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Fabula de La Mazorca
Fabula de La Mazorca
FÁBULA DE LA MAZORCA
CARAVASAR LIBROS
1
Fábula de la mazorca
CARAVASAR LIBROS
2
II
III
El mono viajaba contento por las ramas de una
enorme ceiba.
Pensaba en el excelente negocio que acababa de
hacer con el conejo: ocho esopos –y a crédito–, por
una mazorca que podía vender por treinta en el
mercado local, para que la revendieran a un precio
mayor, cincuenta quizás.
Cuando se le terminó la ceiba, tuvo que bajar a
tierra porque después del fornido árbol había un claro
en el bosque.
Descendió saltando de rama en rama y al llegar al
suelo volvió a contemplar la mazorca. Una sonrisa le
ocupó la mitad de la cara. Luego echó a andar hacia
el mercado, que se hallaba como a kilómetro y medio
de allí.
Iba tan concentrado en sus pensamientos que en
un primer momento no advirtió que en dirección
contraria venía el burro.
Sólo lo vio cuando el choque fue inminente.
–¡Eeeepa! –gritó el burro, después del encontronazo–:
¡Fíjese por donde anda, mono, que usted no es dueño
del bosque!
–Disculpe –se excusó el mono que de inmediato
comprendió que no necesitaba ir hasta el mercado a
vender su mercancía–, pero es que venía distraído,
admirando esta mazorca: mírela.
El burro la vio con detenimiento y, al igual que el
conejo y el mono, supo que se hallaba frente a algo
único. Por ello, preguntó:
–Y, ¿se puede saber dónde consiguió usted esta maravilla?
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–No puedo.
–¿Que tal treinta? Más de treinta no le puedo dar...
Durante los siguientes minutos, cada uno le expuso
al otro sus problemas personales y económicos,
tanto los verdaderos como algunos de mentira,
procurando dar lástima. Ambos se lamentaron del
encarecimiento de la vida en el bosque y le echaron la
culpa de la situación al gobierno.
Pero mientras se quejaban, no dejaron de regatear
hasta que convinieron en treinta y cinco esopos, cinco
más de los que el mono esperaba obtener en el
mercado.
Cuando el burro le entregó dos billetes de diez, dos
de cinco y cinco de uno, el mono no pudo reprimir una
carcajada triunfal, corrió hasta la ceiba de la que unos
momentos antes había bajado y desapareció entre las
ramas, satisfecho.
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IV
VI
Media hora después, el papagayo y el loro
entraron en el agujero del árbol que le servía de
vivienda y oficina al búho.
Este, siguiendo la tendencia de los últimos tiempos,
había abandonado la filosofía por los negocios y
ahora regentaba una importadora.
–¿Una mazorca cultivada por los ángeles?! –se
asombró–: ¿Y cómo la consiguieron?
–Un regalo –apuró el guacamayo–: mi primo le hizo
un favor al arcángel Gabriel y el arcángel se la regaló.
–¡¿Y cómo puede usted desprenderse tan fácilmente
de un regalo del arcángel Gabriel?! –preguntó el búho
con desconfianza.
–Él se lo dio para venderlo –intervino el guacamayo–:
mi primo no ha tenido una buena situación
económica últimamente.
–Eso se ve –soltó el búho, contemplando las
plumas del loro que, por el viaje, se hallaban
descompuestas.
Durante un tiempo que no es posible determinar
porque a los primos les pareció muy largo y al búho
muy breve, los tres permanecieron en silencio.
Al fin, habló el búho:
–¿Y cuánto piden ustedes por ella?
–¡Setecientos esopos!
–¡¡¡Setecientos esopos...!!! –gritó el búho–: ¡¡¡Con
setecientos esopos compro yo la mitad del Paraíso!!!
No quiero aburrir a nadie con el regateo que vino a
continuación, pues el búho sólo ofreció doscientos
esopos. Entre doscientos y setecientos hubo un estira
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VII
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Distribución gratuita
SE PROHIBE SU VENTA
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