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Con el fin de aclarar la relación existente entre el lado físico y el lado moral del individuo se realizaron
numerosas investigaciones; que habrían sido inspiradas al principio, con el convencimiento de que los trazos
fisonómicos servían para reconocer los caracteres psíquicos sobresalientes de las personas; es decir, el modo de
pensar y de sentir de cada individuo. Fruto de estas investigaciones surgió la denominada fisionomística, cuyos
principales exponentes fueron Aristóteles, Sócrates, Galeno, entre otros; esta disciplina tuvo su apogeo en la
Edad media a través de las denominadas ciencias ocultas de la quiromancia, podomancia, umbilicomancia y
otras; las cuales pretendían reconocer el carácter de las personas por las líneas de las manos, de los pies y hasta
por el ombligo.
En el siglo XVIII, se desarrollaría la gran escuela de los fisionomistas, liderada por G.B. Della Porta, quien
publicó un tratado “Fisiognómica”. En él se profundizó el concepto de la relación entre las partes de la cara:
ojos, frente, nariz, etc., con otros caracteres individuales de la persona, poniendo en relieve la importancia de la
morfología, puesto que ésta pondría en relieve signos reveladores de sentimientos individuales. Con
posterioridad, en Italia surgiría la denominada antropología criminal, en parte por la obra de Gaspar Virgilio,
quien en el año 1874 reconoció y afirmó la naturaleza morbosa del delito y la analogía entre la criminalidad y
la locura, por ser fenómenos desarrollados igualmente en el campo de la degeneración; siendo el psiquiatra y
médico legista italiano César Lombroso, quien iniciara el estudio científico del delincuente en 1871, luego de
hacer la necropsia a un famoso bandolero llamado Villella, encontrando en su cráneo, en el sitio de la habitual y
normal cresta occipital, un hoyuelo similar a los que presentan los vertebrados superiores más próximos al
hombre, precisamente los simios antropoides; por esta razón concibió la naturaleza atávica del delito, lanzando
las bases científicas de la antropología criminal, que fueron expuestas en 1876 en su primer trabajo
denominado “L’uomo Delinquente”, en donde daba vida a la doctrina del “delincuente nato”.
Después de otras numerosas y rigurosas búsquedas, Lombroso sostuvo que la
criminalidad era una variedad de epilepsia en la cual muchas veces las convulsiones
son sustituidas por impulsos violentos e irresistibles de cometer delito. El delincuente
nato sería un epiléptico que posee los rasgos del atávico, por eso es que actúa como
un salvaje, con accesos de furia Esta teoría considera al delincuente como un
primitivo y salvaje, un degenerado de naturaleza más o menos patológica, un loco
moral, y un neuro-psicopático epiléptico.
A sus concepciones atávica y epiléptica Lombroso agregó posteriormente la tesis de
la “locura moral” de Prichard, afirmando que el criminal nato era insensible
moralmente hablando, se caracterizaba por la ausencia de sentimientos, y que éste era
así por la erosión psicofísica ocasionada por la epilepsia.
La importancia de la teoría de Lombroso es más de carácter referencial e histórico,
porque marcó un hito precursor de la Criminología; pero hoy en día no es posible
pensar en la existencia de un delincuente natural o “nato”, por cuanto el
comportamiento humano se explica por una interrelación de factores.[1] En la
denominada etapa post lombrosiana, el científico italiano se culpó de haber realizado
investigaciones incompletas y de dar excesiva importancia a las anomalías
morfológicas en sus investigaciones, también de haber establecido conclusiones
aventuradas, haber negado la perfectibilidad del hombre y descuidado la importancia
del ambiente social.
La antropología criminal es la disciplina que se ocupa de la investigación y
desenvolvimiento de los factores primordialmente biológicos que intervienen en la
génesis de la personalidad antisocial y de la delincuencia como factores
predisponentes y potencialmente activables en la interacción sociocultural, sean
hereditarios, constitucionales o adquiridos.[3] Esta disciplina se desenvuelve bajo la
mirada de la observación, y en su evolución se distinguen dos fases: La lombrosiana
y la postlombrosiana[4]; en ésta última a los aportes meramente antropométricos se
añaden las correlaciones biotipológicas; sin embargo, es preciso señalar que al
parecer del propio Kretschmer “la definición del biotipo en un sujeto no puede ser el
producto de una observación artificial y tampoco puede resultar de simples
mediciones u operaciones antropométricas”[5]. En el mismo sentido Barbara resaltó
que “el individuo no estaba comprendido en la sola forma antropométrica y que ésta
era una simple línea de orientación en el mare magnum de las individualidades.
A) La Escuela Francesa.
B) La Escuela Italiana.
C) La Escuela Alemana.
D) La Escuela Americana.
La Escuela Francesa.
En la Escuela francesa destaca Claudio Sigaud (1862-1921), quien distinguía cuatro “tipos”
humanos según el sistema que predomine en los mismos (respiratorio, digestivo, muscular y
cerebral), sistemas que conectan a su vez, con los cuatro medios principales (atmosférico,
alimenticio, físico y social).
Cada “tipo” según Sigaud, tiene sus propias características: El tipo respiratorio presenta tórax, cuello
y nariz largos, senos de la cara desarrollados y particular sensibilidad a los olores; el tipo digestivo
presenta boca y maxilar inferior grandes, ojos chicos y cuello corto, tórax ancho y abdomen
desarrollados, propios de individuos obesos; el tipo muscular presenta desarrollo armónico de
esqueleto y músculos; y el tipo cerebral, figura frágil y delicada, frente grande y extremidades
cortas.
La Escuela Americana.
En esta escuela deben destacarse los trabajos de William Sheldon y S.S. Stevens; Sheldon
mejoró considerablemente el soporte metodológico de las teorías constitucionales, su
enfoque e incluso su terminología tiene claras connotaciones embriológicas.[17] Elabora
dos tipologías física y mental -rasgos corporales y características temperamentales
correspondientes-, según el predominio del estrato en cuestión de los órganos o funciones
que representa: las vísceras digestivas (el endodermo), huesos, músculos, tendones, etc.,
del sistema motor (el mesodermo), y el tejido nervioso, piel, etc., (el ectodermo).
El endomorfo evidenciaría: vísceras digestivas pesadas y muy desarrolladas, con
estructura somática relativamente débil; bajo peso específico, tendencia a la gordura,
formas redondeadas, miembros cortos, piel con vello y suave.
El mesomorfo tendría un gran desarrollo de las estructuras somáticas (huesos, músculo,
tejido conjuntivo), alto peso específico, dureza, erecto, fuerte, resistente, tronco grande,
pecho consistente, de manos grandes.
El ectomorfo; presentaría un cuerpo frágil, alargado, delicado, con extremidades
largas y delgadas, músculos pobres, tórax chato, huesos poco consistentes y finos,
hombros caídos cara pequeña, nariz, afilada y pelo fino.