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Capítulo XIII

NO SEPA TU MANO IZQUIERDA LO QUE DA TU


MANO DERECHA

Hacer el bien sin ostentación. – Los infortunios ocultos. – La ofrenda de la


viuda. – Invitar a los pobres y a los lisiados. Dar sin esperar retribución. –
Instrucciones de los Espíritus: La caridad material y la caridad moral. – La
beneficencia. – La piedad. – Los huérfanos. – Beneficios que se pagan con
ingratitud. – Beneficencia exclusiva.

CEADS VIRTUAL
Barcelona vacía, 04/ 04/ 2020
Hacer el bien sin ostentación

“Tened cuidado de no practicar las buenas obras delante de los hombres para que
estos las vean, de lo contrario no recibiréis la recompensa de vuestro Padre que está
en los Cielos. Por lo tanto, cuando des limosna, no hagas sonar la trompeta delante de
ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por
los hombres. En verdad os digo, que ellos ya han recibido su recompensa. Tú, en
cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano
derecha; para que la limosna permanezca en secreto, y tu Padre, que ve lo que ocurre
en secreto, te recompensará.” (San Mateo, 6:1 a 4.)
Cuando Jesús descendió del monte, lo siguió una gran multitud. En ese momento, un
leproso fue a su encuentro y lo adoró, diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”.
Jesús extendió su mano, lo tocó y dijo: “Quiero, queda curado”. Y al instante la lepra
fue curada. Entonces Jesús le dijo: “Mira, no se lo digas a nadie; sino ve a mostrarte
ante los sacerdotes, y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de
testimonio”. (San Mateo, 8:1 a 4.)
Hacer el bien sin ostentación es un gran mérito; ocultar la mano que da es más
meritorio aún. Esto último constituye la señal indiscutible de una importante
superioridad moral, porque para ver las cosas desde un punto de vista más elevado
que el del común de las personas, es preciso hacer abstracción de la vida presente e
identificarse con la vida futura. En una palabra, es necesario ubicarse por encima de la
humanidad, a fin de renunciar a la satisfacción que deriva del testimonio de los
hombres, y mantenerse en espera de la aprobación de Dios. Aquel que prefiere la
adhesión de los hombres antes que la adhesión divina, demuestra que tiene más fe en
aquellos que en Dios, y que atribuye más valor a la vida presente que a la vida futura,
o incluso que no cree en la vida futura. Aunque manifieste lo contrario, procede como
si no estuviera convencido de lo que dice. ¡Cuántos hay que sólo dan con la
expectativa de que quien recibe proclame por todas partes el beneficio que ha
recibido! ¡Cuántos hay que públicamente donarían grandes sumas, pero que a
escondidas no darían ni una sola moneda! Por ese motivo Jesús expresó: “Quienes
hacen el bien con ostentación ya han recibido su recompensa”. En efecto, aquel que busca
ser alabado en la Tierra por el bien que practica, ya se pagó a sí mismo. Dios no le
debe nada más. Sólo le queda recibir una sanción por su orgullo. Que la mano
izquierda no sepa lo que da la mano derecha, es una figura que caracteriza
admirablemente la beneficencia hecha con modestia. Con todo, si bien existe la
modestia verdadera, también existe la falsa modestia, el simulacro de la modestia. Hay
personas que ocultan la mano que da, pero que tienen el cuidado de dejar una parte a
¿Cuál será, entonces, la recompensa de aquel que hace pesar sus beneficios sobre
quien los recibe, que en cierto modo lo obliga a dar muestras de reconocimiento, que
le hace notar su posición al realzar el precio de los sacrificios que se impone para
beneficiarlo? ¡Oh! Para ese ni siquiera existe una recompensa terrenal, porque se ve
privado de la tierna satisfacción de oír que bendicen su nombre, y ese es el primer
castigo para su orgullo. Las lágrimas que enjuga por vanidad, en vez de ascender
hacia el Cielo, caen sobre el corazón del afligido y le provocan una llaga. El bien que
practicó no le produce provecho alguno, pues se lamenta de haberlo realizado. En esas
condiciones, el beneficio es como una moneda falsa: no tiene valor. La beneficencia
practicada sin ostentación es doblemente meritoria. Además de ser caridad material,
es caridad moral, pues protege la susceptibilidad del beneficiado, le hace aceptar el
beneficio sin afectar a su amor propio, y salvaguarda su dignidad humana, ya que
aceptar un servicio es muy distinto que recibir una limosna. Ahora bien, quien
convierte el servicio en limosna, por la manera en que lo presta, humilla a quien lo
recibe, y siempre hay orgullo y maldad cuando se hace objeto de humillación a un
semejante. La verdadera caridad, por el contrario, es delicada, y se las ingenia para
disimular el beneficio y evitar incluso las simples apariencias que pudieran causar
alguna molestia, dado que las dificultades morales aumentan el sufrimiento generado
por la necesidad. La verdadera caridad sabe encontrar palabras tiernas y afectuosas
que predisponen favorablemente al beneficiado en relación con el benefactor,
mientras que la caridad orgullosa lo abruma. La auténtica generosidad llega a lo

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