tipo que me tomaba l í1 (l fUé ba en el asiento a un destino desconocido sin ninguna orden de por medio.
Nos estaba protegiendo poniéndose del lado de los captores.
— ESe mismo año, d espués de que te pregunté a vos, Algo debe haber sonado dentro de él cuando pronunció esa
vino
Graciela y me contó un pOCO y nO tanto. Me dio unos papeles oración, algo como un chasquido, un ruido de madera, un
y me dijo: “Tomá, esta es mi declaración de lo que pasó esa pie estrellándose contra los palos que se cortan para hacer
noche”. el fuego.
iba a pre— Graciela y papá estuvieron esa noche, los llevaron a
guntar? (Por qué tenía entre s Ll S COSas, en unas Moreno en el piso de un auto, los habían ido a buscar al
vacaciones
de inviern o en la m ontaña, una declaración hecha en un estudio jurídico que compartían, la patota antes había ase-
ell 1986 sentada sola en sinado a Kela, Ana María Matas, mi favorita, la que yo más
la plaza frente a lOs Tribunales CÍt2 Buenos Aires. expe — amaba de entre las compañeras de mamá. La jornada iba a
Creo que
yo mi $ lTlil hít bía pedido una copia en el terminar con cuatro bajas para el FR17,’ sumando a los tres
archivo de ese
diente, si no, no sé por qué tenía el sol en la cara como única que se llevaron de casa. Graciela y papá nos sacaron de ahí
compañía. Puedo ima ginar qué cortas se hicieron para mi a los chicos cuando todo había terminado. De sus manos
hermano esas pocas páginas que tiene que haber caminamos juntos y a medio vestir hacia la estación del
leido co w
si las bebí era, tan Sarmiento aquella mañana de octubre de 1976. A nuestras
sentado en el
auto con el sol cayendo det£Ás de la montaña espaldas quedaba una casa destrozada y las invitaciones para
al final del día
compartido con la tía porque cuando se tienen tantos el cumpleaños de Andrés, las que habíamos dibujado en
años
de sed no se espera a ll egal a casa para rectángulos de cartulina cortados por mami, desperdigadas
apagarla. Un poco
y no tanto, eso era lo que contab ae. DTI [IOCO de esa noche entre huellas de botas y vainas servidas.
q Ue empezó y terminó de día. ¿Por qué habré tomado el tren en camisón si hacía me-
tos que llevaba, de si lloraba O estaba erguida, si
miró hacia ses que dormía con el pantalón de gimnasia y la remera de
atrás, si tenía frío, si sabía que lo próximo que la escuela puestos ? Desde que nos habíamos escondido en
l é CO lT taron abrazaríam os
dé Ella era
propia vida,un guiñapo de su armadura. Lm poco y no tanto
a Juan e a líneas, a él que p regunta b a por su
cuando se la
que preguntaba por Ella. Y no qué hiciste vos
llevaron.
2 Frente Revolucionario 17 de Octubre.
82
r — que suelte,
la quinta, mamá nos cargaba a todos cada mañana casi sin
despertamos para hacer la hora y media de trayecto entre ponga un punto — que del al ÍVl • que haga el duelo, que
Moreno y Buenos Aires, para que la clandestinidad que nos preguntas como un Más cerca de acumular
el háll á Z Q O CO ITI O
que de tomar
había llevado más allá del conurbano no nos quitara tantas una respuesta.
a obsesa
saber si
horas de sueño. Me acuerdo de los amaneceres mirando des- —¿Se puede
de abajo los aromos prolijamente amputados por la poda, —Todo lo que dice la mataron de frente O de f? S '[9íI ld íLS i
acostada en el asiento de adelante del auto de mami, pen- la partida de defunción es heridas
cualquier a se
de bala, paro cardíaco traumático” , lo que
sando en lo largo que se me haría el viaje. Y de despertarme
mágicamente a diez cuadras de la escuela, cuando escuchaba puede i ma $Í1Tíl‹ . Pero en los huesos que q uedan no hay
una pierna.
rastros de heridas , salvo por la quebradu ra de
de su boca el “Martita” que era santo y seña para que repar-
a los chicos
tiera galletitas entre los chicos, me atara las crenchas como Juan asintió, prendió un ci garrillo, le pidió
que no corrieran por el borde de la pileta.
pudiera y controlara que todo el mundo tuviera los zapatos
en su lugar. Me g uardé el unico trO dato que tenía y que había
empezada la df?-
se abrióa
— ¡Mamá, Andrés pone el pie como empanada! de la causatodaque
la diligenci
— Ayuden a su hermana, quieren —respondía ella a mi para hacer la pr imera exhumació n ap éTlítS
termin á CO l1 lLl Z t2
queja, a mis ganas de tirarles de los pelos, al pequeño tumulto cálido de 1984 porque
que empezaba a armarse en el asiento de atrás y que veía de doctor Carlos Cur
reojo por el espejo retrovisor sin intervenir. Nuestro ecosis- rais, la secretar i a de su juzgado, Laura
tema iba aequilibrarse siempre que ella siguiera conduciendo. iscal Gustavo Olivera, más LOS tt2 St1gOS
y médicos legistas que
uinta
lateral, que en la qqueda
sepultura 52, sección 14, tablón
al osario general, que
— No quería saber lo que le había pasado, para qué revi- sepultura Comenzand o a contar de izquierda a d erecha
rocede il C!XC í1Va ‹. En la quinta
vir esa parte. Los huesos no me trajeron alivio.
desde el paredón que separa se e× huma n los restos óseos
Yo tampoco podría usar esa palabra. Me trajeron un
al fondo del ec menterio, se p masculinos , cinco femeninos,
montón de preguntas, un dolor de muerte reciente, la sensa-
tum b « . Se empieza a e›‹cavar.
co rrespondien tes a tres N/ II
ción de haber sido tocada por una varita mágica, elegida para
d é talles: un
enc ontrándos e p articularme nte los siguientes
oficiar una ceremonia de adiós a quien no estaba y nunca se
s
maxilar cperior
u una
cráneo que p resenta en la arcada
había ido, elegida para poner sobre la mesa algo de sustancia entímetros
sobre la que derramar el dolor colectivo, el mío, el de mis de acrílico a un cen—
prótesis izquierda Se
hermanos, el de mis hermanas. Alivio, no. Alivio sirve para occ ip ÍtaÍ y a dOS
tímetro por fuera del orificio
ilat
por detrás de la articulació n temporomax la intemperi e lo-
el analgésico que pone a dormir el dolor de muelas, un dolor
seis milíme
agudo, insoportable, que se calla un rato y trae alivio. Pero observa orificio anómalo irregular, de tres por revuelta escupía
que dictaban
yo ya había aprendido a convivir con la presencia constan-
tros, con forma
y
de ocho arábigo” . Tipear a a uno, prolija -
su s ecreto
te de la ausencia sin nombre cuando mamá se convirtió en los legistas mientras la tierra cemento d t? lí1
una aparecida. Estaba más cerca de la rebelión por lo que mente como

84
tumba de al lado tal como lo exhibe la fotografía 18 adjunta tap á ndole la cara,
rep resenté enseguid a aunque yo me
en el legajo, podía eximir a la secretaria de los puntos y las ola de s alida ,
vueltanO hí1
haciabis p erdigón « s o de ,gracia disparado
ciado
comas y otras cuestiones de forma de la redacción. No hay
boca su p elo d esgreñad o
sin cuidado. N íldá dé
ni siquiera tiempo para parpadear entre la constatación de el piso, un tiro
darle a Juan algo ITLÁ S eso traía alivio, tampoco servía para
que ese es el cráneo de mi madre delatado por la prótesis
d f?
que lo que su memoria guardaba
mamá:
que reemplazaba su diente de adelante y la descripción del
— Es algo
orificio con forma de ocho arábigo. ¿Por qué ese agujero
las psicólogas
como un signo de infinito no había entrado en ninguna de
dos en la cas á
las pericias que me entregaron en Antropólogos ? ¿Acaso
negra. ropa interior
no decía nada, no había nada que leer ahí, nada que escu-
Le saqué el grabado r. Me
char del lenguaje de los huesos ? Antes de viajar a Mendoza co ncreto, que seguro se bañil-
y después de leer la causa una docena de veces, de compa- hubiera g ustado decirle que no
rar los números de las bolsas donde fueron depositados los es un flash sino un recuerdo
Cuando
restos óseos “sin distinguir cuerpos dado que es imposible ban ‘untos, que ella tenía ropa
de ella,
su discriminación a simple vista” junto con “pelos y obje— trato de contarle quién era
que se de la memoria
tos correspondientes a prendas de vestir diversas” con la lo que fui p reguntan do, l8S puertas
aunque de palabras. Y
nomenclatura con que designó ese conjunto desordenado fueron abriendo, me siento p oble
en su cuerpo. Su
el EAAF cuando volvió a rescatarlos en 2006, le escribí a tuviera muchas , lo que él sabe es tl
cargaba
un amigo, periodista de policiales y acostumbrado a leer cuerpo sabe cuando delosu cabez á
y él cuando
pericias, la descripción del cráneo de mamá. sobre la cadera, sabe s eguro de su olor cuando d f-
— Es un tiro en la nuca — me dijo. luz las
—¿Y por qué esa forma de “ocho arábigo” ? apoyaban mejilla at›sbo
—Por la trayectoria de la bala, debe haber sido una 9 mi reían ab razados , cuando
límetros que es potente y a corta distancia puede hacer menos ‹ec lamaba con el primer
daño que una 22. Por eso los sicarios suelen elegir la 22, pero de concienci a matutina.
hermano.
estos eran represores. Renata vino a sentarse encima de mi Es alra
—¿Más brutos ? para su edad pero su
— Digamos que tenían menos que perder. está empapad a, él da un respingo
ra con la q ue exu —
Tiempo para pasar en la calle observando su obra, impu- por el contraste brutal de esa temperatu
n a él.
nidad total, ningún riesgo de encontrar resistencia. Mucho da su piel, las gotas que caen de ell:1 lo bañaro
menos que perder. también se acercó para tironea r
ojo tan rojo q una sucesió n de triáng ulos y el bl áll Co d í? l
Nada de esto compartí con mi hermano. Podía ser un convertid ás t2T1 de los pies
acordé de mí a Sabía si tenía que preo cuparme. MM
exceso de maternalismo o la certeza de que un dato líbil ue no lo› adultos
lac eradas por elsu edad e O l á (llleia, de las yemas
es menos que un dato. Lo de mi amigo eran deducciones el hielo en
refugiados b áj cement o CÍC! I ÍClll d Cl la voz de
incompletas, no podía saber si ese orificio era de entrada
l« sombra haciendo tintinea r
87
que jugá bam os et a
que saliéram os de una
IOS obl igara a s ilenciarvez a la ban -
QLl a, m ucho
algunos de
áFá O Ü lar
(láF tamen t un fu salir del de-
con él en o hacia la
la p ileta, hijos como
y mi s obrin a. a CÍ ejar me caer
a mi h erman o

A mi tía Graciela le decían Negra, a mi tío Félix, el me-


nor de los tres, Negro. Ella, la mayor, era La Romántica. De
niña estuvo a punto de morir por una escarlatina. Aislada
durante cuarenta días en una habitación a donde sólo entra-
ba su madre para lavarse las manos apenas salía, se dedicó a
la lectura, la poesía, la pintura. La muerte la rodeaba como
una aureola, su alma descarnada tenía que cultivarse. Las
sábanas tragándose sus humores y ella dibujando angelitos
en bastidores clavados por mi abuelo que apenas la vio en
todo ese tiempo.
Por eso le decían La Romántica, como si el romance
siempre está un poco más allá de la vida.

88
— ¿Podés cambiar esa cara? Te recuerdo que yo también
me estoy casando. Podrías transmitir un poco de alegría
para mí, al menos.
Me levanté del sillón donde había estado hundida todo
el día y me encerré en mi escritorio. No tenía nada que
ofrecerle a Albertina. Hasta ese momento había asistido a
los preparativos de la boda guardando para mí un secreto
salvaje, como si me hubiera echado un polvo en el baño con
un desconocido mientras a mi alrededor se contaban los ca-
napés para los invitados; los huesos de mamá eran como la
promesa de una vida paralela a la cotidiana, algo solamente
mío que me dejaba mirar alrededor relamiéndome. Si eso
había sucedido, cuántas otras sorpresas podían esperarme.
Pero a veces esa escapada se tomaba grave, como si me
fuera a casar embarazada de otro. Estaba parada en arenas
movedizas, no era capaz de bailar sobre la muerte sin temor
de que me tragara. Lo único solamente mío era una tristeza
oscura y silenciosa, yo habitaba profundidades oceánicas
mientras en la superficie se preparaba una fiesta que había
deseado, perseguido como a un acto de justicia. Era tan
eufórica la invitación que habíamos enviado, tan esperado
el trámite administrativo que me iba a convertir, de una ma-
nera o de otra, en la madre legal de mi hijo menor que este
duelo que despertaba como recién nacido a una emotividad
insoportable parecía el intruso que se niega a callar para
siempre y plantea su objeción en medio de la ceremonia.
No sé por qué habíamos decidid o
y la aparición desarticulaba el primer rito. ¿Qué iba a hacer
la primaver a aturde en ese mes, O o ue con el recordatorio, esa pequeña solicitada en el diario que
tu bre, si p orque encajaba entre viajes J3 £q empiezan a florecen reemplaza el epitafio para los desaparecidos ? Mamá ya no
US gardenias y su olor para iTií es el p erfu programad os, porque
me del amor. Tenía era parte de ese firmamento de muertos sin tumba vivos en
que ser ese mismo año en que se convirtió en
ley la chance de la memoria y en el corazón de su pueblo, como solíamos
pareja
é efé Cto polític o de ese traspié b urgués
(suelen) anotar los deudos con una retórica que se acomoda
que de firmar una libreta
roja cualquier
que da consejos pudi
t?Fí1 CílS á£S f!, teníamos que p otenciar a los tiempos. El primero que yo publiqué fue cuando se
de crianza y obliga a la fidelidad; yo era
dictaron los indultos que dejaron libres de culpa y cargo a
insistido m aquilland o con militancia igua— todos los responsables del Terrorismo de Estado. Puse su
litaria eso inconfesabl e que yo p retendía:
foto para increpar al entonces presidente, “dígame cómo le
amor eterno, que lo jure delante
Que Albertina me explico a mi hija que nadie va a pagar por el secuestro y la
creer el cuento de las perdices
jure desaparición de su abuela”. La ubicaba entre generaciones,
que ella nO se dejara llevar por la extendía el reclamo hacia mi hija, clamaba y me esperanzaba
y que v ivamos felices por siem—
pre jamás. Me enfurruñab a contra el olvido; su vida, aunque más no fuera su nombre,
impuestas por cinco mil años de p atriarcad o
misma ilusión infantil, a quién le importab a que todas esas valía. Era la modesta rebelión de una persona sola, entonces
fueran p atrañas mí ansiedad esa nena
aterrada
puse su nombre con el apellido de casada que no usaba por-
si en alguna parte de en la vereda el toc que era el mío, para hacerme visible junto con ella. Cuatro
todavía latía de
años después, la primera solicitada de HIJOS también tenía
COF azón romántic o y p aciente forma de recordatorio y nos hacía irrumpir a todos con su
Alguien tenía que recoger
el guante de t?Sa devoción, ese demanda. Fue para el Día del Padre de 1995: “Ni ellos ni
la madeja y la de sbaratar a sobre t2l C álTl de espinas
cada noche había tejido su fílfl tasíapoaunque
qUecorrientes. de las co- nosotros elegimos que este domingo su lugar esté vacío en
sas Ulises no ob a a volver. Mamá habíaelmuerto,
día tomaro
era la mesa”. Con esa aparición de nosotros, los hijos y las hijas,
en capsulad a había quedad o desnuda, mis
clamando por lo que nos faltaba cambió la prosa, todos los
un hecho. La niña novia, con su brillante recordatorios fueron mutando. Poesías y oraciones, sí, pero
armadura
pretensiones expuestas por fú tiles y mi también la enumeración de sus logros, los pocos rasgos que
SI HO CTa ella, quién.
de g uerrera, se negaba a entender ese d pueden contarse de quien ha vivido sobre todo en ausencia.
ambién iba a casarse entre esamparo.
fastos ? Fue maestra, fue abogada, tuvo cuatro hijos, militó en esta
V t2 fláCÍíl, sólo hinca el diente.)
((Ella?,
Me senté¿justo ella que t organización y no en otra; no es un cuerpo entre otros cuer—
a escribir dis puesta a liquid ar esa crisis de tris -
Así
téZa solemne, de niña abandona da, de pos ni un número entre los treinta mil. Eran un concierto
esas variaciones y las historias se fueron sumando como
hice de corrido, como si pudiera
ilusiones rotas. Lo
instrumentos invitados por la partitura del calendario de la
duelo. COmo si construyera depredación. Alguien contaba una anécdota de su ausente y
o piedra Cump Íir aceleradame nte
y en unas líneas el trabajo del por piedra traída desde en el siguiente recordatorio se contaba otra más, una familia
a otra alentándose a dibujar una figura singular en la marea
se iban a cumplir treinta y
el río, un m onumen to para de los nunca olvidados para desprenderse de la doble anomia
92 cuatro años desde su secuestro,
93
de los subversivos y de los desaparecidos; porque estarán
vivos en el corazón del pueblo sólo a costa de la escarcha en el p resident e que había
hijas a las endechas
el pecho de los suyos, los próximos, los que saben decir su Albe rtina y yo nos sumam os como
masacrad a.
nombre. Este padre, este hijo, esta madre; es más que una desafinadas ‹ la muerte del lídf?f,
bandera, es también mía y falta, que se sepa. reivindicad parte de la ge neraci ón
o
deber, una necesidad.
Pero algo de ella había retornado. Los restos aparecidos Registro ClV Íl b ájviudaLILl a lluvia
al
empujaban ese texto que sentaba su muerte escrita, los deta- Empezó mientras íbam su a la Cit-
mientras-
la Buenos deAirescompañe
lles averiguados, las responsabilidades directas y las dispersas. torrencia l por su
de frente aVáF1 Zí1 í1 si conej o del ex p residente,
Eso era lo que iba a publicar en el diario en que trabajaba, el
paraguas arreando el cuerpo
mismo que todavía sigue publicando los recordatorios. beza, sola bajo un
, la gente que
Lloré durante toda la tarea. Y me alivié. ro muerto y detrás los g ranadero s, los funcionarios
lloraba 8 Stl ( l as Cf .Terminó veinticuatr o horas después , cuando
Después de eso ya no me pareció tan buen chiste casarnos bidas, alumbran do o US bé ‘
de blanco, era pedirle demasiado al humor. Pudimos elegir entró el
el solFurio, casa por todas las ve ntanas, fermentand
en hi)o hotel alojamien to
mediasda, rotas. íI-
nuestros atuendos oscuros, mitad bailarinas de cancán, mitad el m aquillaj e corrido y lasdesboca deSb
dominatrices de corpiños de goma negros. Esas éramos más que con cebim os en un
pasión
nosotras, más lascivas, más dispuestas a usar el luto para con un rf asquito de semen y una
rató nuestros ramos en El medio de la ceremoni a.
bailar clavando los tacos sobre el dolor, obligándolo a aullar
nuestra s dam ás de honor cuando
de alegría.
hadas locas.
El texto no iba a publicarse en la fecha fijada, ese día el ent
diario dio cuenta de la muerte del ex presidente que había Albertina se puso unos anté OJOS
libreta
robó el micrófon ocon áÍ juez que te nu que d arnos la
alentado la ley que nos permitía casarnos, el mismo que (i gual que cO 71
aman con el muncÍ o
había bajado de los sitios de honor las imágenes de los
todo su corazón o sus
asesinos alguna vez impunes, el amante marido de quien
era la presidenta en ejercicio. Mientras mis hermanos iban su p asión, y todos los u s cesos que
asión . Por eso la pasión
constituy e n la ico nogfaf ía de su p
diría que la vida es fall
llegando cada uno desde su lugar en el mundo para la cele-
bración, yo hacía la crónica del dolor colectivo que tomaba está dispuesta a arriesgar la vida. Se
el pelo se había bordado COT1
la Plaza de Mayo, la plaza pública, para poner su lamento sólo la forma de la p asión. ³ ” En
más acá del cielo. Mágicamente estaba en sintonía con lo trenzas la leyenda que está t?D
con apósito
que me rodeaba, observaba las expresiones del duelo man- Yo me casé s angrando. NO podía ar ruinar
una p ió n se mezc ara
teniendo la distancia de quien ha estado ahí y ha trabajado alguno mi hermosa ropa interiorde mi con
menstruac
clavaba al filial de mi e spalda:
sobre eso; la sensación de derrota, la falsa rebelión que am- » brillantes artificiales que se
para al dolor en la injusticia, por qué muere este, por qué sexy. Dejé que el rastro ro)o
siempre los buenos. El desamparo. La conciencia de que con el vino derramado.
muertos los padres ya no hay nada que atempere nuestro Fue una gran fiest á .
El sentid o cÍé
lugar ante la muerte. strasburgo”
E
Estoy segura del sol calentando el interior del Falcon
celeste y de mi suéter amarillo tejido a mano en lana gorda,
un ocho bajando por cada lado de mi torso. Liso la raya al
costado, nadie me impone atarme el pelo, soy como el “así
no” de los estudiantes que pronto exhibirá la propaganda
de la dictadura. Mi clase de teatro está por comenzar. Voy a
teatro y a coro, todavía no tengo diez años pero sueño con
ser artista y disfruto de estar con chicas más grandes, bien
lejos del elástico y los juegos de manos. Ella está sentada al
volante, por la ventanilla llega el fulgor verde de los árboles
de Plaza Irlanda y la canción de fondo de sus trinos que
apenas escuchamos porque es la misma que nos despierta
y nos aturde en casa. La campera celeste se le desacomoda
cuando se sienta de costado y me mira de frente, el mentón
apenas levantado, después de sacar de la cartera algo que
pone en mis manos con una sonrisa. Sé que es importante
antes de verlo y me da miedo, es algo que suelo sentir, que
las cosas importantes van a dejarme en el camino. Desgarro
el papel y encuentro un libro de bolsillo, ella me anima a
abrirlo y leo en la primera página en blanco: “Para Martita,
mi compañera, que está aprendiendo a sentir como pro-
pias las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano,
mamá”. La abrazo, me quedo todo lo que puedo hundida
en la blandura de su pecho escondiendo ahí la duda sobre
lo que tengo que decir.
— Andá, no llegues tarde.
Me
de la escuela con mi ejemplar de
contra elbajo
pechodelCOmo
auto siy corro por Ia escalinat a de má›m ol
supiera que esa hoja
letra cursiva de m aestra
SOlament e a mí. con su preciosa
iba a dejar a mí.

Nada, nada, nada. Cada vez que le preguntaba, la pala-


bra era repetida tres veces, una empujaba a la otra y la en-
volvía, creciendo como un alud blanco. Yo insistí, no podía
ser, algo tendría que haber guardado de ella en su memoria.
—Te juro que no. De mamá no me acuerdo nada, nada,
nada — dijo mi hermano Andrés y me lo figuré agitando los
brazos, arrastrando su cuerpo en un agua transparente y
oscura, un lago de montaña a la noche.
Al día siguiente que se la llevaron, él cumplió cinco años,
esa edad en que cada quien selecciona sus recuerdos, apren-
de a decir este soy yo, balbucea esta es mi vida. Andrés se
presentó a los años que seguirían como un papel en blanco.
— Cuando era chico a veces me despertaba con la sensa-
ción de haberla visto en sueños, pero no sé si era ella.
Los días anteriores al secuestro habíamos diseñado las
tarjetas para su cumpleaños, cada una tenía un dibujo distin—
to, todos eran brutalmente agresivos, pero entonces no nos
dábamos cuenta. La invitación terminaba: “Si no venís, te
mato”. No le conté esa anécdota, ni le hablé de los pequeños
revólveres y horcas que dibujamos Santiago y yo.
El sonido anacrónico de las publicidades de la radio AM
llenó el silencio entre nosotros dos.
Llevábamos casi una hora en el auto y no conseguíamos
cruzar la avenida Corrientes. Pueyrredón parecía un juego
de encastre desordenado dentro de una caja entre los obra—
dores montados en plena calle para la extensión del subte, el
98
carril exclusivo de los buses, los taxis y los autos; ninguna dos y cometí una infracción que nos permitió avanzar dos
ficha se movía, nosotros tampoco. El ánimo de Andrés iba cuadras sin detenciones. Andrés abrió los ojos muy grandes
torn ándose grave, no sé si sabía que estábamos llegando a y no pude evitar sobreactuar mi aplomo, lo estaba condu-
nuestro destino osencillamente empezaba a tomar concien- ciendo por mi territorio, lo estaba llevando a un lugar que
cia de a dónde íbamos. Aquella vez que lo llamé para con- sentía mío, lo estaba acercando a mamá.
tarle del hallazgo algo se soltó dentro de él antes de que yo
terminara de articular una frase entera, fue como si hubiera
estado esperando esa noticia, ese día, a esa hora. Después de Entré a la oficina del EAAF con mi hija del brazo y me
nuestra breve charla, de recibir mi voz eufórica a 14 mil ki- acomodé como en el living de mi casa. Estaba exultante,
lómetros de distancia, cerró con llave la puerta de su oficina como si el ánimo taciturno de mi hermano potenciara mi
y lloró, solo y tranquilo, mientras los contingentes de niños histrionismo, insoportable. Saludé a todos como si fueran
que visitaban el parque de diversiones donde él es gerente de mis amigos, pedí permiso y me senté delante de una compu-
recursos humanos se ordenaban para salir, mientras el atar- tadora mientras le entregaban a Andrés la copia de las pen-
decer se reflejaba en el ventanal, mientras el silencio tomaba cias que ya había visto. Se me había ocurrido una idea que
el predio y los reflectores lo volvían blanco siguió llorando. me pareció brillante, quería reunirme con los hijos o las hijas
“Ese fue el momento en que mamá murió”, me había conta- de aquellos cuyos huesos se habían mezclado con los de mi
do. Y ahora, antes del final de 2010, había vuelto a Buenos madre en una misma bolsa, aquellos que habían estado jun-
Aires desde Chile para terminar de ajustar esa conciencia tos frente al pelotón. Lo escribo y vuelvo a imaginarme un
que se desvanecía, ella era tan real como su muerte. fusilamiento de película con media tropa con la rodilla al piso
Naná iba a encontrarse con nosotros en la puerta del y media de pie apuntando al mismo tiempo, la víctima con
EAAF, la hora de la cita había pasado y mi celular empezó los ojos tabicados o mirando a los verdugos como rogando
a hacer ruidos, era ella preguntando por mensaje de texto o calificando con la mirada la almra de su tarea. No debe ha—
dónde estábamos. ber sido así. Para matar a cuatro mujeres y dos hombres que
— Contestale, decile que llegamos en diez minutos. llevaban tres meses cautivos, que tal vez se ilusionaron con
—¿Tan pronto? que ese último viaje en auto los devolvería al mundo, a sus
Se le trabaron los dedos varias veces antes de que pudie- hijos, a sus cosas, a un baño caliente, no hacen falta más que
ra escribir esa frase tonta, sentí el eco de un salto en el cora- dos o tres represores disparando sus pistolas automáticas.
zón de ese hombre que me lleva medio cuerpo y que abraza Para febrero de 1977 no hacían falta ejecuciones espectacu-
con tanta entrega, Andrés nunca tuvo reparos al contacto lares, para entonces se estaba amedrentando a los tibios. A
físico, Santiago y Juan, en cambio, parecen desorientarse esta altura de la represión los recursos se contarían también
cuando yo me cuelgo de su cuello. El texto de respuesta se en dinero, cuentas sobre la nafta gastada en los traslados, los
demoró tanto que Naná terminó llamando antes, escuché el proyectiles empleados, el sueldo del personal, los efectivos
temblor de su voz, el temor de que hubiéramos entrado sin disponibles. El menor esfuerzo les resultaría suficiente. Ni
ella. La animé a tocar el timbre pero no quiso, iba a esperar- siquiera tenían que pedirles que corrieran para fraguar un
nos ahí, sola no iba a entrar. Me rendí a la ansiedad de los desacato, apenas empujarlos contra el paredón y disparar.
Caseros, Provincia de Buenos Aires. No era la primera vez
su tarea y completarla, pum, pum, pum, pum, pum. Después que veía esos datos pero volvía a ellos, a registrarlos como
Sobre el olor de launa
pólvora y el humo de los del
caños,
un registro breve, anotación en el orden día, revisar
“parte si me pudieran decir algo más. Otra vez entré en una página
CdO Op”, dice en el casillero “recurrente” en la fotocopia del buscando la dirección del testigo, aparecía enseguida, a diez
libro que fui a buscar años después a La Plata, copia fiel del minutos en auto del cementerio de San Martín, a mitad de
original obrante en la Dirección de Inteligencia de la Policía camino entre el cementerio y el Hospital Ramón Carrillo a
donde los cuerpos habían pasado doce días antes de su inhu -
de Promoción y Transmisión de la M emoria, Comisión mación. Busqué una imagen satelital de la dirección, se veía
de la Provincia
Provinci deMemoria.
al por la Buenos Aires,
Y en folio 37, Dirección
el “motivo” General
una línea rea- un techo blanco recortado sobre un inmenso descampado.
nuscrita: “E nfrentami t?11 tO COf 1montoneros Ver qué hay debajo de ese techo sería una tarea pendiente.
— abatidos 4 NN
, tOdO en mayúscula. En una Nos habían dejado solos a mi hermano y a mí, no sé por
sola página con 28 asientos, hay enfrentamient os en La Plata cuánto tiempo, no debe haber sido mucho, aunque el tiempo
femeninos
(dOS), y 2 NN
Sarandí, Grandmasculinos”
BOurg, Ciudadela (dos), Tigre y Bahía corre distinto en la oficina de Once. Finalmente había llega—
Blanca más dos hilllllZ OS de cadáveres NN femeninos en do a los nombres que buscaba: Bacchini, Héctor Federico,
Santa Teresita; todos pasados con la misma letra. El cuento secuestrado el 25 de noviembre de 1976, visto en el Pozo de
aprendido, lo enseñaban en la escue - Arana; Lisso, Alicia, secuestrada el 28 de octubre de 1976, el
lu y eT1 las revistas del corazón, lo aprendían los vecinos mismo día que mi mamá, vista en el Pozo de Quilmes y en
del subversivo ya estaba que
COf1 la sangre en la vereda y el sepulturero un centro clandestino de Berazategui, “El Castillo”; Robert,
que echaba tierra sobre las pruebas. Quién iba a cuestionar Norma, secuestrada el 16 de octubre de 1976, también vista
se encontraban
la estupidez de estar repartiendo panfletos con una o dos en el Pozo de Quilmes; Abinet, María Leonor, secuestrada
granadas en los bolsillos en un grupo de por lo menos diez el 16 de septiembre de 1976, no fue vista en ningún centro
muertos y los que lograron escapar. clandestino. Anoté los datos en mi cuaderno, ya había vis-
Busqué en la computadora las to los nombres, los conocía, pero volví a anotarlos como
entre
héCholos del 2 de febrero. Á mis espaldas sentía la presencia de si pudiera olvidarlos, como si pudieran decirme algo más.
mi hermano, escuchaba su respiración, á Ctil S de defunción del
la tos de boca cerra - Que todos habían sido secuestrados más o menos en el
da que suele servir para aclararse la voz y a la que no seguía clímax de la primavera, que para febrero de 1977 llegó su
ninguna palabra, el fecha de vencimiento, que tal vez estaban en una cola a la
se había ido a la cocina a ayudar con la preparación de las espera de las ejecuciones, una lista de espera en el despacho
de rigor;ITIestaría
ICÍ O de las hojas que se pasan. Mi hija
charlando, siempre encuentra de algfin represor del circuito que lideraba Ramón Camps,
á Jléfias le dan un poco de confianza. Tomé mi cua- el general que fue jefe de la Policía Bonaerense durante toda
infusiones
demo y empecé a anotar, primero el nombre de la delegado
tema la dictadura; de su jefe de inteligencia, Miguel Etchecolatz o
regional del Registro Civil: Blanca Brown de Fouque; el del de algún otro milico del Primer Cuerpo del Ejército. ¿Por
médico forense: Cóppola, Ernesto A.; El del testigo, siempre qué tantas mujeres juntas ? ¿Por qué entre las mujeres un
el mismo, en los sacerdote, Bacchini? ¿Quién era el segundo hombre, el que
7404084, domiciliado en A. Sabattini 56, todavía no habían identificado ? Subrayé los nombres de
seis casos: Juan Antonio Romano, Libreta
de Enrolamiento

103
Bacchini y Abinet, el primero tenía una hija, la segunda tres. familias de estos huesos? (PO F
La línea empezó a hacerse un surco. Tenía que pedir los telé- son encontrados ?
a l í1 é S [1éFil . Dónde están las
fonos o el correo de alguna de estas mujeres, saber si querían Yo no fuií con ellos.
qué si tantos bt1 SC llI1 í2 StC1 S ITC1
hablar conmigo, pensar de qué quería hablar yo con ellas. El aná me contó después que le costó ver lo que estaba
surco rompió el papel. viendo. Cuando le pregunto ahora, no recuerda que estaba
—Mamá, ¿qué hacés ? ahí con su tío Andrés.
— Nada, mi amor. — Me acuerdo del silencio. En silencio empeCe á darme
—Andrés va a verla, voy con él. ¿Querés venir? cuenta que ahí estaba la abuela.
— No, no, ahora no. entonces pudo llorar, me dice.
Le agarré la mano a mi hija y se la besé antes de que Hijita de mi corazón, tlRté S había querido.
-
se fuera con Andrés detrás de Maco y de Patricia hacia el Yo me quedé arriba. A salvo dí2l silencio y de Íá t2Vi
laboratorio, un departamento exactamente igual al que está— dencia, colectando los datos para reunirme co iT
bamos pero con más camillas de metal que escritorios, con quienes había n muerto la las hijas
Abinetde
más diagramas de esqueletos que premios, con cinco cuartos esquina, bajo las mismas bolas. La foto de Leonor
CIITLCI
ocupados desde el piso hasta el techo por estanterías que ha- me atrapaba, no podía de)ar de m irarla, ella detenld á C
cen laberintos plagadas de cajas de cartón, cajas de archivo, preguntando algo a quien le robó la instantánea, una beba
cajas de plástico con tapas de encastres como las que se usan protestando en brazos, una nena que no tiene más de tres
para guardar comida en la heladera pero mucho más gran- con su jardinero de p antalón cortísimo parada muy derecha
des. Todas tienen esqueletos o partes de esqueletos, alguna a su lado mirando algo entre sus
tiene una identificación que desconcierta: “Hallazgos en nada, una íntima piedrita de la vereda, una vaquita ser de San
dedos que podía
su ropa, casi
un
Playa Mansa, Punta del Este”. En Playa Mansa estaban las antonio, una hormiga, un hilito que sacó de
aguas vivas cuando era chica y todavía veraneaba con mamá arrancado del verde bajo sus ]9 ies. La madre tiene las
cuadros,
y papá en Uruguay, había que elegir entre las medusas y su piernas desnudas, el enterito que lleva puesto, a
riesgo de salir escaldada o la violencia de las olas de la Brava. pastoabierto por
está
Nunca me podía decidir, las dos me gustaban. Eran pequeños el pelo lacio y corto, las alpargatas gastadas, el brazo firme
-
restos los que habían aparecido, alguna persona sensible los sosteniendo a la bebé para que mire al mundo desde es é b ál
reconoció como humanos, se comunicó con el Equipo, cón. En ese lT lomento el mundo no de gusta, el (líltíl t2 O de las
los fueron a buscar, no se sabe qué son, de quién son. Pero piernas regordetas le da énfasis a
no se pueden tirar, aquí no se descarta nada, ni siquiera los el sepia deÍ t? SC lI neo podría parecer una fotoSiactual, de esas
no fuera por
su queja. a cualquiera en
huesos que no pueden ser asignados aunque las partes prin-
cipales ya hayan recibido su responso. El coxal de mi mamá, profesiona l.
se toman con
que Conseguí programas que convierten
sus 24 costillas, las dos clavículas que son huesos hermosos, el teléfono de la rllás
curvados como una nota musical y capaces de develar la nació en cautiverio.
chica de las hijas de
edad aproximada de una persona deben de estar ahí, en al— Ella fue la más activa, me dijo Celeste, la arqueóloga, en El
Abinet, la que no está t?Tl la foto, la que
guna caja, en este osario particular donde todo está cifrado y proceso de la identificació n de los huesos. Me pregunté qué
ostumbr e de buscarlo en otras
les habrá pasado a las mayores que necesitaron de la guía se interrum pía p ara ella la c sólo la
de la menor. Celeste se iba a comunicar para decirle que la para cerrar def in itivam e lltí2 la con-
estaba buscando, supongo que querría anticipar una llamada espera de lá inhumac ión
dición de dCS i1[1 arecido.
que podría ser sensible. En el EAAF saben de eso, es como
Era apab ullan te. habían p ertenec ido a
un salto al vacío, dicen, no sabés qué pasa del otro lado,
ue los de las mujeres
en qué tramo de su vida está quien encuentra, aun cuando de que los hLlt2 S S
haber buscado es, a veces, sólo dejar una muestra de sangre.
hombre, me dijo q
Por eso se cuidan muy bien de nunca comunicar una iden- a adivinar
liviano s, como si se p udier
tificación un viernes, para estar disponibles al día siguiente.
en el calcio el CCl nton e o que desple
Elena Gallinari Abinet vive en Córdoba, nunca marqué su
imbricado s en un cuerpo. por
número de teléfono. como Clarita B acchini,co nvence rla
Con Clarita Bacchini, la hija del cura, iba a ser distinto. ap riori.
que compartamos la vida después de que nuestros padres podés co nfund ir, es sólo un masacr e de
s sos Marta Dillon, la que quiere conocerme para fuerte. A ella quise
compartieron la muerte ? ”, fue el mensaje que recibí en mi de p isada
C iudade la, pero noañara lo íbamo s a hacer
computadora. esquinas
a ver las T1C- i
“Toda la vida, no, Clara — le contesté — , acabo de ca-
Me tomó varios años d t2 CÍ di f1 juntas.
e
eI t rreno, el ITll é do buscar las cicatrices en el
sarme.” no p odía serlas
queCÍf? S -
co nvenci ó de lOS
“¿Qué somos, hermanas de la vida o hermanas de la tirando
muerte ? ”, me preguntó después buscando un parentesco direcc Í O Tle s habían suficie llt t2 All
nuevo como solemos hacer las guachas. mismo por lo. Las calles
bien exp rim Ído
Nos vimos a solas una única vez. perdicio s df2
Llegó un día a casa como una tromba, su metro ochenta fácil hacer
y su sonrisa y un entusiasmo que se escucha tal como se lee están ahí y hastá el calor de las
se.
en sus correos, con demasiadas vocales por letra, siempre balas puede rastrear así, lite 1i1l t2 .
dándole énfasis a la “a”. Trabaja como locutora, toca el cello paredón. las tareas pen dien tes
mientras su mamá hace sonar un violín, el papá era organista Porqu e los burócrat as sOFL huesos,
me sos —
y en la música deben sentir su presencia. Clara es metodista, Pero o
t davía no, tO CÍilV Íi que mi
todaví a necesita baalguna enca
enseña la Biblia en su Iglesia, cada tanto da sermones y eso tenían buscando
es todo un acontecimiento al que quise asistir y nunca pude. human o y mi ÍTÍ ) á anima r ese cuerpo
Tiene una hijita que cría sola y nació el mismo día que mi estaban V ié1I dC1 .
judicia l, libros de
mami. “¡Qué daaaatoo, Marrrtaaaa!”
n La i n scripc ión en los
e terara,
Recuperar los huesos de su padre le generó alegría, ilu- peles que
la
sión por tener el primer contacto físico con ese hombre con if icacion es q ue reem plaza rían
tambié n para la po sterid ad
d esaparic ió n forzad a por la
muerte, mu lisa, m ÁS ll áFláj
el que apenas convivió un par de meses, alivio porque al fin
El ill lTj€l CÍ ab a ti para volver a cerrar la puerta, un collar de semillas le bailaba
bur ocráti ca
CU COm o si que lo
liá C é S onar sus goznes
para en el cuello siguiendo el vaivén de su esfuerzo.
¿Se estaba disfrazando con un collar de mamá?
Ella no tenía ni diez, yo estaba terminando la prima-
a lejándom e de acercánd »ie
sido en contrad o sin que yo ria, tenía que ser un miércoles, porque todos los miércoles
pudier a ter min ar de for íbamos a la casa de mis abuelos. Mis hermanos se bajaban
pr eguntas . Como
pudierafl agotar — del auto de mi abuelo Pila y atravesaban corriendo el za-
Su COf Tl o si el duelo
que me p ropo nían guán hasta la cocina para sentarse a la mesa sin que nadie
P é£o m ientr tambié n lo que nO e b í:1. Lo protestara porque tuvieran el uniforme de la escuela puesto
que nunca
— ¢ Se p ued e o porque empezaran a comer pan antes que la comida. Mi
C eleste abuela bajaba a la vez la inmensa escalera de madera que lle-
Ver la r opa ? gaba al comedor principal con su bolsita de medicamentos
abrió
grandes sus ojo s de agua en una mano y con la otra tomada de la baranda. Atravesaba
]9 OCO lOS h ombros com o si y encogió un
lá H ubiera siempre con cuidado el camino blando tendido sobre las
sorprend ido e» faita.
mayólicas, iluminada por el ventanal que daba al patio an-
daluz; le tenía miedo a las arrugas que siempre quedaban
por mucho que ella insistiera a las empleadas domésticas
Nada p odía im porta rme
menos para que las alisaran. En la cocina ya estarían servidas las
que q uisiera verla v estid a milanesas que hacía el abuelo, el puré con mucha manteca y
antes que d esnuda cÍ e Su propia CllF flf?.
US s largas,
Aunque las el helado casero girando dentro del congelador gracias a esa
lOspartes
t2S tuvieran
sep aradas. Su rop a era aros máquina que era el orgullo de ese bioquímico con cara de
tú nicas, sus
jard ineros , los C O lÍíl£ eS de que fue indio, hosco, dulce y distraído, el hombre que de chiquitita
cuentas,
dorado S, la campera de rayas me llevaba sobre sus hombros al mercado y me compraba
UHí1 O bsesió n ( Iá j a
mí cuand o me di
lTlál lij
T ilo tenía por qué cuenta de que la ropa de
como golosina cien gramos de queso de máquina. Las cejas
junto con ella. le crecían hirsutas por encima de sus anteojos de carey sin
gando agachad a, ningún respeto por la ley de gravedad, la abuela se las cor-
medio cuerp CI lTl etid o del ot‹o taba con una tijerita curva mientras él fruncía la cara por
pequeña puert «
de mis a buelos, los pelos duros que le caían sobre los ojos. Siempre tenía
Q tie entraba p or la las manos calientes, curaba el dolor de panza apoyándolas
sobre el vientre. De chica pensaba que nunca le iban a salir
ropa de tu mamá. canas, hasta que un día, sin que me diera cuenta, su cabeza se
Y yo que soy más grande,
al menos tres años ás gran- volvió completamente blanca. Se había criado entre monjes,
de, no me animo
curas y señoritas de pensión; vivió más tiempo en internados
COflT o si es tuviera mi rándola
que con su madre soltera o con su padre, un hombre ilustre
e xistía. ¡ Cóm o la rop a
de mii sabia que de un pueblo del sur de Salta que podía tanto atender partos
revisarla ? Mi pri lD a em puj ab a

109
COfll o oficiar de
tllás me gus-
ta de mi abuelo
juez de paz. La a nécd ota en el monte
des ués d que
f?S la CÍ e su caballo: el puebl o a e hija mayor, apenas unos meses más grande que yo, para que
su lo s oltaba
pués de pasar las va cacion es me sacara el camisón que traía de Moreno.
í?11 El Galpón,
p adre, y cuando v olvía,
Eran un gran día los mi después del año ac adémic o, lo ¿No se daba cuenta la abuela de que a mí me habían de—
silbab a ércoles, jado con el muy fresco y con la Colacha esa? Me irritaba su
correr des bocada CO ITI () j)) is h erman os
porque ya era una cantinela, insistente, acusadora.
señori ta que tenia aunque flo pu diera
piernas cerrad os y Mi mamá no era ninguna pobrecita.
Yo era gr ande. La Aunque la hubiera visto llorar y hundirle cuatro uñas de
mi abuela mi abuela su mano derecha en la cara a mi papá, cuatro tajos iguales
que de evento s bajando desde la oreja hasta la boca que él siguió frotándose
(lara que es cuchara su r etahíl a en el auto haciéndolos más visibles mientras nos llevaba a la
Qll e hicier on salida reglamentaria de padre separado.
eso
medio del des amparo . La áÍOLl eÍ a tenía ¢ Mi abuela se creía que no me acordaba de cuánto la ha—
su propi a teoría del éf lemig o intern o. MiIfTI íÍ fl‹ › se tendría bía lastimado mi papá? ¿Que me había olvidado de cuántos
sep arad o, tendría trabajos había tenido que inventar cuando se encontró sola
(Perdonad o; todos se aguan un poco, de pronto con cuatro chicos a cuestas ? Había vendido cajas
el otro, el muy fresco, QUE Se ITl and ó a no, ella no pudo. Y de cartón recorriendo con su auto almacenes y fábricas, ga-
ltl Udar y la dejó con
cuatro hijos , uno recién nacido, lletitas puerta a puerta, había vuelto a llevar como abogada
si no hu biera s ÍCÍ o Q or Ia
Colacha esa, pobrecit a tu m adre. . dos o tres expedientes, la mayoría de perseguidos políticos
un animal
C OflOCí0 esa historia. que apenas podían pagarle. El único negocio que floreci ó
Mami fue el de las túnicas pintadas por su mano. Mojaba el pincel
fll y vo Í vía a
pedirm e omento. Como
ido, una lairie y se lame en un color y el dibujo surgía en diálogo con la tela, las col—
un asado que re cordara a la mina con la que mi papá se gaba desde el techo para que se secaran convirtiendo la casa
que vino había en un laberinto hasta que salía a venderlas en la puerta de la
un
una vez, la S i2 Cretari a de escuela, a las amigas de sus amigas, a los mismos clientes a
los que dejaba las cajas de cartón a cambio de dinero. Había
Hacía El esfuerz o, b uceaba en una en especial, una que tenía un pájaro sobre el pecho, un
avanzar
pero la rec onstruc ció n de la pájaro de fuego en naranjas y rojos que ella usaba y yo me
a ella TIO la veía. oficina de mi viejo, un escrito-
la iba a ver, el o tros había probado más de una vez frente al espejo para ver con
grande, in timidan te,
Me hacía la que Sí, Q ero no la veÍa. Ni pena cómo las alas caían mustias a sobre mi cuerpo liso.
papá; él ya lo CIT la I nmedi at o, ITlálTl a lO e hizo ju rar- Mami había tenido que buscarse la vida después del
C onmigo no (láS ít£ ía, que no iba a divorcio.
el mis mo día Pero no era por eso que se la habían llevado.
tenía que pasar. Y — ¿Te parece bien que se quede en casa? Vos sabés que
puede ser peligroso — me había dicho una vez en la vereda de
la casa de mis abuelos, mientras Andrés y Santiago corrían
hasta la puerta y nosotras caminábamos atrás, de la mano,
mientras ella sostenía con la otra a Juan sobre su cadera. No — ¿ Por qué no ? SÍ SO IT COS íl S d
me acuerdo por quién me preguntaba, si por Tamalito o por como si estuviera Se QLlFá — . SO T1 mías.
el Negro Arroyo. Pero daba lo mismo, yo iba a decir que sí, Si
— ¿Y a dónde te las querés llevar? ¿Colt la C olacha? ru
quería que se quedaran, quería que hicieran la revolución,
las mandó tu papá. .
Bajé para que nO
Se me encendió la cara de rabia.
quería un país sin ricos ni pobres, quería salvarles la vida,
¿cómo me iba a negar a semejante tarea?
Katy y la Gorda ya vivían en casa, igual que sus hijos, una y otra puerta a mi pd efendé s ? —escuché mientras cerraba
Tupac y Fidel; Kela venía todo el tiempo. Los mayores se ningún lado p orque measo buscando la que me p rotegiera en
reunían en el living y el patio de los ciruelos y los jazmines llegar. dóncÍ e
quería ir de ahÍ (it?f no teníaTendría
albergaba a un malón de niños que jugábamos a la revolu- Tendría que habe
en lugar
ción y nos despedíamos después con el puño izquierdo en rme enseñado a separarm e.
alto. Todo eso era lo que teníamos que proteger y mamá me
que haberme empujad o un poco fuera de su
lado
cuando yo esCO lldÍíl
de hacerme lugar en su p echo
convocaba para que le diera mi aprobación.
lo que me O Í£é C ÍáTl . NO
cabeza para negarme ciega a todo
Me dolía tanto que hubiéramos fallado.
que-
¿Cuánto había pasado desde esa agitación cotidiana no quería ir de vacaciones con mis primos, no quería
hasta esta rutina de miércoles en la casa de los abuelos como
darme a dormir en lo de mis
era más grande y
la escuela p orque la aventura con mamá
un poco de agua en el desierto de los días ? ¿Dos, tres años ?
¿Habría crecido yo lo suficiente como para que las alas del nadie más ei1tf?1TCÍia .Tendría que
haberme p reparado
pájaro guerrero que mamá había pintado en la prehistoria iba a durar para siempre. Tendría que que
no cayeran mustias sobre mi pecho? para sobrevivir en el (i los
no. Üe lTd PÍá
Y si mi cuerpo llenaba su ropa, ¿querría decir que el aire alegrías y las luchas del (› ueblo latinoamerica
la que cavaba la zanja que
la vida sobre
haberme ofrecido algLlL Lít herramient a para
en que ella se había transformado ya no ocupaba espacio?
— Sacate eso, che. ¡Qué te dije!
El reto sonó como una uña que se quiebra en el piza- intocable como su ropa.
rrón. La abuela había irrumpido en esa zona de la casa que
solía estar liberada para los niños y no la había oído subir la
aco —
escalera a pesar de lo que crujían esos escalones de madera. de impaciencia me golpeab a las costillas
odándose entre el s o»ido de los pies sobre
Los varones bajaron como un malón, pude sentir el viento
al S t2 gU FLd O (I 1SO • DOS
de su desplazamiento; era la hora del té. Mi prima se sacó el mármol que nos lleva ban del tercero
el interva lo de un paso
golpes en el pecho se sucedía n en
collar y se lo dio a la abuela haciendo un puchero. Sin que
hija y yo b aJa lTCÍ O
arrastrado sobre la escalera, a ritmo mi
pudiera mirarlo, sin que pasara a mis manos, ese tesoro se
del brazo, su pelo negro, Íargo y lacio muy
perdió en un bolsillo.
r
—¿Puedo ver lo que hay ahí? —dije señalando el escondite. una carcajad a de f?llá que me veía avanza
mi$ plataformas de goma se
envejecid o de pronto, como si
—Ahora no.
hubieran convertid o III
113
si no quisiera s ep arars e
la que ya era p arte.
tintineando en el oído. Es tan linda mi hija cuando se ríe, del nylon ; se asentó ensegu ida canto
hubiera hecho si esa bOC á
atrís , por las dudas . NO sé qué Me quedé un paso má
me tironeaba del brazo y yo con mi corazón desbocado a rticular es hubiera es cupid o
abierta de una b oÍSa sin seña s p a
tientas en la oscuridad porque no parecía necesario pren— su campera de rayas, la p ollera
der la luz, porque iba hacia el laboratorio del EAAF como vez para disfrazar te de
de motivos af ricano s que usé una rápido,
detrás de la luz al final del túnel. Ahí estaría la ropa que el cualquier cOS a que identifica ra
3 de septiembre de 1984, cuando los cuerpos enterrados en ma que por mucho que se
la c o rporiza ra ahí CO ITLO
la sepultura 52, tablón lateral, sección 14 fueron exhumados gitana, el j ardiner o,
haya q uerido sigue danCÍ O
por primera vez, se embolsó junto con los huesos que pro- del espiritist a do lldt2
de querer y no q
tegía en las bolsas 11, 12, 13, 14 y 15 después de que se foto - uerida pero si habla, si habla ya
grafiaran los cráneos apilados sobre el cemento que cubría se tratab a
este m undo iTi es lo que se
otra tumba, la fotografía Nro. 18 de la causa Dáttoli, una
de espíritu s sitio de cosas, pedazo buscaba. Pero acá flO
imagen que es posible ver porque la retina ya ha acumulado rtizad os, sus p ntes sep aradas unas de otras, inÍ ormé S í1l
cua
otras, montañas de cadáveres en los campos de concentra— tres
principio, hasta que pusimos las
ción de la Segunda Guerra, los cuerpos como esqueletos del nuestra tarea de
Holocausto, ese horror con nombre propio, una lección que tener una tatéá .
había estado en mis libros de texto, en la Historia, en otra entre ellas y empezó donde el
geografía. Convertidas en despojo, una imagen de todas las Cuánto alivio da des integr ÁflCÍ las. Se p ierde lo que
víctimas. Aunque una de esas cabezas me perteneciera como las costuras No
une,Todos
me dije y desC íLf tÓ rípido
pueden pertenecer las cosas a quien las atesora. Aunque cada tiempo actúa p rimero, forma y era justame nte Íor lllá
una tuviera su propio nombre, al momento de la toma no
lo que nec es it ába lllo s d evolver a
eran nada, eran cosas, los que habían sido seguían ligados a
Em pezam Cl S á separar y r
eagrupar como si fuéram o$
la vida aun muertos porque no estaban en ningún lado mis
r odistas pasando di2l
que suspendidos en la zona de sombra donde no llegan a im- intrincad os
lal estela, una opera-
poner su color ni la vida ni la muerte. La muerte sin nombre B 1t'Yda tan in x
e plicab para mi
ni siquiera llega a ser muerte. Y aunque ahí donde entraba
las fórmulas trig o nométr icas. El p
llevada por mi hija, colgada de su brazo en jarra, ahí cerca
nos adhería a o Ivo marró n, insist i2llff?, se
estaría a la espera la prueba de la muerte y el nombre que le p ropia ropa. Cada vez que
en nuestra
fue dado, la muerte de quién, la muerta acribillada, nada de os y
prenda hablaba por sí la l evantábam nos parecía que una
eso podía ser todavía escrito y entonces íbamos por la ropa. J_I de algodó n naranja era una
cio de las otras dos. n pedaz Cl
Que la ropa hablara, la que tenía cuando estaba viva, la que tte, la estiram os en
remera de hombre segú ll Cf?U
llevó hasta la muerte.
Naná entró primera en la pequeña oficina desnuda salvo
punt e, buscamo s US mangas,
por la mesa en el centro que recorrió hasta la punta para con una
ayudar a Celeste a vaciar el contenido de una bolsa. Lfn
polvo marrón, fino, volátil, cubrió pudoroso lo que emergía

114
demasiado desteñida, las rayas que yo recordaba eran de
Naná r escat ó un trozo
OS dos — colores intensos, amarillo, verde, rojo; pero yo no estaba tan
gulos de un escote que se a ng debajo del trián
ostaban hasta C Of lVertir luga‹ atada a la verdad, toda esa ropa mezclada, informe, el polvo
se en
lazo, tal V t?Z alguien lo c ostillas un ar —
que la cubría, los agujeros por donde metía los dedos, todo
CÍ O TlcÍ e Se p odría haber
me producía el mismo, inmediato, amor.
ñazo, un pedazo que fal tabíl,
tina ausenci a No sabía qué tenía puesto mamá ese día. Me hubiera
cable, como si ug uien h ubiera m
etido el gustado acordarme, me parecía que faltaba a mi deber como
abajo ar rancan do
testigo, me delataba ese olvido, al final tanto no me acor-
daba, cómo iban a confiar mis hermanos en todo lo que sí
puesta, no iba a arries gar ningu na sin
evidenci a ci entífic a, tenía en la memoria si no había podido retener ese detalle.
éÍÍ a tenía Ia Fé S (1 us abili dad
del dato cierto, el Es que esa noche de la que nunca volvió, volvió apenas su
lTlé Q uedé m irand o con la t?S á camisa y yo voz desde el baño mientras yo estaba atrapada en mi cuarto,
sobre el con , esa noche cuando se fue con su novio yo no le di un beso.
ex mejillas rojas de
concitación
dos esa cons telació n CÍ e f lorecit as Por algo me ofendí y eso tampoco lo retuve. No la vi irse, no
género azul. Alguna VC' Z tUve un v
estid o pareci do, le di; e adiós, no me colgué de su cuello como hacía siempre
v olados sobre los h ombros y
un apre ta cÍ o p unto ni evalué su vestuario para ver si estaba lo suficientemente
ESa camis a no era linda. Y a la mañana siguiente, cuando se la llevaron, sólo me
de mi mamá,
dé lTl e ocurrió que ]OUeSto nunca. asomé a la ventana cuando los motores de los autos estaban
Üé Leonor Ab inet, ia encendidos, me entró en la nariz el olor de las mandarinas
sepia con la nena que festoneaban mi ventana y apenas vi las luces rojas del
quita a su ílfl tes. S eparé otro
Que tamp prenda Falcon y esa humareda del caño de escape que lo cubrió
no un cu adrill é celeste y como una niebla.
como los que se usan en lo d elantal es blanco
de j ardín —Mirá, mamá.
]lLl d t? CÍ ar me cuenta de
seg uramen te, Sobre el cuadrillé celeste, mi hija puso un corpiño y
la extendí obre la mesa, la
gr osamen te sana. una bombacha, negros los dos, las puntillas de los bordes
—¿ Qué tenía p uesto
arqueadas, rígidas, como si hubieran estado sumergidas en
mientras estirab a azufre pero visibles, perfectas. Una guarda calada marcaba
-No tela clara, como de fino, un p antalón el espacio de la ingle, diez rayas doradas subían desde donde
po cÍría haber
B accli ini . terminaría el pubis que albergó hasta la altura del ombligo;
sé, no me acuerdo. C P eo que
ten Ía una campera de un sinnúmero de elásticos sueltos, pelos locos que salían de
rayas de colores, ver ticales.
E j3I?Z ílIT1 5 a b uscarla
la prenda como resortes de un colchón viejo subrayaban un
entre cr emalleras sueltas y un poco más la resistencia del material. A la altura de la v iilva,
teñid o todo la d — en ese espacio que podría ocupar una mano entre las piernas,
la bombacha no se pliega, no cae el nylon sobre sí mismo
dC! Sma cÍ ej ado había «l
por fuerza de gravedad; conserva el espacio vacío. El corpiño
podía ser lá C amper a, uise ad ivinarl a, hicim os

1 17
directo
el aire de su nariz caía caliente
ha perdido sus broches, no es tan elocuente, aunque hay erfecto
teza es otra materia, es unafilo p
mojarse los (i lé s CO ITIO después de
algo en la forma de la taza, una costura que ya no se usa o muerte, retirand o como gla rasa de la carne esa
zona b arrosa do lld f? todo puede
que yo desconozco porque hace siglos que no me pongo un
corpiño, una costura paralela a la línea de la espalda que me
una
imagino que juntaría los pechos un poco hacia delante. Le otra.
ser reescrito, CÍoll d f? la letra se hunde una vez y
saqué una foto con el teléfono y enseguida corrí todo lo que Era la VOZ III
— Mujeres tenían que ser. junto cO T1 lTlÍ
había abajo para sacarle otra, al conjunto solo sobre el blan— Maco que hab Ííl entrado
co de la mesa con las marcas del polvo, la huella de nuestros volviendo entre los retazos tres re -
dedos, los hilos sueltos, un rastro de tintura bordó que todo como comp rado ras compulsivas
lo había tocado. que tenía íld él illlté . la medibacha sin p iernas
— Esto debe ser de mi mamá. —A nadie más se
—¿Estás segura ? le ocurre revisar así la rO (Iá —c omplet ó.
— No. contado las piernas por el calor — di)e
Celeste y Naná bajaron la cabeza y miraron el conjunto, usado de b O 1Tlb áCh i1•
se hizo un silencio breve. Estaba i ntacta, parecía guardar la forma d
el cuerpo. I_Ir1
—Esa noche ella tenía una cita. en la costura del medio, la
alo como un cable di? teléfono la
Lina cita de amor quise decir, una cita como la entende-
forma que tiene cuando no Sin pier-
ntura y un
mos ahora. Y ese conjunto era elegante, era de gala, le sujeta- reforz ar la ci
doble trama de nylon CO ÍO£ piel para eso, de la
ría la pancita floja por los embarazos, cubriría las estrías has— el costado izquierd o, r edondo, perfecto. cambian -
agujero en
ta que ya no importara que se vieran. Pero no tenía certeza.
nas, claro. Cristina Comand é me habí8 abarrota —
Nadie iba a festejar en un laboratorio una suposición que me la ropa mientras la estación iba
tr ansforma ción de
permitía ver a la amante y se saltaba por pura prepotencia de octubr
do, de la p rimaver através e al verano, s ielTl]9 Té también
de la de los eu -
de un romanticismo vacuo los cuatro meses de encierro, la
dw en el m ismo, diminuto,
sala de tortura, su cuerpo expuesto a la fuerza, sometido a claraboy a por la que
caliptos mecerse a
la fuerza de los captores. ¿Y el recuerdo de Juan? Él bañán — lluvia y hasta ae g ún cigarrillo que dej ab á
dose con mamá y ella con ropa interior negra, ¿no contaba?
caer la g uardia “ buena”
No contaba, pero me guardé la foto. Mi ternura no es- la segunda vez que nos
a una p olera. Cristina mi lo contó
taba atada a la certeza aunque ya había aprendido algo de su rabajaba , ah Í
vimos, en el bar frente al diario d onde t
peso específico, algo que no tenía que ver con la memoria, conservo, junto a un peda -
OIVO,
con lo que me había quedado de ella, con los relatos que reseco que el tl i2lT1]9 O V á c onvirtiend o eli ( I
zo de corcho
trepan como enredaderas abraz ándome cuando a la noche CÍ os rectángu los verticales
un p lano del centro de detenció n:
no puedo dormir, todo uno el deseo de consuelo, lo que ap aisado, una especie
con su claraboy a apoyados sobre otro,
completé sobre los puntos suspensivos de lo no dicho, las r un baño con letrina,
de recepción con una p Í eta de lava y
palabras que quedaron nítidas de un fragmento de diálogo, una puerta de reJaS
dos rayitas cortaban la recta para marcar
el olor de su respiración cuando me apoyaba en su pecho y
118 1 19
y CI tf R dé Chapa cerradas con cad
rectángul os vertical es una suce sión Reconocí entre la ropa sobre la mesa del laboratorio del
de seis ca laboz o s de dw EAAF una polera. Era azul, un jirón de cuello le daba iden-
por uno cerrados por puertas cÍ f?
Chapa ciegas y donde se tidad y le faltaban las mangas. Me subí a una silla para sacarle
O detenidas; querían s eparar una foto cenital, para que no se me escapara ningún detalle.
a unos de otP as, pero lá p oblación
cr En el costado derecho, bajo la sisa, tres agujeros pequeños y
y HO había
orden posible. Algunos un desgarro como el de la camisa de viyela. Para mi eran los
porqu e se h abían p ublicad o
enf rentamie ntos , tapando otros rastros de las balas pero nadie me lo confirmaba, Celeste
día, tal vez, COfD O El CÍ e mi
que a lo mejor aÍ gún insistía en que deberían tener un borde quemado, no sé si
flTáCÍP e, volvieran a decir
presente. para resguardarme de algo o porque estaba convencida, pero
Las mujeres se ponían el tabiqu e como
vincha, la p olenta se era evidente para mí que treinta y cinco años bajo tierra ten-
enfriab a sobre los bancos de m amposter
ía para convertir lo drían que haber pulverizado ese borde. Y sin embargo, frente
en torta, el guiso, la grasa
que flotaba a una remera roja con dos grandes manchas amarillas con agu—
cucharas
jeros en su centro como aquellos en los que yo metía los dedos
S dé h ambre. Tenían una cita vi un diseño de batik y no el rastro de la sangre que podría
día de d iciemb re CÍ e los años
haber manado de ellos.
se iban a encontrar los que s o
bfevivieran En una bolsita aparte estaban las balas. Proyectiles
tí1 ítÍOílTl lOs gritos
de Í Os torturad os y a aplastados, una cosita de nada en la mano que se reconoce
merecía P orque la muerte con el gesto que mide el peso, en medio de la palma eso tan
era el lugll£ Común vivas tod áVÍá y ese interval o
que p idieran tra pO $ para limpiar , talco pequeño pesando. Algunos con forma de estrellas, encami —
ci catrizan te sados, útiles cuando se necesita que la presa no sobreviva
para los heridos, una g uitarra Que usaron,
NáVlCÍá cÍ de 1976. como en la caza mayor. Pocas balas para seis muertos.
con cuero Q U í? ÍCS tiraron como a
— Jé OS curecist e los eÍIa
perros la noche de Y los zapatos. “Restos de un par de zapatos sin capella-
en un interval o
enhebrar, seis años da, un zapato derecho sin capellada, un par de zapatos de
de un r elato que ya había hombre, otro par de zapatos femeninos”, según la descrip-
aprendid o a ción de la causa Dáttoli.
después de nuestro primer en cuentro.
— í"'l O, yo s iemp re fui m orocha. — ¿Puedo quedarme con esto ?
No le dije que m amá era la Verme por algo Que habría Patricia se encogió de hombros, le estaba mostrando un tro—
r ubia.
— Yo creí que no q uerías horrible. Podés CÍt? C Íf1T1 eÍ O si cito de corcho de lo que quedaba del zapato femenino. No ha-
h ClChO lTl alTl á en el bía calzado para todos, alguno puede haber quedado en la calle,
campo,noalgo
Martita, no había ninguna seguridad de que ese corcho me perteneciera
querés. hay flll da h orrible
por derecho de herencia. Pero eran mi fetiche las plataformas.
— ¡ o! No, que contarte. Me lo guardé. Lo conservé como un talismán en el puño
NO había n ecesida CÍ de ajustar los
adjetivos , lo que mv cerrado mientras las prendas desarticuladas volvían a su bol—
contaba y lo que temía FlCt COmpartían el m ismo horror. sa con la promesa de ser cepilladas y recompuestas sin trai—
cionar la factura del tiempo, los gusanos, la tierra, el silencio.
latido otra vez para mí
una vida que explotó en su tiempo
No me pareció que fuera posible, no me pareció ne— estre ÍÍ as toCítll la tierra en el d é-
cesario quitarles a otros el privilegio de tocar el polvo que algunas estén
sierto de Atacama , aunque
LaS
habían guardado, vaya a saber qué clase de materia se había como una n supernov. a.
su brillo e candila El documental ista Patricio
muertas mientras
convertido en esas partículas diminutas que todo lo man- mismo tie1T1 , en
el pasado en el presente en ellas y habla al
chaban. Mientras veía cómo las doblaban, ya unidas las astrónomo s y con las mujeres fa -
partes de adelante con las de atrás y las mangas con sus sisas,
recordé a Julio Riquelme Ramírez, un chileno empleado de seres queridos. En fulgor de
pampa inerte los chilenos, que buscan en la misma
banco que en 1956 tomó el tren longitudinal hacia el norte t‹a ía el revoltijo de fibras y materiales
estrellas era lo que
de su país y nunca llegó a destino. Nada se supo de él hasta pasado ViVO y presente
que ahoF íl VOlVl álT a su entierro, un
1999, cuando fue hallado tendido al sol en el desierto de sobre una mesa dé laboratori o.
Atacama con todos sus huesos y su ropa, sosteniendo con
el pie descarnado —pero calzado — su sombrero de fieltro
para protegerlo del viento. El reloj de cadena, sus llaves, En la descripció n de la causa Dátt oli, donde
se regis tra la
tarjetas de bautizo de las que había sido padrino, dinero madre y sus co f I1(Iá-
primera exhumació n del cuerpo de mi
de su época y una lapicera, todo estaba intacto cuando lo ñeros, se un peine” .Hubiera
encontraron unos extranjeros que dejaron en el aeropuerto an a la segunda inhumació n para
querido que sobrevivierobjetos varios y
de Santiago de Chile un sobre con esos efectos personales anotan ‘pelos, había
verlos, ver ese p eine, fant«s ear de quién sería, quién
pegado al espejo de un baño junto con una carta con las ido a la muerte con un peine en el bOlS Í llO • NO
coordenadas precisas del hallazgo. Francisco Mouat, el pe- pregunté por él. Do rrlÍllÓ mi voracidad por
más, porq ue me
riodista que reconstruyó su historia, dice que creyeron que se estaba. No
devuelvan más. TO R1 i1 lTli
trataba de un desaparecido, que el cadáver era más que esque- rara en mi palma.
dna que envolver para que no se d é S Íllt éQ
ho que pronto telT-
leto pero nada más tocarlo se hizo polvo que voló en el polvo pedazo de corc Andrés , Naná
del desierto que lo había protegido a la intemperie. Era un contone ándo nos para pasar las puertas
del brazo,mi herlTltlll o
abuelo que iba al bautismo de su nieto en Iquique, un poco
sin separarnos. Recién nos
dado al alcohol y con más de un matrimonio pero sin otras compañera de Andrés, y los
señas particulares. Sencillamente se bajó del tren y se em- los dos, )u1ia y TO lDáS. Todos nos abraza
lTlOS C áCÍá
pampó, perdió toda referencia en esa planicie ocre y seca; la nos encontram os con Laura, la rubro que se ofrecía un
reocupad a
sed, el sol y el frío de la noche hicieron el resto. Compartí poco de
hijos mis de lo necesario a juzgar por la mirada p
un taller con Mouat en 2000, me bebí como el agua que hu— diez
de los chicos, sob té
biera necesitado Ri q uelme todo lo que me contó, el peso del llC é S télTÍá
pie muerto sobre el sombrero resistiendo por décadas en su todo de Tonny queElentO
resto nos fuimos a
correr a buscar a mi nieta a la escuela. Naná tenía que
posición, esos objetos insignificantes convertidos en tesoros y mi faba con sus ojos celestes sin preguntar.
mesa redonda que vimos
en manos del hijo que lo enterró, trayendo desde el fondo bar parecido a cualquier a en el barrio
por la ventana de unnos
de la historia la certeza que la familia había necesitado, él no comer a la esquina, tentó una
había huido, la muerte lo había encontrado. Entonces había
123
122
de Once. el
después del tiempo y los dejé donde todavía están, acumulándo —
de escuchar un breve
rápidamen te rato,
US fOtel papá
s que de Furio lo traJo y se fue
había tom «do.
se con otros fragmentos inútiles que guardaban como un
Andrés estaba ta-
relato de n uestra aventura .ímbar una historia dentro: una estampita intervenida por
citurno, ni siquiera tenía h ambre. y pispear
—¿La viste ? — le preguntó Laura. mi abuela materna con una cinta bebé que decía “¡mamá!”
sobre un bebé Jesus que mira al cielo, un dibujito de mi hija
él asintiend o; en su voz
plastificado por ella misma en tamaño cédula verde que hizo
si lo que hubiera visto fuera un
— Era
recién tan poquito. . . —content
nacido. un día en que me vino a visitar mientras yo trabajaba en el
El día anterior también habíamos «la orzado Registro del Automotor ordenando legajos, una entrada de
juntos, cine del Festival de Berlín para ver una película de Albertina,
sentad éf1 f?l Z oológic o
de Ro
R odríguez, los animales eran un alivio a la un chupete de Furio que no quise tirar, mi primer carnet
pelea inter- de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires.
casi la misma edad.
Cuando éramos chicos, mis hermanos Piedras, caracoles, santos, papeles; mi casa está llena de esos
minable
do entre
ahí. Era Julia y Furio, que tienen restos testigos que a veces se organizan en un altar y otras
muy distinto el p aisaje del 70.
Estaba prohibido bajarse del y yO habíamos esta — se arrumban en rincones que me niego a ordenar hasta que
marcado entfe leon es sueltos . C irculaban zooÍ ógico en los los tiro.
boca auto y se seguía un camino Ninguna otra evidencia podía competir ahora con las
quienes habían dean-
do la fotos que tenía en el celular. Se las mostré a cada persona con
CIél tOpor
CÍ O lalo tentación
bajo, de
la que pasé un rato como se muestran las fotos de los hijos.
consigna. No lo raban sacarnos —¿Eran de tu mamá?
de bajar la v entanill a. Entre y yo esperaba
tenía — No, no sé, algo seguro que sí.
uno que hablab a de ese predio en G CI11é£al R
mientra s otros restos aparecían odríguez, Todo el mundo me preguntaba lo mismo y siempre
brazo derecho de un
era la misma decepción ante la duda. Como si no fuera lo
finalmente
recorte SE había puesto p recio al suficientemente emocionante ver las prendas separadas de
que daba cuenta del hallazgo
niño QLi Se aventuró más allí CU U los de
e un fémur en un mu -
límites ; estaba junto al sus cuerpos. Yo estaba embelesada tratando de vestir a las
dC1 habría que darle sepultura, como e cuatro mujeres y dos hombres del enfrentamiento fraguado
la daríamo n osotros
aseo
la de US ISl M álvinas , un hueso al que
poquito áS uf1í1 YeZ identifica -
de mi madre que había aparecido. como si fueran esas muñequitas de papel a las que encima
se les ponía la ropa sujeta con solapas. Pero así, mamá no
se recortaba del resto, no se despegaba del papel; no era el
VO ÍVí íT C iSa busqué una bolsa h ermética mismo duelo. Faltaba el filo de la certeza.
para Me cortó como una navaja unos días antes de que 2010 se
Cuando terminara. Llegué sola a la inspección ocular del Proto Banco,
guardar dibuja do Cristina Comandé;
llevaba años ahí, tenía los en el cajón de mi es — el Centro Clandestino de Detención donde estuvo mamá, en
[9 odía de $plegarla. Puse Autopista Ricchieri y Camino de Cintura. Nunca antes había
segura de que la falta de dObl t? C é S tan ajados que apenas entrado y de pronto estaba caminando por ahí entre decenas
objetos de personas: sobrevivientes, familiares, el juez que investigaba
aire los p re«éF Varía mejor del
paso
la causa, la secretaria del juzgado, abogados y policías que
todavía usan el lugar como parte de sus dependencias. Los
testimonios fueron muchos, el lugar se había modificado se-
gún la época de detención, yo solamente esperaba que hablara
Cristina. Fue la última. Recorrimos la recepción, un polígono
de tiro, el fondo donde alguien reconoció una puerta, los ca-
labozos que ahora eran habitaciones. Cristina levantó los ojos
hacia las claraboyas cuando le llegó el turno y después miró
alrededor. El espacio le pareció demasiado chico.
“CIU DADE LA : El 2 del
— O a lo mejor era yo la que me sentía chica entonces
la Policia PCiá l, sorprendi ó éf1
— dijo. artief lCÍ O (I anfleto s re -
perso ll a que se hítll áb an rep
Contó la anécdota de los piojos de la ropa quemados dé alto,
fr endados jet MO NTON ER O S; al dárseles la voz
con querosene, señaló el lugar donde estaban los bancos de a varias policial con arma s de fuego, repelida
atacaro n ala
mampostería donde pasaban la mayor parte del día, el ojo de CI N N . masculinos y 4
la ag resión, resultaro n a b átidos
luz en el cénit del techo por donde hacían imtercambios con comisió n dos granadas
la guardia “buena” y que les regalaba la conciencia del día y 38 largo, un rev olver 32 largo;
derevólveres
22;rodos
ecuest
de la noche. La escuchamos tomadas del brazo con Marina, la sul.
rocedió al
la menor de las Arroyo. Cuando terminó y se cerraban las MK2 yo,MK — 1; un revolVe f Se h8c e notar que
y un aut omóv il Chev f Ít2 t rojo. cal.
formalidades del trámite judicial, me acerqué a ella. p vehículo Ope1 color negro lograro n escapar varios
una un
en
— ¿Te acord ás de lo que me contaste, que mamá le había 3 67. —”
sacado las mangas a una polera cuando empezó el calor? N.N. su bversivo s. S ECCIO N ‘C’ Nro
— Sí, fue acá, acá donde estaban los bancos. a
Libro d iario, Dirección de Inteligenci
—¿Y te acordás de qué color era? uenos Aires, 1977
de la Policía de la Pr ovincia de B
— Claro, era azul.
— La encontré —le dije y mé puse a llorar como no lo ha-
bía hecho hasta entonces, como si estuviera llorando sobre el
cuerpo tibio de una mamá recién perdida, como si me hubie-
ran cortado el hilo de mi última resistencia. Cristina me abra—
zó y sentí en su cuerpo la alarma de esa interrogación breve,
un parpadeo, “¿Cómo ? ” dijo, pero no había pregunta sino
exclamación, como si a ella también se le hubieran dislocado
la historia y el tiempo y “la encontré” significara otra cosa y
no ese retazo de tela deslucido que era una foto en mi celular.

127
Fue Celeste, la arqueóloga de los ojos de agua, quien
vino conmigo en busca de la última esquina que vio mi ma-
dre. Se lo había propuesto antes a Clarita, la hija del cura,
y a ella se le ocurrió que podíamos dejar flores en ese lugar
donde nació nuestro parentesco. Pero cada vez que le dije
ahora, Ciudadela se le había hecho intimidante, un sitio al
que no podíamos ir solas, un laberinto. Celeste, en cambio,
tenía sus propias razones, quería ver el territorio que tantas
veces había descripto en los papeles, su curiosidad científica
era un estímulo y encastraba perfectamente con la mía, apa-
sionada. La pasé a buscar cerca del límite de la ciudad y un
rato después baj ábamos de la General Paz como cayéndonos.
La calle, las casas, el enjambre de cables que cruzan por el
aire de vereda a vereda, el hollín de las paredes, las persianas
cerradas, las rejas reforzando otras rejas; todo tenía un aire a
abandono como si un tiempo mejor hubiera sido interrum-
pido y quedaran como testigos apenas unos cuantos detalles:
techos de tejas a dos aguas, la chapa de un timbre lustrada
como una joya, una mata de hortensias junto a una puerta.
Entramos en la avenida Eva Perón a los saltos, capas sobre
capas de asfalto se hundían siempre en el mismo lugar y
por ahí pasaban decenas de camiones haciendo temblar sus
carrocerías, sacudiéndose como hipopótamos que salen del
agua, torpes, pesados. De algún lado venían y a otro iban esas
moles rodantes, los galpones que nos rodeaban cubiertos con —
techos que no resistirían una lluvia de verano no pueden estar

129
Mi amiga Raquel, mi de HIJOS, dice que las
una de pura cas ualidad
balas no duelen. f1í1 Vt2Z compañe ra
todos vacíos a pesar de los vidrios rotos, las vigas de hierro
y me juró que rlO duelen. la atraves ó
desnudas que claman al cielo esperando un piso más que cuando llegamo s a la p
El p
nunca iba aconstruirse, los carteles comerciales de tipografía direcció n que figuraba
de nuestro itinerario: CO5t íl 500 la
obsoleta que amenazaban con desplomarse sobre la vereda. fl [1 alo b orracho
en la p artida de defunció n de mi m adre.
Sin embargo, parecían nada más que los restos de un futuro . L tlS CáS íI S tenían
en flor tapiza ba la calle de p étalos rosados
pujante que nunca fue, esqueletos rotos de organismos habi - es cuchab an p ájaros y el rumo r de una
tados alguna vez por obreros que ahora colgaban pasacalles de cuadra. Le saqué
co nversaci ón entre vecinos a mitad
ofreciendo comprar pelo, atendiendo maxikioscos que ven- buscand o nCi sabí « qué. Frente
den sándwiches de milanesa y choripanes asados en medios la m ayoría, dOS
a una casita b ájá CO ITIO
tanques de combustible, cobrando los honorarios de la seño— Me hubiera gustado que
hombres co nversab an efi lá vereda.
ra que promete amarres permanentes de la persona amada en
fuera ahí, tal vez el aire de
afiches pegados sobre los postes de madera.
esp
Nos perdimos más de una vez presas de la observación iJ S £t2 d
— Disculpe, señor, (
encandilada de ese entorno, olíamos la violencia como si de muchos rodeos á llTl o
fuéramos perras con la referencia en la nariz de lo que ha-
de los vecinos.
bíamos ido a buscar.
—Han 65 años que vivo acá.
Paramos en una estación de servicio, no sabíamos dónde cambio s en el ba-
Me ilusioné. Le p regunt é más, por los
estábamos y la voz españolada del GPS insistía en recalcu- rrio o en la numeración cÍi2 lil calle.
Tod CI estaba igual. Pero
lar, redireccionar, pedimos que giremos a la izquierda en no r ecordaba nada p arecido El íls
contramano, que volvamos sobre nuestros pasos, que siga—
esa esquina.
mos recorriendo la piel lastimada del conurbano sin llegar —¿Es gente que conocías i — me p regunt
ó.
a ningún lado. Pero estábamos cerca. En el mapa que me
había mandado Celeste el día anterior había seguido con el que p a -
—Pucha, qué cosa terrible. Qué cosas terribles
cursor de la computadora el camino posible desde la Brigada saron, pero acá no fue. Estoy seguro.
Güemes, donde mamá había estado cautiva, hasta la esqui- verdad, la fecha y la
No quería dudar de lo que tenía por f?
na de Costa 500, la dirección que figuraba en su partida de la d irección, las balas. Sin hablarnos , Celi2St
defunción. Camino de Cintura, un corto tramo por Rivera róxima esquina dé US CllT-
Indarte saliendo de la rotonda de San Justo y esta avenida la retaliació n por aquella bomba p uesta
en la que estábamos, derecho, más o menos tres kilómetros os pronto a Falucho y
en una comisar ía de Ciudadela. L1égíIIT1
y el volantazo para meterse en el barrio donde las luces se- rodeado por un alar rl-
1977 Besares. De f£ente hay un d escamp ado
rían todavía un poco más mortecinas. A la madrugada y en sobre el portón que p
no pueden haber tardado mis de 15 minutos en llegar, el viento y la humedad
hana tiempo, un carte Í
tiempo suficiente para que la ilusión de sobrevivir diseñe lo Señora de FátllTli ”. D l
decí • : -c« po de deportes Nuestra
primero que se hará con la vida nueva. Tal vez lo que siguió
fue
130 rápido y no se dio cuenta.
calle y yo me di cuenta de que
otro lado de la calle había unas cuantas casas y el inmenso ‹quedaro n algunos zapatos en la
paredón de ladrillo de una fábrica de champÚ. No me detuve ,
a pensar en nada, vi una vecina en la puerta y le pregunté. La
respiración monótona de la General Paz se escuchaba cerca.
—¿Por qué? S•
— Disculpe, estamos investigando un hecho que sucedió te as caban los CO fCÍ O I1é
—Eran zapatillas sin
acá, en 1977, en el verano. .
a mi pro-
La mujer me detuvo con un gesto de su mano, se llevó descubie rto algo, vencido al tiempo,
res entarm e eli
el dedo a la boca como una enfermera. Alguien pasó hacia pia inc redulidad. Y
estab áfl á tlO F de piel, eran
la calle por el pasillo que ella tapaba con su cuerpo. Esperó cl terren o y p reguntar; las marcas
que el hombre caminara unos pasos y me habló como si me barrio, patrimo
señalad a esa esquina, debía haber
sido
dijera un secreto. río común, ningÚn ecreto. la
s
mamá,
se habían llevado a mi
— Sí, nena, los agarraron acá — dijo señalando un lugar veintioc ho y mis treinta y
impreciso de la cuadra — y los balearon contra esa pared. misma en la que viví entre mis -
Todavía se pueden ver las marcas de las balas. Había muje- c uadra, el Gordo Ricaño, due
res, pobrecitas. io sol bn de la esquina, C
maderas de la v uelta, la (lá-
Después empezó a hablar de la inseguridad, de la necesi- casa por arlos Jaureguit o, separado de
dad de más policías, de una hija discapacitada que necesitaba pelera de
traslado. Ni Celeste ni yo podíamos escucharla, nuestra niña, con tod Cl cruzaba saludos ytal cual como cuando era
de chiquita.
atención estaba en el paredón, en los guardias que custodia- me conocía n de chiquita, CO
. i›iunca indagué sobre lo
ban la carga y descarga de cajas, en la constatación de lo fácil Nunca les p regunt é por ese dÍá
nocían a lTlálTlÁ
, lo que sintieron. Nadie
que era dar con un testimonio. que v ieron, lo que es cucharon saliera la
Ignoramos a los guardias y nos concentramos en la ob- tampoc o me p regunt ó
servación del paredón de ladrillo, vimos las marcas, las foto — como si eI S Íl élTci o hubiera
grafiamos, tejimos hipótesis sobre su origen, sobre el tiempo sido un
de conservación de los materiales, cómo era posible que afuera, círculos co ncéntric os
acuerdo ce££il do dentro clava ell t2 l $CíT1 CI mientras
siguieran ahí todos estos años sin que nadie recogiera esas de que se tira una p iedra y sedibu j ad Cl S t?T1 f?l agua después
creído que era yo la
pruebas. Envalentonadas seguimos hasta la siguiente direc- se borra su estela. ¿Por qué me habría
ción: Santamarina y Chubut, tres mujeres y cuatro hombres única que tell ía mem oria?
habían caído ahí. Apenas estacionamos vimos el paredón, La si guient e esquina era
orientamo s al p rincip io, nO
encerraba una fábrica de soda. Me acerqué a un vecino que nací de Tupac y Fidel, flOS des
cambio
estaba descargando su auto, se presentó como Pirila, asi es á de la
s y una imagen en bílldos
como se lo conoce, así se lo puede encontrar; como su padre, una parada de colectivo que
el p
encontram os Medallaaredón
Milagr un Í ÍOSCO
él también arregla heladeras, nos dijo. un hombre
— Eran muchos, no sé cuántos porque no nos dejaron sa- por los vecinos más antiguos, on. Preg untam oS SO
lir hasta muy tarde. Cuando se fueron, cuando se los llevaron, que rondaba lo s cuarenta. toqu é timbre y salió

133
la m emoria que no se
como polvo, es Tlá d íl . refuta.
— Sí, fue acá. En esa esquina antes había un descampado pregunte, 11ád í1
lleno de antenas y un paredón, ahí los dejaron. aviva o se
—¿Pero cómo ? ¿Vos te acordás ? ¿Querés qu e vay leste —
—Yo no, pero sé, porque siempre se comentó en el ba- suficien te — dije y me apuré
rrio. Mi mamá me contó. la e scuela.
hoy Íue
— Podría hablar con ella? — Otro día, por
i para llegar a buscar a Furio a
— Está muy viejita, no puede salir. Pero fue ahí, todo el
mundo nbe.
Todo el mundo sabía. Era tan obvio que daba escalo-
fríos.
Cada vez que volvíamos al auto hablábamos a la vez
durante unos minutos. Nos atropellábamos para confirmar
que no dudábamos de lo que nos decían, era increíble que
fuera tan fácil despegar la historia del papel. Celeste había
trabajado sobre los restos, había desenterrado las bolsas de
huesos, había reconstruido las historias separando primero
los fémures, los cráneos con sus maxilares, el resto de los
huesos largos se habían asociado por ADN y por esa misma
cadena les había devuelto los nombres, había visto cómo eran
recibidos por los suyos, entramados otra vez en las familias.
Esas familias ahora entreveradas con la mía por el último
suspiro de los nuestros.
— tierra todo, es impresionante —dijo dibujando un
círculo en el aire con el índice y el pulgar juntos.
Después hubo un breve silencio.
— Lo que no puedo creer es lo de tu mamá. Qué mala
suerte.
Mala suerte, sí. Pero la certeza sobre los otros se mezcla-
ba con la que yo buscaba, cada constatación era un tono de
voz y el coro cantaba el Htmno a la Alegría. Nunca se trató
de una sola, aunque devolverle el nombre a su espacio indi-
vidual, a ese cuerpo que había faltado, fuera como modelar
en arcilla apretando sus límites para darle forma humana,

134
La pala de punta se hunde en la tierra, el peso del pie
en su borde la obliga. Saco el terrón y caigo hacia atrás, mi
hija se ríe a carcajadas. Tiene nueve años, la cara tan perla-
da de sudor como la mía, en el mismo sitio, sobre el labio.
Maniobra con una tijera filosa para cortar un plástico negro
y duro que cubre las raíces del ciruelo que vamos a plantar.
Es torpe con la herramienta y está apurada, tiene un sinfín
de figuritas que pegar en su agenda y el sol la molesta. Antes
de volver la pala a su tarea, levanto la vista, señalo una rama
cargada de frutos de un árbol centenario.
— Ahí nos trepábamos para comer. .
—Ya me lo contaste mil veces, mamá. No sé para qué
querés plantar otro si ese te gusta tanto.
Porque se va a morir, pienso, pero contesto con otra
palada de tierra.
— Es ridículo, uno al lado del otro, iguales. ¿Por qué no
compraste un limonero ? Yo odio las ciruelas.

137
Un sueño persistente se había metido en el día, lo llevaba
atado como un perrito faldero, como si me hubiera vestido
sin sacarme el camisón, sentado en mi hombro como un loro
parlanchín, dictándome al oído que no es de la noche todo
lo que en la noche se vive porque el sueño estaba ahí a plena
luz, recordándome.
Había matado a alguien, nadie lo sabía, sólo yo que no
había querido pero ya consumado el acto procuraba olvidar-
lo, probaba a vivir con el muerto archivado en la conciencia,
pasaba del horror a la euforia de creer que no se descubriría;
si no fuera por mí y la memoria encandilada que iba a vol-
ver como vuelve el mar que se retira con la luna llena. No
importaba a quién había ultimado, yo tenía el olor de lo que
había hecho, no se podía quitar. Lo que yo sabía me perse-
guía como un sabueso y me iba a alcanzar, era irremediable.
Me había despertado en ese punto porque había sonado
el despertador. No hubo grito ahogado como esas veces en
que quiero defenderme o atacar y mis manos son blandas
y pesadas como una tonelada de algodón inútil. No había
sentido la pesadilla pasando por el embudo de la vigilia hasta
abrir los ojos agitada, buscando el consuelo de la conciencia.
Era sólo un sueño que filtró su clima amargo en el día.
No lo conté, nunca se cuentan los sueños antes del desa-
yuno porque podrían cumplirse. Y después ya no quise, no
tenía gracia ni aventura, era sucio como caminar descalza por
las veredas de Buenos Aires. Algún muerto debo tener en el

139
ropero, me
Mala suerte.
uno, pensé,
dije como si me mirara los pies, quién no tiene Hay cosas que nunca voy a saber.
matas/ En los pa-
como si me sacudiera del hombro la vOz de paja —
rito que me contaminaba el oído. “Bajo las Hay Cadáveres

y en todos los sitios donde Néstor


“¿Dice su nombre y las fechas ? ” ,repregunté a Santiago.
su largoopoema, b«jo si ca « y en mi sueño. Hay cadáveres.
herman Santiago: “¿Se puso
Le mandé, de improviso, por impulso, Un mensaje a mi
papá?”. Papá había muerto en la víspera, unos meses antes de
placa en donde e»te«› en que cualquiera supusiera que Albertina y yo íbamos a ca—
sarnos, algunos más antes de la aparición de los huesos. Lo
“LU (1 Tte el cementerio, no te permiten
p ersonal Ízar- enterramos una mañana de mayo de 2010, con la cordillera
la”, contestó enseguida. Nos h ábíamos visto hacía
Lin trámite muy nevada festoneando el horizonte y los ocres y rojos del oto—
poco, r
Terrorisecorrimos
mo juntos la ciudad de La Plata para terminar
ño en Mendoza volviendo escandalosamente bello el paisaje
que nos reconoCííl COmo víctimas directas del
del cementerio diseñado en donde lo cubrimos de tierra en
de Estado, no como hijos, sino CO lTl o deteni - una tumba prestada por la familia de su última exesposa; fue
dos ÍÍ ega Ímente durante toda la noche en que los captores
todo tan rápido que no tuvimos tiempo para tomar decisio-
esperaron que mamá volviera a caso con su novio, el Negro
nes mejores. El diagnóstico de leucemia, la esperanza de que
Arroyo. Papá y mi tía Graciela estaban afuera, también cau-
se curara, el tratamiento con quimioterapia; todo eso había
tivos dentro de los autos de la patota.
durado apenas veinte días. Yo lo había ido a ver casi sobre
Yo había aprovechado ese viaje para pedir los legajos, el final y ni siquiera pude darme cuenta de que estaba en ese
ahora disponibles, que la D irección de
Inteligencia de la borde. Mis hermanos ya le habían quitado todo el pelo de la
Policía de la Pr ovincia de Buenos Aires tenía de mamá y de cabeza para que no encontrara sus mechones sobre la almo—
eÍla tenía cuaren — hada, estaba flaco y vestía sólo el camisolín del hospital. Pero
mitad de los 90. La burocraci a de la muerteCOmo periodista tenía las mañas intactas y yo apenas pude moderar las mías.
y COITIO integrante de la comisión también había
de
registrado el ÍalSo enfrentamien to del 2Prensa de HIJOS
de febrero de 1977a Esa noche que compartimos, mientras una televisión muda
transmitía las celebraciones del Bicentenario de la patria que
esa fech yo disfrutaba y él criticaba por populistas, me preguntó si
en el
Vélez,que
a cayó mamá. Había pedido los partesflor de diarios de
que había todavía salía a la calle ese diario en el que yo escribía porque
a y ubicaban el héCho en la esquina de Costa y Díaz él podría conseguirme un trabajo mejor, debería aprovechar
cuatro cuadras del palo borracho en nadie que me
testigos si lo que para ir a ver las instalaciones de ese multimedios mendocino
me grafiadoerajunto a Celeste. No le pedt a
fototocaba cuyas puertas abriría para mí aunque a nadie más le intere—
otra desilusión. Pero ahí é st ába el p aredón
áCompañara a ver esa
igual a los otros que esquina, no quería detrás una sara que yo las cruzara alguna vez. Contesté con mi tono
fábrica
CL COrChos que tenía de maestra ciruela, ese que solía usar con él, expropi ándole
habíamos visitado, cualquier chance de pararse en el lugar de la víctima, exi —
yo. Hablé con tres giéndole voluntad para curarse, garra para tragar el helado
personas, n inguna se acordaba.
de frutilla que me había convencido que tenía que darle.
140
Él tratándome de oportunidad perdida y yo erguida en fría de mi padre, acomodaba la p untilla de
mi soberbia, pidiéndole que hiciera lo que tenía que hacer. su mortaja, no se
A lo mejor montó la escena para consolarme, para hacerme hermanos de papá, iba a extrañar sus llamados en el primer
de uno d t? lOS SUS
creer que no había nada excepcional que habilitara otras pa- movía de su costado. Era una prima, hija hacía él desde
labras. Ahí estaba mi papá, peleándome, buscando entablar
conmigo la relación que conocíamos, regalándome una esce- cada cumpleaños , los viajes que
minuto denunca
A mí me
donde fuera para estar con ella ell IS t2 dÍíT•
na cotidiana repetida, siempre la misma, una que habilitaba Era como si me hubiera caído de la constelación de sus
llamaba para mi cumpleaños.
el futuro. Siempre había sido así y así seguiría siendo, sin hijos para convertirme en una piedra opaca; conmigo podía
esas rutinas que creemos inmarcesibles no se podría vivir, la esquivado para dejarme ahí
en la
muerte se nos vendría encima a cada instante. Espero haber— anclada en el camino, siempre con la misma pregunta
lo mimado como merecía esa ú lti ma noche. Espero haberle tropezar y entonces me habíá sí quería saber qué había he -
punta de lá lengua. Porque yo
transmitido mi amor y no solamente mi juicio. Entre toses cho él aquella noche, aunque no fuera quién para preguntar.
y bip hip de los instrumentos que median la presión de su Aunque nadie
sangre, el ritmo de sus órganos, me acordé de un cuento que eso lo que quería saber?
i O TIO éPi1
debiera preguntar nunca por qué sobreviviste.había
mi papá me leyó una noche, cuando yo dormía en la cucheta ¿O no creía en algún lugar inconfesable que él
de arriba y Santiago en la de abajo. Era sobre un perro al que elegido su vida por sobre la de ella? Aunque hubiera pen-
le crecía una flor en la cola, se llamaba Saverio. Mi cuento fa— sado en nosotros, aunque
vorito, un /rené adorable en busca de amor. Y sentí el sabor también lo había
de la manteca salada que él untaba en vacaciones, del queso hubiera querido protegernos ; ella
a esquivar si yo apuntaba deSd t2 ITll
hecho.
administrado por su autoridad en la cabecera de la mesa, su lugar de víctima p erfecta con ese dardo en la bOC íIÍ
mano sosteniendo mi bicicleta antes de largarme a andar sin Cómo no
iDel estudio me iba tía Graciela
rueditas, de los libros policiales como primera lectura. Si hu- patot l CO f1 ellos tirados
en el centro de Buenos Aires saliómila papá
que compartían y mi de
biera sabido que era la última vez juntos hubiera puesto más en el suelo de un auto. Alguien tuvo que dar la dirección
empeño en hacerle sentir la corriente cálida de mi corazón. Moreno, alguien señaló eÍ
Estoy segura de haberlo abrazado y besado, de haberle di- cuando vio movimie fltos t2f1 la puerta. Graciela tiene SllS ]3il(Ié-
asto de mi mami que siguió de largo
quiso volver a
cho que lo quería mucho. Lo vi sobarse la mejilla maltratada les para dar cuenta de su relato. Mi papá nunca
después del adiós. Pero él había conseguido desorientarme, en una larva que se com Í:1
llegué a Buenos Aires creyendo que tendría padre para rato. blando de nuestro lazo.
Me equivoqué. esa noche y lo nO diCho se convirtió había treinta y ocho
íl-
Cuatro días más tarde volví y sólo cuando estuve sentada folios que daban cuenta del recorrido de un pedido de p
en el avión supe que todo lo que quedaba era oficiar los últi- en el legajo de mamá Üé lí1 D I PBA
a,
mos ritos. Entré a la sala velatoria totalmente desconcertada la División Mesa de Entradas, por la Red R adioeléctric
radero por la Federal
como espectadora de la dramatización de la distancia entre la jefatura del D epartamento dé Enlace, la Policía
nosotros. Junto a su cajón otra hija se me había adelantado, División Búsqueda de Personas,
su pena era audible y llamaba al consuelo, tocaba la frente Interior Sur y después la Norte;

142
tiva, con su retórica cansina, marcial y burocrática, recibió madurez desprecia sus ideales
sellos de generales de Brigada, comisarios y jefes entre 1979 verdad esta en el poder. Si hubiera hablado df? su herida, en
de juventud porque la única
y 1981, cuando se cierra finalmente el caso con la constancia lugar de socavarme el piso sobre el que quise crecer con esa
de un pedido de Híbeas Corpus formulado por mi abuelo mirada de pena hacia cualquiera de mis decisiones.
dos días después del secuestro y ninguna causa abierta por ¿Papá me quería? No tengo duda. Pero me quería otra y
“PIL”, privación ilegítima de la libertad. Son los años en que Una vez
se cursó el trámite de ausencia con presunción de falleci- me corté el f lequillo, tendría once, lo había ht?ChO C Clf1 el pelo
eso era un tajo en mi corazón que bombeaba enojo. uedé
miento para que se pudiera disponer de sus bienes — de los
hijos, entonces, disponía sólo el padre — el living esperando que papá llegara
seco y caía como palitos rectos sobre mi frente. Me q
Me acordé de mi enojo cuando supe que eso había su- de trabajar para mostrarle mi aspecto. “Siempre soñé con
muy quieta sentada f?T1
cedido a mis espaldas, por eso sí podía acusar, por haberla verte así”, me dijo. La siguiente vez que me Íavé
declarado muerta cuando mi esperanza de que volviera es- flequi llo se convirtió en un manojo de viruta bien arriba de
el pelo y el
taba casi intacta. Y además por no haberla nombrado nunca las cejas supe que el sueño había terminado. Cuando empecé
sin que tuviera que arrancarle una palabra, un plazo de mis colegas me
nunca jamás que él llamaba quince días aun cuando yo ya e saludó
trabajar
apor como p eriodista y laenmayoría
el
deestás COIT virtien -
te
tenía treinta años y le dije que era hora que nos sentíramos el “proyecto de periodista que
a hablar, él y nosotros, sus cuatro hijos, y me pidió “dame palmeaban la espalda, él me llamó el 7 de junio y m artido
quince días”. Habían pasado al menos 485 veces quince días de un hospital público con mi diagnóstico de Vih positivo
do”. Mientras estaba internada en un cuarto comp
desde la primera vez en que le había preguntado por mamá.
resentadora
vez que veía a una p
— ¡Vos creés que yo tengo la culpa! — me dijo cuando recién estrenado y un raro síntoma que me deformaba las
esa reunión familiar finalmente se concretó, en una casa suya o menos mi edad se mo Fía df?
piernas, me dijo que cada ese lugar. Diez horas antes de
que no conocía, de la que me fui llorando frente al silencio de televisión que tendría lTlÁ S
de mis hermanos. que yo cumpliera 40 añOS, lTlt? C l£O en un bar porque tenía
pena porque yo no estaba i211 sin hacer ninguna referencia
— No, papá. Los milicos asesinos tienen la culpa. algo importante que decirme y,
Podría haberme abrazado para cerrar ahí mismo el a mi próximo aniversario, me dijo que había descubierto que
conflicto al que le tenía tanto miedo. Podría haberme di- sus problemas conmigo se debían a que a poco de nacer yo
-
cho incluso que mi frase parecía una consigna y se le hacía había muerto su padre y entO llC éS la alegría por la primogé
difícil de creer. Pero no. Se volvió contra mí para darme un cita se había convertido en un hilito de agua en el torrente
discurso sobre los errores políticos de los 70, para dibujar a de la tristeza. La suma de sus desplantes fue tan Íarga que
mamá como una extremista fanática que había descubierto a cuando alguna vez quiso mostrarme aprobación yo ya no
los pobres a los treinta y cinco, para que tomara conciencia sabía cómo hablar con él.
de todo lo que él había tenido que hacer para salvarnos de Los últíms dos hojas del legajo de la DIPBA no eran
una muerte segura. específicament e sobre mi mamá sino el parte diario con que
Si al menos una vez se hubiera mostrado vulnerable, en se completó su eliminación. Era tan burdo el argumento,
lugar de perfeccionar año a año el personaje del tipo que en la tan escueta la descripción de los hechos, tan metida entre

145
papeles, entre compartimentos, una pieza más, menor, del
plan de exterminio del que fuimos víctimas. Tal vez hubiera
sanado algo haber compartido con él esos rastros que daban
cuenta de una muerte sin épica en una esquina oscura de un
barrio donde nadie se atrevió a abrir las ventanas. Tal vez
hubiera reparado en el detalle de un Opel negro que se dio
a la fuga. A él le encantaban los autos. Con Albertina, como
si no pudiera moverse del guión de la pareja en la que yo era
la chica, había hablado de las ventajas de los motores japo-
neses, de la calidad de su diseño, de su potencia. Mi esposa Tengo los pies de mi mamá, digo, pero no son los suyos.
me había conquistado con una cupé Honda de los años 80 Tengo sus piernas, pero son las mías.
que todavía manejaba esa vez que se cruzaron. más oscuros, pero como ella las pestañas.
Yo no fui tan generosa con mi papá como mi prima. Ella Este es mi cuerpo, digo y no sé por qué la voz dice sí,
siempre se adelanta en dejar su recuerdo para él en las redes Y son ojos
si los lo mismo
sociales cuando se cumple un aniversario de su muerte. Ahí el que estuvo, el presente, el que puse donde no tenia.
escribió una carta pública donde le agradecía haberla visto El dolor se hunde en la materia
tal como ella era, haberla escuchado siempre sin juzgar, reído como se hunde el tiempo a Í COStíldO d t? lT11 boca, sobre
de sus chistes, amado a sus amigos. Conmigo era capaz de los labios, en los párpados, los hombros, las manos; cada
decir que la crisis moral del mundo entero había empezado una de las partes blandas que de ella
cuando las mujeres dejaron de criar hijos para salir a trabajar se han ido
con tal de encenderme las mejillas de bronca y la mayoría
de las personas que me rodeaban eran mediocres en su boca.
— Gracias, papá. Te quiero mucho — le dije con la última
flor que arrojé sobre su féretro.
Pero era recién ahora, formalmente huérfana de padre y
madre, que podía desprenderme de ese muerto, de ese enojo
por sentir que siempre me había querido otra y no la que era.
Hasta el final quiso mostrarse entero delante de mí que ha-
bía visto su herida. Hizo lo que pudo. Y es todo lo que yo
pretendo.

146 147
Abrí los ojos y volví a cerrarlos, no había nada agradable
en lo primero que había visto. La superficie fría, lisa y dura
bajo mi cadera no me alcanzaba para ubicarme, no estaba
en la cama, tampoco sabía dónde. Aspiré el olor de mis pe—
rras, nítido, fuerte, y ellas se movieron empuj ándome con el
lomo como pidiendo lugar. Abrí los ojos de nuevo, hice foco
en mi horizonte próximo: el límite del polvo que se acumula
donde no llega el escobillón y un pedazo de algodón ape -
lotonado y húmedo, las marcas de los dedos impresas, un
costado negro como si se hubiera usado para sacar maqui-
llaje. No sé cómo llegó hasta ahí, cómo se ubicó al fondo,
debajo de un mueble junto a un caramelo con una maraña
de pelos pegados, tesoros de quién serían esas porquerías
que se salvaron de ser arrastradas a la basura. Mala ubicó
su cabeza en mi cuello y emitió tres respiraciones seguidas
haciendo notar su preocupación por mí. Mi hija le puso el
nombre por una rapera española que le gustaba; Albertina
y yo acordamos, cuando nos conocimos ella tenía un perro
que me dejó una cicatriz de ocho puntos en el brazo, acep-
tamos ese nombre a modo de conjuro y lo completamos:
“Mala, la perrita buena”. El primer ser que criamos juntas,
ella no se iba a mover mientras yo estuviera quieta, no im-
portaba cuánto tiempo. Favorita, con sus tres patas, ya esta-
ba sentada, contoneándose ansiosa; para ella era suficiente,
yo no debería estar ahí. Moví apenas los ojos, encontré una
cucaracha con las patas para arriba y una sustancia blanca
torrente de palabras, las letras deslizándose por la garganta
como si se ordenaran solas siguiendo un plan maestro que
saliéndole como excremento. Se le movía una antena pero
de arrastrarla, muerte que vuelve a la vida, al menos como no era el mío y que a la vez sí, era el mío, era yo, la niña yo
no estaba vÍ va, varias hormigas rojas
alimento. La arcada fue inmediata y metrataban tenazment e
hizo doler el tórax, desbocada organizando un funeral postergado como si fuera
remedo de otras, las que me habían dejado durmiendo ahí una fiesta.
no sabía desde cuándo. Tenía un balde cerca de mí, un almo - — Quiero que vengan todos, que estén mis amigos, sus
amigos, la militancia; quiero que haya música, que traigan
flores. Lo que yo quiero es que vengan todos.
hadón bajo la cabeza y una manta encima; estaba en un lugar
—Vamos a ir, Martita, por supuesto — me decían po—
de paso, al lado del baño de las visitas y el agua sucia de los
niéndome la mano en el brazo, como si así pudieran ubi—
animales. El piso era de lajas lustradas, las patas de los mue—
carme de nuevo en la barra donde nos acod ábamos, en esa
bles cÍ e madera, torneadas, las cortinas arrastraban un voIa —
casa inmunda, opulenta, plagada de ornamentos camperos
do con borlas doradas. Ese color de falso lujo en una quinta
mezclados con caireles dorados, tan ridícula como para ubi-
alquilada me dio más náuseas que los platos de las perras
car el quincho a treinta metros de la pileta, techado y con
tan cerca de la nariz con su estela de baba visible. Mi último
ventanas tapiadas por enredaderas, con bancos sin respaldo
recuerdo consciente era mi propio reflejo en el ojo de agua
en torno a la mesa. ¿Quién podía querer compartir algo en
al f lldo dé la boca del inodoro y el hilo de bilis verde que
un sitio como ese? ¿Qué mejor antagonista de un asado que
caía después de una conmoción que me arqueaba hasta los
un quincho así, aun con su horno a leña, su parrilla redonda,
pulgares. No quería dejar de abrazar la taza blanca, no podía
que ya no tenía al pozo ciego donde se acumularía con todos su barra, todo a oscuras y escondido ? No sabía qué clase de
irmerestos
lejos despreciables
de ese cubículo
los deestrecho
nuestrosdonde
propios podía devolver
cuerpos. lo
Tenía psicosis nos había llevado a alquilar un lugar como ese para
tanto que devolver. terminar de pasar un verano que para mi estaba suspendido.
El tiempo seguía enloquecido, mi ánimo no tenía devenir,
estaba anclado entre lo que había pasado y lo que todavía
— Déjenme, déjenme acá, pero no se vayan lejos, hablen
ESO había dicho antes de echarme en el piso como una no. ¿No era evidente que estaba de luto ? ¿Y qué? i M t2 lb áfl
de mí.más. Quería yacer ahí mientras alrededor seguía pre—
perra a pedir que me lo quitara porque se extendía demasiado ?
sente. Era tan burdo, tan obvio lo que decía, tan vergonzan - ¿Qué hacía yo todos los días yendo y viniendo con mi mal
estilo de nado por una pileta olímpica que también, por
supuesto, tenía una barra iluminada a su costado mientras
te mi propuesta. Déjenme ahí como si no estuviera pero no
Albertina se pasaba el día pegada a su teléfono preparando
se olviden de mí, háganme lugar entre ustedes, sosténganme
su próximo proyecto, tan lejos de mí como le era posible?
con el hilo de su charla, no dejen que me vaya del todo. Creo Furio tenía a su niñera que lo paseaba por la hectárea de
haber escuchado las risas de Albertina y de los dos amigos
parque en un carrito, nuestros amigos tomaban tragos rojos
que nos acompañaban apenas pronuncié la frase. Iba a tener
a la sombra y yo me sentía como a los trece años, cuando
que remontar todo el día esa vergüenza, esa irrupción del
después de conocer a la primera persona que tenía un fa-
inconsciente como un grano de la adolescencia que se explo -
miliar desaparecido, me mandaron a Suiza a una escuela de
ta frente al espejo y llega a mancharlo. No era tanto lo que
había bebido, no era lo que había jalado, fue la euforia. El
verano para que aprendiera francés y esquí. Era una compa- de qué pero riéndonos mucho, cantando a capela, robando
ñera de colegio que estaba ahí, a mi lado en cada recreo, una de vez en cuando algo del Kiosco, probando la bOC á de los
con la que nunca habíamos hablado hasta que una vez en el chicos del barrio. Me iba a quedar libre sólo por esas
de
depósito, un lugar oscuro entre dos aulas donde se colgaban pero antes discutí en Educación Cívica sobre la gracia faltas,
los abrigos, no sé por qué dijimos la palabra, desaparecido, hacer un paseo al Congreso cuando no ervía para nada en
y ella habló de su hermano, me dijo que su hermano tam- plena dictadura y llamaron a papá para avisarle que el año si —
bién y yo la miré como si hubiera dicho el nombre de Dios. guiente no me querían en el colegio,
Ese encuentro se prolongó en días y noches sin separarnos, se acercara a la puerta porque una quea
no querían siquiera
expulsada. Nos iban
escuchando discos en la habitación de su hermano que ha- a todo el resto. Laura también seríamanzana podrida pudre
bía quedado intacta porque sus padres la querían así para separar y papá escuchar
cuando volviera, revisando sus papeles, tiradas en sus almo - inscribirnos ]untas en otra escuela. Él no
estaba de acuerdo, ni siquiera quiso
hadones, leyendo sus poemas. Escuchamos cada uno de sus quería una escuela pública para mí — se tuvo que resignar
discos y los copiamos a casetes, directamente del parlante. la posibilidad
cuando de
las expulsiones siguieron sucediéndose, pero para
Yo me despertaba y me acostaba con el grabador al lado.
“Hombres de hierro que no escuchan la voz, hombres de institución —. Yo me merecía otra cosa, por eSO había pen-
mucho en esa
hierro que no escuchan el grito, hombres de hierro que no
escuchan el llanto. Gente que avanza se puede matar pero que sentía era una rabia
los pensamientos quedarán”, cantaba sobre el ruido a píía de s ado en el viaje a Suiza. arrastrar por negocios en los
efewescente frente a la injusticia que
la cinta y esperaba la hora de volver a pasar un rato en la ha- que nunca había entrado para que me compraran un equipo
Me dejé
bitación del ausente cuando salíamos del colegio y antes de no
entero esquí,calmar.
sabíadecómo saqué el pasaporte, conseguí
que la madre de Laura, mi compañera, volviera del trabajo las fotos del lugar a donde iba pero lloraba cada noche con el
frente a
sonreír sentaFS
porque no estaba bien que estuviéramos desordenando esas mismo abismal desconsuelo. Entonces papá vino a é
COS áS. E5C0léT0 El Cí£!lO, de Led Zeppelin, era mi otra canción
de cuna, la hacía sonar muy bajito, lo suficiente para que la
de mi cama,
al costado nuestro, en la casa de Flores, en el cuarto que
recibiera mi oído pegado al aparato grotesco con una mani- ahora era de las mujeres; eÍÍaS,
vela para avanzar, retroceder o poner play igual a la de un había
la esposa dos; cuando
varones
sidodedemilospapá, yo, una. Debe
las hi; as de Colacha,-
lavarropas; no tenía que molestar a la hija de la esposa de mi versación a solas pero guardo la sensación de todos circulan
haber sido una con-
papá. Laura, mi compañera de escuela, se había convertido do por la casa, lo S siete que éramos, nosotros cuatro y
en una mala influencia para mí y era esa supuesta hermana la Liliana, según quien la nombre—, las
que siempre me delataba. Se burlaba de los dibujos que hacía edades iguales por parejas: dos
de once, un varón y una nena demujeres SITU, hasta llegar a Juan que
en mis noches en vela, féretros voladores, ojos sangrantes, de trece, dos var ilé s
raíces exageradas, árboles secos, malas imitaciones de las flotaba solo como un punto que se había soltado de un suéter,
tapas de Pink Floyd o del rock nacional de los 70. Empecé un poco más a la intemperie que el resto, cinco años con
a faltar a las clases de Educación Física para quedarme sen- muchos menos mimos de los que había merecido. Chicos y
tada en alguna vereda fumando cigarrillos y hablando no sé chicas que a veces n S lla lTlíÍb ítlTlos hermanos, pero la mayor
— Sí, como tu mamá.
Me abrazó y yo me colgué de su cuello deseando que
parte del tiempo nos tratábamos con recelo; ellos no sabían
nunca le pasara nada, pobre papá, se creía que yo no sabía.
por qué estábamos nosotros ahí, nadie se lo había dicho. Al mes siguiente estaba en Suiza, rodeada de millonarios
Nosotros no sabíamos cuánto iba a durar. Ellos tenían a su
de Medio Oriente, de Brasil y un grupo de argentinos entre
papá y no les gustaba el nuestro. Nosotros no teníamos a
los que quise encajar mintiendo sobre casi todo: mi edad, el
mamá y odiibamos a la suya; además, nos dábamos perfecta
barrio en el que vivía, la música que escuchaba, el nombre
cuenta de cuán diferente los trataba a ellos. Entre los chicos,
del colegio al que ya no volvería; tratando de no ser mersa.
las cosas se dirimían con desprecio o con violencia. Yo creía
La amnesia, como un zumbido de mosca, vibraba con
que me entendía mejor con la violencia, hasta que quedé
fuerza.
tendida en el suelo del hall de un cine frente a un montón
de gente, porque mi medio hermano, el que tenía la edad de
Santiago, me había dado una piña en el pecho que me dejó
Me levanté y atravesé el cuarto en el que Albertina dor-
sin respiración. En cuanto al desprecio, el desprecio corroía
mía en una cama en la que podríamos haber entrado seis
mi autoestima como si guardara un animal de rapiña bajo la
de nosotras, entré al baño y puse a llenar el jacuzzi, tenía la
ropa. Abruptamente había dejado de ser la más linda de la
esperanza de que ella se despertara y viniera a meterse con—
casa, era desprolija, mersa, no tenía ropa suficiente y encima
migo. Que me sacudiera el cuerpo, que pudiera temblar de
me desarrollé muy rápido y olía a chivo. Tenía sombra en el
cualquier cosa que no fueran arcadas, quitarme esa gravedad
bozo y las cejas unidas si no me las depilaba. Todo mi mun-
insoportable. Los huesos de mi madre se habían transforma—
do, mis amigas, los lugares a donde me invitaban a las prime-
para do en un ancla, no me dejaban mover. No podía hacer nada
ras fiestas, el barrio en el que me había criado, la música que
con ello» todavía, mamá había vuelto a su limbo, no se había
escuchaba, todo era grasa mi hermana en paralelo; y su
inscripto su muerte, no la había acompañado a ninguna mo-
madre le daba la razón. Era todo eso lo que había dejado
rada; ni siquiera me había animado a verla. Yo estaba otra
de importarme cuando encontré a Laura, cuando por poder
vez a la espera, con una cadena que desde adentro del cuello
decir esa palabra pude decir otras y entonces había un lugar
tiraba hacia el fondo, hacia esa angustia que no terminaba
para mí en este mundo. Papá se había dado cuenta, por eso
de nombrarse; ella había aparecido pero su muerte seguía
vino a hablarme esa noche en esa casa superpoblada donde
desater idida.
nos amontoná bamos sin llegar a convivir.
El agua tibia me tapó hasta la nariz, cerré los ojos y es—
— Hay algo que tenés que saber. Todo eso que dicen en
tiré la mano en busca del botón que accionaria las burbujas;
el exterior, es cierto. En la Argentina no somos derechos
no funcionaba. Era obvio. Me quedé un rato de todos mo-
y humanos. La violencia no se puede contestar con más
dos en el agua buscando un punto en mi cuerpo que activa-
violencia.
ra alguna otra efervescencia, no tenía caso. Febrero estaba
No lo miré, clavé los ojos en la manta de mi cama y
languideciendo, ya ni me tentaba la pileta. Escuché a Furio
empecé a sacar las bolitas que se formaban en la lana con la
despertarse y lo fui a buscar, el silencio alrededor prometía
respiración contenida. Bajó la voz.
un buen rato a solas para los dos. Ese año a él le gustaba jugar
— Es verdad, hay desaparecidos.
154 —Como mamá.
con indios y soldaditos de plástico, las mismas imágenes Ahí estaba el desatino, extender la intervención de la
anacrónicas de las que yo también tenía memoria, cuando muerte, su fugaz parpadeo. Aun agonizando, nadie ha muerto
era niña los varones jugaban con ellas: pieles rojas con coro- hasta que murió y eso se escribe siempre en pasado. LOS díás
nas de plumas y unos contrincantes que podrían ser vaque- de rito, los trámites burocráticos, la inscripción que señaÍ a,
ros o soldados de la guerra de Secesión, moldeados con los la fecha como un corte; nada de eso se había metido como
detalles mínimos y de un solo color, amarillos, azules, rojos. una cuña en mi rutina infantil de escuela y visitas a lO di? lTli
Aunque también compramos, sin darnos cuenta, una bolsita abuelos, pujando por un espacio donde acomodar la sorpre-
de figuras verdes que traía dos tanques con el escudito del sa: ahora late, ahora no.
Ejército Argentino, eran calcomanías que fueron despega— ¿En qué instante se detuvo el corazón de mamá? ¿Cuánto
das de inmediato como si hubieran sido radioactivas. bombeó ese músculo la sangre derramada?
Furio ordenaba sus muñequitos con prolijidad obsesiva Su silencio se había acomod íldo a mi costado, sin irrum -
sobre el piso de laja y se enfurecía cuando una rebarba de pir, sin detener ninguna melodía; un corazón mudo y su
plástico le arruinaba el equilibrio de las bases planas. No latido fantasma marcando el compás de espera de lo que
había guerra, eran manifestaciones silenciosas bajo la mesa nunca volvería como un metrónomo sobre el cascarón de
del desayuno que podían desarticularse en bandadas por un un piano vacío.
golpe impetuoso frente al primer caído. Y yo pidiéndole que La primera vez que me enamoré de una mujer fue durante
no se enojara, tratando de convencerlo de que a los caídos no su agonía. Un amor platónico y discreto que se abrió dentro
se los llora, se los reemplaza. de mí mientras sus huesos se volvían cada Vez más nítidos bajo
Vaya consigna estúpida. la piel y las cuencas de los ojos se hundían para volver su mi-
Abrí mi cuaderno mientras tragaba una tostada con Liliana
manteca atrás de otra, cada vez que tomaba la lapicera me
rada todavía más salvaje. Tenía algo de bruja esa muJer,
decidía por el pan y volvía a dejarla en la mesa. Escribir se cuando trajo a una-
Maresca, una artista plástica a la que conocí encandiló ensegui
había convertido en un acto solemne, aun lo que nadie iba una esculmra pe -
muestra de arte erótico que yo organizaba
ella se ocupó de tender
a leer, como si cada palabra que anotaba se pusiera en fila da su energía vibrante y contagiosa y
queña, un perrito con un ojo en el culo. Me
hacia el mismo camino, la construcción de un epitafio al que lazos para mí que todavía me sostienen. Ese ojo en el culo me
temía, no me daba respiro, me quitaba el alivio del necesario de
olvido, ese que funde la cicatriz en la piel y la convierte en vista que me diera vuelta y Liliana lo sabía antes que yo.
ninguna otra mirada,
escrutó comotuve yo necesitaba un punto
una marca de estilo. Estaba presa de una presencia alucina - Siempre la pulsión de observar a los muertos; en los
da, constante como la luz de verano en las regiones polares, velorios, aun en aquellos a los que asistir es una pura forma-
abriendo grietas entre las maderas del techo, esperando lidad, me las arreglaba para llegar hasta el cajón y observar el
detrás de las cortinas, siempre clara, a veces brillante, el sol cuerpo lívido, marmóreo, los labios unidos por el pegamen -
acechando sobre el horizonte sin nunca acabar de ponerse. to, el pelo que de inmediato, no sé por qué, se convierte en
No estuve ahí, pero sé lo que es una noche blanca. mías murieron des-
Esta es la noche, encendida. enterré — , víctimas
paja. Otras madres, otras abuelas — las mi trabajo; de todos
Esta es la muerte de mi madre, presente.
pués que la mayoría de los amigos que
de casos policiales que me tocó cubrir por
157
me despedí como si importara, como si pudieran llevar en sostener en algún sitio, animado aunque fuera a través
un mensaje o dejarme a mí descifrar el suyo aun siendo una de mis dolores. Era como si me abriera los ojos y me dijera,
extranjera entre los deudos. mirá, min bien porque esto es todo. No hay más oportu-
Liliana me cobijó para que yo pudiera observar con los nidades que esta, nada que desear en el silencio perpetuo.
ojos desnudos de toda extranjería. Fue un privilegio que me “Entre bullicios/ gusanos me esperan/ seré su alimento/ y
eligiera para participar de ese círculo de mujeres que la cui- aquella parte más hermosa mía será perfume de magnolia. . ”
damos mientras ella se encendía como una estrella un poco Fueron largos meses de dolor y pasión arrebatada.
más antes del final. Hasta que se fue después de una noche a medias consciente
“Que la pequeña luz deje de brillar no cambia nada/ en la que repetía la pregunta por su hija adolescente, una
Todo va a seguir igual/ El alimento se desvanecerá/ Alguna niña de dieciséis a la que yo nunca había podido mirar por-
lágrima resbalará/ En el surco de alguna mejilla/ Y cada uno que me daba pánico lo que ella sentía. “¿Y Almendra? ¿Y
se dedicaré por si acaso/ A vivir más su propia vida.” Tirada Almendra?”, insistía indagando en lo que no tenía remedio.
a los pies de su cama había leído esos versos en silencio, en- Fue Lucrecia, su amante, la que la calmó, le dijo que estaría
cabritada frente a lo que decía. Toda mi vida se transformaba a salvo, que la cuidarían, que ella la iba a cuidar (y cumplió).
bajo su resplandor, ¿cómc podía decir que no cambiaba Entonces se entregó, cruzó lo que ella en su delirio nom-
nada? Pero tenía razón, todo lo que en mi mutaba era al braba como un puente, entró en un sueño de unas horas
calor de su vida, de los ojos de su amante que le sostuvo el hasta que irrumpió la sorpresa: ahora ya no late. Y entonces
deseo aun cuando apenas quedaba cuerpo para sostenerlo, su cama se cubrió de pétalos de jazmines porque lo que allí
de esa lenta y larga despedida que se organizó en torno de quedaba se podía adornar; amar también, pero sólo como se
ella, sin solemnidad, sin drama, como si morir fuera dejarse ama a los objetos, sin recibir nada a cambio.
llevar blandamente a la desembocadura del río de la vida sin Al día siguiente, cuando la enterramos, entre aplausos y
ninguna agitación mayor que la que había tenido en otros gardenias, yo estaba exaltada. Con una literalidad vergon —
tramos de su cauce. Disfrutando de la rica comida, mitigando zante, como si la palabra emergiera de mi inconsciente, como
el dolor tanto como fuera posible, dibujando y escribiendo si se hubiera hundido a la fuerza una boya sin lastre para
en los paspart ú s que nos ocup ábamos que tuviera a mano. después soltarla, yo le decía “mamita”, se fue mamita. Había
Liliana tenía sida y yo también. visto en mi amiga lo que me había sido robado, la ausencia de
La observaba alejarse lentamente de la vida y sentía que vida en cuerpo presente, la caricia sobre la piel rígida que cor-
su muerte era algo que se podía desear. Llegaba a ella soste- ta el hilo de una relación, la tierra sobre el cajón, la tapa sobre
nida por las cuerdas que había tensado siempre: la del amor, el sepulcro, la constatación necesaria para que cada quien se
la del arte, la de lo sagrado en un rayo de sol en la cara. Pero dedicara, por si acaso, a vivir más su propia vida.
no me estaba enseñando a morir sino que me impulsaba a
vivir con una garra que yo inmía pero no sabía que tenía.
— El cuerpo ya lo puse yo, Dillon, ya está — me decía
como si adivinara que el mío estaba superpuesto con otro
Ahora que se presentaba la constatación treinta y cinco
que me faltaba, que no había visto morir y me empeñaba
años postergada, el latido fantasma del corazón de mi ma-
dre se detenía y en su lugar un ruido seco, a huesos rotos,
159
me dejaba una superficie demasiado áspera para acariciar.
¿Cinco piezas óse ás i Era eso un cuerpo? Un cuerpo como
— Tenemos nueve heladeras, no siempre funcionan.
era el de mamá cuando la recogieron en la calle y la dejaron
Pero si hace falta, se los pone en camillas. Igual, tantos días,
como un residuo en la morgue del hospital Ramón Carrillo,
no creo. .
un sitio helado que ahora huele a aldehído pero que en-
— ¿Y cómo es el procedimiento cuando hay personas no
tonces debía heder a corrupción porque sólo hay sitio para
identificadas ?
nueve y en febrero de 1977 se acumulaban veintiséis cuerpos
— Tenés que ir a Admisión y Externamiento. Ahí te van
acribillados.
a decir.
— Si hace falta, se los pone en camillas — me dijo una Detrás de la cortiníta verde a la que me guió había otra
mujer de ambo blanco parada frente a un cartel que rezaba
mujer, su nombre me tocó en esa zona acuosa entre la gar—
“Anatomía patológica, mantenga la puerta cerrada”, aunque
ganta y el pecho, se llamaba Angélica, como mamá.
ella la dejó abierta para entrar y fijarse si quedaba algún re—
— ¿Sabés si llegó muerta? — me preguntó después de
gistro de los hechos del 77, después de confirmarme que sí,
escuchar mi breve relato. Era linda, tenía cara de india y un
que esa era la morgue.
fle q uillo lacio y casi azul de tan negro.
Había ido sola, de mañana, siguiendo el impulso de
hacer algo en ese limbo en el que habíamos quedado ese ve- —No.
— Porque si llegó viva, aunque sea unos minutos, la te-
rano, ella y yo a la espera. Vi a la mujer entrar y salir de una
nemos que tener registrada. ¿Cómo se llamaba?
oficina, convocar a otra que meneó negativamente la cabeza,
— Marta Angélica Taboada. Pero entró como NN.
dar un portazo y volver a mí para darme otro rodeo.
— Dejame que me fije, en una de esas. .
—Tenés que ir a Admisión y Externamiento, una corti—
Y mi corazón se puso a latir desbocado frente a la posi-
nita verde que hay a la derecha de la entrada. Preguntó ahí.
bilidad, que hubiera llegado viva, que la hubieran atendido,
— De todos modos, yo quería ver la posibilidad de ha-
blar con alguien, alguien que se acuerde. .
que alguien la hubiera tocado.
—Y no, ya pasó mucho tiempo. No creo. . —¿Qué año me dijiste?
— 1977.
— Pero ¿podría preguntar?
—Ah, no, de ese año no queda nada. Pero igual me voy
—No sé a quién preguntar. No hay nadie de esa época.
a fijar, repetime el nombre.
—¿Usted hace mucho que trabaja acá?
—Pero ¿a dónde van a parar esos archivos ?
—Yo empecé en el 78, el año del Mundial. Pero ya le
—Se queman, mirá lo que es esto —y su brazo señala la pila
digo, del 77 no sé nada.
de estanterías detrás de ella sin mirarlas — , no se puede guardar
—¿Cambió mucho la morgue desde entonces ?
todo. Tendría que haber pedido alguien que no se quemara, qué
— Está todo igual.
pena. Decime el nombre, a lo mejor, por alguna razón. .
—¿Igual, igual?
Y se lo repetí y otra vez el corazón latiendo en vano por-
— Igualito, no cambió nada. que ella sabía que no había qué buscar aunque yo sentía la
—¿Cuántos cuerpos se pueden guardar acá? Digamos
vibración de su pena, la empatía de su pena con mi corazón
doce días. .
partido, el mío, el que ponía el ritmo, el que venía poniendo
el ritmo todos estos años, conservando su silencio en el
intervalo, guardando como un q uiste en mi anatomía los
fragmentos de ella que habían quedado dispersos.
Esperé a que Angélica volviera a la ventanilla a menear Mi cuerpo hablaba por ausencia del suyo, nunca aprendí
piadosamente su cabeza atemperando el no que ya sabía que del todo a separarme.
recibiría. Me fui enseguida, si me quedaba corría el riesgo de Y no encontraba eco para ese secreto.
ponerme a llorar a los gritos, como hubiera querido llorar La casa se despertaba, los amigos salían de sus cuartos en
alguna vez, como si nunca hubiese sido suficiente. traje de baño hacia la pileta, Furio se había aburrido de sus
Como nunca. figuritas de colores y me pedía que fuera yo la que empujara
Una apoteosis del llanto merecedor de consuelo. su carrito por el amplio terreno verde así como la vida me
Pero quién merece consuelo para una muerte treinta empujaba hacia la intemperie, donde los duelos tienen un
y cinco años atrás sucedida. Ni siquiera a los diez o a los término y era necesario optar entre ese presente que latía o
cinco; la muerte tomaba cuerpo cuando ya no se esperaba ese pasado que ya no.
más allá del milagro, cuando la ausencia era como la línea
del horizonte, siempre ahí, hundida en el paisaje cotidiano,
las más de las veces invisible, cuando el llanto desconsolado
era disonante, una pantomima, un llamado de atención de la
niña que había dejado de ser a fuerza de amnesia y silencio.
No, nadie consuela del todo las historias viejas ni el do—
lor de las cicatrices aunque supuren cada tanto, intempesti -
vamente, y se desgarre la piel en llantos desordenados. Las
cicatrices no deben doler.
Salí a la calle, al ruido del tránsito, a la luz del mediodía,
al tiempo en el que estaba y del que me había perdido.
¿Acaso sabía qué tiempo era uno y cuál el otro ?
Ahora mismo, ¿por qué no se movía?
Porque yo seguía atascada, la panza inflamada, el deseo
dormido, los sentidos muertos, el cuerpo vivo buscando
echar raíces en la tierra materna, donde había sido una sola
materia ensoñada, como escribió León Rozitchner en sus
últimos papeles, aprendiendo el lenguaje antes del lenguaje,
cuando su voz me llegaba amortiguada por las aguas, cuan-
do la rosa era la rosa rosa sin significante, “el uno sensible
que se mantendrá como el secreto de la unidad imborrable
con la madre, aunque la ‘realidad’ de los que sólo sueñan
cuando duermen conspire para olvidarla”.
' 163
Pasto y hojas secas, un palo delgado sobre otro, nudo-
sos, quebradizos
ramas como brazos por encima sin asfixiar el corazón de
aire en el centro porque sin aire la chispa
no es fuego
Los troncos se acomodarían después, cuando la llama
arda y el calor haga huir
los bichitos que viven en las vetas
uno junto al otro
uno sobre el otro
los cantos lustrados por donde pasó el filo
las cicatrices visibles de cuando el tronco fue árbol
todos ardiendo en una enorme pira que alimentaria
un día y una noche y otro día si fuera necesario
para que sus huesos se hagan cenizas, polvo en el viento
mientras yo sudo
agua en la piel y en la boca
líquido en el cuerpo
sangre y fuego
agua y fuego
deseo y ocaso
una muerte una sola

una pequeña muerte


Lina mancha oscura sobre la pantalla, unos reflejos de
luz, los colores gastados de una vegetación que reconocía
aunque no tuviera contorno definido, las láminas curvas de
un agave sobre las que una vez escribí mi nombre y un sisal
cincuentenario alto como dos hombres superpuestos. La
sombra de un peral que todavía daba frutos y las flores de
la orquídea patito en la punta de una rama delgada como un
hilo. Debajo estamos los niños, somos dos nenas y un varón,
otro más que apenas camina, el sol nos hace fruncir las can—
tas que igual sonríen sin posar; en el centro, entre nosotros,
una caja de cartón es el tesoro que custodiamos, un racimo
de uvas se mueve como un péndulo en una mano infantil, la
proyección digital era totalmente muda, la luz y la sombra,
el tiempo impreso en una serie de manchas que se super—
ponen al follaje del árbol, la niña que soy ahí se corre un
mechón de pelo de la cara con la palma de la mano, dentro
de la caja se ven los plumones amarillos de unos pollitos que
pian y se mueven uno sobre otro. Entonces ella entra en el
cuadro detrás de nosotros, la mujer que yo era ahora sintió
el agua acudir a los ojos, pero el foco no la busca, la deja ir
sin pedirle una mirada para la posteridad. Tiene un cigarrillo
en una mano y un vaso en la otra, esquiva la cámara, se tien—
de sobre una lona, apoya el vaso en el pasto, se ve su mano
llevar a la boca el cigarrillo, sus muslos sobre el piso, las
rodillas dobladas y los pies en un vaivén desde el piso hasta . .— .
los glúteos, desde los glúteos al piso. Corte. Se abre la playa, '‹
la cintura de arena, el agua de un mar mans o que apenas trae esa pancita redonda de ningún ejercicio y las piernas flacas
sobre su hO lTlbFO,
espuma a la costa, el horizonte es nítido, un barco de carga, como palillos, ella ladea un poco la cara
dos, tres, vaya a saber qué poesía perseguía esa cámara que coqueta, el pelo la cubre, de su mano camina una niña rubia,
está del lado de papá.
vuelve a la orilla donde un bebé gordinflón golpea con sus que comía uvas )unto a los pollitos, quiero creer
la misma la
manitos redondas como pasteles de queso el agua que viene Contuve respiración, fui capaz de escuchar el viento que
que yo soy la gordita morocha que
a lamerle los pañales y hace volar las mismas gotitas que lo
asustan y lo hacen reír, se para, escarba la arena como un no se escuchaba de ninguna manera, van a acercarse, mamá
perro, vuelve a sentarse con la contundencia de un cuerpo se retira el pelo de la cara pero todavía está muy lejos para
que todavía no termina de erguirse. Es mi hermano Andrés, verla, el horizonte azul, las sombrillas d t2 COlO £é S, Ot£OS
lo reconocí por sus ojos chinos. Aparezco yo, el pelo en chicos correteando entre ellos. Ahí estaba, nítida y en mo-
media cola, la sonrisa hasta las orejas, una bombachita por cimiento aunque a la distancia, rogué que se sostuviera la
traje de baño, corro en el agua hasta que me detengo como imagen, que se acercara, que llegara al primer plano pero no,
si me hubieran llamado y me doy vuelta. El pelo de ella es siguen de largo o caminan en círculo, no sé, eS (Iíl(lIÍ el que
una trama difusa —mi corazón dio un respingo, ¡ahora sí! — , se adelanta, extiende su mano, el horizonte se invierte y una
vi la bikini hasta el ombligo, sus piernas gráciles, sus brazos mancha rosada lo cubre todo. Corte. El bebé Andrés dentro
que se extienden cuando se agacha, una ola alcanza al bebé de su cochecito mueve los brazos y las piernas como un rep —
y cuando quiere pararse, otra más, hay que levantarlo. Yo ml, el Índice de una mano femenina le toca la boca, le baja el
salgo de cuadro, ella también, ni antes ni ahora me mira. labio inferior como si quisiera hacerlo decir ajó, la cabecita
Corte. Otra vez la quinta de Moreno con sus plantas salvajes se » ue× e rebel ándose. El plano es largo y sólo sucede que
y exuberantes que parecen la selva y no los apenas cincuenta hay ahí un bebé lleno de vida que no hace monerías, no se da
metros de fondo que para mí eran el mundo. Santiago con vuelta, apenas las manos y los pies de plazando el aire frente
su flequillo hasta los ojos hunde la cara en una tajada de san— a él, a la sombra de un día que adivino radiante. Corte. Mis
día, la carne rosada se le escapa de la boca mientras mastica rulos negros y apretados detrás de las piernas de mamá, tOdO
y dos semillas negras quedan pegadas sobre sus cachetes. lo que tengo de ella termina donde empieza su traje de baño
Detrás de él un par de piernas, el detalle de un dedo gordo y su mano impulsándome a Saltó CÍt? mi escondite, no lo haga,
con la uña pintada, un fragmento de una silla de director de , me agarro con las dos manitos de sus muslos, las piernas
madera y lona. Corte. Otra vez la playa, mi papá lleva sobre giran sobre su eje para delatarme, la cámara también gira,
los hombros a Andrés, todo sonrisa y cachetes, las manitos detrás las flores blancas y violetas de un jazmín del Paraguay,
se sostienen de los pulgares de papá que abre el resto de los eua da unos pasos, yo meto todavía más mi cara de luna llena
la mue -
dedos de su mano como un mago que muestra que no hay entre sus piernas, por encima de su entrepierna está la mano
truco, es puro equilibrio de la espalda recta del bebé lo que de mi pantalla, su palma se acerca al ojo que la mira,
sostiene su peso contra el cuello. Corte. Ellos dos, papá y invertida dice chau y yo también. Corte, funde a negro.
ve de un lado al otro conla los dedos abiertos, saluda,
Volví al principio, secuencia comienza otra vez, las
mamá, de cuerpo entero y de lejos, tan lejos que diviso los
barcos como paisaje de fondo, están increíblemente jóvenes, plantas, los pollitos en su caja que regalaba una empresa de
delgados, caminando de la mano, el viento de frente, él con
una ve Ía, CLlátro segundos
papel higiénico a la salida del supermercado, ella, el cigarri- de sangre maf1íl .Adelanté, la
llo —fumaba Virginia Slims — , la espalda curva de su traje la piel y al quitarla, una g ota
busqué cÍ e l:1 mano de papá , pasó tan rápido
que me p areció
de baño blanco con un festón azul marino en el borde; la que lOS CLlá dEO S se a tropellab ail t? fl l S mismos exactos se —
Playa Mansa, la arena en los pliegues del punto smock de desilu sión porque nO Vi
mi malla, mi hermano Andrés como un buda, mi hermano gundos que duró su ap arición y mi
su cara, porque no rrlé miraba, porque
nO Ví?H lo que q uería
Santiago y la cáscara verde llegándole a las orejas — la sandía
calada se vendía en verano puerta a puerta —; mamá y papá ver en ese disco que hab Ííl llegado
de‘ Santiago de paso por
de la mano — es fácil recordarlos de la mano —; mis manos de la p uerta, un sobre blanco que
Buenos Aires aunqu e no DIOS reunimos
, un sobre que tuve
en sus piernas, el refugio de sus piernas y su mano diciendo que son lá las revistas Ins titucio nales
lo que no nos dijimos. a buscar a d Ísco que hubiera ido
única cor res ponde ncia; un tuve e 11 lTliS lTlílf LO$ hilsta
Insistí y se reveló el matorral de hortensias, los jazmines existenci a pero que dejé
la luna cuando supe de suella en movimien to, it f2llil
celestes, el estampado de la lona que recuerdo, los vasos o CLláll do la
reposa r en mi se critori
dúrax, una reposera de madera; los rollos de grasa de las ella, il
piernas de Andrés, las gaviotas en la playa, el sol que se pone que estuve vista para verla a
Andrés ctláTl do lo recibió y se lO mostró a
en el mar en la costa uruguaya, los barcos como ballenas; el mism Cl , no se reconoci ó o
sus hijos y ni siquiera se vio a él
pasto largo en la quinta de Moreno, la escalera de la pileta decirle que era él ese bebé re -
no sé qu é pasó, pero tuve que
atrás, el tito sobre el ojo de agua; el pelo de mamá jugando ella animada , en sus cosas —aunque
oS ( l O £
en el viento, las manos entrelazadas de ellos dos; mi cara hijos, nosot £Cl S LOS busca CÍ
entre sus piernas y ese gesto que ocupa la pantalla, esta de vuela para los niños y el OlVÍdO
la cámara porque el tiempo
ahora, adiós. qué le gus -
mecha, ¿cuándo perdió su primer diente?, ¿con , ellá S ÍLL
Una vez más, pero ahora adelanto, fui directo a ella, hice tr anquila de chiquita? — , de refilón
un esfuerzo y vi que sonreía, inventé que tomaba vino con taba jugar?, ¿erade‘
el discurs o bien ella d espegad a dél
soda, el fragmento de mujer que se veía a su lado debía ser
sedimen to que en cada quien.
la madre de la niña rubia, esa familia llegó a tener once hi-
de fumar, de p elearle
jos, no quisieron volver a juntarse con nosotros después del esos nueve segundo s ?
divorcio, pero entonces eran amigas y usaban malla entera. super 8 e
Corte. Volví para atta • i Q ué suponía la empresa de papel herman o, ligadas a él por mi
la misma ans Ía
higiénico que íbamos a hacer con los po Í itOS É • ¢ Criar os
padre que las había gu arda do vaya a sab t2£ dónde y a salVo
la urna cuando
dónde? Los nuestros fueron muriendo antes de perder el
de qué . La Dli sma ternura
plumón, a uno lo aplasté sin querer cuando me bajé de un iba a p oner en
salto de la higuera que había en el fondo. El sol brilla en me d evoraba, ¢ q ué, a quién
llegara el mO lTléTl tO Í
su pelo, el cigarrillo y el vaso se ven más que a ella misma. El que sería
otros ; los verdugos que
¿Ese era su cuerpo ? él, partido entre ellos á
Se termina. Volví para atrís y repetí la escena, eran cuatro habían comido
entregado por
segundos exactos, apenas un poco más de lo que se tarda
para una inspiración profunda, el tiempo que toma encender
171
este, éste es su cuerpo. iagnóstico, la grasa
la corrupción del anonimato para que no pudiéramos decir quiera amparada eli i2l silencio de mi d
nosotros, los suyos, animal ede shaciéndos e ell lá
tiéndom poder Sa, omnipotente; V:1ITLOS. control
US alcuánto sin —
dé PÍEn
¿Y quién tiene un cuerpo que puede decir suyo ? (quién, a mis pu
tantoPensaba mucho mamávolvía
lsiones enporque entonces. habría
acaso, puede decir lo). muerte
Yo no tuve uno hasta que creí que iba a morir y dije ni
loca, este cuerpo es mío y va a tener que vivir y entonces cedido sus acciones, titubeo s se había dejado
empecé a escuchar las pequeñas señales, no las orgánicas, las Con cuánta conciencia
abrazar por la terrible e peranza de dar vuelta el mLlllÓ
del deseo. Como si pudiera distinguir tan claramente unas bía puesto el cuerpo. Con cuántos
un guante.
como
de otras, como si el primer deseo no hubiera sido que el en- Ese último año nos fuimos una vez dé C á1T1[láIT Lf?f1
ÍC1 CCI
jambre de órganos, músculos, nervios y sangre se mantuvie— creo que en
recuerdo a dónde, a la orilla de un río seguro,
ra en silencio y no turbara mi propia voz subterránea alen - Aires. EStab íl el Negro Arroyo con
t ándome, vamos, que ahí está mi hija esperando por su leche
sus hijas, las mellizas Eva y
y los secretos del jardín ofreciendo su manera de marcar la provinc ia de Buenos
el tiempo, los capullos insinuándose, las hojas perladas de Sofía, mamá y nosotros cuatro.
rocío, la alternancia de las flores; las cuatro almendras y los salida. el agua del río era
-
tres d átiles que comía por día, la cáscara de huevo triturada oscura, mi hermano Juan se cayó y por un instante de pá
verlo hasta que mama se sumergió ves
sumergida toda la noche en el jugo de limón que tomaba a
día
la mañana, el arroz yamaní bien cocido y la ingesta de puras y lo trajo de nuevo a la superficie mientras yo lloraba como
también de las cañas
frutas un a la semana porque atravesaban mi cuerpo sin si ya lo hubiera p erdido. Me acuerdo e
CO 11 tanza y anzuelos, CÍ
drama, un proceso completo de aprovechamiento y desecho de pescar y de las l ÍlléáS armad íls
a los árboles
bien ejecutado según el plan y la indicación naturista; la la competenci a a ver quién trepaba irlíÍS álto
dé la T1OChí2 á
caminata al trabajo después de dejar a Naná en la escuela, la — siempre ganaba yo — , de 1T1 Ilt ílF las carpas,
que igual
tarea administrativa y desangelada que me daba de comer, cielo abierto, de una cantidad infinita de estrellas
mostrado en un
las charlas con amigas y amigos, puntuales, cotidianas; la sed no se comparaba n con las que
hicimos las dOS ( I8ra acar a
de amor y de sexo anim ándome, vamos. que pescando y encendl éTldo f?l
alto en ese viaje a Uruguay ahí
El deseo de sobrevivir y el cuerpo presente. una amiga suya del paí $ . el aliento de los captores ya en -
Yo mi propia dominatrix, sometiéndome a una disci— ¿Qué hacíalT l‹› S tOdOS
plina de comidas, ejercicio y amores, constante y templada, Iuego para cocinar cuando de una ruta de ripio
sin estridencias, sin altibajos, convencida de que así, en ese la
turbiaba de vida cotidiana? buscada al otto ládo
después
medio tono, en la restricción, estaba la chance de controlar ¿Por qué parar en la bOCíI CÍí2 lObO
los microorganismos que se reproducían en mis células des- haber dejado a una persona
truyéndolas, invisibles pero marcando el compás del tiempo de la frontera sólo para mirar el cielo ?
que resta. Alguna vez pensé que ella ignoraba el olor de la matílllZ íL
podía paS :IF.
sabía exa cta rrtente lo que lerazón
Sin embargo, en las disrupciones aparecía el éxtasis —una alrededor, que por algun« se sentiría a salvo, que no
noche
172 embriagada, una descarga de besos en un baño cual-
173
alguna de las varia -
Y cómo podía saberlo, quién puede advertir una muerte frente a la p antalla, evaluando para mí si
del tOdO S é-
segura cuando se está tan viva — y cuándo se está más viva bles nos correspond ía a nosotros sin estar nunca la re -
“alentare”, “protegiere”
distingui r las palabras i“ncitare”,
que con la muerte en los talones. gura porque apenas podía
clusión o la muerte que y a qué o quiénes les tocaría
Yo no creo que ella haya dado la vida. Creo que miró
nunca se aplicó insti tucionalme ilté .
por el res q uicio para buscar esa raja de luz de la diminuta
chance de sobrevivir y deslizarse por ahí obstinadamente,
sin claudicar su deseo, sin abandonar a sus compañeros. cna d« su abuela, la abuela LO
Sin dejarnos a nosotros que la seguíamos como pollos a la de invierno y lo cump ÍimOS C OITIO siempre, subiendo el auto
dél corte y m anejando elÍa
gallina, siempre bajo su ala, en torno de ella, sin saber pero en
hicimos una vagón
el último escapada Ju)uy,lláa ver a la madre de su
dela EStfé compa -
Desde allÍ
el tramo entre Tucumán y Rosario de la Frontera.
sabiendo que el tiempo del abrigo se estaba descontando. fiero, el Negro Arroyo. Después p asamos por Salta
capital
A veces, cuando volvíamos a casa, después de haberla los Rodas .
esperado más de la cuenta en la puerta de la escuela, nos ti -
rábamos todos en la cama a saltar fatigando el pobre elástico dijo Bubi Rodas, a quien
vi desaliñada,. Cuand
descuidada
vencido y ella se hacía la desmayada, se quedaba tendida en telefónica — o SE
en su p ersona, preocupada — mt?
el medio con los ojos cerrados mientras la sacudíamos y le cierto p res entimiento; ld
grit ábamos, ¡mamá!, ¡mamá! Hasta que el tono se desqui - encontré hace pOCO ( l Or R á QLlÍi1
ciaba y entonces ella los abría otra vez muy grandes y nos despidió fue triste, porque había
vimos irse como SÍ TLO fuera a volver.
abrazábamos y rodábamos todos en el colchón o conseguía-
mos arrancarle una promesa para la cena. ¿Qué quería dt?C 1P
¿Qué clase de ensayo era ese? to, que ya no se maquillaba tanto, que habia dejado de usar
nunca,
su tapado de piel de p otrillo celeStéÍ NO liT ×ei« más hermosa
que
Sabía que era un juego, pero era cruel. Mi voz siempre
me gustaba i2S O pelo salvaje, era mejor que el
lisito y con
alcanzaba la nota de la desesperación antes de que lo desarma -
ra. Ahora creo que puedo sentir su cansancio, la cantidad de las puntas para adentro que le quedaba después
energía que debería desplegar para mantener amarrado todo
tros relatos, los que la deS —
lo que quería, para atravesar cada día sin dejar que se filtrara
el miedo. Porque si ella lo sintió, yo apenas me di cuenta. criben audaz y generosa, llevando al teatro a los militantes
no e podía
Me acuerdo de una carta que llegó de España, era de su clandestinos que jamás hab Íílfl idO il uno porque
amiga Laly, la que había sacado del país. La leí a escondidas esperar al triunfo de la revolución para disfrutar de lo que
dé [liln —
porque no era para mí; en un tramo, el único que recuerdo merecía ser disfrutado. O áb ‹iendo su cartera llena
con precisión fotográfica, decía: “Cuidate; vos sabés que fletos frente a tiff milico encandilado por su caída de ojos y
s en un
estás en peligro”. Y yo pensé: ¿mamá está enferma?, ¿qué es su capa negra con forro rojo en un operativo orpresa
lo
quiso verque que ella le ofrecía
lo que no me está diciendo? Pero nunca se lo pregunté a ella bar de Barrio Norte. 1 O, noesa tarde debe haber trans-
de sensualidad n
i ocente y las dos
ni a nadie. Para qué, si yo escuchaba las penas de muerte que con ese aire Coca Sarli de 1976.
se anunciaban en la tele a través de comunicados numerados amigas respiraron aliviadas
y leídos con voz marcial que atendía sin pararme nunca de currido en la primera mitad

174
En la segunda mitad del año, después de que habíamos La pollera estaba en el auto, unos días después, cuando
Moreno (“Vestite como para ir a lo de
dejado CílSa d t? me fue a buscar a la escuela. Me esperaba en el asiento de
¡ahora!”), ella me regalóFlores
nuestra
un
para irnos COn Io puesto a
acto de
tus abuelos y vamos,
de la lllÍCÍI1 lo nO había previsto que un atrás, hecha un bollo entre otras cosas que había sacado a
mes más tarde iba
arrojo. En la urgencia las apuradas, nunca el celeste fue tan refulgente. Me colgué
la escuela, iba todos
de su cuello, la llené de besos, ella sonreía sin mirar atrás. Su
a necesitar el uniforme de verano de creía que disimulaba
compañera Kela estaba sentada a su l«do.
LOS d ÍáS COIT eÍ de gimnasia, que yo — Espero que sepas lo que tu mamá acaba de hacer por
b ílstante bien porque siempre tenía alguna clase especial de vos — dijo.
handball o pelota al C é StO. Hasta que las monjas me pararon —No seas tarada — la recriminó mamá. Y las dos empe-
en el medio del patio de la escuela, frente a toda la primaria, zaron a hablar atropelladas, riéndose, contando el pequeño
para mostrar el lTlOdelO de desastre que era, sin uniforme, trabajo de inteligencia que habían hecho, lo raudas que
llegando tarde tOdOS lOs días, con el guardapolvo manchado. entraron y salieron, las dos poderosas, omnipotentes; vivas.
No le conté a mamá ese escarnio, me daba perfecta cuenta Lina nota de culpa quedó haciendo eco en mis oídos. Las
de que no lo necesitaba. Pbro si áCéFCába la presentación de miraba desde el asiento de atrás, abrazada a mi pollera, tra—
coro y no iba a poder cantar sin la pollera de verano; eso si tando de aplazar la conciencia sobre lo que acababa de pasar
—¿Por qué andás con esa cara de carnero degollado /
lTlé parecía el Im del mundo. y a la vez evaluando el tamaño de su alegría.
Era una de sus expresiones favoritas, esa y la que des-
—¿No estás contenta? —preguntó mamá mirándome
por el espejo retrovisor.
cribía la distracción: estar pensando en la inmortalida d del — Sí — dije y me incorporé para que mi cabeza quedara a
cangrejo. la altura de las de ellas, en el medio, apoyada como un mol-
Se lo dije, monté mi pequeño drama y vi un rayo de te- de de peluca sobre el respaldo del asiento de adelante para
rror cruzar por su cara. escucharlas mejor, para verlas mejor.
—¿No le podés pedir prestado a alguna compañera? Esa era mi mamá, lanzada hacia adelante por la propul—
— NO, t Cí 85 Vafl al ílCto, pero nO importa. . sión de un corazón ancho como el mar.
Me puse a llorar sin poder evitarlo, sin saber cómo expli —
carle que no era por la bendita pollera, que yo no quería..
las lágrimas hacían barro bajo mis pies, me hundía. Hay una foto de mi hija que me lleva directo a aquel
Me secó la cara con la palma de su mano, vi cómo su momento, veo en sus ojos mis ojos de hija. Está recién des—
gesto se componía, me prometió que lo íbamos a solucionar, pertada, con su ropa de la escuela, recostada en el asiento de
ya lo íbamos a solucionar, la seguridad que emanaba de ella atrás de nuestro auto, la cabeza apoyada sobre una radiogra—
me asustó más todl1Vi á• i Cómo ? , ¿cómo lo iba a hacer? Si fía de mi tórax — el inicio de un diagnóstico de tuberculosis,
yo sabía por qué nos h á b Íi mo ÍCÍ CÍ e casa, sabía que había enfermedad marcadora del sida — y una mirada melancólica
c‹zido Mario, yo misma había ido al bar de la últÍma cÍta para que ve más allá de lo que tiene alrededor. Naná tiene snte
ver si llegaba más tarde y cuando volví salimos de la cnn lu años en esa imagen, yo todavía no le había dicho que tenía
mujeres y los niños como si se fuera a incendiar. Vih porque aunque me convencía a mí misma todos los días,

177
Me acuerdo de los folletos, Turismo El SOl existió hasta mu-
chos años después porque siempre seguí mirando sus anuncios
no tenía ninguna certeza de sobrevivir. La sacó una amiga,
Adriana, y cuando la reveló, me llamó y me dijo: “Ella lo
sabe”. ¿Y qué podía hacer yo con eso más que seguir con y los precios a Cataratas — y su amor resplandec íente. esperá-
clamo perentorio de estar contentos, a nosotros que
nuestra vida de todos los días ? Organicé unas vacaciones La incertidumbre que la sigue como su sombra y el re-
bamos todo de ella.
memorables, sin embargo. Acampamos durante un mes y
el sueño eterno de la revolución y la certeza siempre
medio en diferentes lugares, desde Buenos Aires hasta el
repetida de que ella no la vería conservada pero nosotros sí.
norte de Chile, de ida y de vuelta. Naná y la amiguita de Yo había escuchado eso, yo sabía.
ella que nos acompañó contaron 63 pueblos en nuestra re-
Mamá también.
corrida. No tengo una sola foto del viaje, esos recuerdos se
Y cómo ser madre cuando e palpita la posibilidad del
imprimieron en otra superficie. Yo recién había aprendido
abandono.
a manejar, lo hacía rápido como desafiando al tiempo y mi
hija me recriminaba, le daba miedo. Apenas oía su súplica,
la maternidad es una demencia si una no conserva algo de tregando un último acto de arrojo? ¿Organizando
Sí E ll
egoísmo y yo quería el viento en la cara, sentir el poder de la vida desde las sombras como la mamá de Albertinaaen esas
nadar,
estar llevándonos a donde queríamos, hoy aquí, mañana allá, cartas que logró filtrar desde su cautiverio por el capricho de
prótesis. mayores
eufórica como una amputada que aprende a correr con su los captores devenidos dios? Que Albertina aprenda
' que jugara mucho con sus primas, que las hermanas
leyeran, pidieran ayuda, fueran a terapia, compraran
De mamá tampoco hay fotos del último tiempo. En la
libros que les mandaba. . . “me siento tan culpable por no po-
única que tengo está agachada, mirando a Juan y entre los
der estar con ustedes”. Esa voz que no ceja, esa voz de madre
dos hay un vaso de plástico en el aire, nítido, flotando, el
que todavía arrulla a mi compañera, disculp ándose por hacer
parpadeo del obturador como un mago clavando un dardo
una muñeca a las apuradas que debía llegar el día de Navidad
en el devenir del tiempo. Un objeto volador como una apa-
porque fue entonces cuando fraguó la ausencia que
y no negó le
rición, un fantasma, una advertencia. Como si la imagen es- Ojalá haya alcanzado el egoísmo, ese núcleo duro que
todavía dura; esa voz es un zarpazo en el peCho.)
tuviera diciendo a los gritos que eso que está ahí retenido es hay que proteger a pesar de ser también la tierra donde se
tan fugaz como la chance de vencer la ley de gravedad. Todo alimentan las raíces de lo $ hijos.
va a caer, como el vaso en el instante siguiente a la toma.
Pero mientras tanto, mientras tanto todo está en movi-
miento, la danza cotidiana entre la persecución y la militancia, c›jalá las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano
se hayan sostenido firmes y vívidas en la sala de tortura.
las tarjetas de cumpleaños y los compañeros caídos, mi acto
escolar y esquivar las pinzas militares que alguna vez nos obli- —Recibí un mensaje a fines de diciembre de 1976 que
me decía: “Marta está hablando, negando pertenecer al gru —
garon a dejar el auto en cualquier lado y seguir camino en tren,
la polenta con queso y los documentos falsos, la fantasía de ir a po del Negro Arroyo y diciendo que perteneció al nuestro”.
las Cataratas de Iguazú — ¢ estaba planeando un cruce a Brasil? Trató de despegarse. Pero lo que te puedo decir es que no
cayó nad Íe de los nuestros, ni siquiera los que habían tenido
178 más contacto con ella.
179
detalle me pareció suficiente. taÍ véZ era la influencia de Naná,
la efltfé Vl$til.
que estaba conmigo y me retó apena $ terminad á
Nada más escucharlos, los gerundios me rechinaron entre
—Man , no te podés creer todo lo que te dicen. ¿No te
los dientes como si me hubieran escupido arena en la boca. No
das cuenta de que quiere hacerse el protagoniSta 2
le pregunté a su amigo Eduardo, el marido de Laly, cuál era su
Mi hija ubicándome en mi
fuente, no pregunté casi nada porque él habló de corrido de los
ojos de huérfana arrobados. lugar, desempañand o mis-
ojos melancólicos de nui madre, de su crecimiento político, de su
Pero yo veía p erfectamente a HH madre en aquellas anéc
inteligencia “natural”, de su generosidad en los momentos mas
dotas.
difíciles, del inmenso cariño que se tenían. Lo había ido a ver,
lgual que la hab Íá ÍTltllÍ dO
como había visto antes a su esposa, siguiendo sus rastros entre
cortando el cerco de la quinta
quienes la vieron ser, convoc ándolos a la vez a lo que vendría. que pasaban por la calle, ro -
— Creo que ella estaba fascinada con el Negro; en última que no iban a convertirse en novÍ OS
instancia era un obrero, ese obrero que las mujeres bur-
deada de ‘candidatos”
a los muchachos
te, para espiar
porque ella esperaba
guesas querían encontrar, además, con formación marxista. hijos. Y a ese guión se
en cuerpo y alma, el padre deal sus al que se entregaría
Estaba enamorada pero con componentes que tenían que conocer la único,
asfixia.
ver con la militancia.
Cinco años separaban las ›mige nes filmadas por la
Tampoco dije nada sobre su comentario paternalista. Mamá ajustó el tiempo justo anté s d t2
remita. mara súper 8 de la instantánea que capturó el vaso antes c á-
había sido la apoderada legal de Eduardo cuando nadie más
la caída. de
quería serlo; muy valiente y muy generosa pero nm Son
Ella era otra en la úÍtim á ÍOtO •
los riesgos de buscar, ahora tenía una escena en presente conti-
Lo sabía, pero
nuo de la tortura y un menosprecio a su amor por ese hombre
Otra es con su
sobre el que me había pedido aprobación formal —como si yo la LUZ
la nieve de su luna de miel, tal vez en las capturas de
hubiera podido dársela — con el sonrojo de una adolescente.
del invierno de 1966,
Después de escuchar a Eduardo me esperaba Marcelo, de su cuarto embáfil Zo, a gO sa va -
cochecito. Pero desp uéslas instantá fleas de mi primerYapaseo en
su hermano, para contarme que había sido amante de mamá habíáTl
je y sensual se hílb Íá consolidad o en su cuerpo.
cuando él tenía 23 y ella diez más, poco después del divor— ella pujaba por alumbrarlas . La
cio. Me encantó esa anécdota inesperada, imaginar a esa vida
voluptuosidad de l S }9áff S coronando su incipiente
mujer herida de amor envuelta por unos brazos más jóvenes, muerto sus hijas mientras lltfá S -
sexual entre sangre y heces, la vida y la muerte en cO
alejándose de nosotros para correr a sus cosas, sus secretos,
te flagrante, poniéndole un pulso al tiempo, una urgencia
devuelto su cuerpo al placer y la aventura.
consciente a lOS dí íl s.
— Una vez llegó con el auto haciendo un ruido infernal.
Esa era mi mamá.
“Me parece que se me trabó la bocina”, me dijo; pero era
Volví a mirar las imág enes animadas de mí madre, esos
el ruido del motor que estaba a punto de fundirse porque
pequeños fragmentos , IS á
jamás le había revisado el agua. la mujer
todavía el continente dealbergar
se tan bien como para serchica tan joven que supo —
Me reí, sería otra el agua que la reclamaba con urgencia.
madura que soy.
Le pregunté mis a Marcelo, dónde se encontraban, con qué
frecuencia,
180 si tomaban vino juntos, o whisky o cognac. Ningún 181
Todo lo que veía ahora era el gesto de su mano saludan—
do a la cámara, su mano agitándose como si me estuviera
haciendo una venia, ya es hora, Mamita, ya es hora. ' '

Zombie, zombie, zombie/ levanta de tu tumba/ que tie-


nes que comerte/ el celebro, zombie/ levanta de tu tumba/
que tienes que comer el celebro a alguien de una vez/ tintin
tintin/ zombie, zombie levantá/ de tu tumb á

Rap de Furio, 2014

183
Excitada como una adolescente, los aros largos como
caireles tintineando en cada saltito que daba sobre el par-
quet, mi amiga Alba entró en casa como una tromba y tuvo
que forzar el equilibrio para no caer de bruces sobre la caja
de cedro laqueada en blanco que Albertina había mandado
a hacer.
—¿Esta es la urna? ¡Ah! ¡Es un dos ambientes, me en-
canta! — dijo mientras las mejillas se le encendían de emoción.
—Probá levantarla, fijate lo que pesa — me jacté.
— ¡Como un muerto! — gritó y lo subrayó con una car-
cajada.
— Mejor que la urna sea grande — dijo Silvia, la única de
las diez amigas que llegarían esa noche a casa que conoció a
mi madre — , no saben lo que me pasó con mi abuelo.
— Pará, paré, ¿es bueno o malo ? — se anticipó Josefina,
espontánea encargada de prensa de la Comisión Familiares
y Amigos de Marta Taboada.
— Si estaba muerto, no puede ser tan malo — terció
Raquel, mi veloritj planne r, segun el título que ella se había
impuesto.
— Qué sé yo, es exótico. Tuve que sacarlo del cemente-
rio de Avellaneda y llevarlo al de San Justo, iba en el auto
con los huesitos haciendo traca traca porque el fémur, que
nunca había entrado en la urna, sobresalía y golpeaba contra
la tapa. Así que paré, lo saqué y cuando llegué al nicho lo
puse al costado, adentro de una bolsa de nylon.

185
— i f?l otro ? —yo siempre preocupada por la integri- guiñapos — , tendería su
dad de los cuerpos. lecho que mis amigas y
ropa —esos
Dispondría de su cuna
— Era rengo, tenía una pierna más corta. de oro.
cuerpo — los pocos huesos — en un
Nos reímos. Nos íbamos a reír a carcajadas toda la no- Pieza por pieza en esos días desarticulaba el dolor, ponía
che. Desde que el entierro tenía fecha, mi cuerpo era la caja yo convertiríamos en habla
de resonancia de unas risas cristalinas que sonaban a cada cesado.
que nunca
rato como perlas sueltas de un collar cayendo por una esca- en suspenso un duelo
Mami había inspirado el quehacer pero
que comenzaba que ahora conv caba
lera de mármol interminable. Vibraban las notas de las tareas
pendientes que empezaban a ejecutarse, era música esa faena de
tardía y yo me dejaba atravesar por su ritmo; me sentía tan a todas esas mujeres en complicidad con mi locura. re -
liviana que hubiera podido bailar con zapatillas de punta. una espiritista me había transmitido la idea una amiga
Había rasgado el velo de la cordura para caer de rodillas ella, sentada en un bar de Palermo, expandiendo con su
como una iluminada frente a su presencia incandescente. lato laberintos
comolosuna revelación, memoria.
de micomo si no hubiera sabido que sus
— Marta no era abogada, — dijo y lo escuché
era artista transformarlo todo.
Ahora era nítido, mamá estaba volviendo. unos estaban dispuestas siempre a
Aunque fuera por el segundo en que un rayo cruza la
noche y la convierte en día, iba a estar entre nosotros. que una utopía? ll íL COmO Llf1í1
¿O no había convertido su polera en una remera de vera -
La íbamos a acompañar en el viaje desde el anonimato Sherezade oponiéndol e a la muerte un modelo nuevo para
no cuando vivir era menos
hacia el territorio de los muertos recordados, ahí donde po- atravesar el verano.
dría seguir diciendo por sí misma aquí estoy, en este tiempo Cuando terminé la entrevista llamé a Alba, me háb Ííl
supe lo que era la primavera, fui madre, fui hermana, estos acordado de ella mientras me describían a mamá convirtien—
son mis deudos. Siete ríc tor, detente «nte la eitela de mis do tuercas en collares, caracoles en botones, cualquier trapo
restos, he sido asesinada, mi existencia negada, pero los míos en un vestido que después salía a vender para Sostener a su
arrebataron mi cuerpo de las sombras, desde aqui doy fe de
la doble masacre de las vidas j de los cuerpos. —Tenemos que transformar la urna
Era más escueta la placa que había encargado, pero daba
de mi mami enuna un
cuenta del recorrido. Su nombre, sus vínculos, la fecha de risas, sin preguntas, sabiendo ella, hija de un hombre yentre
nacimiento, del secuestro, del asesinato y del día en que de - alhajero, te necesito — le dije y ella se comprometió
una joya.
jaríamos lo que quedaba de ella detrás del mármol testigo, Después se sucedieron los llam ádos í1 lTllS otras her -
mujer desaparecidos, tenía era
que lo que yoque
en la bóveda que compartiría con su papá y su mamá, ya mans de HIJOS, a otras amigas transitaron
convertidos en huesos dentro de sus preciosos féretros. el sinuoso camino de los año . La polera azul seríaconmigonada si
La vida y la muerte se entrelazaban como zarcillos de
una enredadera que socavan el muro que la enamora. Los
la obra sobre la ropa de
límites eran difusos. Su retorno me abrasaba. con lasno
mamá que me reí,puesto
hubiera perdí laa conciencia y la recuperé,
lloré, manos
sus compañeras . Mi vida sería un páramo sin esas mujeres
Encendida de ansiedad, preparaba su ajuar como el de cuidaron a mis hijos, sostuvieron la charla, arrastramo s la
una novia. cola de nuestros tapados sobre la vereda para dejar el orín

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tiznarme de hollín para transformarla en pura energía. Que
arda de una vez la llama, que abrase la parte de mí que se iría
en la calle, nos apañamos entre nosotras, nos queremos. La
ceremonia que imaginaba tenía que ser colectiva, la urna de
con ella y que no haya después rescoldo sobre el que soplar
ni más preguntas que hacer ni sitios donde buscarla porque
mamá la llevaríamos entre muchos brazos, por eso era tan
ya no quedaría nada salvo mis pies sobre la tierra, en trance
pesada.
Así, como si la desenterrara, como si desplazara el polvo
junto al fuego los pasos regulares, el baile ritual, las riendas
desbocadas, la memoria dormida; las banderas, los papeles
con un pincelito de los huesos bajo tierra, se fueron develan —
y los talismanes, todos a la hoguera. Dejar de ser hija en
do las exequias. Cuando fui a buscar a la Cámara Federal la
una alquimia incandescente y que el gozo de la libertad me
inscripción legal de la muerte civil de mi madre todavía fan—
envuelva porque ya nos habríamos dado todo, ella a mí, yo
taseaba con cremarla, pero no en un cementerio, no, con mis
a ella, cada quien en su tiempo, cada una a su sustancia, mi
propias manos, con mi esfuerzo físico en algún lugar donde
nombre en el papel, el suyo en el cielo; ya no un fantasma
las estrellas no se opacaran por las luces urbanas, donde las
sino un ancestro.
chispas pudieran llegar al cielo y yo pudiera sentir el calor
Pero no podía y no era nada más que un deber de
abrasador de sus restos desintegrándose para tomar con-
ciencia de que se había ido; que sus cenizas flotaran en el Justicia que sus restos tendrían que cumplir para acusar a
quienes los habían negado. Era que antes de desprender-
aire y se posaran después sobre las cosas, sobre mí también,
me necesitaba hacerla irrumpir entre nosotros, entre estos
de cara a la Vía Láctea, recibiéndola.
cuerpos sólidos que somos, capaces de desplazar el aire a
— Esta mujer me vuelve loca, ¿cómo se te ocurre ? —se
nuestro paso. Cuerpos concretos que amparan en su consis-
alarmó Pato Bernardi en esa oficina de los tribunales de
tencia la amnesia de que un día también seremos nada para
Comodoro Py a la que me había acompañado —. ¿Cómo lo
no perder el equilibrio, alumbrando esa certeza cada tanto,
vas a hacer? ¡No es tan fácil! Además los restos son prueba.
cuando los órganos chillan, en el instante en que alguien deja
Cómo no iba a saber ella que los huesos son tenaces en su
de latir para listar enseguida las razones por las que no sería
resistencia si restos calcinados había rescatado en Tucumán
nuestra hora. Ella era también sólida aun desarticulada y sus
muchos años después del fuego con que los verdugos de
la dictadura se ilusionaron en hacerlos desaparecer, aun a
fragmentos no hablaban de fragilidad sino de resistencia. Su
regreso interpelaba y clamaba por un plural, no habría adiós
costa de guardar en su memoria el olor de la carne quema—
sin nosotros agitando la mano desde la orilla.
da que ojalá siga contaminando su recuerdo y sus narices.
El cristal sonando con los brindis, las risas como tildes
Fragmentos mezclados, identificaciones con muy poco para
sobre cada frase, la masa de las pizzas levando en la cocina
restituir a las familias, pero abriendo espacio entre los vivos
de todos modos, ofreciendo una victoria entre tanta derrota. — no había amasado yo, en casa nadie amasa, sino Alejandra,
la exquisita pintora que organizaría la tarea — , el fuego
Era una fantasía mi fogata de amor, una imagen de ese
encendido en nuestro hogar y el acarreo de los leños que
instante en que todavía estaba aterrada a esos huesitos como
lo iban a alimentar, el copal haciéndose humo sobre unas
una nena que abraza su peluche antes de dormir. Sin animar-
brasas, las cámaras de Albertina dispuestas para guardír -
me areconocerlos, sin haberlos acariciado.
noslo todo, la mesa lleníndose de colores y la foto de mamá
¿Y por qué no permitirme una última poesía concreta
188 mi mamá? Poner el cuerpo otra vez antes del final,
para 189
padre lo puso con su mano en mi pecho sabiendo que esa amante
moribunda también había sido mía.
vestida de novia junto a su iluminada por tres velas — Bueno, bueno —terció Albertina — , no empiecen
en nuestro altar pagano, rodeada de guerrilleras zapatistas, ustedes dos a hablar de a quién se cogieron y a quién no
catrinas, santos populares, indios y piedras. Detrás de ella, porque me aburren.
enmarcándola, un corazón recortado sobre un libro abierto La abracé entre risas como iba a abrazarla toda la se-
de Conn Tellado que le había regalado a Albertina en nues— mana, rota de amor, recompuesta entre sus brazos. Había
tra primera Navidad juntas era su custodia. hecho bien mamá en llegar para la boda, como le había dicho
Todo estaba dispuesto para el primero de los últimos nuestra amiga Liliana a mi esposa cuando nos preparábamos
ritos. Faltaba una semana para la fecha fi]ada y la iba a tran- para la fiesta, debe haber bailado en su cajita de cartón, la
sitar en esta demencia en la que no había tierra ni cielo; ni pierna quebrada, la mandiT›ula loca, el brazo que resta y el
infierno alguno que me pudiera sofocar. coxal que no existe, ahí está mi hija enamorada j sii compa-
Silvia había traído brillantina, piedritas de ojo de tigre, ñera, permítanme una pieza de ese vals que no comprendo.
la genia que cobija a las nacidas bajo el signo de Leo, y una Y nosotras la recibimos pero no dejamos de ceñirnos, hay
petaca de grapa miel de la que nadie más tomó. Josefina lugar para tanto en nuestro abrazo.
una pastafrola, su incandescente sonrisa y unos botonci— Como si hubiéramos ensayado la coreografía, de un
tos de perla como los que tenía el saquito de la comunión momento a otro, cada una había tomado con su arte un
que tomó cuando llegó a casa de sus abuelos después del fragmento de la urna y mientras la luna subía la cuesta de
secuestro de su mamá, en remera y bombacha, con hepati- la noche la superficie blanca se fue poblando de imágenes y
tis. Lucila, la que a fuerza de querer una foto con su padre deseos, de mensajes, de clamores, de consignas; una forma
desaparecido había inventado para todos la forma de crear se entrelazaba con la otra como se enhebran las experiencias
esa imagen deseada, puso sobre la mesa unos diminutos para, en un momento alucinado, creer que la vida tiene una
de
muñecos coyas tejidos, calcomanías y más piedras. Alba razón, como si estuviéramos conjurando las primeras pre-
desplegó sus lanas y un rollo de zigzag “ e os 70”, esa guntas que nunca dejan de formularse, por qué, por qué yo,
cinta ondulada que festoneaba entonces los volados de las por qué vivo —y por qué escribo. Nadie las enunció —son
polleras campesinas. Liliana llegó con su voluntad siem- inconfesables. Pero ahí estaba la urdimbre y éramos noso-
pre lista de ponerse a disposición, su humor ácido y un tras y nuestras voces los hilos que la atravesaban para formar
whisky. Raquel ya estaba martillando azulejos de colores la tela que a todas nos abrigaba.
para enhebrar con esas cuentas una palabra; no trajo nada — Amor producciones.
que recordara a sus desaparecidos, ella siempre lo está in- — Huesitos punto com, ¡para toda América Latina!
ventando todo. Lucrecia entró y me llamó aparte, me hizo Raquel y Josefina proponían nombres para la empresa
mirar dentro de un sobre de papel, ahí estaba uno de sus que podríamos fundar, ofreceríamos servicios que estába-
tesoros más preciados: un poema manuscrito de Liliana mos poniendo en práctica: customización de urnas, música
Maresca y un puñado de los pétalos que habían perfumado para entierros, panegíricos para el aparecido, acompaña-
su cama cuando dejó de respirar. miento inclaudicable.
— Los pétalos van a la urna, pero el poema no. Si lo
querés regalar, es mío — le di)e y ella sonrió, cerró el sobre y
—Y si hay mucha necesidad de huesos, asaltamos la ofi- — Hubo un momento genial —les conté a mis amigas —
cina del EAAF y recuperamos las costillas de tu mamá para Una de sus hijas, Diana, me dice muy solemne: “Mirá, si hay
la causa, yo te hago todo —insistió Raquel. algo que tu mamá le enseñó a la mía ” , y yo pensé que me iba
Mientras enhebraba canutillos de mostacilla blanca que a decir a ser solidaria, a entender la política, cualquier cosa
había traído Silvina, una amiga de Albertina que ya era nues- trascendente. Pero no: “Las cremas, los perfumes, a maqui -
tra, para hacer una escarapela, conté mi ultimo, fulgurante llarse, a cuidarse. Qué sé yo, a quererse”.
hallazgo. Había encontrado a Susi, esa adolescente que vivía Y había que ver cuántos afeites había en el baño de esa
con nosotros y nos cuidaba cuando mamá no estaba en casa. mujer que a los quince pesaba ochenta kilos y a los dieciséis
La había buscado durante meses rastreando en las redes veinte menos porque mamá la sacaba a caminar después de
sociales, preguntando a mis tíos que por un tiempo habían dejarnos en la escuela, hablándole de lo importante que era
seguido en contacto con su familia —su madre había tra- cuidar el cuerpo, justo ella que lo dejó en el camino.
bajado en la casa de mi abuela — . Hasta que recorrí la guía Susi tenía una foto que nunca había visto, sacada en el
telefónica y cuando llamé a la última Susana Herrera, me zoológico por unos de esos fotógrafos que obligan a la toma
atendió una chica que después de escuchar mi presentación para vender el recuerdo. Estamos nosotros cuatro, ella, la
me pidió un minuto y volvió al teléfono azorada. Gorda y sus hijos, Tupac y Fidel. Para ellos es la única foto
—Mi mamá está llorando, te conoce. que tienen con su mami y la recibieron arrobados, como
Fuimos a su casa con Albertina, llegamos de noche el tesoro que era, apenas tenían recuerdos de algún paseo
después de perdernos mil veces y en esa penumbra de una infantil con ella.
cuadra del oeste del conurbano la reconocí en la puerta antes La caja de Pandora estaba abi érta, mamá convClCilba al
de bajarme del auto y el tiempo perdió otra vez todo acuer- diálogo y cada vez éramos más en su mesa.
do razonable. Se había casado con el novio que yo conocía, —Tu mamá dudaba, si se tenía que ir, cómo —me había
mamá había amadrinado esa relación que la mamá de Susi contado Susi —. Yo quería que se fuera, no por mí, por ella,
prohibir, toda su familia sabía de nuestra historia, apenas si pero me miraba con esos ojos que tenía y me decía: “Si me
pudimos hablar sin atropellarnos. voy, te tengo que dejar a vos. ¿Cómo me los voy a llevar a
Susi y su marido lloraban a cada rato sin ninguna ver- todos?’.
güenza. El encuentro me había reblandecido y mientras lo rela-
—Yo estaba en el cuarto de m mamá con Juancito, escu- taba la misma ternura me llenaba la boca, como si paladeara
ché disparos, el golpe de la puerta rota y entró un tipo apun- otra vez Baybiscuits mojados en leche Cindor, la merienda
tándome con un arma, le pedí por favor, tengo un bebé en de los días felices. O pescado frito robado del puerto de Mar
brazos — me contó en un momento. Lo tenía que decir por- del Plata, donde mamá nos llevó una vez con su amiga Kela
que a mi hermano Juan lo estaba protegiendo con su cuerpo. para después irnos sin pagar.
Julio, el entonces novio de Susi, había llegado el día si - —¿Podés creer que mi papá hacía lo mismo ? ¡Por qué!
guiente a verla. Se encontró la sangre en el agujeros — gritó Alba después de escuchar la anécdota.
y mi perro Saverio — Querían hacer la revolución, pero mientras tanto al-
gunas acciones directas: Todos los niños del mundo tienen
de las balas en la pared, la casa destrozada
ladrando desesperado. Lo llevó con él.
192
' nuestras banderas, las de HIJOS, la de Madres y Familiares,
las de las agrupaciones políticas. Así lo habíamos dispuesto.
derecho a comer cornalitos a la orilla del mar —Josefina
llegaba a mover la mesa riéndose de sus propios chistes.
Raquel, como mi veloritj planner, vne había ayudado a sol—
tar mis brazos de todo lo que creía mío. Había hablado con
— ¡Ah, no! Con esa Evita Montonera vamos a hacer
mis hermanos y con mi tía para preguntarles sobre sus de-
roncha — dije yo alabando la pintura de Alejandra en un
—(Le ponemos unas piedritas amarillas en el pelo? —pre- seos. Nadie lo tenía demasiado claro. Mi hermano Santiago,
extremo de la urna.
guntó Silvina — . Como una lluvia de meteoritos. . sobre todo, clamaba por una mamá en singular, la única que
—Yo pensaba que podíamos quería recordar, siempre con una sonrisa en los labios. Pero
— dijo Silvia señalando. yo no podía cumplir ese deseo, esta madre era cosa pública,
hacer un útero por acá...
tenía que reponer su lugar en la historia, el valor de un co-
razón generoso para mover al mundo.
— ¿ ¡ Lfn útero! ? ¿Quién se va a dar cuenta de que es
—¿Adentro qué le van a ponen
un útero ? Va a parecer una bolsa de agua caliente — terció
Unos —Yo, polenta — dijo Albertina como recordando que en
Liliana.
tillo, la la última carta su mamá pedía comida para Navidad.
discutir fusiles rellenos de cuentas rojas, la hoz y el mar — — Con todo el dolor del mundo le voy a dar este espejo,
leyenda ¡Hasta la victoria siempre!, después de
que era de ella y estaba en su cómoda — era de plata, estaba
si no sería bueno actualizarla y escribir “Lucha
abollado, siempre había estado conmigo — y lo que quieran
ama a Victoria” , un mar con su playa sobre la tapa y en
ese mar mis d íminutos barquitos de papel hechos con un poner mis hermanos.
Las fotos de sus hijos, un rosario que le habían regalado
dibujo de Nan á cuando era chica, otro de Furio y un re -
a Santiago el día en que murió papá, un trago de whisky,
tazo de papel de diario que tenía impresas palabras mías.
En uno de ellos pusimos a mamá representada en una fi -
picantes; lo que ella hubiera querido y lo que a nosotros nos
daba placer. Todo eso se iba a sumar en su hora.
gurita de plomo también diminuta que me había regalado
Cuando el día disputaba con la oscuridad las primeras
Albertina una vez y en la costa otras cuatro figuritas para
luces, su cofre era más que un alhajero, era una nave madre
representamos a sus hijos. En la punta de la urna, como
preñada de signos, historias, rastros y fantasías. Todo lo que
un timón, iba un marco filigranado sostenido por dos an -
le hubiera contado si hubiera podido sentarse conmigo una
gelitos, adentro, CÍé M ítF ta Taboada flan q ueada por
—(Ya avisastelaenfoto
el vez y acariciarme la cabeza con sus dedos largos.
sus dos hijas muertas. cementerio ? —preguntó Lucila.
— Sí, fue un delirio. Fui con aná, nos morimos de risa. Antes del final tomé un pincel y lo mojé en acrílico
—¿Por qué ? negro. Escribí su nombre en el frente y en el costado dejé
— Primero, porque la bóveda esta a hombre de mamá y impreso como pude algo de ese perfume de magnolia que
no entró en ninguna sucesión. Después, porque el tipo que- impregna más allá de la muerte, la estela de su vida, un re-
ría saber quién había hecho la reducción de los huesos y qué corrido que siguió sin ella, a pesar de ella: “mami, abuela,
cochería la iba a trasladar. bisabuela, hermana, amiga, amante, compañera”.
La reducción la había hecho el tiempo y el maltrato a
sus restos, la cochería sería un camión militante rodeado de
Huiría de esta hoja en blanco para no desmerecer la mi—
rada que me devolvieron las cuencas vacías de sus ojos.
La contemplé y vi cómo sobre ella se reflejaba el Universo.
Toqué su calavera con la yema de los dedos, puse la
mano en su costado para que la mejilla descansara en mi
palma. Me incliné para besarla; no estaba fría, ardía con mi
fiebre enamorada.
Se hundió después en su lecho, entre almohadones, al
abrigo de su ropa, apenas ladeada la cabeza contra la sábana
blanca.
Mi hermano Juan la cubrió con la tapa enjoyada.

Mi hija sabía, ella me lo había dicho, es el silencio lo que


cabe.

197
La velamos en casa, sus cuatro hijos y una botella de
whisky, Albertina y Laura, la compañera de Andrés desde
que eran adolescentes. Apenas dormimos esa noche en que
rodeamos sus restos apoyados dentro de su nave sobre un
escritorio, muy cerca de donde ahora escribo. Hablamos de
ella, sumando cada uno el fragmento que había guardado,
como artesanos haciendo triquiñuelas para unir lo sólido
y lo ausente. Pero sobre todo hablamos de nosotros, esos
huérfanos ajados por el tiempo que logramos mantenernos
juntos tendiéndonos las manos unos a otros sobre los abis—
mos que no pudieron separarnos. Algo hicieron bien mamá
y papá, nos dijimos, que nunca perdimos la tenacidad en
este amor que no se acaba. Abrimos la urna para dejar las
ofrendas que faltaban, cada uno de nosotros dejó su última
caricia, ya no volveríamos a verla.
A la mañana, cuando abrimos la puerta de casa, una
veintena de amigos nos esperaban para salir en caravana
hacia Moreno. Mis hermanos pusieron la urna en el baúl de
nuestro auto entre aplausos, Furio quería subirse con ella.
— No, mi arii or, ahí va la abuela, no hay lugar — le
dijo Albertina.
Nos perdimos, por supuesto, aunque transité ese ca—
mino tantas veces que debería haberlo hecho con los ojos
cerrados, nos perdimos y con nosotros la caravana. Cuando
llegamos a la plaza de Moreno, apenas pudimos abrir la
puerta del auto. Amor producciones había hecho bien su
Y entonces sí el tiempo se detuvo y los plañidos SO -
naron por fin a la vez.
trabajo, más de trescientas personas nos esperaban, con
Me retiré del coro para esconderme en el abrazo de
banderas y flores bajo un cielo gris plomo que se contuvo
Albertina, mis hombros encorvados se agitaron una vez, dos.
y no cumplió con el pronóstico de lluvia. Mamá viajó en
Después me di vu i? lt á '
una cureña hecha con un carro de cartonero y cubierta con nos
una bandera argentina hasta la puerta de la que había sido — El × i n o se toma en casa — dije, y
su casa, la habían construido los familiares de desaparecidos fuimos.
de ese extremo oeste del conurbano bonaerense, los mismos
que nos ayudaron a hacer las baldosas que pusimos en la ve-
reda en honor de ella, del Negro Arroyo, de Gladys Porcel.
A su paso se sumaron los vecinos, cientos de manos dejaron
a su lado claveles blancos y rojos. Me hubiera gustado que
hubiera jazmines, pero el invierno es esquivo con esas flores
carnosas que perfumaban nuestra casa cuando éramos niños.
Nos sumamos para empujarla entre los hijos, su hermana,
mis primos, los hijos y las hijas de sus compañeros de mili-
tancia. Raquel se tomó su tiempo para organizar el primer
acto, habíamos esperado treinta y cinco años, no se podían
retacear minutos a todas las voces que se tenían que oír. .
Nadie se movió aunque tensamos la paciencia. Mis herma-
nos asistieron por primera vez a la reconstrucción de su re—
trato que hicieron los compañeros de los años de esperanza
y derrota. Esa ninfa rubia para siempre, joven y audaz como
la Evita Montonera que engalanaba su ataúd. Dijimos tantas
veces presente con el puño cerrado y al cielo, con los dedos
en V de victoria, que de verdad lo desafiamos. Marchamos
hacia el cementerio después, un cura villero dijo amén, sha -
lom, axé y saludó a los ateos mientras la urna reposaba en el
pasto entre los hilos desnudos de las ramas de los sauces llo—
rones; la inmensa bandera de HIJOS la protegía. Cantamos
juntos después de haber caminado, cantamos dame tu mano
y vamos ya porque aunque hayamos envejecido el dolor
parece recién nacido. Naná no se despegó de mi lado, sus
dedos en mi espalda fueron mi columna vertebral.
Sobre los hombros de mis hermanos viajó el último
tramo hasta la boca abierta de la bóveda.
AGRADECIMIENTOS

A mi hija Naná, porque es tan linda persona que me


consuela de todas mis faltas.
Al Equipo Argentino de Antropología Forense, espe-
cialmente a Maco Somigliana y Patricia Bernardi. A Celeste
Perosino, que allí se formó y ahora sigue otro camino.
Gracias por el trabajo, la constancia, el compromiso, por
todo lo que todavía ni siquiera sabemos de cuánto repara
su tarea.
A María Moreno, por el aliento, la lectura y el ojo crítico.
A Flor Monfort y Roxana Sandá, mis amigas y compa-
ñeras de “Las 12”.
A mi tía Graciela, por tantas veces que me dio cobijo.
A mis hermanas, que en esa palabra está todo: Alba
Camargo, Josefina Giglio, Raquel Robles.
A Alejandro Ras, el padre de nuestro hijo, por la tapa,
las fiestas y la paciencia
A HIJOS, por tanto.
A las amigas y a los amigos; todxs saben cuánta falta
me hicieron en este tiempo y cuánto les debo en esta vida.
Especialmente a las que hicieron conmigo la urna para mamá:

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Alba, Josefina, Raquel, Alejandra F' enochio, SÍlvia Maldonado,
$ílvina Maddaleno, Silvina Messina, Lucila Quieto y Liliana
Viola.
A Cristina Comandé, por haber sobrevivido, por la te—
nacidad en el testimonio.
A cada persona que compartió conmigo sus recuerdos
compartidos con Marta Taboada.
A todas y todos lxs que caminamos juntos, ese sábado
nublado de agosto de 2010, para acompañar a mamá a su
último destino. Gracias.

204
Impreso en el mes de marzo de 2018
en New Press Grupo Impresos S.A.
Paraguay 278 — Avellaneda
Provincia de Buenos Aires
República Argentina

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