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Lenin, el imperialismo, la guerra y la revolución

Aldo Casas

Intervención en el panel que compartí con Jorgelina Matusevicius y Damian Fau.


Actividad organizada por la Cátedra Libre Abel Boholavsky a 100 años de la muerte de
Lenin.

Para exponer en 15 o 20 minutos algunas ideas sobre el tema que se me propuso, lo


primero es recordar que al comenzar el siglo XX, el capitalismo estaba en plena
expansión. Había superado la grave crisis que, iniciada en 1870, había durado 20 años,
ingresando en la fase del capitalismo imperialista. Con la redoblada explotación de las
colonias y naciones dependientes de la periferia, la opulencia en las Metrópolis permitió
que se pudieran hacer algunas concesiones a los trabajadores de esos países para qué sus
luchas no se radicalizaran.

La Segunda Internacional y sus grandes partidos con representación parlamentaria y


sindicatos de masas, y en particular su organización modelo, el Partido Obrero
Socialdemócrata Alemán, impresionados por aquella bonanza, se plegaron a la engañosa
ilusión de que el “Progreso” y el crecimiento económico conducirían a sociedades más
democráticas y menos injustas, posibilitando incluso una pacífica evolución hacia el
socialismo. Ese espejismo ocultó que las explosivas contradicciones del modo de
producción capitalista y el sistema mundial de Estados en la etapa imperialista,
conducirían en realidad a guerras económicas y militares entre las potencias, empujadas
a disputar el reparto del mundo, para asegurarse materias primas baratas y mercados en
los que sus capitales e industrias pudieran súper explotar una fuerza de trabajo
numerosa y carente de organización, pagando salarios ínfimos.

Cuando la carrera armamentista, los preparativos bélicos y la conformación de alianzas


militares enfrentadas y amenazantes ya no podían ignorarse, los congresos de la
Internacional Socialista se ocuparon del tema. En 1907 y en 1910, se adoptaron, a
instancias de Rosa Luxemburgo y Lenin entre otros, sendas resoluciones condenatorias
de la guerra… pero no se votaron medidas concretas para enfrentarla. La moción de que
al eventual estallido del conflicto debía responderse con la Huelga General fue remitida
a la discusión de un futuro congreso que nunca llegó a realizarse, porque antes
sobrevino la catástrofe.

En agosto de 1914 se desató la Primera Guerra mundial. Las potencias enfrentadas


reclutaron y lanzaron al combate a millones de trabajadores y campesinos para que se
despanzurraran entre sí, en una carnicería de magnitud y duración sin precedentes. Y los
grandes partidos que hasta el día anterior discurseaban contra la guerra, con el Partido
Obrero Socialdemócrata Alemán a la cabeza, se alinearon atrás de sus respectivos
gobiernos capitalistas en una “Alianza Sagrada en defensa de la Patria”. La Segunda
Internacional se desmoronó como un castillo de naipes. Ante esto, el famoso teórico
marxista Karl Kautsky sólo atinó a decir que la Internacional estaba preparada para
tiempos de paz, pero no para la guerra… O sea: era completamente inútil. Rosa
Luxemburgo fue mucho más realista, clara contundente, afirmando: “La
Socialdemocracia es un cadáver maloliente”.

Lenin, exiliado en Suiza, no podía creer que en Alemania los diputados


socialdemócratas alemanes hubieran votado unánimemente los créditos de guerra
reclamados por el Emperador: pensó primero que era una provocación de la prensa.
Pasó por días de profunda crisis… Para superarla y tratar de comprender lo ocurrido se
lanzó a estudiar la Ciencia de la lógica de Hegel y todo lo que hasta entonces se había
escrito sobre el imperialismo… Sus Cuadernos filosóficos ocupan un tomo de las Obras
Completas, los Cuadernos sobre el imperialismo, otro. Reflexionó y escribió muchísimo
entre 1914 y 1916. Y emprendió una formidable batalla política con el respaldo
organizativo de Nadieza Krupskaya y la colaboración de un muy reducido grupo de
colaboradores. Así, publicó y difundió ya en 1914 El socialismo y la guerra y, dos años
después, El imperialismo y la escisión del socialismo y también El Imperialismo, fase
superior del capitalismo, folleto que insistió en subtitular Esbozo popular porque estaba
concebido como instrumento de intervención política. Otro de sus trabajos tuvo un título
más que sugestivo: El programa militar de la revolución proletaria. Lanzo y difundió la
consigna de convertir la guerra imperialista en guerra civil en infinidad de artículos,
folletos y cartas que ocupan otros tres tomos de las Obras Completas.

El conjunto de estos materiales fue un aporte sustancial al trabajoso, sostenido y


polémico esfuerzo colectivo de la pequeña y dispersa minoría de socialistas
“internacionalistas” opuestos a la guerra, entre los que otras figuras descollantes eran
Rosa Luxemburgo y León Trotsky. Llevó tiempo asimilar la catastrófica derrota,
reestablecer contactos, superar antiguas divergencias y rencillas y comenzar a
reagruparse para luchar con métodos y perspectivas revolucionarias contra la guerra y
construir una nueva Internacional. De lo que se trataba era, nada más y nada menos, de
comprender y asumir la actualidad de la revolución en la imprevista forma en que se
presentaba.

En lugar de medir las “condiciones para la revolución” país por país y con criterios
economicistas, como hiciera Kautsky cuando aún era izquierdista, pasaron a considerar
las contradicciones del sistema del capital como una totalidad que, con un desarrollo
desigual y combinado y articulándose con anteriores modos de producción en
formaciones económico-sociales determinadas, cubría el mundo. Y que la resultante
necesaria del crecimiento del capital bancario y el capital financiero, la conformación de
poderosos monopolios íntimamente articulados con los Estados, y la hipertrofia de la
industria bélica, eran precisamente el Imperialismo, la guerra... y las revoluciones, que
podían comenzar en los “eslabones débiles” de ese entramado.

Lenin se distinguía de los otros “internacionalistas” por ser el único que contaban con
una organización forjada con una estrategia revolucionaria, aunque fuese muy pequeña
y sus militantes estuvieran ilegalizados y duramente reprimidos en la Rusia zarista. El
pensaba, escribía y discutía como el conductor de una organización que había pasado
por la prueba de fuego de la revolución de 1905, educada teórica y prácticamente en
utilizar todos los métodos de lucha. Sus textos insistían machaconamente en la
necesidad de combatir teórica, política y militarmente para derrocar al zarismo e
impulsar la lucha contra el imperialismo capitalista y la revolución socialista en todo el
mundo. Destacaba incansablemente la importancia del factor subjetivo en la revolución,
insistiendo en que era el único método eficaz para enfrentar la catástrofe que era la
Guerra mundial. De allí el llamado a que los trabajadores uniformados y lanzados a las
trincheras, dejaran de matarse entre sí y volvieran las armas en contra de sus propios
gobiernos, para alcanzar una paz justa, sin rapiña, anexiones, ni oprimir a otras
naciones.

Lenin no ignoraba las dificultades, ni proclamaba la actualidad de la revolución como


recurso propagandístico para insuflar ánimo a los militantes. Su caracterización era que
la catastrófica prolongación del conflicto, el desequilibrio e inestabilidad de los
gobiernos y Estados, por arriba, así como, por abajo, el creciente descontento y
resistencia los millones de obreros y campesinos armados ya hastiados de masacrarse
entre sí, generaría estallidos de protesta y una “situación revolucionaria” en la que
podrían producirse “saltos” en la subjetividad de las masas. Consideraba el llamado a
“transformar la actual guerra imperialista en guerra civil” era ya parte de ese desarrollo
de la conciencia y la revolución en el plano subjetivo.

Por eso y para eso exigía también una tajante ruptura con los partidos socialdemócratas
convertidos en “social patriotas” y también con los “centristas” que, oponiéndose a la
guerra, no terminaban de romper con las viejas organizaciones.

Lenin consideraba que las proclamas carentes de realismo y efectividad eran indignas de
dirigentes revolucionarios, pero le repugnaba aún más la Realpolitik de la política
burguesa que había corrompido a la Segunda Internacional. Apoyándose en su riguroso
estudio de lo que por entonces se conocía de la obra de Marx y Engels, y también en lo
aprendido durante el “ensayo general” que había sido la revolución rusa de 1905,
entendía que para preparar la revolución era necesario preverla y, recíprocamente, que
prever la revolución era también prepararla. Por eso las previsiones de Lenin, que se
basaban en una rigurosa y concreta consideración de hechos y circunstancias, incluían
también un componente voluntarista: estaban dirigidas a iluminar e incentivar la acción
del proletariado para contribuir a la gestación de esa situación revolucionaria. Si alguna
previsión resultaba ser equivocada, o el desarrollo de los acontecimientos tomaba un
rumbo inesperado, se la modificaba. Su voluntarismo revolucionario articulaba la
firmeza estratégica con el máximo de flexibilidad en las tácticas.

Así se orientó y orientó a su partido durante la revolución de 1917, para lograr que,
derribado el zarismo, todo el poder pasara los soviets, sacar a Rusia de la guerra
imperialista, avalar el reparto de la tierra tomada a los latifundistas por los campesinos y
vencer en la sangrienta guerra civil internacional que se le impuso, sentando las bases
de la República de los Soviets y de la Tercera Internacional, ambiciosamente concebida
como “Partido Mundial de la Revolución Socialista”.

Cierto es, también, que esas formidables victorias políticas tuvieron luego un desarrollo
mucho más complejo y contradictorio de lo que los mismísimos Lenin (y Trotsky)
pudieron prever y enfrentar. La Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas,
resultante institucional de la Revolución de Octubre (¡y de su aislamiento!), fue también
su radical negación, convertida por una ensoberbecida burocracia no ya en baluarte de la
revolución socialista internacional, sino de la ideología de “Construir el socialismo en
un solo país” y la Tercera Internacional en una dependencia al servicio de la política
exterior de Rusia. Pero esta es, podría decirse, “otra historia”, que escapa a los límites
de la exposición que se me pidió.

15/4/2024

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