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PRIMEROS AUXILIOS

PISCOLÓGICOS

MARÍA MAGDALENA EGOZCUE ROMERO


Los sucesos mundiales dejaron una sensación de peligro constante e
inminente. Esta impresión se manifiesta en nuestra vida diaria.
Los accidentes, las frustraciones, las dificultades en las relaciones, el
desempleo, las situaciones laborales adversas, los problemas de salud,
etc. pueden provocar ansiedad, estrés, malestar físico, trastornos
emocionales, etc.

Una buena salud mental no necesariamente implica la ausencia de


síntomas, sino más bien, la habilidad para adaptarse a los cambios con
el apoyo del autoconocimiento (comprensión de sus sentimientos,
pensamientos y acciones) la valoración y la responsabilidad en sí
mismo.
“Lo que sientes no es anormal, ni tu dolor exclusivo, sino que muchas
personas lo comparten”

Encontrará una esperanza al ver que su padecimiento tiene una


solución.

Para una buena salud mental debemos aprender nuevas formas de


pensar, de comportarnos y de relacionarnos; así como de desaprender
aquellos conflictivos patrones de pensamiento y comportamiento que
nos causaban dolor y problemas.
No debe responsabilizar a los demás por su salud mental, debe dejar de
hacerse daño, no culparse o autocompadecerse, enfrentar y dejar de
negar sus verdaderas necesidades internas y dejar de autojustificarse
sin aceptar ni modificar el origen de sus conflictos.
El estrés es un estado de tensión que se presenta cuando creemos que
peligran nuestra salud o nuestra integridad o cuando existe un
desequilibrio entre las exigencias ambientales, biológicas o psicológicas
y nuestra capacidad para responder ante ellas. Estas situaciones
requieren una modificación o adaptación para enfrentarlas.
El estrés ocurre cuando percibimos una situación como
emocionalmente perturbadora o inquietante y siempre que hay un
desequilibrio entre las demandas que se nos presentan y nuestra
capacidad para resolverlas.
El estrés se caracteriza por la manifestación de reacciones físicas. Estas
reacciones ponen a la persona en estado de alerta y la ayudan a
afrontar la situación que le causó el trastorno.

Nuestro organismo está preparado para soportar cierto grado de estrés.


Un poco de estrés es positivo, pero si las circunstancias estresantes
llegan a un punto en que parece imposible controlarlas o persisten más
tiempo del que puede tolerar entonces surgen los problemas.

Necesitamos adaptarnos al estrés, no sólo cuando se manifiesta en


forma de crisis, sino también cuando se presenta con las pequeñas
exigencias cotidianas.
Cuando un sujeto se tensa se presenta una reacción fisiológica que puede
dividirse en tres etapas:

1. Alarma. La situación de riesgo estimula el hipotálamo, que controla el SNA.


Durante esta etapa el simpático se manifiesta en:
- El ritmo cardiaco. Bradicardia (disminución), taquicardia (aumento) o arritmia.
- Afectación del sistema inmunitario.
- Debilitamiento muscular.
- Disminución de la temperatura.
- Baja presión sanguínea.
- Aumento de las hormonas corticoides.
- Liberación de catecolaminas, endorfinas y epinefrina.
2. Adaptación o resistencia. Cuando la amenaza o el peligro desaparecen
entra en función el parasimpático, que se encarga de relajar de nuevo al
organismo. Mientras esto sucede, el cuerpo, como ya se dispuso a defenderse
o a coexistir con el evento estresante, hace que todas las funciones del
organismo estén alerta y se desvíen para atender y solucionar esta
contingencia; como durante esta etapa el sistema inmunitario se altera, es
más fácil contraer enfermedades. Si el factor estresante continúa se pasa a la
tercera etapa.

3. Agotamiento. El sistema parasimpático no tiene la posibilidad de actuar


para que el organismo se recupere, se agotan sus recursos y aparecen
síntomas nuevos; el curso normal de las enfermedades ya existentes se altera,
y si esta situación continúa permanentemente puede provocar la muerte.
En un estado de estrés prolongado cualquier evento relativamente
menor puede romper el balance y provocar una reacción explosiva que
anule nuestra habilidad para procesar los síntomas físicos inducidos por
el estrés. Esto ocasiona una semiexcitación o alarma permanente que
afecta al sistema inmunitario y causa varios problemas de salud y
contribuye a agudizarlos, como:
- Abuso de sustancias
- Afectación de las áreas del cerebro que controlan diversas funciones
(alimentación, agresividad, sueño, concentración, atención).
- Alergias.
- Alteración del sistema inmunitario.
- Anomalías en la reparación celular.
- Artritis reumatoide
- Asma
- Colitis
- Contracturas musculares
- Crecimiento o desarrollo celular irregular
- Desequilibrio hormonal
- Desórdenes de la piel (eccema, urticaria, acné)
- Diabetes
- Dispepsia nerviosa
- Enfermedades del corazón (hipertensión, infartos)
- Estreñimiento
- Flatulencia
- Indigestión
- Inflamación intestinal
- Migraña
- Trastornos menstruales (amenorrea, dismenorrea)
- Úlceras pépticas
Síntomas físicos del estrés:
- Agotamiento
- Aumento o pérdida de peso
- Aumento del ritmo cardiaco
- Cambios en el apetito
- Cansancio
- Debilitamiento del sistema inmunitario
- Dificultad para dormir, tanto para iniciar el sueño como somnolencia
excesiva
- Estrangulamiento de la voz
- Inquietud
- Jaquecas, migrañas
- Manos y pies fríos
- Mareos
- Náuseas
- Palpitaciones
- Respiración irregular
- Sensación de tener la boca seca
- Sofocamiento
- Sudoración excesiva
- Tensión muscular (dolor en el cuello y la espalda)

Cuando vivimos una situación desagradable e inesperada pasamos por tres


etapas:
1. Impacto. Nos sentimos angustiados, preocupados, confundidos, tristes y
con pánico. Nuestro malestar se manifiesta con llanto, culpa, cólera, etc.
Nos preguntamos que está sucediendo, por qué y cómo podemos
resolverlo. Esta etapa se acompaña de 4 tipos de reacción:
- Sobrecogimiento. Se experimenta inmovilidad, estupor y agarrotamiento
absoluto, hasta la paralización. A veces, la parálisis dura sólo unos segundos,
y le sigue una elaborada reacción de defensa o de huida. En otras ocasiones
puede prolongarse mientras dura el acontecimiento y la percibimos como si
fuera algo ajeno a la escena.
- Sobresalto. Es una actitud frenética e incontrolable de defensa o de escape. En
esta situación no hay pérdida de conocimiento pero sí se altera la conciencia;
después sólo se recuerdan fragmentos de lo sucedido. Puede haber conciencia
clara, pero con sensación de absoluto descontrol de los propios impulsos y
movimientos.
- Enturbiamiento de la conciencia. Pasados esos primeros instantes y una vez
fuera del lugar de peligro, lo habitual es que se produzca desde una leve
sensación de flotamiento o extrañeza hasta un cuadro de semiestupor con
escasa respuesta a los estímulos. Se aprecia un embotamiento general, con
lentitud y pobreza de reacciones, acompañado de una sensación de laxitud y
abatimiento. Los primeros pensamientos suelen ser de extrañeza e
incredulidad, y a medida que nuestra conciencia se va haciendo más
penetrante y se diluye el embotamiento producido por el estado de shock, se
abren paso vivencias afectivas de forma más violenta y dramática: dolor,
indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo, etc.
- Alteración emocional. Paralelamente la memoria parece volver a
despertarse y son frecuentes las irrupciones súbitas de escenas
relativas al suceso, en forma consciente o por medio del sueño; se
tienen pesadillas recurrentes o despertar con alto contenido
emocional. Estas escenas producen una dolorosa conmoción que
precipita una intensa alteración capaz de desencadenar un ataque de
angustia.

2. Resolución intentada. Empezamos a movilizar todos los recursos para


enfrentarnos a la situación y encontrar una solución. Pasado un lapso
razonable, existe una adaptación y se normaliza nuestro
funcionamiento en lo social, lo emocional, lo laboral, etc.
3. Adaptación descompensada. Cuando se afronta el factor estresante y
el resultado es ineficaz, surgen síntomas de depresión, apatía, angustia,
ansiedad, agresión, etc. Y enfermedades físicas como hipertensión,
úlceras, gastritis o colitis.

Síntomas emocionales:
- Actuar a la defensiva
- Agresión o ira
- Aislamiento
- Ansiedad
- Apatía
- Aprehensión
- Depresión
- Desesperación
- Dificultades para tomar decisiones
- Dificultades para trabajar en equipo o para realizar tareas simples
- Falta de concentración y entusiasmo
- Falta de deseo sexual
- Frustración
- Impaciencia
- Imprudencia
- Insatisfacción
- Irritabilidad
- Melancolía
- Miedo
- Pánico
- Presión
- Sensación de fracaso
- Tensión
- Tristeza
Nos damos cuenta de que el estrés interfiere con nuestra vida social o
laboral cuando presentamos algunos de estos signos:
- Conductas antisociales (pelear en público, volverse insensibles e
intolerantes).
- No socializar, argumentando múltiples ocupaciones.
- Conducir rápida y descuidadamente.
- Comer aceleradamente.
- Sensación de que los problemas aumentan.
- Incapacidad para desenvolvernos en eventos públicos.
- Pérdida de interés sexual.
- Baja productividad laboral.
- Mal manejo del tiempo.
- Fumar o beber en demasía.
- Despreocupación de la persona.

Reaccionamos al estrés de manera diferente, dependiendo de la


combinación de varios factores: características psicológicas del sujeto,
creencias sobre el control que tenemos de las situaciones, estilo de
vida, capacidad de afrontamiento, tolerancia a la ambigüedad,
capacidad para resolver un conflicto, autoconocimiento y fortaleza
interna, apoyo social y resistencia a la tensión.
1. Características psicológicas del sujeto. La personalidad de cada
individuo es fundamental para indicarnos como afronta una
situación estresante.

Personas de comportamiento del tipo A son:


- Impacientes y desesperadas cuando otras hacen las cosas más
lentamente.
- Muy exigentes consigo mismas y con los demás.
- Tienden a completar las frases de otros.
- Son propensos a la agresión y se encolerizan rápidamente.
- Se resienten fácilmente.
- Suelen dominar constantemente, pues necesitan sentir que obtienen
más que los demás.
- Se sienten perturbadas la mayor parte del tiempo.
- No les gusta delegar.
- Se presionan y se predisponen contra el curso de los acontecimientos.
- Suelen ser intolerantes e impacientes.
- Se fijan metas muy elevadas.
- Anhelan un gran éxito.
Comportamiento del tipo B:
- Muestran mayor capacidad para desentenderse de las cosas que no
les resultan.
- Se aceptan más a sí mismas y a los demás.
- Reconocen y perdonan más sus fracasos.
- No son excesivamente demandantes.
- No tienen problemas al confrontarse con los demás. Les agrada
negociar.
- Se relacionan bien con las personas y les gusta trabajar con ellas.
- Se toman su tiempo para entender que está pasando y solucionar los
problemas.

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