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pierre bourdieu

abdelmalek sayad
el desarraigo
la violencia del capitalismo
en una sociedad rural

edición al cuidado de amín pérez

traducción de texto y apéndices: ángel abad


revisión de apéndices y traducción
de tramos inéditos: luciano padilla lópez

� siglo veintiuno
� editores
� grupo editorial
� siglo veintiuno
algloxxl edltoree, m6xlco
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Bourdieu, Pierre
El desarraigo: La violencia del capitalismo en una sociedad rural//
Pierre Bourdieu y Abdelmalek. Sayad.- 1 ª ed.- Buenos Aires: Siglo
Veintiuno Editores, 2017.
272 p.; 21x14 cm.- (Biblioteca clásica de Siglo Veintiuno)

Traducción: Ángel Abad y Luciano Padilla López

1. Argelia. l. Sayad, Abdelmalek. 11. Abad, Ángel, trad.


111. Padilla López, Luciano, trad.
CDD 6 30.7

Título original: Le diracinemmt. La crise tk l'agricultuff! traditionnelle


enAlgé,v

© 19 64, Les Éditions de Minuit


© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A

Diseño de colección: Tholon Kunst

Impreso en Arcángel Maggio - División Libros// Lafayette 1695,


Buenos Aires, en el mes de marzo de 2017

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina// Made in Argentina
Indice

Nota del editor 5

La liberación del conocimiento. Bourdieu


y Sayad frente al colonialism'> 7
AmínPérez

Introducción

1. Los reagrupamientos de población


y la lógica del colonialismo 31

2. Dos historias, dos sociedades 47

3. Los reagrupamientos y la crisis


de la agricultura tradicional 69

4. El descubrimiento del trabajo

5. Thafallali'th o el campesino realizado 113

6. Una agricultura sin agricultores

7. Ciudadanos sin ciudad 153

8. Mezcolanza cultural 199


4 EL DESARRAIGO

Apéndices

1. Los reagrupamientos del macizo de Collo


(distrito de Collo) 221
11. Los reagrupamientos del valle del Cbelif
(departamento de Orléansville)

m. Un aspecto de la descampesinización 253

IV. Las dos sintaxis

Siglas
NOTA DEL EDITOR

La presente edición reproduce la versión publicada en


1965 por el sello Nova Terra, de Barcelona, con el título Argelia
entra tn la historia. Los apéndices han sido revisados y se han incor­
porado tramos faltantes y un anexo inédito. Pese a los esfuerzos
realizados, no ha sido posible contactar a los titulares de los dere­
chos correspondientes a esa primera edición.
La liberación del conocimiento
Bourdieu y Sayad frente al
colonialismo
AmínPérez.*

Por mil razones científicas y humanas, los reagrupamien­


tos de poblaciones realizados en Argelia por el ejército
francés constituían un objeto de estudio eminente, por el
hecho de que será imposible comprender la sociedad rural
argelina sin tener en cuenta la transformación extraordi­
naria e irreversible que estos determinaron.
PIERRE BOURDIEU, Ttavail et travailleurs en Algérie

Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad son hoy en día refe­


rencias fundamentales para comprender el funcionamiento visible
e invisible del mundo social. 1 Cuarenta años marcan la colabora­
ción entre ambos autores, desde los estudios sobre las transforma­
ciones de la sociedad cabilia hasta La miseria del mundo; 2 esa misma
colaboración constituyó una nueva manera de hacer ciencia social
comprometida con los problemas políticos que les tocó vivir. Y pre-

* Sociólogo, investigador del LabEx TEPSIS (École des Hautes Études


en Sciences Sociales, París) asociado al Institut de Recherche Inter­
disciplinaire sur les Enjeux Sociaux. Es miembro del comité científico
del Fondo de Archivos Pierre Bourdieu. Sus investigaciones abordan
los lazos entre las ciencias sociales y la política, así como las migracio­
nes entre Francia y Argelia, y en el Caribe. Es editor de la obra póstu­
ma de Abdelmalek Sayad (L'immigration ou les paradous de l'alterité. J.
La fabrication des identiüs cultumles, París, Raisons d'agir, 20 14) y autor
del libro Fam de la politü¡ue avec la sociologie. Abdelmaldc Sayad. et Pinff
Bourdieu dans laguemd'Algme (Marsella, Agone, 20 17).
1 En América Latina, conocemos mejor la obra de Bourdieu. Un acer­
camiento a la reflexión de Sayad sobre los procesos migratorios pue­
de lograrse a partir de su volumen La dlJble ausencia. De las ilusiones del
emigrado a los padecimientos del inmigrado, Barcelona, Anthropos, 20 10.
2 Pierre Bourdieu (dir.), La miseria del mundo, México, FCE, 1999.
8 EL DESARRAIGO

cisamente con el libro que presentamos aquí, El desarraigo, los dos


dan sus primeros pasos en la sociología. 5 En esta obra renuevan su
práctica tanto por la convicción asumida, el rigor epistemológico,
cuanto por los resultados obtenidos. En una Argelia bajo el fuego
de la guerra de independencia, forjan las bases metodológicas que
los llevarán a develar los mecanismos de dominación que estructu­
ran el orden social.
Su punto de partida es el estudio de las políticas coloniales de ex­
propiación de tierras, los efectos del desplazamiento y reagrupamien­
to forzado de obreros y campesinos para evitar sus contactos con re­
beldes independentistas, así como el impacto del capitalismo en una
economía basada sobre la reciprocidad y la solidaridad. Bourdieu y
Sayad recorren tugurios, suburbios y campos argelinos para observar
con ojo clínico los cambios de una sociedad que no quedará indem­
ne luego de su liberación nacional. Su interés es el de trascender la
inaceptable realidad de la guerra, evadir las teorías generales que im­
pone la coyuntura, para comprender lo que realmente está en juego.
Como revelan varias notas de Bourdieu en sus archivos personales,
el objetivo es armarse del conocimiento para transformar la domi­
nación. Reconstruyamos la historia que constituyó la originalidad de
este libro. 4

3 Pierre Bourdieu y Abdelmalek Sayad, Le déracinement. La crise de


l'agricultuf't tmditionnelle enAp, París, Minuit, "Documents", 1964.
En castellano, sólo se publicó una edición de circulación limitada �n
1965 con el sello barcelonés Nova Terra-, cuyo cambio de título reve­
la el carácter político del contexto de descolonización: A� entra en
la historia. Aquí reproducimos esta edición, aumentada con imáge­
nes pertenecientes a la publicación inicial en francés y un apéndice
inédito recuperado de los archivos de Bourdieu y Sayad.
4 Pano principalmente de mi investigación doctoral, .basada en los
archivos personales de ambos autores: Amín Pérez, RnuJ,,,, le social
plw politique. Guem1 colonia/e, immigration el pmtitpus sociologiques
d'Abdelmalelc Sayad el de Piern Bourrlieu, París, EHESS, 20 15, que
reelaboré como libro (Faif't de la politique awc la sociologie.•. , ob. cit.).
Agradezco a Gustavo Sorá y Ezequiel Grisendi por haber propiciado
la reedición de este libro en lberoamérica.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 9

RAÍCES BIOGRÁFICAS DE UN COMBATE

Bourdieu y Sayad se encuentran en las aulas de la Universidad de


Argel en 1958. Han pasado cuatro años del inicio formal de una de
las guerras de liberación nacional más feroces de la historia. El pueblo
argelino ha decidido terminar con un sistema colonial instalado des­
de 1830, basado sobre la represión y la segregación entre autóctonos
argelinos (denominados "musulmanes") y franceses (denominados
"europeos"). Bajo este régimen, la población argelina fue sometida a
la expropiación masiva de tierras, impedida de acceder a empleos pú­
blicos y puestos políticos, relegada a una escolaridad específica y a un
modo de nacionalidad francesa sin cualidad ciudadana, así como suje­
ta a masacres en momentos de manifestaciones por la independencia
de la colonia. Ante la insurrección popular desatada en 1954, Francia
no tardó en reprimir militarmente, al mismo tiempo que proponía
políticas compensatorias para las desigualdades sociales y económicas.
Pero ya era tarde. La consigna "Argelia para los argelinos" fue la nueva
ruta trazada hasta alcanzar la independencia en 1962.
En este contexto el joven profesor de filosofia Pierre Bourdieu y
su alumno Abdelmalek Sayad afianzan sus lazos. Los debates que el
primero propone sobre la actualidad colonial crean de inmediato un
vínculo intelectual y afectivo entre ellos. Esta afinidad tiene mucho
que ver con la similitud de sus trayectorias. Sólo tres años median
entre el nacimiento de Bourdieu (1930-2002) y el de Sayad (1933-
1998). Ambos provienen de medios sociales modestos y cursan una
escolaridad de excelencia. El primero, hijo de un funcionario postal
de un pueblo tural del sur de Francia, transitó la institución académi­
ca de mayor prestigio de su país: la Escuela Normal Superior de París.
El segundo es descendiente de una pequeña élite rural, arruinada
en el momento de su nacimiento por conflictos con grupos locales
cercanos a la administración colonial. Su padre logró escolarizarlo
en las instituciones destinadas a europeos, y eso también posibilitó
que el joven pasase luego al núcleo de la intelectualidad autóctona:
la Escuela Normal del Magisterio de Bouzareah. En sus escolarizacio­
nes, Bourdieu y Sayad fueron objeto de burlas y discriminaciones por
sus orígenes populares (y étnicos, en el caso del segundo). Estas res­
pectivas experiencias en universos radicalmente opuestos a sus oríge-
10 EL DESARRAIGO

nes los dotan de un reflejo crítico particular, en que se mezclan una


sólida formación académica con la sensibilidad sobre el significado
de vivir en un mundo que no deja de remitir a la condición social
propia de cada cual. Esta forma de conciencia de clase se reafirma en
Argelia al estallar la guerra de independencia.
En los primeros años de la revolución, ambos trazan caminos de
un lado y otro del conflicto. Bourdieu recién termina su servicio mi­
litar en la sede del gobierno en Argel (1956-1958). Sayad es maestro
de primaria y militante anticolonial. Ambos quedan profundamente
marcados por las circunstancias de la guerra y rechazan las vías de una
consagración académica. Bourdieu desiste de la carrera filosófica tra­
zada por su mentor, Georges Canguilhem, y decide quedarse en Argel
como profesor auxiliar en la Facultad de Letras. Sayad, luego de meses
de estudio en Francia en procura de ingresar a la Escuela Normal del
Magisterio, retoma a Argel para seguir su activismo y cursar la carrera
de Psicología. Ambos son movidos por la necesidad de sentirse útiles
ante el panorama político que viven.
Muy pronto, desde sus primeras clases en septiembre de 1958,
maestro y alumno entablan una estrecha relación. Las múltiples car­
tas que intercambian revelan la agudeza con la cual debaten las di­
ferentes posturas intelectuales sobre la situación colonial, matizadas
por teorías que legitiman ese orden impuesto, otras que proponen su
reforma y otras que reivindican su fin. Los recursos académicos y po­
líticos de Bourdieu y Sayad imprimen a sus ideas el toque preciso de
compromiso y cientificidad. Esta articulación entre reflexión y acción
resulta decisiva para romper con los análisis abstractos entonces en
boga sobre la realidad argelina, y los impulsa a partir de un trabajo
de campo directo como medio de conocimiento de los profundos
cambios de este pueblo.
Las condiciones de vida en los campos de concentración estableci­
dos por el ejército francés constituían una de las temáticas más espino­
sas de la guerra. Estos "centros de reagrupamiento" (según la designa­
ción oficial de entonces) eran utilizados esencialmente con el objetivo
de impedir que las poblaciones rurales pudieran prestar asistencia a
la guerrilla independentista. Hacia 1960, un cuarto de la población
reside allí, reagrupada en condiciones infrahumanas, coartadas en sus
modos y medios habituales de existencia. Bajo la presión de tribunas y
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 11

denuncias internacionales, el ejército se ve obligado a investigar lo que


sucede. Bourdieu es convocado por Jacques Breil, cristiano de izquier­
da y director de la Oficina de Estadística General de Argelia, quien
le da carta blanca para realizar estas y otras investigaciones junto con
un grupo de economistas franceses en el marco de la Asociación para
la Investigación Demográfica, Económica y Social (ARDES). Bourdieu
asocia rápidamente a Sayad, quien recluta a varios estudiantes y mili­
tantes para las investigaciones etnográficas. Nace un programa socioló­
gico de fondo sobre la sociedad argelina.

DEVENIR SOCIÓLOOOS EN TIEMPOS DE GUERRA

¿Cómo estudiar una sociedad profundamente transformada por la


guerra y el capitalismo? Diversas problemáticas son investigadas de
manera simultánea en varios escenarios. El objetivo es conocer los
efectos provocados por los campos de concentración, los cambios de
la relación con el trabajo y la vivencia del desempleo ante el auge de
la economía monetaria, así como los nuevos modos de consumo se­
gún las clases sociales y la adaptación de poblaciones rurales al hábitat
moderno. Para comprender estas mutaciones, Bourdieu y Sayad no
desestiman ninguna herramienta. Así, emprenden una experimenta­
ción científica en que todos los métodos son válidos, en particular la
realización de entrevistas, monografias y estadísticas, a la cual se suma
el uso de la fotografia.
El trabajo etnográfico medular se inicia durante el verano de 1960
y se prolonga de manera puntal hasta 1962. Se basa principalmente
en dúos compuestos por encuestadores locales y europeos. La con­
frontación directa con las poblaciones permite conocer la honda in­
terioridad que mueve a las masas argelinas ante la desvalorización de
las estructuras sociales que daban sentido al modo de vida tradicional.
Según Sayad, Bourdieu y él pasan

noches enteras en las cuales eran minuciosamente debatidas


y desmenuzadas las informaciones compiladas, las observa­
ciones registradas; todo esto fue un verdadero laboratorio,
12 EL DESARRAIGO

donde se forjaron las hipótesis, donde se probaban las inter­


pretaciones, donde se ponían a prueba las teorias.5

En ese momento ambos se convierten realmente a la sociología me­


diante la práctica misma. Bourdieu atestigua esta experiencia en un
contexto en que la guerra cobra su mayor número de víctimas.

Anduvimos los puntos más recónditos de Argelia: los cen­


tros de reagrupamiento de la península de Collo, el llano de
Orléansville, las carreteras prohibidas del Ouarsenis,6 entre
puestos de control y alertas de minas, la Gran Cabilia y la
Pequeña Cabilia, los tugurios y barrios populares de Argel y
de Constantina, entre otros tantos lugares. Tenemos muchos
recuerdos en común, a menudo trágicos: las noches de inves­
tigación en los campos de concentración, mientras los demás
dormían, nos quedábamos hasta las 2 o 3 de la mañana para
discutir y transcribir las observaciones del día. 7

Hacer sociología en pleno conflicto armado conlleva elevados riesgos,


sobre todo porque en ocasiones Bourdieu y Sayad, para ganar la con­
fianza de los pobladores, rechazan la custodia militar exigida por la
ARDES. En uno de sus diarios, Sayad relata la sensación de tensión
que se vivió con la llegada del equipo de investigación a los campos de
concentración del noreste argelino. Algunos encuestadores desertaron
ante los incesantes bombardeos; otros continuaron, convencidos de

5 Abdelmalek Sayacl, Hiswirr et m:herche identitam. Suivi d'un entretiffl


av« Ha.ssan Arfaoui, Saint-Denis, Bouchene, 2002, pp. 65-66.
6 Cualquier circulación de personas queda terminantemente proscrita
en las "zonas prohibidas" instituidas por el ejército francés. Esta políti­
ca de guerra "contrarrevolucionaria" va de la mano con el desplaza­
miento forzado de las poblaciones rurales hacia centros de reagru­
pamiento. Se estima que, durante los años de guerra ( 19 54- 1962),
1 175 000 personas se ven obligadas a desalojar las zonas prohibidas
y más de 2 350 000, trasladadas a los reagrupamientos. Esta política
militar contribuirá decisivamente a la desorganización social y econó­
mica del mundo rural argelino.
7 Pierre Bourdieu, "Pour Abdelmalek Sayacl", eri Esquisses algmennes,
París, Seuil, 2008, p. 357.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 3

la utilidad de estas investigaciones: "Situación dramática. No se pue­


de creer que sea exagerada, los encuestadores están desmoralil.ados.
Operaciones [militares] en pleno avance. [ . . . ] Yo creo que lo que aquí
hace falta es demostrar [lo que sucede], no las comodidades [para
hacerlo]". ª
La situación misma de guerra obliga a la reflexión. Los autores per­
ciben que la verdad que la ciencia crea es también tributaria del pro­
ceso que la produce, y de ahí surge el interés por vigilar y restituir la
elaboración del conocimiento. Un dispositivo reflexivo y metodológico
es minuciosamente desplegado para diferenciarse de militares 0 perio­
distas que orienten los pareceres de sus informantes, evitar imponerles
sus ideas y saber cuestionarlos para neutralizar respuestas· inducidas
por el contexto de guerra. Bourdieu y Sayad se proveen de los medios
para comprender de forma objetiva las experiencias vividas en una so­
ciedad en plena transformación.
Poco a poco, los jóvenes investigadores se ven embarcados en un
programa sociológico que no se limita a restituir y a denunciar las con­
diciones de vida generadas por la guerra y la dominación colonial. El
trabajo de campo les deja entrever que las secuelas de los campos de
concentración en la condición campesina y el desarrollo del capitalis­
mo en el sistema solidario sobre el que se asentaba el mundo tradicio­
nal trascenderán el fin de la colonización. Ambos están decididos a
analizar estas repercusiones y a posicionarse en el debate público. De
esta decisión nacen varios estudios -algunos de ellos, aún inéditos-,
una serie de artículos9 y dos libros: Travail et travailleurs en Al.gmr º y El
desarraigo.
Estas obras, además de analizar el proceso de descomposición social
del mundo tradicional argelino, describen y explican las arbitrarieda­
des y dificultades que viven las categorías rurales y urbanas más vul­
nerables para adaptarse al nuevo orden económico y social que se les
impone. Si El desarraigo se concentra en el espacio rural, sus reflexiones

8 Amín Pérez, Rendrrksocialpluspolitique... , ob. cit., p. 1 17.


9 Pierre Bourdieu, Al,gman Slletches, Malden, Polity Press, 20 13.
10 Una síntesis de este brillante estudio fue publicado en Pierre
Bourdieu, A�ia 60. Estnu:tums económicas y estnu:tums temporales,
Buenos Aires, Siglo XXI, 20 13.
14 EL DESARRAIGO

se nutren constantemente del conjunto de las demás investigaciones.


Cuatro cuestionamientos principales desfilan en esta obra: ¿cómo va­
lerse de sus razones estructurales para comprender el desplazamiento
de poblaciones rurales hacia los campos de concentración, los subur­
bios locales o Francia? ¿Cuáles son las repercusiones íntimas y colec­
tivas para estas poblaciones marginadas que afrontan la desaparición
del campesinado sin las disposiciones sociales y culturales requeridas
para trabajar en nuevos sectores productivos? ¿Cómo manejan estas
contradicciones? ¿Qué condiciones se necesitan para trascender este
presente?
La publicación originaria de El desarraigo, en 1964, tuvo escaso im­
pacto en el espacio público francés. Su inclusión en la colección de
compromiso anticolonial de Éditions de Minuit, 1 1 el contexto de des­
colonii.ación y la configuración del campo académico en que surge
contribuyen a su olvido. En el plano político, la obra pasa inadvertida
en una Francia que ya quiere dar vuelta la página de la derrota co­
lonial, mientras la nueva Argelia independiente privilegia ignorar sus
conclusiones sobre las posibles derivas hacia el socialismo autoritario y
sus propuestas políticas para una educación racional de la clase campe­
sina y proletaria. En el plano académico, queda relegada ante la oleada
universitaria dominante que -basada sobre la distorsión del principio
de "neutralidad axiológica" de Max Weber, quien abogaba por la nece­
sidad de neutralizar nuestros valores en el quehacer científico, lo que
no inhibe el compromiso social- 12 deslegitimaba el carácter científico
de una ciencia eminentemente política. En fin su carácter profunda­
mente innovador lo posiciona a contracorriente y a destiempo de las
perspectivas teóricas dominantes de ese entonces. La articulación de
diversas metodologías y problemáticas y la reflexividad constante del
proceso de investigación, así como la intención analítica y crítica, que
configuran El tksarraigo son claves en la revolución reflexiva emprendi­
da por Bourdieu y Sayad. Esa apuesta indisociablemente científica y po­
lítica renovó profundamente las miradas sobre las realidades sociales.

11 La colección "Documents" fue clave en la publicación de una serie de


textos que erigieron una denuncia fundamentada de la dominación
de Estado durante la guerra de Argelia.
12 Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 2012.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 15

RUPTUilAS DE UNA ANTROPOLOGfA POÚTICA

Una sociedad en mutación requería un estudio desde un saber en mo­


vimiento como clave para revelar mecanismos políticos obviados por las
ciencias sociales del momento. Dos rupturas epistemológicas son parti­
cularmente decisivas. Primero, aquella con las problemáticas y miradas
de la etnología colonial, que atribuían la situación de "subdesarrollo"
del pueblo argelino a su esencia cultural y hacían de esta el principio
de cualquier irracionalidad. Las conclusiones de Bourdieu y Sayad son
contundentes: resulta imposible abstraerse de la situación colonial -y,
por ende, política- que genera esa condición social de precariedad. 1 5
Los campos de concentración forman parte de esta "cirugía social" colo­
nialista que ha precipitado el proceso de descomposición y miseria de las
poblaciones rurales cortando sus ritmos temporales y espaciales de vida.
La segunda gran ruptura se produce con la "mirada distante" de
la antropología estructuralista y sus descripciones de reglas y compor­
tamientos estáticos de las sociedades "primitivas". 1 4 Para esto, la utili­
i.ación de las vivencias personales es determinante. Bourdieu y Sayad
adoptan una postura comparativa, confrontan sus propias experiencias
y encuestan a sus allegados, familiares y amigos. Así lo deja en claro el
siguiente extracto de una carta que Bourdieu dirige a Sayad luego de
terminar un escrito sobre las relaciones sociales y económicas basadas
sobre el honoren la sociedad cabilia: 1 5

Le hice leer el artículo sobre el honor a mi padre, quien tuvo


la reacción que yo esperaba: "Pero si aquí es igual". Y me citó
mil observaciones análogas (aptitudes para juego, el café, [ cul­
to del] secreto familiar, etc.). Yo creo que en Navidad podre­
mos hacer un buen trabajo. Será muy divertido y tendrás fi-

13 Bourdieu y Sayad se inspiran en el trabajo del antropólogo Georges


Balandier, quien reposiciona la dimensión política en el análisis col�
nial en su escrito "La situation coloniale: approche théorique", Cahiers
Intemationawc de Sociologie, vol. 1 1, 195 1, pp. 44-79.
14 Claude Lévi-Strauss, Tristes tropicos, Barcelona, Planeta, 20 12.
15 Pierre Bourdieu, "El sentido del honor", en Sociología de ATgfllia y
1m estudios de etnología Cabilia, Madrid, Centro de Investigaciones
Sociológicas, "Clásicos del pensamiento social", 2006, pp. 249-287.
16 EL DESARRAIGO

nalmente a tus "indígenas". Yo pienso terminar hoy el artículo


sobre el honor. Al menos en su estado actual (Pierre Bourdieu
a Abdelmalek Sayad, Denguin, Francia, invierno de 1959). 16

Resulta evidente señalar que las comparaciones aquí expuestas entre


el campesinado bearnés y la sociedad cabilia (los "indígenas", como
los designa Bourdieu, en alusión etnológica a los pobladores locales
e irónica a la designación oficial de los habitantes de las colonias de
"ultramar") invitan a estrechar vínculos entre ambos mundos. Esto es
determinante para romper con las miradas que solían distanciar las
sociedades con igual historia y temporalidad, las mismas que constitu­
yeron diferencias entre el mundo moderno (nosotros) y el "primitivo"
(los otros). 1 7 De este modo, la concepción de sociedades perpetuadas
en el tiempo se ve suplantada por la descripción de comunidades que
estaban ya en transformación. En otras palabras, se pasa de esboi.ar
las dinámicas de una población como una cuestión de aculturación a
identificarlas como un asunto de relación de dominación constante. 18
Estas experiencias etnográficas y comparativas representan el pilar
de lo que se constituirá como teuria de la práctica. 19 Bourdieu y Sayad
observan minuciosamente cómo los campesinos y obreros viven sus
desarraigos e interactúan en una economía asalariada. Ambos consta­
tan las dinámicas de este presente a dos velocidades: si bien la tarea de
cuidar del ganado o del cultivo en temporadas no productivas formaba
parte de la vida social que dignificaba al campesino, la nueva economía

16 Amín Pérez, RendTI! /,e social plw politique. . . , ob. cit., p. 1 22.
17 Un análisis sobre el pensamiento concomitante establecido entre
Cabilia y el Beame (Pierre Bourdieu, El bai/,e de los solteros, Barcelona,
Anagrama, 2004) , consta en Loic Wacquant, "Following Pierre
Bourdieu into the field", Ethnography, vol. 5, nº 4, 2004, pp. 387-414.
18 Estos trabajos de campo renovaron los primeros estudios de Pierre
Bourdieu, inspirados en los enfoques de la antropología cultural
estadounidense. Para un análisis en detalle de este proceso, véase
Enrique Martín Criado, "Las dos Argelias de Pierre Bourdieu", en
Pierre Bourdieu, Sociología de A�lia. . . , ob. cit., pp. 15-1 1 9.
19 Basta observar la constancia y la base empírica de esta conceptuali­
zación en los estudios posteriores de Bourdieu: Sociología de A,griia
y Tm estudios. . . , ob. ciL; Outline o/ a Th«try o/Practia, Cambridge,
Cambridge University Press, 1 977; El sentido práctico, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2007; La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 201 3.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 7

la califica como "tiempo muerto" y "desempleo"; las transacciones de


bienes y servicios basadas sobre el honor y el prestigio ceden al cálculo
de la rentabilidad entre el tiempo y el esfuerzo laboral; tener un salario
prima sobre los valores que instituían el orden jerárquico dentro del
espacio doméstico, e incluso acelera la ruptura de la indivisión fami­
liar; en fin, la abundancia y el consumo ostentoso rompen también
gradualmente con las lógicas de solidaridad que sustentaba la existen­
cia misma del grupo. 20 Fuera de su hábitat, en un estado de precariza­
ción social y espacial, pero sobre todo sin trabajo o en dificultades para
adaptarse al nuevo mercado, la población rural queda atrapada en un
día a día que le imposibilita vislumbrar (y prevenir) el futuro. Del estu­
dio de este proceso, matizado por la apropiación de una nueva cultura
y desapropiado de la que le pertenece, nace la teoría del habitus.
El interés de Bourdieu y Sayad es develar los determinantes que inci­
den en las representaciones y comportamientos de los grupos sociales
según las situaciones en que estén. Los dos investigadores revelan que
los individuos no son agentes plenamente libres de sus acciones ni si­
guen al pie de la letra las reglas de la sociedad: todos somos herederos
de una historia y no cesamos de apropiarnos de ella ni de reinterpre­
tarla cotidianamente. Estas reflexiones serán cruciales para trascender
la dicotomía entre el objetivismo estructuralista y el subjetivismo feno­
menológico; pero también para renovar los enfoques globales en tér­
minos de grupos culturales al sacar a la luz un análisis acabado sobre la
estratificación social y los mecanismos que participan de la reproduc­
ción de las desigualdades según las trayectorias y disposiciones sociales,
culturales, económicas y políticas de las poblaciones.

TRASCENDER LA DOMINACIÓN

Antes que suscitar una ambición puramente academicista, las circuns­


tancias políticas llamaban a contrarrestar los esquemas teóricos pre-

20 La lectura que Bourdieu y Sayad hacen de Max Weber es crucial


para comprender el aprendizaje de este nuevo espíritu capitalista y
18 EL DESARRAIGO

fabricados que trazaban un retrato simplista de la realidad argelina.


Precisamente estas razones forjan la innovación científica. Bourdieu
y Sayad se distancian de la etnología colonial no tanto por "colonialis­
ta", sino por su ineficacia para tratar los problemas de la actualidad.
Adoptan esa misma actitud ante las perspectivas de la antropología
cultural y algunos preceptos del estructuralismo, porque estos no se
corresponden con las complejidades y dinámicas confrontadas por las
poblaciones en ese entonces. Ambos construyen la sociología como el
Qtedio de comprensión indispensable para la liberación de una socie­
dad en transformación.2 1
A medida que llevan adelante el trabajo de campo, los jóvenes et­
nógrafos constatan que la independencia no necesariamente implica
emancipación. Sus aprensiones de ver a una élite reproducir el sistema
colonial sin colonia se van haciendo realidad. En estas circunstancias,
el objetivo no es liberar en clave subjetiva a los campesinos y obreros
de la coyuntura en que vivían, sino constituir un conocimiento que
suministre medios para cambiar el trasfondo de sus condiciones obje­
tivas, esas que sólo se pueden trascender si nos percatamos de cómo
irremediablemente somos copartícipes de la dominación.
No es casual que en plena guerra de descoloni7.ación Bourdieu y
Sayad busquen conocer los recursos de que dispone cada agente social
para desenvolverse según las situaciones. Confrontan las condiciones
de vida y las aspiraciones de los campesinos y obreros, para así restituir
la racionalidad de sus acciones en el campo económico, pero también
en el político. En la mira, las teorías desarrolladas en ese momento por
Jean-Paul Sartre y Frantz Fanon sobre el campesinado como única fuer­
za revolucionaria. 22 Para Bourdieu y Sayad no basta pensar que la efer­
vescencia de la revolución moverá a la gente. El punto es entender quié­
nes disponen de condiciones para proyectarse en un futuro "racional".

las tensiones suscitadas en esta transición. Véase Max Weber, La itica


fnoústa� y el espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 20 13.
21 Sobre el carácter indisociablemente político y científico de la obra
de Bourdieu, véase Franck Poupeau y Thierry Discepolo, "Textos y
contextos de un modo específico de compromiso político", en Pierre
Bourdieu, Intervenciones políticas. Un sociólogo m la barricada, Buenos
Aires, Siglo XXI, 20 15, pp. 17-3 1.
22 Frantz Fanon, Los cmwmadm de la tinm, México, FCE, 2009.
LA LIBERACIÓN DEL CONOCIMIENTO 1 9

Las investigaciones permiten una mirada informada sobre estas


aspiraciones posibles de los argelinos. El pueblo de origen de Sayacl
-Aghbala, situado en la Pequeña Cabilia y con un amplio historial
revolucionario contra la colonil.ación, así como de emigración hacia
Francia- será uno de los puntos privilegiados de estudio. De ahí sale a
relucir cómo, en un estado de crisis, la necesidad del presente prima so­
bre cualquier previsión a largo plazo, sobre todo para aquellos campe­
sinos y obreros agrícolas que disponen de pocos medios para adaptarse
al mundo urbano y se ven obligados a empleos precarios e instables.
De igual modo, los investigadores constatan que los nuevos modos de
consumo de la vida citadina son distintos según la estabilidad y la po­
sición profesional; a modo de ejemplo, véase cómo aquellas categorías
familiarizadas con la economía monetaria son las más propensas a des­
envolverse en distintas situaciones de economía tradicional tanto como
en la moderna. Tanto es así que el retomo de los emigrantes no sólo
transforma los comportamientos del campesino, sino que se constituye
por igual en el medio para perpetuar el orden social tradicional, en una
experiencia de desdoblamiento que da la clave para escapar a las con­
tradicciones de dos mundos opuestos y proyectar un mejor porvenir.
Este último aspecto constituye un aporte decisivo en la comprensión
de las estrategias y los juegos posibles de las categorías sociales domi­
nadas. Bourdieu y Sayad no limitan sus análisis al cotidiano turbio de
una situación de guerra y precarización económica: el gran valor de El
desarraigo reside también en la restitución de los márgenes de manio­
bra y las modalidades que adopta la solidaridad en dichos contextos.
En este libro se develan las nuevas formas de ayuda mutua que surgen
del sentimiento de vivir las mismas condiciones de miseria y que per­
miten sobrellevar los desafios de la cotidianidad. Eso es posible a causa
de la mirada profunda con la que Bourdieu y Sayad examinan esta
sociedad. A diferencia de grandes etnólogos que estudiaron las socia­
bilidades en sociedades precapitalistas,25 ellos observan el proceso de
transición hacia una economía capitalista. Este caso inédito les permite
no sólo identificar cómo es otro mundo, sino también comprender

23 A modo de ejemplo, véase el riguroso estudio de Pierre Clastres, La


sociedad contra el Estado, Barcelona, Virus, 2014.
20 EL DESARRAIGO

cómo otras formas de organii.ación social e intercambios posibles resis­


ten a un nuevo modelo económico dominante.

•••
Estamos frente a una obra revolucionaria en términos científicos y
profundamente política. El desarraigo renueva la práctica de las cien­
cias sociales y rompe con esquemas disciplinarios que dividían nues­
tros comportamientos y representaciones entre emología del Tercer
Mundo y sociología de Occidente. Su carácter interdisciplinario y re­
flexivo hicieron de aquello más evidente el objeto mismo de la ciencia,
al develar las fuerzas que inciden en las conductas y estructuran las
desigualdades sociales. Gana vigor gracias al conjunto de investigacio­
nes utilii.adas, las distintas problemáticas abordadas, la articulación et­
nográfica y estadística y su perspectiva comparativa; también gracias a
la convicción que sostienen los autores sobre el valor de este trabajo.
Bourdieu y Sayad erigen la sociología como un aporte político a la so­
ciedad. Esto explica por qué ambos siguieron trabajando los procesos
de dominación en la poscolonialidad tanto en el campo de la educa­
ción y la cultura como en el migratorio, dos caminos que se deben a
un mismo principio: la constitución del conocimiento como medio de
acción para cambiar la realidad social.
Iberoamérica cuenta ahora con la reedición ampliada de una de
las obras más importantes del patrimonio de las ciencias sociales. El.
dnarraigo no sólo marca un hito en la innovación teórica y empírica.
Sus reflexiones la convierten en indispensable para la historia pasada y
presente de nuestra región. Aportan a la comprensión de las dinámicas
que inciden en los desplai.amientos de poblaciones hacia campos de
concentración, de refugiados o zonas de tránsito. También contribuye
a pensar las fronteras sociales que se tejen y afianzan incluso dentro de
nuestras sociedades, esas que marcan el cotidiano de hombres y muje­
res que habitan entre la esperani.a de mejorar sus condiciones y salir
del callejón sin salida donde los dejan las reglas y los efectos del orden
neoliberal. Este libro propone una nueva manera de pensar estas con­
tradicciones para así poder trascenderlas.

París, diciembre de 2016


A Ilénine Moula
Agradecemos a los señores Alain Accardo, Mohamed Azi.
Salab Budemagh, Raymond Cipolin, Mohamed Derruiche,
Samuel Guedj, Mahfud Nechem, Ahmed Titah y Ali Trad
su inapreciable participación en la realización de las en­
cuestas llevadas a cabo en el marco de la ARDES en 1960.
Vaya también nuestro agradecimiento al Centre de Socio­
logie Européenne de l'ltcole des Hautes lttudes, que nos
ha proporcionado los medios necesarios para el tratamiento
de los materiales recogidos y al Laboratoire de Cartogra­
phie de l'École Pratique des Hautes Études.
«Dios entregó al cuervo, que en aquel entonces
era blanco, dos sacos : uno repleto de oro y el
otro lleno de piojos.
El cuervo dio el oro a los franceses y los pio­
jos a los argelinos.
Fue entonces cuando se volvió negro.1
(Tradición oral recogida en La Arba)
INTRODUCCION

Los estragos ocasionados por los reagrupamientos de


población son, sin duda, los más profundos y de mayores
consecuencias a largo plazo de cuantos ha sufrido la socie­
dad rural argelina entre 1955 y 1962. Estos desplazamientos,
en su primera fase, estuvieron ligados a la instauración de
«zonas prohibidas». Entre 1954 y 1957 muchos campesi­
nos fueron pura y simplemente expulsados de sus pueblos :
solamente a partir de 1957, y en ciertas regiones -como el
Norte de Constantina-, la política de reagrupamiento em­
pezó a adquirir un carácter metódico y sistemático. Según
las instrucciones oficiales, el objetivo primordial de las zo­
nas prohibidas era «evacuar un país incontrolado y sustraer
la población a la influencia rebelde» ; el reagrupamiento
masivo de la población en centros situados cerca de los
puestos militares permitiría al ejército ejercer sobre ella
un control directo. e impedirle que informase, guiase, apro­
visionase y albergase a los soldados de la ALN (*) ; al mis­
mo tiempo debía facilitar las operaciones de represión, ya
que de este modo se podía considerar «rebelde» a cualquier
persona que permaneciese en las zonas prohibidas. En la
práctica, siempre fue necesario emplear la fuerza para efec-
1 ") Ejército de Libernción Nacional < N. del T.)
28 EL DESARRAIGO

tuar esta evacuación. En un princ1p10, y al menos en la


región de Collo, parece ser que el ejército aplicó de forma
sistemática la política de tierra quemada ; se echó mano
de todos los medios para obligar a los campesinos a aban­
donar sus tierras y casas. No falta ron los incendios de bos­
ques ni la aniquilación de las reservas alimenticias y de
ganado ( 1 ).
A pesar de todo, la población oponía una resistencia fe­
roz (2). «Muchos (. . . ) preferían el riesgo de una muerte
violenta al hacinamiento, la suj eción o la muerte lenta en
las chozas de paj a, las tiendas y las bidonvilles del reagru­
pamiento ( . . . ). Estas muj eres, detenidas por las razzias y
cuyos mechtas habían sido casi totalmente destruidos, se
habían visto obligadas a trasladarse cuatro o cinco veces
al poblado del distrito, pero siempre regresaban a su
aduar» (3).
En esta primera fase, el ejército, cuyos objetivos eran
puramente estratégicos, parece que se preocupó solamente
de evacuar a los habitantes de las zonas que le resultaba
difícil controlar, sin ocuparse excesivamente de ellos y sin
la menor intención de organizar su instalación y, en con­
secuencia, toda su existencia. Los campesinos arrancados
de su residencia habitual fueron trasladados a centros des­
mesuradamente grandes y cuya localización respondía la
mayoría de las veces a razones puramente militares ; es
sobradamente conocida la miseria material y moral que
padecieron los habitantes de estos reagrupamientos primi­
tivos, como Tamalus, Om-Tub o Bessomburg en la región
de Collo (4). Estas acciones se llevaron a cabo sin ningún
plan ni método. Sería inútil buscar algún orden en el tor­
bellino de desplazamientos anárquicos provocados por la
acción represiva (5).
Los «reagrupados» se encontraban en situación de de­
pendencia absoluta con respecto a la S.A.S. En consecuen­
cia, el ejército, bajo la presión de una situación que él
mismo había creado, hubo de preocuparse de las condicio­
nes de vida de unas gentes que hasta entonces tan sólo
pretendía neutralizar y controlar. Se inició, pues, una
política de «desagrupación» y «separación». Al parecer, sólo
muy tardíamente dejó la reagrupación de ser una conse­
cuencia pura y simple de la evacuación, para convertirse
en fuente inmediata de preocupaciones e incluso, progre-
INTRODUCCIÓN 29

siv am en te, en el centro de una política sistemáticamente


ela bor ada y realizada. A pesar de la prohibición decretada
a p rinc ipios de 1959, de proceder a desplazamientos de po­
bla ció n sin autorización de las autoridades civiles, los re­
ag rupamientos se multiplican : en 1960 el número de arge­
linos reagrupados se elevaba a 2.157.000, es decir, una
c u a r ta parte de la población total. Si, además, se tiene en
cuenta el éxodo hacia las ciudades, puede estimarse que
como mínimo tres millones de personas se encontraban le­
j os de su residencia habitual en 1960. lo que representa la
mitad de la población rural. Este desplazamiento de pobla­
ción es uno de los más brutales que registra la historia.

( 1 ) Por supuesto, hubiésemos necesitado demasiado tiempo


para derribar los mechtas «prohibidos» del sector. pero finalmente
conseguimos realizar un buen trabajo en un á rea de cuatro o cinco
kilómetros cuadrados. En primer lugar, algunos hombres se subían
a los tejados y arrojaban las tejan a tierra. mientras otros se dedi­
caban a romper los pucheros. ja rras y las tejas aún enteras < . . .>. A l
acabar el día y a dominábamos a la perfección esta técnica, un tan­
to lenta al p rincipio ; amontonábamos en las casas las reservas de
madera y ramas y les prendíamos fuego : generalmente las vigas no
resistían y las techumbres se derrumbaban con bastante rapidez ;
luego terminábamos la operación con un ¡¡arrote» (J. P. Talbo-Ber­
n igaud. Les zones interdites. Les Temps mod.ern es, dic. 1960-enero
1 96 1 , p. 719).
(2> Según un documento oficial referente a la región de Cono;
fechado en noviembre de 1 959 : «A pesa r de las prohibiciones, un
80 % de la población ha permanecido en sus residencias tradicio­
nales < . . . >. Se ha logrado concentrar una peQueña pa rte de los habi­
tantes en Kanua, Bessomburg, Ai'.n-Kechera, Budukha . Om-Tub y
Tamalus. Más tarde algunos habitantes de los adua res de Taabna ,
A'in Tabia y Demnia se concentraron vol untariamente en Budukha,
Kanua y, sobre todo, Tamalus. En 1959, se habían reagrupado
29.675 personas. esto es, el 29 % de la población total Los H.L.L.
( « fuera de la ley»> ejercen de hecho un control total en las zonas
p rohibidas donde las tropas. faltas de efectivos, no se aventuran
sino raramente, en especial a partir de 1958. La población cultiva
huertas y pequeñas parcelas, especialmente en Ued Zhur ; si se
aproximan fuerzas militares. abandonan l os zri bat y se esconden
en las montañas».
(3) J. P. Talbo-Bernigaud, loe. cit., p. 711.
(4) La situación de los rea grupados durante los años 1958 y
1 959, semejante a la de los campos de concentración, ha sido des­
c r ita en diversos artículos y en particular en el informe de monse­
ñor Rhodain < Témoign ages et Documen ts, n. 0 12, mayo ·de 1959). En
la obra del Sr. P. Vidal-Naquet, < La Raison d'Etat, Ed, de Minuit,
1 96 1 ) puede encontra rse una amplin reseña de los principales ar-
!}O EL DESARRAIGO

ticulos que, en aquella época. expusieron el problema de los reagru­


pamientos a la opinión públ ica francesa ( pp. 204-234).
(5) El informe de l a oficina de ordenación rural de la prefec­
tura de Orleánsville, publicado en 196 1 . indicaba que 1 85.000 «reagru­
pados» del departamento, es decir, el 60 % del total , debian ser
devueltos a sus residencias habituales, debido al bajísimo nivel de
vida y a las desa strosas condiciones higiénicas a aue estaban so­
metidos.
CAPÍTULO PRIMERO

LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACION


Y LA LOGICA DEL CO LONIALISMO

«Lo esencial, en efecto. es agrupar a este pue­


blo que está en todas partes y que no está en
ninguna : lo esencial es hacérnoslo aprehendible.
Cuando lo tengamos cogido, podremos hacer mu­
chas cosas que nos son imposibles en la ac­
tualidad y que, tal vez, nos permitirán apropiar­
nos de su espíritu tras habernos apropiado de
su cuerpo.»
Capitán Charles Richard,
Etude sur l'insurrection du Dahra ( 1 845-1 846).
«Soy lorenés. Me gustan las líneas rectas. Aquí,
la gente está reñida con la línea recta.,
(Un teniente de Kerkera, 1 960)

De todas las medidas económicas y sociales adoptadas


en el marco de la «pacificación», el reagrupamiento de la
población rural es, sin duda, la que más claramente res-
32 EL DESARRAIGO

ponde a la línea de las grandes leyes agrarias del siglo x1x,


principalmente el Acantonamiento ( 1856-1857), el senado­
consulto de 1863 y la Ley Warnier de 1873. Lo que atrae
poderosamente la atención es el hecho de que, colocados
con un siglo de intervalo ante situaciones idénticas, los fun­
cionarios encargados de la aplicación del senadoconsulto y
los oficiales responsables de los reagrupami entos han re­
currido a medidas semej antes.

Reagrupamientos y leyes agrarias ¡,: -


La política agraria que tuvo como finalidad transformar
la propiedad indivisa en bienes individuales, contribuyó efi­
cazmente a disgregar las unidades sociales tradicionales al
romper un equilibrio económico cuya mejor protección era
la propiedad tribal o de clan, al mismo ti empo que facili­
tó la apropiación de las mejores tierras por los colonos
europeos mediante el procedimiento de las subastas y las
ventas inconsideradas. Y ello independientemente del he­
cho de que se autocalificase cínicamente como «máquina
de guerra» (1), capaz de «desorganizar la tribu», principal
obstáculo a la «pacificación» o de que pretendiese reves­
tirse de una ideología asimilacionista más generosa en in­
tención. Las grandes leyes agrarias tenían como objetivo
manifiesto establecer condiciones favorables para el des­
arrollo de una economía moderna fundada en la empresa
privada y en la propiedad individual, suponiéndose que la
integración j urídica era la base indispensable para la trans­
formación económica. Pero el verdadero objetivo de esta
política era otro. Se trataba, a un primer nivel, de favo­
recer la expropiación de los argelinos dotando a los colonos
de medios de apropiación legales en apariencia, es decir,
instaurando un sistema jurídico que suponía una actitud
económica, y más precisamente, una actitud con respecto a
la época totalmente extraña al espíritu de la sociedad cam­
pesina. A un segundo nivel, la disgregación de las unida­
des tradicionales (la tribu, por ejemplo), que habían sido
el alma de la resistencia contra la colonización, debía de
ser una consecuencia natural de la destrucción de las bases
económicas de su integración. Y efectivamente, así suce­
dió : el año 1875 señala el fin de las grandes insurrecciones
tribales (2).
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 3 3

Camp esinos sin tieTra.

Los campesinos argelinos se han visto sumergidos en un


movimiento catastrófico baj o la influencia combinada de
diversos factores, entre los que destacan la apropiación por
los colonos franceses de buena parte de sus tierras, la pre­
si ón demográfica y el paso de una economía de trueque a
una economía de mercado. El censo agrícola de 1950-1951
indica que 438.483 explotaciones agrícolas poseídas por ar­
gelinos, esto es el 69 % del total, tenían una extensión in­
ferior a diez hectáreas y ocupaban una superficie de
1 .378.464 hectáreas, o sea, el 18,8 % del total, siendo la su­
perficie media de las propiedades de 3,1 hectáreas (4,7 en
1940), extensión ésta muy inferior al mínimo indispensable
para el mantenimiento de una familia campesina. Entre
1940 y 1950, el número de propietarios de explotaciones de
menos de diez hectáreas aumentó en 50.000, esto es, en un
12 %, en tanto que la superficie total disminuyó en 471.000
hectárea. Pero, a un nivel más profundo, puede afirmarse
que la estructura de la sociedad rural ha sufrido un cambio
decisivo en los últimos treinta años : entre 1930 y 1954, el
número de propietarios de tierras disminuyó en un 20 % ,
en tanto que e l d e obreros agrícolas, fijos o estacionales,
aumentaba en un 29 % .
A consecuencia d e l a pérdida d e l a propiedad territo­
ri al y de la proletarización, se han abandonado numerosas
tradiciones agrícolas. De este modo, por ej emplo, la escasez
de tierras y la presión demográfica, que hacen ineludible
aumentar a cualquier precio la producción, han obligado a
numerosos fellah'in a dej ar de practicar la vieja rotación
bienal : en 1950-1951 los barbechos sólo representaban el
62 ,7 % de la sementera. No obstante, esta rotación bienal
adquiere mayor extensión conforme aumenta el tamaño de
las fincas, lo cual constituye una prueba de que su aban­
dono es una innovación forzada y no resultado de un cam­
bio de la actitud económica. Lo mismo puede decirse de la
extensión de los sembrados a expensas de la ganadería, que
v iene determinada por el deseo de la máxima seguridad.
«Varios factores influyen sobre el cultivo -escribe el ad­
min istrador del municipio · mixto de Chellala- : la irregu­
lar i dad de las lluvias, las heladas de primavera y la natu-
34 EL DESARRAIGO

raleza rocosa de las tierras. Es penoso constatar que cada


año gana importantes extensiones a costa de la ganadería,
a pesar de que esta actividad es más rentable. El cultivo
de cereales no compensa suficientemente. Aunque exige
pocos gastos, apenas si permite al fellah obtener una parte
del trigo y la cebada que necesita para su consumo. Pero
le mantiene en un estado de hipnopsia del que es necesario
liberarlo» (3). Esta misma obsesión alucinada, que deter­
mina conductas impacientes e irritadas, se descubre entre
los fellah'in (campesinos) que dej an de practicar el bar­
becho y entre los que cultivan los pastos. Es evidente que
el cultivo de cereales no es remunerador. Pero hay que
preguntarse si el obj etivo que persigue es la producción
con miras a la venta en el mercado. En realidad, la verda­
dera meta de estos campesinos es la obtención, al menor
precio, y con la mayor brevedad, del alimento imprescin­
dible para mantener y alimentar a sus familias. En conse­
cuencia, sacrifican sin vacilar el futuro de la producción,
futuro incierto e imposible de controlar, al por-venir del
consumo, inminente y urgente (4).
Fácilmente se comprenderá por qué los rendimientos
permanecen a un nivel tan bajo (4,65 quintales por hectá­
rea en 1955) si se tiene en cuenta que no se introduce nin­
guna mejora con vistas a compensar el empobrecimiento
del suelo, ocasionado por una explotación más intensiva y
que la presión de la necesidad obliga a cultivar tierras en
extremo mediocres. El cultivo de tierras que en otros tiem­
pos estaban ocupadas por baldíos y bosques, no ha hecho
sino acelerar la erosión : entre 1940 y 1954, la superficie cul­
tivada por los argelinos ha disminuido en 321.000 hectáreas
sin que la propiedad de los colonos europeos haya aumen­
tado paralelamente. Existen pocas posibilidades de que tal
extensión haya sido devuelta al baldío, dada el hambre de
tierras que padecen los fellah'in. Más bien es necesario
creer que han sido destruidas por la erosión que aniquila
cada año varias decenas de millares de hectáreas (5).
El hecho de que los pequeños propietarios siembren sus
campos sin interrupción hasta casi agotarlos, que el trigo
duro y la cebada, indispensables para la elaboración del
alcuzcuz y la galleta, ocupen el 87 % de las tierras de los
pequeños agricultores, que casi todos los fellah'in se de­
diquen al cultivo de los cereales, que la parte dej ada a los
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 35

re b año s, muy escasa en las pequeñas oropiedades, crezca


para lelamente a la superficie total de la propiedad, consti­
tuye un claro indicio de que la actividad agrícola no tiene
ni sabría tener otra finalidad que la satisfacción de las ne­
cesidades más perentorias, ya que la intensificación de la
explotación del suelo no debe atribuirse al deseo de aumen­
t ar la productividad. sino a la presión de la necesidad. Más
a ú n. si la asociación cereales-ganadería se mantiene con
i ndependencia de la dimensión de la propiedad -si bien
l os propietarios de fincas de más de cien hectáreas cultivan
los cereales mediante el sistema de año y vez y sólo prac­
t ican la ganadería extensiva-, si el policultivo domina
exclusivamente en las explotaciones de menos de una hec­
t área, si la rentabilidad directa disminuye paralelamente
al tamaño de la explotación, si la agricultura argelina, que
dispone de superficies tres veces superiores a la europea.
emplea menos asalariados permanentes (2.4 veces menos)
y estacionales 1,2 veces menos) y recurre al khammessat
-tipo de asociación característico de la economía y de la
mentalidad pre-capitalistas (6)-, es porque la actividad
económica está en todas las ocasiones dirigida hacia la sub­
si stencia y no hacia la productividad, ya que la mayor par­
te de las veces las innovaciones no son otra cosa que vio­
laciones de las normas tradicionales impuestas por la
miseria. El f ellah' se encierra más estrechamente en con­
d uctas que se inspiran en la persecución de la mayor se­
_q uridad, en la medida en que el futuro se le presenta car­
gado de mayores incertidumbres. Cuanto más se le escapa
su propio presente, más se repliega sobre sí mismo, sa­
crificando toda actividad que implique la consideración de
un futuro a largo plazo. a la búsqueda de la satisfacción
d irecta de las necesidades inmediatas. El grado de previ­
sión que exigían las conductas tradicionales ha dej ado de
existir para los más pobres. En cuanto han sido rotos los
eq ui librios tradicionales, ha desaparecido, j unto a las segu­
ri dades mínimas que lo hacían posible. todo esfuerzo por
prevenirse de los riesgos que pueda implicar el porvenir.
Al adquirir conciencia de que le es totalmente imposible
re staurar tales eq uilibrios, el fellah' se resigna a vivir al
día recurriendo al crédito y completando la renta que le
produce la tierra con los jornales ganados trabaj ando !ll­
gunos días en las propiedades de los colonos. Esta impre-
36 EL DESARRAIGO

vi sión forzada es la expres1on de una desconfianza total


en el futuro que condena a las masas campesinas argelinas
a un abandono fatalista.

El tradicionalismo de la desesperación.

Este tradicionalismo patológico se opone a la prev1s1on


de la vieja sociedad rural que, mediante los sistemas tra­
dicionales, aseguraba la máxima previsión posible dentro
de los estrechos límites marcados por la escasez de los me­
dios de producción y la incertidumbre de las condiciones
naturales. Por otra parte, y especialmente en las regiones
de colonización intensa, casi siempre se asocia al conoci­
miento y al reconocimiento de la superioridad de los mé­
todos de explotación racional uti lizados por el colono. Si
los fellah'in siguen utilizando el arado sin juego delantero,
a pesar de conocer la eficacia de los tipos más evoluciona­
dos y de los tractores, si producen con vistas al consumo
familiar en lugar de hacerlo para el mercado, si reducen
la inversión al mínimo y se conforman con obtener pro­
ductos mediocres y si no emplean abonos ni modifican en
lo más mínimo los sistemas de cultivo, no es siempre a
causa del viejo tradicionalismo que ha sido ya a menudo
herido por la miseria. Si no realizan mejoras a largo plazo.
como los bancales para la conservación y reparación del
suelo, no es siempre porque no quieran sacrificar un ma­
ñana tangible a un futuro imaginario, sino, sobre todo, por­
que no tienen medios suficientes para esperar. Por mu­
cho que reconozcan de buen grado, a un nivel abstracto e
idea l, la mayor eficacia de las técnicas empleadas por el
colono y la rentabilidad superior de los cultivos de mer­
cado, están obligados a ceñirse a las normas tradicionales
de comportamiento. porque este tipo de explotación requie­
re abundantes medios técnicos y financieros, porque no han
asegurado suficientemente su subsistencia como para poder
l anzarse a la búsqueda del beneficio. porque la producción
de mercado se les aparece como una apuesta demasiado
arriesgada, en tanto las necesidades del grupo no estén to­
talmente satisfechas. «Los colonos -dice un fellah' de la
región de Camot- pueden producir para el mercado por­
que tienen asegurado el consumo. Pueden dedicarse a lo
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 3 7

s u p e rfluo porque poseen ya lo esencial o porque tienen la


ce rte za de que no les ha de faltar». De este modo el tradi­
ci on alismo ancestral que convenía a una sociedad fuer­
te men te integrada que reposaba en una economía relativa­
m ente equilibrada, ha sido sustituido por el trac!icionalismo
de la desesperación, unido inseparablemente a una econo­
mía de supervivencia y a una sociedad disgregada y a '1a
medida de unos sub-proletarios encadenados a un pasado
que saben muerto y enterrado.
Teniendo como única esperanza cosechar lo indispensa­
ble para vivir, a los más miserables sólo les queda una
ele cción entre este fatalismo de los desesperados -que
nada tiene que ver con el Islam- y la emigración obliga­
da a las ciudades o a Francia. Este exilio forzado, más que
el resultado de una decisión libre basada en el deseo de
instalarse realmente en las ciudades es, en la inmensa ma­
yoría de los casos, el final ineludible de una larga serie
de renuncias y derrotas : una mala cosecha, y hay que ven­
der el asno o los bueyes ; se piden préstamos a intereses
exorbitantes, para equilibrar el balance o para comprar si­
miente ; en fin, tras haber agotado todos los recursos no
puede decirse que estos campesinos emigren : más bien, son
desahuciados de sus residencias ancestrales. O en otro caso,
cansados de trabajar agotadoramente para seguir malvi­
viendo, marchan a la aventura dejando la tierra a un kham­
mes (7). En cualquiera de estos casos, la emigración hacia
la ciudad es una especie de huida forzada por la miseria.
Los más ricos, los que disponen de algunos ahorros, esperan
instalarse como comerciantes en la pequeña ciudad vecina
que acostumbran a frecuentar en los días de mercado. Efec­
tivamente, el comercio, junto al artesanado tradicional, es
el único tipo de actividad que se adecua a los propietarios
agrícolas que quieren evitar descender en la jerarquía so­
cial, particularmente cuando permanecen en su región,
donde conocen a todo el mundo (8). Por su parte, los pe­
q u eños propietarios que han tenido q ue vender sus tierras,
los viejos khammes o los obreros agrícolas, que carecen en
absoluto de preparación para la vida urbana y de las ac­
ti tudes y aptitudes necesarias para adaptarse a ella, sólo
Plleden aspirar a ser jornaleros, pequeños vendedores am­
bulantes o, en numerosos casos, parados que esperan su
«paraíso» : el empleo permanente.
38 EL DESARRAIGO

La guerra, y especialmente los reagrupamientos, no han


hecho sino acelerar el proceso de pauperización de las ma­
sas rurales ; en 1954 existían unos 560.000 no-asalariados,
propietarios, khammes y aparceros, mientras que en 1960
esta cifra se había reducido a 373.000, lo que significa una
pérdida del 33 % ; a su vez, el número de asalariados, obre­
ros agrícolas permanentes y estacionales, caía a 421.000, lo
que significa una disminución del 28 % (9). Sin duda, una
parte de estas diferencias se debe al hecho de que un buen
número de quienes en 1954 se consideraban cultivadores u
obreros agrícolas se han declarado parados en 1960, ya sea
porque hayan perdido su empleo, total o parcialmente, ya
porque hayan adoptado una actitud nueva con respecto a
sus ocupaciones. Pero. en cualquier caso, los reagrupamien­
tos han acelerado el éxodo hacia las ciudades de gentes que
ya no tenían nada que perder, al acabar de destruir un
equilibrio económico precario, romper los ritmos tempora­
les y espaciales que constituían los pilares de toda la exis­
tencia social y fraccionar las unidades sociales tradiciona­
les. Entre 1954 y 1960, la población global de las ciudades
y de las villas ha aumentado en un 67 % en el departa­
mento de Argel, el 63 % en el de Constantina y el 48 %
en el de Orán. La amplitud de este crecimiento está en
función de la existencia de ciudades dotadas, tradicional­
mente, de un fuerte poder de atracción, como Argel, y,
sobre todo, de la importancia del movimiento de agrupa­
ción en la región considerada.
Así, este flujo migratorio hacia las ciudades, que ha
sido notablemente impulsado por la implantación de re­
agrupamientos, se ha visto acelerado por la urbanización,
que incluso cuando se da con carácter temporal, determina
transformaciones irreversibles de la actitud económica, al
mismo tiempo que acelera el «efecto demostración» (10) ;
el contacto con la sociedad urbana ha desarrollado la con­
ciencia de las disparidades (en continuo crecimiento) exis­
tentes entre el nivel de vida de las ciudades y el de las
regiones rurales acuciadas por la subalimentación y pobres
en asistencia médica y equipo escolar. Todos los campesi­
nos que han pasado una temporada en una ciudad, han po­
dido experimentar de una manera concreta aquello que la
estadí stica afirma en un plano abstracto y objetivo ; esto es.
que las ciudades, y especialmente �as mayores, ofrecen más
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN �9

;i rn pl i as perspectivas de obtener un empleo asalariado, es


d e ci r. un verdadero trabajo, por oposición a la agricultura
q u e, a l no producir (o hacerlo en pequeña proporción) ren­
ta s mo netarias, aparece al mismo tiempo como mera ocu­
pa ción ; que aseguran salarios más regulares y elevados
( sob re todo las de mayor tamaño, en las que se concentran
las grandes empresas modernas) ; en una palabra, que pro­
cu ran un nivel de vida más confortable, ya que el consumo
urbano es mucho más elevado que el rural. Así, por ej em­
plo, el consumo de los comerciantes de los municipios ur­
banos (que son los que están más cercanos a los rurales)
es de 96,45 F por persona y mes, mientras que, en los mu­
nicipios rurales, sólo se eleva a 65,97 F ( 1 1 ). De este modo,
tanto en forma indirecta -acelerando el éxodo rural y fa­
voreciendo la difusión de los modelos urbanos- como in­
d i recta -arrancando a los campesinos de sus formas de
vida habituales y determinando una ruptura decisiva con
las rutinas tradicionales-, los reagrupamientos han ace­
lerado el proceso de abandono de las ocupaciones agrícolas
:va iniciado.

Desestimación y errores.

La guerra y la represión han terminado el proceso mi­


ci ado por la política colonial y la generalización de los
cambios monetarios. Las regiones que han sufrido en ma­
yor grado las consecuencias de esta acción, son las que
habían sido relativamente respetadas hasta entonces por­
que habían permanecido resguardadas de las empresas de
colonización. Efectivamente, las regiones montañosas han
servido de refugio a pequeñas comunidades rurales reple­
gadas sobre sí mismas y obstinadamente fieles a sus tra­
diciones, que habían podido salvaguardar los rasgos esen­
ci ales de una cultura de la que, de ahora en adelante, sólo
se podrá hablar en pasado. De este modo fue en las Kaby­
lias. Aures, las Nemencha. Bibans, Hodna, Atlas Medio y
la Cadena del Titteri y Uarsenis, donde la cultura tradicio­
nal se había mantenido relativamente intacta, a pesar de
los embargos y secuestros que seguían a las insurrecciones,
de la creación de nuevas unidades administrativas, de tan­
tas otras medidas e incluso de las transformaciones provo­
ca das por el simple contagio cultural ( 12). En 1 960, práctica-
40 EL DESARRAIGO

mente todos los habitantes de las zonas montañosas -de


las que se había adueñado más rápida y sólidamente el
Ejército de Liberación Nacional- y de las zonas fronteri­
zas habían sido evacuados y reinstalados en los llanos que
se extienden al pie de las montañas o habían emigrado a
las ciudades.
Parece como si todo hubiese estado preparado para que
esta guerra proporcionase la ocasión de Hevar hasta sus
últimas consecuencias la intención oculta de la política co­
lonial, intención profundamente contradictoria : desintegrar
o integrar, desintegrar para integrar o integrar para desin­
tegrar : la política colonial ha oscilado siempre entre estos
polos opuestos, sin que se haya aplicado nunca clara y sis­
temáticamente una elección cualquiera, de modo que dis­
tintos responsables podían estar animados en un mismo
momento por intenciones contradictorias, y lo mismo un
único responsable en momentos distintos. Efectivamente,
la voluntad de destruir las estructuras específicas de la
sociedad argelina ha podido encontrar su inspiración en
ideologías opuestas : una, dominada exclusivamente por
consideraciones acerca de los intereses de los colonizado­
res y por preocupaciones estratégicas, tácticas o de prose­
litismo, y que a menudo se ha expresado con cinismo ; otra,
asimilacionista o integracionista, que sólo en apariencia es
más generosa.
Para algunos responsables, dominados primordialmente
por la :preocupación de «conquistar a las poblaciones», el
papel del ejército estaba definido por el «tríptico : prote­
ger, comprometer, controlar». «Y -escribe Alain Jacob­
proteger es, ante todo, reagrupar». En cada reagrupamien­
to una «célula militar», compuesta por un soldado por cada
treinta o cincuenta personas, asegura la protección, censa
a los habitantes, llena las fichas y procede a frecuentes in­
terrogatorios. El compromiso depende de la «estructuración»
de la población, lo que supone disponer de responsables
formados en centros especiales ( . . . ). En fin ( . . . ), sólo un
control total y permanente permite que estos métodos rin­
dan todos sus frutos (13). Algunos «teóricos» de la acción
psicológica han ido aún más lejos, concibiendo la desestruc­
tuTación sistemática y provocada, como el medio para aca­
bar con toda clase de resistencia.
En oposición a esta ideología dominada por considera-
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 4 1

don es d e índole estratégica y táctica, existe una ideología


h umani taria que se encarna en el oficial S.A.S., según lo
pre sen ta la imaginería oficial, que es a la vez construc­
to r, m aestro, alcalde y en ocasiones médico : de acuerdo
co n e lla, el objetivo último de la instalación en pueblos
pr ovi stos de los medios necesarios para la vida colectiva y
situa dos en las proximidades de las grandes vías de co­
mu nicación de las poblaciones que hasta entonces vivían
en una habitat disberso o en regiones apartadas y que, en
consecuencia, resultaba muy difícil y costoso asistir médi­
camente, y dotar de escuelas y administración, no era otro
que desencadenar una «evolución acelerada». En una pa­
labra, los reagrupamientos, que, en un principio, fueron con­
siderados como un medio de «controlar» la población si­
tuándola en las proximidades de alguna guarnición. fue­
ron poco a poco presentados por alguno·s como un «factor
de emancipación». Esta confusión de fines era autorizada
y fomentada por la convicción de que la mejor técnica para
acabar con la resistencia que oponía esta sociedad, era ha­
cer pedazos sus estructuras (14).
Y, de hecho, independientemente de cuál fuera la inten­
ción de los individuos, esta acción «humanitaria» continua­
ba siendo objetivamente un arma de guerra orientada ha­
cia el control de la población.
No es sorprendente que el colonialismo haya encontrado
su último refugio en una ideología integracionista : efec­
tivamente, el conservadurismo segregacionista y el asimi­
lacionismo sólo se oponen en apariencia. En el primer caso,
se invocan las diferencias de hecho, para negar la igualdad
j urídica ; en el segundo. se niegan las diferencias de hecho en
nombre de la identidad de derecho. Es decir, o se conside­
ra seres humanos tan sólo a los franceses virtuales. o bien
se rehusa tal reconocimiento invocando la originalidad de
la civilización mogrebí, originalidad revestida exclusiva­
mente de caracteres negativos.
Los políticos o los responsables administrativos y mili­
ta res, prisioneros de los intereses de la colonización -o de
lo que Ruth Benedict llama «la universalidad maciza de
la civilización occidental»- son incapaces de concebir ma­
yor generosidad que la de conceder a los argelinos el dere­
ch o a ser lo que deben ser : hombres hechos a imagen y se­
m ej anza de los europeos. lo que equivale a negarles lo que
42 EL DESARRAIGO

son de hecho, su originalidad como seres particulares que


forman parte de una cultura específicamente suya. Desde
este momento, y en nombre de unas mismas generalizacio­
nes, cabe abandonarlos a lo que son, abandonarlos a fin de
subordinarlos, o concederles el derecho a ser mediante la
renuncia a seguir siendo lo que son.
La negativa, (consciente o inconsciente) a reconocer
Argelia como cultura original y como nación, raíz común
del asimilacionismo y del colonialismo, ha servido siempre
de base a una política intervencionista desconsiderada e
inconsecuente, ignorante de su fuerza y de su debilidad, que
ha sido capaz de destruir el orden p r e-colonial, sin susti­
tuirlo por otro superior. Esta política, que conjuga el ci­
nismo y la inconsciencia, ha determinado la ruina de la
economía rural y el hundimiento de la sociedad tradicional.
y ha encontrado su expresión más cabal en los reagrupa­
mientos de población.
A pesar de que, en la mayor parte de los casos, se ha
concedido una amplia autonomía a las autoridades subal­
ternas, los pueblos de reagrupación son todos ellos esencial­
mente idénticos, ya que han surgido no tanto por la obser­
vancia explícita o implícita de disposiciones de carácter
general, como por la aplicación de modelos inconscientes.
Estos modelos son prácticamente idénticos a los que per­
filaron, un siglo antes. el establecimiento de los pueblos
de colonización. Argelia ha sido un terreno de experimen­
tación sobre el que el espíritu militar, como en un test pro­
yectivo, ha plasmado sus estructuras. A menudo, investidos
de una autoridad casi absoluta, los cuadros del ejército
han decidido hasta en sus últimos detalles el emplazamien­
to de los pueblos, su plano, la amplitud de sus calles, la
distribución interior de las casas, ignorando o queriendo ig­
norar las normas y los modelos tradicionales. Poco inclina­
dos a consultar a la población interesada y situados en una
posición tal que, si la hubiesen buscado, esta partici pación
habría sido rehusada tácitamente. han impuesto su orden
sin percibir, en la mayor parte de los casos, la confusión
y el malestar que suscitaban sus iniciativas.
A semejanza del colonizador romano, los oficiales encar­
gados de organizar las nuevas colectividades empiezan por
disciplinar el espacio, como si a través de él esperasen dis­
ciplinar a los hombres. 'rodo está colocado bajo el signo de
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 43

la u n iformidad y de la alineación : las casas, construidas


seg ún normas impuestas y en emplazamientos impuestos,
se colocan rectilíneamente a lo largo -de las calles que di­
bu j a n el plano de un castrum romano o de un poblado de
colonización. En el centro, la plaza con la tríada caracterís­
t i ca de los pueblos franceses : escuela, ayuntamiento y mo­
n u me nto a los muertos. Y cabe pensar que de haber te­
nid o tiempo y medios necesarios, los oficiales S.A.S.,
e namo rados de la geometría, hubiesen asimismo sometido
el terreno a centuriación.
Debido a ignorancia deliberada o a desconocimiento de
las realidades, las autoridades locales imponen casi siem­
pre un orden totalmente extraño a los «reagrupados», or­
den para el que no están hechos y que no ha sido hecho
para ellos. Animados por el sentimiento de ser los heraldos
de un destino trascendente -hacer evolucionar a las ma­
sas-, exaltados por la pasión de ordenar y crear, compro­
metiendo a veces todo su entusiasmo y todos sus medios en
su acción, los oficiales aplican sin matizarlos, esquemas in­
conscientes de organización que constituyen la esencia de
toda empresa de dominación total y sistemática. Es como
si el colonizador encontrase de nuevo la viej a ley etnoló­
gica según la cual la reorgani zación del habitat, proyección
simbólica de las estructuras culturales fundamentales, im­
plicase una transformación generalizada del sistema cultu­
ral. Por ejemplo, el señor Levi-Strauss subraya que los
misioneros han considerado que la transformación del ha­
bit at de los Bororo es el medio más seguro para obtener
:-:u conversión ( 15). De una forma oscura e instintiva, se con­
sidera que la reorganización del espacio habitado es una
forma decisiva de acabar con el pasado, imponiendo un
marco de existencia enteramente nuevo, a la vez que
un medio de imprimir sobre el terreno la marca de la toma
de posesión ( 16). Si la política de reagrupación ha encon­
tr ado entre los militares una adhesión tan unánime y en­
t usiasta, es porque expresa un sueño tan viej o como la
colonización : «modificar», como decía Bugeaud, «restruc­
t urar», como decían los coroneles, una sociedad entera. Mos­
tefa Lacheraf cita al capitán Richard que, desde 1845, pre­
conizaba la reagrupación masiva de la población argelina :
«Lo primero que hay que hacer para dej ar a los agitadores
si n fuerza, es aglomerar a los miembros esparcidos del
44 EL DESARRAIGO

pueblo, organizar en zémalas a las tribus sometidas (. . . ).


Los düerentes aduares estarían separados por cercados de
azufaifo salvaje o de cualquier otra clase de maleza. En
fin, toda la zémala estaría rodeada de un amplio foso lleno
de cactus» ; «lo esencial, en efecto, es agrupar a este pue­
blo que está en todas partes y que no está en ninguna, lo
esencial es hacérnoslo aprehensible. Cuando lo hayamos
asido, podremos hacer numerosas cosas que nos son impo­
sibles en la actualidad y que, tal vez, nos permitirán apro­
piarnos de su espíritu tras habernos apropiado de su cuer­
po (17).
Las constantes y las repeticiones de la política colonia]
no tienen nada sorprendente : tras un siglo de intervalo,
una situación que ha permanecido idéntica, segrega los mis­
mos métodos, prescindiendo de algunas diferencias super­
ficiales. La política de reagrupación, respuesta enfermiza
a la crisis mortal del sistema colonial, pone claramente
de manifiesto la intención patológica que lo dominaba.

U) El capitán Vaissiere escribía : «El senado-consul to de 1863


es, en efecto, la máquina de guerra más eficaz que cabe imagina r
contra el estado social indígena y el instrumento más poderoso y
más fecundo con que se puede dota r a nuestros colonos.» ( Les Ouled
Fechaich, A rgel, 1863, p. 90.>
<2) A. de Broglie, uno de los promotores del senado-consulto,
declaraba que esta medida tenia un doble objetivo : en primer lu­
gar, «provocar una liquidación ¡eneral de la tierra», una parte de
la cual permanecería en poder de sus antiguos propietarios, pero
ya no como herencia colectiva de la tribu, sino como «propiedad
personal definida y dividida», siendo el resto destinado a «atraer y
recibir a la inmigración procedente de Europa» ; en se211ndo lu¡ar,
«desorganizar la tribu», «obstáculo principal a la "pacificación"»
<A. de Broglie, Une réforme administrative en A lgérie, París, 1860).
Podrían multiplicarse los ejemplos de declaraciones del mismo es­
tilo : cf. Mostefa Lacheraf, «Constantes pol itiques et militaires dans
les guerres coloniales d'Algérie ( 1 830-1960), Temps modern es, mí­
mero 144, pp. 749-756.
(3) L'A lgérie du .demi-siecle, S.L.N.A. Argel, 1950.
(4) Cf. Bourdieu, «La société traditionnelle», Sodologie du Tra ­
vail, enero-marzo 1963, pp. 24-44.
(5) Puede encontrarse un cuadro sintético de las transformacio­
nes experimentadas por la economía rural entre 1930 y 1954 en la
obra de André Nouschi, La Naissance du nationcilisme algérien
( Ed. de Minuit, 1962, cap. V). Un análisis lúcido del censo agrícola
de 1950-1951 puede verse en el articulo del Sr. H. lsnard. «Struc­
tures de l'agriculture musulmane en Algérie a la veil le de l 'in­
surrection», Mediterra 11ée, abril-septiembre de 1 960, P!). 49-59.
LOS REAGRUPAMIENTOS DE POBLACIÓN 45

( ti ) «�l 64 % de las explotaciones de menos de 100 hectáreas y


el 6 2 , 8 '1ó de su superficie dependen, más o menos, del khammea­
sa t» (H. Isnard, art. cit., p. 58). El khammes es un aparcero que
pe rci be una quinta parte de los frutos de las tierras a ue cultiva.
( 7) El censo agrícola de 1950 pone de manifiesto que muchas
p ro pi edades pertenecen a dueños que no las explotan directamente
y que las confían a algún khammes.
1 8) « ¿ Qué hacer en la ciudad? , se pregunta un viejo fellah',
propietario de unas veinte hectáreas, que se había instalado en Car­
nol e . . > ». Los que en su aduar eran ya obreros, encuentran con
cierta facilidad un trabajo como «obreros del campo» o como
peones. Pero yo no puedo ir a trabajar a las 1;1ranjas ( . . . ). La única
actividad que puedo desempeñar aquí es la de comerciante, pero
p a ra eHo se necesita tener dinero. »
\9) Cf. Travail et travaiUeurs en A lgérie, l.ª parte, p. 83. Podrá
ve rse cómo los reagrupamientos han acelerado la formación en e l
mundo rural d e una clase acomodada compuesta oor unos campeSl ­
nos que han podido explotar las tierras abandonadas por los emi­
g rantes, ya que habían conservado medios de producción ( ganado),
por comerciantes y también J>Or funciona rios o empleados nombra­
dos por e l ejército. En los centros estudiados, alllUnas familias con­
seguían acumular estos tres tipos de ventajas.
< 10) «Ahora tengo muchas necesidades nuevas -dice un refu­
g i ado de Carnot-. Es necesario vivir como se acostumbra a ha ­
cerlo e n la ciudad». Los hombres del campo recientemente instala­
dos en las ciudades, son en extremo conscientes de este aumento de
las necesidades : «Un fellah' que acaba de establecerse en la ciudad
se acostumbra al baño y a ¡uisar con gas butano. Le resulta impo­
s i ble regresar a su aduar, donde para cocinar es necesario ir a bus­
car leña y agua a dos kilóme tros de distancia y para bañarse il'
ha sta el ued. Yo, que he nacido v vivido en la miseria, puedo seguir
viviendo así. Pero la nueva generación, la ¡eneración «atómica» no
será capaz de hacerlo. Por ejemplo, a éste ( señalando un niño de
catorce años), si no se le da para comer chuletas y queso no está .
contento». (Antiguo fellah' refugiado en Tlemcen). Después de la
independencia se ha podido observar la virtualidad del «efecto de­
mostración» determinado por la urbanización temporal : aparatos
de radio, gas butano, refrigeradores a petróleo, etc. , se han multi­
pl ic ado hasta en los pueblos más apartados (por ejemplo, Aghbala,
en la pequeña Kabylia, Ain-Aghbel, en la Kabylia de Collo).
U l J Cf. Alain Darbel, La consommation des familles en A lgé­
rie, PUF, 1960.
( 12) Por ejemplo, a 48 kilómetros al oeste de Orléansville, en
las montañas que dominan el bajo valle del Chélif -zona de colo­
nización intensa-, la tribu de los Uled-Ziad ha perpetuado todos
los caracteres de una sociedad tradicional fuertemente integrada,
a p rovechándose del aislamiento que les permite el relieve.
( 13) Fin d'une guerre d'Algérie, É tudes médite"anéenne,, oto­
ñ o de 1961 (págs. 33-34).
< 14) En una nota de servicio del general Crépin, de fecha 7 de
ab ril de 1 960, puede leerse : «De este modo las preocupaciones mi­
l i ta r es se unen a las conside1·aciones de orden J>Olitico y humanitario
46 EL DESARRAIGO

pa 1·a imponer la implantación de reagrupamientos viables». (Citado


por A lain Jacob, loe. cit., p. 35. > La confusión entre estos objetivos
contradictorios encontraba un campo abonado en la situación crea­
da por la guerra colonial : la política de reaa;rupación se presentaba
como una tarea positiva , a la vez que «humanitaria» y eficaz, por
oposición a la decepcionante empresa de la pacificación ; permitía
j ustificar una visión maniqueista de la _¡¡;uerra revolucionaria, según
la cual la acción constructiva del ejército respondía a las «destruc­
ciones» de los « rebeldes» ; proporcionaba en ¡ran manera un sen­
ti miento de conciliación moral y política.
( 1 5) Tristes Tropiques, p. 22 9. Cf. también Georges Bastide, Les
religions africaines du Brasil, pp. 1 14-1 15.
( 16) Tal era la intención casi explícita de la centuriación ro­
mana , «verdadero sistema de coordenadas trazado sobre el terreno».
«Al menos en las primeras eta pas de la colonización, Roma acabó
con el pasado imponiendo un nuevo marco a sus conquistas ; ya
por indiferencia , ya por desprecio, ignoraba la organización admi­
n istrativa preexistente y ma rcaba las tierras conquistadas con de­
rechos de propiedad eminente : en cierto modo, la toma de posesión
quedaba grabada sobre el terreno ; aplicando el principio "divide
y vencerás", la centuriación aísla las zonas de resistencia, es decir,
los macizos montañosos, cuyas Primeras rampas alcanza». < R. Che­
valier : «La centuriation et les problemes de l a colonisation roma i­
ne», É tudes rurales, octub re- diciembre de 1 96 1 ).
( 1 7) Charles Richa rd, Étude sur l'inssurrection du Dahra (1 845-
1 846) , citado por Mostefa Lacheraf, op. laud., pp. 780-781.
CAPÍTU LO I I

nos HISTORIAR, DOR SOCIEDAHES

«No ci aría una brizna de abroj o ni un grano ele


n rcn a de los cerros por todo el oro ele l a l l a­
n u ra». respondió la alondra.
(Extracto ele un cuen to kcibilia)

Al imponer sistemáti camente una organización idéntica


del habitat, incluso en las regiones de más difícil acceso
( y, por consiguiente, las más favorables al desarrollo de
una guerra revolucionaria, la empresa de reagrupamiento
h a actuado en el sentido d e la homogeneización de la so­
ci e dad argelina. No obstante, las transformaciones de or­
den económico y soci a l dependen tanto de características
ecológicas, económicas, sociales y culturales de las socie­
da des en crisis, como de la forma e intensidad de la acción
Q ue provoca la crisis. Igualmente, para comprender plena­
me nte el sentido y alcance de esta acción, conviene saber
que, a lo largo de la historia colonial. se han fortalecido do­
ble m ente las di feren cias en la etn i a y en las tradi ciones
< · u l l urales.
48 EL DESARRAIGO

Culturización y desculturización ( * ).
Un somero análisis del censo agrícola de 1951 nos lleva
a distinguir las regiones más profundamente colonizadas
-donde las explotaciones europeas ocupan más del 50 %
de las tierras- y las regiones débilmente ocupadas -donde
la colonización sólo posee una pequeña parte del territo­
rio-. En efecto, en las regiones montañosas, Gran y Pe­
queña Kabilia, Aures y Nemencha, Bibans, Hodna, Atlas
Mitidjien, cordillera Titteri, montes Suk-Ahras, U arsenis y
Dahra, domina la pequeña (y muy pequeña) propiedad ar­
gelina (75 % de propiedades de argelinos con menos de
diez hectáreas) ; por el contrario, esta proporción es muy
débil en las zonas ricas, donde han podido afirmarse las
propiedades pequeña y media europeas. Estas zonas son :
el Sahel de Argel, el litoral vitícola de Cherchen, pobla­
dos gracias a la colonización oficial de Bugeaud, y desde
1958 el litoral de Bugía, las regiones vitícolas de Medea y
Miliana, los litorales de Mostagnem, Oran, el valle de Issers
y los litorales de Bona y Philippeville, plantados de viñe­
dos y naranjos ; en cualquier caso, la propiedad argelina
subsiste en condiciones de minifundio y como empuj ada
hacia los confines de las grandes propiedades europeas y
siempre en las zonas menos fértiles y arrinconada allí don­
de la gran colonización se ha implantado firmemente, es
decir, sobre todo en las Altas Llanuras y en el Chelif (1).
Esto quiere decir que las diferencias que han separado
siempre a los habitantes de las zonas montañosas -en su
mayoría berberófonos- de los pobladores de las llanuras
y colinas -casi todos arabófonos-, han aumentado pro­
fundamente gracias a la eficacia de acciones perturbado­
ras extraordinariamente diferentes ; por un lado, la políti­
ca colonial, que ha presionado de modo indirecto, y por otro
la misma colonización, que ha sacudido la sociedad coloni­
zada en su centro de gravedad ; al abolir la propiedad indi-

(*) Debido a la falta de especialistas españoles dedicados a las


distintas ramas de la sociolo¡¡ía en un nivel auténticamente creador,
el castellano carece en la actualidad de terminolo¡¡ia original espe­
cializada. Por ello, los traductores, en lu¡¡ar de traducir, nos hemos
de limitar la mayoría de las veces a castellanizar los términos in­
ventados ,por los autores extranjeros. Los lectores observarán en
esta obra numerosos ejemplos de este hecho. (N. del T. >
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 49

visa por y para la cual se organizaba todo el grupo, el in­


te r vencionismo colonial creaba un desequilibrio decisivo e
im pedía, debido a su fuerza expansiva, las acciones regu­
ladoras y las reacciones de adaptación gracias a las cuales
un grupo es capaz de responder a un acontecimiento seme­
j ante, asimila o rechaza de forma selectiva y reinterpreta
a su modo las novedades adoptadas o impuestas.
En algunos casos, el orden social antiguo y las tradicio­
nes y valores solidarios del primero, se han podido man­
te ner al precio de algunas adaptaciones. Se podría hablar,
pues, de simple fenómeno de influencia neutra sobre la
cultura del país (culturización) a no ser porque el contac­
to entre las dos sociedades y las transacciones culturales
que éste favorece tienen por contexto el sistema colonial,
lo que basta para darle una forma específica. En los de­
más casos, la destrucción brutal de las bases económicas
de la antigua sociedad ha provocado la disgregación de
los grupos sociales y el agotamiento de las tradiciones cultu­
rales. La acción de la potencia dominante, orientada metó­
dica y deliberadamente por una voluntad de destruir los
fundamentos económicos del orden social tradicional, ha
determinado un fenómeno de «pérdida» de valores y for­
mas propios, sin compensación sustancial (desculturización).

Dos sociedades e;emplares: el Macizo de Callo


y el Valle del Chélif.

El Valle del Chélif y el Macizo de Collo ( donde radican


Jos principales centros estudiados) nos ofrecen ejemplos
particularmente significativos de estos dos tipos de socie­
dad, separados por su historia reciente tanto, si no más,
como por sus tradiciones culturales. Al igual que la Kabilia
y el Aures, el Macizo de Collo halló en su relieve y aisla­
miento una oportuna protección contra las empresas de Ja
colonización. Sin duda, inmediatamente después de la insu­
rr ección de 1875, se crearon dos centros de colonización lo­
cali zados en las mejores tierras, esto es, en Cheraia y Bes­
somburg (2). Tampoco hay duda de que los campesinos se
vieron privados de una buena parte de sus recursos fores­
tales, explotados a continuación por la «Societé des Lieges
des Hamandas et de la Petite Kabylie» (H.P.K.) y por
50 EL DESARRAIGO

«L'Exploitation des Lieges d'El Uludj » (3). Sin embargo,


en razón de la escasez e intensa parcelación de las tierras
buenas, no podía implantarse la gran colonización agraria
y las pequeñas Zribat (4) montañesas pudieron salvar en lo
que cabe, gracias al respiro procurado por los emigrados,
un equilibrio económico precario y conservar, relativamen­
te inalteradas, sus tradiciones culturales. Incluso la misma
emigración, primero hacia Philippeville (desde 1905), des­
pués hacia Francia (a partir de 1918, sobre todo), perma­
necía estrechamente ligada a los imperativos tradicionales,
puesto que su función primaria era la de permitir la per­
petuación del orden económico y social. aunque era impo­
sible evitar la introducción, a través de dicha emigración.
de factores de transformación, a pesar de los controles y
debido, principalmante. a la mayor puj anza de la cultura
extranjera (5).
En el Chélif, por el contrario, la colonización destruyó
las bases económicas de la tribu, condenando a los antiguos
habitantes del fértil valle al cultivo de las tierras menos
ricas de las alturas. Consecuencia de ello fue el relajamien­
to de los lazos sociales y la liquidación de las tradiciones,
provocando al mismo tiempo el relajamiento y liquidación
de los grupos que las sostenían y se sostenían en ellas. Los
obreros agrícolas del colono, cortados muchas veces de su
tribu y de sus tradiciones, pero ligados ellos mismos a un
tradicionalismo rígido y al mágico formalismo de una reli­
gión empobrecida y ritualizada, realizaron totalmente �l
proceso de desculturización, que afectó también, aunque en
menor grado, a los fellah'in, forzados a mantener una agri­
cultura, de la que sólo obtendrían los medios justos para
sobrevivir o subsistir, y obstinados en mantener un orden
social cuyo arcaismo no les pasaba totalmente inadvertido.
A pesar de su escasa amplitud, la emigración hacia las
granjas del Chélif o de la Mitidja pone de manifiesto una
rnptura mucho más decisiva que la emigración a Francia,
porque ya no se trata de la realización de una misión con­
fiada por el grupo, sino la aventura de individuos aislados,
obli�ados · a afrontar, sin protección, un orden hostil. En
resumen, a un tradicionalismo de primer grado, propio de
una sociedad afincada en normas que fundamentan su exis­
tencia, sucede un tradicionalismo regresivo, que permite
mtmtener un eq ui librio incierto y al n ivel más bajo, tradi-
DOS H ISTORIAS, DOS SOCIEDADES 5 1

d u n al ismo d e la desesperanza impuesto por l a desaparición


de l as defensas y ga rantías que procuraba una sociedad
i nteg rada. En definitiva, un típico fenómeno de dcsculturi­
;:ació n ( '� ).

Transacciones culturales e intervencionismo coloni<tl.


Esta distinción entre dos sociedades, y que separa su
pasado reciente. es. a pesar de todo, «típicamente ideal», en
otras palabras, sólo vale para los casos límite, «perfectos»
por así decir. Efectivamente, el intervencionismo cultural
no excluye jamás totalmente las transacciones culturales
favorecidas por el simple contacto ; por otra parte, la cultu­
rización no es nunca el resultado simple de un contacto en­
tre civilizaciones. Sólo si escamoteamos el contexto en el
cual se realizan los intercambios -esto es, la situación co­
loni al-. nos sería posible interpretar las conmociones sufri­
das por la sociedad argelina en términos de culturi zación.
No hay duda de que una sociedad como la del Aures no
ha conocido j amás al colono, al funcionario o al médico,
de manera que la disgregación que le afecta, puede descri­
birse como el efecto del choque entre una economía arcaica
y otra moderna, altamente especiali zada y competitiva.
Pero, además de que sería abusivo extender al conjunto de
Argelia conclusiones q ue sólo valen -y con ciertos lími­
tes- para el Aures, islote relativamente replegado sobre
sí mismo, no hay tampoco la menor duda de que la socie­
dad chauia -al igual que las otras sociedades argelinas­
se encontró subsumida y cogida en la lógica del · sistema
colonial. A los factores de perturbación considerados habi­
tualmente -tales como la expansión demográfi ca, el agota­
miento de la tierra cultivable y el paso de la economía de
trueque a la de mercado- hay que añadir otros que se re­
fieren directamente a l a situación colonial. El senadocon-
< * > El autor utiliza varios «tiempos» a lo largo de la obra : mo­
mento de la encuesta . observaciones «sobre el terreno» ; momento
de la manipulación de los materiales ; momento de elaboración sin­
tética e interpretación. En los tres emplea indistintamente el tiem­
po presente y el pasado. Hemos preferido conservar el original,
aun a riesgo de ofrecer un texto en ocasiones confuso. No obstante,
cTe emos que esta advertencia bastará. para evitar a los lectores una
lectura incómoda. < N. del T.)
52 EL DESARRAIGO

sulto, un ejemplo entre otros muchos, dividió (en 1889) el


territorio de los Tuaba (Ued y el Abiod) en tres aduares
(Tighanimin, Labiod e Ichmul), e instituyó la posesión in­
dividual de las tierras del valle alto, determinando un mo­
vimiento de poblaciones hacia Medina y Fum-Tub, en don­
de algunos grupos se hicieron sedentarios y construyeron
casas ; además, la propiedad colectiva tendía a dividirse
gracias a las facilidades dadas por el senadoconsulto. Falto
de una mejora de las técnicas y de una extensión de las
superficies cultivables, el proceso de transformación de
la propiedad indivisa a la individual trae consigo el empo­
brecimiento. Por otra parte, el asentamiento e individuali­
zación de la propiedad debilitan los lazos sociales y estimu­
lan el individualismo económico introducido por la genera­
lización de los intercambios monetarios.
Evidentemente, sería difícil negar que, en la mayoría de
los casos, el simple contagio cultural (efecto demostración)
y el intervencionismo colonial actúan en el mismo sentido ;
así, por ej emplo, si la generalización de los cambios mone­
tarios y, subsidiariamente, la influencia ej ercida por el
ejemplo de los europeos tienden a facilitar la introducción
de la lógica del cálculo en el seno de la economía domés­
tica y, al mismo tiempo, co,nmover las bases de la comuni­
dad familiar, todo el sistema j urídico -y particularmente
las leyes agrarias- lleva a producir en cualquier caso el
mismo efecto (6).
Mas una de las características esenciales de la situación
colonial es que el ejercicio del poder de selección que,
idealmente, permite a las sociedades en presencia definir
la naturaleza y alcance de lo que les conviene tomar en
función de sus aspiraciones, no es posible en absoluto para
la sociedad dominada (7). Al imponer sus propias normas
jurídicas y administrativas, con desprecio de la realidad y
a despecho de las resistencias, la potencia colonial ha pre­
cipitado la acción y fortalecido la eficacia de las leyes de
cambio interculturales. Ahora bien, las diferencias esencia­
les entre culturización y desculturización residen en el rit­
mo y, secundariamente, en la extensión y alcance de los
intercambios.
El efecto específico del intervencionismo colonial con­
siste, precisamente, en esta aceleración patológica del cam­
bio cultural. Mediante el procedimiento de poner constan-
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 53

temente a la sociedad dominada ante el hecho consumado,


sustituyéndola a la hora de las decisiones fundamentales,
la política colonial -cuya empresa de reagrupamiento re­
presenta la expresión más incoherente a fuerza de ser co­
herente- ha impedido este diálogo entre la permanencia
y la alteración, entre la asimilación y la adaptación, elec­
ciones que configuran la vida misma de una sociedad. Quie­
nes prefieran argumentar que esta política no ha hecho
otra cosa que precipitar un movimiento que se habría pro­
ducido de todas formas e independientemente de toda in­
tervención exterior, disponen ciertamente de todas las apa­
riencias para corroborar su tesis. De hecho, entre otros
factores, la implantación en Argelia de una economía ca­
pitalista, la generalización de los intercambios monetarios,
el contagio cultural favorecido por la emigración y, en fin,
la escolarización han determinado -incluso en regiones
que no han conocido la colonización agraria- una trans­
formación generalizada de los comportamientos, así como
actitudes y hasta un ethos solidarios con los anteriores.
Pero, en realidad, la simple aceleración que se imprimió a
estas transformaciones, bastó para modificarlas en su mis­
ma naturaleza.

Tipos de autoridad y tipos de intervención.

Ante esta inmensa experimentación social, el observa­


dor se veía impulsado a preguntarse si la intervención
cultural suscitaría idénticas reacciones y consecuencias si­
milares en regiones que la potencia colonial había · trans­
formado de modo desigual y diferente -a saber, el Chélif
Y el Macizo de Collo- y, más concretamente, si una socie­
dad que, conservando intactas su organización social y tra­
diciones culturales, había acogido y adoptado modelos de
comportamiento y un ethos tomados de la sociedad euro­
pea, opondría a una intervención exterior similar, las mis­
mas reacciones que una sociedad ya tocada en sus bases
económicas pero manteniendo, de una u otra manera, una
economía y un estilo de existencia tradicionalistas.
Una observación metódica de la experiencia de cirujía
so cial que se estaba llevando a cabo, exigía que se tuviese
en cuenta, además de las diferencias relativas a la historia
54 EL DESARRAIGO

y las tradiciones culturales de las sociedades reagrupadas,


las que podian imputarse a la forma específica de la inter­
vención perturbadora. En efecto, a pesar de que la acción
de los responsables se inspiró siempre en el m i smo espfri­
tu y obedeció a modelos inconscientes iguales, la oarte de
iniciativa dejada a las autoridades directas era bastante
grande y, desde luego. suficiente para que �e hayan podido
manifestar siempre notables diferencias en la organización
del reagrupam iento. Dada la extraord inaria rigidez de la
acti tud de la mayoría de los responsables. demasi ado con­
venci dos de la legitim idad de su empresa para molestarse
en adapt.ar su acción a las situaciones particulares y a las
expectativas de las poblaciones, las variaciones de in ter­
pretaci<m y aplicación de los modelos metropolitanos sólo
se refieren a la «forma», es decir, a la pura manera, hu­
mor, temperamento o carácter de los disti ntos responsable:;
d i rcct.ns y al cargo que ejercí an. Para rcq1mir. podcmr,,,
d i stinguir dos ti pos de funcionarios, según l a J'nrma c!e la
a u tori dad que imponían y la naturaleza de las relaciones
q ue establecían con las poblaciones y tambi én según la idea
que se hacían de su misión y la ideolo� í a que j usti ficaba
esta última.
El funcionario «liberal» o patcrnal ista, rclati vmucn l.c
raro. procuraba tener en cuenta las aspi rucione.,; y expec­
tativas de las poblaciones a su cargo, pero sin poder nun­
ca ir hasta el fin de sus intenciones. por ejemplo. consu l­
tando a l a población. puesl,o o uc. de habe rlo hecho, sus
mismas convicciones se habrían ven ido abajo al tom ar con­
ciencia de que estaba haciendo el j uego a los principios
m i smos de una acción opuesta a la volun tad popular. F,n
resumen, su li beral ismo 8Ólo pod ía mani fest.arsc med iante
atenuaciones y matices, :mcedáncos de concesiones q ue, a
despecho de su carácter puramente fáctico. no dejaban in­
sensibles a las poblaciones, las cuales los aoreciaban exac­
tamente en �u j usto valor, ya que dichas suti lezas, al hacer
obj etivamlm lr. el j uego a la empresa colon i al general, ob­
tenían como ésta un tot al rechazo y animadvers ión.
El funcionario autoritario era más consecuente y mons­
truoso, precisamente porque se movía con mayor holgura
dentro de la piel de su personaje y porque asumía hasta
el fin el proyecto de hacer tabla rasa o. en su vocabulario,
de «destructurar» para poder luego «reestructm·ar». En Um-
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 5 5

T u b . por ej emplo, toda la existencia de las poblaciones re­


agrupadas estaba sometida a la ordenanza militar : desper­
ta r a toque de diana, salida hacia los campos a una hora
fij a , toq ue de queda anunci ado con gran fanfarria, «nove­
dad y parte» cotidiano (caricatura feroz de la consulta de­
mocrática o la tradicional asamblea) y en el curso de la
cual se informa a la población de las decisiones tomadas.
El funcionario responsable de la S.A.S. de Kergera era un
secuaz de primera fila, de lo que Minkowski llama «el geo­
metrismo mórbido» y que se manifestaba en un gusto es­
q u i zoide por la simetría. el plan. la lógica formalista, tanto
en las representaciones como en los comportamientos : «Soy
de Lorena -decía- y me gustan las líneas rectas. La gen­
te de aquí se embrolla con la línea recta». Su autoritari s­
mo se manifestaba en todos órdenes. No contento con ali­
n ear las casas como una fila de estacas tend ida con ti ra­
lí neas, cortaba las ramas de los árboles que ori llaban la
ca rretera, dando forma cúbica a lo ún i co q ue procuraba al
reagrupam i ento una forma menos i nhumana : la calle cen­
tral debía ser lo suficientemente larga para que tuviese
algún sentido pasar con su coche ; cuando se le preguntó
por qué la zriba Kerkera, situada sobre el flanco de colina
q u e domina el reagrupamiento, debía reinstalarse por la
fuerza en una zona «regularmente inundad a», respond ió :
« Es necesario reagrupar a esta gente, de lo contrario un
d í a u otro me harán tri zas. Hasta ahora todos mis quebra­
deros de cabeza se los debo a ellos y no estaré tranquilo
hasta que no estén ahí, delante de mí». Y en otro momen­
to : «Se enci erra a toda esta gente el 15 de agosto, porque
el 1 6 me voy de vacaciones». El vértigo del poder absoluto
excluye toda inquietud sobre los intereses y aspiraciones
de las poblaciones : «Es fácil montar un reagrupamiento.
Hay que comenzar con el rastrillo. luego se escuadra el
terreno. a continuación se hace el trabajo con un cordel,
se distribuyen los emplazamient�s y se fij a a cada uno un
plazo para la construcción de los gurbis ( 1'). ;, Cómo podría
este tipo de funcionarios darse cuenta de la incomprensión
que encontraban decisiones semej antes? «Se les encierra ;
no están contentos. Se les suelta ; no están contentos».
«Tenías una hectárea «en la montaña, antes del reagrupa-

1 * l Choza de los habitantes de estas re�iones. l N. del TJ


56 EL DESARRAIGO

miento). ¡ Pues aquí tienes una hectárea ! (en el valle)


¡Y déjame en paz ! » Nada más extraño a este funcionario
que el problema de los fines y medios de la empresa de
reagrupamiento.
Y, a pesar de todas las apariencias, el funcionario «libe­
ral» o «paternalista» contemplaba las cosas con la misma
certeza indiscutida e indiscutible. Por ejemplo, el responsa­
ble de los reagrupamientos de Cheraia y Ain-Aghbel recu­
rría a mil argumentos racionales, para justificar una
empresa fundamentalmente irracional, que consistía en re­
agrupar contra su voluntad -en las proximidades de la
S.A.S.- a los habitantes de las zribat dispersas, y mejor
todavía, reagruparlos provisionalmente y exigir de ellos la
construcción de costosos albergues que habría que derribar
en seguida. Sin olvidar que existían lugares disponibles
más favorables, escogidos en nombre de excelentes razones
geográficas y económicas. Mas, ¿ cómo podrían estos fun­
cionarios escapar a las contradiciones derivadas de una si­
tuación esencialmente contradictoria? El sentido mismo de
su acción habría sufrido una quiebra total si no hubiesen
estado convencidos, apasionadamente, de realizar una mi­
sión en favor de aquellas poblaciones y a pesar de ellas (8).

Las contradicciones de la ideología colonial


y la contradicción del colonialismo.

El intervencionismo colonial encierra una contradicción


insuperable, incluso cuando se matiza de liberalismo huma­
nitario. Los responsables de esta política no pueden medir
sus desastrosas consecuencias y menos aún prever las in­
tervenciones indispensables para resolverla, es decir, para
instaurar el nuevo sistema económico y social que integra­
ría -al superarlas- las contradicciones originadas por la
intervención inicial. Esto se debe a que se ignora o se quie­
re ignorar la lógica de la sociedad sobre la cual actúa el
colonialismo y, todavía mejor, porque esta ignorancia y este
desprecio son la condición misma de su acción. Además, si
los funcionarios encargados de realizarla concibiesen cla­
ramente la necesidad de esta segunda intervención, se en­
frentarían inmediatamente con obstáculos insuperables. En
efecto, es absolutamente im�sible qµ.e el intervencionismo
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 5 7

colonial prevea y asuma las consecuencias de las perturba­


ciones que él mismo ha desencadenado, puesto que ello su­
pondría la crítica y encausamiento del principio que hizo
posi ble la intervención inicial, esto es, el sistema colonial
mism o.
Por esta razón, en la región de Collo -como general­
mente en toda Argelia-, los reagrupamientos han tomado
l a forma de un traslado masivo de las poblaciones monta­
ñesas a los llanos situados al pie de los montes, en su ma­
yor parte abandonados y baldíos. Para j ustificar verdade­
ramente la nueva implantación del habitat, habría sido
necesario acompañarla de una rigurosa revolución agraria.
Las tierras baj as y húmedas, mucho más duras para una
explotación con los medios tradicionales, sólo podían po­
nerse en cultivo mediante un equipo moderno (tractores,
a r ados pesados, etc.) y un drenaje previo. Además de im­
portantes inversiones financieras para la preparación y me­
jora de las tierras así como para la compra de equipo, esta
revolución habría supuesto un profundo esfuerzo de educa­
ción, indispensable para adaptar a este tipo de explotación
a los montañeses acostumbrados a practicar la horticultura
y la arboricultura, y una completa reorganización del sis­
tema de tenencia de las tierras, acompañada de una trans­
formación de la actitud de los fellah'in hacia la tierra y la
propiedad. Nada de todo esto se concibió ni mucho menos
se emprendió (9).
La contradicción es todavía más asombrosa en el Che­
lif, zona de gran colonización. El reagrupamiento en este
caso realiza, al parecer, el movimiento inverso del que -en
el siglo xvm- había empujado a los seminómadas de. la re­
gión de los llanos y las colinas hacia las malas tierras de
las montañas. Sin embargo, este retorno no se acompaña
m ás que en casos excepcionales de una reanudación de la
P osesión. Los reagrupados son obligados a acampar en los
lí mites de la propiedad colonial. Los que pueden, cultivan
estas tierras, proporcionando a los colonos una reserva de
mano de obra barata apreciable (10). Muchos alcaldes euro­
peos, conscientes de la ganga que esto supone, aspiran a
tener un reagrupamiento en el territorio de su comuna,
Que les aseguraba, además de las ventajas citadas, la con­
ce sión de créditos extraordinarios. Así, lejos de empeñarse
en una revolución agraria -única medida que la habría
58 EL DESARRAIGO

j ustificado-, esta política servía obj etivamente al orden


colonial en cuyas estructuras se insertaba, precisamente
porque no podía poner en entredi cho sus fundamentos ( 1 1 ).
Para ocultarse -o disimularse- a sí mismos la contra­
dicción obej tiva inherente a su acción. los funcionarios
S.A.S. -a quienes incumbí a la responsabilidad directa de
las reagrupaciones- no tenían otro remed io que multipli­
car las acciones de pura fachada, dest inadas a desviar la
atención de los observadores superficiales o advertidos :
trazado de carreteras, ed ificación de viviendas provistas de
un mínimo de confort o instalación de escuelas y dispensa­
rios. Al mismo tiempo que creían poder instaurar un nuevo
tipo de vida social y polí tica mediante la creación de lo
que no era otra cosa que su aparienci a más exterior -a sa­
ber, la plaza mayor. con su alcaldía, su escuela y monumen­
to a los muertos o su café-, pensaban introducir un nuevo
tipo de economía reservando las casas situadas a ambos
lados de la calle central a los comerci antes y artesanos, i ns­
talando un mercado, estimulando activi dades artesanales
de fortuna o especulativas, tales como la fabricación de
perpiaños de tierra desecada o el tej ido de los tapices, dis­
tribuyendo socorros a las familias desprovistas de recursos,
favoreciendo la roturación de tierras inmediatamente dis­
ponibles, sin preocuparse (en el caso de que éstas pertene­
ciesen a argelinos) de su situación j urídica, abriendo -en
fin- obras y centros de trabajo que permitirían crear ar­
tificialmente empleos provisionales (12). No se equivocaban
los reagrupados cuando decían que se les había desplazado
«para nada», y que sería «más honrado decirlo claramente».
Y no cubrir de justificaciones humanitarias y pseudorrevo­
lucionarias una acti tud estrechamente determinada por con­
sideraciones estratégicas y económicas.

Las zonas de encuesta

Existe toda una gama de posibles centros de reag rupa­


ción, desde las granjas de la C.A.P.E.R. o las S.C.A.P.C.O.
( 13) -reagrupamientos de lujo, como decía un reagrupa­
do, hasta el reagrupamiento anárquico e improvisado, au­
téntica ciudad rural de baaacas y chabolas. Además, los
reagru pamientos, en el sentido de instalación organizada
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 59

de un a población en un n uevo habi iat, sólo constituyen una


parte de los desplazamientos forzosos, individuales o colec­
t ivos, de poca o grande amplitud, que han &ido provocados
nor el ej ército. La elección de los centros para la encuesta.
Chereia, Ain-Aghbel. y Kergera, en la región de Collo :
'.Vl atmata y Dj ebabra. Los Uled-Ziad, la C.A.P.E.R. de Ain­
Sult an y de Lavarande, la S.C.A.P.C.O. del Morabito-Blan­
co y la «bidonville» de Affreville en la llanura del Chélif .
Barbacha, Dj emaa-Saharidj y Aghbala en Kabylia, ·;e de­
bió. entre otras razones. a la consciente voluntad de recoger
ej emplos todo lo diversos que fuera posible, de la acción
ej ercida por las autoridades responsables (véase mapa) ( 14).
El reagrupamiento de Kerkera (Collo), similar por mu­
chos conceptos a la bidonville urbana, de Affreville, fue
creado ex-nihilo, sin preparación alguna y fuera del habitat
normal y ordinario, en un lugar en el que en absoluto po­
dían instalarse más de 3.000 personas, puesto que anterior­
mente, en el emplazamiento del nuevo habitat. sólo existía
un albergue que señalaba un alto en el camino, en el kiló­
metro 10 de la carretera de Collo a Constantina. Además.
los ribazos del Ued-Guebli, donde se instalaron las barra­
cas, se inundaban regularmente con ocasión de las lluvias
de primavera. Situado en el cruce de los caminos que con­
ducen a las zribat de las proximidades del lugar, y antigua
sede de un mercado semanal, Kerkera se ofrecía a los «re­
agrupados». tanto por sus dimensiones como por su empla­
zam iento, como una ciudad, pero una ciudad incapaz de sa­
ti sfacer ninguna de las funciones urbanas ; en definitiva, una
ci udad de barracas en pleno campo. Sin embargo, entre
aglomeraciones del mismo tipo, como Um-Tub y .Tamalus.
Kerkera no era ni mucho menos la más desfavorecida.
Al sur de Affreville, a trece kilómetros del Puits, en el
Chélil, el reagrupamiento de Matmata fue igualmente crea­
do ex-nihilo por razones estrictamente operacionales ; pero.
próximo al antiguo emplazamiento y terruño de la farqa
de los Beni-Fathem, se instaló sobre la granja Rideyre (a
:340 metros de altitud) en donde algunos reagrupados acos­
t um bran a alquilarse como obreros agrícolas ; está situado
n o lejos del tradicional mercado de la tribu de los Mat­
m a ta, q ue servía de punto de enlace entre las gentes de
la l lanura (los Bcni-Fathem ) y los montañeses del Djb el
f . uh o de T i gh 7.ert ( anteriorm ente d i semin ados entre los
60 EL DESARRAIGO

1.000 y 1.200 metros) ; en definitiva, todo contribuía a redu­


cir en cierta medida la desorientación.
Ain-Aghbel (Collo) y Djebabra (Chélif) difieren de los
anteriores por sus dimensiones relativamente pequeñas, y
son simples «apelotonamientos» de los grupos de los alre­
dedores en torno a una unidad de habitat ya instalada, con
su espacio organizado, fuente e itinerarios para llegar hasta
el pueblo, su lugar de reunión y escuela. Ain-Aghbel (re­
cordaría a Barbacha o a Dj emaa-Saharidj (Kabylia), pue­
blos tradicionales a donde se replegaron -bien «espontá­
neamente» ( ¿ tiene algún sentido esta palabra cuando se
trata de huir de la guerra?), bien bajo la presión del ejér­
cito- las poblaciones de las aldeas y villorrios vecinos,
pero el ejército impuso la creación de un nuevo habitat y
la reorganización del antiguo, según normas nuevas (ali­
neaciones de viviendas trazadas geométricamente en subs­
titución de la distribución, anárquica en apariencia, por
grandes familias). El reagrupamiento de Cheraia (Collo),
instalado a un kilómetro aproximadamente del pueblo de
colonización, estaba en construcción en el momento de esta
encuesta : el jefe de S.A.S., responsable del mismo, había
obligado a las familias que debían vivir allí, a preparar con
su esfuerzo y dinero el nuevo habitat, según un plan im­
puesto y en un lugar impuesto (y provisional) ya que
el emplazamiento «definitivo» (una tierra perteneciente a
un colono de Cheraia) no había sido adquirida todavía ;
hombres, mujeres y niños que participaban en los diferen­
tes trabajos de construcción, tenían que recorrer diariamen­
te de tres a seis kilómetros desde su antiguo habitat. Los
hombres tallaban las vigas y trenzado de la armazón de
carpintería y que compraban muy caro ; las mujeres guar­
necían de tierra húmeda la obra de carpintería, mientras
los niños ayudaban al transporte de ramas y estacas o
tierra.
A cuatro kilómetros y medio al Nordeste de Hamman­
Digha, aproximadamente a un kilómetro de la carretera na­
cional de Affreville a Burkika (siguiendo la pista que sale
del «Barranco de los Ladrones»), el centro de Burkika re­
agrupa las poblaciones de las antiguas farqat de Djebabra
propiamente dicha y de Merdj a, o sea, 944 personas. Las fa­
milias, que habitaban caseríos dispersos rodeados de las
tierras y fincas propias, fueron amontonadas en un extre-
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 6 1

m o del antiguo terruño de la farqa, en el lugar llamado


«Dráa-Driyas», a una distancia relativamente pequeña de
su s tierras, mas totalmente creado ex-nihilo, según normas
de organización e instalación impuestas.
Los pueblos de la C.A.P.E.R. y de las S.C.A.P.C.O. no son
otra cosa, a pesar de las apariencias, que reagrupamientos
más metódicos y mejor instalados. Por otra parte, estos dos
tipos de organización de la sociedad rural permiten reco­
ger los efectos y reacciones que provoca, en el caso más fa­
vorable, un intervencionismo fundado en la ignorancia de
las realidades culturales (15). El pueblo kabylia de Aghbala
(tribu de los Beni Dj elli), contaba con cerca de 2.200 habi­
tantes en 1960, época en la que abrigaba a más de 300 refu­
giados (60 familias) originarias de los alrededores ; aislado
en la montaña, alejado de todos los grandes centros y de
difícil acceso, este pueblo no dispuso de pista para vehícu­
los hasta 1956 y desde hace treinta años no tiene escuela
(la que se abrió en 1906 fue abandonada en 1924 y cerrada
oficialmente en 1936). A pesar de una viej a tradición de
emigración, Aghbala pudo escapar a las destrucciones y ha
permanecido al abrigo de los principales trastornos de f a
guerra. Asimismo, l a situación d e l a agricultura e n este
pueblo, en donde nada parece oponerse a la perpetuación
de las tradiciones campesinas -a excepción de la genera­
lización de los intercambios monetarios-, proporciona un
supuesto de comparación que permitiría determinar los
efectos específicos del desplazamiento forzoso.
Aghbala y la «bidonville» de Affreville representan
ej emplos típicos de dos destinos opuestos que han podido
conocer los campesinos argelinos durante la guerra de libe­
ración : unos, arrancados de su medio ambiente y condi­
ción familiar, prefirieron la huida a las ciudades antes que
la miseria y humillación del reagrupamiento, pasando a
nu trir la masa de subproletarios que acampan a las afue­
ras de las ciudades modernas ; otros, los que permanecie­
ron en sus aldeas y pueblos, relativamente a cubierto de
las conmociones tan metódicamente provocadas, se vieron
cogidos, sin embargo, en la aceleración de la historia que
p rovocó la guerra, generadora de nuevas esperas, nuevas
nec esidades y, aún más, una nueva visión del microcosmos
re pleg ado sobre sí, que hasta entonces había sido capaz de
«sostener» satisfactoriamente a los hombres y que ahora les
62 EL DESARRAIGO

parecía a éstos demasiado estrecho para soportarlo (16).


A pesar de estar situados en las márgenes del valle del
Chélif, los Uled-Ziad han escapado a la colonización y, mi­
lagrosamente, a los reagrupamientos. Por otra parte, este
grupo (fuertemente integrado) presentaba todavía en 1961
los rasgos característicos de la sociedad tradicionalista : las
grandes familias se agrupan en una misma unidad de ha­
bitación, desde los padres a la tercera o cuarta generación
y, en torno suyo, se instalan las familias «clientes» y a las
que se confía la explotación de una parte del terruño ; es­
tán sometidas a la dirección del más antiguo, quien detenta
una autoridad absoluta sobre la propiedad indivisible -en
algunos casos muy extensa (cien a ciento cincuenta hectá­
reas)- y sobre los restantes medios de producción. Los más
ricos acumulan reservas muy importantes cuya función no
es exclusivamente económica ( 17). Finalmente, los Uled­
Ziad desconocen casi totalmente la emigración de tempo­
rada a las granjas de los colonos y, como los Kabylias, pre­
ferirían la emigración a Francia, factor éste de fuerte
integración social. Así, comprobamos que, por ejemplo, la
familia de los Jharrubi de Hannichet cuenta con 29 emigra­
dos a Francia (el 40 % de los cabezas de familia) que con­
tribuyen a la subsistencia de 1 1 1 personas, esto es, el 22 %
del total de los miembros de esta gran familia.
Mediante el estudio monográfico de unidades sociales
metódicamente seleccionadas, se pretendía recoger en toda
su diversidad las consecuencias de una política de reagru­
pamiento y aprehender, al mismo tiempo, mediante el aná­
lisis de las constantes, la lógica de esta evolución acelera­
da que, en algunos años, ha llevado a la sociedad rural a
romper, quizás definitivamente, con su pasado.
Ver únicamente en esta conmoción violenta y brutal,
pero sin perspectiva, el último sobresalto del colonialismo
agonizante ¿ no significaría dejar escapar lo esencial del
problema? ¿ No sería mejor buscar la verdad del sistema
colonial y la naturaleza de la eficacia específica del inter­
vencionismo cultural?
De todas las conmociones provocadas por esta política,
las más importantes y duraderas no son necesariamente las
más espectaculares. Por supuesto que, inmediatamente des­
pués de reconqu istar su libertad, muchos reagrupados han
regresado a su antigua residencia. llevándose los maderos
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 63

y tej as de los chamizos a casas que se habían visto obliga­


dos a construir.
Pero todos los efectos de la reagrupación, las transfor­
maciones de la actitud y de la visión del mundo, por ejem­
plo, ¿ han desaparecido al m i�mo tiempo que su causa y
se les ha borrado al mismo tiempo que se borraba del mapa
e stas aglomeraciones ficticias, nacidas de una inmensa ilu­
sión?

U> En Saint-A rnaud, por ejemplo, situada sobre las llanuras


trigueras de la región de Sétif, las 13 explotaciones europeas poseen
más de 100 hectáreas ; y, al lado, 1 57 fellah'in cultivan menos de
diez hectáreas cada uno, otros 120 de diez a cincuenta hectáreas,
30 de cincuenta a cien y sólo cincuenta ex¡ilotan parcelas de más
de un centenar de hectáreas. En Littré, región del Chélif, trece de
cada catorce europeos explotan fincas de más de cien hectáreas,
mientras que 64 fellah'in cultivan menos de diez hectáreas cada uno
y sólo 4 paseen tierras de más de cien hectáreas. La oroporción de
tierras explotadas por los colonos es del 81 % en Affre'1ille y Saint­
A i mé, el 78 en Lavarande, el 65 en los Attafs, el 63 en Inkermann,
e l 60 en Littré y el 55 en Ruina.
<2> El centro de colonización de Cheraia, a seis kilómetros al
oeste de Collo -flanco meridional del Djebel Cheraia (310 ms. de
a ltitud>- fue creado por decreto del gobierno general con fecha
1 1 de marzo de 1876. De treinta concesiones de 30 a 35 hectáreas,
sólo se distribuyeron 20. Rápidamente se operó una concentración
de la propiedad : en 1 873. las veinte familias de colonos instalados
contaban 89 personas. Veinte años des:vués, en 1 902, sólo quedaban
1 1 familias con un total de 95 personas : en 1960 sólo babia cuatro
familias descendientes de los colonos de ori¡en. Al igual oue al­
gunos otros colonos l legados posteriormente. practicaban la ¡ana­
dería, pues el cultivo de cereales y viñedos se abandonó casi total­
mente a partir de 1 914.
(3) El hecho de que la colonización se apropiase sin más los
recursos forestales (las dos sociedades citadas recogen las nueve
décimas partes de la cosecha de alcornoque), ha comprometido sin
duda a lguna, y profundamente además, el e<iuilibrio económico de
esta sociedad, que obtenia con su explotación una :ve rte importante
de sus propios recursos < madera, carbón, b rezo y pasto para las ca­
bras). Mas, de considerar únicamente la �roporción de tierras ex­
plotadas por la colonización -casi tan fuerte como en la llanura de
Philippeville o la Mitidja- se correría el ries¡o de olvidar la in­
mensa diferencia que existe entre las regiones de gran colonización
-donde las reformas de apropiación llegaron a veces hasta a la
total expulsión de las poblaciones autóctonas- de la Kabylia y el
macizo de Collo, donde las zribat han podido conservar intacto su
te rr itorio, islotes de tierra cultivada ganada a los bosaues.
(4) Zriba (plural, zribatl es un término ampliamente usado en
e l m acizo de Collo para designar todos los i slotes de habitat disemi-
64 EL DESARRAIGO

nados por la montaña, sobre los cerros, las laderas o al pie del mon­
te. En el mejor de los casos, toda la población de la ZTiba puede per­
tenecer a un solo clan. Por ejemplo, la zriba Bekura coincide con
la zona de ocupación de la familia de los Buhuch ; en otros casos,
la uiba agrupa un número más grande de familias y clanes, de
modo que el sentimiento de hermandad, a base de la unidad de
la zriba como clan no, se fundamenta ya objetivamente en una ge­
nealogía común. Pa ra justificar la unidad de estas _erandes ZTibat
no hay más remedio que echar mano de aiguna leyenda o invoca r
algún antepasado mítico.
( 5 ) Las grandes zonas de emigración hacia Francia son exacta­
mente las regiones montañosas muy poco ocupadas cor la coloni­
zación, es decir, las Kabilias, el Macizo de Collo y el Aurl!s, así como
algunos islotes berbe rófonos de los Babors ( El Milia) o de Orán
(Mazuna, Nedrona, La!la-Maadis) y, excepcionalmente, los grupos
a rabófonos < región de Setif y de los Maadis). En las zonas de gran
colonización, la emigración se orienta sobre todo hacia las ciudades
(y en este caso es definitiva) , o bien, hacia las explotaciones agrí­
colas modernas, en cuyo caso es estacionaria. Más adelante inten­
taremos explicar por qué las emigraciones de trabajadores hacia
Francia no ejercen la misma influencia que las mi¡raciones al in­
terior de A rgelia.
(6) La obra de Francia en Argelia -escribe O. Pesle- ha sido
claramente reformista , por no decir revolucionaria. Esto se induce
del "montón de decretos argelinos" y la "muchedumbre de texto!'!
escritos", como dice R. Maunier. La voluntad de la adminis,ración
ha consistido en afrancesar el país -cosas y hombres, tiena y
corazón-. Conservar lo menos posible y sólo lo estrictamente nP­
cesario para evitar costosas revueltas, y sobre las ruinas del sis­
tema aba tido, implantar nuestros propios métodos ; la legislación
francesa no ha tenido otro objetivo . . . Fiel a la concepción del hom­
bre abstracto -el ciudadano- (Francia) se ha impuesto como linea
de conducta transformar en ciudadanos a los musulmanes argelinos.
Este ideal de un hombre libre, igual a los demás por sus derechos,
vaciado de todo particularismo, y que Francia ha procurado reali­
zar en sus nacionales, ha pretendido también extenderlo generosa­
mente a sus nuevos súbditos. Para ello, ¿ qué es lo que ha hech•>?
Ha alterado profundamente la ley y costumbres indi¡enas, orien­
tándolas en lo posible hacia las nuestras. Los medios empleados han
sido diversos, tan pronto brutales como hábiles . . . Abolición de la
ley local y, en su defecto, transformación, sustitución de la lev fran­
cesa, innovación inclusive. Estos medios «premeditados» -prefie'.':i
la franqueza de esta palabra- se han aplicado y ejercido sobre la
familia paternal conyugal, la tribu, la ciudad, la justicia , la pr:>­
piedad, los contratos. «La Répudiation chez les Malékites de l'Afri­
que du Nord, Pref. VIII-LX, subrayado nuestro).
(7) El capitán Vaissil!re refiere que los Uled Rechaich experi­
mentaron una gran consternación, cuando se enteraron de que se
iba aplicar el senadoconsulto a su tribu, pues eran plenamente cons­
cientes de la capacidad de destrucción que suponía esta medida :
«Los franceses, declaró un anciano, nos han derrotado en el llano
de Sbikha, matando a nuestros mozos ; luego, nos impusieron con­
tr ibuciones de iiue r r a . Todo e!lo no e ra nada . l as heridas cicatriza-
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 65

ban. Pero la implantación de la propiedad individual y la autori­


zación dada a cada uno para vender las tierras que le serán en­
tregadas después de la partición, signüica la condena a muerte de
la tribu. Veinte años después de la ejecución de estas medidas, los
Uled Rechaich habrán dejado de existir». (Les Uled Rechaich, Ar­
gel, 1863, pág. 90).
(8> Esta certidudo sui, común a todos los funcionarios, ha veni­
do muy favorablemente en ayuda de los encuestadores, puesto Que
las sospechas e inQ uietudes se desvanecían ante la convicción ínti•
ma de estar en posesión de la verdad y hacer el bien.
(9) Por ejemplo, ni siquiera se trató de definir el estat uto del
ter reno sobre el cual se implantaba el nuevo habitat. Numerosos
reagrupamientos se instalaron sobre tierras comunales, sin ciue �
les procurase ninguna seguridad real, o sobre tierras privadas
( malk) de complicado estatuto jurídico. Se&ún un informe de la
Inspección de Hacienda, de nueve aldeas visitadas, implantadas
sobre terrenos afrancesados, sólo había una en la QUe dos fellah'in .
propietarios de su casa -construida sobre un terreno comunal- ­
se sabían en una situación juridica clara, sin temor a cambios o
sorpresas en el futuro. Por todas partes ( se establecieron) ald'!aS
sobre tierras privadas, sin que se procediese a la menor regulari­
zación. De ahí que se multiplicasen los préstamos y arrendamien•'ls
verbales, acuerdos amistosos y demandas de reQuisición inmediata
Prácticamente, jamás se emprende un procedimiento de expropia­
ción, a causa de su pesadez y complejidad administrativas». Esto
es lo que ocurre, poco más o menos, en todos los casos. Matrnata se
instaló provisionalmente sobre un terreno alQ uilado (granja Ridey­
re l , debido a que todavía no se habían adquirido las seis hectáreas
necesarias para la instalación definitiva del nuevo centro de rea ­
grupación ; el centro de Djebabra ocupa tierras privadas (3,5 hec­
táreas pertenecen a la fa.rq_a. Djebabra y 1 ,30 hectáreas a la farq_a
Merdja). El procedimiento de expropiación e indemnización arbi­
trado se retrasó por dificultades de las cuales la menor no fue la
ausencia de títulos de propiedad. Los propietarios de una Parte de
los terrenos sobre los cuales se levantó el centro de Kerkera no
fueron sometidos a ninguna medida de expropiación ; en A1n Agh­
bel, la situación jurídica parecía ser apurada, puesto Q ue hubo de
hacerse una nueva reestructuración parcelaria.
(10) En Djebabra , un colono explotaba, en 1960, además de sus
propias tierras, las fincas de otros colonos adQuiridas en arrenda­
mi ento, utilizando la mano de obra proporcionada oor el centro de
reagrupación. En estas condiciones, podía permitirse pagar a sus
jornaleros salarios ridículos y cambiarlos constantemente, no
empleándolos nunca más del tiempo legal, más allá del cual los obre­
ros tenían derecho a la seguridad social. Algunos colonos preferían
servirse de nifios, a los que pagaban 300 ó 400 francos antiguos al
día , durante la campaña de la vendimia.
( 1 1 ) La instalación definitiva del reagrupamiento de Cherala
n o pudo llevarse a cabo a causa de la ooosición de un colono fran­
cés propietario del terreno previsto . . . Sólo con este hecho, ya se
PUede razonar la situación y enjuiciarla a fortiori.
( 1 2 ) No seria retorcer el análisis, si apreciásemos esta empresa
66 EL DESARRAIGO

como específicamente mag1ca, una tentativa de hacer existir una


realidad gracias a la creación de que no es otra co s a que el signo
o simbolo de lo que se dice querer hacer. De hecho, toda la ideología
mediante la cua l tantos responsables se esforzaban en persuadirse
de la j usteza de sus puntos de vista y de la corrección de su causa,
se reducía a la lógica de la magia. El hecho de aue los militares
se hiciesen cargo de la acción psicoló¡ica y las técnicas de propa ­
ganda no fue, ni mucho menos, una casualidad ; la acción por las
palabras y sobre las palabras hubo de sustituir a la imposible ac­
ción sobre las cosas y los hombres. Colocado en una situación de
ataque, enfrentados constantemente ante la evidencia de la ine­
ficacia de su acción y de la vanidad de su representación de la
realidad, los responsables no tenían otra salida (lUe operar sobre
los nombres de cosas desrealizadas, puras denominaciones, pero per ­
fectamente profilácticas ( fueras de l a ley , rebeldes, «felluzes». et­
cétera}. Las cosas, la realidad, de haberlas contemplado como ellas
eran en si y por si mismas, habrían amenazado su confort intelec­
tual. Tampoco basta con observar, como se ha hecho a menuda,
que la acción psicológica no convenciese a nadie más que a los mis­
mos militares : en efecto, ésta era su verdad y su única función.
Cuando lo real escapa totalmente, sólo aueda el nominalismo má­
gico, tentativa desesperada que consiste en sustituir las cosas de la
realidad por los nombres que las designan.
( 1 3) La «Caisse pour l'Accession a la Propriété et a l'Explo­
tation rurale» se creó por decreto de 26 de marzo de 1955 ; su mi­
sión esencial, a partir de 1958, consistía en la realización de la re­
forma agraria prevista por el plan de Constantina, a saber, la com­
pra, instalación y reparto y entre¡a de tierras a 1 5.000 fellah'in
(250.000 hectáreas>. Los reagrupamientos de población afectaron los
recursos de la Caisse y pesaron sobre sus programas, al encontrarse
un gran número de centros en las tierras de la C.A.P.E.R. o en sus
proximidades. Debido a una decisión de su Consejo de Adminis­
tración (5 de diciembre de 1959), la Caisse puso en práctica un pro­
grama de intervenciones de primera urgencia. Su acción se realizó
sobre 52 centros, para los cuales se previó la ada uisición de 71.727
hectáreas, a fin de reinstalar a 4.600 familias. Al i¡ual que la
C.A.P.E.R., y creadas con los mismos fines, las «Secciones coopera­
tivas agrícolas del Plan de Constantina» < SCAPCO) no fueron do­
tadas de la personalidad moral y, hablando con propiedad, no son
ni cooperativas conformes con la reglamentación en vigor en A r­
gelia desde 1957 -y reconocidas por el Comité de aprobación de
las cooperativas- ni un sindicato y ni siquiera una asociación de
cultivadores. Están bajo la tutela absoluta de los S.A .P., tanto desde
el punto de vista de su creación y funcionamiento como del de :-u
financiamiento y gestión. Se encontrará en la obra de los señores
Parodi y Hautberg ( «Étude sur le secteur ae:ricole sous-développé
en A lgérie», Cahiers du centre d'études des problemes économiques
et sociauz, 1961, dos volúmenes), un estudio detallado y critico de
las dos instituciones.
< 14) Para estudiar un fenómeno tan complejo y amplio no era
suficiente un examen estadístico, forzosamente supe1·iicial, referido
al conjunto de la población consid;J1·ada t e n c:1 sn nC' f'JHC huhiese sido
DOS HISTORIAS, DOS SOCIEDADES 67

¡.¡osiblel y, mucho menos, una mono¡¡;rafía. Un conjunto de monol(ra­


fías realizadas con bastante rapidez, relativas sobre todo a las va­
riantes locales, una vez establecidos los datos fundamentales, nos
ha parecido que constituye la mejor utilización de los medios v tiem­
po disponibles (es decir. tres meses, de junio a septiembre de 1960).
Véase Apéndices II y III.
( 15) Incluso las conclusiones más pesimistas que se propondrán
más adelante, podrán aceptarse como válidas II fMtiori, puesto que
los reagrupamientos estudiados formaban parte del grupo conside­
rado «viable» por los responsables y, además, porque la investiga­
ción se llevó a cabo en la fase «constructiva» de la operación.
( 16) Los reagrupamientos constituyen la forma limite de las
pe rturbaciones que la guerra ha provocado en todas partes (amplia­
ción del horizonte social, aceleración del efecto, demostración cul­
tural, etc. >. Sería, por tanto, superficial pretende r distinguir los efec­
tos de una situación de guerra, de los efectos del reagrupamiento
p ropiamente dicho.
< 17) En 1959, el patriaca de los Kharrubi, que trabajaba con
cuatro yuntas y daba en aparcería el resto de su tierras cultivables
1 o sea , 150 hectáreas de una propiedad global de 180), salvó del
ha mbre a los miembros de la comunidad de Hanichet, y a continua­
ción a toda la tribu de los Uled-Ziad, «desenterrando» sus reservas
de granos contenidas en dos matmurat (especie de silo excavado en
el suelo -160 quintales de cebada y 1 05 de trigo-, pa ra distri­
buirlos en forma de présta mos garantizados por la S.A.S.
CAPÍTULO III

LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS


DE LA AGRICULTURA TRADICIONAL

«Que Dios me guarde de quienes levantan l a


casa y de quienes obligan a levantarla.»
(Prov e1'bio kaby lia)

La consecuencia más directa y manifiesta del desenrai­


zamiento ha sido, evidentemente, la crisis de la agricultura
y de la ganadería, crisis ligada -en una medida que tra­
taremos de precisar- al abandono parcial o total de las
tierras cultivadas desde antiguo. Muchos campesinos tuvie­
ron que renunciar a trabaj ar la tierra, faltos de la necesa­
ria fuerza de tracción, al verse imposibilitados de arrendar
ganado durante o después del reagrupamiento. Pero, sobre
todo, está ligada a la prohibición pura y simple de penetrar
en ciertas zonas, al alej amiento excesivo del antiguo te­
r r uño y a las limitaciones impuestas a los desplazamientos ;
Y , al lado de estos hechos, hay que añadir las innumerables
molestias militares, los controles. pases. itinerarios y ho­
rarios obligatorios, etc.
70 EL DESARRAIGO

lkpresión y zonas prohi l>idas.

En la mayoría de los centros, las entradas y salidas es­


taban regularmente controladas. «Ya me gustaría ir a tra­
bajar mis campos -decía un reagrupado de Kerkera-.
¡ tanto peor ! Si fuera necesario iría andando horas y horas.
¡ Pero está ese puesto de control ! Tengo que dejar mi tar­
jeta de identidad para poder salir. Y si en el camino me
paran los militares, que es lo más normal que puede ocu­
rrir y me pi den la tarjeta, ¿ no me fusilarán acaso?» Estos
controles se enriquecían a menudo con cacheos abusivos.
confiscaciones de dinero u otros obj etos, amenazas. «Esto
le ha ocurrido a mi hijo, y sólo tiene 15 años. Guardaba
las tres o cuatro cabras que su abuelo materno consiguió
salvar y llevarse de la zriba. ¿ Dónde encontrarles pasto?
No tenemos nada aquí, somos extranjeros en esta tierra.
Quien no posee terreno alguno, tiene que ir al lecho del
río. Pero basta que se le haya visto una vez o dos, para que
se haya sospechado de él ; lo arrestaron y molieron a gol­
pes, le quitaron las cabras y ha tenido que pagar una mul­
ta; El jefe del puesto se ha embolsado el dinero y tiene en
su casa las cabras, como si las hubiese sorprendido en su
propia finca.»
Además, salir del centro supone un grave peligro :
« ¿ Cómo vamos a trabaj ar los campos si siempre se corre
el riesgo de que pase un avión en cualquier momento y le
dé por comenzar a tirar, o que a una patrulla se le ocurra
liquidarnos limpiamente? Y no es que uno esté en la zona
prohibida, pero es igual. Desde el momento en que se sale
del reagrupamiento, fuera de la carretera, el riesgo es enor­
me. Sin contar todos los chivatos que se pegan por agradar
a la S.A.S. o al j efe del puesto. No ha terminado uno ".ie
volver y ya le han soplado el rumor : ha ido a reavitullar
a los fellagha. Le han visto a uno salir del centro y, con
esto, ya tienen bastante para asegurar a dónde se ha ido.
En estas condiciones, ¿ no es mejor quedarse en la prisión?
Allí, por lo menos, está uno alimentado. Aquí se asfixia
uno como en la prisión y, además, hay que espabilarse para
alimentar la familia». Otro testimonio : «¿ Que vaya a tra­
bajar mis tierras? ¡ No estoy tan loco ! No quiero jugarme
la cabeza a los dados (qmar)». Un viejo campesino parece
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 7 1

expresar la opm1on general, a l anunciar de esta forma el


i mperativo primordial : « ¡ Salvar la pellej a ! Esto es, todo
lo que cuenta en estos momentos ; ¿ qué importan la casa,
la cosecha, el árbol? ¡ Mi pellej a ante todo ! Todos los de­
más bienes los recuperaremos algún día. Luego, cuando no
si enta mi pellej a amenazada, ya me las arreglaré para sa­
l i r adelante ; por d momento, maldita sea toda riqueza que
pueda acarrearle mal a mi pellej a».
Finalmente, y sobre todo, los fellah'in más decididos a
cultivar sus tierras tienen la convicción de que sus cose­
chas están a merced de los vagabundos y, principalmente,
de la arbitrariedad de los detentadores de la autoridad ab­
soluta, militares y harkis. En Kerkera algunos cultivadores
originarios de la zriba Bulgertum emprendieron, al precio
de mil riesgos y dificultades -distancia, cruce del río, cor­
ta jornada de trabajo por el toque de queda-, la tarea de
sembrar los campos situados fuera del perímetro prohib i­
do. Aunque se les permitió el libre acceso a sus tierras,
no disfrutaron de la libre disposición de su cosecha : «Va­
rios de nosotros hemos sembrado un campo situado a una
media hora de aquí. ¿ Hemos sacado algo? Pues no, han
sido los harkis los que se han aprovechado. Nos han exi­
g-ido las tres cuartas partes de la cosecha, antes de permi­
tirnos llevarla a casa. Ya ha sido una gran suerte salvar
la cuarta. Con lo fácil que es acusar a cualquiera de abas­
tecer a los felaghas, o de contactar simplemente con ellos.
Y esto significa la pena de muerte».
De ahí un desorden profundo que se expresa por la re­
n uncia completa al trabajo de la tierra o por la realización
de actividades de substitución cuya vacuidad . nadie igno­
ra : «Yo soy extranjero aquí, no tengo nada -dice un na­
tivo de El Bir, reagrupado en Kerkera-. Estoy tan des­
nudo como el recién nacido, no tengo ni un grano de tierra,
lo único mío es el techo del chamizo. El suelo tampoco me
pertenece. ¿ Dónde hallar mi pan cotidiano? Todas las ma­
ñanas salgo a las seis, recojo ramas de los árboles y zarzas
de la orilla del río. Pero, ¿ cuántos somos haciendo esto?
Lo hemos limpiado todo, ya no queda nada ; claro, todos
vamos siempre al mismo sitio ; y, además, no nos podemos
alejar demasiado. Hay que ser prudente. Hoy mismo alguien
Puede acusarme de cualquier cosa, meterme un 'embolado'
( o ho ki) para perderme».
72 EL DESARRAIGO

Kerkera: los o bstáculos o bjetivos


Sin duda alguna, es en Kerkera -inmenso reagrupa­
miento de 3.264 personas, situado a diez kilómetros al Sur
de Collo- en donde se manifiestan más crudamente los sig­
nos de una perturbación catastrófica. Este centro creado
ex-nihilo sobre la margen derecha del Ued-Guebli, en una
zona inundada y ·p antanosa, reagrupa poblaciones en su
mayoría montañeras (1). El alej amiento y aspereza del
terreno hacen casi imposible el acceso a las antiguas par­
celas las cuales, debido a su pobreza y exiguidad, sólo han
permitido cultivos de cebada débiles y escasos, sorgo, habas
y leguminosas, a diferencia de las tierras situadas más al
Oeste, en el Gufi, región de Ain-Aghbel y de Cheraia, por
ejemplo, en las que crecía trigo, cebada, tabaco y legum­
bres. De manera que quienes fueron siempre más pobres.
se empobrecieron entonces aún más que los otros. Antes
de su instalación en Kerkera, estas poblaciones sufrieron
varios desplazamientos sucesivos : por ej emplo, los miem­
bros de las zribat Bulguertum (550 personas), El-Bir (325),
El-Fella (280), Burguel (610) y Djenan-Hadjem (199). La
instalación en Kerkera se considera también provisional
tanto por las autoridades, que estudian la oportunidad de
una «desconcentración» con vistas a un nuevo reagrupa­
miento en un lugar más favorable, como por los reagru­
pados, que sueñan con regresar a la zriba natal.
A falta de un lugar apropiado en el fondo del valle, los
reagrupados acampan en los miserables chamizos de los
ribazos. edificados sobre andenes dispuestos sobre el flanco
de la montaña que domina el «ued» (río) ; «apartados» por
los responsables, quienes no tenían la intención ni -aun­
que hubiesen tenido ésta- los medios de encontrar un si­
tio mejor para instalarlos, forman un grupo de exilados
entre los exilados, ignorados en todos los proyectos y pro­
gramas, olvidados a la hora del reparto de víveres, pero
estrecha y continuamente vigilados y controlados. Así. este
grupo. que un origen «inferior» predisponía al aislamiento.
se halla duramente cerrado sobre sí y tiende a constituir,
en el seno de la sociedad nacida del reagrupamiento, una
capa social desconocida en el mundo campesino de antaño,
nutrida de individuos totalmente desposeídos y en la indi­
gencia más absoluta.
WS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 73

Privados de las «tierras altas» y «ligeras» de otro tiem­


po, campos en terraza sobre las laderas dispuestos en fran­
j as estrechas, en el interior de los bosques de monte bajo
o en sus claros, los reagrupados no han encontrado en las
« tierras bajas» del fondo del «ued» el espacio nuevo sus­
ceptible de poder cultivarse. Esto quiere decir que, para
casi todas las familias de reagrupados, se ha terminado con
ello la agricultura (2). Colgado del flanco de la colina, el
antiguo terruño de la zriba Bulguertum estaba separado
del reagrupamiento sólo por el río ; sin embargo, quedaba
inaccesible durante un período entero del año, cuando el
sendero que conduce hasta allí. queda cubierto por las aguas
del ued. Desgraciadamente, la crecida coincide general­
mente con las épocas de grandes trabajos agrícolas : las
labores de otoño, tras las primeras lluvias abundantes,
la escardadura de los campos de cereales y la siembra del
sorgo, precisamente cuando se deshacen las nieves en pri­
mavera y los cursos de agua se enriquecen.
La creación, a nueve kilómetros de Kerkera, de un
«campo de desconcentración» llamado «Kilómetro 19», apun­
taba a una aproximación a sus tierras de los grupos anterior­
mente establecidos en Kerkera. De esta forma, la zriba
Utait-Aisha, extraordinariamente numerosa, quedó reinsta­
lada en sus propias tierras, mientras que los habitantes de
las zribat situadas en los alrededores del Kilómetro 16, Ben­
Aribat, Tuila y Buhnin, se acercaron considerablemente a
las suyas respectivas, así como la zriba El-Hamman, con­
siderada como la más rica (3). Pero, a pesar de todas las
«reinstalaciones», las dos terceras partes de los habitantes
de los aduares, Tokla y Kerkera siguen viéndose en la im­
posibilidad de cultivar su antiguo dominio (4) ; los campe­
sinos reagrupados en Kerkera sólo explotan el estrecho pa­
sillo entre el Ued-Kuebli y las primeras estribaciones plan­
tadas de olivos cuya producción, ya mediocre, se reduce
aún más, desde el momento en que los árboles y la tierra
ya no reciben cuidado (5). Durante el verano, cuando el
l echo del río está casi seco, los huertos minúsculos produ­
cen tomates, cebollas, patatas, melones, calabacines y pi­
mien tos.
La horticultura. tarea en otro tiempo realizada por las
mujeres, tenía una gran importancia en la economía del
macizo de Collo, abundantemente irrigado y rico en recur-
74 EL DESARRAIGO

sos. Antes del reagrupamiento, la familia más pobre podía


vender en el mercado de Collo, por la menos un.a vez a la
semana, una banasta de tomates o habichuelas, una cala­
baza o, a falta de otra cosa mejor, higos silvestres recogidos
de las vallas de cactus que rodean las casas. Los producto­
res más fuertes llevaban legumbres y fruta hacia Fhilip­
peville o Constantina. Muchas eran las familias de las
zribat Kerkera, Tahra, Bulguertum, Utait-Aicha, El-Ham­
man, Ued El-Affia y Godaira, que conseguían obtener de
la horticultura. de mil a dos mil francos nuevos al año. La
zriba Kerkera se había especializado, debido a su situación,
en la función de intermediario : revendía en Collo las co­
sechas de las zribat de montaña, la uva de Hadjem, por
ejemplo. La tradición continúa todavía en el interior del
reagrupamiento, pues cada familia procura reducir en lo
posible la superficie habitable, a fin de disponer de un pe­
queño espacio para plantar algunas legumbres. Pero la
producción de estos huertos a orilla del río se reserva, por
lo general. al consumo familiar o a la venta en el mismo
lugar, bien sea por falta de otros recursos, bien porque las
limitaciones a la libertad de circulación, los controles ej er­
cidos sobre toda persona que sale del centro y las formali­
dades obligatorias para obtener autorización de abandonar
la comuna, se han conj ugado para desanimar a los campe­
sinos, que han visto de esta manera desaparecer una fuente
importante (sin duda la más importante) de sus rentas mo­
netarias.
Así, cansados de exponerse a los riesgos inherentes a
las salidas fuera del centro o de hacerse sospechosos a las
autoridades por desplazamientos regulares e idénticos cada
día propios de los trabajos agrícolas -o bien de verse obli­
gados a evitar esas sospechas rodeándose en todos sus des­
plazamientos de testigos o coartadas tan poco sospechosas
en principio como la mujeres y los niños-, muchos cam •
pesinos han acabado por renunciar a cultivar sus tierras (6).
Las prahibiciones y obstáculos impuestos a los desplaza­
mientos constituyen, sin duda ninguna, una de las princi­
pales causas del abandono de los cultivos. Como las zonas
prohibidas abarcan las dos quintas partes del macizo de
Collo (600 km. 2 ), nada extraño que la producción agrícola
haya experimentado una caída brutal ; la cosecha de trigo
y cebada descendió de 57.000 km . en 1954 a 15.000 en 1960
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 75

( algo más de la cuarta parte), las superficies dedicadas al


t abaco y agrios disminuyeron en el mismo tiempo de 69 a
10 Has. (7) ; tampoco es sorprendente que la ganadería co­
nociese una gravísima crisis, en la que la cabaña de bovi­
nos cayese de 14.000 a 5.000 cabezas (8), a pesar de que la
explotación forestal estuviese totalmente interrumpida en­
tre 1954 y 1960 (9).

A i n-Aghbel: el efecto supera la causa

Hay casos en los que el desplazamiento forzoso ha sido


menos brutal y la ruptura con las condiciones anteriores
de existencia menos total. ¿ Han sido, por tanto, menos de­
sastrosas las consecuencias subsiguientes? Los centros de
Ain-Aghbel, en el macizo de Collo, y de Djebabra, en las
colinas de las primeras estribaciones del Medio Chélif, tie­
nen en común el hecho de que, con diferencias de contexto
apreciables, las condiciones de trabajo experimentaron re­
lativamente pocas pertubaciones ; de forma que las obser­
vaciones presentadas a este respecto pueden considerarse
válidas a fortiori para todos los reagrupamientos llevados
a cabo en cada una de estas dos regiones y, al mismo tiem­
po, se puede también intentar aislar con mayor precisión
la influencia específica del desplazamiento (10).
En Ain-Aghbel, los movimientos de población ordena­
dos por el Ejército tomaron una forma original. A diferen­
cia de lo que pasaba en otros lugares, por ejemplo, en Ker­
kera, reagrupamiento muy próximo, o en Matmata, en la
llanura del Chélif, este nuevo habitat no fue creado e:r­
nihilo. En efecto, todas las zri bat, villorrios dispersos en
medio del bosque, en los que viven todos los miembros de
un mismo clan, descendientes de un mismo antepasado real
o mítico- fueron reagrupadas sobre las tierras de la más
i m portante de todas ellas, Ain-Aghbel. Estas zribat se ins­
t ala ron esparcidas dentro de un radio de 0,5 a 3,5 kilóme­
tr os en torno a Ain-Aghbel : Mekua, a 500 metros ; Bekura,
a 750 ; Lahraich, a 1 kilómetro y medio ; Beni-Bellit y Bu­
r arsene, a dos kilómetros, y, finalmente, Yezzar y Yersan .
las más alej adas, a poco más de 3 kilómetros ( 1 1 ) . Cada
u na de estas unidades disponía de un área propia de ocu­
Pación perfertnmente delim it:-tda y solía i nstalarse, por lo
76 EL DESARRAIGO

genera!, en el centro de un claro de tierras cu1t1vadas y


pastos más o menos extensos y más o menos ricos, según la
altitud.
Situado en el centro y en el punto más bajo de la zona
delimitada por el conjunto de las zribat reagrupadas -en
el cruce de varias pistas que conducen a Collo y muy pró­
ximo a esta ciudad (8 kilómetros)-, el poblado de Ain­
Aghbel ocupa una posición privilegiada y, debido a ello,
siempre sirvió de intermediario entre los lugarejos de las
zribat más alejados y la ciudad, al igual que ejerció sobre
ellos una fuerte atracción. Además, la decisión de concen­
trar las poblaciones dispersas en Ain-Aghbel parecía, en
definitiva, como relativamente racional. Al ser limitada el
área de origen de la población acogida, las proporciones
del centro siguieron siendo medianas, pues apenas cuenta
con algo más de 1.500 habitantes, por 7.250 en Kergera, más
de 8.000 en Um-Tub y 11.306 en Tamalus, otros reagrupa­
mientos situados en la misma región (12). El desarraigo de
las poblaciones es allí menor, así como el alejamiento en
relación con las tierras cultivadas. En este caso, y a causa
de un desplazamiento relativamente débil, ningún obstácu­
lo objetivo se opone a que se siga cultivando una parte
importante de las tierras. No obstante, el abandono de las
actividades agrícolas ha sido casi total.
Se comprende fácilmente que los habitantes de las zribat
más alejadas y altas, como Burarsene, Yezzar y Yersan,
hayan renunciado totalmente a cultivar sus tierras, situa­
das en zona prohibida ( 13). ¿ No es de todas formas asom­
broso que los fellah'in de Lahraich, Mekua y Bekura hayan
abandonado también el cultivo de una parte importante (el
43 %, 80 % y 94 %, respectivamente) de las tierras que les
son accesibles legalmente -por lo menos en teoría-?
¿ Y no es aún más sorprendente constatar una notable re­
gresión de las superficies de laboreo (77 % ) en la misma
zriba Ain-Aghbel, que sigue ocupando su antiguo pago? (15).
Al objeto de proporcionar todos los datos del problema,
conviene recordar que, ya antes del reagrupamiento, la
agricultura había conocido, en el macizo de Collo, un decli­
ve muy acentuado. Un índice indiscutible de ello puede en­
contrarse en la regresión de la ganadería, habida cuenta
de que, en esta región -más que en ninguna otra-, la po­
sesión de ganado era uno de los signos más manifiestos de
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 7 7

ap ego a los valores campesinos. S e calculaba que, en 1940,


la cabaña de bovinos del distrito de Collo era cuatro o cin­
co veces más importante que en 1958, en vísperas de las
reagrupaciones ; cada familia de cultivadores poseía enton­
ces, por término medio, cuatro o cinco cabezas de ganado
bovino, veinte a veinticinco de caprino y cuatro a seis de
ovino. En las regiones aptas para la ganadería, los rebaños
familiares podían alcanzar dimensiones aún mayores : quin­
ce a veinte bovinos y cuarenta a sesenta caprinos. En ge­
neral, puede afirmarse que hacia 1940 no había familia en
el macizo de Collo, por pobre que fuese, que no poseyese
de tres a cinco cabras e, incluso, una o dos vacas ( 16).
Ahora bien, poco antes del reagrupamiento, el 28 % de los
labradores de las uibat Ain-Aghbel, Lahraich, Bekura y
Mekua (en número de 182) ya no poseían ninguna cabeza
de ganado bovino, el 15 % no disponía de bestias suficien­
tes para atender a la explotación de sus tierras (bien por­
que sólo poseían un buey o porque no cuidaban más que
terneras o vacas), el 37 % tenía la parej a de bueyes (zwifa
o jabda) indispensable para labrar sus tierras. Sólo el 20 %
eran verdaderos ganaderos, con seis cabezas de ganado por
lo menos, o sea, cuatro vacas y terneros además de la pa­
rej a de labor.

Dje babra: el abandono selectivo y parcial.

Aunque el centro de Djebabra esté situado en la linde


que separa los antiguos territorios de las farqat Merdja y
Djebabra (y que va, al decir de los indígenas, -del Ued-Dj er
a Dada-Mimun), los dos grupos se hallan en situaciones
muy diferentes. En efecto, los campesinos de la farqa Dj e­
babra, relativamente más ricos, han sido instalados los pri­
meros y han podido construir sus casas sobre los terrenos
más aptos y en mej ores condiciones ; los nativos de Merd­
j a , tras una reagrupación provisional en otros lugares, han
si do, finalmente, instalados j unto a la farqa Dj ebabra ; por
lo mismo, tuvieron que edificar sus casas en la parte más
b aj a del lugar. Y todavía una diferencia más importante :
mientras que los primeros pudieron instalarse en terrenos
próximos a sus campos, los segundos se vieron obligados a
re nunciar al cultivo de los suyos, situados desde entonces
78 EL DESARRAIGO

en zona prohibida, a excepción de una delgada franj a limí­


trofe del dominio de los Dj ebabra. Imposibilitados de llegar
a sus tierras de labor, huertos, olivares e higueras, a sus
andaduras tradicionales y a sus bosques cuyas maderas
vendían o utilizaban para la fabricación de carbón, las tres
cuartas partes de los fellah'in de Merdj a (que constituyen
el 68 % de las familias reagrupadas) han renunciado a toda
actividad agrícola. Efectivamente, si se exceptúa a unos
trece propietarios de tierras situadas fuera del perímetro
prohibido o arrendatarios de tierras Dj ebabra, los otros no
tienen otra alternativa que la pasividad forzosa del reagru­
pamiento o partir hacia las granjas de la Mitidja.
Los registros de declaración de sementera muestran que
la farqa de Merdja sólo contaba, en 1950-61, con diez labra­
dores y una superficie de siembra de 26 hectáreas (en 1954-
1955, 62 cultivadores declararon una superficie de siembra
de 217 hectáreas). Así, pues, en el intervalo de seis años,
la agricultura habría perdido el 84 % de sus efectivos y el
88 % de sus tierras ( 17). Mas el abandono de la actividad
agrícola no está condicionado únicamente por una modifi­
cación de las condiciones obj etivas de su ejercicio. La parte
de la farqa Merdja que posee sus tierras en una zona aho­
ra inaccesible, sólo cuenta con el 34,5 % de los antiguos
cultivadores y siembra el 21,3 % del antiguo pago (18) ;
por lo mismo, sólo se sigue cultivando el 16 % (o sea, 40 hec­
táreas de 200 en 1954) del territorio de la farqa Dj ebabra.
a pesar de su proximidad al centro de reagrupación ; el
76 % de sus antiguos labradores han renunciado a trabajar
sus tierras ( 19).
Queda, pues, por explicar por qué los propietarios de
la parte del territorio de la farqa que se ha seguido culti­
vando (35 hectáreas sobre 133), no han reaccionado de la
misma forma ante el reagrupamiento, a pesar de vivir todos
en situaciones semej antes : veinticuatro han abandonado el
trabajo de la tierra y sólo once la siguen cultivando, sin
que se pueda asimilar su comportamiento a alguna razón
o causa única (20) ; dicho de otra manera, por qué la renun­
cia no ha tenido el mismo carácter sistemático que en Ain­
Aghbel, por ej emplo.
A diferencia de lo que observamos en el macizo de Collo.
la agricultura tradicional y el espíritu tradicionalista se
habían conservado en la zona que analizamos relativamente
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 79

in alterables. Por ejemplo, en tierras de los Uled Ziad, re­


gión de altas colinas donde coexiste la gran propiedad
a rg elina y la pequeña propiedad europea (viñedos de cos­
tan era) -que no ha sido afectada por la política de reagru­
pamiento ni por las operaciones militares- se podían ob­
servar, en 1961, todos los caracteres de una economía tradi­
cional y de una sociedad muy fuertemente integrada. En
la familia Karrubi de Hannichet, que cuenta treinta culti­
vadores, no se da el caso de tierras abandonadas ; la pro­
piedad de los emigrados se explota en aparcería o conjun­
tamente por los padres. Un khamés puede renunciar a la
agricultura, marchar a Francia, por ejemplo, pero la su­
perficie de las tierras de sementera se mantiene. Las de­
claraciones de sementera en el conjunto de las tierras de la
tribu de los Uled-Ziad permaneció poco más o menos cons­
tante entre 1956 y 1959 -1.053 hectáreas por 189 campesinos
en 1956-57, 1.102 por 201 en 1957-58, y 1.061 por 187 en 1958-
1959-, y sólo se apreció una ligera regresión en 1959-60
(972 hectáreas por 159 cultivadores).
Parece que los obstáculos o impedimentos objetivos li­
gados al reagrupamiento no bastan por sí solos, incluso en
el peor de los casos, para j ustificar razonablemente el aban­
dono de las actividades agrícolas y, más concretamente, la
renuncia generalizada, observada en varios centros, particu­
larmente en la región de Collo. Si el efecto parece superar
la causa, ¿ no cabría suponer que el desplazamiento for­
zoso es causa ocasional, más bien que causa eficiente? Pero,
además, las diferencias entre los reagrupamientos de la
región de Collo -en donde, debido a la influencia de dife­
rentes factores, la agricultura parece retroceder o langui­
decer- y los reagrupamientos del Chelif -en donde la
agricultura tradicional se mantuvo, al menos en espíritu­
nos conducen a la pregunta siguiente : ¿ no nos sugieren
estas diferencias la necesidad de precisar los límites y de­
terminar la acción específica del desenraizamiento?
( 1 ) De ellas, 2.700 son originarias de zribat de montaña, o sea ,
el 82,7 % de la población del centro de rea¡rupación. De hecho,
convendría considerar como una unidad los tres centros : Kerkera
prop iamente dicha (3,264 personas), Ghedir ( 1.900) v Kilómetro 19
< 2.264), esto es, más de las cuatro quintas partes de la población
total de los antiguos aduares Tokla y Kerkera (9.300 habitantes).
Los centros del Ghedir y del Kilómetro 19 no son sino «anexos» de
Kerkera, de la que dependen odministrativamente.
80 EL DESARRAIGO

(2) En el momento de la encuesta, las Z1'ibat Kerkera y Tahra,


situadas a ambas márgenes del ued-Guebli, sobre las laderas del
valle, eran la excepción, puesto que no habian sido desplazadas.
<3> El hecho de que una zriba haya sido reaerupada o concen­
trada sobre su antiguo territorio, no significa que el antiguo terrufto
siga siendo cultivado. La reinstalación en el Kilómetro 19 de una
parte de las poblaciones primitivamente reagrupadas en Kerkera,
no ha sido suficiente para producir una reanudación de las acti­
vidades agrícolas, y esto a pesar de Que las tierras estaban situadas
en un radio de tres a cinco kilómetros y a pesar, también, de que
una parte del bosque era fácilmente accesible ( lo cual permitía la
explotación de un poco de madera para la venta y fabricación de
carbón). Ya veremos más adelante que esto mismo ha ocurrido en
A in-Aghbel y en Djebabra.
(4) Mil ochocientas personas han escapado al reagrupamiento
y 1.500 han sido concentradas en sus propias tierras. Para el con­
junto de Collo, las superficies de siembra han disminuido de 12.000
a 4.000 hectáreas entre 1954 y 1960.
(5) Aún siguen considerándose como privilegiados : «Nosotros
tenemos suerte». pues tenemos nuestras tierras al borde de la ca­
rretera», decía un reagrupado de Utait-Aicha.
(6) A esta preocupación Por escapar de los riesgos y de las sos­
pechas hay que atribuir la aparición de la costumbre de marchar
en grupo a la busca, a espigar, recoger olivas o simplemente leña.
«Para coger aceitunas es necesario salir en ¡ru!)o con las mujeres.
chicos e incluso bebés, las bestias y los viejos. Con todos se forma
un gran cortejo, para que sea bien visible en medio del terraplén y
evitar los errores demasiado frecuentes de la aviación. Todas las
mañanas se puede ver pasar a estos ¡rupos, «cortejo de la miseria
los llamamos». ¿Y qué van a buscar? Higos silvestres, leña seca.
Esto no se hace cuando se trabaja, !)ero si cuando se mendiga, por­
que entonces hay que tener cuidado. De esta forma, marchando en
grupo, cada uno tiene un testigo ; no se puede decir, oor ejemplo,
que «yo he ido a ver a mi hermano o a mi hijo Que está con los
guerrilleros». Cada uno tiene también su «soplón». En estos tiem­
pos, más que nunca , da compañia es misericordia» (proverbio).
(7) Según el Informe de la subcomisión agrícola del plan de
Constantina.
(8) La cabaña ovina habria disminuido de 9.000 a 1.000 cabezas,
la caprina de 50.000 a 20.000 ; los sondeos parciales cuyos resultados
se ofrecen más adelante, invitan a creer que estas cifras subvaloran
la crisis.
(9) La explotación del alcornoque, principal riqueza del ma­
cizo de Collo, se realizaba sobre todo en los adua res más montaño­
sos (con una población de una s 50.000 personas) y ocupaba a 1 .200
obreros fijos y unos 10.000 .temporeros durante la cosecha y la
campaña de la primera pela del alcornoque (dos o tres meses al
año). Según fuentes oficiales, se obtenía de la cosecha una renta en
salarios de 5.500.000 F al año (en 1955). Entre 1 955 y 1958 la pro­
rlucclón fue nula ; la de 1958 llegó a 18.000 Qms. de corcho, en lugar
de los 1 10.000 en un nño normal. Fc::te mismo año se obtuvieron
2.000 Qms. de cepa de brezo, contra 10.000 en año normal , y 1.500 me-
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 8 1

tros cúbicos de gema, contra 15.000. En 1959-1960 sólo se emplearon


2.500 personas escasamente, y no todo el tiempo ; la renta anual
me dia que cada familia obtenía del bosque habría caído, según las
mis mas fuentes, de 1. 120 F en 1955 a 230 F.
( 10) Los datos numéricos utilizados aquí, se obtuvieron en las
en cuestas realizadas durante el verano de 1960 en cada uno de los
centros estudiados. Diversas monografias de familias o ¡ruoos de
familias dan vida a dichas encuestas < que comprenden, además de
varias entrevistas libres, un estudio mediante cuestionario del em­
pleo, el consumo y el habitat). A falta de documentos análo¡os re­
feridos al conjunto de A rgelia, habría de prohibirse el lector o estu­
dioso toda generalización de estos resultados !)or simple extrapo­
l ación, a pesar de que, de hecho, ilustran perfectamente el proceso
de abandono de las actividades agrícolas, acontecimiento aue puede
constatarse por lo general en todas partes.
( 1 1 ) Debido al carácter accidentado del terreno y, por consi­
guiente, a la fuerte pendiente de los itinerarios aue recorren las
pistas, conviene considerar más la duración de los trayectos que
su longitud ; la altitud, en efecto, desempeña un papel más grande
que la simple distancia, supuesto un mismo nivel. Ain-Aghbel
está a sólo 70 metros de altitud. Mekua ( a sólo 500 metros de
distancia) alcanza ya los 220 de altitud, Bekura 120, Lahraich 150,
Beni-Bellit 110, Bura rsene 330, Yezzar 1 70 y Yersan 250. Bekura
está a media hora de camino de Ain-A¡¡hbel, Mekua v Beni-Bellit
a una hora, Laraich a una y media. Yezza r a cuatro horas, Burar­
sene a cinco y Yersan a seis.
( 12) Estas cifras corresponden al período primitivo del reagru­
pamiento ; incluyen las personas reagrupadas provisionalmente y
que esperan una fijación definitiva en otros centros, llamados de
«desagrupación». Así, la población de Tamalus quedará reducida
en otoño de 1960 a 6.000 personas, la de Kerkera a 3.264, tras la
creación de los centros del Ghedir < 1.894 Personas> y del Kilóme­
tro 19 (2.620), para contar con más de 4.400, tras la concentración
de la zriba Kerkera en agosto de 1960>.
( 13) Se considera que una tierra si¡ue estando disponible para
el cultivo, cuando no está situada en el interior o en las proximida­
des de zonas prohibidas y cuando está a menos de tres cuartos de
hora de camino del centro de reagrupamiento. El hecho de que una
tierra quede visible desde el nuevo lugar de residencia, parece favo­
recer considerablemente la continuación de su laboreo, debido a
que el alejamiento psicológico es menor, incluso aunque no exista
la posibilidad de «visita rla» todos los días. Desde este punto de vista
ex iste una gran diferencia entre Ain-A¡hbel, situada en una hon­
do nada, y Djebabra, desde donde se puede apreciar el terrufio con
la vista.
< 14) Según un censo que hemos realizado en el reagrupamien­
to, sólo tres, de 48 familias originarias de Beni-Bellit, siguen culti­
vando una superficie de 14 hectáreas 50 áreas. En la zriba Yersan,
será dificil encontrar más de un fellah' que explote -=-en ré¡imen de
a pa rcería- algunas parcelas de una superficie de dos hectáreas.
( 1 5) Por lo mismo, la proporción de propietarios cultivadores
82 EL DESARRAIGO

decrece ostensiblemente : un 30 % en Ain-Aghbel, 49 % en Lah­


raich, 66 % en Mekua y 85 % en Bekura.
( 16) Si bien la ganadería está asociada en todas !)artes con la
agricultura, su importancia relativa varia, sin embargo, de una
uiba a otra. En algunas, la cabafia de bueyes apenas bastaba para
cubrir las necesidades puramente a¡ricolas ; en otras, el pastoreo
prevalecia sobre la agricultura. Estas diferencias estaban sobre todo
en función del relieve, clima y vegetación, es decir, de los recursos
en pastos (terrenos apropiados para este menester en los limites de
los bosques, hondonadas húmedas o en las cimas re¡adas v rastro­
jos de los campos de cereales más ricos) ; por todas estas razones,
las zribat de montaña se benefician evidentemente de condiciones
más favorables. Puesto que las reagrupaciones han afectado particu­
larmente a los habitantes de las regiones altas, la ganaderia -ac­
tividad dominante en estas regiones- se ha arruinado antes que
la agricultura de las zonas bajas. Estrechamente dependiente de los
recursos naturales, la ganadería ofrece menos resistencia a los des­
plazamientos : además, los reagrupados se han visto obligados muy
a menudo a alienar este capital ( caso de que lo hayan podido salvar
de los ametrallamientos) para poder hacer frente a los gastos de
su reinstalación ( compra de materiales para la construcción de su
chabola, por ejemplo) o simplemente para alimentarse.
( 17) Los cultivadores del centro de rea¡rupación son todos ori­
ginarios de cuatro unidades de habitat próximas al reagrupamiento :
el Dhar Benazzouz, perteneciente a los Masbahia, Sidi M'Hamed el
Hadj, patrimonio de la ¡ran familia Ruabah ; Sidi Abdesselam, lu•
gar de origen de los Madjdabi, los Bezzaz, Ben Abbés y Abbaci ;
Sidi Mekki, lugarejo de los descendientes del morabito que tiene
alli su mausoleo. Antes de la reagrupación, la población de la farqa
se esparcia en una veintena de grupos similares, comprendiendo una
o dos familias. Cada una de estas unidades de habitat (aue no tie­
nen nombre genérico) estaba rodeada de tierras de labor. Puede
estimarse, pues, que solamente la cuarta parte del terruño de Merdja
sigue siendo accesible, teóricamente, desde el reagrupamiento creado
en Dr4a-Driyas.
( 18) En las cuatro unidades de habitat más favorecidas, 26 cul­
tivadores sembraron en 1 954-55 ciento ocho hectáreas. A pesar de
que ningún obstáculo impida su laboreo, en 1960-61 sólo se cultiva­
ban 26 hectáreas (por diez cultivadores).
( 19) El abandono de la vieja práctica de año y vez y de las qu:?
iban asociadas a ella, es un índice suplementario de la crisis. Quie­
nes siguen labrando tierras han renunciado casi en su totalidad a
prepararla, mediante las labores de primavera, para el año siguiente.
(20) Veamos ahora, a titulo meramente indicativo, cuántas de
las familias más ricas y numerosas han seguido ligadas a la agricul­
tura y cuántas la han abandonado. La familia Buchrit contaba once
cabezas de familia en la faraa : sólo dos viven en el reagrupamiento
y uno sólo es cultivador (una hectárea), mientras que el otro alquila
sus tierras. La familia Turnia, tan importante como la anterior, sólo
cuenta con un labrador en el rea¡rupamiento. Las familias Merzug
y Djeburi, reagrupadas en sus propios campos en DrAa-Driyas, no
cuentan con un número mayor de cultivadores : tres la primera, que
LOS REAGRUPAMIENTOS Y LA CRISIS 83

a n teriormente agrupaba una treintena de cabezas de familia (de


tos cuales sólo la mitad ha oermanecido en el rea¡ruoamiento ; los
demás han emigrado a Marengo) ; uno la se¡unda , reducida también
a la mitad de sus cabezas de familia (9 sobre 17) aue han preferido
e migrar a Meurad y Burkika, antes que aceptar el reagrupamiento
en la proximidad de sus tierras. La familia Sidmou, una de las más
ricas de los morabitos, tenia 19 cabezas de familia y su lugarejo en
Guelaa Sidi Malek. Diseminada entre Meurad, Burkika y Bu-Medfa ,
ha abandonado de 80 a 100 hectáreas de tierras de las mejores de
ta región, «pesadas» y llanas.
CAPÍTULO IV

EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO

«Ahora, todo es oficio (al mityi). ¿ Cuál es tu


oficio?, se pregunta ; y todo el mundo a buscar­
se un oficio. Este se dice comerciante por ha­
ber almacenado cuatro caj as de azúcar y dos
paquetes de café en un local ; aquél se dice car­
pintero porque sabe clavar cuatro tablas ; los
chóferes ya no digamos, aunque no tengan co­
che : basta tener el permiso en el bolsillo.»
(Fellah'de Djemáa-Saharidj)

Las diferencias que se notan de un reagrupamiento


a otro o en el interior de un mismo centro entre poblacio­
nes de origen diferente, parecen parcialmente indepen­
dientes de las diferencias observadas en las condiciones
objetivas del trabajo de la tierra. Puesto que el abandono
de las actividades agrícolas puede seguir siendo muy mar­
cado -cualquiera que sea el alejamiento de las tierras
cultivables y la parte del antiguo terruño que sigue sien­
do teóricamente accesible-. nos inclinamos a suponer que
la renuncia a la agricultura no es imputable solamente a los
o bstáculos objetivos, sino que debe tenerse en cuenta tam-
86 EL DESARRAIGO

bién un cambio de actitud hacia toda la existencia cam­


pesina.
Empleo y conciencia de no-empleo.

El análisis de los índices de ocupación característicos de


los diferentes grupos habría de permitir estimar con mayor
precisión la actividad efectiva y, al mismo tiempo, la ac­
titud con respecto al trabajo (1) ; basta, para ello, compa­
rar las variaciones de estos índices con las de las condicio­
nes objetivas de trabajo. ¿ Se encontrarían los índices de
paro más elevados allí donde son mayores los obstáculos
al mantenimiento de las actividades agrícolas?

TABLA I
Las categorías socio-profesionales

-:; =- = � -=..= -=- --- -- -= - -


- - ....=- -� -¡ .. ¡ = i- ...-
I! -

..
-! �
a
¡
- .!! .!!
5
1 fil º·
,:: Ji
1: ...•
..
::; Barbacha
--
(°lo)

50
--
(°lo) (O/o)
---- --
(¾)

10,0 28,0 34,0


--
(°lo)
--
(°lo)
-- -- --
(¾) (°lo l

8,0
(°In)

1 0,0 8,0 2,0 100


-- -- -- -- -- -- --- --- -
Ain Aghbel 49 20,4 38,0 1 0,2 24,5 4,0 o 2,0 100
_, ----- -- -- --- -- -- -- --- -- --
Kerkera 1 13 9 ,7 54,8 1 ,7 1 0,4 1 5,0 4, 4 3,5 1 00
- -- ---- - - - -• - -- -- --- ·- · - ---· ..

Matmata 35 14,3 28,5 34, 3 1 1 ,4 1 1,4 o o 1 00


........._,
- Djebabra
--- ·-- -- -- -- -- -- -- ----
44 1 6,0 1 3,6 47,7 2,2 2,2 1 6,0 2,2 1 00
-- -- -- -- -- --- -- --
Affreville 1 48 9,5 31 ,7 5,4 42,4 7,4 o 3,3 100

Si tomamos como princ1p10 de clasificación el porcen­


taje de cabezas de familia que se declaran agricultores, los
diferentes centros se distribuyen en el orden siguiente :
Djebabra, Matmata, Barbacha, Ain-Aghbel, Affreville y Ker-
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 87

kera. Ahora bien, nada en su situación respectiva permite


suponer que tales diferencias separen los centros del ma­
cizo de Collo de los del Chélif Medio, puesto que el aban­
d ono del antiguo terruño ha tenido, poco más o menos, la
misma importancia en los dos sitios. Además, Ain-Aghbel
se puede comparar perfectamente con Djebabra y Kerkera
con Matmata, tanto por la forma como por la amplitud de
los desplazamientos. Podría suponerse que las diferencias
actuales son anteriores al reagrupamiento ; para eliminar
esta hipótesis basta observar que la suma de los agricul­
tores y de los no-ocupados (más las familias sin jefe) es
prácticamente constante, el 72 % en Barbacha, 69,3 % en
Ain-Aghbel, 66,3 % en Kerkera, 77,1 % en Matmata y
77,3 % en Djebabra (2).
Por otra parte, las posibilidades de encontrar un empleo
al margen de la agricultura no son tan desiguales para jus­
tificar las diferencias comprobadas. Las actividades no-agrí­
colas continúan ocupando el 20 % de la población masculina
en Djebabra y Matmata y casi el 30 en Ain-Aghbel y Ker­
kera (3).
Y aún sería conveniente poner aparte a los comercian­
tes, puesto que la proliferación de «falsos comercios» está
en función de las dimensiones del reagrupamiento y el gra­
do de «chabolismo», más bien que de condiciones econó­
micas objetivas. Por esta razón, los artesanos y comercian­
tes constituyen el 15,0 % y 11,4 %, respectivamente de los
cabeza de familia en Matmata y Kerkera, los dos centros
más poblados, contra el 4,0 % y 2,2 % en Djebabra y Ain­
Aghbel. Sin duda, Ain-Aghbel, y de modo secundario Ker­
kera, incluyen una proporción relativamente importante de
de obreros del sector moderno -el 24,5 y 10,6 %, respecti­
vamente-, pero en Matmata el índice correspondiente al­
canza el 11,4 % ; así, pues, y a pesar de que en Djebabra
la población obrera sea poco menos que inexistente (2,2 % ),
la causa de las diferencias tantas veces señaladas deberá
buscarse en otra parte.
Todo invita a sugerir la hipótesis de que lo que varía
de región a región, de centro a centro y, a veces, de grupo
a grupo, es la manera particular de vivir y expresar la
c risis. No hay duda de que los índices presentados anterior­
mente deben considerarse como indicadores del fracaso de
88 EL DESARRAIGO

la agricultura tradicional, pero también se han de tener


en cuenta las manifestaciones indirectas de la conciencia
que de este hecho tienen los individuos ; manifestaciones
variables, según su edad, profesión y toda su actitud hacia
la agricultura tradicional y la economía moderna. Puesto
que la misma lógica del método adoptado para recoger los
datos conducía a basarse en las declaraciones de los indi­
viduos interrogados, no podía evitarse recoger al mismo
tiempo la resultante de las condiciones objetivas y de la
actitud de cada individuo hacia estas condiciones. Se puede
concebir, en efecto, que dos personas con ocupaciones idén­
ticas (en su naturaleza y duración) hagan declaraciones di­
ferentes, y ello dependerá de que las consideren o no como
auténtico trabajo. ¿ No es cierto que, por ejemplo, los cam­
pesinos de medios kabilas ---cuyos índices de ocupación real
son muy semejantes- se declaran espontáneamente para­
dos siempre que estiman insuficiente su ocupación, mien­
tras que los agricultores y pastores del Sur de Argelia se
consideran más bien ocupados? En las comunas rurales ka­
bilias (de las que forman parte, por ejemplo, Barbacha,
Djemaa-Saharidj y Ain-Aghbel), el 26,8 % de los cabezas
de familia se declaran agricultores y el 48,3 % parados ;
en las comunas rurales del Sur, los índices correspondien­
tes son de 76,5 % y 6,3 %. Puede apreciarse claramente que
las sumas de los dos porcentajes son muy similares (75,1 %
en los poblados kabilias y 82,8 % entre las poblaciones del
Sur). Puede también admitirse que los parados kabilias
son, en realidad, agricultores que no se consideran suficien­
temente ocupados, y los agricultores del Sur parados que
se ignoran (4). Si hacemos un esfuerzo por situar los dife­
rentes grupos estudiados en relación con estos dos tipos
extremos, observaremos que Djebabra -cuyos índices �s­
tán próximos a la media de los de su condición- se inclina
hacia el tipo representado por los estratos del Sur, mien­
tras que Ain-Aghhel y Kerkera (y a buen seguro Barbacha.
que no es estrictamente un reagrupamiento) se parecerían
al tipo kabilia ; Matmata presenta índices de ocupación en
la agricultura vecinos de los de su estrato (34,3 % contra
48,6 %) e índices de paro similares a los que caracterizan
las zonas kabilia (42,8 % contra 48,2 % ). En definitiva, pa­
rece que existen ciertas razones que autorizan a explicar
las diferenci as entre los distintos centros, en función de las
TABLA I I .
---

Centros de reagrupamiento A rgelia rural en conjunto

Kabylia Col l o Chel i f ComUJ1&1 rurales


luua de Kabylia
.. .. .. .........
Comuaas Poblacioaes

-..
�..
....; � � rurales
labylias
del Co•juato 1
... �.. t Poblaciones Poblacloaes
.; .:;
< e Su
:; • :::< aglomeradu dispersas !1
< :,.: :E: Q
__ _ I
1G

- -·- -·---·--·
No ocupados 38,0 59,1 64,6 42,B 1 29,8 1 4 1,2 28,8 25,6 48,2 6,2 25,9
----- --- --- --- --- --- ---
62,0 40,9 57,2 70,4 71 ,2 74,4 51 ,8 93,8 74, 1
1
Conjunto 35, 4 58,8
"-l

o --- --- --- -------¡


1
1

1
34,0 10,2 1 ,7 34 ,3 47,7 5,4 23,3 48,6 27,0 76,4
En la
agricultura 1 35,l
1

::> -- -· --- --- --- ---


o
--- ¡- -
· -
28,0 30,7 37,7 22,9 22,7 53,4 47,9 25,8 24,8 1 7,4 39
Fuera de
la agricultura
90 EL DESARRAIGO

diferencias de actitud con respecto al trabajo, derivadas del


estilo global de cada una de las sociedades.
Podría ocurrir, en efecto, que la crisis de la agricultura
fuese el síntoma y, a la vez, el efecto de la crisis que afecta
al agricultor tradicional o, mejor, al espíritu campesino. En
Kerkera, como en Ain-Aghbel, casi todos los antiguos agri­
cultores que se declaran parados, sienten profundamente el
abandono de sus tierras, deploran su renuncia a la condi­
ción de campesinos y aspiran a recuperar sus derechos de
propiedad ; sin embargo, ni uno solo de ellos dirá que quie­
re continuar labrando sus tierras en ese momento, que de­
clare haber participado en las grandes labores de las dis­
tintas estaciones -la siega, por ej emplo-, bien porque
hayan renunciado a todo trabajo agrícola, cosa poco vero­
símil, bien porque consideren intrascendentes los que han
llevado a cabo, por menudos e insignificantes. En resumen.
todo parece indicar que la gran mayoría de estos antiguos
labradores se niegan deliberadamente a trabajar la tierra :
da la impresión de que, con el pretexto del reagrupamiento,
asuman explícitamente su condición de parados, a pesar
de que a menudo tengan (al menos idealmente) la posibi­
lidad de seguir cultivando sus tierras. Todas las intencio­
nes que formulan, todos sus tanteos se orientan siempre
hacia el sector no-agrícola, hacia el empleo permanente y
asalariado. Es significativo que, de entre los individuos que
se declaran agricultores, no hay ninguno nativo de Ain­
Aghbel o de las zribat más próximas. Esto mismo es lo que
hacen las gentes de Beni-Bellit, gran zriba montañosa, cu­
yas tierras se encuentran todas en zona prohibida y cuya
población ha sido dividida entre el reagrupamiento de Ain­
Aghbel y el de Cheraia.
Esta paradoja podrá medirse más correctamente me­
diante algunas monografías de reagrupados que se conside­
ran todavía agricultores. Khezzuz, originario de Beni-Bellit,
explota en régimen de aparcería unas tierras pertenecientes
a un propietario de Ain-Aghbel ; al mismo tiempo, cultiva
un poco de huerta. Declara una duración de trabajo rela­
tivamente elevada : tres meses a pleno rendimiento y cinco
meses a razón de diez días al mes. Aspiraría a trabajar
todo el año. El mayor de sus hijos (treinta y dos años) es
obrero (así lo dice, al menos), a pesar de que sólo esté ocu­
pado temporalmente. durante la campaña de la primera
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 9 1

pela del alcornoque. E l segundo hijo, de diecinueve años,


ayuda a su padre en los trabajos agrícolas ; es el que va
a Collo, dos o tres veces a la semana, a vender los pro­
ductos de la huerta. Pero su actividad, según declara, es
insuficiente ; por esta razón, se declara desocupado. Dje­
maun, también originario de Beni-Bellit, ha renunciado al
cultivo de cereales y ha alquilado dos pequeñas parcelas
contiguas al reagrupamiento e irrigadas por el agua de la
fuente del poblado. Su trabajo se limita, pues, al del huerto
y a la cosecha de algunas olivas ; se considera ocupado sólo
durante tres meses (plantel y pela de verano) ; consideran­
do inapreciables los trabajos de menudeo, declara que sa­
crificaría sin dudar el alcornoque por un trabajo agrícola
asalariado. Kassarlahdid, igualmente de Beni-Bellit, se con­
sidera con motivos suficientes para llamarse fellah', puesto
que dice ayudar a sus padres, reagrupados en Cheraia, en
la explotación de unas tierras alquiladas a un colono de la
región. Durante el período de recolección, reside en Che­
raia ; el resto del tiempo sólo va de vez en cuando (cinco
veces) a este lugar, en donde pasa medio día. Su deseo
sería explotar, a pleno rendimiento, su propia tierra o una
alquilada. Durante la recolección, hace jornadas en casa de
unos u otros en la región de Philippeville. Buhuch Ahmed,
de Bekura, ha renunciado a cultivar sus tierras, todavía
accesibles, «como hacen todos sus hermanos». También, en
la época de la recolección, se emplea como jornalero. El
tiempo restante explota un minúsculo huerto, perteneciente
a un nativo de Ain-Aghbel, obrero en Francia. Otro miem­
bro del clan de los Buhuch cultiva todavía la tierra. Pudo
salvar, durante el desplazamiento, una yunta de bueyes, y
se ha contratado con un propietario de Ain-Aghbel : uno
proporciona la tierra y el otro la fuerza. Esto le permite
«tener, por suerte, un establo y campo para (sus) bestias,
sin lo cual la yunta de bueyes habría ido a parar al mer­
cado mucho tiempo atrás, como les ha ocurrido a todos (sus)
hermanos».

E.:rperiencia del salariado y actitudes hacia el trabajo.

Se habrá observado que ninguno de los «reagrupados»


de Ain-Aghbel y Kerkera, que se consideran agricultores,
92 EL DESARRAIGO

tiene la impresión de estar plenamente ocupado, como ha­


bría hecho el fellah' tradicional. Como han perdido el sen­
timiento de tener una verdadera profesión, todos ellos as­
piran a encontrar en la agricultura las ventajas inherentes
al trabajo asalariado en el sector no-agrícola ; e� decir, tener
las tierras suficientes para poder dedicarse a ellas todo el
tiempo hábil de trabajo y obtener unos ingresos o renta
proporcionados al esfuerzo desarrollado. Para realizar, bien
que mal, sus aspiraciones, estos individuos hacen tra­
bajos suplementarios por cuenta de los colonos de Cheraia
y Collo, siega o vendimia, o de agricultores argelinos más
ricos (recolección en Tamalus). Puede, por tanto, concluir­
se que la búsqueda del pleno rendimiento no se inspira
en la nostalgia de su antigua condición campesina, sino
que expresa la toma de conciencia de su subempleo. La
reivindicación de este «pleno empleo» agrícola quiebra el
espíritu de la agricultura tradicional, pues implica un
cálculo de tiempo de trabajo y de la relación entre trabajo
proporcionado y producto recogido. Lo que diferencia a los
parados de los campesinos es, precisamente, que el descu­
brimiento de la significación del trabajo conduce a unos a
negarse a considerar como trabajo lo que antes era normal
en esta noción (subempleo) o rechazar pura y simplemente
las tareas que no son capaces de procurar un salario per�
manente, mientras que a los otros -estrechamente ligados
a la tierra y a su condición de campesinos-, les lleva a se­
guir considerando a la agricultura como su única actividad
posible.
Tanto en Djebabra como en Matmata, los cabezas de
familia que se dicen agricultores, alternan muy a menudo
(trece sobre veintiséis en Djebabra, veintitrés sobre vein­
ticinco en Matmata) la explotación de sus tierras -que, de
creer sus palabras, bastan para ocuparles plenamente- con
el trabajo asalariado más o menos permanente en las gran­
jas europeas de los alrededores e, incluso, de la Mitidja
(Bufarik, Marengo), sobre todo, en época de vendimia o
recolección de agrios. Un buen número de ellos declaran
por toda renta el salario obtenido de su trabajo en casa
de los colonos (concretamente la recolección de cereales
durante el mes anterior a esta encuesta), y no cuentan para
nada su propia producción, totalmente auto-consumida.
¿ Cómo explicar que estos campesinos -que no i �noran
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 93

el trabajo asalariado- puedan, contrariamente a los cam­


pesinos de las regiones de fuerte emigración (los de Collo,
por ejemplo), conservar con respecto al trabajo una actitud
tradicionalista? En primer lugar, debe decirse que la expe­
riencia del trabajo en casa del colono difiere profundamen­
te de la experiencia del trabajo en Francia ; mientras que
el emigrado se ve obligado, mediante una familiarización
lenta, a insertarse en un mundo nuevo- trátese del mundo
del trabajo, taller o fábrica, o del marco de su existencia
cotidiana-, el fellah' de Dj ebabra o Matmata sigue siendo
ante todo fellah', y el cultivo de su propia tierra es, en
todo momento, el centro de sus preocupaciones e intereses ;
por otra parte, el salario que le procura el trabajo ocasio­
nal en casa del colono no es a sus ojos otra cosa que un
complemento siempre incierto de las rentas de su propia
explotación. Pero, más profundamente todavía, se siente
poco inclinado a transportar a su universo familiar todo Jo
que ve o experimenta en su condición de trabaj ador asa­
lariado del colono ; como, por ej emplo, las nociones de ren­
dimiento y rentabilidad y, más generalmente, la conver­
tibilidad del trabajo en dinero. El mundo del colono, con
sus técnicas, reglas y reglamentos, sus modos de remunera­
ción, es otro mundo distinto completamente, sin medida de
relación común con el mundo cotidiano ; de modo parecido
al joven campesino francés, que marcha al servicio militar,
resignado pero sin comprender -y sin intentar comprender­
absurdas y arbitrarias disciplinas, el campesino del Chelif
entra en el universo del colono, resignado de antemano a
desempeñar la función que de él se desea, sin esperar otra
cosa que su salario. Toda la actitud del feUah' del Chelif
aparece dominada por el sentimiento de la inconmensura­
bilidad y hasta de la incompatibilidad de los dos universos ;
todo ocurre como si cada uno supiese oscuramente que, en
caso de dejar introducir en su experiencia cotidiana de
trabajo, preocupaciones o exigencias ficticias, se expusiese
a ver desaparecer los atractivos y encantos que hacen habi­
table su universo familiar, sin asimilarse, por consiguiente,
al otro mundo, a falta de medios con que pagar el precio
de la racionalización.
Podrían citarse mil ejemplos de este desdo blamiento que
proporcionaría regularmente al colonizado la salida me­
di an te la cua l le es posible escapar a las contradicciones
94 EL DESARRAIGO

de una existencia doble. Un habitante de Djebabra, de se­


tenta años de edad, sigue considerándose y llamándose
fellah' plenamente ocupado, a pesar de quejarse de no po­
der trabajar ya en la finca del colono a cambio de un sa­
lario. Esto quiere decir que ni siquiera se le ocurre tras­
ladar a su experiencia familiar las exigencias que considera
naturales cuando se trata del universo del colono. El des­
doblamiento, como medio de escapar a la contradicción, se
observa principalmente -como veremos- entre los obre­
ros agrícolas fijos de las granjas europeas, los agricultores
que han recibido parcelas de la C.A.P.E.R. y entre los miem­
bros de las cooperativas agrícolas (S.C.A.P.C.O.).
A la manera de algunos campesinos de Kerkera y Ain­
Aghbel, los de Djebabra y Matmata, tras haber roto defi­
nitivamente con esa especie de fe de carbonero que les
permitía creerse empleados todo el año, aspiran a poseer
suficientes tierras para poder trabajar efectivamente y f'en­
tablemente durante todo el año ; pero, conscientes de que
(al menos mientras siga el sistema colonial) esa aspiración
es irrealizable, sienten envidia muy a menudo de la suerte
de los obreros agrícolas fijos, instalados en la misma gran­
ja, cosa tanto más fácil cuanto que el reagrupamiento no
ha dejado de provocar, hasta entre los más decididos a
seguir cultivando la tierra, una cierta ruptura con la tra­
dición campesina (5).
La granja del colono es, mutatis mutandis, a los ojos
de los agricultores y, sobre todo, de los parados de Dje­
babra y Matmata, lo que la fábrica y la obra para los re­
agrupados de Collo : a saber, la promesa de un empleo per­
manente. Sin embargo, mientras que en la región de Collo
los antiguos fellah'in se declaran parados porque no ven
salvación más que fuera de la agricultura, los reagrupados
del Chelif pueden deplorar la débil rentabilidad de la agri­
cultura porque la actividad del fellah' y del obrero agrícola
no son totalmente diferentes, a pesar de que las condicio­
nes en las cuales se ejercen, difieren de modo absoluto. Por
lo mismo que la experiencia del trabajo en la granja del
colono no determina necesariamente la renuncia a la ac­
tividad tradicional, así también la aspiración al empleo per­
manente con el colono no implica necesariamente una re­
nuncia del espíritu campesino, a diferencia de la ambición
al empleo permanente, pero al margen de la agricultura.
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 95

E l prestigio del "oficio".


En Barbacha, los obstáculos e impedimentos son meno­
res que en los llanos del Chelif y, particularmente, en la
región de Collo. Los nativos del poblado e incluso los agri­
cu ltores originarios de las aldeas vecinas (y replegados so­
bre Barbacha) pueden seguir cultivando sus tierras, salvo
en el caso -relativamente raro- de que estén situadas en
zona prohibida. Por otra parte, cuando dejan de conside­
rarse fellah'in se debe, principalmente, a que rechazan la
condición de campesinos ; es decir, porque -aun cuando
sigan cultivando la tierra- se niegan a conceder a esta
«ocupación» el caliiicativo de profesión digna de tenerse
en cuenta, conscientes de que no se puede medir su renta
ni su duración y, por tanto, tampoco su rentabilidad. Pero
tanto si se llaman a sí mismos parados, agricultores o, por
puntillo de honor, «pensionados» (a poco que reciban algún
socorro o una ayuda por razón de su edad) y hasta «j ubilados»
-y esto incluso cuando no reciben pensión alguna y por
poco que hayan sido obreros de las minas o de Puentes y
Caminos-, se refieren siempre más o menos explícitamen­
te al trabajo asalariado y consideran su actividad actual
como un mal menor para ir tirando.
Al mismo tiempo que siguen explotando las tierras de
las cuales son propietarios o que detentan en régimen
de aparcería, los f ellah'in de Barbacha aspiran al empleo
permanente fuera de la agricultura, con tanta fuerza como
los parados de Kerkera. La atracción del salario incita a
numerosos cultivadores a realizar trabajos (de labranza o
recolección, por ejemplo) por cuenta de otros propietarios,
a veces, en perjuicio de su propia tierra. Un fellah' kabilia
de los Uadhia, tras haber reconocido que era uno de los
pocos auténticos campesinos que aún quedaban en el pue­
blo (cosa que traicionaban su atuendo, lenguaje, y su forma
de relacionarse con los familiares) y tras haber deplorado
con gran sinceridad y nobleza la decadencia de Thafallah'th
Y denunciado las seducciones ficticias de la ciudad, decla­
r ab a (en abril de 1963) : «Yo soy el único del pueblo que
tien e una yunta de bueyes. Labro las tierras por encargo
de otros, a razón de 2.500 F (antiguos) al día y en época de
Ram adán pido 3.000» (en compensación de la comida que
n o toma esos días) ; esto lo hace de la manera más natural
96 EL DESARRAIGO

del mundo. Ahora bien, reclamar una indemnización en


dinero por la comida que asocia a todos los que han parti­
cipado en un trabajo colectivo, constituye ya de por sí una
innovación escandalosa ; pero, además, la yunta de bueyes
deja de ser el orgullo del propietario agrario, como título
simbólico de su honor campesino, para convertirse en una
fuente de rentas monetarias.
Como el campesino «descampesinizado» prefiere a veces
marchar a trabaj ar a cambio de un salario en las tierras
de otros más bien que cultivar las suyas, prefiere también
alquilar la yunta de bueyes que hacerla trabajar su propio
campo ; a veces, ocurre que su único objetivo al adquirirla
es, precisamente, el de alquilarla de esta forma. Así, en
Aghbala, y antes de 1940, había veintidós familias propie­
tarias de una yunta de bueyes y veinticuatro que sólo po­
seían un buey (ayuntado con otro y utilizados de esta for­
ma). Aún hoy existen veinticuatro familias propietarias de
una parej a de bueyes, mas sólo diez poseen tierra suficien­
te. Puesto que los campesinos no conceden ningún valor
a la posesión de un solo animal, sólo los que mantienen las
viejas tradiciones de auténticos agricultores (o los que pro­
curan seguir siendo verdaderos campesinos) guardan un
buey (o sea, catorce en lugar de veinticuatro). En tanto
que las familias anteriormente más ricas se han desposeído
de una parte más o menos grande de su cabaña, once pe­
queñas familias han adquirido sus correspondientes yun­
tas. Antes de 1940, las parej as de bueyes, dos meses al año,
o sea, un mes durante las faenas de otoño y otro mes en
las labores preparatorias de primavera ; a lo cual hay que
añadir la trilla, adelantos y otros servicios, que en con­
junto suponían otros dos meses de trabajo. Actualmente,
la mayoría de los nuevos propietarios sólo emplean sus
yuntas unos dos meses al año y, por lo general, en tierras
aj enas ; a pesar de que la compra de bueyes no se explique
perfectamente mediante la lógica del interés, el prestigio
que los campesinos «advenedizos» esperan sacar de ella no
ha aparecido por parte alguna y, además, se ironiza a pro­
pósito de esos «bueyes de establo», semejantes a una «pa­
red» (por su tamaño e inmobilidad) que su propietario no
consigue sacar a trabaj ar porque faltan tierras, ni engor­
darlos por falta de t'arh'a (establo instalado en el huer­
to) (6).
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 97

El desapego general ( pero distintamente acentuado y


de sigualmente declarado) hacia la condición campesina, so­
bre todo en su forma tradicional, se expresa indirectamente
en la valoración extrema de los empleos no agrícolas (7).
Para liberarse del malestar que suscita el sentimiento
de estar desocupado y, por consiguiente, desprovisto de ra­
zón de ser social, los inactivos de Barbacha se declaran
-con muy poca j ustificación- «retirados» o «pensionados».
Por las mismas razones, los reagrupados de Kerkera y Ain­
Aghbel tienden a considerarse obreros, a poco que hayan
trabaj ado fuera de la agricultura, por ej emplo, dos meses
durante la cosecha del alcornoque, o algunos días en los
trabajos de albañilería dirigidos por la S.A.S., y hasta cua­
tro días a la semana durante los meses de verano, en la
cantera de Ain-Aghbel o en las de sus alrededores abiertas
por la Dirección de Puentes y Calzadas. Como puede verse,
pues, según se trate de trabajos agrícolas o no agrícolas,
los criterios utilizados para definirse como ocupado difie­
ren absolutamente ; los trabajos de primera pela del alcor­
noque no ocupan más tiempo que los agrícolas, esto es,
como la siega y la trilla, durante los meses de agosto y
septiembre. Y, sin embargo, quienes han podido ejercer,
siquiera brevemente, una verdadera profesión, se sienten
autorizados a concederse el título de obreros. Es la misma
lógica que conduce a declararse más bien parado que fellah'
y antes obrero que parado, puesto que, entre los dos tipos
de actividad, se establece una diferencia de naturaleza : un
sucedáneo de trabajo agrícola se tiene realmente por tal,
porque en definitiva toda la actividad agrícola tradicional
se tiene por un sucedáneo de actividad ; por el contrario,
l as cosas son muy distintas en los trabajos no agrícolas, los
cuales, por ficticios e improductivos que sean, participan
de la autenticidad del género de actividad al cual perte­
nec en.

Una actitud geneTalizada.


Para verificar estos análisis es necesario examinar con
mayor precisión la estructura socio-profesional de la po­
bl ación masculina (sin contar los cabezas de familia) y las
var iaciones de esta estructura, según la categoría socio-pro­
fesional del cabeza de familia (8). La proporción de indi-
98 EL DESARRAIGO

viduos en edad de trabajar declarados como agricultores


(cabeza de familia incluido) en el seno de familias de agri­
cultores es de 87,5 % en Djebabra, 82,6 % en Matmata ; sólo
de 75,0 % en Ain-Aghbel, 62,0 % en Barbacha y 50,0 % en
Kerkera. Lo que ocurre es que tanto en Djebabra como
en Matmata, cuando alguien se declara agricultor, se tien­
de a incluir en el mismo concepto a los otros miembros de
la familia ; cosa fácilmente comprensible, puesto que el
cabeza de familia juzga la actividad de sus parientes con
los mismos criterios que la suya propia y, además, en la
lógica de la tradición, no existe nadie -ni siquiera las mu­
jeres y los niños- que no tenga su función social y tareas
específicas. Por el contrario, los fellah'in de Kerkera, Ain­
Aghbel o Barbacha pueden considerarse agricultores por­
que tienen el criterio de que su actividad es suficiente
(o bien las rentas que esta última procura), sin importarles
declarar desocupados a aquéllos de sus parientes cuya ac­
tividad no les parece suficientemente rentable ; ahora bien,
se sabe que, en la mayoría de los casos, la superficie de
tierras dedicadas al cultivo es demasiado pequeña para
ocupar plenamente no ya a una parte de la familia, sino
ni siquiera al cabeza de la misma.
A título de verificación vale la pena hacer observar que
en Barbacha, Kerkera y Ain-Aghbel, los cabezas de familia
ocupados fuera de la agricultura no declaran a ninguno de
los miembros de su familia como agricultor. Es evidente
que la aparición de un empleo no agrícola, sobre todo cuan­
do se trata de un oficio estable y susceptible de procurar
una renta monetaria, implica una transformación de la ac­
titud económica al mismo tiempo que proporciona a ésta
una ocasión o pretexto para expresarse ; a medida que
aumenta la aportación principal, la utilidad marginal de
la aportación de los otros miembros disminuye, principal­
mente cuando se trata de una simple «ocupación», por tan­
to muy frágil ; en definitiva, se está tanto más inclinado a
renunciar a estas actividades (más o menos ficticias) en la
medida en que el esfuerzo se muestra desproporcionado con
su producto, pues se comienza a exigir que todo trabajo
satisfaga su objetivo propio según la lógica de la economía
monetaria, a saber, que procure unos ingresos en dinero
proporcionados al esfuerzo prestado (9). No obstante, si en
Barbacha, Ain-Aghbel y Kerkera, el cabeza de familia de-
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRAB.\}O 99

cla ra como parados a todos aquellos que no tienen -como


é l - un empleo fuera de la agricultura, en Matmata y Dje­
ba bra, por el contrario, una gran parte de los miembros
de las familias cuyo cabeza tiene un empleo no agrícola, se
consideran agricultores (el 44,4 % y el 33,3 %, respectiva­
mente) (10). Si tales diferencias separan los centros de
C ollo de los del Chelif, sin que puedan atribuirse única­
mente a las posibilidades objetivas de empleo que ofrecen,
ello se debe a que, en realidad, estas sociedades -desigual­
mente penetradas por la economía monetaria- favorecen,
ambas, la renuncia del tradicionalismo, pero en grados di­
ferentes. De ahí que lo que en Matmata y Djebabra no es
otra cosa que una elección individual, tome en Barbacha,
A i n-Aghbel y Kerkera una forma sistemática.

A ctitv.d económica y tradiciones familiares.

Puede apreciarse la coherencia de las diferentes dimen­


siones de esta actitud, considerando un nuevo índice, a sa­
ber, la edad media del cabeza de familia y sus variaciones
según los grupos y las categorias socio-profesionales. Se
observa primero que es más bajo en Kerkera (40 años), Ain­
Aghbel (42 años) y Barbacha (45 años) que en Djebabra (50)
Y Matmata (51 ) ; esto no tiene nada de sorprendente, si se
re cuerda que la actitud tradicional hacia el trabajo está
lig ada a la adhesión a las tradiciones patriarcales (11). Ade­
más, si afinamos el análisis, observaremos que en Djeba­
hra y Matmata más del 70 % de los hombres son de edad
i nferior a la de los jefes de familia, contra el 32 y 36·% en
Kerkera y Ain-Aghbel. respectivamente. Las familias de
ag ricultores de los centros de la región de Collo sólo cuen­
ta n con hombres que han roto con las tareas agricolas, bien
sean harkis (policía militar indígena al servicio de Francia),
bi en emigrados que no dirigen de hecho la familia, bien
los que sí la dirigen (12) o, en fin, inactivos. Se puede ob­
servar, pues, cómo se van perfilando dos tipos de familia
que corresponden a dos tipos de actitud hacia la economía
mo derna y la agricultura tradicional.
La condición de agricultor, tal y como intentan vivirla
los fellah'in reagrupados en Djebabra y Matmata (y tam­
bié n los de Barbacha en cierta medida). es al menos una
l 00 EL DESARRAIGO

manera de ser común a todos, una manera idéntica de con­


templar el mundo ; la agricultura impregna todavía pro­
fundamente la vida de todo el grupo y sigue siendo la ocu­
pación (ya que no la actividad) dominante, a la que simple­
mente se añaden las demás actividades.
Aquí, el cabeza de familia es naturalmente el de más
edad, incluso hasta cuando no tiene ocupación alguna. Su
ocupación es, a sus ojos y a los del grupo, la función misma
del jefe de la familia, responsable de cada uno y de todos,
encargado de ordenar y organizar los trabajos, los desem­
bolsos y las relaciones. La actividad se identifica con la fun­
ción social y no se mide con un producto tangible en na­
turaleza y menos aún en dinero (por el esfuerzo y tiempo
dispensado!!) ; por consiguiente, un cabeza de familia tiene
pleno derecho a sentirse y decirse ocupado, puesto que rea­
liza satisfactoriamente la función que conviene a su edad
y estatuto, esto es, dirigir. Esto ocurre más particularmente
en las familias cuyos jefes son agricultores : en Djebabra
y Matmata, el más antiguo conserva su autoridad (con una
sola excepción), incluso cuando él no esté ocupado y miem­
bros más jóvenes de la familia sí lo estén. Entre los traba­
jadores no agrícolas, el privilegio del anciano aparece ya
muy recortado ; la edad media de los jefes de familia es muy
inferior a la de sus iguales agricultores e inactivos ( 40 años
contra 53 y 58 en Djebabra, 41 contra 52 y 58 en Matmata).
Barbacha presenta muchas analogías con Djebabra y
Matmata, a pesar de que encierre, en estado de pura vir­
tualidad, todo lo que ya se observa en Ain-Aghbel y Ker­
kera. Se nota, por una parte, un apreciable índice de
tradicionalismo : la edad media de los jefes de familia agri­
cultores es de 43 años, 40 de los no-agricultores y 55 la de
los inactivos. En las familias de agricultores, los otros
miembros varones son, casi en su totalidad, más jóvenes que
el cabeza (una edad media de 30 años) ; los demás cuentan
más de sesenta años ; los emigrados son también muy jó­
venes (edad media de 35 años). Por otra parte, se nota
ya un bosquejo de transformación de la actitud hacia la
agricultura tradicional. Hombres relativamente mayores no
se declaran jefes de familia (ni ocupados), a pesar de qu e
sigan cultivando un poco de tierra ; dej an esta carga al
emigrado, que provee a las necesidades de la familia me­
diante sus envíos.
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 101

En Kerkera o Ain-Aghbel, hombres más jóvenes, cons­


cientes de su contribución a la vida económica de la
familia, poseídos de la autoridad que les da una mayor
adaptación al mundo económico moderno, ocupan progre­
sivamente y en número creciente el primer plano, tanto en
e l interior de la familia como en sus relaciones con el exte­
rior. Son muy raras las familias con hombres jóvenes ocu­
pados y cuyos jefes sean ancianos desocupados ; hasta exis­
ten familias que se dan un jefe joven y desocupado, no
obstante disponer de hombres mayores y ocupados. La
edad media de los cabezas de familia -sean trabajadores
no agrícolas, agricultores o inactivos- es baja : 33, 35 y
43 años en Kerkera, respectivamente ; 39, 40 y 45 en Ain­
Aghbel (13). De este modo, el descubrimiento del trabajo
entraña una reinterpretación de las distintas categorías y
funciones dentro de la familia.
En este aspecto, como en otros, la ruptura con la rutina
ha sido ocasión de un giro reflexivo y una toma de con­
ciencia. La inactividad forzada fortalece el sentimiento de
ser demasiado viejo para trabajar ; anteriormente se con­
�ideraban fellah'in los varones de hasta 65 años y más ; por
el contrario, en el centro de reagrupamiento, la persona
que sobrepasa la cincuentena se considera inepta para el
trabajo. Muchos individuos que dicen estar desocupados
desde el momento en que abandonaron sus tierras, decla­
ran haber dejado de trabajar mucho antes del reagrupa­
miento. Antiguamente, un campesino demasiado viejo o
enfermo podfa renunciar a toda actividad sin dejar de ser
considerado jefe de la casa y la tierra ; también es cierto
que se sentía inclinado a pasar por alto la vejez y enfei';;.
medad que no eran tenidas como causas o excusas de inac­
tiv idad. Con el reagrupamiento, muchos campesinos con­
si der an enfermedad ese malestar indefinible que suscita el
ab andono de la tierra y el espacio familiar ; como si esto
fu e se, a sus ojos, la única justificación plausible, no tanto,
en absoluto, de su inactividad forzosa, como de su dimisión
Y renuncia a la función de jefe de familia. Perder su tierra
es perder su calidad de «señor de la tierra» que bastaba
Par a que un hombre se constituyese en campesino, cual­
q uiera que fuese su actividad real (4). Esta última conce­
si ón a la imagen tradicional del patriarcado la contradice,
Pue sto que un campesino que se respete, ha d e olvidar su
102 EL DESARRAIGO

propia desgracia y, sobre todo, guardarse de utilizarla


como etiqueta y hasta de quejarse. Sin duda, la miseria y
las condiciones sanitarias, muchas veces insoportables, mul­
tiplicaron las enfermedades ; pero la miseria moral y la
crisis del grupo transtomaron profundamente la moral
campesina que reprueba, como complacencia culpable, el
cuidado de sí mismo y de su propio cuerpo ( 15).

Tiempo convertible en moneda.

La raíz común de todas las actitudes -esto es, la signi­


ficación conferida al trabajo- puede y debe recogerse en
las estimaciones del tiempo de trabajo. Para el campesino
de la tradición, la evaluación cuantitativa del tiempo em­
pleado en sus labores es una operación desprovista de sen­
tido. Un fellah' que se respete, está ocupado el año entero,
todos los días del mes y toda la j ornada, es decir, desde la
aurora hasta la puesta del sol. En Djebabra, de veinte ca­
bezas de familia que se declaran agricultores, trece dicen
estar ocupados todo el año y los meses enteros, así como
todos los miembros de su familia ( 16). Otros cuatro pare­
cen estimarse y estimar a sus subordinados ocupados du­
rante períodos de la recolección solamente, o sea ocho me­
ses al año aproximadamente. Finalmente, otros tres se
esfuerzan en calcular la duración de su actividad efectiva,
precisando el número de meses trabajados al año (unos
cuatro) y el de días de trabajo al mes (alrededor de los
veinte). En Matmala, de veinte trabajadores agrícolas,
trece se dicen ocupados plenamente ; tres se declaran ocu­
pados solamente una parte del año (unos seis meses) y otros
cuatro estiman en unos cinco meses su trabajo efectivo, a
razón de quince días por mes.
En Barbacha, sólo un tercio de los j efes de familia hace
referencia al modelo tradicional ; la mitad evalúan en cin­
co meses -a razón de diez días por mes- su tiempo de
trabajo efectivo ; los otros no tienen en cuenta más que los
meses de labores agrícolas más importantes, o sea, alrede­
dor de cuatro meses. Todos los fellah'in pertenecientes a
familias de trabajadores no agrícolas se tienen por ocupa­
dos sólo de manera intermitente. La experiencia del traba­
jo asalariado, por tanto, medido y valorizado según el tiem-
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 103

p o y el esfuerzo aportado, inclina a considerar el trabajo


agr ícola según los mismos criterios y, por consiguiente, a
n o tener en cuenta otros períodos que los de pleno empleo :
es decir, mientras duran las labores, la siega, la trilla y, en
ri gor. las campañas de la aceituna y los higos. Ya no se
tienen en cuenta los innumerables pequeños trabajos que
hacía el auténtico fellah' de otros tiempos : escardar, vallar
los campos, cavar, cortar árboles, proteger los tallos jóve­
nes contra el ganado, aprovisionarse de madera o forraje y,
finalmente, la simple «visita» (asafqadh) a lot campos o
la vigilancia a distancia (17).
En Ain-Aghbel y Kerkera no se encontró un solo fellah'
q ue se considerase ocupado durante todo el año ; un núme­
ro muy pequeño de estos hombres se declara ocupado du­
rante algunos meses (tres o cuatro) ; la mayoría (los dos
tercios) se dicen ocupados durante tres ocuatro meses a
razón de diez días por mes. Medido según estos criterios.
el carácter parcial y casi ficticio de la actividad agrícola
estalla, y comienza el proceso al cabo del cual el fellah'
de la tradición se tendrá a sí mismo por un semi-parado y
preferirá el paro, antes que este sucedáneo de actividad
que anteriormente constituía toda su vida (18).
Lo que empuja a la mayoría de los antiguos campesinos
a considerarse parados no es tanto el sentimiento de tra­
baj ar demasiado poco, como la conciencia de trabajar aún
demasiado a cambio de unos ingresos ínfimos. Si queremos
recoger ahora la oposición ya observada entre las dos ló­
gicas, nos bastará comparar la actitud ante el cálculo mo­
netario del campesino de Djebabra o Matmata a la del
ca mpesino de Ain-Aghbel o Kerkera. En los primeros lu­
qares, un fellah' de cada dos no declara renta alguna, bien
porque no haya en efecto producido nada. bien porque no
sepa evaluar su producción, sin percibir lo q ue a nuestro
modo de ver contradice su propósito : en efecto, son los
m ismos que se dicen ocupados toda la jornada. todos los
días del mes y del año, y que se niegan al mismo tiempo a
este cálculo, negaci6n de toda su visión del mundo (19).
En Ain-Aghbel y Kerkera, por el contrario, sólo se de­
cla ran agricultores quienes obtienen una renta suficiente.
fr uto del trabajo de la tierra, o sea, una media de 100 F al
mes y por familia y una de 83 F (20) por fellah' ; las rentas
de los agricultores fellah'in, que representan solamente la
104 EL DESARRAIGO

décima parte del conjunto de familias, suponen el 15,7 %


de la renta global ; finalmente, los trabajadores no agríco­
las omiten en todas partes la declaración de las rentas de
los fellah'in de su familia, incluso en Djebabra (21).
En Djebabra y Matmata, todos los cultivadores que pre­
sentan una estimación en dinero de su renta, han trabajado
en las tierras del colono y muchos de ellos sólo tienen en
cuenta los salarios. Asimismo, en Barbacha, quienes decla­
ran sus rentas en especie (es decir, casi la mitad, pues los
otros declaran en quintales de trigo o cebada) sólo preci­
san los salarios percibidos a cuenta de trabajos de tempo­
rada o el producto de la comercialización de una parte,
generalmente muy pequeña, de su producción ; lo cual pone
de manifiesto su incapacidad para convertir en dinero el
producto de la tierra, pero también y sobre todo es un ín­
dice de la devaluación de este producto.
En la mayoría de los reagrupamientos de la región de
Collo, los obreros protestan contra el pago en especie : «Si
yo trabajo -dice un obrero- es por dinero, no por un poco
de sémola» (22).
Anteriormente, el fellah medía la cosecha de cereales en
dobles decálitros (galba), decálitros (mahraz) y decálitros
llenos hasta los bordes (thabezt'ut) e, incluso, en naqla, con­
junto de doce gavillas (iqatsunan, sing., aqatsun) atadas
con un cordón de esparto y (asuqan) y formadas por veinte
manadas. El campesino sabía que, en años normales, el tri­
go da tres dobles decálitros por naqla y cuatro la cebada.
Con la experiencia del salariado, se ha acostumbrado a es­
timar su trabajo en dinero, pero no su cosecha a la que si­
gue midiendo según los procedimientos tradicionales, pues­
to que sólo en raras ocasiones la comercializa ; además, en
cualquier caso, comprador o vendedor, nunca está predis­
puesto a hacer cosas distintas a los demás fellah'in.
No obstante, desde hace ya bastante tiempo, evalúa en
quintales o en dinero la cosecha de higos, vendida casi to­
talmente a los comerciantes de la ciudad. Los fellah'in del
Chelif han aprendido, en contacto con el colono (al konor,
como dicen ellos) a contar en hectáreas (aatar) y quintales
(qantar). Para evaluar la superficie de las tierras rocosas
y parceladas de las regiones montañosas, utilizan todavía y
unidades com la zuwi;a y la ;abda (en Kabilia, la jornada
de labor : as antsah'<irats) ; esto se debe a que las medidas
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 105

r¡u e les sirven para contar la duración del trabajo, les per­
mit en una estimación más estrechamente adaptada a la
rea li dad. La medida en quintales y kilogramos de cereales
y de sémola, etapa previa anterior a la evaluación en di­
nero, parece haber sido introducida por las autoridades
m il itares, las cuales, a fin de controlar la circulación de
m e rcancías, almacenaban, tras haberlas pesado, todas las
cos echas distribuyéndolas después por contingentes estric­
ta mente proporcionales a la dimensión de cada familia.
En términos generales, la causa de la quiebra de la ac­
tividad tradicional en sus mismas raíces ha sido la expe­
riencia directa o indirecta del asalariado, más que la es­
timación en dinero del producto del trabajo (operación
mucho más compleja), al escindir el producto del esfuerzo
y el tiempo empleado. La aparición de un número relati­
vamente importante de empleos asalariados, creados más
o menos artificialmente por el ejército (harkis, empleados
comunales, jornaleros de obras públicas, etc.) acentuó la
conciencia de la escasa rentabilidad del trabajo agrícola.
«La S.A.S. ha contribuido a apartar a la gente de la tierra,
dando oficio a las gentes. Primero hubo recelo y auto­
defensa, porque el primer oficio, a buen seguro, impedía
ocuparse de los asuntos de uno y no beneficiaba gran cosa.
Luego vinieron los harkis, los «goumiers» (soldado indí­
gena de caballería), los mojazni, sargento (sar;an), cabo
(kabran), sargento mayor (sar;anchif), primera clase, se­
gunda clase ; luego secretarios ( sakritir) y los jodja, sin
hablar del alcalde ( el mir) y sus concejales. Después de
esto, bastaba con que el lugarteniente supiera que fulano
o zutano sabía hacer esto o lo otro, para que lo mencionara
como si tuviera ese oficio. Así, poco a poco, todo el mundo
se ha ido olvidando que existe el trabajo de la tierra. En
e l censo, yo he visto a Mohand L. . . insubordinarse porque
se le inscribía como agricultor, cuando había encontrado
un oficio como los demás : 'Me despreciáis ; a los verda­
deros agricultores les habéis encontrado un trabajo. Y yo,
como no tengo ni un palmo de tierra, me ponéis como agri­
cultor. ¡ Vaya un agricultor ! Ellos tienen tierra, hasta el
suelo de su puerta, y, sin embargo, uno es chófer, el otro
comerciante'. Se le preguntó entonces su oficio. El día an­
terior había comprado el rebaño de Si L. . . que había ve­
nido a refugiarse en la aldea ; inmediatamente, él lo re-
106 EL DESARRAIGO

vendió a un carnicero que iba de paso. Por tanto, es tratante.


Pues como tratante consta.» (Un fellah' de Djemaa-Saha­
ridj. ) Por ficticia que haya sido la acción económica de las
autoridades militares, lo cierto es que ha contribuido a ace­
lerar la «descampesinización».

Descubrimiento de la escasez del trabajo.


En la sociedad tradicional, la duración de los ciclos
agrícolas -que hacían posible disociar el esfuerzo, causa
ocasional (sabba), de su producto, don de Dios (razq
Allah)- ocultaba la relación que une el trabajo a su pro­
ducto. Por otra parte, la solidaridad familiar protegía con­
tra la indigencia absoluta mediante unas reservas de
artículos, siempre disponibles para el consumo. En el re­
agrupamiento, la desaparición casi total de los recursos
agrícolas y el relaj amiento de las tradicionales relaciones
de solidaridad, conducen a considerar el alimento cotidiano
como producto directo del trabajo cotidiano.
La preocupación central de la mayoría de los fellah'in
adultos consiste en hallar con qué alimentar a su familia.
El lazo entre el trabajo y su producto aparece directo e
inmediato : no se podrá comer por la noche si no se ha tra­
baj ado durante el día. En seguida, la única preocupación
es la de encontrar un trabajo capaz de procurar un ali­
mento inmediatamente indispensable ; por consiguiente, las
tierras quedan abandonadas. Los más pobres, desprovistos
de economías y bienes comercializables (por ejemplo, ga­
nado) son los primeros en descubrir que su único recurso
es venderse como fuerza de trabajo ; se dicen prestos a ir
a cualquier parte en donde se les ofrezca trabajo. «Me que­
daré (en el reagrupamiento) si encuentro trabajo», dice un
viejo khammés de Matmata, que sólo está seguro de com er
cuando ha conseguido vender el haz de leña recogido el
día de antes. Este hombre sólo ha trabaj ado, en un año,
durante dos quincenas en la S.A.P., por un salario de 150 F .
«Iría a cualquier sitio en donde pudiese ganarme el pan ;
me quedaría si hubiese pan», dice otro khamés, quien ha
ganado 150 F y dos quintales de cebada en todo el año. En
resumen, allí donde se decía : «Dios proveerá», o «Su par­
cela es cosa de Dios», se dice hoy : «Sin trabajo no hay
pan», o «Si no trabajas no comerás»,
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 1 07

De este modo, los rasgos característicos de las dos socie­


d ades, la de la región de Collo -con Ain-Aghbel y Kerke­
r a-, y la de las colinas del Chelif -con Djebabra y Mat­
rna ta-, tienden a ordenarse en conjuntos diferentes. Los
campesinos de Kerkera y Ain-Aghbel ya habían roto, sin
to mar conciencia de ello, con el espíritu campesino, puesto
que muchos de ellos ya habían tenido, directa o indirecta­
m e nte, experiencia de trabajo asalariado en el sector mo­
derno y sus contactos con la economía monetaria habían
sido más largos e intensos. Por el contrario, los del Chelif,
debido a las condiciones en que llevaron a cabo su expe­
r iencia de la economía moderna y el trabajo asalariado,
estaban mucho menos abocados a considerar su condición
en relación a los valores y criterios nuevos.
No obstante, la economía y el espíritu tradicionalistas
se vieron afectados en todas partes y en ningún caso puede
decirse que los modelos antiguos se hayan actualizado pura
y simplemente en la conducta de los hombres de estas so­
ciedades. En Djebabra y Matmata se observa ahora cómo
se está efectuando el proceso de diferenciación de los gru­
pos y las actitudes económicas, proceso que ya se había
realizado en Ain-Aghbel y Kerkera antes del reagrupa­
miento. De todas formas, sería un error establecer una
oposición entre las dos sociedades. No hay duda de que los
agricultores de Djebabra y Matmata y los trabajadores no
agrícolas de Kerkera y Ain-Aghbel daban la impresión de
constituir dos tipos extremos de actitud, ante la agricultura
tradicional y la economía moderna. Sin embargo, comien­
zan a apreciarse oposiciones más matizadas dentro de cada
uno de estos grupos.
La economía moderna penetra más o menos rápidamen­
te las diferentes capas sociales de una misma sociedad se­
gún el tipo de actividad que las define, según la circuns­
ta ncia, la intensidad y duración de su contacto con el sector
mo derno ; de rechazo, estas desigualdades de ritmo tienden
a acentuar la diferencia entre los distintos grupos. Por
consiguiente, j unto a familias de agricultores que se esfuer­
zan en perpetuar el viejo espíritu, contra el viento y la
mar ca de las dificultades presentes, se descubren ya fami­
li as de trabajadores no agrícolas, inclinadas a desvalorizar
el trabajo tradicional aceptado como simple ocupación. In­
rl u so cuando parece que se mantiene una apariencia de
1 08 EL DESARRAIGO

orden agrario tradicional, la condición del agricultor tiende


siempre a parecer una elección forzosa o, en todo caso, una
mala elección. La penetración de los modelos y valores de
la economía monetaria se hace según unas líneas de menor
resistencia, y en este caso encuentra terreno ya abonado
entre los que han ido a la escuela o han hecho alguna expe­
riencia de trabajo asalariado en el sector moderno, en
Francia o en Argelia. Es cierto que, por lo general, son los
más jóvenes los que nutren la emigración y los trabajos
ajenos a la agricultura, y ello se debe a toda una tradición
cultural según la cual los más viejos han de permanecer
en el país, para dirigir la familia de la que son responsables
y organizar el trabajo de la tierra, esto es, el trabajo por
excelencia al cual -en la lógica de la tradición- debe su­
bordinarse todo, hasta el trabajo de los más jóvenes y
su producto. Pero, al mismo tiempo, en razón a la función
misma que la tradición le confería, la generación j oven ha
podido adquirir, en un grado superior al de sus mayores,
ciertas aptitudes y capacitaciones que la califican para
disputar oportunamente en la competición de encontrar
trabajo (a saber, la experiencia del trabajo asalariado, un
mínimo de calificación profesional y la práctica, aunque
sea torpe, del francés) ; por lo mismo, estos jóvenes se
procuran de esta forma un conjunto de actitudes y aspira­
ciones apropiadas para aspirar a un empleo en el sector
moderno. En estas condiciones, ¿ cómo podría la viej a agri­
cultura ser otra cosa -incluso para quienes se esfuerzan
en mantener su espíritu- que una mera supervivencia?

( 1 ) Las encuestas cuyos resultados analizamos aquí, se efec­


tuaron en el marco del estudio sobre el empleo realizado en 1960 por
la A.R.D.E.S. y el I.N.S.E.E. CCf. Trabajo y trabajadores en Arge­
lia, Mouton, 1963).
(2) En Kerkera, como en Ain-Aghbel o en Djebabra y Barbacha,
del 75 al 90 % de los parados son antiauos a¡ricultores o jornaler,ls
agrícolas. Affreville es una excepción a esto, hecho comprensibl:i,
puesto que se trata de una «bidonville» inmediata a una ciudad
media (46,6 %) : los dos tercios de los oarados son antiguos traba•
jadores no agrícolas. Las diferencias se reducen aún más si se tie•
nen en cuenta los indices de ocupación del conjunto de la población
masculina y no solamente de los cabezas de familia.
(3) Conviene matizar : debido a que una persona empleada y re·
cibiendo ingresos en dinero tiende a declararse cabeza de familia,
la proporción de estos últimos ocupados en tareas no agricolas es
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 1 09

siempre ligeramente superior a la proporción correspondiente de la


población activa en su conjunto (28 % contra 27,5 % en Barbacha,
ao,7 % contra 29,7 % en Ain-Aghbel, 33,7 % contra 29,4 % en Ker­
kera, 22,9 % contra 19,7 % en Matmata, 22,7 % contra 20,3 % en
Djebabra, 53,4 % contra 51,2 % en Affreville). Pero, además, si se tie­
ne en cuenta a los emigrados, la proporción de población masculina
activa ocupada en tareas no agrícolas, alcanza el 45 % (de los cuales
un 31 % de emigrados) en Barbacha ; el 42,8 % (un 25 % de emigra­
dos) en Ain-Aghbel ; 39,6 % (un 12,3 % de emi¡rados> en Kerkera.
Djebabra, Matmata y Affreville no re¡¡istran emi¡ración. Seria di­
tícil apreciar en estos hechos una explicación directa de las dife­
rencias anteriormente señaladas, puesto que no habíamos introdu­
cido la corrección que suponen los emi&rados. De todas formas,
puede retenerse que la existencia de una tradición de emi¡¡ración
ejerce una influencia decisiva sobre las actitudes hacia el trabajo.
(4) Cf. Tt-avail et travameurs en A lgérie, II parte, cap. 1, pá­
ginas 303-304.
(5) Si muchos pequeños fellah'in envidian la suerte de los obre­
ros del colono, ¿qué debo decir ahora (después de la independencia),
que con la auto-gestión de las granjas nacionalizadas constituyen
una clase de privilegiados en relación con la masa de pequeños pro­
pietarios y obreros agrícolas eventuales'?
(6) Es costumbre engordar los bueyes a continuación de la tri­
lla, mediante forraje verde, hoja de fresno, olmo joven v chopo ;
en otoño en hoja de higuera y tallos de maíz o sorgo ( la41af). Por
esto, no sólo es necesario producir este forraje, es decir, poseer
árboles, tener un huerto, sino también ooder dedicar a la alimen­
tación de los bueyes parte del trabajo y tiempo de un fellah'. Esta
función la desempeña generalmente un guarda del huerto, aue se
cuida al mismo tiempo del secadero de higos ( t'arh'a). En defini­
tiva, una familia campesina está -tradicionalmente- en condicio­
nes de poseer una pareja de bueyes, cuando puede engordarlos ;
y sólo puede hacer esto si dispone de un se¡undo establo en eJ
huerto, que sirve también de secadero de higos.
( 7) Los agricultores de Affreville, que presentan, por otra par­
te, características completamente originales, no conceden menos
valor a las profesiones no agrícolas. Dejando a un lado los horte�
lanos ya instalados antes de 1954, que ooseen -al lado de la vi­
vienda- un pequeño terreno intensamente cultivado, con un mí­
nimo de inversiones (abonos o estiércol, irrigación, etc.), cuyos
productos se destinan al mercado, y que se consideran y están
efe ctivamente ocupados durante todo el año, se encuentran obre­
ros agrícolas establecidos en la «bidonville» a consecuencia del re­
agrupamiento de su farqa (por ejemplo, al¡unos miembros de la
del Djebel Luh, reagrupada en Matmata), que alquilan su fuerza
de trabajo en la época de recolección en las &ranjas de los alre­
dedores. Impregnados de un espíritu económico moderno, estos úl­
timos aspiran para ellos y sus hijos a empleos estables no agrico­
las, preferentemente en servicios públicos, ya que las empresas
Privadas no aseguran -bien lo saben ellos- más que empleos
eventuales. Los hortelanos que adoptan con respecto a su explota­
ció n una actitud de empresarios, bien debido a la extensión de sus
1 1 O EL DESARRAIGO

tierras, bien por las mejoras introducidas en sus sistemas de rie­


gos, esperan, sin embargo, colocar a sus hijos {cuya participación
en los trabajos horticolas no se declara) fuera de la a¡ricultura.
(8) En lugar de «familias cuyo jefe es agricultor» o «comer­
ciante», etc., diremos en adelante familias de agricultores, comer­
ciantes, etc., considerando la cate¡oria declarada del jefe de fami­
lia como una especie de categoría «clasificatoria» que caracteriza
a todos los miembros de la familia aun en el caso de que tengan
empleo fuera de la agricultura.
(9) Esto no es otra cosa que la actualización de un modelo más
general, descrito en Travail et travameurs en A tgérie, parte II,
cap. 11.
( 10) En términos generales, el índice de paro de los otros
miembros es superior en las familias de trabajadores no agrícolas.
En Djebabra, par ejemplo, las dos terceras partes de los hombres
pertenecientes a familias de trabajadores no agrícolas están des­
ocupados». únicamente las familias de a¡ricultores y, accidental­
mente, de comerciantes y artesanos de Djebabra y Matmata, de
«desocupados» de Affreville, Kergera y Barbacha, cuentan con tra­
bajadores agrícolas.
U l ) Se sabe que, en los medios rurales del Sur, la ruptura es
más tardía y apenas apreciable, mientras que en Kabylia es muy
brutal (como en las ciudades) y alcanza hasta las personas ele
60 años. En Travail et travameurs en A tgérie (parte 11, cap. II,
pág. 319 y ss.) se encontrará un análisis de las incidencias de las
transformaciones de la actitud económica sobre las relaciones fa­
miliares.
( 12) Por todas partes la aportación de los trabajadores no
agrícolas constituye una parte muy importante de los in¡resos fa­
miliares (agricultores) : el 61 % en Barbacha (envíos de los emi­
grados), 38 % en Ain-Aghbel, 33,4 % en Matmata, 33 % en la mis­
ma Djebabra, en donde la proporción de trabajadores a¡ricolas es
muy débil (el dieciseisavo de las familias de agricultores).
U3) Affreville es una excepción : los agricultores son más jó­
venes que los trabajadores no agrícolas, cosa que se comprende
por el hecho de que los hombres maduros encuentran trabajo en
la ciudad más fácilmente que en el campo, donde los empleos
asalariados prefieren a los más jóvenes.
( 14) Esta actitud es general en Ain-Aghbel y Kerkera y apa­
rece también en Djebabra, entre los cabezas de familia que se
dicen desocupados. El primero, de 71 años de edad, dice haber
renunciado a la condición de fellah' desde el rea¡rupamiento, es
decir, desde el abandono de las dos hectáreas de su propiedad ;
no obstante, declara que dejó de ser capaz de trabajar efectiva­
mente a los 50 años. El segundo, de 55 años, invoca la enferme­
dad sobrevenida en 1957, que coincide con el momento de evacua­
ción de la farqa. El tercero, de 85 años, dice aue dejó de ser cam­
pesino en el momento del reagrupamiento, aunque su enfermedad
era anterior a este hecho. El cuarto, de 75 años, dice que dejó de
estar ocupado (al igual que su hijo, de 28 años) desde que aban­
donó sus tierras (una hectárea) , a oesar de que reconoce no haber
trabajado desde los 45 años. El quinto, de 61 años, se dice ocioso
EL DESCUBRIMIENTO DEL TRABAJO 1 1 1

desde que le separaron de su Uerra (cinco hectáreas), por más


que no trabaja desde hace diez años. Entre los inactivos, un solo
antiguo fellah' Uene verdadera conciencia de oarado, tiene 23 a1ios
y ha buscado, en vano, trabajo en las fincas de los colonos, como
khaméa fl obrero a¡rlcola. Sus dos hermanos menores ( 20 y 17
años> son igualmente oarados. Es la única familia de todo el :-e­
agrupamiento de Djebabra que tiene un emi¡rado, obrero en
Francia.
l l 5) «Antes -dice un viejo campesino de DjemaA-Saharidj­
se olvidaba, no se tenia muy en cuenta la propia persona, mien­
tras que las ¡entes de ahora la acarician. , (Cf. Aoéndice, «Un as­
pecto de la descarnpesinización : el descubrimiento de la enfer­
medad».>
( 16) Los cabezas de familia con otros fellah'in a su cargo los
declaran también plenamente ocupados según la ló¡ica tradicional ;
una cosa más sorprendente, sin duda, es que al¡unos jefes de fami­
lia que se ocupan en trabajos no agrícolas, calculan con precisión
cuando se trata de ellos mismos. Puede aoreciarse en este hecho
un ejemplo de las extravagancias del biculturalismo : se¡ún las
situaciones y contextos, se echa mano de dos sistemas de modelos
que se excluyen mutuamente.
( 1 7) También babia las tareu artesanas, tales como la con­
fección de cuerdas de esparto, para los haces de mies o cordeles
ele pelo de cabra útiles para tejer. En todas partes, actualmente
( época de la encuesta), los campesinos se limitan a las grandes
faenas agrícolas, renunciando a estas tareas «menores• en las cua­
les se reconocia -al decir de los antiguos- al verdadero cam­
pesino.
< 1 8) En Affreville, u.na fuerte proporción de agricultores o,
más exactamente, de horticultores, decla ra un número de horas
semanales reducido, unas 48. Sólo un «reagrupado», ori1iina rio de
Djebel-Luh se dice ocupado plenamente todo el año.
< 19) A pesar de que la proporción de personas ocupadas en
la agricultura sea relativamente importante, la renta de las fami-
1 ias de agricultores sólo representan el 31,7 % del total de las
rentas ; ya vimos que una tercera parte de la rentas de estas mis­
mas familias procede de los trabajadores no a¡ricolas. En Djeba- .
bra, una tercera pa rte de las familias campesinas -entre las cua­
les, a buen se¡uro, hay que contar a los trabajadores no agríco­
l as- monopolizan el 68 % de todu las rentas de esta categoría.
(20) En Djebabra, la renta familiar media de los agricultores
sól o es de 52 F al mes, y de 36 F por fellah'. La renta mensual
media referida a todo el territorio de Argelia es de 160 F (cf. Tra­
vail et travailleurs en Algérie, p. 1 00). El informe Maspetiol esti­
ma ba esta renta en 1.170 F al afio, o sea, 97 F al mes.
( 2 1 ) Barbacha presenta un tipo mixto : cerca de la mitad de
las familias no decla ra ninguna renta, y un solo fellah' da una
es timación en especie de su producción. La renta media por fami-·
l ia agrícola es de 190 F, o sea, 88 F por persona ocupada -com­
pre ndidos los emigrados- y sólo 60 F por fellah', La emigración
a porta el 61 % de la renta de estas familias, siendo asi que sólo
�upone el 32 % de la mano de obra ocupada. Una tercera parte
1 1 11 EL DESARRAIGO

de las familias declara exclusivamente rentas aarícolas relativa­


mente altas ( 130 F por familia y 90 F por persona ocupada). Siem­
pre que se menciona una renta no a¡¡ricola, se deja de tener en
cuenta el producto de la agricultura.
(22) La protesta contra el salario en especie es también una
forma de defender su propia dignidad. «Por 200 francos (antiguos)
al dia -declara un «reagrupado» de Kerkera- yo trabajarla ; pero
por sémola, aunque sean diez kilos diarios, no aceptaría nunca
este trabajo. No pido limosna para que se me dé sémola. »
CAPÍTULO V

THAFALLAH'TH O EL CAMPESINO REALIZADO

«Campesinos, ¡ oh ! gente de bien»


«Campesinos, los bienaventurados»
(Dichos kab11lias)

Para comprender el alcance de las conmociones que ha


traído consigo el reagrupamiento, conviene recordar este
sistema de valorizaciones inseparables de la condición cam­
pesina tradicional. Pero, a la inversa, podría ser que la
«descampesinización» dé ocasión de aprehender lo que ha­
cí a el «campesinado», thafallah'th, como dicen los kabylias ;
Y esto, principalmente, porque el cambio en las condiciones
de existencia y la progresiva transformación de las nor­
mas de comportamiento favorecen la toma de conciencia
de modelos que, hasta entonces, se realizaban o actualiza­
ban de una forma intrínseca y perfectamente «natural».

Retrato del labriego "ingenuo" y "sencillo".

Vale la pena analizar detenidamente los dichos y pro­


ver bios de los viejos y particularmente de ec;tos bu-niya,
l 14 EL DESARRAIGO

«ingenuos», últimos vestigios de la antigua civilización cam­


pesina. «Ya no hay fellah'in, desaparecieron, fini (en fran­
cés, dicho por el labriego argelino). Aunque yo nunca tuve
l�ar (casa) o duar y siempre haya vivido «h'al h'al Allah»
(a la buena de Dios), he tenido la suerte de conocer a los
fellah'in de antes. La agricultura (thafallah'th) no era para
ellos cualquier cosa. Recuerdo a Baba L . . . , no habría deja­
do su yunta ni a dos personas del pueblo. Era un asunto
demasiado serio. Los criados (personas a jornal) (ichri­
kan) (1) no podían llevarla. Su trabajo consistía en ir de­
trás con el azadón. Baba decía que para labrar la tierra
convenientemente, había que conocerla bien. Los jóvenes
tampoco podían intervenir en esta actividad. Según él, era
injuriar a la tierra presentarle (qabal) hombres que él no
se atrevería a presentar a otros hombres. Quien sabe hacer
frente ( qabal) a los hombres es el indicado para encararse
( qabal) con la tierra (2). Y para él, se llegaba a hombre
.:-uando se daban buenas pruebas de ello. A un hombre no
lo hacen ni la edad, ni el matrimonio, ni los hijos que pue­
da tener. Mientras pudo valerse, él era el que iba al mer­
cado, pues sólo él podía llevar la bolsa ; si lo consideraba
necesario, se hacía acompañar. Con Am. . . hacía una excep­
ción. De él decía que no lo daría por todos los hombres de
al aarch (la tribu) ; Am. . . trabajaba la tierra, iba solo al
mercado y decidía todas las compras y ventas ; todos los
demás hombres eran menores (con relación a él), aunque
estuviesen casados y fuesen padres de un gran número de
hijos . . . Y, ahora, ¿ qué ocurre?, ¿ qué vemos delante de nos­
otros? En la misma familia, entre los mismos descendientes
de Baba L . . . , en sus mismas tierras, son los hijos los que
«dan la cara» (qabal), los que trabajan y vigilan la pro­
ducción. Ellos son los jefes de la familia, los grandes, los
«mayores». Es un escándalo. Han profanado la tierra, le
han escamoteado el temor ( al hiba) que inspiraba. Nada
les asusta, nada les detiene, todo lo llevan torcido ; estoy
seguro de que acabarán trabajando en tiempo de lakhrif
(otoño) si se ven apretados y si calculan dedicar el tiempo
de lah'lal (período lícito para las labores agrícolas) a otras
ocupaciones o durante los meses de arbiaa (primavera) si
han sido demasiado perezosos durante lah'lal. Todo les da
igual. No se por qué hemos de asombrarnos que Dios nos
THAFALLAH 'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 15

pro cure un pan cada vez más escaso». (G . . . Akli, 77 años,


Aghbala).
Sería un error atribuir el pesimismo de estas reflexio..
nes únicamente a nostalgia de un pasado tenido por glo­
rioso. ¿ Acaso no es necesario que el mundo dé cien vuelta�
y que todo se trastorne para que la «naturalidad» (niya)
pueda considerarse como tal? Por otra parte, los jóvene�
no hablan otro lenguaje. Un hombre de 33 años, pertene­
ciente a la familia más grande y rica del mismo pueblo de
Aghbala -la única que sigue todavía entera- y cuya «es••
pecialidad» es el trabajo de la tierra, decía : «Sí, nosotro�
cultivamos la tierra, pero nuestro corazón ya no está er
ella ; no hace todavía mt'lcho tiempo, cuando todavía vívía
Dada Ha . . . , hubiese sido impensable que L . . . dejase de la­
brar en verano o las higueras de T . . . quedasen sin cortar
y sin fecundar por los higos machos (3). Quisiera que vol­
viesen mi padre o mi abuelo, ¡qué escándalo para ellos !
La tierra ya no da nada porque, en el fondo, ya no le da­
mos nada. Nos reímos claramente de la tierra y es juste •
que ella nos pague también con mentiras . . . Trabajamos es­
tas tierras porque nos las legaron nuestros antepasados ;
no podemos hacer otra cosa, no las podemos dejar baldías
y quedarnos mirándolas. Esto es malo para el vientre ¡éstn
es la verdad ! Si tuviésemos que contar con la cosecha que
nos dan. . . Pero lo que yo digo es esto, a los fellah'in les
toca ser «esclavos» (lizisklaf ). Que desaparezcan estas !J'i­
serables parcelas (thih'uzrathin, palabra peyorativa que
evoca los restos de algo que fue entero y ahora arruinado)
que nos clavan aquí y cada uno recuperará su libertad. Sin
este malk maldito, cada uno podrá volar con sus propias
alas y se irá a ganar el pan de otra manera. ¡El salario
mensual ( chahriya) es lo único seguro ! Nuestros padres
han frustrado nuestra existencia al dej arnos esta herencia;>
(Ait-M . . . Elh . . . ).
Estos dos textos coinciden en trazar una misma figura,
la del campesino realizado, es decir, la del hombre realiza­
do. En efecto, ser campesino es la manera de realizar su
humanidad, precisamente, al realizar ese conjunto de mo­
delos que constituyen la cultura campesina. Todas las vir­
tudes campesinas se resumen en la palabra niya, esto es.
i nocencia y rectitud, derechura. naturalidad, y también
inocencia, ingenuidad y simplicidad. La niya excluye la
1 16 EL DESARRAIGO

codicia, llamada «el mal ojo» (thit' ); va acompañada de


la sobriedad. Bu-niya, el hombre simple y recto, ignora el
cálculo, tanto en el sentido contable como en el especula­
tivo sobre el futuro, puesto que no aspira ni pretende li­
mitar ni torcer los designios de la providencia, ambición
que define la thah'raymith, malicia sacrílega. El bu-niya
es, por el contrario, respetuoso con las tradiciones, se cuida
muy poco de consumirlo todo en un día y, por eso, consti­
tuye reservas. Nunca venderá a otros fellah' ciertos pro­
ductos, sobre todo los que se consumen frescos, leche, man­
teca, frutas ; nunca intercambiará con otro fellah' produc­
tos en los que intervenga la moneda.
¿ Puede definirse al fellah' de otra manera que no sea
la simple ejemplificación? La condición de campesino, tha­
fallah'th, ¿ no escapa por definición al análisis? Si el aná­
lisis se ve limitado a señalar hasta el infinito aspectos
particulares sin restituir ni perfilar lo que la intuición
aprehende inmediatamente, entonces es que todo consiste
en un problema de comportamiento, de maneras exteriores,
de forma que el conjunto de actitudes y gestos sociales ad­
quiridos correctos no son nada, si no traicionan (desvelan)
mediante mil signos imponderables la manera o el compor­
tamiento legítimos, de los cuales sólo pueden ofrecerse de­
finiciones aproximadas y circulares : para ser un hombre
realizado, hay que e;ercer la buena manera (el buen com­
portamiento exterior), mas para «tener» la buena manera,
hay que ser un hombre realizado.
En todo caso, es evidente que exteriormente este hom­
bre puede conformarse con los modelos, como hacen los
fellah'in de hoy, sin que por ello puedan considerarse -no
lo son- fellah'in auténticos. Por lo mismo que no basta
con realizar los actos rituales, para aparecer como animado
por una fe sincera ; así tampoco es suficiente con labrar las
tierras y podar las higueras, para ser reconocido como fe­
llah'. La cultura no propone solamente modelos de com­
portamiento, sino también los modelos de la modalidad de
los comportamientos.
¿ Qué es la niya, noción casi intraducible, sino una cier­
ta manera de ser y hacer, una disposición permanente, ge­
neral y comunicable al mundo y a los otros hombres? Bu­
niya, el hombre de buena fe con intención pura, tiene
naturalmente hacia la tierra esa actitud de reverencia y
THAFALLAH 'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 17

ve neración, de la que sería difícil decir si está inspirada


e n el carácter sagrado de la naturaleza o si es ella la que
co nfiere a ésta ese carácter (4) : de modo semejante al
buey de la labranza, este hombre se «presenta» (qabal)
ante la tierra con la postura que corresponde a un hombre,
es decir, cara a cara. Las reglas que le relacionan con la
tierra son las mismas que le relacionan con los otros, las
del honor : un mismo verbo (qabal, presentar, ofrecer, en­
carar, presentarse) sirve para decir cuál es la buena acti­
tud, tanto los hombres como antes la tierra (5).
En todos los casos, hacer honor y hacerse honor, respe­
tar en el otro la humanidad y realizar la propia humani­
dad, son la misma cosa. Bu-niya sólo establece relaciones
basadas en la lealtad personal y en la buena fe ; a dife­
rencia del tratante, especialista del mercado, ignora las ga­
rantías que deben rodear las transacciones mercantiles :
testigos, actas escritas, etc. La pureza de intención es im­
perativo categórico e imperativo hipotético, y esto como
verdadero título condicionante de la eficacia de la agricul­
tura. ¿ No es lo propio de la magia enfatizar precisamente
la manera? El mismo pacto de honor, con las mismas ca­
características, le liga a la tierra. En efecto, la niya es tam­
bién inocencia, es decir, entrega de sí (exteriorización) y
familiaridad : el campesino «trata» con sus tierras y bes­
tias, a las que sabe hablar y dar órdenes con su voz, rela­
ción de intimidad extrema. Se encara (qabal) con la na­
turaleza, en prueba de veneración ; j amás la encara para
combatirla o someterla.

De la inocencia a la estupidez.

¿ Qué ha pasado en este pueblo del valle del Summan.


Aghbala, en donde los bu-niya ya no son otra cosa que lo!'!
r estos, un poco ridículos, de una cultura desaparecida?
Los campesinos siguen labrando sus tierras y sembrando
las cultivables, pero se trata más bien de rutina y automa­
ti smo que de obediencia a una tradición indiscutida. El
abandono del patrimonio familiar se sigue considerando,
sin embargo, como un atentado al honor ; el baldío pro­
clama todavía la extinción de la familia. prueba la ausen-
1 1 8 EL DESARRAIGO

cia de hombres y merece el desprecio hacia sus propieta­


rios. La moral del honor imponía que el campo de la viuda
o el huérfano fuese trabaj ado ; y así ocurría, efectivamente,
hasta hace bien poco, en la aldea de Aghbala. Herencia co­
mún, la tierra era una carga común que comprometía el
honor de todos y cada uno de los miembros del grupo. Para
abandonar una parte del patrimonio era necesario que a
uno «se le cayera la cara a pedazos» : « ¿ Es que ya no hay
Ait. . ., es que ya no hay hombres con . . . capaces de trabaj ar
esa tierra abandonada?» : La «tierra huérfana» (thamurth­
thayujilts; ayujil, el huérfano) era obj eto de lamentaciones
y alegatos : «la tierra que ha consumido a los antepasados»,
«la tierra que ya no tiene señor», «la tierra a la que Dios
ha privado de su señor». « ¡ Cuán poblada en tiempos, oh
tierra ! ¡ Qué desierta te muestras hoy ! Mas, poco a poco, se
ha ido produciendo una desviación : «la desgracia de la
tierra» ( luhg ban natsmurth) ha sido substituida por .<la
desgracia de su señor» ; ahora se habla con más desenvol­
tura, y se prefiere decir «tierra de perdición» (tharmurth
luahbina) a «tierra desgraciada» (tharmurth thamaah­
bunts) . . .
Incluso aunque en apariencia no haya cambiado nada,
la agricultura de otros tiempos ha muerto. «Nuestro cora­
zón ya no está allí.» A la manera de advenedizos o herede­
ros indígenas, los campesinos de hoy realizan sin convic­
ción los actos obligados de un ritual, vacío ya de su intención
y contenido. Se satisfacen las servidumbres agrarias, pero
sin ilusión. La agricultura ya no tiene ese carácter de de­
vocación fanática e irracional que la caracterizaba. Así, el
comportamiento y la manera se disocian ; se siguen obede­
ciendo los modelos de comportamiento, pero no los modelos
de la modalidad. El campesino como tal ha muerto, y aunque
en la mayoría de los pueblos las gentes se siguen compor­
tando como campesinos, ellos mismos -los jóvenes princi­
palmente- tienden a decir que ya no hay campesinos (ver­
daderos).
La transformación de las actitudes hacia la condición
campesina se expresa con absoluta evidencia en la rees­
tructuración del contenido asociativo de la palabra niya,
que designa la excelencia de la persona humana (no en el
sentido occidental), y más concretamente, de la condición
del hombre campesino o de la «campesinidad». En la socie-
THAFALLAH 'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 1 9

dad campesina homogénea y segura de sus valores, niya


sólo se enuncia en el lenguaje de las conductas y las ma­
neras. Los campesinos no tienen por qué explicitar su con­
tenido, puesto que ella designa la suma de las intenciones,
actitudes y conductas que tocan en suerte al campesino en
virtud de su estado y que, de rechazo, lo confirman en ese
estado contribuyendo de manera determinante a definir la
vida campesina. Son principalmente los no campesinos y,
sobre todo, los ilustrados, los t'ulba de la aldea o los miem­
bros de las familias de morabitos, los más dispuestos a re­
conocer y alabar la niya de los campesinos.
Al ser inconcebible cualquier otra manera de ser, no
existe noción opuesta a la niya, si bien los campesinos ha­
blan a veces de los excesos de la virtud campesina, simple
reproche sin alcance, pues dan por supuesto el reconoci­
miento incondicional de lo esencial ( abuhali o, por eufe­
mismo, bab alkhir, aquél a quien les es dado el «bien») ;
sin olvidar que los no campesinos llaman thiauggants a la
ingenuidad un poco tonta de algunos campesinos «cerra­
dos». De ahí se sigue que la invocación (o la evocación) de
la niya muestra claramente que se ha producido un cambio
de actitud hacia la condición campesina, sobre todo cuando
son los mismos campesinos los que la refieren. El descu­
brimiento de la posibilidad de «realizar-se» de otra mane­
ra, de realizar otra «humanidad» (o «humaneidad») va
acompañado de la toma de conciencia de la condición cam­
pesina misma y de la explicitación de los postulados éticos
que la fundaban.
Dicho de otra manera, la aprehensión y explicitación de
la niya son contemporáneas de la aprehensión y explicita­
ción de las conductas que la niegan : thah'raymit1i, la ma­
licia diabólica y sacrílega (lah'ram, el tabú), designa todas
las carencias y atentados a la niya, todas las infracciones
a las reglas, por oposición a los simples excesos de la niya
(abuhali y bab alkhir). Pero, en tanto que los campesinos
«cerrados» magnifican la niya, precisamente en el momen­
to en que la acomete una grave amenaza, los campesinos
«descampesinizados» tienden a no ver más que ingenuidad
e stúpida (thiaugr,ants) en la «santa simplicidad» de los an­
tepasados y los viejos. Sin embargo, la desvalorización efe
la niya no es suficiente para provocar automáticamente la
revalorización de thah'raymith, que todos, y particularmen-
120 EL DESARRAIGO

te los t'ulba -guardianes de la ortodoxia religiosa- siguen


considerando sacrílega e impía. Así, pues, para que la es­
tructura oposicional del sistema de valores pueda restable­
cerse, es necesario que se introduzca un término que de­
signe el concepto contrario (valorizado) de la thitiuggants
( desvalorizada).

Campesinos «cerrados» niya = alkhir thah'raimith


(o «acampesinados») +
Campesinos «descampe­ niya = thitiuggants ?
sinizados» (+)

A medida que se generaliza la descampesinización, la


niya tiende cada vez más a identificarse con thitiuggants, in­
cluso a los ojos de quienes, aun conservando la nostalgia
del pasado, evocan la simplicidad y la «ingenuidad» de los
antepasados y, por lo mismo, atestiguan su desaparición.
Y, en efecto, son los mismos que hablan de la «niya de
otros tiempos» (niya nath zikani), del «bien de antes» y
que deploran que la «niya y el bien hayan desaparecido»,
dando paso a la «generación de thah'raymith» y a que se
«viva en la malicia del diablo». Por consiguiente, son los
buy-niya más obstinados en perpetuar el pasado, los que
tienen la conciencia más clara y distinta de la oposición
entre la ingenuidad pasada y la malicia presente. Para los
otros, la mayoría, la niya de los mayores no es más que
thitiuggants, estupidez inocente, y la niya de hoy, thighyu­
lith, o sea, ridícula manera de ser propia de asnos (thatsa ) .
Simultáneamente, se valora extraordinariamente la habili­
dad para transgredir las reglas tradicionales o, mejor, para
ignorarlas. Así, a la «estupidez (thighyulith) de los depo­
sitarios de la tradición, se opone la inteligencia (thih'archi)
de la que se pavonean los más jóvenes o innovadores y a
quienes los bu-niya denuncian por su diabólica malicia
(thih'archi man chit'an, thachit'anith) .
D e esta forma, con la introducción de thih'archi, e l sis­
tema de oposiciones recupera su estabilidad :
THAFALLAH'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 12 1

niya nath thah 'raymith


Campesinos «ncampesinados»
z ikani thih'archi
+
niya = thiáuggants
Campesinos «descampesinizados» thighyu.lith thih'archi
thatsa
+
En realidad, las dos parejas simétricas e inversas de opo­
siciones, que pueden agruparse sincrónicamente en dos gru­
pos de individuos diferentes, representan también dos mo­
mentos sucesivos de la transformación del sistema de
expresión : transformación ligada a otra relativa a las ac­
titudes (desigualmente rápida según los grupos) hacia la
condición campesina. Así, la inversión de la escala de va­
lores se expresa finalmente de forma adecuada, en el doble
deslizamiento paralelo (en el tiempo) y de sentido inverso
(bajo la relación del valor) de la significación de los tér­
minos que expresan valores relacionados con la actividad
agrícola.

NIYA ------- THIAUGGANTS


+
THAH'RAYMITH ... THIH'ARCHI
+
Los dos grupos de oposiciones simétricas se constituyen
a partir de dos puntos de vista opuestos : la separación en­
tre niya y thah'raymith tiene lugar en relación con los va­
lores campesinos (thafallah'th), mientras que la distinción
entre thiáu.ggants y thih'archi supone la consideración de
un triunfo económico al margen de la agricultura, pero al
precio de la innovación y la ruptura con la tradición. Siem­
pre se consideró la thih-archi -habilidad técnica e intelec­
tual- como una cualidad muy útil, pero que no podía
tenerse por elemento constituivo de thafallah'th, porque
contradecía y amenazaba la ingenuidad y la pureza de in-
122 EL DESARRAIGO

tención. Si se la acepta plenamente o se la aprueba, eso


quiere decir que la fidelidad a la tradición ha cedido el
puesto que ocupaba en lo alto de la jerarquía de valores,
ante la capacidad o aptitud para la innovación. De esta
forma, la substitución lingüística expresa e indica el des­
plazamiento del hoga1' de los valores básicos.
Para que desaparezca el campesino de la tradición, es
decir, la ingenuidad o simplicidad, basta con introducir el
cálculo, y con él entra thih'aT"chi y thah'T"aymith, la ambi­
ción diabólica que niega toda la sabiduría antigua. La in­
tensificación de la circulación monetaria y la difusión del
espíritu que le es solidario, roen la ingenuidad encantada de
otros tiempos. Progresivamente, las relaciones mercantiles
substituyen a aquellas relaciones que obedecían a la ló­
gica del honor y se inspiraban en la solidaridad de clan
o rural.
En primer lugar, los antiguos contratos de asociación
dieron paso a las relaciones salariales, mediante un conve­
nio en el que las dos partes acuerdan arreglar su negocio
en moneda. El asalariado, por su parte, confiere más valor
(precio) a la retribución, que le permite adquirir bienes en
el mercado, que a cualquier forma de indemnización en es­
pecie o a las comidas que solemnizaban la thiwizi (servi­
dumbre o carga colectiva). El patrón, a su vez, prefiere este
tipo de relaciones porque el pago de un salario, más eco­
nómico que las comidas, excluye la restitución del servicio
recibido y le permite ganar tiempo. A continuación, y por
consiguiente, caen en desuso las tradiciones comunitarias,
préstamos de servicios, trabajos colectivos, convenios amis­
tosos, intercambios en especie, pues cada vez pesan más
sobre unos individuos que han aprendido a considerar la
moneda como la mediación universal de las relaciones hu­
manas. Finalmente, se tiende a aceptar la obtención de
una renta en dinero como fin primordial de toda actividad.
Se envidia entonces aquella condición opuesta desde to­
das las ópticas a la del campesino : la del asalariado ; se
aspira al empleo permanente, a procurarse un salario re­
gular. El riguroso cálculo del toma y daca substituye a las
relaciones «encantadas», como el intercambio de donativos.
Paralelamente, pierde intensidad el sentimiento comunita­
rio : la aparición de rentas monetarias debilita la depen­
dencia de la gran familia respecto del clan y la aldea. y de
THAFALLAH'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 2 3

la pareja respecto a l a gran familia. La autoridad d e los


ancianos, base del orden social antiguo, se conmueve pro­
fundamente : un esposo que se asegure un salario regular,
está en condiciones de proveer a sus necesidades sin recu­
rrir al padre, detentador de los bienes familiares (en oca­
siones, la relación tradicional se invierte). Se desarrolla el
individualismo y se aprende a no contar más que con uno
mismo. Víctima de una calamidad, por ej emplo, se piden
indemnizaciones o se recurre al crédito ; correlativamente,
se espera de los demás que hagan lo mismo y cada uno
salga adelante como pueda, sin acudir (se) unos a otros.
En una palabra, la economía monetaria altera y hasta ani­
quila la ingenuidad -que desde entonces es tenida por
simpleza cargante y ridícula (6)-, puesto que es solidaria
de un ethos opuesto en todo a la sabiduría de la antigua
sociedad.

"Los campesinos del fin de los tiempos" (7).

Esta situación es la misma en toda la Argelia rural, con


grados diferentes según la antigüedad e intensidad del
contacto con la economía moderna. Sin embargo, en todas
partes, como en Aghbala, la integración social y el cons­
treñimiento de la tradición son todavía bastante intensos
y, por lo menos, suficientes para imponer la perpetuación
de las tareas agrícolas, incluso cuando cada uno vive su
condición de campesino como un mal menor y acepta su ac­
tividad como una especie de ficción de fachada. No es con­
cebible que una comunidad pueda llegar a confesarse a sí
misma los extremos de su situación hasta el punto que una
acción semejante la conduzca a su propia desaparición o
negación. Se sigue «dando la cara», menos por apego a la
tierra y al país, menos todavía por fidelidad a la tradición
que por falta de otro medio de ganarse el pan, fuera de la
marcha a Francia o a la ciudad, que sembrar y labrar
la tierra. El abandono de la agricultura, ligado a la liqui­
dación del espíritu campesino, se realiza secretamente y
por vías indirectas.
Así, por ejemplo, en Kabylia, la emigración hacia Fran­
cia, que, hasta una fecha reciente, se debía fundamental­
mente a la necesidad de dar a la comunidad campesina
1 24 EL DESARRAIGO

los medios de pez petuarse, cambia de significación y se con­


vierte en un fin en sí. Al dejar de estar subordinada a la
agricultura, fundamento de la comunidad, viene a ser progre­
sivamente una ocasión inmejorable de romper con la agri­
cultura y la comunidad. A los jóvenes, principalmente, les
proporciona una ocasión de emanciparse de la autoridad
familiar y, al mismo tiempo, de liberarse de las servidum­
bres del trabajo agrícola (8).
En el pueblo, se multiplican los comerciantes y artesa­
nos : cafés, pequeñas tiendas, peluquerías y otros estable­
cimientos, que hicieron su aparición hace una quincena de
años ; a los antiguos emigrados o a los jóvenes se les pre­
senta la posibilidad de acceder a nuevos oficios, como chó­
fer de taxi (declarado o clandestino), conductor de camión,
mecánico, etc. Sin hablar del atractivo de los salarios que
se perciben en las obras, talleres y fábricas de los alrede­
dores.
A medida que van apareciendo profesiones y ocupacio­
nes nuevas, se establece en el interior de la familia una
suerte de especialización y una división del trabajo ; en
ella, a los adolescentes les corresponde con preferencia
atender a los trabajos agrícolas. El laboreo, el trabajo por
excelencia que en otros tiempos era de exclusiva compe­
tencia de los hombres adultos (hechos y derechos), ha sido
abandonado ahora a los jóvenes de 14 a 17 años, que ni si­
quiera han recibido la instrucción agrícola, mejor, la ini­
ciación, que les conferían antiguamente los fellah'in más
viejos. No hay duda de que la agricultura ha perdido su
«respetabilidad» y que la tierra ya no inspira un «temor
reverencial» (sagrado) y ello explica que se haya abandonado
en manos de niños el cuidado de «abrir la tierra y escon­
der la riqueza del año nuevo». Y, de hecho, sólo algunos
viejos (ridículos a los ojos de los jóvenes) se escandalizan
ya de «todos los actos sacrílegos y todas las profanaciones»
que se cometen cada día. La agricultura se ve afectada no
sólo por un proceso de «des-sacralización», sino por otro
simultáneo de desvalorización. Al contrario que los traba­
jos no agrícolas, por poco especializados que sean, la la­
branza de la tierra parece accesible a todos, sin que :,e
necesite una formación previa. Y así, se le aplica la fór­
mula anteriormente reservada al trabajo de desmonte,
«al;udma nelballa dubyuch», el trabajo de pico y pala.
THAFALLAH 'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 2 5

Tampoco la condición (calidad) de propietario agrícola


es capa a la devaluación que afecta a todos los valores del
campesinado. Quienes ayer solamente no pasaban de «po­
bretones», mendigos de padres a hijos», ponen hoy en en­
tredicho la autoridad y el prestigio de los dueños de vastas
tierras de trigo o de «silos abiertos sólo en primavera» y
hasta de un hermoso establo «donde se uncía durante los
doce meses una yunta de bueyes y una bestia de tiro».
Es paradójico, mas esta sociedad rural tiene a la agri­
cultura por una actividad de menor cuantía y confiere a
quienes se ocupan en ella un estatuto inferior, tanto en la
comunidad de la aldea como en la familia. «Hasta los car­
niceros (anteriormente objeto de un desprecio supremo) se
mofan hoy de los campesinos. Les basta con hacer dinero,
tener una tienda, una camisa especial para el trabajo, cam­
biar de vestidos, tener obreros que hacen la matanza, lim­
pian y venden en el mercado, para considerarse «ricos».
Esto se ha convertido en un oficio (del mityi). Ahora, todo
es oficio.» (Campesino de Djemaa-Saharidj.) Y recíproca­
mente, tanto en la aldea como en la familia, los únicos que
siguen cultivando tierras, son los calificados como inferio­
res, esto es, aquéllos que, faltos de ingeniosidad o aptitu­
des, sólo saben o pueden ganarse la vida perpetuando las
viejas costumbres campesinas, y también las mujeres ma­
yores y los adolescentes, sometidos todavía a la autoridad
familiar, si bien viven su condición de agricultores como
una etapa provisional y transitoria con vistas a la emanci­
pación que les procurará un empleo no agrícola (lo cual
implicará en la mayoría de los casos la emigración) (9).
En Aghbala las mujeres de cierta edad, casadas, viudas
o madres de campesinos, asumen cada vez más toda la res­
ponsabilidad de la explotación agrícola. Casi una tercera
parte de las familias que poseen una superficie cultivable
igual o superior a cinco jornadas de trabajo (51 familias
de 163), confían la explotación de sus tierras a «viejas»
matronas (thamgharth); 19 de ellas dirigen totalmente el
cultivo y labranza de una superficie global de 370 jornadas
de trabajo. Algunas de las thifellah'in que explotan por sí
mismas sus tierras, llegan hasta tomar en régimen de apar­
cería las propiedades de los emigrados : once mujeres culti­
van d e esta forma, además de sus propias tierras (unas
setenta jornadas de labor), un centenar de jornadas a títu-
l 26 EL DESARRAIGO

lo de thachrikth (aparcería). Por una escandalosa inversión


de todo lo «humano y divino», son las muj eres las que ac­
túan como últimos defensores de thafeUah'th (la condición
campesina). Se oye decir : «Es una muj er, y (sin embargo)
trabaja sus tierras y las de los otros», y también : «Vale
más que esos hombres que dejan sus campos baldíos».
Lo nuevo no es precisamente que la mujer trabaje la
tierra (a pesar de que ciertas labores, como la labranza,
fuesen específicamente masculinas), sino que gracias a su
trabajo los hombres puedan renunciar a su condición de
campesinos ; asi, ella asume toda la responsabilidad de la
explotación, lo cual implica decisiones económicas cotidia­
nas y relaciones con el exterior (arrendamiento de yuntas,
contratar obreros, comprar, etc.). La mujer se convierte,
así, en «señor de la tierra», de una tierra abandonada por
los hombres. Y, al mismo tiempo, la mujer es la última que
deplora el nombre de thafellah'th -la condición que liga
a la tierra-, puesto que la realización de los trabajos agrí­
colas supone la adhesión al espíritu campesino.
La inversión de la tabla de valores tiene lugar cuando
estos mismos fellah'in que se niegan a cultivar sus propias
tierras, van y se alquilan en la finca de una viuda puesta
al frente de una explotación ( 10). Este ejemplo muestra
que la descampesinización no consiste en la negativa a
realizar tareas agrícolas, pues éstas se siguen desarrollan­
do, si bien de una forma contraria al espíritu campesino
tradicional, es decir, a cambio de un salario o a título gra­
cioso ; lo que se rechaza es la tradición y el espíritu tradi­
cionalista y, precisamente, en nombre de una actitud de
«cálculo». Trabajar como asalariado supone escapar al ab­
surdo puesto de manifiesto por el cálculo racional, me­
diante la renuncia a perseguir un beneficio ilusorio e im­
posible. « ¿ Por qué perder mi tiempo con una tierra que
jamás podrá alimentarme?»
«El día que seas responsable de tu persona, harás lo
que quieras ; de momento, ¡ tendrás tierra ! ¡ Anda a remo­
verla ! • Esta expresión lanzada por un campesino a su her­
mano menor, de diecisiete años, poco aficionado a cultivar
la tierra y descontento de ser el único obligado a la servi­
dumbre agrícola, expresa perfectamente la inversión pro­
ducida en el sistema de valores. La condición de agricultor
sufre una devaluación análoga a la que conoció, hace sólo
THAFALLAH'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 1 2 7

una generación, l a d e pastor. Y a n o s e v e n i u n solo mu­


chacho a quien se haya confiado el cuidado de un reba­
ño (11) ; hace apenas diez años el sistema educativo exigía
que todos los muchachos de diez a dieciséis, a excepción
de algunos «hijos de viuda» demasiado mimados y los fu­
turos t'ulba (estudiantes de las escuelas coránicas), se em­
pleasen en la función de pastor. Mas, ¿ cómo consentiría el
adolescente en ser pastor, cuando difícilmente se resigna a
ser agricultor a una edad en que su padre era manadero
y su abuelo compañero de un manadero?
Estos muchachos que nunca han conocido «el engañoso
paso de las cabras», ni la soledad y miedo del bosque, ni
las largas semijornadas en las que se desayuna un trozo de
galleta o unos cuantos higos sacados del zurrón, j amás ten­
drán la destreza manual para dirigir el rebaño a tiros de
piedra, el sentido de la orientación despertado tras largos
recorridos a través de extensiones desérticas o boscosas, la
malicia y cazurrería en las relaciones humanas aprendidas
en las mil astucias inventadas por los grupos de pasto­
res (12). Anteriormente, el rebaño sólo se abandonaba cuan­
do la tierra, por una u otra razón, reclamaba brazos suple­
mentarios. Prueba de que se trataba de una verdadera
educación, los muchachos que no tenían bestia alguna que
pastorear compartían, sin embargo, la existencia de los pas­
tores, al igual que los adolescentes sin tierra hacían tam­
bién su aprendizaje agrícola en otras tierras (13). Ha des­
aparecido, pues, la escuela en donde se aprendía este estilo
de vida y esta manera de ser que distinguían al campesi­
no de antes. Los bu-niya ya sólo son vestigios absurdos y
ridículos, como la sabiduría que encaman, expuestos en
todo momento a la ironía y el sarcasmo de la gente joven.
Aquellos servidores de una tierra reverenciada han cedido
definitivamente el puesto a estos esclavos de hoy, encade­
nados por su patrimonio a una condición detestada.

( 1 ) Ichrikan: criados que no poseen tierra y se comprometen


por un año al servicio de una familia. Se les remunera por con­
trato en una cierta cantidad de &rano (dos tercios en cebada Y
un tercio en trigo).
(2) Win its qabalan irgazen aradhi qab lan akal (dicho).
(3) L. . . designa una parcela particularmente querida por su
propietario Ha . . . tierra de excelente cal idad. aunque bastante ale-
1 28 EL DESARRAIGO

jada de la aldea ; a pesar de su avanzada edad (73 afios), Ha . . . ,


que falleció en 1955, emprendió una importante obra de nivela­
ción y desfonde. T . . . designa otra parcela labrada y con higos,
verdadera riqueza de esta tierra. Se sigue recogiendo los frutos,
pero ya no se les procura los tradicionales cuidados. El padre y
el abuelo del informador murieron en 1956 y 1958, respectiva­
mente.
(4) «Han profanado la tierra, la han escamoteado al hibaz»,
que habría que traducir por «lo numinoso», que para designar la
propiedad objetiva del objeto sagrado y la experiencia que el su­
jeto deduce de ella, esto es, de al¡una manera el «temor reveren­
cial», el respeto o la res1>etabilidad. Todo ocurre como si, además
del habitus apropiado ante la naturaleza y los otros -habitus que
les hace ser en cuanto objetos sagrados-, esta sociedad defi­
n iese también los objetos que merecen esta consideración eminen­
iemente, es decir, los objetos sa�rados. Por otra oarte, el carácter
a rbitrario de la transmutación de ciertas cosas en objetos saura­
dos no puede dejarse descubrir jamás como tal, y el acercamiento
ritual se vive como objetivame nte exigido por ciertos objetos sa­
grados (y así es vivido objetivamente) y en absoluto como creado r
del carácter sagrado de estos objetos Clo cual no es menos obje­
tivo). Para el campesino realizado (y más generalmente, para un
sujeto cultivado o «que vive su cultura» » de una sociedad dada >,
el objeto y el comportamiento correcto (conforme) en su modali­
dad se implican y necesitan. Quien tiene la disposición adecuada,
sólo puede ejercerla sobre algunos objetos ; y, al revés, ciertos
objetos sólo pueden abordarse con una C la) disposición adecuada.
(5) El dicho ya citado identifica explícitamente las dos actitu­
des. La manera legítima cualifica a todos los comportamientos :
por ejemplo, el verdadero fellah' sólo habla de lo aue tiene alguna
relación con la vida campesina y, en general, rural, y cualquier
otro tema lo considera inconveniente.
(6) Cf. P. Bourdieu, «La société traditionnelle, attitude a l'égard
du temps et conduite économique», Socioloaie du travail, enero­
marzo 1963, págs. 22-44.
(7) Ifallah'an ntsakhir azman.
(8) La emigración a Francia es la solución más frecuente por­
que responde a exigencias y funciones contradictorias (perpetuar
el espíritu campesino mediante la salvaguardia de su fundamen­
to económico, y asegurar la emancipación de los individuos con
relación al grupo). La emigración a Francia aumenta constante­
mente desde 1910, año en que partió de su pueblo el primer tra­
bajador. Por el contrario, los desplazamientos hacia las pequeñas
ciudades de la región (Bugia, El Kseur, Sidi-Aich) y las grandes
ciudades de A rgelia (sobre todo Argel y Philippeville) han sido
siempre escasos y sólo interesan a las familias en condiciones de
procurarse una «urbanización» definitiva (seis familias antes ne
1954 : cuatro de funcionarios, dos de comerciantes ; otras siete en­
tre 1956 y 1962 : una de funcionarios, dos de cultivadores agríco­
las, una obrera, tres sin ocupación). Igualmente, la vieja tradición
de emigración de los obreros agrícolas a las granjas del Tell (Phi­
lippeville, Jemmapes y Bona, sobre todo para la poda de la vid>
THAFALLAH 'TH O EL CAMPESINO REALIZADO 12 9

se extinguió por los años 1933-35, como ocurrió hacia 1944-45 con
1a emigración mucho menos rentable de jóvenes adolescentes ha­
cia las marismas del litoral ar¡¡elino. Hoy se cuenta 225 hombres
en Francia y otros treinta en distintas ciudades de Ar¡elia. De
los 1 75 hombres que han permanecido en el pueblo, sólo 32 no
han estado nunca en Francia : son los adolescentes ( 1 7), los bu-
11iya y los miembros de una familia propietaria de tierras bastante
rica que siguen considerando un timbre de ¡loria trabajar sus
p ropias tierras (ocho), y todos aquéllos, en fin, que ejercen en el
pueblo alguna función tradicional (t'aLab originario del pueblo,
algunos miembros de la i amilia morabita, el herrero, el especia­
l ista de la circuncisión, que prodiga sus cuidados tanto a los hom­
L>res como a las bestias y que, además ,es el personaje que todos
los años inaugura las labores agrícolas, etc.) o una función econó­
mica de tipo moderno (un chófer de camión, un empleado de ofi­
cina, algunos artesanos iniciados en técnicas modernas). Si se tiene
en cuenta la emigración de familias enteras, se observa que sólo
13 familias decidieron instala rse en las villas y ciudades de Ar­
gelia, mientras que otras 45 se establecieron en Francia Oa pri­
mera en 1938).
(9) La edad media de los hombres que marchan a Francia por
primera vez es muy l>aja ( diecinueve años). La primera estancia
es el signo decisivo de la emancipación. Muchos jóvenes sólo se
casan a su vuelta, tras haber ganado el im?;>orte de la dote y ad­
quirido los medios de proveer a todos los gastos.
< IU) Hasta 1954 sólo cuatro familias instaladas mucho tiempo
atrás en la ciudad confiaban sus tierras a parientes, según el con­
trato de thachrikth ; en la actualidad son 1 2, que, sin embargo,
residen en el pueblo, las que han dado sus tierras en aparcería
050 jornadas de trabajo) ; otras 27 han abandonado la aldea, en
di rección a Francia p rincipalmente.
( 1 1) El pastor de rebaños comunales está situado actualmente
en el fondo de la escala social. Necio de solemnidad, tarado (pie
deforme y mano paralizada), sin familia y célibe, albergado por
caridad o por los servicios que puede eventualmente prestar . . . , es
el único capaz de aceptar una actividad absolutamente despreciada.
( 12) Es frecuente que los hombres adultos evoquen su infancia
de pastores para dar a entender que no se dejarán enpñar fácil­
mente : «Yo fui pastor . . . Mi padre me confió las cabras . . . ».
( 13) «Yo todavía conocí la época en que hombres con toda su
barba cuidaban su rebaño. ¡ Y no era una cosa sin importancia !
Ciento cincuenta cabezas de ganado que vigilar y llevar al ask4a­
kach <los buenos pastos que el rebaño no sabría encontrar oor sí
sólo, el pasto intensivo, con alimento recogido especialmente para
las bestias). Por la noche siempre había al¡o que hacer : una bes­
tia enferma a la que había que matar para evitar perderla, un
chacal que conseguía burlar la vigilancia de los perros y atacaba a
una bestia o alguna otra que alumbraba y había que llevar al
hombro el cordero o el cabritillo . . . Nadie decía nada porque Dada
Am . . . fuese todavía pastor a los cuarenta años. Y, ahora, su nieto
Am . . . , que no tiene aún diez años, prefiere chUPar el «Nestlé»
antes que gua rdar la cabra . . . Claro que ahora va a la escuela.»
CAPÍTULO VI

UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES

«El salario mensual (chahriya) : ¡ eso es lo único


seguro ! Nuestros padres nos arruinaron la exis­
tencia al dej amos esta herencia.»
( Un campesino de Aghbala)

Las diferencias observadas entre los diversos centros y


hasta entre los diferentes grupos de un mismo éentro pa­
recen referirse, como vimos, al pasado de estos grupos más
que a sus condiciones de existencia presentes. Ello está en
función, primordialmente, del mayor o menor grado de
abandono de la agricultura provocado por el reagrupa­
miento ; y este último, a su vez, depende del grado de des­
campesinización de cada uno de los grupos estudiados. El
análisis de las transformaciones del orden agrario produ­
ci das en un pueblo no afectado por la acción perturbadora
de los reagrupamientos (y cuyo contagio cultural sería su­
fic iente si no hubiera sido porque la guerra ha precipitado
Por tod11s pa r tes un movimiento contenido desde hace más
132 EL DESARRAIGO

o menos tiempo), permitirá determinar con mayor preci­


sión la influencia específica del reagrupamiento.

Negativa a tomaT conciencia Teal de la situación.

Muy ligados a su modo de vida antiguo y a sus tradi­


ciones sociales, los fellah'in del Chelif siguen siendo cam­
oesinos en espíritu, aun cuando han renunciado, por la
fuerza de las cosas, a actuar como tales. En el reagrupa­
miento de Djebabra o Matmata, ser «fellah' ocupado todo
el año» equivale a decirse propietario de una cierta exten­
sión de terrenos, incluso cuando estos terrenos no pueden
ser explotados porque están situados en la zona prohibida.
Ser agricultor significa, ante todo, un estado que no se mide
por la duración de su tiempo ocupado ni por su producto.
Al feUah' que podía descargar todo su trabajo en la mano
de obra familiar o asalariada se le llamaba maTthah' (el
reposado), al igual que el afortunado que podía vivir de sus
rentas. Nadie habría visto en él a un parado, en caso de
C]ue esta noción les hubiese sido siquiera concebible.
Si, en Djebabra o Matmata, las gentes se declaran de
buena gana agricultores incluso cuando ya ni siquiera (o
casi) se realizan los trabajos más rutinarios, ello quiere
decir que todas las actividades llevadas a cabo por quienes
consideran la condición campesina como natural y propia
han d e considerarse en realidad como trabajo ; queremos
decir. no solamente la labranza propiamente dicha, sino
también el tiempo empleado en «visitar» las tierras («ir a
la tierra». en castellano), y hasta «mirarlas de lejos», cuan­
do no se las puede «visitar» (zona prohibida). Le corres­
ponde la «calidad» de campesino porQue la ha heredado
al mismo tiempo q ue el patrimonio familiar. porque ha
sido alimentado y educado en virtudes que son insepara­
bles a los conceptos anteriores, porque el grupo se la con­
fiere naturalmente y él «debe» aceptarla y nroclamarla en
todos sus comportamientos (maneTa ) y, finalmente, porque
no puede disociar esa calidad de la idea que él tiene de sí
mismo. A pesar de que la pauperización sea objetivamente
tan grande como en cualquier otra parte. los fellah'in des­
poseídos de sus tierras siguen siendo campesinos porque les
es totalmente imposible declararse. confesarse o tomar con-
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 1 33

ciencia de que están desprovistos de trabajo ; si lo hicieran.


renegarían de sí mismos como campesinos. La dignidad
campesina les prohíbe esta auto-confesión ; por otra parte,
es la única barrera, la última, cuando ya no les queda nada
de lo que alimentaba su condición y estado. El campesino
sigue siendo campesino en tanto en cuanto no puede con­
cebirse de otra manera que como campesino ; mientras
esta situación se mantenga, el espíritu campesino puede
perpetuarse, extraño, indiferente y hasta hostil a la seduc­
ción de los otros tipos de vida que conoce y rechaza.
Seguimos, pues, en un puro problema de «manera» : se
admite, en efecto, que el campesino se pueda convertir pro­
visionalmente en comerciante en una ciudad de Argelia,
obrero agrícola en una gran finca o peón en una fábrica
de Francia, a condición de que lo haga en campesino, como
tal y en tanto que tal : es decir, por el bien de la comunidad
campesina, para engrandecer el patrimonio familiar, ad­
quirir una yunta de bueyes, ganarse el importe de la dote
o compensación matrimonial, construir una casa o, simple­
mente, alimentar la familia.
El auténtico campesino debe permanecer fiel a los va­
lores campesinos, aun en el caso de que haya de enfrentar­
se con la vida urbana ; de todas formas, la sociedad cam­
pesina, parca en elogios, sólo administra alabanzas para
q uien ha sabido permanecer respetuoso con sus modelos
y normas, quien continúa viviendo, sintiendo y pensando
en campesino, para quien, en una palabra, «sigue el cami­
no de su padre y de su abuelo». De él se dice : «Vivió allí
como en su país», «no se ha hecho ciudadano (beldi); «to­
davía no se ha envanecido». Hay dos criterios para medir
el apego a los valores campesinos : en primer lugar, el ali­
mento debe ser frugal. como prueba de que «no se tiene
el vientre demasiado grande», de que no se trabaja «para
el vientre» ; en segundo lugar, la mujer no debe, como
h acen las que habitan en las ciudades, salir ni aun con la
protección de su velo. «Ella no franquea el umbral de
la puerta», se dice, elogio que vale tanto para la esposa
como para el esposo.
Lo más decisivamente condenado es la imitación del
hombre de la ciudad : comer como él, vestirse como él.
adoptar su lenguaje y costumbres y desafiar a todo el gru­
po, en una palabra. Puede comprenderse entonces el em-
1 34 EL DESARRAIGO

barazo con que se restituye al emigrado el lugar que le


corresponde y que sólo abandonó provisionalmente y por
mor de la necesidad. Tanto el grupo como el emigrado son
muy sensibles al exilio urbano y lo toman como una prue­
ba que hay que aceptar, para abandonarlo en cuanto se
puede ; se teme que el emigrante haya sido afectado por
la ciudad. A este respecto, y para disipar toda sospecha,
el emigrado debe manifestar claramente que recupera ple­
namente su lugar en el grupo. El traje propio de la ciudad
no volverá a aparecer hasta la próxima partida. Algunos
llevan en su equipaje el albornoz y la chechia (gorro de
zuavo) y se lo ponen el día de su regreso al pueblo.
El emigrado debe también asistir bastante a menudo a
la asamblea, para mantenerse informado de la vida de la
aldea ; principalmente, ha de manifestar su apego a las
tierras de la familia. Visitar la tierra y «reanudar lazos»
con ella, dispensa casi de visitar a parientes y amigos. No
se olvide que los lazos de parentesco se nuclean en virtud
de una tierra poseída en común y heredada de un mismo
antepasado y que un hombre es considerado propietario en
cuanto miembro de un cierto linaje. De quien no cumple
con esta obligación se dice con amargura : «No esté satis­
fecho de su tierra . . . », y se teme que, a su vez, da tierra
no se sienta satisfecha de él» y «no le haga un buen reci­
bimiento». Por lo mismo, llegada la ocasión, no dejarán de
recordarle : « ¿ No vas a visitar tal campo? Debe estar an­
sioso de verte . . . ». Todavía no hace mucho, el emigrado que
sólo se ausentaba por tres o cuatro meses, tomaba de nue­
vo contacto con la tierra y el ganado unciendo los bueyes
y saliendo a la tierra para sembrar o barbechar durante
toda la jornada en una parcela cualquiera. Este compor­
tamiento honraba a la tierra y el campesino se honraba a
sí mismo.
Da la impresión de que los campesinos de Matmata y
Djebabra, a la manera de los emigrados apegados a las tra­
diciones, pusiesen sus cinco sentidos en pasar la prueba del
reagrupamiento sin negar su cualidad de campesinos. Las
conductas más ajenas a la tradición obedecen, sin embargo.
a la lógica de la tradición, de modo que en ellas sólo se
«ve» transgresión forzada (por tanto sin intención) de las
reglas tradicionales. Como su ser es, ante todo, una cierta
manera de ser. un habitus, una disposición permanente y
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 1 35

general ante el mundo y los otros, el campesino mantiene


su personalidad, incluso cuando no tiene la menor posibi­
lidad de comportarse como tal.

Las renuncias no confesadas.


Todo ocurre de manera muy distinta en las regiones en
q ue han sido varias y diferentes las influencias que han
socavado los fundamentos mismos de la actitud campesina
tradicional ante el mundo. Nos referimos particularmente
a la escolarización, la experiencia del trabajo asalariado
en Francia o en las ciudades de Argelia, la generalización
de los intercambios monetarios y la difusión del espíritu
económico inherente al factor anterior. Esto ha sucedido
y sucede allí donde el trabajo, en cuanto función social
total, ha dejado de ser un fin en sí y, sobre todo, su propia
medida para sí mismo, y se ha convertido progresivamente
en un medio para obtener una renta en dinero ; allí, de­
cimos, donde la adopción de aquella disposición hacia el
cálculo -que empuja a medir la rentabilidad del esfuerzo
por su producto en numerario- ha llevado a considerar
la actividad tradicional como una servidumbre de poco
sentido y menor provecho ; allí, también, donde la existen­
cia tradicional en su totalidad tiende a aparecer como un
arcaísmo absurdo en cuanto se la mira con «ojos nuevos»
Y se la observa con criterios distintos ; y allí, finalmente,
donde la presión colectiva, aún bastante fuerte para pro­
hibir la autoconfesión y la renuncia de sí mismo, sólo ha
conseguido el simple mantenimiento de una agricultura sin
agricultores.
A esto se debe que la emigración escape totalmente. en
la actualidad, al control del grupo. A medida que aumen­
taba la proporción de emigrados y que la moneda. producto
del trabajo de los emigrados, se fue convirtiendo en ins­
tr umento preferido para los intercambios. y a medida tam­
bién que el grupo tendía a perder fe en sus propios valores.
se debilitaron los controles mediante los cuales la sociedad
campesina dirigía la emigración y la ponía a su servicio.
Poco a poco, en efecto, el producto de la emigración (dine­
ro) dejó de ser un recurso suplementario de apoyo para
convertirse en el principal recurso de la comunidad rural.
1 36 EL DESARRAIGO

En el pueblo de Aghbala, en 1 960, el monto global de los


envíos de los emigrados alcanzaba la cifra mensual de
1 0.700 F (esto es, 100 F de media por emigrado) y se repar­
tía entre 77 familias (a 130 F por familia como promedio).
A estas cantidades h abía que añadir los subsidios familia­
res para 96 niños, o sea, 2.300 F al mes (1). Treinta y cinco
familias de antiguos obreros en Francia. percibían 3.630 F
al mes por diversos conceptos : retiros, de trabaj adores an­
cianos, semi-retiros a los mineros, pensiones de invalidez,
de accidentes de trabajo, indemnizaciones-jornal por enfer­
meda d (por cuenta de los seguros), etc. Por consiguiente.
la economía del pueblo recibía mensualmente una inyec­
ción, en forma de moneda, de 1 6.630 F. Los afros recursos
monetarios en conjunto, de origen no agrícola (salarios,
pensiones de guerra, sueldos de harki, etc.), ascendían a
1 2.450 F al mes, y en realidad a 2.850 F, si se descuentan
los sueldos de los harki.
¿ Qué parte de las rentas en dinero procede de la agri­
cultura? En primer lugar, es preciso decir que casi toda
la producción agrícola se dedica al autoconsumo, sin que
ello quiera decir que todas las necesidades alimenticias
quedan satisfechas. Sólo ocho familias (las más ricas) pue­
den pasarse sin ir al mercado. y aún así tienen que com­
prar la sémola industrial que progresivamente va substitu­
yendo -en el consumo corriente- a la harina hecha en
casa del trigo o cebada cosechados ; cinco de estas familias
pueden substraer algunas medidas de cebada, trigo o habas
( en 1962, 56 medidas de trigo y habas, con un valor de
560 F. y unas 100 medidas de cebada por un valor de 500 F)
cuya venta les procura 1.060 F. es decir, el 5,4 % del valor
de la producción total de cereales y leguminosas (2). Como
ninguna familia satisface plenamente sus necesidades en
aceite, las aceitunas no se venden ; la producción de higos.
por el contrario, se comercializa entera. En 1961. setenta y
cuatro familias vendieron a los industriales de la región
150 quintales de higos secos por un valor total de 8.000 F
aproximadamente (9 familias vendi eron más de cinco quin­
tales cada una, 17 de tres a cinco quintales. 23 alrededor
de un quintal y las demás sólo unas docenas de ki logramos).
Algunas familias obtienen, además, una suma anual de
unos 2.100 F de la venta de una parte de los productos
de huertas y vergeles. Los productos de la ganadería ovina
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 1 37

y caprina son demasiado insignificantes para dar lugar a


intercambios. En definitiva, si se deduce la parte de la pro­
d ucción autoconsumida, las rentas monetarias procedentes
de la agricultura no pasarían de 1 1 .500 F (960 F al mes).

TABLA III
La economía de Aghbala (3)

Producto di recto Rentu Mo- Renta• m o - E11imacl6n de


o Indirecto de la
em raci6n a netariH no netarlas ag,{. la producción
�raacla a11tocon111mld1
agrlcolas cola,
·--·
Media mensual
(en F> 16.630 2.850* 960 30.000
-
Po1·centaje de la
renta moneta ria
global 8 1 ,3 % 1 3 .8 % 4,7 % -
-------
Porcentaje de la
renta global 70,9 % 12,1 % 4,1 % 12.8 %

( *) Excluidos los soldados harkis.

Las rentas en dinero procedentes de la emigración en


Francia representan el 70,9 % del producto total de la ac­
tividad económica del grupo y el 81'3 % de las rentas mo­
netarias. Así, pues, la creciente importancia de los recursos
procedentes de los emigrados ha obligado a la sociedad cam­
pesina -que anteriormente sometía la emigración a sus va­
lor es e imperativos- a someterse a su vez a los valo­
res e imperativos de ésta. La sociedad campesina tradi­
cional, al no poder integrar un elemento foráneo (la
emigración y sus consecuencias), ha acabado por reestruc­
turarse con relación a él.
Un ej emplo muy claro de lo que decimos, nos lo ofrece
la inversión de la relación entre la emigración y la indivi­
sió n del agrupamiento familiar (varias familias constitu­
yendo una «gran familia»). Inicialmente, la indivisión pre­
existía a la emigración, y gracias a ésta la primera era
1 38 EL DESARRAIGO

posible ; en la actualidad, no es raro ver resucitar esa in­


división abandonada, con el único fin de poder emigrar. En
Barbacha, y en menor grado en Ain-Aghbel, la existencia
de familias «indivisas» agrupando varias parejas, tiende a
convertirse en el producto artificial de la emigración. Se
dice entonces que el ausente es un miembro del grupo
«en el exterior», que «entra y sale en beneficio de los su­
yos» (4). Por lo demás, este retorno provisional a la indi­
visión no es nunca total. A pesar de que el miembro d e la
familia depositario de la autoridad del jefe emigrado per­
manece en el país. su función se reduce a administrar los
envíos de fondos y asegurar la explotación de las tierras,
como aparcero, o bien contratando, por cuenta del ausente.
mano de obra asalariada. Son raros los casos en que se
vuelve pura y simplemente a la antigua indivisión, que
suponía una sola tierra, una sola bolsa y una sola marmita.
De esta forma, sin embargo, la emigración provee al man­
tenimiento provisional de unidades familiares relativa­
mente amplias que. en caso contrario. se habrían dispersado ;
pero, al mismo tiempo, introduce el espíritu de cálculo, que
corroe los fundamentos mismos de la solidaridad tradicio­
nal. La obediencia a las normas de esa solidaridad no ex­
cluye, por consiguiente, la consideración del interés (5).

La "autoconfesión" y la coartada.

En términos generales podemos deci.r que siempre que


«reaparece» la indivisión, reviste una significación y fun­
ción completamente diferentes a las que tenía en la anti­
gua sociedad. Al igual que en la ciudad. puede no ser otra
cosa que el recurso último de los más pobres, que de esta
manera recuperan una protección relativa contra la mise­
ria. Esta asociación es susceptible (en el supuesto más fa­
vorable) de asegurarles varios salarios capaces de atender
mejor una misma marmita. Además, dicha asociación se
rompe sin más compromisos en el momento en que una de
las unidades mínimas consigue su independencia económi­
ca. Paralelamente, la penetración del espíritu de cálculo
favorece la aparición de una «indivisión de los ricos», ver­
dadera asociación de capitalas entre parientes igualmente
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 1 39

«provistos» e interesados y no sólo, ya, entre parientes in­


digentes pero solidarios.
Así, en las regiones de fuerte emigración, la generaliza­
ción de los intercambios monetarios y la difusión del espí­
ritu de cálculo consiguieron minar las tradiciones y el
espíritu que las animaba. Todo parece indicar que, en vís­
peras del reagrupamiento, la situación de la agricultura
en Ain-Aghbel o en Kerkera, por ejemplo, era idéntica a
la de Aghbal o Barbacha en 1960 (6).
Se comprende, por tanto, que en una sociedad tan pro­
fundamente alterada, el reagrupamiento fuese ocasión de
una toma de conciencia o, más exactamente, de una auto­
confesión colectiva (un desvelamiento de la condición real
propia). Incluso en los casos en que se sigue cultivando la
tierra o cuidando con este fin una pareja de bueyes, nadie
duda en declararse «falto de ocupación». «Yo diría que soy
un parado -declara un viejo fellah' de Kerkera- si per­
cibiese un subsidio de paro como los parados en Francia.»
Esto es lo que más dificulta la toma de conciencia colec­
tiva de la condición real propia de que venimos hablando,
puesto que las compulsiones y coacciones objetivas propor­
cionan una excusa objetiva ante uno mismo y ante los
otros, excusa que simultáneamente se concede uno a sí mismo
y a los otros. Mediante un razonamiento circular, se invo­
can los insuperables obstáculos para j ustificar el abandono
masivo y se demuestra que los obstáculos son insuperables
por el carácter masivo del abandono.
Tal es el sentido último de aquella especie de «coro»
con que nos recibieron los campesinos de Ain-Aghbel el
primer día, todos y cada uno enumerando ante los demás
el rosario de cosas que habían abandonado y el que habían
abandonado los demás : rebaños, tierras, casas y trabajo.
En Aghbala, Djemaa Saharidj o Barbacha, la pauperiza­
ción o desmoralización que, por diferentes caminos, condu­
cen al abandono de la tierra, se viven todavía en tanto que
aventuras «individuales», y ello aun en el caso de que afec­
ten -en grados diversos- a todo el grupo. Por ejemplo,
el vértigo de la catástrofe que condena a la huida hacia la
ciudad, una vez vendidos los bueyes, el mulo y la tierra,
sacude estremecedoramente a «una familia tras otra» ; cada
aldea o pueblo puede contar la historia de estos derrum­
bamientos sucesivos.
140 EL DESARRAIGO

Por otra parte, la presión de la opinión colectiva «sólo


exige lo que puede exigir» en semejantes condiciones, de
forma que el reconocimiento de los valores campesinos no
implica ya sacrificios imposibles, sino una simple expre­
sión, mediante actos rituales, de una devoción de institu­
ción. Con el reagrupamiento, el vértigo de la catástrofe ha
pasado a ser una experiencia colectiva y la toma de con­
ciencia de la renuncia («reniego») íntimo de los valores
tradicionales puede realizarse a través de una «autoconfe­
sión» públicamente (colectivamente) proclamada.
No se trata -aquí más que en otras partes- de que la
necesidad, por muy apremiante y hasta brutal que sea, pue­
da determinar por sí sola el abandono de los modelos cultu­
rales (7). Mas, aquí como en cualquier otra parte, da armas
a la excusa por excelencia que permite el abandono colec­
tivo de los modelos, precisamente en el momento en que
<.!ste abandono está ya virtualmente realizado. Los campe­
sinos descampesinizados sólo pueden hacer -a propósito de
su situación presente- ese cálculo, mediante el cual descu­
bren su condición de parados, precisamente porque «ya lo
hacían de hecho», sin decírselo a sí mismos, a propósito de
su situación anterior (8). Para que la negación de hecho
de la tradición se generalice, basta con que pueda expre­
sarse pública y colectivamente, depositando su legitimidad
en la fuente de toda legitimidad : la opinión colectiva.
De donde se sigue que, paradójicamente, el abandono
de la agricultura puede ser tanto más sistemático cuanto
más aparezca el grupo intensamente integrado. Esto expli­
ca las diferencias apreciadas entre las diversas unidades
reagrupadas en Ain-Aghbel : el reagrupamiento no puede
por sí solo liquidar el espíritu campesino tradicional. sino
sólo disipar su «fantasma» (9).
Junto con la toma de conciencia de la condición de pa­
rado, uno de los índices más ostensibles de la descampesi­
nizac1on es, sin lugar a dudas, la proliferación de los co­
mercios, particularmente en Ain-Aghbel y más aún, en
Kerkera (10). Antes del reagrupamiento, la población rural
se componía casi exclusivamente de trabajadores que vi­
vían directamente de la agricultura ; en este sentido, el
carácter poco diversificado de la vida profesional contri­
buía a dar al mundo rural su unidad.
Los pequeños comerciantes y los artesanos residían en
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 14 1

el mismo medio rural que los campesinos, vivían de tran­


sacciones con ellos y a menudo realizaban también alguna
actividad agrícola ; por esto, no se definían por oposición
a los agricultores, ya que su actividad, por lo general, apa­
recía muy poco diferenciada y, desde luego, ligada siempre
a la agricultura ( 1 1 ). También es verdad que, desde hace
mucho tiempo, los habitantes de la zriba Kerkera, princi­
palmente, y los de la zriba Ain-Aghbel en menor grado, se
habían acostumbrado a vender en el mercado de Collo sus
frutas y legumbres. No obstante, habituados a comerciar
con «ciudadanos» -para quienes, como se dice, «el mer­
cado hace las veces de huerto»-, los campesinos más
«acampesinados» se indignan, cuando ven una muchedum­
bre de pequeños «mercaderes» invadiendo la calle princi­
pal del reagrupamiento y ofrecer, dispuestos en pequeños
montones, los productos de sus tierras de cultivo (legum­
bres y frutas) de sus ganados (pollos, huevos) y, a veces
hasta productos alimenticios preparados por la cocina fa­
miliar (galletas, rebanadas de «pan», buñuelos, pimientos
fritos, café). En realidad, estos comportamientos obedecen
a una lógica desconocida por la antigua sociedad rural ; a
la manera de la bidonville, el reagrupamiento produce el
sub-propietariado, cuya ocupación es casi tan poco produc­
tiva como la del fellah' de otros tiempos, pero con la dife­
rencia de que este tipo de subproletario «se sabe» su con­
dición, en tanto que el fellah' de la tradición no podía
«descubrirse» así sin dej ar de ser fellah'.
Por consiguiente, se da el caso de que grupos diferentes
por su historia pueden reaccionar de forma muy diferente
ante situaciones muy semejantes y conferir una s,ignifica­
ción distinta a comportamientos idénticos impuestos por
una situación obj etiva. Para explicar las diferencias que
separan grupos enfrentados con idénticas pruebas, es nece­
sario echar mano de aquellas diferencias que habrían po­
dido escapar a la observación exterior de los comporta­
mientos (pues conciernen a la «manera» y se denuncian
por mil imponderables insignificantes) y que únicamente
se dejan aprehender a través de índices objetivos.
En todos los casos, el reagrupamiento ha determinado
la brutal desaparición (a veces casi total) de los recursos
agrícolas (12) ; pero, en estas bidonvilles rurales, nada com­
pensa la desaparición de los antiguos medios de existencia,
142 EL DESARRAIGO

ni los empleos asalariados, ni las ocupaciones de fortuna


que permitían a los ciudadanos hacerse la ilusión de que
trabajaban al tiempo que se procuraban una renta en di­
nero, por pequeña que fuese. Esto solo bastaría sin duda
para explicar la aparición de una conciencia de paro. Mas,
en ciertos grupos, una conciencia semejante falta por com­
pleto, de forma que el efecto parece superar, la causa.
Los campesinos del Chelif, campesinos «acampesinados»,
se consideran -en espíritu- tales, aunque su situación (y
hasta prácticamente su comportamiento) no se lo autorice
en absoluto ; los «descampesinizados» de Collo invocan los
obstáculos objetivos tantas veces citados para renunciar a
mantener las simples apariencias de una adhesión a una
condición de existencia desvalorizada. Si estos hombres re­
encuentran el curso de su existencia anterior -y algunos
lo harán-, eso querría decir que los reagrupamientos les
habrán dado ocasión para descubrir y proclamar colecti­
vamente lo que cada uno sabía sin «confesarse» ni «con­
fesarlo».

La separación.
En cualquier caso, a la larga, la consecuencia del
reagrupamiento será la desaparición de las diferencias en­
tres los campesinos auténticos, que viven en contradición su
fidelidad a un orden que sólo pueden mantener en aparien­
cia e intención, y los campesinos «descampesinizados» para
quienes el desplazamiento forzoso no ha sido otra cosa que
ocasión de una renuncia realizada ya en intención. El re­
agrupamiento es, sin lugar a dudas, una bidonville rural :
aglomeración sin alma que sólo tiene de ciudad su aparien­
cia exterior, pero ninguna de las ventajas normales aso­
ciadas a la vida urbana (sobre todo el empleo, la vivienda
y un mínimo de confort). El reagrupamiento ha transfor­
mado a los campesinos en subproletarios sin aquellos anti­
guos ideales de honor y dignidad, al privarlos de la segu­
ridad que les proporcionaba el orden social y económico
antiguo, al quitarles por completo la responsabilidad de su
propio destino y colocarlos, finalmente, en una deshonrosa
situación de «asistidos». En efecto, la prolongada inacti­
vidad y su dependencia de las autoridades civiles o mi-
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 143

litares, implican una desmoralización profunda y, poco a


poco, se van resignando a una existencia parasitaria. «Ni si­
quiera podemos decir que el alimento que nos comemos, lo
ganamos con nuestro esfuerzo -dice un campesino refu­
giado en Carnot (padre de cinco hijos de pequeña edad y
carente de todo recurso)-. El alimento nos llega ; no sa­
bemos cómo. Estamos aquí para nada. Es imposible imagi­
nar lo que estamos pasando ; si la realidad no fuese tan
cruel, creeríamos estar soñando.»
La resistencia opuesta a las manipulaciones arbitrarias
es mucho más fuerte en los reagrupamientos de Collo que
en los de Chelif. La rebeldía es un índice de integración,
pero también fuerza de integración, pues une a los indivi­
duos en la repulsa y la esperanza. La resistencia pasiva
que el grupo opone a las iniciativas de las autoridades mi­
litares (la sistemática renuncia a la agricultura es un as­
pecto de esta resistencia) y el contacto continuo con �l
Ejército de Liberación Nacional (A.L.N.) -sólidamente ins­
talado en la región de Collo- refuerzan en cada individuo
la estima de sí, permitiéndole vivir el reagrupamiento como
una prueba temporal. No obstante, esta certeza y esperan­
za no parece que modifiquen en absoluto la evidencia Je
la ruptura con la condición de campesino ( 13).
El espíritu campesino no resistiría mucho tiempo al des­
enraizamiento. El campesino, poseído por su propiedad más
bien que al revés, se define por su apego a sus tierras y
ganado. Correlativamente, la actitud hacia la tierra parece
directamente ligada al tipo de habitat. En Kabylia los culti­
vadores no habitan sobre su tierra, puesto que el habitat
se concentra en grandes pueblos ; el suelo está extraordi­
nariamente dividido y las diferentes fincas de un mismo
labrador están separadas a veces por distancias respetables.
Las mejores están muy próximas a las habitaciones, con
las que comunican por caminos recoletos, pero hay algunas
surcadas en lo alto del monte -con el consiguiente aumen­
to del tiempo necesario para ir y venir- y también otras
que están situadas en terrenos de otros pueblos. Natural­
mente, estas últimas son las peores y menos atendidas. Mu­
chas veces se las deja baldías o simplemente sembradas
de leguminosas (nuwar) . En todo caso, no se las abona y,
por tanto, no conocen la rotación trienal de cultivos (habas,
cebada, trigo), sino el simple barbecho. A veces son tan
144 EL DESARRAIGO

mediocres que ni siquiera se las labra ; en este caso sirven


de pastos para las bestias de la familia o para cuidar al­
gunos árboles frutales, viejos, pobres y, en última instan­
cia, también mal cuidados. Mas, en términos generales,
aunque estén a varias horas de marcha -caso nada raro,
el campesino mantiene el contacto con sus tierras a las que
«visita» de vez en cuando.
En la región de Collo, las zribat que no alcanzan nunca
la dimensión de los pueblos kabylias se rodean de sus pro­
pias tierras. En el Chelif, la unidad de habitat es la fami­
lia, puesto que la propiedad está agrupada a menudo en
torno a la casa del labrador. En caso de que dicha propie­
dad esté dividida en parcelas distantes unas de otras, las
más extensas y ricas forman parte siempre del habitat,
próximas a las unidades de habitación, dispersas a su vez
a distancias que varían entre quinientos y mil metros. La
implantación del habitat j unto a la misma tierra que se
trabaj a, es algo tan esencial y vital para los fellah'in del
llano del Chelif, que muchas veces acaban instalándose so­
bre la finca que labran, aun en los casos en que no son
propietarios de la misma. Así, sucesivamente, las comunas
mixtas, los centros municipales, las alcaldías y las delega­
ciones especiales establecieron y mantuvieron la tradición
de cancelar sin más los arriendos de tierras comunales, por
inspiraciones políticas y económicas o por pura negligen­
cia. Arriendos de dieciocho años se han renovado en oca­
siones varias veces en beneficio de las mismas familias, in­
cluso en el caso de que el arrendatario hubiese fallecido.
Los herederos se disputaban entonces el «privilegio» de
pagar el «canon», puesto que el simple pago del recibo de
arrendamiento tomaba, a sus ojos, valor de título de pro­
piedad. Los arrendados, khamés, y subarrendados a quie­
nes se confiaba la explotación de la finca acabaron com­
portándose como propietarios ( 14). Por eso, como expresión
tangible de esta actitud, los cultivadores han instalado su
habitación sobre la tierra misma, a pesar de las prohibicio­
nes, hecho que daba lugar a problemas j urídicos extraordi­
nariamente complej os. En este sentido, la negativa del
propietario a renovar el contrato de arrendamiento se con­
sideraba pura y simplemente como una expoliación.
Para el campesino, la proximidad de las tierras de culti­
vo es siempre la condición de la explotación del suelo, in-
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 145

dependientemente de toda otra consideración económica o


técnica. El trabajo, que asocia a todo el grupo familiar, se
r ealiza en un «espacio familiar». La misma disposición del
int erior de la casa es el mejor símbolo de la compenetración
de la vida doméstica y profesional. En una casa kabylia,
formada por una sola pieza, sólo un muro de poca altura
separa la parte reservada a las bestias de la habitación hu­
mana propiamente dicha. Sobre este muro reposan las va­
sijas que contienen el trigo de la última cosecha. De esta
forma, ganado, herramientas, productos de la tierra y todas
las preocupaciones y atenciones derivados de ese conjunto
penetran y re-crean el corazón mismo de la casa y de la
existencia campesina (15).
En la actualidad, los campesinos viven el alejamiento
como una separación física, como si el «apego» a la tierra
-su pasión- tuviese que alimentarse de su objeto para
perdurar. Todo esto se debe al citado alej amiento de sus
tierras, inaccesibles por estar situadas en zona prohibida,
a la expulsión de sus casas -que hubieron de destruir mu­
chas veces con sus propias manos antes de ingresar en el
reagrupamiento- y separación de sus bestias en nombre
de imperativos de higiene ( 16) ; a la obligación, en fin, de
depositar su cosecha de cereales en locales designados y
controlados por la autoridad militar encargada de distri­
buirles mensualmente una determinada ración ( 17).
•rocados en lo más íntimo de su ser expresan su deses­
pero (la palabra no es demasiado fuerte) con el lenguaje
de la pasión y la desventura : «Ya no tenemos ganas ni de
cultivar los huertos. ¿ Para quién? ¿ Para las bestias, para
los jabalíes? ¿ Para los guerrilleros (almaki), para el pastor,
para los harkis? Y, a pesar de todo, nosotros amamos esta
tierra ; es lo mejor que tenemos, la hemos hecho con nues­
tro trabajo, con nuestro sudor, capazo a capazo. Nuestras
mujeres la transportaron, durante años, y la han deposita­
do ahí, donde está ahora ; nosotros hicimos esas terrazas
que se ven allí, todo para tener una buena huerta a dos­
cientos metros de la casa, ¡ cuántos años de trabajo ! Para
regarla trajimos el agua de muy lejos. Plantamos estos ár­
boles, no ahorramos ni sudores, ni dinero, ¡ prometía frutos
tan hermosos ! Vean el resultado, ya no queda nada, todo
está abandonado, desolado. A dos pasos de la tierra ya no
podemos darle los cuidados que reclama. Por cruel que sea
146 EL DESARRAIGO

para nosotros, el abandono de la tierra es obligado. En es­


tos tiempos, todo el mundo sabe que cultivar es trabajo
perdido, es como trabajar para los j abalíes y los harkis,
los dos enemigos del fellah', sobre todo si plantamos legum­
bres» (Dj. M., 50 años, Ain-Aghbel) (18).
La única forma, mejor, la forma esencial de vida del
campesino es «con raíces en su tierra», la tierra donde na­
ció y a la que le ligan sus costumbres y recuerdos (19).
«Desenraizado», lo más probable es que muera en cuanto
campesino, al morir en él la pasión que le hace campesino.

( 1 ) Del distrito de Collo (en marzo de 1959) había 3.357 tra­


baj adores en Francia y 158 tránsitos (104 salidas hacia Francia y
54 regresos) ; tres meses más tarde, en junio, el distrito contaba
con 3.430 emi¡rados (este mes hubo 76 salidas a Francia y 30 re­
gresos). En la comuna de Cheraia (Cheraia y el ex-duar Arb El
Gufi) los envíos de los emigrados y los subsidios pa¡ados a sus
familias -entre el 1. 0 de abril y el 31 de diciembre de 1959-
ascendieron a 76.060 F, o sea , 8.450 F por mes, 122,67 F por emi­
grado y 13,7 F por emigrado y mes (el número de trabajadores
originarios de la Comuna que trabajaban en Francia era aproxi­
madamente de 620). En 1959 hubo 223 salidas hacia Francia, por
76 regresos, esto es, un excedente de 147 emi¡rantes. Este número
siguió aumentando en el curso del año, pasando de 515 a 662. Du­
rante los siete primeros meses de 1960, los recursos procedentes
de la emigración fueron del orden de 73.047 F. , o sea, 10.435 F men­
suales, 99,1 1 F por emigrado y 14,16 F por emigrado y mes. El 30 de
julio de 1960 el número de emigrados había subido a 741 , con un
máximo de 759. alcanzado en junio (en el curso de estos siete
meses se registraron 183 salidas hacia Francia y 104 retornos al
país, con un saldo de 79 emigrantes). En el periodo de dieciséis me­
ses sobre el cual tenemos informaciones cuantitativas ( 1 .0 de abril
de 1959 a 30 de julio de 1960), las sumas procedentes de la emigra­
ción en Francia se elevaron a 149. 1 10 F ( una media mensual ¡lo­
bal de 9.320 F, una media por emigrado de 213 F y una media
mensual por emigrado de 1 3,3 F).
(2) El valor de la cosecha global se pudo estimar en 18.500 F :
300 dobles decálitros de habas, 130 quintales de trigo y 320 quin­
tales de cebada. Si tenemos en cuenta los productos de huerta
( como las legumbres), la cosecha de aceitunas, hi¡os, frutos, la
ganadería inferior, etc. , podemos evaluar las producciones agríco­
las del año en poco menos de 47.500 F (la parte dedicada al auto­
consumo representarla un valor de 36.000 F).
(3) Se han tenido en cuenta los intercambios económicos rea­
lizados en el interior del pueblo, por ejemplo, los salarios en espe­
cie de los obreros agrícolas, comerciantes y artesanos (en especie
y, en general, en bienes naturales).
(4) Entre los «entrevistados, de Barbacha, no había ni una sola
familia con emigrado(s) que no estuviese adscrita a un pariente
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 147

varón ; todas las familias tienen al menos un varón entre sus miem­
bros. En Kerkera la proporción de familias sin «hombre» es sólo
del 4,5 % y del 6 % en Ain-Aghbel. En Matmata y Djebabra -lu­
gares en donde se desconoce la emigración a Francia, así como la
forma de solidaridad inherente a ella ( indivisión, como producto e
instrumento de la emigración)- los porcentajes son del 14,3 %
y el 1 5,4 % respectivamente (en ambos casos, superiores a los por­
centajes alcanzados en el bidonville de Affreville : 8,1 %). De ahf
también las diferencias que se observan de una región a otra, en lo
que se refiere al número (promedio) de hombres por familia
(Barbacha, 2,0 ; Ain Aghbel, 1 ,82 ; Kerkera, 1 ,73 ; Matmata, 1 ,54 ;
Djebabra, 1 ,43, y Affreville, 1 ,43). Efectivamente, la emigración ,
al provocar una cierta reconstitución de la familia indivisa , ha
hecho disminuir el número de familias, en tanto que aumenta el
número de hombres (término medio) por familia (emigrados in­
cluidos).
(5) La introducción del espíritu de cálculo en sociedades toda­
vía fieles a las tradiciones agrarias, determina conductas realmente
paradójicas : un khamés de los Uled-Ziad, deudor de su patrón
-a causa de las malas cosechas- de los adelantos en naturaleza
que había recibido para alimentar a su familia, prefirió emigrar
a Francia antes que «encadenarse» más estrechamente (cosa que
habría ocurrido, según él, de haber renovado un contrato del
cual ya no podría redimirse nunca). A fin de saldar la cuenta
pendiente con su patrón (cuenta saldable en «trabajo»), este kha­
més contrató un obrero agrícola, a quien pagó con sus ahorros
propios. Por lo mismo, algunos pequefios propietarios consideran
más ventajoso hacerse sustituir por un khamés, y de esta forma
pueden emigrar : « ¡ Cuento contigo, oh khamés, y yo iré a alqui­
larme en otra parte ! » Sólo las grandes familias están en condi­
ciones de explotar sus tierras con mano de obra familiar y dedicar
(liberar) a la emigración uno o dos hombres que les aseguran
así rentas monetarias permanentes.
(6) En 1960, y en vísperas de su reagrupamiento, la zriba Ker­
kera seguía cultivando las mismas superficies que en el pasado,
o sea 133 hectáreas por 120 fellah'in (51 de los cuales explotaban
menos de 25 áreas ; 3 de 25 a 50 ; 16 de 50 áreas a una hectárea ,
y 50 de una a 4 hectáreas). Algunos fellah'in que ya vivían en el
reagrupamiento seguían ayudando a sus parientes de la mba en
el trabajo de la tierra. Cuando se procedió a su reagrupamiento,
una parte importante de los habitantes de la mba se refugió en
Collo y su abandono de la agricultura adquirió las mismas pro­
porciones que en otros lugares, y esto a pesar de la proximidad
de las tierras.
(7) Lo mismo ocurre en la sociedad urbana, en donde cierta
prohibición se opone al trabajo de las mujeres ; prohibición que
«puede» transgredirse en el caso de que apremie la necesidad (que
el marido esté parado, por ejemplo). Esta prohibición recupera su
vigencia en cuanto se restablece de al¡una manera la situación
material de la pareja.
(8) A pesar de que su amor a la tierra se expresa en ocasio­
nes a través de la nostálgica evocación de la existencia que hubie-
148 EL DESARRAIGO

ron de abandonar, todos los campesinos de Ain-A¡hbel interroga­


dos aseguran no «aman su oficio. (Cf. Tra.va.il et tra.va.illeur, en
Algérie, 11 parte, cap. I, págs. 286-287).
(9) A este respecto, la influencia del reagrupamiento es un as­
pecto particular de la influencia ejercida por la euerra, que ha
impuesto a las poblaciones rurales presiones contradictorias idó­
neas para romper las rutinas tradicionales, y forzado al abandono
de ciertos imperativos éticos ; en efecto, estas coacciones y violen­
cias han determinado en muchos casos una toma de conciencia de
numerosas conductas mantenidas hasta entonces a causa de &u
función simbólica en el contexto colonial.
(10) El ethoa tradicional condena con el mismo vigor y en
nombre de los mismos principios la compraventa en el mercado :
«Antes -declaraba un viejo fellah' de los Uled-Sultan (tribu ve­
cina de la aldea de A in-Sultan)- uno hacía lo posible por no com­
prar nada en el mercado. El más afortunado, el que quiere cons­
truirse un paraíso, producía por sí mismo algunas legumbres, ce­
bollas y tomates. y así tenía una provisión para todo el afio ; lo
mismo hacía con la fruta. Pero todo eso es un lujo, sí, gozar de
esos favores del Paraíso. Ya di¡o, ese afortunado vive en un Pa­
raíso. ¿ Para qué ir entonces a vender al mercado? No ha producido
para vender a los demás. Sólo está permitido vender el excedente
de cereales o el ganado dedicado expresamente a la venta. Todo lo
demás no se vende. Y quien va al mercado a comprar las legumbres
y frutas que no ha producido, es un glotón. Dilapida su dinero
sin tener la satisfacción de quien ha producido por sí mismo sus
frutos. El mercado, sus legumbres y frutas, está hecho para las
gentes de la ciudad y no para nosotros. Ya sé que ahora es dife­
rente. Estamos en la época del cesto con provisiones ; los que na­
cen cálculos, prefieren tener árboles y cultivar legumbres, y luego
vender sus cosechas, que son más beneficiosas. Luego compra tri­
go, lo esencial, «el grano de la vida». ¡ Pero con lo sencillo que r�s
producirlo uno mismo ! » Otro fellah', originario de la misma tribu,
declara : «Jamás he comprado mi grano en el mercado. Siempre Jo
he producido yo mismo y es mucho mejor. A demás, el trigo com­
prado es viejo, sin la menor ba.raka., vacío, que no alimenta : y
cuando te pones a comprarlo ya no paras. Te llevas a casa unos
paquetes diminutos. En estas condiciones, es mejor comprárselo
a los cultivadores ; al menos es un trigo de fellah', es nuestro
trigo. »
( 1 1 ) Hasta hace bien poco el artesanado no era otra cosa que
una actividad complementaria de la agricultura (a excepción de
los herreros y carniceros) ; en la actualidad, muchos campesinos
y comerciantes han renunciado a sus tareas a¡rícolas para dedicar­
se plenamente a su profesión. «Antiguamente -dice un bu-niya.­
el artesano era un campesino ( . . .). No sacrificaba ninguna de sus
obligaciones de campesino y «grande (jefe) de la casa» o su
arte ( . . . ). Al principio. eran campesinos como los demás, con más
habilidad en las manos y en los ojos ( . . . ). Que se cafa un trozo de
pared. pues sin ser albañ.il iba y lo restauraba ; en adelante. seria
albañil < . . J. No es bueno para un grupo carecer de artesanos, pues
su debilidad es mayor. La fuerza consiste en tener hombres capa­
ces de salir adelante de cualquier dificultad».
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 149

( 12) La miseria, horrorosa a veces, de las poblaciones reagru­


padas y las condiciones sanitarias generalmente pésimas en !as
que éstas se vieron obligadas a vivir, han tenido consecuencias de­
mográficas importantes. Los sondeos llevados a cabo han permitido
constatar un fuerte aumento de la mortalidad -particularmente
la infantil- así como una alta fecundidad. indices indiscutibles de
pauperización. Según diferentes informes de los médicos del A . M.G.,
el paludismo, la tuberculosis y el tracoma se han recrudecido de
forma alarmante, sobre todo entre los niños, a consecuencia del
reagrupamiento. En Ain-Aghbel hay 29 niños afectados de tracoma ,
de 120 alumnos regula rmente escolarizados ; la mala alimentación
( galletas de sorgo, leche agria, higos frescos> provoca diarreas con­
tinuas y edemas de carencia en los niños de poca edad ; predi$pone
a las infecciones y a los ataques palúdicos. Mujeres y niños «na
mayoría) están en un estado ffsico lamentable, anémicos y con sín­
tomas de ca rencia proteica y polivitamínica». (Informe de noviem­
bre de 1959 sobre el reagrupamiento de Kerkera).
( 13) En este caso. la experiencia del presente modela la acti ­
tud frente al futuro y no al revés. Preguntados sobre lo que pien­
san hacer cuando recuperen la libertad, los campesinos responden
de dos maneras diferentes : «Me quedaré aquí si hay trabajo», o
bien : «Me marcharé a donde haya trabajo», y también : «Volveré
a la montaña ». La voluntad de volver al antiguo habitat sólo f:c
L' X presa claramente entre los campesinos antiguos p ropietarios que
no han encontrado en el reagrupamiento un empleo permanente y,
sob re todo, entre los viejos que consideran una vergüenza humi­
l lante vivir a costa de sus hijos (situación frecuente debido a su
menor aptitud para encontrar un emoleo no agrícol a) · y esperan
el día del regreso para recuperar su función de «señor de la tie­
r ra » . es decir, «señor de la casa ». Los que han hecho la experien­
cia del trabajo asala riado -incluso en el sector tradicional- se
p reocupan principalmente de obtener un «trabajo de verdad» en
su antigua residencia o en cualquier otra pa rte (en realidad, ellos
saben perfectamente que habrá de ser casi siempre «en cualquier
ot ra parte»).
( 14) Las comunas de pleno ejercicio obtenían una parte im­
portante de sus rentas ( utilizadas casi siempre en beneficio del
pueblo de colonización) del arrendamiento de bienes públicos. Con
el fin de aumenta r al máximo e l p roducto de estas tierras. se re­
curría generalmente a su adjudicación por subasta o cont rata. Loi-:
Pequeños fellah'in no podían, evidentemente, ofrecer las garantías
ex ig idas ni tenían medios para pa rticipa r en la carrera hacia las
mej ores parcelas : por esto eran los gra ndes propieta rios los úni­
co s en condiciones de alza rse con el arriendo de los bienes comu­
na les. realquilándolos inmediatamente o explotándolos -cosa más
f r ecuente todavía- según contratos derivados del régimen de kha ­
mé s (según Pa rodi y Hautberg, loe. cit .• tomo 11, pág. 17 y sigs. >.
< 15) El campesino kabylia sabe expresa r con humor su apasio­
n a do (y a veces patológico) apego a la tierra y a los productos de
és ta : «Todos dicen : son mis habas las más tiernas de todas».
( 1 6) En Djebabra. principalmente. los campesinos se escanda ­
l iz a ron de que les sepa raran de sus bestias y metieran a éstas en
1 50 EL DESARRAIGO

un establo colectivo situado en un extremo del reagrupamiento,


a unos cincuenta metros de las chabolas. «Estamos acostumbrados
a las bestias, a verlas con nosotros ; ellas calientan nuestras ca­
sas. . . Además, ¡ todo el estiércol perdido h. Un fellah' de El-fella,
de 62 afios de edad y «reaerupado» en Kerkera, declara : «Yo no
puedo dormir ; no me viene el sueño si no oigo rumiar a mi ga.
nado. En la uiba me despertaba en cuanto dejaban de rumiar y
me levantaba para darles de comen.
(17) La S.A.S. almacenó en Kerkera la cosecha de 760 produc­
tores (593 individuales y 167 asociados) originarios, por lo general,
de zribat no reagrupados (Kerkera, Tahra) o próximos (Bulguer ­
tum) ; en total 2.819 quintales en cereales (2.350 de cebada, 332 de
trigo y 197 de una mezcla de cebada y tri¡o) ; en el Ghedir 1 90
cultivadores (de 371 familias) entregaron a la autoridad militar
del centro 580 quintales (508 cebada y 72 de tri¡o ; en A in-Aghbel
la S.A.S. almacenó en sus locales otros 400 quintales (250 de ce­
bada y 150 de trigo). Es ocioso insistir en el descontento que sus­
citaron tales medidas entre los feUah'in propietarios de tierras y
entre sus khamés. Bastará con exponer estos dos testimonios, uno
de Djebabra y otro de Kerkera : «Lo han mezclado todo, el grano
no se parece al grano, las tierras son distintas ; aliiunos abonan
sus campos con estiércol, otros no. ¿Cómo voy a saber cuál es mi
trigo? ¿Van a seguir distribuyendo el grano asf? ¿ Hasta cuándo?
¿Hasta que se agote todo el stock o la oarte de cada uno? Nos han
distribuido cebada ¿y el trigo? ¿Van a recibir tri¡o los que ni
siquiera lo sembraron. No podré procurarme simiente para el
afio que viene, no sé donde la voy a encontrar si quiero labrar
mis tierras. Antes preferíamos quedarnos sin comer a tocar las
simientes., «Nos han reagrupado este afio, después de haber la­
brado las tierras ( . . J. Mi familia, que es una ¡ran familia de culti­
vadores, apenas ha cosechado la décima parte de lo que solfa reco­
ger (18 a 20 quintales>. La trilla se hace aquí bajo la vigilancia de
militares, lo pesan todo, lo ponen todo en sacos y todo se lo lleva
la S.A.S. ( . . .). La primera distribución la hicieron el 1. 0 de agosto ;
nos han dado siete kilos de cebada por adulto y cuatro oor cada
niño menor de diez afios ; los nifios de pecho no cuentan (may
kuntiwch) , como si no tuvieran necesidad de comer. Yo no tengo
tierras, mi padre todavía vive. Trabajo con él o me contrato como
khamés. Pero con este sistema de distribuciones ¿qué va a ser de
nosotros los khamés? Si uno se quiere alquilar ¿quién le adelan­
tará las provisiones del año si ni el mismo propietario dispone ya
de sus bienes ni tiene con qué alimentar a sus hijos?» (Fellah' de
Bulguertum).
08) Siempre y en todas partes se esgrimen las mismas razo­
nes para justificar el abandono. «Quiero seguir cultivando mis tie­
rras con todas mis fuerzas. Pero está demasiado alejada y en zona
prohibida. De todas formas, no se puede trabajar la tierra ni sem­
brarla, cuando uno habita en el reagrupamiento. Hay que estar
alli, para vigilar los campos» CM. A. Yersa, Ain-A¡hbel). Una tie­
rra que no puede vigilarse y que está a merced del primero que
llega, es en realidad una tierra «deshonrada,. Los únicos que no
temen a nada son los militares. los harkis, ni a Dios ni a nadie :
UNA AGRICULTURA SIN AGRICULTORES 1 5 1

y son ellos los que se alzan con e l producto de l a tierra. Son más
molestos que los chacales y los jabalfes. No hay nada que hacer
contra ellos, nadie puede impedirles que destrocen un huerto. ¡ Para
qué cultivar sobre una tierra que ha perdido su h'urma ( su honor)
(A.S., setenta y ocho años, Kerkera).
( 19) «Mi tierra es como mi camisa ; ¿a quién se le ocurriría
tirar la camisa que lleva puesta? » (Fellah' reagrUPado en Matma­
ta, originario de la farQa de los Laghuati, en donde poseía en vís­
peras de su reagrUPamiento siete hectáreas y una cabaña de diez
vacas, diez ovejas, siete cabras y cuatro mulos>.
CAPÍTULO VII

CIUDADANOS SIN CIUDAD

El día que nos fue dado descubrir el «buenas noches»


recibimos un buen golpe en la mandíbula :
y supimos de cadenas, de prisiones y cerrojos . . .

El día que nos fue dado descubrir el «buenos días»


recibimos un buen golpe en pleno rostro :
y para nosotros se acabaron las sonrisas . . .

El día que nos fue dado descubrir el «muchas gracias»


recibimos un buen golpe en la garganta :
cualquier ovej a inspiró más temor que nuestra gente . . .

El día que nos fue dado descubrir «sois unos cerdos»


el khamés nos despidió y se compró un mulo :
cualquier perro era más digno que nosotros . . .

El día que nos fue dado descubrir «hermano»


recibimos un buen golpe en la rodilla :
y nos ahogamos en la charca vil de la vergüenza . . .
154 EL DESARRAIGO

El día que nos fue dado descubrir «el diablo»


fueron tantísimos los golpes, que nos volvimos locos :
y fuimos, desde entonces, públicos estercoleros . . .
(Hanoteau. Poesías populares d e l a Kabylia
del D;urdjura, 1862.)

El reagrupamiento favorece, o mejor, consagra cambios


acelerados, y ello principalmente porque coloca al grupo
en estado de menor defensa. En efecto, la ruina de las ba­
ses morfológicas afecta y altera todos los niveles de la
realidad social, debido a la interdependencia que relaciona
la estructura de la organización del «espacio», la de los
grupos sociales y el tipo de sociabilidad. Ahora bien, en
nuestro caso, el cambio es brutal y total : a una nebulosa
de pequeñas unidades de base genealógica, muy integradas
y de dimensiones reducidas, dispersas en el espacio e ins­
taladas en medio de su terruño -zribat de la región de
Collo y familias de las farqat del Chelif- ha sucedido
de una forma brutal la implantación de aglomeraciones
a veces enormes, que agrupan poblaciones de diferente ori­
gen en un espacio reducido (1).
Los rasgos más importantes y regulares que afectan el
substrato morfológico de los grupos son : aproximación de
grupos anteriormente separados en el espacio, crecimiento
de las dimensiones de la unidad social, nueva organiza­
ción del habitat y de la red de desplazamientos. No obs­
tante, las consiguientes conmociones varían en su forma,
extensión e intensidad, según la forma y extensión de las
transformaciones del substrato morfológico.

Del clan a la pareja.

En primer lugar, es oportuno decir que la intervención


de las autoridades y el simple hecho del contacto entre
grupos diferentes por su historia reciente y grado de «cultu­
rización», determina una aceleración del proceso del cam­
bio cultural. La acción de los responsables se inspiraba en
la intención, implícita o explícita, de «hacer evolucionar»
a las poblaciones argelinas hacia unas estructuras y actitu­
des sociales de tipo occidental ; se pretendía substituir la
CIUDADANOS SIN CIUDAD 155

unidad de clan o familiar de base genealógica por la uni­


d ad lugareña de base espacial ; y la gran familia, com­
puesta por varias generaciones que vivían en la indivisión,
por la pareja en sentido occidental.
De esta forma, los «reagrupados» se vieron obligados
en muchos lugares a construir tantas casas como parejas
había ; algunos tuvieron que levantar la casa de otros pa­
rientes emigrados. En ocasiones ha sido preciso incluso que
viniese el emigrado, para cumplir con esta obligación (2).
Un habitat separado acentúa y acelera el debilitamiento
de los lazos familiares, pues en adelante, cada familia ha de
calentar su propia marmita y atender su propio presupuesto
de la misma manera que ya tenía su propia tierra (caso
más frecuente) (3). Además; la aproximación de grupos di­
ferentes, el desmenuzamiento (verdadera diáspora) de las
comunidades, la influencia disolvente de la situación de
bidonville y la precariedad de las condiciones del habitat,
son supuestos que tienden a debilitar aún más los lazos
tradicionales y determinan la aparición de solidaridades de
un tipo nuevo, basadas en la vecindad y, principalmente,
en la identidad de las condiciones de existencia.
A este respecto, no obstante, el reagrupamiento no ha
hecho otra cosa que precipitar un movimiento ya iniciado.
Efectivamente, en muchas aldeas kabylias, la unidad geo­
gráfica (esto es, la aldea o pueblo), había ido acaparando
progresivamente las funciones políticas, económicas y ri­
tuales que antiguamente incumbían a cada uno de los cla­
nes (idharman, pl. de adhrum) por separado. Por ejemplo,
la thimachrath, sacrificio colectivo, que cada clan realizaba
por su cuenta, es, desde 1950, un rito colectivo en el que
participa todo el pueblo. Las mismas causas trabajaban en
perjuicio de la integridad familiar : el espíritu de cálculo,
introducido por la generalización de los intercambios mo­
netarios y la emigración, corroe y mina el sentimiento de
fraternídad que fundamentaba la comunidad familiar Y
desarrolla en todos los campos el individualismo. La vieja
«indivisión» en todas sus formas pesa cada vez más sobre
los individuos (por ser una estructura no adecuada a las
nuevas relaciones) y esto trae consigo una multiplicación
de las rupturas.
El patrimonio cultivado en común ya no basta para sa­
t isfacer las necesidades y exigencias del grupo. Por eso,
1 56 EL DESARRAIGO

este patrimonio, que antes unía, es hoy motivo de divi­


sión ( 4). A todos les gustaría poder disociar «su propia par­
te», y no tanto porque se sienta explotado por «los otros»
como por lo mal que soporta ya el estar encadenado a esos
otros por intermedio de una tierra común.
La autoridad del «señor de la casa» que este nuevo es­
píritu ha quebrado, ya no está en condiciones de mantener
la unidad, de la que era antes su salvaguarda. La quiebra
de la indivisión, especie de envite desesperado, aparece en­
tonces como el único medio de desligarse del grupo, para,
poder así correr su propia suerte. Romper con la indivisión
es, en última instancia, recrearse en la ilusión de romper
con la miseria común. Pero, dividir la miseria no es otra
cosa que multiplicarla por dos. La ruptura con la comuni­
dad campesina implica la ruptura con la condición campe­
sina ; uno vende su parte y marcha a la ciudad, o bien se
hace khamés, con la esperanza de llegar a ser obrero fijo.
En los casos en que la indivisión sobrevive (o se sobre­
vive), .ya no es más que la moneda falsa con la que la fa­
milia paga al grupo y se paga a sí misma. Por lo mismo
que se sigue labrando en virtud de la concepción según la
cual la tierra es una herencia que sería deshonroso aban­
donar, así también se perpetúa la indivisión y la vida en
común de todos los miembros de la familia porque el pru­
rito de honor prohíbe dejar perecer el nombre del ante­
pasado. Al igual que la agricultura, a la que se sacrifica
por rutina, la indivisión forzosa supone la negación de la
«unidad de la casa» (zaddi wukham), que excluía la mera
idea de participación. Un chófer de camión de Djemaa
Saharid, que ha roto desde hace tiempo con el trabajo de
la tierra, explica así el que su familia sea una de las pocas
que (se) mantienen la indivisión : « ( . . . ) A mí, por ejemplo,
me gusta dormir en una cama, y no en el suelo ; claro, si
compro una cama para mí, tendré que comprarla para to­
dos los hombres de la familia. . . También me gusta comer
cosas diferentes y tener en casa un hornillo de gas butano,
pero ¿ cómo usar butano cuando se trata de hacer la comi­
da para treinta y dos personas? ¡ No ! Si se quiere continuar
viviendo juntos, hay que prescindir de todo eso. Ya no sé
qué lazo de parentesco hay entre dada Dj . . . y yo, pero es­
tas cosas no se pueden compartir. Somos una gran casa, la
última gran casa que queda de nuestro clan ; en todas par-
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 57

tes se oye decir : 'en casa de los Ait M . . . ya sólo queda


ahora akhman u Aa . . . Si nos separamos, se acabó todo ; ya
no seremos nadie. Ninguno de nosotros estaría en condi­
ciones de eliminar un buey por sí sólo. Nosotros éramos
akhman (una casa), pero nos convertiremos en casitas
(thikhamin), como las otras familias. Nuestro clan está li­
quidado ; el de enfrente de nosotros cuenta todavía con dos
familias indivisas (izdhin), y más listos que nosotros, pro­
curan fortalecerse aún más».
A causa de una cierta lógica del honor, algunas familias
levantan la indivisión «de puertas adentro» ( bat'tu an da;
bal, la partición interior), pero, por una especie de ficción,
ofrecen hacia afuera la apariencia de que la unidad per­
manece (zaddi anbarra) . Nada traiciona al exterior la se­
paración del hogar tradicional y, no obstante, se levantan
nuevos tabiques para dividir la casa, se reparten todos los
bienes muebles y las reservas, se valoran los bueyes y el
rebaño y se distribuyen sus rentas, toda la propiedad se
ha repartido entre los herederos y lo único que falta por
hacer es marcar con matorral las lindes de las tierras. El
mismo j efe de la familia sigue hablando en su nombre,
cuya responsabilidad ostenta ante tha;maath y el mercado ;
la misma parej a de bueyes y el mismo rebaño franquean
el dintel. . . Mas, vacías de su sentido originario, todas las
manifestaciones por las cuales la comunidad se recreaba y
fortalecía, son ya incapaces de resucitar el sentimiento y ni
siq uiera la ilusión de la verdadera comunidad.

Confrontación de las diferencias.

En términos generales, el reagrupamiento tiende a ace­


lerar el efecto demostración cultural (o contagio) del que
ciertos grupos estaban protegidos por su aislamiento. .El
reagrupamiento, inmenso movimiento de descenso forzoso
hacia las tierras llanas, ha aproximado en todas partes po­
blaciones separadas por su riqueza y estatuto, por sus tra­
diciones culturales y, sobre todo, por su historia reciente y
su grado de adaptación a la economía moderna.
Los habitantes de las zribat montañosas, campesinos pu­
ros que no tenían otros contactos con la ciudad que unas
relaciones escasas y breves, se han puesto en contacto di-
1 58 EL DESARRAIGO

recto y cotidiano con los nativos de la zriba Ain-Aghbel


que para ellos eran verdaderos ciudadanos. A causa de su
situación (en el centro de una corona de lugarejos aislados
y a dos horas de camino de Collo), Ain-Aghbel estaba en
buenas condiciones para desempeñar la función de punto
de contacto entre el mundo rural y el urbano. Y, en efecto,
los habitantes de esta zriba añadían a los productos de una
agricultura relativamente rica (muy relativamente, puesto
que la superficie media de la propiedad alcanzaba 75 hectá­
reas), los salarios obtenidos gracias a los puestos de trabajo
fijos (los de guarda forestal y obrero del corcho) o tempo­
reros y las rentas monetarias producto de la venta de ma­
dera, carbón de madera, cepas de matorral y monte bajo
y también legumbres. En razón de su posición geográfica
central, Ain-Aghbel servía de parada comercial entre las
distintas zribat de los alrededores y la ciudad. Los comer­
ciantes de Ain-Aghbel, que hacían un papel intermedia­
rio en los dos sentidos, revendían los productos comprados
en Collo, dejados en depósito por comerciantes de esta ciu­
dad, al mismo tiempo que almacenaban y distribuían casi
todos los productos comercializados por los campesinos de
las cercanías, desde el ganado procedente de las zribat dedi­
cadas al pastoreo hasta los canastos de legumbres o frutas,
los cántaros de leche y nata, huevos y aves de corral (5).
Si a esto añadimos que unos veinte nativos de la zriba
iban todos los días a trabajar a Collo en la administración,
la fábrica de corcho, las carpinterías, serrerías y pequeñas
conserveras, comprobaremos que los habitantes de Ain­
Aghbel mantenían contactos regulares con la pequeña ciu­
dad de Collo, mercado y lugar de trabajo y también centro
religioso, cuya mezquita se frecuentaba asiduamente duran­
te las oraciones del viernes y las vísperas del Ramadán, o
con ocasión de grandes ceremonias. El carácter semiurbano
de esta población se debía también al hecho de que poseía
una de las escuelas más antiguas de la región, que había
sido parcialmente escolarizada (6).
Por otra parte, «el pueblo de los que han ido a la escue­
la» disfrutaba evidentemente de su situación intermedia­
ria en todas las relaciones con la administración, en todos
los actos en los que se exigía el uso del francés y, princi­
palmente, en todas las circunstancias en las que se imponía
el recurso a la escritura y el papel. ¿ Para qué ir a Collo
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 59

a que el escribano público redacte la carta al hijo o al


hermano, si se puede hacer lo mismo en Ain-Aghbel y más
barato? (7). Efectivamente, y a pesar de todas las diferen­
cias, la solidaridad prohíbe a quienes saben escribir, comer­
cializar una aptitud que deben a circunstancias excepcio­
nales ; en todo caso, cuando alguien tiene que tratar algo
(afrontarse) con un «hijo de la ciudad» (wald blad), las
gentes prefieren apoyarse en un «hijo de la montaña» por
insoportable que éste sea, antes de recurrir a la mediación
de otro «hijo de la ciudad».
Así, el reagrupamiento ha provocado que campesinos
apegados a sus valores tradicionales entren en contacto
continuo con campesinos que ya se han tomado algunas
libertades con la tradición. El ocio forzoso favorece, por lo
demás, la confrontación de las conductas y las opiniones,
así como el descubrimiento de «representaciones» descono­
cidas, tanto en el plano económico como en el social y el
político. Bajo el olivo donde acostumbran a reunirse los
hombres, muy cerca de la tumba del morabito, entre las
tumbas cubiertas de hierba del antiguo cementerio, se des­
arrolla un nuevo tipo de relaciones. Ya no son los más
viejos, como en las asambleas de otros tiempos, los que
llevan la voz cantante ; ahora son preferentemente los an­
tiguos emigrados, conscientes de su experiencia del tra­
bajo en un medio urbano y particularmente de su conoci­
miento del mundo moderno y de la civilización ; y también
los que saben leer, tocados con su birreta de astracán, que
siempre van con un semanario francés bajo el brazo, dis­
puestos a perorar en medio de los campesinos acampesi­
nados, aprobadores y silenciosos.
Esta extensión de la cultura y el conocimiento del mun­
do afecta en lo más íntimo al espíritu tradicionalista que
supone, si no la plena ignorancia, sí, al menos, la repulsa
de las otras maneras de vivir y pensar. El contacto con un
universo diferente tiene, en este caso, una fuerza dé conta­
gio excepcional. Anteriormente, todo protegía al campesino
que se dirigía a la ciudad para hacer sus compras o para
vender los productos de la tierra, contra las seducciones de
la vida urbana. Todo le remitía a su condición de campe­
sino y, por lo mismo, la foraneidad de este universo urbano
le era decisivamente extraño, puesto que le procuraba un
inusitado malestar. Con el reagrupamiento, todo el grupo
100 EL DESARRAIGO

trasplantado se mezcló brutahnente con individuos -cam­


pesinos, sin duda- pero que ya habían roto con los valores
y tradiciones campesinas, y que si bien no encarnaban el
«ciudadanismo», sí, por lo menos, la descampesinización.
La toma de conciencia de las diferencias entraña, en este
caso, un reto no reflexivo sobre la existencia anterior.
Así, por ej emplo, la diversidad de los grupos reunidos
en Kerkera es todavía mayor, debido a las mayores dimen­
siones del reagrupamiento : montañeses con muy pocas re­
laciones anteriores con la ciudad (y ni siquiera con las
zribat situadas al pie del rnonte) y semiciudadanos de la
zri ba Kerkera (8). Un montañés de la zriba El Bir formula
con gran precisión, la oposición entre la «gente de la mon­
taña» y la «gente del llano» ; oposición consagrada desde
hace mucho tiempo por la tradición, pero que él descubre
baj o una forma nueva cuando se compara a sí mismo con
su vecino, nativo de la zriba Kerkera : «Nosotros somos
hombres de la montaña ; no podemos vivir en este sitio
(el valle del río Guebli). Estamos acostumbrados al agua,
al valle (9). Somos fellah'in y no sabemos hacer otra cosa
que trabaj ar la tierra y vivir de la tierra. Nos alimentamos
de sorgo y habitamos chabolas de tierra y ramas. No tene­
mos necesidad de casas de piedra (. . . ). Ellos (las gentes
originarias de la zriba Kerkera y de otras zribat situadas
al pie de la sierra) están cerca de Collo, van allí por la
mañana y vuelven tres o cuatro horas después. Todos tra­
baj an (fuera de la agricultura), son obreros en las fábricas
de Collo, son comerciantes, todos son albañiles. Habitan en
casas de piedras, mientras que nosotros vivimos en chabo­
las de tierra. Ellos cultivan trigo y cebada, tienen una es­
cuela. Tú lo ves en el reagrupamiento, tienen comercios,
cafés, sitio en las oficinas, casas firmes ; a nosotros nos
han instalado fuera de la carretera, en «terrazas» (traza­
das por la D.R.S. ) que retienen el agua cuando llueve. Van
a Collo en bicicleta, tienen todos los coches y camiones del
centro. Nosotros hemos perdido nuestros asnos ( . . . ). ¿ Cómo
podría mi hijo casarse con una de sus hij as? ( . . . ). Ellos
tomaban sus muj eres de nuestras casas, pero nunca les
pedimos sus hij as. Un hijo de la montaña se casa con una
hija de la montaña ; una hija del llano, en una familia de
montañeses, significa .la ruina de toda la familia. ¿ Es que
st! l:l puede alimentar con sorgo? Pero una hija de la mon-
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 6 1

t aña tiene l a obligación d e ser dócil entre ellos. Para ella,


lo bueno es el trigo, acostumbrada como está al sorgo» ( 10).
El reagrupamiento acentúa aún más las diferencias en­
tre los grupos que reúne. En Dj ebabra, la farqa Dj ebabra,
primera en llegar al centro, ocupó la parte más alta del
l ugar. Mejor situada, ofrecía condiciones de habitat más
favorables (un ligero declive favorecía, además, la circula­
ción del agua) y permitía a los agricultores vigilar fácil­
mente sus tierras situadas enfrente y abajo. En el momen­
to de la encuesta, en 1960, la parte alta del centro se
destacaba perfectamente por sus tej as roj as : los habitan­
tes de Djebabra habían podido recuperar, antes de partir,
los tejados de sus casas, situadas en las proximidades. Por
el contrario, los de Merdj a, últimos en llegar, tuvieron que
instalarse más abajo, en unas chabolas completamente in­
apropiadas : se vieron obligados a abandonar precipitada­
mente sus viviendas, situadas en el centro de la zona pro­
hibida, lejos del lugar de reagrupamiento, condenados
después a realizar desplazamientos sucesivos, de reagru­
pamiento provisional en reagrupamiento provisional ; no
pudieron salvar casi ninguno de sus más preciados bienes.
Los Merdja son, para los Dj ebabra, montañeses ; sus tie­
rras, situadas sobre los primeros contrafuertes de la mon­
taña, son pobres, impropias para el cultivo de cereales y,
por tanto, dedicadas enteramente a la arboricultura (oliva­
res e higueras) ; obtienen algunos recursos (madera y car­
bones de madera) de los islotes forestales sembrados por
su territorio. La existencia de fuentes en las partes altas
de las parcelas permite, en ocasiones, el cultivo hortícola de
regadío sobre pequeños cuadriláteros de tierra. Las tierras
de los Merdj a caen en zona prohibida por las autoridades
militares, están lejos y, en cualquier caso, son de difícil ac­
ceso ; las de los Dj ebabra no están sujetas a ninguna pro­
hibición, son más ricas y su proximidad favorece aún más
las cosas a sus habitantes. Debido a estas diferencias, los
Merdja están en una situación de dependencia con respec­
to a los Dj ebabra, son sus «huéspedes». Su único recurso
sería convertirse en sus aparceros o en sus obreros agrí­
colas.
Pero, por el contrario, se niegan a aceptar la situación
presente y, al mismo tiempo, todas las conductas que ten­
dt>rfan a sancionarla. Esto explica su negativa a cultivar
162 EL DESARRAIGO

la única tierra accesible, la de los otros. El más viejo de la


farqa, y a quien todas las familias reconocen como jefe, lla­
mándolo «Sidi», decía, mirando las crestas que se recorta­
ban en el horizonte, hacia donde estaban sus campos, su
huerto y casa : «Nosotros estamos aquí, pero nuestros co­
razones están allá».
La apercepción directa de las diferencias y particular­
mente de las desigualdades económicas y sociales que el
reagrupamiento intensifica tantas veces, se efectúa, sobre
todo en los jóvenes, mediante la negación de la existencia
anterior ( 1 1 ). «Cuando vuelva la paz -decía un carnicero
originario de la zriba Tuila- yo no regresaré a la zriba ;
me iré a Tamalus o a otra ciudad, pero no a la zriba. Donde
encuentre trabajo, ése será mi país. Ya tenemos bastantes
cosas «duras», ahora queremos algo más «tierno», más fá­
cil». El que quiera irse a la montaña, que se vaya, toda
para él.» La confrontación de las experiencias forma parte
de lo que conduce al descubrimiento del carácter ficti­
cio del trabajo agrícola en su forma tradicional. A pesar
de que el reagrupamiento supone una baja del nivel de
vida y que la nostalgia de la existencia anterior se descu­
bre muchas veces en las expresiones y conductas, la des­
afección hacia el trabajo de la tierra se manifiesta, no obs­
tante, muy intensamente. La exigencia de una renta decente
y la aspiración a una profesión de verdad, anteriormente
rechazadas como ambiciones desmesuradas, incompatibles
con la dignidad del campesino auténtico, éstas sí pueden
proclamarse abiertamente, porque la sociedad campesina
no está ya lo suficientemente segura de sus valores funda­
mentales y de sus normas para refrenar o condenar las des­
viaciones.

El grupo roto.

El grupo trasplantado ofrece un terreno favorable al


contagio cultural (efecto demostración) ; en términos ge­
nerales, el grupo es el ámbito donde se producen cambios
culturales acelerados. Si esto, en efecto, ocurre así, habrá
que suponer que está demasiado y profundamente desor­
ganizado, para poder ejercer su acción reguladora. El cam­
bio de habitat favorece el desmenuzamiento de las antiguas
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 6 3

unidades sociales, en unos casos porque la nueva instala­


ción separa y dispersa los miembros de una misma familia
o clan, en otros porque el desplazamiento da ocasión a
iniciar la marcha hacia la ciudad. Antes de su reagrupa­
miento en Draa-Driyas (Dj ebabra), los Merdja fueron eva­
cuados hacia diferentes puntos : las familias Lauad, Tuafria,
Abderrahman, Megran, Kharrubi y las Aalia de Djebabra
marcharon a Sidi -Benazzuz, en Sahridj «Manival», cerca
de una alberca (Sahridj ) situada en la granja de un colo­
no ; las familias Zuali-Buzar, Baa, Buabdallah, Abed, Ka­
baili y la familia Athman de Djebabra, a otra finca perte­
neciente a un colono. Las únicas familias reagrupadas
directamente en el emplazamiento del centro actual (que
constituía en principio un cuarto punto de concentración)
fueron las que ocupaban el territorio de Draa-Driyas, a sa­
ber, las familias Medj abi y Ruabah, de la farqa de los Merd­
ja y las Merzug, Dj eburi y Habui-Zituni, de la farqa Dje­
babra.
En el curso de estos desplazamientos sucesivos, los gru­
pos se dispersaron y, por fin, acabaron deshechos. Muchas
familias emigraron a los centros de colonización de la Mi­
tidja (Bu-Medfa, Meurad, Hamman-Righa, Burkika, Ma­
rengo, etc. ) ; muchos hombres se alquilaron como obreros
fijos en las granj as de los colonos del llano, y otros, impo­
sibilitados de huir a la ciudad, encallaron en los reagrupa­
mientos de los alrededores. Así, por ej emplo, de las 193 pa­
rej as (o sea, veinte familias patriarcales) que vivían en la
farqa Merdja, sólo hay en Dj ebabra 1 10. Sólo cinco grandes
familias (cuarenta parej as) permanecieron íntegras en el
reagrupamiento, otras cinco desaparecieron completamente,
dos más han perdido las dos terceras partes de sus miem­
bros, seis más de la mitad, una cerca de la mitad y una
última casi la cuarta parte.
La familia de los Ruabah (de Merdj a), por ejemplo, que
en su antigua residencia agrupaba a treinta familias, ape­
nas cuenta catorce en el centro de agrupamiento. Un gran
número de j efes de familia han muerto de forma violenta
a consecuencia de la guerra. De las cinco familias de los
Mekki, cuatro abandonaron Ain-Sidi-Mekki en donde cul­
t ivaban un terruño de veinte hectáreas, y se refugiaron en
Hamma-Righa. Sólo una se quedó en el reagrupamiento. La
familia patriarcal (gran familia) de los Medjabi. dividida
1 64 EL DESARRAIGO

en varias ramas (los Medjabi, Bezzaz, Belabbés y Abbaci)


escapó relativamente a la dispersión. Primero la instalaron
en un acantonamiento familiar, pues el centro ocupa una
parte de sus tierras, y así pudo conservar 28 de las 34 fa­
milias pequeñas con que contaba en otros tiempos ( 12).
Nueve familias (de trece) de los Karrubi de Ain-Taffah, las
cuatro familias de los Tuafria, otras cuatro pertenecientes
a los Gheraia y los Megran creyeron escapar al reagrupa­
miento, emigrando a la ciudad ; fueron reagrupados en
Msissa.
De los Djebabra no queda ni una sola familia íntegra
en el reagrupamiento : han desaparecido enteras tres fami­
lias, otra ha perdido más de las tres cuartas partes de sus
efectivos, dos más de la mitad, sólo dos menos de la mitad
y una sola familia ha conservado más de las tres cuartas
partes de sus miembros. La familia morabita de los Sidmu,
que ocupaba en Gueda-Sidi-Malek las mejores tierras de
la región, está ahora dispersa entre Meurad, Burkika y Bu­
Medfa ( 1 3). La familia Buchrit ha emigrado hacia Bu-Med­
fa, a excepción de dos j efes de familia (de un total de
once) ( 14). Las más próximas al lugar del reagrupamiento
tampoco han escapado a la dispersión : la mitad de los Dje­
buri está en Meurad y Burkika, la mitad de los Merzug en
Marengo. De Dahmani no queda nada.
En el macizo de Collo, la zriba Dj enan-Hadj em ( reagru­
pada en Guedir) ha corrido una suerte semej ante. Ante la
inminencia del reagrupamiento, más de 300 personas (de
las 500 con que contaba la zriba) huyeron hacia Philippe­
ville (en 1957), 86 (o sea, veinte familias) marcharon a Ker­
kera y 1 1 3 (24 familias) a Le Guedir. A excepción de algu­
nas familias de harkis (tres) y varias otras (siete) --dema­
siado sospechosas ante la autoridad militar para liberar­
se de los desplazamientos- las familias que viven en los
reagrupamientos son aquéllas que no tienen parientes en
la ciudad capaces de albergarlas (dieciséis, de ellas diez
privadas de sus jefes, muertos o hechos prisioneros) o cuyo
j efe es de edad demasiado avanzada. enfermo, inválido o
demasiado pobre para poder emigrar.
Algunos ej emplos más. La mitad de la población (3.896
personas) de Ain-Buyahia (alrededores de Carnot) fue re­
partida entre tres centros de reagrupamiento (Ain-Tida.
975 personas : Lurud, 1.234. y Buarus. 1 .777). sin hablar de
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 65

las establecidas en la ciudad y de todos los hombres que


han huido de la farqa. La mitad de la farqa Chemla (385 fa­
milias), situada en el llano, al borde de la carretera, quedó
reagrupada lejos de sus tierras, y la tercera parte en Car­
not (258). Los Uail, en fin, muy grande familia marabú que
ocupaba un inmenso territorio en la comuna de Cherchell,
fue expulsada en masa de sus tierras, declarada zona pro­
hibida, y repartida entre el reagrupamiento de Dar-el-Gaid
(22 familias, 124 personas), el Sidi-Lakehal (27 familias),
la C.A.P.E.R. de Lavarande (13 familias), las ciudades de
la región, Duperré, Marengo y Affreville (17 familias). El
reagrupamiento ha determinado en todas partes la disolu­
ción física de familias y clanes ; todos los hombres capaces
de ello han emigrado a las ciudades. Como decía un ancia­
no de Matmata : «Los que todavía tenían las alas bastante
fuertes para volar, han partido ; sólo quedan los pájaros de
alas rotas» (15).

De la familiaridad al anonimato

Además. esta aglomeración en un mismo espacio de


grupos hasta entonces separados y el crecimiento del volu­
men de la unidad social elemental afectan directamente a la
vida social y a las formas de sociabilidad. Los reagrupamien­
tos de Kerkera o Matmata -inmensas bidonvilles rura­
les- agrupan individuos que no eran absolutamente extra­
ños unos de otros ; los habitantes de una misma tiarch se
relacionaban intermitentemente, con motivo del mercado.
peregrinaciones, bodas o viajes, pero el conocimiento cla­
sificatorio. mediato y sabedor que tenían unos de otros, en
totalmente distinto de la familiaridad (pleno sentido de la
palabra) que unía a los miembros de un mismo clan y, en
menor grado. una misma aldea (por ejemplo, en Kaby­
lia) (16).
El crecimiento del volumen del grupo favorece la apa­
rició n de un tipo de sociabilidad original ( 17). Por ejemplo,
cuando dos personas se encuentran por la calle. se saludan
ahora al modo de la ciudad, a distancia, con un simple ges­
to de cabeza o con una palabra : «sah'a, sah'it». « ¡ salud
t e ngas ! » El saludo de honor, dirigido a un grupo de hom­
bres en conjunto (salam llala11kum) ha caído en desuso.
Este saludo señalaba la entrada del adolescente en el mun-
166 EL DESARRAIGO

do de los adultos, autorizándole a participar en ciertos tra­


bajos agrícolas (la labranza) y obligándole a prescripciones
religiosas (como el ayuno). Era lógico, pues, que se dirigie­
ra a los hombres y no a las mujeres y niños (18). En la
actualidad, en lugar de salam, se oyen fórmulas tan bár­
baras como «bunyur aalik», «bunsuar fellak». «adyu» y has­
ta «tchau» (*). Los apretones de manos, desconocidos en
la sociedad tradicional ---en la que todo el mundo está
siempre presente a cada uno de los miembros- abren y
cierran ahora todos los encuentros. Los signos de civilidad
tienden a incorporar a las mujeres a estas nuevas relacio­
nes, por lo menos, a las de más edad : es muy raro ver hoy
a una anciana besar la mano o la cabeza de un hombre,
según la antigua costumbre ; más bien se limita a cambiar
un ligero apretón de manos pronunciando las fórmulas que
los hombres usaban entre sí.
Igualmente, el café (con ese tipo de sociabilidad que le
caracteriza) ha substituido a la ;emáa; los clientes y el per­
sonal de los cafés de Kerkera (once), situados en la calle
principal corno en la ciudad, procuran reproducir los com­
portamientos, gestos y actitudes de los ciudadanos : se j ue­
ga al dominó y a las cartas, cuando alguien quiere hacer
alguna consumición se sienta en el banco, o en el suelo, sin
recostarse contra la pared, si no se tiene intención de pe­
dir nada. En el caso de que la ;emcia tradicional sobreviva
todavía o que no haya sido totalmente absorbida por el ca­
fé moro ---considerado durante mucho tiempo un lugar más
o menos escandaloso (apenas tolerado cuando se instalaba
al aire libre, fuera de la aldea y durante las veladas de cua­
resma o en fiestas)- descubriremos que nunca son las mis­
mas personas las que frecuentan los dos establecimientos.
Las conversaciones del café son diferentes de las que se
oyen en la ;emcia. La conversación tradicional es una esp e­
cie de intercambio ritual de expresiones consagradas, regu­
ladas en su forma y contenido por imperativos de decoro
y por la moral campesina, que prohíbe abordar temas frí­
volos de inspiración ciudadana, buenos únicamente para
las parrafadas intrascendentes del café. Finalmente. y prin­
cipalmente. el café es una suerte de territorio neutro en
donde, a diferencia de la ;emaa, estrictamente reservad a
(•) Correspondientes a los «bon jour», «bon soir», «adiós» y
1<ciao» de los colonos. ( N. del TJ.
CIUDADANOS SIN CIUDAD 167

a los miembros del clan o de la aldea, caben todos los que


entran, joven o viejo, rico o pobre, forastero o «hijo del
país» (19).
Otro signo de la transformación del estilo de las rela­
ciones sociales es la aparición del velo femenino. En la
sociedad rural tradicional, las mujeres -que no tenían por
qué ocultarse a los miembros de su clan- tenían obliga­
ción de ir a la fuente (y de modo secundario al campo)
por itinerarios apartados y a horas establecidas tradicio­
nalmente. Protegidas así de las miradas extrañas, no lleva­
ban velo e ignoraban la alh'u;ba (existencia enclaustrada en
la casa). Tanto en el reagrupamiento como en la ciudad,
han desaparecido los antiguos espacios separados y desti­
nados a cada una de las unidades sociales que formaban
la familia ; los espacios masculino y femenino se interfie­
ren. Por lo demás, el abandono total o parcial de los tra­
bajos agrícolas condena a los hombres a permanecer todo
el día en las calles de la aldea o en casa. Por consiguiente,
ni pensar en que la mujer pueda salir libremente sin atraer
el deshonor y el desprecio sobre los hombres de la familia.
Como no puede adoptar el velo de la ciudadanía sin ne­
garse como campesina, la mujer trasplantada a la ciudad
se mirará muy mucho, antes de aparecer en el umbral de
su puerta. Al crear un campo social de tipo urbano, el re­
agrupamiento determina necesariamente la aparición del
velo, que permite los desplazamientos de la mujer entre
personas extrañas.
Por otra parte, estos hechos favorecerán sin duda, a la
larga, el proceso de reinterpretación de la función tradicio­
nalmente asignada a la mujer. Efectivamente, antes inclu­
so del reagrupamiento, la mujer se veía obligada a per­
manecer cada vez más en casa, a consagrarse a las tareas
domésticas y desligarse por completo de las labores agríco­
las. O, mejor dicho, ocurría que a muchos campesinos -ins­
pirándose en el ejemplo ciudadano- les repugnaba asociar
a su mujer a un trabajo que ellos mismos se veían obliga­
dos a hacer ya de mala gana. En la C.A.P.E.R. de Ain­
Sultan, los no propietarios que se niegan a hacer trabajar
a su mujer e hijos (el 95 % de los antiguos obreros agríco­
las que cultivaban también tierras por su cuenta y el 70 %
de los antiguos fellah'in), están abrumados de trabajo, pues
el área de cultivo se establece en virtud de la participación
168 EL DESARRAIGO

de la mano de obra familiar (460 jornadas de trabajo de


un hombre, de las cuales 120 corresponden a jornadas fe­
meninas y 300 a jornadas de muchacho, que en total repre­
sentan la tercera parte de esas 460 jornadas de hombre).
La conciencia del trabajo asalariado y el cambio de ac­
titud hacia la tierra autorizan y estimulan el cambio de
actitud hacia el trabajo de la mujer (20). En este contexto,
la participación de la mujer en los trabajos agrícolas les
parece a los campesinos una auténtica inocentada : «Yo soy
asalariado -dice uno de éstos-, y el salario que cobro ya
es bastante justo para un obrero. ¡ Encima no voy hacer
trabajar a mi mujer ! ». ¿ No está ligada esta actitud (o una
semejante) al descubrimiento de la baja rentabilidad de la
agricultura?
El reagrupamiento impide a las mujeres realizar una
buena parte de las faenas tradicionalmente reservadas a
ellas. Hay que decir, en primer lugar, que el intervencio­
nismo de las autoridades se ha polarizado de alguna ma­
nera en ellas, puesto que, a los ojos de los militares -como
a los de cualquier observador ingenuo-, la condición de la
mujer argelina era el signo más manifiesto de aquella
«barbarie» a la que había que combatir por todos los me­
dios, directos o indirectos. Los militares crearon, en casi
todas partes, centros femeninos y salas de costura ; además,
intentaron derribar brutalmente todo lo que les parecía un
obstáculo a la «liberación de la mujer». En Kerkera, se
privó a las casas de agua corriente (lo mismo hicieron en
otros muchos centros) ; entonces instalaron la fuente y el
lavadero en pleno centro del cuadrivium. En términos ge­
nerales, se puede decir que la acción militar y la represión
sometieron a una prueba terrible la moral del honor que
regía la división del trabajo y las relaciones entre los se­
xos (21). Esta política chocó con resistencias muy vivas.
El círculo femenino instalado en enero de 1959, no en el
local designado inicialmente centro del pueblo-, sino en
las dependencias del dispensario ( «lejos de la vista de los
hombres»). sólo lo frecuentaban asiduamente tres mucha­
chas, designadas discretamente para esta misión.
Las mujeres han sufrido en todas partes y de modo par­
ticular la política de reagrupamiento de las autoridades.
Durante la jc,rnada permanecen encerradas en sus húmedas
chabolas. Los hombres y los chicos hacen los encargos y
CIUDADANOS SIN CIUDAD I 69

van a buscar agua a la fuente. En Kerkera los hombres van


a por agua con cubos o tinajas cargadas sobre asnos, y a
veces hasta en las jarras que las mujeres dejan en la esqui­
na de la casa y que luego recogen sin cruzar, por supuesto,
la calle. No obstante, la vieja fuente de Ain-Bumaala
-donde se aprovisionaba la zriba Kerkera- es lugar de
reunión de las mujeres que van a lavar en sus aguas los
vestidos, sábanas, pieles de carnero, etc. Dicha fuente está
situada en la parte baja del reagrupamiento, lejos de la
calle principal y también de las miradas de los hombres
y a donde se puede llegar por caminos apartados ; muchas
mujeres van a buscar ellas mismas agua a esta fuente, a
pesar de que tienen fuentes nuevas más próximas a sus
chabolas, sólo por el placer de charlar un momento. En
Djebabra la nostalgia de la antigua vivienda y de la vieja
vida social se expresa de otra manera. Las mujeres van en
grupo a pasar la tarde en sus antiguas casas, situadas a un
cuarto de hora de marcha, por lo menos las más próximas.
media hora las más alejadas. Estos esfuerzos por perpe­
tuar, mal que bien, el modo de vida tradicional, prueba la
amplitud del desarraigo experimentado por las mujeres en
los centros de reagrupamiento. Si tenemos en cuenta que
a estas influencias específicas y directas se añaden todas
las que actúan sobre la vida económica y social del grupo,
podremos hacernos una idea de la transformación del pa­
pel que el grupo confiaba tradicionalmente a la mujer.
Paralelamente, tiende a desarrollarse un nuevo tipo de
solidaridad que ya no descansa sobre lazos de parentesco.
sino -como en las bidonvilles urbanas- sobre un senti­
miento de participación en las mismas condiciones de exis­
tencia, sobre la conciencia de la miseria común y la re­
belión común contra la miseria. Asimismo, se ven resurgir
conductas y actitudes análogas a las que se podía observar
en el seno de los grupos primarios. el clan o comunidad
aldeana, pero revestidas ahora de una significación y fun­
ción completamente diferentes. En Djebabra. donde la far­
qa Djebabra -la más rica- facilita socorros a los miem­
bros de la farqa Merdja, y en Kerkera, donde toda familia
que puede, hace alcuzcuz en abundancia y manda los chicos
a llevar un plato a los vecinos sin recursos. la ayuda mutua
ya no se inspira en imperativos propios de la tradición :
esta solidaridad de pobres, desigualmente de!'-lgraciados res-
1 70 EL DESARRAIGO

pecto de la misma desgracia, se ha separado del cuerpo de


las tradiciones que inspiraban la antigua solidaridad, ba­
sada en el sentimiento de la fraternidad. La conciencia de
participar de la misma suerte (o desgracia) basta para fun­
dar nuevas relaciones semipersonales inauguradas en el
café o en la plaza del pueblo. La comunidad de experien­
cias substituye a las experiencias de la comunidad. «El
otro» ya no es acogido necesariamente como miembro de
un mismo linaje, como un tal hijo de cual : «Ahora, todo
el mundo es parecido. Ya no hay gentes de esto y gentes
de aquello. Estamos en la misma situación, vivimos la mis­
ma cosa ( «reagrupado» de Kerkera).
Se va extendiendo la costumbre de señalar o interpelar
a los demás, comprendidos los padres y familiares, por el
nombre patronímico del Estado Civil que se ha forjado tar­
díamente, a menudo con intención irónica, y que pocas
veces recoge el nombre del clan. Al quedar abolida la neta
oposición entre parientes y extraños, el vecino puede ser
familiar y, al mismo tiempo, extraño ; pero esto quiere decir
que la familiaridad ha quedado vacía de significación. «An­
tes -dice un viejo de Djebabra (75 años)- cada uno estaba
bien en su casa, cultivando sus tierras. Ahora estamos to­
dos juntos, y si se le pega fuego a la casa a uno de nosotros,
arderá aquí todo el mundo. Ahora, 'tal es la gavilla, así el
haz (de gavillas)'. Nadie puede socorrer al otro. Si la ga­
villa arde, arderá el haz. Antes, el fuego tocaba una sola
casa, ahora se extiende a todas, pues tenemos que vivir
todos juntos.»
La ambigüedad del discurso refleja exactamente la am­
bigüedad de la experiencia. La participación más intensa
dentro del grupo reducido y aislado de familiares (vivien­
do en una casa o en farqa) se describe con nostalgia, como
aislamiento, lo cual quiere decir que se opone al senti­
miento doble y contradictorio de estar aplastado y a la vez
aislado, en medio de una muchedumbre anónima. Rodeado
de extraños (es decir, de no parientes), cada jefe de fami­
lia reagrupado infringe la regla que prohíbe al «solitario»
(es decir, al hombre aislado, sin ningún pariente varón, en
medio de un grupo extraño) tener una familia : «el dere­
cho no permite al solitario tener una casa». La solidaridad
para lo mejor de la comunidad de parientes ha cedido el
puesto a la solidaridad para lo peor (expresada en la ima-
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 7 1

gen del incendio), es decir, la solidaridad de la miseria im­


puesta por la promiscuidad.
El amontonamiento en los reagrupamientos o en las
bidonvilles de la periferia de las pequeñas ciudades reúne,
sin embargo, parientes separados con anterioridad. En Car­
not, en donde se ha refugiado casi la mitad de la población
dispersa de la comuna (un 44 % de diferentes farqat :
Ababsa, Chekaknia, Cheurfa, Harartha, Mehabile y Uled­
Aissa), la quinta parte de los aldeanos replegados vive a
expensas de familias cuya instalación en la ciudad es más
antigua ; en casi todos los casos, se trata de parientes rela­
tivamente lejanos, simples allegados (lo cual va contra la
lógica tradicional) y hasta amigos que subvienen a las ne­
cesidades de los refugiados que han acogido bajo su techo.
La solidaridad impuesta por la urgencia de la situación se
ejerce, pues, más allá de los límites tradicionales de la fa­
milia, clan o aldea ; esto quiere decir que dicha solidaridad
ha cambiado de sentido.
El carácter artificial de estas uniones no escapa a nadie,
pues cada uno tiene clarísima conciencia de su situación
de asistido o bienhechor. Compartir el mismo techo y la
misma olla sin compartir la misma tierra ni participar en
los trabajos y responsabilidades colectivas, implica una
transgresión del código moral del honor que fundamentaba
la antigua indivisión. Por otra parte, estos grupos consti­
tuidos bajo la presión de la necesidad, no pueden procurar
a los individuos el sentimiento de seguridad que la fami­
lia campesina tradicional daba a sus miembros. Vivida como
arbitraria y a veces como ilegítima, la coexistencia conti­
nua con «extraños» aparece más como promiscuidad que
como comunidad reagrupada. Esto explica que, paradóji­
camente, el crecimiento de la densidad material no traiga
consigo (en lenguaje de Durkheim) un aumento de la «den­
sidad moral», sino todo lo contrario.
Aunque el reagrupamiento y la acción económica del
ejército debilitan las antiguas solidaridades y las oposicio­
nes tradicionales, favorecen, sin embargo, la aparición de
antagonismos basados en diferencias económicas. En pri­
mer lugar, y teniendo en cuenta la situación casi urbana en
que están instalados, esa política favorece a los grupos o
individuos que su historia anterior había puesto en contac­
to con la economía y la sociedad modernas. Instrucción (por
1 7 2 EL DESARRAIGO

elemental que sea) y cierta familiaridad con la vida urba­


na (adquirida por la emigración o la experiencia del con­
trato asalariado), son factores que proporcionan ventajas
considerables en la competición económica. En virtud del
principio según el cual el trabajo llama al trabajo, existen
unas pocas familias que monopolizan los empleos del sector
moderno, precisamente aquéllas cuyo jefe tiene un empleo
en este sector. En Kerkera, por ejemplo, hay cinco obreros
(entre los entrevistados), de los cuales cuatro son jefes de
familia, plenamente ocupados en las empresas de Colla
(Caminos y Puentes y construcción) o en el mismo reagru­
pamiento (en los servicios locales). En la misma categoría
puede incluirse a los obreros semifijos, readmitidos con
prioridad por sus antiguos patronos. Al lado de estos privi­
legiados están todos los que han podido obtener algún em­
pleo temporal, en el centro de reagrupamiento o en Collo.
Nos referimos, en primer lugar, a los empleados en el sector
tradicional (recaderos de tienda, camareros de café, peones
de artesano, etc.) quienes, por ser muchas veces parien­
tes del patrón, pueden considerarse como mano de obra
familiar, escasamente remunerada. También los albañiles
y los peones, ocupados momentáneamente por la S.A.S. o
el ayuntamiento ; los únicos «empresarios» posibles son los
servicios públicos (pues los particulares se construyen ellos
mismos la casa), razón por la cual estos trabajadores de­
penden del buen humor de la S.A.S. o del alcalde. En con­
secuencia, la experiencia intermitente de un trabajo asa­
lariado aviva más aún su conciencia del paro (22).
Entre una y otra categoría, las diferencias son muy mar­
cadas. Los obreros de Collo, fijos o eventuales, tienen ren­
tas dos o tres veces superiores a las de los trabajadores
fijos de Kerkera ; y entre los que trabajan en Kerkera,
los fijos tienen rentas ocho veces superiores a las de los
eventuales.
Lo mismo ocurre en Ain-Aghbel, donde diferencias real­
mente significativas separan las zribat reagrupadas. Las
más «culturizadas», en razón de la importancia de la emi­
gración y la intensidad de su contacto con la ciudad, cuen­
tan con más obreros -sobre todo obreros fijos- empleados
en Collo que las de montaña, más apegadas a la tradición
campesina y más desamparadas en la competición econó­
mica. To dos los obreros que trabajan en Collo son origina-
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 7 3

rios de Ain-Aghbel, Lahraich y Mekua (por orden de im­


portancia numérica). Bekura y Yezzar sólo tienen obreros
en la misma Ain-Aghbel. Las otras zribat (Beni-Bellit,
Burarsen, Yersan, etc.) no cuentan con ningún obrero (en
la muestra de la encuesta). Los empleos de Collo son, como
vimos, más estables, incluso cuando son intermitentes o
eventuales (algunos obreros obtienen regularmente empleo
en las mismas empresas desde hace varios años) y el doble
de remuneradores.
La apertura al mundo moderno, adquirida por la emi­
gración o la experiencia anterior de un trabajo asalariado,
y también naturalmente la instrucción (23), no son las úni­
cas ventaj as en la competición económica. También hay
que tener en cuenta la intervención de las autoridades. El
fortalecimiento del aparato administrativo ha supuesto la
creación de un número relativamente importante de pues­
tos de trabajo. Por lo general, son las mismas grandes fa­
milias las que proporcionan los cuadros administrativos y
las que se reparten las principales funciones económicas,
por ejemplo, el comercio. La S.A.S. y el ayuntamiento, úni­
cas «empresas» capaces de ofrecer trabajo permanente en
el lugar, tienen en cuenta los antecedentes de los peticio­
narios, las relaciones que mantengan con las autoridades
y los servicios que eventualmente puedan prestar. En Ker­
kera, por ej emplo, un antiguo uaqaf (notable tradicional
representante de la población de su aldea cerca del caid)
ha conseguido empleo en la alcaldía para efectuar la mis­
ma tarea. Su hijo mayor es harki. Otra persona, alba­
ñil de profesión, ha obtenido el puesto de maestro de obras
de la comuna. La familia K., originaria de Ghudir, cu�nta
con un secretario de ayuntamiento (antiguo jodja del caid
de Kerkera), un administrativo de la S.A.S., un emplea­
do de correos, un tendero (que abastece en plan de ma­
yorista a los comerciantes de la región), y un panadero. El
alcalde, antiguo inspector de los tranvías de Constantina,
confunde de buena gana la gestión de los asuntos de la co­
muna con sus intereses particulares. Por esta razón, de­
fiende con extraordinario calor el proyecto de crear un
reagrupamiento en el «Kilómetro 19», es decir, cerca de
su zriba natal, un lugar en donde podrían reinar él y su
familia. Este personaj e posee participaciones en la mayoría
de los comercios de In región (veintisi ete exactamente) ; es
1 74 EL DESARRAIGO

el encargado de conceder los locales comerciales construi­


dos por la S.A.S. y quien consigue cédulas de inscripción
en el registro mercantil. Todo peticionario que no lo asocie
al negocio, está condenado al fracaso.
Lo mismo puede decirse de Barbacha, en donde se con­
ceden puestos de trabajo por mediación de un servicio pú­
blico (comuna, S.A.S., Caminos y Puentes, D.R.S., etc.) y
en virtud de los servicios prestados con anterioridad. Así,
por ejemplo, un antiguo minero de Draa-Larbaa, dotado
con una pensión de 130 F al mes, percibe además un salario
de 160 F en concepto de j efe de obras de una subdivisión
local de Caminos y Puentes ; claro que, previamente, aceptó
ser un consejero municipal dócil. Un hijo de otro consejero
municipal gana 200 F mensuales .como obrero de la comu­
na. De este modo, algunas familias tienden a monopolizar
los empleos asalariados y muchas otras ventaj as, gracias a
su capacitación o a la colaboración que prestan a las auto­
ridades, las cuales ayudan a las pequeñas empresas arte­
sanas (dirigidas por individuos que ocupan cargos oficia­
les ---como en Kerkera-) ; estas empresas son, por lo
general : transportes, taxis, panaderías, ultramarinos, etc.).
En el seno del mundo rural tienden a formarse dos ca­
pas sociales (a su vez estratificadas), que se diferencian no
sólo por su universo de trabajo y sus rentas, sino también
por sus hábitos de consumo, reveladores de toda su actitud
ante el mundo. ¿ Causas? La «rareza» de dinero líquido y,
más concretamente, de fuentes permanentes de rentas mo­
netarias, y el hecho de que la mayor parte de las ventajas
económicas y, particularmente, los empleos del sector mo­
derno son cada vez más monopolio de unos cuantos privi­
legiados.
A despecho de la aparente uniformidad de las condicio­
nes, las diferencias a este respecto son todo lo enormes que
la situación permite a unos y otros, puesto que en Djeba­
bra, por ejemplo, el desembolso cotidiano más pequeño (en
materia de alimentación) es de 0,40 F y el más importante
de 6 F, de forma que el coeficiente de dispersión es del
75 % (24). La renuncia al ethos ascético de la antigua so­
ciedad y la adopción de los hábitos ciudadanos de consu­
mo se manifiestan de modo ostensible, sobre todo, entre los
nuevos ricos, funcionarios y cuadros administrativos, se­
cretarios y empleados de ayuntamientos, guardas de campo,
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 75

empleados de correos, etc., que a los ingresos percibidos en


concepto de sueldos oficiales añaden otros diversos. Estas
personas aspiran a vivir en los centros de reagrupamiento
como se vive en la ciudad, llevar la misma vestimenta, ha­
bitar casas igualmente confortables y comer los mismos
platos (25). Esta minoría de privilegiados es como el espejo
que devuelve a la gran mayoría la imagen de su miseria.
El sentimiento de haber sufrido una desgracia idéntica (de
la cual la miseria económica es sólo un aspecto entre mu­
chos), lleva a ignorar todas las desigualdades en la pobreza,
a excepción, naturalmente, de esta desigualdad que separa
los privilegiados de todos los demás (26). «Ya no hay po­
bres -dice un «reagrupado» de Kerkera-, ya no hay ri­
cos ; ya sólo hay pobres y unos cuantos individuos que se
aprovechan de la miseria de todos.»

Situación urbana y valores campesinos.

La transformación del substrato morfológico y, más con­


cretamente, el crecimiento del volumen del grupo crean
una situación casi urbana que afecta la significación de
todos los comportamientos. Esta situación favorece a los
campesinos descampesinizados, únicos capaces de adaptar­
se mal que bien ; los campesinos acampesinados, ligados a
los valores tradicionales que quieren conservar, pasan des­
apercibidos y, en caso contrario, hacen el ridículo. No se
olvide que el nombre dado al centro de reagrupamiento es
blad (ciudad), por oposición a aarch, farqa y zri ba. El re­
agrupamiento, especie de migración interior, hace del cam­
pesino acampesinado un exiliado en su propia tierra, «un
emigrado en su casa» (27). El cambio de contexto implica
la devaluación de las virtudes campesinas, inútiles y fuera
de lugar.
Los ancianos, guardianes de la tradición, son los más
gravemente afectados por este desplazamiento. Particular­
mente más preparados para adaptarse a situaciones insóli­
tas, debido a la edad y a su apego al orden tradicional, son
sin duda los más desamparados. La situación casi urbana
creada por el reagrupamiento opera una inversión de las
j erarquías tradicionales : los más jóvenes pasan de prote­
gidos a protectores. El contexto de la guerra (contexto re-
I 76 EL DESARRAIGO

volucionario) es un factor más de devaluación del prestigio


tradicionalmente conferido a la edad. En una discusión bajo
el olivar de Ain-Aghbel, un joven -coreado por la asam­
blea en general- impugnó las palabras de un viejo que,
silencioso casi siempre, había atribuido las miserias pre­
sentes al abandono de las tradiciones. « ¡ Ya ! Ya sabemos
lo que habéis hecho vosotros los viejos. ¡ Nada ! Vosotros
sois responsables de lo que nos ocurre.» Un anciano de
Djebabra relata : «Un padre ordenó a su hijo que fuese a
trabaj ar, que hiciese algo ; el hijo respondió : 'Vosotros
los viejos habéis traído al nacer la miseria con vosotros'».
El patriarca de la familia de los Merzug (85 años), de Dje­
babra, describe así la ruina de la autoridad de los ma­
yores : «Anteriormente, cuando el hijo hacía una estupidez,
se le ponía como ejemplo a su abuelo y se le instaba a
imitarlo, a ser tan bueno como él. Ahora es completamente
diferente, todo el mundo hace lo que le da la gana. Los
jóvenes toman a los viejos por locos. Hace sólo veinte años
aún tenían autoridad los ancianos, se escuchaba a la sabi­
duría y al buen sentido. Había respeto. Yo ya estaba casa­
do, mi hermano pequeño ya era grande, mi hermano mayor
-murió en 1926-- vino y me dio una bofetada. Yo no dije
nada por respeto. Si a este crío le sermoneo ahora un poco,
habrá más que palabras y, finalmente, tendré que ceder.»
«Los tiempos han cambiado», se dice. «Ya no se puede
vivir como antes.» En una palabra, todo parece indicar que
el grupo ya no consigue imponer sus normas, desmentidas
por la situación y afrentado por esto. En otros tiempos, la
sociedad campesina no habría tardado mucho en devolver
el respeto a las reglas al desviacionista, sobre todo, a los que
regresaban de la emigración. La mayoría se comportaba
como celosa guardiana de la tradición y tenía, si cabe ha­
blar así, dominada la situación ; hoy, todo desmiente y
desafía esa autoridad.
Innumerables innovaciones -otras tantas transgresiones
de las normas tradicionales- prueban el debilitamiento de
los controles colectivos que acarrea el crecimiento de las
dimensiones del grupo. En los centros de reagrupamiento
más grandes, por ejemplo, Tamalus, Kerkera y en menor
grado M atmata, proliferan de modo asombroso los arribis­
tas quienes, debido a su complicidad con las autoridades
militares, explotan en beneficio propio la situación de cri-
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 7 7

sis provocada por el reagrupamiento. El imperativo que


prohibía a los miembros del grupo singularizarse por la
riqueza o, más concretamente, utilizar la riqueza para sin­
gularizarse, es ya letra muerta ; la reprobación y el des­
precio hacia los individuos que no dudan en explotar la
miseria y opresión de los demás -haciéndose cómplices de
los opresores- ya no pueden actuar, puesto que la situa­
ción les impide y niega toda eficacia.
Lejos están los tiempos en que el temor de la opinión
colectiva podía mover al emigrado a vestir el albornoz
antes de regresar a su pueblo (28).
Toda la situación invita a persuadirse (a las poblaciones)
de que la ruptura con el pasado es irremediable y el hun­
dimiento y quiebra de las tradiciones, ineluctables. Por con­
siguiente, las innovaciones y transgresiones de los viejos
imperativos sólo suscitan ya de los más viejos una indig­
nación resignada e impotente. Excentricidades en el ves­
tido, por ejemplo, tales como el abandono del peinado tra­
dicional y la adopción de una corbata, ya ni siquiera hacen
reír. En medio de alguna que otra asamblea de hombres,
se puede distinguir algún antiguo emigrante con jersey y
gorro colonial (29). Una innovación tan importante como
la del velo, que puede ser signo de una pretensión de sin­
gularizarse y hasta de aburguesamiento, ha acabado por
pasar casi inadvertida (30).
La ruptura con el viej o contexto y con sus rutinas ca­
racterísticas, así como la ampliación del campo de las rela­
ciones sociales y la estructura misma del espacio habitado
-bien se trate del reagrupamiento o de la casa- invitan
a comportamientos urbanos y suscitan preocupaciones, in­
tereses y aspiraciones de ciudadanos. Siempre que la satis­
facción de las necesidades vitales deja disponible algún
dinero, éste se dedica a la compra de bienes de confort,
como camas, armarios, y a veces, mesas y sillas, lámparas
de petróleo para reemplazar las de aceite (mecha de te­
j ido), estufas de petróleo, hornillos de gas, aparatos de
radio, etc. La alimentación se diversifica y surgen nuevos
artículos comprados en el mercado : la sémola substituye
a la cebada, el pan a la galleta ; se hace más frecuente el
consumo de carne y fruta ; aumentan los gastos en vestido :
chaquetas para los hombres, calzado para los niños y las
mujeres, etc. El estudio estadístico del consumo de las fa-
1 78 EL DESARRAIGO

millas confirma ampliamente estos datos de observación


directa (véase tablas IV y IV bis).

TABLA IV

El consumo famiZiaT

D;ebabra Kerkera

Blltll 11 CNII• 111111 11 111ft.


F CIHII F 111111

'
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,,111,HI•
1111,
°l o
par 111
y
1111lll1
,,u,,111-
l1rl1
ºio

Consumo global 5492,00 100 2290,00 100


-----·· -- · ·· - -
Consumo alimenticio 3645,00 66,4 1 372,00 59,8

Productos a base de cereales 1644,00 29,9 . 6 12,00 26, 7


Legumbres secas 1 89,00 3,5 5,00 0,2
Carne 279,00 5,2 1 1 8,00 5, 1
Leche y cuerpos grasos 255,00 4,5 1 6 1 ,00 7 ,0
Legumbres frescas 627,00 1 1 ,4 174,00 ? ,5
Frutas 140,00 2,6 169,00 7,4
Productos ultarmarinos 5 1 1 ,00 9,3 52,00 2,4
Consumo en el exterior o O 8 1 ,00 3,5

Consumo no alimenticio 1 847,00 33,6 918,00 40,40

Petróleo, madera, carbón 1 56,00 2,82 90,00 3,95


Gastos en médicos, farmacopea
y productos higiénicos 625,00 1 1 ,38 272'00 1 2,15
Vestido 672,00 1 2,2 1 1 97,00 8,58
Muebles y u tensiliqs 1 50,00 2,75 39,00 1 ,74
Impuestos 1 72,00 3,14 24,00 1,1 1
Tabaco 7 1 ,00 1 ,30 286,00 12,46
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 79

TABLA IV bis

A título indicativo ofrecemos en esta tabla el importe


del consumo global familiar y el coeficiente presupuesta­
rio del consumo alimenticio referido al conjunto de Arge­
lia, las familias del reagrupamiento de Matmata y a las
familias de los j efes de explotación y de los asalariados
agrícolas argelinos.

I m porte de consum o
1 Coeficiente del conaumo
anual en francos de 1963 al imen ticio �;.
--------- ' - -------- ------- 1

General 3 750 60
Matmata 4.260 69,5
Jefes de explota ción 4.150 55,8
Asalariados agrícolas 3.320 67, 1
- · - .. •··-- •---·-·-- ·----- ·- - ----·--------·· · • --- - ---·· ··-·-- ·-··---·-----· ..

Pueden perfilarse ahora de modo sistemático las dife­


rencias entre Dj ebabra (relativamente apegada todavía a
los valores campesinos) y Kerkera (que presenta todos los
síntomas de una falsa urbanización). A pesar de que el vo­
lumen de desembolsos globales varía de 100 a 194 entre
Kerkera y Djebabra (31 ), la parte dedicada a alimentación
es inferior en el primer centro (59, ? % y 66,4 %, respectiva­
mente), en razón del crecimiento desigual de los gastos no
alimenticios. Cualitativamente, las diferencias son igual­
mente claras : por lo que se refiere al consumo de carne,
no se notan diferencias apreciables (la carne es signo de
desahogo real) ; la leche, la mantequilla y el · queso tie­
nen, en Kerkera, un coeficiente presupuestario dos veces
superior al de Djebabra (2,8 y 1,4, respectivamente) ; asi­
mismo, el coeficiente presupuestario de fruta es 7,4 en Ker­
kera y 2,6 en Dj ebabra. Esto se debe a que los innumera­
bles comerciantes de Kerkera ofrecen higos naturales, higos
frescos, dátiles (expuestos y vendidos a peso), pequeños
melones, sandías (vendidas a trozos) ; en Djebabra sólo
hay un tendero, que vende a peso fruta del tiempo, uva,
melones y sandías.
Además, ciertos artículos de consumo -que constituyen
180 EL DESARRAIGO

excelentes índices de incorporación a los comportamientos


urbanos- se comercializan mucho más en Kerkera, tanto
en cifras absolutas como en relativas. Se trata primero del
consumo de artículos en el exterior de la casa, principal­
mente en el café, que en Kerkera constituyen el 3,5 % de
los gastos mientras que en Djebabra son nulos. En Djeba­
bra se gasta en médicos y medicinas el 8,4 % (464 F por
familia y año), y en Kerkera el 10,4 % (233 F por familia
y año). Finalmente, el consumo de tabaco representa en
Kerkera el 12,5 % (es el coeficiente más alto de gastos no
alimenticios) y el 1,3 % en Djebabra.
En una palabra, el presupuesto de los «reagrupados» de
Kerkera es comparable, por su estructura, al de los subpro­
letarios de las bidonvilles. Muchos de los nuevos desembol­
sos contradicen el ethos campesino que valoriza la simpli­
cidad y frugalidad y que prefiere un consumo sacrificado
n la producción ; ahora la preocupación prioritaria es la
de procurarse condiciones de vida agradables y asegurar
a los familiares directos un bienestar de acuerdo con las
exigencias de la vida moderna ; desapareció, pues, la ten­
dencia a acumular capital (aunque no fuese más que ca­
pital «de prestigio») comprando ganado, a la vieja usanza
campesina. Cuando alguien se atreve a decir, como un «re­
agrupado» de Kerkera : «Yo tenía un buey. lo vendí por
400 F ; en su lugar me he comprado una mobylette», es que
la vieja moral campesina está totalmente arruinada. Los
hábitos de consumo que tienden a revestir una significación
simb6lica, constituyen sin duda el mejor índice de la rup­
tura con el ethos tradicional, que prohibía implacablemente
toda forma de consumo de ostentación. Antes era deshon­
roso comprar fuera del habitat productos destinados al con­
sumo, sobre todo los artículos menos indispensables, lujo
de ciudadanos, como pan de horno de panadero, legumbres
y frutas ; ahora, en los centros más semejantes a una bi­
donville por su morfología, en las aldeas de la C.A.P.E.R.
o de la S.C.A.P.C.O.. es casi un honor abastecerse en la
ciudad. En resumen, como dice un adjudicatario de la
C.A.P.E.R. de Ain-Sultan. «es la época del cesto».
El figón es para los más pobres lo que el cesto de pro­
visiones para los más desahogados. Estas inmundas casas
de comidas son, en efecto, los símbolos más manifiestos d e
la urbanización, real o ficticia, y de la transformación
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 8 1

d e los valores relacionados con los hábitos alimenticios.


En Kerkera hay dos figones permanentes, uno de ellos bas­
tante importante, y tres más que varios días a la semana
ofrecen platos de cocina, sardinas fritas (a razón de 0,20 F
las tres), buñuelos, pimientos fritos (a 0,10 F la unidad),
trozos de pan y hasta galleta preparada en casa (32). Cons­
ciente de ejercer una actividad que contradice el espíritu
de la sociedad campesina, el dueño del figón más impor­
tante del centro describe así a su clientela : «Tengo una
casa de comidas, pero no hay clientes. No hay forasteros,
no hay gentes de paso que podrían pararse a comer. Los
de aquí no tienen dinero para comer. Los hay que vienen
cuando tienen hambre, pero es a crédito. Son los jóvenes.
Ahí los tienen, al lado, todo el día. No quieren ir a sus
casas para pedir comida ; vienen aquí. se sientan a la mesa
y entonces me piden un plato de chorba o de batata (pata­
tas guisadas) y un trozo de pan. ¿ Cómo voy a negárselo?
No. Ellos comen y se dicen : 'Un día u otro tendré por lo
menos 150 francos (antiguos) para poder dárselos' ; pero
tampoco conviene que yo me olvide de reclamárselos. Hay
veces que ganan eso en el café, cuando juegan al dominó
o a las cartas con el estanquero. ¡ Tú da siempre, después
ya veremos ! (. . . ). Fuera de éstos, tengo dos o tres clientes
fijos que hacen aquí una o dos comidas diarias. Trabajan
aquí o en las carreteras. pero no viven en la región. Tam­
bién están los harkis que no tienen familia por aquí (. . . ).
La gente del país ¿ para qué iban a venir a comer a mi
casa? Con los 250 francos (antiguos) que les costaría un
plato, prefieren comprarse dos panes y compartirlos con
sus hijos ( . . . ). Sin embargo, ocurre que quien 'gusta de cui­
darse' y no puede, por ejemplo, comprar patatas, carne o
pan para toda su familia, viene a comer solo aquí. Pero es
sólo una vez por rara casualidad ( . . . ). Tengo uno o dos
clientes casi al día. Todo lo demás (señala trozos de pan
-vendidos a 20 francos la pieza-, de queso, huevos duros.
pimientos fritos, etc.) lo compran los niños. Un chiquillo
tiene hambre en casa, llora, no hay nada que darle, no se
puede comprar un pan por 65 francos porque entonces ha­
bría que comprar cuatro, cinco o seis para todo el mundo :
su padre o su hermano le dan 20 ó 30 francos (antiguos
siempre, por supuesto), viene aquí y siempre encuentra al­
gún corrusco que llevarse a la boca . Algunos chicos han
182 EL DESARRAIGO

tomado sus costumbres ; por ejemplo, el nieto de áammi


Ah'med (viejo que juega al dominó), en cuanto ve a su
abuelo sentado a la mesa, no para de darle golpes de codo
hasta que oammi Ah'med le tira una moneda de veinte
francos. Hay muchos jóvenes que consiguen ganar un poco
de dinero haciendo cosillas por aquí, comisiones, vendiendo
cualquier cosa. Vienen a comer porque en su casa no hay
nada que comer y también porque no pueden dar de co­
mer en su casa a los suyos.»
Recurso inmoderado al crédito destinado a la alimenta­
ción, aparición del individualismo económico, transgre�ión
de los deberes de solidaridad familiar . . . , he aquí otras tan­
tas etapas de un proceso que conduce a la desmoralización
de los subproletarios de las bidonvilles. Ahora, cada uno
come solo, cada uno «para sí y para su vientre». Con el
sentido de la comunidad ha desaparecido el de la «comen­
salidad». Bu-niya anudaba en el mismo pañuelo en el que
guardaba el dinero el trozo de carne que era necesario
guardar, cuando iba invitado a alguna comida excepcional ;
trozo que era obligado llevar a casa para darlo a los peque­
ños, a un enfermo o a las personas de más edad, testimonian­
do con estos actos su sentido del honor y de su abnegación,
al mismo tiempo que la solemnidad de la ocasión, su ca­
rácter de «fuera de lo corriente», de alimento ofrecido, esto
es, la carne (33). En la actualidad, esta conducta se consi­
dera grosera y ridícula. No se debe comer al mismo tiempo
carne y alcuzcuz, y así se pone de manifiesto que, a la
manera de los ciudadanos (detentadores de las buenas ma­
neras), se sabe comer alcuzcuz y, además, que los miem­
bros de la propia familia no están faltos de carne hasta el
extremo de esperar una circunstancia especial para co­
merla.
Los fellah'in de otras épocas llevaban consigo, cuando
iban al mercado -por lo general a pie-, un trozo de ga­
lleta y un puñado de higos que comían por el camino, du­
rante una pausa, a la sombra de un árbol y cerca de alguna
fuente (34). Si, excepcionalmente, se traía.n de la ciudad
algún producto (pan o fruta, por ejemplo), se guardaban
muy mucho de comerlos en el viaje de vuelta y los guar­
daban para la cena, en donde estos alimentos serían cele­
brados por todos en común. Actualmente, los campesinos
que van al mercado en camión y que salen muy avanzada
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 8 3

la mañana, después de haber desayunado un café, conside­


rarían ridículo cargarse de provisiones de viaje, cuando les
es posible comer en la ciudad (35).
A veces ocurre también que se va al mercado para co­
mer una chorba o un «asado» de pollo ; en el restaurante
se invita y se es invitado de antemano, si se da a alguien
un encargo o se envía un miembro de la familia al mer­
cado ; parece que exista la obligación de ofrecerle el precio
de una comida en el restaurante. Hay algunos que se pa­
vonean, de vuelta a la aldea, de haber comido dos o tres
platos en el figón (36). El pudor que rodeaba todo lo que
se refería a la alimentación, ha desaparecido por completo.
Es natural que la conducta de quienes llevan ostensible­
mente un cesto de provisiones bien lleno (cosa que la moral
campesina prohibía explícitamente, pidiendo a quien hu­
biese comprado carne tuviera a bien esconderla) es más
escandalosa que la de estos desgraciados que, empujados
por la necesidad, transgreden los deberes de solidaridad
familiar, comiendo furtivamente un plato en la casa de co­
midas. La ostentación de la abundancia se percibe como un
desafío lanzado no sólo a la tradición, sino a todos aquéllos
a quienes la miseria obliga a transgredir la tradición.
«Ahora. se pueden comer costillas todos los días, mien­
tras el padre mendiga. En estos tiempos todo es posible
(literalmente, del árabe, «todo-puede-pasar»). Nadie se aver­
güenza de ello ni se le pasa por la imaginación pensar que
pueda ser algo recriminable. Está permitido hacer todos los
oficios, robar, mendigar . . . mientras se gane dinero» (un
comerciante de Utait-Aicha «reagrupado» en Kerkera). «Ya
no hay deshonor (aib) » ; nadie tiene escrúpulos en vender
su tierra a personas extrañas ; nadie se avergüenza de
abandonar al padre y a la madre en la miseria ; no se duda
ante ningún expediente, ninguna astucia, para ganarse la
vida. Decir que ya no hay sentido del deshonor para indi­
car q ue no hay sentido del honor en absoluto, pone de ma­
nifiesto que tanto el honor como el deshonor se remiten
al tribunal de la opinión, ante un grupo seguro de sus nor­
mas y valores. En resumen, la crisis del sistema de valores
es consecuencia directa de la crisis que afecta al grupo,
custodio de dichos valores : debido a la dispersión de las
unidades sociales, del relajamiento de los lazos sociales tra­
di cionales y al debi litamiento del control de la opinión, la
184 EL DESARRAIGO

transgresión de la regla tiende a convertirse en la regla.


Ya nada se alza como un obstáculo al individualismo intro­
ducido con la economía moderna ; en el seno de los centros
de reagrupamiento, agregados enormes y disparatados de
individuos aislados, cada uno se siente protegido única y
exclusivamente por su anonimato, y se siente también res­
ponsable de sí mismo, pero de él solo y ante solo él. «En
estos tiempos, cada uno se las arregla por su propia cuenta.
Uno solo cuenta con su propia habilidad. Hay que apren­
der a nadar y guardar la ropa de uno mismo, sin echar
mano de nadie. Se acabó aquello de 'mi tío' y 'mi hermano'.
Ahora los hombres dicen 'cada uno que se cuide de sí ·mis­
mo', mientras que antes se decía 'a cada uno su tumba'.
porque solamente allá abajo (en el más allá) cada uno es
comparado con sus actos. Ese día yo no puedo hacer nada
por tí, tú no puedes hacer nada por mí. Aquí arriba la vida
es posible, si todos nos ayudamos. ¿ Quién puede vanaglo­
riarse, sobre todo hoy, de no necesitar de nadie? Como dice
el refrán : 'Un hombre es (hombre) por los hombres' (ra;al
berjal)'.» Bien se trate de su subsistencia o de su honor, el
individuo sabe que sólo puede contar consigo mismo y que
sólo a sí mismo ha de rendir cuentas : «Honor a ti y ver­
�üenza sobre ti» (Re;ala lik u ol aib lik ), se dice ; cada su­
jeto es libre de sus actos, pero precisamente por esto ha de
asumir por sí solo el deshonor a que se haga acreedor. El
honor ya no es indiviso, tal como sucedió antes con la tie­
rra y la olla.

El espacio, el tiempo y los valores.

La melancolía colectiva traiciona el desarraigo y ansie­


dad que suscita el debilitamiento de las antiguas solidari­
dades. La miseria material afecta a cada individuo en lo
más íntimo de sí mismo y precipita la ruina total del sis­
tema de valores que imponía la identificación de cada uno
con todo el grupo y que. por consiguiente, lo protegía con­
tra el descubrimiento de su soledad. Si el grupo ya no
consigue ejercer su acción reguladora. no es sólo porque
dude de sus propias normas y valores -desmentidos por
la situación-. sino también porque las estructuras más
profundas han saltado hechas añicos. El desplazamiento
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 85

forzoso y todas las manipulaciones arbitrarias han transfor­


mado el substrato de la vida social no sólo en extensión y
volumen, sino también en su forma. El reagrupamiento es
una forma de emigración impuesta a todo el grupo por
razones extrañas a la lógica económica (37) ; por tanto, afec­
ta a toda la vida social, al transformar la organización del
espacio habitado --esquema proyectado sobre el suelo de
las estructuras sociales- y romper el lazo familiar que une
los individuos a su contorno. El campesino desarraigado se
ve afectado en el fondo mismo de su ser y tan profunda­
mente. que ni siquiera puede formular su desarraigo y me­
nos aún definir sus causas (38) ; todo ello debido a qué el
mundo familiar era para él el mundo natal y todo su «ha­
bitus» corporal está «hecho» al espacio de sus desplazamien­
tos habituales.
Por todas estas razones, la diferencias que separan, por
ejemplo, Ain-Aghbel y Kerkera no son todas ellas impu­
tables a la densidad o al volumen. Las zribat de los alre­
dedores de Ain-Aghbel quedaron concentradas en un espa­
cio organizado según la lógica tradicional : el lugar de
asamblea de los hombres, situado en el antiguo cementerio,
cerca del marabut (*) es totalmente distinto del espacio
femenino (y apartado de él), con su fuente, a la que llegan
por caminos apartados ; el geometrismo militar tuvo que
hacer concesiones al relieve y al antiguo habitat. De vez en
cuando, una casa, un árbol o un accidente del terreno rom­
pen la monotonía de las filas de casas recientemente ins­
taladas. A los montañeses de Yersan o Beni-Bellit les pa­
rece encontrar en Ain-Aghbel -lugar que frecuentaban
anteriormente- un espacio un tanto familiar ; su desarrai­
go es también menor que el de los montañeses del Ued-El­
Afia y El-Bir, reagrupados en Kerkera, donde se organizó
el espacio según una lógica absolutamente extraña y hasta
antinómica con la de la tradición. Todo está hecho para
decepcionar y desconcertar : implantación de comercios,
longitud de las calles, plano de las casas (sin patio) y el
mismo emplazamiento de las fuentes.
La uniformidad funcional de la vivienda standard ( «cel­
das de dos habitaciones-cocina») ha substituido a la unifor­
midad estructural del chamizo típico y más aún del h'awach

C•) E r m i ta del morabito o ¡:;a nto mu¡:;u l mán. < N. del T. )


1 86 EL DESARRAIGO

o alh'ara. En la zriba todas las casas disponían de patio y


un espacio amplio delimitado y protegido por una hilera
de acacias. En el centro del reagrupamiento, las barrac�s
dan directamente a la calle, a la que no se ha aprendido
todavía a «llamar» ni utilizar. Los vecinos tan pronto la
utilizan como lugar de paso entre las casas que como patio
común de las familias que viven unas enfrente de las otras.
Se observa una tímida aparición del kanun (*) junto al
dintel de las puertas ; en él se atan la cabra y los cabri ­
tillos y, a veces, hasta el asno, en un rincón sombreado.
Las transformaciones del habitat, resultado normalmente
de cambios progresivos en las normas de vida y de las nor­
mas culturales, se imponen aquí desde fuera, por unas auto­
ridades obstinadas en negarse a reconocer los modelos y
valores que dominan la vida campesina y expresados a tra­
vés del habitat tradicional (intimidad clausural, patio,
ausencia de salidas y aperturas al exterior, etc.). Por tanto,
en este caso, la transformación del habitat precede y de­
termina las transformaciones sociológicas, y no al revés,
que es lo que sucede habitualmente. El rigor puntilloso
con que se pretende prohibir el menor cambio, enmienda
o acondicionamiento. ponen de relieve que lo que se pre­
tende imponer, mediante la organización de un nuevo ha­
bitat, son los valores, normas y estilo de vida de otra civi­
lización.
De hecho, el reagrupamiento favorece en todos los sen­
tidos numerosas innovaciones. Como en las bidonvilles ur­
banas, las camas son cada vez más frecuentes, metálicas
o construidas con tablas puestas sobre caballetes (con el
fin de evitar dormir cerca del suelo. muy húmedo, y para
habilitar un espacio donde guardar cosas) ; aparecen tam­
bién algunas piezas de mobiliario moderno, como arma­
rios de cocina, de alcoba. etc. Un montón de objetos de
baratillo y deshecho, tan ingeniosos como heteróclitos -bo­
tes de conserva, cajas de cartón, de madera o metal, bido­
nes, recipientes esmaltados, etc.-, ha substituido a los uten­
silios tradicionales (a excepción del plato de madera en el
que se amasa la galleta o el alcuzcuz y el plato de barro
en el que se cuece la galleta). Abandonado, finalmente, el
viejo arreglo de la casa. ritualmente estereotipado, los «re-

(•) Lu ga r de desca nso de las ca rava nas. (N. del T. >


CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 8 7

agrupados» se esfuerzan ahora por imitar y reproducir, mal


que bien, los procedimientos de las casas modernas para
disponer los utensilios y muebles. Unas tablas fij adas a la
pared hacen las veces de aparador y unas cajas dispuestas
en forma de armario, puestas a ras del suelo, sobre morri­
llos, hacen oficio de despensa ( dukan) y cómoda para los
utensilios de cocina (39). Sacos, cajas y barriles substituyen
a las vasij as de aceite y grano y a los odres y trojes ; los
platos, de hoj alata esmaltada, han substituido a los de ba­
rro que el ama d e casa exponia en otro tiempo sobre los
estantes de la pared de cara a la puerta. Por lo mismo, la
falta de patio y, más concretamente, de un muro de pro­
tección del patio, ha impuesto la utilización de cortinas en
las puertas y hasta en las ventanas. En muchos casos las
cortinas no son otra cosa que sacos o viejas mantas, si bien
algunos utilizan ya cortinas hechas de un tejido apropiado.
A través de numerosos comportamientos, se expresa el
esfuerzo por adaptarse, en lo posible, a un espacio insólito
que exige objetivamente, por su misma estructura, la apa­
rición e intervención de conductas nuevas. De todas for­
mas, subsiste el malestar : «Entre parientes es bueno tener
las puertas cara a cara, pero esto no es oportuno cuando
hay extraños. Si se nos hubiese permitido hacer el pueblo,
habríamos levantado una mechta por familia ; actualmen­
te, las familias están dispersas. Así ocurre que dos herma­
nos no puedan verse. Cuando se distribuyan las casas nue­
vas (en construcción en el momento de la encuesta), habrá
que cuidar para que todos los parientes sean vecinos.
Los que lo deseen, podrán abrir una abertura entre casa y
casa para comunicarse» (un agricultor de Djebabra).
Nada extraño, pues, en el hecho de que los campesinos
de Kerkera hayan recurrido a tres imágenes escogidas para
enunciar su experiencia ; imagen de la prisión, para expre­
sar la impresión de asfixia y opresión provocadas por la
estrechez del habitat ; imagen de la desnudez, que revela
el sentimiento de estar expuestos a la vista de todos, en
plena calle, sin ninguna de las barreras (zruba) que pro­
tegían antes la intimidad de la vida doméstica ; imagen de
la oscuridad nocturna, en la cual es muy fácil extraviarse,
a falta de puntos de referencia habituales y familiares ( 40).
Pero lo que mejor expresa -mejor aún que las pala­
bras- el vértigo y la descampesinización es, sin duda, el
I 88 EL DESARRAIGO

lenguaje del cuerpo, la manera de «tenerse», de llevar la


cabeza o andar. Sólo los niños recorren las largas avenidas
de los nuevos pueblos, llevando una lata de agua o un pan ;
a veces, se ve a una mujer atravesar precipitadamente la
calle. En el antiguo habitat, toda la vida social estaba orien­
tada hacia el interior, hacia el patio ; la calle, de la que se
excluía incluso a los extraños, servía para relacionarse con
los familiares. La nueva organización del espacio despoja
a la casa de toda protección ; la calle remite a las mujeres
al interior. Tras las rendijas de las puertas o las cortinas,
estas nuevas «ciudadanas» echan a la calle miradas fur­
tivas . . .
En la entrada del centro de reagrupamiento d e Djeba­
bra, construido en la ladera de una colina, podía verse un
sendero que conducía de la carretera principal a la parte
alta del pueblo, lugar de reunión de los hombres. De esta
forma, se superponían dos tipos de organización del es­
pacio y dos tipos de actitud hacia el mundo. Por una parte,
el castrum, atravesado de parte a parte por dos grandes
vías que destruyen sin más la intimidad, al introducir
directamente al extraño en el corazón de este universo ha­
bitado ; por otra, el mundo cerrado, asilo de la h'urma (ho­
nor) unida por varios caminos con el contorno exterior,
como en Kabylia, a fin de que el forastero pueda hacer su
camino sin entrar. Como si llevasen en su cuerpo el esque­
ma de sus desplazamientos familiares, los hombres no to­
man, en ningún caso, el camino más corto, es decir, una
de las dos grandes vías, para ir a sus casas ; cogen primero
el sendero periférico y, caminando furtivamente y pegados
a los muros (41), se inventan vueltas y revueltas por las
callejas que forman las casas, antes de llegar a su casa.
El malestar de la descampesinización refleja el desor­
den del grupo, afectado en lo más profundo, es decir, en sus
ritmos temporales y espaciales. Al conmover la organiza­
ción del espacio vital. área de la acción técnica y ritual,
el reagrupamiento altera los ritmos temporales inherentes
a dicha organización ; afecta también toda la experiencia
de la temporalidad. al imponer coacciones arbitrarias y
perturbar el ritmo de las actividades cotidianas.
En la sociedad tradicional, el ritmo de la vida social
que esconde el retorno periódico de las actividades técni­
cas y rituales, real izadas simultáneamente, y a menudo en
CIUDADANOS SIN CIUDAD 189

común por todos los miembros del grupo, es principio de


organización y, al mismo tiempo, fuerza de integración (42).
Los f ellah'in han conocido siempre períodos más o me­
nos largos de actividad moderada, pero se inscribían per­
fectamente en el ciclo habitual, establecido por la tradición
y solidario de los ritmos naturales. Ahora bien, el reagru­
pamiento ha alterado profundamente estos ciclos y ritmos ;
en consecuencia, lo que ha entrado en crisis no es sólo la
cantidad obj etiva de trabajo proporcionado, sino la distri­
bución del trabajo y el no-trabaj o en el tiempo. Ahora, el
campesino descubre el tiempo como algo que «puede per­
derse», es decir, descubre la oposición entre el tiempo va­
cío o «perdido» y el tiempo lleno o «activo», nociones extra­
ñas (esencialmente y en la práctica) a la lógica de la eco­
nomía precapitalista.
El tiempo vacío, aprehendido en el tedio, ya sólo podrá
definirse en términos negativos por oposición al tiempo de
ocio o al tiempo de trabajo. Ya no hay «tiempo que pasa»,
sino tiempo perdido o «gastado» ; el tiempo «se vive» aho­
ra como tal, porque la experiencia que el parado obtiene
de la «duración», encierra una referencia explícita o implí­
cita a . la visión capitalista del trabajo y la temporalidad,
condición de la conciencia del paro. El tiempo «parado» es
tiempo vacío, tanto por oposición al tiempo que la econo­
mía orientada hacia la productividad considera ocupado
plenamente (lleno), como por oposición al tiempo propio de
una economía tradicionalista. Pues, efectivamente, esta úl­
tima no podía llamar vacía una experiencia de la duración
que, al mismo tiempo, era su propia medida y, al cabo, su
único obj etivo era el de permitir al grupo «durar» (43).
Los nuevos ritmos a los que han de someterse los cam­
pesinos, con el toque de queda y la mayor longitud de los
trayectos, tiende a suplantar los ritmos tradicionales. Son
inválidos los puntos de referencia tradicionales, tales como
las cinco oraciones ; en su lugar, han aparecido otros nue­
vos, cronológicos : apertura y cierre de las oficinas, entrada
y salida de la escuela -que dividen la jornada en dos pe­
ríodos-, el timbre del teléfono de la torre de control, que
suena regularmente, las torres de vigilancia y las rondas
de la harka, el paso del cartero, la apertura de la enfer­
mería, etc. ¿ Cómo no habría de favorecer todo esto una
nueva experiencia de la duración? El tiempo medido subs-
190 EL DESARRAIGO

tituye al tiempo escandido : ( * ) el reloj comienza a regu­


lar la vida de ciertas categorías de personas (44).
La libertad de organizar su trabaj o y de definir (esta­
blecer) su ritmo se confunde con el sentimiento de fami­
liaridad que une el campesino a su tierra. Así, por ej emplo,
hubo una gran resistencia cuando las autoridades militares
decidieron -para estimular la roturación de las tierras
de la farqa Merdja, situadas en zona prohibida- transpor­
tar a los fellah'in en camiones todas las m añanas, a la hora
de levantar el toque de queda. Lo cual revela que la acti­
vidad agrícola, que se dej a someter a ritmos ordenados
desde el exterior, es la negación misma de la agricultura
tradicional. « ¡ Por mi propio bien, por el bien de mi padre
y de mi abuelo ! Yo soy un extraño ; ¡ en mi propia casa y
no puedo mandar ! ¡ Ya no soy el dueño y señor ! » Ser cam­
pesino implica, en esta concepción, ser señor (para hacer
y deshacer) de su tierra, por consiguiente, «dueño» de sus
relaciones con la tierra : libre de fij arse las condiciones de
su actividad, de establecer el momento y el p aso (la mar­
cha) y, entre otras cosas, de decidir la conveniencia de to­
dos sus desplazamientos, su duración e itinerario (45). La
pasión del fellah' hacia su tierra no tolera ningún obstácu­
lo : ¿ de qué sirve ser «señor» de la tierra si ya no se la
puede «visitar» a placer, sino a horas determinadas e im­
puestas y por caminos obligados? (46). Los campesinos de
Dj ebabra sabían que, al encerrar su actividad en horarios
regulares y fechas fij as, salvaban en apariencia su condi­
ción de campesinos para perderla mejor a continuación. En
efecto, al no ser ya un «estado», la condición de agricultor
se convierte en una «suma» de tareas circunscritas en el
tiempo y en el espacio, a la manera del trabajo de un
obrero.
La diversificación, en fin, de las actividades substituye
a una pluridad de ritmos, solidarios de opciones profesio­
nales separadas y dados en el tiempo único e invariable de
la antigua sociedad. Anteriormente, el trabajo del artesa­
no o el comerciante obedecía al mismo ritmo que el del
campesino (por ejemplo, en primavera, por la mañana, an-

e•> El autor compa!'a la medición del «tiempo tradicional» con


la medición del verso en poesía ( escandir) ; notable sugerencia.
( N. del T. l
CIUDADANOS SIN CIUDAD 1 9 1

tes d e salir a los campos, durante l a pausa d e mediodía y


por la noche al regreso de las tierras) ; ahora, tiende a dife­
renciarse de él, puesto que ocupa plenamente a las perso­
nas que se dedican a estos menesteres (47). El ritmo de los
trabajos estacionales en las granj as de los colonos del Che­
lif chocaba igualmente con el ritmo de la agricultura tra­
dicional.
Los más pobres marchaban a la vendimia, mientras que
los otros descansaban y festejaban el fin de los trabajos de
recolección de los cereales. Desde entonces pudo conside­
rarse finiquitada la identificación del individuo a la tempo­
ralidad colectiva y, al mismo tiempo, al grupo y al mundo.
De pronto, el campesino se dio cuenta de que había sido
arrojado brutalmente fuera del ciclo habitual en el cual se
había instalado ( 48).
Los grupos de obreros de las granj as agrícolas de los
colonos son el testimonio de la plena maduración del mo­
vimiento de desarticulación que la política de reagrupa­
mientos ha acelerado, sin llevar hasta sus últimas conse­
cuencias.
En primer lugar, porque la duración del desarraigamien­
to ha sido demasiado corta para que pudiesen manifestarse
las transformaciones más profundas (49) ; además, porque
se daba un sentimiento muy intenso de que sólo se trataba
de una prueba temporal y provisional, hecho que reducía
la eficacia de la acción disolvente y perturbadora.
Un símbolo de la historia del campesino argelino du­
rante estos últimos diez años puede apreciarse también en
la aventura de esos obreros de la C.A.P.E.R. de Ain-Sultan.
Estos hombres, que han experimentado durante mucho tiem­
po la condición de asalariados, recuperaron, junto a sus
afines montañeses, el recuerdo de su pasado precisamente en
el momento en que la memoria colectiva amenazaba desapa­
recer baje los implacables golpes del desenraizamiento, la
dispersión y la desregulación del grupo. Todo separaba los
obreros agrícolas de las «gentes de la farqa, como ellos de­
cían : el mismo lenguaje, invadido por términos tomados
de prestado, las preocupaciones y los temas de conversa­
ción ; y hasta las tradiciones religiosas, atiborradas de for­
malismo mágico. Prueba de que la unidad del grupo ya no
se definía por la cohabitación en el mismo espacio y la
identidad de condiciones de trabajo y existencia, es el he-
1 9 11 EL DESARRAIGO

cho de que la corriente de enlaces matrimoniales era más


intensa entre las colonias de obreros agrícolas -aunque
estuviesen alejadas- que entre estos obreros y sus comu­
nidades de origen.
( 1 ) Pa ra no complicar excesivamente el análisis, sólo nos refe­
riremos a los datos pertinentes. Conviene señalar, sin embargo, que
l a unidad socia l elemental es más grande en la re¡¡ión de Collo
que en la del Chel if. En la re¡ión de Collo, la z,-iba (homólogo
estructural de la farqa) agrupa entre 100 y 500 personas, que se
consideran unidas por lazos de pa rentesco ( rea l o mitico). Estas
zribat siguen siendo unidades sociales muy «vivas», dotadas de sus
tradiciones p ropias y muy endogámicas. Hace tiempo que la tribu
ya no es el ámbito de las actividades socia les básicas, pero todo!I
l os individuos conocen las tradiciones que de ella orovienen. �:n
el Chelif, las unidades basadas en una 11,enea logía mítica, como Ja
tribu o l a farqa, se han dispersado en una oolva reda de unidades
familia res autónomas y con terruño sepa rado. El sentimiento de
pertenencia a una misma farqa es todavía muy intenso (algunas
zardat -ceremonias propias de una peregrinación- aún reunían
hace poco a todos sus miembros) ; por el contra rio, para la ma­
yoría de los individuos, la tribu no es más que una abstracción
vaga ; algunos incluso ignoran ya hasta su nombre.
(2) Un «reagrupado» de Cheraia observa : «Antes, los emigra ­
dos volvían de Francia para las faenas de la recolección y ma r­
chaban de nuevo a l acabar éstas ; ahora vuelven oara construil'
una barraca». Uno de sus interlocutores entra en la conversación :
«Antes vivíamos en ¡¡randes casas en donde cada hombre tenía su
a lcoba ; ahora nos exigen construi r dos barracas para cada jefe de
familia. ¡ Estos son gastos suplementarios para las familias que
tienen muchos casados ! ».
( a > Los repartos alimenticios (cuando se procede a distribuir
el trigo de la cosecha, por ejemplo) y las donaciones tienen ahom
un destinatario más preciso : la pareja.
(4) Khammés, obreros agrícolas y otros campesinos que no han
heredado tierra alguna , reconocen que en su caso no zaddi (unión >
ni bat't'u ( d ivisión ) : «No estamos unidos ni divididos» ; como no
tienen nada C?.Ue dividir, nada puede dividirlos : «Nada nos une,
nada nos divide. Es lo mejor que tenemos».
(5) En vísperas del reagrupa miento, la zriba Ain-Aghbel con­
taba con cuatro tiendas de ultrama rinos, una carnicería y un café
moro. Una de las tiendas servía al mismo tiempo de lu¡¡a r de ven­
ta del pan dej ado en depósito por un panadero de Collo, y en otra
había un molino. Todos los artesanos de la re¡¡ión residían en esta
zriha: un herrero, un zapatero, un chófer de tax i. dos transportis­
tas y cinco sastres.
(6) Además de la escuela francesa , ab ie rta en 1902. A in-Agh­
bel tenía una escuela coránica que estuvo abierta hasta 1957, en
cuya fecha el talab se ma rchó con los guerril leros. Lle¡ó a tener
sesenta a lumnos y los padres pagaban a l talab 300 francos (anti­
guos) por a l umno y mes. También habla un luga r de oraciones .
. (7) La desconfianza campesina hacia los «papeles» adquiere
CIUDADANOS SIN CIUDAD 193

dime1111iones insospechadas en una población casi totalmente anal­


tabeta. Un papel escrito es la «trampa» que el ciudadano, experto
en a rgucias burocráticas, tiende a la i¡norancia del campesino
para desanimarlo y robarlo ; mas como ocupa un luaar muy des­
tacado y determinante en las relaciones con la administración, P.se
mismo papel «posee» un valor sagrado a los ojos del campesino.
(8) El kilómetro 10, lu¡¡ar de implantación del centro de re­
agrupamiento, era una simple etapa en la carretera de Collo a
Constantina ; de esta via marcada por dos tiendas de ultrama ri­
nos, un café y un puesto de gasolina, salía una red de pistas y
senderos de mulos que conduela a las zribat situadas al i:>ie del
monte o arriba en la montaña. A menos de 500 metros de este
luga1·, y sobre los declives que dominan el Ued Lahma r (afluente
del Ued Gueblil, se escalonan las casas de la zriba Kerkera. Esta
ú ltima, por las mismas razones que A in-A¡¡hbel ( prox imidad de
la car1·etera de Collo, escuela, emigración a .li'rancia J, tiene un alto
grado de «urbanización» (sentido amplio). A sí, por ejemplo, la ma­
yoria de las casas son de piedra, algunas tienen un piso sob re la
planta y numerosas aberturas !puertas y ventanas con celosías > ,
techo, patio pavimentado, establo o u n a cuadra independiente de
las habitaciones reservadas a las personas. A lgunas fami l ias tienen
incluso pozo en e l patio.
l9J El agua es uno de los factores de oposición entre la exis­
tencia montañesa v la existencia en el llano. El ae;ua de la mon­
taña es «libre», abundante, fresca y pertenece en propiedad a cada
familia o a cada zriba y si rve para re¡¡a r las tierras. El a¡¡ua de
la llanura, obtenida de pozos o fuentes , estancada , tiene reputacion
de vehículo de enfermedades como fiebres y diarrea (ciertamente,
el agua de Tamalus y Kerkera es muy poluta ; los casos de disen­
tería y accesos febriles son muy frecuentes!.
U0J No es éste el momento de examina r la ló¡¡ica de este sis­
tema de enlaces matrimoniales ; obsérvese, sin embare;o, que di­
chos enlaces no son independientes de l as jerarc:iuías económicas
y sociales y se basan en el principio de que un homb re puede
tomar una mujer de condición inferior, pero no al revés.
l l l l En términos generales, los montañeses son los que más su­
fren con la politica de reagrupamiento ly en el mismo centro>.
En Kerkera, por ejemplo, los nativos de las zribat Ued El-Afia, EI­
Bir y Ojenan-Hadjem tenían sus barracas en la cima de la colina
que domina el reaarupamiento, en unas terrazas acondicionadas
por la D.R.S. ; para ir a por agua, las mujeres tenian que recorrer
cuatro kilómetros y salvar una cuesta con 45° de pendiente. «Esta
agua es ilícita ( h 'ram) -decia un hombre de Ued El-Afia- porque
está hecha del sudor de las muje res», y es ilícita también porque
sólo puede conseguirse al precio de la violación de numerosas pro­
h ibiciones : en la zriba, cada familia tiene su propia fuente ; la
común es siempre a ccesible por itinerarios dispuestos especialmen­
te para las mujeres y en horas estab lecidas por la tradición ;
en el centro del reagrupamiento, la fuente está situada mu­
chas veces en el centro del mismo «espacio masculino». Por
otra parte, los homb res aceptan con dificultad la tarea de aprovi­
sio nar de agua a la casa (faena específicamente femenina>.
194 EL DESARRAIGO

( 12) Los Medjdabi se dividían en seis grupos de propietarios.


Explotaban en indivisión 20 a 25 hectáreas ; des.!)ués del reagru­
pamiento, sólo un Medjdabi seguía siendo agricultor.
( 1 3) Actualmente, su terrufio está abandonado (de 80 a 100 hec­
táreas de üerra culüvable y 50 de bosques).
( 14) En el rea¡rupamiento esta familia sólo tiene un cultiva­
dor, que trabaja alrededor de una hectárea ; los demás dan su
tierra en arrendamiento.
( 15) «Ya sólo quedan aquí los muertos ; todos los vivos se han
marchado», dice un viejo de Matmata ; un rea¡rupado de Ain­
Aghbel, originario de Bekura, declara ( soñando probablemente con
la emigración a Francia) : «Sólo quedan los viejos y las mujeres,
los que no valen para trabajar ni aquí ni afuera».
(16) Los Merdja y los Djebabra, pues, se conocían mucho an­
tes de ser rea¡rupados : podían encontrarse en un café moro, en
la encrucijada de las pistas que conducen a las dos farqat, los
días de mercado ( lunes y viernes) o el domingo ( cosa más fre­
cuente). En invierno, cuando no podían llea;ar hasta su cemente­
rio (situado a dos kilómetros de Sidi-Mussa), los Djebabra ente­
rraban a sus muertos en el de Sidi-Abdeslam, en territorio Merdja.
El mercado de Matmata era también un lugar tradicional de re­
unión de los caIIlJ)esinos de los Beni-Fathem y los montañeses del
Djebel-Luch y Tighzirt. Todos estos grupos fueron reagrupados en
el mismo centro.
( 1 7) Parece que la idea que los individuos üenen del
grupo (y de sus dimensiones) tiende a favorecer la proliferación
de los comercios : superado un cierto nivel, el «cliente» singular
substituye a la clientela. La proliferación de comercios es uno de
los síntomas más significativos de bidonviUilation (movimiento ha­
cia la creación y extensión de las ciudades de barracas v chabolas).
( 18) La función que la mujer ha desempeñado en la guerra
y las responsabilidades manifiestas o clandestinas que ha debido
asumir -tanto a causa de la ausencia de hombres de la familia
como por una inquietud táctica-, han contribuido considerable­
mente a transformar la «civilidad» tradicional y la creación de un
nuevo tipo de sociabilidad.
09) El coeficiente presupuestario del gasto de tabaco es (con
relación a la cifra global de ¡astos) del 1 ,30 % en Djebabra, 9,9 %
en Kerkera. Asimismo, el coeficiente de consumo «exterior» (por
ejemplo, en el café) es de 0,8 % en Djebabra y del 3,5 % en Ker­
kera. El café y su particular tipo de sociabilidad parecen estar
relacionados con las dimensiones del rea¡rupamiento y el grado
de bidonviUisation.
(20) Las tres cuartas partes de los adj udicatarios interrogados
recurrían anteriormente a la ayuda de la mujer. Tradicionalmente,
cuando se reclutaban mujeres ajenas a la familia para ciertos tra­
bajos agrícolas, el pago se hacia en especie. Sólo se pa¡aba en
salario, cuando se trataba de tareas artesanales modernas ( costura,
reparación de colchones, etc.).
(21) Un hombre de Ain-Aghbel, de unos cincuenta años, dijo
a un encuestador francés que dudaba de si podía entrar en el patio
donde estaban reunidas las mujeres : « ¡ Hombre ! Han entrado los
militares, ¿y tú no vas a entrar?»
CIUDADANOS SIN CIUDAD 195

(22) Por ejemplo, un peón de sesenta y dos afl.os, despedido


por la S.A.S. el mismo dfa en que se llevaba a cabo la encuesta,
declara haber trabajado nueve dfas al mes a cambio de unos in­
gresos de 45 F ; dos de sus hijos están en Francia, el tercero -de
diecisiete afios-- ha frecuentado la escuela primaria y le gustaría
recibir una formación profesional. Un peón de treinta y cuatro
afl.os se declara parado, a pesar de que, si bien habfa sido despe­
dido, en el momento de la encuesta se dedicaba a vender melones
en la plaza de Kerkera (con lo cual demuestra que sabe el ca­
rácter ilusorio de esta actividad). Un antiguo fellah', propietario en
el aduar Tokla. se declara peón, a pesar de que la S.A.S. sólo lo
empleó unos dfas y que solfa trabajar en las campafias agrfcolas
de recolección.
(23) En Barbacha, la mayorfa de los que han recibido una
instrucción primaria. se han empleado fuera de la agricultura
(16 sobre 15) como obreros.
(24) Además de las pérdidas ocasionadas por el desplazamien­
to, el reagrupamiento ha trafdo consigo nuevos gastos. a veces
considerables, y soportados de modo desigual en relación con las
distintas categorfas económicas. Asf, por ejemplo, los jefes de fa­
milia ausentes en el momento del reagrupamiento -obreros emi­
grados a Francia, principalmente- tuvieron que pagar 300 F a la
mano de obra que era necesario contratar para construir un solo
chamizo (de ramas tapizadas de barro) (a veces se vieron obliga­
dos a volver expresamente para levantar la casa). Sin embargo,
el acceso al bosque fue poco a poco haciéndose más dificil, de
modo que los materiales comenzaron a escasear y asf hubo que
comprar madera (la viga principal llegó a valer 100 F), ladrillos
de tierra seca (0,13 F la unidad) y tejas (0,37 F la unidad). Una
pequefia habitación de paredes sólidas y cubierta con tejas, cos­
taba cerca de 1.000 F. Una barraca de 5 por 3,5 metros, dos metros
de alto, 600 F. El que tenia la suerte de recuperar las tejas de
la casa abandonada en la zriba, consideraba más económico recu­
brir la chabola con placas de hojalata (por lo menos se necesitan
veintidós placas, a 10 F la placa . . J. En este aspecto -como en
todos los demás-, la ayuda concedida a los «reagrupados» era
eminentemente selectiva. Las viviendas en las a¡lomeraciones ur­
banas se reservan para los harkis y mokhazni, después a algunos
privilegiados. Para conseguir una casita con alcoba y cocina en
la «ciudad de los mokhaznb, hay que pagar por lo menos 400 F,
o bien 200 F y veintiún días de trabajo en una de las obras en cons­
trucción. Los locales comerciales se obtienen previo pa¡o de 450 F.
(25) Las casas de estos responsables tienen todo el confort mo­
derno (agua, electricidad. etc.>. Al alcalde le ¡usta ensefiar a las
visitas su dormitorio. el comedor (atiborrado de cómodas y apa ra­
dores) y su salón.
(26) Algunas familias que habían podido ganarse un cierto
desahogo gracias a los ingresos remitidos por los emigrados y que
habían fundado pequefios comercios y hasta empresas artesanales
( molinos de cereales. de aceite, transportes, etc.>, han sufrido serias
pérdidas a causa del reagrupamiento. que, en algunos casos, se ha
convertido en ruina total, cuando se han negado a colaborar cor.
l a s autoridades civiles o milita res.
1 g6 EL DESARRAIGO

<27) «F.I ex ilio está en tu proph1 casa » ; «nuestra casa nos f!S
ahor11 extraña,.
(28) El campellino rico de otros tiempos. rico 1>o r la tierra y
para la tieri- a , ponía su ri(!ueza a l servicio de los valores camI>e­
sinos. Para satisfacer la moral camvesina rea lizaban desembolsos
de presti2io. HÍ, por ejemplo. distribución de .e rano en caso de
escasez, festividades suntuosas y en las zardat, los donativos a
loi;; zawiyat, etc. Lo!' advenedizos de hoy. cuya riqueza rara vei
se debe a la tierra, hacen malaba rismos !)a 1·a imita r a los ciudH•
clnnos y acentua r por todos los medios l a distancia que lei;; sepa rH
ele los campesinos.
1 29) Sólo se le echa en ca ra que corteje a las mujeres d(• In�
demás.
< 301 Ya hemos visto numcrmms c.i cmplos de transg rcsi1\11 de
In mora l ca mpesina, sobre todo en el as,!lectn económico : los há ­
bi tos de consumo. arirovisionarse en el mercado, l a actitud a ntr.
l a enfermedad y todas las conductas que suponen el cálculo eco­
nómico. por ejemplo, el pago de un sa la rio fl un hi.i o o herma ­
no. etc.
( 3 1 ) Conviene añadi r que la pfll'tc dedicada a autocnnsumn l'�
casi siempre mayor en Djebab rs1 (donde la agricultura se ha man­
l <•nidn mejor). porque la producción ngrícola es 1Jrooo rcionalmcn­
te más importante y, sin duda también, porque el imperativo de
auln<'onsumo (y la prohibición correlativa de compra r en el mrr-
1·adol si l!uc siendo más fuerte que en Kerkera. El aulncnn:-um•,
r1�presenta el 15 % del consumo de cereales en Djebab ra . el 1 .R •t
rn Kerkera ; el 74 % y el 45 % de la leche ; el 21 % y el 12 %
de la fruta. siempre respectivamente.
( 32) Kerkera es el único de los centros estudiados �uc tiene
un fü!ón.
(33> Es el mismo sistema de valores qu1? inspira II los cmi 1m1 •
rlos el sentimiento de que su a l imentación, demasiado abundante
y rica . es «ilícita» (h'ram) , es deci r. po rque «no la compa rten los
demás» < l os suyos. se entiende l. « ¡ Aquí comemos ca rne. y quizás
nuestros hi.ios no tienen ni pan ! Nuestro trabajo no «cundi rá» Cnn
se hi ncha rá -litera lmente-. a la manera de la pasta pa ra la sopa.
ta n «al!radecida » l porque comemos pan bla11 co (thá-azults, el pri­
v i lel!i(l. el favor> en comparación con lo que comen nuestras mu•
.i eres y niños». En esta lógica . el trabajo. incapaz de satisfacer !IU
primera y ---cada vez más- ún ica función -a sabe r, !)rocura r n
todos los miembros de la familii1 el bienesta r que asegura nor­
malmente en Francia--. tiende a oa recer a la consideración de
las gestes. inútil y absurdo. Esto ;xplica , entre otras razones. la
tendencia a emi g ra r !lOr familias enteras ( tendencia acusada des­
de 1 9561.
( 34> Los bu-11 i11a de hoy que no quieren ir a la casa de comi ­
das y que tampoco se atreven a correr e l riesgo d e hacer el ridícu­
lo llevando sus provisiones. se abstienen de todo a l imento. inclus1>
hasta cuando van al mercado a pie.
(35> De hecho, ha cambiado toda la actitud del ca moesino ha­
cia la ciudad y el ciudadano. En Collo. el me rcado se celebrabi1
todos los viernes ; los cam!:)esinos de la región acudían a vender
CIUDADANOS SIN CIUDAD 197

sus productos en gr11n número, a compra r, encontra rse con ah:uien.


arregla r un asunto personal o público. zanjar un liti¡¡io ante una
jem4a más grande. etc. Los restantes días de la semana la ciudad
l�ra algo «particular» de los ciudadanos ; entonces había un mer­
cado llamado «cubierto» y que el campesino no frecuentaba. Con
el tiempo, los hombres del campo se aficionaron a visitar con ma­
yor asiduidad la ciudad ; varias causas concurrieron : la bajada de
los montañeses al pie del monte, la inauguración de nuevas pist11s
y ca rreteras y la aparición de nuevas necesidades. El reagrupa­
miento trae consigo la desaparición de la costumbre de asisitir a l
mercado semanal d e los viernes. A falta de productos pa ra l a
venta, los campesinos van a l a ciudad y n o y a sólo a l mercado ;
algunos van incluso todos los días de la semana. El mercado rle
los viernes ya no marca el ritmo de la vida de los fellah'in ; cada
vez es menos frecuentado ; algunos a rtículos ya ni se encuentran.
como cereales y leguminosas, vendidos en los almacenes ; el ga ­
nado es cada vez más raro.
( 36) Un hombre de honor puede (por prurito de prestigio) de­
cidirse a hacer muchos gastos pa ra vestirse, pero no pa ra alimen­
ta rse. «Si está bien vestido -se dice-, se da la belleza ; todo el
mundo lo ha visto y él ha dado brillo :v belleza a los suyos ; s i .
p o r el contrario, h a comido bien, nadie lo sabe.»
(37) El reagrupamiento no aporta nada . ni tierras, ni trnh11.io
y ni Niquiera una organización de la ex istencia dife rente. Esk
hecho es una de las fuentes de la rebeldía que inspira. «Antes,
cuando estábamos en la mba, a varios kilómetros de la escuela ,
no se nos ocurría enviar allf a nuestros hijos. Ahora que estamos
tan cerca nosotros querríamos envia rlos. ¡ pero no hay sitio ! »
(Un montañés «reagrupado» en Ain-Aghbel.l
< 38) «Yo soy el espacio en donde estoy» . dice Noel A rnaud .
citado por Gaston Bachela rd, quien escribe : «Más allá de loN re­
cuerdos. la casa natal está i nscrita física mente en nosotros ; es un
conjunto de hábitos orgánicos. A veinte años de distancia, y a
pesa r de todas las escaleras anónimas. reencontraríamos los re­
flejos del «primer escalón». y volveríamos a subirlos sin tropeza r
en aquél un poco alto. Todo el ser de la casa se des!)le¡¡aría, fiel
a nuestro ser ( . . . ). La palabra hábito está demasiado usada par11
«representar» este apasionado enlace entre nuestro cuerpo, que no
olvida, y la casa i nolvidable». (La Poétique de l'espace, pág. 32).
( 39) El dukan de las zribat de la región de Collo mamado
lakdhar en Pequeña Kabyl ia) es la parte esencial del «equipo» de
las casas. Está hecho con los mismos materia les que la pared. es
decir, de tierra cruda, y • como esculpido en su espesor. Por esta
razón, los campesinos lo han tenido que abandonar (y a veces
destruir) al salir de sus casas para el rea grupamiento. Lo mismo
ocurre con las vasijas para el grano. El dukan servia de despens11
para guardar la galleta , el alcuzcuz y los demás platos y, sob re
todo. los utensilios, olla , plato de galleta . etc.
(40) «Estamos en una j aula de cañas» (anciana «reagrupada »
en Beni-Mansur). «Estamos amontonados como sa rdinas en lata»
(expresión literal de un «reagrupado» de Kerkera l. «Nos obligan
a construir con nuestras propias manos nuestra prisión» ( reagru-
l 98 EL DESARRAIGO

pado de Kerkera). «No sabemos en dónde estamos. ni a dónde


vamos ; vamos a ciegas como los que marchan por la noche. » (Un
antiguo comerciante, «reagrupado» en Kerkera.>
(41) Son significativas las metáforas empleadas para expresar
el vértigo experimentado ante los grandes espacios vacíos : «Yo
era como un grano» (gad h'abba) , o sea, perdido en un espacio
inmenso ; y también « . . . como (un hombre) tragado por una masa
de agua» (ghama.q ) .
(42) L a unicidad de los ritmos es uno d e los fundamentos de
la cohesión del grupo y una viva reprobación pesa sobre quienes
marchan a contra-compás ; unicidad que asegura también una for­
ma de previsibilidad de las conductas técnicas y sociales, funda­
mento del sentimiento de familiaridad.
(43) La ignorancia del cálculo económico y de la búsqueda del
rendimiento o la rentabilidad en el trabajo va implícita en la su­
misión indiscutida al tiempo de la rutina tradicional.
(44) La multiplicación de las relaciones burocráticas ha fami­
l i arizado a todos los individuos con las fechas, afl.os y meses, hasta
el punto de que ya substituyen a las estaciones y demás divisiones
del calendario tradicional. Ahora todos los jefes de familia saben
su edad y la de cada uno de los suyos.
(45) Ante el fracaso de los transportes colectivos, las autorida­
des militares decidieron expedir diariamente oases individuales.
Pero esta medida suscitó la misma dsconfianza y hubo que renun­
ciar a ella. Los campesinos de la C.A.P.E.R. o de las S.C.A.P.C.O. se
rebelaban contra el hecho de que -«semejantes a mujeres»- ellos
no podían decidir nada.
(46) Para entender la inpaciencia o la rebeldía de los fe­
Uah'in en la C.A.P.E.R. o las S.C.A.P.C.O., as( como en algunos
comités de gestión, es necesario comprender que para el campe­
sino cuenta más la libertad de organizar el t rabajo a su antojo
que la misma propiedad del suelo.
(47) Los comerciantes tienden cada vez más a renunciar a las
actividades a¡rícolas ; sus tierras las dejan a un hermano, un hijo
o un khamés. No faltan quienes están «todo el día sentados en su
silla», «a la sombra», provocando la ironía de los campesinos, que
ven en ellos personas ociosas («no dan golpe». «no tienen callos
en las manos», «no penan»> ; el local comercial está separado de
la habitación. de modo que el comerciante no puede contar con
la ayuda de la familia y debe adoptar un horario re&Ular (el rit­
mo de los pequeños comerciantes de los pueblos grandes o de las
grandes ciudades). Algunos comen en la misma tienda , con la puer­
ta entornada, y se amodorran en las horas que más aprieta el sol.
Otros vuelven a casa, tras cerrar la tienda.
(48) Es, sin duda. significativo que el campesino se ponga a
usar expresiones como «matar el tiempo» . «pasa r el tiempo» ; los
únicos que no se «aburren» son los bu-niya, ocupados en «mirar
la tierra».
(49) Como, por ejemplo. la ampliación del campo de enlacei,:
matrimonales, que la proximidad de los grupos hasta entonces
alejados habría podido (de creer a las apariencias) favorecer y
que el estudio estadístico desmiente (a propósito de las farqa re­
a grupados en Matmata y Djebabra).
CAPÍTULO VIII

MEZCOLANZA CULTURAL

«La tierra ya no le satisface. Al cielo no se pue­


de subir. 1
(Proverbio kabylia)

A los que, queriendo singularizarse, adoptan ostensi­


blemente ciertos modelos occidentales, los guardianes de la
tradición les reservan este dicho : «Quiere ir al paso de la
perdiz y ha olvidado el de la gallina». Pero hoy es todo un
pueblo el que, inseguro de su paso, camina vacilante y a
trompicones. La misma lógica de la situación colonial ha
hecho surgir un nuevo tipo de hombres que se dejan defi­
nir negativamente, por lo que ya no son y por lo que no
son todavía : campesinos descampesinizados, seres que se
destruyen a sí mismos y que llevan en su propia existencia
actual todos los contrarios.
La ruptura con la tradición campesina y el reniego del
espíritu campesino son la culminación de un proceso pura­
mente negativo que implica el abandono de la tierra y la
200 EL DESARRAIGO

hu ida a la ci udad o la resignada perm a n encia en una con­


dición devaluada y desvalorizada. Lo que sucede, pues, no
es la aparición de un nuevo tipo de relaciones con la tierra
y con el trabajo de la tierra. Es el fin de los campesinos
«acampesinados», y, sin embargo, todavía son raros los agri­
cultores modernos. En todos los pueblos quedan todavía al­
gunos «simples», obstinados en perpetuar un arte de vivir
en desuso ; también hay agricultores, pocos, capaces de di­
rigir su explotación según las reglas de la nacionalidad eco­
nómica moderna. Pero la oposición entre el campesino tra­
dicional y el moderno tiene sólo, ya, un valor eurístico y
define únicamente los polos extremos de un continuum de
conductas y actitudes separadas por una infinidad de dife­
rencias infinitesimales.

La coexistencia de los contrarios.

Un «obj eto» semej ante, ¿ no es un verdadero desafío al


análisis científico y no estará condenado a enfrentar des­
cripciones tan contradictorias como el objeto mismo? Es
demasiado tentador, en efecto, y difícilmente resistible, se­
leccionar -en función de intereses y valores tácitos o pro­
clamados- tal o cual aspecto opuesto de una realidad con­
tradictoria, para concluir que el campesino argelino está
i rremediablemente condenado al arcaísmo, o bien, que es
portador de aspiraciones e ideales revolucionarios. El j uego
de las viej as tradiciones de solidaridad -que empuj a a los
trabaj adores a llamar a sus parientes desocupados y que
aumentan considerablemente la desproporción entre la pro­
ducción y la mano de obra empleada (1)- compromete los
esfuerzos para aumentar la productividad en algunas gran­
j as de autogestión recientemente implantadas. En otras, los
campesinos instalados hace poco tiempo, experimentan la
tentación de resolver la contradicción a la manera de los
obreros agrícolas fij os de las fincas coloniales, es decir, sus­
trayendo a la explotación racional algunas parcelas que
servirían de soporte a los residuos de tradicionalismo y que
reunirían un contexto de explotación y posesión.
Pero los mismos obreros son los que. en algunos casos.
y en nombre de la lógica opuesta, protestan contra la igua­
lación de los salarios, que liquida toda correspondencia en-
MEZCOLANZA CULTURAL 20 1

tre la calidad y la cantidad del trabajo procurado y el pro­


ducto de este trabajo. En ciertos casos, estos hombres llegan
a actuar según la lógica estricta del cálculo racional y re­
ducen su esfuerzo proporcionalmente a la reducción de los
ingresos (2). Como puede observarse. esta realidad -con
preferencia a cualquier otra-, y mejor aún. sus facetas.
lleva en su seno trampas inevitables. en las que caen estos
espíritus acosados y recelosos.
En todos los campos de la existencia y en todos los nive­
les de la experiencia aparecen las mismas contradi cciones
-sucesivas o simultáneas- y las mismas ambigüedades.
Los modelos de comportamiento y el ethos económico im­
portados por la colonización. coexisten -en cada indivi­
duo- con los modelos y el ethos heredados de una tradición
ancestral : de donde se deduce que los comportamientos, ac­
titudes y opiniones se desvelan como fragmentos de una len­
gua desconocida, incomprensible tanto para el que sólo co­
nociese la lengua cultural de la tradición como para el q ue
sólo acudiese a la lengua cultural de la colonización. En oca­
siones, la lengua tradicional combina sus palabras según la
sintaxis moderna ; a veces, ocurre al revés y tampoco es
imposible que sea la misma sintaxis la que aparezca como
producto de una combinación.
Veamos un ejemplo. La sociedad tradicional consideraba
el trabajo como una función social. un deber que se imponía
a todo hombre respetuoso de sí mismo y de su honor -ante sí
y ante el grupo-, y ello al margen de toda consideración
de rentabi lidad y rendimiento : según la economía capitalis­
ta. la primera función del trabajo es procurar una renta en
dinero ; por tanto. obedece a la lógica de la productividad y
de la rentabilidad. Entre los subproletarios de las ciudade!'I
y los campesinos proletarizados de los campos. la actividad
pasa a ser simple ocupación, modo de hacer alguna cosa ( y
n o nada), a cambio d e u n beneficio (provecho) ínfimo o nulo.
Por consiguiente, la actividad no se dej a interpretar comple­
tamente ni en la lógi ca del interés y del provecho. ni tam­
poco solamente en la lógica del honor. A la manera de las
formas ambiguas de la Gestalttheorie . puede ser objeto de
dos lecturas completamente diferentes. según el «cuadro
de referencia» empleado para interpretar (3).
Pero la ambigüedad no está en la aprehensión del ob­
jeto, sino en el objeto mismo : como el subproletario, el
202 EL DESARRAIGO

campesino falsamente ocupado se refiere constantemente


�uando vive, piensa o juzga su condición- a dos lógicas
diferentes y hasta opuestas. Por donde descubrimos que
cada una de las descripciones unilaterales de la realidad
basta para dar razón de toda la realidad, pero no de lo que
constituye su esencia, a saber : la contradicción. Además,
para captar adecuadamente una realidad obj etivamente con­
tradictoria, hay que echar mano, simultáneamente, de dos
reveladores (*) contradictorios : la fidelidad a lo real con­
tradictorio prohíbe escoger entre los aspectos contradicto­
rios que constituyen (hacen) lo real.
Los obreros agrícolas que vivían en la finca del colono,
descubrían en el desdoblamiento una manera de escapar a
la contradicción que surgía ineluctablemente de su partici­
pación en dos universos extraños. Así. algunos trabajado­
res -tractoristas, podadores, hortelanos- atendían las
tierras del colono según los métodos de trabajo más racio­
nalizados y con las técnicas más modernas ; estos mismos
trabajadores, en sus parcelas (situadas en las lindes de la
finca del colono y cedidas por éste), recurrían a los usos
agrarios más tradicionales : hacían los trabajos con un tiro
(de bueyes, mulas o caballos) formado, por lo general, se­
gún el tradicional contrato de asociación (charka) . En mu­
chos trabajos, se unía todo el grupo según las reglas habi­
tuales de la ayuda mutua (twiza) y la mayor parte de las
faenas ocupaban a toda la mano de obra familiar, compren­
didos chicos y mujeres. Los productos de este cultivo, des­
tinados al consumo familiar, consistían casi exclusivamente
en cereales. A falta de estiércol o abono, los rendimientos
eran tan débiles como los de las tierras de la montaña, esto
es, cuatro o cinco quintales por hectárea (4). Finalmente.
a nadie se le ocurría introducir en su actividad de fellah'
las preocupaciones del obrero agrícola, por ejemplo, la re­
lación entre la cantidad o calidad del esfuerzo empleado y
el producto de ese trabajo (5).
Lo mismo ocurría con los fellah'in que se alquilaban pe­
riódicamente en la finca del colono. Este dualismo se expre­
saba en todos los dominios de la existencia, en la vida reli­
giosa, ocios y enlaces matrimoniales. De esta forma. un

( •) «Grille». en el texto original, Papel perforado para revelar


claves. <N. del T.>
MEZCOLANZA CULTURAL 203

residuo de tradicionalismo patológico, es decir, excesivo y


sin contexto, sobrevivía en el corazón mismo de la agricul­
tura, altamente racionalizada y mecanizada (6).
Este desdoblamiento adquiría formas todavía más su­
tiles en los adjudicatarios de la C.A.P.E.R. o entre los miem­
bros de las S.C.A.P.C.O. Instalados en tierras ricas y pro­
vistos de los medios de cultivo más modernos, todo concu­
rría a sugerirles la adopción de los fines últimos inscritos
en su actividad, por ejemplo, la rentabilidad y la producti­
vidad. No obstante, esto no era suficiente para determinar­
les a renegar totalmente de los fines y valores tradiciona­
les. Muy poco seguros de sí mismos y de su situación para
poder escoger, actuaban como si quisiesen acumular las
venta;as de los dos sistemas, de suerte que se les veía per­
seguir fines tradicionales con medios modernos o, a la in­
versa, perseguir fines modernos con medios tradicionales ;
o, aún más paradój ico, perseguir fines recíprocamente in­
compatibles, desde el momento en que se alimentaban de
dos lógicas opuestas. Esto quiere decir que si el campesino
ya sólo puede vivir en contradicción, entonces es que le gus­
taría tener al mismo tiempo este conj unto de seguridades
materiales y morales que la sociedad tradicionalista ---orien­
tada a la satisfacción, al menor coste y riesgo, de las nece­
sidades inmediatas- aseguraba al precio de una renuncia
al provecho máximo, y, además, las ventajas que la econo­
mía moderna sólo procura al precio de importantes inver­
siones y, muy a menudo, peligrosas.
Se comprende, pues, que el campesino argelino vea, en
esta doble referencia, razones de descontento, las cuales -a
pesar de ser exclusivas- se fortalecen y acentúan. Se com­
prende también su desesperada obstinación en hacer la elec­
ción imposible de no escoger entre las dos lógicas. Entre
los miembros de las S.C.A.P.C.O., por ejemplo, los antiguos
campesinos gustarían de utilizar los medios que normal­
mente están al servicio de la producción destinada al mer­
cado -tractores, abonos, etc.- para producir bienes desti­
nados a su consumo -trigo y cebada, por ejemplo-. Hay
otros que aspiran a utilizar los medios modernos, para culti­
var sus exiguas y pobres parcelas según la lógica tradicio­
nal, es decir, ignorando toda consideración de rentabilidad
y productividad. Lo más extendido es que los antiguos cam­
pesinos deseen salvar los encantos de la vida en la farqa
204 EL DESARRAIGO

(fiestas, reiaciones sociales, etc.) a los que evocan con noi;­


talgia Y, al mismo tiempo, beneficiarse de las ventaj as que
procura el rigor racionalizado del trabajo según la lógica
capitalista.
Lo curioso es que, al parecer, las inconsecuencias son,
quizás, lo que les permite soportar (ya no superar) la con­
tradicción de la que son producto. ¿ Puede el campesino des­
campesinizado perpetuarse como tal, si no es en y por la
contradicción? «Si el campesino contase (si calculase) -dice
el proverbio kabylia-, no sembraría». Por tanto, el que ha
hecho un cálculo y sigue sembrando, comete un absurdo ;
su antepasado, que sembraba sin contar, escapaba pura y
simplemente a las consideraciones de la lógica económica.
Y si se esforzase en modernizar las técnicas empleadas y
racionalizar los medios de producción, el campesino no con­
seguiría otra cosa sino fortalecer el absurdo fundamental
de su situación, pues lo que ofende a la lógica de la econo­
mía racional es el hecho mismo de seguir cultivando una
tierra poco rentable (7).
El campesino «acampesinado» se había adaptado a una
tierra de la que sólo esperaba -como una gracia- los me­
dios para vivir o sobrevivir ; el campesino «descampesini­
zado», por el contrario, está condenado a la contradicción,
pues persigue un imposible y, sabiéndolo, no tiene otra elec­
ción que la perpetuación ficticia de las rutinas trad iciona­
les, o bien, la innovación que redobla (sin superarla) la con­
tradicción que el espíritu de cálculo ha hecho · surgir (8).
Los economistas olvidan esto, cuando denuncian los aten­
tados a la racionalidad económica que cometen los campe­
sinos, y no solamente en Argelia. ¿ No es cie estas extorsio•
nes a la lógica económica de donde sacan los campesinos
sus arrestos para proseguir su empresa, por poco rentable
que sea? También, por ejemplo, el puntillo de honor es lo
que prohíbe el abandono de la propiedad ancestral y lo que
conduce a conductas de prestigio capaces de arruinarla ; la
tentación de la ostentación aumenta en ocasiones a medida
que la crisis de la agricultura se agrava.
El campesino descampesinizado no puede resucitar la
agricultura tradicional ; lo único que puede hacer es, me•
diante el procedimiento de engañarse a sí mismo, perpe·
tuar su apariencia. Esto es igualmente cierto de los campe­
sinos de Aghbala o Dj amaa-Saharidj como de los adj udica-
MEZCOLANZA CULTURAL 205

tarios de la C.A.P.E.R. o de las S.C.A.P.C.O. y de los mismos


obreros de las granj as de autogestión. Unos y otros tienden
a regresar a la condición de campesino tradicional o a su
apariencia, más que a reinventar el nuevo sistema de mo­
delos que exige la adaptación de una nueva agricultura ;
esto se debe, sin duda, a que todavía están más próximos
del campesino tradicional que del agricultor nacional.
Los campesinos de las regiones no afectadas por el cho­
que directo de la colonización, ya no pueden ignorar el ca­
rácter ilusorio del cultivo de las tierras altas ; tampoco pue­
den seguir cultivando tierras pesadas con los medios tra­
dicionales que convenían a una buqaa (parcela) o a un
ah'riq. La contradicción reside en la situación misma, bien
porque la tierra no pueda producir lo suficiente para j us­
tificar el uso de técnicas tradicionales, bien porque no se
disponga de los medios de sacar a la tierra todo lo que ella
podría producir.
Pero, más profundamente, la contradicción está en los
campesinos mismos. Si el campesino argelino no se decide
(o no puede) escoger entre los dos sistemas y si desea bene­
ficiarse de las ventaj as de uno y otro, entonces es que no
puede captar (aprehender) en cuanto tales ( en sí mismos)
ni a uno ni al otro. Del sistema económico moderno
ha recogido lo exterior de sus manifestaciones exteriores ;
por tanto, una visión mutilada del mismo que le lleva a
captar solamente sus relieves sin contexto (9) ; del sistema
tradicional no le quedan más que fragmentos dispersos, re­
sistencias y temores más bien que un espíritu vivo. En una
palabra, como no puede articular bien las dos lenguas cultu­
rales (para poder separarlas netamente), se condena a las
interferencias y contradicciones que dan lugar a la actual
mezcolanza cultural.

El clavo de Djeha ( 10)

El sistema de contradicciones necesarias que el fellah'


lleva en sí, aparece esplendoroso cuando desaparecen las
condiciones de su constitución. Mientras duraba el sistema
colonial, el campesino descampesinizado estaba condenado
a escoger entre las dos lógicas, pues no podía aprehenderlas
cada una por separado y en tanto que tales y -de haberlo
206 EL DESARRAIGO

hecho- no tenía los medios de realizar hasta sus últimas


consecuencias la elección de la racionalización. En efecto,'
no se puede emprender prácticamente el esfuerzo de do­
minar el futuro más que si están dadas las condiciones in­
dispensables que favorezcan un mínimo de posibilidades de
éxito. Mientras esto no ocurra, la única actitud posible es
el tradicionalismo forzado, esencialmente el tradicionalis­
mo «tradicional», porque implica la conciencia de la posi­
bilidad de actuar de otra manera y de la imposibilidad de
ejercer esa posibilidad.
Con la abolición del sistema colonial han desaparecido
las causas objetivas de las contradicciones de la conducta,
al menos parcialmente, puesto que los campesinos han re­
cuperado la propiedad de la mayor parte de las tierras de­
tentadas por los colonos, pero sin que desaparezcan al mis­
mo tiempo todas las contradicciones. Las incoherencias que
acusaban las conductas y las aspiraciones de los campesi­
nos de la C.A.P.E.R. o de las S.C.A.P.C.O. remitían clara­
mente (demasiado claramente quizás) a la contradicción
que encerraban estas instituciones, negaciones ficticias del
sistema colonial al que servían y que, a su vez, las hacía
posibles. Tanto el observador como los mismos campesinos
podían esperar razonablemente la desaparición de las con­
ductas patológicas, en cuanto desapareciese su causa pató­
gena. Si las contradicciones que amenazan hoy las empre­
sas de socialización de la agricultura desconciertan, enton­
ces es que el conjunto del contexto histórico favorece
(incluso entre los responsables de la política argelina)
la ilusoria esperanza de que, por una especie de brusca
mutación, el decisivo cambio de las condiciones de existen­
cia (y, más concretamente, en el caso de la agricultura, de
los modos y relaciones de producción) implicará automáti­
camente una transformación decisiva de las conductas e
ideologías que aquéllas favorecían (11).
La seducción de esta ingenua representación de la rea­
lidad social y de la lógica de su transformación se ejerce
con una intensidad particular sobre una sociedad que, ha­
biendo alcanzado su descolonización al término de una gue­
rra de liberación larga y terrible, aspira a realizar por to­
dos los medios -incluso mágicos- una ruptura decisiva
con un pasado vencido y renegado ; y, más precisamente,
esta seducción triunfa sobre la pequeña burguesía intelec-
MEZCOLANZA CULTURAL 207

tual, detentadora de la mayor parte de los puestos de auto­


ridad y que, por lo general, tiene del campesino una ima­
gen despojada de su esencia histórica.
El sistema colonial perdura en la medida en que las con­
tradicciones que él ha dejado tras de sí no han sido efec­
tivamente superadas ; para lo cual es necesario, naturalmen­
te, tomar conciencia de ellas y afrontarlas como lo que
son (contradicciones). Ahora bien, la lógica de la descolo­
nización (negación alimentada por lo que niega, que lleva
su sello) inclina a la pequeña burguesía de burócratas a
negar mágicamente -como fantasmas vergonzosos del co­
lonialismo difunto- las contradicciones de lo real, más bien
que a esforzarse en superarlas en una acción práctica orien­
tada por un conocimiento adecuado de lo real.
Pero la imagen idealista e idealizada del campesino no
puede resistir mucho tiempo la prueba de la realidad ; y la
creencia en la espontaneidad de las masas rurales corre el
riesgo de transformarse en una concepción más pesimista,
sin que por ello sea más realista. ¿ No observamos ya la
aparición de una oposición entre el «socialismo liberta­
rio» ( 12) del sector autogestión -amenazado por las tensio­
nes entre las exigencias populares y las intervenciones bu­
rocráticas- y un socialismo autoritario que goza de la be­
nevolencia del ejército?
En cualquier caso, al campesino «concreto» le ha substi­
tuido una abstracción. En efecto, la arbitraria selección de
aspectos, que sólo existen como elementos de una realidad
contradictoria, supone que se disocia al campesino de las
condiciones de existencia que han hecho de él lo que es en
la actualidad. Para conceder algún valor a las profecías es­
catológicas que ven en el campesinado de los países coloni­
zados la única clase verdaderamente revolucionaria (13),
hace falta antes ignorar por completo la condición de los
obreros agrícolas y de los campesinos descampesinizados,
asediados por la incertidumbre del mañana, imposibilitados
de encontrar, en un mundo que los aplasta, un principio de
realización de sus esperanzas, y cuya única libertad consis­
te en expresar su rebeldía mediante trampas en la produc­
ción y las astucias cotidianas que, poco a poco, minan su
sentido de la dignidad (14).
¿ O es que habríamos de suponer, por una nueva abstrac­
ción, que los efectos de la explotación económica y la des-
208 EL DESARRAIGO

posesión cultural desaparecen al mismo tiempo que su cau­


sa? En realidad, es cosa bien sabida, los diferentes niveles
de la realidad social no se transforman necesariamente al
mismo ritmo y las maneras de actuar y pensar pueden so­
brevivir a un cambio de las condiciones de existencia. Se
puede liberar al campesino del colono y no liberarle de las
contradicciones que la colonización desarrolló en él.

Dos abstracciones contradictoTias

La colonización quitó al campesino algo mils que su tie­


rra ; le despojó de un bien difícilmente recuperable por
medios mágicos y al que no se trata sólo de re-hacer, sino
de hacer pura y simplemente : su cultura. Devuelto a la po­
sesión de una tierra profundamente transformada, que se
le propone, por tanto, como un sistema de exigencias ob­
jetivas, el fellah' se encuentra de pronto encarado con la
tarea de crear el sistema de modelos de comportamiento y
pensamiento que le habrán de permitir adaptarse a esta
nueva situación. Mientras no recupere la posesión de sí
mismo mediante la elaboración de una nueva cultura co­
herente, el campesino argelino podrá, sí, pisar la tierra del
colono, cultivarla o recoger sus frutos, pero no tomará po­
sesión de ella ; es lo mismo que les ocurre a esas familias
trasladadas brutalmente de la bidonville a un piso dotado
de confort moderno (aunque sea mínimo) : no consiguen
tomar posesión (identificarse) del espacio nuevo y bidonvi­
lLisent (convierten en una barraca) su piso, precisamente
porque todavía no han podido modernizar su modo de vida,
faltos de los recursos necesarios y de la capacidad de adop­
tar el sistema de conductas y actitudes que exige la habi­
tación moderna. Igualmente, los campesinos descampesini­
zados corren el riesgo de regresar a sistemas de adaptación
más rudimentarios -pero más «confortables», más seguros
para ellos-, bien reintroduciendo las técnicas y costum­
bres agrarias más tradicionales, bien comportándose como
simples obreros, sin esperar de su trabajo otra cosa que su
salario.
Los partidarios del socialismo autoritario y los del so­
cialismo libertario encontrarán, en una realidad de doble
cara, argumentos favorables a las respectivas representa-
MEZCOLANZA CULTURAL 209

ciones a bstractas -aunque parciales- que hacen y tie­


nen de lo real. Los defensores de la «democracia por la
base» (según la expresión oficial) pueden invocar, y con
razón, la aspiración de los campesinos a tomar posesión de
las tierras del colono y dirigirlas como si fueran suyas. Mas,
en la práctica, ¿ no contradice la organización de estos co­
mités de gestión esa misma aspiración? En efecto, los cam­
pesinos son muy sensibles a las múltiples ingerencias -a
menudo torpes- de los innumerables tutores que los ro­
dean de una solicitud engorrosa y cargante : prefecturas,
subprefecturas, organizaciones locales del partido, U.G.T.A.,
«directores», «encargados de gestión», S.A.P. (15), etc. En
muchos casos, la relación con la burocracia delegada por
la autoridad central, percibida como un «extraño», un ciu­
dadano o un intruso, es para los antiguos obreros agríco­
las ocasión de actualizar la relación que mantenían con
el colono o, más bien, con los ingenieros agrícolas de la
C.A.P.E.R. o de las S.C.A.P.C.O.
Esto quiere decir que, a los ojos del campesino, la pose­
sión de la tierra sigue siendo abstracta y ficticia en tanto
en cuanto no se traduzca en «señorío de Ia tierra» : es decir,
en la libertad de organizar soberanamente todos los mo­
mentos de la actividad agrícola, la producción y, finalmen­
te, la comercialización (16). Las limitaciones de poder y las
innumerables ingerencias alteran el sentimiento de pose­
sión y conducen al campesino, inseguro de su relación con
la tierra que cultiva, a comportarse como en el pasado :
como un asalariado. En el caso de que obtenga todo tipo de
garantías, tiene el sentimiento de ser robado, menos en sus
ingresos y rentas que en sus derechos de propietario (17).
En resumen, el socialismo libertario se arriesga a obtener
fines opuestos a los que persigue explícitamente y a termi­
nar reinstalando a los campesinos en la condición de obre ­
ros tan poco interesados por su trabajo como les sea posi­
ble : un trabajo cuya organización corre por cuenta de otros
y del que sólo esperan un salario regular.
La decisión que establece de modo uniforme un salario
de 7 F diarios -sea cual fuere la cantidad y calidad del
trabajo proporcionado-, actúa sin duda en el mismo sen­
tido. Efectivamente, los campesi nos están ya bastante acos­
tumbrados a la práctica del cálculo económico y relacio­
nan espontáneamente la cantidad de trabajo proporcionado
2 1 O EL DESARRAIGO

(según su calidad) con la remuneración percibida. Se sabe


que en muchos lugares, los obreros pagados anteriormente
al destajo han reducido su producción proporcionalmente
a la reducción que había sufrido su salario ; se sabe tam­
bién que el nivelamiento de los salarios, a despecho de
las diferencias de cualificación, suscita vivas resistencias.
¿ Cómo puede considerarse suficiente, para interesar a los
miembros de los comités de gestión en la empresa colec­
tiva, presentar el jornal como una deducción de los bene­
ficios? En realidad, es tanto como pedir al campesino que
adopte, ante la actividad agrícola, una actitud que le es to­
talmente extraña ; su escepticismo, lejos de expresar sola­
mente su desconfianza hacia el Estado, encarnado en el di­
rector, es constitutivo de su actitud frente al futuro ;
además, ¿ cómo se le puede exigir, sin una larga educación
previa, que comprenda y manipule nociones tan complejas
y tan profundamente extrañas a su tradición cultural, como
las de cooperación y beneficio colectivo (18), que sepa dis­
tinguir entre gastos de funcionamiento, inversiones desti­
nadas a la empresa colectiva e inversiones de interés gene­
ral o, simplemente, entre el producto de la venta de las
cosechas y el beneficio neto?
Este sistema, encarado con la prueba de lo real e ins­
pirado por una ideología populista, se traduce -por una
transposición del por o el contra- en una organización de
tipo autoritario. A la autogestión sucede progresivamente
-y muy lógicamente- lo que los j uristas romanos llama­
ban negotiorum gestio : el tutor, es decir, el Estado, actúa
en lugar del pupilo, que no ha salido de la minoridad y su
poder no conoce otro límite que el de rendir cuentas. Po­
demos preguntarnos si la «desconfianza campesina» que in­
vocan tan de buena gana los observadores, es algo distinto
de la natural respuesta a una desconfianza oculta hacia el
campesino real : desconfianza disimulada bajo la capa de
la generosidad y el respeto hacia el campesino i-rreal u,
si se prefiere, ideal.
Los partidarios del socialismo autoritario tendrán sus
mejores argumentos en la constatación de las contradiccio­
nes que hace surgir la auto-gestión. Tratar explícita y deli­
beradamente a los trabajadores como asalariados -totalmen­
te excluidos de la gestión y sin participar en los beneficios­
tiene, al menos, la ventaja de que ahorra las ambigüedades
MEZCOLANZA CULTURAL 2 1 1

o duplicidades de las elecciones «orientadas» o los conflic­


tos y tensiones entre los representantes elegidos por los
trabajadores y los burócratas. Al mismo tiempo, la expe­
riencia muestra muchos casos, se gana en rendimiento y
rentabilidad. Más todavía, si los autogestionistas pueden ar­
güir que su sistema está orientado a la satisfacción de la
muy fuerte aspiración campesina a cultivar las tierras re­
cuperadas al colono en cuanto «señor de la tierra», tam­
bién los socialistas autoritarios están autorizados a sostener
que los campesinos descampesinizados aspiran a la seguri­
dad que les procura un salario regular y a la condición de
«obreros-campesinos».
Es indudable que el socialista autoritario tiene el méri­
to de llamarse lo que en realidad es ; ¿ pero no tiende a
substituir en realidad al colono por una burocracia estatal?
;, Qué beneficio duradero sacarán los obreros agrícolas de
la independencia. si no se convencen de que sus bajos sa­
larios son necesarios y libremente aceptables en nombre
de la. revolución? ¿ Por qué asombrarse de que permanez­
can sordos a la exaltación de la «conciencia socialista»?
¿, Qué hay de extraño en el hecho de que -comportándose
como simples asalariados movidos por el incentivo del má­
ximo de beneficio- midan (calculen) su esfuerzo en razón
de los ingresos que perciben y que, en su lucha larvada
contra el Estado-patrón, usen las tradicionales armas del
subproletariado, la bribonería, el truco y hasta el frau­
de? ( 19). Sería, sin duda, exagerado decir que la pequeña
burguesía ilustrada utiliza cínicamente el lenguaje revolu­
cionario como un instrumento de explotación ; sin embar­
�o. es igualmente innegable que el socialismo autoritario.
es decir. centralizado y burocrático, al cual se orientan
-por una elección explicita o por la fuerza de las cosas­
las diferentes experiencias argelinas, sólo sirven los inte •
reses de esta pequeña burguesía ligada en parte con la bu­
rocratización. dando una justificación técnica e ideológica
a su autoridad y privilegios y poniéndola al abrigo de las
exigencias impacientes y. muchas veces, incoherentes de los
subproletarios del campo y de la ciudad.
Pero. además. si se tiene en cuenta que la renta indivi­
dual media de los agricultores era. en 1960. de 160 F y la de
los asalariados agrícolas de 132 F (referida a todo el terri­
torio de Argelia) y que el 87,1 % de los agricultores y el
2 12 EL DESARRAIGO

89.4 N, de los obreros agrícolas tenían una renta mensu al


inferior o igual a 200 F, se comprobará q ue. con sus 7 F dia­
rios (210 F el mes) -a los que hay que añadir las primas
y, eventualmente, los beneficios-, los fellah'in de las fin­
cas que trabajan en régimen de autogestión. son verdaderos
privilegiados a los ojos de los trabaj adores eventuales (o in­
termitentes), khammés, pequeños campesinos sub-emplea­
dos y la masa de individuos parcial y falsamente ocupados.
Desde ahora. puede afirmarse q ue exi ste una gran decep­
ción entre todos aquellos q ue no han «sacado» de la inde­
pendencia todo lo que esperaban : a saber, la tierra. Igual­
mente. aumentará la tensión entre los «privilegiados» de
las fincas de autogestión y los trabaj adores temporeros.
excluidoi, de un cierto número de ventajas económicas y
políticas (por ejemplo, la elección de delegados). De esta
forma. a pesar de que el envite económico y político que
representan las experiencias de autogestión -puesto que
m;pira a preparar el porvenir de la agricultura moderna y
abre la posibilidad de i nventar una organización de las re­
laciones de producción j usta y eficaz-, el sector de auto­
�cstión no puede ser considerado como un imperio dentro
de un imperio : dej ar que se desarrolle una disparidad de­
masiado marcada entre una agricultura rica -q ue asegure
rC'ntas regulares y relativamente elevadas a una minoría
de trabaj adores fijos- � la gran masa de población rural
tra erá consigo la perpetuación, bajo una u otra forma, de
la contradi cción que acosaba a la sociedad colonial y
m·clerará la descampesini zación. provocando la aparición
·--como al_qo inscrito en la naturaleza de las cosas- de la
du alidad de las agri culturas en presencia y terminando de
convenC'er a los fellah'in situados en . las má r�enes de las
tierras ricas. que están i rremed i ablemente con denados a la
economía de subsistencia y al tradicionalismo del desespere:, .

1':l educador '!1 la burocracia


Mas, en defin itiva. ;, en q ué med ida son compati bles los
obj etivos de un a polí t i ca racional con los objetivos C'Ontra­
dictorios q ue llevl:l en sí mismo, en estado virtual. el cam­
pesino argelino? Por razones políticas y económicas, una
acción racional ha de conciliar aquellos fines y medios sus-
MEZCOLANZA CULTURAL 2 13

ceptibles de entrar en contradicción pero que no son intrín­


secamente incompatibles. En primer lu�ar. parece indis­
pensable la intervención de la autoridad central : en todo
caso, es inevitable. bien se lleve a cabo a través de una
burocracia, un sindicato, un partido o un cuerpo de técnicos.
Referimos esto en primer término porq ue. abandonados
a sus propios recursos. los camnesinos instalados en las
.� randes fincas abandonadas por la colonización y, con ma­
yor razón. todos los demás, correrían el riesgo de volver
al modo de producción más tradicional. a falta de medios
técnicos y financieros. Bien saben ellos que estos medios
constituyen la condición necesaria de la modernización y
racionalización de la agricultura. Y. además, como toda su
actitud hacia el mundo (actitud li.� ada a sus condi<'iones de
existencia gracias a la conciencia que tienen de éstas) �•
toda su tradición cultural les empuja a escoger el máximo
de seguridad, el resultado sería una disminución del pro­
vecho y beneficio que obtendrían de la nueva situación (se­
�uimos en el supuesto de que los campesinos han sido aban­
donados a sus posibilidades) más que un aumento del be­
nefi cio en perj uicio de la seguridad. ¿ Acaso no hemos con­
templado. en el valle de la Summan, por ejemplo, cómo los
campesinos se constituían espontáneamente en comité de
�estión y se repartían la finca de un colono en parcelas
apenas capaces de alimentar a una fam ilia para cultivar.
según las técnicas más retrógradas, tri�o. cebada y legumi­
nosas, hasta que intervino la autoridad central? (20).
Mas la intervención no puede limitarse al campo eco­
nómico. puesto que las opciones económicas son también, y
esencialmente, opciones culturales. Encerrado en la contra­
dicción. el campesino no puede tener una representación
adecuada de su condición y, menos aún. de las contradic­
ciones de esta representación. Corresponde a una élite re­
volucionari a definir con él (y no por él) lo que tiene que
ser en y por un a acción orientada según una teoría siste­
mática y realista . es decir, teniendo en cuenta todos los
aspectos, incluso contradictorios, de lo aue él es.
No obstante, nos arriesgamos a que el medio (!Ue requie­
re la realización de los fines económicos y culturales. a ,;a­
ber. la intervención exterior, entre en contradicción con
los fines mismos a los que dice servir. En el supuesto de
que sea cierto. como ya vimos, que el campesino identifica
2 14 EL DESARRAIGO

el «señorío del campo», condición de su adhesión, con la


libertad de hacer su trabajo como mejor le parece, enton­
ces una intervención destinada a organizar y estimular su
actividad conforme a los imperativos culturales definidos
más arriba, se expone a no conseguir la adhesión, apoyo y.
en definitiva, la participación de los campesinos. ¿ Cómo.
pues, realizar una revolución económica y cultural, sin la
entusiástica participación de las masas? ¿ No habrá que
crear en los dos casos una nueva ética que exalte la pro­
ductividad y el espíritu de sacrificio? ¿ Se debe y se puede
escoger entre una de estas dos opciones citadas?
Sólo una acción educadora, total en todos los órdenes
(integral), puede superar las contradicciones, sin negarlas
mágicamente mediante la ficticia conciliación de los con­
trarios. Esta acción supone primero, como hemos visto, una
definición clara y realista de los fines que se oersiguen, y
también una teoría sistemática de la realidad económica
y social, fundamento de un programa metódico y progresi­
vo. Mas conviene tener en cuenta que no basta un exhaus­
tivo reglamento previsor de todos los casos, para considerar
bien respaldada la tarea del educador concreto. En una si­
tuación revolucionaria, cada educador ha de ir creando, día
a día, el contenido y la forma de su acción de enseñanza
(es decir, de incentivos y de organización) y su formación
previa le habrá de dotar, por encima de todo, de los medios
para llevar a cabo esta creación continua. Lo propio de la
acción educativa. en su forma ideal, es precisamente el sa­
ber adaptarse a las aptitudes y aspiraciones de aquéllos a
q uienes se pretende educar y transformar, por tanto, cono­
cerlos y respetarlos ; también la de definir. en cada caso.
un sistema de exigencias a la medida de esas aotitudes y
aspiraciones, así como a su transformación bajo la influen­
cia de la acción educativa : en una palabra. lo propio de
una acción educativa es prohibirse proponer de modo arbi­
trario exigencias definidas abstractamerite por suj etos abs­
tractos.
De esta forma, a la acción centralizada de una burocra­
cia rígida, sucederá una acción particularizada. directamen­
te adaptada a cada una de las situaciones particulares y n
cada uno de los hombres singulares. Una cultura auténti­
ca, sistema de modelos del comportamiento económico y
social. coherente y compatible al mismo tiempo con las con-
MEZCOLANZA CULTURAL 2 15

diciones obj etivas, sólo puede elaborarse en una confron­


tación permanente entre las aspiraciones de los campesi­
nos y las exigencias de las élites, responsables de la deter­
minación y realización progresiva de fines racionales.

(1) En las S.C.A.P.C.O. y en las explotaciones de la C.A.P.E.R.


podían observarse ya numerosos ejemplos análogos de transferen­
cia de esquemas de comportamiento tradicionalistas a la lógica
moderna. Un «reagrupado» originario de Ain-Sultan. demasiado
viejo sin duda para convertirse en adjudicatario, se cree con de­
recho a declararse fellah' plenamente ocu!)ado !)orque, a pesar de
los reglamentos de la C.A.P.E.R. prohibiendo la utilización de
mano de obra ajena a la pro!)ia familia. ayuda a su hermano más
joven a explotar la pequefia propiedad adquirida por mediación
de la C.A.P.E.R. La solidaridad familiar y los hábitos de la pro­
piedad indivisa <la indivisión pasó por un !)eríodo de ¡rave crisis
a causa de la dispersión de la familia, pero los hermanos nunca
han reconocido expresamente este hecho) arruinan constantemen­
te las prohibiciones draconianas Oas de abandonar el reagrupa­
miento) y las medidas aparentemente inspiradas por el cálculo y
la racionalidad económica (explotación exclusivamente familiar de
las parcelas de la C.A.P.E.R.). Solamente en función de la lógica
tradicional puede com:prenderse la actitud de los «a¡ricultores de
la finca de Saint-Yves, los cuales ¡ estarían dispuestos a vivir dos
familias en la misma unidad de cultivo ! », y no -como se inclina
a suponer el relator de la Comisión de renovación rural- a la
excesiva admiración que suscita la reforma emprendida por )a
C.A.P.E.R. (Cf. J.0.R.F. . Edición de documentos administrativos :
afio 1981, núm. 8 del 8 de marzo de 1961 , pág. 234).
(2) No seria difícil multiplicar ejemplos análogos. En los Mo­
linos Amiruch de Elharrah, tras un mal comienzo. el comité de
gestión está asistido por un consejero técnico que se esfuerza oor
restablecer la situación : la hoja de instrucciones está llena para
todo un afio. Los fondos de circulación ascienden a 1.000.000 F. Al
saber esto, los obreros han amenazado con interrumpir el trabajo
y exigen que se les dé su parte diciendo «que volverían a trabajar
cuando tengan necesidad de dinero».
(3) El detalle de estos análisis se encuentran en Travail et tra­
vailleurs en A lgérie, parte II. cap. l.
(4) Conductas en apariencia idénticas -ayuda mutua y coope­
ración, constitución de reservas. ahorro. previsión- son absoluta­
mente distintas y corresponden a dos sistemas completamente ex­
trafios (Cf. Pierre Bourdieu. «La Société traditionnelle. attitude
A l'égard du temps et conduite économique», Sociologie du travail ,
enero-marzo 1963, págs. 24-44).
(5) Esta descripción se apoya en relatos de obreros agrícolas
reinstalados en la C.A.P.E.R. de Ain-Sultan y en la S.C.A.P.C.O.
del Morabito Blanco.
(6) Gracias a este desdoblamiento. los obreros podían eludir
(de manera casi mágica) los des�arramientos (!Ue habría implica ­
do todo esfuerzo conducente a unificar una experiencia doble y
2 16 EL DESARRAIGO

contradictoria. Por su parte, al colono esto le venia a la medida.


pues mientras esta mano de obra siguiese a1lf como «reserva» cul ­
tural tradicional, no tendría los !)roblemas <?Ue le habría plantea ­
do una población obrera animada de un espíritu reivindicativo. Ade­
más, el colono podía pretextar las «ventajas en especie» que con­
cedía a sus obreros para justificar salarios muy bajos (aproxima­
damente un 30 % inferiores al S.M.I.G. a rgelino) y para i¡¡norar
las limitaciones de la duración de la jornada de trabajo. Final­
mente, estas parcelas eran un excelente medio de ex!)lota r a los
obreros. lil!ándolos por una apariencia de generosidad y por l a
siempre pendiente amenaza d e privarles d e una tierra que les
permitía tener la ilusión de que todavía eran campesinos privados.
(7) Entre los agricultores de la C.A.P.E.R. de Ain-Sultan v
Lavarande y de la S.C.A.P.C.O. del Morabito Blanco, los antiguos
.fellah'in son más conformistas C!,Ue los antiauos obreros agrícola s
d e estas mismas fincas. Loi:; primeros pensarán que el aumento
relativo de sus rentas les compensa del abandono de tranquilas
rutinas, m ientras aue los se¡undos han perdido la seguridad del
salario regular que percibían anteriormente y tampoco son aptos
ya para regresa r al modo de vida tradicionalista ; por lo demás.
tampoco tienen medios suficientes para realizar por su cuenta la
modernización y racionalización total de la empresa a grícola de
la cual tienen experiencia
(8) Interrogado sobre la utilización de abono, un fellah' lle
Matmata responde, con una sonrisa medio irónica . medio resill­
nada : « ¿ Poner abono con la reja (arado sin jue¡o delantero)? ¡ Pi­
den ustedes demasiado ! »
(9) Cf. Travail et travailleurs en A lgérie, pa rte II. páginas
370-371 .
( 1 0) D,ieha (personaje legenda rio) había vendido una casa . pero
había podido quedarse con un clavo ; todos los días iba a col gar
de él unas carroñas. Bien pronto los alrededores quedaron lim­
pios de posibles compradores.
( 1 1 ) Uno de los más altos responsables de la política ar¡¡elina .
u quien hablábamos, en ma rzo de 1963, del interés que tenian para
los organizadores de los comités de gestión. las lecciones extraídas
del estudio de las experiencias de cooperación agrícola (C.A.P.E.R.
y S.C.A.P.C.O. > llevadas a cabo en tiempo de la colonización, re­
chazaba con indignación esta compa ración.
( 12) La expresión es de Daniel Guérin C«Algérie : l'autoges­
tion menacée», France Observateur, 19 de diciembre de 1 963>.
( 1 3) A menudo se Informa, con asombro escandalizado o amar­
go, de los trucos o fraudes a que se dedican a veces los miembros
de los comités de aestión (por ejemclo, las ventas clandestinas de
fruta o legumbres). Estas conductas quizás tengan su excusa o
justificación en el tipo de organización imcuesto a los campesinos
y en la naturaleza de las relaciones que mantienen con la S.A.P.
o su director. En este sentido serían completamente comprensibles.
Por otra parte, parece evidente aue el sistema colonial ha incul­
cado a los trabajadores más desfávorecidos el sentimiento de aue
todos los medios son buenos para robar un momento de trabájt>
repulsivo o para ganar algún dinero con el menor esfuerzo, co-
MEZCOLANZA CULTURAL 2 1 7

mcnzandn por toda clase de subterfugios y ma rrul l vrias, 11 rmas c'c


los desarmados.
( 14) Los análisis teóricos que fundamentan esta critica , están
desarrollados en Travail et travailleurs en A lgc!rie (véase, particu­
larmente, las págs. 307-312 y 359-360).
<15) A los ojos del campesino, la S.A.P. encarna el pasado co­
lonial. Sin olvida r que, merced a una desgraciada polftica de cré­
dito rural. mal instrumentada, hizo aparecer este or¡anismo mu­
chas veces como una reenca rnación del usurero tradicional. La
S.A.P. está montada de tal forma (!Ue estaba predispuesta natu­
ralmente a desempeña r el pa!)el de testaferro y burro de carra de
todo lo detestable. La función que le incumbe ahora , fortalecerá
sin duda esta ima2"en : encargada de almacenar las cosechas, ven­
derlas, repartir los beneficios y organiza r la utilización de los
créditos y el material, es decir, un conjunto de tareas que invaden
constantemente lo que los campesinos consideran sus pre rrogati­
vas propias.
(16) La comercialización de los productos suscita quizás tan­
tas resistencias, a causa de que la venta de los productos en el
mercado es una de las prerrogativas más exclusivas del en otro
tiempo «señor de la tierra», generalmente el más viej o ; y tam­
bién, posiblemente, a que dicha comercialización es objeto de ac­
titudes contradictorias, pues el campesino va ahora de un lado a
otro, entre la nostalgia de la producción dedicada al autoconsumo
familiar y la aspiración a percibi r las rentas monetarias que pro­
cura el mercado. Finalmente, no hay que olvidar que esta ope ra ­
ción Cla comercialización) levanta de modo 9articular todo tipo
de sospechas.
< 17) Los campesinos de la C.A.P.E.R. siempre se proponflln el
mismo interrogante : « ¿ Quién es el dueño de esta tierra?» Las
coacciones que pesan sobre ellos -opción de cultivos, formas de
cultivo o comercialización- les parecen desmentir de forma in­
discutible las decla raciones según las cuales ellos son los «propie­
tarios de la tierra».
( 18) En el valle de Summam, una cooperativa ha sustituido a
los industriales que se encargaban de la compra directa a los pro­
ductores y de su posterior comercialización. Como el precio de
compra se fijaba una vez determinado el beneficio neto, los cam­
pesinos sólo recibían un vago a cuenta del valor de sus mercan­
cías. Sin emba rgo. a l falta r la oportuna campaña de información,
los campesinos tenían a la kubiratif (cooperativa) por un comer­
ciante más, un comerciante oficial apoyado por el «buró político»
<local>, lo cuel suscitaba una cierta desconfianza. Comprenderemos
mejor la confusión, si tenemos en cuenta que la cooperativa estaba
formada por antiguos compradores de higos. En estas condiciones,
nada extrafio tiene que los campesinos vendiesen su producción
haciendo gala de todos los regateos y marrullerías tradicionales.
buscando la competición entre los diferentes compradores, esta ­
bleciendo firmemente el precio del quintal y queriendo disponer
inmediatamente del dinero producto de la venta. Comprendemos
también que hayan sido muy pocos los campesinos que se deci­
dieron a vender sus productos a la cooperativa ; la inmensa ma-
2 18 EL DESARRAIGO

yoría los vendió a compradores clandestinos que pagaban a 80 F el


quintal.
<19) Esto es válido, evidentemente, para todos los comités de
gestión, en los que es muy escasa la participación de los trabaja­
dores, a causa de la ingerencia de la burocr11c1a.
(20) Cf. Travail et travailleurs en Algérie, parte l.•, cap. IX,
página 100.
(21) El tradicionalismo del campesino, en sus formas tradicio­
nal o regresiva, y su ethos propio han de entrar necesariamente en
conflicto con cualquier intento de instaurar una or¡anización ra­
cional de las relaciones de producción. De ahí que la consideración
de la racionalidad económica y la exaltación revolucionaria del
espíritu de sacrificio conduzcan con la misma necesidad a comba­
tir el retorno a las tradiciones culturales más enraizadas, como t. l
espíritu de clan o el nepotismo , que obstaculizan la gestión racio­
nal de la empresa, suscitando conflictos o favoreciendo el replie•
gue sobre sí de cada unidad económica.
APÉNDICES
DJEMÁA
SAHARIDJ

BARBACHA

LAVARANDE t I ARGEL

1
TIZI-UZU
~ -· •
FORT NATIONAL
KERKERA

1 1 1
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1 1 1 1
1 1 KABILIA 1 COLLO 1
1 1 1 1

Sedes de la investigación
Nombres que cambiaron luego de la independencia de Argelia ( 1 962)
Inkermann = Ued Ríu Fort National = Larbaa Nath Irathen
Orléansville = Shlef Djidjeli = Jijel
Teniet El Had = Theniet-El-Haad Philippeville = Skikda
Lavarande = Sidi Lajdar Bona = Annaba
Affreville = Jemis Miliana
Apéndice I
Los reagrupamientos del macizo
de Collo ( distrito de Collo)

El macizo de Collo, llamado a veces Kabilia de Collo,


aparece como prolongación de los eslabones montañosos de la
Pequeña Kabilia. El elemento característico, de un relieve ex­
traordinariamente complejo es el picacho que se levanta en medio
de terrenos desordenados y apezonados. Apenas si puede seguirse
el rastro de la dorsal principal, que pasa por el Gufi, donde está
el punto más alto del distrito ( 1 . 1 00 metros) , en el centro de la
península. Las demás alturas forman, en el Sur, la barrera de Sidi­
Driss ( 1 .757 metros) . Las dos únicas extensiones planas de alguna
importancia están a uno y otro lado del monte Gufi y son las de­
sembocaduras de los ríos Cherka y Guebli. Las áridas altiplanicies
que caen en forma de aguamanil en la parte occidental del maci­
zo, constituyen el tercer elemento a destacar del relieve: meseta
de Tamalus al Norte (50 metros de altitud) , y la de Um-Tub al Sur
( 200 metros de altitud) .
El 37 % del territorio del distrito es de zonas prohibidas, casi
totalmente huérfanas de habitantes. O, dicho de otra forma, el
30 % de la población (unas 33.000 personas aproximadamente)
vivía el 29 de septiembre de 1 959 en los centros de reagrupamien­
to, sin hablar de la población controlada (teóricamente) en su
mismo habitat, aunque trasladada a poca distancia ( otro 30 % ) .
Las zonas prohibidas son nueve y cubren 598 km2 ( de un total de
1 630) , es decir, grosso modo, toda la mitad occidental del macizo
de Bugarum (Uled-Djama, Ziabra, Djezia) , las tierras situadas al
sudoeste de los Beni-Zid, El-Uludj y Elli-Zeggar (a excepción de
una porción situada al sur de la carretera nacional 43 y de una
estrecha franja al Norte) , los extremos occidentales de los aduares
de Denaira y Beni-Ualban y, por último, la parte norte de El-Atba.
222 EL DESARRAIGO

Los límites de las zonas prohibidas volverían a ser trazados, una


vez que la población hubiese quedado agrupada en las zonas «pa­
cificadas» y controladas de nuevo: puestos de Bu-Noghra, colina
de El Melab, Bordj y Caid.
El distrito de Collo cuenta con once grandes centros de rea­
grupamiento y un elevado número de lugares de concentración
(Ain-Aghbel, Cheraia, Kilómetro 19, Ghedir, etc.), entre los que
las autoridades militares distinguían los viables (Ain-Kechera, El­
Uludj, Um-Tub, Kerkera, Tamalus, Sidi-Kamber, Zerga) y los no
viables ( Bessombourg -en vías de ruina total-, Kanua, Beni­
Rasdum, Budukha). Se había previsto que los habitantes de estos
centros no viables serian devueltos a sus antiguos terruños, donde
se les levantarían nuevas aldeas ( centros de «descompresión»),
pues más de las tres cuartas partes de las casas situadas en zonas
prohibidas habían sido destruidas en el momento de la evacua­
ción (alrededor de 2000 casas).

SITUACIÓN ECONÓMICA DEL DISTRITO

El bosque que cubre las dos terceras partes de la península mon­


tañosa constituye la fuente principal de renta para la población
del distrito. 1 Antes de 1954, unas 50.000 personas obtenían todas
o parte de sus rentas de la explotación del alcornoque, la made­
ra de árboles y los troncos de arbustos. Estos productos foresta­
les procuraban a la población una renta global de 550.000 F al
año (250.000 F el alcornoque, 120.000 F de las contratas de cor­
ta, 150.000 F de la transformación de los productos forestales y
30.000 F directamente de la madera). Esta producción aseguraba
a las 5.000 familias que vivían en la zona de explotación una renta
anual de 1.100 F, a la que se añadían en muchos casos los produc­
tos de la ganadería y la horticultura, estimados en 200 F y 100 F

1 El bosque cubre 92.400 hectáreas: 44.000 pertenecientes a particu­


lares, !18. 100 al Estado y 9.400 de propiedad comunal.
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 2 2 3

respectivamente. La renta media por familia, habida cuenta de


todos los recursos anejos y descontados los envíos de los trabaja­
dores emigrados a Francia, era, en 1 954, de unos 1 .420 F por año.
¿Es posible calcular las pérdidas y la regresión provocadas por
la guerra y la política de reagrupamiento de las poblaciones? Sólo
por la interrupción de la explotación del alcornoque, la renta
anual ha descendido a 530 F por familia (es decir, el 37 % de lo
que era en 1 954) . Incluso si ahora se tienen en cuenta los envíos
de dinero de los emigrados ( l . 100.000 F en 1 954) -que actual­
mente representan una fuerte proporción de la renta global, des­
de que desaparecieron muchos otros recursos-, la renta media
por familia no pasa de los 730 F (el 51 % de la renta de 1 954, que,
repetimos, se calculaba excluyendo los envíos de los emigrantes) .
En septiembre de 1 959, la subcomisión agrícola del plan de Cons­
tantina ponía en duda la eventualidad de una vuelta a la situación
de 1 954, al término de un plan de desarrollo de cinco años.
Además del bosque, los terrenos improductivos cubren una
superficie de 5.057 hectáreas (4.927 de ellas en montaña) . Por
consiguiente, la agricultura ya sólo dispone de 48.000 hectáreas
(la tercera parte de la superficie del distrito) . Desde luego, no
todas estas tierras se cultivan, ni mucho menos; en efecto, los cul­
tivos --dedicados esencialmente a la subsistencia (por lo general,
cereales y leguminosas)- apenas ocupaban 20.000 hectáreas. 2 La
extrema limitación de la superficie cultivada se debe, principal­
mente, a la mala calidad de las tierras de la montaña, sus fuertes
pendientes y el relieve tan accidentado que se opone a la exten­
sión de los terrenos llanos, favorables al cultivo.
Los reagrupamientos han afectado gravemente y de forma
duradera a la ganadería, más todavía que a la explotación fores-

2 La superficie cultivada se distribuía de la forma si guiente (y según los


cultivos) : 5.700 has . de trigo duro (5,9 quintales -Qm.- por hectá­
rea, número índice) , 7.600 has. de cebada y avena (6,3 Qm. por ha.) ,
2.500 has. de le guminosas. Total, 19.200 has. cultivadas de cereales
y le guminosas secas. Los demás cultivos se desarrollaban sobre unas
escasas 1 . 100 has .: 1.000 has . de forrajes naturales; 44 de viñedos; 52
de cítricos; 33 de árboles frutales. El árbol más extendido es el olivo,
cuyas plantaciones tienen una densidad muy débil ( 1.000 árboles).
224 EL DESARRAIGO

tal y a la agricultura. Ya antes del reagrupamiento, los bovinos


-criados casi exclusivamente para atender a las necesidades
de la agricultura- habían dejado de considerarse como gana­
do rentable. La mayoría de las familias sólo poseían la yunta de
bueyes necesaria para la labranza. El arriendo de rebaños a cam­
bio de un canon en especie o en dinero era fundamentalmente
un peculio reservado para las situaciones dificiles y de ningún
modo se lo consideraba una fuente de capital productivo. Era
muy raro que se mantuviese ganado, con el único fin de deducir
eventualmente una renta de sus productos ( carne, leche, lana ) .
La renuncia total o parcial a explotar las tierras ha significado,
pues, la desaparición de la primera y única función del rebaño
familiar, que en adelante se considerará una carga inútil. Las
condiciones de habitat, el alejamiento de las tierras, las prohi­
biciones y controles de todo tipo que acosan y coartan todos los
desplazamientos, acelerarán indudablemente el movimiento de
venta, independientemente de la crisis que obliga a prescindir
de esta reserva que es el ganado. Por otra parte, se observa una
tendencia constante a prescindir también del arriendo del gana­
do de tiro. Como ya no pueden albergar su ganado en la casa, los
campesinos prefieren deshacerse de él en lugar de encerrarlos
en corrales colectivos. En algunos reagrupamientos, en los que
se da prioridad a las funciones de carácter urbano (sobre todo
en Kerkera) , ni siquiera se ha previsto la instalación de un esta­
blo comunitario. El ganado bovino ha sufrido una reducción im­
presionante (de 1 4.000 a 5.000 cabezas) ; en el caso de los ovinos,
ha sido aún más brutal (de 9.000 a 1 .000 cabezas) . Criados por
los montañeses, los rebaños caprinos han sufrido también una
fuerte baja (de 50.000 cabezas en 1955 a 20.000 en 1960 ) , preci­
samente a causa de la imposibilidad de que el ganado paciese en
su lugar habitual, el bosque.
El macizo de Collo, poco favorecido desde el punto de vis­
ta agrícola, no lo es mucho más desde el industrial. Las pocas
posibilidades que ofrece a este respecto, son estrechamente de­
pendientes de las materias primas locales, y en primer lugar los
recursos forestales (alcornoque y troncos de arbustos). Es ocioso
decir que la interrupción de la exploración forestal ha compro-
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 225

metido gravemente la industria de transformación del corcho y


la poda y limpia del cáñamo, que, en 1960, sólo daban trabajo
a los dos tercios de la antigua mano de obra empleada (y aún
eventualmente ) .
Sólo tres d e las diez empresas que trabajaban el corcho y fa­
bricaban tapones han continuado o reemprendido sus activida­
des, con el 60 % de su antiguo personal (210 obreros en lugar de
350) . Estas tres fábricas sólo disponen de un sexto de los stocks de
materias primas transformadas anteriormente (18.000 quintales
(Qm.) en la actualidad, 110.000 antes de los reagrupamientos)
y, por tanto, apenas si pueden alcanzar la quinta parte de la pro­
ducción anterior de corcho y los dos tercios de la de tapones. En
1959, sólo había una empresa dedicada a la transformación de
troncos de arbustos. Esta fábrica intentó reagrupar a los escasos
artesanos aún disponibles y hacía lo posible por abastecerse, a pe­
sar de la penuria de materias primas debida a las dificultades de
extracción. Las cuatro empresas restantes habían interrumpido
toda actividad. Sólo se mantenía un aserradero cuya producción
representaba la décima parte de la antigua.
La pesca y la extracción de minerales, actividades anejas a la
forestal, han desaparecido totalmente. Las treinta embarcaciones
que constituían la flotilla pesquera del puerto de Collo sólo cap­
turaban el 40 % de su antiguo tonelaje (75 toneladas, en vez de
186), tras quedar limitados sus movimientos a una estrecha franja
costera. Ante la insuficiencia y, principalmente, la irregularidad
del aprovisionamiento, las tres sardineras de Collo han tenido
que cerrar sus puertas y despedir a sus 250 obreros.
Sólo la mina de Sidi-Kamber sigue extrayendo plomo y zinc.
Los demás centros de extracción de importancia secundaria (mi­
nas de hierro, piritas, cromo, cobre, etc.) han sido abandonados.
En definitiva, la explotación forestal y las industrias que alimen­
ta, las conserveras de pescado y la extracción de minerales, que
daban trabajo en 1954 a 6.000 personas de este distrito, ocupan
con dificultades, cuatro años después, a menos de 2.500 (el 40 % )
y siempre d e modo irregular.
2 2 6 EL DESARRAIGO

TABLA V
Estado comparativo de la agricultura, la explotación
forestal y la ganadería en 1954 y 1959:

Después
Antes del
Producciones del Regresión
reagrupamiento
reagrupamiento

Superficie
25.000 has. 12.000 has. 50 %
cultivada
Cereal,es
(trigo,
cebada) :
superficie 1 2.000 has. 4.000 has. 66 %
� --:- cosecha
E] 56.830 Qm. 16.000 Qm. 72 %
Tabacos:
69 has. 10 has. 85,5 %
superficie
Olivares:
900 has. 800 has. 1 1,1 %
superficie
producción 1 3.000 Qm. nula 1 00 %
Cítricos:
56 has. 16 has. 82 %
superficie

-
producción 4.765 Qm.
Curcho
1 1 0.000 Qm. 18.000 Qm. 83,5 %
� (primera pela)
� .e:
Truncos
�� §º
10.000 Qm. 2.000 Qm. 80 %
de arbustos
........ Troncos de
15.000 m5 1 .500 m5 90 %
árbol,es en bruto

-�
73.000 cabezas 26.000 cabezas 64,5 %

Caprinos 50.000 cabezas 20.000 cabezas 60 %

Ouinos 9.000 cabezas 1 .000 cabezas 89 %



Bovinos 14.000 cabezas 5.000 cabezas 64,3 %
WS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLW 2 2 7

TABLA VI
Estado comparativo de la actividad de las industrias trans­
formadoras de productos forestales en 1954 y 1959:

Porcentaje
Antes de 1954 1959
de regresión
3 fábricas 1 fábrica 66 %
Corcho 7.500 tons. 500 tons. 93 %
300 obreros ftjos 200 obreros 33 %

3 fábricas 2 fábricas 33 %
30 millones de 20 millones de
Tapones 33 %
unidades unidades
50 obreros 10 obreros 80 %
5 fábricas [ de
1 fábrica 80 %
Troncos de pipas]
arbustos 1 .000 tons. 400 tons. 60 %
50 obreros l0 obreros 80 %

2 aserraderos 1 aserraderos 50 %
Aserraderos 9.000 m. 5 1.000 m. 5 89 %
20 obreros 10 obreros 50 %

EL CENTRO DE KERKERA ( «KILOMETRO I O» )


El Centro de Kerkera reagrupa a los habitantes del sur y del oeste
de la comuna, es decir, la población del antiguo aduar de Kerkera,
constituido en 1886 sobre el territorio de la tribu de los Beni-Bu­
Naim. El informe de las operaciones del senadoconsulto da los
datos siguientes:
«Los Beni-Bu-Naim, al igual que algunas de las tribus vecinas,
parecen tener un origen muy antiguo. lbn Jaldún los considera
descendientes por línea directa de Cham y dice que habitaban en
territorio de hadjar, cerca de La Meca. Habrían llegado a Argelia
el año 540 de la Égira. Los Beni-Bu-Naim abarcan tres pequeñas
2 2 8 EL DESARRAIGO

ramas: los Uled-Si Ahmed Bumefta, los Uled-Abdallah y los Uled­


Sandul (una fracción de estos últimos lleva el nombre de Uled­
Bu-Beker). Uled-Sandul sign ifica «hijo del barco » . Un barco de
miembros de esta familia, originario de los moros de España, ha­
bría arribado a los alrededores de Collo [ . . . ]. Los Beni-Bu-Naim
se instalaron en la comarca que ocupan actualmente y obtuvieron
para su labranza los terrenos necesarios para su subsistencia. Era
suya la mayor parte de la llanura que se extiende entre el Ued
Guebli, el Ued Cherka y el Kudiat Taleza. »
«Cedieron a los Uled-Masuz, a la llegada de estos -hace aproxi­
madamente un siglo-, una parte de su territorio, la porción en
la cual siguen aún instalados los descendientes de estos nuevos
recién llegados. »
« Hace unos veinte años, la población de los Beni-Bu-Naim era
demasiado numerosa para la extensión de tierras de que dispo­
nía; entonces varias familias decidieron abandonar sus montañas
y marchar a ocupar una tierra que para ellos sólo tenía una reali­
dad ambigu a: Sfista y Zituna. Estas familias fueron las fundadoras
de la actual tribu de Beni-Bu-Naim-Sfista » .
« Los Beni-Bu-Naim, [ . . . ] a semejanza de las otras tribus, se de­
dican a la agricultura, la ganadería y al cultivo del tabaco . . . Vi­
ven en gurbis [chozas o barracas] aglomerados en "zeriba". Las
tierras de esta tribu son "melk" que, con las comunales, cubren
4.24 5 has. de un total de 5.925. »

Localización
El nuevo habitat está situado a 10 kilómetros de Collo, en la carre­
tera departamental de Collo a Constantina, en un lugar llamado
«Buchakur» y también «Kilómetro 10 » . En la margen derecha del
Ued Guebli, se ha acondicionado para la instalación del centro
una treintena de hectáreas de tierras comunales y privadas, algu­
nas ocupadas de forma pacífica y amistosa, otras mediante proce­
dimiento de expropiación.
. .-.
-�

rzl
Chozas del ccmro del reagrupamiento

Edificios adm í n i nrativos y espacios público,


e Pozo, y fuentes

Itinerarios seguidos por las m uje res


pan aprovisionarse de agua

c:::I Edificios m i l i tares •


Sitio donde la m ujer e n t rega u n cántaro al hombre,
que va a llenarlo a la fuente pública

\-/. ..... .... ....I


C:J Edificio, en consuucción
Zona usualmente i n undada de n oviembre a mayo
Ru tas
St:nderos
-c. .¿_ .,,,,
IOO m
escala aproximada

CUTI L P. H t.

El reagr up amiento de Kerkera


230 EL DESARRAIGO

Datación y trayectoria histórica del reagrupamiento


La creación del centro se impuso desde 1957, con la generaliza­
ción de la política de reagrupamientos y de las zonas prohibidas.
En 1958, casi toda la población de las zribat de las montañas vivía
ya en este centro. Los últimos reagrupados fueron los habitantes
de las zribat más próximas, Bulguertum en la primavera de 1960,
Kerkera en otoño del mismo año; también se «descomprimió» a
una parte de su población, que fue trasladada a los centros del
Ghedir y el «Kilómetro 19».
Además de la zriba de Kerkera (algunos de cuyos habitantes vi­
ven ya en el centro; son: 60 familias -320 personas- en julio de
1960, en espera de la llegada del resto de sus parientes, esto es, 206
familias, 1 100 personas) , los «reagrupados» del «Kilómetro 10» son
originarios de los siguientes lugares: Bulguestum (74 familias, 550
personas) , El-Utia (60 familias, 350 personas) , El-Bir (65 familias,
325 personas) , El-Fella (57 familias, 280 personas) , Burgueul (41
familias, 226 personas) , Tuila (42 familias, 225 personas) , Buhnin
(36 familias, 186 personas) , El-Atba (21 familias, 120 personas) ,
Loghdaira (20 familias, 1 00 personas) , Ben-Ariba ( 1 4 familias, 92
personas) , Djnan-Hadjem (20 familias, 86 personas) , Jaibar (15
familias, 81 personas) , Ued-El-Affia (10 familias, 75 personas) ,
El-Hammam ( 8 familias, 3 5 personas) , Utai-Aisha (7 familias, 35 per­
sonas) , El-Frauna (8 familias, 34 personas) y Bulbellt (2 familias, 10
personas) . A esta población ya perteneciente a la comuna, hay que
añadir 29 familias ( 1 33 personas) originarias de comunas vecinas.
En definitiva, el día 1 º de julio de 1960, la población del centro
era de 3264 personas (589 familias) , de las cuales 1 .685 eran adul­
tos (823 hombres y 862 mujeres) y 1 .579 niños de menos de 14
años ( 1 84 de ellos lactantes de menos de dos años) .

EL CENTRO DEL «KILO METRO 1 9»


El centro del «Kilómetro 19», último reagrupamiento efectuado
en la comuna de Kerkera, está situado, al igual que el otro, al
borde de la carretera, a la altura de la cota de ese kilómetro, en
el punto de partida de la antigua senda que comunicaba las zribat
de los alrededores.
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 23 1

Datación y trayectoria histórica de la creación del reagrupamiento


La creación del centro fue impuesta en 1959, cuando los reagrupa­
dos en el «Kilómetro 1 O» y en Ghedir ya estaban instalados. Se con­
sideró entonces que era imposible desplazar a la numerosa zriba
Utait-Aicha ( 1 .205 personas) , situada a la altura del kilómetro 16,
hasta el «Kilómetro 10», que ya estaba superpoblado y donde ya
faltaba espacio para edificar y tierras para cultivar. Por consiguien­
te, era forzoso pasar a un nuevo centro de reagrupamiento. Una
vez terminados los trabajos, se «descomprimió» a parte de la po­
blación del centro de K.erkera: los nativos de las zribat situadas
en los alrededores del «Kilómetro 19», principalmente los de El­
Hammam, considerada como la más rica en razón de la fertilidad
de sus tierras, los de Ben-Ariba y Buhnin y, por último, un seg­
mento de la población de Burgueul. En definitiva, el centro pudo
acoger a 2.620 personas agrupadas en 51 7 hogares.

EL CENTRO DEL GHEDIR


El centro del Ghedir reagrupa las poblaciones dispersas del anti­
guo aduar Tokla, al borde del eje caminero recientemente abierto
entre K.erkera (Kilómetro 1 O) y el litoral (Ben Zuit) , en el valle de
un afluente del Ued Guebli, el Ued Ahmar.
El aduar Tokla, unidad administrativa instituida en 1867 (en
cumplimiento del mandato del senadoconsulto de 1863), coinci­
día con la antigua tribu de los Uled:Jezzaz, que el Informe de la
Comisión Administrativa Encargada de la Aplicación del Senado­
consulto presentaba así:
«Los Uled:Jezzaz -que engloban dos fracciones importantes,
los Demnia y los Tokla, se instalaron en la comarca que ocupan
actualmente en una época muy antigua [ . . . ] . Los límites de la
tribu los forman principalmente las crestas y barrancas que di­
bujan el contorno de una extensión de 6.792 hectáreas (de las
cuales hay que deducir 1 .051 hectáreas 50 áreas patrimoniales) . . .
En concepto de tierras "melk", comunales y "habu" (cementerios,
mezquitas) , la tribu dispone, pues, de 5.740 hectáreas y 75 áreas».
TABLA VII to

Situación de la población de las principales z.ribat de la comuna de Kerkera tQ

Población que
pertenece en su
Población Población Población Población total
habitat tradicional
ZRIBAT reagrupada en reagrupada en reagrupada que permanece
en espera de
el kilómetro 1 0 e l kilómetro 1 9 e n e l Ghedir en la comuna
su reagrupamiento o
control «in situ»
Familias Personas Familias Personas Familias Personas Familias Personas Familias Personas
Kerkera 206 1 . 1 10 60 320 4 16 270 1 .446
Lazilet 45 230 45 230
Tahra 2 115 22 1 15
Utait-Aicha 7 35 243 1 .205 250 1 .240
Bul-Bellut 2 11 1 33 680 1 35 691
Burguel 41 226 70 385 111 61 1
El-Hammam 8 35 1 27 590 1 35 625
Bulguertum 74 550 74 550
Ben-Ariba 14 92 60 360 74 452
El-Fraua 8 34 75 371 83 405
Ued-el-Affia 60 320 10 75 70 395
Loghdaira 20 100 48 236 68 336
El-Utia 60 350 60 350
El-Bir 65 325 65 325

El-Fella 57 280 57 280
Buhnin 36 1 86 17 80 53 266
Tuila 42 225 42 225 ¡:
a::
Rekakeb 37 220 37 220
Bussalah 45 221 45 221
Jaibar 15 81 3 21 18 102 �
Iljenan- 20 86 24 1 13 44 199* �
Hadjem
§
i:,
Fuera de la l"'
50 253 2 16 52 269
comuna 8
Total 333 1.775 589 3.264 517 2.620 371 1 .894 1 .810 9.553 §
* 93 familias (324 personas) abandonaron la comuna, camino de la ciudad. IO
t>D
t>D
234 EL DESARRAIGO

TABLA VIII
Recapitulación del estado de la población de Kerkera
tras los últimos reagrupamientos (septiembre de 1960)

% respecto
Familias Personas del conjunto
de la ooblación
Población controlada «in situ» 1 27 665 6,9 %
Población del reagrupamiento 795 3.424 35,8 %
de Kerkera (kilómetro 1 0)
Población del reagrupamiento 371 1.894 19,8 %
del Ghedir
Población del reagrupamiento 517 2.620 27,4 %
del kilómetro 19
Total 1 .810 9.533 100 %

Localización
El centro está instalado en una zona pantanosa cubierta de maleza
( 48 hectáreas) . La población vive en 542 gurlns de 32 m2 cada uno.
Las familias disponen de sendas superficies habitables de 1 20 m2 ,
patio incluido, y está previsto dotarlas de un huerto de 216 m2 , en
cuanto se haya limpiado de maleza todo el terreno.

Datación y trayectoria histúrica


El 7 de noviembre de 1 959 se instaló en Ghedir un puesto militar.
Inmediatamente, se emprendió la tarea de reagrupar a todos los
habitantes de los alrededores dispersos a un lado y otro del ued
Ahmar, sobre las laderas de las montañas; igualmente, se decidió
«descomprimir» hacia el nuevo centro, a una parte de los habitan­
tes del reagrupamiento del «Kilómetro 10». Hacia el 1 º de marzo
de 1960 se había dado fin al reagrupamiento y a la desconcentra­
ción, en torno al puesto militar de Ghedir.
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 235

Poblaciones y unidades reagrupadas


En la misma fecha se censaron en el centro del Ghedir 1 .894 per­
sonas, originarias principalmente de seis zribat: la Loghdaira, que
poseía los terrenos ocupados por el reagrupamiento y que estaba
dispersa por las laderas que van a parar al ued Ahmar (236 per­
sonas repartidas en 48 hogares, 138 adultos --66 hombres y 72
mujeres- y 98 niños) ; la Bulbellut, a media hora de camino del
centro (680 personas, 133 hogares: 345 adultos -1 68 hombres,
1 77 mujeres- y 335 niños) ; El-Farua, a tres kilómetros de dis­
tancia, pero con una parte de su territorio contiguo al del centro
(371 personas, 104 adultos -98 hombres, 106 mujeres- y 1 67
niños) ; la Bussalah, a casi una hora de camino del Ghedir (221
personas; 1 35 adultos -62 hombres y 73 mujeres- y 86 niños) ;
las zribat contiguas de Rakekeb y Elaqba (220 personas: 1 08 adul­
tos -52 hombres, 56 mujeres- y 1 1 2 niños) ; y, por último, 1 1 3
personas originarias de Djenan-Hadjen. Además de la población
de estas zribat, el reagrupamiento del Ghedir ha acogido a nueve
familias forasteras al aduar Tokla ( 53 personas) : 4 familias de la
zriba Kerkera, cuyos terrenos dan a Loghdaira, 3 familias de Jaibar
y 2 familias originarias de la comuna de El-Atba.
En total, la población del centro se repartía de la forma siguien­
te: 1 .020 adultos -495 hombres y 525 mujeres- y 874 niños de
menos de 14 años (74 de ellos, lactantes) .

Recursos y nivel de vida


La población reagrupada dispone de una cosecha de cereales
almacenada por la S.A.S. y evaluada globalmente en 28.000 F
aproximadamente (508 Qm. de cebada y 73 de trigo) . El arriendo
del ganado bovino (una media de tres vacas por familia) propor­
ciona un rendimiento de 171 .000 F. y la cabaña de caprinos ( diez
cabezas por familia) , otros 28.000 F. Los productos de huerta se
calculan en 57.000 F. En total, la renta anual de origen agrícola
puede calcularse en 150 F. por habitante, y 1 70 si se tienen en
cuenta las transferencias de los migrantes.
Si tomamos como base la ración alimenticia autorizada y distri­
buida por el ejército ( 1 3 Kgs. de sémola o derivados por adulto y
2 3 6 EL DESARRAIGO

6 Kgs. por niño), los reagrupados necesitan 2.200 Qm. de granos


para atender a las necesidades de su consumo. En 1960-1961 el
ejército habrá de importar 1.640 Qm. de sémola para asegurar el
aprovisionamiento del centro.

EL CENTRO DE TAMALUS
Está situado en el territorio de la comuna de El-Atba y reagrupa
todos sus habitantes; también acoge la población de las comunas
vecinas de Ain-Tabia, Demnia y Taabna, más otras 400 personas
originarias del aduar Medjadja (tribu de los Uled-Ajsib) residentes
en Tamalus, en espera de que se les asigne una nueva residencia.

Localización
El nuevo habitat está enclavado en el cruce de las carreteras de
Constantina y Philippeville, a 3 0 kilómetros de Collo, en tomo a
un embrión de aglomeración que comenzó a formarse en 1855;
Tamalus era el centro de la comuna Al-Atba y preferentemente su
actividad principal era el mercado de ganado. Disponía de un ma­
tadero y un caravanserrallo, una escuela y una casa para el caid.
Para instalar el centro de reagrupamiento, se despejaron 100 hec­
táreas (20 comunales y 80 privadas), ocupadas en parte de Jacto y
las demás previo acuerdo y promesa de venta, lo cual significa que
la situación jurídica del terreno está lejos de ser normal. El empla­
zamiento de Tamalus tiene fama de ser uno de los más insalubres
de la región y, de hecho, es muy favorable al paludismo.

Datación
El centro fue creado entre agosto de 195 7 y septiembre de 1958.
Es un reagrupamiento inmenso, en el que se ha amontonado a
la población de cuatro comunas (11. 306 personas); la confusión
ha sido constante y en 1960, tres años después de su creación, el
desorden no parece haber desaparecido. Más de la mitad de la po­
blación de Tamalus (unas 6.000 personas) está allí de modo transi­
torio, en espera de una instalación definitiva en otros centros. En
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 2 37

primer lugar, los originarios de Demnia, que habrán de regresar a


su comuna, para ser reagrupados allí con todos sus congéneres en
el centro de «La Pepiniere» [El Vivero] ; después, los nativos de la
comuna de Ain-Tabia (últimos llegados a Tamalus, en septiembre
de 1 958) , cuya futura residencia, según los planes de las autori­
dades militares, serán tres centros en vías de realización : en «la
fuente de Alain-Tabia», la población del sur de la comuna (3.000
personas) , en Ben-El-Uidan la de la parte occidental ( l . 150 perso­
nas) y en Bu-Yril la de la parte norte ( l .900 personas) ; en último
lugar, los reagrupados procedentes de la comuna de El-Atba serán
trasladados al centro de Sidi-Mansur, que reagrupará a la pobla­
ción de las zribat situadas al norte de la comuna ( 1 .000 personas) .

La población
En Tamalus viven l 1 .30� personas: unas de forma definitiva; otras,
esperando un nuevo desplazamiento.
4.507 personas adultas: 1 .910 hombres y 2.597 mujeres;
6. 799 niños menores de dieciséis años.
En Tamalus reside la mayor proporción de jóvenes de todos los
reagrupamientos de la región (población de menos de dieciséis
años: 60, 1 %) y también allí el desequilibrio entre las poblaciones
adultas masculina y femenina es el más pronunciado (población
femenina adulta: 57, 1 % ) .

El empleo y /,os recursos tkl centro


La explotación de las tierras parece haber sufrido graves daños,
al menos temporariamente (si acaso cabe esperar una no inme­
diata recuperación) . Antes del reagrupamiento, el habitat estaba
en medio de las tierras de labranza, y por tanto muy disperso.
Todo parece indicar que, al igual que en Ain-Aghbel y en Kerkera,
el abandono generalizado de las actividades agrícolas no se debe
exclusivamente a obstáculos objetivos. Sigue siendo accesible una
parte muy importante del antiguo territorio cultivado, por lo me­
nos teóricamente; además, existe la posibilidad de roturar nuevas
tierras. El Sector de Mejora Rural podría eventualmente ceder en
2 3 8 EL DESARRAIGO

forma definitiva a los reagrupados 90 hectáreas; también podrían


adjudicarse 500 o 600 hectáreas de terrenos privados (abandona­
dos a casusa del riesgo de paludismo) y bosques de escasa calidad,
a condición de que se acondicionen -mediante oportunos traba­
jos de drenaje y consolidación- los ribazos del ued Guebli.
Las destrucciones, matanzas y ventas que trajo consigo la eva­
cuación de las zribat, arruinó el ganado, tradicionalmente muy
importante.
A pesar de la proximidad del bosque, la explotación de carbón
de madera y de los troncos de arbustos (dependiente de Aguas y
Bosques) es extraordinariamente tímida.
El número y duración de los empleos asalariados, así como las
rentas que procuran, están en función de los diferentes progra­
mas de acondicionamiento e instalación de equipo. En el año
1 958-1959, los créditos T.I.C. ascendieron a 1 99.223 F; dentro del
marco de los programas de urgencia, se destinaron 95.000 F al
empedrado de las calles del pueblo y 27.440 al acondicionamien­
to urbano.

Los planes de desarrollo de Tamalus preveían la implantación de


una moderna fábrica de bloques de concreto en las instalaciones
de una empresa artesanal abandonada y de una refinería de acei­
te que elaboraría la importante producción local de aceitunas.

La asistencia
En espera de estas hipotéticas realizaciones, los recursos tangibles
de estas poblaciones son los socorros en especie y otras donacio­
nes (distribución de artículos alimenticios, vestido, mantas, etc.,
organizadas por los servicios administrativos civiles o militares, la
Cruz Roja, la Caja de Solidaridad, el Socorro Católico, etc.) . En
1957, poco antes de comenzar el invierno, se distribuyeron 1 1 1 7
mantas y durante el primer trimestre de 1 958, otras 1900. De abril
de 1958 a mayo de 1959, se repartieron 1 . 150.000 francos anti­
guos en especie. La asistencia en productos naturales equivalía a
1 1 millones de francos antiguos (sólo en productos alimenticios) ,
incluidos 130 Qm. de sémola. Aún hay que añadir 2.600 vestidos
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL MACIZO DE COLLO 239

y 2.097 mantas. En definitiva, toda la situación empujaba a los


reagrupados a considerarse «asistidos» ; la resistencia y la misma
rebeldía se expresan mediante la negativa a aceptar la situación
de reagrupado, que provee a la satisfacción de sus necesidades
con el trabajo de la tierra. Desde 1 959, los militares dejaron de dar
ayudas sin contrapartida; los socorros se concedieron a los hom­
bres aptos, en concepto de salario en bienes naturales, a cambio
de un trabajo. Los únicos que tienen derecho a beneficiarse de
una ayuda sin condiciones son las personas de avanzada edad, las
mujeres sin apoyo, los huérfanos y los enfermos.
A finales de 1 959, cuando los desplazamientos tocaban a su
fin, la mayoría de los reagrupados de Tamalus ( 1 1 .306 personas)
vivían todavía en chozas (gurbis) de ramas (910) o bajo tiendas
( 1 92) ; las construcciones sólidas eran excepcionales: 250 casas del
«habitat rural » , 1 6 viviendas para harkis y 35 casas construidas por
la comuna con créditos de urgencia. Los propios reagrupados se
construyeron unas 600 casas firmes o chozas «reforzadas».
La conducción de aguas existente no bastaba para satisfacer las
necesidades de una población tan considerable.
Apéndice 11
Los reagrupamientos del valle
del Chelif ( departamento de
Orléansville)

Según un documento oficial fechado el 9 de agosto de


1 960,1 51 .260 hogares argelinos (239.520 personas) quedaron
reagrupados en 291 centros, repartidos de la manera siguiente
(según se los considere definitivos o solamente provisorios:

TABLA IX

Centros Población reagrupada


provisorios provisoriamente
Número
de
centros e
,::,

Departamento
291 200 68,9 % 1 73.100 72,2 %
de Orléansville

Región de Argel
( departamentos
de Argel, Médéa, 721 500 69,3 % 329.500 65,3 %
Orléansville y
Tizi-Uzu)

1 Informe sobre la evolución de los reagrupamientos durante eel


primer semestre de 1960 (síntesis y referencias numéricas), facilitado
por el gabinete de la lgamia de la región de Argel, a multicopia.
242 EL DESARRAIGO

El departamento de Orléansville encabeza la marcha, en cuan­


to a la proporción de centros provisorios. En el departamento de
Argel, los provisorios sólo representan el 24 % de todos los cen­
tros; en el de Médéa, el 65 % y en el de Tizi-Uzu el 6 7 %.
En cuanto a la población rural (es decir, la población argelina
municipal menos la población urbana) y a la población agrícola
en 1959 (es decir, la población agrícola censada en 1954 teniendo
en cuenta el aumento del índice de crecimiento observado entre
1954 y 1959, referido al conjunto de la población), las propor­
ciones de la población reagrupada serían las siguientes (siempre
según las mismas fuentes):

TABLA X

Población reagrupada
Población Población Proporciones
rural agrícola Población respecto
de la población
rural agrícola
Departamento de
585.000 558.000 240.000 41 % 43 %
Orléansville

Región de Argel
( departamentos
de Argel, Médéa, 2.440.000 2.030.000 504.000 20 % 24 %
Orléansville y
Tizi-Uzu)

Una vez más, el departamento de Orléansville es el único que


tiene una proporción de reagrupados (respecto de la población
rural) superior a la media de la región (departamento de T izi­
Uzu 1 7 %, de Médéa y Argel 12 % ). La población reagrupada del
Chelif representa por sí sola el 48 % de la reagrupada de toda la
región (T izi-Uzu 28 %, Médéa 16 % y Argel 9 %).
En el departamento de Orléansville (seguimos el mismo infor­
me), « 3 6.500 familias ( 71,2 % del conjunto) han perdido casi to-
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL VALLE DEL CHELIF 2 43

dos sus medios de existencia»; por otra parte, conviene añadir


que sólo se han tenido en cuenta las familias originarias de zonas
prohibidas, considerando que las demás se beneficiaban de sus
«antiguos recursos (que), al ser prácticamente todos de carácter
agrícola, a menudo se han preservado», ya que -según se dice­
«se escogió el emplazamiento de numerosos centros a una o dos
horas de camino de las tierras antiguas». Además, se creía resolver
los problemas económicos de los reagrupamientos mediante la
práctica de la «descompresión»; siempre que esto era posible, de
los más grandes: «Así, por ejemplo, de los 62 centros previstos en
el plan «Constelación», en el departamento de Orléansville, 22
son descompresiones». Valga también «el ejemplo del distrito de
Miliana: de 55.000 hectáreas cultivadas en épocas previas, se han
abandonado 10.000».

La reforma agraria
Se distribuyeron (o debían distribuirse) 10.205 hectáreas por me-­
dio de las diferentes S.C.AP.C.O. del departamento y 1.370 por me-­
dio de la CAP.E.R. ( en teoría, 231 familias dispondrían de tres a
cinco hectáreas de tierras de regadío, con una renta anual neta de
3.500 F) ; además de estas adjudicaciones de carácter definitivo, se
alquilaron o requisaron otras 5.300 en beneficio de los reagrupados.
A eso hay que añadir 43.400 árboles (olivos y cítricos) y 15 cen­
tros de capacitación agrícola y otros grupos cooperativos.
En materia de reforma agraria, el departamento de Orléansvi­
lle es claramente privilegiado, puesto que de 17.610 hectáreas ra­
cionalmente roturadas en la región de Argel, 8.835 están en este
departamento, así como la tercera parte ( 10.205 hectáreas) de las
35.000 de la C.A.P.E.R., las diferentes S.C.A.P.C.O. y las S.A.P. de
la región. De 13 S.C.A.P.C.O. que había en la región, 7 estaban
en el Chelif; de 24 previstas, 10 corresponderían también a este
departamento.
Además de estas acciones, la C.A.P.E.R. preparaba 1.346 hec­
táreas para posteriormente distribuirlas entre 170 familias del
departamento; también se había previsto que, en 1960, se adqui­
rirían treinta propiedades con una superficie global de 8. 777 hec-
2 44 EL DESARRAIGO

táreas, en las que se habrían de reinstalar 1 .075 familias. Sin em­


bargo, y a pesar de coincidir tan poderosos medios y esfuerzos, lo
cierto es que sólo 1 .476 familias recibieron efectivamente tierras,
de un total de 104.440 familias de campesinos sin tierra.

La asistencia
La población del Chelif concentra sustancialmente la acc1on
realizada en la región, en concepto de asistencia otorgada a las
poblaciones desplazadas y necesitadas; los beneficios alcanzan a
38.500 personas (5.400 hombres, 1 0.050 mujeres y 23.050 niños) ,
esto es, el 1 6 % de la población reagrupada en el departamen­
to y el 80,2 % de los reagrupados asistidos en la región ( 48.000
personas) .

Los nuevos empleos


Los reagrupamientos han favorecido la aparición de nuevas acti­
vidades, sobre todo artesanales y comerciales, aunque su carácter
sigue siendo por completo artificial. Gracias al desarrollo de los
servicios administrativos (secretarios y empleados de alcaldías,
empleados de S.AS., de sucursales de correos, etc. ) , se han crea­
do algunos puestos de trabajo, inexistentes hasta entonces; este
movimiento se debe también a la apertura de obras de D.R.S.,
Puentes y Caminos, equipamiento local, Aguas y Bosques y al alis­
tamiento de «auxiliares» (harkis y mojaznis) .

EL CENTRO DE MATMATA
A 40 kilómetros al sur de Miliana (capital de distrito) , al sur de
Affreville, a 13 kilómetros de Puits, en la parte superior del ued
Deurdeur, siguiendo una barrera rocosa que estrecha brutalmen­
te la llanura aluvial y ya anuncia los contrafuertes del Djebel Luh,
el reagrupamiento de Matmata ocupa la granja Rideyre, no lejos
del mercado tradicional de la tribu de los matmata, punto de en­
lace entre la gente de la llanura (los beni-fathem) y los montañe­
ses de Djebel Luh y de Tighzert.
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molino inac tivo


euevo pozo


Reagrupados provenientes del aduar Tighzirt

Reagrupados provenientes del aduar Djebel-Luh 'f Árbol a isl ado


E] Reagrupados provenientes del aduar Beni-Fat.hem HAMZET Nombre de tribu

O Espacios públicos
Alam brc de púa
Zona destruida por un incendio

[:J Construcción prevista o en plen a realización 1 00 m

• Pozo o fue n te escala aproximada


CUTI L r. H. I.

El reagrupamiento de Matmata
246 EL DESARRAIGO

El sitio está a 340 metros de altura; en cambio, los terrenos que


antiguamente ocupaban las farqat reagrupadas se situaban a más de
1.100 metros (la cumbre del monte Djebel Luh está a unos 1.448).

Datación y trayectoria histórica


El reagrupamiento fue decidido y efectuado en junio de 195 8,
luego de la creación de la zona prohibida de Djebel Luh.

Localización
El nuevo habitat está implantado en una propiedad alquilada; no
se han adquirido las 6 hectáreas necesarias para la creación del
poblado definitivo que, según las previsiones de las autoridades,
debe llegar a ser el centro comunitario de Ued Djamaa (en sep­
tiembre de 1960, todavía no se había implementado procedimien­
to alguno de expropiación o de compra).
La zona prohibida, lindera al reagrupamiento, separa de modo
tajante a la población de la montaña respecto de sus antiguos do­
minios y la confina a un perímetro extremadamente reducido;
así, la orienta hacia la llanura, es decir, hacia Affreville y hacia los
fundos de colonización.
Distintas sendas permiten abastecer al reagrupamiento, pero
-sin excepción- en invierno son impracticables debido a las cre­
cidas del ued Deurdeur que cruza ese emplazamiento; así, impedi­
do de cualquier comunicación, el centro permanece aislado buena
parte del año, durante los períodos de lluvia. La vía más importante
une directamente el reagrupamiento con la ruta departamental de
Affreville; al igual que ella, cinco sendas secundarias tienen su punto
inicial allí, en Matmata (se dirigen hacia Uled Sida, hacia la escuela
de Ain Berrecem, hacia el sur como prolongación del camino veci­
nal nº 5 -la «senda del Presidente»- y por último la «senda B»).

La dotación
La S.A.S. y los demás servicios administrativos, civiles y militares
están instalados en los edificios de la antigua granja. La fuente
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL VALLE DEL CHELIF 2 4 7

( con un abrevadero) situada en el patio es el único sitio para apro­


visionarse de agua. A ella sólo tienen acceso unas pocas familias,
aquellas cuyas chozas están muy cerca de dichas instalaciones o
aquellas que -en cuanto sostienen relaciones asiduas con la auto­
ridad militar- se atreven a enviar a sus niños para que llenen allí
bidones pequeños: familias de los harki, de los consejeros munici­
pales, de los empleados de la S.A.S., de las cuadrillas agrícolas de
esos dominios, etc. Para obtener el agua con que alimentarse, el
resto de la población va directamente al curso estacional (el ued)
o a una pequeña surgiente a sus orillas cuando queda casi seco.

El habitat
Dos años después de su implantación, la población seguía vivien­
do en chozas de adobe; no había construcciones en materiales
sólidos, durables, a no ser los edificios del antiguo fundo. La
inundación y el incendio que han diezmado al reagrupamiento
--durante la primavera de 1960 y el verano de ese mismo año,
respectivamente- han destruido por completo la hilera de cho­
zas: el fuego ha quemado las de 24 familias, a las cuales se ha
debido refugiar bajo tiendas de lona. Estos dos riesgos impiden la
implantación definitiva del centro en los sitios que actualmente
ocupa, a menos que se avance en la realización de trabajos im­
portantes y onerosos: desvío del curso de agua, consolidación del
terreno, conformación de una cubierta vegetal para reducir las
amenazas de posibles incendios. Otra solución que se ha encara­
do consistía en situar el reagrupamiento más lejos del curso de
agua y en la ladera de la colina. Tres años después del reagrupa­
miento de poblaciones (primavera de 196 1 ), todavía no se había
adoptado decisión alguna.

Empko
El problema más grave, desde luego, es el empleo para unos 450
hombres en edad activa. Por intermedio de la S.A.P. de los braz
(Miliana), se han alquilado 650 hectáreas de tierras para cereales;
estas rinden a razón de un quintal por hectárea, en beneficio de
los reagrupados. La granja Rideyre sigue empleando a 6 cuadrillas
248 EL DESARRAIGO

agrícolas (cuarenta personas) por cada 15 o 20 que en épocas pa­


sadas trabajaban allí; esos obreros, todos originarios de la farqa de
los laghuati, viven en casas algo más confortables, apartados de las
chozas de los reagrupados y en cercanías de la S.AS.
El reagrupamiento de Matmata supone 466 hogares. Las auto­
ridades militares registran a 2.347 personas (contra 2.620, según
señala el sondeo).
La estructura por sexo y por edad se fija de este modo:

TABLA XI

Efectivos Proporciones
hombres mujeres total %H %M %Total
Menos de 15 años 670 650 1.320 58,5 54,0 56,2
De 15 a 20 años 40 44 84 3,5 3,6 8,6
De 20 a 30 años 1 40 141 281 1 2,2 1 1 ,7 1 1 ,9
De 30 a 40 años 80 1 29 209 6,9 10,7 8,9
De 40 a 50 años 89 96 1 85 7,7 7,9 7,8
De 50 a 60 años 68 80 148 5,9 6,6 6,2
De 60 a 70 años 42 37 79 3,6 3,0 3,3
De 70 a 80 años 14 24 38 1 ,2 1 ,9 1 ,5
Más de 80 años 1 2 3 - - -
Total 1 . 1 44 1.203 2.847 1 00 1 00 100

Las unidades sociales reagrupadas


El reagrupamiento de Matmata reúne a las poblaciones de las siete
farqat que previamente formaban los aduares de Beni Fathem, del
Djebel Luh de la comuna de Ued Djamaa, y de Tighzirt, que en
épocas pasadas dependía de la comuna de Marbot ( departamento
de Médéa) . Así, obró una profunda transformación en la organi­
zación administrativa de la región. Sólo tres de las farqat reagrupa-
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL VALLE DEL CHELIF 2 49

das pertenecen a la gran tribu de los matmata: los hamzat, los uled
mehdi y los zebala; la farqa de Tighzirt se confunde con el ex aduar
homónimo; la farqa de los Meherza, cuyas tierras están situadas en
la llanura (en todos los casos), está separada del reagrupamiento
apenas por media hora de caminata. Las restantes Jarqat (especial­
mente las del Djebel Luh: farqa de los laghuati y de los uled mehdi)
tienen su respectivo terreno a distancias que no podrían zanjarse
en menos de tres horas de caminata (entre 15 y 20 kilómetros) .
Además, l a situación d e l as distintas Jarqat reagrupadas varía e n fun­
ción de su origen y de su lejanía respecto del reagrupamiento. Por
supuesto, las más desfavorecidas son las de montañeses del Djebel
Luh, que dejaron atrás tantas más selvas que tierras cultivables y
que debieron destruir sus casas antes de evacuarlas, para que no
sirviesen como refugios; entretanto, la gente de Meherza pudo con­
tentarse con cerrar las puertas de sus moradas.

EL CENTRO DE DJEBABRA
Este centro reagrupa a las poblaciones dispersas del ex aduar El­
Hammam, vale decir, sobre todo de las Jarqat Djebabra y Merdja.
El principal enclave de la comuna es Hammam Righa, ciudad de
colonización del distrito de Miliana. Por ende, el centro no es una
entidad comunal autónoma.

Localización
El nuevo habitat está implantado en el sitio conocido como Draa
Driyas, a ambos lados de la línea (Ued Djer - Dada Mimun) que se­
para los antiguos territorios de las farqat de Djebabra y de Merdja;
a 4,5 kilómetros al noreste de Hammam Righa y a poco más o
menos de 1 kilómetro de la ruta nacional Affreville-Bourkika, a
la cual está unido por una senda que comienza en el «Ravin des
Voleurs» [Barranco de los Ladrones].
Ocupa una superficie de 5 hectáreas, que de modo indiviso per­
tenece a cuatro grandes familias. Se había encarado un trámite de
expropiación. Se estimaba que esas tierras equivalían a 600 F por
hectárea.
250 EL DESARRAIGO

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Chozas del reagrupamien to:
Jam;\a [esp acio de l a anmblu comunal]
Familias de la Jarqa Mcrdja Fuente

Fam i lias de l a Jarqa Djcbabra Alambre de púa
Familias de distintu Jarqal llincra ,-i os seguido, gcncra.lmcotc
por los moradores de la, choza,

mII Espac ios públi cos 50 m

CI J nata lac i o ncs m i l i ta res escala a roximada

El reagrupamiento de Djebabn, con los itinerarios de los campesinos reagrupados

Datación
El sitio del reagrupamiento definitivo se decidió en enero de
1959: a vuelo de pájaro, se nota que toda la población que se dis­
persaba por 3 o 4 kilómetros a la redonda de ese punto había
sido objeto de desplazamientos y de instalaciones provisorias en
enclaves improvisados y en condiciones extremadamente preca­
rias. Los primeros trabajos de implantación comenzaron en Draa
Driyas durante el verano de ese mismo año.
LOS REAGRUPAMIENTOS DEL VALLE DEL CHELIF 2 5 1

Unidades social.es reagrupadas


La Jarqa Djebabra estaba implantada en las tierras bajas, las
más cercanas al centro, y Merdja ocupaba las primeras laderas
montañosas.

Población del reagrupamiento


Según registro del primero de abril, en el reagrupamiento había
944 personas, que vivían en 1 87 hogares: 527 adultos (236 hom­
bres y 291 mujeres) y 4 1 7 niños (de menos de 15 años; el índice
correspondiente a estos últimos es muy alto, de un 44, 1 % ) . La
estructura poblacional por sexo y por edad deja en evidencia una
proporción de mujeres levemente más pronunciada en cuanto al
conjunto de la población y en cada uno de los grupos etarios,
con excepción de las edades avanzadas. En la mediana edad, el
desequilibrio entre los efectivos masculinos y femeninos parece
deberse a tres motivos principales: la mortalidad más acusada de
los hombres, su partida hacia las ciudades donde la seguridad es
mayor, los decesos durante la guerra. Diecinueve familias -esto
es, una de cada diez- ya no cuentan con hombres.
TABLA XII ""
Estructura por edad y por sexo, según las fichas de datos poblacionales
""
(j1

t"l
t""
t:,
t"l
Efectivos Proporciones "'
Grupos etarios >
hombres mujeres total %H %M % Total

Menos de 1 5 años 212 205 417 47,3 4 1 ,3 44,1
§
De 15 a 20 años 30 28 58 6,7 5,6 6,1
De 20 a 25 años 40 41 81 8,9 8,2 8,5
De 25 a 30 años 39 45 84 8,7 9,0 8,6
De 30 a 35 años 28 36 64 6,2 7,2 6,7
De 35 a 40 años 19 25 44 4,2 5,0 4,6
De 40 a 45 años 18 30 48 4,0 6,0 5,0
De 45 a 50 años 11 22 33 2,4 4,4 3,4
De 50 a 55 años 12 15 27 2,6 3,0 2,8
De 55 a 60 años 10 24 34 2,0 4,8 3,6
De 60 a 70 años 17 15 32 3,8 3,0 3,3
De 70 a 80 años 10 10 20 2,0 2,0 2,0
Más de 80 años 2 o 2 - - -
Total 448 496 944 1 00 1 00 1 00
Apéndice 111
Un aspecto de la
descampesinización

EL DESCUBRIMIENTO DE LA ENFERMEDAD

El índice más claro de la ruptura con la tradición campe­


sina son las conductas en que se expresa una actitud totalmente
nueva con respecto a la enfermedad. En efecto, ¿acaso puede ima­
ginarse una abjuración de la moral del honor más rotunda que
esta suerte de complacencia en uno mismo y en su propio cuerpo
que la «civilización» ha alentado?
Analicemos la indignación de una mujer de Djemaa-Saharidj ,
de más de setenta años d e edad, que residió varias veces en Mekla,
Mirabeau, Tizi-Uzu y Argel, viéndose obligada a cuidar en casa y
después en el hospital a un hijo suyo, que murió finalmente de
tuberculosis a la edad de treinta y cuatro años.
«Antes no se sabía qué era la enfermedad. Uno se acostaba en
el lecho y moría. Ahora hemos aprendido palabras como híga­
do, pulmón (albumun) , intestinos, estómago ( listuma) ¡y qué sé yo
cuántas más! Antes sólo se conocía el (mal de) vientre ( tháabut ) ,
del cual han muerto todos quienes están muertos, y también la
fiebre ( thaw/,a) . Los enfermos de entonces estaban mal, por ejem­
plo, un día, ya que no podían levantarse; si al día siguiente podían
levantarse y con muchos esfuerzos llegar hasta el umbral de la
puerta, tomar sol, ver un poco el mundo o hasta comer un huevo,
estaban curados. Y si después otra vez no podían levantarse, había
de nuevo enfermedad. Toda la existencia del enfermo transcurría
así: un día se decía de él que estaba curado, que se había levan­
tado, que había dado diez pasos, que había comido o sorbido un
poco de sopa; al día siguiente, se la compadecía porque estaba
abatido por la fiebre terciana ( thaw/,a thamatsalts) . Todas las enfer-
254 EL DESARRAIGO

medades de la época eran jnun. ¡En qué se han convertido estos


jnun, como no sea en los pulmones, el estómago, el hígado de que
se nos habla! Ahora sólo a las mujeres les vienen los jnun, y no a
todas: sólo a las que no van a ver al médico. De todas formas, a
excepción de aquellos enfermos a los que venían a ver amigos y
parientes, todo el mundo estaba bien. »
«Todo ha cambiado; ahora ya no hay aquellos grandes enfer­
mos de otros tiempos. Mi hermano Dada A. . . guardó cama duran­
te cuatro meses; Da M . . . estuvo en cama durante casi un año. Los
enfermos de antes llamaban a la muerte, y ella no venía. Cuando
alguno estaba enfermo, la noticia se esparcía por todas partes,
no solamente en el pueblo, sino en toda la aarsh. Por otra parte,
la casa de un enfermo nunca estaba vacía; durante el día venían
en busca de noticias del enfermo todos los parientes, hombres y
mujeres . . . ' Al caer la tarde, todas las mujeres parientes, incluso
las más jóvenes, se reunían junto a la cabecera del enfermo. Una
vez a la semana había, además, el "mercado del enfermo" (suq
umut 'in) , y se mandaba a alguien a comprarle carne o fruta. »
«Hoy, todo esto se ha olvidado; es verdad, ya no hay enfermos,
enfermos como los de antes. Ahora todo el mundo está enfer­
mo, todo el mundo se queja de algo: me duele la cabeza, toso, no
puedo comer esto, aquello, no puedo trabajar, no puedo cami­
nar. Ahora todos los hombres están quejumbrosos: ellos "se escu­
chan", como hacen las gentes de la ciudad. Antiguamente, a los
que decían estar enfermos y no estaban en cama se los trataba de
mentirosos; se habrían vuelto sospechosos de buscar un mal pre­
texto para no trabajar. Sólo estaban enfermos los que sufrían sacu­
didas de fuerte fiebre, hasta no dar más, o los que no conseguían
terminar de comerse un huevo. En los demás casos, se estaba en­
fermo de una "enfermedad de Rumi'". Es verdad, no había alguien

1 Se teme que la muerte sorprenda al enfermo sin darle tiempo y luci­


dez mental para cumplir con sus últimos deberes religiosos: decir la
shahadá (profesión de fe). Nunca se deja al enfermo a la sola atención
de las mujeres, quienes no pueden hacer que el moribundo pronun­
cie la profesión de fe ni pronunciarla en su lugar; por lo general,
quien permanece a su lado es el varón de más edad y res peto.
UN ASPECTO DE LA DESCAMPESINIZACIÓN 2 5 5

más dado a la comida que un fellah', ¡lo que podía llegar a comer!
Ahora apenas se toca el alimento, a fuerza de delicadeza . . . ,.
«Por lo general, antes uno "se olvidaba", no daba gran impor­
tancia a su propia persona; las gentes de ahora "acarician a su
propia persona". Uno se ponía enfermo, y entonces se acostaba;
mejoraba, se levantaba, sin más. »
«La enfermedad la han traído los trabaj adores de Skikda
( Philippeville) y Annaba (Bona ) . Volvían con fiebre; a más de
uno lo han tenido que traer en camilla ( thíiarishth) . Perdían el
conocimiento y estaban acostados durante tres o cuatro meses.
Estos fueron los primeros enfermos. Entonces supimos lo que era
t 'ifus (el tifus). Luego vinieron los enfermos de Francia; de ellos
se decía: "Los ha golpeado el frío". Éstos volvían enflaquecidos,
tosían y ocultaban su mal, estaban m 'frutrini ( [ <fr. poitrinaires] , hé­
ticos). Estos enfermos no guardaban cama, seguían trabaj ando
mientras podían; a veces se curaban, otras iban tirando hasta que
ya no podían más y morían. Su agonía era fácil; languidecían y se
extinguían muchas veces con todo su espíritu. »
«Por el contrario, los moribundos de antes penaban, su ago­
nía era lenta, podía durar una noche y un día o dos noches y un
día. La muerte los "asaltaba siempre por la palabra", se volvían
mudos. Todo el mundo tenía tiempo de verlos por última vez.
daban tiempo a los parientes para reunirse y preparar el entierro.
Para facilitar su agonía se hacía limosna, se daba a la comunidad
un árbol, casi siempre una higuera situada al borde del camino.
Los frutos de este árbol no se recogían, y se dejaban a los pobres
y viajeros ( shajra usufagh: el árbol de la salida, shajra n 'esadhaqa. el
árbol de la limosna. . . »
«¿Quién está enfermo ahora? ¿Quién tiene buena salud? Todo
el mundo se queja, pero nadie guarda cama, todo el mundo corre
a ver al médico. Todos conocen su enfermedad. Yo soy incapaz de
decir si mi mal está aquí o allá. Todo lo que sé es que tengo mal el
corazón [ lleva su mano hacia la parle alta del vien�] . Primero fueron
los hombres, los ex obreros de Francia, los que comenzaron a ir al
médico, después las mujeres, al final los niños. Las mujeres y los
niños sólo desde que comenzó esta guerra, desde que los militares
dan pinchazos [inyecciones] y llevan los enfermos al hospital. »
256 EL DESARRAIGO

« ¡Al hospital, y con eso está todo dicho! ¡El hospital, que an­
tes era un insulto, la mayor desgracia y el mayor deshonor! "¡Oh,
rostro de (quien está en el) hospitall ¡Tú eres aquel que será co­
mido en el hospital, el que terminará sus días en el hospital! " El
hospital era la vergüenza de la familia del enfermo. ¿Quién habría
consentido, como hoy, separarse del enfermo? Se decía que allí
se mataba a los enfermos, se les colocaba en una tabla inclinada
y jabonosa y se les dejaba resbalar hasta el mar. Yo he visto ahora
el hospital, ¡ todo es blanco! Todos los hospitales están llenos, uno
espera su tumo para ir al el hospital; uno suplica para poder in­
ternarse y quedarse. Las mujeres insisten y perseveran más que los
hombres, desde que han tenido conocimiento del médico y los
pinchazos; corren tanto o más que cuando iban en busca de algún
t 'a/,eb [sabio, facultativo] célebre o hacia un lamqam (mausoleo de
un santo) en el que tenían fe. »
«No bien hay un enfermo en la familia, se aconseja o se repro­
cha: "¿No le habéis llevado al médico? ¿No le habéis comprado
ningún medicamento?". Como antes, sí, antes se decía: "Llevad­
lo a que lo escriba tal t 'al,eb, o aplicadle tal preparado". ¿Acaso
a los enfermos de ahora los cuidan sus allegados más particu­
larmente que a los de antes? Estamos viendo aparecer nuevas
costumbres. »
«En el origen de estas costumbres está Francia. 2 Marchan de
aquí (Argelia) delgados, enclenques, con mal aspecto. No hay
nada (bueno) que ver en ellos; pero antes tenían buen porte, no
conocían la enfermedad, se avergonzarían de decirse enfermos
y, si lo estaban, lo ocultaban. Vuelven de Francia gordos, mofle­
tudos, con buenos colores, fuertes, sólidos, pero enfermos. No
trabajan, no comen, se les da dinero por eso. Una enfermedad
como esa de guardar cama, no trabajar y ganar dinero, ¡a más de
uno le gustaría que fuera incurable! Basta ver cómo palidecen
sus semblantes cuando el médico les anuncia que están curados y
que ya pueden ir a trabajar; vuelven a enfermar de un momento a
otro, y enseguida recuperan su mal color, en cuestión de un día. »

2 Hay que entender: la emigración a Francia.


UN ASPECTO DE LA DESCAMPESINIZACIÓN 2 5 7

«Esto ha hecho que se conozca al médico; se han habituado a


él y a los medicamentos; se sabe que tal remedio es bueno para el
vientre, tal otro para la fiebre, éste para el frío, aquél para cuan­
do no hay apetito o para fortalecerse. ¡Un medicamento para co­
mer! ¡Qué escándalo! ¡Antiguamente se los habría llamado locos!
¡ Ellos, que habrían hecho cualquier cosa para dejar de comer! Yo
estuve enferma dos días y no había visita, hombre o mujer, que
no me trajese una píldora, un comprimido ( alkashi [<cachet] ) , un
envoltorio ( thabakith) , una cucharada de polvos o de jarabe (sim
[ <sirop, o bien: simm] ) . Todo este aparador que hay aquí encima
de mi cabeza, estaba lleno a rebosar. »
«Si observamos la manera de alimentarse, vestirse y trabajar, las
gentes ahora comen mejor, visten mejor y tienen más descanso.
Pero, sin embargo, no se portan mejor. ¡Cuántos hay en el pueblo
que reciben dinero porque están enfermos! ¿Pero están verda­
deramente enfermos? Como la enfermedad les significa dinero,
no se avergüenzan de ella. Antes, cuando alguien iba a pedir una
muchacha en matrimonio, cuando se iba a "criticarla" -anqad,
como se dice-,' ( . . . ) la primera pregunta que se hacía era: " ¿Ella
es fuerte?". Entonces la muchacha tenía que demostrar su fuerza,
sus padres dar fe: la muchacha levanta el cántaro, se lo pone a la
espalda, va a llenarlo y vuelve a dejarlo "en el banco de los cán­
taros". Hasta se oye decir a la madre que su hija carga el asno sin
ayuda de nadie, ata la carga y luego la descarga. Hoy, la nueva cor­
tesía exige que la hija se cree un aspecto una pizca debilucha, que
no levante la voz, como si ella estuviese allí y no en la cama, da­
das esas circunstancias. La madre pujará: "Mi hija es delicada, no
come nada, hay que cuidarla". Antes semejante hija habría sido
"lote de sus padres" ( thiji imawlanis) , nadie la habría querido. »

3 «Anteriormente» -añade- «se decía que se iba a "criticar a la


moza": se enviaba una especialista bajo cualquier pretexto; esta mujer
tenía olfato, gusto, se mantenía alerta, nada escapaba a su mirada cri­
tica. Ahora que uno tiene más savoir-vivre, despachar una thanaqallhth
es humillante para la familia de la moza, es un insulto; uno dice que
va a aliarse, que se alía a los hombres ahora es inútil ver a la mucha­
cha, pero uno siempre se las apaña para poder verla. »
2 5 8 EL DESARRAIGO

«Ahora uno no se avergüenza de estar enfermo, ¿y por qué


avergonzarse? Porque la enfermedad da el dinero que no da el
trabajo. Ahí una razón excelente para no trabajar, pues si uno se
pone a trabajar, pierde los subsidios. ¡Miren a Ar . . . a Ua . . . y a su
hermano Ak . . . 1 También ellos, como los demás, han trabajado en
Francia y también ellos están enfermos. Hace ocho y cinco años
que han vuelto de Francia y todavía reciben dinero; ocho días an­
tes de ir a que les hagan la revisación médica dejan de trabajar, se
lavan las manos para reblandecer los callos y se presentan en casa
del doctor con manos de ocioso o del que en toda su vida sólo ha
sostenido una pluma. En estas condiciones, ¿quién está enfermo
y quién no?»
«Antes, uno no conocía a enfermos de esos que van y vienen,
pasan mucho tiempo en los mercados, trabajan en los campos,
comen normalmente (y además les gusta mucho comer) , porque
deben cuidarse. Después de los hombres, ahí llega el momento de
las mujeres. Ellas también tienen que tocar dinero. Y ya que a los
niños les toca la asignación cuando su hermano está en Francia,
hace falta que la madre pase por una revisación médica. Hace
falta que el médico le encuentre una enfermedad y ahí la vemos:
enferma, y clienta del doctor. ¿Hubo alguien que haya estado en
lo de un médico y no haya vuelto con una enfermedad?»
Por lo general, el léxico que se usa para traducir todas las vi­
vencias que se tienen de la enfermedad y de los cuidados cons­
tituye un excelente indicador del grado en que ha ingresado la
práctica médica en la sociedad kabilia. De hecho, se conoce gran
cantidad de medicamentos, que se utilizan en abundancia: lasbru
[Aspro, marca comercial de aspirina] , lasbirin [aspirina] , albiyais,
lastribt 'u [estreptomicina] y sus gramos ( igramnis) , labinisilin [pe­
nicilina] y sus millones [de unidades, para las dosis] ( imelyan) ,
sirum liz.ambul (jarabe -o bien: suero- en ampollas] a/.kalsiyum
[calcio] -que es «la inyección que da calor [o bien: vigor] »-,
asharbun [ «carbón» ] para los malestares estomacales. Se conoce
además l.atumbiratur [temperatura] «que subió a cuarenta digri
[ 40 º] en el tinnumitir [termómetro] . Se sabe que en la cáscara de
las naranjas hay livitamin [vitaminas] , que algunos enfermos tie­
nen un bnumu [neumotórax] cada quince días, que a otros les da
UN ASPECTO DE LA DESCAMPESINIZACIÓN 2 5 9

latach [un ataque] , otros tienen labsi [un absceso] que puede «vol­
ver» adentro [reabsorberse] o puede iklati [estallar, del fr. éclater]
afuera. Dos muchachitas han tenido la valentía de hacer albarasiyu
[ «operación » , por antonomasia] y operaciones más delicadas que
labandisit ' [apendicitis] o la ablación de bocio (que han sido las
primeras) . La benjamina de las enfermedades es lanshin [angi­
nas] -ni hablar de thajanaqth [transfusión de sangre]-: requie­
re que el paciente se haga quitar alfijit 'asiu. Thinagist [punzada
abdominal] dejó de llamarse de ese modo; entre los hombres, se
vuelve buwandikut ' [<point de cote1 . Ya no hay quien se contente
con laftr.it ' [visitar, ver en el consultorio] al médico: se le pide que
pase [dé sesiones de, aplique] radiyu, radiuyskub [radioscopía]
que es la «radio de los ojos» , o radiyugraf [radiografía] que es la
«radio con foto» ( aradiyu as lafutu) . A la vez, uno se hace z.analiz.
[distintos estudios, análisis] en laburatuwar [el laboratorio] y por
eso se alegra de tener «sangres fuertes» ( sahan idhaman) o, por el
contrario, diagnostica su mal diciendo que «las sangres se arruina­
ron» o «se mezclaron» ( ajasran idhaman, jalt 'an idhaman) . Los más
enterados hablan de gl,ubul [glóbulos] e incluso añaden rush [ro­
jos] o bla [blancos] . Se esperan los rizulta [resultados, informe]
de una iksbirtiz. [<expertise, revisión médica] o de un kuntrul [con­
trol] , se solicita una kuntrjizit ' [ <conm-visite, «segunda opinión»
médica] cuando el médico «quita» o «rompe» lakis [ va más allá
de la cobertura prevista por el seguro de salud] . Según se sabe,
para tener lanfalid [certificado de invalidez] hay que estar rifurmi
en 66 bursa [baldado en un 66 % ] , que en el caso de una mujer
basta 40 bursa [ un 40 % ] . Se hace diferencia entre lanfaliditi-jiniral
[invalidez total, «general» ] y lanfalid-brubursiyunal [invalidez par­
cial, «proporcional» ] . Un buen médico es aquel que extiende un
buen sartafika [certificado] . El sbisiyalist ' [especialista] -vale de­
cir, el tisiólogo- es el mejor médico, ya que siempre concede la
lungmaladi [licencia por enfermedad prolongada; desde luego, la
tuberculosis] y eso es algo que lakis lasurans [ el seguro social de sa­
lud] siempre terne; una prueba al respecto es que sólo cada seis o
nueve meses cita al enfermo para ligzama [examinarlo, revisarlo] .
Apéndice IV
Las dos sintaxis

Las declaraciones de un integrante de la S.C.AP.C.O. de


Marabout-Blanc (nacido en 1 9 1 8, proveniente de Djendel y padre
de seis niños) suponen un ejemplo de la mayoría de las contradic­
ciones, las interferencias y los deslizamientos de sentido que están
asociados a la dualidad de las sintaxis tradicionalista y capitalista.

LÓGICA TRADICIONALISTA LÓGICA CAPITALISTA

Defensa del cultivo de subsistencia


y m;haz,o tú la producción para el
merr:ado
«No me haría muy feliz tener que
comprar mi trigo afuera, incluso si
tengo dinero. Antes, uno se esfor­
zaba para no comprar nada en el
mercado, uno no comía otra cosa
que lo que la tierra daba. Nunca
he comprado granos en la ciudad,
siempre lo he producido por mi
cuenta, y el grano es mucho me­
jor. Está la baraka [el barracón, el
depósito de la tienda] , mientras
que en los muelles a cada rato
hacen llegar más grano. [El de la
baraka] es grano viejo, trigo vacío
(Jaragh) , liviano y sin "nada aden­
tro". Quien se alimenta con ese
grano no queda saciado: no hará
2 6 11 EL DESARRAIGO

otra cosa que transportar bolsones


y bolsones si es que tiene dinero. A
fin de cuentas, es preferible com­
prar en el mercado (antes que en
los negocios de la S.AP. ) , en lo de
los fellah'in; es nuestro trigo, es el
trigo de fellah'in. »

Para justificar la negativa a com­


prar en el mercado y de producir
para el mercado, se recurre a ra­
ciocinios que obedecen a la lógica
mágico-mítica.

Conciencia de las contradicciones


del tradicionalismo y aspiración a la
expl,otación moderna
«Con nuestras tierras no podemos
hacer nada. No podemos mtjorar
las cosechas. Nuestros abuelos
eran más afortunados; llegaban a
vivir con 10 hectáreas. Ahora, se
necesitan de 200 a 300 hectáreas
para una familia. Nosotros no
podemos seguir como nuestros
ancestros, no podemos vivir como
ellos. Debemos trabajar como los
colonos, con tractores, máquinas,
fertilizantes, hombres. Sólo en­
tonces tendremos con qué vivir. Si
no podemos cambiar así, no po­
demos ser otra cosa que 'obreros­
trabajadores de la tierra' (zuftiri,
jaddamin-trab) . ..

La adhesión a la tradición parece


una decisión forzada, impuesta
LAS DOS SINTAXIS 263

por la falta de recursos. La aspi­


ración a la agricultura moderna
sigue siendo imprecisa y genérica.

Contradicciones como expmwn del


esjuer,.o para conciliar los contrarios,
destinado alfracaso
«No es que nosotros tengamos
los tractores, el dinero: los tiene
la S.C.AP.C.O. Nosotros éramos
obreros, y hoy todos somos obre­
ros. Si el abono y el tractor fuesen
míos, ya los habría vendido para
comprar trigo, la mayor cantidad
de trigo que pudiese, y tenerlo
conmigo. ( . . . ) Los alcauciles, las
legumbres, los frutos . . . todo eso es
bueno; pero cuando uno tiene de
comer, cuando uno tiene muchas
tierras que dan trigo para todo el
año, entonces es bueno tomar una
pequeña porción de tierra y volver­
la un jardín.
Es el paraíso. Ese de por allá es
rey (yatmulak) . Él no ha cultivado
para vender; aquí, uno no está en
la ciudad, donde todas las maña­
nas uno va al mercado, compra
de esto, compra de aquello, hasta
colmar el canasto. Nosotros somos
fellah'in. Está permitido que cada
cual venda su ganado, cabras y ca­
britos, corderos, un venadito; uno
vende su trigo si le sobra. Hay que
hacer que la gente pobre pueda
alimentarse. En un momento en
que no hay galletas de cebada para
264 EL DESARRAIGO

dar a los pequeños que lloran de


hambre, nos hacen plantar alcau­
ciles y naranjas. Así se divierten, se
burlan de nosotros. »

Los fellah'in no tienen la sensa­


ción de que esos tractores y ese
capital -que con justo motivo
consideran como condiciones
indispensables para su propio
acceso a un tipo de explotación
racional- les pertenezcan. Esto
se debe a que no se sienten libres
de ponerlos al servicio de objeti­
vos definidos por ellos mismos, es
decir, objetivos tradicionales.

Estas contradicciones no involucran sólo a las personas de mayor edad.


Las comparte el grupo entero; también tienen su expresión entre los
más jóvenes, que --como los demás-- están en busca de la conciliación
imposible entre la seguridad que la economía tradicional procuraba y la
productividad de la economía moderna. Lo testimonian los dichos de un
adjudicatario de la C.AP.E.R. de Ain Sultan, nacido en 192 1 , padre de
cuatro niños:

Conciencia de que /,a agricultura pobre


no es redittlab/e
«El débil está en la miseria, trabaja
mucho y no cosecha nada. ( . . . )
Nuestras tierras están en pendien­
te [sobre las laderas] . Uno no
puede labrar un surco profundo
(Jundu) para levantar la tierra. No
sale nada. »
LAS DOS SINTAXIS 265

Jwtijicación tradicionalista de las


negativas rü la C.A.P.E.R.
«¿Por qué esta tierra (de la
CAP.E.R. ) no rinde? Dejó de dar
algo el día en que no tuvo patrón
para estar atento a ella. ¿Quién es
el patrón de esta tierra?»
La partida del colono dejó a la
tierra sin amo: la C.A.P.E.R., colo­
no sin rostro, no es el verdadero
amo de la tierra ( mul tmb) ; a decir
verdad, tampoco lo son los adju­
dicatarios, propietarios teóricos
que no hacen realidad la posesión
efectiva, dado que no cuentan
con la posibilidad de decidir
soberanamente sus métodos de
explotación.
«Este año, he tomado a mi cargo
[la tarea de] labrar y sembrar en
las colinas; creo que es lo mejor
que he hecho. De ese modo, si
Dios quiere, tendré un poco de
trigo para guardar. »

En este contexto, al igual que en­


tre los obreros agrícolas, el desdo­
blamiento aporta una solución a la
contradicción.

Nostalgia por la seguridad tradicional


«Antes, cuando uno tenía una
porción de tierra, podía tener
todo al alcance de la mano: frutas,
legumbres, leche de cabra. En
cambio, en la ciudad, hay que ir
2 66 EL DESARRAIGO

donde el vendedor a buscar hasta


lo mínimo. ( . . . ) Aquí se ha vuelto
un poco como en la ciudad: hay
que pasar por el comerciante de la
comida, por el vendedor. Antes era
mejor. Ahora uno compra hasta la
madera, mientras que antes basta­
ba con ir a buscarla al bosque.•

El fellah' pondera cuánto ha per­


dido cuando pasó de la economía
de autoabastecimiento a la econo­
mía de mercado. Pero lo que él
añora es una economía tradicional
que también procuraría las venta­
jas de la economía moderna.
« Tener cerca la tierra y ser tan
dichoso como en la ciudad; si yo
tuviese una porción de tierra como
aquella, la cultivaría, y los 7.000 F
que gasto en la proveeduría segui­
rían en mi bolsillo.•

La tentación de la vida urbana


«Si me diesen 40.000 F y pudiese
elegir entre el campo y la ciudad,
iría a la ciudad por causa del niño.
Para que uno eduque a su hijo, es
preferible que esté en la ciudad.
( . . . ) Lamento no tener un oficio.
Si tuviese un oficio, iría donde me
pagasen mejor. Incluso si hubiese
que ir a París. Nunca en mi vida
estuve en la ciudad. Alguien que
tiene un oficio en sus manos va
donde quiere. En la ciudad, cuan­
do alguien tiene un oficio que
LAS DOS SINTAXIS 2 67

permite trabajar todo el año, todo


es perfecto; pero si uno vive en la
ciudad y no trabaja todos los días,
entonces pasa días dificiles. »

Y todas las aspiraciones contradic­


torias se ven conciliadas al imagi­
nar una condición que aseguraría
las ventajas de la economía de
autoabastecimiento y de la econo­
mía monetaria:
«El más dichoso de todos es el
obrero que tiene un jardín y que
trabaja en él los domingos. No
compra nada. ,.
Siglas

ALN Armée de Libération Nationale, Ejército de


Liberación Nacional (brazo annado del Front de
Libération Nationale)
AMG Assistance Médicale Gratuite, Asistencia Médica
Gratuita, creada en Francia en 1 893 y extendida
por el régimen colonial a los territorios de
"ultramar" para dar respuesta a las necesidades
sanitarias de los "indigentes"
ARDES Association pour la Recherche Démographique,
Économique et Sociale, Asociación para la
Investigación Demográfica, Económica y Social
(respalda estudios de Bourdieu y Sayad en
Argelia)
CAPER Caisse d 'Accession a la Propriété et a
l'Exploitation Rurale, Fondo de Acceso a la
Propiedad y a la Explotación Rural, organismo
que expropia y administra las tierras irrigadas de
Argelia, imponiendo la explotación de amplias
extensiones según métodos "modernos"
DRS Défense et Restauration des Sois, Defensa y
Restauración de los Suelos ( 1941 , prepara
terrazas para el cultivo y terraplenes en
pendientes, de modo que facilite la explotación
rural y forestal)
F francos franceses (en la época, se sobreentiende
"nuevos francos franceses")
2 7 0 EL DESARRAIGO

HPK Société des Lieges des Hamendas et de la


Petite Kabylie, Sociedad [de Explotación]
del Corcho de las Selvas de Hamenda y
de la Pequeña Cabilia ( 1836, comenzó sus
actividades en Argelia en 1862; la razón social
originaria, Besson et Cie., impuso su nombre a
Bessombourg, actual Zituna)
INSEE Institut National de la Statistique et des Études
Économiques, ente estadístico francés
SAP Société Algérienne de Prévoyance, Sociedad
Argelina de Previsión, dadora de créditos
rurales, almacena las cosechas, decide sobre
sus ventas, el reparto de las ganancias y el
equipamiento
SAS Sections Administratives Specialisées, Secciones
Administrativas Especializadas, cuadrillas
civiles y militares con tareas administrativas y
de "pacificación" en Argelia; buscan evitar la
adhesión a los movimientos de independencia
SCAPCO Sections Coopératives Agricoles du Plan de
Constantine, Secciones Cooperativas Agrícolas
del Plan de Constantina
SMIG salaire minimum interprofessionnel garanti, primer
salario mínimo instaurado en 1950 por la
Cuarta República, para paliar los efectos de la
posguerra; más adelante, se discrimina entre
el asignado a habitantes de la metrópoli y uno
nuevo para las colonias (notoriamente inferior)
T IC Travaux d'Initiative Communale, Trabajos de
Iniciativa Comunal, subvenciones y créditos
asociados a programas de equipamiento rural e
infraestructura
UGTA Union Générale des Travailleurs Algériens,
confederación sindical argelina ( 1956)

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