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Roy Hora
Los Anchorena constituyen la dinastía propietaria más conocida del siglo XIX, y
quizás de toda la historia argentina. El enorme patrimonio legado por el fundador de
esta familia en el Plata, acumulado en la actividad comercial a fines del período
colonial, ya concitaba la curiosidad de algunos observadores de ese tiempo. Tras la
independencia, los descendientes de Juan Esteban de Anchorena volcaron esa fortuna de
origen mercantil hacia otras esferas de actividad, entre ellas la agropecuaria, y gracias a
este giro, el patrimonio familiar siguió creciendo a un ritmo difícil de emular. De
hecho, en el siglo XIX los Anchorena fueron repetidas veces considerados como el clan
propietario más rico de la república. Hacia mediados de siglo, un visitante chileno
describía a Nicolás Anchorena como “el más rico ganadero de Buenos Aires y del
mundo”, y con ello no hacía más que hacerse eco de una opinión que los habitantes de
Buenos Aires tenía por cierta. 1 Un veintenio más tarde, la fortuna de esta familia tenía
ya algo de legendario, a punto tal que en un poema destinado a alcanzar enorme éxito
de público, Estanislao del Campo tentaba a su personaje el doctor Fausto a entablar un
pacto diabólico a cambio del cual llegaría a ser “más rico que Anchorena”, con plena
confianza de que sus lectores sabían bien de qué estaba hablando.2 Para el cambio de
siglo, este apellido seguía siendo sinónimo de riqueza, a punto tal que, como sostenía
La Nación refiriéndose al integrante más prominente del clan en ese período, la
expresión ‘“rico como D. Juan Anchorena’ era el término comparativo más alto para
señalar a un capitalista y llegar a ser tan rico como él, un voto que solamente de broma
se formulaba, en momentos de fantástico devaneo”.3 Al ingresar en la década de 1930,
distintas ramas de esta dinastía todavía formaban parte del círculo más íntimo de una
elite que entonces se había vuelto tan exclusiva como remota: habitaban los palacios
más fastuosos de la Argentina, poseían decenas de miles de hectáreas de tierra, se
contaban entre las familias de mayor linaje y patrimonio del país.
extenso resultan la excepción antes que la regla. Para decirlo en pocas palabras: la
historia de los Anchorena no sólo se revela excepcional por la rara habilidad con la que
algunos de ellos lograron acumular enormes patrimonios; igualmente notable fue su
capacidad para adaptarse a bruscas mutaciones y nuevos escenarios económicos, y para
recrear constantemente, a lo largo de un siglo y medio, las bases de su fortuna.
Juan Esteban fue el primer Anchorena en arribar a América. Como muchos otros
inmigrantes de ese período, a poco de arribar al Plata Juan Esteban se orientó hacia las
actividades mercantiles. Esta decisión resulta entendible puesto que este terreno era
quizá el más propicio para que, suerte y destrezas mediante, un hombre como el que
aquí nos ocupa, cuyo único patrimonio era su ambición y su talento, acumulase un
patrimonio significativo. En más de un sentido, la exitosa trayectoria económica y
social del primer Anchorena en el Plata ilustra las nuevas oportunidades que se les
presentaron a los comerciantes afincados en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo
XVIII. Fue en este período que este puerto, que había sido por largos años un centro de
contrabando por donde ingresaban mercancías europeas y salían exportaciones
clandestinas de metal precioso, comenzó a afirmarse definitivamente como “mercado,
polo de arrastre y centro de distribución de un vasto conjunto regional” que extendía su
influencia desde el Paraguay hasta Chile.4
La expansión de las redes mercantiles que tenían por centro a los comerciantes
de Buenos Aires puede seguirse bien en la trayectoria comercial de Anchorena.
Arribado al Río de la Plata hacia 1750 sin mayores recursos, Anchorena pasó cerca de
un quinquenio al servicio de una casa comercial porteña. Allí adquirió los rudimentos
del oficio, así como también relaciones y conocimientos sobre el funcionamiento de ese
mercado en sostenida expansión. La correspondencia que Juan Estaban nos ha dejado
indica que para mediados de la década de 1750 ya se había lanzado a operar por su
cuenta. En 1757 poseía vínculos mercantiles en el interior, en especial en Córdoba,
donde colocaba productos importados (vino, tabaco, manufacturas de metal) y
compraba productos de la tierra (ponchos, frazadas).5 Para entonces ya había
incursionado en la compra de cueros en el litoral del río Uruguay, y algunos años más
tarde, en 1765, también aparece registrado como propietario de un comercio minorista
en Buenos Aires. En la segunda mitad de la década de 1760 la escala de las operaciones
de Anchorena creció a ritmo sostenido, seguramente gracias a que la suerte lo
acompañó en su ingreso pleno en el lucrativo comercio mayorista a distancia. A lo largo
de la década de 1760, Anchorena realizó viajes regulares al interior (Salta, Jujuy) y al
Alto Perú, extendiendo sus redes comerciales hasta Lima. 6 Para comienzos de la década
de 1770 se había convertido en un importante mercader, cuyos vínculos comprendían
plazas comerciales en todo el virreinato del Perú (Chile, Paraguay, Alto Perú, el Río de
la Plata) y llegaban hasta España, incluyendo también mercados en Inglaterra, Francia y
el Caribe.7
4
Juan Carlos Garavaglia, Mercado interno y economía colonial (Méjico, Grijalbo, 1982), p.
417.
5
Francisco García a Juan Esteban de Anchorena (en adelante JEA), 24 de febrero de 1757, 12
de julio de 1757, 24 de julio de 1758, 22 de marzo de 1760, 25 de enero de 1761, 18 de julio de
1763, en Archivo Anchorena, Archivo General de la Nación, Sala VII (en adelante AA), legajo
317.
6
Francisco Antonio Díaz a JEA, 12 de marzo de 1767 y 27 septiembre de 1770, en Archivo
Anchorena, Archivo General de la Nación (en adelante AA-AGN), 316.
7
Ruprecht Poensgen, “The Challenge to an Argentine Merchant House in the Late 18 th
Century”, Jahrbuch fur Geschicthe von Staad, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, 33
(1996), pp. 187-222. Andrés M. Carretero, Los Anchorena. Política y negocios en el siglo XIX
(Buenos Aires, 1970).
4
Una declaración de bienes que Juan Esteban realizó en 1775, con motivo de su
casamiento, nos permite obtener una radiografía bastante ilustrativa acerca de su
patrimonio y del tipo de actividad a la que éste se hallaba dedicado. Ella confirma el
cuadro que acabamos de trazar: nos muestra a un mercader abocado al comercio a
distancia que negociaba tanto con frutos de la tierra como con efectos de Castilla, y
cuyos lazos comerciales se extendían desde Cádiz a Buenos Aires, pasando por Lima y
el Alto Perú. En esa ocasión, Anchorena dejó constancia de que contaba con un
patrimonio de unos $ 76.100, en el que no incluía los esclavos que poseía en el Alto
Perú (seguramente afectados a la conducción de un cargamento de mercancías) y el
menaje de la casa que alquilaba en Buenos Aires.10 El grueso de su activo estaba
compuesto por tres partidas, que en conjunto representaban cerca de cuatro quintos de
su patrimonio. La primera era una partida de efectos de Castilla que Anchorena había
introducido desde Lima, y que se disponía a vender en el Alto Perú, cuyo valor
estimaba en $ 25.196. La segunda estaba compuesta por un cargamento de yerba que
este comerciante había vendido en Santa Fe, y que debía entregar en Santiago del
Estero y Jujuy. La misma estaba valuada en $ 22.987. En tercer lugar, Anchorena tenía
un crédito a favor por $ 12.130, que resultaba de servicios de transporte que había
prestado a otros comerciantes. Finalmente, una serie de créditos menores, en dinero y
en especie, revelaban la amplitud de los vínculos comerciales que sostenían sus
negocios: $ 3.437 a préstamo en Cádiz, otros $ 5.200 enviados a este puerto para la
compra de mercancías, $ 2.907 en yerba en Chuquisaca, $ 1.904 en mercancías en
Potosí, $ 4.278 en textiles y coca en Jujuy, provenientes de Oruro, y $ 3123 en efectos
8
Al respecto, véase Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite
dirigente en la Argentina criolla (Buenos Aires, Siglo XXI), 1972, cap. 1; Jorge Gelman, De
mercachifle a gran comerciante: los caminos del ascenso en el Río de la Plata (Sevilla, 1996).
9
Halperin Donghi, Revolución y Guerra, cit.
10
En distintos momentos del extenso período comprendido entre 1770 y 1950, distintas
unidades monetarias fueron utilizadas como medio de pago: pesos, pesos fuertes, pesos moneda
corriente, onzas de oro, pesos oro, pesos moneda nacional. Con el fin de facilitar las
comparaciones y simplificar la lectura, estas distintas monedas han sido convertidas a pesos
oro.
5
12
Susan Socolow, Los mercaderes del Buenos Aires virreinal: familia y comercio (Buenos
Aires, 1991), pp. 52-5.
6
las dificultades del estado para garantizar la provisión de trabajo forzado que la minería
reclamaba, así como de problemas vinculados al agotamiento de las vetas y la falta de
azogue, un insumo esencial para la producción argentífera. 13
13
Enrique Tandeter, Coacción y mercado. La minería de la plata en el Potosí colonial,1692-
1826 (Buenos Aires, 1992), pp. 253-66.
14
JEA a Juna José de Anchorena (en adelante JJA), 26 de mayo de 1798; Poensgen, “The
Challenge to an Argentine Merchant House”, p. 208.
15
Enrique Tandeter, “Población y economía en los Andes (siglo XVIII)”, Revista Andina, 13:1
(1995).
16
Poensgen, “The Challenge to an Argentine Merchant House”, p. 214.
17
Joaquín Obregón Zeballos a JEA, 26 de noviembre de 1802, AA-AGN, 315; Tomás Manuel
de Anchorena (en adelante TMA) a JJA, 20 de noviembre de 1808, Libro copiador de cartas de
Tomás Manuel de Anchorena, I, Instituto Bibligráfico “Antonio Zinny” (en adelante Zinny).
18
Susan Socolow, Los mercaderes del Buenos Aires virreinal: familia y comercio (Buenos
Aires, 1991), pp. 78-82.
19
Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra, pp. 45-7. Hugo Galmarini, “Comercio y
7
parece haber mostrado interés en invertir parte de sus ganancias mercantiles en bienes
de renta que le asegurasen un ingreso quizá reducido pero en todo caso estable, como
hicieron otros importantes comerciantes del período. 20 Hasta su muerte en 1808, pues,
su actividad siguió centrada en el tipo de intercambios interregionales gracias a los
cuales había construido su fortuna.
El hecho de que Juan Esteban de Anchorena dejara a sus herederos una de las
mayores fortunas del virreinato parece sugerir que esta decisión no era del todo errada.
Aunque no tenemos elementos de juicio suficientes como para estimar las ventajas y
desventajas de sus decisiones, parece razonable concluir que conforme pasaban los años
y su fortuna se consolidaba, Anchorena debió comportarse cada vez menos como un
comerciante arriesgado y aventurero, y que se orientase según patrones conservadores y
probados. Talento empresarial y prudencia a la hora de optar por las operaciones
seguras hicieron que el primer Anchorena en el Plata dejase a sus descendientes un
patrimonio muy considerable, que al momento de su muerte sus herederos estimaron en
$ 175.000. Esta cifra se iba a incrementar hasta superar los $ 250.000 en 1811,
momento en el cual sus herederos finalmente repartieron el activo, correspondiéndoles
unos $ 55.000 a cada uno de los tres hijos (Juan José, Tomás Manuel y Mariano
Nicolás) y unos $ 87.000 a la viuda.21 Si bien es lícito suponer que en ese lapso la
sociedad constituida por sus tres hijos generó nuevas ganancias, es indudable que parte
de ese incremento se debía a la finalización de operaciones que todavía se encontraban
en curso cuando Juan Esteban súbitamente encontró la muerte. Por este motivo, parte
del incremento patrimonial verificado entre 1808 y 1811, del que la viuda no participó,
legítimamente puede ser considerado como parte de la herencia que aquellos recibieron.
Una fortuna cercana a los $ 250.000 se ubicaba entre los mayores del Río de la
Plata tardocolonial, y no estaba lejos de las acumuladas por los mayores mercaderes de
ese tiempo. Entre ellas se destacaban las de Segurola, Domingo Belgrano y Francisco
Tellechea, que al morir dejaron patrimonios que oscilaban entre los $ 300.000 y los $
400.000.22 Los tres hijos de Juan Esteban heredaron así una de las mayores fortunas del
virreinato, a la vez que un amplio conjunto de relaciones mercantiles a ambos lados del
Atlántico. También se hicieron de una posición social expectable, que más tarde
reforzarían mediante alianzas matrimoniales con importantes familias de la elite
porteña: Lezica, García y Zúñiga, Ibáñez, Arana. Conviene destacar que el hecho de
que sólo tres hijos sobrevivieran a los siete nacidos en el matrimonio entre Juan Esteban
y Romana creó condiciones propicias para la perduración de la empresa comercial y del
patrimonio acumulado a través de ella. Esta situación estaba lejos de ser habitual, pues
la vida de parte importante de las casas mercantiles coloniales solía terminar junto con
la de su fundador. Ello sucedía, en primer lugar, porque las leyes de herencia españolas
obligaban a una distribución igualitaria del patrimonio entre todos los hijos legítimos,
esto es, nacidos dentro del matrimonio. Dada la inexistencia de formas jurídicas que
hicieran posible la distinción entre la propiedad y la gestión de una empresa (que sólo
aparecerían tímidamente a fines del siglo XIX), así como también a la ausencia de
La etapa inicial de la apertura plena al mundo del comercio libre fue sin
embargo más ambigua de lo que habitualmente se supone, a punto tal que Tomás
Manuel creyó por un tiempo que la nueva situación podía traer más beneficios que
pérdidas.27 Esta postura se explica porque si bien Anchorena partía de la premisa de que
la presencia extranjera en el comercio internacional no podía ser desafiada, los bienes
que los mercaderes extranjeros volcarían sobre el puerto de Buenos Aires terminarían
siendo distribuidos a través de los circuitos dominados por los mercaderes nativos. 28 De
hecho, en los años inmediatamente previos a 1810, los Anchorena se habían interesado
en el comercio con textiles británicos (“esto nunca puede ofrecer perdida”, decía Tomás
en 1808), que distribuyeron hasta el Alto Perú. 29 A lo largo de esos años, estos
hermanos formularon duros juicios sobre el auge del contrabando (práctica mercantil en
la que, al parecer, nunca se iniciaron) al que acusaban de muchas de las dificultades que
enfrentaban. Ello sugiere que juzgaban que un nuevo orden mercantil más abierto al
23
Socolow, “Marriage, Birth, and Inheritance”, p. 403.
24
Joaquín de Obregón Cevallos a JEA, Potosí, 27 de octubre de 1807, citado en Tulio Halperin
Donghi, Argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista, Buenos
Aires, Paidós, 1985, p. 30.
25
TMA a JJA, 1 de julio de 1809, I, Zinny.
26
JJA a José Genesy, 5 de agosto de 1810, citado en Carretero, Los Anchorena, p. 18.
27
TMA a JJA, 20 de noviembre de 1808, I, Zinny.
28
TMA a JJA, 20 de noviembre de 1808, I, Zinny.
29
TMA a JJA, 28 de julio de 1808, I, Zinny.
9
intercambio con nuevas metrópolis económicas, pero al mismo tiempo mejor capacitado
para limitar el comercio ilegal y para poner trabas a nuevos competidores, constituía
una alternativa quizás mejor que la incertidumbre de los años previos a la crisis final del
imperio español, y por tanto digna de ser considerada
Los mercaderes coloniales no tuvieron más remedio que adaptarse a esta nueva
situación. A mediados de 1811, Tomás Manuel ya se hallaba en camino al Alto Perú,
llevando consigo los productos que la apertura del puerto había volcado sobre Buenos
Aires. Su viaje también tenía por objeto cobrar deudas y supervisar el estado de los
negocios heredados de su padre, estableciendo un contacto más estrecho con sus agentes
locales. Para entonces, los hermanos Anchorena ya habían dividido la parte principal
del patrimonio heredado y cada uno de ellos actuaba por su cuenta, no obstante lo cual
se asistían mutuamente en diversos emprendimientos comerciales. Una vez arribado a
Chuquisaca, Tomás advirtió que lo mejor que podía hacer era desprenderse a la
brevedad de las mercaderías que él y sus hermanos poseían en un territorio asolado por
la guerra, que se volvía cada vez más hostil para las autoridades y los hombres de
Buenos Aires. En octubre de 1811 le relataba a su hermano Mariano que se proponía
“vender al contado lo que tengo en Potosí, pues no me determino a pasar a aquella villa.
Si consigo hacerlo para juntar sin quemar los géneros, lograré cualquiera ocasión
favorable que se presente para conducir el dinero yo mismo a Jujuy”. 30 Para entonces,
Anchorena ya advertía que el orden que había hecho posible (y previsible) el comercio
a distancia había sido duramente golpeado por la guerra, y que resultaba muy arriesgado
continuar operando sobre la base del sistema de consignatarios y agentes locales. De
hecho, Tomás ya había perdido todo contacto con Joaquín Obregón Zeballos, su agente
en Potosí, y a fines de 1811 le relataba a un corresponsal que “por más diligencias que
hice en cerca de un mes ... nada pude saber ni de mi apoderado, ni de mis intereses”. 31
Sólo a mediados de 1813 volvería establecer contacto con su agente. Moribundo,
Obregón había vendido a otro comerciante las mercancías que Anchorena le había
dejado en consignación, por lo que éste se vio en la obligación de iniciar acciones
legales (que finalmente no prosperaron) para recuperar sus bienes. En esos mismos años
los tratos de Tomás Manuel con su agente en Chuquisaca se interrumpieron, pues éste
30
TMA a MNA, 10 de octubre de 1811, I, Zinny.
31
TMA a Mariano Saravia, 18 de diciembre de 1811, I, Zinny.
10
optó por mantenerse fiel a las autoridades de Lima, y en consecuencia quedó del otro
lado de la línea de guerra.
Para los negocios de los Anchorena, pues, la revolución había traído grandes
dificultades: crisis del comercio a distancia, competencia de nuevos comerciantes
extranjeros, desaparición del metálico, gobiernos arbitrarios y débiles que, atendiendo
ante todo a la necesidad de asegurar su propia supervivencia, parecían más interesados
en saquear a sus súbditos que en garantizar el orden imprescindible para el intercambio
mercantil. Para complicar aún más las cosas, la restauración de los Borbones en el trono
de España tras la derrota de Napoleón tornaba muy real la amenaza de una reconquista
española de América. En caso de triunfar, ésta haría caer su peso sobre aquellos se
habían pronunciado a favor de la emancipación. Ello era peligroso para todos los
Anchorena, y en especial para Tomás Manuel que, a pesar de toda su moderación,
ocupó un lugar destacado entre la nueva elite política surgida con la independencia (se
contó entre los congresales que declararon la Independencia en 1816), frente a la cual el
rey no parecía dispuesto a entrar en componendas. Considerando este cuadro de
fracasos mercantiles y temores políticos, no sorprende que en repetidas oportunidades
los Anchorena realizasen importantes envíos de metálico a Londres, con el fin de
colocar parte de sus activos a buen resguardo.48 Por su parte, desde su arribo al Brasil,
Mariano Nicolás seguía insistiendo en la necesidad de que sus hermanos se trasladasen
a Rio, ciudad desde la que por entonces se lanzaba a participar en el comercio con el
Extremo Oriente (China, Calcuta, Macao) y con distintos puertos en América y Europa.
Como es sabido, en ese período la riqueza mueble no ofrecía las ventajas que de
ella se esperan en sociedades más apacibles, dotadas de instituciones de crédito sólidas
y desarrolladas. Debido a la ausencia de un sistema bancario, no resultaba sencillo
proteger el dinero, en papel o en metálico, de la presión de un estado siempre
necesitado de contribuciones, o de las alternativas de la guerra, que incluían el saqueo.
Depósitos en plazas bancarias como Londres permitían colocar activos al abrigo de la
incertidumbre que dominaba al Río de la Plata. Pero la tasa de interés que de ese modo
se percibía era baja (inferior al 4% anual) y, por otra parte, no resultaba posible
disponer con agilidad de estos recursos en caso de necesidad; el sistema de
comunicaciones de la época, dependiente de la navegación a vela, hacía que
inevitablemente pasaran varios meses hasta que un propietario pudiese reunirse con sus
activos depositados en Europa. Los semovientes tampoco ofrecían un campo de
inversión exento de riesgos. Estos solían ser objeto de las iras de una sociedad en
guerra, y en la que la presencia estatal todavía era débil. El primitivismo de los métodos
de cría, que podía hacer poco para paliar los efectos de los desastres naturales (entre los
que en período destaca la gran sequía de 1828-31) importaba un factor de inestabilidad
adicional.
61
JJA a TMA, 10 de abril de 1822, citado en Poensgen, Die Familie Anchorena, p. 250.
17
signaron la vida de los estados de la Confederación hasta bien entrada la segunda mitad
del siglo. Lejos de ofrecer una fuente de ingreso estable, pues, las ganancias devengadas
por la inversión rural se hallaban bajo la influencia de factores que los empresarios no
siempre estaban en condiciones de preveer y mucho menos dominar. 62
62
Para un ejemplo, JJA a Juan Manuel de Rosas, 19 de septiembre de 1824, citado en
Poensgen, Die Familie Anchorena, p. 263.
63
Juan Carlos Garavaglia, “Patrones de inversión y ‘elite económica dominante’: los
empresarios rurales en la pampa bonaerense a mediados del siglo XIX”, en Jorge Gelman, Juan
Carlos Garavaglia y Blanca Zeberio (editores), Expansión capitalista y transformaciones
regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX (Buenos
Aires/Tandil, 1999), p. 142. Conclusiones similares en Samuel Amaral, The Rise of Capitalism
on the Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870 (Cambridge, 1998), pp. 227-9.
64
Garavaglia, “Patrones de inversión”, p. 142.
65
Ibid., pp. 121-43.
66
Juan Manuel de Rosas a JJA, Guardia del Monte, 10 de octubre de 1829, Archivo Anchorena,
Jockey Club (en adelante AA-JC).
18
que a lo largo de la década de 1820, Juan José adquirió diversas propiedades urbanas,
entre las que se encontraba la antigua casa de correos, que compró con el fin de
destinarla a vivienda particular. También le compró a un conocido comerciante
británico, William Parish Robertson, “seis casas de alto en la calle del Brazil, y dos en
la calle de Balcarce”, que aún se encontraban en construcción. Entre 1821 y 1829 Juan
José adquirió inmuebles en Buenos Aires por no menos de $ 68.000. 67 Juan José invirtió
sumas que desconocemos en la refacción de las propiedades que le compró a Robertson.
Estas inversiones no parecen haber sido mucho menores que sus inversiones en
ganado y estancias en el mismo período. Para la compra y explotación de sus
establecimientos rurales, Juan José se asoció con su hermano Mariano. El grueso de sus
colocaciones en empresas rurales data de la década de 1820. 68 Sabemos que Juan José
abonó $ 6.000 por la adquisición de la mitad de Las Dos Islas (56.000 hectáreas), $
2.750 por la mitad de Los Camarones (119.000 hectáreas), y $ 4.000 por el derecho a
explotar en enfiteusis 130.000 hectáreas en Marihuincul. También desembolsó unos
35.000 pesos por ganado y otras 2 leguas. 69 En total, Juan José invirtió unos $ 47.750
por la posesión o la propiedad del 50 % de más de 300.000 hectáreas de tierra y
ganados en la frontera. No contamos con un inventario detallado de estas adquisiciones,
pero parece claro que el grueso de estos gastos fueron destinados a la compra de tierra.
Para apreciar bien la importancia de estas inversiones es preciso recordar que estudios
recientes estiman que sólo un cuarto del total de la inversión necesaria para poner en
funcionamiento un establecimiento ganadero en la frontera en la década de 1820 estaba
representado por la inversión en tierra, herramientas y mejoras, mientras que el ganado
y los esclavos representaban el grueso de los activos de una estancia, superando en
promedio el 60 % de la inversión total.70 Estas estimaciones deben manejarse con
cuidado en el caso que nos interesa analizar. Como consecuencia del bajo precio del
suelo, los Anchorena adquirieron o arrendaron territorios muy extensos, que
difícilmente estaban en condiciones de poner a producir inmediatamente. Pero aun si
consideramos que toda (o la mayor parte de) la tierra entonces adquirida o arrendada
por Juan José y Nicolás fue puesta en explotación en esos años, y en consecuencia
estimamos que estos hermanos también realizaron inversiones adicionales en ganado,
esclavos y equipamiento, de todas maneras parece difícil que los gastos totales en
empresas rurales superasen ampliamente sus inversiones urbanas.
Una somera consideración de los demás activos de este empresario sugiere que
Juan José de Anchorena complementaba sus ingresos provenientes de la renta urbana y
la actividad rural con otros de diversas fuentes, entre ellas el comercio interno y el
préstamo de dinero. No resulta posible trazar un panorama preciso de sus inversiones en
estos rubros. Sabemos, sin embargo, que en las décadas de 1810 y 1820 Juan José
perdió interés en el negocio de importación de bienes europeos, aunque ello sucedió
más lento de lo que a menudo se supone (todavía a comienzos de la década de 1820
mantenía contactos con comerciantes peninsulares como Josef Genesy). 71 Sin embargo,
67
Poensgen, Die Familie Anchorena, pp. 250-1.
68
Andrés Carretero, “Contribución al conocimiento de la propiedad rural en la provincia de
Buenos Aires para 1830”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio
Ravignani’. XIII:22-23 (1970), p. 274. Poensgen, Die Familie Anchorena, pp. 261-3.
69
Poensgen, Die Familie Anchorena, pp. 261-3.
70
Samuel Amaral, The Rise of Capitalism on the Pampas, p. 58.
71
Véase, por ejemplo, Josef Genesy a JJA, 11 abril de 1819, 9 de abril de 1821 y 24 de mayo de
1821, AA-AGN, 316.
19
72
Tomás Ignacio Urmeneta a JJA, 12 noviembre 1813, AA-AGN, 328; José Manrique a JJA, 9
de mayo de 1817, AA-AGN, 328; Juan Carreras a JJA, 19 octubre de 1822, AA-AGN, 328;
Bartolomé Carreras a JJA, 21 junio 1823, AA-AGN, 328
73
Benito Sosa a JJA, 30 de agosto de 1824, AA-AGN, 334; Jonathan Brown, “A nineteenth-
century Argentine cattle empire”, Agricultural History 52:1 (enero de 1978), p. 162.
74
JJA a Juan Manuel de Rosas, 1 noviembre de 1818, citado en Poensgen, Die Familie
Anchorena, p. 245.
20
Los reveses que Tomás sufrió en la década revolucionaria en la ruta del Alto
Perú lo impulsaron a probar suerte, desde fines de la década de 1810, en nuevos
mercados que habían sobrevivido al colapso del imperio o que crecieron en el clima
más libre que sucedió a la Independencia. Así, en 1821 lo encontramos acopiando
cueros y suelas en distintos puntos del interior (Córdoba, Tucumán) y en el litoral
fluvial, que reunía en Buenos Aires con el fin de exportarlos. También lo vemos
comprando productos agrícolas y pieles de Chile, y colocando yerba en ese mercado.
Estas actividades se complementaban con la introducción de algunos productos
mediterráneos, como vino y aguardiente.75 La imposibilidad de localizar su libro
copiador de correspondencia en el período que va de 1822 a 1840 nos impide entender
los motivos que lo impulsaron a abandonar el comercio, así como también el momento
en el que dio este paso. Es probable que su estado de salud cada vez más precario
contribuyese a convencerlo de la conveniencia de alejarse de la actividad mercantil. Lo
cierto es que en 1842 insistía en que desde hacía años que “no soi comerciante ni
reputado por tal en esta ciudad”.76
Una rápida mirada a la historia de Las Víboras indica que las utilidades de una
empresa rural no eran regulares y que, por distintos motivos, en determinados
momentos éstas podían ser bajas o incluso negativas. Según el testimonio de sus
dueños, a lo largo de la primera mitad de la década de 1830 esta empresa generó
beneficios sustanciales; la gran sequía de fines de la década de 1820 no parece haberla
afectado demasiado, quizás porque estaba ubicada sobre tierras bajas. Sin embargo,
hacia fines de esa década éstos prácticamente desaparecieron. En esos años, las
dificultades de las Víboras sin duda se vinculan con el bloqueo francés, que cerró el
puerto de Buenos Aires al comercio internacional desde marzo de 1838 hasta
noviembre de 1840. Según el relato de la viuda de Anchorena, Clara García de Zúñiga,
la estancia sufrió importantes pérdidas durante los años de 1837 y 1838, y entonces
“vino a ser completamente improductivo un fuerte capital empleado diez años atrás”.78
En ese período de baja de los precios del ganado, Anchorena no encontró suficientes
compradores para sus animales, por lo que el rebaño de Las Víboras creció “hasta un
75
TMA a JJA, 11 de diciembre de 1820, I, Zinny.
76
TMA a MNA, 4 junio de 1842, II, Zinny.
77
AGN, Protocolos Notariales, Registro 6, 1830, ff. 82-6.
78
Clara García de Zúñiga, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Escribanía de
Gobierno, legajo 118, expediente 9344, f. 435.
21
Como consecuencia del bloqueo, vender ganado a buen precio era poco menos
que imposible. En octubre de 1840 Anchorena le advertía a su socio que “me hallo mui
escaso de dinero, y si no vendo una buena partida de ganado, sera preciso parar los
trabajos de la estancia, porque yo no he de tomar dinero á premio para sostenerlos”. 81 El
fin del bloqueo alivió la situación, y a mediados de 1841 Anchorena ya podía
anunciarle a Martínez que si “necesita algun dinero para sus gastos puede librar contra
mi, porque ahora tengo fondos”.82 De hecho, en esos años Tomás vendió a distintas
saladeristas gran cantidad de animales adultos, cuyo número había crecido durante los
años de bloqueo. El producto de esas ventas mejoró la situación de Anchorena. Ello se
confirma cuando advertimos que a mediados de 1842 se interesó (siguiendo el consejo
de su hermano Nicolás) en colocar algunos fondos en Londres. 83 Los problemas de Las
Víboras, sin embargo, no terminaron allí. Desde comienzos de 1845, y por cerca de dos
años, un nuevo bloqueo del puerto, esta vez por acción de una flota anglo-francesa, otra
vez contrajo el mercado para los productos de la estancia. Como consecuencia, “en
1847, habían corrido dos años que esa estancia con esa extensa área de terreno no
alcanzaba a cubrir sus gastos más precisos”. 84 De hecho, según revela la cuenta de
administración que comenzó a llevarse en 1847, en este año la estancia apenas pudo
vender ganado por unos $ 1.600. Después de hacer frente a los gastos de
funcionamiento, ello reportó una ganancia prácticamente nula, de apenas $ 165. En
1848 el bloqueo perdió fuerza, y las ventas treparon hasta alcanzar los $ 5.620, lo que
(descontado gastos de funcionamiento) dejó beneficios por $ 3.095. En 1849 la
situación fue parecida, pues según la cuenta de administración, Las Víboras generó
ganancias por $ 3.725. Estas cifras estaban muy lejos de ser espectaculares, sobre todo
si se las compara con el valor de la inversión. Recordemos que apenas superaban el 6 %
del precio que Tomás había pagado por Las Víboras en 1828 ($ 50.000), que era
seguramente inferior al que poseía dos décadas más tarde. En esos años, pues, esta
empresa rural debe haber rendido beneficios muy magros, que quizás no excedían del 3
% del valor de la estancia, y que contrastan con la imagen que suele situar la tasa de
beneficios de las empresas rurales del período en niveles significativamente más altos. 85
Sin duda, años tan malos como éstos se compensaban con otros de ganancias más
sustantivas. De hecho, desde 1850, luego de una década de fluctuaciones y dificultades,
la rentabilidad de las Víboras parece haberse vuelto más positiva (la ganancia anual se
ubicó en promedio en unos $ 14.000), seguramente por encima del 8 o 9 % del valor de
la inversión. De todas maneras, en dos años (1853 y 1855, cuando la estancia rindió
ganancias de $ 2.000 y $ 1.000 respectivamente) la tasa de ganancia no parece haber
79
Tomás Samuel de Anchorena, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Escribanía
de Gobierno, legajo 118, expediente 9344, f. 316.
80
TMA a Mariano Ramírez, 20 de enero de 1840, II, Zinny.
81
TMA a Mariano Ramírez, 20 de octubre de 1840, II, Zinny.
82
TMA a Mariano Ramírez, 16 de agosto de 1841, II, Zinny.
83
TMA a Jorge F. Dickson, 13 de junio de 1842, II, Zinny.
84
Clara García de Zúñiga, Archivo Histórico de la Provincia, Legajo 118, Expediente 9344, p.
433.
85
Tulio Halperin Donghi , ‘La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires’, en
Torcuato Di Tella y Tulio Halperin Donghi, Los fragmentos del poder (Buenos Aires, 1969).
22
alcanzado al 3 %.86
Cuando falleció en 1847, Tomás de Anchorena poseía las tres propiedades a las
que hemos hecho referencia, además del equivalente a unos $ 50.000, repartido entre
onzas de oro, depósitos en Londres y moneda corriente.88 Recién a comienzos de la
década de 1870, casi un cuarto de siglo después de su muerte, algunos de sus herederos
iniciaron acciones legales para dividir el patrimonio. Aunque tardía, la tasación de los
bienes de Tomás Manuel realizada en 1871 permite apreciar cómo estaba compuesta su
fortuna. En este último año, el valor de la estancia de Las Víboras fue estimado en $ 9,9
86
Sucesión TMA, AGN, Cuenta de administración de la testamentaria del Doctor Tomás
Manuel de Anchorena, ff. 9-19.
87
AGN, Protocolos Notariales, Registro 6, 1836, ff. 401-9. Adrian Beccar Varela, Torcuato de
Alvear. Primer Intendente Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. Su acción edilicia, Buenos
Aires, 1926, pp. 10-23.
88
Sucesión TMA, Cuenta de adminstración, ff. 2-3.
23
Pues este dato ofrece evidencias adicionales que ponen en duda la hipótesis que enfatiza
la vocación terrateniente de esta familia en el medio siglo que sucedió a la
Independencia. No tomaremos en cuenta aquí los $ 315.000 ($ 7,9 millones m/c) que
Clara García de Zúñiga otorgó a sus hijos a lo largo del período comprendido entre
1847 y el inicio de juicio sucesorio en 1871 en concepto de adelantos de herencia, que
representaban cerca de un tercio del total de las ganancias de la sociedad conyugal en
ese período de casi un cuarto de siglo. Si consideramos el destino otorgado a los
restantes $ 660.000 ($ 16,5 millones m/c) que generó el patrimonio conyugal,
comprobamos que el grueso de este dinero no fue invertido en el sector rural. En efecto,
la viuda destinó a la compra de tierra apenas el 27 % del dinero que invirtió entre 1847
y 1871 (compró la estancia Las Tres Lomas en $ 180.000). En este período, Clara
García de Zúñiga adquirió propiedades urbanas de mayor importancia, tasadas en $
300.000 (45 % de sus inversiones) y también colocó unos $ 180.000´a interés (27 % de
sus inversiones) en el Banco de la Provincia a una tasa del 5%.91
La historia del más exitoso de estos tres hermanos ofrece evidencias adicionales
que confirman cuáles eran los rasgos singularizaban el patrón de inversiones mejor
adaptado a las cambiantes alternativas de ese tormentoso período. Desde la década de
1820, Mariano Nicolás volcó parte de su fortuna hacia la tierra, pero siguió participando
en distintos emprendimientos mercantiles. A fines de la década de 1830, por ejemplo,
era un importante productor y especulador en trigo, y se lo llegó a acusar de dominar el
mercado local. En una carta a Rosas en la que desmentía “la infame impostura, que se
me ha hecho, de haber abarcado todo el trigo” de la ciudad, Anchorena argumentaba
que este infundio respondía a las maquinaciones de “un par de godos, y godos
unitarios”. De todas maneras, aceptaba que “la casa ha sembrado una cosa mui
insignificante, también recibirá alguna semilla de los años pasados que se le debe, he
comprado alguno” y prometía desde entonces constituirse “en el angel de la guarda de
los labradores”.92
94
Sucesión Nicolás Anchorena, AGN.
26
inversión de riesgo. Por este motivo, Juan N. Anchorena solicitó al juez que prestase su
consentimiento para ceder a sus hijos (que entonces todavía no habían alcanzado la
mayoría de edad), los bienes urbanos, guardando para sí el grueso de los bienes rurales
que había adquirido en los años anteriores. Para el hijo menor de Mariano Nicolás
Anchorena ello se justificaba y resultaba “prudente, porque, siendo los bienes rurales ...
inseguros ó de un porvenir incierto, especialmente los que se hallan fuera de esta
Provincia, y ofreciendo menos riesgo la conservación de los bienes urbanos, conviene
adjudicarle estos a los menores, para dar mayor seguridad a sus bienes.”95
El efecto combinado de todos estos cambios fue una mutación lenta pero
sustancial del contexto que por largas décadas había signado la vida de los empresarios
pampeanos. En el último tercio del siglo XIX se tornó cada vez más perceptible que el
proceso de acumulación de capital en la economía argentina se desarrollaba en
condiciones más ventajosas que en cualquier momento del pasado. Estas señales fueron
particularmente visibles en la economía rural, y ello instó a los empresarios a
profundizar su vinculación con este sector de actividad. Los integrantes de la tercera
generación de esta familia de capitalistas se contaron entre los empresarios que con
mayor decisión se lanzaron a aprovechar las oportunidades que presentaba esa
95
Sucesión Josefa Catalina Aguirre de Anchorena, AGN, f. 227.
27
coyuntura, y para ello desplazaron hacia el sector rural una parte de los activos que
poseían en otros sectores de actividad. Precavidos contra el exceso de especialización
por una experiencia histórica que premiaba a los empresarios que sabían combinar los
negocios de alto rendimiento con la búsqueda de seguridad, los Anchorena no
abandonaron del todo sus inversiones urbanas, en especial aquellas en propiedad
inmueble. De todas maneras, el giro hacia la inversión rural que tomó nítida forma
desde la década de 1860 revela una mutación muy visible en la estrategia económica y
los patrones de inversión de los empresarios de esta familia. Contra lo que se ha
afirmado muchas veces, recién en esta etapa de aceleración de la expansión del
capitalismo agrario en la pampa se terminó de definir la vocación terrateniente de los
Anchorena y, más en general, de toda la gran burguesía argentina. 96
La importancia de todos estos activos (parte de los cuales, por cierto, deben
considerarse como bienes de consumo antes que como inversiones) estaba lejos de
alcanzar a la de sus inversiones rurales, y apenas superaba el tercio de su patrimonio.
Cuando falleció, Tomás S. poseía fincas urbanas y suburbanas por el equivalente al 15,5
% de su patrimonio. La mitad de esta cifra estaba representada por la propiedad que
hacía las veces de su domicilio particular en la calle Maipú (parte de la cual, por cierto,
también arrendaba). Anchorena poseía títulos de renta por un 3,5 % de su patrimonio, y
también había hecho adelantos y préstamos a sus hijos y otros parientes cercanos por el
16 % de su fortuna. La información que poseemos sobre sus activos líquidos refleja el
cambio sustancial que se había producido en esas décadas en la relación entre la elite
propietaria y el negocio de préstamo de dinero, a su vez reveladora del avance del
sistema bancario en el período finisecular. A diferencia de los miembros de la
generación anterior, Tomás Severino había abandonado completamente esta actividad, y
sus únicos créditos activos consistían en préstamos a sus hijos y parientes políticos que
difícilmente puedan considerarse como inversiones. De hecho, la tasa de interés que
recibía por estos préstamos era similar y quizás inferior a la bancaria (6 % anual).
99
Sucesión Tomás Severino de Anchorena, f. 87.
29
Tomás S. fue, como afirmaba La Prensa, “uno de los estancieros más fuertes del
país”, el dueño de “una cuantiosa fortuna.” 101 Algunas peculiaridades de la misma salen
a la luz cuando la comparamos con la de su primo Pedro, el único hijo varón de Juan
José de Anchorena. Pedro, que falleció casi una década más tarde que Tomás S., dejó
una fortuna de más de $ 4 millones oro, esto es, cercana a los $ 10 millones papel.
Teniendo en cuenta el fuerte proceso de valorización de la propiedad que tuvo lugar en
la primera década del siglo, que duplicó y triplicó los valores de la década anterior,
podemos afirmar que estas dos fortunas deben haber sido de magnitud similar. La
herencia que cada uno de estos primos recibió, sin embargo, era distinta. Mientras
Tomás adquirió por sí mismo cerca de la mitad de los bienes que legó a sus sucesores,
todos los bienes de Pedro eran heredados. El tamaño de las ramas de la familia a las que
cada uno de ellos pertenecía, y la riqueza relativa de las mismas, ayudan a explicar las
diferencias de magnitud del patrimonio que cada uno de ellos heredó. Estos elementos
también permiten apreciar mejor algunos rasgos de sus biografías económicas. Los
hijos de Tomás Manuel de Anchorena y Clara García de Zúñiga recibieron apenas una
sexta parte de la fortuna de sus progenitores. En cambio, cada uno de los tres
descendientes de Juan José y Andrea Ibáñez (Pedro, Rosa y Mercedes), heredaron una
porción mayor de una fortuna que, además, era más grande. Rosa, por ejemplo, heredó
unas 80.000 hectáreas en Pila y Mar Chiquita, además de más de media docena de
propiedades urbana; las hijuelas de sus hermanos no parecen haber sido muy distintas.
Esta circunstancia ayuda a entender por qué Tomás S., cuya herencia fundiaria no
alcanzaba a un tercio de la de sus más prósperos primos, mostró un interés por la
compra de propiedad rural del que Pedro (al igual que sus hermanas Rosa y Mercedes)
siempre careció.
100
Sucesión Tomás Severino de Anchorena, f. 91.
101
La Prensa, 30 agosto 1899, p. 5.
102
La Nación, 24 julio 1908, p. 9.
30
Los hermanos Nicolás y Juan formaron una sociedad para administrar sus
empresas rurales, que funcionó hasta la muerte del primero en 1884. El inventario de
los bienes de esta sociedad, levantado en el mismo año del fallecimiento de Nicolás, nos
ofrece algunas indicaciones sobre la forma en que se operó en este caso el giro hacia la
inversión territorial. Dos rasgos singularizan este proceso. Por una parte, el vivo interés
de los hijos de Mariano Nicolás por expandir sus propiedades rurales, al que se
lanzaron, gracias a adelantos de herencia, poco después de la muerte de su padre. En
segundo lugar, la lenta incorporación de estas tierras a la producción, que sólo parece
haberse acelerado a fines de la década de 1870, cuando estos hermanos comenzaron a
realizar fuertes inversiones en mejoras, y a asumir más plenamente el rol de
empresarios rurales.
103
Sucesión Pedro Anchorena, Archivo de la Justicia Federal (en adelante AJF), ff. 316-330.
31
Para cuando se iniciaba el último tercio del siglo, pues, Nicolás y Juan
Anchorena habían multiplicado por 2,5 la superficie de su patrimonio territorial (que
pasó de 48 a 124,5 leguas, o poco más de 310.000 hectáreas). Como hemos señalado, la
firme decisión de invertir en tierra no siempre se acompañó de una actitud igualmente
decidida a la hora de impulsar la organización y dirección de nuevas empresas agrarias.
Por largos años, estos hermanos promovieron acuerdos de aparcería o arrendamiento
que dejaban parte del control de lo que sucedía en sus tierras en manos de actores
económicos más humildes: a comienzos de la década de 1870 tenían arrendadas al
menos unas 17 leguas Pila y unas 8 leguas en Mar Chiquita, y también sus tierras de
Chascomús y Morón. Sólo a fines de la década de 1870 se dispusieron a ejercer un
control más directo de sus posesiones. Sabemos, por ejemplo, que en la década de 1870
las 17 leguas que tenían arrendadas en Mar Chiquita fueron colocadas bajo control
directo de la sociedad, y pobladas con lanares.
104
Sucesión Nicolás Anchorena, ff. 20, 23.
32
Los $ 6,7 millones oro que Nicolás dejó a sus herederos constituían una de las
mayores fortunas del cambio de siglo. Su hermano Juan, considerado a su muerte por
La Prensa “quizás el más acaudalado millonario del país”, parece haber dejado una
cifra aun mayor.106 La ausencia de su expediente sucesorio impide precisar esta
afirmación. Las características de su patrimonio, empero, pueden ser reconstruidas en
sus rasgos generales gracias a otros testimonios. En el lapso que medió entre el
fallecimiento de su hermano Nicolás y su propia muerte –un período en el que una
enorme masa de tierra se volvió disponible en la frontera-, Juan Anchorena se lanzó aun
más decididamente a invertir en propiedad rural. Para octubre de 1895, cuando su
deceso se produjo, contaba con una cantidad de fincas urbanas que no parece haber sido
mayor que la que había heredado (24 en total). El grueso de sus recursos había ido a la
compra de inmuebles rurales. Juan dejó 440 leguas (1.100.000 hectáreas), 306 de las
cuales estaban localizadas en los nuevos territorios ganados al indio, y permanecían en
su mayoría sin explotar. Otras 24 se encontraban en jurisdicción de la provincia de
Córdoba. El corazón de su fortuna estaba compuesto por sus tierras en la provincia de
Buenos Aires, donde poseía unas 280.000 hectáreas. Según su testamento, redactado en
1888, Anchorena poseía asimismo unas ciento sesenta mil cabezas de ganado vacuno, y
unos cuatrocientas mil lanares. Finalmente, en 1888 este gran capitalista declaró poseer
títulos de renta fija (“nacionales del cinco y seis por ciento, municipales de la Provincia
de Buenos Aires, cédulas hipotecarias del ocho por ciento y acciones del Banco
Nacional, depositadas en el mismo, y en el Banco Inglés del Río de la Plata”) por valor
de dos millones de pesos en moneda nacional que cotizaba a 0,44 oro. 107 La Nación
estimaba que la fortuna de Juan Anchorena debía estar cerca de los diez millones de
pesos oro.108
Teniendo en cuenta las importantes compras de tierra realizadas por Juan N. tras
la disolución de su sociedad con Nicolás, no parece arriesgado afirmar que la
importancia de las propiedades y empresas rurales en el conjunto de su fortuna debía ser
mayor que en la de su hermano. Esta suposición se afirma cuando consideramos la
herencia recibida por Nicolás Paulino, el hijo de Juan fallecido prematuramente pocos
años después que su progenitor. Paulino, que heredó aproximadamente una séptima
parte de la fortuna de su padre, dejó unos 3,8 millones de pesos, que entonces
equivalían, aproximadamente, a $ 1,7 millón oro. El patrimonio de Paulino, que no
debía ser muy distinto del que había heredado tres o cuatro años antes, estaba
compuesto en un 63 % por propiedades rurales y ganado. Le seguían en importancia
fincas urbanas por el 16 % del patrimonio, dinero en efectivo por el 11 %, y créditos
activos (algunos de ellos por ventas de tierras) por otro 8 %. 109
105
Sucesión Nicolás Anchorena, ff. 30.
106
La Prensa, 20 de octubre de 1895, p. 5.
107
Institución Juan Anchorena. Vigesimosegundo Informe de la Comisión Administradora al
Honorable Congreso de la Nación, Buenos Aires, mayo de 1938, p. 19.
108
La Nación, 20 de octubre de 1895, p. 5.
109
Sucesión Nicolás Paulino Anchorena, AJF, ff. 53-61.
33
Por bizarro que parezca, este legado –que iba a morir sin rendir fruto alguno,
carcomido por la inflación desatada en la segunda mitad del siglo XX- revelaba la
confianza de Anchorena y de muchos que como él pensaban en la solidez que
finalmente había alcanzado el orden institucional en la Argentina, que veían asentado
sobre cimientos inconmovibles. Y si bien la Crisis del Noventa por momentos parece
haber puesto en duda esas certezas, la reconstrucción económica e institucional que
sucedió a ese episodio confirmó que la Argentina ofrecía un contexto muy estable y
muy favorable para la actividad empresarial. La acumulación de enormes fortunas
territoriales por parte de varios miembros de la tercera generación de Anchorenas en el
Plata se dio en este marco signado por la plena confianza en la solidez alcanzada por las
instituciones estatales. Pero además, este proceso tuvo lugar en un momento muy
particular del desarrollo de la economía agraria en la pampa. En el último tercio del
siglo XIX, el avance de la frontera sobre las tierras indígenas volvió disponible una
gran cantidad de tierra apta para los negocios rurales. Esta etapa, que volcó sobre el
mercado decenas de millones de hectáreas, duró apenas unas décadas. Poco después de
la muerte de Juan Anchorena, la frontera comenzaba a cerrarse. Para 1910 este proceso
se encontraba muy avanzado, y para la década de 1920 se había completado en toda la
pampa. El incremento en el precio del suelo inducido por el cierre de la frontera
modificó el horizonte en el que se había venido desenvolviendo la actividad empresarial
en el sector rural. La creación de explotaciones sobre tierras de bajo precio,
característica de la estrategia económica de los empresarios de esta familia a lo largo
del siglo XIX, desde entonces se reveló imposible, y desde comienzos de siglo ningún
miembro de esta familia pudo emular las grandes compras de tierra que generaciones
anteriores habían realizado en el siglo XIX. La gran expansión del cultivo cerealero
desde la década de 1890, que también trajo como consecuencia un alza en el precio de
la tierra, operó en el mismo sentido.
El aumento del precio del suelo desde los años del cambio de siglo ofreció la
posibilidad de disfrutar de cuantiosas rentas a quienes habían acumulado grandes
patrimonios territoriales en las décadas previas. Los nuevos niveles de riqueza
alcanzados por esta familia gracias a la valorización del patrimonio inmobiliario (rural
pero también urbano), así como el contacto más intenso con una cultura europea que se
había vuelto más declaradamente hedonista, terminaron de erosionar los austeros
ideales que signaban su existencia en etapas anteriores. En 1820, Mariano Nicolás, que
ya era tenido por uno de los hombres más ricos del país, reclamaba desde su exilio en
Montevideo que se le enviase la almohada que usaba en Buenos Aires, pues no se
mostraba deseoso de comprar otro; en esos mismo años, sus bienes muebles cabían,
todos, en un ropero y un baúl.111 En el período finisecular, muchos miembros de la
familia Anchorena se lanzaron de lleno a una vida de consumo conspicuo, cuya
magnificencia no registraba precedentes en la historia de la elite socioeconómica
argentina. Ello se puso de manifiesto en la construcción de fastuosas residencias
urbanas y grandes casas rurales, que reemplazaron las modestas moradas hasta entonces
típicas de la elite porteña. El período que va del cambio de siglo al estallido de la
Primera Guerra Mundial asistió a la construcción de palacios tales como el de la viuda
de Nicolás Anchorena, Mercedes Castellanos, o el que Lucila Anchorena y su marido
Alfredo de Urquiza construyeron sobre las barrancas de San Isidro. 112 También se
evidencia en la costumbre de permanecer durante largos períodos en Europa, que se
convirtió en un escenario privilegiado para la exhibición de los hábitos de consumo
suntuario de los nuevos ricos argentinos. Fue también en el período finisecular que
algunos miembros de esta familia ingresaron en un nicho tan selecto del mercado
matrimonial como el de la nobleza continental.
No fueron pocos los integrantes de esta familia que en esos años adoptaron una
actitud de acendrados rasgos rentísticos, y que se dedicaron a gozar del período dorado
de la renta de la tierra en Argentina. La estabilidad finalmente alcanzada por la
Argentina en el período finisecular, combinada con la extendida confianza en que la
economía se encontraba en una marcha ascendente que no iba a detenerse (y que por
tanto auguraba una continua valorización de los activos inmuebles), seguramente invitó
a muchos propietarios a despreocuparse del futuro, y a disfrutar de las rentas cada vez
más crecidas que rendían sus propiedades. Esta opción resultaba especialmente atractiva
entre las viudas o las solteras emancipadas de la tutela de sus padres. Agustina y Clara,
111
MNA a JJA, 14 de octubre de 1820, y 23 de octubre de 1820, AA-AGN, 331.
112
Lucía Quesada Urquiza, La Lucila (Buenos Aires, 1996).
35
dos de las cinco hijas de Tomás Manuel de Anchorena, se cuentan en este grupo.
Agustina fijó su residencia en París, adonde le llegaban regularmente los
arrendamientos devengados por sus 32.000 hectáreas en Las Víboras y por sus dos
fincas en el centro de Buenos Aires.113 Su hermana Clara vivió con gran lujo hasta
pasados los noventa años gracias a las copiosas rentas generadas por sus numerosas
propiedades urbanas y rurales y sus cédulas hipotecarias, que a fines de la década de
1920, poco antes de su muerte, superaban los $ 3,5 millones. 114 Un cuadro en algunos
aspectos similar se advierte cuando consideramos a los numerosos débiles mentales
nacidos en el seno de esta familia sobre la que el destino prodigó a la vez tantas
riquezas y miserias. Entre ellas se contaban Clara e Isabel, hijas de Tomás Manuel,
quienes heredaron importantes bienes de renta, entre los que predominaban propiedades
urbanas, así como también depósitos a plazo y títulos de rendimiento fijo. Gracias a
estas rentas vivieron cómodamente hasta el fin de sus días (además de, muy
probablemente, contribuir a engrosar los ingresos de su tutor). 115 Cuatro de los diez
hijos de Pedro Anchorena, también declarados deficientes mentales, ofrecen ejemplos
parecidos.116
Su primo Aarón, uno de los ocho hijos de Nicolás, también alcanzó cierta fama
en su tiempo como hombre de mundo, y además como deportista y explorador. El joven
Anchorena puso la fortuna que había heredado de su padre, así como también lo que
recibió de su madre Mercedes Castellanos (que le dejó bienes muy considerables) al
servicio de distintos proyectos que tenían en común su voluntad para hacer de la vida
una ocasión propicia para el dandismo y el derroche de riquezas. Activo integrante de lo
que en su época se daba en llamar la “colonia” argentina en París, Aarón fue por largo
tiempo secretario honorario de la legación argentina en la capital francesa. Allí
descubrió el gusto por el deporte y la aventura, a los que consagró, en gran forma,
largos años de su vida. Aarón fue el poseedor del primer brevet de piloto aéreo de la
113
Sucesión Agustina Anchorena de Pacheco, AGN.
114
Sucesión Clara Romana Anchorena de Uribelarrea, AJF.
115
Sucesiones Carmen Petrona Anchorena, AJF, e Isabel Anchorena, AJF.
116
Sucesiones Pedro y Juan José Anchorena, AJF.
117
Pilar de Lusarreta, Cinco dandys porteños (Buenos Aires, 1999), p. 70.
118
Ibid, pp. 39-102.
36
Argentina, y el propietario del primer globo aerostático que se elevó en el Plata. Atraído
por la náutica, adquirió un gran yate de recreo, El Pampa, con el que en su momento
cruzó el Atlántico. El viaje de exploración que encaró por el sur argentino en 1902
(realizada en compañía de un par de amigos y servido por personal doméstico, perros,
cazadores y fotógrafos profesionales, así como por guías y soldados del ejército)
también alcanzó cierta notoriedad en su momento, en parte gracias a la publicación de
un volumen profusamente ilustrado que daba cuenta de los avatares de la expedición. 119
Este viaje le dejó en herencia algo más que un conjunto de trofeos de caza y
“curiosidades” saqueadas en un cementerio indígena. También contribuyó a que Aarón
fuera descripto como un modelo de aquello a lo que la juventud propietaria argentina
debía aspirar; incluso, se lo llegó a identificar con los vástagos de las elites europeas
que por entonces se lanzaban a la aventura de conquistar y sojuzgar al mundo colonial o
extrametropolitano. Una nota aparecida en la Revista de la Liga Agraria en 1903, a
poco del regreso de Aarón de su expedición austral, ejemplifica bien esta visión. Allí se
elogiaba al viajero, colocándolo dentro del grupo de “jovenes distinguidos” que habían
“demostrado su distinción incorporándose á la vida de aspiraciones y luchas
conducentes al logro de un propósito práctico y útil para sí mismos y beneficioso para
la reputación del país”. Para esta publicación que hablaba en nombre de los intereses de
los grandes terratenientes, experiencias como la encarada por Anchorena contribuían a
preparar a los retoños de la elite argentina para encarar empresas capaces de “abrir una
nueva era al país, en muchos capítulos de la vida nacional”, en particular en la vida
pública o en el terreno de la economía. 120 Al comparar el espíritu con el que este émulo
local de Lord Carnarvon y Bend Or se dispuso a recorrer los territorios poco conocidos
de la Patagonia argentina con el que impulsaba a muchos miembros de las clases
dominantes del Viejo Mundo a aventuras en general más osados, o a la búsqueda de
nuevos paraísos en el mundo colonial, se advierte bien que los sentimientos de
incomodidad tan típicos de la elite europea frente a sociedades metropolitanas en las
que las clases medias y populares aumentaban su visibilidad y planteaban nuevos
desafíos al dominio aristocrático y en las que crecía la hostilidad hacia la gran riqueza
(en particular la territorial y la heredada) no estaban presente en el caso de este joven
privilegiado de las pampas.121 A diferencia de sus congéneres europeos, Aaron se sentía
muy a gusto en una Argentina que todavía no había hecho de la riqueza un objeto de
crítica de relevancia pública. En este sentido, es significativo que en el libro en el que
daba cuenta de sus experiencias exploradoras no se privara de formular consideraciones
extremadamente críticas sobre el régimen de reparto de la tierra pública en los
territorios australes, que no creía necesario vincular con el origen de su fortuna. 122
La información que poseemos sobre otro de sus hijos, Victorio Hilario, fallecido
en 1911, indica la creciente especialización en la actividad rural que signó a los
Anchorena desde fines del siglo XIX. Fallecido prematuramente a los 41 años, Victorio
dejó una estancia de unas 15.000 hectáreas en La Pampa, que representaba el 80 % de
su activo. El resto estaba compuesto por una propiedad urbana y un poco de efectivo.
Algo similar se observa cuando consideramos a los hijos varones de Juan Anchorena. A
Nicolás Paulino, fallecido muy poco después que su padre, ya lo hemos mencionado
más arriba como un ejemplo de la creciente orientación de los empresarios hacia la
tierra visible para el cambio de siglo, pues cuando falleció poseía casi dos tercios de su
fortuna en bienes rurales. Su hermano Juan Esteban, de vida mucho más prolongada,
123
La Nación, 20 octubre 1895, p. 4.
124
Véase, por ejemplo, La Argentina Rural. Retrospecto Anual de Ganadería y Agricultura
(Buenos Aires, 1911).
125
Sucesión Tomás Severino de Anchorena, AJF, f. 64.
38
tuvo más tiempo para profundizar este rumbo. Cuando murió en 1943 dejó una fortuna
de unos 5 millones (más de $ 13 millones de pesos moneda nacional), en la que las
propiedades rurales representaban el 76 % de su patrimonio total. Entre sus tierras, que
alcanzaban a más de 100.000 hectáreas, se destacaban cerca de 30.000 hectáreas en
Pila, en la provincia de Buenos Aires, y otras 45.000 en Río Cuarto. De estas tierras,
más del 80 % eran heredadas.126
Como quizás ningún otro miembro de la familia, Joaquín se destacó por sus
dotes organizativas y su gusto por la vida asociativa, a las que consagró muchas horas
de su tiempo. Fue diputado nacional por el Partido Conservador de la provincia de
Buenos Aires, intendente de la ciudad de Buenos Aires durante la presidencia de Sáenz
Peña, interventor federal bajo el yrigoyenismo, y además presidió en numerosas
ocasiones instituciones tan prestigiosas como el Jockey Club y la Sociedad Rural.
También fue un reconocido profesor universitario que alcanzó a ocupar el decanato de
la Facultad de Veterinaria, y una figura relevante de la Asociación del Trabajo.
129
Sucesión Clara Romana Anchorena de Uribelarrea, AJF.
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Una depreciación del valor de la propiedad arrendada tan brutal como la que
entonces tuvo lugar no fue un hecho menor. Para los propietarios, el problema tampoco
terminó allí. Las leyes de arrendamiento se mantuvieron en vigencia por cerca de un
130
Quesada Urquiza, La Lucila, p. 52.
131
Sucesión Norberto Anchorena, AJF, f. 740.
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su hijo Norberto repartió 13.000 hectáreas en la pampa entre sus 9 vástagos. Cuando a
Eduardo, nieto de Pedro e hijo de Norberto, le tocó distribuir sus bienes, apenas pudo
disponer de 951 hectáreas en Pila y otras 836 de valor muy inferior en La Pampa.132
Eduardo seguía llamándose a sí mismo un “hacendado”, pero el significado que tenía
esta palabra era muy distinto para él que para su padre o su abuelo. Aun cuando no
todas las ramas de la familia crecieron tan rápido como ésta, ni fragmentaron tanto su
patrimonio, todas ellas se vieron afectadas por el mismo proceso.
Para mediados del siglo XX, la familia Anchorena todavía gozaba de enorme
prestigio. Su nombre se asociaba con los valores que singularizaban a los sectores más
tradicionales de la elite argentina, en una etapa en la que éstos todavía irradiaban su
poderosa influencia sobre amplios sectores de la vieja elite y también sobre el nuevo
empresariado surgido al calor de las transformaciones económicas de la primera mitad
de siglo. Para entonces, sin embargo, resulta dudoso que alguno de los integrantes de
este distinguido clan familiar de comerciantes que, tras sucesivas mutaciones habían
devenido terratenientes, tuviesen un lugar en la cúspide de esta nueva elite económica,
que se había enriquecido y transformado gracias a la expansión de la economía urbana e
industrial, y que aparecía presidida por empresarios de la manufactura, el comercio, los
servicios y las finanzas. Incapaces de advertir a tiempo el cambiante curso de los
vientos económicos que comenzaban a soplar en la Argentina desde la década de 1920,
los Anchorena siguieron atados a la suerte del sector rural en una etapa en la que éste
difícilmente podía brindarles la posibilidad de recrear la fortuna de las generaciones
pasadas. Herederos de un pasado más glorioso y magnífico que su presente, conforme
nos internos en la segunda mitad del siglo XX los Anchorena se hundieron
progresivamente en el magma de las clases medias altas.
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Sucesión Eduardo Julián Anchorena, AJF.