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“RECIBIRÁN LA

FUERZA DEL
ESPÍRITU SANTO Y
SERAN MIS
TESTIGOS”
¿Qué quiero?
Quiero reconocer la presencia del Espíritu Santo en mi
vida.
La semana pasada Jesús nos
muestra a su Padre y nos dice
que también, que es nuestro
Padre, desde que recibimos el
sacramento del Bautismo.

Juan 13, 23-26


Jesús le respondió: “Si alguien me ama , guardará mis palabras, y mi padre lo amará. Entonces vendremos a
él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que
escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo , el intérprete que el
Padre les va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo le he
dicho.
Catecismo de la Iglesia
Católica 688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que
ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu
Santo:
❖ En las Escrituras que Él ha inspirado;
❖ En la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos
siempre actuales;
❖ En el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
❖ En la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos,
en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;
❖ En la oración en la cual Él intercede por nosotros;
❖ En los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
❖ En los signos de vida apostólica y misionera;
❖ En el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y
continúa la obra de la salvación.
Los dones del Espíritu
Santo, son un regalo de Dios
para nosotros.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo
tanto, la sabiduría.
Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es
fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se
cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como
rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re
3,9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder
ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es
ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas,
todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces
vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de
nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia... No, esto
no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu
Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los
ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.
Está claro que el don del Entendimiento está
Don del Entendimiento estrechamente conectado con la fe. Cuando el
Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina
nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la
comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha
realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus
discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os
hará entender todo lo que yo os he enseñado”.
Entender las enseñanzas de Jesús, entender su
palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra
de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender
algo, pero si leemos el Evangelio con este don del
Espíritu Santo podemos entender la profundidad de
las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran
don que todos debemos pedir y pedir juntos: danos
Señor el don del entendimiento.
El don de consejo viene en nuestro auxilio para ayudarnos a elegir y Don del Consejo
hacer lo que conviene para nuestro bien y el de nuestra salvación,
sobre todo en aquellos momentos en los que se nos hace difícil tomar
la decisión correcta en el menor tiempo posible. El Espíritu Santo nos
ilumina la conciencia ante las diversas circunstancias de la vida
diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad sobrehumana
lo que es la voluntad de Dios. Nos sugiere lo que es lícito y conviene
al alma.
Este don enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al
alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer,
especialmente cuando se trata de opciones importantes como la
elección de su cónyuge o la vocación misma al sacerdocio o vida
consagrada. Actúa como un soplo en la conciencia sugiriéndole lo
que le conviene y es bueno a los ojos de Dios. Viene en nuestro
auxilio para ver lo mejor, qué es lo que hay que hacer ante las
situaciones que se nos presentan a diario, muchas veces complicadas
para tomar la mejor decisión.
Don de la Fortaleza El Don de Fortaleza lleva a la perfección la virtud moral
del mismo nombre (fortaleza), haciendo que el hombre se
mantenga firme aún en las mayores dificultades y horrores
de la vida, disponiéndolo incluso al martirio para
conservar su estado de cristiano, siempre que no haya otra
posibilidad de conservar ese estado y no se pueda dar otro
testimonio de Cristo. Este es también el don que lleva a
los grandes místicos (santos) a aceptar el sufrimiento o
purgatorio terrenal para lograr su perfección cristiana.

Por este don conseguiremos fortalecernos ante el miedo y


cumplir fielmente nuestras obligaciones cristianas, aún
aquellas tareas más arduas y enfrentar los peligros sin
quejarnos.
Don de la Ciencia

Si hay un don del Espíritu Santo que nos lleva a


valorar la creación de Dios, es el de ciencia. Muy
necesario para cuidar de la «casa común», para
aprender a valorar, respetar y cuidar todo aquello que
Dios ha creado y puesto a nuestra disposición.

Por el don de ciencia juzgamos rectamente de las


cosas creadas en relación a Dios, su creador. Con una
observación de las cosas creadas, iluminados por la
acción del Espíritu Santo, podemos descubrir a Dios,
su creador: «Desde la creación del mundo, lo invisible
de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden
descubrir a través de las cosas creadas» (Rm 1,20)
Cuando hablamos del don de la Piedad tendemos a
confundirlo o hacernos ideas diferentes sobre el mismo.
Don de la Piedad Así decimos, por ejemplo, que una persona es piadosa
cuando pasa solo orando, en la Iglesia, ante el Santísimo.
En parte lo es, porque este don despierta ese deseo de
hablar con Dios por ser nuestro padre. Pero este don va
más allá de nuestra relación con Dios, nos traslada
también a ver al prójimo como nuestro hermano.

El don de Piedad es un hábito sobrenatural que despierta


en nosotros, por instinto del Espíritu Santo, un afecto
filial hacia Dios considerado como Padre y un
sentimiento de fraternidad universal para con todos los
hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo
Padre, que está en los cielos.
El don de Temor de Dios es un hábito sobrenatural
por el que el cristiano, movido por el Espíritu Santo,
Don del Temor de Dios
teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse
de Él, aunque sólo sea un poco, y desea someterse
absolutamente a la voluntad divina. Dios es a un
tiempo Amor absoluto y Señor total; debe, pues, ser al
mismo tiempo amado y reverenciado.
Este don nos hace presentarnos ante Dios con actitud
y sentimientos de hijos y a que no perdamos esa
postura, aunque Dios nos pruebe y nos envíe dolores.
A la vez hace que abarquemos con nuestro amor a
nuestros prójimos, que veamos en ellos hermanos y
hermanas y que superemos rápidamente cualquier
sentimiento de rechazo o desagrado que sintamos por
nuestros semejantes.
Estos dones los recibirán el día de su CONFIRMACIÓN, porque
así también fue impartida a los Apóstoles el día de
PENTECOSTES.

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