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Lenin, El Imperialismo, La Guerra y La Revolución
Lenin, El Imperialismo, La Guerra y La Revolución
Aldo Casas
En lugar de medir las “condiciones para la revolución” país por país y con criterios
economicistas, como hiciera Kautsky cuando aún era izquierdista, pasaron a considerar
las contradicciones del sistema del capital como una totalidad que, con un desarrollo
desigual y combinado y articulándose con anteriores modos de producción en
formaciones económico-sociales determinadas, cubría el mundo. Y que la resultante
necesaria del crecimiento del capital bancario y el capital financiero, la conformación de
poderosos monopolios íntimamente articulados con los Estados, y la hipertrofia de la
industria bélica, eran precisamente el Imperialismo, la guerra... y las revoluciones, que
podían comenzar en los “eslabones débiles” de ese entramado.
Lenin se distinguía de los otros “internacionalistas” por ser el único que contaban con
una organización forjada con una estrategia revolucionaria, aunque fuese muy pequeña
y sus militantes estuvieran ilegalizados y duramente reprimidos en la Rusia zarista. El
pensaba, escribía y discutía como el conductor de una organización que había pasado
por la prueba de fuego de la revolución de 1905, educada teórica y prácticamente en
utilizar todos los métodos de lucha. Sus textos insistían machaconamente en la
necesidad de combatir teórica, política y militarmente para derrocar al zarismo e
impulsar la lucha contra el imperialismo capitalista y la revolución socialista en todo el
mundo. Destacaba incansablemente la importancia del factor subjetivo en la revolución,
insistiendo en que era el único método eficaz para enfrentar la catástrofe que era la
Guerra mundial. De allí el llamado a que los trabajadores uniformados y lanzados a las
trincheras, dejaran de matarse entre sí y volvieran las armas en contra de sus propios
gobiernos, para alcanzar una paz justa, sin rapiña, anexiones, ni oprimir a otras
naciones.
Por eso y para eso exigía también una tajante ruptura con los partidos socialdemócratas
convertidos en “social patriotas” y también con los “centristas” que, oponiéndose a la
guerra, no terminaban de romper con las viejas organizaciones.
Lenin consideraba que las proclamas carentes de realismo y efectividad eran indignas de
dirigentes revolucionarios, pero le repugnaba aún más la Realpolitik de la política
burguesa que había corrompido a la Segunda Internacional. Apoyándose en su riguroso
estudio de lo que por entonces se conocía de la obra de Marx y Engels, y también en lo
aprendido durante el “ensayo general” que había sido la revolución rusa de 1905,
entendía que para preparar la revolución era necesario preverla y, recíprocamente, que
prever la revolución era también prepararla. Por eso las previsiones de Lenin, que se
basaban en una rigurosa y concreta consideración de hechos y circunstancias, incluían
también un componente voluntarista: estaban dirigidas a iluminar e incentivar la acción
del proletariado para contribuir a la gestación de esa situación revolucionaria. Si alguna
previsión resultaba ser equivocada, o el desarrollo de los acontecimientos tomaba un
rumbo inesperado, se la modificaba. Su voluntarismo revolucionario articulaba la
firmeza estratégica con el máximo de flexibilidad en las tácticas.
Así se orientó y orientó a su partido durante la revolución de 1917, para lograr que,
derribado el zarismo, todo el poder pasara los soviets, sacar a Rusia de la guerra
imperialista, avalar el reparto de la tierra tomada a los latifundistas por los campesinos y
vencer en la sangrienta guerra civil internacional que se le impuso, sentando las bases
de la República de los Soviets y de la Tercera Internacional, ambiciosamente concebida
como “Partido Mundial de la Revolución Socialista”.
Cierto es, también, que esas formidables victorias políticas tuvieron luego un desarrollo
mucho más complejo y contradictorio de lo que los mismísimos Lenin (y Trotsky)
pudieron prever y enfrentar. La Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas,
resultante institucional de la Revolución de Octubre (¡y de su aislamiento!), fue también
su radical negación, convertida por una ensoberbecida burocracia no ya en baluarte de la
revolución socialista internacional, sino de la ideología de “Construir el socialismo en
un solo país” y la Tercera Internacional en una dependencia al servicio de la política
exterior de Rusia. Pero esta es, podría decirse, “otra historia”, que escapa a los límites
de la exposición que se me pidió.
15/4/2024