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Meditación de la Palabra

Jn 7,1-2.10.25-30
LEYENDO A SAN AGUSTÍN
“A Jesús conocían por entero todo lo que se refiere al hombre: su rostro era
conocido, su patria era conocida, su ascendencia era conocida, se sabía donde
nació. Con razón, pues, según la carne y la efigie humana que llevaba, dijo: «Me
conocéis y sabéis de dónde soy»; en cambio, según la divinidad, dijo: «Mas no
he venido por mí mismo, pero es veraz quien me envió, al que vosotros no
conocéis; pero, para conocerlo, creed en quien me envió, y lo conoceréis. En
efecto, nadie ha visto nunca a Dios, sino que el Unigénito Hijo que está en el
seno del Padre, ése mismo lo explicó con todo detalle; y: Al Padre no lo conoce
sino el Hijo y a quien el Hijo quiera revelarlo.” (Tratado sobre el evangelio de san
Juan, 31, 3).
Para meditar
“Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor
de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros»,
sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos,
miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de
conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado
al Mesías!» (Jn 1,41). La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se
convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra
de la mujer» (Jn 4,39). También san Pablo, a partir de su encuentro con
Jesucristo, «enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hch
9,20). ¿A qué esperamos nosotros?” (Papa Francisco, Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, 120).

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