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ÍNDICE

Prólogo 15
Protagonismo de las derechas en el contexto del sexenio
obradorista 15
Massimo Modonesi
Introducción 21
Derechas e izquierdas: Resonancias históricas, ciclos
de protesta, opinión pública y movimientos sociales 21
Sergio Tamayo y Alitzel Cruz
Bibliografía y otras fuentes consultadas 46

PARTE I
Pandemia, respuestas gubernamentales y derechas

Capítulo 1
SARS-CoV-2: Entorno mundial y nacional:
el virus que develó la fragilidad de los derechos sociales 49
Ángel González Granados
Introducción 49
Pandemias, un asomo histórico 51
Origen y desarrollo del SARS-CoV-2 56
Consecuencias del SARS-CoV2 en el mundo 59
Consecuencias del SARS-CoV2 y respuesta
gubernamental en México 64
Corolario 72
Bibliografía y otras fuentes consultadas 74

Capítulo 2
Derechas y pandemia: Respuestas gubernamentales
y sociales en América Latina ante Covid-19 85
Azucena Granados Moctezuma y Carlos G. Torrealba M.
Introducción 85
Definiendo a las derechas 88
Las derechas en EUA y Europa 92
Caracterización de las derechas en AL 95
Respuestas de las derechas al Covid-19 100
Medidas de confinamiento 101
Medidas sociales 104
Medidas económicas 107
Índice de rigurosidad y negacionismo 109
Recrudecimiento (o continuismo) autoritario en el
manejo del Covid-19 113
Derechas altamente autoritarias en pandemia 114
Derechas de autoritarismo medio en pandemia 119
Derechas de autoritarismo bajo en pandemia 120
Conclusiones 121
Bibliografía y otras fuentes consultadas 125

PARTE II
Trayectorias históricas, ciclos de acción
de las derechas y posverdad

Capítulo 3
¿Por qué se movilizan? Heterogeneidad de
las derechas en el México del siglo XXI 133
Sergio Tamayo, Alitzel Cruz y Elizabeth Chávez
Introducción 133
¿Por qué hablar de derechas? 138
La derecha en el México del siglo XXI 145
¿Por qué se movilizan? 163
Reflexiones finales 175
Anexo metodológico 1 177
Bibliografía y otras fuentes consultadas 179
Capítulo 4
Origen y desarrollo histórico de las derechas
en México (ss. XVI-XX): continuidad y cambio 185
Israel Jurado Zapata y Miguel Ángel Ramírez Zaragoza
Introducción 185
Derecha e izquierda: una distinción histórica y relacional 188
El origen espiritual de la dominación conservadora 191
Iglesia y el celo civilizatorio y conservador 198
Disputas por el proyecto político 205
La derecha radical en el periodo posrevolucionario 211
Radicalización de la derecha mexicana 214
Institucionalización de las prácticas de la derecha 220
Reflexiones finales 222
Bibliografía 226

Capítulo 5
La derecha como actor político. Devenir
histórico y dimensión movimientista: De la guerra
Cristera hasta Frenaa 233
Miguel Ángel Ramírez Zaragoza, Israel Jurado Zapata
y Roberto Osorio Orozco
Sobre la utilidad de la distinción izquierda-derecha 235
¿Qué podemos entender por derecha? 237
La derecha en México durante el siglo XX 240
La guerra Cristera como movimiento antilaicista 242
El anticardenismo de la Unión Nacional Sinarquista
y el Partido Acción Nacional 243
La derecha y el movimiento anticomunista en Jalisco 246
La derecha y el poder económico en Nuevo León 247
La derecha y el origen del conservadurismo del siglo XX
en Guanajuato 250
La “nueva derecha” y la ideología neoliberal 252
El triunfo de AMLO y la “marcha fifí”. La derecha
se moviliza 253
El golpe blando y el BOA ¿Mito o realidad? 258
Frenaa y Va por México: El último tramo de la
acción política de la derecha 264
Una derecha movimientista en proceso de formación 269
Reflexiones finales sobre la derecha en la tercera
década del siglo XXI 275

Bibliografía y otras fuentes consultadas 279

Capítulo 6
La derecha en acción. Ciclos de protesta
y repertorios de la movilización 287
Sergio Tamayo, Alitzel Cruz y Elizabeth Chávez

Introducción 287
Ciclo 1. Desde la movilización social hasta
el confinamiento (desde el 1 de enero hasta el
23 de marzo) 297
Ciclo 2. Desde el distanciamiento físico al
acercamiento virtual (desde el 24 de marzo hasta
el 29 de mayo) 304
Ciclo 3. La nueva normalidad (desde el 30 de mayo
hasta el 31 de agosto 312
Ciclo 4. Rumbo a las elecciones (desde el 1 de
septiembre hasta el 31 de octubre) 317
Reflexiones finales 322
Anexo 1 326
Bibliografía 329

Capítulo 7
La configuración de la opinión pública:
posverdad y lógicas de acción política 331
Ricardo Torres Jiménez
Introducción 331
Posverdad y pospolítica 336
Las percepciones sobre las acciones de gobierno 345
Las emociones, urdiendo polarización 354
Concluyendo, polarización emocional 364
Bibliografía y otras fuentes consultadas 370

PARTE III
Trayectorias y posicionamiento político de las izquierdas

Capítulo 8
Trayectorias de las izquierdas mexicanas 375
José Luis García Hernández
Influencia regional 377
La izquierda armada 379
La izquierda partidaria 382
Trotskismo 382
Izquierda nacionalista 384
La unificación de la izquierda 386
Otros procesos unitarios 392
La izquierda antineoliberal y altermundista 393
Conclusiones 396
Bibliografía 397

Capítulo 9
Posicionamiento político de los movimientos
sociales de izquierda en México en torno al Covid-19 y
el gobierno de AMLO 405
Heriberto Marín Ortega y Oswaldo Guillermo
De La O Olvera
Introducción 405
Estudiando mecanismos de la protesta 406
El ambiente político previo a la crisis sanitaria 408
Valoración de amenazas y oportunidades de
movilización, previo a la emergencia sanitaria 413
La ampliación de oportunidades para el propio
grupo y para otros: La protesta feminista 416
La pandemia como mecanismo crítico
de desmovilización 419
Movilización en el contexto del Covid-19 421
Represión y Covid-19 424
Nueva normalidad y reactivación de protestas 426
Conclusiones 429
Bibliografía y otras fuentes consultadas 431

ANEXO I. Proyecto de investigación: Posicionamientos


políticos de la derecha mexicana y del movimiento social
de izquierda en la era del Covid-19 439
ANEXO II. De las autoras y autores 443
C apítulo 4

Origen y desarrollo histórico de las


derechas en México (ss. XVI-XX):
continuidad y cambio1
Israel Jurado Zapata y Miguel Ángel Ramírez Zaragoza

Introducción

El presente capítulo tiene como objetivo hacer un ejercicio


de reflexión histórica para situar los orígenes y el desarrollo de
la ideología y cultura política de los grupos actuales de las
derechas en México, principalmente las conservadoras y ul-
traconservadoras, a partir de algunos rasgos característicos de
continuidad observables entre éstas y los grupos de coloni-
zadores, élites coloniales y neocoloniales, grandes latifundis-
tas decimonónicos y dueños del gran capital, que permiten
comprender la continuidad y permanencia de los modelos de
explotación, la construcción de la dependencia y la disputa
que dichas élites han dado a otras corrientes políticas y a los
grupos subalternos de la sociedad, para preservar un statu quo
que se remonta hasta la colonia y ha sobrevivido a diferentes
transformaciones en distintos contextos de la vida política y

1
El presente capítulo es la primera parte de un estudio histórico sobre
las derechas que estamos elaborando y que comprende desde el siglo
XVI hasta la primera mitad del siglo XX Para poder tener un panorama
completo de nuestra reflexión histórica hasta el siglo XXI invitamos al
lector a leer nuestro trabajo “La derecha como actor político. Devenir
histórico y dimensión movimientista: de la guerra Cristera a Frenaa” in-
cluido en este libro. Los autores agradecen a Roberto Osorio Orozco su
apoyo en la elaboración de este trabajo.

185
social de nuestro país. Para hablar del origen de las derechas
—y su consolidación como parte del poder político y econó-
mico—, es preciso identificar los procesos históricos a través
de los cuales se conformaron precisamente como grupos de
poder, reciclando ideologías colonialistas y promoviendo sis-
temas políticos autoritarios. Ello nos permitirá ir reconocien-
do los elementos presentes en cada uno de esos procesos
que, como continuum, nos ayuden a comprender la existencia
de vínculos diacrónicos entre los diferentes actores individua-
les y colectivos —que dieron forma a lo que hoy entendemos
por “derechas”— en diferentes etapas históricas; vínculos
que van desde aspectos ideológicos e inclinaciones políticas,
hasta doctrinas económicas y criterios raciales, y de clase so-
cial para segregar a la sociedad y distribuir o negar privile-
gios, estatus y reconocimiento.
En este sentido, hablar de grupos de derecha es pensar
en los defensores del sistema de desigualdades y explotación
capitalista, del sistema heteronormativo, de la hegemonía
neocolonial, del sistema monárquico del siglo XIX o casi
aristocrático del presidencialismo del siglo XX y en adelante
hasta el neoliberalismo, es hablar de la relación de estos gru-
pos con las élites en el poder y con la construcción del poder
mismo; es comprender sus alianzas y estructuras para la con-
solidación y manutención de un statu quo impuesto a otros
grupos sociales como los étnicos, las clases subalternas o
los grupos no privilegiados, que dan paso a disputas políticas
permanentes. A partir de esto, podemos plantear la explora-
ción del continuum histórico de los grupos político-económicos
que han ostentado el poder constituido en la era moderna,
de economía capitalista más allá de su posición en el espec-
tro político con respecto al centro o la extrema derecha,
opuestos complementarios de lo popular, la gente de tradi-
ción, el proletariado, lo marginal y los desposeídos y explota-
dos, cuyas permanencias a través de ese tiempo y espacio

186
son el eslabón con que se heredan la estafeta de la domina-
ción; son pues, supervivencias constantes, fortalezas y debili-
dades con que defienden sus privilegios de clase, imponen el
modelo político y económico, e inciden en la idiosincrasia de
amplios sectores sociales. En este sentido, observamos a los
grupos de derecha como actores políticos capaces de tener
incidencia en la vida política, económica, social y cultural por
su capacidad de generar fuerza, influencia y autoridad, con-
servando con ello su dominación (Cf. Vàlles, 2007).
Desde el inicio de la dominación colonial, reconocere-
mos la aplicación y arraigo de las ideas de superioridad mo-
ral, espiritual y social, el supremacismo racial e intelectual, el
clasismo, el “machismo”, y la coacción social mediante for-
mas democráticas liberales y representativas, así como las
tradiciones espirituales, modelos económicos e imaginarios
sobre el desarrollo y el bienestar, entre algunos otros ele-
mentos, como los principales aspectos del pensamiento he-
gemónico y las prácticas políticas de los grupos dominantes
que desembocarán o tendrán su expresión contemporánea
en las derechas. De esta manera, para plantear la construc-
ción de una línea del tiempo como continuum histórico desde
hace quinientos años en México, sin que por esto aquí se en-
tienda al devenir histórico de forma lineal, hay que comenzar
por definir ¿Qué acciones caracterizan a las derechas o gru-
pos conservadores?, ¿cuál ha sido su papel en la historia mo-
derna de México? y ¿quiénes han sido sus principales actores
políticos, individuales y colectivos? Una respuesta inicial
—que es la propuesta de este trabajo—, es entenderles como
actores que se instauran desde el inicio del colonialismo eu-
ropeo, lo que nos da un punto de partida que no busca exi-
mir el papel histórico de las propias élites indígenas en la
construcción del régimen conservador, pero sí centrarnos en
la génesis y desarrollo de estas formas de poder que se han
ejercido desde la colonialidad, y que si bien pueden incluir

187
tanto a conservadores como a liberales, nos referirá más a
ideologías del poder fundamentadas en profundos valores
coloniales respecto a los grupos subalternos y expoliados;
pero su diferenciación con liberales y grupos del centro polí-
tico, y la caracterización de algunas de sus propias diferencias
intrínsecas, será un reto para el presente trabajo, pues sabe-
mos que no resulta fácil definir a las derechas o a las izquierdas.

Derecha e izquierda: una distinción


histórica y relacional

Antes de comenzar a argumentar esta propuesta de continuum


histórico de las derechas, también resulta preciso sopesar qué
tanto el concepto de derecha como de izquierda son muy re-
lativos y relacionales. Existe una derecha en tanto existe una
izquierda (Bobbio, 2001, p. 63), son términos antitéticos pero
indisociables que se transforman y adquieren nuevas caras
(Traverso, 2018). Caras, iniciativas y acciones políticas de las
derechas y las izquierdas que están basadas en sus principios
y valores, en sus visiones de mundo y de sociedad, y que si
bien pueden en ocasiones definirse perfectamente los cam-
pos de acción de ambas caras del espectro político (sin olvi-
dar por ejemplo que existe un centro y la posibilidad de las
posiciones extremas y moderadas (Bobbio, 2001), muchas
veces la realidad política hace que se desvanezcan esas fron-
teras y que las mismas disputas políticas lleven a grupos de
derecha a buscar ideas y prácticas más asociadas a la izquierda
y viceversa. O incluso, por el mismo pragmatismo y la nece-
sidad de ganar la opinión pública, los votantes, las elecciones,
las narrativas, las disputas políticas o las posiciones de poder
que se encuentren en juego, muchos actores tanto de dere-
cha como de la izquierda —como apunta Bartra (2008)—
buscan ganar el centro político cediendo parte de sus princi-
pios y su identidad, así lo han hecho los partidos políticos o

188
incluso los movimientos sociales. También es importante
considerar que la derecha y la izquierda son conceptos histó-
ricos —que responden a realidades específicas— que cam-
bian en el tiempo y en el espacio, aunque conserven siempre
muchas de sus características que les dieron origen (Cf. Bar-
tra, 2008). De ahí la importancia de esta propuesta, ya que, si
bien reconocemos tales cambios, también identificamos la
continuidad de valores, ideologías, cosmogonías y, por tanto,
de una actitud hacia los grupos subalternos.
En este orden de ideas, es importante señalar que la de-
recha ha sido asociada comúnmente a los grupos conserva-
dores, a los defensores del orden establecido que buscan la
persistencia del sistema que genera injusticias para muchos y
privilegios para pocos. Se trata de un concepto que ha varia-
do según las tradiciones, el tipo de sociedad y las diferentes
construcciones del poder que la acompañan; esto quiere de-
cir que algunas posiciones que hoy se consideran de derecha,
fueron alguna vez de izquierda o viceversa (Rodríguez, 2004,
p. 13), por ejemplo, los criollos que organizaron las conspira-
ciones para la independencia o los españoles que la secunda-
ron como el propio Agustín de Iturbide, quien más tarde
sería conservador entre conservadores. El surgimiento del
Partido Acción Nacional como oposición al presidencialis-
mo del PRI, puede ser otro ejemplo de esto, pues al luchar
por la democracia independientemente de su posición conser-
vadora, ha contribuido a abrir debates necesarios y fundamen-
tales de transformación social. Hay pues una identificación
de la derecha con el conservadurismo y de la izquierda con el
progresismo, pero estas posiciones deben valorarse a la luz
de momentos históricos y realidades políticas concretas, lo
cual define una y otra posición. Tomando en cuenta esto y
considerando los ejemplos proporcionados por Qin Hui, hay
que mencionar que ninguna clase es inherentemente progre-
sista en la historia (Qin Hui, citado en Rodríguez 2004, p.

189
14). Y quizá podríamos decir lo mismo en el caso del con-
servadurismo, en todo caso, esto es lo que necesitamos po-
ner precisamente a debate.
Lo mismo sucede con la idea de progreso que puede
identificarse con la derecha y con la izquierda, según la apre-
ciación y los valores del analista u observador, o bien con la
idea de conservación misma. Estos conceptos dependen del
momento en que se les ubique, así como de las perspectivas
políticas, morales e ideológicas del observador o de los ban-
dos en pugna que designan diferentes contenidos según los
tiempos y las situaciones (Rodríguez 2004, pp. 15-16). Claro,
todo ello en el marco de la disputa por el poder político y
económico, por el “monopolio de la violencia legítima”, por
el Estado y las otras dimensiones del poder. Esto último
también nos remite a preguntarnos ¿Cuál es el papel de la
derecha frente al Estado? y ¿cómo lo entiende?, esto para
terminar de establecer el esquema desde el que aquí se en-
tenderá al conservadurismo y las derechas. En este sentido,
los conceptos de colonialidad y colonialismo interno trabaja-
dos ampliamente por Quijano (2014), González (2003, 2006
y 2017), Garrido (2015), Mignolo (2010) y Santos (2009) en-
tre otros, resultan fundamentales, pues los agentes promoto-
res del statu quo construido con la Conquista, conservado por
el mundo novohispano, continuado con la independencia y
modificado —pero no en esencia— por la Reforma, la Re-
volución y el desarrollo estabilizador del siglo XX, han sido
también los promotores de los privilegios de los sectores do-
minantes en una situación de colonialidad y han construido
una relación muy estrecha con la organización de este Esta-
do, cuyo propósito es justificar y mantener ese estado de co-
sas a través del desarrollo de la “administración pública” y el
despliegue de las políticas públicas, todo encaminado a per-
petuar los privilegios y profundizar las desigualdades; en lo
que el desprecio y la deshumanización de los sectores socia-

190
les subalternos, en los términos que lo ha planteado Freire
como violencia de los opresores (Freire, 1994, p. 32), resulta
clave en la estrategia para la dominación.

El origen espiritual de la dominación


conservadora

Este desprecio y deshumanización que se hace del otro sub-


alterno —que cobraría nuevos bríos desde el momento mis-
mo del surgimiento del Estado nacional—, se puede obser-
var desde los tempranos coloquios entre los doce francisca-
nos (llegados en 1524) y los sabios indígenas mexicas, donde
se discutió la falsedad de la religión nativa y se reafirmó la
universalidad de la “verdadera fe” (Cf. León Portilla, 1985); o
bien en las juntas de Valladolid en 1550, donde fray Bartolo-
mé de las Casas y fray Juan Ginés de Sepúlveda debatieron
sobre la humanidad de los indios y sobre la necesidad de que
recibieran “tutela” por su incapacidad de gobernarse ellos
mismos (Cf. Maestre, 2004). Estos y otros tantos debates,
discusiones y polémicas sobre si los indígenas tenían alma o
necesitaban ser tutelados por la Corona española, repercuti-
rán decididamente en la política de los dominadores “blan-
cos” de la Nueva España, posteriormente en los criollos he-
rederos del Estado virreinal, y finalmente en los mexicanos
“no indígenas” del Estado posrevolucionario.
Pero ¿desde dónde surgen estas controversias y cómo
llegan a América? Podríamos remontarnos hasta la Política de
Aristóteles y su idea de la incapacidad de algunos para go-
bernarse, sobre todo los bárbaros; pero es con la llegada al
poder de “España” de los reyes católicos como representan-
tes del más recalcitrante ultraconservadurismo católico don-
de inicia —a nuestro juicio— esta historia de la derecha en
México, pues su intolerancia religiosa y su persecución de la
idolatría, el judaísmo y los mahometanos, se proyectará en la

191
invasión y conquista de las Américas hacia los diferentes gru-
pos indígenas, en un largo proceso de epistemicidio y que se
prolongó hasta el siglo XX (Cf. De Sousa, 2009), y de sincre-
tismo por medio del cual lograrían subsistir saberes y prácti-
cas simbólicas. Aunado a esto, la donación papal hecha por
Alejandro VI a los reyes pretendía entregar la potestad de los
territorios “recién descubiertos”; tutela hacia los indios que
llegará hasta el indigenismo del siglo XX.2
Posteriormente, con la penetración militar de los territo-
rios indígenas, tomaría fuerza una gran construcción jurídica
(las Leyes de Indias) a través de sus versiones regionales
como el Derecho Novohispano, que constituía la implanta-
ción y continua construcción del aparato jurídico para ges-
tionar el despojo de tierras a los indios y para restar poder y
jurisdicción a sus “señores naturales”, por ejemplo, con los
títulos jurídicos fundados en el ius commune (derecho común),
basado en la tesis Hostiense para obtener el dominio de las
tierras de los infieles (Sánchez-Arcilla 2012, p. 66), o en la
autoridad de Aristóteles (1999) y sus pasajes de política, so-
bre gente incapaz de gobernarse a sí misma, con lo que se le-
gitimaba la sujeción de los indios a un “gobierno superior”
(Sánchez-Arcilla 2012, p. 66). Igualmente, en la junta de Bur-
gos se trató sobre el derecho del rey a legislar sobre los in-
dios y se redactó el Requerimiento, que debía ser traducido a
las lenguas indígenas para dar ocasión (a los indios) de deli-
berar sobre su reconocimiento pacífico a la Iglesia como “se-
ñora universal del universo”, al papa como su representante
y a los reyes de Castilla como señores de sus tierras indianas
2
En este caso tenemos una contradicción al constatar que esta visión ha-
cia los indígenas —que fue impulsada históricamente por los grupos de
derecha encabezados por la Iglesia católica— fue continuada por un
gobierno progresista como el de Lázaro Cárdenas (1934-1940), que se
planteó “la integración de los indígenas a la nación mexicana” o la
“mexicanización del indio” a partir de las ideas de intelectuales mestizos.
Idea que fue coronada posteriormente en 1948 mediante la creación del
Instituto Nacional Indigenista (Paris, 2007).

192
(Sánchez-Arcilla 2012, pp. 65-66). La negación a tales condi-
ciones daría derecho a los españoles para reducirles y confis-
carles —por la vía de las armas— sus bienes y esclavizarlos.
Con el advenimiento de Carlos V al trono del Sacro Im-
perio Romano Germánico, se recalcaría la condición del rey
de Castilla y Aragón como señor temporal de todo el orbe
(como los emperadores romanos) y, por tanto, con derechos
legítimos sobre las indias y sus habitantes (Sánchez-Arcilla
2012, p. 66). La invasión y conquista de las Indias occidenta-
les contaba con la justificación jurídica y moral al apoyarse
en “la bula Intercaetera de Alejandro VI, que concedía no sólo
las tierras descubiertas a España y Portugal, sino también la
plena, libre y total potestad, autoridad y jurisdicción sobre
éstas” y sus habitantes (Reding 2009, p. 150). Además, exis-
tió el “regio patronato”, que cubriría con un velo de paterni-
dad sobre las Indias occidentales cualquier acción del rey de
Castilla. Concedido a través de la bula Universalis Ecclesiae regi-
minis, otorgada por el papa Julio II el 28 de julio de 1508, el
rey de España obtendría el Regio Patronato Universal que lo
convertía en patrón de todos los obispados, dignidades y be-
neficios, erigiéndolo como señor absoluto de las Indias, lo
cual desde el derecho canónico se definía como la suma de
privilegios que eran competencia por concesión de la Iglesia
a los fundadores católicos de la iglesia en las Indias (Koba-
yashi 1974, p. 133).
Silvio Zavala, en su análisis de las instituciones jurídicas
que primero intervinieron en la construcción de la “otredad”
indiana, habla del proceso en que se define la categoría jurí-
dica del indio “por ser bárbaro, pecador, infiel y vicioso”,
por lo que estarían obligados a someterse pacíficamente o
enfrentarse a la guerra justa (Zavala, citado en Reding, 2009,
p. 152). Frente a ello, los lascasianos afirmaron la calidad hu-
mana y los derechos de los indios, a pesar de su condición de
gentiles, negando el poder temporal del papado y la jurisdic-

193
ción universal del emperador sobre los infieles. “Sostuvieron
que el Derecho natural amparaba las personas y bienes de los
gentiles” (Reding, 2009, p. 152). Particularmente, Las Casas
señalaba que los hispanos sólo debían evangelizar en las tie-
rras ocupadas que de por sí ya se habían anexado a la coro-
na, por lo que, sus habitantes se convertían en súbditos por
cuyo título merecían los mismos derechos y protección que los
súbditos europeos y sus bienes (Reding, 2009, p. 153).
Un siglo más tarde, Juan de Solórzano y Pereira definió
Asia como origen de los indios occidentales y, por tanto, una
identidad que les relacionaba además con los indios orientales
y los etíopes, todos, descendencia maldita de Cham, cuyo co-
lor de piel oscura determinaba su condición de sometimiento
natural al trabajo y la servidumbre. La interpretación patrística
de pasajes del antiguo testamento se constituyó en funda-
mento para establecer las diferencias entre los pueblos y jus-
tificar políticamente las relaciones sociales y económicas de
subordinación que se construían, desde lo que Solórzano y
Pereira coincidió en que el color de la piel era un signo de
origen común y de naturaleza inferior, y era la “salvación” la
que podía hacer que los “bárbaros” accediesen a la humana
razón y al desarrollo de instituciones y costumbres humanas,
criterios de civilidad que Chávez Maldonado (2009, p. 206)
denomina la “redención de culpas atávicas” y purificación.
Todo ello configuraba algunas de las bases del racismo como
elemento fundamental de la dominación de los europeos so-
bre los indios y las castas, que se va a conservar y actualizar
como ariete del colonialismo interno para vencer las resisten-
cias populares en la etapa independiente y en gran parte del
siglo XX (Cf. González Casanova, 2006).
Cabe señalar que, aunque los debates sobre la calidad
humana y espiritual de los indios fueron intensos durante los
siglos XVI y XVII, dejando honda huella para los siglos XVIII
y XIX en la idiosincrasia de la sociedad novohispana, basada

194
en un sistema de “castas”, la rebelión de los indios siempre
fue un peligro temido por sus dominadores blancos; pero
más aún, la naturaleza indómita de los bárbaros del desierto,
de las llanuras o las selvas húmedas. Miedo hacia los indómi-
tos indios de guerra que aún rechazaban la “pax hispánica” y
ya bien entrado el siglo XIX seguían sin aceptar la inferiori-
dad indígena que la Iglesia y las autoridades virreinales tanto
pregonaban. Quizá esto exacerbó el odio que los estados na-
cionales cobraron hacia ellos, llevándolos hacia el exterminio
durante un siglo de hostilidades emprendidas por la civiliza-
ción para erradicar la barbarie y permitir el supuesto “pro-
greso de la humanidad”.
Esta herencia del poder de los blancos sobre los more-
nos y negros, de los españoles sobre los indios, de los ilumi-
nados por la razón de la Ilustración frente a los supersticiosos
pueblos marginales del progreso, tendrá continuidad clara-
mente observable cuando los congresistas tempranos (tanto
conservadores como liberales), los gobernantes de cada esta-
do y provincia, las fuerzas militares, el clero católico y los
grupos económicos privilegiados triunfantes del movimiento
de independencia, entren en disputa por decidir el rumbo
político del país sin tomar en cuenta a las “castas”, ni preten-
der la abolición real de las estructuras de poder y explota-
ción, aunque jurídicamente ya habían sido suprimidas (más
por terminar con los “privilegios” de que gozaban los indios
como corporación). Así, diputados liberales como José María
Luis Mora o Lorenzo de Zavala, señalaron la necesidad de la
desaparición del indio en aras del progreso nacional (Cf.
Hale, 1987). Otro elemento que demuestra esta continuidad
de prácticas coloniales en el Estado nacional moderno, es el
afianzamiento de la dicotomía dialéctica “gente de razón
y gente de tradición” para diferenciar en oposición a uno y
otro tipo de ciudadano: los blancos de cultura occidental,
promotores de la “pigmentocracia” y los indios y campesi-

195
nos pobres, integrantes de los sectores subalternos, y entre
ellos una creciente masa de “mestizos” que aspiran a la blan-
quitud, el ascenso social y a dejar detrás su pasado indígena.
Estos criterios tendrán vigencia hasta la actualidad, como lo
demuestran las cifras históricas de marginación y pobreza o
la manera en que se conduce el racismo normalizado en la
vida cotidiana, en las instituciones, y se reproduce y promue-
ve en los medios de comunicación masiva como la radio, la
televisión, o los periódicos, que desde el siglo XIX clamaban
por la destrucción de los indios “rebeldes” en defensa de la
civilización y las buenas costumbres.
Para ejemplo de esto último —y más allá de las disputas
entre liberales y conservadores— tenemos la “Proclama al
mundo civilizado”, realizada por el gobernador del estado de
Chiapas, José Pantaleón Domínguez, ante el alzamiento arma-
do de los indígenas tzotziles del pueblo de San Juan “Cha-
mula”, donde se expresa claramente el profundo desprecio
que los grupos dominantes atesoran como base del statu quo
heredado del mundo novohispano hacia el campesino que se
conforma con su situación de explotación. Y, más aún, por el
campesino e indígena que está harto de los abusos del poder
y se organiza y arma para irrumpir en la vida pública, lo cual
es tomado como una franca amenaza a la supervivencia mis-
ma de la civilización que se cimentaba precisamente sobre la
explotación, la deshumanización y la cosificación de estos
sectores subalternos. Domínguez proclamaba:
Compatriotas: La guerra de castas se ha iniciado con todos
sus horrores en nuestro estado. En las inmediaciones de
esta ciudad dos combates reñidos han tenido lugar entre
las tropas del gobierno y las chusmas indígenas y si bien
éstas han sido rechazadas con grande pérdida de su parte,
también tenemos que lamentar por la nuestra muchas y
muy apreciables víctimas. Las haciendas […] están asola-
das y algunos de sus dueños y sus esposas y tiernos hijos
han sido cruel y bárbaramente asesinados y robados. En la
furia salvaje no debe esperarse piedad ni consideración,

196
[…] La guerra que emprenden no es contra esta o aquella
población, sino contra todo el estado que en sus habitan-
tes cuenta con triple número de indígenas; y a esto es pre-
ciso oponer nuestras armas, nuestros recursos, nuestra
inteligencia […] Ciudadanos: unión y fraternidad y la bar-
barie sucumbirá ante la civilización, que es la fuerza mayor
de todas las fuerzas; y ante la consideración de tener que
defender vuestro interés, vuestra vida y vuestro hijos […]
os conjuro en nombre de esa misma civilización, en nom-
bre de la humanidad y en nombre de esos mismos sagra-
dos deberes que tenéis que cumplir, a que os levantéis
como un solo hombre para sofocar esos instintos salvajes,
que al fin llegarían con todo su furor a turbar la paz de
vuestro hogar doméstico… San Cristóbal de las Casas, 22 de
junio de 1869… (Archivo de la Defensa Nacional, Exp.
XI/481.4/9755, citado en Reina 1980, p. 54).

Ejemplos como este pululan no sólo en la prensa del si-


glo XIX —periodo en que cundieron por todo el territorio
una serie de rebeliones populares e indígenas, muchas de las
cuales fueron denostadas como: “guerras de castas”—, sino
que su esencia misma de considerar como base del orden, la
paz y el desarrollo civilizatorio a la miseria y la explotación,
la segregación racial, el control político, la dependencia eco-
nómica, el trato desigual y el distanciamiento social sobre las
clases explotadas y los sectores sociales subalternos, es una
de las constantes más infames, cuyas expresiones se pueden
ver en las primeras reacciones gubernamentales y de los me-
dios de comunicación ante hechos tan variados encabezados
por los sectores populares como: el alzamiento zapatista de
1910; la guerrilla de Lucio Cabañas en la década de los 70 del
siglo pasado; la irrupción neozapatista en 1994 en plena en-
trada en vigor del Tratado de Libre Comercio (Cf. Ramírez,
2019; Aguirre, 2014); la rebelión magisterial de 2013 en con-
tra de una reforma punitiva (Cf. González et al., 2020); o con
el hartazgo de la ciudadanía eligiendo democráticamente un
cambio de gobierno en las elecciones de 2018 (Cf. Acker-
man, 2019), la cual ha sido denostada y despreciada como ig-

197
norante, “chairos” y demás calificativos con que políticos y
comunicadores de la derecha han expresado su descontento
ante un clamor legítimo y la promesa de un cambio de rum-
bo político y económico diferente al neoliberalismo.
Así, derecha política y colonialismo se engarzan en estra-
tegias discursivas, formas de concebir el mundo y mecanis-
mos para el establecimiento de las relaciones de explotación
y dominación, alimentando la deshumanización histórica de
los oprimidos, pretendiendo evitar su lucha en contra de los
opresores por la recuperación de su humanidad, por la res-
tauración de ésta (Cf. Freire, 1994, p. 33). La preservación a
toda costa del control coercitivo sobre la población explota-
da, más allá de lo ignominioso que sean las condiciones de
su control, constituye una esencia más de la construcción del
poder desde las élites políticas conservadoras y de derecha
en México; y en todo lo cual el papel de la Iglesia católica ha
sido fundamental, radicalizando las respuestas políticas y ar-
madas a todo intento de búsqueda de equilibrio social o de
detonar mecanismos de desarrollo y progreso económico e
intelectual, cuya ausencia es clave del colonialismo interno.

Iglesia y el celo civilizatorio y conservador

Los grandes momentos de las disputas políticas en México


que sirvieron de engarce para agrupar a las facciones conser-
vadoras que aquí se proponen como antecedentes directos
de las derechas políticas del siglo XX, constituyen otro indi-
cador histórico que nos permite explorar el continuum; desde
donde se podrá colegir las respuestas a preguntas como:
¿Qué unifica o aglutina a las derechas?, ¿qué les permite in-
cluir temas en la agenda política?, ¿qué les permite disputar
votos y/o bases sociales? y ¿cómo disputa el poder político y
el sentido de la democracia?

198
Las derechas y el conservadurismo político en México
pueden ser asociados con un sistema económico: el capitalis-
mo, así como con una forma de religiosidad dogmática, sea
católica, pentecostal o de alguna otra secta cristiana, aunque
no todos ellos sean precisamente religiosos, pero sí se han
valido de estas concepciones para construir narrativas desti-
nadas a justificar las brutales desigualdades del sistema social,
político y económico que se edifica al tenor de la acumula-
ción de capital, la apropiación de los medios de producción y
la explotación de la mano de obra. Las relaciones sociales de
producción en que se finca el capitalismo salvaje imperante
en México —por lo menos desde los años 40 del siglo pasa-
do, con la llegada al poder del presidente Manuel Ávila Ca-
macho, parteaguas entre lo que fueron los gobiernos que aún
trataban de reivindicar algunas de las demandas de la Revolu-
ción, de los cuales el cardenista habría sido el más destacado
por sus coqueteos con la ideología socialista (más concreta-
mente un socialismo mexicano más nacionalista que bolche-
vique), su apertura al sindicalismo de masas y su idea de una
educación para obreros y campesinos que promovía valores
colectivistas, y la sumisión total al imperialismo yanqui, a los
intereses del capitalismo y al oscurantismo de la Iglesia cató-
lica—, están ligadas con la conformación histórica de mode-
los de dominación que parten desde la misma conquista y
colonización del territorio que hoy denominamos México.
La Iglesia católica y las oligarquías que se vinculan a las
actividades empresariales y las funciones de gobierno hasta
hoy, han permeado la conformación de la cultura política de
los partidos conservadores y las derechas durante los siglos
XIX y XX. Por supuesto, las derechas en México son y han
sido mucho más complejas que una alianza y sumisión al cle-
ro, pero todas, derechas y ultraderechas, se han nutrido de
una u otra forma de estos dos grupos y de su alianza, de su
posibilidad de tener “agentes” en los altos mandos del ejérci-

199
to, la política y la administración pública. Las familias más
poderosas económica y políticamente hablando desde la
consumación de la independencia, respaldadas moral y espi-
ritualmente por la alta jerarquía católica, han sido histórica-
mente dueñas del gran capital nacional que puede financiar
guerras y regímenes políticos afines a ellos.
En este sentido —y entendiendo la relevancia que ha te-
nido la Iglesia en esta historia de dominación de un territorio
y sus grupos sociales convertidos así en subalternos: pueblos
indígenas, clases sociales proletarias y “castas infames”—,3
encontramos que la consolidación de la conquista, particu-
larmente en su faceta “espiritual”, como diría Robert Ricard
—en su clásica obra de 1947—, sienta las bases del “supre-
macismo” racial y cultural con que entienden y justifican su
preeminencia las élites políticas y económicas en México.
Esta conquista por supuesto representa un proceso largo de
evangelización, apostolado y méritos misioneros de las cua-
tro órdenes mendicantes que actuaron en la Nueva España
por espacio de tres siglos, en que se provocaron irreparables
epistemicidios con la erradicación de milenarias tradiciones
culturales indígenas.
En este proceso, la fundación de la Iglesia novohispana
tendría entre sus objetivos poner a disposición de los “natura-
les” los medios para su conversión más allá de la yuxtaposición
de los diferentes elementos culturales europeos e indígenas,
así como de las diferentes resistencias con que se encontraron,
dificultades que recibirían los influjos tanto de las autorida-
des civiles como de las eclesiásticas para lograr el cometido:
la salvación de las almas (Cf. Ricard, 1986). Y aquí subyace
una idea fundamental para las derechas actuales: occidente
“salvando” a sociedades indígenas de su ignorancia de Dios

3
Es la manera en que se hacía referencia a las mezclas raciales que acen-
tuaban la tez morena o negra en la piel, en un sistema que planteaba el
ascenso social a partir de criterios de color hacia la “blanquitud” de la piel.

200
y enseñándoles (imponiéndoles) modos de vivir “política y
decentemente”. En este sentido, occidente reafirma su papel
civilizatorio desde la idea de la salvación de las almas de los
indios, que se proyecta en la salvación de América Latina de
la amenaza comunista, y hasta el impedimento de la libre de-
terminación de los pueblos, como cuando la ciudadanía mexi-
cana se volcó contra el modelo neoliberal en las elecciones
presidenciales de 1988, pero fue obligada (por los intereses
económicos nacionales e internacionales, una clase política
de derecha entregada a estos intereses y una institucionalidad
cooptada) a continuar bajo el mismo canal mediante el frau-
de electoral y la imposición de Carlos Salinas de Gortari
como presidente, pasando por el eurocentrismo de la imposi-
ción de la ciencia como único saber válido por encima de los
conocimientos ancestrales e indígenas; pero esto es parte de
otro debate.
Cabe mencionar que el papel de la orden jesuita como
amenaza para el orden político y la rebeldía de diversas co-
munidades de “indios de guerra”, pueblos indómitos de las
selvas de Centro América, del semidesierto mexicano y de la
gran llanura norteamericana, “salvajes” que preservaban gran
parte de sus ancestrales modos de vida, se convirtieron en
algunos de los obstáculos a vencer para la élite colonial do-
minante y para liberales y conservadores respectivamente;
razón por la cual se decretó la expulsión de los primeros de
todos los virreinatos españoles en 1767 por orden del rey
Carlos III. De la misma forma en que los estados nacionales
modernos ya independizados, darían guerra sin cuartel a los
“salvajes” hasta llevarlos al exterminio. Aquí cabe señalar que
indígenas rebeldes de las antiguas repúblicas de Indias, lucha-
ron y negociaron por igual en contra de gobiernos conserva-
dores como de gobiernos liberales, y que su subsistencia
misma como comunidades tradicionales sería irónicamente
más viable en lo sucesivo para conservadores y ultraderechas

201
en tanto su vínculo con la Iglesia católica alimentara fanatis-
mos religiosos, como cuando comunidades purépechas de
Michoacán participaron activamente en la Cristiada desde
1926 hasta 1929.
El papel de la alta jerarquía católica, principalmente,
como aliada del poder colonial, no terminaría con la Inde-
pendencia. Primero se opondrían a las ideas ilustradas que
comenzaban a prosperar entre algunos de sus miembros,
como la orden jesuita o los curas de la primera etapa del mo-
vimiento de independencia, los cuales serían por ello exco-
mulgados; más tarde se opondrían a la modernización de la
administración pública, a su separación del Estado, a dejar de
cobrar diezmos y servicios a los pobres, a abandonar sus
prácticas lucrativas y especulativas y a la Ley de Libertad de
Cultos de 1860, tratando siempre de preservar sus privilegios
y evitar los cambios políticos reformistas; sobre todo, cuan-
do trataron de mantener su monopolio sobre la educación y
los registros y servicios estadísticos basados en los registros
eclesiales. La oposición religiosa a las políticas que son desfa-
vorables a sus intereses económicos y que pueden mermar
su riqueza o ascendencia sobre las masas populares que ma-
nipulan desde el púlpito sacerdotal, encuentra un punto álgi-
do frente a las Leyes de Reforma, aunque, el anticlericalismo
es mucho más temprano.
En el último cuarto del siglo XIX, con la paz porfiriana,
se reactivaría con fuerza la alianza entre latifundistas y el cle-
ro para mantener taciturnos a los peones acasillados. Más
tarde, ante la derrota electoral de Porfirio Díaz, se crearía el
Partido Católico Nacional en 1911, de efímera existencia por
su alianza con el nuevo dictador Victoriano Huerta. Así, encon-
trarían cauce sus actitudes reaccionarias en oposición radical
ante el comunismo, reprobando todas las doctrinas socialis-
tas, inclusive las moderadas, según la encíclica de Juan
XXIII, Mater et Magistra, de 1961 (Rodríguez, 2013, p. 63),

202
para justificar el statu quo dominado por las oligarquías y el
capitalismo, alimentando el colonialismo interno y declaran-
do que el “comunismo es opuesto a la ley natural”. Como
anteriormente se hizo con la aparición de la Encíclica de Pío
IX, Qui Pluribus, promulgada el 9 de noviembre de 1846, in-
cluso antes del propio Manifiesto Comunista (Rodríguez, 2013,
p. 64). También hay que recordar que se opusieron en Méxi-
co a la ley de Libertad de Cultos, que acotaba la autoridad sa-
cerdotal a un margen puramente espiritual y que apoyaron la
intervención francesa y la imposición de un príncipe extran-
jero para gobernar el país y lograr que la religión católica
fuera promulgada como religión de Estado.
Una de sus reacciones más extremas sería ante el artícu-
lo 24o. de la Constitución Política de 1917, que planteaba que
ningún acto religioso de culto público se podía celebrar fuera
de los templos, lo que ya se venía persiguiendo desde 1857
con la Reforma. Esta nueva medida de separación Estado-
Iglesia será —a la postre—, una de las principales causas de
la guerra Cristera en la tercera década del siglo XX; por su-
puesto, junto con la afectación política de no poder hacer
críticas a las leyes fundamentales ni al gobierno, y la contro-
versia económica surgida de no poder adquirir, poseer o ad-
ministrar bienes raíces ni capitales impuestos sobre ellos, o
tener instituciones de beneficencia pública o privada; todo
emanado de la misma constitución que recogía los principa-
les ideales revolucionarios.
Cuando el gobierno de Calles hizo valer el artículo 27, se
cerraron conventos, iglesias y escuelas católicas que no impar-
tían educación laica como marcaba la constitución, y fueron
expulsados los curas extranjeros, lo cual provocaría final-
mente la reacción violenta del arzobispo primado de México
José Mora y del Río, quien el 4 de febrero de 1925 declaró que:
La doctrina de la Iglesia es invariable porque es la verdad
divinamente revelada […] El episcopado, clero y católicos,

203
no reconocemos y combatiremos los artículos 3°, 5°, 27°
y 130° de la constitución vigente. Este criterio no pode-
mos, por ningún motivo, variarlo sin hacer traición a nues-
tra fe y a nuestra religión (Rodríguez, 2013, p. 66).

El 14 de marzo de 1925 surgiría la Liga Nacional para la


Defensa de la Libertad Religiosa (Cf. Oranday, 2002), detrás
de la cual lucharían los llamados “Caballeros de Colón”, or-
den fundada por laicos en 1905 y enseguida aparecerían: la
Unión Nacional de Damas Católicas Mexicanas, la Asocia-
ción Nacional de Padres de Familia, la Asociación Católica
de la Juventud Mexicana (ACJM) y la Acción Católica Mexi-
cana (ACM), entre otras, para luchar decididamente contra
las conquistas sociales y los proyectos de la Revolución, im-
pulsando muy probablemente la guerra Cristera (Rodríguez,
2013). Pero la verdadera agitación vendría cuando Calles ela-
boró el decreto, en el mes de junio de 1926, de las reformas
al Código Penal, que fueron denominadas Ley Calles; provo-
cando para el 1 de agosto que el Episcopado mexicano sus-
pendiera el culto público en todo el país, y el envío de un
Memorial al presidente y al Congreso de la Unión donde se
pedía la reforma de aquellos artículos por ser contrarios al
clero y a la Iglesia católica, lo cual fue acompañado de la pro-
clamación de la encíclica Iniquis afflictisque por el Papa Pío XI,
donde se marcaba la conducta a seguir por los católicos
mexicanos en contra del gobierno.
Luchar y morir “por la santísima libertad de la fe”, era el
llamado y exhorto de la Iglesia para los creyentes, alimentan-
do la polarización al señalar que el gobierno elaboraba malas
leyes “por su despiadado odio contra la religión” (encíclica
Iniquis afflictisque, citada en Rodríguez Araujo, 2013, p. 67),
con lo que se terminaría de desatar la Cristiada que duraría
oficialmente desde 1926 hasta 1929, cuando el episcopado
mexicano, por órdenes del Vaticano y mediación del embaja-
dor de Estados Unidos, reabrió los templos y una nueva eta-

204
pa en su relación con el Estado mexicano; periodo después
del cual los católicos del centro del país se organizarían en la
Legión (1931-1934),4 la Base u Organización, Cooperación,
Acción (1934-1937)5 y finalmente en la Unión Nacional Si-
narquista, fundada en la ciudad de León, Guanajuato, en
1937 (Rodríguez Araujo, 2013, p. 67).

Disputas por el proyecto político

El papel de la Iglesia será importante en los años de agita-


ción durante toda la historia del Estado nacional mexicano;
pero las élites conservadoras y las oligarquías tendrán un pa-
pel fundamental en la desestabilización política y económica
del país, cuando los proyectos de nación emprendidos por
diversos grupos en el gobierno no les favorecen por encima
de los demás sectores sociales. En un principio y para lograr
la independencia, conservadurismo y liberalismo (criollos y
españoles), harían alianza para conformar el ejército de las
tres garantías: religión católica como única tolerada, indepen-
dencia y unión. No obstante, pronto surgieron las primeras
pugnas que reclamaban la gloria y paternidad de la emanci-
pación nacional para los partidarios de Iturbide, los conser-
vadores y monárquicos que desdeñaban a los republicanos,
herederos de las desordenadas turbas salvajes de Miguel Hi-
dalgo, disputan por el sentido de la independencia que ali-
mentaría las confrontaciones entre liberales y conservadores
en lo sucesivo.
Los conservadores —vistos como herederos de Hernán
Cortés, a quien consideraban fundador de la nación bajo la
4
Fue impulsada por el mismo Papa para constituir un grupo político, el
cual “sin hacerse llamar católico, estuviera basado en los principios cris-
tianos y diera garantías para la defensa de Dios y de la Iglesia” (Rodrí-
guez Araujo, 2013, p. 68).
5
Tenía el propósito de hacer frente a la educación socialista que había
asumido el Estado (Rodríguez Araujo, 2013, p. 68).

205
pluma de Lucas Alamán—, rechazaron todas las doctrinas li-
berales y progresistas, y consideraban a las revoluciones
como fenómenos destructivos iguales a los de la naturaleza,
lo cual no podía ser modelo para el desarrollo humano. Para
los conservadores la independencia podía ser benéfica en
tanto producto de tres siglos de política ilustrada y progresi-
va, pero el uso republicano que se le había dado constituía
una afrenta. Desde esta oposición se reconocían dos revolu-
ciones: la primera desde 1810 hasta 1820 iniciada por el cura
Hidalgo, la segunda, más breve, fue encabezada por Agustín
de Iturbide en 1821. La primera era considerada un levanta-
miento proletario contra la propiedad y la civilización, lo cual
causaría una reacción “de la parte responsable de la sociedad
en defensa de sus bienes y familias”, que terminaría sofocan-
do la rebelión, cuyo triunfo hubiese sido la “peor calami-
dad”. La verdadera revolución sería el movimiento conserva-
dor dirigido por Iturbide en contra de los principios anticle-
ricales y democráticos de las Cortes españolas y la Constitu-
ción de Cádiz de 1812 (Alamán, citado por Hale, 1987, pp.
20-23). Estas concepciones, junto con los desastres naciona-
les que se sucederían en medio de la inestabilidad política, la
independencia de Texas, la primer gran rebelión indígena
(en Papantla), la invasión estadounidense, la pérdida de más
de la mitad del territorio con el tratado de Guadalupe-Hidalgo,
la rebelión indígena de Chalco y la llamada Guerra de Castas
de Yucatán, así como el derrocamiento de presidentes con
golpes de Estado y la imposición de dictaduras militares, ca-
racterizaron la vida pública y política de la nación durante la
primera mitad del siglo XIX, en medio de lo cual prevalecie-
ron las pugnas entre liberales y conservadores, entre federa-
listas y centralistas.
Así, más allá de las guerras fratricidas del exterminio de
indígenas rebeldes, del desgarramiento del territorio o de las
constantes amenazas extranjeras, para 1846, el diario El

206
Tiempo, de Lucas Alamán, se proclamaba a favor del monar-
quismo refiriéndose al Plan de Iguala y las tres garantías, de
cara a un programa que propugnaba respeto por las jerar-
quías militares, una aristocracia de mérito y opulencia, soste-
nimiento del culto católico atesorado como “herencia de
nuestros padres”, donde la propiedad privada —necesaria
para sostener todo este aparato— era el eje para construir
una nueva estabilidad. Con este nuevo clamor —como si las
pugnas por el poder, las traiciones entre la clase política y su
distancia de las bases sociales del país no hubiesen sido los
causales de tales desgracias, y aprovechando particularmente
la derrota nacional de 1847—, los conservadores obtuvieron
los argumentos para clamar por la monarquía con ayuda de
periódicos como El Universal, al cual se sumaron El Ómnibus
y El Orden en 1852, con ataques a la república, contrastando
aquel desastre y la anarquía imperantes con la “paz colonial”,
y recalcando que la desacreditación en que había caído la de-
mocracia favorecía al otro principio llamado conservador
“porque guarda y lleva consigo los elementos de vida y de
bienestar de las sociedades” (Hale, 1987, pp. 32-33).
Esta mezquina argumentación, uso tendencioso de los
medios de información y manipulación de los hechos histó-
ricos, destaca como elemento central de los que conformarán
el continuum histórico de las derechas y el conservadurismo
hasta el siglo XXI, cuando los empresarios, los políticos de
derecha y los medios de comunicación hegemónicos acusan
al gobierno de la autodenominada “Cuarta transformación”
(4T) —ya desde 2018 tras haber entrado en funciones el cam-
bio administrativo— de no poder contener satisfactoriamente,
ni mucho menos resolver, las graves crisis y el endeudamien-
to económico que provocaron seis sexenios de gobiernos
neoliberales (Cf. Ramírez, Jurado y Osorio, en este libro).6

6
El que Lucas Alamán haya sido pagado por el Duque de Terranova y
Monteleone, heredero de Hernán Cortés, para defender su patrimonio en

207
El anticlericalismo como política de Estado tendría en la
década de 1850 un momento álgido causando divisiones en-
tre los liberales moderados (que se conducían con cautela
ante el clero) y los liberales puros, quienes eran más radica-
les; mientras el diario El Monitor concentraba su atención en
la publicación de ataques a la propiedad privada de la Iglesia,
a su jurisdicción y a su control sobre la educación y el registro
de actas de defunción y nacimiento, así como por su enrique-
cimiento absorbiendo bienes de propietarios por deuda. Por
su parte, El Universal y la Voz de la religión reaccionarían de-
fendiendo al clero. Entonces los liberales propusieron que la
Reforma política debía liberar a los propietarios y sus bienes
de las ataduras del clero y convertirlos en defensores de la li-
bertad y las instituciones, “desde una sociedad secular basada
en la libre iniciativa individual” (Hale, 1987, pp. 39-40).
Los intentos de reforma y modernización serían califica-
dos de política anticlerical por el alto clero, y coadyuvarían a
desatar la Guerra de 3 Años o Guerra de Reforma, donde
los liberales triunfarían y lograrían imponer una nueva cons-
titución que permitiría la desamortización de bienes eclesiás-
ticos y bienes comunales (de los pueblos indígenas). Ante
este triunfo liberal, la clase política conservadora, entre quie-
nes estaba por supuesto la Iglesia, poderosos hacendados y
comerciantes dueños del capital y los medios de producción,
militares de alto rango, intelectuales y dueños de periódicos,
se reagruparían para clamar por el intervencionismo extranje-
ro, logrando imponer al emperador Maximiliano de Habs-
burgo, tras las crisis diplomáticas suscitadas por la suspen-
sión del pago de la deuda externa y el bloqueo naval de las
potencias extranjeras, desconociendo con ello a la república
México, nos lleva a considerar que los actores políticos, comentócratas y
demás personajes que defienden el sistema de desigualdades y las políti-
cas neoliberales a pesar de tanta miseria provocada, también defienden
los intereses de quienes les han puesto en los espacios de difusión o fi-
nanciado sus trayectorias políticas.

208
juarista, la cual sobrevivió itinerante por el norte del país
hasta que a los franceses no les interesó más seguir mante-
niendo presencia en el país y abandonaron al emperador a su
suerte. Con los conservadores derrotados en el campo de
batalla militar y político, se daría paso a la República Restau-
rada (Cf. González, 1988).
Poco tiempo pasaría para que el gobierno restaurado tu-
viese que enfrentar una nueva convulsión social: la revolu-
ción liberal de Tuxtepec en 1876 liderada por Porfirio Díaz,
que acusaba al juarismo de conservador. Mientras tanto, la
Iglesia, los latifundistas y los caciques regionales, usurpaban
tierras indígenas con la complacencia del supremo gobierno.
Con el triunfo de la revolución liberal de Tuxtepec, Porfirio
Díaz ascendería al poder para no dejarlo por tres décadas,
durante las cuales los sectores más conservadores del país, la
oligarquía, la alta jerarquía católica y el capital extranjero, se
adueñarían del destino de millones de campesinos y obreros,
sumergiéndolos en la más ignominiosa pobreza y explota-
ción. Uno de los ejemplos más claros y crudos de esto sería
documentado por el periodista estadounidense John Ken-
neth Turner (2010), en la península de Yucatán, donde los
llamados “señores del henequén” herederos de la “casta divi-
na” de mediados del siglo XIX, habían instaurado impune-
mente un sistema de esclavitud sobre indígenas y campesi-
nos (Meyer 2005). Y las condiciones del resto del país no
distaban mucho de lo que ocurría en la península, pues los
latifundios habían crecido de manera desproporcionada.
Nuevamente, con el hartazgo de la sociedad explotada y
los sectores intelectuales y empresariales marginales a las éli-
tes en el poder, estallarían los conflictos sociales y la guerra
generalizada en 1910, que aprovecharía Francisco I. Madero
para lograr la alternancia política y el fin de la dictadura por-
firista, esto con el apoyo de amplios sectores populares, cam-
pesinos e indígenas organizados y armados, liderados por

209
caudillos carismáticos principalmente, forjados al calor de las
injusticias, el bandidaje y los alzamientos populares. El em-
poderamiento popular y, sobre todo, las propuestas alternati-
vas de organización socioeconómica, no es algo que vean
con buenos ojos los grupos de poder económico de tipo
conservador, por lo que Madero y su gabinete, así como los
intereses detrás de ellos o la dificultad de ordenar un país
cooptado durante tantos años por la dictadura, provocarían
la ruptura con los guerrilleros de Morelos y con los Dorados
de Villa principalmente, y el reagrupamiento de los conser-
vadores para recuperar el poder presidencial con un golpe de
Estado y el asesinato del presidente electo.
La Decena Trágica (desde el 9 hasta 19 de febrero de
1913), golpe certero de los conservadores, grupo social al
que el presidente Madero no desarticuló o restó verdadera-
mente poder político y económico para impulsar el cambio
que realmente necesitaba la nación, derivaría en la sangrienta
dictadura de Victoriano Huerta, tras ultimar al presidente y a
su vicepresidente Pino Suárez, con la venia del embajador
estadounidense en turno y Félix Díaz, en lo que fue llamado
el “Pacto de la embajada” (Cf. Ulloa, 1988). Una de las accio-
nes más deleznables de este conservadurismo reivindicado
con Huerta fueron las masacres dirigidas hacia los campesi-
nos morelenses para restituir las tierras e ingenios azucareros
a los hacendados y terratenientes. Por supuesto, este panora-
ma abriría un nuevo periodo de guerra, donde el llamado
“grupo Sonora” tendría protagonismo con la proclamación
de la Constitución de 1917, de alto contenido social, que
tampoco resolvería los graves conflictos sociales que lleva-
ron a la Revolución de 1910. En este contexto daría inicio el
Maximato, donde el anticlericarismo y autoritarismo de Ca-
lles y las ambiciones de la Iglesia provocarían nuevos conflic-
tos sociales (Cf. Meyer, 1988a).

210
La derecha radical en el periodo posrevolucionario

El periodo inmediato al proceso revolucionario de 1910-


1920 se caracterizó por la exacerbación de elementos nacio-
nalistas, un tanto por buscar la vía para la unidad nacional,
otro tanto por influencia de las corrientes fascistas interna-
cionales que planteaban la imposición de nuevos modelos
políticos totalitarios. En este contexto internacional de una
creciente xenofobia marcada por la Gran Guerra, el naciona-
lismo de la posrevolución comenzaría a endurecer las medi-
das y el trato contra los extranjeros: asiáticos, negros, judíos
y gitanos especialmente, en lo que la agrupación denominada
los Camisas Doradas —fomentada por Calles como grupo
de choque para su régimen y la cual se agrupaba en Acción
Revolucionaria Mexicanista, grupo violento que clamaba por
el exterminio de treinta mil judíos—, coadyuvaría a imponer
la voluntad de un grupo político-económico por encima del
desastre que seguía siendo la vida pública en el país. Así, co-
menzaría el desarrollo de una política de “unidad nacional”, de
tintes anticomunistas y catalanistas como ejes doctrinarios
de la mexicanidad, o de la idea que de esto tenía Sánchez Ta-
boada, presidente del Partido Revolucionario Institucional
(PRI) en aquella época (Ramírez, 2013, p. 238).
Estos usos del nacionalismo en los años 30 del siglo pa-
sado, se debieron en gran medida a la crisis económica glo-
bal de 1929 y a la carencia de un proyecto político de parte
del siguiente presidente títere de Calles: Pascual Ortiz Rubio;
a lo que se sumaron las políticas “antiobreras” de Emilio
Portes Gil, quien se dedicó a combatir organizaciones obre-
ras como la Confederación Regional Obrera Mexicana
(CROM, de Manuel M. Morones y Vicente Lombardo Tole-
dano), a los comunistas y la Confederación Sindical Unitaria
de México (CSUM, organizada por el Partido Comunista
Mexicano), logrando con ello la depuración (de comunistas)
de la primera y la desaparición de la última. Y las políticas de

211
masas que también se habían impulsado en un principio bus-
cando empoderar a los trabajadores y campesinos, quedaron
finalmente sustituidas por prácticas arbitrarias y el ejercicio
más brutal del poder por parte de “caciquillos lugareños” y
grupos de “bandidos” protegidos por el entonces Partido
Nacional Revolucionario —después PRI— (Rodríguez,
2013, p. 23).
Mención especial merece aquí el papel de personajes
como José Vasconcelos, anticomunista y fascista mexicano
católico, cuyo discurso recalcitrante y de odio racial sentó las
bases para la idea del mestizaje, que sería fundadora de la
nueva mexicanidad posrevolucionaria, de la idea de la raza
cósmica hacia la que se orientaría la política pública. Por su
parte, Rodríguez Araujo (2013, p. 51) lo define como furioso
anticallista y anticardenista. Fue fascista y a partir de 1940
nazi confeso. Además, apoyó a Ávila Camacho y fue halaga-
do por los gobiernos de Alemán y Ruiz Cortines. Para Vas-
concelos existía un pacto entre Dios y sus elegidos: la “gente
decente”, a la cual él mismo sentía pertenecer y con quienes
contrastaba a las masas populares y a sus caudillos, a quie-
nes despreció profundamente. Consideraba pues a las masas
y al socialismo como: “estúpidos al servicio de judíos millo-
narios; el espíritu es aristocracia; la aristocracia es espiritual y
las clases aristocráticas deben dominar a la plebe, pues en la
degeneración actual de las sociedades sólo cabe el despotis-
mo y más vale un despotismo ilustrado que uno bárbaro”
(Vasconcelos, citado en Rodríguez, 2013, p. 51). También se-
ñalaba que en México había dos elementos “podridos”: los
indios y los estadounidenses y que, frente a ellos, lo hispáni-
co era sublime y redentor.
Más allá de los tejes y manejes de la consolidación del
poder durante el Maximato, o de las peculiares bases del na-
cionalismo y la exaltación del mestizaje como síntesis del
“ser mexicano”, el conflicto de intereses con la Iglesia católi-

212
ca merece a partir de aquí una nueva mención especial, pues
como en los más álgidos momentos de la Guerra de Refor-
ma, el clero desplegaría su poder de manipulación de masas
para mandar al “matadero” a miles de feligreses por la defen-
sa de sus privilegios y sobre todo, de su injerencia en la con-
formación pedagógica de la ideología e idiosincrasia de los
mexicanos, pues llevaba siglos a cargo de la educación. Des-
pués de tanta sangre derramada durante diez años de guerra
en la Revolución y “estabilidad” forzada durante el Maxima-
to, y tres años de Cristiada, además de un sinfín de conflictos
locales e intentos de rebelión, no hay indicios para pensar
que “los gobiernos revolucionarios y posrevolucionarios fue-
ran socialistas ni simpatizantes del comunismo…”, como
tanto temían las oligarquías, la jerarquía católica y hasta Esta-
dos Unidos; inclusive se puede señalar que el propio Cárde-
nas desarrolló sus políticas de forma independiente a las co-
rrientes y organizaciones socialistas y comunistas (Rodríguez,
2013, p. 37).
No obstante, más allá de la ruptura del presidente Cár-
denas (1934-1940) con Calles y de una presencia lánguida del
socialismo en las políticas públicas como la educación, que
tampoco empoderaban a las clases trabajadoras o resolvían
las principales demandas sociales aún pendientes, antiguos lí-
deres revolucionarios excluidos del presupuesto público y del
centro de la toma de decisiones políticas (que Vicente Lom-
bardo Toledano llamó “cartuchos quemados”), irrumpirían
nuevamente en el escenario político como declarados simpa-
tizantes del fascismo, los cuales, usando la exacerbación del
nacionalismo, aún desde la presidencia de Ortiz Rubio, mez-
clado con xenofobia y chovinismo, alimentarían un clima
anticomunista al confundir al cardenismo con un auténtico
socialismo (Rodríguez, 2013, p. 37).

213
Radicalización de la derecha mexicana

Como se ha visto hasta aquí, la rancia oligarquía decimonó-


nica asumida como heredera de los conquistadores, los nue-
vos empresarios, políticos y terratenientes conservadores, el
alto clero y la Iglesia católica en general, y aun muchos gru-
pos liberales que negaban al indio, se disputaron durante dé-
cadas los restos de un campesinado indígena y “mestizo”
que terminaría abyecto en diversos momentos (después de la
República restaurada, durante el Porfiriato y durante el perio-
do posrevolucionario) por la confluencia de una ideología y
cosmovisión para oprimidos, y de un sistema de explotación
solapado y protegido por las instituciones del Estado, y por
la falsa caridad de sus opresores, todo lo cual alimentó su
deshumanización, junto a la de obreros proletarios y grupos
marginales de un país subdesarrollado; pero han sido los
conservadores las derechas más recalcitrantes, todos como
opresores, quienes más han alimentado la mentalidad de los
oprimidos, quienes les han negado con mayor ahínco el de-
sarrollo de la pedagogía para su liberación, quienes más han
buscado perpetuar el colonialismo interno promoviendo la
ignorancia y el fanatismo religioso entre los pobres y despo-
seídos, alejándolos del pensamiento libertario y hasta promo-
viendo las nuevas doctrinas fascistas que tomaron el poder
en el mundo.
Hugh Campell propone la dicotomía derecha radical re-
ligiosa y derecha radical secular, donde la primera, impulsora
de la guerra Cristera, se desenvuelve en aquellas décadas pos-
revolucionarias entre los años desde 1929 hasta 1935. La se-
gunda categoría resulta útil para referirnos, por ejemplo, a los
viejos revolucionarios y contrarrevolucionarios, que a partir de
1938 comenzaron a reunirse en la “Sociedad de precursores
y revolucionarios de los años 1910-1913”, organizada por
declarados anticomunistas y fascistas como Juan Cabral, Ja-
cinto Treviño, Rafael Cal y Mayor, Luis Cervantes, Antonio

214
Islas Bravo, Adolfo de León Osorio, Luis del Toro y Bernan-
dino Mena Brito, de clara ideología anticomunista, fascista-na-
zista y antijudaica; los cuales se reunían determinados a llevar
el fascismo a México (Campell, citado en Rodríguez, 2013, p. 43).
La Falange Española era otra organización internacional
que contaba con muchos seguidores en México, entre quienes
había empresarios y banqueros anticardenistas que apoyaban
económicamente a Franco en contrarrespuesta al apoyo que
el gobierno de Cárdenas daba a la España republicana a tra-
vés de Narciso Bassols e Isidro Fabela, proporcionándoles
pertrechos de guerra y oponiéndose a su penetración en
América Latina a través de órganos como el periódico El
Popular, de la CTM, bastión del régimen presidencialista de
Cárdenas, desde cuyas páginas de carácter progresista y filo-
comunista se definió una posición antifascista (Sola, 2019).
Con lo que los seguidores y simpatizantes de la Falange en
México y otros grupos conservadores tendrían que esperar a
que los ideales de la Revolución, las causas obreras y campe-
sinas y los intereses de las clases populares que gozaban de
gran simpatía en la figura de Cárdenas, menguaran con su sa-
lida del poder y el arribo de presidentes y figuras políticas
más afines a sus intereses.
A partir de aquí las derechas se van consolidando como
contramovimientos ante las reivindicaciones populares con que
el permisivo régimen cardenista alimentaba la popularidad
del último jefe revolucionario que ocuparía la silla presiden-
cial y sellaba el ocaso de las políticas de tendencias socialistas
en México, pues con la llegada al poder de Manuel Ávila Ca-
macho, los intereses nacionales volverían a quedar supedita-
dos al imperialismo estadounidense y a los intereses del gran
capital nacional y extranjero. Como apunta Meyer, todos los
gobiernos posteriores a 1940 dijeron representar los intere-
ses de los grupos populares en nombre de los cuales ejercían
el poder. Pero la primacía de los intereses de la élite indus-

215
trial —nacional y extranjera— sobre los de campesinos y
obreros fue clara: la distribución singularmente inequitativa
del ingreso así lo demuestra (Cf. Meyer, 1988b, p. 1353). En
este sentido, un sector importante de la clase empresarial co-
menzaría a erigirse como dominante en el pujante crecimien-
to económico del país, encontrando posteriormente un po-
der clave en la defensa de sus intereses durante el gobierno
de Luis Echeverría, al que consideraban adverso, y en su rea-
grupamiento para sumarse a las estructuras partidistas de la
derecha en la década de los 80 del siglo pasado con su incor-
poración al PAN (Cf. Loaeza, 1999; Hernández, 2005).
Ahora bien, tras el “fin del fallido intento socialista”, que
caracterizó —en algunas acciones como la política educati-
va— al paradigmático gobierno cardenista, las organizacio-
nes de ultraderecha cobrarían nuevos bríos, caracterizándose
más por su fanatismo ideológico y sus naturalezas reacciona-
rias ante todo lo que suponían podía ser una transgresión a
sus principios políticos, ideológicos, culturales y económicos.
Una de esas agrupaciones fue El Yunque, creado supuesta-
mente en 1955, en el estado de Puebla, por Ramón Plata
Moreno, como un grupo hispanista relacionado con la Falan-
ge española, que defendería la hegemonía católica con ideas
de corte cristero. Su existencia es aún dudosa a pesar de los
importantes datos e investigaciones que al respecto ha apor-
tado Álvaro Delgado; sin embargo, como yunquistas o como
parte de alguna otra agrupación, es un hecho que hubo gru-
pos en ese momento con la consigna de apoderarse de las
universidades como bastión, y hasta de la sociedad entera
como distopía. (Cf. González, 2013; Delgado, 2003). Poste-
riormente se establecería en Guanajuato, en 1965, lugar
desde donde logró tener más impacto nacional; pues se co-
menzó a concebir como una organización “instrumental a
los designios de Dios en la Tierra. Partiendo de una ideolo-
gía católica integrista”, El Yunque buscaba:

216
redimir a la sociedad y la política en México por todos los
medios posibles, incluso la violencia, a través de una orga-
nización jerárquica, autoritaria, secreta, de corte militarista,
destinada a tomar el poder político y poner orden en la so-
ciedad (Uribe 2008, p. 47).

También se concibió como “un cuerpo de combate contra el


comunismo, la masonería y todos los demás enemigos de
Dios y de su Iglesia” (González, 2013). Para lograr sus obje-
tivos, se vinculó de forma jerárquica a “organizaciones pan-
talla” o “fachada” caracterizadas por el uso de la violencia,
tales como: el Frente Universitario Anticomunista (FUA) y el
Movimiento Universitario de Renovadora Orientación
(MURO), en donde adoctrinaba jóvenes de clase media (Del-
gado, 2003). También lograría infiltrar a las fuerzas armadas
y articular relaciones con el Episcopado y el sector periodís-
tico (González, 2010).
El Frente Universitario Anticomunista también fue crea-
do en Puebla en 1954, igualmente por Ramón Plata Moreno,
los Caballeros de Colón, la jerarquía católica de Puebla y los
grupos empresariales estatales, con el objetivo de contrarres-
tar a las fuerzas socialistas que se agrupaban particularmente
en la Universidad Autónoma de Puebla. Por otra parte, el
MURO, surgido en 1962, se constituyó como grupo de cho-
que violento católico, operado como una sociedad secreta ar-
ticulada a una red en universidades y otros sectores de la so-
ciedad. Se caracterizó por organizar campañas anticomunis-
tas y en contra de religiosos de corte progresista. Entre sus
filas se idolatraba a personajes como Francisco Franco, Díaz
Ordaz, Luis Echeverría y Augusto Pinochet, mientras que se
rechazaba tajantemente a figuras como Fidel Castro o Salva-
dor Allende. Pero el aspecto más oscuro de esta organiza-
ción fue su participación en diferentes momentos históricos,
como la represión estudiantil de 1968 y la matanza de Tlate-
lolco, actuando como grupo de choque, dando golpizas, pro-

217
vocando enfrentamientos con armas de fuego, atentados te-
rroristas y cometiendo robo de expedientes y documentos
confidenciales, todo esto mientras enarbolaban consignas
como: “¡queremos uno, dos, tres Chés muertos!”, “¡mueran
los guerrilleros apátridas!”, “¡viva Cristo Rey!”, “¡viva Díaz
Ordaz!” (Cf. González, 2014; Uribe, 2008).
Por supuesto, estas son sólo algunas menciones que
aquí resultan importantes por su vinculación con la Iglesia
católica, que tanto protagonismo ha tenido en este continuum
histórico, o por su alianza con el poder político y económi-
co capitalista instaurado en los gobiernos que sucedieron a
la presidencia de Cárdenas, desde la cual gozan de total im-
punidad para contener los avances o intentos de reivindica-
ción popular desde corrientes socialistas. Lo que sí queda
claro es la complicidad de la Iglesia católica con los proce-
sos de colonialismo interno que instauran un orden de
explotación, despojo y desprecio por las clases populares,
clases proletarias que irónicamente son el sostén económico
de estos regímenes y legitimadores electorales de los repre-
sentantes populares encargados de mediar entre los ciudada-
nos y sus demandas, y los intereses económicos detrás del
poder. Aquí, las derechas de ideologías extremas como here-
deras simbólicas de la oligarquía latifundista decimonónica,
han venido reproduciendo las prácticas deshumanizantes de
los colonizadores españoles, impidiendo al indígena “ser” y
lograr su autodeterminación, han impuesto la pigmentocra-
cia de privilegios según el color de la piel y poder económi-
co, y han negado al obrero, al campesino y al estudiante, el
pensamiento libertario que le permita su emancipación, re-
humanizarse; aunque también las derechas moderadas com-
parten muchos de estos valores fundamentados en la paz
civilizatoria y la fe de una religión que se ha proclamado
como única y verdadera, a pesar de su propia división en
múltiples sectas.

218
Además de lo anterior, resulta preciso destacar la aporta-
ción pública de personajes ideólogos de la derecha como Sal-
vador Borrego Escalante, periodista y escritor, quien fue para
un considerable sector de la intelectualidad mexicana un refe-
rente del fascismo, nazismo o ultraderecha. Sus claras simpa-
tías por el régimen nacionalsocialista alemán de Adolfo Hitler
y su discurso antijudío, lo convirtieron en el principal referente
de muchos grupos de la ultraderecha. Sus elementos ideológi-
cos no constituyeron una excepción dentro del panorama inte-
lectual mexicano, pues escritores como Gerardo Murillo,
Rubén Salazar Mallén, Carlos Roel y José Vasconcelos, por
sólo mencionar algunos, también expresaron posturas seme-
jantes en libros y artículos de prensa elaborados entre los años
30 y 40. Sin embargo, la especificidad de la obra de Salvador
Borrego se establece a partir de que ningún otro escritor mexi-
cano mantuvo su postura durante tanto tiempo, ni de forma
tan pertinaz, lo que le valió para lograr la expresión de sus
ideas en trabajos como Derrota mundial, trabajo paradigmático
que increíblemente cuenta con 58 ediciones y miles de ejem-
plares impresos (Ruíz Velasco, 2019). Con esto, podemos co-
rroborar que el racismo y el profundo desprecio por la otre-
dad subalterna, alimentados desde las Juntas de Burgos y las
bulas papales de Alejandro VI y Julio II, constituyen uno de
los elementos esenciales del continuum histórico que une en un
mismo “tipo ideal” de opresor a colonizadores, encomenderos
y autoridades coloniales, con conservadores decimonónicos
(importantes liberales también) y agrupaciones de derecha y
ultraderecha en un periodo de 500 años, donde los valores
emanados de este tipo de ideología colonial no pierden vigen-
cia, sino que se actualizan y refrendan con mayor poder de pe-
netración ideológica, todo para mantener igualmente vigente
un statu quo que no debe ser problematizado.
Entre los intelectuales profascistas de México, Borrego
destaca por su pretensión de armonizar el catolicismo con el

219
nazismo y un virulento antijudaísmo, donde pone especial
atención a los fenómenos modernos como el “racismo cien-
tificista” u ocultista, y la crítica filosófica al universalismo y a
la moral cristiana en tanto destructores del antiguo paganis-
mo, entre otros aspectos.” (Ruíz Velasco, 2019). Así pues, su
obra entronca con el ideario del conservadurismo mexicano,
por ser antirrevolucionaria, católica, nacionalista, hispanista,
antiestadounidense, antiprotestante y antisemita, razones por
las cuales se convertiría, particularmente para organizaciones
como el MURO, el Yunque, y ProVida, en autor ícono de la
extrema derecha nacional (Ruíz Velasco, 2019).

Institucionalización de las prácticas


de la derecha

A partir de la década de los 50 del siglo pasado, podemos ha-


blar claramente de un conjunto de actores políticos dispues-
tos a valerse de las prácticas corporativistas, de corruptelas
con autoridades gubernamentales o de su posición dentro de
instituciones estatales, para construir, incrementar y preser-
var sus privilegios. Todo ello, en una abierta acción contra la
democratización de las instituciones y con una actitud indo-
lente ante la creciente pauperización política y económica de
los sectores subalternos. Entre estos actores podemos consi-
derar a muchos de las derechas, que hicieron de la violencia
legitimada por el aparato de Estado su principal brazo repre-
sor, por lo cual se consolidarían como instrumentos del con-
servadurismo y de la reproducción perpetua del statu quo, que
a esas fechas había sobrevivido a los conatos de socialismo y
reivindicación popular de la Revolución y el cardenismo, y
sobre todo a la amenaza del comunismo internacional pro-
movido por la antigua Unión de Repúblicas Socialistas So-
viéticas, que se había enfrascado con Estados Unidos en la
llamada Guerra Fría, por la hegemonía global.

220
Con la cooptación gubernamental de las organizaciones
sindicales, protegiendo liderazgos charros y corruptos dedi-
cados a la persecución de la disidencia interna y al tráfico de
influencias, con la penetración de las universidades públicas
con organizaciones “porriles”, solapadas por directores y
rectores, con la protección de las organizaciones católicas ul-
traconservadoras, y con las corruptelas dentro de las institu-
ciones públicas para hacer de la inversión pública un negocio
de particulares, el poder de las derechas en México se conso-
lidaría al amparo de las elevadas rentas petroleras y el inter-
vencionismo estadounidense, así como de los organismos
financieros internacionales, que contaban así con la garantía
de tener totalmente inhibida la reivindicación social de los
grupos subalternos, ya para las décadas del desarrollo estabi-
lizador en México, generando las condiciones para que algu-
nos sectores de la élite empresarial se consolidaran como
parte de una derecha defensora del statu quo, como sucedió
en la industriosa ciudad de Monterrey (Cf. De la Cruz y
Aranda, 2019).
Finalmente, con lo hasta aquí esbozado, no sólo conta-
mos con elementos para identificar el continuum histórico de
las derechas en México, sino para reconocer sus orígenes y
desarrollo en una historia de conquista, explotación y bús-
queda constante de la desaparición de cualquier mecanismo
de defensa o reivindicación que las clases proletarias o explo-
tadas pudiesen implantar para alterar el statu quo impuesto de
esta forma (Cf. Campos y Velázquez, 2017). En lo que refiere
específicamente a los grupos que pueden ser identificados
como “derechas” y las cuatro corrientes fundamentales con
que han sido catalogadas para el caso mexicano: el naciona-
lismo xenofóbico, el anticardenismo, el anticomunismo y el
antilaicismo;7 tuvieron, particularmente durante el siglo XIX

7
Para continuar con el análisis de estos fenómenos, véase Ramírez, Jura-
do y Osorio, en este libro.

221
y principios del XX, como uno de sus principales pilares el
poder económico, desde donde pudieron cooptar a las es-
tructuras del poder político, práctica que volvería con gran
fuerza a finales del siglo XX y principios del XXI para hacer
negocios al amparo del poder público y en detrimento de la
soberanía nacional, permitiendo en esto cabida y privilegios
especiales al capital extranjero (Ramírez Reyes, 2013, p. 236);
aunque no se puede afirmar que dichos grupos hayan partici-
pado unificados y bajo los mismos intereses en los diferentes
procesos y coyunturas históricas, sino que, más bien, tuvie-
ron confrontaciones y rupturas, como en toda complejidad
política.

Reflexiones finales

Los grupos de derecha y ultraderecha han opuesto, en térmi-


nos generales, las mismas visiones hegemónicas como únicas
y verdaderas frente a las reivindicaciones étnicas y populares
que han clamado por mundos diferentes; aunque comparten
prácticas racistas y clasistas muy similares y parten de una
misma matriz civilizatoria, no han actuado de forma unifica-
da y han variado las estrategias para disputar el poder, desde
la negociación con los grupos subalternos, hasta su exterminio
o completa marginación. Pero al parecer todos los grupos
de derecha en México mantienen una ideología del privilegio de
clase y de raza, de destino manifiesto, de la diferencia moral,
espiritual e intelectual, que les permite mantenerse por enci-
ma de los oprimidos; su idea del mundo, su actitud hacia el
resto de la sociedad no privilegiada y su idiosincrasia en ge-
neral, tienen las actitudes civilizatorias heredadas del pasado
colonial, desde las cuales miran con desprecio a las subalteri-
dades, a las culturas autóctonas y tradicionales, a las clases
proletarias, a los grupos sociales marginados, a la pobreza; y
aún más que desprecio, odio y terror hacia las corrientes so-

222
cialistas y progresistas del pensamiento, así como a cualquier
posibilidad de reivindicación desde las luchas populares. Esto
se manifiesta con la decidida preservación que han hecho de
las condiciones de colonialismo interno que han privado his-
tóricamente en México, en sus relaciones sociales de produc-
ción; así como con su responsabilidad en la ausencia total del
“Estado de derecho”, de la justicia social para los sectores
pauperizados y empobrecidos, o con la promoción y acelera-
ción de su precarización en todos los aspectos de la vida
cotidiana: familia, alimentación, trabajo, educación, salud, vi-
vienda, servicios básicos, etcétera. Esto lo han hecho logran-
do el control de diversos sectores del Estado en algunos mo-
mentos o siendo parte de los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial, en otros.
En este sentido, los matices con los que se reconocen el
pensamiento, la naturaleza y el accionar de los grupos de de-
recha en México, en América Latina y probablemente en
todo el continente americano, pueden estar relacionados ínti-
mamente con la terrible polarización histórica propiciada
desde su “celo civilizatorio”, primero por la violencia de las
diferentes fases históricas de la conquista, de las que se des-
prendería la estigmatización de las poblaciones indígenas
tendiente hacia su deshumanización y que los colocaba
como “infantes” a los que había que tutelar, para pasar pos-
teriormente a convertirse en “lastres del progreso” dentro de
esta perspectiva civilizatoria; de la que, cabe mencionar, no
se plantea para que todos los grupos humanos involucrados
gocen en igual medida de sus “beneficios”, sino para que to-
dos estén alineados a sus designios, a su ordenamiento del
mundo y a sus estructuras de poder.
Si desde un principio, la civilización occidental respalda-
da por la cosmogonía católica condujo a conservadores y
liberales a la usurpación de territorios ancestrales, el casi ex-
terminio de sus habitantes convertidos en minorías étnicas

223
en sus propios territorios, y el sometimiento a condiciones
de explotación, las más de las veces ignominiosas, a estos y
otros tantos grupos sociales que han sido objeto del despojo
de su condición humana para ser igualmente explotados,
como los negros, los obreros y los campesinos “mestizos”,
todo ello como “males necesarios” para el establecimiento
de un orden que se defiende como único e imperecedero.
Hoy las derechas, más allá de su signo partidista o cercanía
con el centro, parecen indiferentes con esta historia, o bien
simplemente no conocen una historia social mexicana, man-
tienen fundamentalmente los mismos valores de los coloni-
zadores y están dispuestas a preservar y defender la situación
de colonialidad que ha definido a México por 500 años.
La historicidad de muchas de las pervivencias que se vie-
ron a lo largo de esta propuesta, se debe a la efectividad de
sus mecanismos de organización y respuesta, de condiciones
estructurales previas y de la tutela de fuerzas extranjeras con
intereses muy claros en la apropiación de las riquezas que se
generan bajo estos sistemas de explotación y dominación.
De esta forma, ante las luchas, resistencias y rebeliones de
estos sectores sociales subalternos, así como de algunos gru-
pos liberales y de izquierda, la reagrupación y la superación
circunstancial de las fisuras existentes entre los grupos cons-
titutivos de las élites conservadoras, han sido elementos clave
de su cultura política, gracias a lo cual han podido hacer
frente a estas amenazas hacia el statu quo; así como las alian-
zas con otras agrupaciones nacionales o internacionales de la
misma naturaleza, el uso de discursos demagógicos o enga-
ñosos, que distorsionan la realidad e inclusive la manipula-
ción religiosa y espiritual; contubernio desde el cual han
logrado preservar el poder político y económico histórica-
mente, saliendo “victoriosos” —la mayoría de las veces— de
las disputas por los proyectos de nación, lo cual terminaría
sellando la polaridad social con diversos matices, entre los

224
que destacan: mexicano/indio, blanco/moreno-negro, civi-
lizado/incivilizado, inteligencia/ignorancia, capacidad/inca-
pacidad, y hasta belleza/fealdad, que se reproducen como
elemento esencial de la idiosincrasia de la sociedad mexicana
en su conjunto.
Como ideología, la misión civilizatoria de la derecha
busca mantener esa polaridad y un “equilibrio desequilibra-
do” que constituye su visión del mundo; visión donde el pa-
sado colonial y poscolonial son pilares de legitimidad, pues si
algo caracteriza a esta historia política mexicana, es su pro-
fundo vínculo con este pasado que enarbola con orgullo
nombrando “pueblos mágicos” a los antiguos centros de ex-
pansión colonial que tanto genocidio causaron, así como la
permanencia de prácticas secularizadas (desde la administra-
ción pública hasta la vida cotidiana) en las relaciones labora-
les, interétnicas y sociales en general, sin importar lo nocivas
que éstas sean, y que han marcado la construcción de una
vida política insana, deplorable, antidemocrática, caracteriza-
da por la represión, la intolerancia y el desprecio por cual-
quier forma de disidencia.
De esta manera, del papel de la Iglesia católica no es ne-
cesario apuntar más reflexiones, pues su alianza con este po-
der conservador, su manipulación del culto y su fomento de
la ignorancia y el fanatismo, han sido de secular importancia
para la continuidad de un orden colonial en un nuevo orden
neocolonial que se ha extendido por espacio de 200 años,
desde la independencia del territorio de la Corona española
hasta la llegada de las políticas neoliberales y el inicio del si-
glo XXI. En el México de hoy, es necesario hacer ejercicios
de reflexión histórica que nos permitan conocer las ideas,
prácticas, principios, valores e iniciativas que tradicionalmen-
te se atribuyen a la derecha, pero dejando claro que no son
siempre y exclusivamente privativas de ellas, sino que en la
complejidad de la vida política y social, así como de las nue-

225
vas disputas por el poder, las fronteras entre las derechas y
las izquierdas tradicionales son permeables, no son infran-
queables. Esto nos obliga a criticar y analizar posiciones de
las izquierdas que hacen alianzas con grupos de poder o de-
rechas que buscan espacios de organización social y acerca-
miento a los sectores populares.
Esperamos, con esta reflexión e interpretación histórica,
haber contribuido (o al menos incentivado un interés) al co-
nocimiento y estudio de los grupos de derecha en México,
que es necesario analizar en sus elementos de continuidad y
cambio. Esto sobre todo en un contexto político de inicios
de la tercera década del siglo XXI en donde es posible ob-
servar la reactivación de actores de esa derecha que siguen
basando parte de su discurso y su acción en ideas fuertemen-
te conservadoras que explotan el fanatismo religioso, que
privilegian el poder y prerrogativas del capital y de los gru-
pos empresariales, que siguen impulsando el antisocialismo
y el anticomunismo, con un profundo matiz racista, clasista y
patriarcal, en el que esconden su verdadera pretensión de
conservar los privilegios a los que están convencidos tienen
derecho. En otro texto ya referido (Ramírez, Jurado y Oso-
rio, en este libro), intentamos continuar esta reflexión y aná-
lisis de la derecha en México para seguir contribuyendo a un
examen que sea a la vez de largo alcance histórico y con una
dimensión coyuntural; invitamos a leerlo esperando conti-
nuar con el debate.

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