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Capítulo XV

Sin caridad no hay salvación

Lo que es menester hacer para salvarse. Parábola del buen samaritano. - El mayor de los
mandamientos. - Necesidad de la caridad según San Pablo. - Fuera de la Iglesia (AMOR) no hay
salvación. - Sin la verdad no hay salvación. - Instrucciones de los espíritus: Sin caridad
no hay salvación.

CEADS VIRTUAL
Barcelona entre restrinciones, 06/ 02/ 2021
EL COMPAÑERO
"¿No debía tu… igualmente tener compasión de tu compañero, como yo también tuve misericordia de ti? -(Mateo,
18:33.)

En cualquier parte, no puede el ser actuar aisladamente, por hacer parte de la obra de Dios, que se perfecciona en
todos los lugares y momentos.
El Padre estableció la cooperación como principio de los más nobles, en el centro de las leyes que rigen la vida.
En el rincón más humilde, encontrarás un compañero de esfuerzo.
En casa, él puede llamarse "Padre" o "hijo"; en el camino, puede denominarse "amigo" o "camarada de ideal"
En el fondo, hay un sólo Padre que es Dios y una gran familia que se compone de distintos hermanos.
Si el Eterno encaminó a tu ambiente un compañero poco deseable, tenga compasión y enseña siempre.
Eleva a los que te rodean.
Santifica a los lazos que Jesús promovió a bien de tu alma y de todos los que te acompañan.
Si la tarea presenta obstáculos, recuerda que de las innumerables veces en que Cristo fue misericordioso con tus
actos. Eso atenúa las sombras del corazón.
Observa en cada compañero de lucha o del día una bendición y una oportunidad de atender al programa divino,
acerca de tu existencia.
¿Hay dificultades y obstáculos, incomprensiones y desavenencias? Usa la misericordia que Jesús, que repetidas
veces usa contigo, creando nueva ocasión de santificar y de aprender.

XAVIER, Francisco C. El Compañero; mens. 20, p. 55-6. Camino, Verdad y Vida. Por el
espíritu Emmanuel. 10. ed. Río de Janeiro: FEB, 1983, p. 97-8.
El mayor de los mandamientos

Mas los fariseos, cuando oyeron que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a consejo.-Y le preguntó uno
de ellos, que era doctor de la ley, tentándole: Maestro, ¿cuál es el grande mandamiento en la ley? - Jesús le dijo:
Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma y de todo tu entendimiento. - Este es el mayor y
primer mandamiento. - Y el segundo semejante es a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. - De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas. (San Mateo, cap. XXII, v. de 34 a 40).

Caridad y humildad: tal es, pues, el sólo camino de la salvación; egoísmo y orgullo, tal es el de la perdición. Este
principio está formulado en términos precisos en estas palabras: "Amaréis a Dios de toda vuestra alma y a vuestro
prójimo como a vosotros mismos"; "toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos mandamientos". Y
para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor de Dios y del prójimo, añade: "Y el segundo
semejante es a éste"; es decir, que no se puede verdaderamente amar a Dios, sin amar a su prójimo, ni amar a su
prójimo sin amar a Dios; pues todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo amar a
Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre están resumidos en esta máxima: "Sin
caridad no hay salvación".
LA REGLA AUREA
"Amarás a tu prójimo, como a ti mismo." -Jesús (Mateo, 22:39.)

Indudablemente, muchos siglos antes de la Avenida de Cristo ya era enseñada en el mundo la Regla Áurea, traída
por embajadores de la sabiduría y misericordia. Importa esclarecer, todavía que semejante principio era trasmitido
con mayor o menor ejemplificación de sus expositores.
Decían los griegos: "No hagáis al prójimo lo que no deseáis recibir de él".
Afirmaban los persas: "Hacer como queréis que se os haga".
Declararon los chinos: "Lo que no deseáis para vosotros no lo hagáis a otros.
Recomendaban los egipcios: "Dejar pasar a aquel que hizo a los demás lo que deseaba para sí".
Adoctrinaran los hebreos: "Lo que no quieres para vosotros, no lo deseéis para el prójimo".
Insistía los romanos: "La ley grabada en los corazones humanos es amar a los miembros de la sociedad, sí mismo".
El antigüedad, todos los pueblos recibieron la ley de oro de la magnanimidad de Cristo. Profetas, administradores,
jueces y filósofos, entretanto, procedieron como instrumentos más o menos identificados con la inspiración de los
planos más altos de la vida. Sus figuras se apagaron en el recinto de los templos de iniciación o se confundieron en
la tela del tiempo en vista de sus testimonios fragmentarios.
Con el Maestro, sin embargo, la Regla Áurea es la novedad divina, porque Jesús la enseñó y ejemplificó, no con
virtudes parciales, sino en plenitud de trabajo, abnegación y amor, a la claridad de las plazas públicas, revelando
se a los ojos de la Humanidad entera.

XAVIER, Francisco C. La regla áurea; mens. 41. Camino, Verdad y Vida. Por el
espíritu Emmanuel. 10. ed. Río de Janeiro: FEB, 1983, p. 97-8.
3. El Compañero; mens. 20, p. 55-6.
Necesidad de la caridad, según San Pablo

Si yo hablara lenguas de hombres y ángeles y no tuviera caridad, soy como metal que suena, o campana que retiñe. - Y
si tuviese profecía, y supiese todos los misterios y cuanto se pudiese saber; y si tuviese toda la fe, de manera que
traspasase los montes, y no tuviese caridad, nada soy. Y si distribuyese todos mi
bienes en dar de comer a pobres y si entregare mi cuerpo para ser quemado, y no tuviese caridad, nada me aprovecha.
La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece. - No es
ambiciosa, no busca sus provechos, no se mueve a ira, no piensa mal. - No se goza de la iniquidad, mas se goza de la
verdad: Todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Y ahora permanecen estas tres cosas, la fe, la
esperanza y la caridad. Mas de éstas, la mayor es la caridad. (San Pablo: 1ª epístola a los Corintios, capítulo XIII, v. de 1 a
7 y 13.)

San Pablo ha comprendido de tal modo esta gran verdad, que dice: "Si yo hablara lenguas de hombres y de ángeles y no
tuviere caridad, soy como metal que suena o campana que retiñe. Y si tuviese profecía y supiese todos los misterios y
cuanto se puede saber; y si tuviese toda la fe, de manera que traspasase los montes, y no tuviere caridad, nada soy. - Y
ahora permanecen estas tres cosas, la fe, la esperanza y la caridad." Coloca de este modo sin equívoco, la caridad sobre
la fe; es porque la caridad está al alcance de todo el mundo, del ignorante y del sabio, del rico y del pobre, y es
independiente de toda creencia particular.
Hace más; define la verdadera caridad, la manifiesta; no sólo en la beneficencia, sino en el conjunto de todas las
cualidades del corazón, en la bondad y en la benevolencia con respecto al prójimo.
(…)El Evangelio es un conjunto de relatos, en los que el protagonista, Jesús de Nazaret, habla con singular frecuencia de la relación
con Dios (el Padre). Pero la relación con Dios, según Jesús, no consiste o se consigue mediante el templo, los sacerdotes, los rituales
santos, las ceremonias y la total sumisión que imponen y exigen los “hombres de la religión”. La relación con Dios consiste y se
consigue mediante la conducta, que se resume en la bondad y la misericordia en todo y con todos. Jesús lo dejó claro en el
“mandamiento nuevo”, que impuso al final de su vida: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros… En esto
conocerán que sois mis discípulos (Jn 13, 34-35).
Jesús modificó la religión, la sacó del templo y la puso en el centro de la vida, en la relación que mantenemos los unos con los
otros.(…)

(…) Los evangelios relatan, no solamente lo que Jesús hacía y decía. Además de eso, y sobre todo, los evangelios nos informan de lo
que Jesús sentía y vivía, en su intimidad más profunda. Esto supuesto, lo que aquí queda patente es que la experiencia más profunda
de Jesús era la alegría. Esto es determinante para la vida de los cristianos. Porque cada cual contagia lo que vive. El que vive
amargado, contagia amargura. El que vive resentido, contagia resentimiento. Y así sucesivamente. Pues, bien, por esto es por lo que
Jesús contagiaba sus sentimientos más profundos. Y eso le hacía vivir feliz. Y hacer felices a quienes le seguían.
Lo mejor de todo es que el motivo de tanta alegría, en la intimidad de Jesús, era que Dios se oculta a los sabios y entendidos,
mientras que se revela, se da a conocer y, por tanto, a quienes se acerca es a la gente sencilla. Es la clase de gente a la que
perteneció el mismo Jesús, que nació entre animales y murió entre bandidos. ¿Por qué esto es tan importante? ¿Por motivos
sociales o políticos? No. El tema es más profundo. Mucho más profundo.
La “gente sencilla” no tiene nada más que su condición humana. Es gente sin estudios, sin títulos, sin propiedades, sin poderes ni
dignidades. Sin influencias, ni categorías de importancia. Solo la humanidad. Pues bien: ahí y en eso es donde está Dios. En lo
humano. En lo propiamente humano. Porque Dios se ha humanizado. De todo lo demás, incluido “lo divino”, “Dios se vació”. Es un
“Dios kenótico”* (kenoo, kénosis) (Fil 2, 7-9).

*Kenótico- Concepto teológico moderno en que Dios se despoja de si mismo en la creación (desapegado)

Castillo, Jose Maria (La Religión de Jesús)

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