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Lo

que fuera por ti II

Sophie Saint Rose



Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo


Capítulo 1



Sara se volvió para mirarse al espejo y sonrió.
—Estás preciosa, hija —dijo su madre llorando a moco tendido—. Y el peinado es maravilloso.
—¿No crees que es demasiado hippy? —preguntó algo insegura repasando las intrincadas trenzas en su
cabello pelirrojo.
—Eres tú. Y el vestido es un reflejo de ti misma.
Acarició el encaje que caía desde debajo de su pecho hasta los pies. Sonrió al ver las manoletinas
forradas con la misma tela. Iba a vérsela muy bajita al lado de Michael, pero él sabía que no soportaba los
tacones. —Voy a casarme.
—Sí, es un auténtico milagro —dijo su amiga Judith a punto de reírse—. ¿Quién te iba a decir que ibas a
pillar al vecino de al lado?
—Era su única opción ya que no sale de casa —apuntilló su prima Steffany revisándose en el espejo.
—Qué suerte, qué suerte ha tenido mi niña.
—Tía, no es suerte. Suerte es que te toque la lotería. Esto ha sido el destino —dijo cantarina burlándose
de ella.
Gruñó fulminándola con sus ojos ambarinos y pegándole un empujón que a su prima la hizo reír. —Serás
envidiosa, capulla.
—Pues sí, porque está para comérselo y estoy a dieta desde hace meses. —Se miró al espejo de nuevo y
apartó un mechón negro para colocarlo detrás de su oreja. —Michael Grifford, es que es para matarte. ¡Si
no sabes nada de finanzas!
Meredith sonrió orgullosa adorando a su niña con la mirada. —Eso no es importante.
—Él me quiere por muchas otras cosas —dijo divertida.
Steffany sonrió cogiendo sus manos. —Claro que sí porque eres la mejor, pero eso no implica que no me
corroa la envidia.
Sabiendo que era mentira la abrazó. —Estoy asustada —susurró.
—¿Pero feliz?
—Nunca he sido más feliz.
—Pues venga, que no querrás que se quede sin uñas —dijo Judith levantándose y mostrando el vestido
de dama de honor. Su madre hizo una mueca viendo el estampado estridente que había elegido antes de
volver la vista hacia su prima y suspirar. Iba a ser un cortejo nupcial de lo más variopinto.
Sara reprimió la risa por su expresión. —Tranquila mamá, cuando estén todas juntas tendrá sentido. Ya
verás, formarán una imagen. Es que faltan algunas en medio.
—Más te vale. Con lo pija que es su familia, quiero que salga todo muy bien.
—No son tan pijos. —Por sus caras era evidente que había dicho un disparate gordísimo y suspiró
dejando caer los hombros. —No pegamos nada, ¿verdad?
—¿Tú le quieres? —preguntó Judith.
—Con toda el alma.
—Pues lo demás tiene que importarte un pito. Que les den. Es el día de tu boda, vamos a divertirnos.
—Eso es, amiga. —Steffany le puso delante su ramo que se lo había hecho un amigo suyo experto en
artes plásticas. Sus flores parecían hechas con pintura que se derretían y las gotas caían con distintos
colores. A ella le había encantado, pero seguro que a su suegra le horrorizaba. Bueno, ahora ya estaba
decidido y no había marcha atrás porque no se desprendería de su hombre ni con agua caliente. Ya se
camelaría a su suegra. Seguro que el cuadro que le estaba haciendo le encantaba porque otra cosa no,
pero adoraba el arte y sabía que apreciaba muchísimo su trabajo. Eso era un punto a su favor que
pensaba explotar y sabía que al final se la ganaría. Ella no se llevaba mal con nadie.
—Uy, es tardísimo —dijo Meredith yendo hacia la puerta del apartamento. Cuando la abrió allí estaba
Michael a punto de llamar, guapísimo con su traje gris y su rosa violeta en el ojal.
—¿Pero qué haces aquí? —preguntó la novia porque ya tenía que estar en la iglesia.
—Preciosa, no tengo coche. —Levantó una ceja divertido.
—¿Cómo no vas a tener coche si lo encargué…? —Su voz fue desapareciendo poco a poco. —Porque lo
encargué, ¿no?
Sus amigas rieron por lo bajo.
—Sara, ¿estás segura de que nos casamos hoy?
—Muy gracioso. —Se acercó y le dio un suave beso en los labios.
—Por esto quería que tuviéramos una organizadora de bodas —dijeron los dos a la vez. Michael se echó
a reír—. Me lees el pensamiento, preciosa.
—Es que te conozco muy bien. Y sobre lo de la organizadora no hubiera sido especial.
—Pues esto empieza muy bien —dijo comiéndosela con los ojos—. Estás tan hermosa que quitas el
aliento, futura señora Grifford. —Besó sus labios suavemente y todas suspiraron.
—Te quiero.
—No tanto como yo a ti. —Sus ojos verdes la miraron como si fuera suya y cogió su mano tirando de ella
fuera del apartamento
—¿Aun después de lo del coche?
—Son despistes a los que ya me he acostumbrado.
Sonrió radiante. —Tú también tienes lo tuyo, ¿sabes?
—No, soy perfecto. Pregúntaselo a mi madre. —Todas gruñeron entrando en el ascensor y Michael se
echó a reír.
Cuando llegaron abajo tampoco estaba la limusina azul cielo que se suponía que la llevaría a la Iglesia.
—Hija…
Gimió porque aquello empezaba a pintar fatal y se sonrojó con fuerza. —No sé lo que ha pasado.
—No pasa nada, iremos en taxi. —Michael levantó la mano y sus amigas la miraron como si fuera un
desastre.
—Es un ángel —dijo Steffany—. Qué mono. —Sus ojos bajaron hasta su duro trasero. —Muy mono.
—¡Oye, que es mío! —exclamó dándole un codazo.
Michael se volvió y las cuatro sonrieron inocentes. Él respondió a su sonrisa antes de llamar a otro taxi.
—Yo iré en el primero para llegar antes. Vosotras dar una vuelta y retrasaros unos minutos. —Le dio un
rápido beso a Sara en los labios y se subió a su coche a toda prisa.
—¡Voy contigo! —gritó Judith—. En el otro no hay sitio para las cuatro.
—Muy bien, vamos —dijo él dejándole espacio.
—Vamos, vamos… —dijo su madre—. Cuidado al entrar con su vestido, no rasguéis el encaje que es muy
delicado y romper el vestido trae muy mal fario.
—Mamá, todo está bien.
—Eso ya lo veremos.
—¿Qué has dicho?
Su madre se hizo la loca. —A la Iglesia de Santo Tomás de la Quinta Avenida.
—Uy tía, se te ha caído un poco la flor del pelo.
—Arréglalo —dijo histérica—. Tengo que estar perfecta.
—Mamá relájate.
Su prima colocó la flor verde que llevaba en su cabello pelirrojo intenso. Esta vez se había pasado con
el color del tinte, pero no pensaba decir ni pío. Sara se inclinó hacia delante. —¿Puede dar una vuelta no
vaya a ser que lleguemos antes que el novio?
—Por supuesto.
—Gracias.
—Qué nervios, qué nervios. Hija habrás hablado con el cura, ¿no? —Sara volvió la cabeza hacia ella
demostrando que su comentario no le había gustado un pelo. —Era por saber…
—Claro que sí, mamá. Estuve ayer mismo con él aguantando el tostón que me soltó sobre lo importante
que era el sacramento del matrimonio.
—Pues eso es lo más importante. Que haya cura.
Estaba claro que pensaban que Michael podía arrepentirse en cualquier momento. —Me quiere,
¿sabéis? Con locura.
—Sí, claro que sí —dijeron en coro como si hablaran con una loca.
—¡Qué si me quiere! ¡Y vamos a ser muy felices juntos!
—Prima, ¿estás nerviosa?
—Me ponéis vosotras, yo estaba muy tranquila.
—Uy, qué mentira…
—¿Sabes lo que tienes que hacer?
—Sí, colocar las damas de honor para que se vea la imagen en los vestidos. —Le puso la palma de la
mano delante. —¿Ves? Aquí están todas apuntadas por orden.
Lo tenía tan cerca que no veía nada y cuando entrecerró los ojos su prima apartó la mano. —Así que
relájate.
El taxista empezó a dar vueltas a lo tonto. —Ya está bien, puede ir a la iglesia —dijo muy nerviosa.
—Enseguida llegamos —dijo su prima intentando calmarla.
Se mantuvo en silencio apretando el ramo entre sus manos pensando lo que diría su suegra al ver a su
hijo y a la novia bajar de un taxi. Nada bueno, seguro. La pondría verde y criticaría la flor de color que
llevaba su hijo en la solapa como todo lo demás. Había que ser realista, no la tragaba e intentaba meter
mierda en su relación cada vez que podía. Lo de los coches había sido una metedura de pata que todavía
no entendía. Ella se había organizado apuntándolo todo. Estaba claro que algún papelito se le había
despistado. El taxi se detuvo ante la iglesia y vio a un montón de invitados que no conocía de nada. Todos
vestidos muy pijos, y eso hacía destacar a sus amigos que más de sport estaban a un lado. Gimió al ver el
pelo violeta de Jeremy que iba vestido como cualquier otro día con unos vaqueros viejos y rotos. Eso sin
mencionar la camiseta que estaba para tirar, le iba a matar. Entonces se dio cuenta de algo, ¿por qué no
estaban dentro? Madre mía, ¿y ahora qué? Abrió la puerta del taxi y salió. Jeremy se acercó a toda prisa y
ella susurró —¿Qué pasa?
—Queda media hora.
Perdió todo el color de la cara. —¿Qué?
—Hay un funeral —respondió divertido—. Quien imprimió las invitaciones se equivocó en la hora.
—Ay, Dios mío…
—Sara… —Giró la cabeza lentamente para ver llegar a Michael que se acercaba y no estaba muy
contento. Y su madre iba detrás vestida impecablemente con un vestido de gasa rosa palo y una pamela a
juego. —Nena, hemos llegado temprano.
Forzó una sonrisa. —Así nos conocemos un poco.
—Mi abuelo se ha dejado la silla de ruedas en el coche y no tiene donde sentarse.
En ese momento llegó el coche fúnebre y se puso tras ellos. —Mira, este sí que tiene transporte —dijo
su suegra con mala leche.
—Mamá, por favor…
—¡Esto es inconcebible! —exclamó Rose antes de alejarse hacia su padre que estaba sostenido por su
asistente.
—Lo siento.
—Mi jefe tiene un cabreo de primera —siseó mosqueadísimo.
Quiso morirse. —¿Y eso?
—Uno de tus amigos le ha insultado.
Se llevó la mano al pecho de la impresión. —¿Y eso por qué?
—¡Yo qué sé! Algo de que su mujer mata animales.
Vio que la señora Williamsburg llevaba una estola de piel de zorro y gimió. —Ese ha sido Lewis.
—Nena, controla a tus amigos.
—Hablaré con ellos, ¿vale?
—Van a fastidiarnos la boda.
Se volvió para ir a hablar con su jefe y ella dejó caer los hombros. —Perfecto.
—Tranquila, ya he hablado yo con ellos —dijo Jeremy acariciando su hombro.
—Gracias.
En ese momento varios hombres de negro empezaron a sacar el féretro. —Dios mío… —susurró su
madre antes de santiguarse—. Mal fario, mal fario.
—Tía no digas eso.
Se apartaron para que metieran el féretro dentro del coche y ella gimió por la viuda que lloraba
agarrada a dos adolescentes que era evidente que eran sus hijos. —Debía ser joven.
Cuando se fueron, se quedaron ahí de pie mientras los floristas pasaban casi corriendo con los ramos de
flores de colores que ella había encargado. Un jadeo de su suegra le llamó la atención y vio su cara de
horror. —Le han encantado —dijo su prima divertida.
—Eso es evidente. Ya verás cuando entre en el restaurante.
—Vamos, vamos… Entremos en la iglesia —dijo su madre.
Su suegro se acercó a ella y sonrió. —Chica, tú sí que sabes llamar la atención. —él le dio un beso en la
mejilla. —Estás preciosa.
—Siempre tan amable. —Le guiñó un ojo. —Esto ha empezado fatal, ¿eh?
Su suegro se echó a reír mientras los invitados entraban en la iglesia. Su prima ordenaba a las damas
de honor y las colocaba al lado de sus parejas, casi todos amigos de Michael. El novio en la puerta
intentaba organizarlo todo y a ella le entristeció lo tenso que estaba. —La he fastidiado, está enfadado.
—Qué va. Son los nervios y desaparecerán cuando diga sí quiero.
—Eso espero.
—¡Michael ven aquí!
Mientras su suegro iba hacia su esposa, su madre la besó en la mejilla y pasó el dedo sobre ella para
quitarle el carmín. —Me voy a mi sitio.
—Gracias mamá.
—¿Por qué?
—Por soportarme estos días. He estado muy nerviosa con todo esto.
—Me lo he pasado genial. —La besó de nuevo y casi salió corriendo.
La camioneta de las flores desapareció y ella esperó allí sola a su suegro que la llevaría hasta el altar.
Miró al novio que observaba a su madre que se acercaba a él en ese momento. Este le sonrió y ella cogió
su brazo. —Mírame, cielo. No te enfades conmigo.
Michael se giró sin mirarla una sola vez antes de entrar en la iglesia y a punto de llorar tragó saliva
intentando no darle importancia. Eso no significaba que no la quisiera, solo estaba contrariado por todo lo
que había pasado. Su suegro se acercaba y ella forzó una sonrisa, pero de repente Michael gritó
alargando la mano. El impacto sobre el parabrisas fue brutal y volvió a sentir otro golpe sobre el techo del
coche para caer sobre la acera antes de quedarse sin aire. Sara sin saber lo que había pasado intentó
moverse, pero no pudo y asustada se dio cuenta de que le costaba respirar. Tosió y alargó la mano
confundida. —¿Nena? —Con la vista nublada vio al novio arrodillándose a su lado y cogiendo su mano.
—¿Cielo?
—Te pondrás bien —dijo pálido y muy asustado antes de gritar —¡Una ambulancia!
—No puedo… —Intentó respirar, pero casi no le llegaba aire y aterrada apretó su mano.
—No hables, preciosa.
No podía verle bien y sollozó. —Lo siento.
Angustiado se agachó sobre ella. —No tienes nada que sentir. Todo está bien.
—Te quiero. —Intentó respirar y al no poder apretó su mano queriendo aferrarse a él.
—No, Sara… No me dejes. —El aire no llegó y su mano cayó sobre su vientre haciéndole gritar
desgarrado de dolor. La cogió para abrazarla con fuerza. —Sara, no me dejes. Por favor, no me dejes… —
Enterró su rostro en su cuello. —Te quiero, nena. Te querré siempre.



Capítulo 2



Sara caminó por la neblina. Sorprendida se miró los pies desnudos. ¿Y sus manoletinas? Estiró la tela
de su vestido y vio que no llevaba el encaje sino una simple tela blanca. Parecía una túnica. Asustada
levantó la vista y dio otro paso sobre aquel suelo que parecía hecho de algodón. Entonces se dio cuenta de
que tenía un sueño muy raro o solo había otra opción. —Dios mío, ¿estoy muerta?
—Pues sí. —Una anciana de cabello platino apareció a su lado sobresaltándola y esta sonrió. —
Bienvenida, querida. —Hizo una mueca. —Menudo golpe, ¿te encuentras bien?
—¿Qué ha pasado?
—Te ha atropellado un coche. Un conductor que al parecer se dio a la fuga. Hay mucho cabrito por ahí.
—¿Qué?
—Una fatalidad.
—¿Qué? —gritó más alto—. ¡Esto no es justo!
—Ya, pero las cosas son así.
—No había llegado mi hora. —Asustada se llevó las manos a la cabeza apartando sus rizos pelirrojos. —
¡No había llegado mi hora! ¡Le había encontrado, me quería!
La mujer apretó los labios mirándola con tristeza. —Lo sé, por eso digo que es una fatalidad. Un
horrible momento para todos los tuyos que presenciaron tu muerte. Tu madre…
—Dios mío, mi madre —Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. —¿Cómo está?
—Muy triste como es lógico, pero tranquila que ella no te vio morir, se desmayó en cuanto te vio en el
suelo. No tenías muy buen aspecto.
—¡Me lo imagino, me habían atropellado!
—Oye, no te enfades conmigo, solo estoy aquí para ayudarte.
—¡No ha llegado mi hora! —le gritó a la cara antes de sollozar—. Tenía toda mi vida por delante… A su
lado…
La mujer sonrió con tristeza. —Por eso voy a ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿Cómo si estoy muerta?
—Ya, pero ella no. Todavía. —Miró hacia abajo y vio que el suelo se había despejado entre sus pies.
Abajo del todo se mostraba a una mujer de su edad rodeada de máquinas con un tubo que le salía de la
boca. —Se llama Monique y está a punto de que se acabe su tiempo.
La miró sin comprender. —¿Y?
—Pues que vas a entrar en su cuerpo y podrás regresar. —Sonrió encantada. —¿A que es una idea
estupenda?
—¡Es una idea de mierda! ¡No seré yo!
—¡Niña! ¿Sabes lo que me ha costado convencerles?
—¡Quiero mi cuerpo!
—Eso no va a poder ser.
—¿Por qué? —preguntó asombrada.
La mujer hizo una mueca. —Tu funeral fue hace seis meses. Como comprenderás volver con tu cuerpo
sería un poco raro.
Dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Seis meses? ¡Pero si me acabo de morir!
—Me costó un poco convencerles, así que te mantuvieron en una especie de limbo mientras se decidían.
—La mujer sonrió. —Pero a mí a machacante no me gana nadie.
—Madre mía, madre mía, madre mía…
—Además tu cuerpo no tenía arreglo. Ese sí.
Volvió a mirar hacia abajo. —¿Qué tiene?
—Tuvo un derrame cerebral y su alma… Digamos que quedó atrapada entre dos mundos y no quiere
volver. Era monja, está deseando encontrarse con su señor. Por sus buenas acciones se lo van a permitir y
eso es lo que vamos a aprovechar.
Dio un paso atrás. —Estoy soñando, ¿verdad? ¡Todo esto es una puta pesadilla!
—¡Niña, esa lengua!
—¿Me he muerto de verdad? —preguntó sorprendida—. ¿De verdad?
—De verdad de la buena.
Se tambaleó a un lado. —Me estoy mareando. —De repente apareció una silla tras ella y se dejó caer. —
¡Esto no puede estar pasando! —gritó medio histérica—. ¡Me iba a casar! ¡Iba a ser el día más feliz de mi
vida!
—Pues no empezó muy bien.
La fulminó con la mirada. —¡No sé qué pasó con los coches!
—Vale… —Cogió una silla que apareció de repente y se sentó a su lado dándole palmaditas en la mano.
Sara la miró como si fuera un bicho raro. —Estás en shock, puedo entenderlo.
—¿No me diga, señora?
—Llámame Camilla.
Se le cortó el aliento mirándola bien. —Es usted… La antigua dueña del piso de Michael.
Sonrió radiante. —La misma. Veo que te han hablado de mí.
—Cassandra no deja de hacerlo. La quería mucho.
—Y yo a ella. ¿Cómo está mi niña?
—Hace unos meses que no la veo. Está de gira con su marido, no podía venir a la boda.
—Sí, está muy liada con tanto niño y sus libros. Además, no hay que desatender al marido.
—Eso me dijo ella cuando me llamó para felicitarme por el anuncio de la boda. Y que no le quite ojo
porque es mucho más guapo que yo y hay mucha lagarta suelta.
—Esa lección se la di yo —dijo orgullosa—. ¿Y?
—Y que no debo mostrarme celosa, pero que a veces es inevitable. Y algo de unas escaleras que no
entendí bien.
—Lo de las escaleras es muy práctico de vez en cuando. Cuando las necesites lo entenderás.
—Ajá… Volviendo a lo mío…
—Pues ahí la tienes, solo tienes que decir que sí.
Miró hacia abajo de nuevo. —Parece entrada en carnes.
—Hacía pasteles. —Hizo una mueca. —Tendrás que ponerte en forma.
—Es morena, no se parece en nada a mí.
Camilla cogió su mano. —¿Crees que Michael se enamoró de tu físico?
Sollozó sin poder evitarlo. —Le encantaba mi pelo.
—Seguro que le encantaban muchas más cosas de ti.
—Eso decía. —Se limpió la nariz con la mano libre y de repente apareció ante ella un pañuelo. —
Gracias.
—Solo tienes que volver a conocerle y enamorarle. Ya lo has hecho antes, no es tan difícil.
Hizo una mueca porque todavía consideraba un milagro que se hubiera enamorado de ella la primera
vez. Si cuando la conoció pasaba tanto de todo que ni se depilaba las piernas. Todavía recordaba la mirada
de satisfacción en su rostro cuando se la encontró un día en el ascensor y se dio cuenta de que ya no tenía
pelo porque se había puesto un pantalón cortísimo mostrándolas casi enteras. En ese momento le robó el
corazón del todo porque se acercó y le susurró al oído —Bonitas piernas. —Casi se desmaya del gusto
dejando caer al suelo el maletín de arte que llevaba en la mano. Él rio por lo bajo y salió del ascensor sin
mirar atrás. Tan guapo, tan elegante… Tenía a todas las féminas del edificio revolucionadas, pero había
hablado con ella. Con ella. Es que casi ni se lo podía creer. Y así siguió durante unas semanas, pero un día
algo cambió.
Él hizo unas obras en su piso que casi la vuelven loca porque ella trabajaba en casa y después de diez
horas de golpes decidió salir casi chocándose con él que había ido a visitar la obra. Estaba enfadadísimo
porque los obreros se estaban retrasando y frustrado miró su carísimo reloj. —¿Quieres cenar conmigo? —
preguntó ella tímidamente.
La miró de una manera que le revolucionó la sangre. —¿Te has depilado?
Sin aliento respondió —De arriba abajo. Casi.
Él sonrió haciéndole temblar las piernas. —Es una invitación que no puedo rechazar.
Y ya no se habían separado. Un milagro. Un auténtico milagro porque él fue enamorándose y
dependiendo tanto del tiempo que pasaban juntos como ella. Recordó las risas, las conversaciones y la
complicidad que habían compartido. Se conocían tan bien que se entendían con una mirada y había
conseguido que pasara por alto todas sus meteduras de pata, todos sus despistes. —Eres una rareza en ti
misma —le había dicho una vez después de hacerle el amor tan apasionadamente que supo que no podría
amar a nadie más en la vida—. Y yo quiero algo único.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción y susurró que le amaba. Él sonrió y mostrándole un
colgante con un diamante en forma de corazón dijo —Entonces tendremos que casarnos, no vaya a ser
que te olvides de que me has entregado tu corazón y otro se te lleve. —Le guiñó un ojo. —Es para el
cuello, ¿sabes? Así todos esos hombres verán que eres mía y no lo mancharás de pintura.
Había chillado de la alegría abrazando su cuello. Las lágrimas corrieron por sus mejillas recordándolo y
se llevó la mano al pecho, pero no estaba, su colgante no estaba. —Fue perfecto.
Camilla sonrió con tristeza. —Lo sé. Lo he visto. Por eso no pensaba dejar que esto terminara así.
Tienes que volver y solo tienes esta opción. Aún tienes una oportunidad. No te des por vencida.
—No voy a darme por vencida. —Se levantó de la silla mirando hacia abajo. —¿Qué hago, me tiro?
—Antes tengo que advertirte…
La miró a los ojos. —¿Si?
—No debes decir nada. A partir de ahora eres otra persona y si le enamoras tendrás que hacerlo como
tu nuevo yo. No debes decirle la verdad. Pensaría que estás loca, está muy dolido por lo que ha ocurrido y
si te sinceraras sería peor.
Se mordió el labio inferior porque no sabía si sería capaz de guardar el secreto. —De acuerdo. Soy
Michelle…
—Monique…
—Suena a francesa. —Camilla levantó sus cejas platino. —¿Soy francesa? ¡No sé francés!
—¿Quieres dejar de quejarte?
—Perdona si me han matado el día de mi boda y no lo llevo demasiado bien.
La anciana chasqueó la lengua. —Mi Cassandra era mucho más dócil —dijo por lo bajo.
—¿Qué?
—¡Qué te tires ya!
—¿Me tiro? —Miró hacia abajo. —Tiene pinta de que está muy lejos.
—Estás muerta, ¿qué puede pasarte?
Tomó aire. —Tiene razón, como mucho me caeré de la cama si esto es un sueño. —Estiró la pierna
dejando el pie en el aire.
—Un momento.
La miró sorprendida y la mujer sonrió. —Dile a mi Cassandra que estoy muy orgullosa de ella.
—Camilla, ¿dónde estás?
Esta miró hacia atrás sonriendo. —Ya voy, amor. —De repente echó a correr a una velocidad impropia
de su edad dejándola con la palabra en la boca y como por arte de magia desapareció.
—Pero… —Miró el agujero y vio a aquella mujer allí al fondo. —Es un sueño, es un sueño y cuando te
despiertes Michael te va a comer a besos como cuando soñaste que te perseguía una hamburguesa. —
Tomó aire. —Bien, vamos allá.
Sintió un miedo espantoso, pero en su mente apareció el rostro de Michael sonriéndole después de
hacerle el amor y no lo pensó. Se dejó caer y cuando el fuerte aire le dio en la cara asustada abrió los ojos
como platos gritando al darse cuenta de la velocidad a la que caía. Se iba a dar una leche de cuidado. Por
instinto se cubrió la cara con los brazos y gritó desgañitada una y otra vez antes de parpadear viendo una
peca enorme encima de la ceja de esa mujer. Porque era una peca, ¿no? Gritó del horror al ver que era
una verruga gigantesca. ¡Iba a matar a la vieja! Cayó sobre ella y suspiró cuando todo se volvió negro.
Bueno, ya estaba. Se volvió acomodándose y de repente sintió como si todo a su alrededor se ajustara.
Frunció el ceño y levantó la mano llevándosela a la mejilla. ¡Menudos mofletes tenía! Intentó abrir los
ojos, pero tenía los párpados pegados con algo. Mierda. Entonces lo sintió y se llevó la mano al cuello.
Algo le obstruía la garganta. Ah, el tubo que había visto antes. Tranquila, puedes respirar. ¿Hola? ¿Hay
alguien ahí? ¿Dónde estaban los médicos? Se llevó la mano al párpado izquierdo y tocó el pequeño apósito
quitándoselo con cuidado para abrir el ojo. Miró a su alrededor, estaba sola en una habitación con un
enorme crucifijo delante. Hizo una mueca, a partir de ahora iba a tener que empezar a creer en Dios. Le
había dado el gusto a su suegra casándose en una iglesia, aunque ella en el pasado no creía en nada de
eso. Había que ver lo equivocada que estaba. De ahora en adelante iba a ser de esas que iban a misa
todos los domingos, claro que sí. Llevó la mano a su otro ojo y se quitó la otra tirita que le impedía ver. Sí,
estaba sola. Con esfuerzo se sentó en la cama. Uff, no tenía ninguna fuerza. Al verse esos rechonchos
dedos de los pies y esas uñas que no habían visto una pedicura en la vida por poco le da un infarto.
¡Menudos mejillones! Tiró de la sábana hacia arriba para ver unos pelos negros como escarpias en unas
piernas que tenían mucha falta de crema hidratante. Puso los ojos en blanco. Aquel cuerpo necesitaba
mucho trabajo, mucho, mucho trabajo para que Michael la mirara dos veces. Se llevó la mano a la cabeza
y jadeó al notar que tenía el cabello corto a lo chico. No, no lo tenía corto. ¡Tenía una zona en la que no
había nada! Leche, ¿es que no había otra casi muerta en mejores condiciones? ¡Arreglar aquello iba a
llevarle un tiempo precioso que no tenía!
La puerta se abrió de golpe y miró hacia allí para ver a una enfermera con un gorrito con una cruz roja,
que chilló del susto dejando caer la bandeja antes de salir corriendo despavorida. Esa no pensaba que iba
a salir adelante, pero iba a salir. Sus ojos azules se entrecerraron. Iba a salir e iba a conseguirle de nuevo,
claro que sí. Después de tener otra oportunidad no pensaba desperdiciarla.



Capítulo 3



Estaba tumbada de nuevo cuando la enfermera regresó. Lo hizo con varios médicos que asombrados
empezaron a hablar en francés a su alrededor y parecía que estaban discutiendo. Frunció el ceño y cogió
al que tenía más cerca de la bata acercándole lo que pudo y se señaló la garganta con el dedo índice.
Empezaron a discutir de nuevo y ella puso los ojos en blanco. Aquello iba para largo. Mierda, tenía que
haber prestado más atención en las clases de francés del instituto, pero a ella solo le había interesado el
arte. Mientras discutían levantó sus manos y se las miró. Esperaba poder pintar como antes porque si no
sería como si le arrancaran los brazos. Pero ahora tenía que centrarse en lo que más le importaba, así que
llevó la mano al aparato aquel que le salía de la garganta y empezó a tirar.
—¡Non! —gritaron todos con horror.
Mira, eso lo había entendido. Un hombre mayor dijo algo y el que tenía más cerca empezó a quitarle las
tiras que estaban pegadas a la comisura de su boca. Dijo algo en francés y sin tener ni idea de lo que
quería decir levantó una ceja. Él hizo como que respiraba hondo y ella lo repitió. Él sonrió mientras los
demás murmuraban y el tubo salió poco a poco de su garganta liberándola. Miró a unos y a otros
sentándose en la cama. —¿Alguien habla inglés?
Varios dejaron caer la mandíbula del asombro y se miraron los unos a los otros antes de asentir. Ella
sonrió mostrando su perfecta dentadura. —Genial. Tengo hambre.


En su celda la hermana Marguerite se acercó. —¿Estás segura de esto?
—El señor me ha dado otra oportunidad —dijo dulcemente como siempre mientras bajaba la camiseta
que cubrió su enorme vientre—. Tengo una misión y debo buscar en dónde se me necesita.
La mujer que tenía sesenta y tres años sonrió uniendo sus manos ante su hábito gris. —Que Dios te
ilumine y guíe tu camino.
—Más me vale —dijo por lo bajo cogiendo la vieja mochila que habían encontrado en algún lugar del
convento. Hizo una mueca porque no tenía un dólar y en la mochila solo llevaba ropa de segunda mano
que le habían dado en la parroquia. Que vida llevaban esas mujeres, era para ponerles un altar a todas.
No solo trabajaban de sol a sol ayudando a los sin techo, sino que también les daba tiempo para rezar,
para hacer pasteles que luego vendían e incluso bordaban manteles y lo hacían como los ángeles. Por algo
las llamaban las protectoras del Corazón de Cristo porque tenían un corazón de oro.
La mujer sonrió. —Que ahora hables inglés será por algo. Igual deberías ir a Inglaterra.
—Me inclino por ir un poco más lejos.
La mujer asintió dándolo por bueno. —El señor te guiará.
—Creo que me iré a Nueva York.
—Oh, allí hay mucho vicio y perdición.
—Eso seguro. Allí hay de todo, algo encontraré.
La mujer metió la mano bajo el hábito y sacó un sobre. —Hemos hecho una colecta para ti.
—Pero no puedo aceptarlo —dijo sonrojándose.
—Necesitarás el dinero. No es mucho, pero…
—No, de verdad, no me parece bien. Vosotras lo necesitáis mucho más que yo.
La hermana sonrió. —No nos hagas el feo. Además, el billete a América es muy caro.
—Me las arreglaré. —Se emocionó porque esa mujer no se había despegado de ella desde que había
despertado y la abrazó. —Gracias por todo.
—Gracias a ti —dijo la monja estirando el brazo y metiendo el sobre dentro de la vieja mochila—. Desde
que has vuelto has sido un rayo de luz en esta vida sombría.
Emocionada se apartó cambiando la mochila de mano y colgándosela al hombro. Cogió la gorra y salió
de la celda. Todas la esperaban para despedirse y se echó a llorar mientras la abrazaban deseándole
mucha suerte. Ella se despidió con el poco francés que había aprendido en esos meses en que su cuerpo
se había recuperado y se alejó caminando por el corredor de piedra. La puerta de la capilla estaba abierta
y se detuvo por última vez santiguándose para mirar el fresco que había hecho para agradecer su ayuda.
Su mejor obra. El Cristo en brazos de María con un estilo a Rembrandt que su profesor de arte se caería
de la impresión. Sonrió y caminó hacia la salida abriendo la enorme puerta de madera de estilo medieval
para llegar a la calle. Cuando cerró la puerta miró a su alrededor suspirando. Las calles del centro de
París estaban en plena actividad. París… Cuando se dio cuenta de que estaba allí no se lo podía creer.
Europa era arte en sí mismo miraras donde miraras y había disfrutado de sus pocas salidas como si fuera
una niña.
Después de caminar hacia el Sena pensó que debía planificarse. Debía buscar donde dormir y
necesitaba dinero. —Bueno, esto está chupado. Necesitas un lápiz y un block de dibujo.


Una semana después estaba dibujando lo que había quedado de Notre Dame después del incendio,
cuando alguien se puso tras ella. Distraída levantó la vista y un anciano sonrió diciendo algo en francés.
Ella forzó una sonrisa. —No hablo francés.
—Oh, ¿americana?
—Algo así. —Forzó la sonrisa aún más y siguió dibujando.
—Tiene una técnica increíble.
—Gracias.
—¿Dónde estudió?
Hala, ¿y ahora qué decía?
—Soy… autodidacta. —La sorpresa en su rostro fue evidente. —Antes fui monja, ¿sabe?
—Incroyable.
—¿Qué?
—Es increíble lo que ha evolucionado usted sola.
—Gracias.
—¿Le da para vivir?
Hizo una mueca porque pagaba la pensión a duras penas y eso que la colecta de las hermanas le había
servido de mucho. Pero ese poco dinero se estaba acabando y allí no se vendía demasiado porque había
numerosos artistas en la ribera del Sena. Los turistas preferían los cuadros baratos para llevarse un
recuerdo. —No muy bien.
Él observó los dibujos que tenía expuestos para la venta. —¿Domina el óleo?
—Domino cualquier técnica —dijo con seguridad.
—¿De veras? —preguntó divertido antes de alejarse. Habló con un hombre que estaba unos metros más
allá y le dio unos billetes. Este le dio un maletín y un lienzo en blanco. Incluso le dio el caballete y se
acercaron con ello poniéndoselos delante. —Sorpréndeme.
Tener pinturas de calidad después de tanto tiempo casi la hace llorar de gusto y maravillada cogió los
pinceles de la mano del hombre. —¿Hago lo que quiera?
—Quiero que me sorprendas.
—¿Esto es un concurso de la tele?
Él hombre se echó a reír y se cruzó de brazos. —Estoy esperando, señorita.
Con muchas ganas se levantó abriendo el caballete y puso el lienzo mirando hacia ella antes de
sentarse de nuevo en el muro y empezar a pintar. El hombre frunció el ceño porque no miraba nada más
que el lienzo y separó los labios de la impresión al ver el dominio del pincel al mezclar los colores. Ella
forzó una sonrisa sin dejar de mirar el lienzo. —Voy a tardar un poco.
—Esperaré.
Asintió y siguió pintando. Varios artistas se acercaron a ella y miraron el lienzo asintiendo. Al mirarle a
él varias veces supo que estaba haciéndole un retrato. Eso no podía ser. No le había vuelto a mirar una
sola vez. Aquello iba a ser un desastre.
Dos horas después estaba flanqueada por un montón de gente que miraba el cuadro y de repente
sonrió. —Ya está.
—Estoy deseando verme.
Le miró indignada. —¡Me ha fastidiado la sorpresa!
Sonrió y le hizo un gesto a los artistas que se alejaron de inmediato. Se aproximó a ella poniéndose a su
lado. La fuerza de su retrato le impactó. No solo había captado su expresión si no también su espíritu. Sus
ojos grises brillaban con curiosidad y no se le había escapado ni una sola arruga de su rostro. Incluso
había captado la suave brisa que había despeinado ligeramente su cabello blanco. —Impresionante.
Sonrió radiante. —Gracias. Tenga cuidado, aún está fresco.
—¿Para mí?
—Por supuesto que es para usted. Gracias por dejarme pintarle. Si hubiera tenido más tiempo hubiera
sido más detallada, pero no quería que se quedara ahí de pie otra hora.
Él levantó una de sus cejas blancas. —¿Más detallada? Niña, ven conmigo.
Le miró de arriba abajo. —¿Perdón?
—Es Phillip Dubois —dijo impresionado uno de sus colegas—. Corre tras él. Es el marchante de arte
más importante del país.
Se le cortó el aliento. —¿Lo es?
El hombre le guiñó el ojo alejándose. —¿Vienes, niña? —Corrió tras él. —Mi cuadro.
Regresó corriendo y cogió el cuadro con todo lo demás a toda prisa mientras el hombre se alejaba. —
¡Espere!
—Ya he esperado bastante.
Metió todo lo que pudo en la mochila y cogió el cuadro antes de correr tras él. Dichosos kilos, lo que le
estaba costando quitarlos y eso que ya había adelgazado seis, pero aún le faltaban veinte por lo menos.
No pensaba comer un bollo nunca más en la vida. —Espere, por favor —dijo sin aliento. El hombre sonrió
cuando llegó a su lado—. ¿A dónde vamos?
—A mi casa.
Tenía la sensación de que si quería regresar a América él podría ayudarla, así que le siguió sin decir ni
pío. —Al parecer no dudas de mis intenciones.
—No soy una belleza, así que no creo que quiera seducirme y además necesito la pasta. A no ser que
sea un pervertido o un asesino en serie iré con usted al fin del mundo como si fuera una lapa.
Él se echó a reír. —Nos vamos a llevar muy pero que muy bien.
—Eso no lo dudo, monsieur.


La llevó hasta un edificio en estilo victoriano que era tan hermoso que robaba el aliento y abrió la
enorme puerta para dejarla pasar. —Vamos, niña. Aprisa.
Asintió levantando la vista para admirar los hermosos frescos del techo, que aunque necesitaban una
buena restauración eran impresionantes. El hombre se dirigió hacia una gran escalera de mármol y
empezó a subir. Corrió tras él siguiéndole y cuando llegaron al primer piso él abrió otra puerta enorme.
Allí había una mujer sentada tras una mesa y esta le iba a decir algo, pero el hombre la interrumpió
levantando una mano. Rodearon la mesa y abrió otra puerta haciéndola pasar. Dio un paso a lo que
parecía un gran despacho y con curiosidad caminó hacia una mesa que parecía del siglo diecisiete y
estaba llena de documentos.
—¿Tu nombre?
Iba a decir Sara, pero se mordió la lengua antes de responder —Monique. Monique Malthieu.
La miró de arriba abajo y negó con la cabeza. Ella que sostenía con dos dedos el lienzo por el interior
forzó una sonrisa. —¿Dónde dejo esto?
—Apóyalo cerca de la ventana.
Ella lo hizo con cuidado de no manchar nada y cuando vio que la pintura de la nariz se había movido un
poco pasó el dedo por ella haciendo una pincelada perfecta. —Perdón, casi lo estropeo.
Él la observaba como si fuera una rareza y se sonrojó. —¿Y ahora qué hago?
Se sentó en su sillón de cuero tras el escritorio y juntó las manos. —Tu inglés es perfecto y no sabes
francés. ¿Qué está ocurriendo aquí?
—Pues no lo sé muy bien. —No entendía nada y decidió decir lo que decía a todo el mundo. —Estuve en
coma y me desperté así. Pintando y hablando inglés. —Se encogió de hombros. —Tampoco es tan raro.
Dicen que el cerebro es un misterio que tardará en resolverse.
—¿Y tu familia qué dice?
—No tengo… —respondió incómoda—. Era monja. Huérfana desde pequeña. Hace unos meses tuve un
problema de salud y me quedé en coma.
Él frunció el entrecejo mirando el cuadro y entonces abrió los ojos como platos. —Merde.
—Eso lo he entendido. Oiga…
El hombre empezó a rebuscar en sus papeles y de repente sacó un folleto. Al ver su foto en la
contraportada gimió cerrando los ojos. —¡Sara O’Neill! ¡Sabía que había visto esas pinceladas en algún
sitio! ¡Estaba en Nueva york cuando falleciste para hablar contigo! ¡Fui a tu entierro para intentar
comprar tus cuadros!
Se quedó en shock. —¿Qué?
—¿No te das cuenta de lo que ha pasado? —Fascinado se levantó. —De alguna manera te ha transmitido
su don al morir.
—¿Su don?
—Es un milagro.
—Uy, uy… Yo me voy que le toca su medicación.
—Dime una cosa. ¿Pintabas antes?
—¿Antes?
—Antes de ese problema de salud, ¿pintabas?
—Oh, sí. Pintaba un montón.
—¡Antes me dijiste que no!
—Antes pintaba para mí nada más.
—Así que ahora quieres mostrar tu arte… ¿Y lo del inglés? ¿Por qué no hablas francés?
Era muy listo.
—Ni idea. Mi médico…
—Déjate de paparruchas. —Entrecerró los ojos. —¿Sara? Sara O´Neill, ¿estás ahí?
Bufó yendo hacia la puerta.
—Yo puedo ayudarte. Puedo mostrar tu arte al mundo.
Se detuvo en seco con la mano en la manilla de bronce y le miró sobre su hombro. —Puedo hacer de ti
la mejor pintora del siglo. Llevas esperando esta oportunidad mucho tiempo. Has trabajado muchísimo y
si has vuelto es porque te quedan cosas por hacer.
Apretó los labios volviéndose. —Tengo que regresar a Nueva York.
Él separó los labios. —Tu novio. El hombre con el que ibas a casarte.
Sus ojos azules mostraron su dolor. —Tengo que recuperarle.
—Le conocí en el funeral. —La miró de arriba abajo y chasqueó la lengua. —Sara…
—No me llame así —siseó acercándose—. ¿Está loco? ¿Quiere que nos encierren a los dos por haber
perdido un tornillo?
—¿Te has visto?
—¡Todos los días en el espejo! ¡Ya lo sé! ¡Estoy horrible! —De repente se echó a llorar y él se acercó a
toda prisa para abrazarla. —Lo he perdido todo.
—No, no lo has perdido todo. Tu alma está contigo y con ella todo lo que eres. Arreglaremos el exterior
y curaremos tu interior. Yo te ayudaré.
—¿Por qué? ¿Por mis cuadros?
Él sonrió con tristeza y cogió su mano volviéndola. Había un cuadro colgado en la pared. Era una
hermosa mujer rubia de unos veinte años. —Era Josephine. Murió hace cuarenta años.
—¿Era su novia?
—Mi esposa. Falleció al año de casarnos.
Se volvió para ver su triste sonrisa. —Lo siento.
—Si hubiera vuelto… Hubiera dado todo lo que tengo porque hubiera vuelto.
—¿Aunque fuera distinta?
—La hubiera reconocido en cualquier parte.
Ella volvió la vista hacia el cuadro. —Si hubiera vuelto como yo no la reconocería. —Sorbió por la nariz.
—Michael ni me mirará dos veces.
—Cuando te vea realmente se dará cuenta como lo he hecho yo.


Ante la empresa donde trabajaba Michael se miró discretamente en la ventanilla del coche que estaba
aparcado a su lado y se pasó la mano por encima de la ceja. Menudo trabajo había hecho el cirujano con la
cicatriz de la verruga, no se notaba nada. Era un genio porque la liposucción que le había realizado en el
abdomen y en el trasero había sido casi un milagro. No era tan delgada como antes, pero no estaba mal
del todo. Con el ligero vestido de flores que llevaba ese día no estaba nada mal. Lo que no tenía mucho
arreglo era su cabello que aún estaba muy corto, pero al menos no se le veía la cicatriz de la cabeza. Tomó
aire y con su portafolios de arte en la mano cruzó la calle. El portero le abrió la puerta y ella sonrió. —
Gracias.
—De nada, señorita.
Caminó hacia la recepción y dejó la enorme carpeta sobre el mostrador. —¿Le pueden entregar esto a
Michael Grifford? Se lo hubiera dejado en su casa, pero tengo entendido que se ha mudado —dijo
disimulando el nudo que tenía en la garganta desde que se había enterado por Ramón, el portero de su
edificio, que al no soportar lo que había pasado había vendido su piso. El piso en el que vivirían y que
estaba lleno de cuadros suyos.
—Puede dárselo usted misma —dijo la chica señalando tras ella—. Ahora sale a comer.
Se le cortó el aliento volviéndose y le vio salir del ascensor hablando con James, su mejor amigo. Su
corazón saltó en su pecho después de tanto tiempo sin verle. Había adelgazado y su expresión era más
dura y eso la enterneció porque demostraba que había sufrido mucho más que ella. Pasó ante la recepción
sin mirarla siquiera y eso la hizo reaccionar. —¿Michael?
Se detuvo en seco y se volvió de golpe frunciendo el ceño al mirarla. —¿Si?
—Tengo algo para ti —susurró sin poder evitar comérselo con los ojos.
—¿Perdón?
Reaccionó en el acto y cogió la carpeta. —Era de Sara.
Él perdió el color de la cara totalmente y se acercó.
—Oiga, ¿cree que esta manera es la mejor de darle algo de su prometida? —preguntó su amigo muy
tenso.
—Déjalo James. —Se acercó a ella. —¿Qué es?
—Son unos bocetos que se dejó en mi casa. Yo he estado en Europa y no me he enterado… Hasta esta
semana. Fui a su antigua casa, pero en su piso no hay nadie y tú ya no estabas. No sé la dirección de su
madre.
—Su madre se ha ido a California con su prima.
Separó los labios de la impresión. —¿California?
—Le ofrecieron un trabajo allí y después de lo que pasó… —Él miró la carpeta y la acarició. —Gracias
por molestarte.
—De nada —dijo impresionada por su dolor.
Cogió la carpeta y pasó ante James. —Esta tarde no vengo a trabajar…
—¡Pero Michael, tenemos la reunión con Boggosian!
Salió de la empresa a toda prisa y su amigo la fulminó con la mirada. —¡Perfecto, esto es perfecto!
¡Tienes la delicadeza en el culo, guapa! ¡Ahora que empezaba a recuperarse, tienes que llegar tú con esos
putos dibujos! ¿No se te ha ocurrido que podrían alterarle?
Sin dejar de mirar a Michael caminó hacia la salida pasando de él. —¡Eh, que te estoy hablando!
Salió del edificio y cuando él entró en un taxi corrió levantando un brazo. Un taxi se detuvo, pero
cuando miró a la carretera había tantos taxis que ya no sabía cuál era el suyo. —¿A dónde, señorita?
Bufó dejándose caer en el sillón. —Lléveme a Times Square. A la galería Dubois.
—Sé donde está.
—Gracias —respondió con la mirada perdida. El taxi se detuvo al lado de otro y vio el perfil de Michael
robándole el aliento. Observaba un dibujo suyo que ella había hecho hacía dos días. Michael se acababa
de despertar y le sonreía. Recordaba ese momento perfectamente y por su expresión él también. Cuando
vio que rompía el dibujo por la mitad se llevó la mano al pecho de la impresión por la furia con que los
rompía todos antes de salir del taxi dando un portazo mientras el chófer gritaba que le debía pasta.
Impresionada por su dolor sollozó tocando el cristal con las yemas de los dedos. —Lo siento, mi amor. Lo
siento muchísimo.
Minutos después, aún llorando entró en la galería y Phillip que salía de su despacho en ese momento
apretó los labios antes de acercarse y abrazarla. —¿No ha ido bien?
—Casi no hemos hablado. Se ha llevado los dibujos y he visto como los ha roto. —Él acarició su corto
cabello. —Esto no va a funcionar.
—No desistas todavía.
—Le estoy haciendo daño.
—Por el bien de los dos. Solo por el bien de los dos. Ven, para que te alegres un poco te voy a enseñar
todo lo que hemos avanzado. —Se apartó cogiendo su mano y tiró de ella hacia la sala de exposición. Los
obreros estaban recogiendo y la sala totalmente blanca era impresionante. Levantó la vista hacia la
iluminación. Cada foco podía redirigirse con un control remoto e iluminaría cada cuadro según sus
necesidades. —¿Te gusta?
—Es maravilloso, Phillip, pero…
Levantó su barbilla para que le mirara a los ojos. —¿Pero qué?
—Te estás gastando todo tu dinero en mí. Las operaciones, el estilista, la ropa y ahora te has comprado
la galería. Y…
—Me lo devolverás con creces con las comisiones de tus cuadros. Y no me defraudarás porque no dejas
de trabajar. ¿Qué más te preocupa?
—¿Tan seguro estás de mí?
—Totalmente. Ya lo estaba antes de… ya me entiendes, por eso vine a Nueva York.
Suspiró apartándose y caminando por la sala pensando en que todo aquello era una locura.
—Lo que te pasa es que estás decepcionada. ¿Acaso querías que cayera rendido a tus pies? Está hecho
polvo después de lo que ocurrió. Fue un shock.
—Lo sé, he visto su dolor. —Dándole la espalda se cruzó de brazos porque por mucho que lo había
pensado no se imaginaba realmente cómo estaba Michael.
—Y no te lo esperabas. —Él se acercó y la cogió por los hombros. —No esperabas que te quisiera tanto,
¿no es cierto?
—En mi interior siempre tuve miedo a que su amor no fuera real. A que se despertara un día y pensara
qué hago con esta loca que ni recuerda el día en el que vive. —Sonrió con tristeza. —Creía que no era
suficiente para él.
—Lo mismo que piensas ahora. —Se volvió sorprendida y él sonrió con tristeza. —¿O no es así? No te
sientes lo bastante atractiva, no te sientes lo bastante mujer para estar a su lado, cuando más de uno casi
se queda bizco al verte pasar.
—¡Es por estos pechos! —protestó—. ¡Ese cirujano no tenía que haberlos dejado ahí! —Phillip carraspeó
mientras dos obreros la miraban como si estuviera loca. —¡Son incómodos y a él no le gustan!
—Créeme, no hay hombre al que no le gusten.
—¿Eso crees? —Dejó caer los hombros. —Es que no soy yo.
Él sonrió. —No, eres la nueva tú. ¿Si hubieras tenido un accidente en el que hubieras quedado
desfigurada él que hubiera hecho? —Se sonrojó con fuerza por lo primero que había pensado y Phillip
preocupado dijo —No fastidies.
—Me quería, pero no sé si tanto. Cuando hablas de desfigurada, ¿hasta qué punto?
—Tienes que dejar a un lado tus inseguridades porque sino no vas a conquistarle de nuevo.
—¡Si ni sé cómo lo hice la primera vez!
—Pero ahora tienes la ventaja de que ya conoces lo que le gusta. —Se le cortó el aliento. —Lo que odia y
lo que le agrada, lo que le vuelve loco en la cama, todo eso es una gran ventaja, te lo aseguro.
—No sé cómo acercarme a él. Hoy parecía tonta.
—Fue la primera aproximación, se te pasará.
—Más me vale porque yo le sigo queriendo, aun más si eso es posible y no puedo vivir sin él —dijo
angustiada.
—Entonces tendrás que poner todo de tu parte para conquistarle, ¿no crees?



Capítulo 4



Al día siguiente a las cinco estaba ante la empresa de Michael lista para seguirle a su casa. Phillip había
alquilado un coche y allí estaba esperando a que saliera. Tardó dos horas más en salir y se le cortó el
aliento cuando con él salió una rubia preciosa de largo cabello hasta el trasero. Llevaba un vestido rojo
que enfatizaba su belleza y por su Birkin era evidente que tenía dinero, mucho dinero. Cuando él sonrió
sintió que los celos recorrían su vientre. —Esto era lo que me faltaba. ¡Estupendo Michael! ¡Esto es
estupendo!
Al darse cuenta de que iban a coger un taxi arrancó a toda prisa y se fijó en la publicidad que llevaban
encima del vehículo para no perderle de nuevo. Salió a la carretera casi chocándose con otro coche y se
puso detrás. El taxi puso el intermitente a su izquierda y ella hizo lo mismo. A través de la luna trasera vio
como ella se acercaba a él y le daba un beso en la mejilla. Sintió que el alma se le caía a los pies. —¡No,
no! —Sus ojos se llenaron de lágrimas y cuando él pasó su brazo por sus hombros quiso morirse porque
sabía que la estaba besando. ¿Qué esperaba? Había pasado un año y él tenía que seguir con su vida.
Además, era un hombre muy sexual y seguro que había habido otras. Muchas otras, pero la quería a ella.
Todavía la quería. El taxi se detuvo y ella lo hizo a cierta distancia tras él. Cuando salieron él pagó a
través de la ventanilla del coche y la cogió de la mano para entrar en un restaurante. Sollozó por ese acto
de intimidad y recordó lo especial que se sentía cuando le cogía la mano. Aunque ella casi no iba a ningún
sitio. Siempre tenía un cuadro a la mitad o estaba deseando hacerle el amor cuando llegaba a casa.
Siempre que insistía en salir ella tenía una excusa y era porque no quería compartirlo con nadie. Pero era
evidente que en cuanto ella había desaparecido había vuelto a su vida. A salir con sus amigos y quedar
con mujeres como cuando no estaban comprometidos. Sintió que la rabia y la pena la recorría por todo lo
que había perdido y que ahora disfrutaba esa. Con ganas de pegar cuatro gritos apretó el volante con
fuerza. —Paciencia Sara. —Se pasó la mano por la mejilla borrando las lágrimas y tres golpes en la
ventanilla la sobresaltaron. Al ver a un policía gimió y bajó la ventanilla. —¿Si?
—¿Se encuentra bien?
—Oh, sí. Un disgusto de nada.
—Si no puede conducir…
—¿No puedo quedarme aquí?
—No, señorita. Aquí no se puede aparcar. Si no se encuentra con fuerzas para conducir debe dejar el
coche y llamaré a una grúa.
Asintió. —No, estoy bien.
Él sonrió con pena. —Pues debe circular, lo siento.
—Gracias.
Salió al tráfico con cuidado. —Mierda. —Vio que el policía la observaba antes de subirse a la acera y se
preguntó qué hacía ahora. Bueno aun tardaría una hora como mínimo en salir del restaurante. Dejaría el
coche en un parking y tendría que arriesgarse con un taxi. Si le perdía lo intentaría una y otra vez hasta
que se enterara de su dirección.


Seis días después

Michael cogió por la cintura a la morena y cuando le dijo algo al oído esta rio. Sus dientes rechinaron.
—Pues no se le ve muy apenado por su prometida muerta, no. Será cabrito. ¡Cuatro mujeres distintas en
seis días! ¡Y eso que no me enteré de lo del fin de semana! ¡Es que no tiene filtro!
—Bueno, esa es otra ventaja para ti.
Phillip sentado a su lado reprimió la risa y ella le fulminó con la mirada. —No tiene gracia.
—Corre, que se suben a un taxi. —Un par de minutos después su amigo dijo —No debes preocuparte,
son para distraerse.
—¡Qué se ponga una película!
Phillip carraspeó. —Niña algunas cosas no las suple una película. Se está desfogando.
—¿Ves que yo me desfogue? No, ¿verdad? —preguntó alterada deteniendo el coche en otro restaurante
de moda—. A saber lo que come.
Phillip no lo soportó más y se echó a reír a carcajadas. —¡Muy gracioso, me refería a la cena!
—No tienen importancia, niña. Era contigo con quien iba a casarse.
—Es que se me retuercen las tripas imaginándolos… ¡No quiero ni pensarlo!
—Pues para no querer pensarlo no dejas de hablar de ello.
—¿Acaso no puedo desahogarme?
—Claro, niña. Tú a lo tuyo.
—Gracias.
—Es lo que tiene perseguir a tu novio y ver lo que no debes.
—¿Y qué quieres que haga? ¡Llevo días intentando averiguar donde vive, pero cada noche duerme en
una casa distinta!
—Igual deberías buscar otro método de acercamiento.
—Estoy abierta a cualquier sugerencia.
—¿Y un encontronazo como por casualidad?
—Claro, como le caigo tan bien después de dejarle los dibujos de su novia muerta… Eso si me recuerda,
claro.
—¿Y qué pretendías?
—Buscar un piso en su edificio y después… Acosarle básicamente.
—No es mala idea. ¿Eso fue lo que hiciste la otra vez?
—Me hacía la encontradiza. Siempre estaba con la oreja pegada a la puerta. —Él rio por lo bajo. —
¿Qué? Era la única manera de que habláramos y al final lo conseguí, ¿no?
—Con lo tímida que eres tuvo que ser toda una hazaña.
Levantó la barbilla orgullosa. —Pues sí. Di lo mejor de mí misma. Hasta me depilé las piernas con lo que
duele eso.
La miró con horror. —¿No te depilabas las piernas, niña?
—Mejor cambiemos de tema.
—Mon Dieu…
Se le cortó el aliento al ver salir a Michael solo hablando por el móvil. —No se queda a cenar.
—Síguele, pasa algo. Parece preocupado.
Él levantó un brazo para llamar a un taxi y se detuvo uno enseguida. Cuando fueron hacia la zona oeste
Sara frunció el ceño. —Creo que va a casa de sus padres.
Efectivamente cuando llegaron ante su casa había una ambulancia y Michael salió corriendo del taxi.
Una camilla salía de la vivienda y su padre llevaba puesta una máscara de oxígeno. —Eso tiene pinta de
infarto —dijo Phillip.
—¿Eso crees? —preguntó preocupada.
Phillip sonrió. —Nos vamos al hospital.
—¿Qué?
—Me duele el pecho. Así podrás hablar con él en la sala de espera.
Por primera vez en días sonrió radiante. —Perfecto.


Veinte minutos después entraba en urgencias del Monte Sinaí con Phillip que llevaba la mano en el
pecho y enseguida le atendieron. Ella fue hacia la sala de espera y encontró a Michael acuclillado ante su
madre que no dejaba de llorar. Al parecer la bruja tenía su corazoncito. Como si nada se sentó ante ellos y
sacó su móvil.
—Seguro que estará bien. Ha sido un susto nada más.
La voz de Michael la estremeció.
—¿Y si le pasa algo? ¿Qué haría sin él?
—No le va a pasar nada. —La besó en la frente y se sentó a su lado. —Estaba consciente. Todo irá bien.
Su madre asintió pasando el pañuelo por sus mejillas. Michael miró a su alrededor y sus ojos se
encontraron. Él frunció el ceño cuando ella miró su móvil sonrojada. —¿Nos conocemos?
Levantó la vista hacia él y forzó una sonrisa. —Sí, bueno no…
—¿Sí o no? —preguntó molesto.
Se sonrojó aún más. —No nos habíamos visto en persona hasta hace unos días. Te di unos dibujos de
Sara.
Su suegra se tensó con evidencia. —¿De Sara?
Michael asintió. —Te recuerdo. —Ella forzó una sonrisa antes de mirar su móvil. —¿Me dijiste tu
nombre?
—Jackie, Jackie Spencer —dijo dándole el nuevo nombre que habían decidido entre Phillip y ella. Puesto
que no hablaba francés lo mejor era no decir que era francesa. Así no tendría que dar explicaciones.
—¿Esperas a alguien?
—A un amigo. Creen que es un infarto.
—Espero que no sea nada.
—Y yo. ¿Y ustedes están aquí por su padre? Espero que solo haya sido un susto.
—Niña, no se cuida nada —dijo Rose dramática.
—Sara no me habló de ti.
—Nos conocimos en la universidad. Nos veíamos de vez en cuando. Ella sí que me habló de ti. Mucho. —
Sonrió mirando sus ojos verdes. —Te quería muchísimo.
Michael asintió y en sus ojos vio el dolor. La miró de arriba abajo. Al ver sus leggins y su camiseta de
tirantes rosa dijo —Eres artista, ¿no?
—Sí. ¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendida porque había querido tener buen aspecto.
—Tienes pintura en el índice.
Gimió al ver la pintura azul. Genial.
—Fue una pena lo de Sara. —Rose suspiró. —Fue tan traumático, tan inesperado… Mi hijo sufrió
mucho.
—No hablemos de eso —dijo él muy tenso.
—Siento haber sacado el tema.
Michael apretó los labios antes de levantarse. —Voy a por un café. ¿Queréis algo?
Ambas negaron con la cabeza y cuando se quedaron sola Rose se adelantó. —Por favor, no le hables de
ella. Cada vez que alguien lo hace se pone así. Es como revivir el dolor una y otra vez.
—¿La quería mucho?
Rose con tristeza susurró —A mí no me gustaba, ¿sabes? Pero hacía feliz a mi hijo y no hay nada de lo
que me arrepienta más que de haberla tratado como lo hice. —Sus ojos se llenaron de lágrimas
sorprendiéndola. —Me había hecho un retrato, ¿sabes? Un retrato precioso que aunque no está acabado
lo he puesto en mi habitación para que mi hijo no lo vea. No supe darme cuenta de tantas cosas y ahora ya
es tarde…
—¿Lo tiene en su habitación? —preguntó sorprendida—. ¿Y cómo lo consiguió? Sara era muy suya para
sus obras.
—Oh, me lo dio su madre cuando recogió el apartamento. Estaba tan destrozada con lo sucedido que
me ofrecí a ayudarla porque Michael no era capaz de entrar en su casa. Cuando lo vi no pude resistirme.
Por supuesto me lo regaló. —Miró de reojo a su hijo que aún estaba en la máquina. —En realidad me
quedé con todo.
—¿Qué?
—Su madre se iba a trasladar y no sabía qué hacer con todo aquello. Como era lógico la pena le impedía
tirarlo y le dije que se lo guardaría en el desván de mi casa que estaba muerto de la risa hasta que se
decidiera. Hasta tengo todos los muebles. Mi hijo no lo sabe, no queríamos que le afectara. Si quieres su
material puedes llevártelo. Ya que eres su amiga seguro que a Meredith no le importa. Hablo todas las
semanas con ella y hace un mes le pregunté si quería que se las enviara, pero me dijo que no, que las
regalara. Eso me puso en un aprieto porque no sabía a quien dárselas, pero si eres artista a ti pueden
servirte. Hay muchos tubos de pintura y lienzos.
Se llevó la mano al pecho. Sus cosas. Podía recuperar sus cosas, sus dibujos. —Gracias. —Rose sonrió.
—¿Y qué pasó con su piso?
—Está vacío. Mi hijo vendió el suyo, pero Meredith no quiso deshacerse del de su hija. Me da mucha
pena esa mujer. Temimos por ella porque adelgazó muchísimo y no podía dormir, pero al parecer en
California está a gusto. Ahora está allí, ¿sabes?
Al pensar en su madre se le puso un nudo en la garganta y asintió. —Sí, lo sé.
Se miraron a los ojos y Rose sonrió. —Hay algo en ti que me recuerda a ella.
—¿De veras?
—Sí, no sé lo que es porque no os parecéis en nada, pero algo en tu mirada… —Michael se acercó y su
madre disimuló. —Cariño, ¿por qué no vas a hablar con esa enfermera a ver si sabe algo de tu padre?
Él se sentó a su lado con el café en la mano. —Madre, acabamos de llegar. Todavía no sabrán nada.
—Odio esperar, soy muy impaciente. Tu padre siempre dice que es un defecto horrible.
—Yo también lo soy —dijeron los dos a la vez. Sin aliento se miraron a los ojos recordando el día de su
boda.
Él se tensó en su asiento y apartó la mirada, pero ella se moría por captar su atención así que dijo a
toda prisa —Eres agente de bolsa, ¿no? Yo soy un desastre con los números.
—A mi hijo todo eso se le da genial. Me hace la declaración de la renta, ¿sabes?
Sí, a ella se la había hecho el año anterior y había sido la primera vez que no había tenido problemas
con hacienda porque en el pasado siempre le faltaba algo. Pero es que Michael era metódico y muy
organizado. Le gustaba cada cosa en su sitio y precisamente eso había sido un problema entre ellos
porque ella era un desastre. Y eso le sacaba de quicio. La mayoría de sus discusiones siempre eran por
eso. Por eso y porque se burlaba de él por lo serio que era. Y eso le dio una idea. —Sí, tiene pinta de ser
muy meticuloso y…
Él entrecerró los ojos. —¿Y?
—Nada. Seguro que eres muy bueno en lo tuyo —dijo queriendo picarle.
—Oh, sí que lo es. Su jefe le ha ascendido.
Se le cortó el aliento porque antes de morir habían esperado ese ascenso con ganas y al fin había
llegado. —Felicidades.
—Gracias —dijo entre dientes.
—¿Y qué hay por encima de agente de bolsa? —preguntó como si le importara un pito.
—Director de operaciones.
—Impresionante, tu madre estará muy orgullosa.
Él entrecerró más los ojos mientras su madre sonreía radiante. —Lo estoy. ¿Y tú dónde trabajas?
—Soy freelance. Tengo mi primera exposición la semana que viene. El viernes, si queréis venir seréis
muy bienvenidos. Será en la galería Dubois.
—Estoy muy ocupado —dijo él tenso.
—Pues es una pena que te la pierdas porque hay una sorpresa.
—¿Una sorpresa? —preguntó Rose como si fuera una niña.
—Oh, sí. Voy a pintar un cuadro en directo. —Le retó con la mirada. —¿Vendrás? Es un homenaje a
Sara.
—¿Un homenaje a Sara?
—Le encantaba dibujar desnudos. ¿No, Michael? El cuerpo humano le fascinaba.
Eso sí que le tensó. —Así que un homenaje. No sabía que fuerais tan buenas amigas. De hecho no te
mencionó nunca.
—Oh, la conocía muy pero que muy bien. Incluso puede que mejor que tú —dijo retándole.
—Eso lo dudo mucho.
—¿Quieres hacer una apuesta?
Él siseó —No seas cría.
—¿Cuándo era su cumpleaños?
—El tres de septiembre.
—Te toca.
—Tenía un tatuaje.
—Una estrella en la nalga.
Eso sí que le sorprendió. —Se lo hizo una semana antes de morir.
—Hablábamos mucho, ya te lo he dicho
—¿Y no me habló de ti nunca? —Se encogió de hombros. —¿Por qué no viniste a la boda?
—Estaba en Europa, ya te lo dije. Ese viaje era muy importante.
—Si era tan amiga tuya habría una manera de…
—No me sobra el dinero.
—Ni siquiera enviaste un regalo.
Se le cortó el aliento. —Ella me dijo que no necesitaba nada.
Rose sonrió. —Típico de Sara. A mí me dijo lo mismo cuando le pregunté.
—Sí, pero aunque te digan eso se suele regalar algo —dijo él con burla—. No te invitó a la boda. Leí la
lista de invitados cien veces y no aparecías en ella.
—Porque sabía que no iba a ir.
—Nunca me habló de ti y me habló de todos sus amigos. De hecho los conocí a todos en su cumpleaños
a las pocas semanas de estar juntos. Tú todavía estabas aquí, ¿no? Sino no tendrías esos dibujos que me
entregaste.
Perdió parte del color de la cara porque en sus ojos vio que la había pillado. —Pues no lo recuerdo, la
verdad.
—Claro, ha pasado mucho tiempo —dijo Rose—. Oh, ahí sale un médico.
Al llamar a los familiares de otra persona Rose se volvió a sentar mientras ellos no habían dejado de
mirarse a los ojos.
—Voy a preguntar por Phillip —susurró sin saber cómo salir de esa.
Se levantó a toda prisa y caminó hacia la recepción. Al mirar hacia atrás vio que él la seguía con la
mirada mosqueadísimo y gimió por dentro sin dejar de caminar chocándose con alguien. —Oh, perdón.
—Níor tharla tada.
—Fan go gcabhróidh mé léi —respondió en irlandés ayudándola a sentarse en una de las sillas.
—Go raibh maith agat.
—No es nada.
Se acercó a toda prisa a la recepcionista y susurró —¿Se sabe algo de Phillip Dubois?
—¿Eres irlandesa?
Se quedó sin aliento volviéndose para encontrarse a Michael ante ella y asintió. —Mi abuela lo era.
Él sonrió con tristeza. —Perdona por haber dudado de ti, pero lo de la boda me pareció raro.
—No te preocupes. Es lógico que no entiendas por qué no fui a la boda si nos conocíamos tanto.
Michael metió las manos en los bolsillos del pantalón. —No me gusta hablar de ella.
—¿Por qué? —preguntó sin aliento.
Apretó los labios volviéndose para regresar a su sitio.
—Señorita, al señor Dubois le están realizando unas pruebas.
La miró sorprendida. —¿Y eso por qué?
—¿Cómo ha dicho?
Carraspeó. —Quiero decir, ¿es grave?
—Eso se lo dirá el médico cuando salga. Tenga paciencia. Hay mucha gente esperando.
—Gracias —dijo pensativa. Si no tenía nada, ¿para qué le hacían pruebas? Bueno, era una persona
mayor y seguro que querían asegurarse de que todo iba bien. Volvió a su sitio y se sentó.
—¿Se sabe algo?
—No, aún nada.
—Es que es muy pronto —dijo Michael estirando las piernas y cruzando los tobillos.
Ella cruzó las piernas y balanceó el pie de un lado a otro.
—Qué curioso —dijo Rose divertida.
Levantó la vista hacia ella. —¿El qué?
Señaló sus piernas. —Sara hacía exactamente eso cuando se ponía nerviosa. —Su pierna se detuvo en
seco. —Movía el pie de un lado a otro, ¿verdad Michael? Una vez lo comentamos.
—Dijiste que te ponía de los nervios, madre. Que si no podía estarse quieta.
—Bah, rocecillos tontos.
—No, rocecillos tontos no, que te molestaba todo de ella. No sé a qué viene ahora hablar tanto de Sara,
joder.
Su madre tuvo la decencia de sonrojarse y quedarse en silencio. Él juró por lo bajo levantándose como
si no aguantara estar sentado. —Tengo que tomar el aire.
—¿Ves cómo no se puede hablar de ella? Siempre se pone así. —Se quedó en silencio varios segundos.
—Fue un shock para todos, pero sobre todo para él. Su padre tuvo que apartarle de su cuerpo con varios
invitados para intentar reanimarla. Mi Michael era médico antes de jubilarse y sabía que estaba muy mal.
Cuando llegaron los sanitarios mi marido dijo que ya no se podía hacer nada y Michael casi se vuelve loco
de dolor. Apartó a un sanitario para abrazarla y tuvieron que sujetarle para soltar su cadáver y que se la
llevaran, ¿sabes?
—No, no lo sabía —dijo reprimiendo las lágrimas.
—No quería separarse de ella. Se echaba la culpa y decía cosas…
Se le cortó el aliento. —¿Qué?
Con la mirada perdida dijo —No quería enfadarme, tenía que haber entrado contigo, repetía una y otra
vez.
Sintiendo que no lo aguantaba más se levantó y salió de la sala de espera buscándole. Al salir del
hospital le vio a su derecha con un cigarrillo en la mano que no estaba encendido. Se acercó a él
lentamente y se lo cogió de la mano. Él la miró sorprendido. —¿Qué haces?
—Creí que lo habías dejado hace años. —Lo rompió en dos y lo tiró a un lado.
—¿Y cómo sabes tú eso?
Ella le miró a los ojos dudando en si contárselo. Si se lo decía igual salía corriendo, pensaría que estaba
loca. Camilla había sido clara, no debía decírselo porque sería peor, pero algo en su interior no podía
permitir que siguiera en ese estado. Phillip lo sabía y no había pasado nada. Igual se llevaba una alegría.
—Porque…
—¡Jackie!
Se volvió sorprendida y Phillip la saludó con una sonrisa en los labios. —¡Ya estoy fuera!
—¿Ya? —preguntó decepcionada y él llegó hasta ellos—. ¿Estás bien?
—Hecho un toro. —Miró a Michael y alargó la mano. —Phillip Dubois.
—Michael Grifford.
—Mucho gusto.
—¿Seguro que se encuentra bien? Parece algo acalorado.
—¡Oiga usted! —Asombrada vio a una enfermera y a un celador corriendo hacia ellos. —¡No puede irse!
—¿Te has escapado?
—Cielo, se estaban poniendo muy pesados.
—Vuelve a dentro —dijo entre dientes.
—No. —Le rogó con la mirada. —Quieren meterme una goma por… —Inclinó la cabeza hacia atrás.
Jadeó asombrada. —¿Por qué?
—¡Ni idea me ha tocado una doctora loca y muy pesada de Kentucky que dice que tiene que probar
todos esos cachivaches nuevos que hay ahí para ponerse al día! ¡Dice que se aburre mucho! Sácame de
aquí.
—Caballero, si la doctora ha pedido eso es por algo —dijo la enfermera como si fuera un sargento—.
Adentro.
Sara le rogó con la mirada. —Por favor, vuelve…
Miró a uno y luego al otro. —Lo que hago por ti —dijo exasperado antes de alejarse. Cuando la
enfermera intentó que se sentara en la silla de ruedas gritó con su acento francés —¡Qué me suelte!
Escuchó una risa y se volvió hacia Michael que divertido dijo —Vas a tener que hacer guardia. Se
escapará en cuanto pueda.
—Eso me temo. ¿Estás bien?
Él perdió la sonrisa e hizo una mueca. —Cada día mejor.
Sonrió y se cogió de su brazo tirando de él hacia el hospital. —¿Vendrás a la inauguración? Lo
pasaremos bien.
—No lo creo.
—A ella no le gustaría que estuvieras así.
Se detuvo en seco pensando en ello y negó con la cabeza. —No, no le gustaría. En eso tienes razón.
—Entonces te espero. —Él no dijo nada más y no quiso presionarle. —¿Sabes que en París he
perfeccionado mi técnica y que los desnudos me salen estupendamente?
—Eso no lo dudo —dijo divertido—. ¿Y quién será el modelo?
Le miró con picardía. —Esa es la sorpresa.
—¿Tú? —preguntó asombrado deteniéndose—. Lo has dicho como si fueras tú. ¿Y cómo vas a pintarte a
ti misma?
—No he dicho que sea yo.
—Es que si hay modelo no sería sorpresa.
—Eres muy listo, pero puedo elegir a alguien de los invitados.
—Sí, que los invitados se van a prestar a eso.
—¿Tú no te prestarías si te lo pido yo?
La miró con horror haciéndola reír. Se la quedó mirando de una manera en que le dio un vuelco al
corazón y perdió la risa poco a poco porque se sintió conectada a él. De repente Michael frunció el ceño
apartando su brazo. —Será mejor que entremos.
—Sí, claro.
Él entró antes que ella alejándose todo lo posible y Sara juró por lo bajo siguiéndole. —Nadie te dijo que
iba a ser fácil.
Cuando regresaron su asiento estaba ocupado por otra persona. —Estupendo.
Él se había sentado al lado de su madre y disimuló que no la había visto entrar lo que indicaba
claramente que quería que se sentara en otro sitio, pero lo llevaba claro. Se acercó a ellos y se sentó al
otro lado de Rose que sonrió. —Le he visto salir y entrar con la enfermera mientras despotricaba sobre la
sanidad americana. Era él, ¿verdad? Tu amigo.
—Sí, es muy cabezota. Si está aquí que le hagan todo lo que tengan que hacer para asegurarse de que
está bien.
Rose suspiró. —Eso pienso yo. Mi Michael escaparía también si pudiera, no le gustan nada los médicos
y eso que es del gremio. Dice que siempre te encuentran algo.
—En eso papá tiene razón. —Ambas le miraron y le vieron suspirar. —Joder, ¿cuándo saldrá alguien a
decir algo?
—Michael llevamos aquí media hora.
Rose y Michael volvieron la vista hacia ella. —¿Y cómo lo sabes si llegamos antes?
Se sonrojó ligeramente. —Oh, es que os vi entrar. Tuve que convencer a Phillip para que entrara y vi
llegar a la ambulancia.
—Ah… —dijo Rose—. Pues sí que tardaste en convencerle porque llegaste algo más tarde que nosotros.
—Eso demuestra lo cabezota que es.
Disimulando sacó un block de dibujo del bolso y Rose sonrió. —¿Me dibujas?
—Mamá…
—Así nos entretenemos, hijo. Hay que colaborar con los artistas.
—¿Ves, Michael? Hay que colaborar con los artistas —dijo con burla—. Eres muy amable Rose, nos
cuesta encontrar modelos.
—Oh, pues yo poso para ti cuando quieras.
—Te cojo la palabra. —Sacó el lápiz del pequeño estuche que llevaba en el bolso y Michael apoyó los
codos sobre las rodillas pasándose las manos por la cara. —¿Estás cansado?
—Últimamente no duermo muy bien.
—Para eso nada como irse a la cama a las ocho después de tomar un chocolate caliente.
Él sonrió divertido. —¿Estás insinuando que me acuesto tarde?
—Ni idea —dijo dibujando sin mirar a Rose ni una sola vez—. ¿Lo haces?
—Pues la verdad es que sí, señorita sabelotodo. Tengo que distraerme después del trabajo, ¿no? Hay
que desconectar y salgo unas horas.
Sí, y no quería regresar a una casa vacía. —¿Cómo es tu piso nuevo?
—Horrible —dijo su madre metiendo baza.
—Mamá…
—Cuéntame Rose…
—Con lo bonita y espaciosa que era la otra. Un chollo había encontrado en Manhattan y la vendió a toda
prisa para comprarse un loft horrible en el Soho. Todo hierro y cristal con unas escaleras que son un
auténtico peligro.
Ella le miró a los ojos. —¿Hierro y cristal? Un poco frío, ¿no?
—Me gusta y no perdí dinero, todo lo contrario porque el piso en el Soho fue más barato. No necesitaba
una casa tan grande —dijo molesto.
—Le vendió la casa a los antiguos dueños, ¿sabes Jackie?
—¿A los Akerman?
—¿Los conoces? —preguntó Michael.
—No, pero Sara les tenía mucho cariño. Cuando se mudó me habló de ellos.
Él asintió. —Sí, son muy buenas personas. Lo sintieron muchísimo. Ella vino de Grecia para el funeral.
La apreciaba mucho.
Sara bajó la mirada emocionada. Cassandra era maravillosa. Siempre que podía se pasaba por su casa
para charlar un rato a ver cómo le iba. Decidió cambiar de tema porque se pondría a llorar. —¿Y te gusta
el Soho?
—Es un barrio distinto. Hay más actividad de noche.
—Yo estoy buscando piso, pero no me gusta el Soho. Creo que voy a llamar a la madre de Sara y le voy a
pedir que me alquile su piso. —Ambos volvieron la vista hacia ella como si hubiera dicho un sacrilegio. —
¿Qué? ¿No querrá?
—No sé si es una buena idea —dijo Michael muy tenso.
—Es un piso estupendo y tiene mucha luz natural. Para mi trabajo es genial. Además, seguro que a la
madre de Sara le vendrá bien el dinero. Tener el piso cerrado conlleva unos gastos.
—En eso tiene razón —dijo Rose.
—Yo le pago esos gastos —dijo Michael entre dientes sorprendiéndola—. El piso se queda vacío. Punto.
Rose apretó los labios mirándola de reojo y Jackie chasqueó la lengua diciendo por lo bajo —Eso ya lo
veremos.
—¿Qué has dicho? —preguntó mosqueado.
—Que sí, lo que tú digas.
—No hagas eso. No me des la razón para luego hacer lo que te venga en gana.
—¿Hago eso?
—Me ponía de los nervios cuando lo hacía ella.
—No sé de lo que hablas. —Volvió el block y sonrió. —¿Qué tal?
Rose separó los labios de la impresión al verse comiendo un enorme pedazo de pizza. Su suegra
carraspeó. —Hace siglos que no como pizza.
Se echó a reír. —Pues deberías porque estás un poquito delgada.
—Oh, esta niña —dijo encantada cogiendo el dibujo para mirarlo de nuevo.
Michael la miró de reojo. —¿Tienes hambre?
—Pues la verdad es que sí, ¿cómo lo sabes?
—Sara dibujaba comida si tenía hambre.
Se sonrojó con fuerza porque no se había dado cuenta. —¿De veras?
—Sois muy parecidas —dijo Rose—. Qué fascinante.
Michael apretó los labios antes de levantarse. Hala, ya se había largado otra vez. Rose le dio palmaditas
en el brazo llamando su atención. —Lo siento, sé que no querías que habláramos de ella.
—Es inevitable si erais amigas. Porque lo erais, ¿verdad? —Se la quedó mirando fijamente unos
segundos en los que Sara se tensó. —¿Sabes? Tengo muchos años y Sara no era como las demás. Nunca
había conocido a alguien como ella. —Ni que fuera una santa a la que había que venerar. Empezaba a
odiarse a sí misma. —Tenía una manera de hablar, una manera de moverse que la hacía única, ¿entiendes
lo que te digo?
—Creo que exageras.
—No. —Señaló el dibujo y deslizó el dedo hasta la esquina inferior derecha donde había puesto una S
sin darse cuenta. —He visto sus dibujos mientras los embalaba. Cientos de ellos y todos tenían eso. —Se le
cortó el aliento. —La S de Sara. Su firma.
Sintiendo que el mundo temblaba bajo sus pies cerró los ojos con fuerza antes de que algo gritara en
ella que tenía que largarse de allí y cuanto antes. —Tengo que irme.
Rose la cogió por el brazo deteniéndola. —¿Sara?
—Por favor cállate. —Asustada echó un vistazo a su alrededor por si alguien la había escuchado.
—Dios mío, eres tú. —Impresionada la miró de arriba abajo. —Pero…
—No digas nada —le rogó horrorizada porque se hubiera dado cuenta.
Rose tiró de ella para sentarla a su lado de nuevo. —¿Pero cómo ha pasado esto?
Gimió. —Me hicieron un favor.
—¿Qué?
—Me cambiaron, ¿vale? ¡Yo no tenía que morirme!
Su suegra no salía de su asombro. —Has vuelto por él.
—Claro, como que iba a dejarle escapar con lo que me costó pillarle.
Rose parpadeó antes de mirar al frente. —Increíble.
—Por favor no digas nada.
—¿Y que piensen que estoy loca? —preguntó como si la chiflada fuera ella—. Mi Michael dice que tengo
despistes, como para decirle esto. ¡La que terminaría internada sería yo!
Suspiró del alivio. —Gracias.
—¿Estás intentando recuperar tu vida?
—Eso no puedo hacerlo. Se suponía que no tenía que decírselo a nadie y ya me han pillado dos veces. ¡Y
todo por los dibujos! —dijo exasperada.
—Es que tu manera de pintar va a llamar la atención.
Gimió pasándose las manos por la cara. —Debería dejarlo.
—¿Estás loca? Tú a negarlo y ya está.
—No soy Sara.
—Sí, ahora.
Se puso como un tomate. —Esto no va bien.
—A mi hijo no le van las morenas.
—A tu hijo le van de todos los colores, guapa. Menudos cuernos tengo.
Jadeó asombrada. —¿No me digas?
—Le he seguido y…
Michael llegó de nuevo con unos sándwiches en la mano y le dio uno de atún sin preguntarle siquiera.
—Gracias.
—Toma mamá.
—Gracias hijo. Siempre tan atento. ¿Tú tampoco has cenado?
—No. —Se sentó a su lado y abrió el envase. —Estaba a punto de hacerlo.
Sara gruñó dando un mordisco a su sándwich.
—¿Y dónde estabas? Se escuchaba ruido cuando te llamé.
—En un restaurante.
—Ah, que tenías una cita —le dijo como si le hiciera mucha ilusión.
—Algo así —respondió molesto mirando a Sara de reojo. Dio un buen mordisco a su sándwich y masticó
como si estuviera incómodo.
Ella entrecerró los ojos mosqueadísima y su suegra forzó una sonrisa. —Esa no me la presentas.
—Madre, ¿acaso te he presentado alguna aparte de Sara?
—Y menos mal. Los disgustos que me he ahorrado. —Sara la fulminó con la mirada y esta se sonrojó. —
Aunque era una bellísima persona.
—Increíble —dijo su hijo antes de coger la otra parte del sándwich—. Seguro que si la vieras de nuevo
sacarías las uñas.
—No creas…
—Es lo que tienen los muertos, tendemos a idealizarlos —dijo ella intentando que no la viera como a
una santa o algo así.
—¿Dejamos ya el tema? —Mosqueado se levantó para tirar el envase en la papelera.
—No, en serio. Seguro que hacía mil cosas mal.
—Uff… y que lo digas —dijo su suegra ganándose otra mirada de odio.
—¿No me digas, Rose? —preguntó entre dientes—. ¿Como qué?
—Era un desastre absoluto.
—¡Madre!
—Hijo, era un amor, pero hay que reconocerlo, nunca se acordaba de lo importante. Por Dios, si el día
de la fiesta de vuestro compromiso llegó una hora tarde y eso fue porque la llamaste para recordarle
donde estabas.
Sara se puso como un tomate. —Seguro que tenía algo importante que hacer.
—¿Más que su compromiso? ¡Yo no hubiera llegado tarde ni aunque me estuvieran operando a corazón
abierto!
—Era un poco despistada con las fechas. —Sorprendiéndolas Michael sonrió. —Escribía notas que luego
nunca sabía dónde dejaba. Un día encontré una nota en el baño que decía cumpleaños de Michael el doce
de enero, comprar regalo. Me regaló una bolsa de golosinas de la tienda del final de la calle. —Rio por lo
bajo. —Dijo que quería endulzar mi vida. Seguro que se acordó en el último momento, pero a mí me hizo
gracia.
—Que mona.
Rose gruñó dando el último bocado a su sándwich. —Monísima —dijo con la boca llena—. Un desastre lo
que yo decía.
—Pero luego tenía detalles que no te esperabas.
—Claro, como había metido la pata.
Sara como un tomate le dio en el tobillo haciéndola jadear. —Intentaba arreglarlo.
Michael sonrió sentándose de nuevo. —Una vez buscó un libro que sabía que yo quería leer por todas
las librerías de segunda mano de Nueva York. —Sonrió recordándolo. —Y lo encontró. Otro día me pintó
una corbata.
—Horrible con esos colores tan estridentes.
—¿Te la pusiste? —preguntó interesada.
Él apretó los labios. —Me la puse para su funeral. Sabía que le gustaría.
Se emocionó por el detalle y él sorprendido por las lágrimas de sus ojos se enderezó. —¿Te ocurre algo?
—Voy al aseo.
—Sí, niña. Voy contigo. A ver dónde está…
Caminaron hacia donde decía el enorme cartel y Sara siseó —¿Qué pretendes, hundirme?
—Te ha idealizado, ¿o no te das cuenta?
—¿No me digas?
—¿Vas a decírselo?
Se detuvieron ante la puerta y Sara gimió. —¿Crees que debería?
—¡No! Al menos todavía hasta que le enamores de nuevo. Ahora pensará que eres una loca que quieres
ocupar el puesto de tu amiga.
—¿Cómo va a pensar eso?
—No te conocía, quieres vivir en su apartamento, le haces ojitos... ¡No hace falta ser muy listo! —
Exasperada empujó la puerta del baño.
—¿Eso crees?
Entró en uno de los cubículos y cerró la puerta sin responder. Suspiró entrando en el de al lado. —Esto
es muy difícil.
—Y ese corte de pelo…
—¡Oye, que ni te imaginas lo que he tenido que hacer para tener el aspecto que tengo ahora!
—Pues te has quedado corta. —Su suegra salió del baño y ella lo hizo también. Lavándose las manos se
miraron al espejo. —Esos pechos son desorbitados.
—¿A que sí? Pero el cirujano dijo que no. Que la perfección no se tocaba.
—Aunque te los ha mirado un par de veces.
Su corazón dio un vuelco. —¿De veras?
—Pero vas a tener un montón de problemas con la ropa.
—Ni te lo imaginas.
Rose se secó las manos. —¿De dónde lo sacaste?
—¿El qué?
—El cuerpo, ¿qué va a ser?
—Oh, era una monja francesa. Me desperté en París.
—Y ese hombre…
—Me pilló, conocía mi trabajo. Es marchante y estaba interesado en mí antes de… Ya sabes. Estaba
pintando en la calle y le llamé la atención. Por eso pude venir porque no tenía dinero. Él lo ha financiado
todo.
Rose entrecerró los ojos. —¿A cambio de qué?
—De nada, desconfiada. Es un buen hombre.
—¡Es que esto es muy gordo, no puede enterarse mucha gente!
—¿Cómo que mucha gente? ¡No puede enterarse nadie más!
—No, claro que no. Pero mi hijo te va a pillar tarde o temprano. Si te he pillado yo…
—Lo sé, pero Camilla me advirtió de que no dijera nada.
—¿Camilla?
—Un ángel.
Su suegra tiró la toalla de papel a la papelera. —Increíble. Así que has transgredido las reglas. ¡A ver si
te devuelven!
Palideció. —Yo no he dicho nada. ¡Me has pillado! ¡Y no me pongas nerviosa que bastante lo estoy ya! —
Gimió cubriéndose la cara con las manos. —Yo no quería esto. Iba a tenerlo todo. ¡Iba a casarme con el
hombre que amaba y ahora tengo el cuerpo de una monja y él se acuesta con otras!
Rose se acercó a ella e incómoda le dio dos palmaditas en el hombro. —Pobrecita.
Apartó las manos rabiosa. —¡Es mío! ¡Me lo he ganado!
—¡Oye maja, que mi niño no es un premio!
—¡Claro que lo es! ¡Es mi premio! ¡Si he venido del otro mundo para tener otra oportunidad no me lo va
a quitar nadie, sea rubia o morena! ¡Así que te advierto suegra no te interpongas!
—No si a mí… Yo mientras sea feliz.
—¿Me vas a ayudar? —Juntó las manos. —Por favor…
Puso los ojos en blanco antes de mirarse al espejo y atusarse el cabello. —Puede.
—¡Rose!
—Vale, te ayudaré. Si han dejado que regreses es que él da su consentimiento y quién soy yo para
llevarle la contraria a Dios. —Pasó ante ella. —¿A que ahora crees en él? —preguntó con recochineo.
—Muy graciosa.
Rose rio divertida. —Me lo voy a pasar estupendamente.
—Contrólate, ¿quieres? Y no metas la pata.
—No, si aquí ya la metes tú por las dos.
Gruñó siguiéndola. Rose sonrió a su hijo que se levantó como todo un caballero. —Mamá, ha salido un
médico.
Rose perdió la sonrisa de golpe. —¿Y qué te ha dicho?
—Todavía le están haciendo pruebas, pero no ha sido un infarto. Las pruebas dan negativo.
—Uff… gracias a Dios.
—Eso son buenas noticias —dijo Sara con una sonrisa—. Seguro que le ha bajado la tensión o algo así.
—Sí, seguro que es eso. ¿Han preguntado por Jackie?
—No. Aunque Phillip parecía no estar demasiado mal —dijo divertido.
En ese momento se abrieron las puertas abatibles y Phillip pasó ante ellos poniéndose la chaqueta a
toda prisa. —Increíble. —Salió corriendo tras él. —¡Phillip!
—¡Corre niña, corre!
—¿Qué pasa?
—¡Esa loca quiere hacerme un lavado de estómago! ¡Si ni siquiera he cenado!
Asombrada vio como corría hacia la acera para llamar a un taxi. Gimió mirando sobre su hombro y se le
cortó el aliento porque Michael la observaba desde la puerta. No podía volver no tenía excusa, así que
forzó una sonrisa y se despidió con la mano. Él asintió y con ganas de gritar fue hasta el taxi en el que
Phillip se había metido. Cuando se sentó a su lado cerró la puerta mirando hacia allí y vio como entraba
de nuevo en el hospital.
—¿Qué? ¿Cómo ha ido?
—Bien. —Luego recordó lo de Rose. —Bueno… Mi suegra se ha enterado.
—Pero cómo… ¿Estás loca?
—Es muy lista.
—¿Estamos en problemas?
Le miró a los ojos. —Espero que no, pero ya no hay marcha atrás.



Capítulo 5



A Michael le sonó el teléfono móvil y sin dejar de leer unos informes descolgó. —Grifford…
—Spencer.
—¿Perdón? —Una risita al otro lado de la línea le hizo fruncir el ceño. —¿Jackie?
—¿Cómo está tu padre?
—Fue una bajada de tensión. Nada importante.
—Eso es estupendo
—¿Cómo has conseguido mi número?
—Me lo ha dado tu madre.
—Entonces ya sabías cómo estaba mi padre.
—Sí, pero así buscaba una excusa para llamarte, ¿sabes?
Él se reclinó en su asiento. —Oye Jackie…
—¿Vas a venir a la exposición?
—Niña, ¿te llevas esto? Aunque no te pega con ese horrible color de pelo.
—¿Esa es mi madre?
—Oh, sí. Estamos tomando un té en su casa.
—¿Y qué vas a llevarte?
—¿Qué? Unas pastas.
—¿Unas pastas no te pegan con el color de pelo?
—Rose habla más bajo —susurró.
—¡Lo he oído!
—Tienes un oído muy fino. ¿Vas a venir o no? Necesito un modelo masculino.
—Olvídame —dijo divertido.
Decidió ser más lanzada porque no pensaba arriesgarse a que esa noche no quedara con otra que no
fuera con ella. —Eres difícil de olvidar. —Le guiñó un ojo a Rose que le tendió un plato de pastas a Phillip.
—Creo que te estás haciendo ilusiones para nada.
—¿Con el modelo o contigo?
—Con ambos.
—Pues yo solo quería el modelo.
Él sonrió. —Seguro.
—No, hablo en serio. Tengo una idea… —Les miró de reojo y se volvió para susurrar —Y estás desnudo.
—¡Niña! —dijeron los dos a la vez.
La risa de Michael la hizo sonreír. —¿Te ha oído mi madre? Seguro que echa humo.
La miró de reojo. —Está a punto de echarme de su casa. Deberías venir a rescatarme.
En ese momento entró Michael que llevaba otra jarra de té. —Aunque ya tengo otro galán que está
dispuesto a ello.
—¿No me digas? Pues que te vaya muy bien.
—Sé que no hablas en serio.
—Hijo, si fuera joven no se me escapaba.
—¿Ese era mi padre? ¿Ha dormido la siesta?
—Sí, ha dormido la siesta y ahora me tira los tejos descaradamente. Y delante de tu madre, no tiene
vergüenza.
—Será de familia.
—Es que es encantadora —dijo su padre bien alto haciendo que Rose levantara los pulgares.
Rose le hizo un gesto para que le diera el hachazo y le suplicó con la mirada. —Ahora —susurró su
suegra.
Bufó asintiendo y Rose dijo —Los materiales de Sara te vendrán muy bien. Además, estos vestidos de
cuando yo era joven te quedarán estupendamente con tu pecho.
Michael se enderezó en su sillón de piel. —¿Qué ha dicho?
—Algo de unos vestidos. ¿Entonces vendrás?
—¿De qué habla mi madre?
—O… pues tiene unos vestidos…
—¡Hablo de lo otro!
—Cosillas de Sara que va a regalarme.
—¿Cómo que unas cosillas de Sara? ¡No te muevas de ahí!
Colgó el teléfono antes de que pudiera decir nada y suspiró. —Viene para acá.
—Perfecto —dijo su suegro—. Tenéis que pasar tiempo juntos.
—¡Me romperá todos los dibujos! —dijo con horror.
—No le dejaremos —dijo Rose—. Nosotros te protegeremos.
—Ya veo como me proteges. —La fulminó la mirada. —¡Oye, eso de ser discreta es evidente que no va
contigo!
—¡Es mi marido! ¡Y tu suegro! ¡Tiene derecho a saberlo!
—¡Dios, se va a enterar todo el mundo! ¡La reencarnación de la pintora! ¡Ya veo los titulares en el
periódico!
—No dirán nada —dijo Phillip—. Además, así tienes más ayuda.
—Pues la voy a necesitar porque ahora se va a cabrear muchísimo. ¡No tenía que haberle llamado y
provocarle para que viniera!
—Sabremos controlarlo. Es importante que sepa que todo eso está aquí para que lo recuperes.
Ella no pensaba renunciar a sus dibujos, así que en parte tenían razón. —Bien, vamos allá.


Estaban en el desván y escucharon el portazo. Hizo una mueca dejando la caja de acuarelas dentro de
una bolsa y se levantó murmurando —Ahí viene…
—¡Mamá!
—Estamos aquí, hijo.
Escucharon los pasos en la escalera y Michael entró en el desván con un traje azul que no le conocía.
Estaba guapísimo. Asombrado dejó caer la mandíbula al ver los cuadros apoyados en la pared. Incluso los
que él había tenido en su casa y de los que se suponía que su padre se había deshecho. —¿Qué coño es
esto?
Rose se apretó las manos. —Las cosas de Sara.
Parecía que le habían dado la sorpresa de su vida. —¿Qué?
—Aquí hay una fortuna —dijo Phillip revisando los lienzos.
—¡No toque eso! —gritó furioso.
—La madre de Sara quiere venderlos.
Rose se acercó. —Cielo, Meredith no sabía qué hacer con sus cosas y me ofrecí a guardárselas, pero…
Jackie ha hablado con ella y se van a subastar. El resto se lo ha regalado a ella.
La miró como si no pudiera creérselo. —¿Qué? ¿Has hablado con mi suegra a mis espaldas?
—Tanto como a tus espaldas…
—¿Pero quién coño te crees que eres? —gritó fuera de sí.
—Hijo… —Su padre dejó un lienzo en su sitio y le miró con pena. —Es hora de dejar esto atrás. No
querías nada suyo y su madre tiene derecho a hacer con sus cosas lo que le dé la gana. Jackie puede
aprovecharlo en su piso.
La fulminó con la mirada. —¿En su piso? ¿Te quedas en su piso?
Asintió inquieta y dio un paso hacia él. —Phillip se lo ha comprado para mí. Para que pueda pintar.
La impotencia de su rostro le retorció el corazón, pero tenía que cortar ese lazo que había creado con
su otro yo. —No te enfades.
—¿Que no me enfade? —Algo le llamó la atención tras ella y gritó—¡Esos cuadros son míos! ¡Estaban en
mi casa!
—Estaban en la casa que ambos compartíais antes de esa boda que no llegó a realizarse. En realidad
son de Sara —dijo su padre.
—No podéis hacer esto —dijo apretando los puños—. ¡Son sus cosas!
Sara le tocó el brazo. —No, son mis cosas.
La miró como si fuera el diablo apartando el brazo como si le quemara. —¡No sé qué coño está pasando
aquí, pero a mí no vuelvas a acercarte en tu vida! —gritó antes de salir furioso de allí.
—Creo que esto no va a funcionar —dijo su suegro—. Debes decírselo.
—No puedo.
—Niña, solo le estamos confundiendo. —Phillip se acercó. —Si los aquí presentes te hemos creído no sé
por qué no va a creerte él que te conoce mejor que ninguno de nosotros.
—Al final te va a pillar y entonces sí que se va a cabrear. —Su suegra cerró una caja.
—Dijiste que si se lo decía ahora pensaría que estaba loca. ¡Qué era una psicópata que quería ocupar el
puesto de Sara!
—Eso era antes de hablarlo con mi marido. Él me ha dado un punto de vista distinto.
Se llevó las manos a la cabeza. —Me dijeron que no lo contara.
—En realidad no lo has contado tú —dijo Michael.
—Pero a él se lo contaría yo.
Rose sonrió radiante. —A no ser que alguien se lo diga.
Palideció. —¿No pensarás irte de la lengua? ¡Se lo diré yo!
Levantó las manos en son de paz. —Vale, que carácter.
—Un momento —dijo Phillip—. Si le dijeron claramente que no podía decírselo debe cumplirlo.
—¿Cuáles fueron exactamente las palabras del ángel? —preguntó Michael.
—Que si le enamoraba debía hacerlo con mi nuevo yo. Que no podía decirle la verdad y que si lo hacía
me tomaría por loca.
—Entonces debes seguir las reglas. Tú no puedes abrir la boca —dijo Phillip muy serio haciendo que los
demás asintieran—. Y creo que ninguno de nosotros debería hacer nada más no vaya a ser que con
nuestra actitud la perjudiquemos y consigamos que ahí arriba se cabreen.
—¿Y esto? —preguntó Michael.
—En realidad ha sido una buena manera de que ella recupere sus cosas, pero no haremos nada más.
Debe ser ella la que le conquiste de nuevo. No nos metamos por el bien de todos.
—Tranquila, cielo —dijo su suegra—. Encontraremos la manera de que se enamore de tu nuevo yo.
—Sin interferir —dijo su marido.
—Sin interferir, demasiado… —Todos la miraron exasperados. —¿Qué? ¡Ese la ha traído a Nueva York y
le ha pagado las operaciones! ¿Acaso no ha interferido?
—Dios mío, ¿qué estoy haciendo? Mi madre y Michael en la inopia y lo saben…
—Oye maja, que yo no tengo la culpa de que metieras la pata.
Phillip apretó los labios. —Rose tiene razón. He interferido, y ella también. Igual lo sabemos por un
motivo, pero no debemos arriesgarnos más. Si se entera de esto mucha gente, la tomarán por loca y a
nosotros también.
—Nos mantendremos al margen todo lo posible —dijo Michael—. Pero eso no significa que no facilites
las cosas para que él se entere cuanto antes.
—¿Facilitarle las cosas?
—Piensa en ello, yo no interfiero más.
Los tres sonrieron asintiendo. —Perfecto, voy a acabar en un manicomio. —Miró a su alrededor y
suspiró. —¿Conocéis una empresa de mudanzas?


Se detuvo ante la puerta y apretó los labios antes de pulsar el timbre. —¡Largo de aquí! —gritó Michael
desde dentro sorprendiéndola porque era evidente que estaba borracho.
¿Debía irse? Se mordió el labio inferior antes de pulsar el timbre otra vez.
—¡Joder! —De repente se abrió la puerta y él entrecerró los ojos. Todavía llevaba la ropa del día
anterior, solo se había quitado la chaqueta, pero la corbata medio deshecha colgaba aun del cuello de su
camisa. Levantó la vista hasta sus ojos verdes inyectados en sangre. —¿Qué coño haces tú aquí?
Suspiró negando con la cabeza como si fuera un desastre y le empujó del pecho para pasar mostrando
la camiseta y la faldita de flores que llevaba ese día. —No has ido a trabajar.
—¡Estoy enfermo! ¡Sal de mi casa!
Ella miró a su alrededor. El piso era tan impersonal que parecía la habitación de un hotel de lujo. No le
pasó desapercibido que no había ni un solo cuadro en toda la estancia. Había un gran salón con una
cocina abierta y ante un gran ventanal una cinta de correr. Nada que ver con el gimnasio que antes tenía
en su casa y que usaba una hora todas las mañanas. Ahí fue consciente de todo lo que su falta le había
afectado. Sin contestarle fue hasta la cocina y se puso a hacer café en la moderna cafetera que él le había
ensañado a usar. Cuando estuvo lista se volvió para ver como la observaba. —Necesitas uno y yo también.
¿Has terminado de gritar? —Pareció sorprendido y más cuando sonrió. —¿Quieres unos huevos?
—Joder no. —Se llevó la mano a la cabeza y fue hasta el enorme sofá de piel negro para dejarse caer. —
Esto es una puta mierda.
Sara apretó los labios. —Sí, sí que lo es. —Se acercó a él y se sentó en la mesa de centro. —Michael,
todo lo que estoy haciendo es por tu bien.
La fulminó con la mirada. —Desaparece de mi vista.
—¿Vendrás a la exposición?
—¿Estás loca? ¿No quiero ni verte?
—Tienes que pasar página.
—¡Lo que tú quieres es que olvide a Sara para meterte en mi cama!
—Eso también. —Hizo una mueca por su cara de pasmo. —Es complicado.
—Por supuesto que es complicado. ¿Qué clase de amiga eres tú?
—Una enamorada. —Parecía que le acababa de dar la sorpresa de su vida. —¿Tan difícil es de creer?
La señaló con el dedo. —Vete olvidándote, ¿me oyes? No te tocaría ni con un palo.
—Pues lo siento, pero no me voy a dar por vencida. Mi prioridad en esta vida es que me ames.
—¡Tú has perdido un tornillo! —dijo horrorizado inclinándose hacia atrás como si en cualquier momento
fuera a tirarse sobre él.
—Cariño…
—¡No me llames así! —Se levantó apartándose de ella y fue hasta la puerta para abrirla. —¡Largo o
llamo a la policía!
Suspiró yendo hacia la cafetera y abrió uno de los armarios sacando dos tazas. Él frunció el ceño
cerrando la puerta. —¿Cómo sabías que las tazas estaban ahí?
—Tendrás que averiguarlo, cielo. No puedo contártelo. Después de toda la noche sin dormir he decidido
que lo descubras tú. Yo no voy a ocultarme, al menos no en público y cuanto antes lo sepas mucho mejor
porque te estás torturando para nada. —Dejó su taza sobre la encimera mientras él no entendía ni una
sola palabra. Sopló sobre su café. —Ahí lo tienes, solo sin azúcar. Como dices que te gusta.
—¿Como digo que me gusta?
—Te gusta más con un terrón de azúcar, pero dices que no porque eres muy estricto con tu dieta. Con
tu dieta como con todo lo demás.
Separó los labios de la sorpresa. —¿Cómo sabes eso? ¿Te lo contó Sara?
—¡Cariño, tampoco puedo ponértelo tan fácil! ¡Espabila!
Se la quedó mirando durante unos segundos como si fuera una serpiente a punto de atacarle. —Se te
enfría el café. ¿Seguro que no quieres unos huevos? —Se volvió decidida. —Mejor te hago unas tostadas.
Vio como abría el frigorífico y sacaba el pan de molde. —Cielo tienes que ir a la compra. Te faltan las
naranjas para el zumo natural de las mañanas. —Su cara de asombro aumentó. Puso las rebanadas en la
tostadora y volvió a la nevera para coger un yogurt, la mermelada y la mantequilla que puso sobre la
encimera haciendo que él abriera los ojos como platos. Gimió abriendo el armario de al lado de los vasos
para sacar unos platos. —¿Tienes asistenta? Sí, seguro que sí. ¿Sigue siendo la señora Kuman? Dile que te
compre beicon. Me gusta comerlo por las mañanas.
Puso todo sobre la encimera y cogió su taza poniéndola delante del plato. —Se te va a enfriar Michael,
¿quieres espabilarte?
—¿Para qué has sacado el yogurt?
Le miró a los ojos. —Siempre tomo uno todas las mañanas. —Levantó las cejas esperando su reacción,
pero asintió sentándose en el taburete meditando el asunto. Bufó volviéndose y sacó las tostadas. Se las
puso delante y rodeó la encimera para sentarse a su lado. —Esta cocina no me gusta.
—¿No me digas? Pues parece que te arreglas bastante bien.
—Estos taburetes son incomodísimos. Cielo, ¿y el periódico?
—Aquí no tengo suscripción.
—¿Por qué?
—¡Porque ahora siempre desayuno fuera!
Chasqueó la lengua y cogió una tostada echándole la mermelada sin la mantequilla como a él le
gustaba. —Come, tienes resaca y eso te sentará bien.
Michael no podía dejar de mirar la tostada mientras ella abría el yogurt como si nada y empezaba a
comer mirándole de reojo.
—Jackie…
—¿Si?
—¿Y la mantequilla?
—Tú nunca tomas mantequilla.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Cariño, me estás decepcionando. ¡Cómete la tostada!
—Aquí está pasando algo muy raro.
Ella sonrió radiante. —¿Eso crees?
—¡Me estás espiando! ¿Has puesto cámaras en mi casa? —Entrecerró los ojos. —¡Nos seguisteis al
hospital! ¡Y lo de los dibujos fue una excusa para acercarte! ¿Qué buscas?
Sara sonrió radiante. —¡Cariño, vas muy bien!
—¿Lo estás reconociendo?
—Lo de las cámaras no. No es necesario. —Cogió su tostada y le echó la mantequilla. Él al ver que le
daba un mordisco separó los labios de la impresión. —No le echo mermelada —dijo con la boca llena—. ¿A
que hacemos la pareja perfecta?
Él se levantó de golpe tirando el taburete y sin dejar de mirarla con horror caminó hacia atrás casi
cayendo al suelo. —¿Cariño? —preguntó preocupada.
—La hostia, la hostia…
—Tranquilízate. —Forzó una sonrisa. —No pasa nada.
—¡Estoy teniendo visiones!
—¿No me digas? ¿Ves ángeles? ¡Si ves ángeles sal corriendo!
—¡La bebida! ¡Me he pasado bebiendo!
—Por como hueles tienes toda la razón. Tu piel destila whisky por todos sus poros.
Se la quedó mirando con los ojos como platos y después de unos segundos negó con la cabeza. —Esto
no está pasando.
Se bajó del taburete. —¿El qué?
—¡No te acerques! Necesito pensar… ¡Un psiquiatra, necesito un psiquiatra! —Frenético fue hasta su
móvil que estaba en la chaqueta del traje y la miró sorprendido. —¡No conozco a ningún psiquiatra! Esto
es Nueva York, ¿cómo es posible?
—Cariño, ¿te está entrando un ataque de pánico?
Se echó a reír. —Imagínate que se me ha pasado por la cabeza algo que… Tengo que ir a terapia. Ya me
lo decía James, pero no le hice ni caso. —La miró con los ojos desorbitados. —¡Seguro que él conoce a
alguien!
—¡Deja el teléfono! —chilló poniéndose muy nerviosa. Se acercó y muy despacio cogió su móvil para
tirarlo sobre el sofá. Cogió sus manos para sentarle mientras él parecía ido. Se sentó a su lado sin soltarle
—. Cielo, no pasa nada.
Eso pareció volverle a la realidad y mirándose a los ojos susurró —Sabes donde está todo en la cocina
porque está colocado como en la antigua casa. —Ella asintió. —Mueves la pierna como ella cuando estás
nerviosa. Dibujas como ella y comes la tostada como ella. —Sara asintió. —¿Haces todo como ella?
—Sí, cielo.
—¿Cuál es mi color favorito?
Sus preciosos ojos azules brillaron de la emoción. —Un color demasiado aburrido para tomarlo en
cuenta. El gris perla para las paredes y el gris para vestir. —Michael separó los labios de la impresión. —
Pero yo conseguiré poner color a tu vida.
Él la cogió por la nuca atrayéndola. —¿Eres real?
—Estoy aquí.
Michael miró su rostro y con la otra mano acarició su mejilla antes de mirar sus labios con deseo
encogiéndole el estómago de anticipación. —¿Sara?
Una lágrima cayó por su mejilla. —Te he echado de menos, mi amor.
Michael se acercó inseguro y su aliento la mareó provocando que cerrara los ojos para disfrutar de él.
Pasaron unos segundos y dudó en que la deseara. Iba a abrir los ojos cuando él atrapó sus labios
quitándole el aliento. A pesar de haberle besado mil veces en el pasado ese fue más intenso que ninguno y
gimió en su boca aferrándose a la camisa. Él gruñó cogiéndola por la cintura para sentarla sobre sus
rodillas e impaciente metió las manos bajo su camiseta acariciando su pecho por encima del sujetador. Él
apartó sus labios. —¿Sujetador, nena?
—Son más grandes —dijo con deseo antes de atrapar sus labios como si estuviera sedienta.
Él tiró de su camiseta hacia arriba. Sara apartó su boca lo justo y necesario para que se la quitara.
Michael desabrochó su sujetador y ella inconscientemente apartó sus brazos para que se lo quitara. Sentir
sus manos en ellos la hizo gritar de placer apartando su boca y la besó en el cuello bajando por él. La
cogió por la cintura girándola para recostarla en el sofá y su boca atrapó uno de sus pezones haciendo
que gritara por el rayo que la traspasó. Asombrada miró hacia abajo. Increíble. Michael sonrió malicioso.
—Muy sensibles, preciosa.
—Mucho, mucho. —Michael atrapó un pezón entre sus dientes y tiró de él. Se retorció bajo su cuerpo
disfrutando de como adoraba sus pechos y ni sintió que acariciaba su muslo elevando la falda hasta
mostrar sus braguitas negras de encaje.
—¿Quieres esto? Dices que me has echado de menos.
—Sí, te amo.
Él apartó sus labios y se levantó cogiendo las braguitas por sus caderas para tirar de ellas hacia abajo
mirando su sexo depilado. Con la respiración agitada vio cómo se abría los pantalones dejándolos caer con
sus bóxer y mostrando su sexo erecto. —Abre las piernas —dijo con la voz enronquecida.
Se le cortó el aliento. ¿Estaba enfadado? Durante un momento dudó, pero al ver el deseo en sus ojos
elevó una pierna apoyando el pie sobre el sofá. Él acarició la delicada piel del interior de su muslo antes
de tumbarse sobre ella. Cuando su sexo rozó el suyo gimió arqueando su cuello hacia atrás por el placer
que la traspasó. —Sí…
—¿Te gusta? —Movió las caderas contra ella. —Eres como la seda.
Entró en ella de un solo empellón. Gritó del dolor y la sorpresa cerrando los ojos, pero él no debió darse
cuenta porque se movió en su interior de nuevo. Clavó las uñas en sus hombros y gimió cuando entró en
ella llenándola otra vez. Abrió los ojos deseando besarle, pero él se agachó para besar el lóbulo de su
oreja. Sara acarició su cuello y cuando entró en ella de nuevo jadeó de placer. —Michael…
—¿Más, nena? ¿Lo quieres más fuerte? —Aceleró sus embestidas. Sara recordó todo lo que le hacía
sentir en el pasado y ahora que estaban juntos de nuevo era mil veces mejor. La felicidad fue tan intensa
que se dejó llevar y cuando la llenó de nuevo gritó de placer. Michael levantó la cabeza y mirándola
intensamente no le dio tregua hasta que cada fibra de su ser se tensó, provocando con una última
embestida que creyera que estaba de nuevo en el cielo.
Él aún con la respiración agitada la observó y Sara abrió los ojos sonriendo tontamente, pero cuando
iba a acariciar su mejilla él agarró su muñeca. Sara perdió la sonrisa poco a poco. —¿Ocurre algo?
—No.
—¿Seguro?
—A ti nunca te ha gustado tan fuerte.
—Será este nuevo cuerpo que necesita más. —Su mirada la puso muy nerviosa.
—Además te has depilado el pubis. ¿Estabas preparada para esto?
Lo preguntó de una manera que le puso los pelos de punta. —Sí, bueno no. Michael, ¿qué pasa?
—Nada, que has llegado a mí. —En ese momento vio la tortura en su rostro. —Mi Sara… Durante un
maldito momento te creí.
—Michael…
—¡Durante un momento te creí! —gritó en su cara—. ¿Pero sabes por qué te he descubierto? ¡Porque mi
Sara jamás se depilaba ahí! ¡Y lo primero que me hubiera dicho es que ya había sufrido bastante
depilándose las piernas!
Se quedó sin aliento porque la única vez que habían hablado de eso había reaccionado exactamente
como él estaba diciendo. Pero desde que había llegado a Nueva York se depilaba ahí por él, porque sabía
que le gustaba.
—Estás loca. Eres una puta loca y si crees que con este cuento vas a camelarme para sacarme la pasta
estás muy equivocada. —La cogió por las mejillas apretando con fuerza. —Te aconsejo que te vayas de la
ciudad porque como vuelva a verte a cien metros de mi familia o de mí, te vas a acordar de quien soy el
resto de tu vida.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y susurró —Cariño, soy yo.
—¡Ni se te ocurra! —le gritó a la cara tan alterado que palideció—. ¡Ni se te ocurra volver a nombrarla,
zorra! —Se apartó de ella y se subió los pantalones cogiéndola después por la muñeca para tirar con
fuerza hacia la puerta.
—Michael… —Llorando intentó impedir que la echara, pero él la cogió por la cintura tirándola al pasillo
medio desnuda antes de cerrar la puerta con rabia. —¡Michael!
—¡Lárgate o llamo a la policía!
Sollozó cubriéndose los pechos y al mirar a su alrededor vio que la puerta del fondo se abría y una
joven sacaba la cabeza. Al verla llorar y en el estado en que se encontraba se acercó. —¿Estás bien?
—¿Puedes prestarme una camiseta o algo? —preguntó sollozando.
—Sí, claro. —Corrió hacia la casa y segundos después se la tendió. —¿Quieres que llame a alguien?
Se puso la camiseta a toda prisa y negó con la cabeza levantándose. Disimuló el dolor de su muñeca
agachándose y poniéndose las braguitas que colgaban de su tobillo. La chica apretó los labios. —Debería
llamar a la policía.
—¡No! No, no ha pasado nada que yo no quisiera, te lo juro —dijo muy avergonzada—. Hemos discutido.
—Pues es un cabrón tirándote así a la calle. No vuelvas con él.
Muerta de la vergüenza sollozó antes de salir corriendo. Jamás en la vida hubiera pensado que el
hombre que había querido desde que puso sus ojos en él podría tratar así a alguien, mucho menos a ella.
Y se dio cuenta de que Michael ya no era el hombre que había conocido. Había cambiado y su muerte era
la responsable. Se había acostado con ella incluso cuando pensaba que no era Sara. La había follado y la
había echado de casa como si fuera un perro para darle una lección. Ese no era su Michael. Jamás se
había sentido tan humillada y tan rota por dentro como en ese momento. Mientras bajaba las escaleras
lloró desgarrada y las lágrimas le impedían ver los escalones. Casi se cae, pero consiguió agarrarse a la
barandilla. Sollozó dejándose caer en los escalones y se dobló de dolor abrazándose el vientre. ¿Acaso ella
no había sufrido sin él? ¿Acaso no tenía que vivir en un cuerpo que odiaba? ¿Por qué tenía que ser todo
tan difícil? ¿Qué mal había hecho para tener que pasar por eso?
Sin poder entenderlo se quedó allí varios minutos. Hubiera hecho cualquier cosa por el otro Michael,
pero ese que acababa de ver le había puesto los pelos de punta. Y por mucho que le quisiera no pensaba
dejar que nadie la tratara así. Vacía miró la pared de enfrente que tenía la luz de emergencia encendida
sobre la puerta que indicaba el segundo piso. Miró hacia arriba, tenía que recuperar su bolso. La
documentación falsa que Phillip le había conseguido estaba allí y se había gastado mucho dinero en ella.
Levantó la vista y apretó los labios levantándose intentando darse fuerzas. Al coger la barandilla gimió de
dolor porque la muñeca estaba muy hinchada. Se llevó la mano al pecho y siguió subiendo sintiendo
auténtico terror por su rección al verla de nuevo, pero si al final la denunciaba podía meterse en un lío
aún mayor si descubrían sus documentos falsos, así que no tenía otro remedio que recuperarlos. Cuando
llegó ante su puerta tocó el timbre casi temblando y dio un paso atrás sobresaltada cuando la puerta se
abrió de golpe. Como no decía nada simplemente observándola con odio susurró —¿Puedes darme mi
bolso, por favor?
Él se volvió y apareció dos segundos después tirándolo al pasillo provocando que sus cosas se
desperdigaran ante sus pies. Sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas de nuevo se agachó a toda
prisa y casi sin ver cogió su cartera y su pasaporte metiéndolos en el bolso rápidamente antes de salir
corriendo porque por su expresión parecía que quería matarla a golpes. Cuando llegó a la escalera
suspiró del alivio y bajó los escalones corriendo. Michael sonrió con desprecio e iba a cerrar la puerta
cuando vio el block de dibujo en el suelo. Se debía haber deslizado hacia allí. Se agachó y lo cogió
tirándolo sobre el mueble donde dejaba las llaves cerrando de un portazo. Recordando el dibujo de su
madre comiendo pizza se detuvo en seco y se volvió para cogerlo. Quitó la goma y lo abrió por la primera
página. Cuando vio un dibujo suyo riendo se le cortó el aliento y pasó la hoja. Su Sara sentada en el suelo
reía tendiéndole una lista. Recordaba ese momento, era la lista de invitados de su boda. Sintió un nudo en
la garganta pasando la hoja, él la miraba torturado cogiendo una mano. Pasó la hoja a toda prisa para ver
a Phillip sonriendo cariñoso a una mujer que se miraba al espejo angustiada y en su cabeza había una
cicatriz. El siguiente dibujo era de Jackie con la mano apoyada en la barbilla, pero había dos tipos de ojos
en él. Era como si los de Sara y los de Jackie estuvieran superpuestos, pero predominaban los de Sara. El
siguiente dibujo era la isla de Manhattan desde la ventanilla de un avión y había una frase debajo. —Al fin
en casa. Ya estoy aquí, mi amor. —Al ver la S en la esquina del dibujo palideció y frenético pasó las hojas
hacia atrás. Una S tras otra le retorcieron el corazón y gritó dejando caer el libro de bocetos llevándose
las manos a la cabeza. Se quedó allí de pie durante varios minutos antes de bajar la vista al cuaderno de
nuevo donde se mostraba una imagen. Jackie había dibujado a Michael saliendo de la oficina con una
rubia del brazo. Era como si la hubiera dibujado desde dentro de un coche y de los cristales bajaban
innumerables gotas que parecían lágrimas mientras en el exterior no llovía. Él cerró los ojos por el dolor
que expresaba ese dibujo. Se agachó y cogió el block para pasar la hoja. Después del dibujo de su madre
había uno suyo sentado en el hospital con las piernas estiradas y los tobillos cruzados. Sonreía mirándola
a los ojos, pero lo que le cortó el aliento es que no miraba a Jackie, miraba a Sara que con un sándwich en
la mano le sonreía demostrándole todo lo que le amaba.
Michael corrió fuera del apartamento, pero cuando llegó a la calle ella ya no estaba.



Capítulo 6



Sara metió la llave en el piso que compartía con Phillip en la Quinta Avenida y él que estaba en el sofá
con unos documentos preguntó distraído —¿Cómo ha ido? ¿Va a ir a la exposición? —Como no contestaba
levantó la vista y asombrado dejó caer los documentos levantándose. —Mon Dieu, ¿qué te ha pasado?
Se echó a llorar tapándose el rostro con las manos y Phillip se acercó a ella a toda prisa para abrazarla.
—Niña, ¿qué ha ocurrido? ¿Te ha pegado?
Lloraba de tal manera que desgarraba el alma y él angustiado no sabía qué hacer. —Voy a llamar a un
médico.
—No —dijo asustada.
—¿Pero qué te ha hecho? —Intentó apartarla para verla bien y estaba tan pálida que ponía los pelos de
punta. Al ver su muñeca que obviamente estaba rota corrió hacia el teléfono. —Voy a llamar, ponte como
quieras.
Sara gimió de dolor doblándose sobre sí misma. —Niña… No te…
No escuchó nada más porque todo se puso negro y cayó redonda sobre la moqueta perdiendo el
sentido.


Abrió los ojos y parpadeó cuando Camilla levantó una de sus cejas platino. —¿Estoy muerta otra vez?
—Eres un desastre, ¿lo sabías?
Suspiró sentándose en la nube y asintió. —¿Tan mal lo he hecho?
—No podías hacerlo peor. ¡No has seguido mis consejos!
—¿Consejos? ¿Qué consejos?
—Qué esperabas que ocurriera, ¿eh? ¿Que cayera rendido a tus pies? Soy Sara amor, estoy aquí de
nuevo. Es que es para matarte.
—¿Otra vez?
—No tiene gracia.
—Ya sé que no tiene gracia —susurró.
—Te has dejado pillar por todos y cuando has querido hacerlo con él te ha salido el tiro por la culata.
—Jamás hubiera imaginado que hiciera lo que…
Camilla apretó los labios. —La verdad es que su comportamiento deja mucho que desear. Sobre todo
por ese encuentro en el sofá, que demuestra que no le molestó nada tomarte para luego despreciarte.
—No le reconozco. —Sollozó intentando retener las lágrimas.
—Deja de llorar, cielo. —Se sentó a su lado con esfuerzo y acarició su espalda. —A veces los hombres
son estúpidos. Pero llegará un momento en el que se dé cuenta de que ha metido la pata.
Se le cortó el aliento y la miró a los ojos. —¿De veras?
—Oh sí, el destino es muy caprichoso a veces. En nada de tiempo estará tirándose de los pelos, eso si no
lo está haciendo ya.
—¿Ahora que me he muerto de nuevo? —preguntó indignada.
—Suelen ser de efectos retardados. Y no estás muerta de nuevo, solo desmayada.
—¿De veras? ¿A los desmayados les subís al cielo?
—¿Quieres centrarte? No sigas los consejos de nadie, excepto los míos, claro.
—Claro.
—Tú no muevas un dedo más. Vendrá rogándote perdón. Ni de broma, ¿me oyes?
—No, claro que no. Estoy enfadada.
—Vamos hombre... Resucitas para volver a él y te trata así. Tú no claudiques a la primera por muchos
ojitos que te haga. Ahora es él quien tiene que trabajar en esta relación porque se lo has dado todo hecho.
—Es cierto, siempre lo hago yo todo.
—Bueno él pasa por alto lo desastre que eres, pero es una nimiedad con todo lo que le quieres.
—¡Exacto!
—Ahora huye de él como de la peste.
—Claro que sí. No quiero ni verle.
—Pero no te pases a ver si se va a dar por vencido.
—¿Un equilibrio?
—Eso, tú equilibra.
—Pero no me acuesto con él.
—¡Claro que no! ¡Después de lo que ha hecho al menos un año de sequia!
—¿Un año? —Chasqueó la lengua. —No sé si aguantaré tanto.
—Bueno, niña, resístete un poco porque si no esto no tiene sentido.
—Vale, yo me resisto. Estoy enfadada, puedo hacerlo.
—¿Y asustada?
Apretó los labios y asintió. —Me asustó mucho y me sentí… Sobre todo despreciada y eso me dolió mil
veces más. Nunca le gustaré como ella, lo vi en sus ojos. Me hizo el amor solo para vengarse de mí,
realmente no me deseaba.
—No digas tonterías. He visto cómo te miraba y esos pechos le vuelven loco.
—Antes toda yo le volvía loco.
—Bueno, es un cambio muy brusco, pero has mejorado muchísimo y tienes cara de ángel. Unos ojos
preciosos rodeados de largas pestañas negras y unas piernas muy bonitas. Vale que la Sara de antes era
más llamativa con su precioso cabello rojo, pero tú tampoco estás nada mal. Y recuerda que ha estado con
mujeres preciosas, mucho más preciosas que Sara, pero se enamoró de ella porque cuando amas, amas el
interior. El exterior es un envoltorio que con los años se va deteriorando. Realmente no tiene importancia.
Sara se miró las manos. —No quiero que esté conmigo si realmente no le parezco atractiva. Me hace
sentir menos mujer.
—Tendrás que resolver todas esas dudas con él, cielo. En eso yo no puedo ayudarte.
Asintió y Camilla suspiró por la tristeza que reflejaban sus ojos. —No te rindas todavía. Te queda mucha
vida por delante y la vida da sorpresas maravillosas. Disfruta, vive, ama. No te cierres por miedo. Es el
mejor consejo que puedo darte.
—Bien, lo intentaré.
—¡No lo intentes, hazlo! ¿Sabes las teclas que he tenido que tocar para que volvieras? ¡No me
defraudes!
—Cielo, ¿dónde estás ahora? ¡Mujer, no te estás quieta ni un minuto!
—¡Ya voy! —Se intentó levantar. —Niña, ayúdame que mi marido me llama.
Se levantó a toda prisa y la puso en pie. Camilla sonrió. —Supongo que esta será la última vez que nos
encontremos de nuevo hasta que te llegue tu hora. Espero verte dentro de muchos, muchos años y que me
digas que todo ha ido bien. Aunque seguramente yo ya lo habré visto. —Le guiñó un ojo antes de alejarse.
—¿Y ahora qué hago?
—¡Ya sabes el camino!
Bufó mirando hacia abajo y se abrió la nube mostrándole la imagen. Estaba tumbada en una camilla
mientras los sanitarios gritaban a su alrededor. Al parecer tenía que dejarse caer de nuevo. Bueno, podía
ser peor.


Abrió los ojos y suspiró. Estaba a oscuras, pero entraba algo de luz de una farola por una rendija de la
cortina de la ventana. Confundida intentó sentarse, pero vio que tenía el brazo escayolado hasta el codo.
Fue todo un shock ver esa escayola. Le había roto la muñeca. Sintió que algo se retorcía en su interior
recordando el miedo que había pasado y su rostro mientras la llamaba zorra después de desvirgarla.
La puerta se abrió de golpe y Rose sonrió. —Te has despertado. El sedante no te ha hecho dormir toda
la noche.
—¿Dónde estoy?
Se sentó a su lado y cogió un vaso de agua de la mesilla de noche. —Estás en mi casa. Los médicos
dijeron que todo estaba bien, pero que necesitabas descansar. Te han recetado unos sedantes que tendrás
que tomar unos días. ¿No te acuerdas? Despertaste en el hospital y hablaste con el médico.
—No me acuerdo.
—Es que te sedaron de nuevo enseguida.
—¿Y Phillip? —preguntó asustada.
—Está durmiendo en la habitación de al lado. El pobre estaba muy preocupado por ti y nos llamó. —Le
mostró una pastilla en la palma de su mano. —Tómate esto.
—No, no quiero tomar nada. Quiero irme.
Rose apretó los labios. —¿Qué te ha hecho?
Recordando lo que había pasado sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡No quiero hablar de esto y menos
contigo! ¡Quiero irme! —Apartó las sábanas por el otro lado de la cama, pero tuvo que sentarse porque se
mareó.
—Son pastillas muy fuertes, tienes que descansar.
Phillip apareció en la puerta y ella se echó a llorar. Su amigo se acercó y se sentó a su lado para
abrazarla. —Shusss… no llores. Todo se va a arreglar.
—¿Me ha roto la muñeca?
Phillip se tensó con fuerza mientras su madre asombrada se tapaba la boca. —Sí, cielo.
—Quiero irme de aquí.
—Nos iremos cuando quieras. —La besó en la frente. —Voy a llamar a un taxi.
Rose se levantó apretándose las manos. —No hace falta, os llevará mi marido.
—Será mejor que no. No quiero alterarla más. No fue buena idea traerla aquí. —Se apartó de Sara para
mirar su rostro y le limpió las lágrimas como si fuera una niña. —¿Puedes prestarle una bata, por favor?
—Sí, por supuesto.
Phillip se apartó sonriendo dulcemente. —¿Ves? Todo se va a arreglar.
—Eres tan bueno conmigo… —dijo entre lágrimas.
—Solo lo que mereces porque eres mi pequeño milagro.
Rose reprimiendo las lágrimas salió de la habitación a toda prisa encontrándose con su marido en el
pasillo. —Dios mío, ¿qué ha hecho? —preguntó pálido.
—No lo sé. ¿Le has llamado?
—No coge el teléfono y no ha ido a trabajar. James ha dicho que corren rumores por la empresa sobre
su despido inminente.
—Le ha pegado, Michael —dijo angustiada cogiendo una bata y unas zapatillas del armario.
—Voy a volver a su piso.
El sonido del timbre de la puerta les detuvo en seco. —¿Quién será a estas horas? Son las cinco de la
mañana.
Michael apretó los labios y fue hasta las escaleras bajando hasta la puerta. Phillip salió de la habitación
muy tenso. —¿Quién es?
—No lo sé.
Se acercaron a la escalera y vieron como Michael con muy mal aspecto hablaba con su padre.
—¿Está aquí? —preguntó Michael sorprendido. Su padre se interpuso en su camino y le miró
asombrado—. Déjame pasar.
—No, hijo. No te voy a dejar pasar. Lo siento muchísimo pero no se encuentra bien y no voy a permitir
que la alteres más.
Michael palideció. —No… —Cerró los ojos y arrepentido susurró —Lo sabes, ¿no? Sabes que es ella.
—Tu madre lo descubrió y me lo contó de inmediato. Ella iba a intentar que te dieras cuenta. Al parecer
me equivoqué y debía haber hablado contigo primero.
—¿Mamá se dio cuenta? —preguntó incrédulo llevándose las manos a la cabeza—. ¡Joder, joder! Creí
que me intentaba engañar.
—Puedo entenderlo, pero le has roto la muñeca. —Su hijo sorprendido dio un paso atrás bajando un
escalón. —Y está destrozada. Queríamos que se quedara aquí hasta que se recuperara, pero quiere irse.
Así que vete a casa porque no quiero que te vea al salir.
—Déjame hablar con ella.
—¡No! —Michael cerró la puerta y se volvió para verles en la escalera. Rose se echó a llorar y su marido
negó con la cabeza mientras subía de nuevo. —Es intolerable, Rose. No te pongas de su lado.
—Pero está sufriendo.
—Más ha sufrido ella que de la noche a la mañana lo perdió todo. Él siguió con su vida.
—¿Phillip?
Michael sonrió a Sara que se apoyaba en el marco de la puerta obviamente mareada. —Pero bueno, no
te levantes.
—Quiero irme.
—Lo sé. —La cogió por los hombros y la llevó de nuevo hasta la cama para que se sentara. —Pero no
queremos que te caigas y te rompas la otra mano, ¿verdad? —preguntó como si fuera una niña—. Este
viernes tienes la exposición.
—Sí… —Él la tumbó con cuidado y la cubrió con las mantas.
—¿Sabes qué? Mientras voy a por el coche tómate esta pastilla. Es para el dolor de la muñeca, te
vendrá bien.
—Gracias.
Él sonrió y la cogió por la nuca mientras bebía agua. Cuando terminó suspiró cerrando los ojos. —Me
siento muy cansada.
—Sí, lo sé. Cierra los ojos que vuelvo enseguida.
—¿Phillip?
—Estoy aquí, cielo. Enseguida nos vamos.
—Bien.
Michael salió de la habitación y entornó la puerta. —¿No nos vamos? —susurró Phillip.
—No, le he dado un sedante. Además, Michael estará fuera. —Todos entraron en la habitación y
apartaron la cortina. Michael estaba en la acera de enfrente semiescondido tras un coche esperando a
que salieran.
—Dios mío, mi pobre hijo.
Michael apretó los labios. —No quiere que le vea si sale. Solo quiere asegurarse de que está bien.
Phillip suspiró. —Voy a hablar con él.
Sus padres se miraron antes de seguirle.


Michael sentado en el sofá con los codos apoyados en las rodillas se apretó las manos después de que le
contara Phillip como había vuelto a la vida y todo lo que había pasado desde que la había encontrado en
París. —Así que lo sabíais todos.
—No debíamos decir nada. O al menos eso creemos. Las reglas no están muy claras —dijo su padre
antes de darle un vaso de whisky.
Él pensativo movió el vaso entre sus manos. —Joder, soy el último en darme cuenta. —Hizo una mueca
antes de sonreír irónico. —Eso demuestra lo que la quería, ¿no?
—Hijo no te tortures. Es normal dudar.
—¿Dudar? Él no dudó —dijo Phillip muy tenso—. A pesar de las evidencias prefirió dañarla a darle el
beneficio de la duda.
Michael apretó los labios antes de beber su whisky de golpe.
—Es que es increíble —dijo Rose—. Ha vuelto del otro lado.
—Lo sentí cuando me entregó los dibujos en mi empresa. Cuando me llamó creí que era ella. Pero no
hacía más que decirme a mí mismo que era el deseo de tenerla de nuevo, que me imaginaba cosas. En el
hospital no dejé de decírmelo a mí mismo una y otra vez y por mucho que no quería hablar de Sara era lo
único que salía en la conversación. Creí que me estaba volviendo loco. Pero cuando le entregasteis su
material se me ocurrieron mil cosas más. Que estaba obsesionada con Sara, que quería ocupar su lugar y
cuando se presentó en mi casa me lo confirmó. Le hice creer que las coincidencias me sorprendían
cuando pensaba solo en tenderle una trampa para dejarla en evidencia. Incluso reconocí que era Sara. —
Se pasó la mano por los ojos. —Ni me puedo creer hasta donde llegué y cuando creí que había confirmado
mis absurdas sospechas se lo eché en cara. Solo quería hacerle daño. —Apretó el vaso entre sus manos. —
Y os juro que estuve a punto de cometer una locura, tuve ganas de estrangularla, así que la eché de casa.
—Mon Dieu.
—Una reacción muy lógica si hubiera sido una burla —dijo Rose.
—¡Pero no era una burla, señora!
—¡Pero él pensaba que sí!
—Rose, por favor… —dijo su marido advirtiéndola con la mirada—. Ahora tenemos un verdadero
problema porque es evidente que la niña le tiene miedo y a pesar de lo que no ha contado me puedo
imaginar qué ocurrió entre ellos para que esté de esta manera.
—Yo no pienso andarme por las ramas. ¿Te acostaste con ella? —preguntó Phillip furioso. Michael
agachó la mirada—. Eres un cabrón.
—¡Phillip! —exclamó Rose escandalizada.
—¡No le defienda, señora! Se acostó con ella cuando reconoció que era Sara, ¿verdad? ¿Verdad? ¿Ella
creía que te acostabas con Sara? —Michael asintió. —¿Y después le rompes la muñeca? ¡En mi país tú
eres un cabrón de primera, chico!
—¡Creía que se estaba burlando de él o algo peor! ¡Para él era una impostora!
—¿Y para eso se acuesta con ella? ¡Qué hubiera llamado a la policía!
Sus padres le miraron y él dejó el vaso en la mesa de centro. —Creo que voy a irme a casa.
—Hijo…
Michael miró a Phillip a los ojos. —Este viernes tiene la exposición. Sara llevaba esperando su propia
exposición toda la vida y sé lo importante que es. No la molestaré, ¿de acuerdo? Quiero que esté
tranquila.
—Te lo agradezco. He invertido muchísimo dinero en ella y en su futuro. Porque va a tener un futuro, en
tu mano está si quieres estar a su lado o no.
Michael apretó los labios antes de asentir y salir de la casa.
Los tres se quedaron en silencio y su padre se dejó caer en el sofá. —Es peor de lo que pensaba.
—Y se ha guardado cosas, estoy seguro —dijo Phillip.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque mi niña llegó a casa sin su ropa. ¡Apuesto a que la echó de casa desnuda o casi! Llevaba una
vieja camiseta y no llevaba sujetador.
Rose jadeó llevándose la mano a la boca. —Por Dios…
—Bueno, ahora tenemos que darle seguridad a Sara, que es lo importante. Después veremos cómo
solucionamos esto —dijo Michael—. Deberíamos volver a la cama.
—Menos mal que le ha roto la muñeca izquierda porque si no tendríamos que suspender la exposición
—dijo Phillip furioso.
—Eso no es importante —dijo Rose.
—¿Que no es importante? Lleva pintando como una loca desde que está conmigo para que la exposición
esté a tiempo. ¡Para ella es muy importante, te lo aseguro! ¡Su vida es su arte y si vas a la exposición el
viernes lo verás con tus propios ojos!
Rose se sonrojó. —No quería decir… Claro que es importante.
—Los simples mortales no entenderán nunca a los artistas —dijo yendo hacia las escaleras.
Ella miró a su marido. —Pues estoy segura de que renunciaría a su arte por mi chico —dijo remilgada.
—Esperemos que no renuncie a ninguno de los dos.



Capítulo 7



Al día siguiente en cuanto se despertó quiso irse, pero los tres se sentaron con ella en la mesa del
comedor ante un gran desayuno sin hacerle ni caso. Temiendo que Michael fuera por allí en cualquier
momento dijo —Si viene Michael…
—No va a venir —dijo Phillip cogiendo su mano sana—. Por eso no debes inquietarte.
—Dios mío, le habéis dicho que estoy aquí, ¿no? —Intentó levantarse. —Me quiero ir. Si me ve aquí se
va a poner como loco.
Su suegro se levantó y la cogió por el hombro. —Sí que sabe que estás aquí y no va a venir.
Se le cortó el aliento. —¿Lo sabe?
—Sí, vino ayer noche. Al parecer… —Miró de reojo a su mujer. —Ya no tiene dudas de quién eres.
Sorprendida se sentó. —¿Y cómo lo sabe?
—Por tus dibujos. Te dejaste el block en su casa —dijo Rose suavemente.
Se sonrojó con fuerza. —Oh.
—No debes preocuparte por él. No se acercará a ti. —Su suegro se sentó a la cabecera de la mesa y
sonrió. —Comprende que estás alterada por lo que ocurrió. —Carraspeó incómodo. —No te molestará.
—Al menos hasta la exposición —dijo Phillip antes de beber de su café.
—¿Cómo hasta la exposición?
—Entiende que es muy importante para ti y no quiere alterarte en este momento tan trascendental de
tu vida.
Se quedó mirando su plato vacío con la mirada perdida. —Hablamos de mi primera exposición mil
veces. Siempre tenía que exponer con otros artistas y solo una obra o dos. Sabía que no quedaba mucho
para que llegara el momento en que podría exponer yo sola y él me animaba a decirle cómo sería, qué
pintaría. Siempre creí que estaría a mi lado. —Sonrió con tristeza. —Como cambia la vida en un segundo.
—Lo siento —dijo Michael apenado—. No sabes cómo siento su comportamiento y todo lo que te ha
ocurrido.
—No tienes la culpa de nada. —Se levantó y avergonzada susurró —Gracias por todo, pero tengo mucho
que hacer.
Phillip carraspeó levantándose porque era evidente que quería irse cuanto antes. —Voy a llamar a un
taxi.
—¿Estás bien? —preguntó Rose suavemente.
La miró y sonrió porque su relación había cambiado mucho desde que había vuelto. —Al final puede que
no hubieras sido mala suegra.
Rose separó los labios de la impresión. —Hablas como si no fueras a volver con él.
En ese momento no volvería con él ni por todas las exposiciones del mundo. No había podido olvidar sus
gritos y sus insultos, pero ver su mano escayolada había terminado de abrirle los ojos. ¿Y si estaba
cometiendo un error? Y si no la quería como ella le quería a él. Lo menos que podía haber hecho es dudar
ante lo que estaba pasando, pero decidió hacerle daño y eso le había mostrado una cara de la persona que
amaba que había provocado que dudara en si había estado ciega durante toda su relación. ¿Cuánto había
tardado en acostarse con otras? ¿Y si solamente estaba obsesionado con ella por su traumática muerte?
¿Y si realmente ya no la quería? Tenía tantas preguntas en la cabeza, tantas dudas que solo quería
alejarse de él todo lo posible. Necesitaba tiempo. Y no lo hacía por lo que le había dicho Camilla, sino
porque hasta que no tuviera las cosas claras no quería volver a verle.
Al darse cuenta de que Rose esperaba una respuesta susurró —Necesito pensar en todo esto.
—Es lógico —dijo Michael advirtiendo a su mujer con la mirada pues había abierto la boca para
replicarle. Rose gruñó.
—Te devolveré el vestido después de llevarlo al tinte.
—Puedes quedártelo —dijo molesta haciendo que su marido la fulminara con la mirada—. ¿Qué? ¡Si ha
vuelto es por él! ¡No pienso callarme cuando solo ha cometido un error totalmente lógico!
Phillip entró en el comedor y extendió la mano. —Vamos niña, ya tenemos taxi.
—Gracias por todo —dijo muy incómoda.
—Llámanos si nos necesitas. —Michael les acompañó a la puerta. —Por favor, no lo dudes si necesitas
cualquier cosa.
—Gracias.
Salió de la casa y bajó los tres escalones para entrar en el taxi tras Phillip. Cerró la puerta y miró hacia
la casa para verles allí observándola.
—¿Estás bien?
—Sí. Siento haberles alterado.
—Y ellos sienten muchísimo lo que te ha pasado. No se lo esperaban. Me gusta Michael, es un hombre
como los que ya no quedan.
—Eso mismo pensaba yo de su hijo. —Sonrió con tristeza.
—Eh…—La cogió por la barbilla para que le mirara. —¿Sabes lo que necesitas?
—¿Un pincel?
Phillip sonrió. —Exactamente. Necesitas desahogarte y nada como un pincel y un lienzo para que te
explayes a gusto. No te reprimas que así nos haremos ricos.
—Tú ya eres rico.
—Nunca se es lo bastante rico, ¿no lo habías oído?
—También se dice que nunca se está lo bastante delgado y eso es una estupidez supina.
Phillip se echó a reír. —Si te escuchara Coco Chanel te tiraría de las orejas, pero ya que has dicho lo de
la delgadez lo voy a aprovechar. Estás adelgazando mucho.
Sorprendida negó con la cabeza.
—Sí, cielo. Desde que has llegado a Nueva York has debido adelgazar como seis o siete kilos, ¿no te has
dado cuenta?
—¿De veras? —Se encogió de hombros. —Será que no paro.
—Y que no comes como deberías, así que cuando lleguemos a casa vas a desayunar en condiciones.
Nada de ponerse a pintar sin comer, ¿me has entendido?
Ella sonrió. —Sí Phillip, no te preocupes.
La abrazó por los hombros pegándola a él. —Es que me has asustado. No lo hagas más.
—Lo intentaré.


El día antes de la exposición Phillip le prohibió pintar y la echó del piso para que tomara un poco el
aire, así que se escabulló a su antiguo piso para colocar las cosas que ya le había llevado la empresa de
mudanzas. Pasó todo el día colocando sus cosas a su manera. Sentada en el suelo con sus antiguos
pantalones cortos y una vieja camiseta colocaba godets de acuarela en un estuche sin saber cómo estaban
metidos en una bolsa cuando antes estaban en una caja, hasta que recordó que los tenía sobre la mesa
porque en el momento de su muerte estaba pintando una acuarela que debía estar por algún sitio.
Distraída para colocarlas por tonos no escuchó que se abría la puerta.
—Has avanzado mucho.
Chilló del susto mirando sobre su hombro y Michael apretó los labios antes de decir —Tenía la llave
todavía.
—¿Qué haces aquí? —Se levantó a toda prisa dando un paso atrás poniendo distancia entre ellos.
Él miró la escayola de su brazo y muy tenso se metió las manos en los bolsillos del pantalón del traje. —
He salido de trabajar y al pasar por aquí he visto la luz.
Sara apartó la vista y dijo —Tienes que irte.
—¿No crees que deberíamos hablar? —preguntó dudoso.
—No quiero hablar contigo. —Cogió una caja con dibujos y la quitó de la mesa para dejarla en el suelo.
—Vete.
—No deberías forzar esa mano.
Le fulminó con la mirada antes de incorporarse. —¿Qué quieres? Porque tus padres me dijeron que no
me molestarías, que entendías lo importante que era la exposición para mí, pero al parecer ya te has
olvidado.
Apretó los labios. —Nena…
—¡No me llames así! Dejé de ser tu nena hace un año y el otro día lo demostraste perfectamente. Me
quedó clarísimo.
—Creía que me engañabas.
—Ya, eso también me quedó clarísimo.
Impotente dio un paso hacia ella. —No quería hacerte daño.
—No mientas, Michael —dijo asombrada—. Era lo único que buscabas.
Frustrado se pasó la mano por la nuca y ella sonrió con tristeza. —No te atraigo como ella.
—No digas eso.
—¡No mientas! ¡Lo vi en tus ojos! ¡No te atraigo como antes! ¡Te negabas a ti mismo que fuera yo
porque ya no sientes lo mismo!
—¡Si te hice el amor fue porque te deseaba!
—No me hiciste el amor, me follaste. Desahogaste tu frustración conmigo.
—No digas eso.
—¿Por qué si es la verdad? Y al darte cuenta de lo que habías hecho lo pagaste conmigo. ¡Te sentiste
asqueado y lo pagaste conmigo!
Palideció dando un paso hacia ella. —No es cierto, te deseaba.
—Desde que he vuelto no te reconozco. —Sonrió con tristeza. —Pero a ti te pasa en lo mismo, ¿no? Es
irónico. —Sus preciosos ojos azules se llenaron de lágrimas y se volvió porque lo que menos quería es que
sintiera pena por ella. —Vete, por favor.
—¡Creía que me engañabas y sí, me asqueaba a mí mismo el deseo que sentía por ti porque creía que
todas esas coincidencias, todo eso que sentía a tu lado era producto de mi imaginación! —A Sara se le
cortó el aliento. —Y tienes razón lo pagué contigo, quería que sufrieras y reconocieras que me engañabas.
Quería que sufrieras por torturarme con ella, por utilizarla, por querer sustituirla… No sabía cuáles eran
tus razones, pero me daba igual porque a mi Sara no iba a sustituirla nadie.
Cerró los ojos dejando caer las lágrimas por sus mejillas y le sintió tras ella. A mi Sara no iba a
sustituirla nadie. Su suegra tenía razón, la había idealizado y ni ella misma podría estar a su altura.
Mucho menos con ese cuerpo.
—No podía creer que fueras tú.
Sintiendo que se ahogaba corrió hacia su habitación y cerró con llave. —Sara por favor…
—¡Vete! —Se echó a llorar y se dejó caer hasta el suelo.
—Lo siento —dijo al otro lado—. Joder, no sabes cómo siento haberte hecho daño. Por favor nena,
perdóname.
—Esto no tiene sentido, nunca voy a ser como ella de nuevo. ¡Quiero que te vayas! —gritó histérica.
Él se quedó en silencio y después de unos minutos pensó que se había largado. Sorbió por la nariz
limpiándose las lágrimas de las mejillas.
—Cuando te conocí y hablo de la primera Sara no me gustaste. —Se le cortó el aliento. —Vestías de
cualquier manera, no te depilabas las piernas y tenías pintura pegada en el pelo. Eras la antítesis de lo
que buscaba en una mujer, cualquier mujer con la que saliera, pero no dejabas de acosarme.
Ella jadeó indignada. —¡No te acosaba!
—Menuda mentirosa —dijo divertido—. Siempre que pasaba ante tu casa salías con alguna excusa
tonta. Cielo, un día me preguntaste si arreglaba cisternas en lugar de llamar al portero. —Se sonrojó
ligeramente. —Y otro día me invitaste a cenar porque habías hecho espaguetis de más. Y cocinas fatal,
nena. Se olía la salsa de tomate quemada desde el pasillo, pero entré en tu casa porque te deseaba. Y ahí
me di cuenta de que estaba en un lío de primera porque si pasaba por alto todo lo que no me gustaba de ti
para estar a tu lado es que estaba perdido.
Una lágrima cayó por su mejilla recordando ese momento. Estaba tan contenta, al fin le había hecho
caso después de meses de insistencia y ya no se habían separado.
—Llegó un momento en el que me sentía tan feliz a tu lado… Me dabas tanto que temí perderte. Me
aterraba que conocieras a otro que te hiciera más feliz que yo, así que te compré el colgante. Sabía que
no creías en nada de eso de las uniones para toda la vida y pensé que me rechazarías, que dirías que
estábamos bien viviendo juntos cuando yo lo quería todo, preciosa. Quería tener hijos, quería envejecer a
tu lado porque te echaba de menos cada segundo, pero dijiste que sí. —Se quedó en silencio varios
segundos. —Cuando en la iglesia oí los gritos supe que te había pasado algo y cuando salí y te vi allí tirada
en la acera se me cayó el mundo encima. Era evidente que no te salvarías. No me lo podía creer —dijo
emocionado—. Lo había perdido todo y solo podía pensar que me había enfadado contigo por una
estupidez. En el día más importante de mi vida me había enfadado contigo por una persona que no me
importa en absoluto. Y te perdí. —Le escuchó suspirar como si estuviera agotado. —Joder Sara, eso no me
lo esperaba. Me sentía destrozado. No me lo podía creer. Mis padres y James intentaron ayudarme porque
no dormía, trabajaba como un poseso y creí muchas veces que me volvería loco. Era recordar los
momentos que pasamos juntos y quería morirme. —Sara sollozó. —Pero aunque el dolor seguía ahí, mi
vida fue volviendo poco a poco a la normalidad y un día una mujer se me insinuó. James me dijo que era
hora de ponerme en circulación.
—¡Tu amigo es idiota!
Él rio por lo bajo. —Tú misma dijiste que no querrías verme mal.
—¡Oh, cállate!
—¿Celosa, nena?
—¡Qué te den!
—Eso es que todavía me quieres —dijo cortándole el aliento—. Y tienes que quererme mucho para que
estés aquí de nuevo. ¿Y sabes qué, nena? No voy a darme por vencido. Si te he dicho que he estado con
otras mujeres es porque he sentido deseo por ellas, sí. —Jadeó con ganas de pegar cuatro gritos. —¡Y a ti
también te deseé el otro día! ¡Pero la diferencia entre ellas y tú es que a ti te quiero! ¡Eso hace que mi
deseo por ti sea mil veces mayor y me es igual el cuerpo que tengas! Así que vete haciéndote a la idea de
que no pienso darme por vencido, ¿me oyes? —Ella entrecerró los ojos. —¡Sara contéstame!
—¡Imbécil!
—Esto va muy bien, al menos ahora no lloras. Me voy a ir para que pienses en lo que te he dicho. ¿Me
das un beso de despedida?
—¡Qué te den!
Le escuchó reír y sorprendida miró la puerta con los ojos como platos. —Hasta mañana, preciosa. Que
duermas bien.
Escuchó como se alejaba y parpadeó pensando en lo que le había dicho. La quería, la quería a ella y no
a su cuerpo, era lo que le había dicho, ¿no? ¿Eso significaba que no la consideraba atractiva? ¿Que le
daría igual que fuera bizca y coja? Eso no le había quedado muy claro, pero lo que sí había entendido es
que no se iba a dar por vencido en reconquistarla y sonrió sin poder evitarlo.


—Gracias, espero que disfrute mucho de él —le dijo a uno de los invitados que estaba entusiasmado con
su compra.
—Seguro que lo haré.
Se volvió para comer algo haciendo volar el bajo de su hermoso vestido rojo de gasa. Estaba
hambrienta porque llevaba horas sin probar bocado, primero por los nervios de la inauguración y después
porque no había podido dejar de hablar con la gente, pero ahora parecía que ya no querían llamar tanto
su atención, así que era hora de relajarse un poco. Se acercó a un camarero que llevaba una bandeja y
cogió un canapé de salmón cuando alguien le tocó la espalda. Se volvió resignada y su sonrisa se congeló
al ver ante ella a su antigua mejor amiga que sonreía de oreja a oreja. Por Dios, ¿qué hacía allí? ¿Quién la
había invitado?
—Hola, quería decirte lo que me encanta tu obra.
—Gracias —respondió incómoda.
—Tienes un estilo muy peculiar, ¿sabes? Me recuerda a lo que pintaba una amiga mía. —Su mirada se
entristeció. —Se llamaba Sara.
—Lo siento mucho.
—Sí, fue una pérdida terrible. Por cierto, me llamo Judith.
—Jackie.
Ella se echó a reír levantando el folleto de su exposición. —Lo sé. Perdona que me haya colado, he
venido con un amigo. —Señaló a Jeremy que hablaba con uno de los periodistas especializados en arte y
parecía cabreado, la verdad. —Es artista y busca una oportunidad. En sitios así suelen haber expertos y
esas cosas.
¿Cómo había pasado eso? Jeremy al verlas hablando frunció el ceño y Sara forzó una sonrisa antes de
volverse.
—¿Qué coño hace ese aquí?
Miró hacia donde miraba Judith que era hacia la puerta y en ese momento entraba Michael guapísimo
con un traje gris. Se le cortó el aliento porque en su solapa llevaba una flor violeta como en el día de su
boda. —¿Le has invitado tú? —preguntó su amiga indignada.
—Le habrá invitado mi marchante, ¿por qué? —Al darse cuenta de que aún tenía el canapé en la mano
se lo metió en la boca a toda prisa.
—Te mira… Será cabrito.
Le miró de soslayo y vio que iba hacia ellas. ¡No, no! Empezó a toser y se llevó la mano al pecho. —¿Te
has atragantado? ¡Agua! ¡Agua!
Un camarero le acercó una copa de agua a toda prisa y ella bebió mientras Judith le daba palmaditas en
la espalda.
—¿Te encuentras bien?
La voz de Michael le hizo decir sin darse cuenta. —Mierda.
Confundido miró a Judith y sonrió. —Qué sorpresa.
—¿No me digas? —En plan borde se cruzó de brazos. —¿Qué haces aquí, Grifford? ¿Buscar a tu
siguiente víctima?
—¡Judith! —exclamó asombrada.
—Perdona Jackie, pero es que me revienta el solo hecho de verle la cara. ¿Sabes lo que hizo este tío?
—Obviamente no, pero no eres quien para tratar así a uno de mis invitados.
Judith se sonrojó. —Lo siento, pero no pienso disculparme con él. —Con la cabeza muy alta se fue con
Jeremy.
—¿Pero qué ha pasado? —Miró a Michael a los ojos. —¿Habéis discutido?
—Nena…
—Jackie, es la hora de la sorpresa —dijo Phillip emocionado antes de que sorprendido se diera cuenta
de que Michael estaba allí—. ¿Pero qué haces tú aquí?
—Está claro que no soy bien recibido.
—Dijiste…
—Llego en el último momento. No quería perderme un día tan importante para ella. —La miró a los
ojos. —Felicidades, nena.
Se sonrojó de gusto, pero intentando disimular lo que le agradaban sus razones para estar allí dijo
estirada —Gracias.
Él sonrió.
—Hijo estás aquí —dijo Rose encantada acercándose con una copa de champán acompañada de su
esposo—. Es todo un éxito.
—Eso es evidente —dijo sin dejar de mirarla a los ojos.
—Vamos Jackie, no quiero que se vaya nadie y ya hablan de empezar a retirarse.
Asintió y se alejó hasta el centro de la sala. Phillip cogió el micro que había usado en la presentación. —
Señoras y señores, tenemos una sorpresa. Nuestra artista pintará un cuadro en directo y ese cuadro será
entregado a la persona que se ofrezca a hacer un desnudo.
Hubo murmullos a su alrededor y Phillip se echó a reír. —Es broma, aunque a la artista le encantaría, la
verdad. En su invitación tienen un número en la esquina superior derecha. Realizaremos un sorteo y el
ganador se llevará la obra de nuestra Jackie. Y para hacerla solo necesitará mirarles unos minutos.
Después podrán relajarse y recoger su cuadro antes de irse.
Todos se emocionaron y sacaron sus invitaciones a toda prisa. —Vaya, y yo no tengo invitación —dijo
Rose molesta.
—Mamá a ti puede pintarte cuando quieras.
Esta soltó una risita. —Lo sé. —Levantó la barbilla orgullosa y Michael miró a su alrededor. Se le cortó
la sonrisa al ver uno de los cuadros que estaban al fondo. Caminó hacia allí para ver un cuerpo de
espaldas de una mujer pelirroja que parecía que fluía hacia otro cuerpo borroso que estaba al lado.
—Es impresionante, ¿no? —preguntó alguien tras él.
Al ver a Judith apretó los labios. —Mira, no quiero líos y por tus palabras de antes tiene pinta de que
quieres joderme.
—¿Por qué piensas eso? Solo intento proteger a las almas cándidas de un depredador. Y como creo que
intentas ligarte a la nueva estrella, voy a tener que contarle unas cuantas cositas sobre cómo eres en
realidad.
Él se tensó. —No sé de qué me hablas.
—¿No? Me da la sensación de que ya te la estás camelando, pero ella no te conoce realmente, ¿no?
¿Qué pasa, te van las pintoras? Pienso decirle que eres un cerdo sin sentimientos que después del funeral
de su novia atropellada se acostó con su prima.
Michael incrédulo dio un paso hacia ella. —¿Qué coño estás diciendo?
—¡Os vi besándoos en casa de tu madre después del funeral! ¡En tu cuarto! Niégalo si te atreves…
—¿Michael? —Se volvió de golpe para ver a Sara tras él. Pálida susurró —¿De qué está hablando? ¿Con
Steffany?
—No fue así, nena… Te lo juro. Se me tiró encima y de la vergüenza salió corriendo. Una semana
después me enteré de que se mudaba a California. Estaba avergonzada porque alguien se enterara de lo
que había hecho. —Se detuvo en seco al darse cuenta de donde estaban, pero ya era tarde.
Judith separó los labios al ver el dolor en sus ojos y preguntó incrédula —¿Sara?
Sorprendida la miró. —¿Qué?
—¿Eres Sara? —Entonces su mirada cayó en el cuadro de la mujer pelirroja y se llevó la mano al pecho.
—Dios mío, eres tú.
Michael juró por lo bajo. —Cállate, no haces más que meter la pata. Ella no es Sara, ¿estás loca o es que
estás bebida?
Se sonrojó con fuerza y miró a su alrededor avergonzada. —Creo que es hora de irme.
—Sí —dijo Sara descompuesta—. Es hora de que te vayas ya que no has sido invitada. Y llévate a tu
amigo, por favor, está bebiendo de más y empieza a llamar la atención.
—Lo siento.
Cuando se alejó Michael se acercó. —Te juro que…
Le fulminó con la mirada. —No me jures. ¿Con mi prima?
—¡No pasó nada! Subí al baño de mi habitación y ella estaba allí. ¡Se me tiró encima, joder! La aparté
delicadamente cuando lo que quería era pegar cuatro gritos porque era una zorra envidiosa.
—¿Me tenía envidia?
—Nena, qué ciega estás. Como esa a la que acabas de echar. Habla de Steffany, pero ya en tu
cumpleaños, en aquella fiesta que organizaste para todos tus amigos… ¿La recuerdas? —Ella asintió. —
Pues me dio su número diciendo que la llamara.
Jadeó indignada. —¿Qué dices?
—A mí no me extrañó, la verdad. No era la primera vez que me ocurría algo por el estilo, así que no le
di importancia y no te lo dije.
Una morena pasó ante ellos y se comió a Michael con los ojos. —¡Será posible! ¡He estado ciega!
—Es que salíamos poco.
Le fulminó con la mirada antes de gruñir y volver a su sitio gritando —¡El puñetero número!
Phillip con la bolita en una mano y el micro en la otra la miró con los ojos como platos. —¡Qué
temperamentales son los artistas! —Varios se echaron a reír mientras ella se sentaba en su sitio. —¡El
setenta y seis!
Una mujer chilló de la alegría y mostró la invitación. —¡Yo, soy yo!
La afortunada de unos ochenta años se plantó ante ella. Le recordó a Camilla y no pudo evitar sonreír
mientras la observaba de arriba abajo. —Muy elegante.
—Gracias, niña. Ponme guapa —dijo haciendo reír a los que estaban a su alrededor.
—Haré lo que pueda. Muy bien, puede irse.
—¿Seguro? Estaré cerca por si acaso.
Empezó a mezclar la pintura y le sintió tras ella. —Estoy trabajando.
—Nena, no fue nada, te lo juro.
Phillip se acercó. —Y yo te juro que como no la dejes concentrarse, hago que te echen. —Él gruñó
alejándose y Phillip se agachó a su lado. —¿Qué ha pasado?
—¡Qué hay mucha lagarta suelta, eso ha pasado!
—Ah, que son celos. —La palmeó en el hombro. —Bien, a trabajar. —Iba a irse, pero le susurró al oído —
Y ponla mona, tiene mucha influencia y mucho dinero, cielo. La crème de la crème.
Pensando en su prima dio varios brochazos. Había que ser zorra. Todavía estaba su cuerpo caliente y ya
se tiraba en brazos de Michael. Es que era para morirse de nuevo de la impresión. Cuando la pillara le iba
a arrancar los pelos. Levantó la vista distraída y vio como la morena miraba de reojo a Michael, que
hablaba con uno de esos empresarios que no sabían nada de arte que había invitado Phillip. Volvió la vista
hacia la morena que bebió de su vino sin quitarle ojo. Es que la tiraría por la ventana. Jadeó porque al fin
entendía lo de las escaleras. Es que era tonta. Era tonta y había estado ciega. Su mejor amiga y su propia
familia. Gruñendo de vez en cuando seguía dándole vueltas mientras pintaba a la mujer que ansiosa
seguía pululando a su alrededor para ver el resultado poniéndola de los nervios. Dio la última pincelada a
la sombra de la nariz rodeada de gente que no había perdido detalle y cogió otro pincel para poner la S en
la parte de abajo. Empezó a pintarla cuando se dio cuenta de lo que había hecho y palideció por toda la
gente que estaba observando incluida su suegra que carraspeó dándole con la cadera en el codo haciendo
un rayón sobre la parte de arriba de la S. —Oh, lo siento.
Ella sonrió aliviada. —No pasa nada. Tiene arreglo.
—Menos mal, creía que la había fastidiado.
Pintó encima oscureciendo esa parte del cuadro y disimuló dando toques al resto del retrato. Cogió un
pincel nuevo y lo empapó en pintura blanca para firmar con su nuevo nombre. Todos aplaudieron a su
alrededor y la mujer emocionada dijo que era el mejor retrato que le habían hecho nunca.
—Gracias. —Se levantó agotada. —Debería dejarlo secar. Puede recogerlo mañana
—Por supuesto, haré que vengan a por él y lo pondré sobre la chimenea. Ocupará un lugar privilegiado
en mi casa.
Sonrió alejándose y Rose la cogió del brazo sano. —Menos mal que estaba yo aquí.
—Por poco la lío. —Su suegro se acercó sonriendo satisfecho. —¿Te ha gustado? —Aplaudió haciendo
que se sonrojara. —Gracias.
—De nada, has estado maravillosa.
—Nena, estás agotada. ¿Te llevo a casa?
—Ya, claro —dijo haciéndole reír.
Phillip se acercó encantado. —Mi ayudante me acaba de comunicar que se ha vendido todo.
Se llevó la mano al pecho. —¿De verdad?
—Has estado maravillosa. Nos los han quitado de las manos. Ya puedes irte, te veo cansada. Michael,
¿te encargas?
—Claro.
—No te decía a ti, le decía a tu padre.
Su suegro carraspeó. —¿Yo?
—No necesito carabina. Cogeré un taxi.
—Nena, tengo el coche fuera.
—Ni me hables —dijo yendo hacia la parte de atrás para coger su bolso.
Él la siguió. —No hice nada.
—Y esas zorras —dijo entre dientes abriendo el despacho de Phillip—. Es que es para matarlas. —Iba a
coger el bolso cuando vio que tenía pintura en las manos y juró por lo bajo yendo hacia el baño. Él la
siguió apoyando el hombro en el marco de la puerta. —Mi prima, mi propia sangre.
—Una vez estuve con dos hermanas.
Dejó caer la mandíbula del asombro girando la cabeza hacia él lentamente para darse cuenta de que no
le estaba metiendo una trola. Él se encogió de hombros. —No a la vez, por supuesto… Aunque la segunda
lo propuso. Lo vi un poco raro y me negué, claro.
—Claro. ¡Tú me has ocultado muchas cosas! —Cogió la toalla de malos modos y se secó las manos.
—Nena, esas anécdotas no se cuentan.
—Claro que sí. En una pareja se cuenta todo.
—Es que si tengo que contarte con todas las mujeres que me he acostado antes de conocerte no me
acordaría ni de la mitad.
—Muy bonito.
—Tú tampoco me hablaste de tus amantes.
—¡Es que yo era virgen!
Él apretó los labios. —Muy graciosa.
—Capullo.
—Estás gruñona porque tienes hambre. —Dio un paso hacia ella comiéndosela con los ojos. —Si
quieres… puedo ir a comprar esa hamburguesa que te gusta tanto. —La cogió por las caderas haciendo
que su corazón se pusiera del revés. —¿Quieres, preciosa? Te encanta comer en la cama. —La miró de
arriba abajo antes de pegarla a su cuerpo robándole el aliento porque estaba excitado. Muy excitado. —
¿Te he dicho que estás tan bonita que quitas el aliento con ese vestido rojo? Me gusta como te queda el
rojo.
Al pensar en su antiguo pelo rojo se apartó y cogió el bolso antes de salir del despacho. Michael
suspiró.
Se despidió de la que salía y cuando llegó a la calle allí estaba Michael ya subido en su coche. Caminó
por la acera y él la siguió. —Nena, sube de una vez. Odias los tacones y llevas horas con ellos puestos.
Pues tenía razón y se miró los pies. Estaba claro que esos pies los soportaban mejor, pero aun así los
tenía hechos polvo. Se acercó al coche y puso el brazo en jarra. —Puedo coger un taxi.
—Te voy a seguir igual.
Le rogó con la mirada. —Tengo que pensar.
—No tienes nada que pensar, ¿me oyes? ¡Esto no hay quien lo cambie ya!
—No me cabrees, Michael.
—¿Más?
—¡Sí, más!
Se le metió un tacón en una rejilla y se cayó de boca. —¡Hostia! —Él salió del coche a toda prisa y la
cogió por los brazos para sentarla. —¿Estás bien?
—Odio los tacones.
—Nena, dime que estás bien.
Se le cortó el aliento por su preocupación y le miró a los ojos. —Creo que me he despellejado la rodilla.
Él juró por lo bajo y miró sus piernas. El vestido se le había subido casi hasta los muslos. —¿Sabes que
tienes unas piernas preciosas? —preguntó con la voz enronquecida.
—¿De veras? —Se las miró. —Están gordas.
—No, nena. Antes tenías dos palillos.
Jadeó mientras la cogía en brazos. —Menuda mentira.
—Y ahora son más largas.
—Sí, ya no soy tan bajita. —Estiró la mano para abrir la puerta y él la sentó en el asiento del copiloto.
—Ahora tengo tus labios más a mano. —Le dio un beso rápido y se apartó para cerrar la puerta. Ni se
había dado cuenta de que había dejado caer su bolso hasta que vio que lo recogía con el zapato de tacón
que aún estaba en la rejilla. Rodeó el coche por delante y la respiración de Sara se agitó. Cuando se sentó
a su lado intentó mostrar indiferencia. Tenía que seguir cabreada, resistirse un poco. —¿Seguro que estás
bien?
—Ajá…
Él la miró de reojo antes de incorporarse al tráfico. —¿Te duele la rodilla?
—No es nada.
—Sara habla conmigo…
—Estoy bloqueada.
Él suspiró y se mantuvo en silencio durante unos minutos. —Sé que te he hecho daño, pero nos
queremos.
—Tú querías a la otra.
—¡Sois la misma! —Él alargó la mano y cogió la suya. —¿Es por las otras?
—Michael no saques ese tema —dijo entre dientes.
—Nunca quise nada con ellas.
—Las utilizabas.
—Bueno, yo nunca engañé a nadie. —Soltó su mano furiosa. —A ti sí, pero ya te he explicado cómo me
sentí.
—No me imaginaba nada de esto cuando volví.
—¿Y qué esperabas? ¿Que llegaras con otro cuerpo un año después y te recibiera con los brazos
abiertos sin expresar dudas?
—¡No! Pero lo que sí que no esperaba era que te acostaras con tantas mujeres. ¡No debías quererme
tanto! —gritó con rabia.
—Nena, eso no es justo. ¡Estabas muerta! ¿Debía ser un monje?
Negó con la cabeza. —Todas eran mucho más… —Se pasó las manos por los ojos frustrada. —Esto es
una locura.
—¿Mucho más qué?
—¡Más atractivas que yo! ¡Mucho más atractivas que la que era y mucho más de la que soy ahora!
—¡Sabías que salía con muchas mujeres cuando me conociste!
—Pero nunca te vi con ninguna.
—¡Me enamoré de ti! ¡Me iba a casar contigo! —exclamó incrédulo—. ¿Qué más quieres para
demostrarte que eras tú la que me importaba? —Se detuvo ante su edificio y al mirarlo frunció el ceño. —
¿Qué coño hace ese ahí?
Volvió la vista para ver a Jeremy en el portal hablando con el portero de noche. —Michael muévete.
Él avanzó y miró por el espejo retrovisor. —Nos ha visto.
—¿Crees que sabe algo? —preguntó preocupada porque ya lo sabía mucha gente—. Seguro que Judith
le ha dicho algo.
—Joder… Nena, deberíamos irnos de la ciudad.
—¿Qué? ¿Y tu trabajo? ¿Y tu familia?
—Vives en su apartamento, pintas como ella. Hoy has estado a punto de cometer un error monumental,
si hubieras puesto la S en el cuadro…
—Lo sé. Pero no quiero renunciar a nuestra vida. Aquí tienes a tus amigos.
—Empezaríamos de cero. Sin nadie que nos conozca y que pueda pensar en Sara. Nena, que Jeremy
esté ahí es una malísima señal.
Eso era verdad.
—¿Y si cuenta a alguien sus dudas? ¿Y si Judith también lo hace? Puede que piensen que están locos,
pero estamos juntos y habrá rumores.
—¿Estamos juntos?
—Sara no empecemos.
—Deberías llamarme Jackie.
Él rechinó los dientes. —¡Estoy intentándolo, pero no me sale desde que sé la verdad!
—Phillip ha comprado el piso para mí y no puedo decir ahora que me voy. Mi trabajo está aquí. Nueva
York es el centro del mundo. Y dónde ibas a trabajar tú, ¿eh? ¡Has conseguido el puesto de tus sueños, no
pienso permitir que ese maldito gilipollas que me atropelló nos robe la vida a los dos!
Michael apretó el volante. —Pues debemos tener mucho cuidado, pero si la cosa se pone fea nos vamos.
—Ella se mantuvo en silencio. —¡Sara, hablo en serio! ¡No quiero ni imaginar de dónde has sacado tu
identidad, pero como la policía rasque un poco estamos en un lío!
Eso había pensado ella mil veces. —¡Está bien!
Llegaron a su piso en el Soho y ella le miró asombrada. —¿Qué hacemos aquí?
—¿Tú qué crees? ¿Quieres volver a tu casa?
—Me quedaré con Phillip.
—Sí, eso es lo que estaba pensando.
—No pienso acostarme contigo.
—Pues muy bien. Pues duermes y ya está, pero antes vamos a curar esa rodilla y a pedir algo de cenar.
Metió el coche en el aparcamiento de un edificio cercano y cuando apagó el motor salió del vehículo.
Ella entrecerró los ojos. —Estás siguiendo mi táctica, ¿no?
—No sé de qué me hablas. —Le abrió la puerta y sonrió.
Salió del coche y se agachó para coger el zapato. Apoyándose en la puerta se lo puso fulminándole con
la mirada. —Darme la razón para luego hacer lo que te venga en gana.
—¿Yo? Qué va.
Cuando cogió el bolso cerró la puerta. Michael divertido cerró con el mando. Caminaron en silencio
hasta su portal y le observó mientras abría la puerta. —¿De verdad te gusta vivir aquí?
—Estoy pensando en llamar a Cassandra.
Sus ojos azules brillaron. —¿Vas a comprar el piso de nuevo?
—Lo estoy pensando, ¿vale? A no ser que quieras irte. —Fueron hacia el ascensor. —Pero conociéndote
no vas a dar tu brazo a torcer. Cuando se te mete algo en la cabeza eres muy tozuda.
—Por supuesto que…sí. —Él la cogió de la cintura y la pegó a la pared del ascensor mirándola
intensamente. —¿Por qué sonríes? —preguntó sin aliento.
—Porque eso significa que lucharás por mí porque sigo en tu cabeza y en tu corazón. Sé que me
perdonarás y que no te darás por vencida. Después de todo lo que ha pasado no, ¿verdad? —Se la comió
con los ojos. Se agachó lentamente derritiéndola y ella a punto de claudicar puso la mano entre sus bocas.
Él gruñó apartándose. —Mejor pido algo de cenar.
—¡Eso, tú aliméntame a ver si así se me quita la mala leche que tengo en este momento por lo de mi
prima! ¡Y lo de Judith! ¡Y todo lo demás!
Le siguió hasta su piso y en ese momento salió la vecina de al lado que puso los ojos en blanco al verla.
Como un tomate vio como miraba su brazo y pasó a su lado sin decir una palabra. Michael apretó los
labios. —Sí, será mejor que me mude.
Ella entró en la casa y vio el cuaderno sobre la mesa de centro. Se quitó los zapatos tirándolos a un lado
como el bolso y descalza fue hasta la cocina para abrir la nevera. —Nena, te he dicho mil veces que no
abras la nevera descalza.
Cerró de golpe. —No has hecho la compra. No hay nada de beber.
—Ahora lo pido. ¿Por qué no te duchas mientras tanto? Así te relajas un poco.
—Ya me he duchado esta tarde. —Se sentó en el sofá y vio el mando de la tele. Empezó a cambiar de
cadena sin decidirse por ninguna y Michael gruñó sacando el móvil.
—¿Qué quieres?
—Mi hamburguesa —dijo como si fuera tonto.
—Nena, acabo de guardar el coche. Cuando te dije que si iba a por ella no parecía que la querías y
sabes que no tienen servicio a domicilio.
—Pues ahora la quiero.
Escuchó como juraba por lo bajo y volvía a salir de casa. Sonrió encantada poniéndose cómoda, pero al
estirar las piernas vio su rodilla y decidió ducharse antes de curársela. Se levantó y se quitó el vestido.
Subió las escaleras y se encontró una habitación abierta. Dejó caer la mandíbula al ver la gran ducha que
solo tenía un cristal separándola de la habitación. Desde la cama se veía todo. Menos mal que el inodoro
estaba detrás de una puerta que había al lado. Bueno, como Michael se había ido se quitó la ropa interior
y abrió la ducha con cuidado de no mojar la escayola. —Rayos —dijo mirando a su alrededor. Se agachó
ante el lavabo y abrió el armarito inferior para ver un rollo de bolsas de basura. La asistenta lo debía dejar
allí para la papelera que tenía al lado. Tardó bastante en hacerse un apaño porque solo podía hacer el
nudo con una sola mano y cuando terminó la escayola estaba muy bien cubierta. Se metió bajo el agua y
cerró los ojos dejando que el agua le cayera sobre la cara. Qué maravilla, parecía lluvia. Se giró y movió la
cabeza hacia delante. La verdad es que el cabello corto tenía muchísimas ventajas, pensó relajada. Al
mirar hacia abajo se miró los pechos y frunció el ceño tocándose su pezón derecho. Menudos pitones tenía
y estaban duros como piedras. ¿Le tocaba la regla? No lo recordaba.
—¿Qué haces?
Chilló del susto y vio al otro lado del espejo a Michael con la bolsa del McDonald en la mano. —¿Has ido
a la esquina?
—¡No me iba a recorrer toda la ciudad! —Dio un paso hacia ella sin salir de su asombro. —¿Te estabas
tocando?
—¡Claro que no! Es que tengo… ¡Déjalo! —Se volvió sonrojada. —¡Déjame sola!
Él dejó caer la bolsa al suelo y comiéndosela con los ojos se quitó la chaqueta del traje. —Michael…
—Sal de la ducha, nena.
Su estómago se encogió porque jamás le había visto así. —Cariño contrólate.
La miró de arriba abajo estremeciéndola de deseo. —Joder, tu nuevo cuerpo tiene ciertas cosas que me
vuelven loco.
—¿De veras? —preguntó sin aliento mientras se desabrochaba la camisa mostrando su duro torso. Se
pasó la lengua por su labio inferior y él gruñó tirando la camisa a un lado.
—Esos pechos… Y tienes un trasero que estoy deseando acariciar.
Tragó saliva cuando se escuchó que abría la bragueta y miró hacia allí cuando dejó caer sus pantalones
mostrando su sexo erecto. —Ven preciosa, que te voy a mostrar todo lo que me excitas.
—Me estaba duchando —dijo sintiendo que no le llegaba oxígeno al cerebro.
La cogió por la muñeca sacándola de la ducha y pegándola a su cuerpo. Cerró los ojos por el placer que
la recorrió al sentir el calor de su piel antes de que atrapara su boca bebiendo de ella como si estuviera
sediento. Sara gimió abrazando su cuello y él la cogió por el trasero para elevarla, pero la elevó tanto que
sus pechos quedaron ante su boca. Michael se metió un pezón en ella haciéndola gritar de placer. Ni sintió
como la tumbaba sobre la cama mientras torturaba sus pechos ansioso con sus manos, sus dientes y sus
labios. Y era una tortura exquisita que la retorció de placer. Él subió sus labios hasta su cuello y
mordisqueó el lóbulo de su oreja. —Joder, nena… Antes no me respondías así. Me vuelves loco.
Entró en ella de un solo empellón haciéndola gritar de placer y Michael enterró su rostro en su cuello.
—Estás tan estrecha, tan suave… —Movió sus caderas de nuevo y Sara gritó creyendo que la tensión que
sentía en su cuerpo la rompería en dos. Y gritó de nuevo cuando lo repitió una y otra vez hasta que no le
salía la voz porque el placer y la necesidad le pararon el corazón hasta que un último empellón le devolvió
la vida haciendo que todo estallara a su alrededor en el orgasmo más intenso que había tenido nunca.
Él se dejó caer a su lado y se llevó la mano a los ojos intentando recuperar la respiración. Pasados unos
segundos apartó la mano para mirarla y cuando vio la sonrisa en su rostro sonrió antes de acariciar uno
de sus pechos posesivo. —Los tienes tan sensibles que haces mi trabajo mucho más fácil.
Sara abrió los ojos y levantó la mano para acariciarle cuando vio la bolsa de basura. Él rio por lo bajo y
le quitó la bolsa. —¿Te ha gustado?
—Estoy sin palabras. ¿Antes era así y no lo recuerdo?
Él tiró la bolsa a un lado y la cogió por la cintura para que se tumbara sobre él. Michael acarició la
suave piel de su trasero estremeciéndola. —Nuestra vida sexual nunca fue un problema.
—¿Pero?
—Nada, nena. Siempre hemos funcionado muy bien.
En sus ojos vio que se callaba algo. —Cielo, dímelo. No deberíamos ocultarnos nada.
Él chasqueó la lengua. —Siempre me han gustado mucho los pechos. —Le miró los suyos y los acarició.
—Y estos me encantan.
Dejó caer la mandíbula del asombro. —¡Pero si decías que los míos eran perfectos!
—¿Qué te iba a decir?
—¡Si estaba casi plana!
—Por eso esto es una mejora. Una clara mejora.
—¿Te gusto más ahora?
Él lo pensó seriamente y miró su pelo. —Me gusta agarrar, ya lo sabes. —Ella no entendía palabra y
Michael carraspeó. —Déjalo.
—No, no lo dejo. ¿De qué hablas?
—Tu pelo.
Jadeó llevándose la mano a la cabeza. —No te gusta corto ni el color.
—No es eso, te queda muy bien pero cuando estamos en… faena me gusta agarrar. Déjalo, así está muy
bien.
Se sentó sobre él pensando en ello. —¡Eres un troglodita!
Michael se echó a reír sentándose. —Un poco.
Acarició su cuello mirándole enamorada. —¿Y el color?
—Me encantaba tu pelo, pero no era lo que más me gustaba de ti, por eso pasaba tus pechos por alto.
—¡Eh! —Michael rio y ella acarició su mejilla con las yemas de los dedos provocando que cerrara los
ojos como si disfrutara muchísimo de sus caricias. —¿Y qué te gustaba de mí?
—Tu olor, y eso no lo has perdido, nena. Tu manera de ser, cómo me sentía a tu lado. Cómo me
escuchabas y me hacías reír. Cómo me tocabas como si para ti fuera lo más importante del mundo.
—Porque lo eres.
Él abrió los ojos y emocionados se miraron a los ojos. —Todavía no me puedo creer que estés aquí. —La
abrazó con fuerza y Sara se aferró a él. —A mi lado.
—Tenemos una segunda oportunidad.
—Y pienso aprovecharla.



Capítulo 8



Entró en su portal de la mano de Michael y Ramón, el portero de día, abrió los ojos como platos al
verles. —Pero qué sorpresa, señor Grifford. Es un placer verle.
—Ramón…
Miró a uno y luego al otro. —No sabía que estaban… juntos. —Forzó una sonrisa. —La nueva propietaria
del piso de su… ¡Y pintora también! —Carraspeó incómodo. —Bienvenidos.
Ellos se miraron de reojo antes de ir hacia el ascensor. —Buenos días —susurró ella. En cuanto se
cerraron las puertas se miraron—. Igual esto no es buena idea.
—Estoy empezando a pensar que es una idea pésima, nena. Lo menos malo que pueden pensar es que
tenemos la sensibilidad de un cuerpo espín a la hora de venir a vivir aquí.
Suspiró decepcionada. —Con lo que me gusta mi piso.
—Lo sé, pero siempre seremos parte de los rumores del edificio.
—Está bien.
Salieron del ascensor y se detuvieron en seco al ver a Cassandra saliendo de su casa. Esta sonrió. —
Pero que sor… —Se quedó de piedra al ver a la nueva Sara. Frunció el ceño acercándose. —¿Te conozco?
—Soy la nueva vecina del once.
Michael forzó una sonrisa. —Menuda casualidad, ¿no?
—Y que lo digas —dijo pasmada apartándose un rizo castaño de la mejilla antes de alargar la mano—.
Cassandra Akerman.
—Mucho gusto. Jackie Spencer.
—¿Y a qué te dedicas, Jackie?
Se sonrojó con fuerza. —Soy pintora.
—¿De brocha gorda? —preguntó esperanzada.
—Bueno, a veces las uso.
—Jackie ayer tuvo su primera exposición en solitario.
Cassandra les miró con sus inteligentes ojos verdes. —Que interesante. Es una pena que me la haya
perdido.
—¿Te vas a quedar mucho? —preguntó muy nerviosa.
—¿Cómo sabes que no vivo aquí de manera permanente?
—Me lo ha dicho Michael, ¿verdad cielo?
—Sí, hablamos de vosotros. Cuando le dije que tu marido era pianista se extrañó de no haber oído el
piano.
Cassandra miró a uno y después al otro. —Oh, por supuesto. —Sonrió radiante. —¿Puedo ver tu piso?
No sé si te lo ha comentado Michael, pero antes era mi apartamento.
Asustada miró a Michael. —Pues…
—Vamos, me muero por ver como lo has decorado. ¿Le has quitado la mampara a la bañera? ¿Por eso te
has roto la mano? Yo también me la rompí y es muy incómodo, duele mucho. —Se acercó a la puerta y no
tuvieron más remedio que seguirla.
—Me caí en la calle y no me duele mucho por las pastillas, ya sabes. Sobre el piso… Me paso mucho
tiempo en la casa de Michael y todavía no he hecho casi nada —dijo incómoda.
—Pero me haré a la idea.
Michael nervioso se pasó la mano por la nuca, pero Cassandra solo miraba a Jackie. Gimiendo porque
comprar ese piso había sido una estupidez supina abrió la puerta y Cassandra miró hacia el interior sin
moverse. —Esto empieza a parecer realmente raro. —Dio un paso hacia el interior y abrió los ojos como
platos al ver los cuadros de Sara apoyados en la pared. —Realmente raro.
—Cassandra, aún no hemos decidido qué hacer con ellos.
Su vecina y amiga se volvió incrédula. —¿Me crees estúpida? ¡Esos cuadros estaban en casa de tu
madre! Ayudé a guardarlo todo. ¡Todo esto es de Sara! —Señaló a Jackie. —¡Ese vestido lo compró
conmigo para la despedida de soltera, pero al final no se lo puso porque adelgazó tanto de los nervios que
cuando llegó el momento le quedaba grande!
—Joder nena…
—Lo siento. —De repente se echó a llorar. —¡Yo solo quería recuperar mi vida!
Cassandra dejó caer la mandíbula del asombro antes de que corriera hacia su habitación y cerrara con
pestillo. Michael suspiró cerrando la puerta. —Madre mía, madre mía… —Dejó caer el bolso de la
impresión. Pálida le miró. —¿Esto es lo que me imagino o me estoy volviendo loca?
—Es lo que te imaginas.
—¿Pero cómo…? —Dio un paso hacia él. —¿Estás seguro de que no te están tomando el pelo? Eres un
hombre con dinero.
Él sonrió con tristeza. —Cuando la viste, ¿por qué pensaste que la conocías?
—¡Pues no sé! ¡Fue un pálpito!
—Es ella, no tengo ninguna duda. Esta noche hemos hablado horas y te aseguro que me jugaría la vida
a que es ella.
—Increíble. —Tuvo que sentarse en el sofá. —¿Y qué vais a hacer? ¡Aquí no os podéis quedar! Ni quiero
pensar en los rumores que ya correrán por el edificio.
—Creo que acaba de darse cuenta de ello.
La puerta de la habitación se abrió y Sara salió con los ojos llenos de lágrimas. —¿No dirás nada?
—Claro que no, ¿y que piensen que estoy loca?
—Todos dicen lo mismo, nena. —Michael sonrió. —Tranquila, que Cassandra no dirá nada.
—Camilla me advirtió que no dijera nada, pero todo el mundo me pilla.
Su vecina se levantó lentamente. —¿Camilla? ¿Has visto a Camilla?
Sonrió por su emoción. —Me pidió que te dijera que está muy orgullosa de ti.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿De verdad? Me lo he preguntado muchas veces, ¿sabes? Si estaría
orgullosa de lo que hice con mi vida. La echo mucho de menos. —De repente soltó una risita. —Claro, esto
tenía que ser cosa de Camilla.
—¿Por qué lo dices?
—Es una casamentera de cuidado. Ni en el más allá se resiste.
Sara sonrió. —Dijo que había sido muy machacante para que volviera.
Cassandra se echó a reír. —Totalmente Camilla. —De repente frunció el ceño. —¿Por qué compraste
este piso?
—Fue un impulso —dijo arrepentida—. Quería…
—Recuperar tu vida. Sí, ya lo has dicho, pero te estás exponiendo mucho. —Paseó por el salón
pensativa. —Aunque si no lo hubieras comprado yo no me hubiera enterado.
—¿Qué estás pensando, Cassandra?
Se volvió para mirar a Michael y sonrió. —Camilla quería que me enterara de esto. Quería que os
ayudara.
—¿Tú crees?
—Oh, por supuesto. —Se cruzó de brazos. —Bien, es imprescindible que salgáis de este edificio donde
se os conoce muy bien. Sara aquí no está segura.
—Ayer dos de sus amigos fueron a la exposición. Jeremy se presentó aquí por la noche.
Cassandra separó los labios de la impresión. —¿Lo saben?
—Judith se olió algo, pero le dije que estaba loca. Creo que habló con Jeremy y estamos en un lío porque
si hablaron con el portero…
—El portero de noche no me ha visto nunca.
—Pero seguro que sabe tu nuevo nombre. Como dueña del edificio estoy segura que mi administrador
se lo ha comunicado a los dos porteros.
—¿Creéis que se lo ha dicho a Jeremy?
—Depende, Robert es mucho más cauto. ¿Jeremy era ese amigo tuyo que tenía malas pintas?
—Es artista.
—Tú también y no vas vestida como una indigente.
—Es un inconformista.
—Pues el inconformista está metiendo la nariz donde nadie le llama —dijo Michael molesto
—Siempre ha estado celoso de él.
—Porque estaba enamorado de ti. ¡Te lo he dicho mil veces!
—Bueno, de todas maneras no os vais a quedar aquí. Demasiadas conexiones con vuestro pasado. Y
esto… —Movió los brazos mostrando a su alrededor. —No puede ser, Sara.
—Lo sé. —Se sentó en el sofá agotada de toda aquella situación. —Lo siento.
—No lo sientas porque tengo la solución.
La miraron esperanzados. —¿Tienes un piso como el de Camilla en otro edificio?
Cassandra sonrió. —Algo mucho mejor.

Caminaron por el desván y emocionados abrieron la puerta de la enorme terraza desde donde se veía
un parque. —Dios, nena es perfecto para ti. —Se volvió hacia la dueña. —¿Esta casa es muy cara?
Cassandra chasqueó la lengua. —Seguro que llegamos a un acuerdo, no te preocupes por eso. ¿Os
gusta? Está en Brooklyn, pero aquí no os conoce nadie ni tenéis que cruzaros con vecinos molestos.
Estaréis al lado de Manhattan y podéis empezar de cero. Nada que os relacione con Sara salvo su
profesión. Y si veis a algún conocido del pasado, solo no tendréis que quedar con él para que algo no os
delate como ya ha pasado por confiaros demasiado. ¿Qué os parece?
—Un sueño de seis habitaciones y tiene un desván enorme con mucha luz para mi trabajo y en el sótano
puedes poner el gimnasio. —Emocionada cogió la mano de Michael. —¿Tú qué dices?
—Que es perfecto para nosotros. —La cogió por la cintura. —Además quiero tener familia pronto, ya no
quiero esperar.
Se sonrojó de gusto y sonrió radiante. A Cassandra le sonó el móvil y cuando lo sacó del bolso sonrió. —
Es Neithan, enseguida vuelvo.
—¿No le dirás…?
—Tranquilos, esto es mejor que quede entre nosotros o pensará que su mujer se ha vuelto
definitivamente loca. —Se alejó contestando al teléfono. —Sí, cariño. ¿Sabes? ¡Acabo de vender la casa de
Brooklyn! O una pareja encantadora que buscaban piso en nuestro edificio. Les enseñé el piso de Camilla,
pero no les convenció —dijo alejándose.
—¿Qué opinas? —preguntó él abrazándola.
—Me encanta el barrio y la casa es maravillosa. —Acarició su camisa. —¿Lo decías en serio?
—¿El qué, preciosa?
—Lo de los niños.
—Por supuesto… —Hizo una mueca. —Pero tendré que acostumbrarme a llamarte Jackie o sino les
volveremos locos.
—Sí. —Perdió la sonrisa poco a poco. —Pero soy la misma.
—No lo olvidaré nunca. —La besó suavemente en los labios.
—Chicos, me tengo que ir. Los gemelos y la pequeña tienen varicela. —Ambos la miraron horrorizados y
chasqueó la lengua. —Cuando tengáis niños ya no pondréis esa cara.
—¡No sé si este cuerpo la ha pasado! —exclamó Sara.
Cassandra forzó una sonrisa. —¿Firmamos mañana?


Días después tumbada en la cama de Michael en el piso del Soho dijo al teléfono —Sí, los de la mudanza
han metido todo en la casa de Brooklyn y han vaciado el piso —le dijo a su suegra—. Cassandra ha dicho
que ya no lo va a vender. Va a alquilar los dos como el resto del edificio.
—Es lo mejor. Así se deja de líos y que se encargue el administrador.
—Es una mujer increíble. ¿Sabes que nos eligió?
Rose se echó a reír. —Sí, me lo ha dicho Michael. Sabía que erais perfectos el uno para el otro desde el
principio.
—Y tenía razón.
—Sí que la tenía. ¿Cuándo van a empezar las obras en la cocina?
—Michael dice que en una semana. Aún nos tendremos que quedar aquí un mes por lo menos y lo odio.
La vecina me mira como si fuera una loca.
—¿Se sabe algo de ese amigo tuyo?
—Cassandra habló con el portero y le dijo que era alguien peligroso, que no debían hablar con él bajo
ningún concepto. Jeremy al parecer ha vuelto un par de veces, pero no ha conseguido ninguna
información. No le han dicho que me he mudado ni que he vendido el piso, pero se ha presentado en la
galería. Seguramente al no verme entrar ha sacado sus conclusiones y ha decidido ir a ver si me
encontraba allí.
—Vaya, no se da por vencido.
—Phillip le ha dicho que nuestra relación laboral ha acabado de momento hasta la siguiente exposición
y que tenía entendido que iba a irme a Europa una temporada. Que no era mi padre que no tenía que
saber siempre donde estaba. Le pidió mi número, pero él le dijo que ni de broma iba a dar mi número a
cualquiera. Él enfadado le dijo que era amigo y Phillip dijo que si era amigo cómo es que no tenía el
número. A eso no supo que contestar y se fue enfadado.
—Bueno entonces se acabó.
Sonrió poniéndose cómoda sobre las almohadas. —Eso parece.
—¿Y qué tal la varicela? ¿Cassandra ya está bien?
—Ya está perfecta. Su marido no pudo retenerla en la cama mucho tiempo. Pero yo estoy hecha un
cuadro. Esto pica un montón. No recordaba que picaba tanto.
Se echó a reír. —¿Te echas la pomada?
—Claro que sí, pero no vale de mucho. —Se miró las manos cubiertas con calcetines. —Intento no
rascarme para no dejar marcas.
—Eso, tú no te rasques.
—Lo que más rabia me da es que no puedo hacer nada con las manos así.
—Te envié unas revistas de decoración para que te entretuvieras.
—Cómo paso las hojas, ¿eh?
Rose se partía de la risa. —¿Quieres que vaya a verte?
—No hace falta, además Michael llegará en cualquier momento y él me mimará.
—Dile a mi hijo que en cuanto te recuperes tenéis que venir a cenar.
—Eso está hecho. Uy, escucho la puerta en el piso de abajo. Ya ha llegado.
—Dale un beso de mi parte.
—Le daré mil. —Colgó y dejó el teléfono sobre la mesilla. —Cariño, ¿eres tú?
—Nena, esa vecina cada vez me mira peor —dijo molesto—. Debe pensar que te tengo secuestrada o
algo así. —Sara soltó una risita. —Deberías dejar de pegar esos gritos cuando te hago el amor porque un
día va a llamar a la polic…
Sara perdió la sonrisa poco a poco. —¿Cielo? —Sacó las piernas de la cama y le escuchó jurar por lo
bajo. —¿Michael?
—Ahora subo.
Su tono de voz la preocupó y se levantó de la cama. Desde lo alto de las escaleras vio que se guardaba
algo en el bolsillo de la chaqueta del traje. —Cariño, ¿qué ocurre?
Él sonrió levantando la vista hacia ella. —Nada. Vaya, tienes mejor aspecto.
—Me encuentro mejor. Ya no tengo fiebre.
—Esa es una noticia estupenda. —Empezó a subir los escalones. —En unos días estarás como nueva.
¿Pido la cena? ¿Tienes hambre? —Cuando llegó hasta ella la besó suavemente en los labios.
—Cariño a ver si te contagio. Aunque el médico me ha dicho que ya no lo hago fíate de los médicos.
—Si no lo has hecho ya… —La cogió en brazos y la llevó hasta la cama. —Y no te levantes.
—Estoy mucho mejor. ¿Qué tal el trabajo?
Sus ojos brillaron. —He conseguido la cuenta.
—¡Es fantástico! —Le abrazó por el cuello. —Sabía que lo conseguirías.
—Preciosa, ¿has leído el periódico?
—¿El qué?
Él rio por lo bajo y cogió su móvil. —Ya habías tenido unas críticas fantásticas por la exposición, pero
han hecho una reseña que ha salido en el periódico online.
—¿Y es buena? —preguntó sin interés.
—¿Buena? Ya me gustaría que hablaran así de mí.
Ella cogió su móvil y lo dejó sobre la mesilla al lado del suyo antes de abrazarle de nuevo. —No me
importa.
—Pues a tus compradores va a importarles y mucho. Creen que tu obra ha triplicado su valor en solo un
mes.
—Phillip estará contento —susurró mirando sus labios antes de besarle suavemente—. Te he echado de
menos.
—¿Y eso que hablabas de contagiarme? —preguntó divertido.
—Soy muy veleta. Cambio de opinión enseguida, ¿no te habías dado cuenta? —Le besó en el cuello. —
Aunque la culpa es tuya porque hueles muy bien.
—Nena, que estás llena de postillas.
Jadeó apartándose. —¿Y?
—Que eres demasiado fogosa y puede que te arranques algunas con tu efusividad. —Se levantó y se
quitó la chaqueta dejándola sobre la butaca que había al lado del vestidor. —Voy a ducharme. ¿Pides la
cena?
—Vale —dijo enfurruñada haciéndole reír.
Se desnudó ante ella y se lo comió con los ojos mientras iba hacia la ducha. Él se echó a reír porque ni
se había movido mirando fijamente ese duro trasero. —Cada día estás más guapo. —Al ver que se excitaba
levantó una ceja. —¿Quieres que te frote la espalda?
—La cena —dijo abriendo el agua.
Gruñó cogiendo su móvil. —La cena, la cena.
Le apetecía comida china, así que llamó e hizo el pedido sin dejar de mirar a Michael para recrear la
vista. —Sí, sí con pato laqueado. —De repente frunció el ceño. —¿Cómo que no es el chino? —Asombrada
miró la pantalla para ver que era el mexicano. Jadeó indignada. —¡Muy graciosos! —Colgó mientras
Michael se echaba a reír. —No tiene gracia.
—Nena, casi había olvidado estas cosas.
La chaqueta del traje se resbaló de la butaca y cayó al suelo. Sara asegurándose de que llamaba al
chino se levantó y la cogió para colocarla cuando vio una esquina blanca saliendo del bolsillo. Era lo que
había guardado a toda prisa y comprobó que estaba distraído antes de sacarlo. Tiró la chaqueta sobre la
butaca dándose la vuelta. —¿Si? ¿Es el chino? —Michael se partía de la risa. —Quiero hacer un pedido. —
Era una carta que no tenía remitente. —Sí, pollo kung pao, tallarines en salsa de ostras… —Sacó la hoja y
al abrirla vio unas letras recortadas de un periódico que estaban pegadas al papel.
“O pagas diez mil dólares o contaré eso que queréis esconder. Déjalos en una bolsa de papel en la
papelera que hay frente al museo de historia natural mañana a las cinco.”
Se volvió de golpe. —Michael, ¿qué es esto?
Él miró distraído sobre su hombro y apretó los labios. —Nena estás en una llamada.
Al darse cuenta de que le preguntaban si quería algo más terminó de hacer el pedido y colgó de
inmediato. Michael cerró el grifo y se puso una toalla por las caderas.
—¿Dónde has encontrado esta carta?
—La pasaron por debajo de la puerta.
—¿Han estado aquí? —preguntó asustada.
—Sí, sea quien sea ha estado aquí. Pero tranquila que esto lo arreglo yo.
Preocupada se acercó. —¿Qué piensas hacer?
—Pues ir a ver a Jeremy y darle una buena somanta de hostias, eso pienso hacer.
—¿Y si no es Jeremy?
—¡Por supuesto que es él! ¡Es el único que ha metido la nariz donde nadie le llama y ha ido a tu antiguo
piso preguntando por ti!
Sara se mordió el labio inferior sentándose en la cama, Michael con otra toalla para secarse el cabello
se acercó. —No te preocupes.
—Tenías razón, deberíamos habernos ido.
Se agachó ante ella. —Y nos vamos a ir a Brooklyn, a un barrio totalmente distinto donde podremos
hacer amigos y empezar más o menos de nuevo. Esto es un escollo que voy a resolver. —Acarició su
mejilla. —No quiero que te apenes por esa carta porque lo voy a resolver.
—Esto no me encaja con Jeremy, puede que tenga poco dinero, pero siempre fue honrado. Y me quería
mucho.
—¡Sí! ¡Demasiado para mi gusto! —Michael se incorporó. —Pero estás conmigo y puede que esté un
poco enfadado porque no has acudido a él.
Se le cortó el aliento. —¿Crees que es por eso?
—¡No lo sé, nena! ¡Pero ese tío siempre me ha dado muy mala espina!
Ella miró la hoja de nuevo y parpadeó por las letras. —Nunca lee el periódico.
Michael puso los ojos en blanco. —Eso le exculpa del todo.
—¡No puedes ir a partirle la cara sin saber realmente si es él! —Sus ojos brillaron. —Necesitamos ayuda
y poner un comando de vigilancia.
La miró como si estuviera loca. —¿Te estás oyendo?
—Tenemos que averiguar quién es porque puede que dentro de un mes pida más dinero. ¿Y si no es
Jeremy y se chiva a la policía o yo qué sé? Hay que llamar a la familia para asegurarse de quien recoge
esta bolsa. —Sonrió maliciosa. —Y va a llevarse un regalito que le va a encantar.



Capítulo 9



—¿Estás segura de que va a funcionar? —preguntó Michael sentado a su lado en el coche mientras se
aproximaban.
—Que sí. Usábamos bombas de pintura cuando fui a clase de arte. Jeremy me enseñó a hacerlas.
Poníamos un montón colgadas ante el lienzo y las explotábamos por control remoto.
—Tú no salgas del coche. Nosotros nos encargamos.
—No, si con esta pinta no puedo salir. Todos huirían de mi despavoridos.
Michael sonrió. —¿Sabes que te estás tomando todo esto muy bien?
—He decidido que empezaré a preocuparme cuando llame a nuestra puerta la policía.
Él aparcó el coche. —Ya tengo una solución para eso. En tu pasaporte dice que eres de Lyon con padres
americanos, lo que te permite ser ciudadana americana. Solo tenemos que conseguir un pasaporte de este
país y todo saldrá rodado. En cuanto nos casemos tendrás documentación nueva y totalmente legal, cielo.
Le miró esperanzada. —¿Seguro?
—Seguro. Ahora vamos a averiguar quién está metiendo las narices donde nadie le llama. —La besó en
los labios y cogió la bolsa de papel que tenía en las manos. —Vuelvo enseguida.
—Yo vigilo.
Asintió saliendo del coche y cerró la puerta. Miró su reloj, aún quedaban cinco minutos para la hora y
Michael volvió la esquina para caminar ante la puerta del museo. Sara estiró el cuello para verle cruzar la
calle y como caminaba un poco más para llegar a la papelera. Esperó mirando a su alrededor, pero no se
acercaba nadie excepto una mujer que paseaba a su perrito. Sara se mordió el labio inferior y vio que su
suegro llegaba en ese momento. Se detuvo cogiendo su teléfono y hablando por él se hizo el loco a cierta
distancia. Michael tiró la bolsa y cruzó la calle de nuevo, pero en lugar de ir hacia el coche pasó de largo.
Inquieta le vio pasar antes de mirar la papelera de nuevo. Alguien salió del parque y frunció el ceño
porque era una chica con una vieja gorra de los Yankees. Su cabello negro la tensó y cuando metió la
mano en la papelera separó los labios de la impresión. No podía ser. La chica abrió la bolsa y Sara pulsó el
botón. La pintura le dio en toda la cara y chilló dejando caer la bolsa al suelo mientras su suegro, su
suegra y Cassandra corrían hacia ella desde distintos puntos. Su suegro la cogió del brazo y cuando la
chica levantó la vista se quedó tan pasmado como ella. —Steffany, Dios mío…
Michael llegó corriendo al coche y abrió la puerta. —La llevan a casa de mis padres. La han amenazado
con llamar a la policía.
—¿Steffany? ¿Pero qué está pasando? —preguntó poniéndose muy nerviosa mientras él arrancaba.
—Te voy a llevar a casa.
—¡No, quiero ir contigo!
—Si vienes le estaremos dando la razón, nena.
—¿Y si no tiene nada que ver conmigo? Si soy Jackie no lo relacionará con Sara. —Le fulminó con la
mirada. —¿Qué has hecho que puede contar?
—¿Yo? ¡Nada!
—¡Pues algo sabe de ti para ir a amenazarte!
—Si recuerdas en la nota dice queréis ocultar. ¡En plural!
—¡Voy contigo!
Él gruñó metiéndose en una calle y rodeó la manzana para ir hacia el norte. Apenas cinco minutos
después aparcó el coche ante la casa de sus suegros que estaba muy cerca. —Pues ya hemos llegado.
—Pues muy bien.
—Serás cabezota. Deja que lo solucione yo.
—Y una leche. —Salió del coche antes de que pudiera impedírselo y él gruñó antes de hacer lo mismo.
Cerró el coche con el mando y ambos se quedaron ante la puerta. —Espero que no se les escape.
—Son tres. ¿Crees que no podrán con ella?
—¿Y si les ve la policía?
—Después de la pinta que tiene y que la hayan pillado con las manos en la masa dudo que se resista
mucho por su bien. Cassandra la ha amenazado con denunciarla.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te has acercado tanto?
—Nena, mi padre hablaba conmigo. —Le mostró el auricular del teléfono en el oído.
—Ah… —De repente sonrió. —Muy bien, cielo.
Bufó exasperado y vieron al final de la calle que ya se acercaban. —Ahí están.
Steffany no se resistía mientras su suegro no la soltaba del brazo caminando hacia ellos flanqueados
por su suegra y Cassandra. Cuando llegaron hasta ellos Rose sonrió. —La cogimos.
—Muy bien, madre —dijo Michael mosqueadísimo.
Sara y Steffany se miraron a los ojos, pero ninguna abrió la boca mientras su suegra abría la puerta. —
Hijo, deberías llevar tus llaves siempre contigo.
—Rose ahora no —dijo su marido subiendo las escaleras.
Cassandra se puso a su lado y le susurró —¿Tu prima? ¿Qué está pasando?
—Eso me gustaría saber a mí.
—Negarlo, negarlo todo —las advirtió Michael antes de subir los escalones para entrar en la casa.
Entraron en el salón y su prima les miró con odio cuando la sentaron en el sofá de mala manera. —
¿Puedo lavarme? —preguntó con burla.
Su suegra le entregó una toalla. —Confórmate con eso.
Se la arrebató de la mano. —Gracias, generosa.
Sara se quedó en la puerta mientras Michael avanzaba hacia ella y se sentaba en el sillón. —Ahora vas a
explicarme eso que crees que queremos ocultar.
—No te hagas el tonto, sabes perfectamente a qué me refiero.
El odio que destilaba su voz le llamó la atención y le dio la sensación de que aquello no tenía nada que
ver con ella.
Cassandra se acercó a ella y susurró —¿De qué habla?
—No tengo ni idea.
Steffany miró hacia ellas. —¿Esas tienen que estar aquí?
—En mi casa está quien a mí me da la gana —dijo Rose con chulería.
Sonrió con malicia. —Serás zorra, siempre fuiste una zorra.
Todos se tensaron. —Al parecer mi madre tampoco te cae bien.
—Esta puta nunca la soportó. Le hizo la vida imposible.
Rose se sonrojó y Michael apretó los labios. —Es evidente que hablas de Sara.
Su prima se levantó y le arreó un puñetazo a Michael antes de tirarse sobre él. Sara chilló, pero su
suegro la cogió por los brazos con esfuerzo para retenerla. —¡Maldito cabrón, le destrozasteis la vida!
—¿Pero de qué habla está loca? —preguntó Rose.
Sara se acercó a Michael y se agachó a su lado. —¿Estás bien? Te ha arañado. —Volvió la vista hacia
ella y la fulminó con la mirada. —¿Estás loca?
—¿Quién coño es esta?
—¡Soy la que te va a patear el culo como no te comportes! ¡Siéntate, Steffany!
Esta gruñó sentándose porque todos estaban en pie de guerra y Sara se agachó de nuevo a su lado. —
¿Estás bien?
—Pega como una niña.
—Capullo.
—¡Ya está bien! ¡Ahora vas a decir eso qué ha hecho Michael que es tan grave!
—¿Él? No, él solo no. ¡Ellos le ayudaron! —dijo señalando a sus suegros.
Michael enderezó la espalda y sus padres se miraron de reojo.
—¿De qué habla?
—No tengo ni idea —dijo su suegro.
—¡Venga ya! ¡En esa urna no estaban sus cenizas, estoy segura! ¡No dejasteis que mi tía viera el cuerpo
alegando que estaba destrozada y que sería un trauma verla de nuevo! —Señaló al padre de Michael. —¡Y
él lo arregló todo! ¡Era médico antes de jubilarse, tiene amistades! ¿Dónde está mi prima?
—¿Qué dice esta loca? —preguntó Cassandra asombrada.
Sara incrédula dijo —¿Crees que Sara está viva?
—¡No es que lo crea, es que lo sé! —Sacó del bolsillo del pantalón un papel y se lo puso delante. —He
estado en el hospital donde fue ingresada ya cadáver. O eso creíamos todos los que estábamos en la boda.
Este es el informe del sanitario que la recogió en el lugar del accidente. Todos vimos como intentaban
reanimarla y como rápidamente la metieron en la ambulancia mientras gritaban que no tenía pulso, pero
aquí dice que cuando llegaron al hospital tenía latido.
Michael y su padre se miraron. —Sus heridas eran incompatibles con la vida —dijo su suegro—.
Totalmente incompatibles.
Sara palideció. —¿Tan mal estaba?
Él asintió. —Fue increíble que estuviera consciente porque tenía una fractura craneal, rotura de bazo…
El impacto le reventó el riñón. —Impresionada se llevó la mano a la boca. —Créeme, las heridas de Sara
eran incompatibles con la vida.
—¡Mienten! ¡Desde el mismo momento en que entró en el hospital no volvimos a verla hasta el funeral y
el ataúd estaba cerrado! ¡Yo no me di cuenta de nada hasta después de la incineración, cuando subí a la
habitación de Michael para ir al baño y entonces lo vi! ¡Sobre la mesilla había unos papeles de un centro
sanitario especializado en pacientes en coma! ¡Lo he investigado!
Asombrada miró a Michael. —¿Cariño?
Él suspiró apoyando los codos sobre las rodillas. —Nena, no quería que la desconectaran.
Perdió todo el color de la cara dando un paso atrás. —¿Qué?
—Le dije a Michael que el cerebro estaba muerto. Muerto por la falta de oxígeno y muy dañado por el
traumatismo, pero se empeñó. Dijo que igual en un tiempo se descubría un tratamiento, una cura.
Bajó la vista hacia Michael que se apretaba las manos compulsivamente y emocionada se arrodilló a su
lado. —Cielo…
—Lo siento, no podía renunciar a ella.
Cassandra se tapó la boca de la impresión mientras ella le abrazaba. —No pasa nada. Lo
solucionaremos.
—¡Sabía que tenía razón! ¡Os voy a denunciar!
—Oh, cállate de una vez. —Sara se levantó furiosa. —¿Para qué querías el dinero?
—¿Y a ti qué te importa? —Entrecerró los ojos. —Tienes la varicela. ¡No la he pasado! —chilló
alejándose lo que podía.
—Oh, por Dios. —Rose puso los brazos en jarras. —¿Para qué querías el dinero?
—¡Si pagaba es que yo tenía razón!
—¿Y por qué no fuiste a ese centro y preguntaste por Sara? —preguntó Cassandra.
—Porque es un hospital privado y tienen seguridad. Parece Ford Knox, joder.
—¡Esa boca! —la regañó Sara.
—¿Qué eres, mi madre?
Sara pensó en ello. —Besaste a Michael para que no se diera cuenta de que habías visto los papeles,
¿no?
Entrecerró los ojos. —¿Te lo ha contado? Serás creído. Estás bueno, pero no es para tanto. ¡Qué
acababa de perder a mi prima que era como una hermana para mí, idiota! ¿En serio pensabas que tenía el
cuerpo para…?
Sara chilló de la alegría y la abrazó haciendo que abriera los ojos como platos. Se apartó y sonriendo
radiante dijo —Sabía que no me fallarías.
—Pues vale —dijo mirándola como si hubiera perdido un tornillo—. ¿Quién eres? ¿Su nueva novia?
Michael gruñó mientras Sara asentía como si le hubieran dado la alegría de su vida. —¿Ves como no me
tenía envidia? Solo quería distraerte. Es que eres de un desconfiado…
Steffany incrédula dijo por lo bajo —¿Esta ha perdido un tornillo?
—No deberías…—dijo su suegro.
—Es mi prima, nos hemos criado juntas. Si vosotros lo sabéis…
—¡No debes decírselo a nadie! —exclamó Michael.
Hizo una mueca y miró a su prima a los ojos mientras se sentaba a su lado. —Tú no me traicionarías,
¿verdad? Esto es muy gordo.
—Estoy empezando a pensar que sí. ¿Estás a tratamiento?
Se echó a reír y la empujó por el hombro como había hecho mil veces en el pasado. —Siempre tan
bromista, capulla.
Su prima se mosqueó. —Oye guapa, te tomas muchas confianzas.
—Nena…
Sara le ignoró. —Tienes una cicatriz en el muslo porque un día en el parque te caíste y te cortaste con
un cristal. Tenías cinco años. —Steffany entrecerró los ojos. —Tu primer novio era feo, feo, y le diste un
beso en el patio del colegio. Yo le llamaba el conejo. —Ahí palideció y miró asombrada a los demás que
asintieron resignados. Sara soltó una risita. —Perdiste tu virginidad con John Willis, tenías quince años y
fue en el asiento de atrás del coche de su madre. Una semana después murió tu madre y te viniste a vivir
con nosotras. Usamos el dinero de la venta de su casa para que fueras a la universidad y sacaste unas
notas estupendas. Y te llamo capulla cuando me sacas de quicio.
Los ojos de Steffany se llenaron de lágrimas. —¿Sara?
Sonrió con tristeza. —Estoy aquí, prima. He vuelto a vosotros.
Su prima la abrazó con fuerza echándose a llorar. —Te he echado tanto de menos.
—Y yo a vosotros.
—Te había perdido. —Sollozó sobre su hombro y Rose se llevó una mano al pecho de la impresión. De
repente su prima se apartó. —¿No pensabas decirme nada? —le gritó a la cara—. ¡Serás cabrita!
Se sonrojó con fuerza. —Es que me dijeron que…
—¡Qué no dijera nada! Esto es muy gordo —dijo Michael mosqueado—. ¡Y sí te tenía envidia!
Steffany se sonrojó. —Qué mentira. ¡Creído!
—¡Trolera!
Su prima jadeó. —Será capullo…
—Haya paz. ¿Cómo está mamá?
La miró a los ojos. —Estuvo muy mal, ¿sabes? Fue un auténtico shock para todos, pero para ella fue
devastador. —El corazón de Sara se encogió de dolor. —Ni era capaz de tocar tus cosas y la verdad yo
tampoco. Ellas nos ayudaron mucho en eso. —Cassandra sonrió. —Pero pasaron un par de semanas y la tía
iba a peor. No dejaba de llorar por ti y tuve que llevarla al psiquiatra y todo. Un día la encontré con un
bote de pastillas y me asusté muchísimo. Así que cuando me ofrecieron el puesto en California le dije que
se viniera conmigo y que así allí no habría tantos recuerdos. Al principio no sirvió de nada, pero ahora
está mucho mejor. Tiene amigos en el edificio de apartamentos donde vivimos y empieza a levantar
cabeza. Esta semana tiene un curso intensivo de pintura y estaba tan ilusionada y entretenida que me
atreví a volver para descubrir a ese. Igual tenía que haber venido antes. ¿Cuánto llevas aquí?
Se limpió las lágrimas. —Mejor te lo cuento todo.


Una hora después Steffany asentía. —¿Vas a decírselo a tu madre?
—Me muero por verla. —Su prima apretó su mano y al ver que pensaba en ello Sara susurró —No crees
que sea lo mejor.
—No lo sé, pero todo esto es tan extraño que no sé si terminará de desestabilizarla.
—Si decide verla no puede ser en Nueva York —dijo Cassandra—. Nadie puede veros juntas aquí. Ni con
tu prima para que no te relacionen con Sara.
—Pero está con Michael.
—Michael es soltero. Puede salir con quien le dé la gana. ¿Que ha elegido una pintora? Eso puede ser
una casualidad. Pero una pintora que se relacione con su prima, con su madre, que pinte igual… —Hizo
una mueca. —Eso empieza a atufar.
—Cassandra tiene razón. Ya hemos tenido que irnos del edificio por lo que pensaría la gente. No
debemos tropezar dos veces en la misma piedra.
—¿Qué piensas hacer con Sara? —preguntó su prima cortándole el aliento—. ¿Con el cuerpo de Sara?
Michael la miró a los ojos. —Nena, decide tú.
—¿Ahora tengo que decidir yo? Creía que estaba muerta.
—Y estás muerta, cielo —dijo su suegro—. En cuanto te quiten el respirador tu cuerpo dejará de
respirar. Es evidente que ya no estás allí.
Se le encogió el estómago y se levantó preocupándose de veras. —No lo sé. Tengo que dejarla ir,
supongo. Como has dicho yo estoy aquí. Al fin y al cabo es un envoltorio, ¿no?
Rose sonrió con ternura. —Claro que sí. Si quieres nos encargamos nosotros de todo. Tú no te enterarás
de nada.
Vio que Michael apretaba las manos, pero no decía nada y se le cortó el aliento porque parecía que no
quería desconectarla. —Cielo, ¿tú qué opinas?
—Necesito una copa. —Se levantó y fue hasta el mueble bar sirviéndose un whisky mientras todos le
observaban.
—Este no quiere desconectarte, prima.
Se bebió el whisky de golpe y Sara palideció. —Me has mentido.
Agachó la cabeza como si no pudiera ni mirarla. —Nena…
—¡Dijiste que lo importante es que estuviera aquí y te aferras a ella!
—¡Ella eres tú!
—¡No, yo estoy aquí! —Al ver la tortura en su rostro su corazón se retorció. —¿La has visto? ¿La has
visto desde que he vuelto?
—No lo entiendes.
Dio un paso atrás de la impresión. —Dios mío, sigues amándola a ella, ¿no es cierto?
—¡Hablas como si fuerais dos personas distintas!
—¡Y lo somos! —gritó histérica—. ¡La Sara de antes no ha pasado por lo que he pasado yo, no tiene que
vivir en un cuerpo que ni reconoce y no ha tenido que sufrir por esto! Era despreocupada, alocada y un
desastre. ¡Solo le preocupaba su arte y tú! Somos distintas y es evidente que tú la amas más a ella.
Dio un paso hacia ella. —Nena, no digas locuras.
—¿Locuras? ¡No creo que sean locuras cuando sigues visitándola como si esperaras que algún día se
despierte! ¡Y eso no va a pasar nunca!
Él apartó la vista como si no pudiera ni mirarla y se le rompió el corazón. —Y eso es lo que te mata,
¿verdad? Que nunca volveré a ser como ella ni por dentro ni por fuera, así que te conformas conmigo.
—Hijo por Dios…
—¡Callaos! —Él tiró el vaso contra la pared dejándolos a todos de piedra.
Por la mejilla de Sara rodó una lágrima que ni sintió mientras veía como el hombre que amaba se
torturaba llevándose las manos a la cabeza. Reprimiendo un sollozo salió corriendo del salón.
—¡Sara! —gritó su prima siguiéndola hasta el hall—. ¡Se ha ido!
Michael corrió hacia la calle desesperado y miró a un lado y al otro para no encontrarla. —¡Sara!



Capítulo 10



Caminó por la ciudad sin rumbo. Pensó en ir a la galería, pero con la pinta que tenía llena de postillas
no quería espantar a los clientes. Sin saber a dónde ir caminó y caminó pensando en la reacción de
Michael y en todo aquello. No dudaba que la quería, pero la sombra de su otro yo era inalcanzable. Se
estaba volviendo loca porque tenía celos de sí misma y tenía la sensación de luchar con un fantasma, lo
que era una putada muy gorda porque a esa no podía tirarla por las escaleras.
Encontró de camino a un artista callejero y distraída se acercó a ver su obra. Tenía buena técnica y el
edificio que estaba pintando parecía visto a través de un ojo de buey que lo distorsionaba un poco. —Es
bueno. —Miró al artista y se quedó de piedra al ver a Jeremy que había dejado de pintar para observarla.
—¿Te conozco? —preguntó disimulando.
—¡Estuve en tu exposición! Soy Jeremy. He intentado ponerme en contacto contigo, pero me ha sido
imposible localizarte. Y vienes a mí. Eso es el destino.
No pudo evitar sonreír. —¿Y qué querías de mí?
—No tuve la oportunidad de hablar contigo —dijo levantándose de la banqueta plegable que llevaba—.
Me encanta tu obra.
—Gracias.
—Tiene una madurez para lo joven que eres que me ha fascinado y quería saber si puedes enseñarme tu
técnica.
Parpadeó sorprendida cuando la había visto mil veces. —¿Madurez?
Jeremy hizo una mueca. —¿Ha sonado muy pelota?
Eso la hizo reír. —Mucho. ¿Qué quieres realmente?
—¿Puedes enchufarme en tu galería? —preguntó yendo al grano—. Un par de cuadros nada más. Es que
en cuanto te vi supe que conectaríamos, pero no tuve la oportunidad de hablar contigo porque la pesada
de mi amiga quiso irse.
—Será que no estabais invitados —dijo cogiendo un bote de pintura—. No conozco esta marca.
—Es un gouache buenísimo.
—¿De veras?
—¿Quieres probarlo? Vivo aquí al lado.
Sonrió con pena. —Tengo que irme.
—Venga, tienes cara de querer hablar con alguien y yo soy muy bueno escuchando. Además, así ves mis
cuadros y decides si son buenos o no. —Metió sus pinturas en su maletín y se lo tendió con la silla
plegable. Cogió su cuadro y el caballete sonriendo de una manera encantadora.
—¿De qué discutías con el crítico de arte?
—Oh, consideraba que tu obra era un desastre. —Jadeó indignada y él se echó a reír. —No, mentira. Ya
has visto su crítica, así que no sé por qué me has creído. Hablábamos de unas fotos que le envié.
Considera que soy un poco pesado y que no tengo talento.
—Qué sabrá ese. Vang Gogh era un genio y en vida solo vendió un cuadro. Algún día alguien se dará
cuenta de que eres un innovador.
La miró sorprendido. —Gracias, ¿y eso lo sabes solo viendo un cuadro a medio terminar?
Se sonrojó. —Es que se ve a la legua. —Jeremy se echó a reír y señaló un portal. —¿Vives aquí? —
preguntó sorprendida.
Hizo una mueca. —Tenía un piso para mí solo, pero la cosa fue mal y ahora tengo que compartir este
con otros artistas. Ven, seguro que te encanta porque tenemos un estudio increíble.
—Estoy deseando verlo. —Entró con él y subieron por unas escaleras metálicas. Había cuadros por
todos los sitios. —Vaya.
—Es como una comuna hippie de artistas.
Temiendo que Judith le hubiera contado sus sospechas preguntó —¿Vives con esa chica? La de la
galería.
—No —dijo con horror—. Ni sé cómo fui con ella. Me llamó en el último momento para salir a dar una
vuelta y cuando le dije que tenía planes no pude negarme a que viniera conmigo.
—Parece que te cae mal.
—Siempre me ha caído fatal. Era amiga de una amiga que desgraciadamente ya no está y creo que eso
nos unió en su momento, pero ya es hora de que cada uno vuele por su lado. —Llegó a una vieja puerta de
acero y Jeremy la deslizó mostrando un estudio enorme. En ese momento solo estaba pintando una chica
que distraída ni se dio cuenta de que estaban allí. —Esa es Sol. —Se agachó y susurró —Se cree la
próxima Frida Kahlo.
Reprimió la risa mientras atravesaban el estudio hasta su sitio. Le escuchó jurar por lo bajo. —Me han
mangado la paleta.
—¿Pasa mucho?
—Continuamente. Joder, no hago más que comprar material. Con lo caro que es casi me valía más vivir
en un piso solo.
Los artistas eran muy suyos con los materiales y sus cosas. No les gustaba que se los tocaran así que
podía entenderle. Dejó sus cosas en el suelo y se acercó a unos cuadros apoyados en la pared. Había un
montón. Empezó a mirarlos y llegó a un retrato de su antiguo yo. —Esa era Sara. —Hizo una mueca.
—¿Tu amiga? —Él asintió. —Parece que la querías mucho.
—Era mi alma gemela. —Su corazón se emocionó y le observó durante unos segundos lo que le animó a
hablar. —No la quería en un sentido bíblico, no sé si me entiendes, pero me entendía como nadie lo ha
hecho jamás. Estábamos conectados. ¿La conocías? Vuestros estilos se parecen mucho. —Buscó un cuadro
y lo sacó. Era uno suyo de hacía años cuando todavía no había empezado a vender. Había pintado a
Jeremy sonriendo mientras tumbado sobre el césped le guiñaba el ojo. —Se llamaba Sara O´Neill.
—Sí, conocía su obra. La vi en casa de los Grifford un día que me invitaron a una cena.
—Oh, los Grifford, por supuesto. —Dejó un cuadro a un lado. —¿Conoces al hijo?
Se sonrojó asintiendo.
—Otra que ha caído.
—¿Te cae mal?
—No, qué va. Es un buen tipo y…
—¿Y?
—Quería a Sara por encima de todo. ¿Sabes algo de su muerte?
—Murió el día de su boda.
—Fue horrible. Jamás he visto sufrir a nadie como a él en ese momento. Pero era lógico porque era muy
especial. Yo la echo tanto de menos, que a veces cuando pienso en ella sin darme cuenta paso por delante
de su apartamento. —Sara agachó la mirada. —Ya entiendo, temes luchar con un imposible. Temes que
Michael no la olvide nunca.
—Sí. Le amo.
Jeremy sonrió con tristeza. —Judith me dijo que estabais juntos. No me lo creí precisamente porque
estuve allí cuando Sara murió, pero es lógico que quiera rehacer su vida. Tranquila, al final vuestros
recuerdos juntos harán que los de Sara se difuminen y terminarán siendo un recuerdo lejano de los que
solo se acordará con cariño.
—¿Eso crees? —preguntó esperanzada—. ¿No crees que sea una sustituta de ella? Dicen que a veces me
parezco a ella en algunos gestos o…
—Bah, tonterías. —La miró de arriba abajo. —Aunque vistes igual y tu risa es idéntica. pero tu manera
de pintar es muy distinta. Cuando dije lo de la madurez hablo en serio. A Sara aún le faltaba mucho para
llegar a tu talento.
Separó los labios de la impresión. —¿De veras?
—Sí, se nota que has vivido mucho. Eso se expresa en tu arte. Sois dos personas totalmente distintas.
Mirando su antiguo cuadro puede que tuviera razón. Ahora no pintaría así ni de broma. Igual los años y
lo que le había ocurrido habían madurado su arte.
—¿Pintamos?
—No quiero abusar de tu material —dijo mirando a su alrededor. No tenía mucho.
—Por favor… —Cogió su mano llevándola hasta la silla. —Quiero verte pintar.
Sonrió y dejó que la sentara. Él puso un lienzo enorme en blanco ante ella. —Sorpréndeme. Haz algo
totalmente distinto a tu exposición. Quiero ver tu técnica. Déjate llevar por favor y utiliza lo que quieras.
—Muy bien.
Una hora después estaba rodeada de sus compañeros de piso y daba las últimas pinceladas a su cuadro.
Dejó el pincel sobre el cristal que había usado de paleta y admiró su obra. Unas manos que no dejaban
escapar a una mariposa de la que se veían sus alas llenas de hermosos colores.
—Impresionante —dijo un chico tras ella.
—Tiene mucha fuerza.
Jeremy mirando el cuadro con los brazos cruzados frunció el ceño. —Jackie no lo has firmado.
—Oh… —Cogió el pincel y escribió su nuevo nombre. Al poner la última letra supo que a partir de ese
momento ya no era Sara y algo en su interior se liberó. Sonrió a Jeremy. —¿Te gusta?
—Es maravilloso. Mucho mejor que lo de la exposición.
—Pues para ti.
Varios susurraron de admiración. —Pero vale mucho dinero, Jackie.
Sonrió agradecida. —No vale tanto como la charla que he tenido contigo. Me has ayudado mucho,
gracias.
Dio un paso hacia ella. —No, gracias a ti. Lo venderé y tendré para un año por lo menos.
—Entonces me alegro el doble —dijo yendo hacia la puerta—. No te preocupes, hablaré con Phillip y le
pediré que te dé una oportunidad en Europa. Creo que allí tus cuadros tendrán más salida.
Jeremy la cogió por el brazo. —¿Volveré a verte? —Forzó una sonrisa y él asintió. —Lo entiendo. Quieres
dejar a Sara atrás.
—Creo que es hora de que empiece a separar mi vida de la suya, ¿no crees?
—Lo entiendo. —Le dio un abrazo. —Gracias.
—De nada —dijo emocionada porque antes no había tenido la oportunidad de despedirse.


Llegó ante la puerta del piso de Michael y pulsó el timbre. La puerta se abrió de golpe y el alivio en su
rostro fue evidente. —Joder nena, ¿dónde has estado? Todos te están buscando por la ciudad.
—Paseando. —Entró en el piso e incómoda se sentó en el sofá.
—¿Has pintado? Tienes pintura en las manos. —Michael sin saber muy bien cómo comportarse se
acercó a ella y se sentó en la mesa de centro para coger sus manos. —¿Has pintado?
—Sí —respondió pensativa mirando sus manos unidas—. Me he encontrado a Jeremy.
Él se tensó. —¿A Jeremy? ¿Se lo has dicho?
Le miró a los ojos. —No, solo hemos charlado. Quería que le ayudara a tener una oportunidad, por eso
me había buscado con tanta insistencia. Sabía que comprendería sus ansias por exponer. Hemos hablado
de Sara y de cómo se sintió. De cómo te sentiste tú cuando murió.
Michael se tensó. —Nena…
—Déjame hablar Michael, por favor. —Sintió un nudo en la garganta. —Entiendo que la amaras, que me
amaras, porque yo sentía exactamente lo mismo, cielo. Entiendo cómo te sentiste al perderla porque yo
hubiera sentido lo mismo.
—Sigues hablando como si fueras otra persona.
—Es que hoy me he dado cuenta de que sí soy otra persona y Jeremy me lo ha confirmado. Sin darse
cuenta me lo ha confirmado. Sara siempre formará parte de mí, pero ahora soy Jackie, soy la persona que
ha sobrevivido a todo esto, con otro cuerpo y que ha sufrido mucho para llegar hasta aquí. Para llegar
hasta ti.
—Nena…
—Cuando llegué aquí lo único que deseaba era recuperar mi vida, la que Sara tenía, pero ya no existe.
No volverá nunca, como Sara, y tú te aferras a ella. —Una lágrima rodó por su mejilla. —Y siento que eso
hace que me quieras menos, que nunca estaré a su altura en tu corazón. Pensaba que la habías idealizado,
pero no era así, lo que ocurre es que no la has olvidado. La recuerdas continuamente y ahora está más
entre nosotros que nunca.
—Sara eres tú. Sois la misma persona.
Le miró a los ojos. —Eso pensaba hasta hoy pero que aún esté viva me ha demostrado que no. Ahora soy
Jackie con un nuevo rostro y una nueva manera de ser.
—No, eres mi Sara. —La cogió por los brazos. —La que me besa por las mañanas y hace que me sienta
especial cada minuto del día.
Se le rompió el corazón porque no lo entendía y puede que la culpa fuera suya. —Sara te besaba, pero
la que te besa ahora soy yo. —Michael palideció cuando soltó sus brazos lentamente. —Creo que
deberíamos darnos espacio hasta que aclaremos lo que realmente sentimos. Tú quieres seguir aferrándote
a ella como me dijiste y yo necesito digerir todo lo que ha pasado en mi vida en los últimos tiempos.
—Sara no nos hagas esto. Todo iba bien. —Cuando la llamó Sara de nuevo ella sollozó. —Si la visitaba
era para que no se sintiera sola. —Al darse cuenta de lo que había dicho palideció y se levantó para ir
hacia la ventana. —¿Qué he hecho? —susurró dándole la espalda.
—No es culpa tuya, cielo. Todo esto nos ha superado.
—No te vayas, por favor. No te vayas…
Apretó los labios intentando no gemir de dolor porque le amaba más que a su propia vida. —Phillip
estaba pensando en hacer una exposición en París para mi lanzamiento internacional. Creo que voy a
decir que sí.
Michael se volvió torturado. —No quería hacerte daño.
—Lo sé. —Sus labios temblaron. —Lo sé, mi vida. Pero necesito tiempo para habituarme a mi nuevo yo y
a tu nuevo tú, porque tú también has cambiado. —Fue hasta él y acarició su pecho hasta llegar a su nuca.
Se miraron a los ojos y Michael acarició su cintura. —Te quiero.
—Pues quédate.
—No puedo —dijo angustiada antes de besar sus labios. Él intentó abrazarla, pero Jackie se apartó
antes de salir corriendo del piso. Bajando las escaleras sintió que se le desgarraba el alma, pero sabía que
hacía lo correcto.


Su prima salió de la casa y se sentó en la terraza a su lado. —¿Mamá ya se ha dormido?
—Está tan excitada desde hace una semana que he tenido que darle un sedante suave para que se
durmiera.
—Igual no tenía que haber venido.
—No digas eso. Le has dado una alegría inmensa. Pero entiende que cuando te vayas no puede ir
contigo por tu seguridad. —Jackie agachó la cabeza apenada. Las había echado tanto de menos que esa
semana había sido maravillosa. —No te apenes. Estás viva y para nosotras ha sido un alivio y una alegría.
Haremos lo que sea para que seas feliz.
—Gracias, por todo. Por lo que has hecho por ella y esta vida maravillosa que le has proporcionado. Si
no hubiera sido por ti…
—Y lo he hecho encantada porque me ha querido como a una hija. —Le guiñó un ojo. —¿Cómo estás?
¿Sientes algo?
—No, todo va bien —dijo acariciando su vientre—. No me puedo creer que todo esté bien, he pasado
tanto miedo cuando me dijeron que la varicela podía haberle afectado.
—Pero ahora sabemos que está muy bien. La amniocentesis te lo ha confirmado y ya no debes
inquietarte más.
—Hemos tenido mucha suerte.
Steffany sonrió. —Chica, tienes una estrella en el culo.
Se echó a reír, pero perdió la sonrisa poco a poco. —Sigo asustada.
—Por Michael.
—Sí. No sé lo que voy a encontrarme. No sé lo que ha pasado con ella y ya han pasado cinco meses. Y
en esos meses no me ha llamado ni una sola vez.
—Te fuiste. —Apretó su mano. —No quiero que te disgustes si ha seguido con su vida, tú lo has hecho.
—Lo sé. Es injusto reprocharle nada, pero como haya estado con otra…
Su prima levantó la ceja. —¿No se lo perdonarías? Ya ha pasado antes.
—¡Pero no sabía que estaba viva!
—¿Hablas de Sara o de Jackie?
Suspiró negando con la cabeza. —Estoy loca, ¿verdad?
—No, no estás loca. Quieres que tu hombre te ame solo a ti. Y ahora descubrirás a quien ama más, que
eso es lo que te mata por dentro, ¿no es cierto?
Asintió mirando la puesta de sol. —No podría soportar que la amara más a ella que a mí. Que se
conformara conmigo porque ya no está.
—Pues es algo que tenéis que resolver juntos. Porque estos meses separados han demostrado que no
podréis solucionar vuestros problemas si no estáis juntos para descubrir lo que siente cada uno. Y no te
calles nada, si algo te molesta se lo dices, no como cuando eras Sara que te callabas muchas cosas, que lo
sé.
Apretó los labios. —Temía perderle, como ahora. Supongo que no soy tan Jackie como creo.
—Eres Jackie y Sara. Eres aquella chica tímida que ha dejado mil cosas en ti y también eres esta, la
Jackie que es capaz de hablar ante la prensa sobre su obra y que encandila a todos. Has dejado muchas
cosas atrás, pero todavía estás ahí y lo estarás siempre. Solo tienes que averiguar si tu nuevo yo le
enamora de la misma manera y alejada de él no vas a resolver tus dudas
—Pues veremos lo que me depara el destino.
—Cosas maravillosas, estoy segura.



Capítulo 11



Se acercó a la puerta de la casa de los Grifford y subió los escalones antes de tomar aire y pulsar el
timbre. Muy nerviosa se colocó el ligero abrigo rosa sobre su vientre y cuando se abrió la puerta levantó
la vista para ver a una señora que no conocía. —¿Si?
Miró la fachada y el número. No, no estaba confundida. —¿Los Grifford?
—Lo siento muchísimo, pero se han mudado.
—¿Qué? —preguntó incrédula.
—Bueno, se mudó ella porque el señor Grifford falleció, ¿sabe?
Se llevó la mano al pecho de la impresión. —¿Qué dice?
—Un infarto. Al parecer hace unos cuatro meses empezó a dolerle el pecho, pero no dijo nada. Su
esposa le encontró desmayado en el baño y consiguieron recuperarle, pero le dio otro una semana
después y este fue fulminante.
—Dios mío.
—Vendieron la casa unas semanas después. Se ha ido a vivir con su hijo. A Brooklyn, al parecer tiene
una casa preciosa y muy grande.
—Gracias —dijo aún en shock. Bajó los escalones sintiéndose fatal. Había muerto su padre y ella no
había estado a su lado. No había estado allí cuando la necesitaban. Angustiada levantó la mano para
llamar a un taxi horrorizada por su comportamiento. Tenía que haberles llamado, haberse preocupado por
ellos.
El taxi se detuvo ante la casa y abrió la verja que hizo sonar una campanilla. Asombrada la miró. Antes
eso no estaba ahí. Vio el jardincito que había a ambos lados del camino de adoquines y entrecerró los ojos
porque estaba muy bien cuidado. Al parecer su suegra había decidido plantar rosas cuando ella había
imaginado hortensias. —Mierda —dijo por lo bajo mirando hacia la puerta que ahora estaba pintada de un
anodino color marrón en lugar del verde esmeralda que ella había elegido. —Uy, uy… Imagínate la cocina
—dijo entre dientes.
Bueno, eso no era importante. Subió los escalones e iba a llamar cuando se abrió la puerta de golpe y
su suegra se cruzó de brazos mosqueadísima. —Rose, me acabo de enterar.
Entrecerró sus ojos verdes iguales que los de su hijo y de repente chilló de la alegría. —¡Estás aquí! —
La abrazó dejándola atónita. —¡Al fin estás aquí! —Se apartó cogiéndola de los brazos. —Lo que te ha
crecido el pelo, el corte Bob está muy de moda. Pasa, pasa.
—Te veo muy… contenta.
—Estoy encantada de que estés aquí. Bienvenida a tu casa. Michael está trabajando. ¿Quieres que le
llame? No, mejor le damos la sorpresa que está muy ocupado y…
A Jackie se le cortó el aliento al ver el cuadro de la mariposa colgado en la escalera con otros suyos a su
alrededor. Los cuadros de Sara estaban encuadrados de una manera que su firma no se veía porque
tenían una especie de placa sobre la S que ponía simplemente De mi amor. Su corazón dio un vuelco en su
pecho. —Mis cuadros.
—Decidimos colgarlos. ¿Te gustan? —Cogió su mano y tiró de ella hacia el salón. Los muebles de su
antigua casa combinaban con otros rústicos que no conocía. —Michael se empeñó en que nos quedáramos
con tu antiguo sofá. Dijo que pegaba muy bien con la casa y que cuando volvieras te gustaría verlo ahí, al
lado de la ventana.
—Queda muy bien —dijo impresionada.
—Yo le dije que te recordaría a Sara y él me respondió que pusieras como te pusieras erais la misma
persona, solo que tú tienes más experiencias que contar que te han cambiado un poco, pero eso no
significa que no te gusten las mismas cosas de antes.
Se le cortó el aliento porque no podía tener más razón. —¿Cómo estás? ¿Cómo está él? Lo de Michael
tuvo que ser muy duro, siento no haber estado aquí.
Rose sonriendo la llevó hasta el sofá y se sentó a su lado. —Sé que lo sientes, le apreciabas mucho.
—Sí, era un buen hombre. —La miró a los ojos. —¿Cómo estás?
—Fue duro no lo voy a negar, pero gracias a ti lo hemos llevado mucho mejor.
—¿Gracias a mí?
—Sí, porque ahora sabemos que en el futuro nos volveremos a encontrar. Él solo ha tenido que irse
antes y seguro que es por algo.
—Me alegra que te lo hayas tomado así.
Ella apretó sus manos. —Sí, te dejó una carta.
—¿Una carta?
—Oh, sí. No sé si lo sabes no murió enseguida. Así tuvimos oportunidad de despedirnos y el día antes de
su muerte me entregó una carta para cuando regresaras. Voy a por ella. —Prácticamente salió corriendo y
asombrada por lo bien que estaba se levantó atravesando el salón hasta la puerta que daba al jardín de
atrás. Estaba tan cuidado que daba gusto la verdad y las rosas estaban preciosas. Escuchó que su suegra
regresaba y se colocaba a su lado. —Estás ahí, ¿sabes?
—¿Qué?
—Decidimos tirar tus cenizas en el jardín. Para que estuvieras en la casa. Para que tu antigua Sara
formara también parte de tu futuro y de esta nueva vida.
Emocionada intentó retener las lágrimas. —Michael, ¿también está ahí?
Su suegra señaló la esquina del fondo donde ahora había un gran rosal. —Le gustaba aquel sitio. Él lo
eligió. Es donde da más el sol.
—Es un gesto muy bonito. Así una parte de ellos están aquí con nosotros.
Rose sonrió. —No te importa que me haya venido a vivir aquí, ¿verdad?
Se sonrojó ligeramente. —No he hablado con Michael, no sé si… Pero no a mí no me importa, Rose.
—Tendréis tiempo para hablar. —Le mostró la carta y esta la cogió con un nudo en la garganta. En el
sobre ponía Jackie. —Desde ese día eres Jackie para todos. Ya no te llamamos Sara.
—Gracias. —Una lágrima corrió por su mejilla y abrió el sobre para sacar una cuartilla escrita a mano
con una letra muy bonita.
“Mi preciosa nuera, si has recibido esta carta es que has vuelto a casa y no puedo estar más contento.
Debo reconocer que estoy algo asustado por emprender este viaje de manera definitiva, pero lo que he
visto hasta ahora no ha sido para tanto, así que estoy casi preparado. Lo que más siento es que no podré
darle un beso a mi nieta, pero la veré desde ahí arriba. No les he dicho nada para no alterarles, así que a
ver cómo les das la noticia. Camilla dice que con lo desastre que eres seguramente te pillarán antes de
que puedas soltar palabra.”
—¿Estás preñada? —gritó su suegra leyendo sobre su hombro casi dejándola sorda. —Uy, uy, cuando
llegue mi hijo te va a poner las pilas.
—¿Me dejas continuar, por favor?
Gruñó cruzándose de brazos y Jackie siguió leyendo para sí. Rose estiró el cuello de nuevo.
“Porque he conocido a esa gran mujer en mi breve visita con el primer infarto, ¿sabes? Y me ha dicho
que te diga que lo estás haciendo muy bien, pero que debes recuperar a tu hombre porque hay una vecina
que le ha puesto ojitos a nuestro Michael.”—Fulminó a Rose con la mirada. —¿Esto es cierto?
Chasqueó la lengua. —Es una divorciada que está desesperada por sus huesos. No hace más que traer
tartas.
—Uy, uy…—Siguió leyendo.
“Que recuerdes lo de las escaleras. Eso no lo he entendido muy bien, pero me ha dicho que te lo
recordara.”—Dio la vuelta a la hoja rápidamente. —“Espero que seáis muy felices. Si alguien lo merece
sois vosotros.”—Sorbió por la nariz intentando contener las lágrimas. —“Mi querida Jackie ahora tengo un
último pedido, si puedes hacerme el favor no le dejes nunca más. Sé que ha hecho cosas mal, pero es que
a veces el amor confunde y ciega. Juntos sois mucho más fuertes. Recuérdalo, cielo. Un abrazo muy
fuerte.
Michael Gregory Grifford.”
—Qué bonita.
Unos golpecitos en el suelo de parquet le hicieron dar la vuelta para encontrarse a su suegra con esa
cara de vinagre que ponía antes y los brazos cruzados mientras daba esos golpecitos con el pie.
Obviamente esperaba explicaciones. —Tengo que hablar primero con Michael y no dirás nada.
—Es que de verdad… —Miró su vientre y abrió su abrigo dejando caer la mandíbula. —¡Pero si casi no
tienes barriga! ¿De cuánto estás?
—¿Tú que crees si hace cinco meses que no le veo?
—¿Todo va bien?
Sonrió. —Sí, Rose… Todo va muy bien.
De repente la miró ilusionada uniendo las manos. —Una niña… ¡Una niña!
—Shusss… Te van a oír en Manhattan y quiero decírselo cuando…
En ese momento escucharon la llave en la puerta principal y su corazón dio un vuelco cuando llegó
hasta ella la risa de Michael. —¿De veras?
—Ya verás, el yoga es lo mejor —dijo la voz de una mujer. Entró en el hall y ambas estiraron el cuello
para ver a una morena guapísima con dos bolsas de la compra en la mano—. Te deja el cuerpo nuevo y
seguro que a ti con el trabajo que tienes te viene genial.
—Me lo pensaré. —Entró en la casa con dos bolsas más y cerró la puerta con el pie. —¡Madre, estoy en
casa! —gritó mientras iban hacia la cocina sin preocuparse si su madre respondía o no.
—¿Sabes? Esta noche abren un garito nuevo y voy a ir con unos solteros del barrio, ¿quieres venir?
—Pues…
—Vamos, es viernes y nunca sales a ningún sitio.
—Es que he tenido mucho trabajo y la casa también me ha llevado mucho tiempo.
Asombrada miró a su suegra. —Esa se toma muchas confianzas, ¿no? —preguntó en voz muy baja.
—Es que no hay quien la pare. Y mira que lo he intentado.
—¿No me digas? —dijo entre dientes sintiendo que se la llevaban los demonios.
—¿Sabes algo de Jackie? —preguntó ella desde la cocina.
—Estará al llegar —dijo como si lo esperara de veras haciendo que casi estallara su corazón.
—Por Dios, Michael. ¿En serio vas a esperar a una mujer que no ves desde hace meses? Esa ya te ha
olvidado.
—La mato.
Su suegra la cogió por la muñeca advirtiéndola con la mirada.
—No conoces a Jackie, jamás me olvidará. Solo necesita tiempo, eso es todo.
—Estás muy seguro de ella.
—Sí, lo estoy. Me ama más que a sí misma.
—¿Y tú la amas? —lo preguntó de una manera seductora que no le gustó nada y furiosa caminó hacia
allí—. ¿No estás quemado de este asunto? ¿De sentirte solo?
Apareció en la puerta, pero ninguno de los dos se dio cuenta porque la morena le tenía acorralado en el
fregadero. —Tú también tienes derecho a divertirte. A saber lo que está haciendo ella mientras se decide.
—Pues estoy viendo como una desesperada intenta robarme a mi hombre. ¡Eso estoy haciendo!
Se volvió sorprendida mientras Michael se tensaba. —Nena, esto no es lo que te imaginas.
—¡Qué pena no tener unas escaleras a mano!
—¿Qué? —preguntó la tía sin separarse de él ni un milímetro.
—Uy, tú quieres provocarme —dijo yendo hacia ella.
—¡Niña contrólate que estás embarazada!
—¿Jackie? —preguntó Michael asombrado antes de que se tirara a la vecina y la agarrara de los pelos—.
¡Nena, no!
—¡Serás zorra! —gritó mientras ella chillaba—. ¡Mira que él te lo decía y tú dale que te pego! ¿Qué
pasa? ¿Necesitas un polvo? ¡Espera que te enseño el de la calle! —Tiró de ella hasta la puerta de salida.
Rose abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. —Te lo advertí, pero menos mal que ha vuelto mi
nuera para dejarte las cosas claritas. —Jackie la tiró a la calle y Rose sonriendo dijo —Gracias por la
visita.
Sin aliento se apartó un mechón de su pelo negro de la sien y se volvió. Michael estaba en la puerta de
la cocina cabreadísimo. —¿Se puede saber qué has hecho?
—Poner las cosas claras.
—¿Si? ¿Y ya las tienes claras?
—¿Y tú?
—¡Yo te he querido siempre!
Dio un paso hacia él. —¡No, desde siempre no que al principio no podías ni verme!
Michael apretó los labios. —¿De verdad vamos a volver a eso? ¿De veras, nena? ¿Después de meses sin
verte vamos a discutir por lo que pasó cuando nos conocimos? ¡Creo que hay cosas más importantes que
discutir, como tu embarazo por ejemplo! —le gritó a la cara. La cogió por la nuca y atrapó su boca
besándola desesperado y ella le respondió de la misma manera.
Rose carraspeó abriendo la puerta. —Voy a dar una vuelta.
Sin escucharla se besaron el uno al otro y Michael cogiéndola de las mejillas la apartó besándola
suavemente. —Te he echado tanto de menos, nena... —La abrazó a él como si necesitara sentirla y besó su
sien. —Te quiero, te quiero a ti y me da igual como te llames. Amé a Sara y amo a Jackie.
Sus preciosos ojos azules brillaron. —¿Me amas a mí? ¿Me deseas a mí?
La cogió en brazos. —Te deseé desde el principio. Te he deseado tanto que no ha habido otra para mí
desde que regresaste y no habrá ninguna más. —Empezó a subir las escaleras mientras Jackie sentía que
su corazón iba a estallar de felicidad. —Y te amaré siempre. Sé que te dolió que aún conservara su
cuerpo, que no quisiera desconectarla. Estaba tan confundido… Era parte de ti y, joder nena, sentía que te
traicionaba si me deshacía de él, cuando en realidad estaba traicionando a tu nuevo yo. Pero seas como
seas por favor no dudes que te amo —dijo desesperado porque le comprendiera.
Acarició su cuello. —Y yo te amo a ti.
Él aliviado la tumbó sobre una cama y sentándose a su lado apartó su abrigo mostrando su vientre. Lo
acarició posesivo. —¿Todo va bien?
—Todo va muy bien. Me he hecho unas pruebas y no puede ir mejor.
—¿Unas pruebas?
Hizo una mueca. —Por la varicela. Al parecer podía perjudicar el feto. Me asusté mucho e iba a
llamarte, pero pensé que no era justo y decidí esperar a ver qué ocurría.
Él palideció. —Joder, y pasaste por eso sola. No vuelvas a hacerlo.
Cogió su mano. —Todo va bien, no te preocupes. Es perfecta.
—Una niña.
Jackie sonrió. —Una niña.
—No se llamará Sara —dijeron a la vez. Se echaron a reír y él se agachó para besar sus labios como si
los adorara—. Eres maravillosa y te amo tanto que haría lo que fuera por ti.
—¿Lo que fuera?
Él se apartó. —¿Qué tienes en mente?
—Cariño, quítate esa ropa. Te necesito.



Epílogo



Sentada ante su caballete dio una pincelada. —Niña, ¿me estás oyendo? —gritó Rose desde abajo.
Frunció el ceño mirando hacia la puerta. —¿Rose?
—¡Tienes diez minutos para vestirte! ¡Te avisé hace una hora!
Chilló tirando el pincel sobre la paleta y cuando se levantó de su silla dejó caer la mandíbula del
asombro al ver a su niña sentada en el suelo cubierta de pintura azul. Le mostró sus manitas soltando un
gorgorito de la alegría. —¡Madre mía, madre mía!
—¿Qué pasa?
Miró hacia la puerta y chilló cogiéndola del suelo a toda prisa para llevarla al fregadero. —Eso no se
hace, son las pinturas de mamá.
—De verdad, estas escaleras van a matar. —Su suegra entró en el estudio y chilló al ver a su nieta
pintada de azul. —¡No!
—¡No sé lo que ha pasado!
—¿Se la ha comido?
La boca era el único sitio que no tenía pintura, así que suspiró del alivio. —Parece que no.
—¡Menos mal porque si no acabaríamos otra vez en urgencias!
Gimió angustiada metiéndola en el agua con el body y todo. —Voy a llegar tarde.
—Ahora, ahora piensas en eso. —Cogió a la niña. —Déjame a Violet a mí. Corre a prepararte, Michael
está a punto de llegar.
—Ya estoy aquí.
Se volvió para ver a su marido que sonriendo se cruzó de brazos apoyándose en el marco de la puerta.
La niña chilló señalándole antes de tirarse de sus ricitos negros. Divertido miró a su mujer. —¿Estabas
distraída?
—Lo siento. —De repente se echó a llorar y Michael se enderezó preocupado. —Soy un desastre.
—Mamá, ¿puedes llevarte la niña a la bañera?
—Sí, por supuesto. Cielo, no te preocupes, a veces soy una exagerada.
Su marido se acercó mientras abandonaba el estudio a toda prisa y acarició su cuello apartando su
cabello negro. —No pasa nada.
—Claro que pasa. Vamos a llegar tarde y es tu gran día. Tenía que haber estado a tiempo.
—Tienes la exposición la semana que viene, estás nerviosa y muy ocupada, eso es todo. —La besó en los
labios. —Necesitamos una niñera para que puedas trabajar a gusto y mi madre no se sienta atada. Es lo
mejor.
—Una desconocida en casa —dijo molesta—. Ni hablar.
—Nena…
—Hablaremos de eso después, ¿vale? No podemos llegar tarde. Más tarde aún.
Se apartó de él y salió de su estudio. Bajó las escaleras hacia su habitación y de la que pasaba vio como
su suegra se encargaba de la niña cuando era su trabajo. Era su responsabilidad. Estaba claro que era
una madre horrible.
Sintiéndose fatal entró en la habitación limpiándose las lágrimas y fue hasta el baño. Su cabello ahora
llegaba por debajo de sus hombros e hizo una mueca porque tenía pelos de loca. Una coleta, ahora
estaban de moda. Su marido apareció en el baño cuando se cepillaba el cabello y cerró la puerta. —No
vamos a ir.
Se le cortó el aliento mirándole asombrada. —Pero esa cuenta es muy importante, estará tu jefe y
quedarás fatal.
—Acabo de llamar y le he dicho que he llegado a casa y que estás enferma, que no podemos ir.
—¡Michael! —Ahora sí que se sintió fatal y se echó a llorar.
Su marido cada vez más preocupado la abrazó con ternura demostrándole lo importante que era para
él. —Nena, ¿qué pasa?
—Os dejo a ti y a la niña de lado para trabajar. Me siento un desastre que no llega a todo y…
—¿Y?
Levantó la vista hacia él. —Esto va a ir a peor.
—Nada va a ir a peor. Cualquiera se distrae cuando trabaja. A mí me pasaría. Lo que pasa es que no
sales de casa y quieres llegar a todo. Te estás agobiando y eso lo soluciona una niñera.
—Estoy embarazada —le soltó de sopetón.
Él sonrió. —Ya lo sabía, por eso insisto en lo de la niñera.
—¿Lo sabías? ¿Desde cuándo? —preguntó pasmada.
—Desde hace dos meses que no tienes la regla.
Gimió dejando caer la frente sobre su pecho. —Tu madre tiene razón, soy un desastre.
—Y eso no hará que te quiera menos.
—¿De verdad?
Cogió su barbilla para que le mirara a los ojos. —No dejaría de amarte jamás, ni en mil vidas, preciosa.
A mí mientras te depiles… —Jackie se echó a reír y Michael sonrió. —Eso es, mi precioso desastre, no
pierdas esa sonrisa que me vuelve loco.
—Te amo tanto… —Besó sus labios suavemente.
—Por algo volviste a mí.
—Y volvería mil veces, amor. Volvería mil veces…


FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años publicando en Amazon. Todos sus
libros han sido Best Sellers en su categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)

3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)

5- Planes de Boda (Serie oficina)

6- Que gane el mejor (Serie Australia)

7- La consentida de la reina (Serie época)

8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento


10- Demándame si puedes
11- Condenada por tu amor (Serie época)

12- El amor no se compra


13- Peligroso amor

14- Una bala al corazón


15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el tiempo.

16- Te casarás conmigo


17- Huir del amor (Serie oficina)

18- Insufrible amor


19- A tu lado puedo ser feliz

20- No puede ser para mí. (Serie oficina)


21- No me amas como quiero (Serie época)
22- Amor por destino (Serie Texas)

23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25- Mi mariposa (Fantasía)


26- Esa no soy yo

27- Confía en el amor

28- Te odiaré toda la vida

29- Juramento de amor (Serie época)


30- Otra vida contigo

31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya

33- Mi torturador (Serie oficina)


34- Me faltabas tú

35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)


37- Un amor que sorprende
38- La caza (Fantasía)

39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido

41- Diseña mi amor


42- Tú eres mi estrella

43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)

45- ¿Nunca? Jamás


46- Busca la felicidad

47- Cuéntame más (Serie Australia)

48- La joya del Yukón

49- Confía en mí (Serie época)


50- Mi matrioska

51- Nadie nos separará jamás


52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)

53- Mi acosadora
54- La portavoz

55- Mi refugio
56- Todo por la familia
57- Te avergüenzas de mí

58- Te necesito en mi vida (Serie época)


59- ¿Qué haría sin ti?
60- Sólo mía

61- Madre de mentira


62- Entrega certificada

63- Tú me haces feliz (Serie época)


64- Lo nuestro es único
65- La ayudante perfecta (Serie oficina)

66- Dueña de tu sangre (Fantasía)


67- Por una mentira
68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón


70- No soy de nadie (Serie escocesa)

71- Estaré ahí


72- Dime que me perdonas
73- Me das la felicidad

74- Firma aquí


75- Vilox II (Fantasía)
76- Una moneda por tu corazón (Serie época)
77- Una noticia estupenda.
78- Lucharé por los dos.
79- Lady Johanna. (Serie Época)

80- Podrías hacerlo mejor.


81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)

82- Todo por ti.


83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)
84- Sin mentiras

85- No más secretos (Serie fantasía)


86- El hombre perfecto
87- Mi sombra (Serie medieval)

88- Vuelves loco mi corazón


89- Me lo has dado todo

90- Por encima de todo


91- Lady Corianne (Serie época)
92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)

93- Róbame el corazón


94- Lo sé, mi amor
95- Barreras del pasado

96- Cada día más


97- Miedo a perderte

98- No te merezco (Serie época)


99- Protégeme (Serie oficina)
100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor


102- Vilox III (Fantasía)
103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104- Retráctate (Serie Texas)


105- Por orgullo

106- Lady Emily (Serie época)


107- A sus órdenes
108- Un buen negocio (Serie oficina)
109- Mi alfa (Serie Fantasía)

110- Lecciones del amor (Serie Texas)


111- Yo lo quiero todo
112- La elegida (Fantasía medieval)
113- Dudo si te quiero (Serie oficina)
114- Con solo una mirada (Serie época)
115- La aventura de mi vida

116- Tú eres mi sueño


117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)
118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)

119- Sólo con estar a mi lado


120- Tienes que entenderlo
121- No puedo pedir más (Serie oficina)
122- Desterrada (Serie vikingos)
123- Tu corazón te lo dirá

124- Brujas III (Mara) (Fantasía)


125- Tenías que ser tú (Serie Montana)
126- Dragón Dorado (Serie época)
127- No cambies por mí, amor
128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)


130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)
131- No quiero amarte (Serie época)
132- El juego del amor.
133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)
134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana)

135- Deja de huir, mi amor (Serie época)


136- Por nuestro bien.
137- Eres parte de mí (Serie oficina)
138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)
139- Renunciaré a ti.

140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)


141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.
142- Era el destino, jefe (Serie oficina)
143- Lady Elyse (Serie época)
144- Nada me importa más que tú.

145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)


146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)
147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)
148- ¿Cómo te atreves a volver?
149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie época)
150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época)

151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)


152- Tú no eres para mí
153- Lo supe en cuanto le vi
154- Sígueme, amor (Serie escocesa)
155- Hasta que entres en razón (Serie Texas)

156- Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)


157- Me has dado la vida
158- Por una casualidad del destino (Serie Las Vegas)

159- Amor por destino 2 (Serie Texas)


160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina)
161- Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)
162- Dulces sueños, milady (Serie Época)
163- La vida que siempre he soñado

164- Aprenderás, mi amor


165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)
166- Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)
167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)
168- Sólo he sido feliz a tu lado
169- Mi protector

170- No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)


171- Algún día me amarás (Serie época)
172- Sé que será para siempre
173- Hambrienta de amor
174- No me apartes de ti (Serie oficina)

175- Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)


176- Nada está bien si no estamos juntos
177- Siempre tuyo (Serie Australia)
178- El acuerdo (Serie oficina)
179- El acuerdo 2 (Serie oficina)

180- No quiero olvidarte


181- Es una pena que me odies
182- Si estás a mi lado (Serie época)
183- Novia Bansley I (Serie Texas)
184- Novia Bansley II (Serie Texas)
185- Novia Bansley III (Serie Texas)

186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)


187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina)
188- Me enfadas como ninguna (Serie Vikingos)
189- Lo que fuera por ti 2

Novelas Eli Jane Foster



1. Gold and Diamonds 1
2. Gold and Diamonds 2
3. Gold and Diamonds 3
4. Gold and Diamonds 4
5. No cambiaría nunca

6. Lo que me haces sentir


Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada

4. Dragón Dorado
5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor
7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily

9. Condenada por tu amor


10. Juramento de amor
11. Una moneda por tu corazón
12. Lady Corianne
13. No quiero amarte
14. Lady Elyse


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