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Miedo a perderte

Sophie Saint Rose


Capítulo 1

Saige salió del coche dando un portazo y corrió hasta la puerta de la casa de sus padres,
subiendo los escalones de un salto con sus tacones de diez centímetros. Entró en la casa sin

molestarse en cerrar la puerta. —¿Mamá? —gritó desde el hall mirando hacia el salón. Como no
recibió respuesta, corrió escaleras arriba—. Mamá, ¿estás ahí?

Se detuvo en seco ante la habitación de su hermana, donde su madre había revuelto toda
la estancia dejándola patas arriba. Su madre la miró con sus mismos ojos azules, rojos de tanto
llorar, y con el osito que su hermana había usado desde pequeña entre sus brazos, de pie en
medio de la habitación. —Mamá, ¿qué ha ocurrido? —preguntó sintiendo que el miedo la

recorría de arriba abajo.

—No lo sé. —Cuando se echó a llorar de nuevo se acercó a ella y la abrazó para escuchar
que farfullaba sobre su hombro. —Ha desaparecido y no sé por qué. Todo estaba tan bien. Se iba
a la universidad en dos días.

Saige respiró hondo intentando retener las lágrimas. —¿Dónde está papá?

—Con el sheriff. No me han dejado salir a buscarla.

—Siéntate. —Se dejó llevar hasta la cama y la sentó suavemente. Saige se acuclilló ante
ella realmente preocupada y susurró cogiéndole las manos —Ahora cuéntame todo lo que sepas.
Y date prisa, mamá. Las primeras horas son cruciales.
Su madre respiró hondo asintiendo. —Ayer estaba bien, pero…

—¿Pero qué? No me ocultes nada.

—Discutimos porque me dijo que quería alquilar un apartamento en Austin en lugar de


quedarse en la residencia de estudiantes. —Se echó a llorar de nuevo. —Se fue enfadada.

Saige asintió. —¿A dónde iba? ¿Dónde se celebraba la fiesta?

—En casa de Mike Ardoni. Le conoces, ¿verdad? Sus padres están de viaje y el chico
aprovechó.

—¿Se llevó la ranchera?

—Sí.

—¿Y no la han encontrado?

—Estaba ante su casa. —Se echó a llorar de nuevo y la miró asustada. —¿Qué le ha
pasado a mi Faith?

Frustrada Saige se apartó su flequillo rubio de la cara y preguntó decidida a ir al grano —


¿Así que la camioneta estaba ante la casa de Mike?

Su madre asintió.

—¿Qué dicen sus amigas? ¿Has hablado con ellas?

—Sí. Dicen que se fue a la una.

—¿Ellas se quedaron? —preguntó incorporándose—. ¿No les pareció raro ver la


camioneta fuera?

—Pensaron que se había ido con un chico que conoció en la fiesta. Un tal Roy del que no
saben el apellido.

—¿El sheriff está buscando a ese tipo? —Se quitó la chaqueta del traje gris que llevaba,
tirándola sobre la cama revuelta.

—No lo sé.
—¿Y su móvil?

—No tiene señal —respondió angustiada.

Se apartó la melena de la cara, mirando después a su alrededor comprobando que su


madre hasta había sacado las cosas de su hermana de las cajas que estaban preparadas para el
traslado. —¿Tenía un diario?

—Desde hace años que no.

—¿Tenía una agenda?

Su madre negó con la cabeza. —Los números los grababa en la memoria del móvil.

—¿Y su ordenador?

Su madre señaló el escritorio y apretó los labios al verlo encendido. Era obvio que no
había podido acceder por la contraseña de entrada.

—¿Quién participa en la búsqueda? —preguntó acercándose al portátil.

—Todos nuestros conocidos. Yo me he quedado por si Faith regresa. —Vio cómo se


sentaba ante el portátil. Metió el nombre del perro que tuvieron cuando eran pequeñas. El
nombre del primer chico al que besó. Su nombre y cien nombres más. —¿Cómo se llaman las
chicas…? —preguntó mirando a su madre que era evidente que no la comprendía—. Sí, se

llaman así mismas de una manera. Las… —Se pasó la mano por los ojos intentando pensar. Al
levantar la vista vio una foto de su hermana vestida con un tutú rosa en una representación de
ballet. —¡Las paulovas!

Introdujo esas palabras en la casilla, pero nada. Lo hizo en singular, con varios números
detrás, pero solo perdía el tiempo. Exasperada gimió.

—Seguro que los hombres del sheriff saben de esas cosas. —Su madre abrió un libro y
miró entre las hojas.

—Sí. —Dejó el ordenador levantándose. Aquello era un desastre.


—Mi niña no se iría de casa.

—Lo sé, mamá. —Preocupada apretó los labios. —Me voy a casa de ese Mike.

—No me dejes sola.

Lili Banner estaba tan asustada, que le rompía el corazón decirle que no. Pero en ese
momento su hermana era lo más importante.

—Mamá, te quiero muchísimo, pero sabes que en este momento cuantos más la busquen,
mejor.

—¡No quiero quedarme aquí! ¡Me voy a volver loca de la impotencia!

Saige pensó en ello. —Bien, ya sé lo que vamos a hacer. ¿La vecina de enfrente lo sabe?
—Su madre negó con la cabeza. —Vamos.

—¿Voy contigo?

—Vamos, mamá. No perdamos tiempo.

Se quitó los tacones tirándolos a un lado del pasillo y corrió hasta su habitación donde
cogió unas zapatillas de deporte. Sin ponérselas corrió hasta la escalera donde su madre ya estaba
bajando.

Saige salió de la casa antes que ella, corriendo a la casa de enfrente. Eran las ocho de la
mañana y su vecina ya se había levantado. La señora Morris era una anciana de ochenta años
muy agradable. No se conocían demasiado porque sus padres se habían mudado allí cuando ella
estaba ya en la universidad, pero sabía que las ayudaría.

—¿Señora Morris? ¡Soy Saige! —gritó desde el porche—. ¿Puede ayudarme?

—¿Qué ocurre, niña? —preguntó desde dentro como si se acercara todo lo rápido que
podía.

—Faith ha desaparecido. ¿Puede vigilar nuestra casa mientras la buscamos? Por si


vuelve...
—¿Cómo que ha desaparecido? —Abrió la puerta y Saige la encontró en camisón.

—Siento molestarla, de verdad, ¿pero puede hacerlo? Tenemos prisa y…

—Claro, niña.

Se volvió bajando los escalones recordando algo. —¿Tiene el número de mis padres? ¿El
del móvil?

—Sí, me lo dieron cuando se fueron a verte a Austin por si le pasaba algo a la casa.

—Bien. Pues si vuelve, llámeles por favor.

—Me quedaré en el porche. No te preocupes.

—Gracias, de verdad.

Corrió hacia su coche donde su madre ya estaba sentada en el asiento del pasajero y Saige

se puso las deportivas a toda prisa antes de sentarse ante el volante.

—¿Dónde vive ese Mike?

—A las afueras de Greenville. Una casa blanca con las ventanas azules.

—Ya se cual es —dijo arrancando el coche.

Su madre se volvió para mirar si venía alguien al igual que Saige, que miró por el
retrovisor. Venía una camioneta azul, pero Saige no esperó. Aceleró saliendo a la calzada
provocando que la camioneta tuviera que frenar en seco.

—¡Hija!

—Ahora no, mamá.

Muy concentrada giró a la derecha a toda velocidad haciendo chirriar los neumáticos.
Respiró por la nariz intentando calmarse, pero desafortunadamente cientos de imágenes de su
trabajo que en ese momento no quería recordar, pasaron una tras otra por su mente. Su madre la
miró de reojo y Saige dijo —No te preocupes. Aparecerá. Habrá pasado la noche con ese chico y
se habrá dormido.
—Oh, Dios mío. Te juro que en este momento lo que más deseo en el mundo es que
aparezca y la razón me da igual.

—Lo sé.

Metió la mano entre los asientos intentando encontrar su bolso. —Mamá, busca mi móvil.

Lili se volvió cogiendo el bolso de piel negro y rebuscó hasta encontrar el móvil en un

bolsillo de cremallera exterior. Se lo tendió a su hija, que lo cogió impaciente marcando y


mirando a la carretera entre número y número. Se puso el teléfono al oído y giró a la izquierda
apoyándose el teléfono al hombro esperando que descolgaran.

—¡Mierda! No contestan.

—¿A quién llamas?

—A un amigo que tengo en una comisaría. Es un experto en estos casos.

—Es muy temprano.

Le dio a rellamada y esperó de nuevo. Cuando contestaron suspiró de alivio.

—Tiene que ser grave para que me llames a estas horas y dos veces. ¿Qué ocurre, Saige?

—Mi hermana ha desaparecido.

—¿Cuándo?

—Ayer fue a una fiesta. Sus amigas dicen que se fue a la una. Su camioneta estaba ante la
casa donde se celebraba la fiesta y no se sabe nada más. No responde al móvil.

—¿Edad?

—Cumplió dieciocho el mes pasado.

Su amigo suspiró al otro lado de la línea. —Saige, no puedes denunciarlo hasta que hayan
pasado cuarenta y ocho horas de su desaparición.

—El sheriff está investigando ya. Y me lo debes —dijo entre dientes—. No me jodas,
John. ¡Mueve el culo hasta aquí y haz tu trabajo!
Su madre abrió los ojos como platos.

—No puedo ir. ¡Tengo dos casos abiertos de niños de siete y doce años! ¡Llevo toda la

noche sin dormir y no puedo dejarlo porque tu hermana se haya ido de juerga!

Saige palideció. —¿Es tu última palabra?

—¡Sí! —gritó antes de colgarle el teléfono.

—Cabrón —siseó tirando el móvil sobre el salpicadero del coche—. Esto me lo vas a
pagar.

—Hija, le he oído. Esos niños necesitan ayuda y puede…

—No me digas que tiene razón, porque Faith no se ha ido porque haya querido.

Su madre palideció y ella juró por lo bajo frenando ante la casa de Mike. La miró a los
ojos. —Mamá, déjame esto a mí. ¿De acuerdo?

Su madre asintió y abrió la puerta del coche. Saige salió a su vez y miró el exterior de la
casa, que indicaba que allí había habido una juerga de primera. Había papel del baño por todo el
jardín y dos barriles de cerveza en el porche. Caminando con seguridad, abrió la valla blanca
para que su madre pasara aferrándose a su bolso como si fuera su salvavidas. Subieron las
escaleras del porche mirando las colillas de cigarrillos y de otras sustancias que ni quería saber lo
que eran. Pulsó el timbre mirando varios vasos de plástico tirados sobre el suelo de madera.

—¡Ya voy! —gritó un chico de mala manera. Abrió la puerta mirándolas con evidente
mal humor y Saige empujó la puerta pasando al interior de la casa antes de que se diera cuenta.
—¡Eh!

—Gracias por invitarme. —El hall estaba hecho un asco y pasó al salón. La madre de ese
chico se iba a poner muy contenta cuando viera el grafiti de encima de la chimenea.

—¿Pero qué hace? ¡Salga de mi casa!

Se volvió hacia él con las manos en jarras y le miró de arriba abajo. En calzoncillos
perdía mucho. Era guapete con su cabello rubio algo largo, pero debajo de su habitual ropa de

skater era un fideo. —¿Dónde está mi hermana?

—¿Quién?

—¡Faith Banner! ¿Dónde está?

—¿Y yo qué sé?

—¿No ha pasado el sheriff a hablar contigo?

—Sí. Hace una hora más o menos me preguntó si había venido a la fiesta y si estaba en la
casa. Me enseñó su ranchera y me preguntó por qué estaba allí.

—¿Qué le has respondido?

—¡Qué no sé nada! Ayer bebí un poco.

—Ya veo. Mira, enano... —Dio un paso hacia él amenazante. —Como me estés
ocultando algo, me voy a encargar de meterte un paquete que rogarás haberme contestado en su
momento. Sabes a lo que me dedico, ¿verdad?

El chico asintió asustado y miró a su madre. —Le juro que no sé nada.

—¿Y tampoco sabes nada de las drogas que se consumieron en tu domicilio? Voy a
llamar al sheriff. Seguro que le interesara saber que proporcionas ciertas sustancias entre tus
amigos.

—¡Ellos trajeron la hierba!

—¿Y el alcohol? ¿Cuántos menores consumieron alcohol aquí ayer? Seguro que hay un
montón de fotos y videos de tu fiesta de ayer en la red. ¿Quieres que me dedique a buscarlos?

—¡La vi tontear con un tío! ¡Pero él no le hizo caso!

—¿Cómo lo sabes?

—¡Porque se acostó con mi hermana!

—Válgame Dios —susurró su madre descompuesta mirando a su alrededor.


Saige no le hizo caso. —¿Qué más? ¿Habló con alguien que no conocierais o…?

—¡No! Era gente del instituto. Excepto ese tío, que es amigo de Cliff.

—¿Cliff?

—Mi mejor amigo, Cliff Mulligan.

—¿Todos los demás eran conocidos? ¿Has visto a alguien merodeando por la casa o algo
extraño?

—¡Estuve borracho la mitad de la noche!

—¿Y ella? ¿Bebió?

Mike miró de reojo a su madre y Saige furiosa le cogió por los mofletes con una mano.
—Contesta a la pregunta.

—Estaba borracha. Cuando hablaba con ese tío me di cuenta. Se reía mucho y movía el
vaso de un lado a otro.

Saige palideció. —¿Muy borracha?

Una chica rubia con pijama rosa entró en el salón mirando a su alrededor. —Joder, a
mamá le va a dar algo.

—Es mi hermana. Kim.

—Tú, ven aquí —le ordenó señalándola con el dedo—. ¿Qué recuerdas de ayer?
¿Conoces a Faith Banner?

—Claro, fuimos al coro de la Iglesia juntas. Yo lo dejé porque canto fatal. —Se rascó la
barriga bostezando. —¿Qué le pasa?

—Ha desaparecido —dijo su hermano dejándose caer en el sofá.

—Estará durmiendo la mona por ahí. Menudo pedo llevaba. Me la encontré en el baño
echando la pota y… —Se detuvo al ver la cara de cabreo de Saige. —Seguro que está bien.

—¿Qué bebió?
Kim miró a Mike de reojo y este asintió. —Cerveza y creo que vodka.

—¿A qué hora se fue?

Los hermanos se encogieron de hombros. —No lo sé. En cuanto me enrollé con Roy, ya
no me enteré de nada. —Se sonrojó intensamente. —No se lo dirán a mis padres, ¿verdad?

—¿Cuándo te enrollaste con ese tío?

—Sobre las dos. Más o menos.

—¿Y antes de que te enrollaras con él, mi hermana estaba aquí? ¿Cuándo fue lo del
baño?

—Oh, eso fue a las doce. Estoy segura porque fue cuando llegaron las pizzas. El tío no
quería servirnos porque eran las once y media, pero le dije que si cogían el teléfono debían
tramitar el pedido. Estaba en horario de apertura. Recuerdo que me reí cuando vi a Faith
arrodillada ante el wáter y le dije que no potara sobre las pizzas.

—¿Qué te dijo ella?

—¿Ella? —Se la quedó mirando. —No creo que me contestara nada. Gimió.

—¿Qué hiciste tú después?

—Fui al baño de mis padres, me comí un trozo de pizza y me enrollé con Roy.

—¿Has dicho que gimió? —preguntó su madre a punto de llorar.

Los chicos se quedaron en silencio y Kim preocupada asintió. —Pensaba que era de la
borrachera. Estaba consciente.

—¿La viste caminar después de eso?

—Lo siento, pero no creo haberla visto después.

—¿Y a sus amigas?

—Oh, ellas estuvieron toda la noche en la fiesta —dijo su hermano—. Incluso Marge…

Saige dio un paso hacia él. —Continúa.


—Se quitó la camiseta enseñando los pechos sobre la mesa del salón.

—Dios mío —susurró su madre impresionada por el descontrol de los chicos.

—Mamá, espérame en el coche.

—No, quiero saberlo.

Saige apretó los labios. —¿Faith tomó drogas? —Los hermanos se encogieron de
hombros. —¿Y sus amigas?

—Vi a Luisa pasándole un porro a Cheryl —dijo Mike.

—¿Ellas no vieron cómo te enrollabas con Roy? —preguntó mirando a la chica a los
ojos.

—¡No me enrollé con él ante todo el mundo! ¡Me pilló este idiota, porque entró en la
habitación de nuestros padres!

—Bien. ¿El sheriff ha revisado la casa?

—No. Sólo me preguntó eso y se fue. —Preocupado miró a Lili. —Iba con su marido,
pero se fueron enseguida.

—¿Y la camioneta? ¿Dónde está? Porque fuera no.

—No lo sé —dijeron los dos a la vez.

—¿Puedo echar un vistazo?

Los hermanos asintieron.

—Mamá, quédate aquí.

Sin perder el tiempo por si se arrepentían, subió al primer piso y abrió la primera
habitación. Era el cuarto de la chica que estaba hecho una pocilga. Movió las mantas de la cama
buscando algo y chasqueó la lengua cuando el envoltorio de un preservativo cayó al suelo. Se
volvió mirando la moqueta y rodeó la cama por si había algo de su hermana por allí. Al ver las
paredes llenas de posters de grupos que ella ni conocía, se los quedó mirando un rato leyendo sus
nombres. Joder, qué vieja se estaba haciendo. Eso de llevar nueve años a su hermana empezaba a
notarse de veras. Empujó con el pie una botella de ron que estaba en el suelo y entró en el baño.
La señorita tenía baño propio. Sorprendentemente para una fiesta de ese estilo, estaba bastante
limpio. Ella había asistido a ese tipo de fiestas y sabía que después de varias horas el baño estaba
siempre asqueroso. Entrecerró los ojos al encontrar una botella de lejía dentro de la bañera. Salió
a la habitación de nuevo y fue hasta la habitación de al lado. Era la del chico y le volvían loco los

videojuegos. Sobre todo los de zombis. Su habitación tenía mejor aspecto que la de su hermana
dentro de su desorden. Se acercó a su escritorio y vio uno de los trabajos de química del chaval.
Había sacado A con dos positivos. Impresionante. Ella odiaba la química. Se volvió para ver algo
plateado al lado de la pata de la mesilla. Frunció el ceño acercándose y se encontró un móvil. No
lograba recordar la marca del de Faith. Pulsó el botón lateral, pero se había quedado sin batería.

Se levantó saliendo de la habitación llevándose el móvil. Frunció el ceño cuando vio el


baño del pasillo que estaba hecho un asco. Incluso habían pintado el espejo con barra de labios.
Ni se fijó en su reflejo al leer “Una fiesta de puta madre”. Qué original.

Abrió la puerta de la habitación de sus padres. Se notaba que allí había entrado poca
gente porque no tenía vasos vacíos. Al menos respetaban algo. Entró en el baño de la suite y
entrecerró los ojos al ver que también estaba muy limpio. Como si ese baño no se hubiera tocado
por los invitados a la fiesta. Al salir apartó las mantas de la cama deshecha para encontrar una

mancha de sangre en medio del colchón. No era mucha y por la posición supo que Kim había
sido virgen hasta la noche anterior.

Fue hasta las escaleras y empezó a bajar. Su madre la miraba desde la puerta del salón sin
soltar su bolso. —¿Has encontrado algo?

Levantó el móvil y su madre chilló al verlo. —¡Es el de Faith!

—Espera, mamá. Puede ser el de alguno de estos chicos. —Desde la puerta preguntó
mostrándoselo —¿Es vuestro?
—No, el nuestro es un IPhone —dijeron a la vez empezando a preocuparse.

—Es el de Faith. —Su madre lo cogió de su mano hasta que se dio cuenta de que tenía

que haber una razón para que el móvil estuviera allí.

—Mamá, no te preocupes. Estaba borracha, e igual como dicen ellos, está durmiendo la
mona en algún sitio. La encontraremos.

—Vamos a casa a cargarlo —susurró muerta de miedo.

Saige miró a los chicos. —Gracias por vuestra ayuda.

—Voy a preguntar por ahí. Si alguien sabe algo… —dijo Kim preocupada.

—Gracias. Te lo agradezco.

Cuando llegaron a su casa, vieron la ranchera de su hermana aparcada ante ella y la


señora Morris gritó desde el porche —¡Jimmy ya está en casa!

Apresuradas casi corrieron hasta allí y cuando vieron a su padre sentado en el sofá con
los codos apoyados en las rodillas, Saige supo lo que había pasado. —El sheriff dice que debes
esperar.

—Cree que no hay motivos para preocuparse. Estaba en una fiesta y es muy temprano
para tomar medidas drásticas. Tenemos que esperar y si no aparece en…

—Cuarenta y ocho horas.

Su madre se echó a llorar y su marido se levantó para abrazarla angustiado. —¿No


puedes llamar a alguien que nos ayude? Hija, alguien tiene que ayudarnos.

Saige se pasó las manos por la frente pensando en ello y no encontraba la solución. Todos
sus conocidos tenían su trabajo en Austin y no se iban a arriesgar a perderlo para llevar una
investigación allí.

—¿Es que ser ayudante del fiscal no nos puede ayudar? —Su padre estaba indignado y
ella también porque ya sabía lo que le iban a decir en cuanto se pusiera en contacto con ellos.
—Déjame hacer unas llamadas, ¿de acuerdo?

—Jimmy, estaba borracha. Nuestra niña estaba borracha. Sabe Dios lo que le puede haber

pasado —dijo su madre angustiada.

Su padre cerró los ojos abrazándola. —Lo sé. Me lo han dicho sus amigas.

Saige apretó los labios y salió del salón para volver al coche y coger su móvil. Iba a pedir

todos los favores que hicieran falta.


Capítulo 2

Marge dejó el plato que estaba lavando sobre la encimera y Saige lo cogió secándolo
distraída mientras inquieta miraba por la ventana. La amiga de su hermana la miró de reojo. —La
encontrarán, ya verás.

Saige se mordió la lengua. No podía evitar estar enfadada con sus amigas por no haber
cuidado de su hermana. Ya habían pasado dieciséis horas desde su desaparición y no había
ninguna pista. Después de haber estado toda la mañana buscándola había obligado a su familia a
ir a casa comer, aunque otras personas, amigos sobre todo, seguían buscándola.

Dejó el paño sobre la encimera después de colocar el plato en su sitio y se volvió hacia la
amiga de su hermana. Parecía mayor que Faith. De hecho, aparentaba unos veinte años. Tenía el

cabello de un rubio algo más oscuro que el de su hermana y lo llevaba cortado sobre los hombros
en uno de esos cortes modernos que dejaba las puntas más largas que la nuca. Vestía con una
minifalda vaquera y una camiseta de tirantes. Interesante atuendo para buscar a una persona
desaparecida, pero era una adolescente y no podía pedirse más. Al menos estaba allí.

—Ven, siéntate Marge. Cuéntame de nuevo lo que recuerdas. Puede que al hablar de ello
de nuevo, recuerdes algo más.

Marge suspiró sentándose en una de las sillas y ella lo hizo también frente a la amiga de
su hermana. —Le he dado vueltas mil veces.

—Cuéntame qué hiciste tú desde que llegaron las pizzas.


—Comer como todos y hablar del viaje a Austin con Cheryl. Sobre qué llevar.

—¿Las cuatro vais a la misma universidad?

—Sí. —Marge sonrió con tristeza. —No queríamos separarnos.

Lo entendía. Para las cuatro era una aventura y querían vivirla juntas. —¿No te diste
cuenta de que Faith estaba vomitando?

—Me enteré después y le dije que se acostara.

—En la cama de Mike.

Asintió muy seria. —La llevé yo misma.

—¿Y Cheryl y Luisa?

—Ellas estaban abajo.

—Y cuando subiste horas después para despertarla y llevarla a casa, te diste cuenta de
que no estaba. ¿Creías que alguien la había llevado a casa?

—Sí —respondió a punto de llorar—. No creía que le hubiera pasado nada. Solo quería

cubrirla. Faith normalmente se va a la una. Así que dije que se había ido a esa hora.

La miró sin comprender. —Si querías cubrirla, ¿por qué decir que se fue a la una cuando
era obvio que no estaba en su casa? No lo entiendo.

—Cuando me preguntó tu padre, estaba mareada todavía. —Se echó a llorar. —No me
dio tiempo a pensar, así que dije que se había ido a la una. Al principio pensaba que estaba
furioso con ella porque estaba borracha y quería saber lo que había ocurrido, pero cuando me
dijo que no estaba en casa, busqué una excusa y dije lo de Roy. —Se limpió las lágrimas.

—¿Por qué tus amigas dieron la misma versión?

—Las llamé en cuanto se fueron de mi casa —confesó avergonzada—. Fue después


cuando nos dimos cuenta de que podía estar metida en un lío de verdad y decidí venir.

Luisa y Cheryl estaban buscando a su hermana por los alrededores. Debía tener una
conversación con ellas, pero por separado.

—¿Todo iba bien entre vosotras?

Marge la miró sorprendida. —Lo digo por si mi hermana estaba deprimida o…

—¡No! Estábamos como siempre. ¡Incluso queríamos compartir piso cerca del campus!
Si algo fuera mal, yo lo sabría.

Asintió mirando sus ojos castaños. Parecía sincera.

En ese momento su padre entró en la cocina dejando un vaso en el fregadero. —Voy a


buscar a Faith.

—No, papá. Quédate que…

En ese momento escucharon que un coche frenaba ante la casa y Saige se levantó a toda
prisa para ver un cuatro por cuatro negro con otro detrás. Habían llegado. Se volvió hacia su
padre aliviada. —Han llegado.

—¿Quién?

—Mi jefe me ha dado el número del mejor detective privado de Austin. Fue policía y
lleva una de las agencias más importantes del país —dijo yendo hacia la puerta de la entrada.

Su padre la cogió por el brazo. —Eso es muy caro y con la universidad de Faith…

—No te preocupes por eso —dijo mirándole a los ojos. Los mismos ojos verdes que su

hermana—. Vamos a recibirles.

Abrió la puerta y salió al porche. Saige se detuvo en seco al ver salir a siete personas que
empezaron a descargar material de los coches. Pero ella solo miró a uno, que obviamente era el
jefe. Se quedó algo sorprendida con su aspecto, pues con sus vaqueros y su camiseta negra era
algo digno de ver. Era alto y musculoso, pero no fue eso lo que le llamó la atención. Fue el aura
que le rodeaba. Era un hombre que no le temía a nada y se notaba. Él se volvió hacia ellos y
entrecerró los ojos acercándose sin perder el tiempo mirando directamente a su padre. Tenía unos
ojos negros que a Saige le encogieron el estómago. Dios, ¿cómo podía sentirse atraída por un

hombre justo en un momento así? Y se sentía atraída y mucho.

—Señor Banner, soy Justin Colton —dijo alargando la mano.

—Le ha llamado mi hija y no sabía que iba a venir. Pero bienvenido. Toda la ayuda es
poca.

Él la miró y apretó los labios antes de alargar la mano. —Usted debe ser Saige Banner. El
fiscal general me ha llamado después que usted.

Apretó su mano sintiendo que su sangre volaba por sus venas, pero aun así dijo de la
manera más profesional posible —Gracias por venir. Sé que está muy ocupado, señor Colton. —
Él asintió soltando su mano y miró a Marge que se mantenía callada. —Ella es una de las
mejores amigas de mi hermana.

El detective miró a su alrededor con el ceño fruncido y vio a la vecina de enfrente


observando. —Entremos para que me expliquen la situación.

Sus hombres se acercaron y el señor Colton les dijo —Cloe, a la habitación de la chica.
Jeff acompáñala.

—Se llama Faith —dijo sin poder evitarlo.

Asintió sin volverse y fascinada vio como el sol hacia brillar su pelo negro. Nunca había
visto un pelo así y se dijo que era una estúpida por pensar en tonterías.

—Los demás hablar con la familia. Por separado.

—¿Por separado? —preguntó su padre extrañado.

—Papá, él sabe lo que hace.

El detective la miró a los ojos. —Exacto, sé lo que hago. Entremos.

Sin rechistar entraron en la casa donde su madre estaba bajando las escaleras. Se quedó
atónita al ver que un hombre joven y una mujer subían con expresión seria y se hizo a un lado
para dejarles pasar.

—Mamá, él es el señor Colton.

El detective sonrió ligeramente acercándose. —He venido desde Austin para ayudarles.

Su madre se echó a llorar. —¿De verdad? Gracias, es muy amable.

—Ven, mamá. Tienen que hablar con nosotros para entender lo que ha ocurrido.

Su madre asintió bajando de inmediato y Marge preguntó —¿Me quedo?

El detective la miró. —Sí, quédate. Tú eres la que más tendrá que contar. ¿Luigi?

—Enseguida, jefe —dijo un tipo muy alto y rubio que sonrió a Marge—. Acompáñame a
la cocina.

—Sí, claro.

El detective distribuyó a sus hombres con sus padres y le dijo al que quedaba —Pincha el
teléfono.

—No tenemos dinero —dijo ella pues era impensable un secuestro.

Él la miró. —No se preocupe. Es sólo por precaución. Además, a veces ciertas llamadas
anónimas dan pistas de lo más interesantes.

Saige se sonrojó al darse cuenta de lo que había dicho. —Pero yo le pagaré. Como si
tengo que vender mi apartamento, pero quiero a mi hermana de vuelta.

—Vamos a hablar de lo que nos ha traído aquí, que es lo realmente importante. Subamos
a su habitación.

Indecisa subió los primeros escalones y él la siguió. Entonces se dio cuenta que él debía
pensar que tenía un aspecto extraño, vestida de traje y en zapatillas de deporte, pero no dijo
palabra.

Entró en su habitación que estaba al lado de la de su hermana donde la pareja de


detectives estaban revisando todo lo que ya estaba revuelto. Justin se detuvo en la puerta y
levantó una de sus cejas negras. —Cuando llegué mi madre ya la había revisado.

Él entró en la habitación de su hermana y cogió una de sus fotos de animadora. —¿Es

está?

—Sí, ella es Faith.

—Son iguales.

—Ella tiene los ojos verdes —susurró pensando en la última vez que había visto a su
hermana que había sido un mes antes. Habían discutido por el mando de la tele del salón.

—Vamos a hablar —dijo él indicándole con la mano que saliera.

Ella lo hizo y abrió la puerta de su habitación. El señor Colton frunció el ceño porque era
una simple habitación de invitados.

—Estaba en la universidad cuando mis padres se mudaron a esta casa.

—Entiendo. Vive en Austin.

—Sí.

Él caminó por la habitación y Saige se sentó en la cama observándole.

—¿Es fiscal?

—¿Cómo lo sabe?

—La falda pertenece a un traje y su camisa de seda es la típica de los abogados. Además,
me ha llamado su jefe.

—Sí, claro. —Se pasó una mano por la frente intentando centrarse. —Sí, soy fiscal. Por
favor, tutéeme.

—¿Has llevado algún caso que yo deba saber?

—Empecé hace dos años. Me dan lo que no quiere nadie.

—¿Violadores, asesinos?
—Temas de drogas, prostitución, hurtos, atracos y escándalo público. Los violadores y
asesinos dan publicidad, lo que provoca que quieran llevarlos quienes están más arriba.

—Así que llevas casos de poca monta.

—De momento sí —respondió levantando la barbilla.

Él asintió sin mostrar nada. Ese hombre parecía tallado en piedra. —¿Te han amenazado?

—Como a todos. ¿No forma parte de nuestro trabajo?

—Cierto. ¿Pero han llegado más lejos?

—Una vez me pincharon las ruedas del coche, pero de ahí no han pasado. Anónimos
diciéndome de todo, pero jamás nadie ha amenazado a mi familia.

—¿Cómo es tu relación con Faith?

Se quedó callada pensando en ello. —Nació cuando yo tenía nueve años. La veía como a
una muñequita nueva.

—¿Teníais buena relación?

—Es una adolescente. Tiene sus días. A veces me adora y a veces me odia.

—No es una adolescente. Es mayor de edad, ¿no es cierto?

Ella asintió. —Sí, acaba de cumplir dieciocho. La última vez que la vi fue el fin de
semana en que celebramos su cumpleaños.

Él cogió la silla del escritorio y le dio la vuelta sentándose a horcajadas frente a ella. —
Así que es una mujer, aunque la sigáis tratando como una niña. ¿Se va a la universidad?

—Sí, pasado mañana haríamos la mudanza.

—Cuéntame algo sobre ella. ¿Es buena estudiante?

—Del montón. Pero… —Apretó los labios mirando hacia la puerta que estaba cerrada.

—Continúa.
—Es porque mis padres nunca le han exigido mejores notas. Además, se deja llevar por
sus amigas.

—¿Qué va a estudiar?

—Psicología criminal.

Él entrecerró los ojos. —¿Es animadora, bailarina, le gusta la fiesta y ha escogido esa

carrera? No le pega, ¿no crees?

—Cuando yo estaba en la Universidad me traje un libro de un hombre que fue a darnos


una charla. Paul Ramírez.

—Le conozco. Es uno de los mejores criminalistas del país.

—Sí. Se me olvidó el libro aquí cuando me fui. Me dio igual porque ya me lo había leído.
Lo encontré en su estantería con todos los libros de Ramírez un año después. Me sorprendió un
poco, porque tenía doce años y no era un tema apropiado para una niña de esa edad, pero Faith
simplemente me dijo que mucha gente necesitaba ayuda y que éramos muy afortunadas.

—Algunas fotografías son muy crudas. Yo tengo los libros de Ramírez y en algunas se
me ponen los pelos de punta.

—Lo comenté con mis padres, pero no vieron nada de malo en ello. Mi madre me dijo
que a veces se ven cosas por internet aún peores y que no estaba mal que Faith supiera lo que
pasa fuera de Greenville para que no se confiara de los desconocidos.

Justin entrecerró los ojos. —Vive en una ciudad tranquila y normalmente lo que se quiere
es proteger a los hijos de las crueldades humanas.

—Mis padres siempre han sido muy abiertos con nosotras. No nos esconden los
problemas. De hecho, mi madre me llamó hoy a las ocho de la mañana. Los problemas se atajan,
no se ocultan.

—¿Cómo es la relación con tus padres?


—¿Te refieres a Faith o a mí?

—Empieza por ti.

—Buena. Siempre ha sido buena. Tenemos muchísima confianza. Vengo cuando puedo.

—Pero no tienes ni habitación en la casa. —Miró a su alrededor tensándola. —Esta es la


habitación de invitados. No hay nada personal en ella.

—Mis cosas están en el armario —respondió molesta—. Cuando se mudaron a esta casa
aún vivía la abuela y era su habitación. Yo dormía en la habitación de mi hermana. Pero cuando
la abuela falleció, me trasladé aquí. Como solo vengo algún fin de semana al mes, dejo la ropa,
pero no cosas personales. En el baño que comparto con mi hermana hay cosas mías también. No
insinúes que hay un problema entre nosotros, porque no lo hay. ¡Somos una familia normal, que
tiene a una hija desaparecida! ¿Por qué no dejas de interrogarme y te pones a buscarla de una
puta vez?

Él levantó las cejas. —Eso hago. ¿Cómo es la relación de Faith con sus padres?

—Buena. ¡Ya te lo he dicho! ¡Estaba deseando irse a la universidad y no estaba


deprimida ni nada por el estilo! ¡No toma drogas, ni tiene problemas! ¡No tiene novio!

—¿Eso cómo lo sabes?

—¡Lo sé! —Asombrada se levantó de la cama. —Hablamos continuamente.

—¿De qué?

—¿Cómo que de qué?

—Sois de dos generaciones distintas. Ella para ti es una niña y tú eres una mujer de
carrera. ¿De qué habláis?

—Pues de lo que pasa en su vida. No sé. De todo.

—¿De lo que pasa en tu vida?

—También.
—¿Hasta dónde llega su confianza en ti?

—Es total.

—¿Te llamaría si tiene un problema?

—De inmediato. Te voy a dar un ejemplo. Hace dos meses tuvo un problema con la
ranchera. Se pegó un golpe en la defensa con una señal de tráfico al derrapar en una curva. ¡Me

llamó a mí!

—Así que si estuviera en problemas no llamaría a tus padres.

Negó con la cabeza. —Antes hablaría conmigo.

—¿Era activa sexualmente?

Le miró furiosa. —Si te refieres a si era un putón en el instituto, la respuesta es no. Sólo
ha tenido dos novios.

—No hago estas preguntas para ofenderte. Tengo que saber los hechos —lo dijo tan
fríamente que se volvió a sentar en la cama desmoralizada—. Y tú, ¿tienes novio, pareja,
amante? ¿Estás casada?

Parpadeó confundida porque por el tono de la pregunta parecía que realmente le


interesaba, pero al ver sus ojos negros se dio cuenta que era una pregunta totalmente profesional.

Estaba claro que no podía estar más equivocada por la frialdad que trasmitían esos ojos que le
alteraban la respiración. Avergonzada agachó la cabeza. —No, estoy sola. No tengo ni he tenido
ninguna relación con un hombre que pueda haber hecho algo así. De hecho hace un año que salí
por última vez con un hombre. —Se sonrojó por lo que pensaría. —Últimamente he tenido
mucho trabajo.

—Ahora cuéntame lo que sabes de ayer noche. Por teléfono comentaste que Faith había
ido a una fiesta.

Ella le relató de inmediato lo que había averiguado, sin omitir nada. Cuando terminó él
asintió levantándose y salió de la habitación sin decir una palabra. Asombrada le siguió para ver
que había entrado en la habitación de su hermana de nuevo. La mujer sonrió al verla. Estaba
sentada ante el ordenador de su hermana y de inmediato se acercó para ver que estaba mirando.

—¿Qué es eso?

—Páginas de sucesos —dijo Justin tras ella.

—La mayoría de sus páginas de las últimas seis semanas, están relacionadas con temas

de este tipo. Pero todos en sucesos de esta zona. Periódicos locales, páginas web de información
criminal internacional, los más buscados de América, desaparecidos… —dijo la chica moviendo
el ratón—. Justin, ¿el móvil está desaparecido?

—Lo han encontrado en el lugar de la fiesta.

Cloe apretó los labios antes de girarse y mirar a su jefe tras Saige. —Me gustaría revisar

su historial en el móvil.

—No sabemos la clave —dijo Saige leyendo el último artículo que su hermana había
mirado en internet. Trataba sobre desapariciones. En concreto sobre una desaparición de una
mujer en Austin hacía quince años—. ¿Qué buscaba?

—Lo de la clave no es problema —dijo la mujer divertida.

—¿Alguna información que nos ayude en su búsqueda? —preguntó Justin—. Redes


sociales…

—No tenía —dijo Saige haciendo que la miraran mientas se sentaba ante el ordenador—.
Se lo prohibimos y ella nunca insistió.

—¿Por qué se lo prohibisteis?

—¡Porque si quiere hacer y tener amigos, que lo haga en persona en lugar de hablar de su
vida en la red donde puede verla cualquiera! —dijo indignada—. Es ridículo lo que hacen para
llamar la atención algunas de sus amigas. Faith lo entendió y nunca le ha interesado.

—Al menos eso está descartado —dijo Cloe asintiendo.


—Jefe… —El otro hombre que estaba revisando la habitación les mostró una carpeta. —
Mira esto.

Él se acercó para cogerla de sus manos y pasó varias hojas muy serio.

—¿Qué es eso? —Ella se levantó de la silla y al acercarse vio una foto de Faith con sus
amigas hecha hacía años. Todas estaban en una postura de ballet sonriendo a la cámara. —Son
las paulovas en una de sus representaciones. Muchas veces actuaban las cuatro solas. —Sonrió
divertida. —Y no lo hacían mal.

—¿Estas son sus amigas de toda la vida?

—Desde el parvulario. —Entonces recordó algo. —Menos Marge, que entró en el colegio
más tarde. Debían tener siete años.

—La que está abajo —dijo él fríamente.

—Sí, es su mejor amiga. Las cuatro son una piña, pero Marge y Faith son inseparables.

Al ver que seguía pasando páginas se mantuvo callada esperando la siguiente pregunta.

Eran fotos de ellas a lo largo de los años. Incluso había una de su graduación. Las cuatro unidas
por la cintura sonreían a la cámara vestidas de gala con sus acompañantes detrás. La foto había
salido perfecta y estaban guapísimas. Suspiró cogiéndola. Faith preciosa con su vestido verde,
reía mirando a la cámara. Llevaba su melena rubia llena de tirabuzones que caían por su hombro
y sus ojos verdes brillaban de alegría. Acarició su rostro con la yema del dedo emocionándose al
recordar ese día. Su hermana estaba tan feliz.

—¿Ninguna tiene novio?

—No, se van a la misma universidad y…

—¿Todas juntas? —preguntó Cloe a su lado.

—De hecho, querían alquilar un piso todas juntas.

—Menuda suerte —dijo la mujer haciendo que la mirara—. Me hubiera encantado


haberme ido a la universidad con mis amigas del instituto.

—Sí, están muy emocionadas.

Justin las interrumpió —Me has dicho que tu hermana se tumbó en la cama de ese tal
Mike porque obviamente estaba borracha. Marge la acompañó y después, cuando se iban a ir, ya
no estaba. Si tu hermana había llevado la ranchera, ¿cómo habían llegado las demás a la fiesta?

Le miró sin saber qué decir. —En sus coches, supongo. Aquí todo el mundo tiene coche.

—Pero si iban a ir todas a la fiesta… —dijo Cloe mientras su jefe salía de la habitación
—. Cuando yo estaba en el instituto, mis amigas y yo siempre íbamos juntas a todos los sitios en
un solo coche.

Pensando en ello, Saige siguió a Justin escaleras abajo y fue hacia la cocina, donde

Marge estaba hablando con Luigi que tenía una sonrisa en los labios.

—¿Cómo fuiste tú a la fiesta? —preguntó el detective a bocajarro sorprendiéndola.

—En mi coche.

—¿Y pensabas llevar a Faith a casa cuando decidiste abandonar la fiesta?

Asintió algo asustada mirando a Saige nerviosamente. Saige se tensó. Parecía que
ocultaba algo.

—Sí, la iba a llevar en mi coche.

—¿A tu casa? ¿O aquí?

—Aquí, por supuesto. Sus padres se preocuparían.

—¿Dónde vives?

—En el otro extremo del pueblo.

Saige entendió por dónde iba. —Luisa vive a una calle de aquí. Hubiera sido más lógico
que la trajera ella.

—Luisa no llevaba el coche. La había traído Faith.


—¿Y a Cheryl?

—Las recogió a las dos en casa de Luisa.

—Así que todas tenían que regresar contigo. Pero tú no deberías haber cogido el coche
tampoco. Según tengo entendido, te subiste a una mesa mostrando tus encantos y eso significa
que estabas bebida o borracha —dijo su detective muy serio.

Marge se sonrojó. —Teníamos que volver a casa.

Justin asintió. —Muy bien. Continúa, Luigi.

Salieron de la cocina y él le susurró al oído —Quiero que llames a las otras dos. Diles
que vengan.

A Saige se le cortó el aliento volviéndose hacia él. —¿Crees que ellas tienen algo que
ver?

La miró a los ojos. —Sabes tan bien como yo, que en casos así los más cercanos son los
más probables responsables. No tenía contactos con desconocidos ni siquiera a través de las

redes sociales. Llámalas. Tengo que interrogarlas por separado.

Asintió viendo como entraba en el salón, donde sus hombres hablaban con su padre.
Capítulo 3

Cuando las llamó, les dijo que pasaran por su casa porque quería averiguar la clave de su
móvil y puede que ellas pudieran ayudarla. No sabía lo que les había contado Marge y esa fue la
excusa que se le ocurrió para que suspendieran la búsqueda.

En cuanto llegaron las tres amigas se abrazaron mostrando lo unidas que estaban sin que
Justin se perdiera un solo detalle. Marge se echó a llorar respondiendo a la pregunta de Luisa
sobre si se sabía algo.

—Chicas… —dijo Justin muy serio llamando su atención—. Soy Justin Colton. ¿Tú eres
Luisa? —La chica de pelo castaño asintió sorbiendo por la nariz. —Ven conmigo.

—¿Por qué? —preguntó asustada mirando a Marge.

—Lleva la investigación.

—Ah. —Asustada fue hasta él.

—Luigi, habla con Cheryl —dijo señalando a la morena que se apretaba las manos
angustiada.

—Sí, jefe. Ven conmigo. Sólo son unas preguntas para entender la situación.

—Luisa entra en el salón. —Justin hizo un gesto al hombre del salón que les dejó solos.
Cuando vio que Saige les acompañaba, negó con la cabeza.

Molesta le miró a los ojos y le cogió del brazo apartándolo de todos. —Yo sé si miente.
Tengo que entrar contigo.

—No. Eres parte implicada y no eres objetiva. Sube a tu habitación y espera allí.

—¿Qué? ¡Ni hablar!

—Sube arriba o me largo.

Saige se tensó enderezando la espalda y le vio entrar en el salón cerrando la puerta tras
ellos.

Cuando vio que Luigi cerraba la puerta de la cocina, miró a su padre que preocupado
susurró —¿Crees que ellas tienen algo que ver en todo esto?

—No lo sé, papá. Pero ellos son los profesionales. Debemos colaborar en todo.

—Si le ha pasado algo… —La angustia que reflejaba su voz le retorció el corazón y se
acercó para abrazarle. Su padre la abrazó con fuerza y susurró —No puedo creer que nos haya
pasado esto.

—La encontraremos. Seguro que la encontramos. Vamos arriba a esperar.

En la habitación de su hermana, Cloe ya tenía el móvil en la mano. Su padre miró la


habitación desde fuera mientras ella entraba sin poder evitarlo. Vio el ejemplar de Paul Ramírez
en una de las cajas para llevar a la universidad y se agachó a recogerlo sonriendo con tristeza. Su

padre sonrió viendo lo que miraba. —Le encantaban esos libros. Siempre tenía uno en la mano
en su tiempo libre.

—Sí. —Volvió las hojas y frunció el ceño cuando vio una frase subrayada con un lápiz.
“Los secuestros infantiles con objeto de adquirir un hijo son muy difíciles de descubrir, pues la
víctima la mayoría de las veces es tan pequeña que no recuerda no ser hijo de quienes dicen que
son sus padres. La mayoría de las veces esas familias inician una nueva vida en una nueva ciudad
por lo que para todo el mundo son una familia normal y corriente”. Asombrada porque hubiera
subrayado eso, levantó la vista y a toda prisa fue hasta la cama donde abrió la carpeta de nuevo.
Cloe se tensó mientras ella miraba las fotografías. La foto de la primera representación de las
cuatro fue la que buscó. Al mirar a las cuatro niñas la levantó hacia su padre. —Papá, ¿cuántos

años tenían aquí? ¿Lo recuerdas?

—Unos siete años.

—Sí, y con siete años es fácil cometer un error.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Cloe levantándose de la silla.

—Las webs de desapariciones, su interés por la psicología criminal desde tan pequeña.
¡Faith sabía que algo no encajaba y estaba buscando respuestas!

—Hija, no te entiendo.

—Las tres se conocían desde muy pequeñas, pero llegó ella. —Señaló a Marge en la foto
en un extremo que sin sonreír hacia una postura de ballet torpemente mirando a la cámara. —
Debió pasar algo a lo largo de los años que a Faith le llamó la atención y buscó respuestas aquí.
—Fue hasta el libro y lo abrió mostrando la página subrayada. Cloe leyó la cita y entrecerró los
ojos al igual que su padre. —Las páginas web y todo lo demás demuestra que aún le preocupaba
el tema. Era su mejor amiga y debió descubrir algo… No sé. Algo se nos escapa.

—¿No será adoptada? La mente de un niño puede ser muy activa —dijo su padre—. Igual
se imaginó cosas en aquella época y por eso señaló la página. Han pasado once años. Si hubiera
algo sólido, Faith lo sabría después de tantos años. Son inseparables.

—¿Y por qué siguió guardando esas fotos en esa carpeta aparte? Son fotos de las cuatro a

través de los años. Las demás están en los álbumes. ¿Por qué tenía esas precisamente ahí? Y las
páginas web de desapariciones.

—Dejármelo a mí —dijo Cloe cogiendo su mochila negra que estaba al lado del
escritorio—. Si esa niña ha desaparecido en ese país, la voy a encontrar.

Cogió su foto de la mano de Saige y la escaneó con un escáner móvil. Antes de cinco
minutos la foto de Marge estaba pasando por una base de datos. Cloe sacó un portátil de su
mochila y lo abrió al lado del de Faith. Era increíble verla trabajar y Saige se dijo que tenía que ir
a clases de informática. Estaba claro que era un dinosaurio a su lado.

—Qué raro —dijo su padre pasando las fotos.

—¿Qué?

—Falta una foto.

Las dos se volvieron hacia él que seguía mirando la carpeta. —¿No recuerdas, Saige?
Cuando representaron aquel ballet moderno con esa música estridente. Iban vestidas con una
malla negra con lentejuelas de colores en el pecho. A ninguno de los padres nos gustó, porque no
entendimos el cambio a ballet moderno… —Se miraron a los ojos. —¿Recuerdas cómo los
padres de Marge se la llevaron furiosos?

—Sí, porque la prensa local estaba allí y querían entrevistar a las niñas que eran las

únicas que habían bailado moderno. Al final no se hicieron esa foto, papá. No posaron para esa
foto anual, porque se habían llevado a Marge y las tres no querían hacerla sin ella. Se pillaron un
berrinche de aúpa. Lo recuerdo porque tuvimos que llevárnoslas a la heladería para que se les
pasara.

—¿Cuántos años tenían? —preguntó Cloe.

—Once, creo. —Interrogó a su padre con la mirada que asintió preocupado.

—Recuerdo que hablé con Terry Hoffman sobre el tema en la siguiente clase de ballet.
Me dijo que él llevaba a su hija para que aprendiera ballet, no para que diera saltos como una

loca sobre el escenario. Que si seguían enseñándole ese tipo de ballet, él la sacaba de las clases
para llevarla a otro sitio.

—Es que la representación fue horrible. —Saige reprimió la risa. —Y la música ponía los
pelos de punta. Era chillona e irritante. Vi a varias personas tapándose los oídos durante la
representación.

—¿Como la de Bamberger?

Los Banner la miraron sin saber de quién hablaba. —Sí, Frank Bamberger. Creo que ha
fallecido. Hace muchos años mi abuelo, que es alemán, le escuchaba a menudo. Él era un joven
genio o algo así. Decía que la música podía reflejar los pensamientos. —Cloe puso cara de
horror. —Si es así, ese hombre pensaba cosas muy estridentes.

—Sí, la música era horrible. Varias veces se me pusieron los pelos del brazo de punta por
los sonidos. Como cuando pasas la mano por la pizarra. —Se estremeció solo de pensarlo.

Cloe se echó a reír asintiendo. —Menos mal que dejó de componer. Mi abuelo tenía dos
CD y cuando los ponía, todo el mundo tenía algo urgente que hacer fuera de casa. Recuerdo que

mi hermano una vez los hizo desaparecer con la esperanza de que no se diera cuenta y al día
siguiente mi abuelo había comprado otros, así que nos dimos por vencidos y simplemente
huíamos de casa cuando los ponía. No me extraña que Terry Hoffman saliera horrorizado. Puedo
entenderlo. Querría ver a su princesita saltando con un tutú blanco bailando el lago de los cisnes
y se encuentra con eso. —Siguió riendo sin dejar de teclear en su ordenador.

—¿Creéis que su padre no quiso que hablara con la prensa por si sacaban su foto en el
periódico? —preguntó su padre mirando las fotos.

—Puede ser. No cerremos ninguna puerta. —Cloe cogió el teléfono de nuevo para
trabajar con él.

—Dejémosla trabajar.

Iban hacia su habitación cuando se abrió la puerta de la de sus padres y salió el hombre
de Justin sonriendo. Su madre estaba sentada en la cama de espaldas a ellos mirando hacia la
ventana.

—¿Lili? —Su padre preocupado se acercó a ella. —¿Qué ocurre?

—No lo sé. Tengo un mal presentimiento.

—No digas eso, mamá —dijo angustiada al ver su cara totalmente descompuesta. Su
padre se sentó a su lado y la abrazó por el hombro pegándola a él—. Todo se arreglará. Volverá a

casa. La recuperaremos.
—Claro que la recuperaremos —dijo su padre.

—¡Saige! —gritó Justin desde abajo—. ¡Baja, tenemos que irnos!

Los tres salieron corriendo de la habitación. —¿Irnos? ¿Sabes dónde está? —Cuando
llegó a la barandilla le miró a los ojos. —¿Sabes dónde está?

Muy serio negó con la cabeza. —Vamos a donde vive ese Mike. Quiero ver su casa para

ponerme en situación.

—Bien. —Bajó los escalones a toda prisa y miró hacia arriba diciendo a sus padres —
Llamarme al móvil si sabéis algo.

—De acuerdo. —Su padre forzó una sonrisa sin soltar a su madre, que parecía a punto de
derrumbarse.

Siguió a Justin hasta el cuatro por cuatro y vio que dos de sus hombres estaban hablando
con los vecinos. Se subió a su lado e impaciente preguntó —¿Qué te ha contado Luisa?

—Debes calmarte, Saige. En una situación así entiendo que estés alterada, pero intimidar

a los testigos, provoca que estos se cierren. ¡Cálmate!

—¡Mira quién habla, el que intimida solo con su presencia!

—¡Pues parece que a ti no te intimido en absoluto! ¡Ahora dime hacia dónde tengo que ir,

porque estoy a punto de salir del pueblo!

Molesta le guió y cuando se detuvieron ante la casa él se volvió para decirle algo, pero
ella no esperó saliendo del coche.

—¡Saige! —Salió dando un portazo y rodeó el coche para acercarse. —Te lo advierto. No
abras la boca.

—¡Está bien!

Dos chicos que estaban limpiando el jardín se les quedaron mirando y con ganas de matar
a alguien siguió a su detective hacia el porche. Justin llamó a la puerta y Kim abrió con una
sonrisa, que perdió poco a poco al verla de nuevo. —¿La han encontrado?

—Todavía no —respondió Justin antes de que ella pudiera hablar—. ¿Podemos pasar?

Kim le miró de arriba abajo y sonrió de oreja a oreja. —Claro, guapo.

Justin levantó una ceja y Saige molesta entró en la casa casi empujando a Kim de camino.
Vio a Mike metiendo envases en una enorme bolsa de basura. —Ese es Mike.

—¿Qué ocurre? —El chico miró a Justin y se enderezó. —¿Quién es ese?

—¿Podemos hablar unos minutos? Soy Justin Colton, quien lleva la investigación de la
desaparición de Faith Banner. Tengo varias preguntas.

—De acuerdo, guapo. —Kim se sentó en el sofá y su hermano se sentó mirándoles con
desconfianza.

—Nadie vio como Faith salía de la casa, ¿no es cierto?

—Que nosotros sepamos no. Hemos preguntado a varios que estaban aquí anoche, pero
muchos no recuerdan haberla visto desde lo de las pizzas —dijo Kim comiéndoselo con los ojos.

—Y no cogió su camioneta para irse. —Ambos negaron con la cabeza. Justin miró a
Mike. —Estuvo tumbada en tu cama. ¿No la viste en tu habitación?

—Estaba borracho. Solo subí para echarme cuando acabó todo y te puedo asegurar que
no estaba allí.

Kim le miró. —También subiste antes de eso. Cuando me pillaste en la cama de mamá.

—Ah, ahí iba a mear. Después de pillarte fui a tu baño. Hay que tener mal gusto para
acostarse con ese idiota.

—Eso lo dices porque aun eres virgen. Espabila.

—Chicos, centraros.

Saige miró hacia la chimenea donde aún estaba el grafiti y cuando iba a mirarles de
nuevo, vio algo en la repisa que le llamó la atención. Se acercó allí mientras Justin preguntaba —
¿Así que tampoco la viste en tu habitación en esa ocasión?

—No, ya se lo he dicho a su hermana. La vi hablando con Roy y después no. Tenía una

fiesta que atender. No me fijaba quien entraba o salía de la casa. En el jardín también hubo
movida y varios se estaban enrollando por donde podían.

Saige alargó la mano y levantó el palito que estaba en una peana. —¿Esto es una batuta?

Los chicos la miraron y asintieron. A Saige se le cortó el aliento volviendo a colocarla en


su sitio y fue hasta el equipo de alta fidelidad mientras Justin la observaba de reojo.

—¿Hay puerta trasera en la casa?

—Claro. Por la cocina —dijo Mike sin dejar de observarla.

—Va al jardín trasero —añadió Kim sonriendo.

—¿Puede haber salido por allí sin que nadie la viera?

—Estaba la casa a rebosar. Yo qué sé. —Mike se levantó cuando vio como Saige miraba
las estanterías llenas de CD. —¿Qué hace?

—Os gusta mucho la música, ¿no es cierto? —dijo asombrada por la cantidad de CD.

—Sí, nos encanta a todos. Mi madre es más de ópera, pero nosotros somos más de Pop
Rock —dijo Kim encantada.

—¿Y tu padre?

—Él no es aficionado —dijo Mike muy tenso.

—¿Y la batuta? ¿De quién es?

—Era de Von Karajan.

—Estoy impresionada. —Alargó la mano sacando un CD para mostrárselo a los chicos.


—Sois los primeros de este pueblo que haya visto que tengan los CD de Bamberger.

—Saige, ¿a dónde quieres llegar?

—No, nada. Es que me ha extrañado un poco vuestra diversidad musical.


—Esos son de mamá —dijo Kim dulcemente—. Le encanta ese rollo.

Asintió dejándolo en su sitio sabiendo que allí había algo muy sospechoso. Acababan de

hablar de él y allí había esos CD. ¿Y si lo de las fotografías de las niñas la había despistado? ¿Y
si todo aquello no tenía nada que ver con ellas y su hermana solo quería llevarse un recuerdo de
su vida a la universidad?

Cuando escuchó la voz de Justin no le hizo mucho caso mirando a su alrededor. Vio una
foto de la familia en una de las paredes. Disimulando que la enderezaba la miró y entrecerró los

ojos al verla bien. Eran los padres con los niños en brazos, estaban en París y ellos apenas debían
tener dos y tres años. La torre Eiffel estaba al fondo. Sonreían a la cámara.

—Que no. Que no la vi después de que se ligara a Roy o que lo intentara —dijo Mike
exasperado.

—¿Habéis encontrado algo más de Faith que el móvil?

—No. Pero fliparía con la cantidad de condones que sí hemos encontrado —dijo Kim
intentando hacerse la graciosa. Al ver que nadie se reía, se cruzó de brazos.

—¿Vosotros cuándo llegasteis al pueblo? —preguntó ella al ver que Justin no preguntaba
nada más—. No nacisteis aquí, ¿verdad?

—Sí, claro —dijo Mike molesto—. Nacimos aquí.

—¿De veras? No os recordaba de pequeña.

Se encogieron de hombros como si les diera igual.

—¿Puedo revisar el sótano? Como Saige ya ha visto el resto de la casa, me preguntaba si


podía ver el sótano por si alguien ha dejado algo allí —preguntó Justin sorprendiéndoles—. Hay
sótano, ¿verdad?

—Sí, claro. —Mike se levantó, pero él le hizo un gesto con la mano para que no se
molestara.
—Ya lo encontraré.

—Tenéis una casa preciosa —dijo ella sin cortarse en cotillear buscando una pista que la

llevara hasta su hermana.

—Sí, no está mal —respondió Kim indiferente.

—¿Y cómo os va en el instituto?

—A mí me queda un año, pero mi hermanito es un genio. Irá a Harvard. —Orgullosa


levantó la barbilla mirando a su hermano.

—Vaya, impresionante. ¿Te han dado una beca?

Mike asintió. —Beca completa.

—Sí que debes ser un genio. Felicidades.

—Gracias.

—¿Y a ti cómo te fue el año pasado?

—Tengo el mejor expediente de mi clase.

—Vuestros padres deben estar muy orgullosos.

—Lo están. —Kim soltó una risita mirando a su hermano que no la perdía de vista.

Escucharon los pasos de Justin regresando y todos miraron hacia la puerta del salón. —Al
parecer os gustan los instrumentos musicales.

—Mike toca de todo —dijo Kim como si le aburriera la conversación.

—¿La sala está insonorizada?

—Sino nos tiraríamos de los pelos.

—¿Y eso? —Saige se acercó a Mike mirándole fijamente. —¿Tocas mal?

—Me gusta la música alternativa.

—¿Cuándo llegan vuestros padres? —preguntó Justin advirtiéndola con la mirada.


—Mañana. —Kim se levantó. —Eso me recuerda que tenemos mucho que hacer, aunque
a estas alturas se van a enterar de la fiesta. ¿Algo más?

—De momento no. Vamos, Saige. Todavía tenemos que hablar con mucha gente.

—Por cierto. ¿En qué trabaja tu padre?

Kim frunció el ceño. —¿Y eso qué tiene que ver con Faith?

—Tienes razón. No tiene nada que ver. Era curiosidad.

—Es comercial de una empresa informática —dijo Mike rápidamente.

—Gracias por vuestra colaboración. —Justin la cogió de la mano tirando de ella y Saige
se dejó llevar. Cuando estaban a cierta distancia él susurró —No puedes cerrar esa boquita,
¿verdad? —Abrió la puerta del coche para que pasara y cerró de un portazo. Cuando se sentó a
su lado, la fulminó con la mirada arrancando el cuatro por cuatro. —¿Qué pasa ahora? ¿La
detective eres tú?

—Aquí pasa algo raro. Si yo celebrara una fiesta y desapareciera una conocida, llamaría a

mis padres de inmediato. Y ellos están como si nada.

—En el sótano había una puerta oculta.

—¿Qué?

—Aparentemente parece una pared, pero sé que ahí hay una puerta. Por la distribución de
la planta de arriba en el sótano faltan metros.

—¡Tienen una batuta de Karajan! Y hace menos de una hora Cloe y yo estuvimos
hablando en la habitación de Faith de ese compositor, Bamberger. —La miró como si estuviera
mal de la cabeza. —No me mires así. Faith hizo una representación con esa música hace años.
Fue un desastre. Los padres se quejaron por ello. ¿No te parece mucha casualidad?

—¡Es famoso, no es raro que alguien a quien le guste esa música, tenga un CD suyo!
¡Estás viendo fantasmas donde no los hay!
—Mira. No conozco a los Ardoni porque solo los he visto de lejos en alguna ocasión y no
he hablado con ellos siquiera. ¡Pero me parece muy raro que alguien tenga uno, ya no digo dos
CD suyos! ¡Su música pone los pelos de punta!

—¿Y de qué lo conocía Cloe? —Gruñó por lo bajo mirando al frente. —¿Saige?

—Lo escuchaba su abuelo. Era alemán.

—Ahí lo tienes. ¿Crees que el abuelo de Cloe está metido en esta conspiración?

—Muy gracioso.

—¡Mira, céntrate en encontrar a tu hermana y deja de ver cosas que no existen! ¡Cíñete a
los hechos!

—¿Y la batuta de Karajan?

—¡La comprarían en una subasta! Ya has oído que su madre es aficionada a la música
clásica.

—¿Y los niños dejan algo tan valioso para un coleccionista a la vista de todos? ¿Debajo
de dónde están haciendo un grafiti? —preguntó exaltada—. ¡Es algo fácil de esconder, pero les
daba igual como si no fuera nada para ellos!

—¡Te estás poniendo muy pesada! ¿No les has visto? Esos dos son unos pasotas de

mucho cuidado. ¡Y sus padres no se molestan en controlarles!

—Son muy inteligentes —dijo ella para sí recordando la habitación de cada uno—. Y a
los dos les gusta la música. Tienen las habitaciones empapeladas de grupos musicales que yo ni
conozco.

—Yo tampoco soporto la música que hay ahora. —La miró de reojo. —¿Quieres saber
algo para que dejes de pensar tonterías?

—¿Qué? —preguntó tensándose—. ¿Has encontrado algo en la casa?

—No, en la casa precisamente no.—La miró de reojo. —No te exaltes.


—¡Suéltalo ya!

—Marge mintió.

—¿En qué?

—No estaba bebida.

Se le cortó el aliento. —¿De qué hablas?

—Sus amigas por separado han dicho que no la vieron beber nada en toda la noche. De

hecho, le pasaron un porro y ella no lo probó, pasándoselo a la siguiente riendo mientras decía
que ya no podía más. Pero ninguna la vio beber en toda la noche.

—¿Se subió a la mesa aparentando estar borracha y montó el numerito? ¿Para qué?

—Para que todo el mundo pensara que estaba borracha, Saige. Quería que todo el mundo
pensara que había bebido mucho en la fiesta. Y ahora viene lo más interesante.

—Suéltalo ya.

—Faith bebió solo un vaso de cerveza cuando llegó y todas reconocen que le sentó fatal.
Se lo notaron una hora después de llegar. Siempre tenía un vaso en la mano, pero era el mismo
vaso porque ninguna la vio ir a rellenarlo y ninguna lo hizo por ella. De hecho, Luisa le dijo que
ella la llevaría a casa. Que dejaría de beber y la llevaría a casa, pero Marge dijo que se

encargaba. Cuando bajó de verla desde el piso de arriba, les dijo que estaba tumbada en la cama.
Que dormiría la mona y que podían disfrutar de su última noche de fiesta en la ciudad antes de
irse. Que Faith estaba bien.

—¿Crees que la drogaron?

—Dímelo tú. ¿Estaba acostumbrada a beber cuando salía?

—Nunca la he visto con resaca, si te refieres a eso. Y mi madre nunca me ha contado


nada por el estilo. Pero sí sé que a veces tomaba un par de cervezas.

—Pues esta le sentó fatal o le echaron algo en la bebida.


—¿Por qué Marge simularía estar borracha?

—¿Para hacerse la interesante? Luisa dice que cuando se subió a la mesa no se lo podía

creer.

—¿Cuál fue la reacción de sus amigas cuando se enteraron de que Faith no estaba?

—Luisa preguntó a los que quedaban si alguien había visto con quién se había ido, pero

Marge, otra vez, le dijo que seguro que estaba bien. Que le enviaría un mensaje al móvil para
asegurarse.

—Vamos a hablar con Cloe. Me interesa ver ese mensaje.

—Y a mí.
Capítulo 4

Al llegar a casa se bajaron del coche. —¿Para qué querías ir a casa de Mike? No has
sacado mucho en claro.

—Quería comprobar la distancia hasta tu casa y ver el lugar.

—¿Y qué has descubierto?

—Que allí alguien de fuera llamaría mucho la atención, pues en la fiesta eran todos
conocidos. Además, no hay vecinos cerca. Es una casa prácticamente aislada. Si alguien se llevó

a Faith, es un conocido. Ya no tengo duda.

Le cogió por el brazo deteniéndole y Justin le miró a los ojos. —¿Crees que está viva? —
preguntó asustada.

—Sabes cómo es esto. Cuanto más tiempo pase, menos probabilidades hay de encontrarla
con vida.

—Han pasado dieciséis horas.

—Haremos todo lo posible. Es lo único que puedo decirte.

La puerta principal se abrió. —¡Jefe! —gritó Luigi haciéndole un gesto con la mano para
que entraran.

Corrieron al interior y entraron en el salón donde estaban sus hombres. Saige se quedó
impresionada al ver una enorme pizarra donde la foto de su hermana estaba en la parte superior.
Las fotos de sus amigas, familiares, incluso las suyas, estaban en el panel. Había un horario de

seguimiento y tenían todos los detalles apuntados.

—Mira jefe. Aquí tenemos algo —dijo mostrando la pantalla del ordenador de Faith—.
Un correo electrónico a la escuela superior de música de Austin donde preguntaba sobre si allí
tendrían información sobre un tal Federico o Frank Bamberger y si le podían decir dónde
encontrar una fotografía suya, porque casi no existe información en la red.

—¿Ves? ¡Te lo dije!

—Yo me he quedado flipando —dijo Cloe con cara de pasmo—. Después de haber
hablado de eso, es para alucinar.

Justin se pasó la mano por su cabello negro. —Vamos a ver. ¿Qué tiene que ver eso con
la fiesta y la desaparición de Faith? Me estoy perdiendo algo que no me habéis dicho.

—Creo que fue una casualidad hablar de él —dijo Cloe—. Es más, yo saqué el nombre al
hablar de ese tipo de música.

—Ya te dije que mi hermana hizo una representación con su música. Fue un escándalo.
Los padres estaban indignados. La prensa intentó hacerles una entrevista a las niñas y el padre de
Marge se la llevó de mala manera. Le dijo al mío días después que si las niñas se iban a dedicar a
pegar saltos, él sacaba a su hija del ballet. Pero yo creo que lo que no quería era que saliera en la
prensa.

—Pues Marge no está en la base de datos de niños desaparecidos. —Cloe sacó el libro
que Faith había subrayado y se lo entregó a su jefe.

—Como Marge llegó después al pueblo, creímos que era un secuestro infantil. Pero si no
está en la base de datos… —Saige decepcionada se sentó en el sofá. —Es obvio que nos hemos
equivocado.

—Puede que no. —Justin señaló a Cloe. —Quiero toda la información de ese compositor.

Todo lo que haya en la red. —Miró a Luigi. —Quiero que investiguéis a la familia Ardoni.
Preguntar a quien sea. Quiero saberlo todo de ellos como de Marge Hoffman y familia. Necesito

los datos de todos cuanto antes.

Cloe ya se había puesto a trabajar y justo en ese momento entró su madre con una
bandeja llena de cafés y galletas.

Todos le dieron las gracias y Saige se acercó para coger la bandeja de sus manos. —
¿Cómo va? —preguntó su madre—. ¿Se sabe algo?

Entonces Saige se dio cuenta de que su madre había hablado con la madre de Marge
millones de veces. —Mamá, ven siéntate. ¿Qué sabes de los Hoffman antes de venir al pueblo?

La miró sin comprender. —¿Antes? No sé. Creo que Carol me dijo que habían trasladado
a su marido. —Se quedó pensando en ello. —Sí, creo que me dijo que le habían trasladado desde
Nueva York.

—¿Has visto algo raro en Marge? ¿Alguna vez has visto algo extraño con ella o sus
padres?

—No… Bueno el otro día rechazó desayunar y miró el beicon con asco cuando le
encanta. Me pareció raro y le pregunté si se encontraba bien.

Cloe jadeó dándose la vuelta. —¿No estará preñada? —Todos la miraron. —Cuando me
quedé embarazada los huevos con beicon me daban unas arcadas que me moría.

—¿Cómo va a estar embarazada si se va a la universidad? No, seguro que está a dieta. Ya

sabes cómo son las niñas con esas cosas.

Justin se tensó. —Puede ser un motivo para que no bebiera.

—Y para disimular ante todo el mundo que sí lo había hecho —añadió Saige preocupada
—. Si está embarazada, Faith lo sabe. Estoy segura.

—Claro que lo sabría —dijo su madre negando con la cabeza—. Pero no puede estar
embarazada. Sus padres son muy católicos y no iría a la universidad.
Justin entrecerró los ojos. —Otro motivo para no decir nada.

—¿Y qué problema habría entre las amigas por eso? —preguntó Cloe intrigada—. Eso

las uniría más, ¿no creéis?

La madre y la hija negaron con la cabeza. —Faith le diría que lo contara.

—¿Cómo estáis tan seguras? —preguntó Justin muy serio.

—Porque ella nos lo contó hace dos años.

Eso les dejó a todos en shock. —¿Cómo no me has contado algo tan importante de la vida
de tu hermana? —preguntó Justin furioso.

—¡No tiene relación con su desaparición!

—¡Todo puede estar relacionado! ¿Quién era el padre?

—¡Su novio del instituto! Entre los dos decidieron que lo mejor era abortar y todos les
apoyamos. ¡Fin de la historia!

—¿El padre del niño estaba en la fiesta?

—Se mudaron el año pasado —dijo su madre preocupada—. ¿Cree que eso es
importante? Mi niña lo pasó mal, pero se dio cuenta de que era lo mejor. Ella tomó la decisión.
Yo le dije que si quería tenerlo la apoyaríamos para que siguiera estudiando, pero…

—Mamá, no des más explicaciones. Faith cometió un error y lo pagó tomando una

decisión que la torturará toda la vida.

Justin la miró a los ojos. —Tú no estabas de acuerdo.

—Soy partidaria de que hay que asumir las consecuencias. Soy fiscal, ¿recuerdas?

—¿Tú lo hubieras tenido a su edad? —preguntó horrorizado.

—¡Sí! ¡Mucha gente habla del aborto muy relajadamente, pero sé que Faith se tortura con
esa decisión pensando si debería haberlo tenido!

—¡Era una cría!


—Por eso la apoyé en todo. ¡Era su decisión y estuve a su lado ese horrible día!

—¿Y el padre del niño? ¿Estuvo a su lado?

Saige se echó a reír. —En cuanto escuchó la palabra aborto, sonrió encantado y no volvió
a decir ni pío del tema. No fue a la clínica con mi hermana, si te refieres a eso. Fui yo sola.

—Volviendo al tema —dijo Cloe—. Si Marge estuviera embarazada hubiera pedido

consejo a su amiga que ya había pasado por eso. ¿Creéis que tenían pensado irse a Austin y
abortar allí sin que se enterara la católica familia de Marge?

—Seguramente. ¿No crees, mamá?

—Sí. Seguro que algo así pensaría Marge. Pero mi niña le aconsejaría que se lo dijera a
sus padres.

—¿Dónde están las niñas? —preguntó Justin mirando a su alrededor.

—Se han ido.

—¡Joder! ¡Quiero saber quién es el padre de ese niño si está embarazada! ¿Cloe qué
tienes de ese Bamberger?

—Escribió su primera sinfonía con catorce años. Era un niño prodigio y nació en la
Alemania del Este en 1969. Con veinte años fue acusado de ser espía del antiguo régimen

comunista tras la caída del muro y murió en un accidente aéreo al huir del país.

—Ahora tendría… —Saige hizo cálculos mentales.

—Cuarenta y siete o cuarenta y ocho años.

—¿Cuántos años tiene el padre de Marge?

Cloe miró la pantalla y negó con la cabeza. —Cuarenta y cinco.

—Muy cerca. ¿Y el padre Ardoni?

—Cuarenta y siete cumple el mes que viene. —Cloe les miró. —¿Creéis que simuló su
muerte y era un espía de los alemanes del este?
—Creo que aquí pasa algo muy raro. Eso es lo que tengo claro —dijo Justin cogiendo de
nuevo el libro de Ramírez y leyendo la cita—. Esto pudo haberlo subrayado por cualquier cosa.

—Kim fue al coro con ella en esa época. Pero Kim esta mañana me dijo que lo había
dejado porque cantaba fatal.

—Menuda mentira —dijo su madre asombrada—. ¿Te dijo eso? Debía estar distraída con
algo y no lo escuché. Tenía una voz tan angelical que el director del coro la quería de solista. ¡Yo
misma la oí cantar muchas veces!

—Esto cada vez se pone más interesante. —Justin se sentó al lado de su madre. —Seguro
que las madres comentaron por qué alguien que cantaba tan bien había dejado el coro.

—Claro que se comentó. Incluso el director fue a su casa para intentar convencer a sus
padres para que no lo dejara, diciendo que tenía más futuro que Whitney Houston. ¡Le echaron a
patadas! Tenía un disgusto enorme, el pobre.

—¿Qué dijo Faith de eso? No lo recuerdo.

—Ya estabas en la universidad. Nos acabábamos de trasladar a esta casa. Fue más o
menos en esa época, creo recordar. Pero Faith comentó que el padre de la niña había dicho que
era demasiado pequeña para meterse en algo tan en serio. —Frunció el ceño recordando. —Hubo
un día que la abuela llevó a Faith al coro porque yo no podía por algo y cuando volvió dijo que
Kimi cantaba como los ángeles. Faith gritó que estaba harta de oír hablar de Kimi. Que ella lo
tenía mucho más fácil porque sabía leer música. No pasaron ni seis meses cuando Kim lo dejó
después del concierto de Navidad.

—Eso fue más o menos cuando la representación de ballet con aquella música, ¿verdad?
—preguntó Saige recordando.

—Fue la misma Navidad. La representación de Ballet fue una semana antes. Lo recuerdo
porque tuve que hacer los dos trajes y me dieron mucho trabajo. Sobre todo, la maya negra con
lentejuelas.
—Así que aquella Navidad, la niña cantó normalmente después de la representación de
Ballet en la ciudad —dijo Justin pensando en ello.

—Sí, fue más o menos así. Kim fue al primer ensayo después de las fiestas con una carta
de su padre diciendo que iba a dejarlo. Fue precisamente porque su padre ni se molestó en ir en
persona, por lo que el director del coro fue a verles a su casa.

—¿Se molestaría por las críticas? —preguntó Saige irónica—. A nadie le gustó la
representación. Recuerdo que en el periódico local se puso a la profesora de ballet a caldo con el

tema.

—¿Y si Kim en la representación o en algún otro momento posterior le dijo algo a Faith,
molesta por la crítica a la música de su padre? Una niña de once años pudo ver algo raro, pero no
sabría identificarlo. Y cuando leyó este libro, pensó que era que a Kim sus padres la habían
secuestrado. Cuando lo que pasa es que Kim sabe quién es su padre, pero no puede decirlo.

—¿Y Faith al final lo descubrió? ¿Y por qué las fotos de las niñas a lo largo de los
años? —preguntó Cloe—. ¿Por qué las conservaba en esa carpeta?

—¿Para llevárselas a Austin de recuerdo? Se va a trasladar. Seguro que hay otra carpeta
con fotos de su familia.

—¿Y las webs de personas desaparecidas?

—¿Y si estaba buscando a Kim o al padre de Kim? Eso no lo sabemos. Lo que sí


sabemos es que fue a la fiesta en su casa a dos días de irse a la universidad. ¿No sería un buen
momento para cotillear tranquilamente? —Justin sonrió irónicamente. —¿Y si la pillaron cuando
simulaba que estaba bebida como Marge? Sería la manera más fácil. Se tumba en la cama y
cuando se queda sola, cotillea en la habitación de Mike.

—Pero Mike subió al baño —dijo Saige poniéndosele los pelos de punta—. El móvil
estaba tirado en el suelo.

—¿Qué adolescente se separa de su teléfono móvil? Si van hasta el baño con él —dijo
Luigi.

—Por alguna razón sabía que el padre de Kim era ese Bamberger. Pudo ser en una visita

a su casa o se lo dijo la misma Kim en un ataque de rabia aquella noche años antes, pero Faith lo
sabía. Y cuando años después se puso a investigar, se enteró de quién era realmente Bamberger.
—Justin la miró a los ojos. —¿Tiene sentido?

—Sí.

—Y tiene más sentido aún que Marge la ayudara —dijo su madre—. Simuló estar
borracha para distraer la atención. Como subirse a una mesa y enseñar los pechos. Por eso quería
que sus amigas no subieran a verla o llevársela a casa. Cuando salieron de la casa, igual pensó
que Faith se había ido por su cuenta. Pudo pensar mil cosas, pero seguro que no se imaginó que
le había pasado algo.

—Exacto —dijo Justin—. Al fin y al cabo, los implicados estaban en la fiesta vigilados
por ella.

—¿Marge nos ha ocultado todo esto? —gritó furiosa.

—Está asustada. Sabe que Faith estaba haciendo algo ilegal y le da miedo que se enteren
de su implicación en el asunto.

—Teme ser la siguiente —dijo con rabia.

—Puede ser. —Justin se levantó mirándola fijamente.

En ese momento entró el padre de Saige con una escopeta en la mano. —No sé ustedes
señores, pero yo me voy a preguntar en esa casa dónde está mi hija.

—¡Jimmy, por Dios! Suelta eso. ¡Es una teoría! —exclamó su madre preocupada.

—Papá, deja a los profesionales.

—¿Por qué? —preguntó el detective dejándola atónita por su sonrisa—. Nada como un
padre descontrolado para que se les suelte la lengua a esos niñatos.
—¡Dime que no hablas en serio!

—Iré con él. No tienes que preocuparte —dijo mirándola a los ojos—. No pasará nada.

—¡Si Mike está metido en esto, es un psicópata sin sentimientos! ¿O no te has dado
cuenta?

—No es un psicópata, nena. Tiene sentimientos porque siente rabia. Y la rabia te hace

cometer imprudencias.

—¡Exacto! ¡Quiero recuperar a mi hermana! —Los hombres abrieron una bolsa de lona y
empezaron a sacar un arsenal. —¿Estáis locos?

A Justin le entregaron una pistolera y un chaleco antibalas. —Oh, Dios mío. —Se volvió
hacia su madre. —¡Di algo!

—Quiero a mi hija de vuelta. Si esos chavales tienen algo que ver, me da igual lo que les
pase.

—No pasará nada. —Justin se puso el chaleco.

—¡Si ese hombre es un criminal y sus hijos lo saben, han hecho esto para ocultarlo!

—Mirar esto —dijo Cloe dando la vuelta al portátil mostrando una foto en blanco y negro
de el joven Bamberger dándole la mano a Karajan—. He encontrado una foto antigua.

—¿Es el padre de Kim? —preguntó Justin a su madre, aunque todos los Banner se habían
quedado con la boca abierta.

Lili levantó la vista hacia él. —Ese es.

—Preparados.

Todos cogieron sus armas, incluso Cloe se puso una pistolera en los hombros y otra en el
tobillo bajo los pantalones. Salieron de la casa dejándoles solos y pálida de miedo por si
cometían un error que les costaría la vida de su hermana, cogió a Justin del antebrazo asustada.
—¿Estás seguro de esto?
Él la cogió de la cintura besándola profundamente y cuando se separó Saige estaba en
shock. —Ahí tienes otra cosa en que pensar mientras regreso —dijo soltándola y saliendo del
salón.

Reaccionando corrió tras él queriendo ir también, pero su madre la cogió del brazo
deteniéndola. —Tú te quedas aquí.

—¡Mamá!

—¡Te quedas aquí! Déjales hacer su trabajo. No quiero que le pase algo a mi otra hija. Te
quedas.

Vio como los dos cuatro por cuatro salían a toda velocidad.

En cuanto se fueron, Saige corrió al interior de la casa y descolgó el teléfono. —¿A quién

llamas? —preguntó su madre.

—A Marge. Si nos estamos equivocando, podemos enfrentarnos a una pena enorme y


Justin perdería su licencia. ¡Y yo también!

Su madre le arrebató el teléfono y colgó muy seria. —Me importa poco. Ese hombre es el
compositor que me mostró Cloe. Para mí es prueba suficiente.

Saige apretó los labios viendo como colgaba el teléfono. —¿Por qué Marge no ha dicho
nada?

—¡No lo sé! ¡Y ahora no voy a preguntárselo! Vamos a la cocina a hacer la cena. Faith
estará hambrienta cuando vuelva a casa.

Preocupada vio a su madre entrar en la cocina. Entonces se dio cuenta que necesitaba
estar entretenida cuando sacó una fuente y con la mano temblorosa la dejó sobre la encimera.

—¿Y qué quieres hacer?

—Lasaña. Es su plato favorito.

Trabajaron en silencio y disimuladamente Saige miraba el reloj colgado en la pared de


cuando en cuando. Ya habían pasado más de treinta minutos. Preocupada se limpió las manos.

Esperaba que cuando se supiera algo la llamaran. Cogió la fuente de la ensalada y cuando sonó el
teléfono la dejó caer del susto. Su madre corrió hacia el hall y descolgó. —¡Diga!

Se acercó a ella queriendo escuchar también y vio que los ojos de su madre se llenaban
de lágrimas bajando el teléfono lentamente.

—¿Qué te han dicho?

La miró angustiada. —Están intentando sacarla del pozo de la finca. No saben si está
viva.

—¡No! —gritó tapándose la boca. Al ver que su madre se desmayaba la abrazó por la
cintura. —¡Mamá!

—¿Hola? —La voz de la señora Morris llegó desde el porche mientras ella que no podía
arrastrarla, lentamente dejó que cayera al suelo. La mujer empujó la puerta y al ver la situación
dijo —Pobrecita, se ha desmayado.

—Voy a llamar al médico.

—Espera niña, tengo sales en mi casa. Ya verás cómo se despierta.

—No, ¿y si le ocurre algo más? Voy a llamar a un médico. —Marcó el número de la


clínica del pueblo y esperó a que contestaran. —Soy Saige. ¿Está el doctor?

—Acaba de salir para la finca de los Ardoni. Al parecer han encontrado a tu hermana,
¿verdad?

Lo que le faltaba es que solo quisieran cotillear. —Mi madre se ha desmayado.

—Llamaré al doctor Lumis. Se ha jubilado, pero todavía nos ayuda de vez en cuando.

—Gracias.

La señora Morris se había agachado al lado de su madre y le daba palmaditas en la


mejilla. —Niña, trae un paño húmedo.
Corrió a la cocina y apagó el horno que estaba precalentando antes de mojar un paño. La
anciana se lo pasó por la frente. —Levántale las piernas.

—Oh, Dios. —Hizo lo que la mujer le decía y su madre gimió al cabo de unos segundos.
Cuando sonó el teléfono de nuevo, dejó las piernas en el suelo antes de lanzarse a contestar —
¡Diga!

—Nena, está viva.

Saige se echó a llorar sin poder evitarlo al oír la voz de Justin. —¿No me mientes?

—La tiró al pozo de la finca, pero ese agujero se cubrió con tierra hace años. Cloe está
con ella en el fondo y está viva. Tiene pulso, aunque seguro que tiene daños, porque aunque
rellenaron el agujero la caída es de tres metros al menos.

—¿Y papá?

—Está hablándole desde arriba, aunque ella está inconsciente. Enseguida llegan los
sanitarios. No queremos moverla por si acaso.

—Mamá se ha desmayado.

—Le dije a tu padre que no llamará aun, pero pensaba que estaba muerta y no pude
impedírselo porque estaba bajando a Cloe.

—¿Seguro que está viva? —El silencio al otro lado de la línea la asustó. —¿Justin?

—Está viva, no sé las lesiones que pueda tener, pero está viva. Te lo juro.

—¿Quién lo hizo? ¿Mike?

—Se la encontró rebuscando en su habitación y… nena, tengo que dejarte, ha llegado el


doctor.

—Vale. Llámame cuando sepáis algo más.

Él colgó el teléfono sin despedirse y Saige se volvió para hacer lo mismo. —Está viva.

—Oh niña, qué buena noticia —dijo la mujer justo cuando su madre gimió abriendo los
ojos—. Lili, tu hija está viva.

—¿De verdad?

—Ahora tenemos que esperar. Nos llamarán enseguida. —Emocionada se arrodilló junto
a su madre y la abrazó. —Menudo susto que me has dado. No vuelvas a hacerme algo así.

—Eso mismo le diré a Faith cuando la vea.


Capítulo 5

Ante la cama del hospital en Austin miraban a su hermana que acababa de salir del
quirófano. Se había roto las piernas, tenía una vértebra fisurada y un golpe en la cabeza.
Trasladada en helicóptero, la cabeza era lo que más les preocupaba a los médicos cuando
llegaron, pero en cuanto abrió los ojos reconociendo a su padre lo siguiente que les preocupó fue
la fisura de la vértebra.

Había tenido una suerte increíble, porque si no hubiera sido por la intervención de Justin
hubiera muerto en aquel pozo. Cuando el sheriff empezara a hacer las preguntas adecuadas, su
hermana ya hubiera estado muerta.

La puerta de su habitación se abrió y Justin entró con una sonrisa seguido de Cloe.

—Oh, gracias —dijo su madre abrazando a Justin.

—Si yo no he hecho casi nada. Fue Saige la que sospechó de ellos.

Saige sonrió. —Si no hubieras venido, ella habría muerto.

Justin miró a Faith, que dormida mostraba el lado derecho de la cara amoratado. —Los
padres de los chicos están en busca y captura. Los cogerán.

—¿Kim participó en esto?

—No lo creo. Tenías que ver su cara de sorpresa cuando su hermano confesó donde
estaba Faith cuando tu padre le apuntó a la cabeza.
—Sí, al parecer la encontró en la habitación rebuscando en la mesilla de noche y vio el
ordenador encendido. Cuando le preguntó qué hacía, Faith intentó dar una excusa diciendo que
buscaba un preservativo —dijo Cloe—. Pero no es tonto. No se creyó una palabra. No sabemos
exactamente qué ocurrió después, pero ya nos lo dirá tu hermana que es la testigo principal de los
hechos.

Asintió mirando a los ojos a Justin. —No sé cómo agradecerte que me hayas ayudado.
Que nos hayas ayudado.

—No tienes nada que agradecer. —Parecía molesto por su sincero agradecimiento y
frunció el ceño al ver que se despedía de su padre dándole la mano. Su madre le abrazó de
nuevo, al igual que a Cloe, invitándoles a regresar a Greenville cuando quisieran.

Cuando salieron de la habitación, Saige sintió una pérdida horrible. Como si esas pocas
horas con él, hubieran llenado un vacío que no sabía que tenía. Sin poder evitarlo salió tras él.
Justin caminaba con Cloe hacia el ascensor hablando en voz baja.

—Justin.

Él se volvió y Cloe sonrió diciendo —Te veo abajo, jefe.

Justin se acercó. —¿Qué pasa? ¿Tienes más preguntas? Prepararé un informe detallado
para el sheriff y…

—No es eso.

—¿Entonces qué, nena? —Pasó la mano por su mejilla apartando un mechón rubio tras
su oreja.

Ya la había llamado así, pero que lo hiciera en ese momento, hacía que pareciera algo tan
íntimo que le alteró el corazón. —¿Volveré a verte?

Justin sonrió y la besó en la frente antes de decir —Vuelve dentro. Tu hermana te


necesita ahora.

Él se alejó de ella caminando hacia el ascensor y Saige se cruzó de brazos. La puerta de la


habitación de su hermana se abrió en una rendija y su madre preguntó —¿Qué te ha contestado?

—¡Nada, mamá! No me ha contestado nada. ¡Sólo que mi hermana me necesita!

La puerta se abrió de golpe y su madre sacó la cabeza al pasillo mirando de un lado a


otro. —¿Se ha ido?

—¡Sí, se ha ido!

Lili suspiró. —Seguro que volvemos a saber de él. Sí, seguro que sí.

Gruñó entrando en la habitación de nuevo y cerrando la puerta suavemente. —Eso


espero.

Sonriendo se bajó del coche y saludó con la mano a su familia que la miraba por la
ventana. Cogió el bolso y abrió la puerta trasera para sacar los regalos que había comprado para
todos. Con los brazos llenos de bolsas y tres paquetes, miró hacia la casa para ver a su hermana
salir al porche con la muleta que aún tenía que usar. Pero estaba preciosa. Sonriendo cerró la
puerta con el pie y su madre se echó a reír al verla tan cargada. Se había propuesto hacer las
navidades más increíbles de su hermana, que lo había pasado tan mal con la rehabilitación.

—¿Cómo vas?

—Poco a poco. —Faith le guiñó un ojo. —¿Te ha llamado? —Ella perdió la sonrisa
gruñendo por dentro. —Vaya.

—¿Y a ti te ha llamado Marge?

—No. Luisa dice que está avergonzada, porque si hubiera hablado primero, antes me
hubieran encontrado. Pero es ridículo que piense así. Yo le dije que no hablara con nadie.

Se acercó a su hermana y la besó en la mejilla. —Se le pasará. Seguro que pasa por aquí
para las Navidades. Ya verás cómo se acerca a saludar.
Faith se echó a reír. —Mira que pensar que estaba preñada.

—La culpa la tienen los huevos con beicon. Y también ha sido tuya por cotilla.

—Si Kim no me hubiera gritado aquel día por ofender a su padre con la representación de
ballet, no hubiera especulado que Kim no era hija del que creíamos que era su padre. Una cosa
llevó a la otra. ¿Qué me has comprado?

—Sí, como que te lo voy a decir.

Faith se echó a reír y entró en la casa tras ella mientras saludaba a su madre dándole dos
besos. —Diez días de vacaciones. No me lo puedo creer.

Fue hasta el salón y silbó al ver el árbol de Navidad, que era gigantesco. —¡Mamá!

—Estas navidades son especiales.

—Sí que lo son. —Dejó los regalos bajo el árbol y se volvió hacia su hermana que miraba
sobre su hombro. —¡No cotillees! ¿Has estudiado?

—Sí. Y he hablado con mis profesores del próximo semestre por Skype.

—¿Y qué te han dicho?

—Que no me preocupe por nada más que por recuperarme.

Cuando salió su caso en las noticias, la Universidad se puso en contacto con Saige porque
se perdería el semestre. Fueron muy amables con ellos y le dijeron que cuando estuviera

recuperada le pasarían ciertas materias para que fuera adelantando trabajo para el semestre
próximo. A ella le pareció bien para que no pensara a todas horas en lo que le había ocurrido.

Saige le guiñó un ojo. —Seguro que les has saturado a preguntas y te han dicho eso para
quitarte de delante.

Faith se echó a reír. —Pues sí.

Su madre sonrió divertida. —La que les va a caer encima.

—Tengo muchas dudas. No puedo quedarme así hasta que vaya a la universidad. Quiero
saberlo ya.

—Serás pesada. —Jadeó al ver una videoconsola último modelo al lado de la tele. —

¿Qué es eso? —preguntó con horror.

—Cosas de papá —dijo su madre exasperada—. Tiene un videojuego de baile y pensaba


que le iría bien a la niña.

Faith se partía de la risa. —Tenías que verle seguir el baile como en la pantalla. Además,
graba la actuación y te mueres de la risa al ver las caras de papá mientras intenta seguir el ritmo.

—¿Lo usas?

—Sí, ¿quieres probar?

Se quitó el abrigo. —Venga. Soy la que más ritmo tiene en esta familia.

Con el mando en la mano intentó seguir a la bailarina de la pantalla mientras su familia se


reía de ella. La verdad es que era divertido, pero cuando se vio al final del baile casi se muere de
la vergüenza. —¿Cómo se borra eso?

—Espera, déjame verlo otra vez —dijo Faith arrebatándole el mando.

—¡No me tortures más!

Faith se echó a reír intentando apartar el mando cuando miró hacia la puerta y perdió la
sonrisa. Saige miró hacia allí y se quedó sin aliento al ver a Justin vestido de traje con un abrigo
negro mirándolas con una sonrisa en la cara.

—¡A buenas horas! —exclamó sin poder evitarlo enderezándose.

—¿Saige? —la voz asustada de Faith la hizo mirar a su hermana.

—Es Justin Colton.

El grito de alegría de su madre desde la cocina hizo que Saige pusiera los ojos en blanco
antes de cruzarse de brazos para ver como Lili abrazaba a Justin sonriendo de oreja a oreja. —Le
felicita a él, pero lo hice yo todo.
Faith sonrió divertida levantándose. —No te levantes —dijo Justin acercándose para
darle la mano.

—Estoy bien. —Le dio un abrazo y susurró en su oído —Gracias.

Con los brazos cruzados le miró sin poder creerse que estuviera allí. Cuando su hermana
se separó de él, Justin se acercó para besarla en los labios, pero Saige se apartó hacia atrás. Justin
levantó una ceja. —¿Estás enfadada?

—No, qué va. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias.

—Me alegro.

—¿Seguro que te alegras?

¿Se estaba riendo de ella? —Sí, me alegro.

—Pues no lo parece.

—Justin, ¿quieres tomar algo? Te quedarás unos días, ¿verdad? —preguntó su madre
entusiasmada.

—De hecho… —Miró a Saige a los ojos. —Soy vecino vuestro.

—¿Perdón?

Las tres se le quedaron mirando y Justin se echó a reír. —Necesitaba una casa de fin de
semana para salir de la ciudad. Llevaba buscando un tiempo y al fin la he encontrado. La casa de
los Ardoni.

Le miraron con la boca abierta. —¡Estás fatal!

—La señora Ardoni la ha vendido para pagar los abogados de su hijo. Su marido ha sido
extraditado, pero ella se ha quedado aquí para intentar salvar a Mike.

—Pobre Kim —dijo Faith sentándose en el sofá.

—¡Pobre de ti! ¡Deja de sentir pena por ella! Sabía quién era su padre y le encubrió como
los demás.

—Me cae bien.

Ignorando a su hermana miró a Justin. —¿Has comprado su casa? ¿Para qué?

—Me gusta. Está aislada y será mi refugio.

—Repito, estás fatal. —Entrecerró los ojos. —¿Qué había en el cuarto del sótano?

—Tendrás que ir a verlo. —Divertido la abrazó por la cintura. —¿No vas a saludarme

como Dios manda?

—Ni me has llamado. Suerte tienes que no te estrelle algo en la cabeza.

—He estado fuera. —Se acercó lentamente y ella se alejó todo lo que pudo arqueando
tanto la espalda que él se echó a reír. —Eres muy flexible.

Faith soltó una risita y su madre también.

—¡Familia, ya estoy en casa!

Justin gruñó enderezándola y se volvió hacia su padre, que se alegró muchísimo de verle.

Enfurruñada vio como después de saludarle, se quitaba el abrigo y se sentaba ante ellas en la
butaca hablando de la investigación que ya se había cerrado.

—Así que conoció a su esposa aquí y se casó en los Estados Unidos —dijo Faith
interesadísima.

—Sí y cuando estaba embarazada de Mike se mudaron aquí porque no querían vivir en el
anonimato toda su vida. Con un niño es distinto. Cambiaron las identidades definitivamente y
fueron los Ardoni a partir de ese momento.

—No iba desencaminada —dijo Faith satisfecha —. Deberían darme el título ya. He
resuelto un misterio.

—¡Ja! El misterio lo hemos resuelto nosotros salvándote el pellejo.

—¡Gracias a mí se descubrió el asunto! Hablando con Mike de música en un partido de


béisbol en el instituto, me preguntó si conocía a un compositor muy bueno llamado Bamberger.
—Le explicó a Justin. —¡Ahí me di cuenta de que lo que me había dicho Kim en el pasado no
era un cuento! Por eso fui a la fiesta. Todo estaba relacionado.

—¿Y lo de las fotos? Me ha quedado la duda.

—Qué pesadas se han puesto con ese tema —dijo haciendo reír a todos—. Iba a hacer un
álbum a través de una web con las fotos de las cuatro para el piso que íbamos a alquilar. Están
ofendidísimas porque el álbum no era de las familias, que son las que iban a estar lejos.

Justin les miró divertido. —Misterio resuelto totalmente.

—¡Cariño, Justin ha comprado la casa de los Ardoni!

—Es una casa preciosa —respondió su padre encantado—. Vecino nuevo en la ciudad.

Es estupendo.

—Pirado —susurró haciendo que su hermana le diera un codazo.

—¿Ya no te interesa lo que hay en el sótano?

—¿Partituras y cosas así?

Justin la miró asombrado. —¿Cómo lo sabes?

—¡Era compositor! Necesitaba un lugar en la casa para explayar su arte y donde no


entrara nadie para que se descubriera su secreto. ¿Qué esperabas tú? ¿Una sala de torturas?

—Tendrías que ver el piano. Es impresionante.

Faith jadeó. —¿Un piano?

Todos gimieron.

—¿Qué ocurre? —preguntó Justin divertido por la cara de resignación de Saige.

—Siempre he querido aprender a tocar —dijo su hermana soñadora.

—Tienes intereses diversos.

—¿Quieres ver el cuadro que he pintado? —Su hermana se levantó haciéndoles sonreír
con indulgencia.

—Tienes razón —dijo mirando a Saige a los ojos—. Aún es una niña en algunos

aspectos. Por eso tomó la decisión correcta.

Saige asintió sabiendo que se refería al aborto. Durante años ella intentó ponerse en su
lugar y siempre llegaba a la misma conclusión. Ella lo hubiera tenido. Pero era cierto que aunque
por fuera se parecieran, por dentro eran muy distintas. Su hermana había hecho lo correcto y lo
sabía.

Faith llegó sin la muleta, lo que provocó otra discusión sobre aquel trasto, como lo
llamaba su hermana. Hasta que Justin le dijo muy serio —Debes hacer caso a tus médicos para
curarte lo mejor posible. Vete a por la muleta.

Para asombro de todos, su hermana volvió al hall y la cogió. Regresó apoyándose en ella
y levantó el lienzo que llevaba en las manos. —¿Os gusta?

Saige puso cara de horror al ver que era ella y muy mal pintada, por cierto. La había
pintado con traje de chaqueta y el maletín de cuero. Todos se echaron a reír al ver que estaba
algo bizca.

—Has logrado captar su esencia —dijo Justin mosqueándola.

—Muy gracioso.

—Para pintar desde hace tan poco, te ha quedado muy bien —dijo su madre orgullosa.

—Es que me aburro mucho sin las chicas —dijo mirando el cuadro, haciendo que los
demás perdieran algo la sonrisa.

—Está muy bien. Lo colgaré en mi casa —dijo Saige intentando animarla.

—¿De verdad? Hay que enmarcarlo. —Entrecerró los ojos. —¿Cómo se enmarcará un
cuadro? Papá tiene herramientas. Tengo que mirarlo en internet. Seguro que sale más barato que
llevarlo a una tienda.
—Déjalo —dijo su madre levantándose de inmediato—. Yo me encargo.

—Pero…

—Tú sigue pintando. Está bien, pero debes mejorar.

Saige reprimió la risa y miró a Justin sin darse cuenta. Se le cortó el aliento al ver su
mirada de deseo en sus ojos negros y sintió que algo en su pecho daba un vuelco. Justin se

levantó. —¿Os importa si me llevo a Saige a dar un paseo?

—¡No! —protestó ella aun enfadada porque no la hubiera llamado en meses. Al mirar a
sus padres, vio como le hacían gestos con la cabeza para que fuera con él y se sonrojó—. Estoy
algo cansada.

—No tardaremos nada —siseó él cogiéndole la mano y levantándola del sofá. Sus

deportivas chirriaron sobre el suelo cuando tiró de ella, pero no pudo evitar que la sacara del
salón. Se agarró al marco de la puerta y miró a sus padres que seguían sentados tranquilamente
como si no pasara nada. —¿No vais a hacer nada?

—¡Pasarlo bien! —dijo Faith sonriendo de oreja a oreja—. ¡Y usar condón!

—¡Faith! —gritó su madre mientras Saige se sonrojaba.

Justin la cogió por la cintura haciendo que soltara el marco de la puerta y cogió su abrigo
del perchero. —¿Este es el tuyo? —preguntó sin soltarla mostrándole el abrigo de su madre.

—No, el mío está en el sofá.

—Este te vale. —Lo cogió y se lo puso en los brazos antes de sacarla de casa de sus
padres.

—Entonces para qué preguntas.

—Estás enfadada y no entiendo muy bien por qué.

Eso la avergonzó todavía más porque tenía razón. No le debía ninguna explicación. ¡Pero
al menos en el hospital podía haber contestado que iba a volver a verla en algún momento!
¡Llevaba meses lanzándose al teléfono!

Se separó de él y se puso el abrigo de mala manera. Justin tomó aire antes de abrir la

puerta del coche.

—¿No íbamos a dar un paseo?

—Un paseo en coche. ¿Quieres subir de una vez?

—Es obvio que no. ¡No sé por qué insistes! —Él cerró la puerta y Saige aún en la acera
parpadeó cuando le vio rodear el coche. —¿A dónde vas?

—Me largo. ¡Dile a tus padres y a tu hermana que ya les visitaré cuando tú no estés! No
quiero molestarte más.

Estaba furioso y sin salir de su asombro le vio arrancar el coche antes de irse quemando
yanta. ¡Se había ido! ¡Después de estar meses esperando por él, se había ido! ¡Aquello era
inconcebible!

Furiosa se volvió para entrar en casa de nuevo y vio a su familia cotilleando desde la

ventana del salón con cara de asombro. Se apartaron de golpe dejando caer la cortina y Saige
gruñó. —Estupendo. Humillación pública.

—¡Saige! —Gimió al oír la voz de la señora Morris. Forzó una sonrisa volviéndose. —
¿Era el señor Colton? —le gritó desde el porche.

—¡Sí, señora Morris!

—Oh, qué pena. Me hubiera gustado saludarle. ¡Es un héroe! —La mujer sonrió de oreja
a oreja. —¿Crees que volverá para poder sacarme una foto con él? En las redes sociales sería un
bombazo.

Increíble. —Sí, señora Morris. ¡Le verá de nuevo!

—¿Estás saliendo con él? —preguntó a voz en grito.

—¡No, señora Morris! ¡No estoy saliendo con él!


—Es muy guapo. ¡Deberías ligártelo, niña!

—¿No me diga? —siseó para sí antes de forzar más la sonrisa—. ¡Lo intentaré! Gracias

por el consejo.

—De nada. Dile a tu madre que mañana le enseño a hacer el hojaldre de jengibre.

—¡Lo haré!

Entró en la casa a toda prisa antes de que la mujer le preguntara algo más y vio a las tres
personas que más quería, de brazos cruzados ante ella formando una barrera.

—Mamá, la señora Morris dice que…

—¡Déjate de rollos! ¿Cómo se te ocurre rechazarle? ¡A Justin Colton! ¿Estás loca?

—¡Estaba dolida! ¡Llevo meses esperando por él y da por sentado que iré con él a dar un
paseo! ¡Paseo, ja! ¡Ese no quería un paseo! —Se quitó el abrigo de mala manera y uno de sus
botones se enganchó en su cabello suelto, dándole un fuerte tirón. —¡Auchh!

—¡Te lo tienes merecido por tonta!

Sin salir de su asombro miró a su padre. —¿Qué? ¿Me has llamado tonta?

—¡Vete ahora mismo a su casa y arréglalo!

Miró a su madre y a su hermana que asintieron. —¡No!

—¡O vas a arreglarlo o no cenas! —dijo su madre muy decidida.

—Pido una pizza. Mira tú que problema.

—¡Pues vas a dormir en el porche!

—¿Me estás echando de casa?

Su madre miró de reojo a su padre que la animó con la cabeza. —Sí, te estamos echando
como no te disculpes. Este comportamiento es intolerable. ¡Con todo lo que ese hombre ha hecho
por nosotros! ¡Si ni siquiera nos ha cobrado! Irás y te disculparás como Dios manda.

Se sonrojó intensamente porque tenían razón. Había sido un poco grosera con él después
de lo que había pasado. Los malos tragos cuanto antes mejor. —Muy bien. Iré hasta su casa y me
disculparé.

—¡Espera! —Su madre corrió hacia la cocina y resignada se puso el abrigo de nuevo.

Su hermana se acercó a ella y susurró —¿Llevas condones?

—Cierra el pico.

La risa de Faith la puso nerviosa. ¿Pensaría que quería sexo al presentarse en su casa?
Mejor dejar las cosas claras desde el principio. Sí señor. Iría hasta allí y le diría que lo sentía,
pero que estaba molesta porque no se había molestado ni en llamarla en todos esos meses.
Después sonreiría y se largaría de allí. Tampoco quería que pensara que estaba desesperada.

Su padre sonrió. —No te esperaremos para cenar.

—Pero…

En ese momento salió su madre con una bolsa. —¿Qué es eso?

—Dos táper con pollo asado y puré de patata. Seguro que no tiene nada en la nevera. —
Tomó aire antes de coger la bolsa y salir de casa. —¡Suerte, hija!

La miró por encima de su hombro mientras iba hacia su coche. Qué vergüenza. Se sentía
como si tuviera diez años y sus padres la reprendieran por haber hecho algo mal. Ya no estaba

acostumbrada. Cuando tuviera hijos no les haría esas cosas.


Capítulo 6

El trayecto en coche la puso aún más nerviosa y cuando apagó el motor ante la casa, vio
que una luz en el piso de abajo estaba encendida. No veía el coche de Justin, pero seguro que lo
había aparcado en el garaje. Cogió la bolsa saliendo del coche y se metió las llaves en el bolsillo
del abrigo. Abrió la valla blanca y tuvo que reconocer que la casa estilo victoriano toda pintada
de blanco era preciosa. La última vez que había estado allí no se había fijado mucho, pero sí que
era bonita. Caminó por el paso empedrado y subió los tres escalones. Pulsó el timbre y miró la

puerta sujetando el asa de la bolsa con ambas manos. Después de unos segundos frunció el ceño
y se inclinó hacia atrás para comprobar que la luz del salón estaba encendida.

—¿Justin? —Volvió a pulsar el timbre. —¡Ábreme, he venido a disculparme! —Esperó


varios minutos más y como no abría después de pulsar el timbre tres veces, fue hasta una de las
ventanas del salón y miró a través del cristal. Vio los sofás y la chimenea. Se le cortó el aliento

porque Justin la había comprado con los muebles y estaba exactamente igual que aquel día. Se le
erizó el cabello de la nuca pensando en su hermana.

—Eres una mujer de carrera. Las casas no tienen la culpa de lo que hacen los que viven
en ellas.

Fue hasta la puerta de nuevo y cogió la manilla pulsando con el pulgar la pestaña de
apertura y para su sorpresa la puerta se abrió. Saige metió la cabeza, pero no escuchaba nada. —
Justin, ¿estás en casa?
Menuda pregunta más estúpida. ¿Cómo le iba a responder si no estaba en casa? Entró en
el hall y cerró la puerta mirando a su alrededor. Se detuvo en seco al ver en un perchero una
mochila y varias cazadoras demasiado juveniles para ser de Justin. ¿Cuándo se habían mudado
los Ardoni? Y lo más sorprendente era porque no se habían llevado sus cosas. Preocupada fue
hasta el salón.

—¿Justin? —Su voz tembló algo asustada.

El salón estaba vacío y vio que el grafiti de la chimenea había sido pintado. Dejó la bolsa

sobre la mesa de café y se quitó el abrigo dejándolo sobre el sofá. Al ver la batuta sobre la repisa
de la chimenea se detuvo en seco. ¿Y si todavía no se habían ido? Justin había dicho que había
comprado la casa, no que ya viviera en ella. Escuchó un crujido en el piso de arriba y miró hacia
allí sintiendo que su corazón se salía del pecho del susto.

—¿Justin? —Caminó hacia el hall y de repente la puerta de entrada se abrió. Saige gritó
del susto llevándose la mano al pecho al verle allí con el abrigo puesto.

—¿Qué haces aquí?

—¡Justin hay alguien en la casa! —dijo acercándose asustada—. He oído un ruido en el


piso de arriba.

Él frunció el ceño llevando su mano a su espalda y sacando una pistola. —Nena, quédate
aquí.

—¡Ni hablar! Los que se quedan son los que siempre pringan. ¡Me voy contigo que tienes
el arma!

Él llevó la mano al tobillo y sacó otra pistola. —Ah, vale. Si es así, me quedo —dijo
cogiendo la pistola.

—¿Sabes usarla?

—¡Claro que sí! Soy de Texas. Date prisa, que se escapa.

—No te preocupes. seguro que es alguien que quiere robar —dijo yendo hacia la escalera
con el arma en alto.

—Como si eso me tranquilizara.

Sin volverse Justin dijo al llegar arriba —Te he oído.

Ella puso el arma mirando al techo y vio una sombra detrás de la escalera que se movía.
Gritó apuntando hacia allí y el arma tembló en sus manos. —¡Saige!

—¡Está abajo!

Justin corrió escaleras abajo y al ir hacia donde indicaba, vio la puerta del sótano abierta.
Cerró la puerta del sótano con llave antes de correr hacia la cocina. Saige iba tras él muerta de
miedo y vio como la puerta de atrás estaba abierta y Justin salía por ella.

—Oh, Dios —dijo mirando a su alrededor. Había pan de molde en la encimera y alguien
se estaba preparando un sándwich. Aquello se había pasado de raro para llegar a ser
escalofriante. Se le había bajado la libido a los talones.

Justin entró en la cocina y apretó los labios al ver que estaba pálida. —Nena, no pasa

nada.

—¡No pasa nada! —Le mostró la sandwichera. —¿Esto lo estabas haciendo tú?

—Tengo un ocupa. Pasa mucho con las casas vacías.

—Está lleno de las cosas de los Ardoni. ¿Por qué no se las llevaron?

Él cerró la puerta con llave. —Déjame revisar el sótano y hablamos.

Sin dejar de seguirle, porque allí no pensaba quedarse sola, casi se muere de miedo al
bajar las escaleras agarrándose a su abrigo. Y eso que no era una persona que se intimidara
fácilmente. Pues estaba cagada. Vio la cantidad de instrumentos que había allí y Justin susurró
—Quédate en la escalera.

—No. —Agarró más fuerte su abrigo siguiéndole y vio como abría una puerta, pero no
tenía ni idea de cómo lo había hecho porque no tenía pomo. Sin entrar, Justin alargó la mano
izquierda para encender la luz y ella jadeó al ver un precioso piano blanco. Encima de su tapa

había partituras y al mirar la habitación vio las paredes cubiertas de ellas. —Estaba loco.

—¿Entre la genialidad y la locura qué diferencia hay?

—Mucha. —Se volvió y fue hasta la escalera. —Un loco es un loco.

—Y un genio un genio —dijo él divertido siguiéndola.

—¿Me vas a explicar por qué sus cosas siguen aquí?

—Dijeron que no querían nada. La madre simplemente firmó los papeles y recibió el
cheque.

—Esto es morboso y da miedo. —Al llegar a la cocina dejó la pistola sobre la encimera y
tiró del enchufe para apagar la sandwichera de la que salía humo. Se volvió hacia él y se cruzó de
brazos. —¿Por qué has comprado esta casa?

—Me gusta. —Él se acercó y dejó la pistola. —¿A ti no? Además, ha sido un chollo.

—Un chollo.

—Necesito una casa así y esta es perfecta. Me gusta la zona, además tus padres viven
aquí. Me caen bien.

—¿Mis padres te caen bien?

—Sí. —Levantó la ceja en ese gesto que empezaba a ponerla de los nervios.

—Pues muy bien. ¡Mi madre te envía la cena! Está en el salón —dijo reteniendo la
lengua—. Buenas noches.

Se giró para irse, pero él la cogió por el brazo volviéndola y la besó robándole el aliento.
Saige gimió derritiéndose por las caricias de su lengua y cuando se unieron acariciándose
mutuamente, ambos perdieron el control. Justin gruñó soltando sus brazos para coger sus caderas
pegándola a su sexo y ella se apretó a él abrazando su cuello desesperada por sentirle. Él llevó la
mano hasta su jersey y se lo quitó a toda prisa. La cogió por la cintura sentándola sobre la isla de
la cocina y besó la suave piel de sus pechos apartando las copas de su sujetador, dejando los

pezones al alcance de sus labios. Saige arqueó el cuello hacia atrás, enterrando sus dedos en su
cabello y gritando cuando mordisqueó uno de sus pezones antes de lamerlo con suavidad. Él se
quitó el abrigo, dejándolo caer al suelo sin dejar de torturar sus pechos y la chaqueta del traje
siguió el mismo camino. Mareada de placer reclamó sus labios y se besaron como posesos. Las
manos de Saige fueron hasta el cierre de sus vaqueros y él hizo lo mismo dejando caer sus

pantalones al suelo antes de quitarle las deportivas y sacarle los vaqueros dándole tirones. Saige
separó su boca de él y le miró a los ojos arrastrando las braguitas hasta sus rodillas. Con la
respiración agitada Justin tiró de ellas hasta liberarla y cogió sus piernas por el interior de sus
rodillas abriéndoselas para pegarla a él. Saige gritó al sentir su sexo rozándola íntimamente y
susurró —Te necesito.

—Yo sí que te necesito, cielo. —Entró en ella lentamente y gimió de necesidad cerrando
los ojos como si el placer fuera infinito. Saige ida por las intensas sensaciones que
experimentaba su cuerpo, rodeó sus caderas con las piernas. Abrazados y mirándose a los ojos él

movió sus caderas con firmeza. La besó suavemente en los labios antes de empujar con fuerza de
nuevo una y otra vez hasta que Saige sintió que cada fibra de su ser se tensaba necesitando más.
Apretó su sexo con fuerza y él susurró —¿Te vas a correr? Vamos, nena. Córrete conmigo. —
Saige estalló con fuerza y sintiendo miedo por el éxtasis que experimentaba su cuerpo, se aferró
a él sabiendo que a su lado estaba segura.

Un beso en el hombro que recorrió su piel hasta llegar a su cuello la hizo suspirar
volviendo a la realidad y Justin se echó a reír por lo bajo moviendo sus piernas arriba y abajo
para liberarse de los pantalones. —¿Ya estás aquí?

—¿Me he ido mucho tiempo?


—Se me ha hecho eterno. —La miró a la cara y la besó con pasión antes de cogerla por
las caderas sacándola de la cocina. Apoyada en sus hombros, sintiéndose ligera en sus brazos, le
sonrió mientras la subía por las escaleras.

—¿A dónde me llevas?

—A dónde has estado hasta hace dos minutos.

—Mmm, esto promete.

Sorprendiéndola no la metió en la habitación de los padres sino en una habitación de


invitados al fondo del pasillo. —No había visto esta habitación el día que ocurrió...

—No quiero que te acuerdes de eso en este momento. —La besó de nuevo tumbándola
sobre la cama. Se colocó sobre ella y la miró a los ojos. —Desde que te vi por primera vez, supe

que serías mía.

—Y yo deseaba serlo. —Llevó la mano hasta su pecho y tiró de la corbata. —Desnúdate.


Quiero sentirte.

Él movió sus caderas y Saige gimió de placer. —Nunca dejarás de sentirme.

A la mañana siguiente la despertó apenas unas horas después de haberla dejado dormir al
fin. Por supuesto le hizo el amor, pero fue de una manera tan lenta y sensual que Saige perdió
cualquier esperanza de no enamorarse de él.

Estaban acariciándose mirándose a los ojos cuando sonó el timbre de la puerta. Justin se
tensó. —¿No serán tus padres preocupados por ti?

—Sabían que venía.

Justin saltó de la cama y miró por la ventana. Saige suspiró mirando su duro trasero. —
Son tus padres.
Se sentó de golpe. —¿Es broma?

—¡Son tus padres!

Parecía horrorizado y ella se echó a reír. —Ya soy mayorcita.

—¡Vístete!

—Pareces un adolescente al que han pillado con las manos en la masa.

Él miró a su alrededor cogiendo la camisa del suelo. —Mierda, tengo la ropa en la

cocina.

—Muy bien. Iré a por ella.

—Yujuuuu. Cariño, ¿estás en casa?

—¡Lo pregunta como si fuera tu casa!

—¡Sí, mamá! —gritó ignorándole—. ¡Estoy aquí! ¡Ahora bajo!

—No te preocupes. ¡La puerta está abierta!

Los dos se miraron atónitos y Saige fue la primera en reaccionar. —¿No cerraste la puerta
principal?

—No me acuerdo.

—¡Justin!

—Necesito mi ropa.

—¿Te subo la ropa que hay en la cocina? —gritó su madre desde abajo.

—¡Sí, por favor!

—¡No han cenado, mamá! —gritó Faith desde el salón.

—Está Faith en casa —dijo asustada por cómo se lo tomaría.

—Parece estar bien. No te preocupes.

—¿Por qué has comprado esta casa? ¡Como si no hubiera casas en el mercado!
—¡Por el sótano! ¡Por eso la compré!

—¿Qué?

—Ya te lo explicaré después.

—No, explícamelo ahora.

Él se pasó una mano por su cabello negro. —Es un sitio estupendo para poner mi centro
de operaciones fuera de miradas indiscretas y tener el resto de la casa para llevar una vida
normal.

—¿Piensas afincarte aquí? —preguntó sin entender nada.

—Al menos la mitad de la semana. Puedo dirigir mis negocios con un buen sistema
informático.

—¡La ropa! —Un par de golpes en la puerta hicieron que Saige se levantara de la cama
cubriéndose con una sábana y Justin entró en el baño. Su madre estaba al otro lado. —Buenos
días, pillina.

—Lo siento, mamá. Tenía que haberte llamado.

Cogió la ropa de sus manos, pero su madre hizo un gesto sin darle importancia. —¿Voy
preparando el desayuno? Hay mucho que hacer.

—Enseguida bajamos.

Cerró la puerta y volvió hacia la cama dejando la ropa sobre el colchón pensando en lo
que acababa de decir. Si iba a tener una vida allí, ya podía olvidarse de su relación. Ella en
Austin y él en Greenville solo viéndose los fines de semana. Sintió su presencia detrás, pero no
se volvió. Se puso las braguitas intentando disimular y forzó una sonrisa mirándole sobre su
hombro.

Él la cogió por la cintura pegándola a su cuerpo. —No te preocupes. Lo tengo todo


pensado.
—¿De veras?

—Sí, pero no te lo voy a decir. Quiero que sea sorpresa.

—¿Cómo que hayas comprado esta casa?

—Sí, algo así.

Suspiró abrazando su cuello. —Ha sido la mejor noche de mi vida.

—Y va a haber más, nena. —La besó en los labios.

Cuando bajaron a la cocina su madre se había encargado de todo. Su padre estaba


leyendo el periódico en la mesa al lado de la ventana. —Buenos días, papá.

—Buenos días, cariño. —Saige le besó en la frente antes de coger su zumo de naranja.

—Jimmy. Lili…

—Buenos días, Justin. ¿Cómo te gustan los huevos?

—Me da igual. Me los como de cualquier manera. —Se sentó en la mesa y Jimmy le pasó
la mitad del periódico.

Madre e hija se miraron reprimiendo una sonrisa. —¿Dónde está Faith?

—Cotilleando. Siente curiosidad por la vida que han llevado.

—Su curiosidad por poco le cuesta la vida una vez. ¡Faith!

—Déjala, Saige. —Justin levantó la vista del periódico. —Es bueno que se sienta a gusto
en esta casa. ¿O prefieres que viva con miedo?

—Todo esto es surrealista.

—La casa es muy bonita.

—¿Te ha salido muy cara?


—¿Papá? ¡Eso no se pregunta!

—Un chollo.

—¿De verdad? —Su madre se acercó con la sartén y empezó a servir los huevos
revueltos mientras Saige llevaba el plato de beicon y el pan.

—No pensaban volver por aquí después de lo que había pasado. Dijeron que me quedara

con todo. Pero voy a meter sus cosas en cajas y enviárselas. No me parece bien que Kim pierda
sus cosas cuando no ha hecho nada más que proteger a sus padres.

—Bien dicho —dijo Jimmy antes de meter el tenedor en la boca.

—Esta niña. —Su madre fue hasta el hall y gritó mirando hacia arriba —¡Faith baja ahora
mismo!

Cuando no contestó todos se quedaron quietos intentando escuchar y de repente se


levantaron soltando lo que tenían entre manos para salir corriendo de la cocina. Su padre abrió la
puerta. —Voy al pozo.

Faith estaba sentada en los escalones mirando el paisaje. —Hija, ¿por qué no
contestabas? —dijo aliviado acercándose.

Todos fueron hasta la puerta de atrás y vieron como su hermana se volvía para mirar a su
padre que se sentó a su lado. —No me acuerdo de nada desde que me encontró en la habitación.

—Es lógico, cielo. Es mejor que no recuerdes lo que ocurrió. ¿Quieres que nos vayamos?

—¡No! —Se levantó con esfuerzo. —Vamos a desayunar.

—Faith, no tienes que forzarte a quedarte aquí —dijo Saige preocupada.

—Ellos no están. No pueden hacerme daño. Además, ahora ha salido todo a la luz.
Estamos a salvo.

—Claro que sí. Además, está Justin aquí.

Saige miró a Justin que asintió.


Entraron en la casa de nuevo y se sentaron a la mesa. Saige intentando romper el hielo
cogió el tenedor y dijo —Necesitaremos cajas para meter las pertenencias de los chicos.

—Iré a la ferretería —dijo Jimmy—. Mientras vosotros clasificáis lo que no queréis, yo


me acerco hasta allí.

—¿Qué vas a hacer con los instrumentos? —preguntó Faith.

—Los donaré al instituto. ¿Quieres quedarte el piano?

Faith jadeó mirándole. —¿De verdad?

—Después de toda la rehabilitación y lo demás, es lo menos que te deben. En el juicio


deberían indemnizarte por los daños causados, pero apuesto todo lo que tengo a que se van a
declarar insolventes. Por eso han vendido la casa tan rápido, para que no te la quedaras.

Saige le observó con admiración. No entendía de pianos, pero aquel era una obra de arte
que debía costar muchísimo dinero. Justin sonrió cogiéndola de la mano.

—No sé. Con la universidad no tendré tiempo para aprender a tocar. —Parecía

decepcionada revolviendo los huevos de un lado a otro.

—Yo te pagaré las clases en Austin siempre que saques buenas notas en la universidad —
dijo Saige intentando sacar algo positivo de todo aquello.

—¿De verdad? —preguntó ilusionada.

—Buscaré el mejor profesor particular. Así podrás ajustar el horario a tu conveniencia.


—Justin le apretó la mano y cuando le miró vio que estaba sonriendo.

—¿Dónde lo colocarás? —preguntó su madre encantada de verla sonreír de nuevo.

—No sé. Si voy a aprender en Austin debería tenerlo allí, ¿no?

—No. Creo que lo mejor es que de momento se quede en casa de tus padres —dijo Justin
—. Es un piano único y debe ser tratado con mucho mimo. Cuando tengas un sitio definitivo
para vivir, entonces lo trasladarás allí.
Faith lo pensó y asintió. —Tienes razón. Era el piano de un compositor famoso. Debe ser
conservado y tocado porque sino se desafina.

—Exacto. Cuando vengas los fines de semana o en las vacaciones puedes deleitar a tus
padres con lo que has aprendido.

—Pobres —dijo Saige sin poder evitarlo. Abrió los ojos como platos cuando se dio
cuenta de lo que había dicho y su madre se echó a reír mientras su hermana jadeaba indignada.
Capítulo 7

Al final se relajaron y enseguida se pusieron a trabajar mientras su madre recogía la


cocina.

Empezaron por el piso de arriba. Justin dijo que sacaran toda la ropa de cama porque no

quería en la casa nada de los antiguos dueños excepto algunos muebles. Eso fue fácil. Tiraron
por la barandilla al piso de abajo todo lo que fuera ropa, sábanas e incluso almohadas. Era
increíble la cantidad de zapatos que tenía aquella mujer. Los metió en bolsas industriales de
basura que encontró en la cocina. Su madre se unió a ella y miró con envidia varios vestidos
preciosos colgados en el armario.

—Mamá…

—Faith se puede quedar con el piano y Justin ha comprado la casa con su contenido. No
sería un robo.

—Lo sé, pero lo del piano lo veo una recompensa por lo mal que lo ha pasado. Le hace
mucha ilusión aprender. No es lo mismo.

—Yo también lo he pasado mal.

—¿En serio quieres quedarte con un vestido que ha llevado la madre de la persona que
casi mata a tu hija?

—Saige… —La voz de Justin indicaba que estaba molesto. —Si quiere quedarse con
ellos, está en todo su derecho. Es cierto que ella también lo ha pasado mal. Le deben mucho más
que un par de vestidos.

Se sintió culpable por haberle dicho eso a su madre. —Lo siento, mamá.

—Ya me has quitado la ilusión. —Salió de la habitación y entonces sí que se sintió


culpable. Torturada miró a Justin que suspiró antes de acercarse y cogerla por la cintura.

—Debes tener paciencia. Intentan superarlo y tú quieres borrarlo de un plumazo.

—¿Crees que Faith pensará en ello cada vez que vea el piano?

—Pensará que ha sobrevivido y ha aprendido a tocar el piano gracias a eso. —Le miró
incrédula. —Al principio puede que se lo recuerde, pero ella aprenderá a cuidarlo y a valorarlo.

—Vende la casa. Todo esto me da mala espina.

—Nena, necesito una casa con estas características. Solo hacer el sótano en otra casa, me
costaría lo que me ha costado esta. Además, no hay vecinos alrededor que me molesten. Me
gusta tener intimidad.

—Y ver venir al enemigo.

—Eso también. —La besó en los labios. —Aunque tus padres me han pillado por
sorpresa.

Se echó a reír apartándose y siguió metiendo zapatos en la bolsa hasta que gritó con un
zapato en la mano —¡Un Manolo Blahnik! —Se agachó para coger la pareja. —¡Dos manolos!
—Su madre y su hermana llegaron corriendo mirándola desde la puerta. —¡Unos manolos!

Faith la señaló con el dedo. —¡Quieta ahí! ¡A la primera que le valga se lo queda!

Justin vio atónito como se descalzaban las tres a toda prisa y la primera en probarlos para
su sorpresa fue Saige. Se echó a reír al ver su cara de decepción. —Me quedan pequeños.

—¡Me toca!

A regañadientes se los quitó pasándoselos a su hermana. —Qué bonitos —dijo su madre


con envidia.

Faith se miró el pie. —Me quedan algo pequeños.

—¿Si? —Su madre frunció el ceño y Saige se emocionó al darse cuenta de lo que estaba
haciendo porque tenían el mismo número.

—Pruébatelo, yo tengo más empeine por el ballet. Igual te valen a ti.

Lili se los puso ilusionada y chilló —¡Me valen!

—Pues ya está decidido —dijo Justin a punto de reír antes de susurrarle a Saige al oído—
Así que dejas tus principios a un lado por unos zapatos.

—Son manolos. ¡No zapatos! —Se volvió muy digna haciéndole reír.

Cuando llegó su padre habían adelantado mucho trabajo. En las cajas se metieron enseres
como objetos de decoración que a Justin no le gustaban o no pegaban nada con él. En el salón
Saige estaba metiendo los CD en una caja, cuando él cogió la batuta de encima de la chimenea.

—¿Qué vas a hacer con ella? —Cogió un montón de CD sacándolos de la estantería para
meterlos en la caja.

—No lo sé. ¿Debería donarla al instituto? ¿A alguna escuela de música?

—¿Por qué no la subastas? Al menos sacarás algo de esta locura.

—Ya he sacado algo. Te tengo a ti.

Le miró a los ojos y se acercó a él abrazándole por el cuello. —Es cierto que algo bueno
ha salido de esto.

—Van a salir muchas cosas buenas de esto.

—Parejita… Hay mucho que hacer. Como por ejemplo ir a comprar ropa de cama y
colchones —dijo Faith divertida metiendo un jarrón en una caja.

—Cierto. —La besó rápidamente antes de apartarse para mirar a su hermana. —


Deberíamos pedir algo de comer.
—¡Ya estoy con ello! —gritó su madre desde la cocina.

Faith se echó a reír. —Le encanta esa cocina. Es tres veces la nuestra y está alucinada. No

hace más que decir que tiene dos hornos. No la vas a despegar de la cocina hasta que no pruebe
todos tus chismes.

—¿Después de comer nos vamos de compras?

Gimió metiendo más CD en la caja. Miró a la estantería y cuando iba a coger otro montón
se dio cuenta de algo. Al mirar a Justin a los ojos este se tensó. —Faith, ¿puedes decirle a tu
madre que te diga lo que tenemos que comprar que falta de la cocina? Seguro que ella lo hará
mejor que yo.

—Claro. Voy a buscar lápiz y papel.

Cuando su hermana salió del salón, él se acercó. —¿Qué ocurre?

—Faltan sus CD. —Señaló el montón. —Estaban ahí y faltan los dos CD de Bamberger.

—Puede que se los llevaran sus abogados cuando se fueron.

—¿Y dejan todo lo demás? Y por qué no guardar sus partituras, las que están en el
sótano. Seguro que son valiosísimas, pero solo se han llevado los CD cuando se los puede
comprar en cualquier tienda de música clásica.

Justin asintió mirando los CD de la caja. —¿Seguro que no están ahí?

Entre los dos volcaron la caja sobre la alfombra y los revisaron todos. Cuando terminaron
él suspiró apoyando el antebrazo sobre la rodilla. —El día que encontramos a Faith, les
detuvieron a todos. Los trasladaron a Austin donde habían sido detenidos los padres en el
aeropuerto y no han vuelto por el acoso mediático.

—Por eso y porque como los vea alguien de Greenville, los linchan después de lo que le
hicieron a Faith.

—Eso también.
Agachados empezaron a recoger los CD. —¿Estamos en problemas?

—Voy a llamar al equipo.

Se le pusieron los pelos de punta al escucharle y su mano tembló al meter los CD en la


caja de nuevo.

—No voy a dejar que os pase nada.

—Han estado aquí.

—Mike está en la cárcel.

—Su madre no. Y debe estar muy cabreada. Lo ha perdido todo. A su marido, a su hijo,
su casa. Joder, ha perdido hasta los zapatos. Lo de los CD es un toque de atención, Justin. Tiene
que estar furiosa después de que tu compraras su casa. Se lo hemos quitado todo.

—Todo no. Le queda Kim.

Un escalofrío la recorrió y miró hacia la cocina donde escuchaba la risa de su hermana. Él


siguió su mirada. —No se separarán de ella. Te lo juro.

Él sacó su teléfono del bolsillo del pantalón y después de marcar se lo puso al oído.
Mirándola a los ojos dijo —Os necesito a todos en Greenville. Dejar lo que estéis haciendo y
venir de inmediato.

Estaban comiendo cuando llegaron los chicos. Al oír que llegaban dos cuatro por cuatro
su padre se asomó a la ventana y se tensó antes de mirar a Justin. —¿Es necesario?

—Sí.

—¿Qué pasa? —Faith se iba a levantar cuando Saige la cogió de la mano. Perdiendo la
sonrisa se sentó de nuevo. —¿Qué ocurre?

—Justin ha llamado a su equipo. Tenemos dudas sobre tu seguridad y quiero que te


acompañen hasta que él sepa lo que está pasando.

—Hija, no me asustes —dijo su madre cuando los hombres entraron en la casa.

Asombrada vio que Justin se levantaba y les hacía un gesto para que le acompañaran al salón—.
Dios mío. ¿Es verdad?

—Han desaparecido los CD de Bamberger de la estantería.

—¿Has provocado todo esto por dos CD? —Su hermana estaba incrédula.

—Nadie debería haber entrado en la casa y ayer por la noche había alguien aquí. Justin le
asustó y pensamos que era un ocupa, pero al ver la estantería…

—Entiendo —dijo su padre asintiendo—. Haremos lo que diga Justin. Él sabe lo que
hace.

—Bien. Podréis seguir con vuestra vida normalmente. Es solo por precaución.

Cloe entró en la cocina y fue hasta la nevera. —Hola, chicos.

—Ella es Cloe —dijo esperando que se la asignara a su hermana. Al menos se divertiría


—. Ha cotilleado lo que ha querido en tu ordenador.

Cloe cogió un refresco y la miró maliciosa abriendo la lata. —Así que te gusta la ropa
interior de la Perla. No es tonta la niña.

Faith se sonrojó haciendo reír a los demás. —En esta familia no se tiene intimidad.

—Eso dice mi hijo. —Cloe le guiñó un ojo antes de beber.

Justin entró en la cocina seguido de Luigi y Jack. —Bien, como ya sabéis los hechos iré
al grano. Cloe con Faith, Jack con Jimmy y Luigi con Lili. Hasta que esto se resuelva, serán
vuestras sombras.

—¿Tanta gente es necesaria? —preguntó su padre.

—Cuando te vayas a trabajar Luigi irá contigo. Tranquilo, nadie se dará cuenta. Son muy
discretos. Están acostumbrados a proteger a gente con un riesgo potencial mucho más alto.
—¿Y yo? —preguntó indignada.

—Tú eres especial, guapa —dijo Cloe divertida—. Tienes al jefe en persona.

Se sonrojó de gusto. —Ah.

—Los demás harán un rastreo por la zona. Dos personas en Austin están intentando
localizar a la familia. No será difícil porque el abogado de Mike facilitará las cosas.

En ese momento llamaron a su móvil y se alejó para contestar.

Cloe alerta dejó la lata sobre la encimera mirando a su jefe y cuando le vio apretar los
labios hizo un gesto a los demás. Luigi se alejó y Saige se levantó para ver como Justin colgaba.

—Bien, al parecer han desaparecido del apartamento que habían alquilado en Austin.
Hace tres días que no pasan por allí según su portero. Pensaba que se habían ido de viaje, pero
han entrado en su casa y no hay nada en ella.

—Tampoco podía tener muchas cosas si estaban todas aquí —dijo su madre preocupada.

—Pues el día que nos encontramos para la firma de la venta de la casa, la señora Ardoni
o como se llame, estaba muy bien vestida. Eso te lo aseguro. —La ironía de su voz no le pasó
desapercibida a nadie. Miró a su alrededor y vio que faltaba Luigi.

—Está revisando el perímetro con los demás —dijo Jack muy serio.

—Bien, creo que lo mejor es que nos quedemos todos aquí. La casa es más grande y mis
chicos no llamarían la atención en el vecindario. Cloe, encárgate de comprar lo que se necesita.

—Bien, jefe.

—¿Y si han huido del país? —preguntó Saige acercándose a su pareja.

—¿Y dejar a Mike? ¿A unas semanas del juicio? No lo creo.

—Está claro que van a por mí —dijo su hermana forzando una sonrisa—. Soy la testigo.

—Hay pruebas de sobra para condenarle —le contestó Justin—. Sobre todo porque Mike
confesó dónde estabas ante testigos.
—Testigos que están aquí —dijo Saige. Miró a su alrededor—. De hecho, estamos todos
aquí. Todos los implicados excepto Mike y su padre.

—¡Revisar la casa!

Los hombres salieron de la cocina distribuyéndose por la casa. Cloe empezó a abrir todos
los cajones y su madre preguntó atónita —¿Qué buscan?

—Una bomba, mamá. Buscan una bomba —dijo Saige corriendo hacia un armario y
abrirlo.

—¡Una bomba! —gritó su madre histérica.

—Yo no pondría una bomba a la vista de todos —dijo Faith tranquilamente—. La


pondría donde no mirara nadie. En el sótano y para darle dramatismo dentro del piano de su

padre.

Todos la miraron antes de que Justin saliera corriendo de la cocina. Saige levantó una
ceja mirando a su hermana. —¿Qué? ¡Me gustan las novelas de misterio!

Se quedaron muy tensos esperando el resultado de la teoría de Faith. —¡Salir de la casa!

Jack cogió a Faith por la cintura antes de que se diera cuenta y se la cargó corriendo fuera
de la casa. Saige vio como todos corrían al exterior. Todos menos Justin. Ah, no. Eso sí que no.
Corrió al sótano y bajó las escaleras. —¿Justin?

—Nena, aléjate de la casa. No está activada, pero no me fío.

Sin hacerle caso se acercó al cuarto del piano y vio que todas las partituras estaban en el
suelo porque había abierto la tapa superior. Sobre las cuerdas había una rústica bomba, unida a
un reloj Casio de plástico negro. Parpadeó al ver la hora. —¿Las veintitrés horas?

—Querían asegurarse de que estábamos en la casa.

—¿Pero cómo sabían que nos reuniríamos aquí?

—Por deducción. Dejaron pistas por la casa como los CD, que eran parte de la
investigación, para que nos diéramos cuenta de que estaban por aquí. Y así yo llamaría a mi

equipo. Lo lógico es que todos nos reuniéramos alejados del pueblo. Simple lógica deductiva.
Por eso me vendieron la casa a mí. Vieron una oportunidad de arreglarlo todo.

—Esa bomba puede hacerla cualquiera con acceso a internet. —Alargó los brazos y
arrancó el cable que iba al reloj.

Él levantó una ceja. —Eso ha sido una tontería. ¿Y ahora cómo sabes si funciona?

—¿Cómo va a funcionar si no está unida al temporizador? —La cogió como si nada y


salió de allí.

—¡Nena, deja de hacer eso!

—¡Claro, dejo que lo hagas tú! —Empezó a subir las escaleras y entonces la bomba pitó.

Palideció al oírla pitar de nuevo y Justin se la arrebató de la mano antes de correr escaleras arriba
mientras el sonido del pitido se volvía más insistente.

Saige corrió tras él que salió de la casa por la puerta de atrás gritando a todos que se
alejaran. El sonido era mucho más rápido y Saige con el corazón en la boca temiendo que
explotara, gritó desde el porche porque no soltaba la bomba. Justin la lanzó al bosque con fuerza
y se tiró al suelo justo cuando explotó en el aire rompiendo las ventanas de la casa por la fuerza
de la explosión. Saige tapándose los oídos abrió los ojos cuando el sonido cesó y se volvió para
ver a Justin tirado en el suelo tapándose la cabeza con las manos. Con las piernas temblorosas
bajó los escalones del porche. —¿Justin?

Él levantó la cabeza y gritó —¿Ves como no había que tocarla sin tener ni idea de lo que
se hace?

Se echó a llorar del susto y Justin se sentó atónito. —¿Pero por qué lloras? Mujeres. —Se
levantó con agilidad y Saige se tiró a él porque necesitaba comprobar que estaba bien.

Todos llegaron corriendo y Justin dijo divertido sin soltarla —Hemos salvado la casa.

—¡La casa! —gritó medio histérica apartándose—. ¡Olvídate de la estúpida casa! ¡Me
largo a Austin y me llevo a mi familia!

—Nena, cálmate. Ya ha pasado.

—¡Casi te vas al otro barrio! ¿Cómo sabemos que no hay otra? —Miró a su familia—Nos
vamos.

Una fuerte explosión en el pueblo les dejó de piedra y vieron la columna de humo negro

que empezó a subir hacia el cielo.

—¡Mi casa! —gritó Lili histérica.

Jimmy abrazó a su mujer que se echó a llorar y Faith se mordió el labio inferior con los
ojos llenos de lágrimas. Saige se acercó a su hermana sabiendo lo que pensaba, que todo aquello
era culpa suya. La abrazó con fuerza y le susurró al oído —Ni se te ocurra pensarlo. Creen que

pueden hacer lo que les venga en gana y les voy a demostrar que no es así.

—Jack, llévate a dos al pueblo para comprobar que no haya heridos. Comprobar los
daños.

Su hombre asintió y le hizo un gesto a dos que le siguieron de inmediato. Cloe con una
metralleta en la mano dio un paso hacia ellas y les dijo —Entrar en la casa. Aquí estamos
expuestos.

—No entro ahí hasta tener claro que la casa está libre de bombas —dijo Lili muerta de
miedo—. Y mis hijas tampoco.

—Vaya, gracias —dijo su marido intentando romper la tensión.

Alguien silbó desde la casa y todos se volvieron para ver a uno de los hombres de Justin
haciéndole señas a su jefe que asintió. —Ya la están revisando. Pero ya habíamos revisado casi
toda la casa al recoger las cosas. Terminarán enseguida.

Los hombres que estaban allí les rodearon y uno le dio una pistola a Justin, que mirando
hacia el bosque se puso ante ellas.
Sin soltar a su hermana, tiró de ella hacia la espalda de su novio y susurró —Me los llevó
a Austin.

—Ya está controlado —dijo sin volverse—. Imagínate si no hubiéramos estado aquí.
Estáis a salvo y pienso hacer que siga siendo así. En cuanto las cojan, habrá pasado el peligro y
eso no va a tardar en suceder.

—Mi casa… —decía Lili gimoteando sobre el hombro de su marido.

—Estamos a salvo. Eso es lo importante.

Las sirenas llegaron hasta ellos y Faith se apartó de su hermana para mirar hacia allí. —
Espero que no haya heridos.

—Enseguida mis hombres me darán un informe. —Un silbido desde la casa les hizo

volverse. —Vamos, la casa está limpia.

Todos caminaron hacia allí y Justin la cogió por el brazo deteniéndola. —No me lleves la
contraria. ¡Tenemos que estar unidos!

—¡Casi nos matan a todos! ¡Y casi te matas tú hace unos minutos!

—¡Te recuerdo que tú tocaste la bomba sin tener ni idea de lo que hacías! —le gritó a la
cara.

—No sé si te has dado cuenta. ¡Pero activaron las dos bombas por control remoto! ¡O no
has visto como ha explotado la casa de mis padres! ¡Está claro que quieren quitarnos del medio y
en Austin estaríamos más seguros!

—¿Y cómo sabes que allí estarías segura? ¿Si han pensado en dos bombas por qué no
tres?

—Estás siendo irracional. Y soy yo la que decido lo mejor para los míos.

—¡Lo dices como si yo no supiera que es lo mejor! ¡Y es mi trabajo!

El teléfono de Justin empezó a sonar y lo sacó del bolsillo. —Colton. —La miró a los
ojos. —¿La tienen? —Esperanzada dio un paso hacia él. —Perfecto. Ahora voy.

—¿A quién tienen?

—A la madre. Ha tenido un accidente de coche en la avenida principal en el momento de


la explosión debido al caos. Varios la reconocieron y salió corriendo abandonando el coche, pero
la retuvieron antes de que escapara.

—Voy contigo —dijo fríamente.

—No me vengas ahora de fiscal porque sigues siendo parte implicada. ¡No presiones
más! ¡Cómo te he dicho, yo me encargo de esto quieras o no!

Se volvió dejándola allí sola y furiosa apretó los puños. Pues menuda manera que tenía de
protegerla que la dejaba sola en el jardín. Entonces lo supo. Cuando llegó al porche se giró,

porque si la madre no estaba con Kim, es que la chica estaba allí para detonar la bomba. Que
aquella niñata consentida tuviera a los suyos muertos de miedo la enfureció aún más y bajó del
porche. Un picotazo en el cuello hizo que llevara la mano allí asombrada por lo que le había
dolido, apartando el insecto con la mano. Cuando vio entre sus dedos un dardo, se dio cuenta de
que su vista se distorsionaba antes de perder el sentido del todo.
Capítulo 8

Justin bajó del coche y vio a dos de los suyos apostados en el porche. Uno de ellos barría
los cristales mientras que el otro vigilaba.

—¿Todo bien?

—Están tapiando las ventanas con tablones para impedir el acceso y asegurar la casa.

—Bien.

Entró en la casa y se encontró a todos en el salón jugando a las cartas. Lili se levantó de
inmediato. —¿Cómo está mi casa? ¿Hay heridos?

—La bomba estaba colocada en la cocina. Pero los vecinos y los bomberos han
conseguido que la parte izquierda de la casa esté más o menos intacta. El piso de encima de la
cocina se ha derrumbado.

—Mi habitación —dijo Faith.

—Y la habitación de tu hermana. Sobre los heridos hemos tenido mucha suerte. Aunque
la vecina de enfrente estaba en el jardín, solo tiene algún morado. Nada de importancia.

—Pobre señora Morris. Qué susto.

Lili miró tras él. —¿Dónde está Saige? ¿Se ha quedado en el pueblo?

—¿Cómo que dónde está? ¡La dejé aquí!

—No, se fue contigo, jefe —dijo Cloe poniéndose en guardia.


—¡Entré en casa a por las llaves del coche y me fui solo!

—Si cedes un protegido, debes informar —dijo Cloe furiosa—. ¡Y a mí no me has dicho

nada! Al ver que te ibas, me imaginé que te la llevabas.

—Joder. —Pálido corrió hacia la parte de atrás de la casa y vio a uno de sus hombres en
el porche trasero. —¿Has visto a Saige?

—No, jefe. ¿No estaba con usted?

Se llevó las manos a la cabeza mirando a su alrededor, maldiciéndose por dejarla sola.

—¿Dónde está mi hermana? —preguntó Faith asustada.

Algo brilló en el suelo y él miró hacia allí bajando los escalones de un salto antes de
agacharse y coger el dardo entre los dedos. Furioso se levantó antes de mirar a Faith a los ojos.
—Se la ha llevado. Kim se la ha llevado.

—¿Cómo se va a llevar a mi hermana si pesa más que ella? —Miró el dardo entre sus
dedos y dio un paso atrás pálida.

—¿Qué sabes? ¿Esto te recuerda algo?

—Es un dardo de veterinario. Para dormir a los animales.

—¿Y qué?

Faith miró a Justin a los ojos. —El padre de Marge es veterinario. Todo fue una trampa.

—¿Qué quieres decir? ¿Que le contaste a Marge que ibas a investigar, y ella te tendió una
trampa?

—Lo fingió todo. ¡Por eso no dijo lo que yo estaba haciendo, porque no quería que se
descubriera! No porque yo le hubiera pedido que cerrara la boca, sino porque…

—¡Quería proteger a Mike y a su familia! Sabía lo que había ocurrido y solo tenía que
disimular que no estaba enterada de nada. ¿Cuándo le contaste tus sospechas?

—Cuando me enteré de la fiesta. Necesitaba que alguien me cubriera y ella debía vigilar.
Llamarme al móvil si les veía subir.

—Pero no te llamó.

Negó con la cabeza. —Pensaba que se había despistado con toda la gente que había en la
fiesta.

—Claro y cuando pasó todo, disimuló estar borracha como los demás y que la vieran bien

en la fiesta para tener una coartada. Tú no saliste de la casa hasta que todos se fueron. Te
esconderían debajo de la cama de Mike. Se llevó a sus amigas a casa y dejó que Mike te tirara al
pozo. —La miró con ganas de matar a alguien. —Pero ahí no queda todo. Kim también estaba
metida en ello.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque se acostó con ese tipo para tener una coartada también en el momento de tu
desaparición. En cuanto tú te alejaste de ese tal Roy, ella inició el ataque acostándose con él y en
cuanto Marge se fue, entre los dos se la llevaron al pozo. Como has dicho un peso muerto pesa
mucho y Mike no es precisamente musculoso para llevarla hasta allí sin dejar marcas de arrastre.
Son al menos cien metros —dijo señalando el pozo. Palideció al verlo y antes de que nadie se
diera cuenta salió corriendo hacia allí.

Faith angustiada vio como corría desesperado hasta el pozo y cuando se asomó se echó a
llorar al ver el alivio en su cara.

Sus ojos negros brillaban de rabia mientras se acercaba de nuevo y subió los escalones de
un salto entrando en la casa.

Cuando llegó al salón se puso el chaleco antibalas ignorando a Lili que lloraba sentada en
el sofá abrazada por su marido. —¿Qué haces, jefe? —preguntó Cloe acercándose—. No pierdas
la cabeza.

—Voy a buscarla. —Apretó los velcros del chaleco ajustándoselo al pecho y cogió una

ametralladora antes de coger dos cargadores.


—¿A dónde?

—Se la han tenido que llevar hacia el bosque.

—¿Han tenido? —preguntó Jimmy asustado.

—Marge está metida en esto —dijo Faith.

—¿Y para qué la quieren? —preguntó Lili histérica.

—Están desesperadas. Son capaces de todo. Creo que piensan que como Saige es fiscal,

tienen aún alguna oportunidad con ella. Ahora se guían por instinto, no por la lógica.

—Como cuando se acorrala a un animal.

—Exacto. —Con la ametralladora en la mano le dijo a Cloe —Los dejó a tu cargo.

—Deja que te acompañe.

—Ni hablar. Mis sobrinos no me lo perdonarían.

Todos la miraron atónitos. —¿Sois familia? —preguntaron cuando se iba.

—Es mi hermano. Mi hermano pequeño. ¡Pero nunca me hace caso!

Saige intentó mover los labios pues los sentía resecos y se dio cuenta que tenía metido
algo en la boca. Su mente se estaba despejando y gimió pues tenía muchísima sed. Estaba de

costado sobre una superficie dura y las manos atadas en la espalda.

—¡Kim, se está despertando!

Unos pasos sobre un suelo de madera llegaron hasta ella y abrió los ojos para ver unas
botas de esas de estilo militar que llevaban las adolescentes. Al levantar la vista vio a Kim ante
ella con una cazadora verde que le llegaba hasta las rodillas mostrando los vaqueros rotos que
tenía debajo. —¡Ya era hora! Llevo esperando horas a que te despertaras.

Sintiendo un ligero mareo cerró los ojos y Marge dijo asustada —Era un tranquilizante
muy potente. Creo que se nos ha ido la mano. Se ha dormido de nuevo.

—¡Se te habrá ido a ti, que eres la que has traído ese chisme! ¡Eres una inútil! No sé

cómo mi hermano se ha liado con una estúpida de tal calibre.

—No me hables así. ¡Mike te lo ha dicho mil veces! ¡Y te recuerdo que todo esto ha sido
culpa tuya! ¡Solo teníais que asustar a Faith! ¡No tirarla a un pozo! ¡Casi la matáis!

—¡Era lo que queríamos idiota! Y fue idea de Mike. ¿Por qué crees que te dijo que la
llevaras a su habitación? ¿Para tener una charla con ella? —preguntó con burla—. Pero es tan
inútil como tú. En lugar de matarla, solo le golpeó en la cabeza. Me dijo que estaba muerta y yo
le creí.

—Y vais de superinteligentes. Me dais la risa —dijo Marge con desprecio—. Deberíamos


soltarla.

—Claro, para acabar en el trullo. Espero que el niño salga más listo que tú, porque si no
le va a ir muy mal en la vida.

—Serás gilipollas.

Saige se hizo la dormida impresionada con la manera en que se hablaban. ¡Esas dos se
odiaban! Estaba claro que solo estaban unidas por Mike. Tenía que aprovechar su animadversión
para dividirlas.

Una de las dos suspiró y caminó por el suelo de madera. —Es una mierda que no hayan

funcionado las bombas —dijo Marge preocupada—. Ahora irán a declarar y Mike no saldrá de la
cárcel.

—Eso no va a pasar. ¡Mi hermano no irá a la cárcel! ¿Dónde coño estará mi madre? ¡Se
fue hace horas!

—¿Y si la han detenido también?

—Cierra la boca. ¿Por qué la iban a detener? ¿Por usar el móvil?


—No sé. ¡Igual estar casada con un espía alemán y ser la madre de un potencial asesino,
pone en alerta al sheriff después de dos explosiones!

—¡El sheriff no se ha enterado de la primera explosión y la segunda puede ser un escape


de gas! ¡Te estás poniendo muy pesada! ¡Mamá llegará enseguida! —gritó medio histérica—.
¡A ella no le va a pasar nada!

—¡Estás perdiendo el norte! ¿Para qué te has empeñado en coger a Saige en lugar de
matarla?

—¡Para que suelte a Mike, idiota! Ella es fiscal y tiene contactos para que retiren los
cargos contra él.

Marge tenía razón. Kim estaba perdiendo el norte si creía que ella iba a soltar a quien por
poco mata a su hermana. Es más, ellas le harían compañía en cuanto supiera cómo escapar de
allí.

—Ha movido un párpado —dijo Kim acercándose a su lado y abriéndole un ojo. Como la
miró, Kim se apartó dándole un tortazo con fuerza. —Zorra, estabas despierta, ¿verdad?

Gimió para que quitaran la mordaza de su boca y Marge se acercó, pero Kim apartó sus
manos de mala manera. —¿Qué haces?

—Quiere decirnos algo.

—¡Pues yo no quiero oírla aún! ¡Déjame pensar!

Agachada a su lado Kim la miró a los ojos. —Mira, esto va así. Arréglate como quieras
para sacar a Mike de la cárcel, porque si no lo haces me voy a cabrear aún más. La cojita de tu
hermana no estará protegida toda la vida y ese novio tuyo que te follas en mi cocina, no podrá
estar a tu lado siempre. Ya no me queda nada y si crees que tú vas a seguir llevando una vida
perfecta después de jodernos, lo llevas claro. Has visto la bomba. Un día puede que Faith se suba
al coche y Pum. —Movió las manos simulando una explosión. Saige se movió gritándole que la

soltara. —Pero si me devuelves a mi hermano, nos olvidaremos de todo. Desapareceremos y


jamás sabréis de nosotros. —La cogió por el cuello con fuerza. —¡Aunque debería mataros a

todos por destrozar mi familia! ¡Éramos felices! ¡Mi padre tuvo que dejar su adorada música por
aquellas mentiras! —Se alejó sonriendo. —Pero eso va a cambiar en cuanto vuelva con nosotros.
Seremos una familia de nuevo.

Estaba loca y cuando Saige miró a Marge, se dio cuenta de que ella pensaba lo mismo. Al
mirar tras ella vio un calendario de la distribuidora de piensos de Greenville. Solo se los daban a
los más allegados. Miró de nuevo a Kim que la observaba atentamente y movió la cabeza
indicándole que la dejara hablar.

Kim le hizo un gesto a Marge y se enderezó sacando de la bota un cuchillo de caza.


Palideció sin quitarle los ojos de encima mientras Marge le quitaba la mordaza.

—No grites —le advirtió Marge antes de liberar sus labios.

—¿Quieres que suelte a Mike? —preguntó sintiendo la boca muy seca.

—Así es. Volverás a Austin y le sacarás de la cárcel. Ten el móvil operativo. Te llamaré
en unas horas y le dejarás donde yo te diga. Como vea algo raro, como que vas acompañada de la
policía o de tu novio, no sabrás cuándo ni cómo, pero te aseguro que tu último pensamiento irá
dedicado a mí después de que haya matado a toda tu puñetera familia. Si crees que me va a
temblar la mano al hacerlo, te puedo asegurar que no.

—¿Qué me asegura a mí que vas a respetar el trato?

—¡Fue tu hermana la que metió las narices donde nadie la llamaba!

—¡Por tu culpa!

Marge miró a Kim atónita. —¿De qué habla?

—¿No lo sabes? Fue ella la que se fue de la lengua siendo una niña. Faith pensaba que
había sido secuestrada, pero fue cuando Mike le habló de la música de su padre cuando se dio
cuenta que no era eso. Ocultaban algo y Faith tiró del hilo.

—Faith solo me había dicho que Mike le había hablado de un espía alemán y que estaba
segura de que era el señor Ardoni. —Se levantó furiosa mirando a Kim. —¡Fue culpa tuya!
Siempre has tenido la lengua demasiado larga.

—¡Era una niña! ¡Se estaban riendo de la música de mi padre y es un genio reconocido
por todos! ¡Son unos incultos de mierda!

—¡Y Mike echándose la culpa de todo! ¡Cuando fue idea tuya tirarla al pozo!

—¡Fue culpa suya! Mi indiscreción se arregló hacía años, pero él tuvo que recordárselo,
diciéndole a Faith que la música de Bamberger era la más increíble que escucharía jamás. Estaba
sentada tras ellos en ese partido de béisbol y lo escuché todo. ¡Incluso le di una patada a Mike,
pero estaba tan entusiasmado hablando de la primera sinfonía que no me hizo ni caso! Cuando le
dijiste a mi hermano las sospechas de Faith, supe que no lo dejaría. ¡Teníamos que matarla para
poder seguir con nuestra tapadera antes de que se enterara nadie más! —Señaló a Marge con el
cuchillo. —Y también fue idea de Mike matarla, aunque a ti por supuesto no te dijo nada. ¿Qué
creías que iba a pasar? ¿Qué dejaríamos que destruyera nuestras vidas? ¡Mike solo podía pensar
que nos quedaríamos en la calle y que cuando la gente se enterara de quien éramos, le quitarían
la beca! ¿Qué sería de tu hijo, Marge? ¿Nieto de un chivato que delataba a la gente que quería
huir del comunismo? ¡Seríamos unos parias! —La miró fijamente. —Recuerda por qué te
metiste en esto. Porque querías proteger a Mike y es lo que estamos haciendo.

Marge la miró con odio antes de dirigirse a Saige. —Mira, Faith está bien. Cometieron un
error y solo quiero recuperar a mi novio. Nos iremos, te lo juro. No nos veréis más.

—¿Cómo pudiste hacerle eso a tu mejor amiga? Sabías que le habían hecho algo y no
dijiste nada. Eres tan culpable como ellos.

—¡No me dijeron nada! —gritó medio histérica—. ¡Simulé que estaba borracha para
justificar que no me hubiera enterado de nada! ¡Mike me dijo que se había ido asustada! No
sabía que la habían tirado al pozo. Yo solo quería que se cagara de miedo para que no abriera la
boca. ¡Me imaginé que se había ido corriendo y que se había caído en algún sitio, pero que la
encontrarían!

—¿Por qué nunca le dijiste a mi hermana que salías con Mike?

Marge se sonrojó y miró a Kim, que sonrió irónica. —Porque mi hermano le prohibió
decir nada. Tiene que ganarse ser una Bamberger. Como mamá hizo con papá antes de casarse.
Pero la muy estúpida se quedó preñada. Mike está muy decepcionado con ella.

—¡Cierra la boca, imbécil! Decidimos no decir nada porque Mike se va a Boston


mientras yo me quedo en Austin. ¡Pero en cuanto él consiguiera piso en Boston, me iría con él
para tener a nuestro niño! Solo teníamos que esperar dos meses y ya no nos separaríamos. Ni mis
padres podrían interponerse entre nosotros.

—¡Abre los ojos! ¡Mike sentía vergüenza de estar contigo! ¡No tienes cerebro ni para
escribir sin faltas de ortografía! ¡Cada vez que abres la boca, se avergüenza de ti! Tenías que ver
lo cabreado que estaba al día siguiente, contando que le habías enseñado las tetas a todos.

—¡Eso es porque me quiere!

—¡Quisiste ponerle celoso y solo conseguiste cabrearle!

Marge se sonrojó aún más dándole la razón.

—Así que si saco a Mike de la cárcel, no volveré a veros y mi familia estará segura.

Ambas asintieron. —De acuerdo. Necesitaré al menos dos días para que mi hermana
retire los cargos y alegaré que la fiscalía ya no tiene pruebas contra él. —Algo que era totalmente
mentira. —Si queremos que un juez le ponga en libertad, tu abogado tiene que presionar para que
salga cuanto antes. De esa manera todo será legal y puede que Mike aun tenga su beca al salir.

Los ojos de Kim brillaron. —¿Crees que no se la quitarán?

—Se la han concedido y no veo la razón para que se la denieguen ahora. —La miró
fijamente a los ojos. —Al menos necesito dos días. Queda una semana para Navidad y nadie
trabaja en estas fechas. Tendré que pedir muchos favores.
—Ese es problema tuyo. Desátala.

Marge se arrodilló tras ella y le desató las manos. Hizo un gesto de dolor apoyando los

brazos en el suelo mientras le desataban los tobillos. Kim la amenazó con el cuchillo y
alejándose cayó de espaldas. Kim se echó a reír. —Tranquila, cumpliré mi parte. Acuérdate de
cumplir tú la tuya o ya sabes lo que ocurrirá. No me subestimes.

A esa niñata le iba a partir la cara cuando todo terminara. Se arrodilló sobre el suelo y
miró a Marge, que sonrió como si aquello fuera una reunión social. Encajaba perfectamente en

esa familia de psicópatas. Al mirar a su alrededor se dio cuenta que estaban en lo que parecía una
cabaña abandonada. Todo estaba sucio y solo había una mesa y varias sillas de distintos estilos.
—¿Dónde estamos? ¿Cómo llegaré a casa?

—Estás a un kilómetro de mi casa al oeste. Aquí venían algunos cutres a enrollarse hasta
que mi padre les dejó las cosas bien claritas. Está en nuestras tierras.

—¿Cómo me habéis traído hasta aquí? —preguntó asombrada.

—En coche, idiota. ¿Cómo te íbamos a traer sino? —Kim puso los ojos en blanco antes
de mirar a Marge. —Acércala a su casa. Te llamo en diez minutos. Vete por el bosque como
cuando vinimos. No te verán. Después vete directamente a casa de tus padres y no salgas hasta
que yo te lo diga.

—De acuerdo.

Marge caminó hasta la puerta de su derecha y la abrió mirándola como si se fueran de


paseo. Un fuerte puñetazo que no llegó a ver, dejó sin sentido a Marge antes de caer desplomada
al suelo. Kim gritó lanzándose hacia ella con el cuchillo, clavándoselo en el brazo, antes de
recibir un tiro que la lanzó sobre la mesa tirando un par de sillas al caer sobre ella. Justin entró en
la casa pasando sobre Marge sin dejar de mirar a Kim apuntándola con lo que parecía una
ametralladora. Con el corazón a mil vio cómo se acercaba a Kim, que también se había quedado
paralizada.
—Date la vuelta —siseó Justin apuntándola a la cabeza.

Saige vio que tenía sangre en el hombro, pero como si no estuviera herida se levantó

lentamente y se dio la vuelta. Justin la cogió por la cazadora empujándola contra la mesa hasta
apoyar la cara sobre la sucia superficie. —¡Las manos a la espalda!

—¡Cabrón, esto lo vas a pagar! —gritó Kim intentando revolverse. Justin levantó el arma
y la golpeó en la cabeza con la culata.

Como no se movía preguntó asustada —¿La has matado?

—No tengo esposas. Y así cierra la boca.

Sin soltar el arma se acercó a ella a toda prisa y le cogió el brazo con delicadeza del que
sobresalía el cuchillo de caza por ambos lados. ¡Ni le dolía! Al ver la sangre en la punta del

cuchillo que le salía por el interior del brazo se sujetó a Justin.

—Oh, Dios —susurró mareándose.

—¡No te desmayes! —La cogió por la nuca para que le mirara. Saige se estremeció al ver

la preocupación en sus ojos negros. —No es nada, ¿de acuerdo? Respira hondo. Enseguida
llegarán los chicos. Ya les he avisado. Se ha terminado, nena. Sois libres. —La abrazó a él con
fuerza como si temiera separarse de ella y la besó en la coronilla.

—Sí, ya se ha terminado.
Capítulo 9

Sus hombres llegaron enseguida e iban acompañados del sheriff, que estaba furioso por la
explosión en el pueblo. Cuando se enteró de que Marge estaba implicada y que era cómplice en
la desaparición, intento de asesinato y secuestro, el hombre dijo con pena —Lo siento por sus
padres. Son buenas personas.

Serían trasladadas a Austin para ser juzgadas con su hermano por el intento de asesinato
de Faith, mientras que ellas serían juzgadas por separado por el delito de secuestro y agresión de
Saige. Pasarían muchos años en la cárcel, eso sin contar los intentos de asesinato por las bombas
que habían colocado.

Los sanitarios al ver el cuchillo en su brazo decidieron sacárselo en la clínica, así que

Saige sería trasladada hasta allí en ambulancia. La tumbaron en la camilla con cuidado de que la
punta del cuchillo no dañara su torso y ella levantó la cabeza buscando inquieta a Justin. Al ver
que el sanitario iba a cerrar las puertas le dijo —Espere…

—Tenemos que irnos, señorita.

—¿Justin? Justin, me llevan a… —Al ver que él levantaba la vista hacia ella, pero que no
dejaba de hablar con el sheriff, dejó la frase a medias pues era obvio que no tenía ninguna
intención de acompañarla. Se quedó tan sorprendida que se le rompió el corazón. —Cierre —
susurró dejando caer la cabeza en la camilla mirando al techo.

No entendía lo que había ocurrido. Era como si desde que habían llegado sus hombres y
supiera que estaba atendida, la hubiera dejado a un lado. Se sintió dolida. Puede que estuviera

enfadado con ella porque si le hubiera hecho caso no estaría en esa situación, pero él la había
dejado sola. Él era el encargado de protegerla. Puede que Saige hubiera visto cosas donde no
había nada. Que su relación fuera un revolcón después de una discusión y que no quisiera tener
un futuro a su lado. Cuando le había dicho que había sido la mejor noche de su vida, él le había
respondido que habría más, pero al no acompañarla estaba claro que le decía que quería espacio.

Además, Justin quería mudarse allí y la vida de Saige estaba en Austin. La ambulancia pasó por
un bache y la punta del cuchillo chocó contra la camilla haciéndola gemir.

—Enseguida llegamos y le quitarán ese chisme —dijo el sanitario sonriendo—. Todo irá
bien.

Le daba la sensación de que a partir de ahora nada iría bien, porque estaba convencida
que Justin ya no quería tener nada con ella.

Y sus sospechas se confirmaron cuando su familia apareció en la clínica apenas dos


minutos después de llegar. Les había llamado Justin y Cloe les acompañaba armada con dos
pistolas a la vista de todos. Todo el mundo se la quedaba mirando pero nadie le dijo ni pío.

Su madre con los ojos llenos de lágrimas jadeó al ver el cuchillo que aún no le habían
quitado. —¿Te duele?

—No, mamá. Le hace cosquillas. —Su hermana preocupada se acercó a la camilla. —


Estás hecha un asco. ¿Tienes algo más aparte de esa chiquillada? —Todos la miraron
asombrados. —¿Qué? A mi lado eso no es nada.

—¿Dónde está Justin?

—Va camino de Austin para liquidar el asunto —dijo Cloe preocupada—. ¿No te lo ha

dicho?
—No —susurró reposando la cabeza en la camilla—. Casi no hemos hablado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó su hermana—. Te ha rescatado él, ¿verdad?

—Sí, pero iban a soltarme para que sacara a Mike con la amenaza de que tarde o
temprano…

En ese momento entró el doctor Lumis. —Bien, vamos a ello. Todos fuera.

—Yo me quedo —dijo Cloe cruzándose de brazos—. Tranquilo, doc. Estoy


acostumbrada a ver heridas abiertas. No me voy a impresionar.

—¿Has estado en el ejército? —preguntó el doctor acercándose mientras se ponía unos


guantes de látex. La enfermera le siguió haciendo lo mismo.

Cloe asintió mirando muy seria el cuchillo y todos la miraron impresionados. —Es de
formación familiar. Todos en la familia hemos pasado por el ejército.

—¿Sabías que Justin y ella son hermanos? —preguntó su hermana con una sonrisa de
oreja a oreja.

Atónita miró a Cloe fijándose en sus rizos morenos y sus ojos azules. —No, no lo sabía.
—Eso indicaba que no se conocían en absoluto. Él sabía casi todo de ellos, pero Saige no sabía
nada de él. Aquello era realmente ridículo y se sentía estúpida.

El médico se acercó a la paciente y levantó una ceja mirando a su familia.

—¡Quíteselo de una vez! —protestó su hermana—. Quiero verlo.

Su padre puso los ojos en blanco y Cloe reprimió una sonrisa. —Es algo curiosa.

—¿No me digas? Ya me han llegado noticias sobre su curiosidad. —El doctor Lumis
tocó la zona alrededor de la herida. —¿Sientes esto?

—No, la inyección me ha dejado la zona algo atontada.

—Bien. —Cogió el mango del cuchillo y sujetó con la mano libre el brazo antes de mirar
a Faith. —¿Preparada?
—Lista.

—Esta familia es increíble —dijo Cloe antes de que el médico sacara el cuchillo haciendo

gritar a Saige por el dolor que la traspasó—. Doc, al parecer no tenía la zona tan adormecida
como parecía.

—Pues no.

Pálida de dolor respiró hondo varias veces y un sudor frío la recorrió. Su madre apartó a
su hermana que parecía fascinada por la herida y se acercó a la cabecera. —Mi amor, ¿estás
bien?

—Sí, mamá. Estoy bien.

El médico le presionó el brazo y Saige apretó los dientes reprimiendo las lágrimas. —Tía,

como sangra —dijo su hermana—. Menudo tajo.

—Sutura —dijo a la enfermera que se acercó con una bandeja—. Enseguida termino con
esto.

—Necesito un análisis de sangre —dijo medio mareada—. Para la acusación.

—¿Qué buscamos?

—Algún sedante veterinario —dijo su hermana—. De esos que llevan los dardos.

—Preguntaré al veterinario. Hoffman sabrá de qué se trata.

—¡No! —dijeron todos a la vez sobresaltándole cuando iba a pinchar a Saige con la
aguja.

—Creo que lo mejor es dejar a Hoffman aparte —dijo ella cerrando los ojos porque todo
le daba vueltas.

—Está bien. No hay problema.

Se quedaron en silencio mientras trabajaba y ella mantuvo los ojos cerrados todo el
tiempo. Justin se había ido a Austin. Estaba claro que le importaba una mierda cómo tenía el
brazo. Volvió a sentir que otro sudor frío la volvía a recorrer y susurró —No me encuentro bien.

—¿Tensión?

La enfermera se acercó a su madre. —¿Me permite? Necesito ese brazo.

Saige sintió la presión en el brazo. —Diez seis, doctor.

—¿Te estás mareando?

—Sí.

—Enseguida te encontrarás mejor. Es por la pérdida de sangre. Esto ya está. —Saige


escuchó como dejaba caer algo metálico a la bandeja. —La enfermera te vendará. Tengo que ver
a otro paciente. Enseguida te traerán lo que tienes que tomar los próximos días y te darán cita
para volver.

—Gracias, doctor —dijo su padre—. Pero se pondrá bien, ¿verdad? ¿No tendrá
problemas en el futuro?

—Es una herida limpia que no ha dañado nada importante. Todo ha ido bien. En diez días
estará como nueva.

Cuando se fue, la enfermera que estaba vendando la herida le dijo —Le traeré un refresco
con cafeína. ¿Le parece?

—Gracias.

—Ya se lo traigo yo —se ofreció Cloe.

En cuanto salió de la sala Faith se acercó preocupada. —¿Seguro que estás bien?

Levantó los párpados lentamente para mirar los ojos verdes de su hermana. —Claro que
sí. Ahora estamos bien y así será a partir de ahora. Todo irá fenomenal, ya verás.

Faith frunció el ceño. —¿Qué ocurre?

—Está mareada. Déjala unos minutos hasta que se mejore —dijo su madre preocupada—.
Nos la llevaremos a casa y… —Cuando se dio cuenta de que no tenían casa sus ojos se llenaron
de lágrimas de nuevo. —Da igual. Lo importante es que estamos juntos.

—Sí. Estamos juntos.

Cuando Cloe regresó con el refresco, todos estaban en silencio. —¿Qué ocurre? Deberíais
estar contentos. Os habéis librado.

—Es que no tenemos casa y hasta que arreglemos la nuestra…

—Os podéis quedar en casa de Just. Él estará encantado. No os preocupéis. Y me encargo


yo de todo. Un par de llamadas para buscar colchones y listo.

—No podemos trasladarnos allí —dijo Saige—. Lo mejor es irnos a mi apartamento a


Austin.

—Pero cariño, papá tiene que trabajar estos días y en cuanto acaben las fiestas, volverá al
trabajo. Además, no cabemos todos en tu piso.

—La casa de mi hermano es mucho más cómoda y Just no tendrá problema con que
estéis allí durante las obras.

Menudas Navidades de mierda que iban a pasar y ella aún más, pero aun así forzó una
sonrisa. —Dale las gracias a Justin de nuestra parte.

—Ya se las darás tú —dijo con picardía, pero estaba segura de que ella no podría decirle
mucho.

—Supongo que Justin pasará las fiestas contigo —dijo su madre sonriendo de oreja a
oreja.

—Oh, no podrá ser. Es una faena y odio que se quede solo en Navidad, pero mi marido
solo ve a su familia en estas fechas… Nos vamos a Italia todos los años.

—¿Tu marido es italiano? —preguntó Faith.


—Sí, de la Toscana. Le he dicho a Just que se venga con nosotros, pero se siente
incómodo rodeado de tanta gente. Mi marido tiene siete hermanos y con toda la familia es un
poco locura. Yo lo hago por obligación, te lo aseguro. Tener a veintiséis niños alrededor cuando
están los primos es para morirse —dijo haciendo reír a todos—. Normalmente se pasa las
navidades trabajando, pero este año puede que sea distinto. —La miró a los ojos como si
compartieran un secreto. Se iba a llevar una sorpresa cuando se diera cuenta de que su hermano

pasaba de ella. Aunque con lo lista que era, debería haberse dado cuenta después de que no la
hubiera llamado en meses.

Dos horas después llegaban a la casa donde solo estaban Jack y Luigi, que para aumentar
la sorpresa aún más, era el marido de Cloe. Los chicos estaban sacando los enseres de la casa a
un contenedor. Estaba claro que las cosas habían cambiado y Justin había decidido tirarlo todo.

—¡Ni hablar! —dijo su madre saliendo del coche—. ¡Me lo han quitado todo y pienso

quedarme con lo que me dé la gana!

Saige no podía decir que le pareciera mal después de lo que había ocurrido. Además, ni
tenía ropa para cambiarse. Lo que necesitaba en ese momento era tumbarse un rato y Cloe
asegurándose de que llegaba bien a la habitación, la acompañó hasta la que había compartido con

Justin la noche anterior. Era la única que tenía aun sábanas, así que lo vio lógico. Se tumbó con
la ropa puesta de costado mirando hacia ella. Cloe le ayudó a quitarse las botas. —¿Estás mejor?

—Sí, gracias. Lo que me ha puesto la enfermera para el dolor, me ha dejado medio


grogui. Solo quiero dormir. Estoy cansada.

—No te preocupes. Descansa.

Fue hacia la puerta y la cerró suavemente. Saige solo podía pensar en que ni siquiera la
había llamado para saber si estaba bien.
Cuando despertó se sentó en la cama. Mierda, el brazo le latía. Se apartó su cabello rubio
de la cara. Estaba oscuro y no escuchaba ningún ruido en la casa. Se levantó y fue hasta el baño.
Después de usarlo, tiró de la cadena quitándose los vaqueros que estaban manchados de sangre.
Cuando se miró el jersey, vio que le faltaba una manga que le había sido cortada en la
ambulancia. Se lo quitó con cuidado y cuando se miró en el espejo del lavabo levantó la cara

para verse el cuello donde tenía un morado considerable. —Hija, ¿estás bien?

Se sobresaltó al ver a su madre en la puerta del baño. Llevaba un camisón de seda rosa.

—Mamá, estoy bien. Vuelve a la cama.

—No podía dormir. Tienes que tomar las pastillas.

—¿Ya han pasado ocho horas?

—Son las seis de la mañana.

—¿Ha llamado?

Su madre no se hizo la tonta. —No. —Saige suspiró apoyándose en el lavabo. —¿Qué ha


ocurrido, hija?

—No lo sé. Simplemente se ha alejado.

—¿Habéis discutido?

—Le dije que os llevaba a Austin para que estuvierais seguros, pero él dijo que se
encargaría de todo. Que era su trabajo. Después pasó lo del dardo y…

—Era una situación de estrés y es normal que discutierais. Volverá, ya verás. Hacéis una
pareja estupenda.

—Mamá, casi no le conozco. Después de lo de Cloe, me he dado cuenta de que no sé


nada de él.
—Sabes lo más importante. Que le quieres.

A Saige se le cortó el aliento. ¿Tan trasparente era? Su madre sonrió. —A mí no puedes

ocultarme nada. Venga, aséate que tenemos mucho que hacer para dejar la casa bonita para
Navidad. Y tenemos que ir a nuestra casa a ver que podemos salvar.
Capítulo 10

Pasó la mañana entretenida recogiendo cosas del salón y de la habitación de sus padres
para llevárselas a la casa de Justin. Cloe se había ido a Austin la noche anterior, pues tenía que
cuidar a los niños. La niñera se negaba a quedarse más tiempo por la locura de sus horarios y
todos lo entendieron. Ahora ya no había peligro y debían empezar a vivir sin preocuparse de los
Ardoni.

Saige estaba en el salón guardando los álbumes de fotos en una caja, cuando escuchó
desde la puerta. —Al menos tenemos regalos —dijo su hermana cojeando hasta el sofá—. Todo
huele fatal.

—Es por el humo. —La miró sobre su hombro advirtiéndola. —No te quejes. Mamá ya

está lo bastante mal.

—¡Mi ajuar! —gritó su madre disgustada desde el piso de arriba—. ¡Las toallas bordadas
de la abuela se han quemado!

—Eran horribles —dijo su hermana en voz baja—. Tampoco es una pérdida tan grande.

—Espero que el seguro se haga cargo. Sino tendremos que pleitear.

—¿Para qué hay una abogada en la familia?

—Eso, ¿para qué? —Abrió un cajón lleno de polvo y hollín. —¿Piensas quedarte ahí
mirando?
—Papá no me deja hacer nada.

—Vete sacando la vajilla del aparador. Tenemos que llevárnoslo todo, no vaya a ser que

lo roben. La casa está abierta.

—Yujuuu, ¿hay alguien en casa?

La voz de la señora Morris la hizo decir —¿Ves?

—Me pondré a ello de inmediato.

La vecina estuvo ayudándoles en lo que podía. A la pobre le habían dado un susto de


muerte, pero seguía insistiendo en enseñar a su madre a hacer el hojaldre de jengibre para las
Navidades. Iría hasta la casa de su héroe para enseñarle encantada. Nadie dudó que lo que quería
era cotillear, pero con una vecina tan encantadora podían pasarlo por alto. Así que su madre la

invitó como si fuera su casa.

Estaba recogiendo lo que se podía salvar de la cocina, como recipientes de acero o


utensilios, cuando le dijo a su madre —Mamá, no hagas eso más. No es tu casa. Eres una
invitada.

—¿Crees que a Justin le molestará?

—No tengo ni idea —dijo con ironía porque era cierto.

Metió varios cuchillos en la caja y su padre entró en la cocina mirando alrededor. —


Tengo que dar un viaje. El coche está a tope.

—Te acompaño para descargar.

—No debes forzar ese brazo. Lili…

—Sí, ya voy.

—Con dos hijas lisiadas, no te servimos para mucho.

—No os cambiaría por nada. Lisiadas o no.

Emocionada miró la caja antes de coger una jarrita de porcelana y la asita se rompió. —
¡Cuidado, eso se podía haber pegado! —protestó su madre mirando a su alrededor. La cama de
Saige estaba encima de donde antes iba la mesa que ahora estaba hecha añicos y donde iba la
cocina había un enorme agujero desde donde veían la casa de los Duncan. —¡Hola Philip! Qué
buen día, ¿verdad?

—¡Supongo que no harás fiesta de Navidad!

Saige con horror miró a su padre que hizo una mueca y sus peores sospechas se
confirmaron cuando su madre gritó —¡Solo la traslado! ¡No me quedo sin fiesta de Navidad!

¡Para una que doy al año!

—¡Lili!

—¡Mamá!

Su madre se hizo la loca. —Sí, claro. Hay que descargar. Vamos, Jimmy.

Tres días después estaban en el salón de la casa de Justin con su gran árbol de navidad,
que después de haber sido aclarado con la manguera del jardín, había quedado muy bien. Solo
tuvieron que cambiar algunos adornos que se habían roto con la onda expansiva y su madre había
quedado satisfecha. La casa olía a galleta de jengibre y escuchaban a Faith que practicaba en el
piano del sótano con la puerta abierta con un libro que habían encontrado en la biblioteca.

Tumbada en el sofá intentando leer un libro que había en la casa, mientras su padre
estaba sentado en el sillón viendo la tele, pensó que igual debería ser ella la que llamara a Justin
para decirle que estaba bien. Al fin y al cabo, deberían darle las gracias por usar la casa. Dándole
vueltas su padre carraspeó y le miró distraída para ver que la observaba. —Sí que deberías
llamarle.

—¿Es que no se puede tener intimidad en esta casa?

Su padre se echó a reír. —Claro que sí. Vete a tu habitación y tendrás toda la intimidad
que quieras. —Gruñó pasando la hoja. —¿Por qué no le llamas?

—No le intereso, ¿no crees? Sino no me habría dejado.

—Igual está esperando que tú des el paso.

—¡Debería llamarme él! ¡Me apuñalaron a mí!

—Muy bien. Le llamaré yo para agradecerle que nos haya dejado su casa.

—Haz lo que quieras —farfulló viendo como se levantaba. Mirándole por encima del

libro, le vio sacar su móvil del pantalón y una tarjeta que tenía en su cartera—. ¿Tienes su
número?

—Me dio la tarjeta cuando pasó lo de Faith, por si tenía algún problema.

Marcó el número y se puso el teléfono al oído. —¡Justin! Hola amigo, ¿cómo estás?

Ella bajó el libro sentándose en el sofá atenta a sus palabras. —Sí, sí. Gracias por todo.
Nos llegaron los colchones que encargó Cloe. Fue todo un detalle. Sí, estamos instalados. —Se
echó a reír. —Hemos invadido tu casa con nuestras cosas y Lili y las niñas se han quedado con
toda la ropa que les valía. Solo hemos tenido que ir a comprar zapatos para Saige. —La miró a
los ojos sonriendo. —Sí, está bien.

—¿Quiere hablar conmigo? —preguntó en voz baja.

—En unos días le quitarán los puntos. Está deseando verte. —Abrió los ojos como platos.
¡No tenía que decirle esas cosas! —¿Cómo es que no has veni…? —Que su padre dejara la frase
a la mitad no era buena señal y más aún cuando perdió la sonrisa. —Entiendo. Debes estar muy
ocupado. —La decepción hizo que apoyara la espalda en el respaldo del sofá y apretara los
labios. —Así que sales del país mañana. Te perderás las fiestas. Una pena, porque Lili quería que
las pasaras con nosotros. Estaba muy ilusionada con una fiesta que organiza todos los años. Así
te presentaría a todo el pueblo y… Bien, gracias de nuevo. Llámanos cuando vuelvas a Austin.
—Apretó los labios colgando el teléfono. —Tenía una reunión importante.

—No mientas, papá. Pasa de mí y dio una excusa para que la conversación no se alargara
más.

—Lo siento. Está claro que no quería hablar de venir por aquí. Ha dicho que nos

sintiéramos como en nuestra casa. Pero ha preguntado por ti.

—Mentira. Tú le has dicho que me he tenido que comprar zapatos y él ha preguntado por
cortesía. —Su padre se sonrojó dándole la razón y la pena la invadió de nuevo. Disimulando su
disgusto se encogió de hombros. —Da igual.

—Hija…

Se levantó del sofá y se puso las botas. —Me voy a dar una vuelta por el pueblo. Todavía
me quedan algunas cosas por comprar.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, gracias.

Fue hasta el hall y cogió su abrigo del perchero con su bolso. —Hija, si vas al pueblo,
¿puedes traerme leche? —gritó su madre desde la cocina.

—Claro, mamá —dijo reteniendo las lágrimas. Salió de la casa cerrando la puerta
principal suavemente.

Podía ir en el coche, pero le apetecía caminar. Metiendo las manos en los bolsillos siguió

el camino al pueblo y llegó antes de darse cuenta sin poder dejar de pensar en él. Entró en una
tienda de regalos. Estaba segura de que el regalo de su madre estaría roto porque era una muñeca
de porcelana. Así que por si acaso les compraría un detallito a los cuatro. Estaba mirando el
mostrador y vio un broche con unas piedras verdes y rojas muy bonito. Decidió comprárselo a su
madre. A su padre le compró un reloj con la correa de cuero marrón. A Faith le compraría un
libro de piano para principiantes y unas acuarelas de profesional.

Iba camino a la librería y rodeó la terraza del café. Un hombre estaba leyendo el
periódico y ella lo miró distraída para detenerse en seco mirando la foto que salía. ¡Era el señor
Ardoni! Leyó a toda prisa el titular “Espía puesto en libertad”. Le arrebató el periódico al hombre
que protestó levantándose, pero sin hacerle caso leyó el artículo a toda prisa. Le habían soltado

porque no se podía probar que hubiera cometido los delitos que se le imputaban en el pasado y se
decía que el gobierno quería dejar pasar el asunto porque no le convenía recordar lo que había
pasado detrás del telón de acero.

—Dios mío —susurró asustada mirando a su alrededor.

—¿Se encuentra bien?

—¿Le importa que me lo quede?

El hombre negó con la cabeza al verla tan asustada. —Quédeselo, ya casi lo había leído.

—Gracias. —Salió corriendo con el periódico en la mano y cuando llegó a casa le faltaba
el aliento. Cerró de un portazo antes de subir corriendo las escaleras.

—Hija, ¿ya estás de vuelta? ¿Me has traído la leche?

—¡Se me ha olvidado! —gritó entrando en la habitación y cerrando a toda prisa.

Sacó de su bolso el móvil y llamó a su jefe. Se apartó el cabello de la cara y respirando


agitadamente esperó.

—¿Cómo te va de vacaciones?

—Ellis, ¿le han soltado?

—¿A quién?

—¡Al compositor! ¡A Ardoni o como se llame!

—Veo que te has enterado.

—No vivo en el fin del mundo, ¿sabes? ¿Por qué no se nos ha avisado de algo así?

—No pasará nada. No hay indicios de…

—¿Estás loco, joder? ¡Han intentado matar a mi hermana! ¡Han intentado matar a toda mi
familia! Hemos perdido nuestra casa, me han secuestrado y apuñalado, ¿y no lo consideras
necesario?
—Cálmate. Todavía no ha salido de Alemania.

—Tiene a toda su familia en la cárcel. ¿Qué crees que hará? ¡Vivimos en su puta casa!

—¿Qué?

—La compró Colton y nos ha dejado vivir aquí hasta que terminen las obras. ¡Seguro que
él no tiene ni idea de que la casa ya no es suya!

—Pues tráelos a Austin. Les pondremos vigilancia hasta el juicio.

—¿Y después del juicio? ¿Crees que se dará por vencido? ¿Después de destruir a su
familia? —gritó desgañitada.

—La fiscalía no puede hacer nada. Lo sabes tan bien como yo. ¡Según la ley no ha
cometido ningún delito! Es libre para hacer lo que quiera.

—¡Menuda justicia de mierda si no podemos proteger a los inocentes!

—Saige, no estás siendo razonable.

Ella colgó el teléfono y lo tiró sobre la cama sintiéndose impotente. Se llevó las manos a
la cabeza dando vueltas por la habitación. No podía decirle a su familia que estaban en peligro de
nuevo.

Llamaron a la puerta y se volvió con una sonrisa. Su madre abrió la puerta lentamente y
la miró preocupada. —¿Ocurre algo?

—No. Todo va bien.

—¿Y esos gritos? ¿Qué ocurre, cariño?

—Nada. Un asunto del trabajo que ha salido mal. Eso es todo.

Su madre miró los dos paquetes sobre la cama al lado del periódico. —¿Puedes ir al
pueblo por la leche si no tienes nada que hacer?

—Claro, ahora voy. —Como no se movió, su madre se cruzó de brazos. —¿Qué?

—¿Qué? ¡Me estás ocultando algo y nosotros no nos ocultamos las cosas! Has llegado
del pueblo corriendo y ahora te comportas de una manera extraña.

—He dejado el trabajo.

Su madre abrió los ojos como platos. —¿Por qué?

—Tengo la sensación de que los malos siempre se salen con la suya —dijo muy seria—.
Prefiero ayudar a los que lo necesitan, que es para lo que estudié la carrera.

—¡Eso es estupendo! No me gustaba que estuvieras rodeada de delincuentes todo el día.


—Su madre sonrió encantada. —Es el mejor regalo de Navidad que podías hacerme. ¡Y para
celebrarlo voy a hacer espaguetis para la cena!

Se fue dejándola sola y Saige suspiró. En ese momento le sonó el móvil y al cogerlo de
encima de la cama vio que era un número que no conocía. —¿Diga?

—¿Saige? —Se le cortó el aliento al oír la voz de Justin. —¿Te has enterado?

Apretó los labios porque para eso sí que la llamaba. —Sí. He leído la noticia en el
periódico.

—No debes preocuparte, ¿me oyes? No le darán permiso para entrar en el país.

Un intenso alivio la recorrió y se sentó en la cama. —¿Eso crees?

—No es que lo crea. Lo sé. No le darán el visado para entrar en el país. Está intentando
arreglarlo en la embajada, pero se lo negarán.

—Pero sus hijos son americanos.

—Y es lo que alega para la reagrupación familiar, pero no le darán el permiso. El


gobierno no quiere verse implicado en algo así y le negarán la entrada.

—Es un alivio. —Hubo un silencio al otro lado e impotente preguntó —¿Por qué?

—No estoy preparado para esto.

Ya no se podía sentir más desilusionada que en ese momento. —Entiendo.

—Estoy acostumbrado a estar solo y pensaba que contigo sería distinto, pero…
Intentó retener las lágrimas, pero fue casi imposible y con la voz congestionada susurró
—Gracias por decírmelo.

Él suspiró al otro lado de la línea. —Durante meses dudé y pensé de verdad que estaba
preparado porque deseaba verte, pero después de acostarme contigo me di cuenta de que no
había nada más.

Su corazón se rompió en mil pedazos. —Así que era solo sexo.

—Lo siento, nena.

Colgó el teléfono y llorando se quedó allí sentada varios minutos mirando el teléfono. Sin
poder evitarlo grabó el número en su móvil con su nombre, pues era lo único que le quedaría de
él.

Pues no era lo único que le quedaría de él porque tendría un recuerdo para toda la vida.

—¿Un bebé? —preguntó con voz temblorosa al doctor Lumis.

El hombre sonrió de oreja a oreja. —Un bebé precioso que nacerá en seis meses. ¿No
estás contenta?

—¿Un bebé? —preguntó de nuevo todavía en shock.

—Ah, ya veo que te ha pillado por sorpresa.

—Madre mía, ¿qué hago yo con un bebé? ¡Acabo de abrir el despacho! ¡Estoy en la
ruina! —preguntó medio histérica como si él tuviera las respuestas.

El pobre hombre se encogió de hombros. —Pues…

Se levantó de golpe. —No me diga pues como si fuera tan sencillo. ¡Menuda mierda! —
Fue hasta la puerta y la abrió de golpe. —¡Y encima está tan contento dando estas noticias! ¡No
sé cómo no le da vergüenza!
Salió de allí con emociones encontradas y cualquiera que la viera pensaría que estaba
chiflada, pues cogiendo el bolso con ambas manos y con los ojos como platos, no dejaba de
farfullar que su vida era un auténtico desastre.

Cuando llegó a la calle, caminó sin rumbo hasta que se dio cuenta que había llegado a la
casa de Justin ahora vacía. Sus padres ya se habían trasladado a la casa arreglada y su hermana
estaba en la universidad. Ella había vendido su apartamento en Austin y con eso y sus ahorros,
había comprado un local en la calle principal del pueblo para poner un despacho. Ahora vivía de
alquiler en un pisito enano, encima del despacho que seguramente tendría que terminar
vendiendo porque casi no tenía clientes. Además, los procesos civiles eran tan largos que tardaba
en cobrar. Igual hubiera salido adelante después de dos años de trabajo, pero ahora con él bebé…
Eso llevaría muchos gastos.

Mirando la casa suspiró porque en esos dos meses que había vivido allí le había cogido
cariño. Estaba cerca del pueblo y aislada a la vez. Además, si no fuera porque le habían roto el
corazón, hubieran sido las mejores Navidades que había tenido nunca.

Volviendo a pensar en él bebé supo que tenía otra opción, pero la descartó enseguida con
remordimientos por pensar en ello siquiera. Caminó de vuelta hacia el pueblo y al llegar a la
calle mayor se encontró con la señora Morris que iba a verla al despacho. Al parecer quería

demandar a una vecina por robarle la receta de la tarta de manzana y tardó más de una hora en
convencerla de que no tenía causa porque esa receta estaba en internet. Hasta que no se lo
demostró, no quedó satisfecha.

—Oh… —La mujer miró la pantalla y parpadeó dos veces. —¿Así que no tengo nada que
hacer?

—Lo siento, pero no.

—Bueno, niña —dijo levantándose—. ¿Cuánto te debo?

—Nada. ¿Qué me va a deber? Las consultas son gratuitas.


—Pero los abogados sois caros. No puedes trabajar gratis. Aunque solo sea algo
simbólico como diez dólares la consulta… Mira, podrías hacerlas por el internete ese. Con lo
eficiente que eres, seguro que tendrías muchas al día.

Miró el ordenador pensando en ello. Si no tenía bastantes clientes allí, en el estado de


Texas había mucha gente y para hacer consultas… Chilló saltando de la silla y rodeó la mesa
para abrazar a la mujer. —¡Es un genio! Esta consulta es gratis.

—Espero que tengas mucho éxito.


Capítulo 11

Y vaya si lo tuvo. Recibía más de cien preguntas al día y tuvo que meter a un pasante
para las respuestas sencillas. La mayoría de las consultas eran sobre si debían demandar o no,
pero había otras preguntas mucho más complejas de las que se encargaba ella. Había pagado a un
informático para que le hiciera una buena página web que pareciera profesional y el negocio iba
viento en popa.

Dos meses después estaba en el despacho enviándole un mail a una de las consultas
cuando se abrió la puerta de la calle.

—Buenos días —saludó Sean, su ayudante. —¿En qué puedo ayudarle?

—Pues veras, quiero demandar a una mujer porque me está ocultando que está
embarazada de mi hijo. ¿Cree que tengo causa? —A Saige se le cortó el aliento levantando la
mirada hacia Justin, que vestido en vaqueros y camiseta negra la miraba como si quisiera pegarle
un tiro.

—Claro que sí. Puede reclamar la paternidad…

—Sean, ya me encargo yo.

—Sí, encárgate tú que eres la aludida.

Sean se sonrojó. —Ah, creo que… me tomaré un descanso.

—Sí, esfúmate. —Justin se acercó amenazante a su mesa mientras Sean salía del local a
toda pastilla. —¡Es interesante que cuando llego al pueblo, lo primero de lo que me entero es que
estás embarazada de cinco meses!

Intentó calmarse, sobre todo porque no tenía ningún derecho a ponerse así. —¿Estás
insinuando que te lo he ocultado?

—¡Sí!

—No, estás equivocado. De hecho… —Alargó la mano a una carpeta roja que tenía sobre
la mesa y se la puso delante. —Ahí tienes las copias de los mails que te he enviado al despacho.
—Atónito abrió la carpeta y los leyó a toda prisa. —Como puedes ver hay al menos…
¿cuarenta? Los he guardado para la demanda de paternidad.

—¿Demanda de paternidad?

—Es de los dos. Los dos nos haremos cargo. Quieras o no.

—¡Sí que quiero!

Ella alargó la mano hacia la carpeta cerrándola y colocándola en su lugar. —Entonces

todo va perfectamente. Ahora puedes irte. —Volvió a mirar el teclado y simuló leer lo que había
escrito. Pero él no se movió de su sitio. Exasperada le miró. —¿Algo más?

—Esos mails no me han llegado —dijo muy tenso.

—Pues cuando se envían, sale un letrerito que dice “Mensaje enviado”. Si no los lees, es
problema tuyo.

—¡Te digo que no los he recibido!

—Muy bien. No los has leído. ¿Ese es mi problema?

—¿Es niño o niña?

—Puede que uno de cada. —Volvió a mirar la pantalla deseando que desapareciera. No
soportaba ni mirarle.

—¿Cómo que uno de cada?


—Un niño y una niña. O eso creen. No están demasiado seguros. —Tecleó una palabra,
pero él no se iba. —¿Te importa? ¡Todavía tengo que responder a treinta consultas antes de irme
a casa!

No vio como él se la comía con los ojos y en como apretaba los puños deseando tocarla.
—Te dejaré trabajar.

—Gracias —respondió con ironía.

Escuchó como la puerta se abría y se cerraba de nuevo sin dejar de mirar el ordenador. Se
tapó los ojos con la mano intentando no llorar y respiró hondo antes de mirar la pantalla de
nuevo. —Concéntrate. No metas la pata.

Le costó muchísimo responder a todos los mails. Tardó el doble de tiempo, porque tuvo
que leerlos varias veces para comprobar que no metía la pata. Sean intentó ayudarla todo lo
posible y salieron a las ocho de la tarde cuando normalmente cerraban a las cinco.

Despidiéndose de su ayudante sacó la llave del portal de al lado del local. —Hasta el
lunes. Y gracias.

—Hasta el lunes, jefa. No te preocupes, de todas maneras no iba a hacer nada. —Le
guiñó un ojo yendo hacia su coche y ella se volvió para meter la llave en la cerradura.

—Saige…

Se volvió sorprendida para ver a Justin a su lado. —¿Ocurre algo? —preguntó fríamente

sin poder evitarlo y no era justo. No debía echarle en cara que no quisiera estar con ella. Si no la
quería, debía aceptarlo y ya está.

—Me preguntaba si quieres ir a comer algo. Estarás hambrienta. —Parecía incómodo y


ella se sintió todavía peor.

—No puedo.

Él metió las manos en los bolsillos del vaquero. —¿No podemos hablar de esto?
Saige abrió la puerta y forzó una sonrisa encogiéndose de hombros. —¿Esto? ¿De qué
quieres hablar? Te enviaré el convenio cuando haya decidido cómo quiero las visitas. Todavía
queda mucho para decidir nada, ¿no crees?

—Solo quiero hablar.

—¿Sabes lo que haremos? ¿Por qué no vas mañana a cenar a casa de mis padres? A ellos
les gustará verte y así hablamos de lo que quieras.

—¿Ahora necesitas estar rodeada de gente para hablar conmigo? —preguntó suavemente.

—Sí. —Se quedó tan sorprendido con su sinceridad que no reaccionó antes de cerrarle la
puerta en las narices.

No pegó ojo en toda la noche y en cuanto se levantó, llamó a su madre para que estuviera

preparada para esa cena. —¿Y te ha dicho que vendría? —preguntó sorprendida—. ¿Por qué ha
aparecido ahora? ¿Va a vender la casa?

—Se lo podrás preguntar esta noche.

—¿No se lo has preguntado tú?

—No. Si te digo la verdad, lo único que se me pasaba por la cabeza era huir lo más
rápido posible.

—Entiendo. Somos tu parapeto para esta noche.

—Exacto. Así que ya podéis aburrirlo a preguntas para que no me moleste más de lo
necesario.

—Eso está hecho.

—¿Faith ha llegado?

—Llegó ayer por la noche. Está emocionadísima por practicar lo que ha aprendido esta
semana en su piano. —Gimió al escuchar una escala. —Ya se ha levantado.

Se echó a reír. —¿Las chicas han venido con ella?


—Sí. La arropan como si fuera de porcelana por no haberse dado cuenta de lo que
pasaba. Y con todo lo del juicio, se han convertido en su sombra para protegerla de los curiosos
en el campus.

—Eso está bien.

—Me alegro de que estén a su lado. ¿Vienes ya? O vas a esperar al último momento.

—Tengo que ir a comprar. No tengo de nada. Creo que me queda una manzana en la
nevera.

—Hija, trabajas demasiado.

—Ahora que me va bien no voy a frenar. —Miró su minúsculo apartamento. El salón era
una tristeza. —Quizás debería empezar a pensar en buscar una casa. Con los niños necesitaré

espacio. Si Justin vende la suya, igual le hago una oferta.

—¡Eso sería estupendo! Sacaré el tema esta noche para ver qué dice.

—Te veo esta tarde y te ayudo con la cena.

—Muy bien. ¿Por qué no vas a la peluquería? Hazte las uñas.

—Mamá…

—Solo era una sugerencia. Y depílate las cejas.

Jadeó indignada colgando el teléfono, pero lo primero que hizo fue correr al baño para

mirarse al espejo. Cogió las pinzas y se quitó un pelo. —¡Será bruja! Solo tengo uno. Ni se habrá
dado cuenta. —Se miró las uñas y puede que esas sí necesitaran un repaso. Su melena estaba
como siempre. —Estás buenísima. —Asintió dándose ánimos. —Tienes el culo más gordo, pero
eso es sexy. Se va a arrepentir de no haber querido nada contigo.

Se vistió con unos vaqueros premamá y una camisa violeta. Se dejó el cabello suelto y
antes de salir se puso unas manoletinas. Cogió su bolso y salió de casa asegurándose de que
llevaba la cartera y el móvil.
Cuando llegó a la calle, se quedó con la boca abierta al ver a Justin apoyado en su cuatro
por cuatro negro cruzado de brazos mirándola directamente. —Hola, nena. ¿Has desayunado?

¿Y a él qué más le daba? Se acercó a él porque no tenía más remedio. —¿Qué haces
aquí?

—Me preguntaba si querías venir a casa y hablamos. O podemos hacer lo que quieras
como ir a mirar cosas de bebés…

Dio un paso atrás horrorizada de pasar el día con él. —No, gracias.

—¿A dónde ibas?

—A la peluquería —dijo rápidamente.

—¿Es una manera de decirme déjame en paz que voy a lavarme el pelo?

Se puso como un tomate. —No, claro que no. Voy a la peluquería y a hacerme las uñas.

—¿Y a dónde vas? Te llevo.

Ella señaló el salón de belleza que estaba dos portales más allá. Justin sonrió. —
Estupendo, es unisex. Tengo que cortarme el pelo.

¿De qué iba aquello? Para su sorpresa la cogió del brazo y caminó hacia el salón de
peluquería donde por supuesto había ya tres clientas. Al verles entrar, Vicky que era su
peluquera de toda la vida, abrió los ojos como platos. A la mujer que estaba atendiendo casi se le
salen los ojos de las órbitas girando la cabeza sin darse cuenta de que el pincel del tinte le
manchaba toda la frente.

Sonrojada preguntó soltando su brazo —¿Podéis atendernos?

—Claro que sí —dijeron todas a la vez, clientas incluidas. No se perderían ese cotilleo
por nada del mundo.

—Mi mujer quiere hacerse las uñas y algo en el cabello. Y yo quiero cortar.

Miró a Justin como si quisiera matarlo. —Quiero cortar.


—Pero solo las puntas.

—¡Cortaré lo que me dé la gana!

Sonrió encantadoramente. —Claro cariño, a las mujeres embarazadas no hay que


llevarles la contraria.

Todas suspiraron asintiendo y molesta gruñó sentándose en la silla de la sala de espera. Él

se iba a sentar a su lado, pero una mujer se levantó. —Podéis ir atendiendo a Saige. Yo no tengo
prisa.

—Dios —dijo queriendo acabar con aquello cuanto antes. Su mujer. ¡Estaba alucinada!
Solo habían echado un polvo, porque no se puede decir que hubieran hablado mucho.

Se levantó sin rechistar y se puso la bata que una de las chicas le tendía. —Puedes pasar a

lavar —dijo Vicky mirando de reojo a Justin que estaba de lo más relajado—. Me alegra mucho
verle por aquí, señor Colton.

—Llámame Justin. Somos vecinos.

Exasperada apoyó el cuello en el reposacabezas y miró a la chica que la iba a lavar. —


Lisa, el agua bien fría.

—¿Seguro?

—Sí —dijo con ganas de matar a alguien.

—¿Y va a quedarse? Estos últimos meses no te hemos visto mucho por aquí.

—He tenido trabajo fuera del país.

¡Cinco meses! ¡Ja! Mordiéndose la lengua cerró los ojos mientras le lavaban la cabeza.
—Frota con fuerza —siseó con ganas de gritar.

—¿Fuera del país? —Aquella bruja no se callaba.

—Sí, he llevado la seguridad de cierto político tejano que ha tenido una gira europea por
asuntos de la Unión.
—Impresionante. Nuestra Saige te habrá echado de menos —dijo maliciosa.

—Es demasiado fuerte para que se le note que me ha echado de menos.

Ella levantó la cabeza como un resorte y chilló cuando la chica le tiró del pelo
colocándole la cabeza en su sitio. —Ten cuidado, estoy trabajando.

—Ten más cuidado tú, bonita. Me vas a dejar calva. —Levantó la mano. —¿Justin

puedes acercarte un momento?

—Claro, nena.

Se acercó a ella sonriendo de oreja a oreja y cuando vio su cara le hizo un gesto para que
se acercara más. Le agarró con saña de la oreja y tiró de él acercándole antes de decir —Cierra la
boca.

—Solo tienen curiosidad. —La besó en los labios suavemente dejándola de piedra por el
deseo a sentirle que la recorrió. Aquello fue el colmo. En cuanto se alejó, Saige se levantó
dejándolas a todas con la boca abierta pues tenía el cabello lleno de champú y salió de la
peluquería con bata y todo. —¡Saige! —Justin corrió tras ella mientras las mujeres salían hasta la
puerta para observar. Como si nada fue hasta el portal sacando la llave del bolso. —Vamos,
nena. Lo siento. —No le hizo caso y metió la llave en la cerradura. —¿Me he pasado? Estoy
dispuesto a intentarlo y quería que te dieras cuenta. —Le cerró la puerta en las narices y furiosa
subió los escalones. —¿No quieres presiones? ¡Vale, te veo en la cena!

¡Estaba dispuesto a intentarlo! ¿Ahora estaba dispuesto a intentarlo? Si no había sido más
que sexo. ¡No había nada más! Él mismo se lo había dicho. ¿A qué venía aquello? Que estaba
dispuesto a intentarlo. ¡Aquello era la leche!

Ni loca iría a esa cena. Ahora ya no.

Sentada en el sofá viendo la tele y comiendo helado de vainilla intentaba relajarse, pero
nada hacía que se pudiera olvidar del imbécil que debía estar en casa de sus padres comiéndose
su cena.

Cuando sonó su teléfono no contestó porque su madre ya sabía que no iba a ir. Como
insistieron un par de veces, alargó el cuello para ver que como suponía era él. Dejó el envase de
helado en la nevera y se fue a la cama a ver si esa noche podía dormir. Pero no, porque como a
los diez minutos tuvo arcadas y tuvo que ir corriendo al baño. ¿Náuseas matutinas? ¡Y una leche!
A ella le venían cuando le daban la gana. Agotada fue hasta la cama y se tumbó deseando dormir
doce horas, pensando que era una pena el helado de vainilla que había desperdiciado.

Boca arriba mirando el techo se acarició el vientre. Esperaba que se fuera pronto. Tenerle
por allí era una auténtica tortura. Debería haber puesto el despacho en Austin. Allí había menos
probabilidades de encontrárselo. Pensó en lo que había dicho en la peluquería. La había llamado
su mujer. El corazón se le retorció en su pecho. No tenía vergüenza para decir a las chismosas
del pueblo algo así y encima besarla ante ellas como si tuviera derecho. ¡Y no lo tenía! ¡La había
abandonado! ¡Dos veces! La primera vez no la había llamado por sus dudas sobre si quería algo
con ella y la segunda después de pasar una noche maravillosa para darse cuenta de que no quería
estar a su lado. ¡No había más que hablar! Que viniera ahora a decir que quería estar a su lado era
absurdo y por ahí no pasaba. Ya lo había pasado bastante mal para repetir la experiencia y que
dentro de dos días o un mes la dejara de nuevo.

El teléfono volvió a sonar en el salón y exasperada se puso de lado abrazando la


almohada. Además no quería un hombre a su lado, que se fuera sin enterarse siquiera de cómo
estaba después de que le hubieran clavado un cuchillo en el brazo. ¡Y sin despedirse siquiera!
Incluso Cloe la había llamado un par de veces para saber cómo estaba y se había preocupado de
que en la casa estuvieran cómodos, enviándoles varias cosas que después se quedarían en la
casa. ¿Pero él? A él le había dado igual todo. Fuera del país. Y una mierda.

Cada vez se cabreaba más, lo que impedía que pudiera dormir. Harta después de un par
de horas, se levantó porque le había entrado el hambre de nuevo y al salir del dormitorio vio que
la pantalla del móvil se iluminaba de nuevo. Hirviendo de furia descolgó. —¿Qué?

—¡Ya era hora! —gritó él al otro lado—. ¿Se puede saber por qué no contestas al

teléfono?

—¡Porque no me da la gana!

Él tomó aire como si se estuviera conteniendo. —Mira, estás embarazada y vives sola. Al

menos contesta para pegarme cuatro gritos y que sepa que estás bien.

—¡Cómo si te hubiera importado hasta ahora! ¡Ya he contestado, ahora déjame en paz!

Colgó el teléfono y lo tiró sobre el sofá para ir hacia la nevera y abrir el congelador con
fuerza. Mirando los envases de helado, apretó los labios intentando no llorar y cuando el
frigorífico empezó a pitar después de unos segundos, lo cerró rabiosa para ir a la alacena a buscar

las galletas de su madre. Con el recipiente de porcelana en forma de conejo fue hasta el sofá y se
sentó cruzando las piernas al estilo indio mientras se metía toda la galleta en la boca. Masticando
miraba hacia la cocina y ni se dio cuenta que una lágrima recorría su mejilla hasta la comisura de
la boca. El teléfono silbó indicándole que tenía un mensaje.

Miró el teléfono como si fuera una bomba antes de meterse otra galleta en la boca.
Estuvo así varios minutos hasta que ya no lo soportó más y lo cogió abriendo el mensaje.

“Sé que he metido la pata. Si me das otra oportunidad, no te defraudaré.”

Nada de te he echado de menos o he pensado en ti. Nada de sentimientos, ¿para qué?

¿Dónde estaba el hombre que había compartido esa noche con ella? ¿Que había sido tan tierno y
cariñoso? ¿Que había sido tan apasionado y que le había hecho el amor sobre la encimera de la
cocina? Estaba claro que esa noche había sido un espejismo y que por la mañana todo había
vuelto a la normalidad.

Sin perder el tiempo más respondió “No. No habrá otra oportunidad ni ahora ni nunca.
Déjame en paz”

Masticando la galleta lentamente esperó su respuesta, pero después de diez minutos se


dio cuenta que esa respuesta no llegaría. Sorbiendo por la nariz se dijo que era lo mejor y que el

vacío que sentía en la boca del estómago al final desaparecería. En realidad no se conocían y
aunque se atraían sexualmente, para que una relación funcionara se necesitaba mucho más.

Se despertó muy tarde, pero era lógico teniendo en cuenta que debió dormirse a las cuatro
de la mañana después de haber comido hasta la manzana que le quedaba en la nevera. Se duchó y
se puso un vestido azul. Iría a comer a casa de sus padres. Necesitaba estar rodeada de su gente.
Cuando volviera, trabajaría un poco para estar entretenida.

Estaba tomando el café descafeinado cuando mirando el móvil vio todas las llamadas
perdidas que le había hecho Justin hasta que había respondido al teléfono. Veintidós. Pero lo que
le extrañó fue la llamada de su hermana que se le había pasado por alto a las diez de la noche.

Respondió a la llamada de inmediato y bebiendo de su café, esperó a que respondiera.

—¿Estás bien? —preguntó su hermana con la respiración agitada.

—Claro que estoy bien. ¿Por qué?

—¿Por qué? ¡Porque Justin estuvo toda la cena intentando llamarte y no respondías al
teléfono! ¡Y a mí llamada tampoco has contestado!

—Pensaba que eras él. Tranquilízate, cielo. —Preocupada se sentó en el sofá. —Todo
está bien.

—Estoy debajo de tu casa. Iba a verte.

—¿Estás abajo? —Aquello empezó a preocuparla de veras. —Pues sube.

Escuchó el timbre de la puerta y sin molestarse en contestar, pulsó el botón para abrir el
portal. Abrió la puerta y fue hasta la cocina a lavar la taza. Estaba claro que necesitaba una casa
más grande que al menos tuviera lavavajillas. Se cerró la puerta y ella sonrió mirando sobre su
hombro para ver que no era su hermana la que había entrado en su casa. Justin se plantó en la

puerta bloqueando la salida con los brazos cruzados y mirándola con el ceño fruncido.

—Ya veo —dijo dejando la taza sobre el escurreplatos.

—¿Qué es lo que ves, Saige?

—Que se han aliado contra mí. —Se secó las manos con el paño de cocina y se giró

apoyando la cadera en la encimera. Se miraron a los ojos en silencio y ella apretó los labios
rabiosa por sentir algo por él. Se moría porque la abrazara, pero antes se partía un brazo a dar un
paso hacia él.

—No se han aliado contra ti —dijo suavemente dejando caer los brazos y dando un paso
hacia ella.

—Ni se te ocurra tocarme. Te lo advierto. —Su tono de voz indicaba que no estaba para
bromas y él se detuvo en seco. —Quiero que te vayas.

—Sé que es egoísta por mi parte pedirte otra oportunidad.

—No es egoísta. Simplemente sigues demostrando que no tienes vergüenza.

Él se tensó. —Una manera más discreta para llamarme sinvergüenza.

—¡Exacto! —gritó perdiendo los nervios—. ¡La primera vez te pregunté si te volvería a

ver y estuve esperándote tres meses! ¡Tres malditos meses, pero como una estúpida fui a tu casa
después de que volvieras y ni así te disculpaste! Simplemente nos acostamos, ¿verdad? ¡Y me
hiciste creer que tendríamos algo para después irte sin despedirte siquiera! ¿Qué haces ahora
aquí? ¡No te entiendo y no quiero entenderte! ¡No puedes volver después de cinco meses y
esperar que caiga de rodillas a tus pies! —Se echó a reír sin ganas. —Eso no va a pasar.

—¡No espero que caigas de rodillas a mis pies! ¡Solo quiero que me escuches!

—¡No tienes derecho ni a eso! ¿Es que estás sordo? ¡Solo nos acostamos una noche! ¡Fin
de la historia! ¡En ocho meses solo hemos hablado dos días y nos hemos acostado una noche!
Tengo conocidos en el supermercado a los que conozco más que a ti.
—¡Pues es de mí de quien estás embarazada! —dijo furioso.

—Un error que tendré que pagar toda mi vida —dijo con odio.

—Nena, no digas eso.

Dio un paso hacia ella y Saige gritó —¡No te me acerques!

Él se pasó las manos por la cabeza volviéndose. —La primera vez no te llamé porque no
sabía qué decirte. Tu hermana estaba en el hospital y es cierto que aunque sabía que me atraías
muchísimo y que no podía sacarte de mi pensamiento, dudaba que lo nuestro funcionara. —A
Saige se le cortó el aliento mirando su espalda. —No tengo paciencia. Jamás la he tenido y tú me
la haces perder a menudo. Me llevas la contraria en todo y cualquier cosa que digo, es motivo de
discusión. Pero compré la casa porque me moría por verte y estar cerca de ti. Cuando llegué no
esperaba ese recibimiento. —Se volvió para mirarla. —Me di cuenta de que estabas enfadada
porque habías esperado noticias mías, pero yo no te había prometido nada. Así que cuando me
rechazaste una y otra vez, negándote a subir al coche, me di cuenta de que había cometido un
error y me fui. Estuve dando vueltas por el pueblo pensando que los planes que había hecho para

nosotros eran absurdos y cuando llego a mi casa allí estabas. Pero no sé cómo ocurrió de nuevo
que te enfadaste y estabas a punto de irte cuando te besé. —Una lágrima cayó por la mejilla de
Saige y él apretó los labios. —No quería hacerte daño. Te hice el amor porque no pude evitarlo y
después de esa noche estaba seguro de que teníamos un futuro juntos. Pero volvimos a discutir
en el jardín trasero y porque perdí la paciencia de nuevo, me fui dejándote expuesta. Te puse en
peligro y es algo que nunca me había pasado.

—No fue culpa tuya.

La miró fríamente. —Sí que lo fue. Si hubiera estado contigo, no te habrían secuestrado
ni apuñalado. Todo fue culpa mía y me costó digerirlo. Por eso me alejé. —Suspiró desviando la
mirada. —No estoy acostumbrado a discutir nada. Nunca he estado unido a una mujer como
estoy unido a ti y mucho menos estoy acostumbrado a esa cantidad de emociones que siento
cuando estoy contigo. No me gusta sentir miedo por otra persona que no sea mi familia y no me

gusta lo que siento a tu lado. ¡Me muero por besarte, pero a veces me crispas los nervios!

—¿Y por qué has vuelto? —gritó frustrada.

—¿Estás sorda? ¡No puedo estar alejado de ti!

Lo decía como si ella fuera mala para él. Levantó la barbilla orgullosa. —Pues yo sí que

puedo estar alejada de ti.

—Nena, no digas eso. Sé que te mueres porque te bese —dijo angustiado—. ¡Lo sé desde
que te conocí!

Odió ser tan transparente. —Puede que sí, pero no te necesito. ¿Te crispo los nervios?
¡Tú me tienes harta! ¡Yo necesito un hombre que me quiera por encima de todo y que esté

conmigo en las buenas y en las malas! Y está claro que tú no eres ese hombre. Vuelve a Austin y
busca una descerebrada que no te replique porque el superhéroe no vaya a molestarse.

—¡Eso no es justo! ¡Te digo lo que pienso y lo utilizas para atacarme!

—¡Creo que está claro que soy una bruja y que deberías alejarte de mí todo lo posible!

—¡Pues eso no va a pasar!

—Claro que sí. ¡Fuera de mi casa!

—No. No va a pasar, porque vas a venir conmigo de inmediato —dijo él muy serio.

—¿Estás mal de la cabeza? —Para su sorpresa vio que sacaba una pistola y le miró
incrédula. —Justin, ¿qué haces?

—Nos vamos de la ciudad ahora mismo. Vamos, haz la maleta.

Tuvo un mal presentimiento y le miró a los ojos. —Me has mentido. No has venido
porque no pudieras estar separado de mí.

—Lo siento nena, pero como siempre tienes que discutirlo todo. Bamberger ha llegado al
país ayer por la noche con un nombre falso. No quería asustarte.
Y ella se lo había creído todo como una estúpida. Intentó reponerse de la sorpresa
susurrando —¿Y mi familia?

—Están de camino con mis chicos. Por eso me ha ayudado tu hermana. Os esconderemos
en un rancho más al norte. Allí estaréis seguros hasta que sepamos sus intenciones.

Bajó los párpados ocultando el daño que le habían hecho sus palabras y caminó hacia la
puerta. —Nena, no quería…

—Déjalo. Nunca dejas de decepcionarme. Esto no iba a ser distinto.

Él se tensó viéndola pasar y en silencio la siguió observándola. Vio como metía en una
maleta toda la ropa premamá que tenía y varios zapatos bajos. Después de guardar sus cosas de
aseo y meterlas en la maleta ella susurró —Tengo que llevarme el portátil para trabajar.

—Allí no hay internet. Lo siento, pero tendrás que tomarte unas vacaciones —dijo muy
serio cogiendo la maleta—. Creo que vuestra seguridad es lo más importante, ¿no crees?

Salió del apartamento antes que ella y la esperó en la calle. Decidió llamar a Sean para
contarle que tenía que irse y que dejara las consultas complicadas pendientes mientras ella
llegaba. Estaba a punto de subir al coche hablando con su pasante, cuando le pareció ver a su
hermana de espaldas al final de la calle doblando la esquina antes de perderla de vista. Frunció el
ceño diciendo al teléfono —Sí, di que estoy en un viaje de trabajo a quien pregunte. Gracias,
Sean.

Se volvió hacia Justin que esperaba con la puerta abierta mirando a su alrededor. —¿Has
dicho que a Faith y a la familia se los han llevado ya?

—Sí, ya están de camino. Sube, nena. Tenemos dos horas de viaje.


Capítulo 12

Pensando en ello se subió al coche antes de mirar hacia atrás de nuevo, pero no había
rastro de su hermana. Se habría confundido. Se puso el cinturón y Justin se sentó a su lado.
Estaba claramente enfadado, pero ella también lo estaba, así que le importaba una mierda.
Salieron del pueblo y para cubrir el incómodo silencio ella encendió la radio. Estaban dando las
noticias y distraída miró el paisaje mientras se hablaba de las elecciones que se celebrarían en
breve.

—Por cierto, ya sé que ha ocurrido con los mails que me enviaste. —La miró de reojo,
pero como ni le miraba prosiguió —Cloe consideró que no debía enterarme hasta saber lo que
quería. Pensó que si me enteraba del embarazo y volvía contigo, eso no sería bueno para nuestra
relación, porque siempre te quedaría la duda si regresaba por el bebé.

Cloe siempre tan acertada, pero ahora ya daba igual. Él había ido al pueblo por otra razón
y estaba claro que no tenían ningún futuro. Le crispaba los nervios. El dolor que tenía en su
pecho no se curaría fácilmente, pero lo superaría. Ahora lo que tenía que preocuparle era su
familia y que Bamberger no se acercara a ellos.

Una hora después en la que Saige estuvo sumida en sus pensamientos él estaba muy
nervioso. De hecho, intentó entablar conversación varias veces, pero le ignoró en todo. —¿Estás
bien? ¿Tienes hambre? —preguntó por décima vez—. Las embarazadas vais mucho al baño.
¿Quieres que pare?
Como no respondía, él siseó perdiendo la paciencia —¿Te importaría contestar alguna de
mis preguntas? ¿Te encuentras bien?

—Sí —respondió simplemente para que la dejara en paz de una vez.

Él suspiró aliviado. —No me gustaría que esto afectara a los bebés.

—Están bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Se mueven —respondió sin más provocando que él apretara el volante con fuerza
mirándola de reojo con desesperación.

—¿Fue una sorpresa? ¿Cómo te lo tomaste?

Eso no pensaba contestarlo y cuando él vio que después de unos segundos no decía nada,
decidió mantenerse en silencio durante un rato más.

Cuando salieron de la autopista ella suspiró con alivio acariciándose el vientre. Estaba
deseando ver a su familia. Al menos no tendría que estar con él si no quería. Entraron en un
camino de tierra y al fin vieron una casa en medio de un valle. Parecía abandonada y no había
coches. —¿Estás seguro de que es aquí?

—Sí.

—¿Y dónde están los coches de los demás?

—Estarán detrás para que no queden a la vista.

Cuando el coche se detuvo ante la casa, se dijo que su madre se volvería loca limpiando.
El porche estaba muy sucio y hacía siglos que no veía una escoba. Se bajó del coche sin esperar
que él le abriera la puerta y miró a su alrededor.

—¿Por qué no salen a recibirnos? ¿Faith? —Caminó hacia el porche y al subir un


escalón, este se rompió. Si no hubiera sido por Justin, que la sujetó por la cintura, hubiera caído
al suelo.
—Nena, ¿estás bien?

—Sí, sí estoy bien —dijo enderezándose.

—Habrá que cambiarlo. Déjame subir a mí primero por si hay alguna otra tabla en mal
estado.

—¿Faith? —Volvió a llamar a su hermana preocupándose de veras porque no hubiera

salido nadie.

—Igual han ido a la ciudad a comprar. Ya sabes cómo es tu madre.

—Sí, claro.

Él subió antes que ella forzando los tablones con su peso y abrió la puerta que no estaba
cerrada. Eso la alivió porque significaba que ya habían estado allí y que seguramente habían ido
a comprar. Subió tras él y entró en la casa. Se detuvo en seco al ver un pequeño hall donde
únicamente había un viejo perchero atornillado a la pared. Con curiosidad fue hasta el salón,
donde no había nada más que un viejo sofá de tela de flores que debía haber sido tirado hacía
siglos. Y al mirar a la estancia de enfrente, vio que lo que parecía el comedor tenía una mesa
redonda, que daba la sensación de que se caería en cualquier momento.

—No hay muebles.

—Nos fuimos de aquí hace veinte años. Los vecinos se llevaron lo que valía.

—¿Era tu casa? —preguntó atónita.

—La de mi abuela. No conocimos a mis padres. —Sin dar más explicaciones subió la
maleta al piso de arriba y entonces ella entrecerró los ojos.

—¿Dónde está tu maleta? ¿Te vas?

—No, nena —dijo regresando—. No me voy a ningún sitio. Como tú. —Le miró sin
comprender nada. —Antes de que esa cabecita tuya empiece a elucubrar, te voy a contar de qué
va esto. Como estaba claro que no pensabas entrar en razón y que te haya expuesto mis
sentimientos te importa tan poco, he tenido que improvisar. —Saige le miró con la boca abierta y

él sonrió. —Exacto. No hay peligro, tu familia sigue en Greenville y allí se quedarán. Tú y yo


vamos a compartir un tiempo juntos hasta que nos entendamos. Es así de simple. He decidido
volver contigo y pienso convencerte de que aún me quieres y que quieres estar conmigo.

—¿Cuándo te he dicho yo que te quería, imbécil? —preguntó furiosa por utilizar algo tan
delicado para intentar convencerla.

—Insúltame lo que quieras, pero aquí nos quedamos. —Bajó los escalones que le

quedaban y pasó ante ella saliendo de la casa.

—¡Esto es un secuestro!

—Sí, ya. —Abrió la puerta del coche y se subió. —Voy a hacer unas compras. Por cierto,
te he robado el móvil. Así que puedes aumentar los cargos que se te están ocurriendo en este
momento. —Cerró la puerta y salió de allí a toda pastilla dejándola sola. ¡Si ni sabía dónde
estaba! ¡Había mirado la carretera todo el camino y no había leído una sola señal!

—¡Estúpida, estúpida!

Entró en la casa y dio una vuelta. La cocina situada al lado del comedor era de carbón.
Increíble. Ya podía traer comida preparada porque ella no tenía ni idea de cómo se usaba aquello.
Con curiosidad fue hasta la llave de la luz que por supuesto no se encendió. Subió las escaleras y
paseó por las cuatro habitaciones. No había camas. De hecho, no había nada. Le iba a matar.
Como tuviera que ducharse con agua fría, se lo cargaba. No podrían meterla en la cárcel, porque
aquello era un secuestro con todas las letras.

Se sentó en los escalones del porche y esperó. Menos mal que tenía dos chocolatinas en
el bolso porque cuando Justin se dignó en aparecer, podría habérsele tirado al cuello si no llega a
entretener el hambre.

El coche estaba cargado hasta los topes y abrió la puerta trasera para ver que había
llevado mucha comida. Sin mirarle cogió una bolsa de patatas fritas y la abrió metiéndose un
montón en la boca mientras le fulminaba con la mirada. —¿Tienes hambre? Lo siento nena, pero
tenía que comprar de todo.

—Llévame a casa —dijo sin dejar de masticar mientras él cogía dos bolsas que estaban a
su lado.

—Cuando hayamos hablado, te llevaré a casa. Claro que sí. Pero tenemos mucho que
arreglar.

—¡Llévame a casa ahora! —le gritó a la cara.

—¡Ni hablar! —Gruñó sentándose en el escalón de nuevo negándose a entrar en esa


pocilga. —¡Y no se habla con la boca llena! —dijo él limpiándose la mejilla.

Alucinada le vio entrar en la casa y gruñó antes de meterse un puñado de patatas en la

boca. Cuando terminó toda la bolsa de patatas, tenía sed, así que se acercó al coche y cogió una
lata de refresco de naranja. Justin sonrió sacando lo que parecía una cama hinchable. Estaba muy
mal de la cabeza.

Sentada de nuevo en su sitio vio como dejaba el coche vacío. Estaba metiendo la última
silla plegable cuando ella se levantó para acercarse al asiento del pasajero mirando por la
ventanilla.

—No me creerás tan tonto como para dejar las llaves puestas, ¿verdad?

—Pues sí.

—¿No me vas a ayudar?

—¿Estás mal de la cabeza? ¡Llévame a casa! ¡Estoy embarazada y no puedo quedarme


aquí!

—¡Claro que puedes quedarte aquí! ¡Y deja de discutirlo todo! —Entrecerró los ojos. —
Ya sé, tienes hambre. Ven que te hago un sándwich doble de pavo.

—¡Ya me lo hago yo! ¡No necesito nada de ti!


—Como quieras.

Molesta se quedó allí de pie un rato y como estaba claro que no se la llevaría de vuelta,

decidió que era una tontería quedarse allí fuera. Entró en la casa y le ignoró yendo hacia la
cocina, donde sacó lo que necesitaba de las bolsas para hacerse un sándwich. Ese hombre no
estaba bien de la cabeza. Si ni siquiera había platos ni frigorífico. Con cuidado de no manchar la
comida, colocando una bolsa de papel sobre la superficie, se hizo un buen sándwich al que le
faltaba la mayonesa. Gruñó revisando las bolsas y cuando la vio soltó un gorgorito. Pero no tenía
un cuchillo para repartirla. Frustrada y furiosa le tiró el tarro a la cabeza. Se apartó por un pelo y
el tarro chocó contra el marco de la puerta salpicándole de mayonesa toda la cara. Él respiró
hondo apartándose con la mano la que le había caído en el ojo. —Te has quedado sin mayonesa.

—¿Qué intentas demostrar? —gritó con ganas de matarle.

—¡Qué puedo soportarte!

Aquello era el colmo. —¡Te odio!

—¡Eso no te lo crees ni tú! ¡Y deja de chillar!

—¿Te crispo los nervios? Pues todavía no he empezado. ¡Llévame a casa!

En ese momento sonó su móvil y lo sacó del bolsillo trasero del vaquero. —Un descanso,
que es tu padre.

Se puso el teléfono al oído como si nada y le vio sonreír. —Hola, Jimmy. Sí, está aquí

conmigo. Nos vamos a tomar esas vacaciones que necesitábamos.

—¡Mentira, papá! ¡Me ha secuestrado! —Se acercó intentando arrebatarle el teléfono. —


¡Llama al sheriff!

Él la alejó cogiéndola por el hombro sin ningún esfuerzo mientras se reía. —Sí, me parto
con tu hija. Se le ocurre cada cosa… En unos días te llama. Sí, claro.

—¡Papá, llama al sheriff! ¡Me tiene en una casa abandonada!


—Como si yo fuera a llevar a una embarazada a una casa abandonada. Tiene unas
cosas… —Ella le dio un tortazo y Justin entrecerró los ojos dejando de reírse. —Tengo que
dejarte. Tu hija ha reclamado mi atención. —Se le pusieron los pelos de punta al ver su mirada y
dio un paso atrás. —Nena, creo que eso ha estado de más.

Entonces sin poder evitarlo sus ojos se llenaron de lágrimas porque había perdido
totalmente los papeles y él también. —Llévame a casa.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó dando un paso hacia ella.

—Sí.

—Solo tienes que hacer una cosa.

—¿El qué?

—Di que me quieres.

—¡Jódete!

—¡Pues no saldrás de aquí hasta que lo digas!

—Pues ya puedes esperar sentado. Espero que sepas asistir en un parto.

Él se echó a reír. —No tardarás tanto. —La cogió por los brazos pegándola a él y a Saige
se le cortó el aliento. Fue electrizante sentir como la abrazaba y aunque intentó resistirse, las
caricias en su espalda hicieron que cerrara los ojos. Sintió su aliento en su mejilla. —Toda tú
eres mía, preciosa. Sé que la fastidié. Pero me he dado cuenta de que no eres tan difícil de
soportar. —Abrió los ojos ofendida y él se echó a reír sin soltarla cuando se revolvió de nuevo.

—¡Suéltame!

—Mírate, estás excitada y ni siquiera te he besado. —La pegó más a él y Saige echó la
cabeza hacia atrás para gritarle cuatro cosas, pero él aprovechó para entrar en su boca
saboreándola casi con desesperación. Intentó no responderle y se quedó muy quieta sintiendo que
el placer la inundaba de arriba abajo. Y cuando estaba a punto de claudicar él se tensó
apartándose lentamente para mirarla a los ojos. —Puede que luches y grites, pero como te

atrevas a negarnos esto, que es lo más puro que tenemos, me voy a cabrear.

—¿Y me llevarás a casa?

—¡No!

—Hazte una paja, pero a mí déjame en paz.

—Ya está bien, Saige —dijo soltándola—. ¿Estás ofendida porque te he dicho la verdad?
¿Qué preferías que te hubiera dicho?

—¡No soy difícil de soportar! ¡Eres tú el que se crispa por nada! ¡Si cada vez que
discutimos te largas, lo mejor es que te vayas ahora porque eso no va a dejar de pasar! ¡Si crees
que voy a cerrar la boca para darte la razón como a los tontos, estás muy equivocado!

—¡No esperaba eso!

—¡Claro que sí! ¡Querías que me callara en los interrogatorios, cuando fui yo la que
descubrí lo que estaba pasando! Te hirió el orgullo. —Él se tensó y sonrió con ironía pues tenía

razón. —Y después de demostrar que estaba asustada, te cabreó que quisiera llevarme a mi
familia a Austin, llevándote la contraria de nuevo. Herí tu orgullo al anteponer a mi familia a tu
opinión profesional y como no lo soportaste, te largaste dejándome desprotegida. —Él perdió el
color de la cara. —Claro que huiste. ¡No tenías huevos a enfrentarte a mí! —Movió las manos
alrededor. —¡Todo esto es un intento absurdo de seguir teniendo la razón cuando no la tienes!
¡Quieres convencerme por la atracción que siento por ti, para que se me olvide todo y te siga de
nuevo y para que cuando vuelva a abrir la boca salgas corriendo otra vez!

—¡Nada de lo que dices es así!

—No es que yo te crispe los nervios. Es que tu orgullo es demasiado frágil.

—Piensa en lo que dices. Puede que mi orgullo nos separara antes, pero ahora es el tuyo
el que nos mantiene separados.

—¡Es que estoy harta de sufrir y esto se ha acabado!


Un estruendo la asustó, acercándose a él antes de que la abrazara cubriéndola con su
cuerpo cuando los cristales se rompieron levantando una enorme cantidad de polvo a su
alrededor. Sin moverse con los ojos bien cerrados susurró —¿Se nos ha caído la casa encima?

—Creo que se ha caído el techo del porche.

—Ah.

—Tus gritos son capaces de tirar una casa abajo.

—A tu plan improvisado deberías haberle dado una vuelta más.

—Sí, pero veía que te perdía y no sabía qué hacer para retenerte.

—Me perdiste aquel día cuando se cerró la puerta de la ambulancia y en ese momento no
te importó. Ahora ya es tarde para arrepentimientos —dijo retorciéndosele el corazón, sabiendo
que esa frase era la más dura que diría jamás.

Él se apartó lentamente y con la cara descompuesta asintió sin mirarla a los ojos. —
Tienes razón. Esto ya no tiene arreglo. Voy a por tu maleta.

Al mirar la comida se dio cuenta que había perdido el apetito totalmente y empezó a
guardar las cosas porque no pensaba dejar toda aquella comida allí. Salió por la puerta de atrás y
rodeó la casa para llevar dos bolsas al coche. Al mirar el porche derruido no pudo evitar ver la
espalda de Justin a través de la ventana. Parecía derrotado. Vio cómo se pasaba la mano por el
cabello antes de agacharse y salir de la habitación. Disimulando volvió al interior y cogió otra

bolsa. Él la encontró en la cocina y al ver lo que hacía dijo —No hace falta que lo recojas.

—No se va a quedar aquí. Atraería a los animales. —Le miró de reojo.

—Da igual. Voy a derruir la casa.

—Es un despilfarro. Podemos llevarnos lo que has comprado.

Él salió de la casa como si le diera igual cogiendo otra bolsa. Parecía que quería largarse
lo más pronto posible. Como no. Había vuelto a dañar su orgullo y volvía a huir. Aunque ahora
todo daba igual.

Subidos en el coche media hora después se mantenían en silencio. —Pasaremos por mi


casa para que te duches y te cambies de ropa. No querrás que te vean así en el pueblo.

—Sí, gracias.

—De nada. —Apretó el volante y la miró de reojo. —Por cierto, ¿te gustó vivir en la
casa?

—Sí, es muy cómoda y sobre lo de la intimidad tenías razón. Es agradable salir en pijama
a tomarse un café por las mañanas sin que te vean los vecinos.

—Era la casa perfecta.

—¿Era?

—No sé lo que voy a hacer con ella todavía. Esperaré a que nazcan los niños.

—¿Qué planes tenías para ella? Me dijiste que tenías planes.

—Eso da igual —dijo muy tenso—. ¿Tienes hambre? Podemos parar en la siguiente
salida para comer algo.

—No, gracias.

—¡Al menos no me hables como si fuera un desconocido!

Le miró asombrada. —¡Muy bien!

Entonces el coche que estaban adelantando dio un volantazo y para evitar chocar Justin
giró el volante con fuerza antes de girarlo al otro lado. El segundo giro fue tan brusco que hizo
que Saige se golpeara contra la puerta. Atontada ni se dio cuenta de que Justin había detenido el
coche en el arcén.

—Nena... —dijo asustado—. Nena, ¿estás bien? —Se quitó el cinturón acercándose a ella
cogiendo su cuello con cuidado.

—Sí. —Se llevó la mano a la cabeza. —Solo ha sido un coscorrón.

Justin la miró a los ojos y susurró —No puedes dejarme. Te necesito.

—Me dejaste tú a mí.

—¡Pues ya no te voy a dejar más! —La besó con desesperación saboreándole el alma,
antes de apartarse y ponerse el cinturón de nuevo. —Te voy a llevar a la clínica.

—Estoy bien —dijo atontada. No sabía si era por el golpe o por el beso. Lo primero no lo
repetiría, pero lo segundo… Dios, la había besado como si la amara.

Sin responder se incorporó a la carretera de nuevo. —Vamos a la clínica. Esto no es


negociable.

—Ah, ¿pero contigo se puede negociar algo? Porque siempre tienes que tener la razón.

—Ya te encargas tú de ponerme en mi sitio.

—Exacto.

—Lo que yo decía. La pareja perfecta. —Estaba tan nervioso que le miró como si le
hubieran salido dos cabezas.

—Estoy bien, Justin.

—Claro que estás bien. Pero el doctor nos lo confirmará —dijo sin hacerle mucho caso
mientras aceleraba adelantando un camión.

Entonces le entendió. Estaba aterrado a que le pasara algo y había salido huyendo de sus
sentimientos. Se lo había dicho, pero no lo entendió hasta ese momento. No había sido el orgullo.
No había sido porque hubiera dudado de él profesionalmente. La había dejado porque se echaba
la culpa de que hubiera estado en peligro y había sentido pavor a perderla. Así que se había
alejado hasta que no había podido más. Se sintió culpable por tratarle de la manera en que le
había tratado inmersa en su propio dolor.
Capítulo 13

Se mantuvo en silencio pensando en ello. Tenía que asegurarse de que para él era lo más
importante, así que pensando en ello ni se dio cuenta que frenaba ante la clínica. Él se bajó del
coche corriendo y abrió la puerta. —Vamos, nena. Enseguida nos dirá que estás bien —dijo más
para sí que para ella.

—Sí —dijo cogiendo su mano y se apoyó en él echándole un poco de cuento. Justin


pálido la cogió en brazos y la metió en la clínica antes de darse cuenta.

La enfermera se acercó de inmediato. —¿Qué tiene?

—Se ha golpeado la cabeza con la ventanilla del coche —dijo mirando a su alrededor—.
¿Y el doctor?

—Está atendiendo un paciente. Pásela por aquí.

La metió en la habitación y él la tumbó sobre la camilla. —Tuve que dar un volantazo


para evitar un coche…

—Enseguida la atenderá el doctor Lumis. —En ese momento sonó el teléfono de la


recepción. —Póngale la bata, ¿quiere? Vuelvo enseguida. —Salió corriendo y les dejó solos.

Él cogió la bata que la enfermera le había señalado y se acercó cogiendo el bajo del
vestido, subiéndoselo lentamente hacia arriba. Al sentir como acariciaba sus muslos a Saige se le
alteró la respiración. —Levanta la cadera —dijo preocupado.
Sonrojada porque aquello no tenía nada de sexual y su imaginación empezaba a
desbocarse, se apoyó en los antebrazos para que él levantara por sus caderas el vestido, dejando
su vientre al descubierto. —Ya puedo yo —dijo sentándose y tirando del vestido hacia arriba.

—Te está saliendo un morado en el hombro. ¿Te duele?

—Ni me había dado cuenta —dijo dejando el vestido a un lado. Alargó la mano para que
le diera la bata, pero él no se movió. Al mirarle a los ojos vio que observaba ensimismado su
vientre y se sonrojó de nuevo porque estaba muy distinta a la última vez que la había visto.

Insegura susurró —Justin, la bata.

Él la miró a los ojos. —Sí, claro. —Pero no hizo un solo gesto para darle la bata.

—¡Justin!

Eso le hizo reaccionar y le entregó la bata a toda prisa antes de pasarse la mano por el
cabello. —¿Dónde estará el doctor?

Se puso la bata mirándole fijamente. —Atendiendo a otro paciente. ¿Tengo pinta de ser
una urgencia?

—¡Estás embarazada de gemelos y sí! ¡Para mí eres una urgencia!

Reprimió una sonrisa tumbándose en la camilla de nuevo. El vientre sobresalía por la


abertura de la bata y Justin se acercó poniéndole la mano en la barriga. —¿Les sientes?

—Sí. —El tacto de sus dedos sobre su piel hizo que tuviera que encoger los dedos de los
pies. Carraspeó mientras él concentrado acariciaba su vientre y como no le hacía ni caso, volvió
a carraspear cuando sus dedos llegaron a la parte de abajo rozando la goma de sus braguitas. Él
la miró sin dejar de tocarla y Saige preguntó con voz ronca —Justin, ¿te importaría…?

—Muy bien —dijo el doctor entrando de golpe sobresaltándoles—. Ya estoy aquí. —


Alargó la mano. —Tú debes ser Justin. He oído un montón de cosas de ti.

—¿Qué soy un cabrón retorcido? —preguntó dándole la mano.


—Entre otras lindezas.

Ella se puso como un tomate porque no sabía qué le pasaba con ese doctor, que cada vez

que le veía desde su embarazo soltaba cosas por la boca sin control.

Justin la fulminó con la mirada. —Exagera.

—¿Qué ocurre? —preguntó el doctor acercándose a ella—. ¿Un accidente de coche?

—Tuve que dar un volantazo y se golpeó con la ventanilla en la cabeza.

—Vamos a ver.

—No es nada. —El doctor la palpó y sintió como la tocaba donde se había golpeado.

—Te está saliendo un chichón. Pero esa parte del cráneo es muy dura. ¿Se ha desmayado
en algún momento?

—No, creo que no. —La miró ansioso. —¿Te has desmayado?

—No, he dicho que estoy bien.

—No está demás hacer una exploración.

—Tiene un golpe en el hombro.

—Es algo protector, ¿verdad?

—Es guardaespaldas y detective. Es deformación profesional.

—Esas personas normalmente tienen los nervios de acero.

—Pero es que yo le hago descontrolarse un poco —dijo divertida.

—Eso es que le importas.

—Estoy aquí, ¿sabéis? —dijo molesto haciéndoles sonreír.

—Dice que le crispo los nervios. Cuando le conocí, creía que no le tenía miedo a nada,
pero al parecer no es así.

—No tiene pinta de ser alguien que se intimida fácilmente. —Y bajó la voz. —La verdad
es que en un callejón oscuro daría algo de miedo.

—¿Usted cree? —Levantó la vista para mirarle. Para ella era perfecto en casi todo. —A

mí no me da miedo.

—Pero es que tú le quieres. —Justin retuvo el aliento dando un paso hacia ella, pero se
mantuvo callada. —No creo que haya rotura. Solo es un chichón. Veamos ese hombro. —Apartó
la bata dejando toda la barriga al descubierto mientras tocaba su hombro. —Siéntate.

La ayudó a sentarse y movió su brazo de un lado a otro. —Bien, todo correcto. Una
ecografía de control y fuera de mi vista.

Sonrió cuando él salió de la consulta para llamar a la enfermera.

—¿Cómo sabe ese tío que me quieres y yo todavía estoy en dudas?

—Pues hace un rato no dudabas.

—A veces me despistas un poco.

—Pues eso.

Entrecerró los ojos. —¿Pues eso qué?

—Oh, por Dios. Hablaremos cuando salgamos de aquí.

—¿De verdad? ¡Porque hace un rato estabas convencida de que no había nada que hablar
entre nosotros! ¡Fuiste muy clara!

—Ya, pero es que pensaba que no me querías.

—¿Cómo no te voy a querer, mujer? —gritó a los cuatro vientos sonrojándola.

—Sí que parece que te pongo de los nervios.

—Vamos a ver, que ya no sé por dónde me vas a salir. ¿Quieres casarte conmigo o no?

—¿Quieres casarte conmigo? —Sonrió como una tonta extendiendo los brazos. —Oh,
qué tierno.

Justin se sonrojó intensamente y miró hacia la puerta. —Nena, te van a oír.


—Oh, perdona. ¿Te avergüenza quererme?

—No es eso —gruñó acercándose y cogiéndole la mano como si necesitara tocarla—. No

me gusta lo que siento por ti. Ya te lo he dicho.

—Ya empezamos.

—¡Es que no lo entiendes!

—Te doy miedo.

—¿Estás de broma?

Reprimió la risa y le miró a los ojos. —¿Crees que yo no tengo miedo a que te pase algo?
¿Miedo a no verte de nuevo? Sufrí mucho al no verte todos estos meses, pero precisamente por
eso quiero estar a tu lado todo lo posible. Puede que discutamos, pero somos dos personas de
carácter y no puedes salir corriendo cada vez que nos cabreemos el uno al otro. No es justo. Me
haces daño y te haces daño a ti mismo porque después te sientes como una mierda.

—Pues sí que lo entiendes —susurró acariciándole la mejilla bajando por su cuello.

—Me di cuenta en el coche. Estabas aterrado porque me pasara algo.

Él suspiró cerrando los ojos y la abrazó a él. —Nena, cuando te secuestraron quería
morirme. Lo siento.

—También fue culpa mía por no entrar en casa. Pero ya pasó. Ahora tenemos que mirar
hacia delante.

—Te quiero, preciosa. ¿Quieres casarte conmigo?

—No. —Lo dijo de tal manera que la miró con horror. —No pienso casarme con esta
pinta.

—¿Cómo no? No podía ser tan fácil y que me dijeras que sí a la primera. —La besó en
los labios y susurró —Lo discutiremos cuando lleguemos a casa.

—Cerraré la puerta con llave para que no te me escapes, mi amor. Lo haré con frecuencia
hasta que se me quite este miedo a perderte.

—No hará falta. Ya no podría vivir sin ti.


Epílogo

—Faith coge a Sara. —Le dio a la niña de quince meses y fue hacia el teléfono que había
dejado sobre la mesa de centro ante el sofá.

—Uy, uy, uy. Mamá está cabreada —le dijo su hermana a Scott, que estaba sentado en su

arnés intentando coger un juguete de encima de su cabeza.

—Qué va —siseó forzando una sonrisa hacia los niños—. ¿Cómo voy a estar cabreada
porque todavía no haya llegado a casa, cuando son las cinco del día de Nochebuena y queda una
hora para ir a la fiesta de mamá? No, lo que me cabrearía es que se la perdiera. Eso sí que me
cabrearía.

—Hola, cielo.

Reaccionó a la voz tensa de su marido. —¿Qué pasa? ¿Dónde estás?

—Yo también te quiero —siseó bajando la voz.

—Más te vale. ¡Pero no me has contestado!

—¿Recuerdas que tenía una reunión en Washington?

—¡No! —Se llevó una mano al pecho. —Dime que llegarás a tiempo.

—Casi.

—¿Cómo de casi?

—Igual llegó para ver a tu madre bailando la conga.


Eso siempre era al final, cuando se había bebido varios ponches cargaditos. —Estupendo.

—No te enfades. Ha habido un problema con los vuelos y…

Suspiró sentándose en el sofá. —No te preocupes. Ven cuando puedas. Pero que sea en
un trasporte seguro.

Él se rió al otro lado de la línea. —Te quiero.

—Y yo a ti.

—Al parecer no va a llegar —dijo Faith viéndola colgar el teléfono con una sonrisa en la
cara—. Os habéis compenetrado muy bien.

—¿Ah, sí?

—Os habéis aceptado el uno al otro —dijo acariciando los rizos negros de su hija—. Tú
sigues replicando todo lo que dice y él sigue protegiéndote de todo.

—¿Qué sabes? —preguntó rápidamente.

Faith se echó a reír. —¿Ves?

—¡Corta el rollo! Te conozco muy bien y esto viene con segundas.

—Pues a Cloe se le escapó algo el otro día cuando quedamos a comer.

—¿Qué día?

—Hace dos días, pesada.

—Dios mío —dijo levantándose palideciendo—. ¿Dónde está mi marido? ¡En alguna de
esas misiones que le tengo prohibidísimas, seguro!

—No. —La miró de reojo. —No debería haber dicho nada.

—Sí, ahora cállate para que me dé un infarto. ¡Suéltalo todo!

—¡Ha ido a Berlín!

—¿A Berlín? —Eso no le parecía nada inseguro. —¿A qué?


—Al parecer Bamberger amenazó con irse de la lengua sobre sus amigos del pasado para
que le dieran los papeles de entrada en los Estados Unidos. Le han encontrado en un callejón.

—¿Muerto?

Su hermana asintió. —Tu marido ha ido hasta allí para asegurarse de que era él.

—Vaya. No sé cómo sentirme. —Miró a su hermana. —¿Cómo te sientes tú?

—Será horrible, pero estoy aliviada. Saber que no lo tendré sobre la chepa si conseguía
entrar en el país es un alivio.

—Vale, si tú te sientes así entonces mi alivio es natural.

Su hermana sonrió. —Tienes mucha suerte. Justin no quiso decirte nada para protegerte.

—Sí, a veces es un marido excepcional. —Le guiñó un ojo haciéndola reír. —Pero no se
lo digas, que luego no se esfuerza.

Tumbada boca abajo en su cama sintió una caricia en el trasero y sonriendo suspiró
cuando la mano pasó por debajo de sus braguitas amasando su nalga. —Señor Colton si sigue así
voy a tener que quitármelas.

—No te molestes, ya te las quito yo —dijo con voz ronca bajándolas lentamente y

besando su glúteo antes de seguir bajando.

Gimió cuando pasó su lengua por su muslo hasta el interior de su rodilla y Saige enterró
la cara en la almohada apretándola entre sus dedos cuando sus manos separaron sus piernas.
Sintió su cuerpo sobre ella y giró la cabeza para atrapar sus labios mientras su sexo endurecido
entraba en su ser lentamente, proporcionándole un placer exquisito. Justin la abrazó acariciando
sus pechos moviendo la cadera suavemente hasta que ella protestó pidiendo más, llevando su
brazo atrás para acariciar su cuello y reclamar su boca de nuevo. Él besó el lóbulo de su oreja
tumbándola de nuevo sobre la cama y apoyándose en las palmas de sus manos, movió la cadera

con fuerza haciendo que el placer la traspasara de arriba abajo una y otra vez, hasta que entró en
ella con ímpetu, provocándole un orgasmo que la hizo temblar bajo su cuerpo.

La volvió como si fuera una muñeca y la abrazó a él colocándola sobre su pecho. Nunca
se había sentido más querida que en ese momento y lo disfrutó hasta que le oyó suspirar. Levantó
la cabeza y le besó en la barbilla mientras acariciaba su pecho. —Te he echado de menos —
susurró acariciándole con todo su cuerpo piernas incluidas.

Él se echó a reír. —Ya lo veo.

—Y tú a mí también.

—Cada vez se hace más duro.

—Pero ya no lo harás más.

—No. —La miró a los ojos. —Ya no lo haré más. Te lo prometo. Viajes cortos, pero
nada de pasar días fuera de casa.

Ella asintió. —¿Era él?

—Sí, era él. Está claro que tengo que hablar seriamente con Cloe.

—No me lo ha dicho tu hermana.

—La fuente principal tiene que ser ella, así que no intentes engañarme.

Sonrió divertida sentándose sobre él. —¿Quieres discutir? Sabes que siempre estoy
dispuesta.

—No, nena. No quiero discutir. —Acarició sus caderas mirándola pensativo. —No sé qué
haría si te pasara algo a ti o a los niños.

—Mi amor… Eso no va a pasar. ¿Con quién discutirías? Menudo aburrimiento de vida
con todos los que te rodean dándote la razón en todo.

—Sí, sería un aburrimiento. —Se sentó abrazándola y ella acarició su pelo mirándolo con
amor. —Cada día te quiero más.

—¿Eso significa que el regalo de Navidad es buenísimo?

Él se echó a reír. —Casi.

Abrió los ojos como platos. —Si el del año pasado fue un coche, el de este año que me
quieres más tiene que ser la leche. ¿Qué es?

—Ya lo verás. Formaba parte de esos planes que frustraste.

—No, los frustraste tú.

—¿Cincuenta, cincuenta?

—Hecho. Ahora dime qué es.

—Quería venirme a vivir aquí.

—Eso lo has hecho.

—Trabajar aquí varios días a la semana.

—Eso casi lo has hecho.

—Casarme contigo.

—Lo has hecho. ¿Dónde está mi regalo?

Él rió acariciando su espalda. —Creo que la que no tienes paciencia eres tú.

—Eso lo sabes de sobra. Suéltalo ya.

—Como ya tenemos los niños, no pudimos hacer algo que tenía pensado. Has tenido
mucho trabajo con ellos y con el despacho.

—¡La luna de miel! ¿A dónde me llevas? ¿A Hawái? ¿A Cuba? ¡No espera, a París! —
dijo impaciente, pero cuando perdió la sonrisa se dio cuenta que no era eso—. ¿No es la luna de
miel?

—Pues no. ¡Dijiste que querías pasar las fiestas con tus padres!
—Claro, claro —dijo decepcionada—. ¿Entonces qué es?

—Lo que tenía pensado era… —Alargó la mano sin soltarla y ella vio que sobre la

mesilla de noche había una llave—. Que te trasladaras aquí para trabajar. En ese momento
estabas en la fiscalía y supuse que me costaría convencerte, así que había pensado en esto. Pero
te me has adelantado como siempre, así que tuve que cambiar los planes. —Le entregó la llave.

Ella la miró dándole la vuelta. —Me regalas una llave. —La miró bien. —¿La llave de mi
oficina?

—No cariño, te regalo el local. —Abrió los ojos como platos. —Ahora es tuyo. La
hipoteca está pagada y todo está a tu nombre.

—¡Pero era mi hipoteca! ¡Yo no me meto en tus negocios!

—¿Me estás echando la bronca por hacerte un regalo?

Saige lo pensó mejor. —Sí.

Los ojos de Justin brillaron. —Cada día te quiero más.

—Vale, te perdono.

—¿Y el tuyo?

Ella carraspeó abrazando su cuello. —Va a tardar un poco en llegar.

—¿Se ha retrasado el envío?

—No, es que lo hemos encargado tarde y faltan aún ocho meses para verlo. Así que te he
comprado una corbata, porque estás para comerte con traje.

Justin se echó a reír entendiendo y la besó demostrándole todo lo que la quería. Cuando
se separó, ella acarició su mejilla sintiéndose muy feliz a su lado y susurró —Te amo. Volver
contigo es lo mejor que he hecho nunca.

—Fui yo el que regresé.

—No empieces, cariño. Y bésame.


FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que tiene entre sus éxitos “No me amas como

quiero” o “Diseña mi amor”. Próximamente publicará “No te merezco” y “Por orgullo”.

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