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Construcción de la iglesia de San Ignacio.

En 1662 se comienza a construir el nuevo templo de la Compañía de Jesús que había estado desde 1608 frente al
Fuerte en lo que sería hoy la parte de la Plaza de Mayo vecina al río. Por razones de defensa, los jesuitas tuvieron
que mudarse a la actual manzana de Bolivar, Moreno, Perú y Alsina desde donde irradiaron fe y cultura hasta
1767, año en que fueron expulsados por el rey de España Carlos III. Su acción civilizadora iba dirigida a todos:
ricos y pobres, españoles, criollos, indios, y africanos, mulatos y mestizos. Todos ellos colaboraron para construir
la iglesia y el Colegio. En 1686, el padre Sepp, nacido en el Tirol, escribía: “Los arquitectos son los jesuitas y los
artesanos son nuestros indios, enviados desde sus Reducciones a Buenos Aires.” (Llamaban reducciones a los
pueblos misioneros de guaraníes fundados a principios del siglo XVII donde se alababa a Dios por medio del
trabajo, la oración, la música y el arte.) También participaron esclavos africanos en esta construcción, que iría
perfeccionándose a lo largo de los siglos XVII y XVIII bajo la guía de talentosos jesuitas, tanto padres como
hermanos coadjutores (que no eran sacerdotes). Fueron ellos el hermano Kraus, autor del plano, nacido en
Bohemia y muerto en 1714 y el hermano Wolff, carpintero y eximio guitarrista que lo reemplazó. Padres y
arquitectos fueron, entre otros, Prímoli y Bianchi, naturales de Milán, que habían llegado en 1717 con otros 72
jesuitas, entre ellos el músico Domenico Zïpoli y el germano Pablo Wager que trabajó en las terminaciones. La
fachada de la iglesia y su torre sur, fabricadas con cal y ladrillos, actualmente son consideradas las más antiguas
construcciones de Buenos Aires. Dato interesante: ante la carencia de piedras en la región, para construir los
cimientos de la fachada hubo que traerlas desde la isla Martín García. La iglesia de San Ignacio fue consagrada en
1734. Desde entonces fue escenario de hechos memorables como la creación de la Universidad el 12 de agosto de
1821.
Construcción de la Procuraduría de Misiones.

Desde mediados del siglo XVII, grupos de guaraníes de los pueblos de misiones bajaban en balsas por
el Paraná o el Uruguay hasta Buenos Aires para comerciar sus productos (yerba, tabaco, tejidos de
algodón, miel, cer,etc) o cantar en algunas solemnes festividades como Semana Santa y Navidad.
Se instalaban en la parte de atrás de la iglesia (actuales calles Alsina y Perú) donde, con el tiempo, se
fueron levantando almacenes y viviendas, hasta que, a principios del siglo XVIII, se organizó la llamada
Procuraduría de Misiones.
Una de las características de los jesuitas era su sentido práctico: estaban convencidos de que la
evangelización y la instrucción debían tener un sustento material y lo conseguían con los productos
elaborados en las estancias de Córdoba y en los pueblos de misiones. Para deslindar las
jurisdicciones, el espacio de la Manzana fue dividido entre el Rectorado del Colegio San Ignacio, donde
estudiaban los jóvenes criollos, y la Procuraduría u Oficio de Misiones que dependía
administrativamente del Superior de las misiones entre los guaraníes.
En 1730 el jesuita arquitecto Prímoli inició las obras del llamado “segundo claustro” proseguidas por el
hermano Wolff. Como puede apreciase en la lámina, junto a los guaraníes trabajaban en las obras
albañiles negros y peones criollos, según consta en un informe posterior del padre Fernández Agüero.
A través de éste y otros testimonios posteriores a la expulsión, podemos imaginar los prolijos depósitos
con olor a tabaco, yerba, cera y miel, almacenados junto con los cueros y lienzos de algodón traídos
desde las misiones para vender o intercambiar por otros productos europeos.
Botica

En el ala norte del claustro dedicado a las misiones, el padre Faulkner, médico, geógrafo y etnógrafo
irlandés, había reorganizado y reequipado en 1740 la Botica del Colegio, “embaldosada por el negro
Melchor”. Ocupaba cinco locales en el piso bajo y un almacén en el alto. La minuciosa descripción de
inventarios de 1767 revela, no solo la enorme cantidad y valor de objetos e instrumentos allí reunidos
sino el orden y la estética que imperaban en aquella Botica repleta de estanterías con gavetas,
cajoneras con divisiones internas, almireces de bronce, ménsulas empotradas, más de mil frascos de
vidrio, loza, madera o estaño, diminutas balanzas para pesar medicamentos y toda clase de enseres
necesarios en un laboratorio de su tiempo.
Debemos al padre Thomas Falkner una de las primeras exploraciones de la Patagonia austral y las
regiones circundantes y una obra que se imprimió en Inglaterra en 1774 incluyendo un mapa de la
región.
Túneles. Siglo XVIII

A pesar de que todavía guardan su cuota de ministerio, la gran mayoría de arquitectos y


arqueólogos coinciden en afirmar que los famosos túneles de la Manzana tuvieron un uso
fundamentalmente defensivo en una Buenos Aires que carecía de murallas.
Los túneles corren en dos redes que pasan bajo la Manzana de sur a norte y de este a oeste. Sus
constructores utilizaban la brújula para poder orientarse. Fueron excavados con picos, palas y
barretas directamente en la tosca, a cinco metros de profundidad. Como vemos en la lámina, la tierra
se depositaba en cueros o canastos y para subirla se utilizaba una roldana. Era usada para rellenar
pozos en las calles o se llevaba en carros a las barrancas del río.
La existencia de los túneles era conocida en 1848, según dos artículos publicados en La Gaceta de
ese año donde se menciona un túnel que atraviesa la iglesia de San Ignacio. No vuelve a hablarse
ellos hasta principios del siglo XX. En 1912, mientras se construían los cimientos de una sala para la
facultad de Arquitectura, el suelo se desplomó y tanto obreros como estudiantes pudieron observar
el comienzo de un túnel. Uno de ellos, Hector Greslebin, inició en 1917 la exploración científica de
los túneles a través de dos entradas: una ubicada en el sótano del Colegio Nacional Buenos Aires y
otra en el Museo de Ciencias Naturales que funcionaba en la antigua Procuraduría de Misiones.
Expulsión de los jesuitas

El 3 de julio de 1767 los hombres del nuevo gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucarelli golpearon
sorpresivamente las puertas de la Compañía de Jesús y, con la única explicación de que se trataba de
una orden real, arrestaron a los padres y hermanos coadjutores que allí vivían. Lo mismo había
sucedido con diferencia de días, en todos los dominios del reino y en la propia España. Esta arbitraria
medida cuyas íntimas razones “se escondían en el real pecho” según había dicho el mismo Carlos III, se
debía a muchos factores, entre ellos, la envidia ante el éxito económico y político de la Orden. Los
primeros choques se habían dado en Europa y América en el campo de la enseñanza, sobre todo en la
Universitaria donde los jesuitas desplazaron a los dominicos. A esto se añadió la profunda enemistad de
algunos políticos contra la Compañía.
En la región del Río de la Plata, al obrar contra fuertes intereses los jesuitas se habían expuesto
también al resentimiento y la envidia de encomenderos, autoridades coloniales civiles y religiosas y
miembros de otras órdenes.
Consternado ante la violenta situación, el vecindario porteño expresó sus protestas de modos diversos,
pero nada se pudo contra las fuerzas virreinales. Los padres y hermanos de la Compañía dejando todo
debieron subir a los barcos que los depositarían primero en Córcega y luego en los Estados Pontificios.
Su obra civilizadora, expresada a través de colegios, iglesias, pueblos de misiones, estancias, obras
arquitectónicas, artísticas y musicales, etc., son al presente parte fundamental del Patrimonio Nacional.
Imprenta de los “Niños expósitos”

En las misiones jesuiticas entre los guaraníes existieron hasta siete imprentas. La más antigua
funcionó en Loreto, con moldes realizados por los padres Neuman y Serrano. Allí se elaboró, en
1700 el primer libro impreso en la Argentina: el “Martirologio romano”. Una de estas imprentas,
posiblemente la de Candelaria, que estaba en el Colegio Convictorio de Monserrat, en Córdoba, fue
trasladada a Buenos Aires por orden del virrey Vértiz después de la expulsión de los jesuitas. Desde
1780 funcionó en la llamada “Imprenta de los Niños Expósitos” que tenía su sede en la Manzana, en
la esquina de Perú y Moreno. Debía su nombre a que fue creada para sostener la casa de Niños
Huérfanos.
En esta imprenta se imprimió el primer periódico de Buenos Aires: “Telégrafo Mercantil, Rural,
Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata”, que apareció el 1 de abril de 1801. Su
director era el español Antonio Cabello Mesa, integrante de la Sociedad Patriótica, Literaria y
Económica, fundadora del periódico junto con intelectuales como Castelli, Belgrano. Lavardén,
Cerviño, etc.
Arreglo de un altar de San Ignacio en 1803

La gran cantidad de maderas que había en los pueblos de misiones hicieron posible el adelanto de la
carpintería y la artesanía. Entre los guaraníes que aprendieron a trabajar la madera hubo grandes
artistas cuyos retablos trascendieron el escenario misionero al ir a trabajar a Buenos Aires y otras
ciudades, sobre todo después de la expulsión de los jesuitas.
“La fusión de la mano de obra de artesanos europeos con indígenas de las misiones –escribe el
arquitecto Carlos Moreno- logró la incorporación de formas y modos de hacer trabajos cada vez más
refinados”. Uno de estos maestros fue el hermano Schmidt, originario de Baviera, quien llegó a
Buenos Aires en 1718 con otros arquitectos y artesanos. Años después, el navarro Isidro de Lorea,
que trabajaba con esclavos africanos, fue responsable del Retablo Mayor de San Ignacio y del de la
Virgen Dolorosa, con revestimientos laminados en oro, que aun pueden admirarse en todo su
esplendor.
Sala de Representantes.

El año 1821, pródigo en reformas culturales, la manzana circunscripta entre las actuales calles
Perú, Alsina, Moreno y Bolivar fue bautizada por un cronista del “Argos” como “Manzana de las
Luces”. Este nombre, mas dieciochesco que decimonónico, hace referencia a las “luces de la
razón”, tan gratas a los pensadores del siglo XVIII que se llamaban a si mismos “iluminados”. Ese
año, el ingeniero-arquitecto francés Próspero Catelin terminó de construir en la histórica Manzana
la Sala de Representantes de Buenos Aires. Como podemos apreciar en la lámina, ésta era de
forma semicircular, con tres hemiciclos en alturas progresivas. En el último de ellos estaban los
palcos y al frente la mesa del presidente. Allí se reunió la legislatura provincial desde 1822 hasta
1884, el Congreso General Constituyente y el Nacional, de 1824 a 1827 y el Consejo Deliberante
de 1894 a 1931.
En esta Sala juró Rivadavia su discutida primera presidencia de la Argentina; juró Rosas dos
veces como Gobernador y todos los años de su gobierno mandó su renuncia, invariablemente
rechazada. Allí sucedieron los encendidos debates del 14 de septiembre de 1852 y, diez años
después, juró Bartolomé Mitre como presidente de la Nación Argentina.
En 1836, durante el segundo mandato de Rosas, la Sala fue pintada de blanco y punzó y su
tapicería remozada. En 1858, poco después de la instalación de la primera fábrica de gas, el
recinto fue iluminado por una majestuosa araña de caireles, como puede apreciarse en la lámina.
Nuevamente refaccionada, en 1894 la antigua Sala de la Legislatura pasó a ser ocupada por el
Consejo Deliberante hasta 1931 en que fue ocupada por la facultad de Arquitectura.
En 1981 el Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces consiguió que e la
Sala fuera reconstruida y puesta en valor.
Librería Del Colegio (C.1835)

En esta lámina el autor imagina una escena de 1835: en primer plano, a la izquierda, la
reconstrucción de la antigua librería situada frente a la iglesia de San Ignacio. A la derecha, detrás
de las damas vestidas a la moda de entonces, se adivina la fachada de la iglesia y se observa el
antiguo edificio del Colegio San Carlos con su importante entrada de estilo neoclásico, destruidos en
1911 en aras del progreso para construir la monumental sede del Colegio Nacional Buenos Aires.
Ante ella debemos tener en cuenta que durante cuatro siglos (XVII a XXI), este solar fue dedicado a
la enseñanza y que por sus aulas pasaron muchos protagonistas de nuestra historia. Hombres que
trascendieron por su patriotismo, intelectuales, artistas, científicos, militares, juristas, políticos, etc.
Fachada de la Universidad

El 12 de agosto de 1821, en una ceremonia realizada en la iglesia de San Ignacio, fue creada la
Universidad de Buenos Aires, a instancias del presbítero Antonio Sáenz. Su sede estaba ubicada en la
antigua Procuraduría de las Misiones, sobre las actuales calles Perú y Alsina.
En 1863, el entonces presidente Bartolomé Mitre dispuso la remodelación de las tres fachadas de la
Manzana de las Luces que dan a Alsina, Perú y Moreno. La Universidad se reorganizó, refaccionaron
sus instalaciones y se resolvió dar un nuevo carácter a las austeras fachadas de viejos ladrillos.
unificándolas con un criterio estético neorrenacentista, muy en boga en aquel momento. Al respecto
explica el arquitecto Moreno, “la composición se realizó con cornisas y pilastras moldeadas en el lugar
con el agregado de elementos decorativos, como los capiteles, balustres y medallones. Luego el
conjunto se pintó.”
Es de lamentar que parte de este monumento nacional haya sido mutilado en abril de 1937 con una
ochava practicada en la esquina de Perú y Alsina con el objeto de dar mayor perspectiva a la estatua
ecuestre del general Roca.
Laboratorio. Universidad

Con el correr del tiempo, la Manzana de las Luces siguió haciendo honor a su nombre al convertirse
en la sede de diversos departamentos que darían origen a las actuales facultades de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales, Ingeniería, Derecho y Ciencias Sociales, Arquitectura y Urbanismo. El
proceso llevó su tiempo. El gobierno invitó a científicos y sabios europeos para que formaran los
futuros profesionales criollos. Entre los primeros investigadores y profesores estaba Felipe Senillosa,
Prefecto del Departamento de Ciencias Exactas, que, años después, derivaría en Facultad. En 1854
dictó allí sus clases el profesor Amadeo Jacques. La enseñanza de la Química estuvo a cargo del
profesor Miguel Puiggari. Pronto se habilitó el primer Laboratorio.
En 1865, bajo el rectorado de Juan María Gutiérrez, la actividad científica adquirió gran importancia.
Fueron contratados los profesores europeos Emilio Rosetti, Bernardino Spelluzzi y Pellegrino Strobel y
en 1869 egresaron los doce primeros ingenieros formados en la Argentina.
La lámina muestra una sesión de Laboratorio de fines de siglo XIX en la que puede apreciarse un
grupo de alumnos de sexo masculino ostensiblemente aparte de dos únicas alumnas. Eran las
pioneras. A pesar de los obstáculos, llegaron a la meta.
La “noche de los bastones largos”. Otra expulsión.

Doscientos años después de la expulsión de los jesuitas ocurrió en la Manzana de las Luces un hecho
similar a este desgraciado episodio: por una medida arbitraria del gobierno de facto, la noche del 29 de
julio de 1966, estudiantes y profesores de la Facultad de Ciencias Exactas fueron desalojados a
bastonazos por la policía. Este vergonzoso suceso provocaría el alejamiento de docentes de prestigio
internacional, como el vicedecano Manuel Sadosky, padre de la computación en la Argentina y otros
docentes altamente calificados que dejaron el país después de este atropello. Desde entonces se inició
el paulatino deterioro de esta casa de estudios famosa por su excelencia. Es una triste paradoja el
hecho de que dos proyectos culturales de alto vuelo fueran abruptamente interrumpidos en el mismo
luminoso lugar por la violenta omnipotencia de los que en ese momento detentaban el poder.

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