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EL SUEÑO DEL PONGO

Un sirviente indio va camino a la casa de la hacienda en la que labora, para cumplir su turno
como pongo o como siervo, de acuerdo a las costumbres de la sierra peruana. El autor lo
describe como un hombre de cuerpo débil y delgado, que utiliza ropas viejas. Esto es suficiente
razón para que el Patrón se burle de él, mientras le ordena que haga la limpieza.
El Pongo, nuestro protagonista, se comporta de forma muy servicial frente a sus compañeros y
su Patrón: no hablaba, trabajaba en silencio y comía por su cuenta. Debido a esto, el Patrón
toma la costumbre de maltratarlo y humillarlo frente al resto de la servidumbre.
Una noche, mientras el Pongo se dispone a rezar el Ave María en un corredor de la hacienda, el
Patrón decide obligarlo a imitar a un perro o a una vizcacha. El siervo obedeció sin rechistar,
escuchando la risa de su patrón y sus compañeros siervos, al tiempo que el primero lo pateaba y
lo revolcaba en el suelo.
Esta rutina continuó durante muchos días, hasta que una tarde, durante la hora habitual del
rezo, el Pongo se acerca a su patrón y le pide permiso educadamente, para dirigirle la palabra.
Su mandamás se lo permite, asombrado y curioso al ver que el hombrecito se atrevía a hablarle.
El Pongo comienza, entonces, a relatar el sueño que tuvo la noche anterior.
En él, tanto el indio como el patrón habían muerto, y se encontraban desnudos frente a los ojos
de San Francisco, quien examinaba los corazones de ambos. El Santo, seguidamente, le pide a
un Ángel Mayor, que va a acompañado por un Ángel Menor, que le busque una copa de oro
llena de miel.
El Ángel Mayor levanta la copa y la derrama sobre el cuerpo del hacendado, bañándolo de pies a
cabeza. Cuando llegó el turno del Pongo, San Francisco ordena a un Ángel Viejo que lo
embadurne por completo con excremento, de una lata que llevaba consigo, lo más pronto
posible, llevando a cabo el trabajo de forma tosca.
El Patrón escuchaba la historia con atención, lleno de confianza de que aquella retribución era la
más justa en su situación. No obstante, el Pongo continúa con su relato. San Francisco, tras ver
la tarea cumplida, los mira fijamente, y ordena que uno lamiera al otro, de forma lenta y
tomándose el mayor tiempo posible. Y para vigilar que así fuera, el Viejo Ángel rejuvenece y se
asegura de que la voluntad del Santo se cumpla.

Miércoles 20 de marzo

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