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Índice
Sinopsis __________________________4 13____________________________ 245
1 _______________________________7 14____________________________ 264
2 ______________________________30 15____________________________ 290
3 ______________________________45 16____________________________ 309
4 ______________________________60 17____________________________ 325
5 ______________________________84 18____________________________ 348
6 ______________________________98 19____________________________ 365
7 _____________________________114 20____________________________ 380
8 _____________________________132 21____________________________ 404 3
9 _____________________________153 22____________________________ 418
10 ____________________________178 Lord of Gold and Glory ___________ 445
11 ____________________________200 Lissette Marshall ________________ 447
12 ____________________________220 Agradecimientos ________________ 448
Sinopsis
Lo llaman la Muerte Silenciosa, porque mata sin
hacer ruido y no deja a su estela a nadie capaz de hablar…
Cuando el asesino feérico más mortífero del imperio la descubre
ejerciendo magia prohibida, Emelin, de veinte años, cree que ha llegado su
hora. En cambio, su inhumanamente hermoso captor le perdona la vida,
pero se la lleva con sus alas de terciopelo... al único lugar del que ningún
humano regresa jamás.

El corazón de las Islas Fae. La traicionera Corte Carmesí, donde la


Madre de los fae ha gobernado sin oposición sobre los faes y los humanos
durante décadas. 4
Se supone que la Muerte Silenciosa es el leal sirviente de la Madre, su
guerrero invencible, su despiadado y desalmado asesino. Pero en las
sombras él está jugando su propio juego y necesita la magia de Emelin para
ganarlo.
Para mi yo de 14 años,

quien se mantuvo a flote con esta historia.

5
6
1

7
El vino, las matemáticas y los gritos lejanos eran una combinación
terrible.

Gemí, me froté los ojos e hice otro intento de sumar los números que
se arrastraban sobre el pergamino frente a mí. Terminar nuestra
administración del mes era la última de mis tareas esta mañana. Sólo me
quedaban tres páginas más de compras de pintura y lienzos por revisar, y
luego sería libre de salir de esta oficina, libre para finalmente terminar el
vestido que había cosido para la celebración de la victoria de hoy y dirigirme
a la plaza del pueblo, donde las mesas largas ya se estarían llenando de
cordero asado y queso de cabra asado, además de los famosos higos con
miel de Nettie.

Sólo unos últimos cálculos, pero hacerlos habría sido mucho más fácil
si no fuera por la copa de más que había bebido durante los preparativos
del festival la noche anterior. O por el sonido de las voces de mis padres en
su dormitorio, lo suficientemente fuertes como para indicar que estaban
teniendo una de sus peleas más vehementes.

Hasta aquí llega el ambiente festivo.


Mascullé una maldición, agarré otro trozo de pergamino viejo y
garabateé algunos totales preliminares. No, eso no podía ser correcto: no
había forma de que mi prudente y ocasionalmente tacaño padre hubiera
gastado el doble de sus ingresos mensuales en barniz. Probablemente había
perdido una coma en alguna parte…

A través de las paredes y el techo llegó hasta mí el sonido


inconfundible de los sollozos de mi madre.

—Oh, por favor —murmuré en voz alta, alejándome de mi escritorio.


Una cosa era seguir trabajando para mis padres a una edad en la que había
esperado haberme ido de esta isla hacía mucho tiempo. Seguir intentando
trabajar mientras ellos insistían en interrumpirme con sus dramas diarios…
tenía mejores cosas que hacer.

Primero terminaría el bordado de mi vestido nuevo. Con un poco de


suerte, se tranquilizarían y pronto saldrían de casa; entonces podría
terminar rápidamente mis tareas contables antes de unirme a ellos afuera.

Salí de la oficina y crucé el amplio espacio del taller de mi padre. Por


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encima de mi cabeza, inteligible ahora con una pared menos separándonos,
mi madre gritaba sobre los vecinos, las expectativas y…

Reconocible incluso a través de las paredes, mi nombre.

Me quedé inmóvil a medio paso, conteniendo la respiración para


escucharlos mejor. Por todos los dioses, ¿qué había hecho esta vez? ¿Alguien
había estado chismorreando otra vez sobre mis seis meses en Ildhelm? ¿O
se trataba de hombres y matrimonio, ya que estas peleas eran cada vez más
frecuentes últimamente?

Ulda ya está embarazada de su segundo, me había dicho mamá ayer,


con los labios apretados en molestia, y es más joven que tú…

Nadie me había pedido la mano, ¿verdad?

Con el corazón saltando en mi garganta, troté hacia la puerta del taller


y la abrí un poco. Sus voces sonaron mucho más claras ahora, sin darse
cuenta de que mi oído los escuchaba.
—¡Te digo que no podemos arriesgarnos! —gritó mi padre, su voz
acompañada por el sonido de sus fuertes pasos. Conocía esos pasos. Rara
vez prometían algo alegre—. ¡Ese tipo Othmar ha estado estudiando magia
durante décadas! Si Em tiene el más mínimo desliz…

—¡Hace meses que no tuvo un desliz! ¡Hace años!

—¡No fuiste tú quien tuvo que explicarle a Matilda por qué su aprendiz
de repente empezó a quemar vestidos!

Mi corazón se apretó ante eso. Dos años y todavía la familiar punzada


de vergüenza, pérdida y culpa no se suavizaba más que el día después de
esa catástrofe. Si tenían miedo de que tuviera otro desliz, de que lo vieran
los visitantes de alta cuna del festival, nada menos...

¿Qué planeaban hacer? ¿Encerrarme dentro de la casa?

—¡Bien, entonces déjame explicarle la situación a tu maldito Othmar!


—espetó mi madre arriba. Ah. Ese era el origen de la disputa: ella no quería
encerrarme dentro de la casa. 9
—¡No hay manera de explicar esto! —Una puerta se cerró de golpe,
vibrando a través de cada pared. Más pasos y una risa sin alegría lo
suficientemente fuerte como para atravesar dos puertas cerradas—. ¡Él ha
estado insinuando que podría encargar retratos para la galería de la
academia! ¡La galería de la academia! Si descubre que mi hija es… es…

Me puse rígida, esperando el resto de esa frase. No llegó.

Un pequeño desastre decepcionante, que lleva una pizca de esa magia


errática que debería haber desaparecido de la familia de mi madre hace
generaciones. Mi padre nunca me había dicho esas palabras a la cara, pero
claro, no eran difíciles de leer en sus ojos.

—Ella podría costarnos una cantidad asombrosa de dinero —


continuó, ya no tan alto, y casi suplicándole que entrara en razón—. No es
sólo Othmar, ¿recuerdas? Ese senador de la Ciudad Blanca ha mencionado
que está buscando a alguien que pinte el retrato de su familia, y ya sabes lo
que sienten por la magia en ese lugar…
—¡Pero no puedes simplemente prohibirle el festival, Valter! ¡Será la
celebración de la década!

Tragué saliva, la ansiedad revolviéndose en mis entrañas. Era más


que probable que se tratara de la celebración del año. Ciento treinta años
de pagos de tributos forzados y finalmente Cathra había encontrado una
manera de luchar contra nuestros gobernantes. Los científicos y senadores
no venían aquí para visitar una pequeña isla remota y comer cordero asado.
Estaban aquí para ver la barrera de hierro alrededor de las playas con sus
propios ojos y determinar si podrían usar el mismo método para mantener
a los fae lejos de sus propias costas.

Y también para encargar retratos a Valter de Cathra. Eso también. Al


menos si su hija, que era una vergüenza, no arruinaba las perspectivas.

—Bueno —espetó mi padre—. Tampoco será una gran fiesta para ella
si accidentalmente destruye las mesas del buffet, ¿verdad?

Cerré los ojos y me recosté contra la pared blanca enyesada, deseando


que mi madre dijera algo sensato. Vamos. Sería tan fácil callarlo. No hables
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de nuestra hija como si fuera una niña pequeña propensa a tener rabietas.
Es una adulta, por amor a los dioses; difícilmente puedes decirle qué hacer a
menos que la amenaces con reducirle el pago. Lleva semanas preparándose
para las festividades como todos los habitantes del pueblo, ¿y no sería un
poco injusto prohibirle la entrada a la diversión justo cuando ha terminado su
vestido para la ocasión?

Ella gritó:

—¡Pero piensa en lo que dirán los vecinos si ella no está allí, Valter!

Los vecinos.

Claro.

Hace diez años podría haber subido las escaleras corriendo y gritarles
que fueran razonables. Hace cinco años podría haber suplicado y discutido.
Pero después de veinte años en esta casa, sabía que gritar sólo daría como
resultado medidas más estrictas, que suplicar sólo me ganaría algunas
miradas adicionales y ni un atisbo de buena voluntad.
Apreté los puños y tragué otra oleada de náuseas, olvidando de una
vez por todas mis intentos de contabilidad.

—¡No me importan los malditos vecinos! —estalló mi padre arriba—.


¿Las comisiones de vecinos nos darán de comer para el próximo año?

—Tú no tienes que escuchar sus quejas durante los próximos seis
meses mientras…

—¿Quejas? ¿Crees que las quejas es lo peor que podría surgir de esto?

Mi madre soltó una risa aguda.

—Olvidas que está garantizado que habrá quejas, mientras que las
posibilidades de que Em cometa un desliz son…

—¡No me importa lo pequeñas que sean! —Ahora estaba gritando lo


suficientemente fuerte como para que los vecinos lo oyeran. Me pregunté si
se daba cuenta—. ¡Están allí! ¡Eso es todo lo que necesito saber!

Un silencio sin aliento; podía imaginarlos paseando por el dormitorio,


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mi padre nervioso y alterado, mi madre fría y severa. Sus voces se volvieron
más suaves ahora, las palabras más difíciles de captar.

Me deslicé cautelosamente por la puerta y entré a la cocina, toda


anticipación festiva había desaparecido. Con la mejilla pegada a la ventana
de la cocina, podía ver los pinos decorados en la plaza del pueblo,
guirnaldas, faroles y algún que otro estandarte. Una oscura y pesada
sensación de temor se apoderó de mí, un peso que ni siquiera la brillante
luz del sol podía eliminar.

Había sido ingenua, por supuesto, al no esperar esto. Había sido


ingenua al pensar que finalmente habrían dejado pasar aquel desastre de
hace dos años.

No era la primera vez que me preguntaba si debería haber regresado


a Cathra en absoluto. Si no debería haberlos dejado a todos atrás, a la casa,
a la señorita Matilda y a todos los que conocía… pero ¿adónde habría ido en
ese momento, con dieciocho años y sin un centavo?

—¿Emelin?
Padre, usando mi nombre completo. Eso también nunca prometía
nada alegre.

Tragué un regusto de amargo arrepentimiento y grité:

—¿Sí?

—Ven aquí un momento, ¿quieres?

Como un acusado a punto de recibir el veredicto del juez, me armé de


valor y subí las escaleras, sin estar segura de si debía fingir que no había
escuchado su pelea a los gritos por completo. Deberían de saber que no
debían pensar que había estado tan absorta en mis sumas. Por otra parte,
el hecho de que deberían saberlo no siempre significaba que lo harían.

Mi madre estaba apoyada contra el armario, con el vestido de flores


que le había hecho el año pasado. Las duras líneas alrededor de sus labios
arruinaban hasta la última ilusión de festividad. Mi padre iba y venía entre
la cama y la puerta del balcón, con las mejillas demasiado rojas y los labios
demasiado pálidos. 12
—Em, tu madre y yo hemos estado pensando en la celebración.

Pensando, quería decir. Lo curioso es que suelo ser un poco más


callada cuando pienso. Pero las réplicas sarcásticas sólo desperdiciarían su
última pizca de buena voluntad y potencialmente la mitad del salario de este
mes.

Necesitaba ese dinero, por poco que fuera, si alguna vez quería salir
de este lugar.

Entonces todo lo que dije fue:

—¿Qué pasa?

La explicación salió en medio de una maraña de mentiras y verdades


a medias, con la ocasional confesión honesta agregada: preocupados por mi
reputación si algo llegara a pasar, seguramente tampoco quería arruinar las
festividades y los invitados de honor de la Ciudad Blanca podrían causarme
muchos problemas, pero, por supuesto, no podían mantenerme en casa
contra mi voluntad y, de cualquier manera, podrían surgir preguntas si
decidía mantenerme alejada del festival…
—Entonces, ¿qué quieres, Em?

¿Qué quería? La más traicionera de las preguntas. Lo que quería, a


estas alturas, era emborracharme por completo en esa maldita celebración.
Lo que quería era usar el vestido que había hecho y comer la comida que
había preparado y escuchar a las madres del pueblo elogiar las guirnaldas
que había cosido.

Pero esa no era la respuesta correcta.

Veinte años en esta casa también me habían enseñado esa lección: la


pregunta sobre mis deseos nunca era una cuestión abierta sino más bien
una prueba, una evaluación de mi idoneidad como hija. Por lo general, la
respuesta honesta significaba fallar en esa prueba. Y el fracaso resultaba en
días de frío silencio y respuestas monosílabas a todo lo que decía o, si no
tenía suerte, otro recorte salarial por mi trabajo como asistente de mi padre.

El problema era que la respuesta correcta no estaba clara hoy. Más


bien, eran demasiadas.
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La respuesta correcta para mi padre era que, efectivamente, no quería
estropear las festividades y estaría encantada de quedarme en casa. La
respuesta correcta para mi madre era que no quería perderme la celebración
ni por mil monedas de oro, pero que tendría mucho cuidado de no atraer ni
una pisca de color ni dar a ninguno de los invitados de honor motivos para
pensar que soy algo más que una mujer joven aburrida y común. Cualquiera
que fuera mi respuesta, seguramente disgustaría a alguien, y la parte
perjudicada se encargaría de hacérmelo saber.

Por supuesto, podía correr el riesgo. Podía unirme a las celebraciones


de la victoria y simplemente asegurarme de no acercarme a ningún color y
que accidentalmente yo pudiera perder el control. Pero pasaría toda la noche
con los ojos de mi padre en mi cuello, y si cometía incluso el más mínimo
error…

No quería pensar en esa posibilidad. Lo había visto después de mi


regreso de Ildhelm. Esto sería cien veces peor.

Sin embargo, mi madre nos informaría durante semanas de todas las


amas de casa chismosas si no asistía. Nos informaría de cada comentario
malintencionado, de cada mirada de soslayo, y sería una mártir insufrible
al respecto.

A estas alturas ya no me importaba toda la maldita celebración. Sólo


quería una salida a este aprieto.

—¿Por qué no les dices que no pude asistir porque aún no terminé
mis tareas? —Me escuché decir con voz monótona—. Seré útil aquí y
trabajaré un poco con antelación. Me encantaría tener un día libre mañana,
después de toda la emoción.

Por supuesto, los vecinos seguirían chismorreando, pero no sobre mi


madre y su incapacidad para mantener bajo control a la familia. Sólo sobre
mí. Y de todos modos lo habían hecho desde mi apresurado regreso de
Ildhelm.

Mi madre se animó.

—Bueno, si no te importa una pequeña mentira piadosa, Em…


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Mentí, les dije que no me importaba y decidieron creerme. Diez
minutos más tarde, se marcharon, hacia el fuerte murmullo de voces a tres
calles de distancia.

Me quedé en la casa silenciosa, maldiciéndome y a mis estúpidos


poderes no deseados por todo lo que valían.

Doblé la ropa. Limpié la cocina. Ordené los pinceles de mi padre y


recogí sus delantales, limpié los bocetos y estudios que había tirado y
clasifiqué sus tintas y pinturas.

Cuando terminé, apenas era mediodía. En la plaza, afuera, sonaba


música, las copas tintineaban y la gente vitoreaba. La mayoría de las voces
las reconocí incluso desde la distancia; probablemente podría identificar a
cada uno de los menos de doscientos habitantes de la isla por sus susurros.

Mi ausencia, si es que se había notado, no parecía importarle a nadie


en lo más mínimo.
Como era la intención, por supuesto. Como mi madre necesitaba. Pero
me encontré entrando en la cocina con un enfado infantil, absurdamente
frustrada porque nadie se había molestado en pasar y ofrecerme un trozo
del pastel de miel que yo misma había horneado. Incluso si estuviera
ocupada con un día de trabajo, podrían darse cuenta de que me tomaría un
descanso o dos, ¿no?

La idea del pastel me dio hambre. Una búsqueda rápida entre las
cestas y cajones reveló un puñado de higos frescos, algunas aceitunas y los
restos del pan del día anterior. No mucho, pero podría haber sido peor. El
año pasado había vivido con menos durante meses, cuando la cosecha había
sido miserable y los tributos anuales más altos de lo habitual.

Me senté en el jardín trasero, bajo la dorada luz del sol, pero fuera de
la vista de los transeúntes, e intenté ignorar los gritos de celebración a unos
cientos de metros de distancia mientras masticaba mi pan. Es extraño
pensar que nunca volveríamos a pagar tributo. Que nunca más volveríamos
a tener una asamblea alada en la plaza de nuestra ciudad, exigiendo dinero
y comida en nombre de la Madre de todos los fae que nos gobernaba. Que 15
podríamos cosechar y conservar las frutas y los granos a partir de ahora,
que podríamos comer lo que teníamos sin tener que guardar la mitad,
esperando en nuestros cobertizos y sótanos a que los fae vinieran a
buscarlo.

Lo suficientemente extraño para que pareciera irreal.

Podría haber parecido más real si hubiera estado allí en la plaza ahora
mismo, bebiendo y bailando con el resto del pueblo. En lugar de eso, me
encontraba aquí, escondida como la idiota del pueblo, sobreviviendo con
agua tibia y pan seco.

Maldije para mis adentros. Debería haberles dicho lo que quería, al


diablo con las miradas gélidas y los recortes en mis pagos.

Pero presentarme ahora y declarar que mi trabajo había terminado…


eso sólo empeoraría mucho, mucho las cosas. A mi padre le gustaban
incluso menos las sorpresas desagradables que las réplicas sarcásticas.
Tendría que mantenerme ocupada y esperar que al menos regresaran con
algunas de las sobras del cordero asado del banquete.
Entonces, ¿cómo iba a ser útil durante unas horas más?

¿Cosiendo? Pero pensar en mi vestido casi terminado en el piso de


arriba convertía incluso el simple placer de la costura en pálido y sin
sentido. Lo terminaría más tarde, cuando la amargura se hubiera suavizado.
Hoy era mejor que me ocupara de las tareas más desagradables; de todos
modos, no había nada más del día que arruinar.

Las pinturas, entonces. Nos estábamos quedando sin rojo; padre


agradecería un nuevo suministro.

Reuní mis materiales con una rutina irreflexiva: delantal y guantes,


cinabrio y huevo, mullidor de vidrio y espátula. Al menos triturar minerales
hasta convertirlos en polvo no requería que yo pensara. Al menos podía
concentrarme en el trabajo que tenía debajo de mis manos durante unos
minutos, triturando el alma de hasta el último grano de cinabrio hasta
obtener una cucharada rojo brillante de polvo bermellón tan fino que ni
siquiera mi padre podría encontrar fallas en este. Partí el huevo, agregué un
poco de clara al polvo y lo mezclé hasta obtener una pasta espesa. Sólo unas 16
gotas de agua, entonces, y unas cuantas más…

Terminé demasiado rápido. La fiesta aún no había terminado cuando


puse la pintura de color rojo sangre en su frasco, y no parecía que terminaría
pronto.

Revisé las otras pinturas, pero todavía teníamos bastante. No tenía


sentido hacer demasiado con demasiada antelación. El tiempo sólo
degradaría la calidad.

Quizás podría limpiar algo más arriba. De lo contrario, podría


escabullirme y darme un chapuzón en el brillante mar azul en lugar de
continuar con esta inútil holgazanería. Siempre y cuando me asegurara de
que los vecinos no me vieran aparentemente evitando mis tareas…

Me quité los guantes, luego el delantal y me quedé helada.

¡Oh, mierda!

De alguna manera, una mancha de pintura rojo brillante se había


escapado del resistente lino de mi delantal y terminó en la parte delantera
de mi túnica, untada sobre la tela blanca como un puñado de sangre. Como
si acabara de cometer un asesinato violento. Al mirar esa mancha en la
túnica que mi madre me había comprado durante su último viaje a Rhudak,
sentí que tenía ganas de matar algo.

Ella no estaría feliz si regresaba a casa y encontraba la túnica


arruinada. Para nada feliz. Habría sermones sobre no usar ropa costosa en
el taller y ni siquiera estaría equivocada. Cualquier crédito que hubiera
ganado al resolver el punto muerto de mi asistencia al festival se
desperdiciaría antes de que pudiera siquiera disculparme por este error.

Mierda.

Cerré los ojos y traté de mantener la calma. Intenté ser razonable y


madura respecto a esta nueva complicación. Ya no era la niña a la que
mandaba a la cama sin cenar. Ya no podía atacarme con la escoba del polvo.
No había razón para tener miedo. Era una mujer adulta. Estaba aquí porque
trabajaba como empleada de mi padre —y bien, porque no tenía otro lugar
a donde ir— y lo peor que ella podía hacer…

Bueno, lo peor que podía hacer era hacerme pagar por esa maldita
17
cosa.

¿Lo haría? Había sido un regalo, mío para arruinarlo, técnicamente


hablando. Pero ella me lo había comprado para tener algo presentable que
ponerme cuando los ricos clientes de mi padre vinieran de visita. Ella podría
argumentar que necesitaba uno nuevo y que no iba a gastar su dinero en
él.

Me quedé paralizada en medio del taller, con mi mente girando a mil


por hora. Probablemente podría evitar consecuencias graves anunciando
que pagaría el reemplazo incluso antes de contarle sobre la mancha. Parecía
que valía la pena un par de monedas para evitar al menos las súplicas, las
discusiones y los días de frío silencio.

Pero perdería esas monedas.

Oh, maldita sea. ¿Por qué tenía que arruinar esto? Los próximos días
prometían ser muy fáciles. Con la protección de los fae finalmente en su
lugar y algunos nuevos clientes prominentes para mi padre, había estado
tan segura de que volveríamos a ser esa familia sencilla y feliz por un tiempo.
Esa familia que éramos cuando yo no estaba causando problemas. Cuando
podíamos fingir que esa magia errática mía, ese odiado talento feérico que
había existido en la familia de mi madre durante generaciones, simplemente
no existía.

Ahora estaba causando problemas después de todo, y ni siquiera era


de naturaleza mágica.

¿Cuánto habrá costado la maldita túnica? A juzgar por la calidad de


la tela y el corte moderno, serían al menos dos meses de ahorro. Mi boca se
secó sólo de pensarlo. Dos meses de trabajo inútil, todo por un descuido.
¿Podría lavar la mancha? Pero no, los años en el taller de un pintor me
habían enseñado bastante bien que ninguna cantidad de vinagre podría
conseguir quitar ese rojo brillante de una superficie tan clara. La única otra
opción…

Tragué saliva. La única otra opción era la que habían prohibido más
explícitamente. La opción que actualmente me tenía prohibido asistir a la
plaza del pueblo hasta que todos los visitantes influyentes hubieran
abandonado la isla nuevamente. 18
Podía absorber el color.

Una idea terrible. Pero me ahorraría meses de dinero y algunos


sermones inevitables.

Una inesperada e inusual llamarada de molestia me hizo moverme y


mis pies encontraron el camino hacia la puerta trasera antes de que mi
cabeza hubiera aceptado completamente el plan. Si esperaban que estallara
en explosiones de magia incontrolable en cualquier momento, bien podría
usar los poderes por una vez. Si tenía cuidado de no dejar que nadie me
viera, si no destruía nada valioso, ¿cuál era el daño?

Entonces, que se vaya todo al infierno.

Salí al jardín seco. Usar magia roja en el interior sonaba como una
idea aún más terrible, y nadie debería de pasar detrás de nuestra casa a
esta hora del día. Mis ojos escudriñaron el jardín, buscando algo que
pudiera permitirme destruir: ni los cactus de mi madre, ni el pequeño
cobertizo para las herramientas… Entonces, una de las vasijas de barro en
el rincón más cercano.
Detrás de mí, un coro de voces fuertes cantaba una balada triunfante
sobre una de las raras victorias de la humanidad durante la guerra.
Totalmente ajenos, todos ellos, de que a pocos minutos de distancia, una
joven escuálida de veinte años estaba usando poderes extrañamente
similares a esa misma odiada magia.

Me acomodé en la puerta y pasé mi mano izquierda por la mancha


roja en mi estómago y cadera, saboreando la suavidad del lino tejido. Un
pequeño cosquilleo recorrió mis dedos hasta mi brazo, la magia despertando
dentro de mí, preparándose.

Rojo para destrucción.

Señalé con mi mano derecha la vasija de barro más cercana a la


puerta y dejé que el color me atravesara. El rojo palideció bajo mis dedos,
desapareció y la dura arcilla se hizo añicos como si la hubiera golpeado con
un martillo.

Diablos.
19
Había sido… demasiado poder, tal vez.

Contuve el impulso de maldecir en voz alta. ¿Nada iba a ser fácil hoy?
Pero tenía que asegurarme de haber quitado el color de mi ropa por completo
para que no pudiera regresar. Un rosa parcialmente desteñido, por tenue
que fuera, se recuperaría en cuestión de horas, demostrando exactamente
qué reglas había violado para deshacerme de él. Sólo una superficie
completamente mermada permanecería blanca para siempre, tal como la
necesitaba.

Intenté extraer algo más de poder destructivo de la mancha anterior,


pero la segunda vasija a la que apunté permaneció intacta. Bien.
Efectivamente mermado. Ahora era cuestión de reparar la primera antes de
que nadie se diera cuenta de lo sucedido.

Subí corriendo las escaleras y encontré un rollo de lino azul brillante


que había destinado a otro vestido. Suficientemente bueno. Si no usaba el
color por completo y me aseguraba de ocultar las telas después, el azul
estaría restaurado mañana por la mañana. Mis padres no habían puesto un
pie en mi habitación desde hacía años; esto no podía salir mal de ninguna
manera imaginable.
Con el lino azul en mis brazos, bajé corriendo, me arrodillé ante el
montón de fragmentos de arcilla y contuve el aliento. Azul para curación.
Debería de poder arreglar esto.

Y rápido, con suerte.

Mantuve mi mano izquierda sobre el azul de mis telas mientras


juntaba las piezas de la vasija con mi derecha, borde irregular contra borde
irregular. Un pequeño flujo de magia azul y se fundieron nuevamente. Los
pedazos pequeños se convirtieron en pedazos más grandes a medida que
trabajaba, y los pedazos más grandes se convirtieron en partes
considerables de la vasija que había estado ocupándose inocentemente de
sus propios asuntos hasta hace apenas unos minutos. El azul palideció cada
vez más bajo mis dedos, hasta que quedó más claro que el huevo de un
petirrojo y no me atreví a agotarlo más.

La vasija aún no estaba reparada a más de la mitad.

Maldije mientras me levantaba. Tenía otro vestido azul arriba;


probablemente podría hacer el resto del trabajo si también usaba esa magia.
20
Y si fuera realmente necesario, podría conseguir un poco de pintura azul del
taller y crear una superficie azul para usar…

Lo primero es lo primero, interrumpí mis propios pensamientos


mientras me dirigía hacia la casa. Tendría que ver hasta dónde me llevaba
ese segundo vestido. Entonces podría…

Alguien estaba detrás de mí.

Me di cuenta a mitad de mi giro y retrocedí como una cabra asustada:


alguien. Una silueta con forma humana, delineada nítidamente contra la
abrasadora luz del sol, permanecía silenciosamente detrás de mí en nuestro
humilde y seco jardín…

¿Observándome?

Y sólo entonces mis ojos registraron el resto de su apariencia. Con


forma humana, sí, pero no humano.

Para nada humano.


El extraño era alto, con una ventaja de al menos quince centímetros
sobre mí. Su cabello sedoso, tan negro que parecía absorber incluso la luz
abrasadora del sol, colgaba muy por debajo de sus hombros, rozando un
abrigo largo, igualmente negro. Debajo de eso, llevaba un par de cuchillos
en el cinturón, pantalones oscuros y botas de cuero que le llegaban casi
hasta las rodillas, también negras.

Y detrás de todo eso, extendiéndose a ambos lados de sus hombros


esculpidos, un par de alas oscuras brillaban como terciopelo tintado a la luz
del sol.

Alas.

Fae.

Fae.

Cada fibra de mi cuerpo gritó alarmada, esperando el destello plateado


de un cuchillo o un estallido de magia roja… y luego nada en absoluto. Pero
respiraba. Estaba viva. Y el fae macho estaba a apenas tres metros de mí, 21
con sus ojos oscuros y almendrados fijos en mi rostro, y no se movía. Como
si encontrarme aquí, una chica humana desgarbada y sudorosa que
esgrimía una magia furtiva que no debería poseer lo hubiera aturdido tanto
como su presencia me asustaba a mí.

Mi magia. Había visto mi magia.

No estaba segura de si yo estaba respirando. Ya no sabía muy bien


qué se suponía que era respirar.

Una ráfaga de brisa susurró a nuestro alrededor, un soplo de aire


marino más fresco acariciando mi frente húmeda. Un recordatorio del
funcionamiento de mis sentidos, y de alguna manera fue suficiente para
sacarme de mi parálisis. Tenía que ser inteligente ahora. Tenía que pensar
rápido. Si por alguna razón lo había sorprendido lo suficiente como para
silenciarlo por dos segundos completos, tal vez podría distraerlo por unos
momentos más. Darme tiempo para… ¿para hacer qué? ¿Escapar? ¿Sonar
la alarma? ¿Luchar contra él?

Distracción. La distracción era lo primero.


—Oh —me obligué a decir. Un comienzo miserable. Mi voz fue un
chillido agudo y ronco. Aun así, al menos logré que algo saliera de mis
labios—. Una visita inesperada. ¿Quizás le gustaría algo de beber?

El fae macho parpadeó.

Una expresión tan perfecta y mesurada como todo lo demás en él y,


sin embargo, provocó un destello de coraje en mí. Al menos no se lanzó hacia
delante para clavarme uno de esos cuchillos en el pecho. Al menos no
recurrió al rojo de su abrigo negro para hacerme pedazos como yo había
destrozado esa vasija hace apenas unos minutos. Entonces tragué saliva y
agregué:

—Hace calor y debes haber estado volando por un tiempo. Debería


quedarme un poco de jugo de uva fresco.

Fue como si ni siquiera me hubiera escuchado. No hubo respuesta, ni


siquiera el más mínimo movimiento. Se quedó allí, mirándome, a la vasija a
mis pies y luego a mí, en un silencio atónito y letal.
22
Silencio.

Otro pensamiento me golpeó como un mazo en la cara. Un susurro


que había escuchado tantas veces alrededor de las hogueras… Lo llaman la
Muerte Silenciosa.

El verdugo de la Madre.

Le llaman la Muerte Silenciosa, porque mata sin hacer ruido y no deja


a su estela a nadie capaz de hablar.

Mi estómago se revolvió cuando retrocedí medio paso titubeante. No.


No, tenía que estar sacando conclusiones precipitadas. Seguramente otros
fae también sabían cómo permanecer en silencio, y ¿cuáles eran las
posibilidades de que la Madre enviara a su asesino más temido a esta isla?
Pero mi memoria continuó, la historia era tan familiar como las pesadillas
que me había provocado. Marca sus heridas en su piel, para no olvidar a un
oponente que le hizo daño…

Su rostro era algo de una belleza imposible, como un retrato pintado


demasiado favorable que cobraba vida: todo ángulos agudos, todas sombras
ilegibles. Pómulos altos, labios duros. Pero una marcada línea de tinta
recorría una de sus cejas oscuras, como una cicatriz marcada para la
eternidad.

Mis ojos se posaron en sus manos. La piel bronceada estaba marcada


por tinta, líneas crueles recorriendo sus dedos, el dorso de sus manos, el
inicio de su muñeca.

Oh, Zera, ten misericordia de mí.

Se me escapó un sonido, algo entre una sílaba sin sentido y un


gemido. La Muerte Silenciosa. El hombre que había matado a más personas
de amaneceres había visto en mi vida, que había torturado, mutilado y
aniquilado ejércitos enteros en nombre de la Madre. No podía estar aquí. Lo
suficientemente cerca como para que yo pudiera oler su comida festiva,
cientos de personas celebraban su victoria sobre los de su especie,
celebraban que habían desterrado a todos los fae de la isla para siempre.
Pero pasaban los segundos y todavía no se desvanecía en humo.

¿Por qué aún no me había matado? Mi pueblo acababa de declararle


23
la guerra al suyo. Si había venido a buscar represalias, bien podría empezar
conmigo.

¿Estaba esperando algo?

—¿Hay algo que deba hacer? —logré preguntar.

Dio un paso atrás. Retrocedió. Un retiro fácil y grácil, pero un retiro al


fin y al cabo. Cerré bruscamente la boca y tragué saliva, sintiendo como si
enredaderas espinosas bajaran por mi garganta.

Sus ojos oscuros se dirigieron a la casa detrás de mí. Luego por


encima de mi hombro, en dirección a la plaza, donde la música y las risas
sonaban cada vez más fuerte. Luego volvió a mi cara, atravesándome los
ojos con una intensidad que hacía que los rayos del sol del mediodía
parecieran golpes sordos e impotentes.

Asintió. Como para grabarme en su memoria. Como para marcarme.

Y con un poderoso aleteo de sus alas, desapareció.


—¡Padre!

Había caminado por estas calles arenosas durante veinte años y, de


repente, tropezaba como si mis pies encontraran el camino por primera vez.
Las casas blancas infinitamente familiares eran un borrón a mi alrededor,
el olor del aire salado del mar y la tierra seca era una amenaza más que el
consuelo habitual. La música y los cantos en la plaza principal se habían
convertido en un coro de burlas, burlándose del miedo que todavía latía en
mi pecho.

—¡Padre!

Me siguieron miradas de molestia y burla mientras me abría paso a


codazos entre la multitud, sudorosa y desaliñada. Por primera vez no podía
molestarme en hacerme invisible. Padre, ¿dónde estaba? Allí, al otro lado de
la plaza, charlando con un señor vestido de terciopelo a la sombra de los
olivos. Sólo cuando lo llamé por tercera vez levantó la vista. La sonrisa se
24
heló en su rostro cuando encontró mi mirada, dando paso a esa expresión
de labios finos que podía sentir retorciéndose en mis entrañas como
náuseas.

La mayoría de los días esa mirada me habría advertido que me largara.


Hoy ninguna advertencia podía calmar el pánico que palpitaba en mi pecho.

—Padre…

A su lado, el hombre mayor me lanzó una mirada de leve curiosidad y


dijo:

—Entonces, ¿esta es tu hija, Valter?

—Sí. Emelin. —Salió entre dientes apretados. No quería saber qué


aspecto tenía, jadeante y pálida como una sábana. No era la primera
impresión que quería que yo le causara a un nuevo y poderoso conocido de
las islas del norte—. Em, este es el profesor Othmar, de Rhudak. Él es…
No me importaba. No si todos íbamos a morir tan pronto como la
Muerte Silenciosa regresara con sus hermanos de armas. Luchando por
controlar mi respiración agitada, tartamudeé:

—Padre, los fae… los fae están viniendo.

—¿Qué?

—Él estuvo aquí. La Muerte Silenciosa. —Las palabras salieron en


frases cortas y jadeantes, sonaron ridículas incluso para mis propios oídos—
. El jardín. Él…

—¿La Muerte Silenciosa?

—… estaba de pie detrás de mí. No sé cuánto tiempo. Luego… luego


se fue de nuevo.

Mi padre me miró fijamente, con esos ojos azules entrecerrados tan


diferentes a los míos. El hombre a su lado me miró fijamente. La mitad del
pueblo me miró fijamente, me di cuenta en el silencio que cayó a mi 25
alrededor mientras las cabezas se volvían hacia nosotros y las
conversaciones se detenían, los rostros se quedaban en blanco mientras mis
palabras se asimilaban.

Entonces alguien se rio entre dientes.

Un disparo inicial. Bufidos y risitas surgieron de la audiencia que nos


rodeaba cuando las personas que había conocido de toda mi vida, las
personas que me conocían de toda mi vida, regresaron a su lujoso almuerzo
y reanudaron sus charlas, sus voces ahora entrelazadas con risas. Al lado
de mi padre, los labios de Othmar temblaban. Mi padre mismo contuvo el
aliento entre dientes mientras un desconcertante rosa se apoderaba de su
rostro.

—¿Es esta una nueva forma de evitar el trabajo, Emelin?

—¡No! —Una mano fría se apretó alrededor de mi garganta—. Por


favor, padre, lo juro…

—Si hubiera visto a la Muerte Silenciosa, señorita Emelin —dijo


amablemente Othmar, extendiendo la mano para acariciarme el hombro
sudoroso—, no estaría aquí parada para contarnos la historia.
—¡Bien, tal vez él no era la Muerte Silenciosa! —Quería romper algo.
Quería sacar el rojo de la mejor chaqueta de mi padre y volar un árbol en
astillas, si al menos eso los hiciera escuchar—. Pero había un fae macho
parado en nuestro jardín. Lo juro por los malditos dioses, él estaba aquí,
con alas y cuchillos y todo, y regresará pronto, y...

—Emelin. —Detente, decía ese tono. Detente inmediatamente y tal vez


aún puedas cenar esta noche—. Eso es suficiente. Los fae ya no pueden
entrar a Cathra. Hay una barrera de hierro alrededor de la isla, ¿recuerdas?
Lo que sea que hayas visto, no puede haber sido la Muerte Silenciosa ni
ninguno de sus súbditos.

—Pero… Padre, por favor, no haría esto simplemente…

Cerró los ojos, reprimiendo visiblemente un suspiro.

—Profesor, si nos disculpa un momento…

—Por supuesto, por supuesto —dijo el hombre mayor, todavía


pareciendo ligeramente divertido. La hija tonta del maestro pintor. No había 26
necesidad de culpar a la pobre muchacha por su locura, ¿verdad?

—Por favor —dije de nuevo, pero mi padre ya me arrastraba lejos de


la plaza, lejos de las miradas burlonas y las risitas furtivas. Vi a mi madre
en medio de un pequeño grupo de amas de casa, mirándolas con los ojos en
blanco y una expresión en su rostro que conocía demasiado bien.

Sólo en la primera esquina se detuvo y me soltó la muñeca. Una vena


latía peligrosamente en su sien.

—¿Es este un intento descabellado de venganza por mantenerte


alejada del banquete, Em?

—No estoy mintiendo —dije, sonando estridente como una


mentirosa—. Yo estaba… estaba trabajando en el jardín, y luego me di la
vuelta y él estaba parado detrás de mí con sus enormes alas negras y sus…

—Es imposible —espetó—. Sabes que es imposible. No pueden cruzar


el hierro. Revisamos las guardas esta mañana y todavía están en su lugar.
¿No pudiste al menos inventar una mentira sensata?

—Pero…
—¡Basta! —Respiró hondo de nuevo—. ¿Tienes alguna idea de lo que
acabas de interrumpir? Othmar pudo haber encargado retratos para la
mitad de su departamento, y solo tenemos que esperar que tu pequeño y
ridículo espectáculo no lo desanime tanto que…

—Pero yo no…

—¡Me avergonzaste, Emelin!

Las palabras estallaron como un animal salvaje liberándose, lo


suficientemente fuertes como para ser escuchadas en la calle atrás. Echó la
cabeza hacia atrás al momento siguiente, apretando la mandíbula como
para mantener la fea verdad en secreto después de todo, pero no había
manera de negarlo. No había forma de dejar de escucharlo.

Algo se apagó en mi pecho mientras lo miraba fijamente, a la cara que


conocía como la palma de mi mano. Los finos labios se curvaron en una
furiosa mueca de desprecio. La piel se enrojeció con manchas rojas. Lo había
avergonzado… y siempre lo había hecho, ¿no? Una hija fracasada, que creció
hasta convertirse en una asistente fracasada. Una hija que se parecía más
27
a algún antepasado lejano de su esposa que a él, que había heredado
poderes que debían haber desaparecido con mi tía abuela Gisele, quien, a
pesar de todos sus intentos de disciplina y regulaciones, todavía no podía
comportarse como correspondía a un miembro de su hogar. Una vergüenza,
de hecho. Un secreto vergonzoso que debía mantenerse lejos del ojo público.

—Ya veo —dije con voz ronca.

Dio un paso atrás, respirando con dificultad.

—Vete a casa, Em.

—Está bien. —Incluso la furia se había disipado, dejando tras de sí


nada más que una resignación sin vida—. Entonces… terminaré las tareas
del hogar.

—Sí. Muy bien. Excelente trabajo. —Como si esa escasa excusa de


cumplido pudiera compensar las palabras que acababa de lanzarme a la
cara—. No permanezcas mucho tiempo al sol. Quizás el calor te hizo
imaginar cosas.
Una ofrenda de paz. Ya no podía molestarme en objetar.

—Tal vez.

—Vete a casa —repitió—. Nos vemos esta noche.

No me moví. Murmuró una maldición y me dio una palmada torpe en


el hombro, luego pasó a mi lado y se apresuró a regresar a la plaza.
Volviendo a sus impresionantes invitados y sus encargos de retratos.
Volviendo a la carne, la diversión y los susurros burlones sobre la joven
desastrosa que él había criado.

Detrás de mí, el clamor de voces y flautas había vuelto a subir a su


volumen original, como si nunca hubiera irrumpido en la plaza para soltar
mi advertencia.

Vete a casa.

No volví a casa.

No reparé el resto de la vasija. De todos modos, era una vergüenza,


28
supieran o no sobre mi uso de la magia.

En lugar de eso, me dirigí a la costa, me quité las zapatillas y caminé.

Me llevó tres horas caminar todo el perímetro de Cathra, vadeando


descalza a través de la espuma y el agua azul poco profunda, siguiendo la
interminable línea de hierro. Barra tras barra yacían en la arena blanca, con
los extremos clavados por los aprendices del herrero. El cerco se mantenía.
No había un solo hueco, ni un solo agujero a través del cual un fae macho
asesino pudiera haberse colado en la isla.

Y, sin embargo, había visto al bastardo. Ninguna cantidad de calor


sofocante podría haberme hecho imaginar algo tan perfectamente aterrador,
algo tan inquietantemente hermoso.

Pero no llegó ninguna nube de guerreros fae para poner un final


sangriento a las festividades. Cuando regresé a casa, el sol ahora era una
joya roja justo sobre el horizonte, la fiesta aún continuaba y mis padres aún
no habían regresado a casa.
Todo estaba como debería ser, excepto esa breve y silenciosa reunión
en el jardín.

Caminé por la sala de estar durante otra hora, el miedo y la confusión


luchaban por mi preferencia. ¿Me estaba volviendo loca después de todo?
¿Tenía la Muerte Silenciosa poderes secretos que le permitían cruzar incluso
la barrera que habíamos creado? ¿O simplemente el hierro no era tan
efectivo como debería haber sido, a pesar de todos los informes de que el
metal mantenía alejados a los fae?

Supuestamente, este no era el momento de preguntar a los hombres


y mujeres que habían hecho esa investigación.

Me metí en la cama cuando cayó la noche, incapaz de pensar en nada


mejor que hacer. Si no había regresado todavía, tal vez no vendría esta
noche. Mañana vería si alguien podía ayudarme a entender la situación.

Pero por mucho que intenté tranquilizarme, permanecí despierta


durante horas. Cuando el sueño finalmente me encontró, soñé con alas de
terciopelo y ojos oscuros tan profundos que podrían conducirme
29
directamente al infierno.
2

30
Me desperté con el olor a fuego.

No era del tipo hogareño, del tipo festivo, el fuego que olía a madera
de pino recién cortada y carne chorreante. Este era un olor fuerte y
desagradable. El hedor de algo que no debería estar ardiendo pero que de
todos modos se estaba quemando.

Gemí en mi almohada y traté de darle sentido al mundo que me


rodeaba. ¿Fuego? Aquella tarde se había producido una fogata en la plaza,
con motivo de la celebración. Por la barrera de hierro que rodea la isla. El
fae, el macho alado en el jardín… No, él tenía que ser una invención de mis
sueños…

Con otro gemido, rodé sobre mi espalda y parpadeé para abrir los ojos.
La luz que se asomaba entre mis cortinas andrajosas bailaba a lo largo de
las paredes con un resplandor anaranjado inusual.

Fuego.

De inmediato, todo sueño desapareció de mi mente.


Me levanté de un salto y salté de la cama, arrastrando conmigo la
maraña de finas sábanas. Se enredaron alrededor de mis tobillos mientras
me dirigía hacia la ventana, y casi tropecé de cara contra la pared antes de
llegar a las cortinas. Con el corazón martilleando y la respiración
entrecortada, aparté la pesada tela y me quedé inmóvil.

Ante mí, el mundo ardía.

Llamas hambrientas se alzaban de todas las casas hasta donde


alcanzaba la vista, lamían las cortinas y los tejados y devoraban las vigas de
madera y las paredes enyesadas. Un humo espeso y arremolinado se elevaba
hacia el cielo nocturno, y enjambres de chispas brotaban del infierno
dondequiera que mirara, dejando los árboles secos y la hierba humeante
donde aterrizaban. Incluso a través del fino cristal de mi ventana escuché el
rugido de las llamas, el estrépito de techos y paredes que se derrumbaban.

Ningún otro sonido perturbaba la espeluznante visión. Nada más se


movía.

Tambaleándome, me alejé de la ventana y me llevé una mano


31
temblorosa a la parte superior del brazo. No. Esto no podía ser real. Un
pensamiento al que aferrarse para mi mente paralizada: esto tenía que ser
una pesadilla. Pronto me despertaría y encontraría el cielo despejado otra
vez, el pueblo pacíficamente dormido. Pronto…

Me pellizqué la piel de la parte superior de mi brazo entre el pulgar y


el índice, con fuerza. Una llamarada de dolor me atravesó. Dolor real. Un
toque real.

No.

No era real. No podía ser real. Me estaba volviendo loca; era la mejor
alternativa. También me había imaginado al fae macho, y todo esto era una
simple y terrible mentira…

Pero ¿y si él hubiera sido real?

Me quedé allí, estupefacta, con los pies descalzos pegados al suelo de


madera, mientras la comprensión se hundía en mis pensamientos.
No había sido una locura. No había sido el calor. Esa visión
brutalmente elegante en el jardín había sido tan real como el sol, la hierba
y esa maldita vasija rota: él había estado allí, me había visto y me había
perdonado por alguna razón insondable.

Y ahora había regresado. Y trajo consigo muerte y destrucción total.

El miedo me atravesó, rompiendo el entumecimiento de mis


pensamientos por primera vez. Afuera. Tenía que salir. ¿Nuestra casa ya
estaba ardiendo? El pequeño pasillo estaba negro como la tinta cuando abrí
la puerta y salí de mi habitación; de alguna manera las paredes habían
resistido el calor despiadado hasta el momento. Dos pasos y estaba en la
otra puerta, la que conducía al dormitorio de mis padres. Aquí el olor a humo
era lo suficientemente espeso como para provocar que mis ojos lloraran,
pero sólo un lejano resplandor de fuego iluminaba las paredes.

La habitación estaba vacía.

Me detuve en la puerta y el aliento chirrió en mi garganta.


32
—¿Madre?

Ninguna respuesta. Intenté más fuerte:

—¿Padre?

Nada.

Con la cabeza dando vueltas, entré tambaleándome. Una cama


desordenada. Un armario abierto. Camisas y vestidos esparcidos por el
suelo, como si alguien hubiera registrado el guardarropa de mis padres y
luego hubiera tenido un ataque cuando el objeto de su interés no se
encontraba por ningún lado. Una rabia desmedida y ridícula surgió en mí:
había organizado ese armario ayer mismo, maldita sea. Perdí media hora
doblando las camisas favoritas de mi padre y los hermosos vestidos de
verano de mi madre, y después de todo ese trabajo…

Después de todo ese trabajo, esas camisas y vestidos no estaban a la


vista.

Tardé un momento en procesar ese pensamiento.


Sus ropas habían desaparecido. Y no solo su ropa: al lado del armario
también había bolsas, las bolsas que mi padre usaba en sus numerosos
viajes a otras islas. Ahora no había nada en ese rincón de la habitación. Me
di la vuelta, con la respiración atrapada en la garganta, y metí la mano
debajo de la almohada de mi madre. El collar que se quitaba por la noche
ya no estaba.

Desaparecido.

¿Ya habían huido? ¿Huyeron sin mí?

Mi cuerpo ya no se sentía como el mío cuando retiré mi mano y salí


tambaleándome de la habitación. Bajé las escaleras sola, mis pies entendían
la necesidad de huir mejor que mi mente. El penetrante olor del humo
apenas me llegaba. Incluso el miedo se había adormecido hasta convertirse
en nada más que una confusión letal y aturdida. Debería haberme armado
antes de salir, me di cuenta vagamente. Debería haber llevado algo más que
un camisón blanco hasta las rodillas que podría incendiarse en cuanto las
primeras chispas se engancharan en la ropa. Pero caminé por la calle como 33
sonámbula y sólo noté que los abrigos de mis padres habían desaparecido
del perchero del vestíbulo.

El mundo seguía extraña y espeluznantemente silencioso mientras


caminaba.

El humo se arremolinaba a mi alrededor y convertía mi respiración en


un jadeo trabajoso. Mis ojos ardían. A través de las lágrimas, sólo veía las
llamas codiciosas, devorando todo y a todos los que había conocido en mi
vida, devorando a las personas vivas en sus camas, y sin embargo no había
gritos, ni llantos pidiendo ayuda. ¿Se habían ido todos? ¿Me habían
olvidado, me habían dejado para quemarme hasta morir?

Pero mi casa no se quemó. El fuego arrasó toda la calle y las calles


más allá hasta donde alcanzaba la vista, envolviendo cada edificio en llamas
y chispas. Y, sin embargo, mi casa seguía sumida en la oscuridad. Alguien
la había perdonado.

Alguien me había perdonado.

No me habían olvidado en absoluto. Todo lo contrario: me habían


recordado.
Pero si se suponía que iba a sobrevivir a la noche…

Algo se movió en el rabillo de mi ojo.

Di un respingo y el corazón me dio un vuelco en la garganta. Un arma.


Debería haber traído un arma. Pero aquí estaba yo, con las manos vacías y
vestida sólo de un blanco incoloro e inútil, y a quince metros de mí, un
estudio en quietud contra el fondo de las llamas ardientes y retorcidas,
estaba él.

Esta vez con las alas plegadas. Su cabello largo recogido detrás de su
cabeza. Manos metidas en guantes oscuros. Un dios oscuro ascendido desde
las profundidades del infierno para causar estragos en todos aquellos que
le hicieron daño, para marcar su triunfo con fuego y sangre, pero no había
ningún rastro de triunfo en su rostro. Sólo cálculos fríos y despiadados. Sólo
muerte.

Debería haber huido.

¿Pero qué sentido habría tenido huir? Sus ojos se habían fijado en mí, 34
la mirada de un depredador. Si corría, él sería más rápido. Si nadaba, él
volaría. No había ningún lugar a donde ir, ningún lugar donde esconderme,
y en esta ardiente e irreal pesadilla, ¿qué me quedaba para huir?

Levanté mi mano izquierda hacia mi cara como para limpiar los


mechones que se habían escapado de mi trenza suelta. Mis dedos
acariciaron las hebras de color marrón oscuro… marrón oscuro. Tres partes
de rojo, dos partes de azul y dos de amarillo cada una.

Rojo para destrucción.

Le lancé la magia.

La chispa roja salió disparada de mis dedos, lanzada hacia él con diez
veces la fuerza que había aplicado a esa vasija del jardín. Debería haberle
dolido. Al menos debería haber dejado un corte desagradable dondequiera
que impactara. Pero la Muerte Silenciosa simplemente levantó una mano,
como si ese gesto de mando pudiera detener la magia, y atrapó el destello
de poder en la palma de su mano enguantada como un hombre atrapando
una mosca. El cuero no estalló. Su rostro no mostró ni un indicio de dolor.
De alguna manera él había… ¿absorbido el ataque?
¿Eso era algo que él podía hacer? ¿Era algo que cualquiera podía
hacer?

Retrocedí dos pasos, mientras las llamas rugían hacia mí por todos
lados, y le disparé una segunda y desesperada ráfaga de magia roja.
Fácilmente dio un paso adelante y volvió a atrapar la magia del aire. Luego
no dejó de caminar. Se acercaba cada vez más, con zancadas largas y
pausadas, mientras yo retrocedía tambaleándome, alejándome de él, sin
atreverme a darle la espalda. ¿Esto era un ataque? ¿Iba a matarme después
de todo? Pero él también tenía magia, y yo no sería capaz de desviar su
ataque como él había hecho con el mío… Entonces, ¿por qué necesitaría
acercarse? ¿Para usar sus cuchillos? ¿Estaba a punto de cortarme la
garganta y era esto lo último que vería del mundo, un pueblo fantasma en
llamas y un cielo lleno de humo y chispas danzantes?

Acababa de atacarlo. No tenía ninguna razón para perdonarme,


ninguna en absoluto.

—Por favor —dije en voz baja. No quería suplicar. No quería ofrecerle 35


esa satisfacción. Pero mi lengua hablaba por mí, aferrándose a algún
instinto de superviviente que no sabía que poseía—. Por favor, no me mates,
no era mi intención…

¿No era mi intención matarlo? Maldita sea, sí que había tenido la


intención de matarlo. Aun así, permaneció en silencio mientras seguía
acortando la distancia entre nosotros, lo suficientemente cerca ahora como
para que yo pudiera distinguir los detalles de su rostro cincelado en la
parpadeante luz dorada. Parecía… más sombrío que esa tarde. Había una
tensión alrededor de sus labios duros que no había estado ahí antes, un
brillo de sudor en la línea oscura de su cabello. Sus ojos no me soltaron,
una mirada feroz y concentrada de lo que era casi… ¿necesidad?

Oh, Zera, ten misericordia.

¿Era por eso que no me había matado todavía? ¿Yo era su recompensa
por su arduo trabajo de la noche? ¿Su juguete para llenar las horas hasta
que las últimas cenizas de Cathra dejaran de arder? Muévete, gritaban mis
pensamientos a mis piernas, pero mi cuerpo había echado raíces en su lugar
mientras él se acercaba, más y más. Los cuchillos que llevaba en el cinturón
reflejaban la luz del fuego en fragmentos cegadores y deslumbrantes. La
oscuridad de sus ojos no reflejaba ningún fuego en absoluto.

—Por favor —susurré.

Se llevó la mano izquierda al pecho y se aflojó el largo abrigo negro.


La camisa de abajo, hábilmente confeccionada, estaba desabrochada en el
pecho, revelando un atisbo de un torso musculoso que me hizo querer
vomitar. No quería conocer el resto de ese cuerpo, ese instrumento viviente
de asesinato y destrucción. Ciertamente no quería tocarlo. Pero él ignoró mi
balbuceo sin palabras y se quitó el abrigo de los hombros…

Y me lo entregó.

El mundo pareció congelarse a nuestro alrededor. Parpadeé ante la


prenda oscura que estaba a medio brazo de distancia de mí, una creación
de terciopelo que valía más que la casa en la que vivía. El fae macho no
retrocedió. No apartó la mirada. Se quedó allí de pie, su rostro era una
máscara ilegible de poder oscuro y letal, y esperó.
36
¿Quería que lo tomara? ¿Por qué?

—Yo… no necesito un abrigo —logré decir.

Levantó una ceja un momento y no se movió. Una inesperada pero


muy bienvenida llamarada de ira me atravesó y devolvió la vida a mis
extremidades. Esa mirada condescendiente, esa arrogancia feérica, como si
yo fuera poco más que una tonta involuntaria.

—E incluso si lo necesitara —agregué, con la voz temblorosa—,


preferiría congelarme antes que usar el tuyo.

Se encogió de hombros y arrojó el montón de terciopelo en mis manos


sin esperar más objeciones. Apreté mis brazos alrededor de la cálida tela por
reflejo y retrocedí tambaleándome, alejándome de él. Sus ojos oscuros
finalmente me soltaron.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —susurré.

Desestimó ese punto con un gesto y evaluó mi casa con unas cuantas
miradas rápidas. Su mano izquierda tatuada se deslizó ligeramente sobre
su muslo mientras levantaba su brazo derecho y apuntaba a las paredes;
un destello de magia y el negro de sus pantalones se volvió de un color
púrpura oscuro y monótono. Amarillo para el cambio. Las paredes de mi
casa, de barro y yeso blanco hasta un momento antes, se habían convertido
en madera.

Oh, no.

No los cuadros de mi padre. No las flores de mamá. No mis telas, mis


agujas y mis vestidos, pero la Muerte Silenciosa dio un paso atrás y recogió
un tronco ardiendo de la arena de las calles.

—No —dije.

Otro destello de magia. La puerta se abrió y la cerradura se estropeó.

—¡No!

No miró hacia atrás mientras avanzaba con la antorcha improvisada


en su mano.

No sabía qué estaba planeando hacer, no sabía qué posibilidades tenía


37
de detenerlo. Pero salté hacia adelante antes de darme tiempo para pensarlo,
lanzándome entre él y la puerta, mi mano izquierda arañando el abrigo
oscuro en mis brazos. El negro era la única arma que tenía.

La Muerte Silenciosa detuvo su avance, examinándome con una


mirada que aún no era sorpresa, pero al menos… interés.

Levanté la barbilla y sostuve su mirada, ignorando mis propias


rodillas temblorosas y mi respiración entrecortada. Estaba lo
suficientemente cerca ahora como para distinguir las largas pestañas que
enmarcaban sus ojos oscuros. Desde tan cerca, parecía aún más alto; bajo
la luz parpadeante del fuego, sus pómulos altos se convirtieron en bordes
tan afilados como los de un cuchillo. Detrás de sus hombros, sus alas se
movieron ligeramente. El movimiento parecía una preparación para el
ataque.

¿Con qué frecuencia la gente se interponía en su camino? ¿Cuántas


veces vivían para contarlo?

—Por favor —dije de nuevo. No sabía hacia dónde iba, qué cartas tenía
que jugar. Pero él me había perdonado. Hizo desaparecer a mis padres y me
mantuvo aquí. ¿No significaba eso que de algún modo yo era valiosa para
él?—. Por favor, estás quemando todo lo que tengo. Al menos déjame tener
algo antes de que tú…

Él ya estaba sacudiendo la cabeza antes de que pudiera terminar, con


el suspiro cansado de un hombre obligado a soportar la compañía de una
niña particularmente irritante.

Suspiró. Mi rabia eclipsó por un momento la luz de mi buen sentido.

—¿Eso es todo lo que vas a hacer? ¿Suspirar y sacudir la cabeza hacia


mí? —Solté una carcajada, apretando mis dedos temblorosos aún más
fuerte en el terciopelo negro—. Imagina que te dignaras a hablarme. Podrías
mancillar tu voz sagrada usándola cerca de algún humano insignificante y…

Arrojó el tronco ardiendo a un lado, de vuelta a la arena, y la sorpresa


me hizo cerrar la boca a mitad de la frase.

Sin apartar sus ojos de los míos, la Muerte Silenciosa sacó algo
pequeño del bolsillo de sus pantalones: un cuaderno encuadernado en 38
cuero, apenas más grande que la palma de mi mano. Con él vino un lápiz
más corto que mi pulgar. En sus dedos toscamente tatuados, parecía que
podría partirse en dos con el menor movimiento.

—¿Qué…?

Una mano delgada me hizo señas para que me acercara. Parpadeé,


pero avancé dando un traspié, más cerca del peligro, más cerca de sus
cuchillos, pero desobedecer parecía la opción más mortal. El fae macho
volvió su mirada hacia el cuaderno, sedosos mechones de cabello largo
cayendo sobre su rostro mientras escribía. Con una letra apretada, apenas
legible a la luz roja de las crepitantes hogueras, aparecieron sus palabras.

Por mucho que me encantaría deleitarte con el sonido de mi voz


sagrada, las circunstancias me lo prohíben en este momento. La explicación
viene después.

Levanté la mirada hacia su rostro y abrí la boca, momentáneamente


sin palabras. Sus cejas se juntaron en una clara y fría advertencia de que
me callara.
No me callé.

—¿No puedes hablar? Tú…

La forma en que sus alas subieron y bajaron sugería un encogimiento


de hombros.

—Oh. —La Muerte Silenciosa, efectivamente. ¿Era una cuestión de


necesidad, más que de una reputación imponente que le gustaba cultivar a
su alrededor? Solté una risa sin aliento y dije—: ¿Dónde están mis padres?

Suspiró pero volvió a levantar el lápiz sobre el pergamino.

Se han ido.

—¿Quieres decir que los mataste o…?

No. Los envié lejos. Él asintió hacia el fuego detrás de nosotros y


añadió un rápido. A todos.

—¿Hiciste que todo el pueblo se fuera? ¿Dónde estarían…? 39


La Ciudad Blanca.

De repente, tuve problemas para respirar. La única ciudad humana


que nunca había sido conquistada por los fae, que no pagaba tributos a la
Madre, pero comprar tu lugar en ella costaba una fortuna, y que más de
cien personas emigraran allí…

—Nunca serán aceptados.

Lo serán.

—¿Qué…? —Sacudí la cabeza, soltando una risa desconcertada—.


¿Por qué iba a creer que alguna vez los ayudarías de esa manera? ¿Por
qué…?

Se encogió de hombros irritado mientras subrayaba algunas palabras


en la parte superior de su página. La explicación viene después. Luego, sin
esperar mi respuesta, volvió a guardarse la libreta y el lápiz en el bolsillo, el
equivalente mudo de cerrar la boca de manera demostrativa.
—Oh, no —dije, dando un paso atrás y escudriñando su arrogante
rostro en busca de pistas. Nada de esto tenía sentido. Bien podría haberlos
matado a todos, en algún lugar fuera de la vista, y haber regresado para
contarme sus mentiras por alguna razón misteriosa. No iba a confiar
ciegamente en el asesino más temido de la Madre, el último fae del mundo
que tendría motivos para conceder tal clemencia a una aldea de humanos
rebeldes. Este era el mismo hombre que había torturado hasta la muerte a
una niña pequeña en Phurys ante los ojos de sus padres. Que había
masacrado él solo a tres docenas de hombres adultos en la Rebelión de los
Mineros veinte inviernos atrás—. Eso no es suficiente. Eso ni siquiera está
cerca de…

Avanzó tan rápido que ni siquiera lo vi venir.

Un aleteo despiadado y un brazo firme me agarraron por la cintura


antes de que siquiera comenzara a correr, inmovilizándome contra un pecho
tan duro como el granito.

—¡Déjame ir! 40
Me arrastró consigo como si fuera un saco de grano, arrojando su
tronco en llamas a través de la puerta de mi casa al pasar.

—Por favor. —De repente estaba sollozando, pateando y dando


codazos, sin poder crear ni el más mínimo margen de maniobra—. Por favor,
déjame comprobar si están bien, déjame decir adiós, dondequiera que
estén…

Su brazo se aflojó una fracción, y apreté mi mano izquierda en su


manga oscura y disparé una ráfaga de magia roja a la muñeca que me
sostenía. Con un siseo agudo, se soltó. Entonces, no es invulnerable. Salté
hacia adelante sin mirar atrás y corrí calle abajo con su abrigo negro todavía
en mis brazos. Más cerca de las casas en llamas, el calor era tan intenso
que apenas podía respirar. Pero tenía que correr, tenía que ser rápida. Si
tan solo pudiera llegar al embarcadero y ver si los barcos realmente se
habían ido…

La arena delante de mí se movió.

Se movió y cambió de color. De repente la calle ya no era una calle


sino una maraña de enredaderas que se entretejían alrededor de mis pies y
trepaban por mis pantorrillas desnudas y mis rodillas. Grité y agité los
brazos en el aire, tratando de recuperar el equilibrio.

Una mano se cerró alrededor de mi muñeca, cálida e ineludible.

Unas alas se cerraron a mi alrededor y mis pies se levantaron del


suelo, fuera del alcance hambriento de las enredaderas. Un segundo brazo
rodeó mi espalda baja y nuevamente la Muerte Silenciosa me atrajo contra
su pecho mientras se elevaba calle abajo, nunca a más de un metro del
suelo. En las afueras de la ciudad, aterrizó con un único movimiento flexible
y me puso de nuevo en pie, sin soltar mi brazo.

—Bastardo —logré decir sin aliento—. Tú…

Dio un paso a mi alrededor, volvió a estar a mi vista y colocó un dedo


autoritario sobre mi boca.

Cada sonido se disolvió en el fondo de mi garganta cuando su mirada


volvió a encontrarse con la mía nuevamente.
41
Quería morder. Quería maldecirlo otra vez por atreverse a tocarme así,
la presión de su dedo tan peligrosamente firme contra mis labios. Pero su
ceja se alzó una fracción, y sin una voz que acompañara el gesto, no podía
decir si era diversión, impaciencia o sed de sangre. En caso de que fuera lo
último, asentí.

Retiró su dedo, rompiendo el contacto visual para revisar los cuchillos


en su cinturón.

—¿Y ahora? —dije en voz baja.

Apenas me oí a mí misma sobre el ruido de otra casa derrumbándose,


pero tal vez esas orejas puntiagudas captaban el sonido más fácilmente que
los míos. Con su mano libre, me quitó el abrigo y lo puso sobre mis hombros
como si fuera una capa Rhudaki.

—No tengo frío —insistí, tratando de retroceder. El aroma del suave


terciopelo y la piel cálida me envolvió y no podía soportar lo humano y lo
agradable que olía—. Has incendiado todo un pueblo. Mantenerse cálido
realmente no va a ser…

Él asintió hacia arriba. Me quedé en silencio de nuevo.


—Estás diciendo… que el cielo está más frío.

El asesino de la Madre se encogió de hombros y me tomó en sus


musculosos brazos, atrayéndome contra su pecho nuevamente.

—No. —Se había convertido en un canto sin sentido, sin convicción ni


esperanza. Zera, ayúdame. ¿Me iba a secuestrar? Como lo hacían los fae
machos, y las mujeres que tomaban nunca más eran vistas—… No, por
favor, yo…

Sus alas se desplegaron detrás de él, ocultando de mi vista incluso las


ruinas humeantes y en llamas de Cathra por un momento.

—No.

Sus muñecas no cedieron bajo toda la fuerza de mis uñas. Su mano


alrededor de mis rodillas mantuvo mis piernas en su lugar sin esfuerzo.
Durante un último momento peligroso, consideré poner una mano contra
su pecho vestido de negro y lanzarle un estallido de magia roja a la cara,
porque incluso si me mataba en represalia, al menos caería peleando… 42
Luego, unas alas aterciopeladas se extendieron a mi alrededor y con
tres majestuosos aleteos, nos disparamos hacia el cielo manchado de humo,
dejando atrás las ruinas chisporroteantes y humeantes de mi vida.

Hacia la noche.

Hacia una pesadilla.

Dejé de luchar. A decenas sino cientos de metros en el aire, el mar


infinito extendiéndose debajo de nosotros, lastimar al fae macho que me
llevaba inevitablemente me enviaría a una muerte inútil y sin sentido.

Los restos brillantes de Cathra se hundieron bajo el horizonte en


cuestión de minutos, y luego solamente quedó una noche interminable a
nuestro alrededor: el mar oscuro debajo y el brillante cielo estrellado arriba
y nada más que mi secuestrador y yo en el medio. Sus brazos eran
inquebrantables, una jaula de la que no era posible escapar. Los aleteos
seguían un ritmo tranquilo y constante, como el latido de un corazón.
Alrededor de mi cuerpo helado, esas alas eran todo lo que se movían en la
quietud de la noche.

Pero allí, ya a kilómetros de nuestras costas, una pequeña flota de


luces flotaba sobre el agua.

Jadeé cuando la Muerte Silenciosa cambió de rumbo y se acercó a


ellos. Barcos, pude distinguir barcos y remos a la luz de decenas de faroles.
Velas también, aunque aquella noche hacía poco viento. Conocía esas velas,
las telas de colores brillantes que había pintado junto con mi padre cuando
apenas tenía diez años. El sol y el mar habían desvanecido los peces que
habíamos dibujado en nuestra flota, pero aún podía distinguir las manchas
azules incluso a cientos de metros de distancia.

Mi gente. Estaban vivos.

Pero tan pronto como tomé aire para gritarles, la Muerte Silenciosa
giró abruptamente en la dirección opuesta.
43
—¡No! —De repente las lágrimas ardían en mi garganta—. Por favor,
vuela más cerca. Estaré en silencio, lo prometo. Sólo déjame ver… déjame
comprobar…

Sentí su profundo suspiro incluso a través del terciopelo de su abrigo,


pero hizo lo que le pedí.

Ninguno de ellos miró hacia el cielo mientras volábamos sobre ellos.


Vi docenas de cabezas familiares reunidas en los pequeños botes,
organizando bolsas y provisiones de alimentos empacadas
apresuradamente. Escuché a Ram y Ellard gritar órdenes a los chicos que
sostenían los remos. Y en el primer barco, el que surcaba con valentía las
oscuras aguas hacia el norte…

Mamá y Nettie cantaban.

Detrás de altos muros, blancos como la nieve,

Donde los pájaros de las nieves cantan y los lirios crecen…

La balada de la Ciudad Blanca.


Entonces se iban. Realmente se iban, de verdad, a ese lugar donde la
mayoría de los humanos sólo soñaban con vivir, donde no había tributos
anuales, ni secuestros, ni rebeliones. Donde estarían a salvo.

Donde algún día podría volver a verlos.

Me aferré a ese pensamiento mientras dejábamos atrás su pequeña


flota y volábamos hacia el sur, en línea recta hacia la Corte Carmesí, hacia
los brazos de la Madre misma. Un día escaparía del destino que este asesino
feérico había planeado para mí. Un día encontraría yo sola el camino hacia
el norte. Y encontraría a mi padre en un nuevo taller, pintando para los más
ricos de la ciudad; encontraría a mi madre cantando en sus habitaciones. E
incluso si Cathra nunca volvía a existir, mi familia sí lo haría.

—Gracias —susurré en la noche.

No por su misericordia, viniera de donde viniera. No por ese último


vistazo que me había permitido de la vida tal como la conocía. Sino por la
esperanza que me había dado, por una meta nueva y simple que podría
mantenerme en pie durante una noche que había destrozado mi futuro y me
44
había dejado luchando en un mundo que nunca volvería a ser el mismo.
3

45
Las estrellas se movían sobre nosotros mientras volábamos. De vez en
cuando, desde el horizonte nos llegaba el brillo del fuego, señal de otras
islas, de vida civilizada. Después de un tiempo, una fina capa de gotas de
agua se adhirió a mi cara y cabello, y mis manos y pies lentamente se
enfriaron como el hielo. Me negué a notarlo. Si sentía el frío, tendría que
estar agradecida por el cálido abrigo de terciopelo que me cubría los
hombros, y prefería haber caído desde trescientos metros hasta la muerte
antes que hacer algo semejante.

Debimos de haber pasado horas volando cuando las luces se


vislumbraron ante nosotros.

La isla era más grande, mucho más grande de lo que jamás me había
atrevido a imaginar, extendiéndose a lo largo de kilómetros y kilómetros del
horizonte a medida que nos acercábamos. En la noche, brillaba en el mar
como una respuesta al cielo estrellado. Los bordes eran más oscuros, sólo
alguna ventana iluminada ocasionalmente delataba que los edificios
también se encontraban más cerca de la costa. Pero hacia el centro de la
isla, subiendo por las laderas de sus colinas y montañas, el lugar rebosaba
de vida y luz. Las llamas parpadeaban detrás de las ventanas y extraños
orbes brillantes iluminaban las calles entre ellas. Detrás de esa ciudad en
expansión, construida sobre la montaña más alta de la isla…

La casa de la Madre. La Corte Carmesí.

Las torres del palacio se elevaban desde la tierra en picos crueles y


afilados, como las fauces de algún espantoso monstruo que nunca debería
haber sobrevivido hasta nuestros días. Elegante, tal vez, grandioso y
majestuoso, pero irradiaba un poder antiguo que helaba mi corazón.

Entonces, éste era el corazón de la gente de los fae.

El lugar al que iban los humanos y nunca más se los volvía a ver. El
asiento de la Gran Dama que había exigido nuestros sacrificios de comida,
oro y trabajo cada año, hasta que finalmente Cathra tomó su postura…

Y pagó el precio.

¿Qué diablos estaba haciendo aquí?

Sobreviviendo. La palabra surgió de mi interior como una respuesta


46
dada por otra persona, alguien mucho más sabio que mi inexperta persona
de veinte años. Eso era lo que estaba haciendo aquí: sobrevivir. Porque
algún día iba a viajar a la Ciudad Blanca, y para llegar allí, tendría que
permanecer con vida.

La vida realmente no era tan complicada cuando tenías un objetivo


claro en mente.

Así que no intenté correr cuando la Muerte Silenciosa aterrizó con


gracia en una amplia terraza de mármol y me puso de nuevo en pie. Correr
probablemente no mejoraría mis posibilidades de supervivencia, no
mientras todavía estuviera vestida sólo con un ligero camisón y un abrigo
negro que me llegaba casi hasta los tobillos. No mientras estuviera rodeada
de…

¿Eran perros?

Unos ojos amarillos me miraban desde la oscuridad detrás de la


balaustrada de mármol de la terraza. No podía distinguir más que las
siluetas en movimiento de las criaturas, tan altas como vacas, pero
merodeando por los jardines con una agilidad depredadora que me decía
que eran algo mucho, mucho peor. A lo lejos, demasiado lejos para
determinar de qué dirección venía, algo aulló como anunciando nuestra
llegada.

Me encontré retrocediendo lentamente hacia la puerta abierta del


castillo.

La entrada se extendía ante mí como una boca que se abría para


tragarme, pareciendo peligrosamente cercana a los portales del infierno que
mi padre una vez había pintado para un clérigo de Asval. Los muros
exteriores del castillo estaban construidos con un mármol tan rojo que
parecía como si brillaran con sangre fresca. En el interior, detrás de esas
altas puertas, una amplia galería nos esperaba para darnos la bienvenida,
las paredes entre los pilares cubiertas de frescos de colores brillantes que
representaban batallas y victorias, violentas composiciones de alas
destrozadas y cadáveres ensangrentados.

Ciertamente, rojo para destrucción.

La Muerte Silenciosa no me dio tiempo para asimilar mi nuevo


47
entorno. Me agarró la muñeca tan pronto como pasé por esa puerta
imponente y me arrastró con él, su mano libre descansando sobre la
empuñadura de una de sus dagas. Mármol rojo, dorado y blanco se abría a
nuestro alrededor, cada pasillo siguiente era más lujoso que el anterior.

Y aquí estaba yo, mojada, desaliñada y sucia: una patética cautiva


humana.

La Muerte Silenciosa no vaciló mientras me arrastraba a través de las


galerías con columnas y los majestuosos salones del palacio. En aquel lugar
de mortífera grandiosidad, él era aún más mortífero, una criatura de
sombras asesinas vestida con su cuero y terciopelo negros. Troté tras él, mis
piernas más cortas apenas podían seguir el ritmo de sus largas zancadas, e
hice lo mejor que pude para no resbalar, ni tropezar. No estaba segura de si
se detendría si me caía. La mano alrededor de mi muñeca sugería que podía
arrastrarme hasta dondequiera que fuéramos.

Los ojos fae estaban por todas partes. No iba a darles el placer de
verme tratada como a un viejo saco de basura.
Los pasillos estaban en silencio al principio, luego se volvieron más
ruidosos y concurridos a medida que avanzábamos en el castillo. Nunca me
había dado cuenta de que había tantos fae en el mundo. Eran altos, todos
ellos, aunque la Muerte Silenciosa seguía siendo uno de los más altos; se
vestían con todos los colores del arco iris, con la cabeza, el cuello y los dedos
envueltos en exquisito oro, plata y gemas. Algunos eran de piel oliva y
cabello oscuro como el hombre que me arrastraba con él, pero muchos de
los habitantes de la corte eran oscuros como el color ámbar quemado o tan
pálidos como la gente de Cathra, sus cabellos variaban desde el rubio miel
más brillante hasta un negro tan profundo que era casi azul.

Sin embargo, las expresiones en sus rostros eran todas iguales:


escarnios burlones y risitas contenidas mientras observaban mi torpe
traspié detrás de la exasperante elegancia del paso de mi captor.

No importaba. Podría soportar las risas. Al menos todavía estaba viva.

No supe cuánto tiempo habíamos caminado cuando la Muerte


Silenciosa se detuvo en seco en una puerta de color blanco perla. Se parecía 48
a cualquier otra puerta en ese corredor en particular, pero la abrió sin
vacilar y me empujó hacia la habitación de atrás sin una palabra de
disculpa. Parecía ser una especie de oficina. A la luz únicamente del
pequeño orbe brillante en el techo no podía decir de qué se trataban las
enormes pilas de libros y pergaminos.

Mi secuestrador cerró la puerta detrás de él. Mi corazón volvió a


martillar en mi garganta nuevamente, pero me dio la espalda alada como si
yo ni siquiera estuviera allí, como si no se le hubiera ocurrido de cuántas
maneras desagradables podría hacer uso de esta repentina privacidad. Con
dos pasos, llegó al gabinete al otro lado de la habitación y lo abrió de golpe.

—¿Todavía no hay explicación, supongo? —dije con amargura,


apretando un poco más su abrigo sobre mis hombros. Tenía la intención de
reprenderlo, pero después de horas de volar en el frío, mi voz se había
debilitado hasta convertirse en un quejido ronco. No importaba. El
descontento se transmitía bastante bien.

Volvió la cabeza hacia mí, su ceño fruncido era una orden sin palabras
de que me quedara quieta y tranquila. No hubo respuesta, una vez más, y
la furia en mis venas alcanzó un punto de ebullición ante ese silencio
persistente y descuidado.

—Al menos podrías decirme si se supone que sobreviva a la noche.

Frunció el ceño y volvió a sacar su cuaderno del bolsillo. Sus dedos


de bronce agarraron un lápiz de uno de los muchos cajones del escritorio y
escribieron una nota apresurada.

Podría haberte matado de formas más eficientes.

—Podrías necesitar una virgen inocente para sacrificarla para algún


ritual feérico.

Resopló y volvió a su silenciosa búsqueda.

—Mira —dije bruscamente—, puedes fingir que soy estúpida todo lo


que quieras, pero los de tu clase tienen la costumbre de hacer desaparecer
a los humanos sin dejar rastro. ¿Para qué más estoy aquí? ¿Para calentar
tu cama? 49
La Muerte Silenciosa se volvió a mí repentinamente, por primera vez
con un atisbo de desconcierto en su rostro irritantemente perfecto. No pude
evitar sentirme un poco ofendida, a pesar de la fuente del insulto.

—No soy tan fea.

Su labio se curvó una fracción, pero nuevamente se giró sin


responderme y sacó tres pergaminos dorados del montón de documentos.
Reprimí un violento impulso de arrebatárselos de las manos y abofetearlo
con ellos.

Iba a sobrevivir en este lugar. Golpear a un fae asesino en la cara con


sus propios documentos no era la estrategia más segura, incluso si me
necesitaba por cualquier motivo.

—Por favor. Sólo…

Más tarde, garabateó en su cuaderno, sus dedos claramente tensos


debajo de esas líneas de tinta que parecían cicatrices grabadas en la piel.

—¿Más tarde? ¿Destruiste mi casa y me secuestraste y ahora quieres


que espere?
Asintió sin levantar la vista del primer rollo de pergamino mientras lo
desenrollaba, le daba una sola mirada y lo enrollaba con fuerza nuevamente.

—Y al menos mírame cuando me respondas.

Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, sus oscuras
profundidades brillaban con algo que podría ser una advertencia tan
fácilmente como una indiferencia fría e inhumana. Cuida tus palabras, me
dijo esa mirada. Estás hablando con el fae cuyo nombre por sí solo puede
hacer temblar a los guerreros adultos, que podría convertirte en un montón
sangriento de huesos y vísceras sin siquiera pestañear. El fae que salvó a tu
gente solo por una inusual muestra de misericordia y que no tiene motivos
para extender esa misericordia más allá de límites razonables. Conoce tu
lugar.

Conocía mi lugar. Estaba situado en algún lugar entre las filas de los
perpetuamente estúpidos y los irrazonablemente obstinados.

—Así está mejor —dije.


50
Parpadeó.

Y apartó la mirada. Sin convertirme en un maldito montón de huesos


y vísceras.

Una pequeña chispa de triunfo atravesó el entumecimiento; de hecho,


él me necesitaba viva. Y sin importar cuán fría e insensiblemente sus ojos
recorrieran el texto, sin importar cuán absolutamente en control pareciera,
todavía había maneras de desequilibrarlo.

Observaciones para guardar meticulosamente en el fondo de mi


mente. Bien podrían ser la mejor arma que tenía.

No arrojó el segundo pergamino tan rápido como había desechado el


primero. Vislumbré largas listas de nombres y fechas, ordenadas
cuidadosamente en filas y columnas, pero un momento después encontró lo
que buscaba y arrojó los tres rollos nuevamente en el gabinete antes de que
reconociera alguno de los nombres.

—¿Y? —dije.
Volvió a tomar su cuaderno, arrancó la página superior y se metió el
resto en el bolsillo. Colocando esa única página sobre el escritorio, escribió:
No digas una palabra sobre tu magia.

Parpadeé.

—¿Qué?

Ella te lastimará.

Volvió a guardar el lápiz en el cajón del que había salido y apoyó la


mano izquierda en su muslo vestido de negro. Un destello rojo y la nota se
convirtió en polvo sobre la superficie de madera del escritorio.

—Quieres decir…

Esta vez ni siquiera se molestó en lanzar miradas de advertencia. Me


mordí la lengua cuando abrió la puerta de nuevo y me hizo un gesto para
que lo siguiera, esta vez sin arrastrarme por la muñeca. Con las palabras de
su letra todavía grabadas en mi mente, quedé lo suficientemente estupefacta 51
como para obedecer.

Ella te lastimará.

Sólo había una persona a la que podía referirse razonablemente, pero


¿era la Muerte Silenciosa, entre todos los fae, el que le ocultaba secretos a
la Madre?

No había tiempo para hacer preguntas. No había tiempo ni siquiera


para pensar. Nuevamente me condujo a través del laberinto de mármol y
oro, pasillo idéntico tras pasillo idéntico, escalera de caracol tras escalera
de caracol, hasta que estuve segura de que deambularía por ahí por el resto
de mi vida si perdía de vista sus alas oscuras por un breve momento. No
sabía si siquiera se daría cuenta si me perdía. Nunca disminuyó la velocidad
ni miró hacia atrás, ni siquiera en los pasillos más concurridos; un camino
se abría alrededor de su alta figura dondequiera que se dirigiera.

Incluso las personas por las que mataba sabían que debían temerle.
Y aun así…
No digas una palabra sobre tu magia.

Quería pensar. Quería ser astuta. Pero mi mente se estaba hundiendo


lentamente bajo capas de miedo, dolor, furia y simple y entumecida
conmoción; trotar tras su espalda alada sin desplomarme sobre el frío suelo
de mármol de este palacio ya parecía un desafío suficiente. Así que me
concentré en mantener el ritmo. Me concentré en sobrevivir. El resto, con
suerte, podría esperar.

Fue ante una amplia puerta revestida de cobre y rubí que la Muerte
Silenciosa finalmente se detuvo y me agarró del hombro. Como si pensara
que podría intentar huir si descubría lo que me esperaba detrás de esas
puertas.

Eso, más que cualquier otra cosa, inmediatamente me hizo querer


huir.

Pero él me estaba sosteniendo. No tenía otro lugar a donde ir.

Así que le permití empujarme hacia adelante mientras las puertas se 52


abrían lentamente ante nosotros. Le permití escoltarme hasta el inmenso
salón que se extendía más allá, cuyas paredes blancas no estaban
construidas con esos grandes bloques de mármol, sino con bloques más
pequeños y marrones…

Huesos.

La sala estaba construida con huesos.

Miles, millones de ellos, pegados con toscos clavos de hierro para


formar paredes más altas que tres casas de Cathra apiladas una encima de
otra. Muy por encima de mi cabeza, se unían formando arcos afilados,
decorados con docenas y docenas de cráneos sonrientes: cráneos humanos.

Huesos humanos.

Mis rodillas se doblaron. Si no fuera por los dedos inflexibles que se


aferraban a mi brazo, podría haberme caído al suelo y no volver a levantarme
nunca más.

Pero la Muerte Silenciosa me empujó hacia adelante y no tuve más


remedio que tropezar tras él. A nuestro alrededor, la multitud jadeó y guardó
silencio al vernos, y con un apresurado revuelo de alas y vestidos, se abrió
un camino por el centro. Conducía directamente a la monstruosidad al otro
lado de la habitación, al menos a treinta metros de distancia.

Era, presumiblemente, un trono.

Pero la creación era más grande que cualquier trono que hubiera visto
en mi vida, más grande que cualquier trono que mi padre hubiera pintado.
Construido con huesos más pulidos, se alzaba más alto que una casa
humana promedio y era lo suficientemente amplio como para albergar a una
pequeña multitud. Sin embargo, en medio de esa abundancia de espacio,
rodeada de montones de cojines de seda y cortinas de terciopelo, sólo una
mujer presidía la habitación.

No había nada maternal en ella. Nada suave, cálido o gentil.

La Madre llevaba el aire de un carámbano hecho carne, como si el


alma de un fragmento de vidrio hubiera quedado atrapada en el cuerpo de
un fae. Un rostro como el de una muñeca de porcelana empolvada, con
grandes ojos azules y labios carnosos. Cabello largo y blanco, no rubio, sino
53
blanco, el color vacío de la magia agotada. Un cuerpo que se curvaba y
hundía en todos los lugares correctos, sus contornos perfectamente visibles
a través de los muchos pliegues de su brillante y semitransparente vestido
plateado.

Era una belleza que me hacía querer saltar detrás de la espalda de su


asesino, rodearme con sus alas y esconderme de su mirada hasta que
saliéramos de la sala nuevamente.

Sin embargo, todavía me sujetaba el hombro. Sus manos me


empujaron hacia adelante, cada vez más cerca de esa macabra belleza en
su trono. El firme agarre de sus dedos era un recordatorio constante de sus
palabras: no digas una palabra sobre tu magia. Oh, Zera, ayúdame. Sería
afortunada si lograba pronunciar una sola palabra sensata.

Pero sobreviviría. Sobreviviría.

Mantuve la mirada fija en el suelo de mármol bajo sus pies y seguí


caminando, luchando contra el reflejo desesperado de mi cuerpo de girar y
correr. Pensar que había estado en casa hace sólo unas horas. Que pensaba
que un sol abrasador y unos delantales sucios eran el peor de mis
problemas. Me golpeó tan violentamente que casi rompí a llorar ante los ojos
de la corte fae reunida, que ahora daría mi vida por una lista de tareas
aburridas y uno de los irritados sermones de mi madre.

La mano en mi hombro me detuvo abruptamente y me quedé quieta,


con los ojos enfocados en el suave mármol ante el colosal trono. La Muerte
Silenciosa me empujó hacia abajo. Caí de rodillas sin pensarlo más. Por el
rabillo del ojo, lo vi hacer lo mismo, aunque infinitamente más elegante.

—Creon —dijo la Madre.

Su voz era como el tintineo de campanillas de plata, aguda, clara y


desprovista de todo afecto. Traté de recordar si esa palabra había estado
entre el vocabulario feérico que nos hicieron aprender en Ildhelm. Entonces
la Muerte Silenciosa miró hacia arriba a mi lado y me di cuenta de que su
apodo probablemente no era el nombre que había recibido de sus padres al
nacer.

Creon. Duro y frío. Le quedaba bien.


54
El salón estaba en silencio. Sus labios no se movieron. Pero la Gran
Dama en el trono tarareó una nota de aprobación, como si de todos modos
lo hubiera oído hablar. Su respuesta llegó en su propio idioma, del que no
sabía más que unas pocas frases, pero la oí decir Cathra. La oí decir myris:
muerte.

De nuevo hubo un breve silencio y esta vez ella se rio.

—¿Y tu compañía?

En mi propio idioma, de repente. Las palabras estaban destinadas


ahora a mis oídos. Pero la Muerte Silenciosa ni siquiera me miró mientras
respondía de esa manera misteriosa y sin palabras.

—¿Divertida? —Otro melodioso cosquilleo de risa—. Los dioses tengan


piedad. Todos recordamos lo que pasó la última vez que una joven te divirtió
demasiado, ¿no?

Algunas risitas cautelosas surgieron de la audiencia fae. Miré a un


lado por debajo de los enredos castaños de mi cabello, pero el duro rostro
de Creon no mostraba ningún rastro de vergüenza o molestia. Sus labios
carnosos se curvaron en una sonrisa de leve divertimento: diversión y una
pizca de cruel arrogancia. La primera sonrisa que vi en él, y confirmó todo
lo que no quería saber sobre su sentido del humor.

Probablemente también le había resultado bastante entretenido


torturar a esa niña hasta la muerte en Phurys. Quizás sonrió así cuando
desfiguró los rostros de sus prisioneros Vernari.

Reprimí un escalofrío. Quizás sería mejor que ni siquiera me


preguntara qué había sido de la última joven que lo había divertido.

Cualquiera que fuera su respuesta, la Madre parecía contenta. Sus


siguientes palabras salieron aún más dulces y sonaron aún más frías.

—Mira hacia arriba, niña.

Me quedé paralizada. A mi lado, Creon suspiró, el sonido más fuerte


que jamás le había oído hacer, y me puso de pie sin siquiera mirarme. Me
tambaleé para mantener el equilibrio y nuevamente escuché a los lords y
ladies de la corte reírse a mis espaldas, más fuerte esta vez, ahora que el 55
objeto de su diversión no llevaba dos cuchillos mortales y una mirada aún
más letal.

De alguna manera, levanté la cabeza y me obligué a encontrarme con


la mirada de la Madre.

Sus ojos azules podían haber sido grandes como los de una muñeca,
pero no podían confundirse con los ojos de una mujer joven. Había en ellos
un frío invernal, una escarcha infinita. Si alguien me hubiera dicho que
estos ojos habían estado ahí para ver crecer las montañas y las islas elevarse
sobre el agua, lo habría creído.

No era nada bajo esa mirada. Una niña flacucha con un camisón
barato y un abrigo que no me pertenecía, descalza y despeinada. Pude verla
tomar nota de cada deficiencia mientras esos inmortales ojos azules se
deslizaban por mi cuerpo y regresaban a mi cara en un único y aterrador
latido.

Luego levantó las comisuras de su boca de muñeca. Hubiera preferido


que no lo hiciera.
—¿Cómo te llamas, niña?

—Emelin, Madre. —Apenas susurré las sílabas, familiares como mi


propia piel. Ella las escuchó de todos modos, o tal vez el hombre a mi lado
ya me había presentado.

—Emelin. —Pareció saborear su sonido—. Qué encantador. ¿Qué


opinas de nuestra corte, Emelin?

Prefiero nadar de regreso a casa a través del océano frío y tempestuoso


que pasar un minuto más en este lugar. Es cierto, pero no es la respuesta de
una sobreviviente.

—Es hermosa, Madre —me obligué a susurrar.

—¿Más hermosa que la isla de la que vienes?

¿Más hermosa que Cathra, este lugar de lujo cruel por el que tantos
de mi pueblo habían muerto? Algo dentro de mí se marchitó. Pero no podía
dejar que se notara, no si quería sobrevivir… Era una simple y sin nada 56
especial humana, me dije, sumisa e indefensa, del tipo que ciertamente no
poseía ninguna magia. Era divertida y complaciente. Ninguna respuesta
sarcástica jamás había manchado mis labios.

No era difícil parecer débil frente a ese enorme trono, bajo esa mirada
fulminante. El conocimiento de que podía partirme en dos con un chasquido
de sus dedos fue suficiente para presionar la sensación de impotencia
profundamente en la médula de mis huesos.

—La Corte Carmesí se compara con Cathra como tú te comparas


conmigo, Madre —dije dócilmente, bajando la cabeza.

Ella se rio a carcajadas.

—Oh, realmente eres encantadora. Dinos, niña, ¿la gente de tu isla


sufrió lo suficiente por la transgresión que cometieron contra nosotros?
Creon nos aseguró que sufrieron terriblemente al morir.

A Creon se le cortó el aliento a mi lado.

Que Zera sea mi testigo, iba a matarlo. Al menos iba a lastimarlo


muchísimo por obligarme a hacer esto, por obligarme a estar aquí sin la más
mínima explicación o preparación. Pero si alguna vez iba a vengarme, tenía
que ser una humana tímida e impotente a los ojos de la Madre, y los
humanos tímidos e impotentes no lanzaban magia destructiva a los fae
asesinos, sin importar cuánto se lo merecieran.

Así que mantuve mis ojos enfocados en el suelo bajo sus pies,
parpadeé desesperadamente para contener las lágrimas agudas que
amenazaban con brotar de mis ojos y murmuré:

—No creo que nadie pueda sufrir lo suficiente como para compensar
su desvergonzado desprecio por tu generosidad.

—¿Ni siquiera el castigo a sangre y fuego de Creon? —ronroneó—. ¿De


padres que ven a sus hijos arder vivos? —Sonaba como si ella estuviera
disfrutando mucho con cada palabra, cada palabra inexacta. Nadie había
muerto quemado; nadie había muerto en absoluto. Los había visto alejarse
vivos. Entonces, o ella me estaba atrayendo a alguna peligrosa trampa
feérica…

O Creon había vuelto a mentir.


57
¿A qué juego estaba jugando la Muerte Silenciosa exactamente?

—Su castigo fue casi suficiente, Madre —logré decir. Mi corazón latía
tan fuerte que estaba segura de que ella lo escucharía incluso desde lo alto
de ese espantoso trono, pero me obligué a continuar, me obligué a
pronunciar esas palabras traicioneras que ella quería de mí—. Pero él
debería haber tomado primero el tributo que retuvieron y asegurarse de
enviarlo en lugar de quemarlo. Aun así, lograron robarte las pertenencias
que te corresponden.

—Qué chica tan inteligente —ronroneó, enrollando un largo mechón


blanco alrededor de sus dedos anillados—. ¿La oyes, Creon? Tendrás que
encontrarnos el equivalente al tributo de Cathra en otro lugar para
tranquilizar a tu pequeña humana. Esperamos que lo hagas pronto.

Él hizo una rápida reverencia. A juzgar por el breve silencio, su


respuesta no fue muy elaborada esta vez, y la respuesta de la Madre llegó
nuevamente en su propio idioma. Antes de que pudiera entender las pocas
palabras que me sonaban familiares, los dedos de Creon se cerraron
alrededor de mi brazo y me hicieron hacer una reverencia.
—Gracias, Madre —chillé, aunque no estaba segura de por qué. Pero
ella se rio detrás de mí cuando su asesino me arrastró de nuevo, y ningún
destello de magia mortal me persiguió.

Había sobrevivido.

Había sobrevivido.

A pesar del inútil fae macho a mi lado, a pesar de su cruel falta de


ayuda o asistencia, había sobrevivido y, cuando me di cuenta de ello, sólo
avivó mi ira. La explicación viene después. Al diablo con eso. Al diablo con
su silencio evasivo y sus advertencias inútiles.

—Entonces —siseé con la comisura de mi boca mientras me sacaba a


través de la puerta revestida de cobre—, ¿también tengo que esperar tu
explicación sobre los niños quemados?

No miró en mi dirección mientras me arrastraba a través de la amplia


extensión de mármol que se desplegaba a nuestro alrededor, hasta la
ventana abierta que daba a los extensos tejados y torres de este horrible 58
castillo. Si no fuera por las cabezas que todavía se volvían hacia nosotros,
podría haberme negado a seguirlo.

—¿A dónde vamos?

Se encogió de hombros mientras pasaba su mano libre por su sedoso


cabello, soltando el moño que había sostenido sus mechones durante toda
la noche. Un gesto como el de un hombre quitándose la armadura.
¿Estábamos entonces cerca de nuestro destino final?

—¿Al menos planeas darme respuestas en nuestra próxima parada?


¿O tengo que esperar hasta que misteriosamente recuperes tu voz para mí?

Su mirada de reojo fue otra clara advertencia y la ignoré. Maldito sea,


había sobrevivido. Si él se había esforzado tanto por traerme aquí con vida,
podía soportar uno o dos comentarios sarcásticos.

Cuando no desvié la mirada, hizo un gesto hacia la ventana y luego


levantó la mano con los dedos bien abiertos.

—¿Cinco minutos?
Asintió brevemente, la luz dorada de los orbes jugó sobre su rostro
con ese movimiento. Respiré profundamente y di un paso adelante, más
cerca del cuerpo alto y musculoso que se elevaba sobre mí.

—Bien, entonces. Vamos.

Él me tomó en sus brazos como respuesta y, con un poderoso batir de


alas, salimos disparados al vacío nuevamente.

59
4

60
Nuestro destino era la única zona verdaderamente oscura de toda la
isla, una franja de tierra encerrada entre los muros exteriores del palacio y
la costa más allá. Descendimos por la ladera de la montaña tan rápido que
estaba bastante segura de que mi corazón se había movido
permanentemente a mi garganta cuando Creon finalmente disminuyó la
velocidad. Como el bastardo manejaba esta velocidad él mismo…

Quizás él simplemente no tenía corazón para moverse a ninguna


parte, decidí cuando aterrizó y quitó sus manos de mí tan rápido que casi
me caigo de culo al suelo.

Nos detuvimos en lo que parecía un pequeño bosque, en un sendero


apenas iluminado de piedras clavadas en la tierra. Detrás de nosotros, el
camino conducía a la montaña, de regreso a ese cruel castillo. Cuando me
volví para investigar en la otra dirección, la Muerte Silenciosa ya se estaba
alejando de mí, obligándome a apresurarme tras él.

Aquí no había orbes dorados, ni antorchas encendidas que iluminaran


nuestro camino. En los árboles a lo largo del camino sólo brillaban pequeños
puntos de luz, como si puñados de estrellas hubieran caído a la tierra y se
hubieran refugiado entre el susurro de las hojas. Incluso el edificio que
emergía entre los árboles ante nosotros estaba casi a oscuras. Al principio,
no vi nada más que una hilera de pilares, cubiertos de enredaderas y rosas,
haciendo guardia silenciosa en las sombras. Sólo cuando nos acercamos,
me llamó la atención el techo plateado del pabellón y las vidrieras que
abarcaban el marco cubierto de maleza. En la oscuridad, era imposible
distinguir sus colores.

El mundo estaba en silencio aquí. No muy lejos, podía distinguir el


murmullo del mar, un sonido tan familiar que casi rompí a llorar en el acto.

—¿Vives aquí? —me las arreglé para decir.

Él asintió y subió al porche que rodeaba el pabellón sin mirar atrás.


Esperaba que revelara algún tipo de llave, pero simplemente puso su mano
derecha sobre el cristal entre dos pilares y este se derritió para dejarlo pasar.
Lo seguí adentro, medio esperando que la ventana volviera a crecer justo a
tiempo para cerrarla en mi cara. No fue así.

La habitación detrás fue una sorpresa aún mayor.


61
No estaba segura de dónde esperaba que la Muerte Silenciosa pasara
sus días, pero después de la obscena abundancia del palacio que
acabábamos de dejar atrás, una buena cantidad de oro y mármol era lo
menos con lo que había contado. Sin embargo, lo que pude ver de este lugar
por el débil brillo de las luces exteriores era extrañamente… ¿acogedor?

Di dos pasos vacilantes hacia el interior del edificio, incapaz de


entender lo que me rodeaba por un momento.

Creon no se dio cuenta o no le importó mi confusión mientras se


adentraba más en el cuarto oscuro e hizo un rápido gesto con su mano
derecha. Pequeñas luces brillaban a nuestro alrededor y por encima de
nosotros, convirtiendo el espacio redondo en un pequeño firmamento
propio. En ese brillo cálido, casi acogedor, se hicieron visibles los detalles
del interior del pabellón: la madera rojiza de los pilares esculpidos, las
ventanas en mil tonos diferentes de verde y blanco, el suave suelo de madera
de abedul. A mi izquierda, una estufa pesada y un fregadero formaban un
pequeño rincón de cocina, bordeado por una mesa larga a un lado y una
estantería con provisiones de comida al otro. A mi derecha había un pesado
sofá de terciopelo y un escritorio rodeado de impresionantes estanterías
para libros. El lado más alejado de la habitación individual estaba ocupado
por un armario y una cama lo suficientemente grande como para acomodar
a una familia entera, cubierta con mantas y almohadas de color azul oscuro
que parecían tan suaves que podía sentir a mi piel sucia y sudorosa
reclamándolas.

El único lugar para dormir en toda esta casa. Ese pensamiento


inmediatamente sofocó mi adoración temporal, para reemplazarla con una
sensación mucho más saludable de odio mordaz.

No iba a dormir en su cama. Preferiría sentirme como en casa en el


suelo que en cualquier lugar cerca de ese cuerpo salvaje.

Creon ni siquiera me miró mientras recorría la habitación, lanzando


miradas rápidas detrás de las estanterías, debajo de la cama y dentro del
pesado armario. Sus movimientos eran eficientes y deliberados, incluso el
más mínimo giro de sus dedos se medía al milímetro. Una criatura de
absoluta perfección, la más fea de las perfecciones.

No encajaba en ese lugar tan suave y hogareño. Como si una pantera


62
oscura hubiera entrado en la habitación de un niño en busca de sangre.

Por un momento, me pregunté si realmente era su casa. Si


simplemente no se había apoderado del lugar para alojarme mientras me
necesitara, para no presentarme la oscura y asesina guarida de delicias
pecaminosas donde normalmente pasaba sus noches.

Pero Creon finalmente terminó su inspección de nuestro entorno y, a


juzgar por la forma en que metió esas grandes alas negras, la habitación fue
declarada segura. Lo que significaba que ahora tenía cosas más importantes
de qué preocuparme que el pobre diablo obligado a entregar su casa a las
víctimas de un secuestro.

—¿Estamos solos? —dije.

Él asintió y se puso en cuclillas para desabrocharse las botas. Sus


muslos se tensaron debajo de sus pantalones oscuros mientras lo hacía, los
músculos presionándose contra la tela en lo que parecía una advertencia
silenciosa y despiadada.

Lo ignoré.
—¿Eso significa que puedo gritar?

Se levantó, se quitó las botas y me dirigió otra mirada impasible, con


una ceja arqueada con un atisbo de resignación. Si es absolutamente
necesario, parecía decir esa mirada, pero ¿realmente esperas lograr algo con
semejante dramatismo mortal?

Antes de que pudiera abrir la boca, se dio la vuelta y caminó hacia la


estufa, sus pasos eran inaudibles como los de un gato contra la madera de
abedul.

—¡Ey!

Encendió el fuego, llenó una tetera y la puso sobre la estufa sin


reaccionar. Incluso esas simples tareas domésticas parecían preparativos
para un asesinato en sus manos marcadas por la tinta, como si estuviera
poniendo el agua a hervir sólo para ahogar a alguien en ella.

—No pedí té —espeté entre dientes—. Pedí respuestas. ¿Es realmente


tan difícil…? 63
Me dio una mirada rápida y cansada por encima del hombro y señaló
la larga mesa entre nosotros. Siéntate, decía ese gesto. Sé paciente. Y cierra
la boca.

—No —dije.

Se encogió de hombros y se alejó de mí nuevamente.

—No. —Mi voz se elevó mientras avanzaba, solo dos pasos hacia él
antes de que lo pensara mejor y cambiara de rumbo. Quizás desafiar
físicamente a la Muerte Silenciosa sería demasiada locura, incluso después
del esfuerzo que había hecho para traerme aquí con vida. Así que me dirigí
a su escritorio, tomé el primer cuaderno y el primer lápiz que pude encontrar
en los cajones y los arrojé sobre la mesa.

—¿Alguna otra cosa que necesites?

Creon terminó de preparar su té como si no me hubiera escuchado,


con lo que parecía ser una calma demostrativa en ese momento. Luché
contra mi rabia y frustración, apretando mis uñas en mis palmas hasta que
finalmente tomó la tetera del fuego, caminó hacia la mesa y se dejó caer en
uno de los taburetes bajos y acolchados. Sin respaldo, noté. Probablemente
se sienta incómodo con esas alas. Sólo después de servir dos tazas de té
humeante finalmente encontró mi mirada y levantó esa ceja llena de
cicatrices nuevamente.

—No te atrevas a mirarme así —dije en voz baja.

Su rostro no cambió en lo más mínimo: una exquisita estatua de


bronce y negro bajo el suave resplandor de las luces. Sólo sus ojos estaban
vivos, rebosantes de oscura amenaza bajo esas largas pestañas.

—¡Puede que este sea solo otro día de trabajo para ti, pero acabo de
ver toda mi maldita vida destruida! —¿De dónde vino ese sollozo en mi voz
cada vez más alta? No iba a llorar, por el amor de los malditos dioses, no
para que él me oyera—. ¡Ni siquiera me dejaste despedirme de mis malditos
padres! Y luego me hiciste exhibir delante de ella y me hiciste decir… decir…

Mis labios no podían encontrar palabras lo suficientemente afiladas


para todo lo que quería decir, todo lo que quería arrojar a ese rostro irritado
e indiferente hasta que sangrara.
64
Suspiró, me hizo un gesto para que me sentara y me tendió una
exigente mano entintada. Como si estirar dos pies por encima de la mesa
para agarrar el lápiz fuera un esfuerzo imposible después de todo el arduo
trabajo de la noche.

No me senté. La ira inquieta que zumbaba por mis extremidades no


me lo permitía. En un inútil e impotente estallido de furia, arrebaté el lápiz
de la superficie de madera de abedul y lo arrojé al regazo de la Muerte
Silenciosa.

Lo recogió de sus musculosos muslos como si ese hubiera sido el plan


desde el principio.

Reprimiendo una maldición, tropecé hacia él. Ya estaba escribiendo


cuando me detuve a su lado, su lápiz girando sobre el pergamino con una
letra más regular que sus garabatos anteriores. Podrás escribirles a tus
padres más tarde.

Demasiado tarde y muy poco, a un océano de distancia de ellos.


—Entonces, ¿qué habría de malo en dejarme verlos antes…?

Además, continuó, ignorándome, ellos no son tus padres.

Mi pregunta brusca se congeló en el fondo de mi garganta.

Dejó el lápiz nuevamente y se giró para mirarme, con la ceja levantada


un poco y el rostro tan impasible que tenía que ser un desafío.

Parpadeé. Dejé que mi mirada se deslizara sobre esas dos pequeñas


frases nuevamente. Se me escapó una risa y odié lo insegura y tímida que
sonaba de repente.

—¿Qué?

Volvió a centrarse en el pergamino. Ejerces magia. Eres mitad fae.

—Por supuesto que no soy mitad fae —espeté—. Eso es ridículo. Es


simplemente… es algo que viene de familia. La tía abuela de mi madre
también…
65
No es ella.

—¡No tienes idea! ¡No la conocías!

Podría haberlo hecho, escribió, y lo habría considerado una broma si


no lo hubiera plasmado en pergamino con tal aire de inquebrantable
arrogancia.

Respiré hondo y contemplé darle un puñetazo en la cara. «Podría


haberlo hecho». ¿Cuántos años tenía? Como criatura inmortal, con la
reputación que tenía… probablemente más de un siglo.

Mucho más de un siglo, si no tenía suerte.

—Es sólo un talento errático que corre en el linaje —dije, más


débilmente ahora que ese pensamiento se salía de control. Podría ser
absolutamente antiguo. ¿Iba a decirle yo qué podía hacer o no su magia?—.
Mi tía abuela…

No.
—Oh, por el amor de Dios. —Solté una carcajada—. ¿Y cómo lo
sabrías?

Tu madre me lo dijo.

Las palabras me abandonaron.

Madre. Le dijo. La cama vacía, las bolsas desaparecidas. ¿Cuánto


tiempo llevaba dormida cuando él los despertó, les dijo que hicieran las
maletas y les preguntó sobre mí y mi historia?

Y ante la muerte, le habían informado…

No son tus padres.

El mundo giró a mi alrededor, el suelo se balanceó debajo de mí como


si estuviéramos flotando en un mar salvaje. No. No puede ser verdad. Tía
abuela Gisele, eso me dijeron la primera vez que accidentalmente convertí
mi muñeca en un pequeño montón de polvo, la misma tía abuela que me
había dado esa piel dorada y esos ojos marrones que nadie más en la familia 66
parecía compartir…

Nadie más.

Oh, Zera, ten piedad de mí.

Me dejé caer en un asiento. Fue todo lo que pude hacer para no


arrodillarme ante los impacientes ojos de la Muerte Silenciosa. Pero incluso
con un taburete suave y acolchado debajo de mi cuerpo y mis dedos
apretados alrededor del borde de la mesa, el mundo no dejó de temblar.

—¿Qué… qué más te dijeron?

Fuiste una niña abandonada. No se atrevieron a deshacerse de ti. La


maldición del abandonado.

Deja morir a un niño abandonado y su alma te perseguirá por el resto


de tu vida. Tragué espinas y polvo amargo por mi garganta.

—Pero entonces todos deben haberlo sabido. No sólo mis padres. Todo
el pueblo debió saber que no eran…

Sí.
Miradas sigilosas cuando pasaban a mi lado, incluso cuando era solo
una niña pequeña. Los niños se alejaban corriendo de mí cada vez que
doblaba una esquina. Las palmaditas comprensivas en los hombros de mi
madre cada vez que me mencionaba, las arrugas que se habían endurecido
en su rostro a lo largo de los años.

Sentí que me desmayaba.

—Pero entonces por qué… por qué nunca me dijeron…

Estaban asustados.

—¿De mí?

Él asintió, mechones negros bailando alrededor de su cara y hombros.

—¿Qué diablos habría hecho yo…? —Respiré profundamente, traté de


calmar las náuseas que rugieron a través de mí—. ¿Qué pensaron, que
correría a la isla feérica más cercana y traicionaría a toda Cathra ante mi
nueva familia si lo hubiera sabido? 67
Exactamente.

—Ustedes no son mi familia.

Creon suspiró, como para recordarme que lo sabía muy bien y que se
alegraba tanto como yo. Apreté los dedos contra la mesa con tanta fuerza
que me dolió.

—¿Sabían de dónde vengo? ¿Quiénes fueron mis otros padres?

Sacudió la cabeza.

—¿Y luego los dejaste ir? ¿A todos en el pueblo? ¿Por qué?

Pensé, escribió, sus dedos cubiertos de tinta disminuyendo la


velocidad por primera vez, que preferirías que sobrevivieran la noche.

—Oh, qué amable. —Solté una risa triste—. ¿Y no pensaste que


preferiría ir con ellos? ¿Que tal vez preferiría que mi vida no se arruinara en
absoluto?

No había forma de salvar a Cathra.


Me tomó unas cuantas respiraciones antes de que me atreviera a
confiar en mi voz.

—Ella… ella te envió allí para matarlos. A todos ellos. Por esa barrera
de hierro que hicieron.

Creon asintió.

—¿El hierro tiene algún efecto en ti?

Sacudió la cabeza.

—Oh. Dioses. Estaban tan convencidos de que funcionaría. —Respiré


temblorosamente. No debería pensar en lo que podría haber pasado si
alguien más hubiera venido a responder a la negativa de la isla a pagar su
tributo, pero el infierno ardiente de la ciudad no desaparecería de mi mente
tan fácilmente—. Recogieron a todos estos testigos de primera mano que
juraron haber visto a faes atados con cadenas de hierro.

Su rostro permaneció enfáticamente inexpresivo mientras escribía: 68


Algunos fae hacen un esfuerzo por mantener la mentira.

—Bastardos. —Resoplé—. ¿Y nunca pensaste en rectificar esa


historia?

Ella lo descubriría.

—Oh, pobre de ti —dije, con la voz llena de veneno—. ¿Y entonces


quizá tendrías que lidiar con una charla severa y algunas advertencias?

Ya pasé las advertencias.

Eso me hizo reflexionar. ¿Ya pasé las advertencias? Pero la Muerte


Silenciosa era uno de los sirvientes más leales de la Madre, ¿no? ¿No era
mencionado su nombre al mismo tiempo que el de ella, su arma personal
para empuñar?

—¿Ella te mataría?

Sí.
Levanté la vista del pergamino, escaneando su rostro en busca de un
atisbo de dramatismo. Todo lo que encontré fue su mandíbula y labios
apretados en una resignación fría y calmada.

—¿Por qué?

Suspiró. Porque ella no puede permitirse el lujo de arriesgarse a ser


traicionada por mi parte. Sabe que podría ser uno de los pocos en posición de
derribarla.

Sus dedos vacilaron por un momento mientras levantaba nuevamente


el lápiz del pergamino ante las peligrosas y traicioneras frases escritas en
esas finas líneas de crayón. Derribarla. La Madre, sin duda, tendría su
cabeza por esas palabras. Y, sin embargo, me las había escrito tan
fácilmente, como si esto no fuera nada nuevo para ninguno de los dos. Como
si nos conociéramos desde hace años, como si hubiéramos puesto a prueba
nuestras lealtades hasta que nos atrevimos a confiar el uno en el otro
incluso con conocimientos que podrían matar en un instante.

Derribarla.
69
Era una locura. Todo esto era una locura. La Muerte Silenciosa era la
mano derecha letal de la Madre y lo había sido durante siglos; todas las
historias decían lo mismo, historias que los padres de mis abuelos ya habían
oído de sus abuelos. Un asesino impecable y despiadado, que se deleitaba
con el derramamiento de sangre que ella le ofrecía. Un mago lo
suficientemente poderoso como para convertir en polvo a ejércitos enteros
con un simple movimiento de sus dedos. Y sin embargo…

Él me había salvado la vida.

¿Por qué? ¿Por qué?

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando contra ella? —pregunté


lentamente, rodeándome con mis brazos.

Se puso rígido por un momento y luego volvió a levantar el lápiz sobre


el pergamino. Las crueles líneas de tinta en sus manos parecían moverse
debajo de su piel mientras escribía, Apenas estoy trabajando contra ella.
Pero he estado mitigando el daño desde la Última Batalla.
La Última Batalla: la última carga desesperada de la humanidad
contra los ejércitos fae de la Madre, hace ciento treinta años. Una batalla
que habíamos perdido patéticamente, y desde ese día, las islas humanas
respondieron a la Corte Carmesí, entregando tributos cada año. Comida, si
tenían suerte. Personas, si eran menos afortunados.

—Entonces te has estado tomando tu tiempo —dije bruscamente.

Estaba esperando.

—¿A qué?

A ti.

Parpadeé. Cerré los ojos un poco más y luego volví a mirar hacia
arriba. La palabra todavía estaba donde la había visto por última vez, las
líneas grises oscuro brillando burlonamente hacia mí desde la suave
superficie del pergamino. A mí. Una humana flaca de veinte años (no, mitad
humana) de ascendencia corriente y de un poder aún más corriente. ¿Y sin
embargo, esta personificación rebosante de magia y oscuridad me 70
necesitaba?

—¿Por qué?

No tienes una atadura.

Solté una risa sin aliento.

—¿Qué diablos estás…?

Ella ata nuestra magia. Para todos nosotros. Escribió con trazos cortos
y ágiles, una explicación en la que no quería pensar. Cuando ejercemos
nuestros poderes con la intención de hacerle daño, no tienen ningún efecto.
No puedo lastimarla con mi magia, al igual que todos los seres feéricos.

—Yo… nunca he oído hablar de eso.

Se hizo hace mucho tiempo. Antes de las guerras. Así es como ganó
dominio sobre todos los fae.

Me quedé mirando las palabras y luego a él. Un asesino de poder casi


ilimitado, susurraban en las islas humanas. Criado y entrenado para
destruir. Y sin embargo…
Incapaz de hacerle daño.

¿Era por eso que ningún fae se había rebelado contra el reinado de la
Madre en los siglos que ella había pasado en ese trono? ¿No sólo porque
eran lo suficientemente felices como para vivir en un mundo donde los
humanos hacían el trabajo y ellos obtenían los beneficios, sino porque no
tenían otra opción?

Es cuidadosa, escribió Creon y subrayó esa última palabra para


aclarar que no se trataba sólo de un control ocasional, para asegurarse de
que ningún niño con poderes mágicos nazca sin que ella lo sepa.

Mi boca estaba seca.

—¿No sólo los niños fae?

Cuando las hembras fae dan a luz, el niño es atado inmediatamente.


Las mujeres humanas solteras que dan a luz siempre lo hacen con un médico
cerca para comprobar si el padre pudo haber sido un fae. Todos los niños
humanos en la corte también son controlados durante su primer año. A los 71
machos fae no se les permite ninguna aventura con humanos en otras islas,
bajo amenaza de muerte, razón por la cual suelen recurrir a los secuestros.
Arrancó la página y continuó por el otro lado: Quienesquiera que fueran tus
padres, debieron haber hecho todo lo posible para esconderte.

Mis padres. Me asaltó una visión (una visión dramática y sin sentido)
de un fae volando por el cielo nocturno con mi cuerpo recién nacido en sus
brazos, lejos de la Madre, hacia un lugar seguro. Dejándome en la puerta de
un pintor sin hijos y su esposa…

Sacudí la cabeza, casi violentamente. La verdad no sería tan


grandiosa, tan heroica. Por lo que sabía, mi padre fue simplemente un fae
malvado que había forzado a mi madre, y ella de alguna manera logró sacar
de sus manos al niño que nunca había querido… Alegre de deshacerse de
mí. Al igual que los padres que había conocido toda mi vida, los padres que
me alimentaron y criaron, se habrían alegrado de deshacerse de mí si no
fuera por la maldición del niño abandonado que pendía sobre sus cabezas.
Como habían huido de Cathra y me dejaron al cuestionable cuidado de la
Muerte Silenciosa.

Quería vomitar.
Creon estaba escribiendo de nuevo, esta vez sin ninguna pregunta por
mi parte. Acabo de consultar el registro de niños humanos en esta isla en tu
mes de nacimiento. Tu nombre no está en él.

Lo primero que hizo, incluso antes de presentarme a la Madre. Porque


si mi nombre hubiera estado en la lista, debería haberme presentado bajo
otro nombre para la mujer que llevaba registros tan obsesivos de cada niño
nacido en su corte. Por el amor de Dios, ¿el bastardo pensó en todo?

—Entonces, ¿eso significa que mis padres no son de aquí?

Su asentimiento fue lo suficientemente lento como para demostrar su


duda. O fueron más inteligentes que ella.

Logré reír. Más inteligentes que la Madre. Ciento treinta años desde
la Última Batalla, y finalmente alguien había logrado contrabandear en el
mundo a un niño con dones mágicos sin ataduras…

A mí.
72
Esa niña era yo.

Necesitaba un trago. Uno fuerte. Y un baño… Dioses, realmente


necesitaba un baño. Mis pensamientos se aferraron a ese deseo con ridículo
fervor. Debería tener un baño en algún lugar de aquí, ¿no? ¿O se suponía
que debía simplemente sumergirme en el mar para limpiarme y orinar entre
los árboles afuera si surgía la necesidad?

No es en lo que debería estar pensando ahora. Tenía que considerar


la magia, la traición y la rebelión. Pero en la noche de la Corte Carmesí,
compartiendo mesa con una criatura de sangre fría, violencia y oscuridad a
la que ya no podía entender, los baños parecían un tema mucho más
manejable.

Su rostro permaneció oculto detrás de los largos mechones de su


cabello oscuro mientras suspiraba y escribía: No entres en pánico. Tenemos
tiempo.

—No estoy entrando en pánico. —Mi voz se quebró. Estaba


absolutamente en pánico, y el bastardo al menos podría haber sido lo
suficientemente educado como para no darse cuenta—. Estoy confundida.
¿Cómo te sentirías si alguien te dijera de repente que no eres completamente
fae?

Los dedos que rodeaban el lápiz se pusieron rígidos por un momento.


En pánico.

Me burlé.

—No puedo darme el lujo de entrar en pánico. ¿Qué habrías hecho si


me hubiera derrumbado llorando ante ese trono?

Dudó, la punta del lápiz balanceándose una frágil fracción sobre el


pergamino. Cuando finalmente garabateó sus palabras, lo hizo tan rápido
que parecía tener miedo de cambiar de opinión.

Lo hiciste bien con ella.

¿Estaba tratando de suavizarme con cumplidos ahora, después de


horas de poco más que miradas irritadas? Me burlé de nuevo.

—Hubiera sido mucho menos peligroso si no me hubieras hecho verla


73
sin la más mínima información.

Revisar los archivos ya era un riesgo. Ella nunca me permite esperar


antes de verla y no puedo darme el lujo de levantar sus sospechas sobre ti.

—¿A costa de mi propio bienestar?

Estarás mucho peor si ella descubre quién eres.

Porque ahora yo era su arma. Su preciada pequeña maga sin atar, el


primer peligro real para su hegemonía después de décadas de gobierno
indiscutible. Me alejé de la mesa tan bruscamente que incluso me alarmé.

—Entonces, ¿exactamente cómo planeabas asegurarte de que no lo


hiciera?

Creon se limitó a mirarme.

Esa mirada exasperante e impasible otra vez. O me estaba llamando


estúpida por no haberlo descubierto todavía, o estaba tratando de hacerme
rogar por más información. A él le gustaba esto, ¿verdad? Le gustaba ser la
autoridad indiscutible, el fae de noble cuna que ponía de rodillas a su
divertida cautiva humana…

Divertida.

Oh, por el amor de los malditos dioses.

—Ante ese trono… —Mis palabras salieron con los dientes apretados,
como si estuviera conteniendo las ganas de vomitar o de darle un puñetazo
en la cara. Quizás ambas cosas fueran ciertas—. Le dijiste que me
encontrabas divertida.

Él arqueó una ceja llena de cicatrices, sólo una fracción. No estaba


segura si era una disculpa o una insinuación sutil de que podía aguantar,
y para nuestra paz mutua, tal vez no debería presionarlo para que aclarara
el gesto. Probablemente le resultaba divertida. Una molesta veinteañera con
ilusiones de comprensión: ¿cuántos pasos su mente antigua tomaba la
delantera?

—No quieres que te siga a todas partes como una humana estúpida y 74
tonta completamente obsesionada contigo, ¿verdad? —dije, disminuyendo
la velocidad a medida que continuaba la frase, porque con cada palabra
subsecuente que oía salir de mis propios labios, parecía más probable que
esto fuera exactamente lo que quisiera de mí.

Se encogió de hombros mientras tomaba su lápiz. ¿No te parece bien?

Solté una carcajada.

—Preferiría morir.

Entonces te alegrará saber que ésta es, efectivamente, tu mejor


alternativa.

—Oh, vete a la mierda. —Acerqué mis piernas a mi pecho y las rodeé


con mis brazos, apoyando mi cara contra mis rodillas—. ¿Esto es lo mejor
que se te ocurrió? ¿Por qué no le dijiste que me secuestraste para
encerrarme en tu habitación? Así al menos no tendría que fingir que me
gustas.

Pasaron unos momentos de silencio antes de darme cuenta de que no


iba a obtener una respuesta sin mirarlo. Pero cuando volví a levantar la
cabeza, él no estaba escribiendo. Ni siquiera había levantado todavía el lápiz.
Se quedó allí sentado, mirándome fijamente, con sus alas oscuras
desplegándose un poco más detrás de su espalda. Tenía los labios
apretados: una línea fría y dura de cansancio.

—¿Qué? —dije bruscamente—. Los machos fae lo hacen todo el


tiempo. ¿Se habría inmutado?

Con un gesto brusco, volvió a agarrar el lápiz de la mesa. Yo no.

—¿Qué?

Y nunca lo he hecho. Si de repente comenzara la práctica después de


todos estos siglos, eso despertaría su curiosidad más de lo que necesitamos.

—¿Y sacar a rastras a mujeres jóvenes de ciudades en llamas sólo


porque las encuentras divertidas es un hábito más arraigado para ti?

Una sombra cruzó su rostro. Si pasaras tu tiempo adulándome… Sus


delgados dedos se detuvieron sobre el pergamino. Eso es algo que una 75
versión anterior de mí podría haber encontrado divertido, sí.

—Tu versión anterior era aún más idiota que tu versión actual —
murmuré.

Sí.

No era la respuesta que necesitaba, maldito sea. Quería negación.


Quería que se defendiera para poder odiarlo aún más por eso, odiar todo en
él por el sacrificio que me pedía (exigía) que hiciera. Conteniendo el aliento,
volví a plantar los pies en el suelo y dije:

—Entonces, ¿qué te hizo cambiar de opinión sobre ese pasatiempo?

La guerra.

—¿Luchaste por ella en la guerra?

Por una parte.

Bien. De hecho, eso hizo que el odio fuera más fácil. Porque significaba
que al menos algunas de las historias que conocía sobre él eran ciertas: la
matanza en los campos de batalla, las aldeas masacradas, el asesino
arrogante e invulnerable. Apreté los dientes y dije:

—Ya veo.

Levantó una ceja.

—Es atrevido de tu parte pensar que gustosamente cumpliría tus


órdenes en esas circunstancias.

No pedí que fuera gustosamente.

—No, pero de todos modos me estás obligando a actuar como tu puta.


—Estaba escupiendo las palabras ahora—. Podrías haberme preguntado
antes de ir a verla, y en lugar de…

¿Alguna sugerencia alternativa?

Ni siquiera el aire frío en mis pulmones podía calmar la ira que ardía
en mi pecho. No tenía sugerencias alternativas. Él sabía que no tenía
sugerencias alternativas. Pero incluso entonces…
76
—¡Hubiera sido mejor, al menos, haber llegado juntos a este plan!

Hizo un gesto despectivo, como diciendo detalles.

—Ni siquiera quieres trabajar juntos, ¿verdad? —dije, clavándome las


uñas en las palmas—. Solo quieres un arma. Y las armas no discrepan con
cualquier estúpido plan que se le ocurra a tu estúpido cerebro fae. Las
armas simplemente se callan y reciben órdenes.

Sin reacción. Ni siquiera un encogimiento de hombros.

—Ni siquiera dije que estaría de acuerdo con lo que tú quieras que
sea. —Las palabras brotaban de mis labios como si mi lengua hubiera
encontrado vida propia—. Habría sido prudente comprobar primero si tenía
alguna intención de arriesgar mi vida por… por…

La Muerte Silenciosa se limitó a mirarme, inmóvil. Como una araña


en su tela, esperando que mis pensamientos quedaran atrapados en sus
inevitables conclusiones.
Arriesgar mi vida. Para darle a toda la humanidad una oportunidad
de libertad.

¿Cómo podría no quererlo?

Sin la Madre, el imperio fae ya no sería ni la mitad de poderoso. Si


algunos de ellos realmente se rebelaran después de estar libres de sus
ataduras, si eso desestabilizara el imperio lo suficiente como para dar a los
rebeldes humanos alguna ventaja, eso nivelaría significativamente el campo
de juego. No importaba que quisiera llorar ante la sola idea de volver a mirar
los ojos helados de la Madre, que la perspectiva de quedarme aquí hiciera
que mi estómago se retorciera en un nudo frío y temeroso. Como siempre,
no se trataba de lo que yo quería.

Y la Muerte Silenciosa lo sabía. Lo sabía y se sentó esperando que lo


admitiera: oscuro, poderoso y con total control de cada palabra que
pronunciaba.

Bastardo.
77
Algo se endureció en mi pecho. Una firmeza inesperada: la sensación
de que las decisiones se tomaban solas.

No. Así no era como íbamos a jugar. Quizás había llegado a esperar
una rendición inmediata después de pasar siglos en compañía de fae que se
sometían a todos sus caprichos y órdenes, pero también había esperado
décadas y décadas para encontrar un mago sin atar dispuesto a trabajar
con él. Él me necesitaba. Quizás más de lo que yo lo necesitaba.

Si iba a ser un arma, él sería la mía para empuñarla a su vez.

Así que me crucé de brazos y me encontré con la inquietante


oscuridad de sus ojos conocedores y penetrantes. La Muerte Silenciosa.
Mago, monstruo, asesino. Y podría ser yo quien tuviera las mejores cartas
aquí.

—Todo esto parece un asunto muy desagradable —dije lentamente—.


Honestamente, si dormir en tu cama es el premio de quedarme aquí, prefiero
subirme clandestinamente al primer barco que zarpe y llevar una vida
silenciosa en el campo.
Algo parecido a la diversión apareció en su rostro. De alguna manera,
eso no suavizó sus rasgos; en todo caso, todo lo contrario. Es una cama
bastante cómoda.

Resoplé.

—La compañía puede hacer o deshacer cualquier fiesta.

¿A qué le temes?

—No tengo miedo. Simplemente estoy furiosa. —Solté una carcajada—


. Ni siquiera vas a ofrecerme tu sofá, ¿verdad?

La gente pasa. Te delataría.

Cerré los ojos y traté de respirar calma. Él estaba en lo correcto. ¿Por


qué siempre tenía razón? Pero meterme en su cama, ponerme tan cerca de
su cuerpo esculpido, hacerme tan vulnerable a su alrededor… Si hubiera
estado en juego algo menos que el futuro de la humanidad, es posible que
me hubiera escapado de todos modos. 78
Pero no tenía elección. Imagina viajar a casa sin pasar por esto: viajar
a la Ciudad Blanca o a cualquier otro lugar donde se pudiera encontrar un
hogar en estos días. Si alguna vez le contaba a alguien sobre el motivo de la
Muerte Silenciosa para llevarme con él, se pondrían furiosos porque no
había aprovechado la oportunidad. Si nunca se lo contaba a nadie… Toda
una vida de secretos, una vida de amargo arrepentimiento con cada
comunidad masacrada en nombre de la Madre.

No era una opción. Incluso si no quisiera nada más que salir de este
lugar, fuera de la amenazadora compañía de la Muerte Silenciosa, no
importaba.

No tenía elección. Iba a hacer esto. La única libertad que tenía estaba
en las condiciones exactas para esta alianza impía, y esa libertad al menos
tenía que usarla bien.

Abrí los ojos y di el salto.

—Los de tu clase hacen tratos, ¿no?


Sus cejas se movieron, lentamente, mientras volvía a su cuaderno.
Nuestra clase.

—Di eso una vez más y te daré un puñetazo en esa cara bonita.

Parpadeó, la sorpresa brilló en su mirada por un momento. No fue


una vacilación… todavía no. Pero estuvo cerca.

Anotado. ¿Entonces?

—Propongo un trato —dije, tragándome el nerviosismo. Había dos


cosas que sabía acerca de los tratos fae: en primer lugar, que no podían
romperse y, en segundo lugar, que los fae eran increíblemente creativos a la
hora de joderte de todos modos—. Te ayudaré a derrocar a la Madre. A
cambio, me protegerás.

Lo consideró por un momento, mirándome como si estimara mi valor.


Te protegeré siempre que no te pongas en peligro.

Fueron necesarios uno o dos latidos para que esa condición tuviera 79
sentido. Siempre que no me pusiera en peligro, lo que significaba que no
podía contar con él para mantenerme a salvo si continuaba insultando a los
asesinos fae o huía de él.

Al parecer, había prestado atención durante las últimas horas.

—No sé por qué crees que alguna vez me pondría en peligro —dije con
amargura—, pero está bien. Y en esa cama mantendrás tus manos alejadas
de mí.

Como estaba planeando. Levantó la vista de su escritura, sus ojos


burlándose de mí. A menos que cambies de opinión, claro.

—Prefiero follarme un cactus —le informé.

Interesante. Déjame saber cómo te gusta.

Mi cara se sonrojó. Oh, maldita sea. Él estaba jugando conmigo, yo le


estaba permitiendo jugar conmigo. Es hora de volver al negocio. Quizás sea
hora de sorprenderlo por un momento.

Volviendo a mirarlo a la cara, agregué:


—Y quiero que me ayudes a encontrar a mis padres, los que me
hicieron desaparecer antes de que pudiera ser atada.

¿Mis verdaderos padres? ¿Eran esas las palabras que debería haber
usado? Nada de ellos me parecía ni remotamente real.

Creon enarcó una ceja y consideró mi propuesta durante unos


momentos. Luego volvió a agarrar el lápiz y escribió: No será fácil
encontrarlos.

—Derribar a la Madre tampoco lo será.

Ambos casi imposibles. Pero encontrar a tus padres puede ser la tarea
más imposible. Claramente hicieron todo lo posible para evitar ser atrapados.

¿Para evitar ser encontrados incluso por su hija? Dejé a un lado esa
chispa de incomodidad y me obligué a encogerme de hombros, una
preocupación para más adelante.

—De nuevo, ¿cuánto tiempo esperaste para encontrar a un mago sin 80


atar?

Creon se enderezó lentamente y cruzó los brazos sobre su musculoso


pecho. Sus ojos oscuros se entrecerraron mientras me recorría con su
mirada, el gesto enfatizaba sus cejas oscuras y pómulos altos aún más en
ese rostro impresionante y duro.

¿Qué había esperado? ¿Una humilde joven de veinte años que, entre
lágrimas de agradecimiento por haber salvado la vida de sus padres, se
uniría a él por la eternidad?

—Aunque estoy dispuesta a enfrentarme a la Madre primero —añadí,


sonriéndole en un estallido de obstinada imprudencia. En algún momento,
algo más que esos pequeños destellos de sorpresa deberían surgir detrás de
la arrogancia indiferente y la elegancia autoritaria, ¿no es así?—. No soy yo
la desalmada aquí, ya ves.

Por una fracción de momento, permaneció inmóvil.

Luego se encogió de hombros.


Y eso fue todo: ese mismo encogimiento de hombros indiferente otra
vez. Ni siquiera parpadeó. Porque ¿por qué debería hacerlo? Yo era sólo una
torpe casi humana, una herramienta para lograr cualesquiera que fueran
sus objetivos, para ser descartada nuevamente tan pronto como hubiera
cumplido mi propósito. Se lavaría las manos conmigo y mis comentarios
sarcásticos tan fácilmente como se había lavado la sangre de sus miles de
víctimas...

Tragué saliva. Esas manos, cubiertas de una extraña tinta que


parecían cicatrices. ¿Cuántas veces la sangre humana había cubierto esa
piel bronceada?

Respirar. Tenía que seguir respirando.

Tenía que mantener el torbellino de mis pensamientos en el trasfondo


de mis decisiones, tenía que saber que no debía dejar que mi miedo y mi
disgusto nublaran el camino hacia mi supervivencia. No importaba cuánto
lo detestara a él y a su insensibilidad. No era de mi incumbencia qué estaba
exactamente sucediendo detrás de esos ojos duros, qué lo había hecho 81
arriesgar su vida para desafiar a la Madre. Esto era solo un negocio. Negocio
racional y oportunista. Él me necesitaba, y si quería salvar a mi gente y salir
de aquí con vida, él también me sería útil.

El resto se resolvería solo.

—Entonces —dije, y traté de que mi voz no temblara ligeramente—,


¿estás dispuesto a sellar un trato?

Dejó el lápiz a un lado y me tendió una mano fuerte y bronceada.

Debería pensar en esto por más tiempo. No debería cerrar tratos en


mitad de la noche, después de sobrevivir a incendios, horas de vuelo y un
encuentro con la mismísima Madre de los fae. Pero al menos este trato me
mantendría a salvo de él, y no iba a dormir en ningún lugar de esta isla sin
al menos una persona que me protegiera.

Me tragué mi disgusto y puse mis dedos en los suyos.

Su mano manchada de tinta era más suave contra mis dedos de lo


que había imaginado, salvo por los callos formados por sus armas. Mi propia
mano parecía pequeña y pálida en su agarre, y tan exasperantemente
vulnerable.

—Te ayudaré a derrotar a la Madre —dije con voz ronca—. Me


ayudarás a encontrar a mis padres, ambos pares de padres. No me harás
daño.

Él asintió.

¿Había alguna magia que debería usar ahora? ¿Por qué esperaba que
mi nueva sangre feérica me proporcionara de alguna manera el
conocimiento que necesitaba sobre estas cosas?

Pero cuando abrí la boca, el aire entre nuestros dedos entrelazados se


volvió más cálido, más ligero.

Un resplandor rojizo irradiaba de cada lugar donde su mano tocaba


la mía, iluminando nuestra piel y las venas de debajo. Zarcillos de luz se
deslizaron, girando alrededor de nuestras manos como volutas de humo.
Jadeé y casi retrocedí, pero el agarre de sus dedos ahora era una prensa, y 82
me mantuvo en su lugar mientras la luz entre nuestras palmas se
intensificaba hasta convertirse en un rayo cegador tan fuerte que podía ver
los contornos oscuros de mis huesos a través de la parte posterior de mi
mano. El calor creció hasta convertirse en un calor abrasador y, aun así, de
alguna manera no dolía.

Algo duro y afilado se clavó en el interior de mi muñeca.

—¡Ay!

La luz y el calor se desvanecieron como si hubieran escuchado mi


grito. Los dedos de Creon se aflojaron y retiré mi mano, flexionando
instintivamente los dedos para comprobar si todavía funcionaban. Sólo
entonces vi la marca en el interior de mi muñeca: una pequeña grieta en mi
piel, parecida a una gema, que brillaba rojiza bajo la acogedora luz del
pabellón.

Me quedé sin aliento. Mientras miraba hacia arriba, la Muerte


Silenciosa estaba sentado estudiando su propia marca, un fragmento
idéntico de algo duro y suave incrustado en la piel bronceada de su muñeca.
Como un rubí atrapado en carne humana. Como una gota de sangre
convertida en cristal de diamante por cualquier magia que hubiera sellado
nuestro trato.

—Rojo —susurré—, para destrucción.

Creon sonrió, y era una sonrisa que prometía asesinato y ruina.

83
5

84
La cama era demasiado blanda. La habitación demasiado silenciosa.
La silueta alada de la Muerte Silenciosa demasiado cercana.

Me acosté sobre la seda y el terciopelo de estas almohadas y mantas


desconocidas y no dormí. No podía dormir. Incluso después de una noche
que debería haberme agotado hasta casi la muerte, mi mente se negaba
obstinadamente a disminuir la velocidad, y mis músculos permanecían
tensos como cuerdas de arco apretadas sin importar cuántas veces pasara
el pulgar por esa marca tranquilizadora en el interior de mi muñeca derecha.
Estaba a salvo, me repetí una y otra vez. El trato no le permitiría lastimarme
incluso si quisiera. ¿Y por qué querría hacerme daño, si yo era su única
oportunidad de matar a la Gran Dama que aparentemente había querido
muerta durante más de un siglo?

Pero mi sangre todavía bombeaba por mis venas al doble de velocidad


habitual: una inquietud que me picaba y me zumbaba justo debajo de la
piel.

Su única oportunidad.

Yo.
Nada de esto parecía real. Nada de esto parecía correcto. Horas antes
había estado fregando pisos y limpiando cocinas. Hace unas horas,
caminaba por las playas de Cathra y dormía en mi propia cama. Y ahora de
alguna manera había terminado en manos del asesino más peligroso de mi
tiempo, un peón en cualquier juego que estuviera jugando la Muerte
Silenciosa.

Un escalofrío me recorrió y luego ya no pude dejar de temblar.

Estaba tan cerca, su silueta era una amenaza esbelta y musculosa a


mi lado, lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el ritmo de
su respiración a través del colchón irritantemente suave, lo suficientemente
cerca como para que solo tuviera que estirar un brazo para unirme a su
torso lleno de cicatrices. Lo cual no haría: había cerrado un trato al respecto.
Y, sin embargo, no me atrevía a darle la espalda, como si mis ojos fueran lo
único que lo mantuviera fiel a su palabra, una cadena de telaraña que
restringiera sus instintos más básicos.

Mis escalofríos se habían convertido en un violento temblor. Tuve que 85


apretar los dientes para evitar que rechinaran.

No entres en pánico, había escrito el bastardo, pero ahora yo estaba


entrando en pánico: pánico sin sentido, inútil y no me atrevía a detenerme.
Estaba completamente sola aquí. Estaba completa y lamentablemente sola
en una corte feérica mortal, a una eternidad de distancia de todos y de todo
lo que había conocido, a merced de un despiadado fae asesino que me
necesitaba sólo hasta que hubiera cumplido mi papel como su pequeña
arma sin ataduras. Si me mataba mañana, si me mataba esta noche, ¿quién
lo sabría?

De repente me estaba mirando a mí misma, observando mi propio


cuerpo tembloroso desde el cielo estrellado. Una pequeña humana
escuálida, rodeada por kilómetros, kilómetros y kilómetros de océano hasta
donde alcanzaba la vista... Sola. Sola. Indefensa, pequeña y completamente
patética, y...

Creon se movió a mi lado y me dio la espalda. Una de sus alas oscuras


se elevó con el movimiento y se posó sobre mis mantas, un peso ligero y
tranquilizador empujándome más profundamente en el colchón.
Estabilizándome, conectándome a tierra.
Un alivio inconmensurable me invadió.

Una calma tan profunda que parecía venir de algún otro lugar, de otra
persona, como una suave manta de lana que envolvía mis pensamientos y
sofocaba el miedo mortal que mantenía mi corazón en sus garras de hierro.
Mis miembros inquietos y temblorosos lucharon contra ello por un
momento, luego cedieron. Mi mente zumbando dio unos últimos espasmos
de pánico, luego disminuyó la velocidad. Cada músculo de mi cuerpo se
relajó cuando la repentina sensación de calma fluyó hasta las puntas de los
dedos de mis manos y pies, llenándome de una certeza cálida y suave.

Con un gemido ahogado, me acurruqué más bajo las mantas y cerré


los ojos con fuerza, todavía saboreando la relajante presión del ala de Creon
sobre mi torso.

Quizás todo lo que necesitaba era un abrazo. Y a falta de brazos


amorosos, tal vez esta fuera una alternativa suficiente.

No esperaba quedarme dormida antes del amanecer, en la casa de un


asesino, llorando la casa que nunca volvería a ver. Pero el pánico finalmente
86
se disolvió cuando mi cuerpo se aflojó y, en cuestión de minutos me hundí
en un sueño profundo y sin sueños que borró los últimos miedos de mi
mente.

Me desperté en un mundo de terciopelo azul intenso y luz solar de


color verde pálido, colores tan suaves, tan relajantes, que me llevó mucho
tiempo darme cuenta de dónde estaba.

En la isla de la Madre.

En un montón de almohadas y mantas en la cama de la Muerte


Silenciosa.

Me levanté de un salto y las mullidas almohadas blancas cayeron al


suelo a mi alrededor. La cama estaba vacía, al igual que el resto de la
habitación. Con la luz del sol de la mañana filtrándose a través del verde y
blanco de las flores de los vitrales, me sorprendió nuevamente lo pacífico
que parecía este pabellón. Es difícil imaginar que este fuera el lugar al que
regresaba, después de un largo día prendiendo fuego a granjeros y
desollando vivos a niños, para lavarse la sangre de las manos, servirse una
buena taza de té y leer un libro a la acogedora luz del orbe brillante hasta la
hora de acostarse.

¿Dónde estaba ahora? ¿Matando más humanos rebeldes? Estaba


segura de que no iba a prepararle té si regresaba todo ensangrentado y
manchado de hollín en unas horas.

Gemí, me froté los ojos y saqué las piernas de mi cama improvisada.


La alfombra blanca del suelo era tan esponjosa que podía perder de vista
mis pies en ella. Me moví un poco, disfrutando la sensación de la suave lana
entre los dedos de mis pies más de lo que quería admitir.

Entonces. Aquí estaba yo.

A kilómetros y kilómetros de distancia de todos y de todo lo que alguna


vez había conocido y, sin embargo, la violenta desesperación y la nostalgia
no regresaron. Quizás el mundo había cambiado demasiado. Quizás incluso
la nostalgia requería una vaga sensación de que mi antigua vida al menos
87
había sido real, en lugar de un sueño que ya se estaba desvaneciendo ahora
que había abierto los ojos.

¿Había sido real? Aparentemente nunca había sido quien pensaba


que era. No Emelin de la casa de Valter, asistente de pintor, ex aprendiz de
costurera y humana corriente maldita con un desafortunado linaje de magia
perdida. En cambio, siempre había sido la hija mitad fae de padres
desconocidos, la única maga sin ataduras conocida en el mundo.

Y ahora me había convertido en parte de una guerra que había


comenzado siglos antes de que yo naciera. Una guerra que sólo yo podría
terminar.

No era exactamente optimismo lo que sentía. Era más bien…


determinación. Cuanto antes dejara atrás toda esta locura, antes podría
llegar a la Ciudad Blanca. Antes podría volver a ver a mis padres. Así que
ya era hora de que descubriera qué se suponía que debía hacer exactamente
en este lugar y me pusiera a trabajar.

¿Qué puedo hacer?


Conocer esta isla y esta corte. Comprender el corazón del conflicto que
solo había visto desde los confines del mundo, desde la remota isla donde
las noticias llegaban semanas o meses después de que los acontecimientos
habían ocurrido. Conocer a Creon.

No, a la Muerte Silenciosa. Llamarlo Creon lo hacía sonar como una


criatura con corazón, y el trato que no le permitía hacerme daño no debería
hacerme olvidar exactamente el peligro que representaba. No había razón
para atribuirle un sentido de misericordia y moralidad sólo porque había
salvado mi aldea. Esa había sido una decisión de puro cálculo, una manera
más fácil de conquistarme. El hecho de que no se hubiera molestado en
dejar de matar y torturar en nombre de la Madre incluso cuando ya no le
era leal... bueno, eso debería decirme todo lo que necesitaba saber sobre el
valor que atribuía a las vidas humanas.

El valor que me atribuiría si ya no encajara en sus objetivos. Pero


¿cuáles eran exactamente esos objetivos?

No tenía idea de a qué juego estaba jugando. ¿Por qué quería siquiera 88
usurpar a la Madre? ¿Qué le había hecho cambiar de opinión sobre su
alianza hacía tantas décadas y por qué había seguido luchando en su
nombre, en lugar de huir de la corte para ahorrarse el derramamiento de
sangre? Por lo que sabía, él me había atrapado en algún complot de doble
filo que se volvería en mi contra tan pronto nuestro trato terminara.

Después de todo, los faes eran faes. La Muerte Silenciosa más que
cualquiera de ellos.

De alguna manera la idea no me asustó como debería. Quizás,


después de todo, se me notaba la sangre.

Mitad fae. Miré mi cuerpo y apenas reprimí una burla. Las hembras
fae de la Corte Carmesí eran altas, de pechos redondos y absolutamente
deslumbrantes. Yo era... ágil, había dicho Helmer en Ildhelm. Bony, solía
decirme mi madre. Una cabeza más baja que incluso el fae más bajo que
había visto, sin alas y suave. Cualquiera que sea la sangre que me había
dado mi padre fae, no valía mucho.
Pero incluso a un cuerpo humano le vendría bien un baño, y como
Creon todavía no aparecía por ninguna parte, decidí que también podía
arriesgarme.

El baño debajo del pabellón era un sueño suavemente iluminado en


azul y dorado, con una bañera de marfil del tamaño de un pequeño lago y
agua tibia si se abría el grifo correcto. En los estantes contra la pared del
fondo había botellas y hierbas equivalentes a las de un boticario. La noche
anterior, Creon se había tomado dos minutos para indicarme dónde podía
encontrar toallas y paños. Ahora me esperaba un pequeño montón de ropa
en el perchero junto al baño: tres vestidos, algo de ropa interior y unos
cuantos pares de calcetines ridículamente suaves. Suficiente para pasar los
primeros días. Nadie sabía dónde había encontrado esas cosas, pero me
sentí lo suficientemente aliviada como para deshacerme del camisón y no
hacer preguntas.

Aunque no lo suficientemente aliviada como para empezar a sentirme


agradecida. Preferiría estar en ese barco con mis padres que en mil baños
de estos. 89
Llené la bañera, revisé dos veces la cerradura de la puerta y me
desnudé. Incluso con unas cuantas miradas muy detenidas al espejo, no
pude reconocer nada parecido a un fae en mí. Orejas redondas, cabello
castaño aburrido y ojos que en realidad no tenían ningún color definible. Un
poco de marrón, un poco de verde. La sombra del agua enfermiza de una
zanja.

Sólo que esa piel dorada tenía que ser una reliquia de mi sangre
feérica. Aunque fuera un poco más clara que la de Creon, no parecía
improbable que uno de mis padres hubiera pertenecido a su pueblo.

Me alejé del espejo. La idea de estar relacionada con él, con cualquiera
de ellos, me ponía la piel de gallina de lo más desagradable. Toda mi vida,
los faes habían sido los bastardos que aparecían una vez al año para exigir
una parte de nuestra cosecha y el dinero que mi padre había ganado. En los
años malos, de alguna manera, las porciones tendían a ser más altas.
Cuando alguien se oponía, las tarifas se duplicaban.
Y todo ese tiempo, mis padres habían sabido que yo podría ser uno de
ellos, al menos en sangre. Tenían miedo de lo que podría hacer si alguna vez
me enteraba.

¿No se habían dado cuenta de que preferiría sangrar cada gota de


sangre feérica de mis propias venas antes que traicionarlos?

Me metí en la bañera y me estremecí ante el repentino calor. Un día


los volvería a encontrar y les explicaría todo. Les diría que entendía los
secretos que me habían ocultado, que ni siquiera me importaban los
susurros y las miradas cautelosas que nunca había podido entender. Que
yo …

¿Pero algo de eso era realmente cierto?

Gemí y cogí la colección de espumas, sales y jabones. Quizás esto no


era algo que necesitaba resolver hoy. La Madre aún no estaba muerta, y
mientras todavía estuviera sentada en ese monstruoso trono, mis
sentimientos exactos sobre las mentiras de mis padres no eran ni de lejos el
problema más urgente de mi vida.
90
En el transcurso de media hora, probé todas las botellas que pude
encontrar, de modo que el agua era una sopa brillante de remolinos de color
blanco perla y violeta cuando salí de la bañera. Mi piel se sentía más limpia
que en años y olía a lavanda, jazmín y algo que se acercaba más a…
crepúsculo.

Elegí el vestido más bonito de la pila, uno azul claro con un estampado
de lirios blancos y mangas ligeramente abullonadas que ocultaban lo peor
de mi huesosidad. Con el pelo envuelto en una toalla, subí las escaleras.
Creon todavía no estaba por ningún lado, pero había aparecido una bandeja
llena de comida sobre la mesa de madera de abedul, con una nota al lado.

Resoplé. Si estuviera tan ansioso por evitarme durante mi estancia en


su casa, podría haberme dejado en paz por completo.

Pero al ver el desayuno me di cuenta de que tenía suficiente hambre


como para masticar media vaca, así que dejé a un lado mi enfado y me dejé
caer en el taburete de la noche anterior. Mientras tomaba un bollo de la pila
de pan, acerqué la nota y dejé que mis ojos se deslizaran sobre las líneas,
garabateadas con la escritura más regular que le había visto hasta ahora.
¿Eso sugería que había pasado más tiempo pensando en este mensaje?

Para que lo sepas, toda la comida proviene de granjas fae cercanas a


la corte. No hay pagos de tributos ni trabajo humano involucrado.

Si me buscas, estoy por la playa. No te desvíes hacia el este. Hay


sabuesos en Faewood.

Sin pagos de tributos. Le di un primer mordisco a mi panecillo y me


di cuenta de que era un verdadero alivio. El bastardo, con su maldita
cortesía.

Me comí tres bollos y uno de esos pasteles hojaldrados, mantecosos y


en forma de medialuna que nunca había visto antes pero que me encantaron
desde el primer bocado. Luego tomé con una cucharada toda la mermelada
restante de su frasco porque era más dulce que cualquier cosa que hubiera
probado en mi vida y mi lengua seguía deseando más cada vez que me
prometía que sería la última cucharada. Gracias al corazón misericordioso
de Zera que este vestido no estaba demasiado ajustado, porque era posible
91
que se hubieran reventado las costuras en la primera hora que lo usé.

Cuando había comido lo suficiente, tal vez un poco más que suficiente,
me puse los calcetines y fui a buscar una salida a este pabellón.

Primero encontré un par de zapatos. Eran un poco demasiado


grandes, pero también más caros que cualquier cosa que hubiera tenido en
mi vida, así que decidí no quejarme. No se veía ninguna puerta por ninguna
parte, pero la nota de Creon sugería que debería poder encontrar el camino
a la playa y, por lo tanto, probablemente salir de esta casa. Empujé algunas
ventanas. Todas se negaron a desvanecerse como aquella por la que
habíamos entrado ayer.

Después de unos minutos de frustrada deliberación, cogí el abrigo


negro de Creon de su armario y volé una ventana en pedazos con un certero
estallido de magia roja. Probablemente él sería capaz de repararla, y no
esperaba que muchos faes estuvieran esperando una oportunidad para
entrar en la casa de la Muerte Silenciosa durante unos minutos en su
ausencia.
Caminé de puntillas con cuidado a través de la masa de fragmentos
de colores brillantes y luego comencé a trotar cuesta abajo.

El mar estaba cerca; podía oír de nuevo el infinitamente familiar


movimiento de la marea, a unos cientos de metros como máximo. El aire
tenía ese reconfortante peso salado. Encontré mi camino entre acebos y
espinos, pinos y arándanos, el paisaje era tan similar al de Cathra que por
un momento imaginé que vería el familiar embarcadero surgir detrás de las
dunas bajas. Pero cuando finalmente llegué al borde del bosque gris
verdoso, la costa no se parecía en nada a la que podía seguir con los ojos
cerrados en casa.

Sin embargo, era increíblemente hermosa. Qué cruel truco del destino
hacer que todo en este espantoso lugar también pareciera tan
engañosamente onírico.

Arena marfil se extendía a mi izquierda y a mi derecha,


desapareciendo detrás de las dunas en la distancia. Detrás de la playa, el
agua era de un azul profundo y de un blanco polvoriento y espumoso donde 92
las suaves olas rompían sobre la arena. Y allí, en las olas…

Estaba sentado de espaldas a mí, descalzo y sin camisa, lo


suficientemente cerca del mar como para que el agua le rozara los dedos de
los pies con cada ola que rodaba hacia él. Las alas oscuras que crecían en
sus omóplatos estaban rodeadas por músculos acordonados que giraban y
se movían con cada respiración que tomaba, mi visión de ese poder crudo y
despiadado estaba libre ahora que la mayor parte de su cabello negro estaba
atado en un moño suelto detrás de su cabeza. Esas alas se movían con la
brisa del mar, y su suave brillo captaba la luz del sol desde cien ángulos
diferentes con cada ligero movimiento. Incluso las líneas de tinta parecidas
a cicatrices que cubrían su espalda y hombros no podían quitarle la
espeluznante perfección a la visión que tenía ante mí.

Me tomó un momento darme cuenta de que mi boca se había abierto.

La cerré de nuevo porque no era una pequeña humana tonta que lo


adulaba, y tampoco iba a convertirme en algo así. No era mi culpa que fuera
lo suficientemente impresionante como para quitarle el aliento a cualquiera
que tuviera ojos. Los cuchillos en su cinturón deberían haber sido un indicio
suficientemente claro de que la belleza no iba más allá de esa piel bronceada
con cicatrices.

Armándome de valor, me quité las botas y los calcetines y caminé


hacia él, saboreando la sensación familiar de la arena entre los dedos de mis
pies. Entonces es hora de terminar con esto. Probablemente me había oído
acercarme de todos modos; Cuanto más permanecía allí dudando, más
parecía que lo estaba observando silenciosamente desde atrás.

Lo cual no hacía en absoluto. Ni siquiera pensaría en eso.

—¿Creon?

Lentamente se giró, músculos y alas moviéndose de maneras


injustamente atractivas. Unos cuantos mechones sueltos caían a lo largo de
sus sienes hasta su pecho, enmarcando las líneas nítidas de su perfil con
un arte aún más injusto.

Un asesino, me recordé mientras cruzaba esos últimos metros entre


nosotros, apretando los puños hasta que las uñas me picaron las palmas. 93
El hombre que había entregado a su familia un revolucionario khonniano
en veintisiete piezas meticulosas. Quien había torturado a ese escultor del
norte hasta que el pobre traicionó a sus propios hijos ante las fuerzas
feéricas que buscaban traidores.

Si me concentraba lo suficiente en esas historias, imaginaba la sangre


en sus manos y los cadáveres con las huellas de sus cuchillos, podía
saborear el disgusto en el fondo de mi garganta nuevamente. Bien. Su
belleza era sólo otro truco cruel de los fae, pero no dejaría que eso me
derrotara. Tal vez iba a ser cortés, pero nada más que eso. Compuesta y
cooperativa, pero nunca dócil.

Si él quería obediencia ciega, había encontrado al mago equivocado


con quien jugar.

Me siguió con la mirada mientras me hundía en la arena húmeda a


su lado. Le dediqué mi sonrisa más aburrida y civilizada y le dije:

—Buenos días.
Su asentimiento fue presumiblemente un saludo en el mismo sentido;
fue su única reacción antes de volverse hacia el mar y continuar mirando el
horizonte lejano. A lo lejos se veía la vaga silueta verde de otra isla. Busqué
en mi memoria por un tiempo, pero mis lecciones de geografía nunca habían
cubierto las islas tan al sur.

—¿Te importa si hago algunas preguntas más? —dije.

Creon me lanzó una mirada penetrante. Estaba empezando a darme


cuenta de que tenía una gran variedad de miradas penetrantes y que
probablemente debería hacer un esfuerzo para aprender a reconocerlas.
Esta parecía una expresión más o menos atractiva, pero por otro cruel truco
del destino, esa categoría en particular se parecía peligrosamente a la
mirada que me había dicho que me callara la noche anterior.

Es mejor empezar con las preguntas fáciles, sólo para estar segura.

—¿Es de mala educación preguntarles a los fae cuántos años tienen?

Suspiró, pero extendió un dedo en la arena mojada y comenzó a trazar 94


líneas. 368.

Entonces nació unos buenos dos siglos antes de la Última Batalla.


Tiempo de sobra para cometer una generosa cantidad de atrocidades antes
de que cambiara de opinión durante la guerra. Intenté concentrarme en ese
punto y no en el hecho consiguiente de que el depredador letal sentado a mi
lado había visto aproximadamente veinte veces más veranos que yo.

—¿Y cuándo empezaste a entrenar tu magia?

Me lanzó una mirada sospechosa. Dioses santos, ¿ya era demasiado


pedir? Me encogí de hombros con total impotencia y le dije:

—Supongo que yo también necesitaré algo de entrenamiento. Me


gustaría saber qué puedo esperar.

Él escribió, 2.

—¿Qué? ¿Tenías dos años?

Un movimiento de cabeza. Había vuelto a mirar a lo lejos. Traté de


imaginar al macho a mi lado como un pequeño niño alado, babeando en su
babero y tambaleándose inestablemente sobre sus pequeñas piernas, pero
el pensamiento no tenía sentido para mí por mucho que pensara en ello.

—¿Por qué? —dije.

Nacido para ello.

—¿Para unirte a sus fuerzas?

Él asintió de nuevo. Fruncí los labios y consideré esas tres palabras:


¿dos años y prometido a la Madre mediante algún trato impío? Es cierto que
eso podría arruinar la brújula moral de cualquiera.

Casi gemí. No, basta. Incluso criado por guerreros faes, cualquiera
podía darse cuenta de que torturar a humanos hasta la muerte no era una
forma particularmente honorable de pasar los días. E incluso después de
que parecía haberse dado cuenta, no había cambiado del todo sus
costumbres en las últimas trece décadas desde el final de la guerra.

Quería preguntarle por qué sus padres lo habían abandonado así. Qué 95
engaño había aplicado la Madre para adquirir un niño tan pequeño a su
servicio. Pero eso realmente no tenía nada que ver con mis propias
perspectivas de entrenamiento, y profundizar demasiado probablemente no
mejoraría mis posibilidades de éxito. Así que moví los hombros con mi
cómodo vestido nuevo y dije:

—¿Por qué cambiaste de opinión durante la guerra?

Él no se movió. Ni siquiera hizo el esfuerzo de mirar hacia un lado o


negar con la cabeza. Como si estuviera hablando con una estatua, con una
sólida pared de ladrillos.

—¿Supongo que es una negativa a responder?

Fue apenas un asentimiento, más bien un tic ligeramente violento.


Decidí tomarlo como un gesto de asentimiento y me dije a mí misma que no
debería sorprenderme. Después de todo, yo era una herramienta para él:
una herramienta por la que estaba dispuesto a arriesgarse a uno o dos
secuestros a medianoche, una herramienta que necesitaba desayuno y ropa
limpia, pero no menos una herramienta por cualquiera de esas razones. No
tenía sentido para él entregarme información innecesaria, y mucho menos
información que yo podría usar para llegar a él.

—Está bien. —Reprimí la pequeña llamarada de ira detrás de mi


nuevo muro de civilidad suave y madura—. Entonces, más temas de
actualidad. ¿Ya tienes un plan para lidiar con ella?

Él se encogió de hombros. Presumiblemente eso no significaba que él


mismo no tuviera idea, así que lo tomé como una “especie” de encogimiento
de hombros.

—¿Esquema de un plan?

Otro asentimiento.

—¿Me puedes decir más acerca de eso?

Dudó un momento, luego borró de la arena sus escritos anteriores y


escribió: Aquí no.

No al aire libre, donde oídos hostiles podrían estar escuchándonos de


96
cualquier manera. No sólo con la playa disponible como material de
escritura. Bien, podía ver eso. Así que levanté las rodillas, imitando su
posición a mi lado, y volví al punto anterior.

—Acerca de ese entrenamiento, puede que sea algo urgente para mí


aprender más sobre mi magia.

Esta vez, su ceja levantada parecía ser una invitación a dar más
detalles. Así que me armé de valor y dije:

—Podría haber roto una de tus ventanas.

Su ceja se alzó una fracción más.

—No pude encontrar una manera de hacer que se derritiera y volviera


a crecer —dije tímidamente—. Y quería salir. Tendrás que enseñarme ese
truco en particular.

Respiró profundamente y los hombros y el pecho se elevaron con el


movimiento. Ese bastardo realmente debería haber estado usando una
camisa, maldita sea. ¿Se la había quitado a propósito? ¿No para hacer sus
ejercicios matutinos y disfrutar del calor del sol, que todavía era agradable
a esta hora del día, sino simplemente para jugar sus peligrosos juegos de
fae con mi pobre mente mortal?

Mortal. ¿Aún era mortal?

Me estremecí y decidí guardar ese pensamiento en un rincón oscuro


de mi mente a largo plazo. Si no tenía suerte, el plazo sería realmente muy
largo.

Puedo entrenarte, escribió finalmente Creon, como si hubiera


necesitado la pérdida de una ventana para convencerlo de ese punto.

—Bien. ¿Cuándo?

Inclinó la cabeza hacia mí y me recorrió con los ojos en una obvia


investigación de mi estado físico. Me burlé.

—No te preocupes. Anoche quemaste mi pueblo y me secuestraste. No


es que vaya a colapsar si me haces absorber un poco de color ahora.

Su expresión se volvió un poco más escéptica, pero escribió: ¿Ahora?


97
Salté.

—Estoy lista.

Después de todo, cuanto antes dejara atrás esta operación, antes


encontraría a mi familia de nuevo.
6

Creon reparó la ventana mientras yo me encerraba en el baño para


98
ponerme el vestido negro que me había dejado. Si tuviera que practicar con
magia durante una tarde completa, necesitaría tener a mano la mayor
cantidad de color posible; El negro me daba acceso a los tres juntos.

Parecía que la Muerte Silenciosa tenía la misma idea, porque cuando


subí las escaleras, él estaba completamente vestido otra vez y ocupado
empacando el abrigo de anoche y tres camisas negras en una bolsa que
también era, amablemente, negra. Cogí una libreta y tres lápices y examiné
la composición bastante homogénea de su guardarropa. Con toda
probabilidad su preferencia por los colores oscuros era una cuestión de
prudencia mágica más que una elección estética. Lo mejor es tener todos los
colores listos para usar en todo momento. Así como tenía sentido que la
Madre reuniera un montón de terciopelo negro en su trono, con el resto de
la habitación en su mayor parte blanca: una abundancia de magia para que
ella la usara, y solo la que ellos usaban en sus cuerpos para todos los demás.

Magia que nadie podría usar contra ella. Nadie, excepto yo.

Reprimí un escalofrío.
Al otro lado del pabellón, Creon volvió a hacer desaparecer el cristal
con un simple toque. Su mirada impaciente por encima del hombro sugería
que no estaba de humor para explicaciones elaboradas en ese momento,
pero maldita sea la cortesía, no quería volver a estar encerrada en este lugar
nunca más.

—Entonces, ¿cómo funciona? —pregunté—. ¿El cristal?

Extendió la mano hacia el cuaderno que yo estaba sosteniendo. Entré


también por la ventana y le entregué el paquete de pergamino y uno de los
lápices.

Empecemos por las partes más fáciles, escribió y me devolvió el


cuaderno a las manos. La bolsa con ropa negra apareció un momento
después.

—¿Qué?

Él asintió hacia arriba.


99
—Oh. ¿Quieres volar a algún lugar para entrenar?

Otro asentimiento, así que metí el cuaderno en el bolso con las


camisas y me lo puse sobre los hombros. Tendría problemas para llevarnos
a mí y a nuestro equipaje con esas alas.

—Está bien. Entonces, ¿dónde...?

Me levantó en sus brazos antes de que terminara mi pregunta, con las


manos debajo de mis rodillas y axilas, y se disparó hacia el cielo tan rápido
que tuve problemas para respirar.

Bastardo.

Apenas reprimí un chillido cuando Creon viró bruscamente hacia el


mar y cometí el error de mirar hacia abajo. La noche anterior, con el mundo
envuelto en oscuridad, la experiencia había sido tan irreal que ni siquiera
parecía peligrosa. Volar en la nada, tan alejada de todo lo que conocía en la
vida, incluso caer no me había parecido una posibilidad muy problemática.
Sin embargo, a la luz del día, con una vista brillante y clara del mundo
debajo de mí, mi estómago se revolvió de maneras muy desagradables
mientras volábamos sobre los árboles, la playa y el mar.
—Sabes —logré decir, aferrándome a sus musculosos hombros a
pesar de todo el sentido común y el mejor juicio—, esto sería mucho más
fácil de manejar si me avisaras primero la próxima vez.

Él no reaccionó, ni siquiera me lanzó esa irritante mirada insulsa.


Intenté convencer a mis brazos para que lo soltaran. Me dije a mí misma
que había hecho un juramento de no hacerme daño y que sabría mejor que
dejarme caer al mar azul zafiro que había debajo. Pero nos alejamos de la
isla de la corte con una rapidez asombrosa y yo sabía demasiado bien lo fría
que estaría el agua. Qué pocas posibilidades tendría de regresar a la orilla
si me cayera.

Mis brazos permanecieron apretados alrededor de sus hombros, lo


suficientemente apretados contra él como para sentir sus duros músculos
ondeando y moviéndose debajo de su camisa con cada poderoso batir de
esas grandes alas negras.

La isla que había visto en el horizonte se hizo más grande ante


nosotros. Pronto pude distinguir la línea de playas blancas y las rocas 100
detrás, alternándose con algún que otro parche de árboles. El lugar parecía
bastante tranquilo, pero no había ningún rastro de habitantes a la vista, ni
siquiera algunas de esas granjas propiedad de faes que Creon había
mencionado en su nota del desayuno. Cuando finalmente descendimos a un
pequeño claro justo detrás de la primera hilera de árboles, nada más que el
susurro de las olas y los gritos de algunos pájaros que pasaban perturbaban
el inquietante silencio.

Con unos últimos y rápidos aleteos, los pies de Creon tocaron el suelo.

Luego no me soltó.

Miré sus manos bronceadas alrededor de mis rodillas y debajo de mis


axilas. De repente sentí demasiado bien lo firme que era su agarre de mis
extremidades huesudas y, sin embargo, con qué cuidado me sostenía, sus
dedos nunca apretaban lo suficiente como para dejar siquiera un
hematoma. Hasta aquí el asesino despiadado. Pero claro, ya era hora de que
me dejara en el suelo.

Levanté la vista para decirle eso y me di cuenta de que todavía tenía


mis brazos alrededor de sus hombros.
—Oh.

Levantó esa maldita ceja.

—No creo que me guste mucho volar de día —dije, tirando los brazos
hacia atrás y saltando de su agarre. De alguna manera, la sensación de su
cuerpo cálido y suave y un poco sudoroso permaneció en mi piel incluso con
varios metros entre nosotros. Al menos no miró en mi dirección mientras
caminaba hacia el otro lado del claro y lanzaba una última mirada a la Corte
a través de los árboles. Por una vez, agradecí la falta de modales. Podría
haber visto algo sospechosamente parecido a un sonrojo en mi cara si se
hubiera molestado en pequeñeces humanas como el contacto visual.

Sacudí la bolsa de mi espalda y me arrodillé para recuperar el


cuaderno.

—¿Entonces que hacemos aquí?'

Su vago gesto hacia la Corte fue extrañamente informativo. Fruncí el


ceño y dije: 101
—¿Asegurándonos de que nadie me vea usando magia?

Un movimiento de cabeza.

—Está bien. Sabio, supongo. Aunque hubiera sido de buena


educación advertirme. —Me dejé caer en el suelo arenoso del bosque y me
puse la falda sobre las piernas—. ¿Así que por dónde empezamos?

Él parecía un poco molesto por el hecho de tener que sentarse a mi


lado, pero lo hizo sin quejarse, manteniendo unos centímetros entre
nuestras rodillas. Bien. Lo último que necesitaba era que él pensara que me
había parecido agradable sentarme apoyada contra el arma homicida que
era su cuerpo.

Me quitó el cuaderno y buscó la primera página vacía. No había nada


escrito en él antes de nuestra conversación del último día, observé. ¿Siempre
arrancaba sus hojas usadas o no se había molestado en entablar
conversación con nadie durante años?

¿Cuánto sabes sobre tu magia? escribió lentamente.


—Rojo para destrucción —dije—. Amarillo para el cambio. Azul para
curación. —Todos los niños humanos sabían eso, al menos—. El color vuelve
a aparecer en las horas posteriores a que se ha extraído la magia, a menos
que se agote por completo, en cuyo caso se mantiene alejado. Esa es la
esencia de todo esto, ¿no?

Creon permaneció en silencio mientras terminaba, dándome esa


mirada ligeramente escéptica que me hizo querer darle un puñetazo.

—Oh. ¿Ese... no es el núcleo del asunto?

Él suspiró. Es un comienzo.

Un comienzo bastante patético. Su expresión no hizo ningún esfuerzo


por suavizar ese golpe. Habría sido muy fácil ser un poco más amable,
decirme que no era culpa mía que sólo hubiera crecido con acertijos
infantiles para ayudarme en mi educación mágica, para una mitad fae que
había pasado toda su vida en compañía humana no me iba tan mal en
absoluto. Pero aparentemente las mentiras piadosas estaban por debajo de
la dignidad de Su Noble Silencio, y dependía de mí ignorar sus ceños
102
fruncidos y seguir sonriendo cortésmente como si me hubiera hecho un
cumplido decente.

—Bien. Entonces cuéntame el resto.

¿Nunca te diste cuenta de que podías mezclar?

—¿Como… usar varios colores al mismo tiempo?

Él asintió.

—Nunca intenté eso.

La mayoría de los actos de magia no requieren sólo curación o sólo


cambios. Generalmente es la combinación la que hace que funcionen mejor.

Tenía tanto sentido que me sentí ridícula por no haberlo pensado


antes. Probablemente justo lo que quería.

—¿Eso es lo que estás haciendo con la ventana?

Destrucción, cambio y curación al mismo tiempo, en proporciones


cuidadosamente medidas.
Me mordí el labio inferior, considerando eso.

—Entonces, ¿cómo funciona? ¿Mezclar?

Sus garabatos se volvieron cada vez más ilegibles a medida que


anotaba la instrucción más larga hasta el momento: Imagina el color que
necesitas, con las cantidades adecuadas de amarillo, rojo y azul. Visualízalo,
con claridad. Subrayó esa última palabra. Esa es la parte difícil. Una vez que
hayas logrado ver el color correcto, lo absorbes como siempre absorbes.

—Ah. —Me froté la cara y asentí, no del todo convencida de haber


entendido el punto—. ¿Podrías hacerme una demostración? ¿Una un poco
más accesible que tu truco de la ventana?

Extendió la mano y tomó una rama blanqueada de debajo de un


arbusto. Con un rápido movimiento de sus manos, la partió en dos: un
fuerte chasquido, como un hueso al romperse. No reprimí por completo mi
escalofrío.

Digamos que quieres volver a completar esa rama y también convertirla 103
en vidrio, garabateó, su letra ahora casi ilegible. Dejando el cuaderno en mi
regazo, apoyó las yemas de los dedos en sus pantalones negros y tomó las
dos mitades de la rama en su mano derecha.

Una pequeña chispa de magia se encendió, visible incluso a la


brillante luz del sol, y de inmediato la madera ya no era madera sino cristal
brillante, cada cresta y astilla grabada perfectamente en la superficie
azulada. Abrió la mano y las partes de la rama habían vuelto a crecer juntas.

—No deja de ser impresionante —dije, porque tenía que decir algo y
esto al menos sonaba mejor que la maldición de sorpresa que había querido
pronunciar.

Agarró otra rama y la partió en dos, entregándomela con la tarea


claramente escrita en su rostro. Mi turno ahora.

Miré sus pantalones. Eran de un negro impenetrable como la tinta.


Ahora su color era más bien un rojo mora intenso, que recordaba el fondo
que mi padre usaría para sus retratos de la nobleza de la Ciudad Blanca.
La diferencia entre ese rojo y el negro: un poco de azul y un poco más
de amarillo.

Cerré los ojos y estaba de regreso en el taller de mi padre, observando


sus ágiles manos trabajar mientras mezclaba sus colores en la paleta. Tres
partes de azul, cinco partes de amarillo. Un verde pera brillante.

Mis dedos encontraron ciegamente mi falda. Apreté el puño alrededor


de la madera áspera de la rama y solté el color.

La rama crujió en mi palma.

Parpadeé y abrí los ojos. Mi vestido también se había vuelto rojo


oscuro, y entre mis dedos yacía una perfecta escultura de vidrio, incluso la
capa de musgo de la corteza congelada en pequeñas y suaves crestas. Bajé
la mano con cuidado y el cristal no se rompió.

—¿Algo así?

Cuando miré a un lado, Creon estaba sentado mirando la rama, 104


entrecerrando los ojos un poco como si esperara que estallara en pedazos
en cualquier momento. Sólo después de un momento de silencio tomó el
cuaderno de mi regazo.

No deja de ser impresionante.

Dejé escapar una risa sin aliento.

—Gracias.

¿Cómo?

¿Realmente lo había desequilibrado? Bien. Muy bien.

—Mi padre es pintor. He visto algunos colores en mi vida. —Señalé


sus rodillas, el rojo oscuro de sus pantalones—. Así que usé las proporciones
que usaste.

Dejó escapar lentamente el aliento y asintió. Ahora rómpelo en dos.

Nuevamente, ningún cumplido decente. Sólo órdenes frías y breves.


Porque así era como funcionaba su mundo, ¿no? Daba sus órdenes y, si sus
víctimas desobedecían, se derramaba sangre. Cada fibra de mi terco y
obstinado ser ansiaba demostrar algo: di por favor. Pero iba a ser civilizada
y cooperativa. Establecer un punto no mejoraría mis habilidades mágicas.

—¿Solo... romperlo? —Sonaba engañosamente simple—. No


cambiarlo por pudín de fresa o...

Creon golpeó el cristal con la mano para interrumpirme, reprimí una


burla y volví a practicar. Partirlo en dos. ¿Qué tan difícil puede ser? Había
dominado el uso del rojo hacía años; Había sido el primer color que había
absorbido. Mano izquierda a mi vestido, y...

El cristal estalló en mil pequeños fragmentos.

Grité, agachándome para evitar la explosión. El polvo del vidrio voló


por todas partes y se pegó a mi vestido, a mis brazos, al musgo y a la tierra
alrededor de mis pies; Cuando me atreví a abrir los ojos un momento
después, dos cortes profundos en mi palma derecha mostraban dónde
habían estado las ramitas.

Sangre roja brillante brotó ante mis ojos. El dolor llegó un momento 105
después, repentino, agudo y tan fuerte que olvidé respirar durante un
instante eterno. Sólo entonces encontré mi voz, aguda y estridente.

—¡Ay!

Tal vez haya que trabajar en la moderación, señaló Creon.

—Oh, vete a la mierda —logré decir con los dientes apretados,


metiendo mi mano izquierda en mi vestido y apretando mi mano derecha en
un puño. Azul. Azul para curación. Pero antes de que pudiera concentrarme
para imaginar incluso el más básico de los colores, Creon agarró mi mano
herida y desdobló con cuidado mis dedos, dejando al descubierto los feos
cortes a la luz del sol.

Quería apartar mi mano. Quería gritarle que no se molestara, que


podía cuidarme bastante bien. Pero sus dedos recorrieron mi piel herida con
tanta ligereza, una caricia de gasa en lugar del toque brutal y violento de un
guerrero, y bajo su cuidadoso rastro, el corte se cerró en unos momentos.
No dejó ninguna cicatriz, ni siquiera ese color rosado de las heridas en
proceso de cicatrización.
Mi experiencia con la magia azul en criaturas vivientes era muy
limitada, y la única vez que intenté curar un pequeño corte en la parte
inferior de mi brazo, ese trozo de piel pareció la piel pálida de un bebé
durante semanas. Este era el trabajo de un maestro.

—Gracias —murmuré.

Me soltó sin ninguna reacción, ni siquiera el más mínimo


asentimiento. Incluso más que la sensación de esos poderosos músculos de
los hombros mientras volábamos hasta aquí, ese toque mucho más suave
pareció adherirse a mis sentidos, continuando su rastro serpenteante justo
debajo de mi piel.

Sucia magia fae en acción. Tenía que ser. Las manos de Helmer nunca
me habían dejado sintiéndome así, como si mi piel se curvara hacia afuera
para alcanzar sus dedos nuevamente.

Creon volvió a coger sus materiales de escritura. No hubo De nada. Ni


siquiera un Perdón por tenderte una trampa para que salieras lastimada.
Todo lo que escribió fue: Probemos un ejercicio diferente.
106
Ante tanta indiferencia deliberada, no pude contenerme.

—¿Quieres decir que ni siquiera quieres que me corte en pedazos


cinco veces más?

Sólo si insistes, escribió, y por primera vez, su mirada hacia mí no fue


tanto una mirada fría e imponente sino más bien un... ¿desafío? Como si él
también hubiera notado mi repentino regreso a las respuestas sarcásticas y
me estuviera advirtiendo que tuviera cuidado con mis palabras. O
desafiándome. No estaba segura de cuál era más probable.

Reprimí el impulso de alejarme unos centímetros de él en la arena.


Desde tan cerca, la intensidad de su mirada oscura era como una marca en
mi rostro.

—¿Cuáles son mis alternativas? —logré decir.

¿Hay piedras alrededor?

Quizás salté demasiado rápido, feliz de poner algo de distancia entre


su cuerpo y el mío. Por supuesto, sabía que no debía dejar que me afectara
la mente, esa peligrosa seducción feérica que atraía a las mujeres a las
cortes para no volver a ser vistas nunca más, pero incluso si lo supiera
mejor, tal vez fuera mejor no poner a prueba demasiado mi sentido común.

—Encontraré algunas.

No hubo diversión en su asentimiento. Quizás no se dio cuenta del


alivio que sentí al alejarme de él. Lo cual probablemente fue lo mejor. Lo
único más exasperante que la facilidad con la que me afectó fue la idea de
que supiera cuánto me afectaba.

Di varias vueltas alrededor del claro y encontré un puñado de rocas,


la mayoría del tamaño de huevos de gallina. Cuando regresé donde Creon
con mi botín, él había escrito medio ensayo en las páginas que tenía en el
regazo.

Dejé caer las piedras ante sus pies y esperé. Sólo después de un
momento pareció darse cuenta de que no planeaba sentarme a su lado e
inclinarme sobre su hombro otra vez. Con un suspiro, me entregó el
cuaderno y arqueó las cejas.
107
Estás trabajando con colores muy brillantes, decían sus palabras,
garabateando líneas curvas sobre las páginas. El blanco atenúa la magia.
Transforma la mitad de una piedra en agua.

—¿Sólo... la mitad? —dije, aunque las palabras eran bastante claras.


Como era de esperar, un asentimiento fue la única respuesta que consideró
que valía la pena darme.

Le devolví el cuaderno a las manos y recogí una de las piedras que


había recogido. Era de un naranja grisáceo profundo, con venas doradas
brillando en sus profundidades. Era una pena arruinarla, pero claro, puede
que me cueste encontrar guijarros normales y aburridos en esta parte
mágica del archipiélago.

La mitad de la piedra. Magia templada blanca. Lo que parecía sugerir


que necesitaba amarillo para cambiar, pero un amarillo claro, algo así como
el color de la mantequilla fresca. Cerré los ojos y entrelacé los dedos en el
lino de mi vestido. Amarillo suave y delicado, cáscaras de huevo y narcisos
pálidos...
Un chorro de agua me golpeó de lleno en la cara.

Chillé y dejé caer lo que quedaba de la roca naranja: un guijarro de


apenas una décima parte del tamaño de la piedra que había sostenido hace
un momento. Mi mano estaba empapada, al igual que las mangas y el frente
de mi vestido, mi cara y los mechones de cabello que colgaban sobre mis
sienes. Cuando maldije y me limpié el líquido de los ojos, sentí el sabor del
agua clara y brillante en mis labios.

Todavía sentado en el suelo con las piernas cruzadas, Creon había


enrollado su ala izquierda alrededor de su cuerpo como un escudo viviente.
También gotas de agua se deslizaron sobre la superficie oscura y
aterciopelada.

—Es sólo agua —dije, un poco ofendida—. No lo cambié por savia de


adelfa.

Se limpió estoicamente una gota de su mejilla mientras desenrollaba


su ala y la metía detrás de él una vez más, luego levantó el cuaderno. Casi
maldije de nuevo. Bien, tal vez fue prudente proteger el pergamino contra
108
cualquier lluvia mágica, pero ¿había esperado que la piedra explotara así?

—¿Qué hice mal?

Cogió su lápiz; Tuve que volver corriendo hacia él para leer por encima
de su hombro. Demasiado rojo.

—Correcto. —Tal vez el color en mi mente se había acercado


demasiado al naranja, de hecho—. Voy a tratar de…

Además, muy poco rojo.

—¿Qué?

No separaste las mitades que deberían y no deberían cambiar.

Parpadeé ante el fragmento mojado que yacía en la arena. No había


convertido la mitad en agua, solo una parte, y sin más especificaciones, esa
había sido una capa significativa de afuera hacia adentro. Primero separar
las mitades: necesitaría rojo para hacerlo, de hecho, y solo un poquito si no
quería enviarme un puñado de astillas de piedra a la cara. Luego el cambio
a agua, con un amarillo más amarillento. ¿Y quizás también una gota de
azul? Si añadía un poco de azul, tal vez eso mantendría la piedra unida por
un momento más y evitaría otra explosión.

—Está bien —dije—. Intentaré de nuevo.

Creon asintió. Cogí la siguiente piedra: naranja otra vez, pero esta vez
de un color más intenso, como los últimos minutos de una brillante puesta
de sol. Mi mano izquierda, sin pensarlo, encontró mi vestido, que se había
vuelto del color ciruela después de mi último estallido de magia. Rojo, me
repetí. Luego amarillo, con un toque de azul. Colores claros, todos ellos,
como flores rosadas de primavera y arena pálida...

Una grieta en mi palma.

Un hilo de agua entre mis dedos.

Abrí los ojos y encontré una docena de fragmentos de piedra del


tamaño de un pulgar tirados en un charco claro. Mi vestido se había vuelto
de un color ligeramente más claro, parecido a la uva.
109
—Bueno. —La decepción se oía claramente en mi voz. Estaba tan
convencida de que esta vez lo había hecho bien—. Al menos no cometí
ningún casi asesinato.

Creon no sonrió cuando me miró a los ojos, ni siquiera levantó esa


ceja que al menos podría sugerir una pizca de diversión. Sólo una mirada
aguda y estimativa, que reflejaba lo inadecuado de mi intento en las oscuras
profundidades de sus ojos.

Luego se encogió de hombros y se inclinó para anotar alguna


instrucción nueva.

Se encogió de hombros.

Fue ese gesto —la indiferencia del mismo, la total falta de simpatía,
de tranquilidad, de reconocimiento de que estaba haciendo lo mejor que
podía, incluso si no era lo suficientemente bueno— lo que hizo que el brillo
ardiente de mi enfado se convirtiera en una hoguera repentina. Di dos pasos
hacia él y luego me quedé quieta, con el puño apretado alrededor de los
restos de la piedra.
—¿Vas a hacerme trotar de un lado a otro todo el día para cada
pequeño ajuste?

Creon levantó la vista y entrecerró los ojos.

Me burlé.

—Si no tienes nada más agradable que decir que qué colores debo y
no debo usar, al menos sé más eficiente al respecto.

No había ninguna chispa de comprensión en sus ojos; Por la expresión


vacía y congelada de su duro rostro, bien podría haber empezado a hablar
en una lengua extranjera.

Mi enfado vaciló bajo el peso de nuevas preguntas, repentinamente


urgentes.

—¿Nunca has buscado otra forma de comunicarte?

Algo afilado se deslizó por su rostro mientras escribía algunas


palabras. Me acerqué un poco más, lo suficiente para leerlas al revés. Es
110
temporal.

—¿La pérdida de la voz?

Un movimiento de cabeza.

—¿Cuánto tiempo ha sido temporal?

Se puso rígido, el tiempo suficiente para que yo supiera que la


pregunta había llegado a mi destino. Dejé escapar una risa triste y dije:

—¿Diez años?

Sus dedos temblaron y luego, de mala gana, hicieron un gesto hacia


arriba. Más de diez años. Zera me ayudara.

—¿Veinte? ¿Cincuenta? —Mi voz iba subiendo y la línea de sus labios


se hacía cada vez más fina. Hizo un gesto hacia arriba de nuevo y una
luminosa epifanía me golpeó.

—¿Desde la última batalla?

Dejó caer su mano a su costado y asintió.


—¿Hace ciento treinta años que no puedes hablar? —Si no fuera por
la oscuridad de sus ojos, quizá me habría reído de nuevo. Desde antes de
que nacieran mis padres. Desde antes incluso de que naciera la tía abuela
Gisele. ¿Tuvo algo que ver con sus razones para volverse contra su Gran
Dama?—. ¿Y nunca desarrollaste ningún tipo de lenguaje manual? ¿Como
hizo el aprendiz de herrero sordo de Cathra? Podría mostrarte los gestos que
solíamos hacer...

Con un brusco encogimiento de hombros, Creon se giró y arrancó toda


la página superior de su cuaderno, garabateando algo en la siguiente. Mi
irritación, suavizada por un momento ante el pensamiento de ciento treinta
años de silencio, volvió con toda su fuerza.

—¿Por qué no lo haces? ¿Porque eres demasiado orgulloso para


admitir que has perdido algo que no querías perder?

Se puso rígido y luego levantó la cabeza. Su mirada entrecerrada era


una puñalada. Decidí ignorarlo enfáticamente. De alguna manera habíamos
superado la cortesía de todos modos, y estaba demasiado agitada para 111
pensar en cómo había sucedido eso.

—¿O de todos modos nunca hablas con nadie? —En ese pabellón
solitario, tan lejos del resto de la corte, puede que ni siquiera estuviera lejos
de la verdad. Los niños que torturaba hasta la muerte difícilmente serían
interlocutores interesantes para conversar—. Bueno, ahora estoy aquí y
necesito que hables conmigo. Si esto va a llevar semanas, meses, no voy a
correr detrás de ti con lápices y pergaminos por cada pequeña pregunta
estúpida. —Entonces. Aspiré una bocanada de aire, mi respiración era
agitada—. Esto... —Presioné mi primer y segundo dedo contra mi pulgar,
doblando los otros dos en la palma de mi mano—. Significa rojo. También
puede usarse para significar incorrecto si lo haces aquí delante de tu pecho,
o fresa si lo haces a la altura de tu cara.

Cerró los ojos y apretó los dedos en un puño sobre su regazo. Detrás
de sus hombros, sus alas temblaban bajo el sol de la mañana.

—Azul —dije, cerrando todos los dedos menos el meñique y moviendo


la muñeca—. Y te recomiendo que abras los ojos, porque no te lo voy a
mostrar dos veces. Este gesto también se puede utilizar para indicar el cielo.
Él no miró hacia arriba.

Mantuve mi postura, con los dedos entrelazados en la palma de la


mano, durante otros cinco segundos antes de rendirme y cruzar los brazos
sobre el pecho.

—Creon.

Algo se retorció en las comisuras de sus labios.

Un rastro, un primerísimo rastro, de algo que no era tan suave y


pulido en la Muerte Silenciosa. Una imperfección. Una pérdida de control.
Si tenía suerte, un punto vulnerable.

—El resto del mundo no necesita saber que estás haciendo esto —dije,
guardando esa observación cuidadosamente en mi mente—. Estás
ocultando mi magia. A cambio, yo también podría ocultar tu lenguaje
manual.

Abrió la boca, como para hablar. Ese fue otro gesto que no había visto 112
antes. Porque fingía que no tenía ganas de hablar; ahora todo tenía sentido
para mí. Porque era lo suficientemente orgulloso como para decidir que de
todos modos no le servía la interacción verbal ahora que le habían quitado
la opción, y admitir que la echaba de menos, admitir que la pérdida de la
voz le dolía, sería el tipo de humillación que su corazón feérico no
sobreviviría.

—Hazlo por mí —le dije.

Sus ojos se abrieron de golpe.

—Probablemente te manejaste bien sin tu voz. Al menos sobreviviste


más de un siglo sin ella. —Me encogí de hombros—. Pero soy una pequeña
ser humano impaciente y me gustan más los gestos que las palabras
escritas. Entonces, azul. —Nuevamente doblé mis dedos contra mi palma e
hice ese rápido giro de muñeca. Pasando al siguiente gesto, continué—: Y
amarillo. También se utiliza para el oro y el dinero en general y, si no
recuerdo mal, para la luz del sol. —Forcé una sonrisa—. La ubicación marca
la diferencia, una vez más.
En su regazo, medio escondidos detrás de su maltrecha libreta, sus
dedos se movían levemente, como si estuvieran ansiosos por seguir mis
ejemplos, aunque él no se lo permitiera. Así que me di la vuelta y dije:

—Voy a conseguir algunas piedras más.

Dejarlo practicar los gestos unas cuantas veces sin que yo lo viera. Si
eso me daba la victoria, podría hacerle ese pequeño favor.

Regresé al claro con los brazos llenos de piedras unos minutos más
tarde y lo encontré aparentemente inmóvil, con las manos impasibles en el
regazo. Pero no volvió a coger su cuaderno cuando dejé caer las piedras a
sus pies. Él no apartó la mirada.

—Entonces, ¿qué hice mal la última vez? —dije.

Lentamente levantó la mano. Llevó la punta de su pulgar contra los


dos dedos siguientes y dobló los dos últimos en su palma. Luego, en un
gesto rápido que no necesitó más explicación para ninguno de los dos,
señaló con el dedo índice el suelo. 113
—Menos rojo. —Cogí una piedra del suelo y cerré los dedos alrededor
de ella—. Está bien. Déjame intentar de nuevo.
7

114
Mi vestido era de un bígaro pálido cuando el sol colgaba directamente
sobre nosotros y empapaba mi espalda de sudor; había reducido una de las
camisas de Creon a un rosa dulce y divertido y otra a un blanco puro que
probablemente no se recuperaría. A nuestro alrededor, el suelo yacía
cubierto de fragmentos de piedras, algunas todavía húmedas, otras secas
hacía mucho tiempo por el calor abrasador. Las dos últimas se habían
partido perfectamente por la mitad. Sin embargo, conseguir que la parte
correcta se convirtiera en agua era una tarea que hasta ahora me derrotaba.

En pleno calor de la tarde, con la boca secándose y el sudor goteando


por mi columna, mi concentración tampoco mejoró. Cuando finalmente me
hundí junto a él, empapada después de otra explosión de gotas, Creon
también pareció darse cuenta de ello.

Vámonos a casa.

Quería mostrarle el gesto de hogar o decirle que su maldito pabellón


no era nada parecido a mi hogar. Pero ambas opciones no parecían la
cumbre de la diplomacia, y probablemente había agotado todos mis malos
modales por hoy.

—Empacaré.
Un breve asentimiento. Había dejado de esperar más de él.

Mientras yo recogía las camisas, él destruyó los fragmentos de piedra


que había dejado tirados. Solo cuando lo vi borrar los fragmentos y los
guijarros con unas cuantas ráfagas de color perfectamente medidas me di
cuenta de la poca magia que le había visto usar hasta ahora, de la poca
magia que había visto en toda mi vida. Lo único que había conocido eran
mis propios intentos, bruscos y nada sutiles, y las dramáticas historias que
las ancianas de los pueblos contaban alrededor de las hogueras del festival.
Pero la obra de Creon...

No había nada explosivo en su magia, nada grandioso y espectacular.


Trabajaba sus colores como un cuchillo de trinchar, con una precisión fría
y despiadada, convirtiendo pedazos de piedra en polvo sin siquiera remover
la arena de debajo. Sus hombros apenas se tensaban, su rostro nunca
mostraba una pizca de esfuerzo. Utilizando poderes que podrían herir,
mutilar y matar como cualquier otra persona podría limpiar una mota de
polvo de su ropa.
115
Trescientos sesenta y seis años de formación. Y la Madre era mucho,
mucho mayor que eso.

Quizás hice un sonido involuntario cuando me asaltó el pensamiento;


levantó la vista exactamente en el mismo momento, entrecerró los ojos como
para determinar de dónde venía mi repentino cambio de opinión. Me obligué
a encogerme de hombros.

—Supongo que todavía me queda un largo camino por recorrer.

Un gesto rígido. Por supuesto, no habría ningún consuelo ni elogios


por el progreso que había logrado hoy. Si mañana decapitara a la Madre,
probablemente él también asentiría y me sugeriría que usara menos
amarillo la próxima vez.

La idea me molestó lo suficiente como para hacerme dar un paso


adelante sin inmutarme mientras él se movía para tomarme en sus brazos
nuevamente. Si pudiera recordarme lo mucho que lo odiaba, su magia fae
debería tener dificultades para apoderarse de mí.

No volví a apretar mis brazos sobre sus hombros. Cerré los ojos e
ignoré el mar tan profundo debajo de nosotros, concentrándome solo en el
constante batir de sus oscuras alas y la extrañamente tranquilizadora fuerza
de su agarre, hasta que la ya familiar sensación de mis entrañas empujando
mi caja torácica me dijo que estábamos descendiendo.

Tan pronto como aterrizamos, Creon me puso de nuevo en pie como


si fuera un paquete para ser entregado y caminó hacia el pabellón cubierto
de rosas frente a mí. Esta vez no quedó ningún recuerdo extraño de su
toque. Bien.

En el porche esperaba una gran cesta. La recogió mientras con


indiferencia hacía que la ventana desapareciera de nuevo y entraba; lo seguí,
casi tropezando con mis propios pies en mis esfuerzos por dar sentido a los
colores y combinaciones que serían necesarios para ese truco
engañosamente simple. ¿Un poco de rojo? ¿Y azul, para volver a colocar la
ventana en su lugar? Pero entonces ¿cómo era posible utilizar ambos al
mismo tiempo?

La canasta estaba sobre la mesa cuando finalmente saqué el asunto


de mis pensamientos. Al otro lado de la habitación, Creon se estaba 116
quitando la camisa.

Oh, Zera, ayúdame.

No necesitaba otra demostración de músculos fuertes y piel brillante,


no después de todo el esfuerzo que había hecho para mantener la cabeza
despejada esta tarde. Así que tiré su mochila sobre el sofá y me ocupé de
investigar la misteriosa cesta. Cuando levanté la tapa de caña, resultó que
era una entrega de comida: frascos de vidrio y bolsas de cáñamo llenas de
albaricoques secos, aceitunas, queso de cabra y cebada. Para cuando Creon
también llegó a la cocina, afortunadamente vestido de nuevo con una
camisa, un puñado de dátiles ya habían desaparecido misteriosamente de
su paquete.

Por cortesía, hice el esfuerzo de parecer un poco culpable. Se encogió


de hombros y me hizo un gesto para que siguiera adelante.

—Podría ser un error —dije, metiéndome dos dátiles más en la boca—


. Como mucho.

Levantó una ceja mientras miraba por encima del hombro,


recorriendo mi figura demacrada de manera demasiado demostrativa. Un
sonrojo invadió mis mejillas. Considerando lo poco que quería tener que ver
con su cuerpo, realmente sería mejor si él simplemente no reconociera que
tengo uno en absoluto.

Una vez más, su desinterés fue mi salvación. Al menos no podía ver el


calor subiendo a mi cabeza mientras mantuviera su mirada enfocada en los
suministros de alimentos en sus estantes. Una despensa tan extrañamente
ordinaria. Ajo y aceite de oliva. Harina y huevos. Me costaba imaginarme a
Creon, con sus majestuosas alas y su inmortal elegancia, horneándose un
montón de panqueques en una tranquila noche de verano.

Quizás solo le entregaron la comida debido a mi presencia. Quizás


normalmente se regalaba suntuosos banquetes de ternera y venado y
probablemente uno o dos niños humanos asados en la corte de la Madre.

Acababa de abrir el tarro de queso fresco de cabra en salmuera


cuando una sombra se posó sobre la ventana a mi izquierda. Una sombra
alta y alada.

—¿Creon?
117
Él ya se había dado la vuelta, apoyándose en el fregadero con ojos
quietos y cautelosos sobre la figura que se movía detrás del cristal verde. Me
preparé para el fuerte crujido de alguien abriéndose paso, pero quienquiera
que fuera el visitante aparentemente había lidiado con estas ventanas antes.
Tan pronto como vi las yemas de los dedos contra el verde, los patrones
florales se derritieron.

El hombre fae detrás era alto y delgado, con cabello negro azulado que
parecía aún más oscuro contra su impecable piel marfileña. Con su boca
delgada y su barbilla puntiaguda, parecía haber algo agudo en su
semblante, por muy atractivo que fuera innegablemente; algo hábil también
en la forma en que sonreía mientras sus ojos se deslizaban hacia mí.

Me tragué mi dátil cuando nuestras miradas se encontraron. Quizás


demasiado audiblemente.

La sonrisa del hombre desconocido se amplió cuando entró sin


siquiera reconocer la presencia silenciosa de Creon en el fregadero. En
cualquier momento esperaba que un delgado cuchillo de plata se hundiera
en su pecho cubierto de seda, pero Creon permaneció inmóvil en el borde
de mi vista, con los brazos cruzados y el rostro inexpresivo. Solo sus ojos
permanecían fijos en su visitante, el ligero estrechamiento en las esquinas
era una clara señal de que un movimiento en falso podría ser una sentencia
de muerte.

—Bien. —El delgado fae me examinó mientras se acercaba a la mesa,


con esa sonrisa cruel y resbaladiza pegada en su rostro—. ¿La famosa
señorita Emelin, supongo?

Para nada, quise decir, mi nombre es Adabel, solo para ver cómo
reaccionaba. Pero era una humana tonta y embelesada, obsesionada con
mis anfitriones fae y los fae en general. No hice comentarios sarcásticos. Ni
siquiera pensé en ellos.

—Estoy muy emocionada de que mi nombre ya le haya llegado, señor


fae —dije, con la misma voz mansa que le había dado a la Madre ayer. Sin
el miedo que me apretaba la garganta, sonó aún más ridículo para mis
propios oídos—. ¿Me haría el honor de decirme el suyo?

—Ophion. —Sonrió a Creon—. ¿Ella también es así de educada


118
cuando está arrodillada frente a ti?

Cada vena de mi cabeza pareció estallar. La expresión estoica de


Creon no cambió: una mirada fría y letal sin negación ni confirmación.

—Me sorprende un poco encontrarlos a ambos con toda la ropa


puesta, la verdad —añadió Ophion, con lo que a mis oídos sonó como una
alegría bastante suicida. Sus ojos se dirigieron hacia mí demasiado rápido
para fingir que solo estaba mirando mientras mantenía una conversación
agradable y se detuvieron en mi muñeca por un momento demasiado largo,
en la pequeña piedra preciosa que marcaba nuestro trato.

Sobre la evidencia de que no había entrado en este lugar


completamente sin pensarlo.

Mis músculos se tensaron, pero él levantó los ojos hacia mi cara sin
comentar el hecho y suavemente dijo:

—¿Disfrutaste tu primer día en la corte, Emelin?


—Hemos visto la playa —dije con rapidez, porque probablemente él
también había notado mis pies arenosos. Mi corazón latía con fuerza en la
punta de mis dedos. Ese maldito trato. ¿Me preguntaría qué había
negociado? ¿Tendría Creon su mentira preparada? Pero mi voz continuó con
ese chillido tonto y antinatural—. Tenía muchas ganas de ver el agua aquí,
¿sabe? Todo es mucho más bonito que en casa. Algunos de los peces eran...

—Peses —terminó Ophion, su sonrisa se volvió más fría y más cruel


ante mis divagaciones—. Maravilloso. —Mirando a Creon, añadió—: ¿Te
vemos esta noche en la Lycaria?

Una ceja ligeramente levantada fue la única respuesta de Creon.

Ophion, imperturbable, soltó una risita.

—¿Mejores planes, probablemente? ¿Quién necesita un par de


linternas cuando puedes tener los labios de una chica bonita en tu…?

Creon se adelantó.
119
Un destello de movimiento, demasiado rápido para que mis ojos
pudieran seguirlo: un único aleteo, un destello plateado, y la parte delantera
de la camisa de seda de Ophion quedó atrapada en el puño de Creon, un
cuchillo contra la pálida garganta del fae. Apenas reprimí un grito. Las
palabras de Ophion se evaporaron en sus labios, su sonrisa se congeló en
una mueca cruel y triste.

—Creon...

Una pequeña gota de sangre brotó de la punta de la hoja plateada.

—Aprende a aceptar una broma —siseó Ophion, con las comisuras de


los labios temblando. De alguna manera no parecía particularmente
preocupado, solo furioso—. Tu pequeño juguete no...

Creon lo arrojó por la ventana.

No a través del marco de la ventana vacía donde Ophion había


derretido el vidrio verde y blanco cuando entró, sino a través del marco
adyacente, a través del vidrio, con fuerza suficiente para romper la delicada
obra de arte alrededor de las alas y los hombros de nuestro visitante. Ophion
dejó escapar un grito espeluznante mientras caía hacia atrás y los
fragmentos desgarraban su ropa y sus alas, la sangre empapó su camisa
incluso antes de aterrizar en el porche. Apenas pareció notar sus heridas
mientras gateaba hacia atrás, jadeando y maldiciendo. Su mano derecha
voló hacia Creon, su izquierda apretando sus pantalones negros rotos.

Creon hizo girar el cuchillo alrededor de su dedo. Una vez.

La mano de Ophion cayó.

Con la espalda alada de Creon hacia mí, no tenía forma de saber qué
mirada había en sus ojos. Pero en el porche, Ophion se alejó de la ventana,
más lejos de la Muerte Silenciosa que se alzaba sobre él, chillando disculpas
incoherentes mientras huía. Dejó un rastro de sangre goteando sobre la
piedra gris. Una de sus alas dañadas colgaba peligrosamente torcida. La
otra se contraía con cada movimiento, como si las articulaciones y los
tendones gritaran a cada paso.

Solo después de unos buenos diez segundos de observar su


ignominiosa salida, Creon dio un paso atrás para reparar ambas ventanas
con un único disparo casual de azul. Los sonidos del fuerte jadeo de Ophion
120
fueron bloqueados en el mismo momento.

Me di cuenta de que estaba de pie. No me había dado cuenta de que


salté. Mi mano izquierda se había aferrado al lino bígaro de mi vestido, lista
para extraer hasta la última gota de rojo de la tela si fuera necesario.

La mirada de Creon se posó en esa mano mientras se giraba y, por un


momento, me pareció ver un destello de agradecimiento en sus ojos. Luego
asintió, el primer asentimiento tranquilizador que recibí de él. Está bien, dijo
ese gesto. Él no se acercará a ti.

Inquieta, aflojé los dedos de mi falda y me dejé caer en mi taburete.


De repente me temblaban las piernas. Mis codos también. Todo, en realidad.

—¿Quién en el mundo...?

Creon se inclinó sobre la mesa para coger su cuaderno. Sus ojos


volvían a las ventanas que nos rodeaban cada dos momentos, con vigilancia
concentrada a pesar de la tranquila certeza de ese asentimiento.

Su, escribió y dudó más de lo que jamás lo había visto dudar, amante.
—¿De la Madre?

Él asintió, arrojando su lápiz sobre la mesa mientras caminaba de


regreso a la ventana y volvía transparente una pequeña mota de vidrio
blanco con una minúscula chispa amarilla. Aparentemente Ophion había
desaparecido; bajo su camisa negra, los hombros de Creon se aflojaron un
poco mientras miraba hacia afuera.

—Si eres la Madre de todos los faes —dije cuando se volvió hacia mí—
, ¿seguramente puedes conseguir algo mejor que eso?

Una sonrisa se deslizó alrededor de sus labios.

Desapareció tan rápido que debió haber sido un error, un desliz de


sus músculos faciales en lugar de cualquier tipo de diversión intencional,
pero fue una sonrisa. Estaba tan desconcertada que accidentalmente dejé
escapar también una risa de mis labios, aunque sonó como una risa al borde
de un ataque de nervios.

—¿Qué estaba haciendo él aquí? 121


Creon sacudió la cabeza mientras cogía de nuevo el lápiz. La chispa
de diversión se había desvanecido, dejando nada más que el habitual
estoicismo distante. Ni idea. Él nunca está aquí.

Nunca aquí. Antes de que pudiera detenerme, solté:

—¿Entonces realmente vives aquí?

Me miró.

—¿Todo el tiempo, quiero decir? —agregué tímidamente. No estaba


mejorando las cosas, pero a raíz de la terrible emoción de la visita de Ophion,
mis labios no parecían capaces de dejar de moverse—. No solo cuando tienes
visitas o... o... víctimas de secuestro... o...

Creon parpadeó y luego echó un vistazo a la habitación. Esta


habitación individual, con su cama individual y sin un ápice de privacidad
excepto en el baño.

—Bueno —admití—, supongo que no es el tipo de alojamiento más


adecuado para un secuestro, pero...
Las palabras se apagaron en mis labios. No estaba segura de cómo
terminar mi argumento sin insultarlo, lo cual tenía sentido, dado que
ninguno de mis pensamientos sobre él había sido muy elogioso.

Garabateó: ¿No hay suficiente sangre?

Otra risa salió de mis labios.

—Supongo que sí. También echaba de menos los instrumentos de


tortura y las cadenas colgando del techo.

Tomaré nota.

¿Estaba bromeando ahora? Difícilmente podía no estarlo, pero todavía


no había rastro de diversión en su rostro severo cuando se hundió dos
taburetes lejos de mí y miró de nuevo por la ventana. Esta vez en dirección
a la corte de la Madre. La Madre, a cuyo amante había herido hace un
momento.

Más allá de las advertencias, había dicho, y algo desagradable se 122


revolvió en mi estómago.

—¿No te meterás en problemas? —dije—. ¿Por echarlo?

Creon se encogió de hombros. Se curará a sí mismo antes de que nadie


lo vea.

—Oh. —Otro fae arrogante bastardo negándose a mostrar cualquier


debilidad al mundo—. Bueno, bueno, supongo. ¿Qué es esa Lycaria de la
que estaba hablando?

Creon se limitó a hacer un gesto vago en dirección al palacio. Algo en


la corte. Linternas, había dicho Ophion. Conocía la palabra fae lyca, ahora
que lo pensaba. Luz.

—¿Un festival de luces?

Él asintió.

—¿No sueles ir?

Un suspiro, un asentimiento.
—¿Pero no piensas ir este año? ¿Eso tampoco te meterá en
problemas?

Depende de la historia.

La historia. La explicación que podríamos darle a la Madre, si alguna


vez preguntaba sobre su ausencia; peor aún, si nos preguntaba a cada uno
por separado.

Tosí y dije:

—Bueno, parece que Ophion ya ha sacado sus conclusiones. Bien


podrías contar la historia de que estabas demasiado ocupado con tu nuevo
juguete humano.

El brillo en sus ojos era un desafío cuidadosamente medido, como si


se preguntara si conseguiría los vapores en su próximo garabato. Podría
estar ocupado en las festividades.

Tenía bastantes ganas de recibir los vapores, pero que me condenen 123
si dejaba que se diera cuenta. Si me había ganado un poco de respeto por
mi actuación ante Ophion, no iba a desperdiciarlo haciendo hincapié en la
moral de los faes. En las festividades, por lo que sabía sobre los festivales
de los faes, de hecho, podrían estar follándose entre ellos al aire libre.

—He estado aquí durante un día —dije, demostrativamente


impasible—. Incluso si siempre he estado obsesionada con los faes y contigo
en particular, puede que me sienta un poco abrumada por los detalles de
tus días festivos.

Él levantó una ceja. Probablemente llorarías.

—Oh, histéricamente. Así que te cansaste de tranquilizarme y


decidiste que por una vez sería mejor saltarte las festividades.

Cortés.

No pude evitar sonreír.

—Toca huevos.

Y ahí estaba otra vez, esa sonrisa rápida e inquieta; solo un parpadeo
y desapareció, como si nunca hubiera sucedido. Asintiendo, se levantó,
pulverizando el pergamino en el que había escrito y regresó a la cocina, a la
despensa que había estado inspeccionando antes de que Ophion nos
interrumpiera. Totalmente el fae oscuro asesino otra vez, el depredador
alado merodeando por su propia casa como si estuviera buscando una presa
y, sin embargo, parecía que algo pequeño había cambiado. Desplazado.
Todavía no estaba segura de qué era y menos aún si me gustaba.

—¿Puedo ayudar? —dije mientras movía algunos frascos para dejar


espacio para los nuevos suministros.

Él me ignoró. Bien. Entonces parecía que su amabilidad duraba poco.


De todos modos, decidí ser útil, cogí un par de bolsas y frascos en mis brazos
y me acerqué a él. Solo después de haber apilado todos los huevos de
codorniz, la miel y las aceitunas en los estantes me miró y no me dio más
que otro breve movimiento de cabeza para darme las gracias por la ayuda.

Fuera lo que fuese lo que había cambiado exactamente, no había


afectado su estado de ánimo de ninguna manera significativa.

Consideré ofrecerle ayuda para cortar las verduras, solo para ver si
124
eso hacía alguna diferencia. Pero parecía que sabía lo que estaba haciendo
y, para ser justos, probablemente era más hábil con los cuchillos que yo.
Así que me senté a la mesa con su cuaderno y comencé a dibujar los gestos
que Aldous y su familia habían usado para señalar el alfabeto. Puño cerrado,
pulgar hacia afuera: A. Dedos estirados hacia arriba, pulgar contra la palma:
B. Puse tantos detalles como fue posible en cada pequeño dibujo, agregando
flechas donde fuera necesario para indicar movimientos. Será mejor que
haga esto bien. Realmente no iba a perseguirlo con lápices en las próximas
semanas o meses.

Estaba a mitad de la lista cuando el olor a cebolla y ajo fritos empezó


a llenar la habitación. Toques de eneldo, orégano y queso salado y derretido
se unieron a la sinfonía de olores mientras continuaba dibujando; cuando
dejé el cuaderno a un lado, cuando terminé mi alfabeto, los trozos sueltos
de cebada y vegetales se habían convertido en un guiso fragante, hirviendo
a fuego lento en la estufa mientras Creon enjuagaba rápidamente sus tablas
y cuchillos. Se me hizo la boca agua. Incluso después de desayunar el doble
de lo que comía normalmente, horas de entrenamiento mágico
aparentemente me habían dejado hambrienta.
Cuando sirvió dos cuencos llenos de estofado de cebada, el mundo
exterior estaba casi completamente oscuro y las pequeñas luces de las
paredes y el techo del pabellón volvían a brillar. Pero Creon no se sentó a la
mesa. En lugar de eso, quitó una de las ventanas y caminó hacia el porche
con nuestra comida y cubiertos, y por el sonido que hizo se instaló justo
frente a la esquina.

¿Me estaba invitando a unirme a él? No sabía de qué otra manera


interpretar su desaparición con mi comida.

Estaba recostado contra el cristal cuando lo seguí afuera, con los dos
cuencos a su lado. Solo con el débil brillo de las luces de los árboles y el
resplandor del interior del pabellón era difícil decir qué emoción había en su
rostro, si es que había alguna emoción.

Quería preguntar qué demonios estábamos haciendo aquí. Pero


cuando me senté a su lado, la respuesta a esa pregunta no formulada
apareció entre los árboles en el cielo nocturno.

Una linterna.
125
Una sola, al principio. Luego siguieron más, flotando
majestuosamente en la brisa nocturna. Cientos (quizás miles) de pequeñas
llamas parpadeantes se elevaban hacia el cielo, como ecos de las estrellas
plateadas del cielo. Se balanceaban y se movían con la suave brisa del
atardecer, una danza fascinante de luz brillante. Como un enjambre de
luciérnagas a lo lejos, flotando sobre el mar de zafiro, sobre los bosques que
nos rodeaban.

A lo lejos, empezó a sonar la música. Violines, sus melodías simples


se mezclaban en una sinfonía que era ligera e inquietante al mismo tiempo,
una canción inquietantemente delicada que sonaba más familiar que mi
propia piel, incluso si nunca la había escuchado antes.

Me olvidé de comer.

Puede que me hubiera olvidado de respirar.

Solo podía sentarme allí, con el plato caliente de estofado en mi regazo


y la silueta alada de Creon a mi lado, y escuché, escuché esa melodía que
parecía hablar de puestas de sol de hace eones, de estrellas moribundas y
fuego menguante. Un adiós a las linternas mientras se alejaban lentamente.
Una canción llena de dolor, pérdida, esperanza y tantos otros sentimientos
que no había pensado que los faes fueran capaces de expresar...

Se apagó lentamente cuando la última linterna pasó por nuestro


bosque. Al mar abierto, a la nada.

Durante unos minutos, el mundo quedó en silencio como una tumba.


Incluso la naturaleza pareció contener la respiración para que volviera la
música.

Pero cuando los sonidos finalmente rompieron el inquietante silencio,


eran mucho más mundanos, mucho más comprensibles que los violines de
un momento antes. Gritos, risas y una melodía de baile: sonidos de las
festividades tal como las había imaginado, faes emborrachándose y
follándose entre sí al aire libre, o lo que fuera que hicieran en noches como
ésta. Solo entonces me acordé de mi comida y de mi estómago rugiente.

Me tragué una extraña sensación de pérdida y di mi primer bocado:


dulce, salado, ligero y nutritivo, los sabores del caldo, las hierbas, el limón
126
y el queso se fundieron en algo absolutamente delicioso en mi lengua. El
bastardo sabía cocinar. Si no me hubiera molestado tanto que me ignorara,
podría haberlo felicitado.

Aunque, me di cuenta mientras me metía la siguiente cucharada de


estofado en la boca, que ahora él estaba escribiendo a mi lado.

Le tomó un tiempo. Ya estaba a mitad del cuenco cuando finalmente


empujó su cuaderno hacia mí.

Pensé que te gustaría ver nuestra magia usada para propósitos más
pacíficos.

Tu magia, quería decir, pero con el eco de los violines todavía en mi


mente no me atrevía a pronunciar esas palabras. Nuestra magia. Había un
nosotros ahora. Un nosotros al que tanto la Muerte Silenciosa como yo
pertenecíamos.

De repente, supe lo que había cambiado con la visita de Ophion.


Habíamos trabajado juntos por primera vez. No solo las indiferentes
órdenes de Creon. Ni mis pequeños y reñidos triunfos sobre él. Habíamos
cooperado y ni siquiera había sido desagradable.

Nada de esto fue realmente desagradable, si era muy honesta.

La Muerte Silenciosa no era un pináculo agresivo de violencia. Ni


siquiera parecía ser particularmente cruel. Autoritario, seguramente, e
indiferente y demasiado orgulloso para su propio bien, pero la Muerte
Silenciosa de las historias me habría obligado a cumplir sus órdenes sin un
trato para protegerme. Se habría aprovechado de mí en esa cama. Me habría
arrastrado a la Lycaria, quisiera ir o no, y se habrían divertido él y sus
hermanos de armas con mis súplicas mientras tomaba lo que quería.

En cambio, juró protegerme. Conseguí comida de granjas de faes.


Arrojó a un poderoso fae macho a través del cristal por una burla de mal
gusto.

En realidad, era difícil imaginar que este hombre fuera de hecho de


quien había oído hablar. El que desollaba vivos a niños y quemaba pueblos
127
enteros hasta los cimientos.

Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera pensar


completamente en ellas, antes de estar segura de si era siquiera una
pregunta que quería hacer.

—¿Creon?

Inclinó la cabeza una fracción. Presumiblemente, tanto como una


invitación como la que iba a recibir.

—Tú... tú mataste a toda esa gente, ¿no es así?

Una pregunta ridícula. ¿Menos de veinticuatro horas en su compañía


y ya estaba dudando del sentido común que había estado arraigado en mi
cerebro durante dos décadas? Y aun así no pude evitar el aguijón de la
decepción cuando se giró hacia mí, su ceja llena de cicatrices se levantó una
fracción y me dio un único y cansado movimiento de cabeza.

—No los dejaste a todos escapar en secreto a la Ciudad Blanca, o...


Creon sacudió la cabeza. No terminé la frase, luchando contra las
náuseas ingenuas y sin sentido que brotaron en mí. ¿Qué había pensado?
¿Que revelaría claramente que había estado organizando fugas clandestinas
durante más de un siglo? Estaba siendo exactamente esa pequeña humana
divertida que él esperaba que fuera. ¿Un solo día del mínimo absoluto de
bondad y ya estaba sacando conclusiones sobre el estado de su ennegrecido
corazón fae?

Bien, puede que no fuera tan cruel como me habían hecho creer. Pero
eso no lo hacía valiente. Eso no lo convertía en un campeón de la
humanidad. Ser el asesino de la Madre había sido el camino más fácil para
él, y por eso lo había elegido. ¿A quién le importaban los cientos de humanos
que había matado para mantenerse a salvo?

Reprimí un gemido. El problema era…

Si realmente solo se mantenía a salvo, ¿por qué corría el riesgo de


entrenarme ahora? ¿Por qué simplemente no había jurado lealtad a la Madre
y cumplido su palabra, si las vidas humanas significaban tan poco para él? 128
¿Por qué quería su muerte? ¿Por qué?

Preguntarle sería de poca utilidad. Simplemente me daría esa mirada


impasible y me despediría con otro ejercicio de entrenamiento. Así que tenía
que encontrar otra manera de hacerlo hablar, pero ¿cómo? La cortesía y el
civismo habían hecho poco por mí hasta el momento. Realmente, los únicos
momentos en los que había mostrado alguna reacción hacia mí hoy...

Los momentos en los que olvidé controlar mi lengua. Había


reaccionado a mis comentarios sarcásticos e insultos inadvertidos, tanto
con molestia como con sorpresa, pero al menos había reaccionado.

Bien.

Entonces eso lo resolvía, ¿no?

Quizás debería dejar de tratarlo como esa criatura distante y sin


emociones que intentaba ser. Solo para ver qué pasaría si actuaba como si
él fuera, debajo de todo el orgullo y la arrogancia de los faes, algo cercano a
lo humano. No porque quisiera hacerme amiga de él; no podía perdonarlo
tan fácilmente por todo lo que le había hecho a mi gente. Sino porque podría
simplificar mucho la vida si al menos pudiera convencerlo de ser un poco
más vulnerable, a veces.

Miré a un lado. Su silueta de guerrero seguía inmóvil a mi lado, la


pequeña luz de los árboles jugueteaba sobre su duro rostro.

Vulnerable. Nunca había visto nada que se adaptara menos a la


palabra.

Y, sin embargo... algo le había hecho traicionar a su Gran Dama.

Nos sentamos en la oscuridad durante lo que parecieron horas, con


nuestros cuencos vacíos entre nosotros. En la corte, los ruidos de las
festividades se volvieron más salvajes y estridentes. Fiestas en las que se
extrañaría a Creon. Sin duda pronto tendría que explicarle a la Madre por
qué no se había presentado en uno de los festivales más importantes del
año.

¿Qué diría exactamente? ¿Estaba demasiado ocupado mostrándole a


mi invitada cada rincón del pabellón? 129
La imagen me golpeó tan repentinamente que no tuve tiempo de
apartarla: una imagen de lo que bien podría haber sido, de lo que el mundo
pronto creería que era la verdad. Mi propio cuerpo desnudo en la cama de
Creon. Su forma bronceada y poderosa entre mis muslos, sus alas
extendidas sobre nosotros, su ropa despojada para revelar sus músculos
tensos y su longitud indudablemente majestuosa...

¿Qué estaba pensando?

Magia fae. Apreté los dientes, repitiendo esas palabras para mí misma
para alejar la imagen en mi mente, el calor abrasador subiendo a mis
mejillas: magia fae sucia y engañosa. Me estaba haciendo pensar en él, ¿no?
No había otra razón para que me encontrara deseando a mi captor asesino
un día después de mi llegada. Bien, no había visto a ningún hombre,
humano o no, de cerca desde que mi magia se me escapó en casa de la
señorita Matilda y mi regreso a Cathra me obligó a despedirme de Helmer.
Y Helmer podía haber sido moderadamente guapo, pero no se había parecido
en nada a esta hermosa criatura de noche y sangre...
Mi piel recordó cómo Creon me había apretado contra su pecho
mientras volábamos. Manos fuertes y seguras, manos que sin duda
conocerían su camino alrededor de mi cuerpo, y nuevamente el calor me
atravesó, ardiendo aún más ahora.

Malditos dioses. Me moví sobre la fría piedra, respirando


profundamente. Tenía que salir de aquí. Me estaba volviendo loca… no, su
magia fae me estaba volviendo loca, y al menos él no debería darse cuenta
de cuánto me estaba afectando. Hora de un baño bien frío. Si tenía que
sobrevivir otra noche con su cuerpo tan cerca debajo de las mantas...

Creon se giró a mi lado, se movió por primera vez desde que hice mis
preguntas y fijó su mirada en mi rostro. Los ojos se entrecerraron
ligeramente. Algo ardiendo en sus negras profundidades. Como si supiera
exactamente qué imágenes se reproducían en mis pensamientos al mismo
tiempo.

A menos que cambies de opinión, claro…

Mi respiración se detuvo en mi garganta. ¿Estaba cambiando de


130
opinión? Con esos ardientes ojos oscuros en mi cara, no podía recordar
ninguna de mis anteriores y más sensatas objeciones. Si estaba aquí de
todos modos, si el mundo me creía su pequeño juguete humano de todos
modos, entonces ¿cuál sería el daño...?

Mis padres. Me aferré a ese pensamiento como si fuera un bote


salvavidas, agarrándome por mi vida. Una vez que todo esto terminara, me
dirigiría a la Ciudad Blanca. Volvería a ver a mi familia. Fingir ser la cautiva
voluntaria de Creon para matar a la Madre: esa era una historia que podía
contar. Admitir que me había entregado voluntariamente a él... oh, no.

Me alejé de él, rompiendo mi mirada. Demasiado brusco, lo sabía. Pero


con el corazón latiendo con fuerza en mi garganta y mi cuerpo ardiendo
entre mis piernas, no me importaba lo que él pudiera saber o sospechar.
Primero tenía que alejarme de él.

—Me voy a la cama.

Esa pequeña sonrisa de complicidad curvó sus labios.


—Con un cuchillo debajo de la almohada —agregué, arrancando mi
cuenco del suelo mientras me levantaba—. No se te ocurran ideas.

Una amenaza decente, pero no fue tan tranquilizadora como debería


haber sido cuando entré corriendo y me dejé caer en el taburete más cercano
a la mesa. Si era muy honesta, no me preocupaba demasiado que Creon
obtuviera ideas. Después de todo, había cerrado un trato para mantener sus
manos alejadas de mí.

Más bien, la pregunta era si yo podría mostrar la misma cantidad de


autocontrol.

131
8

132
No vi mucho de la Muerte Silenciosa en los días siguientes.

Cuando me despertaba por las mañanas, con las mantas intactas, él


ya se había ido; solo las nuevas notas con ejercicios de entrenamiento
demostraban que había existido. A veces aparecía de la nada para almorzar,
interrumpiendo mis frustrados intentos de mantener mi magia bajo control.
La mayoría de los días no lo volvía a ver hasta la cena, que él preparaba en
silencio, rechazando mi ayuda. Por las noches volvía a desaparecer y solo
regresaba al pabellón cuando yo ya me había quedado dormida.

En cierto modo, era una bendición. Si él no estaba cerca, al menos no


podría arrojarme accidentalmente a sus brazos cuando su magia fae se
volviera demasiado abrumadora. Pero por otro lado ...

Había decidido obtener respuestas. No había manera de sonsacarle


información si nunca estaba presente en primer lugar.

—¿Hiciste algo interesante hoy? —intenté cuando regresó la tarde del


segundo día y me encontró a mí y a su casa empapadas por las muchas
piedras que había convertido en agua en el transcurso de la tarde.
Creon me miró fijamente y limpió el desorden con unos cuantos gestos
amplios, merodeando hasta su cocina sin responder.

—¿Estuviste en la corte?

Sin respuesta. Me di por vencida por la noche. Una negativa más, lo


sabía, y me encontraría siendo mucho peor que sarcástica, y llamarlo cerdo
maleducado probablemente no lo haría mucho más informativo.

Mañana podría traer mejores oportunidades.

De hecho, regresó la tarde siguiente, aunque principalmente para


decirme exactamente qué estaba haciendo mal en mis intentos de cortar un
círculo claro en un trozo de piedra. Cuando había escrito cuatro páginas
completas sobre mis diversos fracasos y errores, y aún no había anotado
una sola palabra de aliento, la mayor parte de mi entusiasmo por continuar
la conversación ya se había desmoronado como las piedras que estaba
tratando de tallar. Aun así, necesitaba la maldita información. Así que
relegué mi furia al fondo de mi mente lo mejor que pude, moldeé mi rostro
en algo que pudiera pasar por atractivo y dije:
133
—¿Creon?

Ya había estado saliendo otra vez, pero ahora se dio la vuelta, con una
ceja un poco más alta que la otra.

—He estado pensando —dije.

Me miró como si lo dudara.

—Apenas llevo tres días saliendo de esta casa —dije, lo cual era cierto,
aunque la verdad es que no me importaba mucho. Una parte importante de
esos tres días los pasé en la muy cómoda bañera—. Me preguntaba si
podrías mostrarme un poco la isla.

Los ojos de Creon se entrecerraron una fracción más. Con un gesto


brusco, sacó su cuaderno de un bolsillo y garabateó algo, luego lo empujó
hacia mí por encima de la mesa.

¿Impaciente por ver la corte?

—Bueno, no, pero las playas parecían preciosas y...


Me hizo una seña para que le devolviera su cuaderno. Su siguiente
mensaje tardó un poco más, pero acabó siendo igual de conciso.

No me necesitas para ver las playas. Simplemente no pases el árbol


nudoso hacia el este. Faewood no es seguro.

Resoplé.

—¿Y si quiero ver Faewood?

Se encogió de hombros, como diciendo que ese era mi problema, y


salió sin mirar atrás.

Me tomó una semana finalmente tener suficiente: una semana de


franca indiferencia en la que vi su espalda más a menudo que cualquier otra
parte de él. Me desperté la mañana del séptimo día y encontré la cama vacía
como siempre, la habitación desierta y una nota apenas legible en la mesa 134
junto a mi plato de desayuno.

Rompe una piedra en cuatro pedazos limpios. Intenta no arruinar la


habitación.

Bastardo.

Apuñalé un primer panecillo blanco con mi cuchillo de mantequilla.


Intenta no arruinar la habitación. Él ya sabía que estaba tratando de
contener mi magia, y hasta el momento, incluso mis desastres más extensos
no le habían tomado más de unos minutos para limpiar. Recordarme
nuevamente mis fracasos era simplemente desagradable.

Así que no practiqué.

Por primera vez esa semana ni siquiera salí a buscar piedras. En lugar
de eso, me puse mi vestido más cómodo, me dejé caer en el sofá
ridículamente grande y pasé la mañana leyendo los libros de Creon. No me
contaron mucho sobre su historia o sus planes para eliminar a la Madre,
pero al menos los mapas de su atlas me dieron la oportunidad de repasar
un poco mi topografía del archipiélago.
Gracias a los dioses, Creon regresó para almorzar. Demostrativamente
no hacer nada durante un día completo se había vuelto muy aburrido muy
rápidamente.

Pareció darse cuenta de que algo andaba mal incluso antes de entrar;
su sombra se detuvo en el porche por un momento. Sin cristales rotos.
Todavía no me había enseñado a quitar las ventanas con más gracia; si
hubiera salido, como hacía la mayoría de las mañanas, al menos una de
ellas se habría hecho añicos.

Pero incluso si estaba preparado para sorpresas, encontrarme con


una pila de sus libros en el sofá lo hizo vacilar cuando entró.

—Oh, hola —dije, con mi sonrisa más brillante y más insincera—.


¿Espero que tu mañana haya sido más productiva que la mía?

Él levantó una ceja. No fue una ceja feliz.

—Parecías muy preocupado por el estado de tu casa —dije, volviendo


la vista hacia el atlas, solo para dejar claro un punto. Podía sentir cómo era 135
hablarle al costado de una cara—. Y como no podía garantizar que no
arruinaría nada, me pareció más seguro esperar tu siempre bienvenida
ayuda. ¿Te importaría traerme una taza de té, si de todos modos estás de
pie?

No se oyeron pasos durante unos buenos minutos, ni nada más. Solo


después de haber hojeado cinco páginas más, el repentino ruido de una
tetera casi me convenció de levantar la vista.

Resistí el impulso. Si había soportado su indiferencia durante una


semana, él podría soportar la mía durante un par de minutos más.

Unas páginas más tarde, la sombra de su alto cuerpo cayó sobre mí


sin previo aviso. Casi chillé, maldito bastardo y sus pasos inaudibles. Pero
llevaba dos tazas de té y un plato de dátiles cuando levanté la vista, y eso
fue suficiente triunfo para perdonarme por mi nerviosismo.

—Gracias —dije—. Así que, después de todo, puedes ser educado.

Su boca se redujo a una línea plana, pero me entregó mi té y se hundió


en los cojines de terciopelo sin burlarse ni resoplar. Enfáticamente doblé las
piernas y esperé, resistiendo el familiar impulso de acercarme más a su
musculoso cuerpo. La leve hambre que dormía debajo de mi piel no era un
problema que necesitara solución urgente. Su idea de comunicación (o la
falta de ella) lo era.

Pareció pasar otra hora antes de que sacara su libreta ligeramente


desaliñada del bolsillo de su abrigo. Por qué llevaba un abrigo en el calor de
esta isla era una incógnita, pero esa pregunta ocupaba un lugar muy, muy
bajo en mi lista de prioridades.

¿Lo intentaste?

—¿Romper esa maldita piedra? —Mi voz se elevó—. ¿Y arriesgarme a


arruinar tu maldita casa?

Sus alas oscuras se movieron mientras se levantaba, como si le


costara un esfuerzo no abofetearme con ellas. Pero solo agarró del suelo una
de las piedras que sobraron de ayer y ni siquiera me la arrojó a la cara. En
lugar de eso, aterrizó en el terciopelo justo al lado de mi regazo, lo
suficientemente cerca como para dejar claro que podría haberme golpeado,
136
si hubiera querido.

Su asentimiento fue una orden clara. Inténtalo.

—Así —dije, golpeándome el pecho con la mano derecha—, es como


se dice por favor. En el improbable caso de que alguna vez quieras usarlo.

Creon me lanzó una mirada dura.

—Y si quieres decirme que me vaya a la mierda —dije, alzando mi dedo


medio hacia él—, este es un gesto perfectamente aceptable para ese
propósito.

Suspiró y volvió a señalar la piedra. Ningún por favor, pero tampoco


el dedo medio. Podría haber sido peor.

Cuatro piezas limpias, me había indicado su nota de la mañana.


Suspiré, puse mi mano contra el azul oscuro, casi violeta, del sofá y absorbí
tan poco rojo como pude.

La piedra explotó, en realidad cuatro pedazos, atravesando la


habitación en cuatro direcciones a la vez. Dos destrozaron las ventanas; una
golpeó el mueble de la despensa y arrojó al suelo varias bolsas de harina;
una se estrelló contra la cama y dejó varios cortes largos y profundos en
nuestras almohadas.

Parpadeé y mi mente se dio cuenta de la magnitud del daño demasiado


tarde.

—Oh.

Creon simplemente se encogió de hombros mientras volvía a caer en


el sofá, sin molestarse en reparar las ventanas o recuperar su comida.
Tragué y traté de no parecer demasiado tímida. De hecho, arruiné la
habitación, pero claro, el bastardo podría haber dado una advertencia más
detallada, ¿no?

—¿Le sucede esto a todos los niños fae cuando comienzan a entrenar?
—dije después de un rígido momento de silencio—. Porque estoy empezando
a preguntarme cuántos de tus profesores mueren aquí cada año.

Suspiró mientras sacaba su lápiz nuevamente. Tu magia es bastante 137


fuerte.

Me quedé mirando esa frase. Bastante fuerte. ¿Se suponía que eso era
un cumplido o simplemente una observación? Y, de todos modos, ¿por qué
había esperado una semana para decírmelo?

—¿A pesar de que soy mitad fae? —dije lentamente. Lo primero es lo


primero. La información tenía prioridad sobre mi disgusto.

Los faes completos suelen terminar en algún lugar entre ambos padres.
Los faes mestizos tienden a tomar todos los poderes del padre fae.

—¿Lo que sugiere que mi padre fae debe ser un mago relativamente
fuerte?

Él asintió, frunciendo levemente el ceño. Incliné la cabeza hacia él y


le dije:

—Pareces molesto por ese pensamiento.


Es interesante. Los magos fuertes llaman la atención. Aquellos que
sobreviven a la atención tienden a ser más sensatos y no se involucran con
los humanos.

Me burlé.

—¿Porque los faes sensatos no tocarían a los humildes humanos con


un palo?

No es lo que dije.

—Aunque podría ser lo que quisiste decir. —Al menos estaba claro
que rara vez le hubiera dado mucha importancia a las vidas humanas. Y
definitivamente sabía lo que la mayoría de los de su especie pensaban sobre
nosotros; lo había visto escrito con suficiente claridad en sus ceños
fruncidos cuando aparecían en Cathra para exigir su tributo anual—.
Muchos faes parecen compartir la idea.

Hay más cosas que no comparto con la mayoría de los faes.


138
—¿Otra cosa sobre la que cambiaste de opinión durante la guerra?

Él asintió.

—¿Por qué?

Su rostro volvió a convertirse en una máscara de piedra y sus ojos


adquirieron un brillo vidrioso. Ni siquiera una negativa cortés o un sutil
cambio de tema. No es nada. Como si yo, su interlocutora, no fuera nada.

Bastardo. Puede que lo hubiera metido en esta conversación, pero


claramente no iba a concederme más triunfos.

—Bien —dije secamente, dejándome caer sobre las almohadas.


Tendría que aprovecharlo lo mejor posible. Mientras él estuviera aquí, al
menos podría seguir haciendo preguntas—. Entonces, algo más. Eres un
mago bastante fuerte, ¿no?

Probablemente el más fuerte de la historia registrada. No había ningún


signo de jactancia en su rostro mientras lo escribía. En todo caso, fue simple
agotamiento.

El más fuerte.
En la historia registrada.

¿Cuál era... tres mil años? ¿Cuatro mil, tal vez, si las bibliotecas de
los faes tenían más antigüedad que las de la Ciudad Blanca? Tragué,
incapaz de resistir el impulso de robarle otra mirada a la cara. Cicatrices
tatuadas, rasgos cincelados, belleza helada.

—Entonces... ¿quiénes son tus padres?

Parpadeó, ese gesto confuso rompió el escudo de la perfección


indestructible. Por segunda vez desde que lo conocía, sus labios se abrieron
ligeramente, vacilando ante las sílabas silenciosas que estaban a punto de
formar.

—¿Qué? —dije—. ¿Es esa una pregunta extraña?

Soltó una burla silenciosa y triste. Pensé que era de conocimiento


común. Fue cuando yo era más joven.

—¿Qué fue...? 139


Sus nudillos se tensaron alrededor del lápiz mientras escribía: La
Madre.

—La... Espera, ¿qué?

Un encogimiento de hombros.

—¿La Madre? ¿Es tu madre?

Presionó sus labios formando una fina línea, pero asintió.

Oh, Zera, ayúdame. Reprimí el impulso de alejarme de él, de la sangre


de ese horror incoloro, del poder mortal que rebosaba en él. Nacido para
unirse a sus fuerzas, había escrito días atrás. Sin acuerdos traicioneros ni
tratos impíos involucrados. Había enviado a su propio hijo a entrenar antes
de que pudiera pronunciar frases completas, destinado a convertirse en un
arma, un instrumento de su tiranía.

Y luego ella lo había atado. ¿Incluso tenía miedo de su poder?


—¿Pero dijiste que todavía eres un mago más fuerte que ella? —Mi voz
sonaba sin aliento por mucho que intentara ocultar mi sorpresa—.
¿Entonces tu padre era aún más poderoso?

Creon me lanzó una mirada. Ojos oscuros y sin fondo, y por un


momento me pareció ver una extraña desesperación parpadeando en sus
profundidades. Solo un destello y luego desapareció. No había nada
remotamente vulnerable en su rostro mientras garabateaba: Historia
diferente.

—Bueno, tengo tiempo.

Yo no.

Entonces, ¿qué había estado haciendo todos estos días?


¿Simplemente no le importaba informarme o pensaba que no podía guardar
un secreto? La furia volvió a atravesar el shock momentáneo. Un arma, en
efecto, y ¿quién le diría a su espada dónde o por qué la estaba blandiendo?

Luchando por mantener la voz baja, dije: 140


—Mira, supongo que entiendo por qué no te gusta especialmente
hablar de tu familia...

Su mirada estaba llena del más agudo escepticismo.

—No me mires así —dije exasperada—. Estoy tratando de ser amable,


¿de acuerdo?

Su garabato era apenas legible. No te molestes.

—Oh, por el amor de los malditos dioses. Bien. —Entonces podría


meterse los últimos restos de mis buenas intenciones en su principesco
trasero—. Me importa una mierda tu historia familiar, si quieres saberlo,
pero estoy arriesgando mi vida tanto como tú, y me has estado tratando
como a una niña estúpida durante una buena semana. ¿Estás tan ocupado
conspirando contra tu querida y vieja madre que no encuentras ni dos
minutos para contarme lo que estás planeando?

Se puso rígido ante querida y vieja madre. Me encogí de hombros, me


recosté sobre las almohadas y me metí un dátil en la boca, masticándolo
vigorosamente para enmascarar el silencio de su figura inmóvil a mi lado.
—Por si alguna vez resulta útil —agregué mientras me tragaba el
dátil—, este es el gesto de matar. —Un rápido movimiento de mi mano plana,
como para decapitarlo—. También puede usarse como una amenaza
general. Aunque no creo que alguna vez necesites amenazas en mi vecindad,
por supuesto.

Me dio una mirada en blanco. Levanté una ceja y le devolví la mirada


hasta que apretó los labios y desvió la cara, arrebatando su cuaderno de su
regazo con menos moderación de lo habitual.

Ciento treinta años sin conversaciones serias. Quizás lo estaba


abrumando más rápidamente de lo que esperaba.

¿Cuánto sabes sobre la historia de las Guerras?

—Tanto como es relevante para la mayoría de los humanos —dije,


inclinándome cuidadosamente para leer su escritura sin tocarlo. Incluso
cuando estaba furioso y exasperante y era el hijo de la Madre de todos los
faes, esa desconcertante magia fae todavía se pegaba a cada centímetro de
él. No iba a terminar apoyándome en sus hombros perfectamente
141
esculpidos. Su olor ya me daba suficientes problemas—, es que los faes son
bastardos que pueden matarte en cualquier momento, como lo han estado
haciendo durante al menos un par de siglos.

Me lanzó una mirada. Me encogí de hombros.

—No tiene mucho sentido preguntar por las causas exactas y los
conflictos originales cuando estás ocupado tratando de cosechar suficiente
grano para sobrevivir al tributo, ¿comprendes?

Comprendo.

Asentí hacia la comida en su despensa.

—Lo dudo.

Él no reaccionó a ese punto. ¿Entonces no sabes qué es ella?

—¿Quién... la Madre? A menos que la respuesta sea una perra


asesina, supongo que no.

Dos perras asesinas, escribió.


Mi mano se detuvo a medio camino del mechón de cabello que estaba
a punto de quitarme de la frente. Había escrito las palabras con esa fría
dureza en su rostro, tan rápido que me tomó un momento asimilarlas. Dos
perras asesinas. No estaba bromeando, ¿verdad?

—Solo había una mujer sentada en ese trono.

Un cuerpo. Subrayó la última palabra y luego dejó caer el lápiz para


tomar un dátil él mismo. Me quedé mirando esa explicación, esa lamentable
excusa de explicación, y de repente me arrepentí de haber comido. Mi
estómago se revolvió de manera desagradable ante las implicaciones.

—¿Estás diciendo que son dos personas en un solo cuerpo?'

Él asintió, masticando lentamente.

—¿Quieres decir que está loca? Hubo alguien en Ildhelm que juraba
que tenía dos personas viviendo en su cabeza. —Levanté mis rodillas y las
metí debajo de mi falda—. Uno era un estudiante brillante y tímido, y el otro
era un estudiante bastante vulgar... 142
Creon rechazó mis palabras con un gesto. Ella no está loca.

—¿Entonces… cómo?

Magia.

Tragué.

—¿Ella puso mágicamente las mentes de dos personas en un solo


cuerpo?

Son hermanas, escribió, pareciendo un mártir por tener que


decírmelo. Achlys y Melinoë. Descubrieron que podían combinar sus poderes
mágicos si ambas empezaban a vivir en el cuerpo de una de ellas.

—Zera, ten piedad. —Me froté la cara—. ¿Entonces en el cuerpo de


quién viven ahora? ¿Y adónde fue el otro cuerpo?

Hizo una mueca y se encogió de hombros.

—Oh. ¿No estabas allí cuando... se combinaron?


Sucedió hace aproximadamente un milenio.

Un milenio. La mujer… ¿mujeres?, lo que había conocido en ese


espantoso trono de huesos tenía al menos mil años de antigüedad. Tragué
de nuevo, tratando de no parecer la chica humana perturbada de veinte
años que era, y dije:

—Entonces, ¿qué combinación de colores necesitarías para hacer tal


cosa?

No es magia de colores.

—¿Hay... otra magia?

Dioses, escribió.

Me quedé mirando esa palabra, con la sensación de que algo como


una araña subía lentamente por mi columna. Dioses. Lo cual tenía que ser
una broma. Todo el mundo sabía que los dioses no se mezclaban con
simples faes y humanos, o al menos, que nadie que yo conociera había 143
conocido realmente a uno, sin importar cuánto rezaran y cantaran. Pero,
por lo que había visto, Creon no tenía la costumbre de bromear, y la forma
en que masticaba su dátil sugería que le hubiera gustado mucho haber
estado bromeando aquí.

—Estás diciendo que los dioses existen —concluí, lenta y


cuidadosamente.

Me levantó una ceja poco impresionado.

—Y esos dioses la pusieron... las pusieron... en ese cuerpo.

Un dios. Korok.

—¿Qué absoluto idiota haría tal cosa?

Un idiota perdidamente enamorado. Respiró larga y lentamente. O


quizás no necesariamente amor. A Agenor se le escapó una vez que el
argumento era que ella ya no tendría que dormir más.

—Con una de ellas despierta en cualquier momento dado... oh, joder.


—No quería sonrojarme. Tenía muchas esperanzas de no sonrojarme, pero
con ese cuerpo enloquecedoramente musculoso tan cerca, este no era un
tema en el que quisiera insistir demasiado—. ¿Quién es Agenor?

Antiguo y muy leal aliado suyo. Uno de los pocos que aún quedan vivos
de aquella época.

Ese tiempo, hace un milenio. Incluso la idea me provocó náuseas.


Probablemente Agenor ni siquiera sería un viejo arrugado arrastrando los
pies con un palo. Ninguno de los faes que había conocido parecía mayor que
un humano de unos treinta años.

—Está bien —dije, tragándome mi disgusto—. Así que algún dios


idiota puso a dos mujeres en un solo cuerpo, ¿y luego qué?

Lo empeoró. Él le enseñó la magia de los dioses. Creon me dirigió una


mirada estimativa, como para determinar cuánto tenía que explicarme.
Vivían con sus comunidades humanas en el continente en ese momento. Los
dioses.

—¿Antes de la plaga? 144


Sí. Su magia protegía a los humanos. Como los demás pueblos no
tenían esa protección, los dioses también les dieron algo de magia. Magia de
colores para los faes. Magia de fuego para los fénix. Luz para…

—Espera, espera, espera —interrumpí, sobresaltándome—. ¿Estás


diciendo que los fénix existen?

Una sombra se deslizó por su rostro, pero él asintió y continuó. Luz


para elfos. Sangre para vampiros. Naturaleza para ninfas. Para mantener el
equilibrio, el acuerdo fue que nadie debería obtener más poder del que se le
había asignado.

—Y luego la Madre tomó ese poder de todos modos.

Así es como ata a la gente. Eso tampoco es magia de colores. Le tomó


apenas una decena de años conquistar a todos los diferentes pueblos de faes
después de aprender esa habilidad.

—Oh. No sabía que había diferentes pueblos faes. —Hice una mueca—
. Todos ustedes me parecen unos bastardos muy similares.
Había tres. Korok le construyó las Cortes después de su conquista, una
para cada pueblo.

—La Corte Carmesí —dije, contando con las puntas de mis dedos—, y
la Corte Dorada, ¿y cuál es la tercera?

Cobalto.

—Nunca la oí.

Fue destruida durante la Guerra.

—Está bien. La Guerra. —Todo me deslumbraba, pero no pensaba


hacérselo saber mucho. Probablemente aprovecharía cualquier excusa para
terminar la conversación—. ¿Cómo empezó eso entonces? ¿Los humanos se
cansaron de ella en algún momento?

Lo hicieron. Dudó y luego garabateó: Entonces mataron a su hijo.

—¿Su qué?
145
Su hijo. El de ella y el de Korok. Su comunidad humana estaba
descontenta porque ya casi no estaba con ellos. Algunas mentes luminosas
decidieron que la solución sería vengarse y matar a su hijo.

—¿Tu hermano... medio hermano?

Creon se encogió de hombros. ¿Cuánto valía ese vínculo de sangre, si


ese desafortunado medio dios había sido asesinado siglos antes de que
naciera el macho fae a mi lado?

—¿Y eso inició la guerra?

Ella tomó ese apodo después de su muerte. La Madre. Atacó a los


humanos de Korok, quienes pidieron ayuda a los otros dioses, lo que inició la
Guerra de los Dioses. La cual ella ganó y terminó sacrificando a Korok para
desatar la plaga en el continente.

Lo miré fijamente. La plaga. La extraña plaga que se posaba sobre el


continente hacia el oeste, que azotaba la tierra e imposibilitaba vivir en esas
tierras más de unos pocos días como máximo. Conocí a un hombre que
afirmaba haber puesto un pie en esas costas, y su rostro era una aterradora
mancha de quemaduras y cicatrices correosas. Eso había acechado al
archipiélago durante cientos y cientos de años... ¿y todo eso había sido obra
de ella?

Así que los humanos restantes huyeron a las islas, continuó Creon,
imperturbable, y pasó la página. Aliados con las comunidades mágicas que
vivían allí: fénix, elfos, etc. Lo que inició otra guerra de varios siglos, que
terminó con la Última Batalla.

—Que ella ganó. La Madre.

Él asintió.

—Excepto que misteriosamente cambiaste de opinión sobre tu lealtad


justo cuando el bando al que siempre habías sido leal estaba ganando. —
Apoyé los codos en las rodillas e incliné la cabeza hacia él—. Una elección
inusual, tengo que decir.

Tal como esperaba, no recibí nada más que una mirada vacía y plana
a cambio.
146
—Y naciste en algún lugar durante esa segunda guerra —continué,
lentamente—, como el mago más ridículamente poderoso que el mundo
había visto hasta ese momento.

Algo se retorció en su mandíbula. Una reacción. Bien.

Achlys y Melinoë amplifican los poderes de cada una, pero solo en un


cincuenta por ciento. Sin embargo, nací en un cuerpo con esos poderes
combinados.

—¿Entonces cuentas por dos faes? —Dejé escapar un suspiro—. Ya


veo. ¿Y tu padre... entonces también es un mago fuerte?

Un encogimiento de hombros. Supuse que se suponía que era una


confirmación.

—¿Dónde está ahora?

Muerto. Ella lo mató después de que yo nací.

Porque ella había necesitado al desafortunado macho fae solo para su


descendencia, por su destreza mágica, que garantizaba un niño lo
suficientemente fuerte como para ser medio ejército por sí solo. Tragué y
dije:

—Pero si eres más poderoso que ella en cualquier momento, la Madre,


quiero decir, entonces ¿cómo logró atarte?

Circunstancias.

Resoplé e hice girar mi dedo índice en un pequeño círculo.

—Para que no tengas que desperdiciar más ese lápiz perfectamente


fino en respuestas tan inútiles, este es el gesto adecuado para las
circunstancias. —Y también para un par de cosas más.

Apartó la punta como si estuviera tratando de matar una mosca


molesta. Bien. Que se enoje. Era mejor que un estoico despiadado.

—E incluso sin magia, ¿no has visto la oportunidad de clavarle un


cuchillo en ciento treinta años?

Ella nunca duerme. Y cuando está despierta, es su magia contra mis


147
cuchillos.

—Magia —dije distraídamente, haciendo el gesto brillante que


denotaba esa palabra—. Dormir. Cuchillos. —Cada palabra acompañada de
los movimientos de las manos que la simbolizaban. No se me escapó cómo
sus ojos seguían los movimientos de mis dedos con agudeza depredadora,
como si estuviera marcando los patrones para encontrar sus puntos
débiles—. En realidad, no estoy segura de cuál es el gesto para despertar.
Tendremos que pensar en algo.

Creon no se movió, así que suspiré y agregué:

—¿Y yo?

Ladeó la cabeza, lentamente.

—Si ella nunca duerme, tendré que encargarme de ella mientras esté
despierta. Lleva mil años entrenando su magia y aparentemente es
prácticamente una diosa. —Solté una risa sin alegría—. ¿Qué esperas que
haga? ¿Entrar y volarla en pedazos como esas piedras?

No funcionaría.
Apreté los dientes.

—Tenía miedo de que dijeras eso. ¿Por qué?

Las piedras son homogéneas. Tu magia las afecta como un todo.


Cuerpos humanos... Se encogió de hombros. Golpearías solo la capa exterior.

—¿Solo dañaría su piel? —Otro dato más que debería haber recibido
hace días—. ¿Y entonces necesitaría más magia para golpear la carne, los
órganos y los huesos de abajo?

Él asintió. Pero…

—Pero para entonces ella ya me habría dado la vuelta de dentro hacia


afuera para saltar la cuerda con mis tripas. —Solté una risita sin alegría—.
Sí.

Creon parpadeó. Idea novedosa.

—Oh, por el amor de Dios. —Mi voz se elevó: el recuerdo de ese asiento
óseo era demasiado agudo en mi mente, la imagen de mis propios huesos
148
pegados desgarrados y ensangrentados a esa pared macabra—. Bueno,
muchas gracias por decirme con una semana de retraso lo inútil que es todo
este entrenamiento. Entonces, ¿tenías otro plan o planeabas esperar un
siglo antes de que pudiera tener la más mínima posibilidad contra ella?

Su vistazo a las ventanas fue rápido, pero notable. Secretos peligrosos,


otra vez.

Hay algo en su trono.

—Algo —dije, el escepticismo en mi voz.

Ella nunca lo pierde de vista. La última vez que la vi fuera de la


habitación fue durante la Última Batalla, y mantuvo una fuerza considerable
en casa para protegerla.

Ese salón, ese lugar sombrío y macabro. ¿Quién en su sano juicio


elegiría ese lugar para pasar el resto de su vida?

—¿Y no sabes cuál es la importancia de ese trono?


Puede que esté relacionado de alguna manera con su magia. Que sea
una fuente de sus poderes. Korok lo construyó para ella.

—Está bien. —Respiré profundamente. Un trono, aunque estuviera


construido por un dios, al menos parecía un oponente más prometedor que
ese horror de ojos azules de dos almas y un cuerpo—. Así que tu sugerencia
sería destruir el trono primero.

Él asintió.

—Pero en ese caso tendremos que llegar a él. Y si nunca sale del salón,
no...

El Laberinto, escribió Creon.

—¿El qué?

Hay un sistema de túneles subterráneos debajo de la corte. Prohibido


entrar. Algunos de ellos corren por debajo del salón. Podría ser posible cavar
a través de la piedra y destruir el trono desde abajo. 149
Lo miré con los ojos entrecerrados.

—Has estado pensando en esto durante décadas incluso antes de que


yo naciera, ¿no?

He tenido tiempo para pensar.

—En medio de la caza de humanos. —Solté una risa aguda—.


Entonces, ¿por qué estás ocupado cada minuto del día, si tus planes ya se
hicieron hace un siglo?

La punta de su lápiz vaciló una fracción sobre el pergamino, como si


ya supiera que no estaría contenta con la respuesta. Trazando el laberinto.

—¿No hiciste eso en las últimas décadas?

Me dio una mirada penetrante y subrayó el Prohibido entrar que había


escrito antes.

—¿Y?
Rara vez tengo una excusa para desaparecer de su vista durante una
semana.

Una excusa. Me tomó un momento para que eso se hiciera realidad:


yo.

—¿Me has estado utilizando como coartada sin siquiera decírmelo?


¿Sin siquiera considerar llevarme contigo?

Sus cejas exasperantemente perfectas se juntaron. ¿Por qué debería


llevarte conmigo si aún no puedes controlar tu magia?

—¡Porque soy yo quien tiene que hacer el maldito trabajo aquí! —Mi
voz salió de mí con fuerza sin tener en cuenta el sentido o la sutileza: una
semana completa de miedo y frustración saliendo de mis labios—. ¿Porque
no estarías en ningún lado sin mi magia, porque estoy aquí para salvar tu
lamentable trasero y me estás tratando como si de alguna manera me
estuvieras haciendo un favor?

Algo se movió en su mandíbula, pero ya no me importaba. Estaba 150


demasiado furiosa para que me importara. ¿En eso se había convertido
entonces mi vida: de mi asfixiante aldea a los sofocantes brazos de un fae
traidor? ¿Condenada a responder a los caprichos y deseos de los demás por
el resto de mi vida?

Creon se dio la vuelta abruptamente y arrojó su cuaderno sobre el


sofá mientras se levantaba. Enojado. Estaba enojado. Entonces, por fin una
emoción, pero ni siquiera ese triunfo logró registrarse a través de la neblina
de mi furia.

—¡Y maldición, no me ignores!

Él me ignoró.

—¿Qué quieres que haga entonces? —siseé—. ¿Arrojarme a tus pies


porque me mantuviste viva para utilizarme en tu propia maldita lucha?
¿Tirarme a tu cama como la pequeña humana tonta que quieres que sea?

Un temblor recorrió sus alas mientras se desplegaban, pero no giró su


rostro hacia mí mientras caminaba hacia el otro lado de la habitación y
comenzaba a reparar el daño que mi magia había hecho a sus ventanas con
breves y bruscos estallidos de azul.

El odio brotó de mi garganta, con sabor a veneno.

—¿Es algo hereditario? —me burlé—. ¿Esa tendencia a tratar al resto


del mundo como gusanos en la tierra?

Los colores desaparecieron del mundo que lo rodeaba.

¿Era eso siquiera posible? Los libros palidecieron detrás de sus alas
inmóviles. El cristal verde de la ventana se volvió de un blanco pálido y
enfermizo. El suelo alrededor de sus pies se blanqueó y la clara madera de
abedul de repente adquirió el color del mármol impecable.

Me senté congelada en los cojines del sofá, incapaz de apartar los ojos
de su forma todavía negra.

Se volvió muy lentamente. Como si un solo movimiento desenfrenado


pudiera enviarme a mí, a la casa y al bosque afuera al mar. Su cara... oh, 151
que los dioses me ayuden. Las líneas perfectas de sus rasgos se habían
contorsionado en una máscara irreconocible, las cicatrices entintadas
palidecían en su piel. Sus ojos eran lo suficientemente oscuros como para
tragarse un sol.

De repente, el pabellón le pareció demasiado pequeño a su alrededor.


Alrededor de sus alas extendidas ampliamente, alrededor de su poder
calentándose hasta el punto de estallar en las yemas de sus dedos.

—Oh, cielos —me oí decir—. ¿Toqué un punto doloroso, Su Alteza?

Sus labios se movieron, apretados por la furia y el autocontrol.


Movimientos impotentes y silenciosos, pero podía leer las palabras incluso
desde el otro lado de la habitación.

Cállate.

Debería estar asustada. Yo era una niña tonta que contemplaba un


volcán a punto de estallar, un ratón enfrentándose a un dragón en toda la
fuerza de su ira. Pero en mi lengua solo saboreé un dulce y embriagador
triunfo. Así que aquí estaban las emociones, al fin. Gloriosas y
descontroladas. Había hecho un juramento de no hacerme daño y yo no
había hecho tal cosa a cambio.

—No me voy a callar en absoluto. —Me levanté con cuidado,


asegurándome de mantener mis manos alejadas de cualquier superficie de
color—. Francamente, estás lo suficientemente callado por los dos.

Permaneció inmóvil, con gotas negras acumulándose en las puntas de


sus dedos. La magia que le dolía bajo la piel quería liberarse. Tanto poder...
pero él no podría, no podría hacerme daño.

—Me voy a la playa —dije—. La verdad es que ya he visto suficientes


alas por hoy.

Y corrí, con la furia zumbando en mis venas y el triunfo ardiendo en


mis pulmones, mientras el sonido de cristales rotos rompía el silencio detrás
de mí.

152
9

153
En el calor del sol del mediodía la playa estaba tan cálida que me
dolían las plantas de los pies descalzos. No podía molestarme en
preocuparme. Los pies ligeramente ampollados eran una lamentable excusa
de problema en comparación con el que había dejado en ese pabellón; para
cuando descubriera el asunto de Creon, unos cuantos fragmentos de magia
azul serían suficientes para aliviar el dolor ardiente en mis pies.

Caminé y caminé. Después de una semana en este lugar ya ni siquiera


veía el azul antinatural del mar, ni los destellos de colores brillantes de peces
y corales debajo de la superficie.

Cuanto más atrás quedaba el pabellón, más se diluía el triunfo. En su


lugar surgió algo desconcertantemente parecido a la duda.

Probablemente había cruzado una línea. No había forma de fingir que


esos últimos comentarios habían sido otra cosa que un intento deliberado
de herir, un reflejo instintivo para arremeter y hacerle sentir al menos algo
del rechazo, algo de la indiferencia que había tenido tanto cuidado en
mostrarme desde el día que llegué a su casa. Todo ese esfuerzo por ser al
menos algo civilizada, algo educada, y no tenía ninguna duda de que los
había vuelto inútiles a todos con ese único y estúpido arrebato.
Su frialdad hasta el momento había sido su reacción ante mi cortesía.
No quería saber cómo respondería a los ataques deliberados que acababa
de lanzarle a la cara.

¿No podía simplemente... irme? ¿Robar un barco de algún


embarcadero de faes y remar hasta el norte, si era necesario? Volver con mi
familia. Volver a los olores de las pinturas de mi padre y las flores de mi
madre. Había hecho un trato, sí, pero si no obligaba a Creon a cumplir su
parte del trato, no debería estar obligada a cumplir mi parte... y él
probablemente estaría igualmente feliz de deshacerse de mí después de esta
escena...

¿Lo estaría?

Aparté una pequeña piedra de una patada y maldije por el dolor del
impacto. Había esperado ciento treinta años para encontrarme. No, no para
encontrarme, para encontrar a cualquier mago sin ataduras. Incluso si lo
molestaba hasta la muerte, probablemente no me dejaría ir tan fácilmente.

¿Por qué?
154
¿Por qué estaba tan decidido a derribar a la Madre?

Todo sería mucho más fácil de manejar si al menos entendiera a qué


juego estaba jugando la Muerte Silenciosa: qué lo motivaba a correr todos
esos riesgos para deshacerse de la mujer que lo había dado a luz, que le
había proporcionado una vida lujosa y más libertad que la que parecía tener
cualquier otra persona en el archipiélago. ¿Era una cuestión de venganza
personal, de algún odio profundo que se había enconado durante siglos
entre madre e hijo por cualquier motivo? ¿Estaba Creon tratando de ponerse
en ese trono y gobernar sobre toda la raza fae, y los humanos también? ¿O
había cambiado de opinión sobre la superioridad de los de su especie
durante la guerra y era toda esta empresa el resultado de algún obstinado
idealismo bajo las capas de fría distancia?

Era difícil imaginarlo como un idealista inspirado, el hombre


terriblemente hermoso que había dejado atrás. Era difícil imaginar que le
importara algo. Y todavía…

Ciento treinta años.


A mi izquierda, el bosque se oscurecía a medida que avanzaba, pero
en la arena el sol todavía brillaba tan fuerte como en cualquier otro lugar.
Mi cabeza no se aclaró con eso.

Durante ciento treinta años siguió matando y torturando en su


nombre. Sabía que eso era verdad; él mismo admitió que era verdad.
Entonces, cualquier chispa de rebelión que hubiera ardido en él después de
la guerra aparentemente no había sido suficiente para que le importara
tanto el dolor y la muerte que dejaba atrás dondequiera que iba. Un tipo de
traición muy vaga, en realidad. Había seguido nadando junto con la
corriente mientras que luchar contra ella le costaría demasiado; solo cuando
aparecí se dio cuenta de que podría ser una forma relativamente indolora de
lograr sus objetivos.

Indolora para él. Ese trato era la única razón por la que me atreví a
creer que él no me sacrificaría tan fácilmente para sus propios fines. E
incluso eso… Él me protegería siempre y cuando lo ayudara a lidiar con la
Madre, decía el juramento. ¿Seguiría estando a salvo un minuto después de
terminar esa misión? 155
Debería haber pensado en eso. Si mi cabeza no hubiera sido un
desastre esa primera noche, podría haberme protegido mucho mejor.

Entonces, ¿qué iba a hacer ahora?

El aire pareció volverse más oscuro a mi alrededor mientras


consideraba mis opciones, como si las sombras del bosque se arrastraran
hasta la playa mientras caminaba, filtrando la luz del sol en algo mucho
más pálido y frío. Un escalofrío recorrió mi columna y apenas lo noté. ¿Qué
debía hacer?

¿Volver al pabellón como si nada hubiera pasado? ¿Seguir


ignorándolo como él prefería ignorarme a mí, excepto cuando trabajáramos
juntos de mala gana para escabullirnos a través de laberintos y destruir
tronos de poder mágico desconocido? Me volvería loca si tenía que vivir así
durante meses. Ya me estaba volviendo loca. Sin una sola alma a quien abrir
mi corazón, ¿cómo podría evitar que se convierta en hielo en mi pecho?

Podría regresar y exigirle que se portara mejor. Probablemente


levantaría esa maldita ceja suya y me ignoraría, si tenía suerte.
Podría amenazar con irme si no dejaba de tratarme como una mascota
molesta. Pero él fácilmente podría encerrarme dentro de su casa, y entonces
¿qué iba a hacer? Él sabía tan bien como yo que me incriminaría a mí misma
exponiéndolo a la Madre y que nadie más tendría el poder de salvarme de
él.

Podía…

Algo gruñó detrás de mí.

Me giré tan rápido que casi tropecé con la arena caliente.

Mis ojos necesitaron un momento para convencerse de que la escena


que tenía ante mí era real. Que esto no era producto de mis pesadillas u otro
truco de faes jugando con mi mente, que el animal que merodeaba desde el
borde de los árboles era tan sólido y sustancial como mi propio cuerpo. La
criatura era tan alta como un caballo, pero constituida como un perro de
caza: un perro de caza particularmente áspero. El pelaje negro era suave y
brillante, como si el monstruo acabara de salir del agua, pero las zonas
calvas de todo su cuerpo parecían en carne viva y supurantes, y la piel
156
alrededor de sus ojos amarillos se estaba descamando. Sin embargo, esos
ojos en sí eran claros y crueles, y el hocico afilado me apuntaba sin la menor
vacilación.

La palabra surgió en mi mente como un reflejo. Sabueso.

Oh, dioses. ¿Cuánto había caminado exactamente?

Más allá del árbol nudoso. Estaba tan sumida en mis pensamientos
que me había olvidado por completo de prestar atención a la advertencia de
Creon, el límite que me mantenía a salvo alrededor del pabellón. No me
había imaginado las sombras cerrándose a mi alrededor ni el pálido calor
del sol.

Esto era Faewood.

Y se había fijado en mí.

El sabueso había esperado hasta que lo pasé. Ahora, acercándose a


mí con sonidos silenciosos y gruñidos uniéndose a sus jadeos, bloqueó el
camino de regreso a terrenos seguros. Al otro lado de mí... más playa,
alrededor de toda la isla, pero incluso si alguna vez lograba correr lo
suficientemente rápido como para dejar al sabueso detrás de mí, eso solo
me llevaría a partes más densamente pobladas de la corte. A los brazos de
faes que no tenían motivos para ser amables con una humana recién llegada
entre ellos.

Miré hacia abajo. Llevaba mi vestido azul pálido con flores blancas.
Sin rojo para defenderme. La arena podría darme un poquito de amarillo,
tal vez, pero estas playas eran demasiado blancas, muy poco color para
detener al sabueso.

Oh, dioses.

Retrocedí. Lejos de la monstruosa criatura que se acercaba a mí, la


baba que goteaba de sus estrechas mandíbulas era un mensaje claro de sus
intenciones. El sabueso volvió a aullar, casi como si se estuviera riendo.

Mi pelo. Todavía había rojo en mi pelo. Pero no sería suficiente para


más de uno o quizás dos ataques, y si calculaba mal, si no golpeaba cómo y
dónde quería golpear, solo enfurecería aún más al monstruo. ¿Y si había
157
más? Ciertamente no tenía la magia para defenderme de una manada entera
de estos animales.

—Hey —dije, mi voz era un intento forzado de confianza. ¿Podría el


sabueso entenderme? Era una criatura fae. Por lo que yo sabía, se
comunicaba con los faes y los humanos todo el tiempo—. Probablemente
esta no sea tu mejor idea, amigo. Creon quiere mantenerme con vida, ya ves.
Si me haces trizas, lo harás infeliz y...

El sabueso gruñó, un sonido agudo y violento.

Chillé, salté hacia atrás y casi perdí el equilibrio otra vez. Luchando
por mantenerme de pie, logré:

—Bien, si tú...

Nuevamente la criatura gruñó mientras se arrodillaba para atacar.


Tomé mi pelo en la mano izquierda sin pensarlo dos veces: rojo, en la mayor
cantidad posible, en los ojos del monstruo, en su nariz o en cualquier otro
punto vulnerable…
Un destello de luz pasó por encima de mi hombro y golpeó al sabueso
directamente entre los ojos amarillos.

Me congelé, mis dedos todavía enredados en el cabello de mi sien. El


sabueso aulló de nuevo, esta vez con un dolor evidente, y se apartó de mí,
lejos de lo que sus ojos amarillos, cada vez más abiertos, veían a mis
espaldas.

¿Creon?

Pero no era Creon quien estaba detrás de mí cuando me atreví a darle


la espalda a esas mandíbulas babeantes durante una mínima fracción de
segundo.

Una niña pequeña había aparecido de la nada en la playa; no tendría


más de seis o siete veranos como máximo. Su cara redonda era un desastre
de pecas, su cabello una explosión de rizos rojos salvajes. Llevaba un vestido
amarillo brillante y sandalias desgastadas, con correas de cuero atadas
alrededor de la parte inferior de las piernas hasta las rodillas.
158
Y parecía humana. Pequeña, de orejas redondas y humana.

—¡Cuidado! —solté, mi corazón saltando a mi garganta. Que Dios me


ayude, ¿qué estaba haciendo ella aquí? Este sabueso medía cinco veces más
alto que ella y podía cortarle ambas piernas de un solo mordisco. Cualquier
niña con un mínimo de sentido común debería haber estado corriendo y
llorando por su madre, pero esta niña...

—Podría decirte lo mismo —dijo con un ligero ceño fruncido en su


rostro joven, agitando una mano pequeña y pecosa hacia el sabueso. Otro
destello rojizo partió el aire en dos y la criatura gimió como un perro faldero
apaleado—. Este no es realmente un lugar para humanos. Oh, lárgate,
estúpido...

Esa última parte fue agregada, con una mirada impresionante, al


sabueso fae que lloraba. Retrocedí para mirar al monstruo, pero se estaba
alejando lentamente de nosotras dos, su nariz temblaba como si el olor de
la recién llegada traicionara de dónde había venido repentinamente. Por el
rabillo del ojo, pude ver a la chica levantar una mano nuevamente.
El sabueso se puso en marcha y desapareció entre los árboles en una
mancha quejumbrosa y trepidante de un negro reluciente y un rosa
purulento.

Con una burla, la niña repitió:

—Tonto.

Me quedé aturdida en la arena, mirándola.

Se quitó un rizo rebelde de su frente pecosa, luego bajó la mano y me


lanzó una sonrisa más brillante incluso que la sofocante luz del sol.

—Tú no, por supuesto.

Me sentí malditamente como una tonta, con mi boca a punto de


abrirse y mis palabras vagando por mi mente en sílabas confusas que ni
siquiera podían comenzar a formar preguntas. Ella era humana, ¿no? Tenía
que ser humana. Pero había usado magia, la había usado sin absorber color
en ninguna superficie a su alrededor, hasta donde podía ver. Ni siquiera los 159
mestizos fae deberían poder hacer eso. Por no hablar de una mestiza de siete
años.

—¿Qué? —dije.

Ella sonrió aún más.

—Simplemente estaba por aquí. Me pareció que te vendría bien un


poco de ayuda. —Ladeó la cabeza y me examinó con ojos color ámbar que
parecían ver más de lo que cualquier niño de su edad debería ver—. ¿Estás
bien?

—Yo... Sí, estoy bien. ¿Qué diablos...?

—Oh, una historia muy larga. —Ella descartó la pregunta—. Mi


nombre es Lyn. ¿El tuyo?

—Emelin. —Tan pronto como lo dije, deseé no haberlo hecho. No tenía


ni idea de qué era ella, quién era. Si era leal a la Madre, o incluso a cualquier
otro fae noble en esta corte, es posible que me hubiera puesto en peligro. Al
menos no me había visto usar ninguna magia, pero incluso entonces…—,
¿De dónde... de dónde vienes exactamente?
Lyn se encogió un poco de hombros.

—Los árboles.

—¿Y qué hacías entre los árboles?

—¿Qué estabas haciendo en esta playa? —dijo secamente—.


Normalmente Myriskeia no se considera el lugar ideal para dar un paseo.

—¿Myriskeia?

—¿Cómo lo llaman en tu idioma... Faewood? —Ella hizo una mueca—


. Es un poco un eufemismo. Myriskeia significa...

—Deathwood —terminé sin comprender.

—Exactamente. Como dije, no es el mejor ambiente para relajarse. —


De nuevo inclinó la cabeza hacia mí, como un pajarito inteligente—.
¿Entonces por qué estás aquí?

—Perdí la noción de lo que me rodeaba. —Un poco tarde, me di cuenta 160


de lo estúpido que sonaba, así que agregué un poco más disculpándome—:
Soy nueva aquí.

—¿De dónde vienes?

¿Tenía sentido mentir? Si trabajaba para la Madre, probablemente ya


sabía la verdad, o se daría cuenta fácilmente si le decía algo más.

Me obligué a encogerme de hombros y dije:

—Cathra.

La sonrisa desapareció de su rostro como si le hubiera dado una


bofetada en las mejillas.

—¿Eres de Cathra?

—Yo... Sí.

—Buenos dioses. —No había nada infantil en su ceño desconcertado.


En todo caso, me recordó extrañamente al marido matemático de la señorita
Matilda tratando de resolver un problema particularmente espinoso—. Tú...
oh, diablos. ¿Mencionaste a Creon?
La forma en que su nombre apareció en sus labios me hizo detenerme.
Había un borde de indiscutible aborrecimiento en la forma en que
pronunciaba esas sílabas familiares, pero también algo parecido a la
incredulidad, como si no pudiera, con la mejor voluntad del mundo,
imaginar que la Muerte Silenciosa alguna vez estaría involucrada en algo
tan sangriento y violento como la masacre de mi isla.

Podría haber negado haber dicho su nombre a ese sabueso. Podría


haber insistido en que me escuchó mal. Pero ese trasfondo me hizo
abandonar la opción en un instante.

Porque sonaba como si lo conociera.

Lo que podría significar que podría contarme más sobre él.

—Mencioné a Creon —dije, enviando una rápida oración a Zera para


que no estuviera cometiendo el error del siglo—. ¿Por qué?

—¿Él te trajo aquí?


161
Asentí. Lyn maldijo en un idioma que no conocía, con una sinceridad
que podría escandalizar a un marinero adulto.

—¡Así no! —dije rápidamente. ¿Por qué una niña tan joven parecía
comprender todos los horrores que podrían ocurrirle a una mujer humana
en manos de un asesino fae? Quizás ella no era tan joven en absoluto. Si un
solo cuerpo podía albergar a dos individuos, era de suponer que un cuerpo
de siete años también podría albergar una mente mucho más antigua que
eso—. Él solo... ¿Yo solo le hago compañía?

Ella inclinó la cabeza hacia mí, quitándose un mechón rojo brillante


de los ojos mientras me escudriñaba en silencio durante varios segundos.
Una sensación extraña, tener una mirada tan penetrante dirigida a mí por
parte de una niña dos cabezas más baja que yo. Apenas reprimí el impulso
de empezar a inquietarme. Algo en su mirada me hizo sentir como si yo fuera
la niña de siete años aquí.

—¿Necesitas ayuda? —dijo ella.


Había escuchado suficientes historias sobre engaños de faes y tratos
accidentales como para considerar esa pregunta con cierta cautela. Incluso
si realmente no pareciera una niña fae… ¿y si fuera algo mucho peor?

—Estaré bien —dije y forcé una sonrisa—. Él no ha hecho nada para


lastimarme.

—No confías en mí —concluyó secamente—. Probablemente sea


prudente, con la gente que se pasea por este lugar... pero poco práctico.
¿Puedo hacer algo para tranquilizarte?

—¿Por qué te importaría?

Ella se encogió de hombros, pero el brillo de sus ojos contaba una


historia diferente. Una mirada de preocupación tranquila y honesta detrás
de la fachada de niña alegre.

—¿Por qué no me importaría?

—No me conoces. 162


—Eres una humana caminando por la Corte Carmesí —dijo, cruzando
sus pecosos brazos sobre su pecho—. Se sabe que hay personas que
necesitan ayuda en esa situación.

—Mira... —Respiré hondo. Mi control sobre la situación se estaba


disolviendo rápidamente—. Honestamente estoy bien, ¿de acuerdo? Lo peor
que está haciendo es ser un bastardo arrogante a veces, pero puedo manejar
algunas... ¿Qué?

Una sonrisa triste se había extendido por su rostro.

—Lo siento. Eso suena a Creon, sí.

Oh, maldita sea. Entonces lo conocía, ¿verdad? ¿Lo conocía lo


suficientemente bien como para llamarlo por su nombre, sin títulos ni
apodos violentos?

Todavía estábamos en la Isla de la Madre, en medio de Faewood. Lo


más inteligente sería salir de esta conversación antes de que pudiera decirle
algo importante o venderle mi alma accidentalmente. Pero parecía realmente
preocupada. Me había salvado de ese sabueso.
Y absolutamente me vendría bien un poco de ayuda.

—¿Entonces lo conoces? —dije—. ¿A Creon?

Su sonrisa se convirtió en una mueca amarga.

—Pensaba que lo hacía.

Oh, maldita sea la sabiduría, entonces. Esas palabras por sí solas


prometían demasiada historia interesante, demasiados secretos del pasado
que nunca me contaría por su propia voluntad. Si alguna vez tuviera que
descubrir cómo tratar con él, qué lo impulsaba, qué decirle y qué no decirle,
necesitaba toda la información que pudiera encontrar.

Los fae no me contarían chismes sobre el hijo de la Madre. Esta


pequeña niña podría ser mi única oportunidad.

—Entonces —dije, tomando mi decisión en un solo latido


inusualmente imprudente—, ¿quién eres tú, si puedo preguntar?

Durante un último momento, me examinó en silencio, con esos ojos


163
brillantes que irradiaban una inteligencia, una percepción mucho más allá
de los años de su cuerpo. Luego, de repente, se dio vuelta y dijo:

—Ven conmigo.

—¿A dónde?

—Quiero presentarte a un amigo mío. Y para estar fuera de la vista de


cualquier fae que pase volando.

Ir con ella al bosque de Faewood... sonaba incluso más imprudente


que pedirle respuestas. Pero ella ya estaba caminando y yo ya había decidido
que sería imprudente.

Bien, entonces. Si todo lo demás fallaba, al menos tendría magia que


ella no conocía. Con los colores de la madera alrededor, podría defenderme.

Corrí tras ella, alcanzándola con sus pasos más pequeños antes de
que estuviéramos a medio camino del borde del bosque. Se deslizó entre los
árboles sin la menor vacilación. Incluso las sombras de Faewood no parecían
alcanzar su vestido amarillo brillante y los rizos bailando alrededor de sus
hombros, y la seguí con solo un momento de desgana. Fuera lo que fuese,
había manejado a ese sabueso con bastante facilidad. Mientras ella misma
no fuera el peligro, probablemente podría mantenerme a salvo.

El bosque se volvió más oscuro a medida que caminábamos, hasta


que parecía que estábamos encontrando el camino entre las enredaderas
retorcidas y los árboles retorcidos en el crepúsculo. No apareció ningún
sabueso, como si ellos también se hubieran dado cuenta de que esta
pequeña niña podría no ser su presa más fácil.

Después de poco más de cinco minutos de caminata, un pequeño


edificio surgió entre el follaje.

O al menos alguna vez había sido un edificio pequeño, que se parecía


principalmente a los antiguos templos que había visto en las ilustraciones
de los libros de historia de Ildhelm. Solo quedaban en pie las paredes con
trozos de techo y el mármol cubierto de hiedra y musgo. Podría ofrecer
refugio a tres o cuatro personas, quizás cinco, si todas eran del tamaño de
Lyn. Pero no se veía ni rastro de camas ni de comida. Ella no podría vivir
aquí, ¿verdad? 164
A mi lado, Lyn se quedó quieta y puso las manos en las caderas. Antes
de que pudiera preguntar algo, ella gritó:

—¿Tared?

Solo cuando sonó una respuesta a unos cientos de metros de


distancia me di cuenta de que tenía que ser un nombre. La respuesta llegó
con voz de hombre, hablando en un idioma que no conocía y que ni siquiera
reconocía.

—¡Nos traje una nueva amiga! —gritó Lyn en respuesta.

Durante un latido o dos, no llegó la respuesta. Entonces, de repente


detrás de mí, la misma voz dijo secamente:

—¿Otra vez?

Grité y me sacudí.

Entre los árboles había aparecido un hombre alto, vestido con una
sencilla camisa verde y pantalones holgados de lino. Era muy rubio, su
cabello tan claro que apenas podía distinguir sus cejas en su rostro esbelto;
sus ojos eran de un color gris claro, sus orejas innegablemente redondas.
Lo que debería haberlo hecho humano. Pero incluso mientras estaba quieto,
había una sensación de movimiento a su alrededor, una ligereza que nunca
había visto ni siquiera en los humanos más animados, como una gota de
mercurio que no permanecía quieta el tiempo suficiente para que la luz la
captara.

Si estos dos eran humanos, yo era una idiota. Y no pensaba que fuera
idiota.

—Estaba teniendo problemas con los sabuesos —dijo Lyn antes de


que pudiera abrir la boca, y Tared levantó una ceja mientras examinaba
rápidamente mis pies descalzos y mi inocente vestido azul. La sonrisa que
me dio fue un poco torcida y un poco irónica, pero nada antipática.

—La próxima vez al menos toma un cuchillo si quieres jugar con


monstruos.

Solo entonces vi la espada que llevaba en la espalda: una hoja delgada


tan larga como su brazo, brillando blanquecina incluso en la oscuridad de
165
estos peligrosos bosques. El cuero de la empuñadura parecía lo
suficientemente desgastado como para decirme que este hombre, por más
delgado y ligero que pareciera, había visto una buena cantidad de
monstruos a lo largo de su vida.

—Gracias —dije, tragando—. Lo recordaré la próxima vez.

—Bien. —Otra de esas sonrisas torcidas—. Mi nombre es Tared,


probablemente lo hayas adivinado. ¿A quién tengo el honor de conocer?

—Emelin —dije—. Un placer.

—Ella es de Cathra —dijo Lyn a mis espaldas.

Tared se puso rígido en un abrir y cerrar de ojos, recuperándose tan


rápidamente que su reacción habría sido imperceptible si no fuera por el
contraste con esa constante sensación de movimiento.

—¿Oh, lo eres?

—Creon la trajo aquí.


Esta vez su pausa fue mucho más pronunciada.

—Ah. —Su voz se había enfriado hasta convertirse en un frío glacial


que solo podía ocultar un sentimiento mucho más profundo y feo que el leve
disgusto que brillaba a través de sus palabras—. Bien. Eso es un nuevo
mínimo.

—No es así —dije antes de que Lyn pudiera continuar con su informe
de mis propias palabras—. Ha sido... bueno, no exactamente agradable, pero
lo suficientemente bueno para...

—¿Bueno? —repitió Tared, entrecerrando sus ojos claros—. Después


de lo que hizo... sabes lo que pasó con la isla, ¿no?

Asentí, aunque sabía que teníamos ideas muy diferentes sobre qué les
había sucedido exactamente a los habitantes de Cathra. Tared soltó una
risa sin alegría, se aflojó la correa de la funda sobre su pecho y pasó junto
a mí hasta donde Lyn estaba arrodillada entre los muros cubiertos de
maleza del templo. No había visto piras ni yesca cuando llegamos, pero
ahora ardía un pequeño fuego sobre la tierra cubierta de musgo.
166
La rápida mirada que intercambió con Tared no se me escapó.
Tampoco tengo ni idea de lo que está pasando, decía esa mirada, y menos
aún de qué hacer con eso.

—¿Té, Emelin? —dijo, enfocando sus brillantes ojos en mí


nuevamente.

—Oh. —Quería preguntarle dónde planeaba encontrar té, pero justo


cuando abrí la boca, Tared se inclinó y sacó una gran bolsa de cuero de un
matorral—. Seguro. Gracias.

Ella me dedicó una leve sonrisa mientras Tared le entregaba tazas,


una tetera de hojalata y una gran jarra de agua de su bolso. Mientras llenaba
la tetera, dijo:

—Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿En la isla, quiero decir?

—¿Por qué ustedes están aquí? —Salió un poco más brusco de lo


planeado, pero Tared se rio entre dientes mientras se quitaba la espada de
la espalda y se sentaba junto al fuego.
—Al menos estás haciendo preguntas sensatas.

—Gracias —dije—. ¿También dará respuestas sensatas o es


demasiado pedir?

—Puedo probar. —Me lanzó otra de esas sonrisas torcidas—. Estamos


aquí principalmente para vigilar a nuestros amigos faes y ver si alguien
necesita ayuda en este lugar.

Parpadeé y repetí lentamente:

—¿Amigos?

Él se encogió de hombros.

—Intento no utilizar terminología más precisa cuando hablamos


alrededor de los niños.

Lyn le lanzó una mirada asesina desde detrás de sus desordenados


rizos rojos. Él le dio unas palmaditas tranquilizadoras en el hombro y ella le
lanzó un destello de magia que él logró evitar mediante una maniobra
167
ultrarrápida que mis ojos no pudieron entender.

Luego, volviéndose hacia mí como si nada hubiera pasado, añadió:

—No somos los mejores amigos de los faes, no.

Me tambaleé hacia adelante y también me dejé caer junto al fuego.

—Entonces, ¿qué eres, si no eres un fae?

—Elfo —dijo Tared, señalándose a sí mismo—. Y fénix.

Magia de fuego para los fénix. Me quedé mirando a Lyn, que acababa
de instalar la tetera sobre esas llamas que parecían haber surgido de la
nada.

—Pero tú... no eres un pájaro.

Tared se echó a reír.

—Oh, cállate —dijo Lyn, enviando otra ráfaga de magia en su


dirección. Él evitó el fuego con tanta facilidad que comencé a sospechar que,
en primer lugar, no tenía intención de golpearlo—. No soy un pájaro, no.
Pequeños malentendidos que parecen haber surgido entre los humanos
después de la Guerra.

—Pero cómo…

El fuego estalló detrás de ella antes de que pudiera terminar mi


pregunta, no, fuego no. Alas. Hechas de llamas deslizantes y danzantes, se
extendían detrás de su pequeño cuerpo como las alas de una mariposa
gigante, emitiendo remolinos de humo y chispas con cada contracción y
aleteo.

—Oh —dije, parpadeando—. Entiendo tu punto.

Ella se encogió de hombros y las llamas volvieron a apagarse.

—Ya no hay tantos fénix por aquí en estos días. La gente parece haber
recordado solo el vuelo y concluyó que debíamos haber sido pájaros.

—Pájaros que renacen después de morir. —De repente todo cobró


sentido—. Entonces, ¿cuántos años tienes exactamente? 168
Ella me dio una mirada inocente, una pequeña sonrisa alrededor de
sus labios.

—Casi siete. ¿Por qué?

—¿Y cuántas veces has cumplido siete años?

—Creo que esta es la decimocuarta o decimoquinta vez. Es difícil llevar


la cuenta. —Metió sus manos desnudas en el fuego y sacó la tetera de las
llamas sin pestañear. Mientras echaba las hierbas en el agua caliente,
añadió—: Esta es mi decimoséptima vida. Pero algunas veces morí bastante
joven.

Tragué. La idea de que esta niña alegre recibiera una espada en el


corazón era inquietante, incluso si sabía que no era tan vulnerable como
parecía. A mi lado, Tared tampoco se reía.

—¿Y tú? —dije.

—Todavía en mi primera vida —dijo—. La cual milagrosamente ya ha


durado unos cinco siglos.
—¿Así que ambos estuvieron en la Última Batalla?

Sus ojos se oscurecieron aún más.

—Ah. Directa a los puntos dolorosos.

—No quise decir...

—Lo sé. —Suspiró y aceptó la taza llena que Lyn le entregó con una
rápida sonrisa—. Sí, estuvimos allí. Luché del lado de los de tu especie.
Parece que no luché lo suficiente.

—Tared... —murmuró Lyn.

Me volví hacia ella. Ella también me entregó una taza de té, luego se
llevó las rodillas al pecho en un gesto que la hizo parecer aún más joven y
añadió:

—Hemos estado tratando de salvar lo que pudimos desde aquellos


días. No es mucho, pero es... —Ella se encogió de hombros—. Algo.
169
Algo. Más resistencia de la que jamás había visto fuera de Cathra en
los veinte años de mi vida. ¿Eran solo ellos dos, deambulando por la Corte
Carmesí y salvando a inocentes humanos de los sabuesos fae? ¿O había
otros también, en otros lugares, apoyando su rebelión?

Antes de que pudiera preguntar, Tared se inclinó hacia adelante, la


luz bailando alrededor de su esbelta forma.

—Entonces, si eso responde a tu pregunta: ¿cómo terminó una niña


de Cathra en las costas de la Madre cuando todos los informes sugieren que
nadie escapó de esa masacre?

—Creon me trajo aquí.

Nuevamente esa sombra se deslizó sobre su rostro, una rigidez que no


podía ser otra cosa que un odio profundo y helado.

—¿Por qué?

—Él... —Oh, maldita sea, entonces—. Necesita mi ayuda con algo.


—¿Algo en lo que estés dispuesta a ayudarlo después de que asesinó
a un pueblo entero? —Eso definitivamente era odio, rebosante en las
profundidades debajo de su voz irónica e indiferente. Sus manos blancas se
cerraron alrededor de su taza de té—. He oído hablar del estado en el que
dejó a Cathra y...

—Están vivos —dije.

Se quedó en silencio. Muy quieto y silencioso.

—¿Emelin? —dijo Lyn.

—La gente de Cathra. Los dejó ir. —Si esto se filtrara, si la Madre
alguna vez se enteraba, estaría en un problema muy, muy profundo. Por
otra parte, si alguien guardaría el secreto, serían las personas que aún
resistían en silencio a los seres faes, y no quería que los aliados que habían
luchado junto a mis antepasados pensaran que arriesgaría mi lealtad con el
asesino de mi familia tan fácilmente—. Deberían estar en camino a la
Ciudad Blanca ahora. En realidad, puede que ya hayan llegado.
170
Ambos guardaron silencio ahora. Bebí un sorbo de té y esperé,
fingiendo que no notaba las miradas que intercambiaron al otro lado del
fuego. Parecía que toda una discusión estaba contenida en esas miradas
rápidas.

—¿Te dijo que se fueron? —dijo finalmente Lyn, con cuidado como si
se estuviera acercando a algún animal asustadizo—. ¿O los viste?

—Los vi irse.

—¿Con tus propios ojos?

Me burlé.

—No con mis pies, no.

Tared se rio rápidamente ante eso, pero no fue tan fácil como su
diversión anterior. Lyn me estudió con una preocupación aún más
cautelosa.

—Estás realmente muy segura de que él...


—No me hables como si yo fuera la niña de siete años aquí —dije, un
poco molesta—. Los vi zarpar hacia el norte. Sé que no tengo manera de
estar segura de que realmente llegaron, pero... —Dudé por un momento. Ni
siquiera esperaba que las siguientes palabras brotaran de mí—. Confío en
que haya hecho todo lo posible para llevarlos allí.

De nuevo esa mirada entre ellos. Luego Lyn repitió:

—Estás diciendo que... confías en él.

—Con este asunto en particular.

—¿Y con el resto?

Hubo un ligero crujido en su voz que no esperaba. El brillo en sus ojos


mientras me miraba por encima de su taza humeante se había convertido
en algo más que un destello de preocupación. Ahora casi había una súplica
allí. Una esperanza tan dolorosa que casi parecía desesperación. Junto a
ella, el rostro de Tared solo parecía más sombrío.
171
—¿Dijiste que lo conociste? —dije lentamente.

—Sí. —Ella suspiró—. Durante la Guerra.

—Dice que cambió de opinión durante la Guerra.

Tared soltó una risa triste.

—Ciertamente lo hizo. Aunque demasiado a menudo para mi gusto.

—¿Estás diciendo...? —Necesitaba un momento para darle sentido a


esa afirmación—. ¿Cambió de bando? Y luego…

—Y luego perdimos esa batalla —dijo Tared bruscamente—, y


mientras aún estábamos analizando la sangre y la carnicería para descubrir
cuáles de nuestros amigos habían sobrevivido a la masacre y cuáles no, se
arrastró hasta su mamá y juró, por todos los dioses que el mundo había
conocido, que lo habíamos mantenido prisionero y que todavía era su hijo
leal, listo para luchar a su lado nuevamente mientras ella obligaba al mundo
a agacharse a sus pies.

—Supongo que estaba asustado —dijo Lyn en voz baja.


Tared se burló.

—¿No lo estábamos todos?

—Sí, pero... oh, lo sé. —Ella desvió la cara y respiró hondo—. Todavía
estoy poniendo excusas por él. Es solo que sé cuánto no quería volver.

—No lo hicimos regresar.

—No —murmuró—. Pero estaba tan convencida de que él no volvería


a esa vida como su marioneta, y...

—No creo que lo haya hecho —dije.

De repente ella se quedó en silencio.

—Emelin... —Tared vaciló por un momento, luego mordió algo que


solo podía ser una maldición—. Mira, he visto algunos de los cadáveres que
dejó en el último siglo. Y no me sorprende fácilmente, pero hay algo acerca
de los humanos que han sido desollados vivos y...
172
—Tared —murmuró Lyn.

Cerró los ojos por un breve momento.

—Lo que estoy tratando de decir... para alguien que realmente no ha


regresado a su lado, parece haber abrazado la posición con un entusiasmo
bastante desconcertante. Francamente, no veo cómo alguien podría llegar
tan lejos en contra de sus propios deseos.

Los deseos de Creon. Humanos que han sido desollados vivos. Me vino
con demasiada facilidad la imagen de esas manos llenas de cicatrices de
tinta retorciendo un cuchillo plateado debajo de la piel de su cautivo...

—Porque es una de las pocas personas en posición de detenerla —


susurré.

—¿Qué?

—Creon. —Poco a poco algunas cosas fueron encajando. ¿Podría ser


eso realmente lo que había hecho, el plan desesperado y despiadado que
había ideado cuando sus aliados estaban perdiendo la lucha?—. Eso es lo
que él dijo. Que es una de las pocas personas...
—¿Estás segura de que estaba diciendo la verdad, Emelin? —dijo
Tared. No parecía escéptico. Parecía, sobre todo, preocupado.

—Cerró un trato al respecto —dije.

Tared bajó lentamente su té y su mano derecha se dirigió hacia la


espada que yacía a su lado en la tierra.

—¿Negoció contigo?

—No precisamente. Es decir, supongo que yo negocié con él.

—Negociaste... —Él soltó una risa triste—. El ojo de Orin. ¿Estás loca?

—Un poco —dije, frotando la pequeña gema en mi muñeca sin


pensar—. Pero no iba a dejar que me usara sin una promesa de protección,
y la conseguí. Por eso supongo que estaré... bien.

Otra discusión silenciosa tuvo lugar en su rápida mirada a Lyn. Ella


fue quien finalmente se volvió hacia mí y me dijo:
173
—Dijiste que se estaba comportando como un bastardo insoportable
contigo.

—No hay sorpresas ahí —murmuró Tared.

—¿Estás segura de que puedes manejar esa parte? Porque sé que


Creon puede ser... complicado.

—Lo que significa que es un bastardo —aclaró Tared amablemente—,


pero uno para quien podemos poner excusas.

Ni siquiera Lyn reprimió una sonrisa irónica.

—Sí, gracias. ¿Emelin?

—Me está poniendo de los nervios —dije y logré encogerme de


hombros ante el recuerdo de los colores palideciendo a su alrededor, el negro
acumulándose en las puntas de sus dedos—. Pero parece que también lo
estoy poniendo de los nervios, así que supongo que eso al menos nos
equilibra.

Lyn arqueó las cejas.


—¿En una semana?

—¿Qué?

—Impresionante. —Ella soltó un poco de vapor de su taza—. Me tomó


meses antes de que él siquiera reconociera mi existencia.

—Oh. —Parpadeé. ¿Meses?—. Bueno, han pasado un par de días y ya


me está diciendo que me calle, así que supongo que algo estoy haciendo
bien.

Tared se burló.

—¿Qué dijiste?

—Que estaba guardando suficiente silencio por los dos.

Tared casi derramó el té sobre su camisa mientras se echaba a reír.


La sonrisa de Lyn era más bien una mueca, pero parecía divertida cuando
dijo:
174
—Siempre y cuando estés muy segura de que no te está haciendo
daño...

¿Ciento treinta años torturando hasta la muerte a personas mientras


me esperaba, e incluso las personas que pensaban que los había traicionado
reconocían lo poco que había deseado volver al lado de su madre? Estaba
más segura que nunca.

—Estaré bien.

—¿Entonces no hay necesidad de sacarte de aquí? —dijo Tared,


examinándome de cerca—. Suponiendo que no te haya obligado a
comparecer ante la corte...

Parpadeé.

—¿Qué?

—Eso sugiere que no. Lo sabrías. —Él hizo una mueca—. Ella ata a
sus sirvientes humanos a esta isla. No pueden irse, incluso si pudieran
encontrar una manera de salir de las costas. Pero si aún no te ha atado,
podemos sacarte de aquí si quieres.
Justo lo que había soñado un momento antes y, sin embargo, ahora
no había ni rastro de duda en mi mente. No importaba cuánto me
empezaban a gustar estos dos. Todo lo contrario: cuanto más me gustaban,
más me tenía que quedar. Después de ciento treinta años de rebelión
silenciosa, después de todos los riesgos que sin duda habían corrido para
estar aquí en esta isla y buscar humanos necesitados, tenía que hacer mi
parte. Si unos meses de compañía desagradable podían darles la
oportunidad de ganar después de todo ese tiempo, era un sacrificio que les
debía.

Por un momento, estuve tentada de contarles todo: sobre mi sangre


fae, mi magia sin ataduras. Pero estaba garantizado que sería información
explosiva, e incluso si me agradaban, incluso si parecían decentes y dignos
de confianza, no me atrevía a contarles tanto una hora después de
conocerlos. Me convertiría en un arma valiosa. Podría haber personas por
ahí que estarían dispuestas a llegar a extremos desagradables para ponerme
las manos encima, personas que tal vez no me hicieran un juramento de
protección por ello. 175
Entonces lo único que dije fue:

—Me quedo aquí. Pero me gustaría verlos a ustedes dos otra vez.

—Estamos aquí regularmente —dijo Lyn, frotándose la cara con sus


pequeñas manos—. Algunos otros también, si...

—Ningún otro, por favor. —Por lo que sabía, tenían amigos o aliados
que serían capaces de sentir mi magia—. Quizás les explique más sobre esto
más adelante. Pero no… bueno…

—No antes de que sepas que puedes confiar en nosotros —finalizó


Tared. Su leve sonrisa contenía un atisbo de aprobación—. Bien. Por favor,
desconfía igualmente de todos los que encuentres aquí, ¿quieres?

Logré reír.

—Lo tendré en mente.

—Deberías. —Miró a Lyn—. ¿Puedo arriesgarme a llevarla de regreso


al borde de Faewood?
—Si eres rápido —dijo, aunque parecía descontenta con la
sugerencia—. Emelin, gracias por contarnos todo esto. Puede marcar la
diferencia. —Ella vaciló y luego añadió—: Estaremos aquí dentro de siete
días, por la mañana.

—Está bien. Estaré aquí.

—Bien. Y Emelin... —Se apartó un rizo suelto de su frente pecosa—.


Será mejor que no le digas a Creon que nos has visto por aquí.

—Pero si está del mismo lado...

—Lo sé. —Cerró los ojos por un momento—. Pero no nos tiene mucho
cariño en particular, por... razones. Así que, por favor, mantenlo en silencio
por ahora, ¿de acuerdo?

Razones. Casi tan insignificante como las circunstancias de Creon.


Pero tampoco les había contado todo lo que sabía y, en cualquier caso,
probablemente ya era hora de que regresara al pabellón después de la forma
en que había salido furiosa. Así que asentí y dije: 176
—Mantendré la boca cerrada.

—Gracias. —Ella asintió con la cabeza hacia Tared, quien se puso de


pie con un único y ágil movimiento y me ofreció su mano. Lo agarré y dejé
que me levantara. Luego, para mi ligera confusión, no soltó mis dedos.

—Volveré en un momento —le dijo a Lyn, quien sonrió.

Los colores del mundo —verde pálido y gris oscuro— se desdibujaron


a mi alrededor como acuarelas goteantes.

Intenté gritar, intenté soltar mi mano del agarre de Tared. Pero me


abrazó con fuerza, y a mi alrededor la mezcla de colores se arremolinó cada
vez más rápido en cien paletas diferentes: luz brillante del día y crepúsculo,
arena de marfil y rocas afiladas, un cielo azul claro, una capa gris de nubes.
Me llegaban fragmentos de sonidos y olores, un grito estridente, el hedor de
pescado viejo, el rugido de un mar tormentoso. Luego, abruptamente, el
torbellino se apagó; los colores volvieron a su orden natural. Nos detuvimos
nuevamente bajo la brillante luz del sol de la playa, junto al árbol
espectacularmente nudoso que marcaba el límite entre Faewood y la
seguridad.

Sin palabras, me quedé mirando a Tared mientras él me daba una


agradable sonrisa y tomaba su mano de la mía nuevamente.

—Trucos de elfos —dijo secamente—. Cuídate, Emelin.

Al momento siguiente, como si nunca hubiera estado allí, desapareció.

177
10

178
Volví a encontrar las ventanas enteras cuando regresé al pabellón con
los pies arenosos y el cerebro lleno de preguntas. Las hermosas flores verdes
y blancas lucían tan pacíficas y elegantes como siempre, las enredaderas y
las rosas rojas brillantes todavía estaban completamente en flor, no quedaba
rastro ni de mi imprudente explosión de piedra ni del estallido de furia de
Creon posterior.

No hizo mucho para calmar mi nerviosismo.

Iba a disculparme, me dije mientras me acercaba, sintiendo como si


me estuviera colando en la guarida de un dragón dormido. Iba a decirle que
no debí haber arrastrado a su familia a la pelea o a la pérdida de su voz.
Que lo haría mejor a partir de ahora. Que me había sentido herida y
asustada, y que esperaba que él también estuviera dispuesto a hacerlo
mejor, que al menos me informara de sus planes en el futuro...

Estaba tan ocupada repitiendo mi pequeño discurso que noté las


siluetas aladas en el porche demasiado tarde.

Podrían haberme matado cinco veces cuando finalmente los vi y me


congelé, apenas reprimiendo el impulso de chillar y saltar hacia atrás.
Creon, quieto e imperturbable como siempre, estaba apoyado contra uno de
los pilares del pabellón, con las alas plegadas y los cuchillos en el cinturón.
Junto a él estaba una mujer fae que no conocía.

En una fracción, volví a ser la pequeña y tonta humana de Creon.

Sonrisa sin sentido en mi cara. Ojos muy abiertos en una mirada más
parecida a la de una cierva de total inconsciencia. Me acerqué a los dos faes,
deliberadamente torpe, mientras los pensamientos pasaban por mi mente
en una confusión de alarma: ¿un visitante? ¿Por primera vez en una semana
y justo después de haber conocido a dos de los enemigos de los fae a pocos
kilómetros de este pabellón? ¿Lo sabían?

Pero yo era una pequeña humana tonta y simplemente grité:

—¡Creon! ¡No dijiste que hoy tendríamos visitas!

Se encontró con mi mirada por una fracción de momento, una mirada


en sus ojos oscuros que era, más que nada, una advertencia. No había rastro
de la ira que había estallado tan violentamente hacía apenas una hora. Solo
una concentración fría y dura: la mirada de un hombre que, debajo de la 179
indiferencia superficial, luchaba por sobrevivir con cada fibra de su ser.

Nada bueno. Nada bueno en absoluto.

La hembra fae permaneció en silencio mientras yo subía al porche,


con una sonrisa de fría diversión en su rostro. ¿Quién demonios era ella?
Incluso con el corazón casi latiendo a través de mi caja torácica, no pude
evitar notar que era realmente hermosa: mechones dorados recorriendo su
cabello negro como la tinta, un brillo rosado en su piel oscura. Líneas de un
cuerpo musculoso debajo de los exquisitos pliegues de su vestido cruzado.
Pero sus alas... sus alas parecían tener cicatrices, como si espadas o flechas
hubieran atravesado el negro salpicado de oro, dejando gruesas ronchas
incluso después de que las heridas hubieran sanado.

Solo a mitad de camino entre el bosque y los faes noté los cuchillos
escondidos en los pliegues de su vestido. Las finas fundas de sus botas. Las
retorcidas y afiladas púas de hierro del anillo en su dedo.

Quizás, pensé con otro repugnante ataque de nerviosismo, parecía tan


divertida en presencia de Creon porque muy pocas cosas serían una
amenaza para ella.
Le di mi más torpe excusa de reverencia cuando finalmente llegué
hasta ella. No tenía por qué saber que mi padre me había enseñado lo
suficientemente bien cómo acercarme a nuestros poderosos clientes.

—¿Mi señora?

Su mirada a Creon lo decía todo: ¿esto fue lo mejor que pudiste


conseguir? Pero la Muerte Silenciosa no reaccionó, ni siquiera parpadeó, y
se volvió hacia mí con la misma sonrisa imperturbable en el rostro.

—¿Eres Emelin?

—¡Esa soy yo, mi señora! —Agité mis manos en dirección a mis pies
arenosos—. Lamento mucho que tengas que verme en este estado. Si lo
hubiera sabido...

—La visita fue sin previo aviso —me interrumpió, rechazando mis
disculpas con un gesto, pero su voz llegó con un aire cuidadosamente
elaborado de decepción resignada—. Estoy aquí para invitarte a almorzar,
en nombre de la Madre. 180
Mi corazón se detuvo en seco en mi pecho.

—¿La... la Madre?

Por el rabillo del ojo, Creon se movió por primera vez, sin producir ni
el más mínimo susurro mientras lentamente se enderezaba y desplegaba
sus alas. ¿Había esperado esto? ¿Era otro acontecimiento del que no había
pensado informarme?

—La Madre —confirmó la mujer fae, ahora más lentamente, como si


estuviera hablando con un niño particularmente tonto—. ¿Supongo que
recuerdas su existencia?

Ojalá pudiera olvidarla, surgió una última voz desafiante en mi mente.


La empujé muy, muy lejos y murmuré:

—No pensé que la Madre estaría muy interesada solo en... mí, mi
señora.

¿Por qué lo estaba? ¿Por qué ahora? ¿Había sido consciente de la


presencia de sus enemigos en su isla? ¿Los notó en mi compañía?
—La Madre se preocupa por cada alma que reside en su corte. —De
nuevo esa mirada estimativa a Creon—. En particular, los que acompañan
a su hijo, por supuesto.

Ya pasé las advertencias. No se trataba de una madre involucrada y


ansiosa por conocer a los nuevos amigos de su hijo, ¿verdad? Intenté
encontrar la mirada de Creon, pero él evitó mis ojos; se quedó mirando el
bosque con lo que habría sido una convincente muestra de aburrimiento, si
no hubiera sabido lo lejos que estaba de aburrirse hace una hora. Y si estaba
ocultando eso... ¿Qué más estaba pasando detrás de la fachada? ¿Miedo?
¿Furia?

Tenía que hablar con él. Teníamos que descubrir cómo íbamos a
sobrevivir a un almuerzo acogedor con la propia Madre.

—Oh —dije y dejé escapar una risa sin aliento—. Bien. Entonces debo
adecentarme un poco más. Puedo…

—No hay tiempo para eso —interrumpió la mujer fae, señalando mis
pies. Un estallido rojo dividió el aire y grité, pero no sentí dolor. Solo la arena
181
había desaparecido en su mayor parte cuando miré mi piel intacta.

¿Ejerció su magia con suficiente precisión como para borrar granos


de arena sin siquiera tocar la piel debajo? Zera ayúdame.

—Pero…

Creon dio un paso adelante antes de que pudiera encontrar otra


excusa para estar al menos unos segundos a solas con él. Su mano rodeó
mi muñeca como una advertencia. Una orden tranquila y amenazadora:
mejor quédate en silencio.

Mi respiración se detuvo en mi garganta.

No me había tocado en una semana, no desde que regresamos de


nuestro entrenamiento en esa pequeña isla al sur. Siete días de apagar esa
chispa sin sentido de lujuria cada vez que él se acercaba demasiado, siete
días recordándome que debía mirar hacia otro lado cada vez que él se movía
con demasiada facilidad, y todavía no me habían preparado para el
momento en que sentí sus dedos callosos sobre mi piel otra vez. Su toque
era una marca. Un canto de sirena pecaminoso y exigente que llamaba a
algo que yacía dormido justo debajo de mi piel y se despertó tan
violentamente que casi chillé.

Oh, dioses.

Tenía que recuperarme. Bien, no había tocado a un hombre en años.


Bien, era hermoso y molestamente tentador y probablemente el tipo de
amante que podía hacer que morir pareciera atractivo. También era un
asesino y yo lo despreciaba.

Y hasta donde sabía la mujer fae a nuestro lado, había pasado los
últimos siete días en su cama. Una fachada que necesitábamos mantener.

Lo que significaba que no podía saltar hacia atrás. No podía


quitármelo de encima y decirle que nunca más me tocara.

Lo miré, obligándome a mirarlo a los ojos. La presión de sus dedos


sobre mi muñeca era casi imposible de soportar. Irradiaba por mi brazo en
oleadas de excitación sin sentido, evocando imágenes de todo lo que
podríamos haber estado haciendo durante estos siete días: una visión del 182
cuerpo desnudo de Creon en la cama donde dormía, tendido para mí
mientras yo...

Ah, basta.

Lo odiaba, me recordé mientras bajaba bruscamente los ojos de


nuevo, con el corazón retumbando en mis oídos. Había quemado Cathra.
Mató y torturó a tantos humanos. Me usaba como un arma sin mente
propia. Incluso si Lyn lo hubiera llamado complicado, eso no lo hacía
agradable, y el maldito hecho de que fuera la criatura más hermosa que
jamás había visto... Bueno, eso definitivamente no debería influir en mis
sentimientos hacia él, ¿verdad?

Lo único que importaba era que sobreviví. Que di la impresión que la


Madre esperaba de mí: tonta, indefensa, inofensiva. Por eso me arrojaría a
los brazos de Creon al momento siguiente. No porque lo quisiera.

Definitivamente no porque lo quisiera.

—¿No crees que se decepcionará cuando me vea así? —susurré, lo


suficientemente fuerte como para que la otra mujer también lo escuchara.
Déjala pensar que era el nerviosismo lo que me puso rígida bajo el toque de
mi presunto amante, y no el hecho de que era la primera vez en una semana
que me ponía las manos encima.

Hizo un gesto con la mano para apartar ese punto y los dedos de la
otra se apretaron alrededor de mi muñeca. ¿Otra advertencia? Hice lo único
que se me ocurrió: acercarme. Aflojé mis hombros. Apoyé mi cabeza contra
su musculoso pecho como si conociera íntimamente esa parte de su cuerpo.

Y todas las demás partes también, en realidad.

—Está bien —me obligué a murmurar.

—¿Podemos seguir nuestro camino entonces? —dijo la mujer fae,


ahora audiblemente impaciente.

Creon me tomó en brazos al momento siguiente y, con dos poderosos


aleteos, salimos disparados hacia el azul intenso del cielo del mediodía.

Reprimí mi grito y el impulso de mirar hacia abajo. La idea de nuestro 183


destino ya me provocaba bastantes náuseas. Almuerzo con la Madre… Zera
ayúdame. ¿Qué pasaría si la comida fuera solo una apariencia, una manera
de atraerme a su salón para enfrentarme a Lyn y Tared y su testimonio
condenatorio? ¿Qué pasaría si llegábamos y descubríamos que éramos
nosotros los que estábamos en el menú?

Pero Creon no había hecho ningún intento visible de eludir la citación.


No volaría hacia su propia muerte tan fácilmente, ¿verdad?

Sus brazos alrededor de mí se sentían seguros, de alguna manera.


Como si no estuviéramos viviendo en una tregua destartalada en el mejor
de los casos y en una guerra silenciosa y total en el peor. Como si el aroma
de su hermoso cuerpo no me susurrara que dejara de lado cada regla
sensata, cada pizca de decencia que había considerado sagrada en mi vida.

Respiré profundamente y me armé de valor. El movimiento constante


de los músculos de sus hombros contra mi mejilla realmente no ayudaba.

—¿Puedo hablar?

El movimiento de su barbilla contra mi frente sugirió un asentimiento.


Le lancé una última mirada a la hembra fae, que volaba a unos pocos metros
detrás de nosotros, el rojo coral de su vestido ondeando con gracia en la
brisa de la tarde. De hecho, fuera de alcance auditivo.

—Lamento haber dicho eso —dije rápidamente, bajando la cara para


ocultarle el movimiento de mis labios—. Sobre ti… sobre la Madre. No
debería haber arremetido así.

Ninguna reacción, ni siquiera el más mínimo asentimiento. Como si


no hubiera hablado en absoluto. Me tragué las náuseas y me obligué a
dejarlas ir. No teníamos mucho tiempo. Si no quería escuchar mis disculpas
ahora, insistir cinco minutos más solo desperdiciaría estos últimos valiosos
momentos de privacidad.

—¿Sabes por qué quiere vernos?

Sacudió la cabeza, manteniendo los ojos enfocados en la corte que se


alzaba ante nosotros.

—¿Estamos en peligro?
184
Un movimiento de cabeza.

—¿Puedo hacer algo para mantenernos a salvo?

Lentamente, como si quisiera que sus músculos cooperaran, giró su


rostro hacia mí.

El movimiento llevó sus ojos a solo unos centímetros de los míos.


Acercó sus labios a pocos centímetros de los míos. Sus manos se tensaron
alrededor de mis rodillas y costillas, como si se estuvieran preparando para
una pelea. Presionándome más fuerte contra él, más fuerte contra el cuerpo
de ese guerrero que hacía que mi corazón tartamudeara sin importar cuán
duramente le recordara que no lo hiciera.

El calor floreció en algún lugar muy dentro de mí.

—Tengo que ser convincente —dije en voz baja, sin estar segura de si
había sacado esa conclusión de sus mínimas insinuaciones o de la reacción
traicionera de mi propio cuerpo.

Otro asentimiento. Sin rastro de disculpa o arrepentimiento por este


juego deliberado que estaba jugando con mis sentimientos. A menos que
cambies de opinión, había escrito hacía una semana, oh, no, al bastardo no
le importaba en absoluto, ¿verdad?

Bien. Algo se endureció dentro de mí. Entonces tampoco me iba a


importar. Está bien si tenía que fingir que era una damisela sin carácter que
se impresionaba fácilmente, pero no sería una para la única persona que
podía saber la verdad del asunto.

Así que respiré y dije:

—¿Entonces debería haber encontrado algún punto con cosquillas en


tus alas durante la semana pasada?

Parpadeó y su fachada indiferente cedió por una fracción de momento.

—¿No? —Me acomodé un poco más contra su hombro y le di una


mirada repugnantemente reverente, solo por el bien de la hembra fae que
volaba detrás de nosotros—. Lástima. ¿Afición por los masajes en los
hombros? ¿Tendencia a quedarte dormido después del acto?
185
Me fulminó con la mirada; aunque no tan indiferente como de
costumbre, noté con cierta satisfacción. Debajo de nosotros, los primeros
muros de la Corte Carmesí atravesaban el verde vibrante del bosque, el
mármol rojo brillaba con un brillo aún más malicioso a la luz del sol del
mediodía. Tenían que haber ojos mirándonos desde detrás de las ventanas.
Mirándome, la pequeña mancha azul claro contra el negro de la silueta
depredadora de Creon.

Me obligué a soltar una risita y levanté la mano para pasar los dedos
por su ceja y luego por la cicatriz entintada que la cruzaba.

—No me mires así. Se supone que mi adorable ingenuidad debería


divertirte, no molestarte. —Pasé mis dedos por su sien—. Se preguntarán
por qué no me arrojaste al mar todavía si me miras así.

Me envió una mirada mucho más aguda.

Le devolví una risita aún más ridícula y agregué:

—Tú empezaste este juego.


Como para contrarrestar ese argumento, de repente descendió,
enviando mis tripas directamente a través de mi abdomen nuevamente.
Maldije y lo agarré por los hombros, olvidándome por un momento de ser la
dulce y tonta Emelin con una obsesión por los faes. Parecía divertido ahora,
el bastardo.

—Presumido —murmuré mientras él atravesaba un alto arco de


mármol rojo brillante y aterrizaba con gracia en un suelo tan liso que podía
verme reflejada en la piedra. Parecía pequeña, arenosa y completamente
desaliñada, una pequeña mendiga en la corte de una diosa cercana.

Creon encerró posesivamente su mano alrededor de mi muñeca


mientras nuestra mensajera aterrizaba junto a nosotros, con sus mechones
negros y dorados aun impecablemente unidos. Antes de que pudiera hablar,
abrí mucho los ojos y dije sin aliento:

—Es realmente muy hermoso, ¿no?

—Sí —dijo con un tono de exasperación divertida—, es muy bonito,


Emelin. Habrían visto más si ustedes dos no hubieran estado tan ocupados
186
toda la semana. Síganme, por favor.

Ya sabía adónde íbamos: la sala de los huesos donde Creon me había


presentado a la Madre después de nuestra llegada a la corte. Aun así, troté
tras ella con una mirada de tímido olvido, la mano de Creon apretando mi
antebrazo. Las miradas de los faes que pasaban no se me escaparon, sus
expresiones oscilaban entre abierta diversión y desprecio. Mantuve mis ojos
firmemente en las paredes lisas y las imponentes estatuas por las que
pasamos hasta que finalmente la puerta revestida de cobre del pasillo
apareció ante nosotros.

Al menos esta vez sabía lo que vendría. Con la anticipación apretando


mi estómago, no estaba segura si era una gran mejora.

Las paredes de huesos eran tan altas y amenazadoras como las


recordaba, incluso a la luz del día. Sin embargo, la sala parecía más pequeña
sin la multitud reunida alrededor del trono de la Madre, y diez veces más
silenciosa. Ahora éramos solo nosotros: Creon y yo, la hembra fae que nos
escoltaba al interior, y en la cabecera de una mesa llena en el medio de la
habitación, Ophion y la propia Madre.
Por un momento demasiado largo, me quedé mirando.

La mayor parte de ella había permanecido sin cambios. Todavía la


misma piel incolora: el blanco de la magia agotada, me di cuenta recién
ahora. La misma cara de porcelana. Un vestido ligero y brillante como el que
había usado esa primera noche. Pero sus ojos...

Eran azules. Estaba segura de que lo habían sido: un color cerúleo


brillante, lo suficientemente helado como para hacerme sentir frío hasta la
médula de mis huesos. Ahora, sin embargo, los ojos que captaron mi mirada
eran lo suficientemente negros como para parecer agujeros en su rostro
anormalmente blanco.

Ojos familiares.

Los ojos de Creon.

Solo entonces me di cuenta por completo, mientras él me hacía hacer


una reverencia y yo obedecía torpemente, que ella era su madre. Su madre.
Esta criatura de crueldad incolora, esta mujer que había matado dioses y 187
aniquilado un continente entero, una vez había dado a luz a la encarnación
del poder puro que todavía sostenía mi mano...

Lo dio a luz… ¿y luego?

Destellos de recuerdos pasaron ante mi mente mientras miraba el


suelo blanco y esperaba a que ella hablara. Imágenes de mi madre dándome
bocados de comida mientras cocinaba. De sus dedos rápidos mostrándome
cómo manejar la aguja y el hilo por primera vez. Del sonido de su voz
mientras sus canciones me despertaban por la mañana...

Algo me dijo que Creon nunca se había despertado con el sonido de


las baladas matutinas de su madre.

—Emelin —dijo esa voz fría y tintineante, y aparté mis pensamientos


de mis contemplaciones inútiles. Rodeada de faes que me matarían si
supieran de mis poderes, entre los muros que ella había construido con los
huesos de sus enemigos, la infancia de Creon en el campo de entrenamiento
era lo último de lo que debería preocuparme.
Levanté la vista y traté de no inmutarme cuando me encontré con esos
ojos oscuros y sin fondo. Una sonrisa nerviosa, sin embargo, parecía
apropiada.

—Madre. —Hice otra reverencia, ahora más rápida, como un animal


asustadizo—. Y señor Ophion. —Un tímido movimiento de cabeza, como si
no lo hubiera visto por última vez arrastrándose por su propia sangre para
alejarse de mí—. Estoy tan honrada de estar aquí.

La Madre me dedicó una sonrisa fría y mecánica y señaló la mesa.


Montones de pasteles nos esperaban, tazones de queso, higos y verduras
asadas, suficientes carnes cortadas para alimentar a un orfanato. Comida
para decenas de invitados, pero solo habían servido dos platos más.

—Siéntense —dijo.

Creon todavía no me soltó mientras cruzábamos la distancia infinita


hasta la mesa cargada, como si apenas pudiera confiar en que me sentaría
sola. Un plato de este lado, otro del otro. No estaba planeando volar al otro
lado, ¿verdad?
188
Estaba lo suficientemente cerca como para sentarme cuando sus
manos de repente se deslizaron alrededor de mi cintura, levantándome como
a una niña. Grité y apenas fue un acto.

—¡Creon!

Se encogió de hombros y me sentó en su regazo mientras se sentaba


en su silla. De repente, su cuerpo me rodeó por completo: muslos firmes
debajo de mi trasero huesudo, un pecho ancho contra mi espalda, manos
fuertes en mis caderas para mantenerme en mi lugar. Oh, dioses. Tenía que
alejarlo. No podía pasar una comida entera en su regazo sin volverme loca,
pero hasta donde sabían los demás faes, apenas había pasado un minuto
lejos de él durante la semana pasada, y ¿qué pensarían ellos si lo apartaba
de mí como alguna virgen que se sorprende fácilmente?

—¡Creon! —Lo intenté de nuevo, ahora con menos convicción. Sabía


exactamente lo que estaba haciendo, el bastardo—. Creon, esto realmente
no es muy apropiado... yo...
—Oh, no te preocupes, niña —interrumpió la Madre. Podría haber
sido tranquilizador si no hubiera sonado como una orden contundente de
dejar de preocuparse—. El decoro no es una preocupación nuestra.
Thysandra, ahora que tenemos un asiento vacante inesperado, ¿te gustaría
unirte a nuestra comida?

La mujer de cabello negro y dorado sonrió mientras se hundía en el


asiento frente al mío.

—Me siento honrada, Madre.

Sin rastro de sorpresa en su voz. Se me erizaron los pelos de la nuca.


Sabía que esto iba a suceder: ese segundo plato siempre había estado
destinado a ella. Si Creon no hubiera tomado la iniciativa de sentarme en
su regazo como si fuera un muñeco sin sentido, la sugerencia habría surgido
tarde o temprano de todos modos.

Una prueba. Para ver cómo reaccionaría. Para ver qué tan cómoda
estaría.
189
La mano de Creon recorrió mi cuello y mi hombro, empujándome
suavemente para que me acomodara contra su pecho. ¿Otra advertencia?
Aparté la vergüenza, el miedo, el sentido común que me decía que no debería
acercarme más a su cuerpo si podía evitarlo.

Se convincente.

No podía permitir que mi aversión hacia él nublara mis prioridades


ahora. Esta era una obra que ambos teníamos que representar hasta el final.
Cooperación o muerte.

Me acurruqué contra su hombro y pasé un dedo irreflexivamente por


el cuello de su camisa oscura. Como si hubiera tocado tantas veces esa piel
bronceada y se hubiera convertido en un reflejo. Cuando levanté la vista,
Creon me estaba mirando con una expresión de diversión indiferente en su
rostro. Si no hubiera sabido que se consideraba en peligro, si no lo hubiera
visto mirarme tan fijamente hace apenas unos minutos, habría pensado que
era un hombre completamente a gusto en su entorno.
Y, sin embargo, la oscuridad se había acumulado en la punta de sus
dedos con la primera comparación entre él y la mujer sentada a su derecha.
La mujer que él había esperado trece décadas para matar.

—¿Espero que no te sientas incómoda, Emelin? —dijo la Madre.

De repente miré hacia arriba y encontré sus ojos negros enfocados en


mi cara. Junto a ella, Ophion estaba sentado mirándome como si esperara
que me fuera volando en cualquier momento.

—En absoluto —dije tímidamente, rodeando con una mano el


musculoso bíceps de Creon. Qué manera de conocer a los suegros—. Yo
solo... espero que no le importe...

—Para nada. —Se giró y señaló la mesa, ya aburrida—. Come.

Creon me abrazó, lo suficientemente cerca como para que no pudiera


alcanzar ni siquiera el cuenco de aceitunas más cercano. En lugar de eso,
se acercó a la mesa para recoger un pastelito doblado de una pila, luego se
reclinó en el respaldo bajo y lo colgó ante mi cara como si fuera una mascota 190
a la que alimentar.

Reprimí el impulso de hundir los dientes en sus dedos, aleteé las


pestañas y murmuré:

—Oh, deja de burlarte de mí.

Su ceja levantada les dijo a todos en un radio de cinco millas que


había estado colgando muchas cosas ante mi cara en los últimos días, los
pasteles eran los más inocentes de ellas. Bastardo.

Le di un mordisco y solté un pequeño chillido de deleite que no fue del


todo una actuación. Carne y hierbas finas y la corteza más crujiente y
hojaldrada: tal vez podrían convencerme de volver a sentarme en su regazo
si esa era la recompensa.

Soltó una risita silenciosa y se metió el resto del pequeño pastelito en


la boca, luego arrancó un higo de un cuenco cercano y procedió a dármelo.
Su pequeña mascota, de hecho. Infinitamente agradecida por cada pequeña
muestra de afecto, cada protección y muy dispuesta a entregar su cuerpo a
cambio.
Los otros tres faes hablaban en su propio idioma mientras Creon
continuaba recogiendo mi comida, como si ni siquiera estuviéramos allí.
Pero capté las miradas regulares de Ophion hacia nosotros. Podía sentir la
tensión en los músculos de Creon incluso mientras comía, bromeaba y
sonreía más de lo que lo había visto sonreír en una semana.

Los tres habían discutido esta comida entre ellos, habían elaborado
un plan que ni Creon ni yo podíamos ver, y solo ellos sabían qué podían
estar buscando exactamente.

Sé convincente.

Tragué mi último bocado y me senté un poco más erguida en su


regazo. Moldeé mis manos a sus hombros musculosos mientras levantaba
la cabeza, acercaba mis labios a su oreja puntiaguda y susurraba:

—Es casi tan delicioso como tú.

Lo suficientemente alto para que el resto lo escuchara. Lo


suficientemente ridículo como para que Creon no me tomara en serio... o 191
eso pensaba. Pero un escalofrío lo recorrió cuando mi aliento rozó su oreja,
y sentándome presionada contra su pecho, sentí los latidos de su corazón
vacilar y luego romper a galopar bajo esa caricia accidental.

Por un momento, ya no pensé, vi o ni siquiera sentí miedo.

Lo estaba afectando. Haciéndolo temblar. Una emoción de poder me


invadió, embriagadora e imprudente: una repentina y casi violenta
sensación de triunfo. ¿Todo ese esfuerzo que hizo para permanecer inmóvil
y no afectado, y ahora un solo susurro tonto era suficiente para romper la
máscara?

Y por supuesto esa no era razón para continuar. Por supuesto que no
estaba tratando de superarlo en una jugada de vida o muerte, y ciertamente
no quería tocarlo más de lo necesario. Pero él fue quien me dijo que fuera
convincente, ¿no? Él fue quien me puso en su regazo y comenzó este juego.

Así que no eché la cabeza hacia atrás, sino que deslicé mis labios por
su cuello, un roce de gasa demasiado ligero para siquiera calificar como un
beso.
Su piel era tan cálida contra mis labios, tan suave y dulce. Una
suavidad que pedía ser besada de nuevo, un aroma que pedía ser saboreado.
Bajé mis labios hasta la dura línea de su clavícula, incapaz de retirarme, y
nuevamente el más leve temblor sacudió su musculoso cuerpo. Su mano
apretó mi cadera. Advertencia o estímulo: ya no estaba segura.

Ya no importaba.

Olvidé ser Emelin de Cathra, una humana aburrida y corriente. En


cambio, me convertí en algo que apenas reconocía, algo peligroso, atractivo
y abrumadoramente poderoso. La Muerte Silenciosa me abrazaba y se
estremecía ante mis toques. Podía hacerlo temblar. No era solo una damisela
incapaz de resistirse a su belleza inhumana. Esta atracción entre nosotros,
él también la sentía.

Sé convincente.

¿Y qué sería más convincente que pasar mis dedos por los sedosos
mechones de su cabello? ¿Más convincente que acariciar mi nariz contra su
garganta y darle un beso rápido en el punto vulnerable donde se unían su
192
cuello y su mandíbula?

Él se puso rígido. Un poder dulce y estimulante brotó a través de mí,


una sensación como si una copa de vino fuera demasiada.

Sus dedos se curvaron alrededor de mi barbilla. Un gesto suave como


la caricia de un amante, tal vez, pero no había nada de amor en la fuerza
que me hizo mirarlo y encontrar su mirada. Su expresión tenía el mismo
aire de divertida indiferencia, pero algo brilló en sus ojos oscuros cuando se
encontraron con los míos. No parecía un cumplido.

Adorable, vocalicé.

Su mano en mi cadera se movió una fracción, su pulgar golpeó mi


trasero en un mensaje silencioso, pero claro como el cristal para que lo
dejara. Me levanté de golpe, abrí la boca para decirle que se fuera a la mierda
y recordé justo a tiempo que se suponía que no debía decirle tal cosa aquí.

—Oh, Emelin. —La Madre se volvió hacia mí, sosteniendo


elegantemente un pequeño pastelito doblado entre sus largos y blancos
dedos. Como si acabara de recordar mi presencia—. Lo olvidamos; por
supuesto, no conoces el idioma.

¿Realmente creía que era tan estúpida como para creer esa mentira?
En ese caso, estaba haciendo un trabajo mejor de lo que pensaba.

—Lo siento, Madre —dije recatadamente, tratando de mantener mi


sonrojo febril bajo control e ignorar el hormigueo de mi cuerpo donde la
mano de Creon todavía yacía posesivamente en mis caderas—. Nunca recibí
una educación como esa en casa.

—No, por supuesto que no lo hiciste. —Sus labios afelpados se


curvaron en una sonrisa y me costó un esfuerzo mantener la cara seria,
llamándome estúpida en la cara. El descaro—. Tal vez quieras saber,
Emelin, que Thysandra acaba de regresar de una breve misión en Cathra.

La mención de mi hogar me golpeó como un balde de agua helada.


Cathra. Mi familia. Oh, dioses, ¿qué dirían mis padres si pudieran verme
así, amorosamente acurrucada en el regazo de un asesino?
193
El hormigueo de mi cuerpo se convirtió en una pegajosa sensación de
malestar. La avalancha de poder era una avalancha de vergüenza. ¿Qué
estaba pensando? Seducir a mi cómplice no era de ninguna manera parte
del plan. Estaba aquí para matar a la mujer fae que tenía delante. Estaba
aquí para sobrevivir. Todo de lo que tenía que preocuparme...

¿Por qué me mencionaría siquiera a Cathra ahora, de esta manera,


lanzando sobre mí el nombre de la isla como una trampa? ¿Había Thysandra
encontrado pistas de la supervivencia de mi aldea? ¿O era simplemente otra
prueba, un comentario cuidadosamente formulado para ver cómo
reaccionaría ante la mención de mi familia muerta?

Creon me abrazó con fuerza, se inclinó y se metió una aceituna en la


boca.

Bien. No era momento de dudar.

—¿En serio? —Parpadeé como si acabara de recibir el anuncio de la


Madre y me volví hacia Thysandra, mirándola boquiabierta como ante
alguna novedad fascinante—. ¿Por qué? No queda mucho de interés,
¿verdad? Quiero decir… —Me encogí de hombros con una risita—. Para
empezar, no es que haya habido mucho de interés en primer lugar, por
supuesto.

La Madre soltó una pequeña y ligera risita. Junto a ella, Ophion


estaba sentado examinándome de nuevo, con sus ojos verdes gatunos
ligeramente entrecerrados.

Desconfianza. En su mirada había desconfianza.

Hice como si me acomodara de nuevo en los brazos de Creon,


dándome unos momentos más para pensar. ¿Era eso lo que estaba pasando
aquí? Probablemente Ophion no le había contado a su amante su derrota a
manos de Creon, pero algo en la escena (el mal genio de Creon o la marca
de trato en mi muñeca) había levantado sus sospechas de todos modos. Y
la Madre, después de unos días de su insistencia, decidió organizar esta
pequeña y acogedora reunión para poner a prueba su teoría.

Eso tenía sentido, ¿no?

Sé convincente. 194
—Estaba bastante quemada —dijo Thysandra, bebiendo
elegantemente una copa de vino y luego sonriéndome—. Realmente hace
que uno se pregunte cómo escapaste en primer lugar.

Oh, dioses.

Le di una rápida mirada a Creon. Estaba mirando a Thysandra con lo


que en la superficie parecía diversión: una ceja levantada que parecía decir,
buen intento, cariño.

—¡Oh! —dije, con lo que se estaba convirtiendo en mi característica


falta de aliento—. ¿No te ha contado Creon esa historia?

—No lo ha hecho —dijo Thysandra, alzándole una ceja. Alguna vieja


animosidad allí, concluí—. Como habrás notado, a veces puede ser bastante
taciturno.

Ophion se rio a carcajadas. La Madre soltó otra risita, un sonido como


el de tazas de té de porcelana al romperse. Creon se limitó a dedicarle a
Thysandra una leve sonrisa, y el gesto jugueteó en sus labios con todo el
hermoso aburrimiento de un hombre que se sabe invencible.
Mis mejillas se calentaron. Había algo muy, muy atractivo en esa
sonrisa.

—Bueno —dijo la Madre, con otra risa hormigueante—. Entonces


también podríamos pedirle a Emelin que nos cuente la historia, ¿eh?

—Oh, dioses —dije, fingiendo reprimir un ataque de risa—. Oh...


bueno... es un poco embarazoso, pero... ¿Creon?

Me miró como si hubiera mirado a su gatito favorito y me hizo un gesto


para que siguiera adelante. Ese gesto fue tan fácil que me atreví a creer que
en realidad no le había contado a esta compañía su propia versión de los
hechos.

Entonces, toda la libertad para contar mi propia historia. Si tan solo


hubiera sabido qué historia quería contar.

—Bueno —dije y me senté un poco más erguida, como si los cuatro


pares de ojos en mi cara me llenaran de orgullo radiante en lugar de miedo
mortificante—. Todo comenzó cuando construyeron esa protección de hierro 195
que... bueno, ya lo saben, por supuesto. —Otra risita—. Lo siento, soy mala
en esto. Bueno, construyeron esa protección y ¡estaba tan enojada por eso!
Porque mi padre me dijo que nunca más podría salir de la isla, ¿ven? Que
los faes… que todos vendrían por nosotros si alguna vez saliéramos de esa
protección.

Fue solo un poco exagerado. De hecho, la isla se había preparado para


ser autosuficiente durante mucho tiempo.

—Ya vemos —dijo la Madre, con una leve sonrisa en su rostro blanco
como la tiza—. ¿Y querías abandonar la isla?

—Por supuesto que quería dejar la isla. —Puse cada pedacito de


lloriqueo infantil en mi voz, cada pensamiento malcriado que alguna vez
había tenido. Que me tomaran por una idiota mimada, caprichosa y miope—
. Es un lugar tan aburrido. Quería irme a Ildhelm y recibir una educación y
luego ver el resto del mundo, ¿entienden?

Thysandra parecía divertida, Ophion molesto y la Madre estoicamente


interesada.
—Por supuesto, Emelin. Continúa por favor.

—Bueno —dije de nuevo, respirando profundamente—, luego intenté


romper la protección.

Creon sonreía levemente, como si evocara un recuerdo divertido.

La Madre inclinó su cabeza incolora hacia mí y arqueó una ceja.

—Debes haber sabido que no estaríamos contentos con esa


protección.

—¡Exactamente! —dije—. Así que pensé que estaríamos de acuerdo,


¿ve? Pensé que, si mis padres no me permitían irme, la raza fae
definitivamente lo haría. De todos modos, siempre me gustaron más los faes
que los humanos.

Ella lo consideró por un momento.

—¿Y no estabas en absoluto asustada?


196
—No —dije desafiante—. Por supuesto que no. Porque los estaba
ayudando y no serían tan injustos como para castigarme por mi ayuda,
¿verdad?

Su sonrisa envió un escalofrío a lo largo de mi columna.

—No, por supuesto que no lo seríamos.

—Justo lo que pensé. —Miré a Creon, que todavía me miraba con la


misma mirada de leve entretenimiento. Sus manos se posaron ligeramente
sobre mis caderas, sin señales de advertencia. Supuse que podía continuar.

—En cualquier caso —dije—, me escapé durante su fiesta e intenté


romper la protección en la playa más cercana. Pero era bastante resistente
y me llevó más tiempo del que esperaba, y de repente... —Hice un amplio
gesto—. ¡Una sombra! ¡Un fae! ¡Oh, pensé que me moriría de emoción!

—Por supuesto, solo por emoción —dijo Thysandra secamente. La


Madre volvió a reír; incluso Ophion mostró una pequeña sonrisa. ¿Entonces
les parecía graciosa la reputación de Creon? ¿Pensaba que habría sido
bastante divertido si realmente hubiera muerto como la primera víctima de
sus cuchillos en esa playa sofocante y soleada?
—Entonces —dije, tragándome mi furia—, le dije a Creon lo que estaba
haciendo y le pregunté si podía sacarme de la isla. Y luego dijo...

La ceja de la Madre se arqueó de nuevo. Me corregí apresuradamente.

—O, bueno, escribió en la arena.

Su ceja volvió a su posición habitual.

—Me dijo —continué obstinadamente—, que tenía que esconderme


fuera del pueblo y no mostrarme mientras él estaba trabajando. Y luego me
escondí. Y luego…

Hice una pausa para arrebatarle la copa de vino blanco a Creon de la


mesa y tomar unos sorbos. Esta vez me dejó, entendiendo,
presumiblemente, que necesitaba unos momentos para entender mi
historia. ¿Qué había dicho aquella primera noche? Creon me dijo que
sufrieron terriblemente al morir. Padres viendo cómo quemaban vivos a sus
hijos.
197
Pero también… la Muerte Silenciosa.

Porque mata sin sonido…

Sus víctimas no gritaban. Uno de esos terroríficos rumores que


rodeaban su nombre, aún más aterrador por la falta de explicación: ¿los
mantenía en silencio? ¿Destruía sus cuerdas vocales? ¿Les cosía la boca
antes de trabajar? Tendría que preguntarle más tarde, si es que quería
saberlo.

Por ahora…

—Entonces esperé —dije mientras bajaba el vino y asentía


solemnemente—. Hubo mucho fuego. Pero no escuché mucho más, así que
podría haber sido peor. Y, sinceramente, se lo merecían.

¿Eso fue demasiado? Thysandra frunció el ceño al otro lado de la


mesa.

—Tus padres también murieron, ¿no?

Mi corazón parecía latir en mi pecho, pero me obligué a fruncir el ceño


como una niña de ocho años que hace pucheros.
—Había estado pidiéndoles durante años que me enviaran a Ildhelm
y no me dejaron ir. Y, de cualquier manera, les dije que no hicieran en esa
protección. Su propia culpa.

—Sí —dijo la Madre lentamente, concediéndome otra pequeña


sonrisa—. Su propia culpa.

—Entonces. —Me reí para tapar otro pinchazo de ira—. Ésa es la


historia completa. Yo estaba... —Le di a Ophion una mirada tímida,
encontrándome con sus ojos verdes entrecerrados—. La verdad es que me
sentí un poco intimidada el primer día aquí. No sabía que nada en el mundo
pudiera ser tan hermoso, ¿ven? Y había tanta gente, y tenía un poco de
miedo de que me echaran en cara los crímenes de mi familia. —Le di a Creon
mi mirada más repugnantemente reverencial—. ¡Pero Creon prometió que
no dejaría que nadie me hiciera daño! Así que ahora estoy muy feliz, Madre.

Ahí. Que Ophion pensara que había sido un simple sujeto de


demostración: apareció justo en el momento equivocado, el primer
candidato de Creon en demostrar su valía y ganarse mi confianza. 198
—Muy conmovedor —dijo Thysandra, vertiendo medio vaso de vino en
su garganta de inmediato.

La respuesta de la Madre llegó de nuevo en lengua faerie.

Como si nunca hubiera contado mi historia, continuaron conversando


entre los tres, sobre el estacionamiento de guerreros y las entradas de
tributo, si entendía las pocas palabras que sabía correctamente. No hubo
explosiones rojas que me redujeran a un montón de polvo. Ningún guardia
llamado para arrastrarme. Incluso Ophion finalmente dejó de mirarme con
desconfianza y no me lanzó más que una mirada ocasional mientras
escuchaba el resto de los informes de Thysandra.

¿Los había convencido?

¿Había sobrevivido?

Me desplomé contra el pecho de Creon, repentinamente desesperada


por la tranquilidad de su toque, y demasiado agotada para resistir ese
anhelo. Sus dedos desaparecieron de mis caderas, luego regresaron a mi
sien, recorriendo mi cabello con caricias tranquilas y suaves. Como si me
estuviera hechizando para dormir. Diciéndome que lo hice bien. Que podría
dejarlo ir ahora. Que estaría bien.

Las voces de los faes se mezclaron en una mancha a mi alrededor


mientras cerraba los ojos. Solo sentí el cálido pecho de Creon, el constante
y tranquilizador latido de su corazón, sus dedos suaves y delgados
acariciando mi mejilla y mi hombro.

Debería controlarme. No podía permitirme empezar a creer que él


realmente podría ser seguro, que yo realmente podría disfrutar de sus
caricias. Imagínate lo que dirían mis padres si volviera a Cathra después de
que todo este sinsentido hubiera terminado. Jugar a la puta del fae, podría
explicarlo. Ser una…

—¿Estás cansada, Emelin?

Nada como una Gran Dama asesina para despertarte de un sueño


tranquilo. Me levanté de un salto, parpadeé y murmuré:

—Un poco, Madre. Lo siento, no he... —Mis mejillas se calentaron. 199


Justo a tiempo—. Las últimas noches no he dormido mucho.

Se dio la vuelta y señaló la salida del salón con un aburrimiento


inquietantemente similar a la indiferencia más enfática de Creon.

—Estás excusada. Gracias por tu compañía.

La miré fijamente.

Ella suspiró.

—¿Creon?

Se levantó antes de que yo entendiera esa orden implícita y se despidió


con no más de tres breves asentimientos a los demás. Luego me sacó al
pasillo, todavía acunándome contra su pecho, abrazándome como si pudiera
luchar contra un ejército de monstruos solo para mantenerme a salvo.
11

200
Esa inesperada gentileza era mentira, por supuesto.

Me permitió creerlo hasta que llegamos nuevamente al pabellón,


todavía milagrosamente vivos e ilesos. Me abrazó mientras me llevaba
adentro. Me instaló en los cojines del sofá como si fuera a romperme si me
dejaba caer al suelo.

Luego me quitó las manos de encima y no me dio otra mirada mientras


revisaba la habitación en busca de intrusos, se sirvió dos vasos de agua y
se dirigió hacia la ventana abierta que había dejado atrás.

Me di cuenta un momento demasiado tarde de lo que estaba


sucediendo, en mi estado de confusión somnolienta y miedo persistente.

Él se estaba yendo.

Tal como lo había hecho durante toda la semana anterior. Después de


haberle rogado que me contara más sobre sus planes. Después de haberlo
obligado a destruir su casa en un estallido de furia. Después de disculparme
y salvarnos la cabeza a ambos durante esa pesadilla de almuerzo en la corte.

Me estaba abandonando de nuevo.


—¿Creon?

Lanzó media mirada por encima del hombro, sin mirarme a los ojos.

Me levanté de un salto en el sofá y dije, ahora más fuerte:

—¿Adónde vas?

Un vago movimiento de su mano en dirección a la playa. ¿Entonces


no al Laberinto? Peor aún. Si su destino era la playa, ni siquiera sabía por
qué estaba tan decidido a desaparecer ante mí.

—Quiero preguntarte algo.

Él se encogió de hombros.

Él se encogió de hombros.

De inmediato me costó recordar por qué me había disculpado


nuevamente. Complicado, dijo Lyn. Un bastardo, dijo Tared. Quizás el elfo
tenía razón después de todo. 201
—No te encojas de hombros, maldita sea—espeté.

Es cierto que esta vez Creon no se encogió de hombros. Tampoco hizo


nada más. Simplemente caminó, como si no me hubiera abrazado con tanto
amor. Como si toda esta confrontación hubiera sido un asunto anodino y
corriente, nada en lo que desperdiciar una palabra más.

Como si yo fuera insulsa y corriente y no mereciera ni la más mínima


explicación.

Lancé mi magia tras él sin siquiera pensar.

El destello rojo se elevó por encima de su hombro y golpeó un árbol


más adelante en el camino, destrozando las ramas secas con un sonido
como un gemido de dolor. Una avalancha de madera y hojas se derrumbó.
Más madera y hojas de las que había planeado, mucho más de las que había
planeado. El camino quedó cubierto de restos en cuestión de segundos.

Creon se había quedado congelado a medio paso en su porche,


mirando el desorden de espaldas a mí. Apreté los puños en mi regazo.
—Date la vuelta.

Él no se volvió.

—Creon. —No sabía que poseía tanto autocontrol. La necesidad de


arrojar mi siguiente estallido rojo a su espalda alada era casi insoportable—
. No estoy segura de cuántas maneras más quieres que exponga mi maldito
punto antes de escucharme. Te lo pido amablemente, me ignoras. Me enojo,
me ignoras. Te insulto, me ignoras. ¿Debería simplemente concluir que no
te importan ni remotamente mis deseos y mi bienestar? —Solté una
carcajada—. En ese caso, al menos podrías tener la cortesía de decírmelo.

Él todavía permanecía inmóvil. Maldije, agarré el cuaderno del sofá


que había dejado allí durante nuestra pelea esa mañana y caminé hacia él.

—¿Bien?

Finalmente se giró, con los hombros caídos.

Esperaba que pareciera furioso. O molesto o indiferente o 202


simplemente… generalmente amenazador. Pero cuando encontré sus ojos,
no había nada en esas oscuras profundidades más que cansancio.

Dejé el cuaderno en sus manos y espeté:

—¿Y bien?

Abrió la funda de cuero demasiado lentamente para mi gusto. ¿Qué


quieres escuchar?

—¿Me has escuchado siquiera? —dije bruscamente—. Me estás


ignorando, te estoy pidiendo que pares y no lo haces. ¿Por qué? Si te importa
una mierda y solo quieres que deje de regañarte, al menos muestra coraje y
admítelo.

Sus alas se desplegaron peligrosamente mientras escribía sus


palabras con una mano apretada y frustrada. Tú lo sabes bien.

—¿Lo sé bien? —Mi voz se elevó. Ahora estaba más allá incluso de la
risa más aguda—. ¿Lo sé bien? ¿Con base en cuál de tus acciones, si se me
permite preguntar? ¿Ignorándome durante días a pesar de mis peticiones
para lo contrario? ¿Sacarme a rastras de mi casa sin siquiera decirme
adónde íbamos, sin siquiera decirme que iba a sobrevivir la noche? ¿Ni
siquiera permitirme despedirme de mis padres antes que tú...?

Su rostro se torció. Estoy tratando de mantenerte a salvo.

—¿Manteniéndome ignorante?

Cerró los ojos.

—¿Y cómo me mantenías a salvo manteniéndome alejada de mis


padres? —casi gritaba, me di cuenta vagamente. Ya no podía molestarme en
bajar la voz—. ¿Fue realmente tan difícil despertarme antes de que
quemaras todo el lugar? ¿Habría supuesto una diferencia tan terrible para
tu plan si me hubieras dado diez malditos minutos para despedirme de...?

Se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso al interior.

—Creon.

No disminuyó la velocidad. Corrí tras él, lista para darle un puñetazo


en la cara si era necesario, pero llegó a su escritorio antes de que yo pudiera
203
alcanzarlo y sacó un libro de su estantería con una resignación tan cansada
que de repente olvidé mis resoluciones violentas.

Una carta doblada apareció desde el interior de la pesada cubierta.


Un pergamino que reconocería en cualquier lugar en un abrir y cerrar de
ojos: el pergamino de Rhudaki.

Como mi padre había usado.

—¿Tú… qué?

Creon suspiró y garabateó: Lo siento.

—¿Lo sientes por qué? ¿Me has estado ocultando una carta todo este
tiempo? —Ya no sabía si quería llorar, gritar o simplemente tumbarme en el
suelo y quedarme allí durante los siguientes dos años—. Como pudiste…

Hizo un gesto hacia la carta, desviando la cara. Un mensaje claro.


Léela.

Abrí el pergamino tan rápido que casi rompí toda la carta en dos.
Emelin, decía el saludo.

Y luego, en la mano de artista excesivamente compleja de mi padre,


con todos esos rizos y giros que ninguna persona en su sano juicio podría
imitar razonablemente, continuó:

No vengas tras nosotros. No nos escribas. Los de tu especie han


venido a reclamarte. Deseamos empezar de nuevo en la Ciudad Blanca
sin que los faes nos persigan.

Te hospedamos durante veinte años. Permítenos nuestra paz


ahora.

Valter y Editta

Valter.

Editta.

No padre. No madre. Tu especie. Me quedé mirando las palabras hasta


que su forma se desdibujó en nada más que líneas y curvas en mi mente,
204
dejando un sabor a hiel amarga en mi lengua. No importaba la frecuencia
con la que mis ojos recorrían las letras, ni la desesperación con la que
intentaba leer algo más detrás de esas frases frías y heladas: las palabras
permanecían sin cambios, el mensaje sin suavizar.

No vengas tras nosotros.

Podía sentir esa frase. Podía sentirla en algún lugar muy profundo
dentro de mí, cortando algún vínculo, alguna cuerda, que había pensado
que sería mi último salvavidas.

Mis rodillas se doblaron.

Una mano fuerte me agarró del hombro, impidiendo que me


desplomara y, de repente, Creon estaba de pie justo delante de mí, lo
suficientemente cerca como para abrazarme. Lo suficientemente cerca como
para recibir un puñetazo en la garganta también, y fue ese pensamiento el
que abruptamente me despertó de mi entumecida parálisis.

—¿Lo has sabido todo este tiempo? —Más que un ronco susurro no
saldría de mis labios—. ¿Has tenido esta carta todo este tiempo? Tú…
Me soltó lentamente, como si no se atreviera a confiar en que
permaneciera de pie. Los garabatos en su cuaderno apenas se podían leer.

Esperaba que cambiaran de opinión con el tiempo.

—Y entonces tú...

No terminé mi oración. El siguiente sonido que saldría de mi boca iba


a ser un sollozo y no iba a llorar en ningún lado para que él lo viera. Me di
la vuelta, apretando el puño alrededor del pergamino de la carta de mi padre,
la carta del hombre que no quería ser mi padre.

Quien nunca había querido ser mi padre, tal vez.

Te hospedamos durante veinte años...

Hogar. El lugar que había considerado mi hogar había sido un refugio


involuntario; las personas que había considerado padres se alegraron de
quitarme las manos de encima tan pronto como encontraron una manera
de liberarse de su carga. Si no fuera por la maldición de la niña abandonada 205
que pendía sobre sus cabezas, podría haber muerto de hambre antes de que
mi vida pudiera siquiera comenzar.

El sollozo salió de mí de todos modos, y luego un segundo.

De nuevo la mano de Creon encontró mi brazo, ahora más ligera, como


para tranquilizarme. ¿Ahora de repente estaba allí, el bastardo? ¿Una
semana ignorándome, una semana haciéndome caso omiso, y ahora que no
me quedaba otro lugar a donde ir, ni un futuro que mirar, ni un pasado que
apreciar, ahora él pensaba que podía abalanzarse y ser mi hombro sobre el
cual llorar?

—Dé-ja-me. So-la —logré decir con los dientes apretados.

Su mano volvió a desaparecer.

—Lo sabías. —Era todo en lo que mi mente podía concentrarse. Era


más fácil concentrarse en su traición, en sus costumbres fae de doble
intención, que en la carta arrugada en mi puño—. Lo sabías. Y ni siquiera
me lo dijiste: ¿pensaste que preferiría ser felizmente ignorante? —
Finalmente mi voz volvió a alzarse y me sentí peligrosamente bien al gritar.
Dejarlo tomar parte del dolor que había causado, algunos de los agujeros
que había abierto en mi corazón—. ¿Y cuál era tu plan si nunca cambiaban
de opinión? ¿Arrastrarme de una misión inútil a otra hasta que algo
finalmente me matara? Mentirme por el resto de mi vida solo para que no
tuvieras que admitir que...

Nuevamente me agarró del brazo, ahora con más fuerza, y exploté.

Ni siquiera estaba segura de dónde venía el color. Ni siquiera había


puesto mi mano izquierda sobre su manga negra a propósito, ni había tirado
de ella a propósito. Pero el rojo se desprendió de mí como un volcán en
erupción, más violento incluso que la explosión que había destrozado
aquellos árboles de afuera; vidrios rotos, madera agrietada, almohadas y
cortinas hechas trizas a mi alrededor, mientras toda la fuerza de mi magia
golpeaba.

Corrí.

No sabía a dónde iba, no sabía a qué lugar me quedaba por ir. Pero
sabía que no quería quedarme en ese maldito pabellón con el hombre que
me había arrancado de mi familia, que me había mentido, que me había
206
tratado como una tonta y que me había sostenido en sus brazos para
agravar la herida, como si todo fuera a estar bien, cuando sabía que las
malditas cosas nunca volverían a estar bien. Mis pies se movían más rápido
de lo que mi cerebro podía seguir. A través del bosque, malditos árboles
intentaban bloquear mi camino. Sobre algún camino de piedra tosco,
dondequiera que condujera. Lo único que me importaba era alejarme del fae
macho detrás de mí, lejos de él y de su maldita Madre con sus sonrisas
incoloras...

¿Estaban esos pasos detrás de mí?

¿Estaba viniendo detrás de mí?

Mi corazón dio un vuelco y luego latió dos veces más rápido de lo que
corría. Solo trato de protegerte. ¿Qué tan protector se sintió después de que
causara la destrucción total de su casa por segunda vez hoy?

Ni siquiera quería saberlo. No quería volver a ver a ese bastardo nunca


más, con su rostro insufriblemente hermoso, sus manos insufriblemente
suaves y su corazón insufriblemente frío.
¿A dónde iba? Mis extremidades tomaron su propia decisión mientras
me precipitaba por una pendiente cubierta de musgo. Lejos. Me iba lejos.
Primero iba a sacar a Creon de mi rastro. Luego buscaría un barco. O una
balsa. Demonios, un trozo de madera flotante sería suficiente. Cuando
saliera de aquí...

Tenía mi magia. Tenía mi ingenio. Sobreviviría de alguna manera.

Después de todo, mis posibilidades difícilmente podrían empeorar.

Un gran cobertizo de madera surgió entre los árboles, viéndose


extrañamente normal para un edificio en una isla fae. Había visto cobertizos
como éste en Ildhelm. Tablones de madera resistentes, algún que otro
agujero podrido y ni un rayo de oro a la vista.

Si podía encontrar un lugar sin faes en la isla, podría ser este. Y


necesitaba un lugar donde esconderme.

La puerta trasera ciertamente no fue construida para criaturas altas


y aladas; incluso yo tuve que inclinar la cabeza para entrar. El olor a heno 207
y a caballo me dio la bienvenida y me dijo todo lo que necesitaba saber sobre
este lugar incluso antes de distinguir las formas de los animales en el
profundo crepúsculo. Establos. Ni siquiera sabía que los faes tuvieran
caballos.

No es que importara. Quizás Creon también habría olvidado la


existencia de los caballos. Si simplemente pasaba por alto los establos
durante un par de horas, eso era todo lo que necesitaba.

Me arrastré entre los fardos de heno, buscando un lugar un poco más


cómodo para sentarme. Un error. Uno de los caballos más cercanos a mí
empezó a relinchar, y luego un segundo. Oh, Zera, ten piedad. Con este tipo
de ruido, incluso los faes más sordos de la isla sabrían exactamente dónde
buscarme.

—¡Hey! —gritó una voz de mujer, cerca de mí—. ¡Cálmense, joder,


ustedes dos!

Una voz humana.


Hablaba al menos un idioma humano, un dialecto tan estrechamente
relacionado con el mío que la entendí sin esfuerzo. Entonces no podría haber
vivido demasiado lejos de Cathra.

¿No debería eso convertirnos en algún tipo de aliadas?

Los caballos no parecían pensar lo mismo. Su nerviosismo se extendió


por los establos como un reguero de pólvora, hasta que parecía que todos
los demás animales resoplaban o se sacudían contra sus riendas. Botas
pesadas golpearon el suelo de madera mientras el jefe de cuadra se dirigía
a la parte trasera del cobertizo, maldiciendo en voz alta a cada animal que
encontraba. Me quedé sentada petrificada en el heno, demasiado asustada
para volver a salir y demasiado asustada para hablar.

Humana. Al menos ella también era humana.

Apareció alrededor del caballo más cercano con una túnica de gran
tamaño y pantalones de hombre, el pelo castaño corto y despeinado y un
cepillo áspero en la mano. A pesar de lo oscuro que estaba el cobertizo, ella
me vio en el momento en que apareció a la vista, sentada paralizada en el
208
suelo cubierto de heno.

Por un momento, ambas permanecimos congeladas, mirándonos


fijamente.

Luego dijo:

—¿Qué mierda?

—Hey —logré decir. Mi voz sonó como si alguien me hubiera cerrado


la garganta con fuerza. Ella era humana, me dije. Conocía la crueldad de los
faes. Ayudaría—. Larga historia. ¿Te importaría si me escondo durante unas
horas en este lugar si te prometo...?

Ella resopló y dio un paso atrás.

—Tú eres esa puta de faes, ¿no?

La miré fijamente.
—Pensado así. —Su risa sonó como el chirrido de una sierra—. ¿Ya
terminó contigo? Podría haberte dicho desde el principio que no duraría,
estúpido cabrón.

—Yo… bueno…

—¿Qué pensaste? ¿Que podrías venir corriendo hacia nosotros con tu


maldita historia después de traicionar a toda tu maldita isla por él? —
Escupió al suelo ante mis pies—. Sal de mis establos antes de que te arrastre
fuera. Estás ensuciando el lugar.

—Yo... no, por favor. —No. No, podía explicar esto; tenía que explicar
esto—. No es así, yo…

—Fuera.

—Pero…

—¿Quieres que llame a los faes? —siseó ella—. Porque no voy a


ponerme en peligro por alguna estúpida puta de faes. Sal, y esa es toda la 209
protección que recibirás de mí. Ahora.

Me di por vencida. El brillo peligroso en sus ojos me dijo que


convencerla llevaría más tiempo que caminar hasta la residencia fae más
cercana, y que no dudaría en alertar a sus amos.

No por una estúpida puta de faes.

Las lágrimas picaron en mis ojos de repente, pero me negaba a llorar


con ella cerca, me negaba a dejar que me viera así de derrotada. Bien,
maldita sea. Encontraría otro lugar donde esconderme. Encontraría otro
lugar para vivir. En algún lugar, a alguien no le importaría que fuera una
puta de faes o una pequeña humana sin sentido...

¿Verdad?

Corrí hacia la puerta trasera, incapaz de deshacerme de ese


pensamiento ahora que se había formado. Incluso si saliera de esta isla,
¿adónde iría? Era una traidora para los humanos. Una don nadie para los
faes. ¿A alguien todavía le importaría acogerme?

Lyn y Tared.
Me quedé quieta, de espaldas al cobertizo, con las lágrimas aun
ardiendo detrás de mis ojos.

Se habían ofrecido a llevarme con ellos. Y me había negado


estúpidamente, de alguna manera había pensado que unos cuantos
comentarios sarcásticos serían suficientes para desenredar la maraña de
crueldad, rebelión y descuido que era el corazón espinoso de Creon...
¿Seguirían estando en Faewood ahora? Había corrido en la dirección
equivocada, pero, si de alguna manera pudiera pasar el pabellón
nuevamente sin que me vieran, tal vez los encontraría. Ellos me ayudarían.
Con los poderes de elfo de Tared, ni siquiera necesitaba un bote o un tronco
de madera flotante para escapar.

Tropecé hacia atrás en la dirección por la que había venido. Regresé a


través del espeso follaje de la costa de las islas. De vuelta a Faewood. Si tan
solo llegara a tiempo. Si no, tendría que esperar una semana para que
regresaran, pero incluso eso sería preferible a...

Una sombra cayó sobre mí, eclipsando la luz del sol por un momento. 210
Oh, Zera, ayúdame.

Creon aterrizó frente a mí antes de que pudiera siquiera pensar en


correr, lo suficientemente cerca como para que sus alas me lanzaran una
dolorosa ráfaga de aire en la cara. Lo suficientemente cerca como para hacer
añicos todas las esperanzas de huir. Retrocedí tambaleándome, alejándome
de él, pero no llegué muy lejos; su mano se cerró alrededor de mi muñeca
como un tornillo de banco, atrayéndome hacia él con toda la arrogante
facilidad de un hombre que siempre había sabido qué era lo mejor para mí.

—Déjame ir —espeté, dándole un codazo en el pecho. Su otra mano


también me atrapó el codo, dejándome solo los pies para salir de esta trampa
para ratas. Antes de que pudiera decidir si una rodilla en su entrepierna
mejoraría o empeoraría mi situación, él ya me había levantado y me había
plantado en el suelo cubierto de musgo del bosque, con la espalda contra
un árbol y las manos en mi regazo. La mirada en sus ojos cuando me soltó
no dejó lugar a dudas: siéntate.

Fue una mirada que de alguna manera borró de mi mente todos los
sueños de desobediencia a la vez.
Porque todavía no había rastro de molestia en sus ojos oscuros, nada
como furia justificada hacia la molesta mocosa que seguía haciendo volar
su casa hoy. De alguna manera, a pesar de esos músculos que podían
aplastar una roca, a pesar de la magia que rebosaba en sus dedos, a pesar
de esas peligrosas cicatrices de tinta en su cara y manos, parecía casi...
¿gentil?

Me quedé congelada, sin saber qué decir. Qué pensar.

Solo el susurro del mar cercano rompió el silencio cuando cayó a mi


lado, cruzando las piernas ante él de una manera que parecía casi... casual.
Como si de repente se hubiera olvidado de ser amenazador, de merodear,
echar chispas por los ojos y fruncir el ceño. Eso lo hizo menos depredador.
Menos monstruo y más persona.

Una persona jugueteando con su lápiz mientras lo sacaba. ¿Qué


demonios estaba pasando? ¿Era este un intento tardío de una ofensiva de
encanto?

Dudó un último momento a mi lado y luego garabateó: ¿Qué puedo


211
hacer?

—¿Cabrearte y llevarme de vuelta a casa? —murmuré.

Creon no reaccionó, pero pude sentir la siguiente pregunta en el aire.


¿Dónde, exactamente, estaba mi hogar ahora? No en Cathra, quemada
hasta la última casa. No en la Ciudad Blanca, donde mis padres no querían
volver a verme nunca más. No en esta maldita isla de sangre y huesos, donde
la mitad de la población me consideraba una traidora y la otra mitad un
juguete divertido, y luego, después de todo, me puse a llorar, con feos
sollozos saliendo de mi garganta cuando finalmente lo último de mi corazón
cedió. Hogar. Hogar. Nunca había sido gran cosa, nunca había sido más que
un lugar del que no podía esperar para salir y, aun así, había sido seguro.
Fácil. Familiar. Y ahora me habían arrancado tallos y raíces, y resultó que
ni siquiera había dejado un agujero para llenar.

Podría desaparecer. Hoy podría ahogarme en el mar y nadie me


extrañaría.

Me acurruqué en una pequeña bola de miseria sobre el musgo y lloré


hasta que se me acabaron las lágrimas y me sentí vacía, dolorida, sin
esperanza. Y durante todo ese tiempo, Creon permaneció sentado a mi lado,
inmóvil, en silencio.

Ni siquiera tenía sentido culparlo. Él no había obligado a mis padres


a escribir esa carta fría y desalmada. No me había dejado en la puerta de su
casa hace veinte años. Lo único que había hecho mal era sacar a la luz lo
que ya estaba roto...

Y ser un bastardo insensible al respecto. Eso también.

Las palabras todavía estaban allí en su cuaderno cuando finalmente


levanté la vista, brillando como si pudieran resolver algo. ¿Qué puedo hacer?
Retroceder en el tiempo, eso era lo que podía hacer. Hacerme crecer con
personas que no estuvieran tan asustadas de nada fae, lo suficientemente
asustadas como para repudiar a la chica que los amaba como a sus padres.
Ahora, dos décadas después…

Nada. No había nada.

Agarré el cuaderno en un ataque de rabia y lo tiré, esa maldita e inútil 212


pregunta. Cayó entre el follaje con un ruido sordo de lo más insatisfactorio
y desapareció de la vista. Me quedé mirando el lugar donde había
desaparecido, sintiéndome igualmente miserable y dos veces más exhausta
por ese pequeño estallido de ira.

Solo entonces me di cuenta de que eso también dejaba a Creon sin


voz.

Maldije e hice ademán de levantarme para recuperar la maldita cosa.


Me hizo sentarme antes de que estuviera a mitad de camino, todavía sin
parecer molesto en lo más mínimo.

Fue esa calma la que me hizo sentir abrupta y violentamente


avergonzada de mí misma. ¿Cuánto iba a castigarlo por lo que era solo la
mitad de su culpa?

—Lo siento —murmuré, desviando la cara—. Iré a buscarlo... yo...

Sus dedos se cerraron alrededor de mi barbilla. Levanté mi cabeza


hasta que no tuve más remedio que mirarlo de nuevo, esa cara de asesino
orgulloso que de repente ya no parecía tan orgullosa, ni tan asesina.
Soltó mi barbilla.

Y con movimientos rápidos e incómodos de los dedos deletreó: ¿Qué


puedo hacer?

Lo miré fijamente. Por la tensión alrededor de sus labios duros, las


líneas fijas de su mandíbula. La forma en que sus dedos se acalambraron y
relajaron mientras los bajaba de nuevo a su regazo, sin estar familiarizado
con los movimientos... y, sin embargo, parecía bastante familiar.

—¿Has estado practicando? —dije aturdida.

Él asintió, mirando hacia otro lado.

—Oh. —Todo ese deliberado desinterés. Todo ese orgullo


inquebrantable de los faes. Y, sin embargo—… Podrías haberme dicho eso
también.

Por un momento, pensé que se encogería de hombros, pero fue otro


asentimiento que finalmente surgió. 213
—Oh.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento.

Había practicado. Trece décadas de firme negativa a encontrar otra


forma de comunicarse, cualquier otra forma de hablar, y sin embargo había
cambiado de opinión una semana después de que se lo preguntara. ¿Eso
significaba que a él… le importaba, en verdad?

¿Que me quería aquí?

Ese pensamiento no se suponía que me hiciera sentir mucho mejor.


No cuando se trataba de él. Pero me sentí mejor, el dolor en mi pecho no
desapareció, sino que se alivió temporalmente, y no podía renunciar a ese
pequeño consuelo.

—¿Creon?

Él miró hacia arriba.

—Lo primero que puedes hacer es responder a mis preguntas por una
vez. Honestamente. Por favor.
Suspiró, pero me hizo un gesto para que continuara.

Apoyé mis pies un poco más firmemente en el suelo cubierto de musgo


y dije:

—Primero que nada, ¿por qué me has estado evitando como a la peste
durante una semana exactamente?

Sus dedos vacilaron solo por un momento en los gestos que estaba a
punto de realizar. Entonces vinieron las palabras, señalizadas lenta y
cuidadosamente, pero claras como el día. Pensé que podría ahorrarte el
disgusto de mi compañía.

Lo miré fijamente. No estaba segura de lo que esperaba (mi propia


franqueza insoportable, su negativa a actuar civilizadamente durante más
de media hora al día), pero no era eso.

—Te pedí que te quedaras por aquí.

Desgraciadamente. 214
—Sí, pero…

Supuesta cuestión de cortesía.

—¿Pensaste que estaba tratando de ser educada?

Una sonrisa irónica apareció en sus labios. Muy tristemente.

Dejé escapar una risa triste. ¿Había sido tan obvio cómo me recordaba
mi odio hacia él cada vez que se acercaba demasiado, cada vez que esa
peligrosa atracción amenazaba con abrumarme de nuevo? Si lo hubiera
visto en mis ojos, si hubiera estado frunciendo el ceño y echando chispas
más de lo que pensaba...

Bien. Podía entender su punto, por mucho que me doliera admitirlo.

Además, continuó antes de que pudiera abrir la boca, me confundes.

—Yo… ¿qué?

La mayoría de la gente… dudó, sus dedos congelados entre nosotros


por un momento demasiado largo. Me tiene miedo.
—Bueno. —Resoplé—. Me pregunto cómo sucedió eso.

Su sonrisa era aún más triste que la anterior. O me admiran. A veces


ambos. Pero… De nuevo esa vacilación. Nunca me dicen que me vaya a la
mierda.

Oh.

Nacido como príncipe, entrenado como asesino. El mago más fuerte


en la historia de los faes. Impresionantemente hermoso, insondablemente
poderoso. Incluso entre los de su propia especie, tenía que ser medio dios
según los estándares más modestos: un hombre al que admirar, un hombre
al que temer, pero nunca un hombre con el que tomar una cerveza después
de cenar. De hecho, nunca un hombre al que le decías vete a la mierda.

Me froté los ojos y murmuré:

—Con un cactus.

Sus labios temblaban cuando miré hacia arriba. 215


No una de esas sonrisas irónicas y tristes. No una de sus sonrisas
perezosas y confiadas. Esta era una risa, una risa real, luchando por
escapar de su compostura, y fue ver eso, a la Muerte Silenciosa a punto de
ceder a su diversión involuntaria, lo que finalmente me rompió.

Me recosté contra mi árbol, riéndome como una estúpida mascota


humana. Su risa estalló un momento después, llevándose consigo lo último
de su máscara amenazadora. Él se rio en silencio, incluso el sonido de su
alegría le fue robado, pero vi sus hombros temblar, las arrugas alrededor de
sus ojos, y fue suficiente para romper algo en mi pecho a lo que me había
aferrado durante demasiado tiempo. Esta grieta no me dolía. Se sentía cálida
y vagamente tranquilizadora.

—Ni siquiera creo que realmente te odie.

De repente dejó de reír y parpadeó.

—O al menos... —Cerré los ojos por un momento, luchando por darle


sentido al desorden de mis pensamientos—. Para alguien que realmente te
odia, tengo que recordarlo con demasiada frecuencia. Es solo…
Las palabras se desvanecieron. Sabía que terminar esa frase dolería.
Tenía que terminarla, pero dolería muchísimo.

Creon no se había movido cuando levanté la vista. Me armé de valor.

—Ya sabes. ¿Cómo le explicaría eso a mi familia?

Él asintió, ahora más lentamente. No había más preguntas; no


necesitaba más preguntas. Tenía que odiarlo. Era mi deber como buena hija
de Cathra, campeona de la humanidad. Pero la humanidad me había
masticado y me había echado a las calles a patadas para morir de hambre,
y ¿qué estaba defendiendo exactamente ahora al insistir en mi odio hacia
él?

Era un asesino. Difícilmente podría negar eso. Uno despiadado y sin


corazón. Pero también un hombre que se había mantenido vivo en la corte
de sus enemigos durante más de un siglo, que había sufrido en el papel del
arma de su madre sólo para poder algún día acabar con ella. Por qué
exactamente se había vuelto contra ella, todavía no lo sabía. Lo descubriría
algún día. Si él no me lo decía, Lyn y Tared probablemente sí podrían
216
hacerlo.

Pero fuera lo que fuese, al menos había convencido a Lyn de que tal
vez no tuviera el corazón podrido. Y eso había sido antes de entregarse
nuevamente a una madre a la que no quería servir, solo para tener la
oportunidad de matarla.

Incluso si no me agradara, al menos podía respetarlo por lo que era:


una fuerza de la naturaleza que parecía estar firmemente de mi lado.

—Entonces —dije, apretando mis rodillas contra mi pecho mientras


me volvía hacia él—, entretengamos la idea de que no eres un desgraciado
cruel empeñado en seguir los pasos de tu madre. ¿Por qué exactamente no
me dijiste todo el alcance de tus planes tan pronto como me desperté en tu
casa por primera vez?

Te lo dije, hizo un gesto. Trato de protegerte.

Me burlé.

La mayoría de la gente quiere estar segura.


—La mayoría de la gente puede irse a la mierda.

Cerró los ojos y otra sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.
Lo hacía parecer peligrosamente hermoso, de una manera completamente
nueva. No, no solo hermoso, atractivo. Una visión que hacía que mis manos
picaran por rodear su mandíbula, hacía que mis labios dolieran por besar
esa sonrisa en su rostro.

Me obligué a mirar hacia otro lado. Por el amor de los malditos dioses.
Incluso si supiera que no lo dejaba tan indiferente como intentaba fingir,
esto era un poco exagerado, ¿no?

—Escucha —dije, respirando con aire fresco. De vuelta al asunto. El


asunto en cuestión era al menos seguro y terriblemente poco atractivo—. Si
me mantienes a salvo manteniéndome ignorante, me haces sentir
vulnerable, débil y completamente patética. Y tampoco es particularmente
seguro. Es difícil sentirse segura cuando sé que hay peligro en alguna parte,
pero no dónde esperarlo.

Me atreví a mirarlo. Se quedó mirando el bosque, sus ojos llenos de


217
pensamientos.

—No quiero ser esa pequeña humana estúpida para ti —agregué,


incapaz de evitar por completo el tono de mi voz—. No si ya tengo que ser
esa chica para el resto del mundo.

¿Incluso si es peligroso? Hizo un gesto lentamente, con los dedos


vacilantes ante cada dos letras.

—Prefiero ser tu igual en peligro que tu juguete en seguridad.

Dejó caer la mano nuevamente y cerró los ojos. Su igual. ¿Acababa de


decirle esas palabras a él, al mago más poderoso de la historia de los faes,
el hijo de la Madre misma? No estaba segura de que alguna vez hubiera
considerado a nadie su igual en la vida. Ciertamente no parecía
acostumbrado a ello.

Pero claro, yo era la única maga sin ataduras conocida en el mundo.


Quizás podría salirme con la mía con una exigencia audaz o dos.
Pareció pasar una hora antes de que suspirara e hiciera un gesto: Lo
intentaré.

—No es difícil —dije, resoplando—. Todo lo que necesitas hacer es


mantener abiertas esas orejas puntiagudas que tienes y escuchar cuando te
digo que quiero algo. Y si no puedes aceptar mis deseos, dime por qué, en
lugar de ponerme caras dramáticas y salir volando con un gran aire de
misterio sobre ti.

Creon me puso una cara dramática.

—Las haces bien. Seré amable y lo admitiré. Pero guárdalas para


otros, por favor.

Me envió una sonrisa irónica. Entonces, ¿qué quieres?

Para mi sorpresa, la respuesta me llegó sin la menor vacilación.

—Quiero aprender idioma faerie. Estoy harta de sentarme con gente y


no entender lo que tienen que decir sobre mí. 218
No es el idioma más fácil.

Me encogí de hombros.

—Te enseñaré lo que sé sobre el lenguaje de signos de Cathra. Juntos


podemos ser idiotas inarticulados.

Otra sonrisa se deslizó por su rostro. Esto era cada vez más fácil.

—También quiero aprender más sobre la historia de esta guerra —


agregué, ahora más segura. Nunca pensé que fuera muy buena deseando
cosas. Quizás había necesitado una buena dosis de anfitriones fae reacios
para sacar a relucir algún talento oculto—. Quiero entender tu pasado y el
de... —casi dije de Lyn y Tared—, de los otros pueblos mágicos. Si tengo que
ser una niña en mis años fae, al menos puedo ser una niña culta. ¿Me
puedes ayudar con eso?

Él asintió lentamente. Puedo conseguirte libros.

—Bien. Y quiero ir contigo cuando vayas a trazar el Laberinto.

No.
—¿Qué dije sobre los desacuerdos otra vez?

Parecía que estaba a punto de poner los ojos en blanco, pero se


contuvo. Si alguien te encuentra, estás muerta.

—Sí, eso sería trágico —dije, burlándome—. Si te encuentran allí sin


mí y te matan, también estoy casi muerta. Dejar el mundo durante una
batalla heroica en un túnel prohibido me suena mucho mejor que quedarme
sentada en casa hasta que la Madre arroje tu cabeza a mis pies.

Sus labios se tensaron. Ella no sabe que estás involucrada.

—Ah, y con su historial de estricta justicia y apacibilidad general, eso


seguramente me salvará la vida.

Me miró durante medio segundo, luego lanzó una mirada de dolor a


sus dedos, volvió a mirarme y asintió con la cabeza hacia su mano.

¿Cómo maldigo?

Me eché a reír.
219
—Ese es material avanzado. Quizás deberíamos regresar primero...

A casa. Las palabras se evaporaron en mis labios. Volver a casa. Casi


dejé escapar esas ridículas sílabas. Para que él escuchara. ¿Me había vuelto
loca? ¿Estaba tan desesperada por un lugar al que llamar hogar que
aceptaría un pabellón de fae siempre y cuando no pareciera a punto de
matarme?

—Al pabellón —terminé un poco más tímidamente—. Volvamos al


pabellón.

Como quieras.

Regresamos en silencio, como nos habíamos sentado, caminado y


volado en silencio durante la semana pasada en la isla. Y, sin embargo,
ahora algo era diferente: sorprendente y desconcertantemente diferente.

No iba a buscar a Lyn y Tared hoy.

Después de todo, tenía una misión que terminar primero. Y de ahora


en adelante, sería una misión propia.
12

220
Me desperté contra el cálido cuerpo de Creon, mi espalda acurrucada
contra su pecho esculpido. Mis piernas desnudas presionadas contra sus
muslos igualmente esculpidos. Su brazo me rodeaba de manera relajada por
la cintura.

A través de la última somnolencia persistente de mis sueños, tardé un


momento en comprender completamente el dilema en el que me había
metido.

Él me estaba abrazando.

En su lado de la cama.

De alguna manera, por alguna razón impensable, me había movido


hacia sus brazos en el trascurso de la noche.

Mis pensamientos tenían dificultades para llegar a sus conclusiones


mientras mi cuerpo también despertaba lentamente, cada observación
siguiente un poco más alarmante que la anterior. Estaba cerca de él. Muy,
muy cerca de él. Podía sentir su pecho subir y bajar contra mi espalda con
cada lento aliento. Podía sentir el cosquilleo del aire contra mi nuca cada
vez que exhalaba. Incluso a través de mi camisón, el calor de su cuerpo era
un bálsamo suave contra mi piel. Peor aún, donde nuestras piernas se
presionaban, ni siquiera había una capa miserable de tela para mantener
intacta al menos una apariencia de respetabilidad.

Desde tan cerca, olía a gloria. Dulce, a nuez y peligrosamente…


masculino.

Me quedé congelada en sus brazos y consideré mis opciones.

Tenía que moverme. Eso estaba claro. Rápido, también, porque si me


encontraba así, oh, dioses, era inmensamente afortunada de que aún no se
hubiera despertado. Pero si me movía demasiado bruscamente y lo
despertaba al separarme, eso sería aún peor. Eso sugeriría que me había
acurrucado activa y conscientemente contra él.

Estaba muy cálido. De hecho, deliciosamente cálido. La firmeza de sus


músculos tan segura contra mi delgado y vulnerable cuerpo, el brazo que
me rodeaba tan extrañamente tranquilizador.

Tenía que moverme. ¿Qué estaba esperando? 221


Pero me sentía tan cómoda. Tan... familiar.

Tan en casa.

Al instante, ni siquiera el calor del cuerpo de Creon fue suficiente para


detener el escalofrío que me invadió. Casa. Ayer. La carta de mis padres. Los
recuerdos volvieron a mí como una bofetada en la cara: las manos de Creon
en mis caderas. La cruel burla en el rostro de la Madre. La chica en los
establos. Puta de faes.

Me aparté de Creon tan bruscamente que fue un milagro que no se


despertara.

Desenredándome de las mantas, salí de la cama, con la mente y


extremidades de repente ansiosas por hacer algo, cualquier cosa. Tenía que
preparar el desayuno. Tomar un baño. Entrenar mi magia. Leer un libro.
Cualquier cosa para mantener mi mente lejos de ese molesto sentido de
pérdida que permanecía en algún lugar justo debajo de mi corazón,
hinchándose en cada fibra de mi cuerpo cada vez que le daba más de un
momento de pensamiento.
Desayuno. Primero el desayuno.

Corrí hacia la cocina en mi camisón. Llegaba casi hasta mis rodillas


de todos modos; apenas era menos decente que cualquiera de mis ropas
habituales. Los platos estaban enteros de nuevo después de la ráfaga de
magia de ayer que los redujo a añicos; las estanterías rotas de la despensa
también se habían arreglado. Necesitamos media hora y cada partícula de
azul que pudimos encontrar para reparar el pabellón a nuestro regreso del
bosque.

Magia fuerte, efectivamente.

¿No puedo simplemente entrar en el salón de huesos y lanzarle una


explosión así en la cara a la Madre? pregunté, y Creon pareció
cautelosamente divertido y agarró una hoja de pergamino nueva para una
respuesta más elaborada de lo que su firma permitía.

Ella es muy rápida. Subrayando el muy. Te vería prepararte para


atacar antes de que pudieras siquiera apuntarle. Incluso si tuvieras un
intento, no serías rival para ella si fallas en golpearla justo en el blanco.
222
Resoplé a pesar de mí misma mientras agarraba una sartén del
estante más bajo y medía la leche para dos porciones de gachas. Un humano
apenas adulto contra una Gran Dama que recibió la magia de los dioses
hace milenios. Sin duda, no era rival.

Tendría que ser el trono. El Laberinto.

Tanta información, tantos acontecimientos en un día, casi me


mareaban.

Me centré en las gachas. Corté una manzana en cubos, agregué una


generosa cucharada de canela a la mezcla. Puse la mitad en mi propio tazón
y dejé la otra mitad en la sartén. Solo entonces, cuando me volví hacia la
mesa para desayunar, me di cuenta de que Creon se había despertado en
ese tiempo.

Ahora estaba sentado en la cama, con el torso desnudo y rodeado por


el marco de sus alas oscuras. Observándome en silencio, ¿por cuánto tiempo
ya?
Se me puso la piel de gallina. Al volver la vista, me invadió
momentáneamente un deseo abrumador de olvidar las gachas y ocupar mi
boca con actividades completamente diferentes.

—Buenos días —dije, intentando no sonar como si hubiera pasado


media noche en sus brazos y no pudiera evitar preguntarme por qué alguna
vez dejé ese lugar—. ¿Comida?

Me mostró una media sonrisa. Lo interpreté como un sí.

Desayunamos en la cama. Demasiado acogedor, demasiado cómodo,


y aun así no pude obligarme a ponerle fin. Creon me enseñó palabras fae
para manzana, desayuno, leche. Yo le enseñé los gestos correspondientes o
inventaba gestos cada vez que no podía recordar lo que Aldous y su familia
habían usado.

—Entonces —dije, cuando finalmente apartó su tazón vacío—. ¿Cuál


es el plan para hoy?

Estiró los brazos sobre su cabeza, sus alas extendiéndose 223


ampliamente en el mismo movimiento, cada músculo moviéndose y
ondulándose bajo las cicatrices de tinta en sus brazos y torso. ¿Era una
invitación? ¿Una sugerencia amable de que, si realmente no me apetecía
leer libros de historia polvorientos, siempre era bienvenida a dedicar mi
tiempo a este exquisito espectáculo del cuerpo masculino en su lugar?

Tragué saliva, de repente con la boca seca. Los libros de historia fae
sonaban bastante aburridos, vistos desde esa perspectiva.

Pero encogió los hombros al finalizar su estiramiento y apartó las


mantas de la parte inferior de su cuerpo, revelando piernas que podrían
haber sido las de una estatua y, bendito sea el misericordioso corazón de
Zera, ropa interior. Sus gestos ya eran más cómodos, y más rápidos ahora
que conocía algunas palabras completas y no necesitaba deletrear todo.

¿Qué quieres?

Casi solté: A ti.

Puta de faes, me llamó la chica de los establos.

—Comencemos con los libros —dije.


Él había traído cuatro de la biblioteca anoche: tres libros de historia
y un diccionario, todos lo suficientemente pesados como para romper un
cráneo. Me senté a la mesa con más bravura de la que sentía al ver las letras
diminutas, las frases interminables, las docenas y docenas de palabras que
ni siquiera había visto antes. Una ansiedad irracional se apoderó de mí. Tal
vez me había propuesto una misión aún más imposible que la muerte de la
Madre aquí.

No es el texto más fácil para empezar, escribió Creon a mi izquierda.

Eso lo decidió.

—Si quisiera algo fácil, probablemente tú tampoco serías mi profesor


—resoplé—. ¿Qué quieres que haga, que lea libros infantiles durante
semanas?
224
No pareció sorprendido. Si acaso, divertido. Como desees. Avísame si
necesitas ayuda.

Le lancé una mirada de reproche a su espalda al dirigirse al baño.


Bastardo. Por supuesto que no iba a decirle que necesitaba ayuda, y a juzgar
por esa sonrisa en su rostro, lo sabía tan bien como yo. Podría haberme
ofrecido su ayuda con la insistencia suficiente como para que no fuera una
derrota aceptarla.

Una risa se escapó de mis labios. Ahora estaba siendo irrazonable,


¿verdad?

Pero Creon había desaparecido para tomar un baño de todos modos,


así que podría ver cuánto avanzaba por mi cuenta. Gimiendo, abrí el primer
libro. Solo la primera oración me llevó diez minutos: algo con una historia,
algo con guerras, algo con el período después del año 3104.

3104 desde la Rebelión, el año de la Última Batalla.

Así que este libro describía el periodo entre la Última Batalla y nuestra
era actual. Bien. Esa fue una conclusión lamentable para diez minutos de
trabajo.
Me rendí con el diccionario y pasé al final del libro. Resultó ser una
historia ilustrada; las páginas de garabatos apretados se alternaban con
pinturas coloridas de campos de batalla, mapas e incluso algún que otro
retrato ocasional.

Retratos.

Eso sugería que debería haber información sobre personas, ¿verdad?

Encontré un índice al final del libro. Alfabético. Maravilloso. No me


llevó mucho tiempo encontrarlo allí: Creon Hytherion. Príncipe, me dijo el
diccionario. De hecho, lo llamaban príncipe en este lugar.

La lista de números de página que seguía a su nombre era más larga


que cualquier otra en esa página, así que me puse a hojear entre el índice y
el texto. La mayoría de las veces, su nombre era solo uno más en alguna
descripción de una pelea o desarrollo político; no tenía paciencia suficiente
para pasar minutos escudriñando mi diccionario para obtener más que una
idea rudimentaria de lo que estaba sucediendo. Pero en la página setenta y
tres…
225
Oh, Zera, ayúdame.

Era una pintura, ocupando toda la página. Un cielo azul idílico.


Algunos árboles florecientes de primavera. Entre ellos, un montón de
cadáveres.

Cadáveres ensangrentados y desnudos.

Y detrás de ellos, glorioso y majestuoso, con alas extendidas en un


triunfo fae confiado, Creon.

Mi estómago se revolvió, casi vomitando las gachas. Oh, dioses. Esto


no sería una representación precisa, me dije a mí misma, incapaz de dejar
de mirar esa escena cruel a pesar de la bilis que subía por mi garganta. El
pintor probablemente no estuvo allí. Creon no se habría visto tan
malditamente satisfecho consigo mismo en la realidad, no se habría
colocado con un montón de humanos muertos como un cazador posando
con su presa más espectacular del día. Pero incluso si esas partes hubieran
sido exageradas por las hábiles manos de un pintor fae patriótico…
El pie de la foto era corto, y mis manos temblorosas encontraron las
traducciones en cuestión de minutos. Pueblo. Disturbio. Cuarenta y cinco.
Muertos.

Y de nuevo, Creon Hytherion.

Creon.

Quien acababa de comer su avena en la cama conmigo. Quien había


dormido tan pacíficamente con su brazo a mi alrededor y se había reído de
chistes indecentes sobre cactus.

Mi Creon.

¿De dónde había venido ese pensamiento?

Todavía no podía apartar la mirada del cuadro ante mí, un contraste


tan cruel y marcado con este pabellón pacífico. El artista había detallado
minuciosamente la representación de los humanos masacrados. Miembros
desgarrados y heridas abiertas. Madres aferrándose a sus hijos muertos. 226
Interpretación artística, me repetía a mí misma, la idea fae de un hermoso
día de verano, pero escuché la voz de Tared de nuevo, He visto algunos de
los cadáveres que dejó atrás… La imaginación del artista había tomado sus
ideas de algún lugar.

No debería sorprenderme. No debería estar sorprendida. Desde el


principio supe quién era él: la Muerte Silenciosa, la peor pesadilla de la
humanidad. Y sin embargo…

Ayer parecía tan condenadamente humano. Confundido, avergonzado


e involuntariamente divertido. Parecía tan decente. ¿Qué había dicho Tared?
Para alguien que no ha vuelto verdaderamente a su lado, parecía haber
abrazado la posición con un entusiasmo bastante inquietante… Me encontré
incapaz de estar en desacuerdo con el elfo. ¿Era realmente posible llamar
decente a un hombre capaz de tanta violencia, incluso si el daño se infligía
por el bien mayor?

Quizás se podría estar en el lado correcto y seguir siendo malvado.


Quizás había sido una tonta al esperar algo bueno debajo de la piel del
asesino. Quizás…
Escuché la puerta del baño abrirse y pasé la página tan rápido que
casi me lastimo la muñeca.

Apareció en la parte superior de las escaleras un momento después,


con pantalones oscuros y poco más, el cabello recogido en su nuca para
mantenerlo seco en el baño. Sus alas y torso desnudo aún estaban
húmedos, ambos brillando pecaminosamente a la luz verde y blanca que
caía de las ventanas. Sus manos… Mi mirada se desvió a sus manos, esas
manos delgadas, llenas de cicatrices de tinta, y no pude enfocarme en nada
más.

Había clavado cuchillos en los ojos de niños con esas mismas manos.
Desollado la piel de humanos inocentes con ellas.

Y ahora esos dedos fuertes y ágiles gesticulaban: ¿Qué pasa?

—Nada. —Demasiado rápido. Pero ¿qué más podía decir? Eres un


asesino, eso es lo que pasa. Ya no sé qué pensar de ti, cómo sentirme respecto
a ti. Me encuentro queriendo agradarte. Me encuentro queriendo mucho más
que simplemente agradarte cada vez que paseas a mi alrededor como un
227
sueño pecaminoso hecho realidad, y aun así no tengo ni idea de qué pensar
del corazón que late dentro de ese pecho dolorosamente musculoso tuyo.

—Nada —repetí, solo para estar segura.

Pareció escéptico.

—Al parecer, no voy a aprender faerie en media hora —añadí con un


gesto vago al libro. Creon levantó una ceja.

Decepcionante.

—Bastardo.

Sonrió. Esa extraña y genuina sonrisa, la sonrisa del hombre que no


había sido tratado como un igual ni por un minuto de su vida y disfrutaba
la experiencia más de lo esperado. Girando hacia la estufa, hizo un gesto:
¿Té?

—Sí, por favor. —Té. El asesino fae que había asesinado pueblos
enteros me ofrecía amablemente té—. Con miel. Me vendría bien.
¿Alguna pregunta?

Apreté los labios. El reflejo de decirle que no todavía estaba presente,


pero ya había concluido que estaba siendo ridícula, y después de que me
encontrara pálida y frustrada, apenas podía insistir en que no necesitaba
ayuda. Volví a mirar el libro, buscando algo sobre lo que pudiera preguntar
concebiblemente. La página a la que había llegado a ciegas contenía otro
cuadro, siete faes, listos para la batalla. A una la reconocí de inmediato. Piel
oscura, cabello salpicado de dorado, dos cuchillas en cada mano:
Thysandra.

Thysandra Daimonicheira, el pie de página la llamaba.

Cheira. Una de las pocas palabras que realmente conocía: asesina.


Daimon… necesitaba el diccionario para esa. Demonio, decía.

Fascinante.

—Creon, ¿qué es un demonio?


228
Se volvió, los ojos entrecerrados, sus gestos tan bruscos que
calificaban como gritar. ¿Qué?

Lo miré, parpadeando. Solo un momento después pareció darse


cuenta de lo intensa que había sido su reacción. Su rostro se relajó un poco;
su mano descendió unos centímetros.

Disculpa, dijo con gestos, sus dedos aún demasiado tensos. Cuando
le enseñé el signo, no esperaba verlo usarlo alguna vez. No suelo recibir
preguntas sobre demonios.

Lo consideré por un momento.

—Supongo que no te gustan, ¿verdad?

Vaciló en la estufa por un último momento, el agua murmurando en


la tetera detrás de él. Luego, con otro movimiento brusco, se dirigió a la
mesa y se hundió en el taburete a mi lado, arrebatando su cuaderno de la
pila de libros y suministros de escritura.

Suprimí la urgencia de apartarme de él mientras se volvía hacia mí,


los músculos tensos de sus hombros moviéndose mientras acomodaba sus
alas. Para un macho inhumanamente apuesto sin camisa, él estaba muy
cerca.

Son otra gente mágica, escribió. Un asunto demasiado sensible para


expresarse en lenguaje de manos, aparentemente. Más antiguos que los
dioses.

—¿Hay cosas que son más antiguas que los dioses?

Desafortunadamente.

Tragué saliva. La idea de algo tan antiguo, algo lo suficientemente


espantoso como para hacer que la Muerte Silenciosa pareciera asustado al
respecto… no me gustaba en absoluto.

—¿Cuál es el problema con ellos?

Su magia juega con las emociones, escribió, sus labios apretados.


Cuanto peor hagan sentir a sus víctimas, mejor se sienten ellos mismos. Así
que van por ahí… Sus dedos titubearon por un parpadeo. Atormentando a 229
otros.

Casi digo, como haces tú, pero una mirada a las líneas alrededor de
sus labios me convenció de guardar mi comentario para mí misma. Sea lo
que sea exactamente lo que implicaba la tortura demoníaca, aparentemente
era peor que los crímenes que cometía él sin titubear. Lo suficientemente
malo como para que solo el pensamiento de ellos lo hiciera retroceder.

O más bien, tal vez el recuerdo de ellos.

—¿Alguna vez te encontraste con uno? —pregunté con cuidado.

Por un momento, pensé que volvería a sus antiguas costumbres y me


ignoraría por completo. Luego, tan rápido que casi no lo noté, asintió.

—¿Y Thysandra mató a uno?

Parpadeó, luego miró el libro ante mí y lentamente relajó los hombros.


¿Qué había temido, que su encuentro personal con uno de esos monstruos
se detallara en mis lecturas?

No la mató. Pero estuvo cerca.


—Pero cheira…

Creon encogió los hombros. Múltiples significados. Es más como


Cazador de Demonios.

—Ah. —Me froté la cara—. Entiendo. Entonces, ¿cómo se combate a


un demonio?

Te matas antes de que ellos lo hagan a su manera.

Parpadeé. Parecía amargamente sincero.

—Sin embargo, Thysandra no parece haberse suicidado.

No. Lástima. Captó mi mirada y añadió, ahora más lentamente,


Thysandra es una de las pocas fae que se entrenó a sí misma para resistir la
magia de los demonios. Se ofreció como voluntaria para enfrentarse a Anaxia
durante la Última Batalla.

—¿La Última Batalla? ¿Quieres decir que había un demonio luchando


en el bando… en nuestro bando?
230
Anaxia es un caso especial.

—¿Tú también la conocías?

Asintió. Pero nunca menciones a Anaxia delante de Thysandra.

—¿Por qué? ¿Porque no soporta no haberla matado?

Creon negó con la cabeza. Ella eligió no matar a Anaxia.

—¿Qué?

Suspiró, pero algo de la agilidad habitual volvía a sus movimientos.


Este demonio en particular aparentemente no era un tema delicado. Y si
tenía suerte, eso significaba que seguiría hablando siempre y cuando no
volviera al tema más general.

Lucharon durante dos días, escribió. Sin descanso, sin comida. Nadie
se atrevió a acercarse a ellas. Luego, ella terminó con un cuchillo contra la
garganta de Anaxia y no la mató.

—¿Por la magia de los demonios?


Oh, no. Ahora parecía divertido, una diversión pálida, pero mucho
mejor que la rigidez cautelosa de unos minutos antes. Porque se enamoró.

Lo miré. Su ligera diversión se convirtió en una sonrisa tenue.

—¿Ella hizo qué?

Ella culpa a la magia de los demonios, por supuesto, añadió con ironía.

—Entonces, ¿cómo sabes…?

Me lo dijo. Encogió los hombros. Más o menos. Quería saber si tenía


una forma de contactarla.

Crucé los brazos, incapaz de reprimir una sonrisa. ¿Cuántas noches


de insomnio le habría llevado, exactamente, a una orgullosa fae femenina
arrastrarse ante otro fae, hacer esa confesión y suplicar ayuda?
Enamorarse. ¿Qué tipo de persona se enamora durante una batalla de vida
o muerte en primer lugar?

—¿Tenías una forma de contactarla?


231
Creon negó con la cabeza.

—Entonces, ¿ha estado suspirando por un demonio que no mató


durante trece décadas?

Arrojó su pluma, asintió y se levantó. Solo entonces me di cuenta de


que el agua había comenzado a hervir en el ínterin.

—¿Y tú? —dije.

Esta vez no se congeló exactamente. No giró en redondo como si


alguien hubiera aparecido detrás de él con un cuchillo. Pero sus
movimientos al verter el agua hirviendo en nuestras tazas eran demasiado
medidos, demasiado rígidos, para pretender que no había oído la pregunta.

—Por favor, no vuelvas a ignorarme —dije.

No respondió, arrancando hojas de melisa del pequeño arbusto en la


maceta junto a la ventana. Mis labios ya se habían separado para agregar
algún comentario agudo a esa solicitud cuando una nueva realización me
golpeó, tan repentinamente clara que no estaba segura de cómo podía ser
nueva para mí.

Él no quería ignorarme.

Estaba tratando de ser amable conmigo, por la razón que fuera. Había
desestimado la destrucción de su hogar, había intentado protegerme de
verdades desagradables y cambió sus actitudes cuando se lo pedí. Así que
si estaba haciendo esto de todos modos…

Probablemente simplemente no sabía qué más hacer.

Un pinchazo de culpa me golpeó.

—¿Creon?

Sus hombros se tensaron, las alas moviéndose con el movimiento. No


se volvió.

—Creon, si hay preguntas que no quieres que haga, solo dímelo. No


siempre puedo decir si estás pensando o simplemente quieres que me calle.
232
Terminó nuestro té sin hacer gestos ni mirarme. Pero me encontró con
la mirada mientras me entregaba mi taza caliente y alcanzaba su lápiz
mientras se sentaba.

Ella me hizo entrenar con demonios cuando era más joven.

Mi náusea se agitó de nuevo.

—¿La Madre?

Asintió.

Oh, dioses. Todavía podía ver la pintura de los humanos muertos ante
mis ojos, masacrados y apilados como animales demasiado enfermos para
llegar siquiera al carnicero. Pero ahora no podía dejar de verlo a él también,
pequeño y vulnerable, obligado a soportar una tortura agonizante: ese niño
fae al que le habían enseñado a pelear y matar antes de que otros de su
edad hubieran aprendido a caminar.

—Lo siento —susurré.


Por un momento, vaciló, la punta del lápiz suspendida justo encima
del pergamino. Luego, escribiendo más rápido ahora, como si un peso
pesado hubiera caído de sus hombros, garabateó: Hablemos de gramática.

Y eso terminó nuestra discusión sobre demonios por ese día.

Resultó que la gramática era un tema agotador. Horas de desentrañar


complejas formaciones verbales y ridículos órdenes de palabras fae me
dejaron hecha un desastre bostezante antes incluso de que hubiéramos
preparado la cena; apenas tuve tiempo de pensar en montones de cadáveres
a través de los nudos que el lenguaje dejó en mi cerebro. Me pasé la mayor
parte de la noche tumbada en el sofá, mirando las pequeñas luces
esparcidas por el techo, incapaz de dejar de luchar con las palabras en mi
mente.

Entonces, decía la nota de Creon, aterrizando doblada en forma de


cometa sobre mi estómago. ¿Anhelando las declinaciones nominales?
233
Ni siquiera sabía qué se suponía que era una declinación; supuse que
la respuesta sería negativa.

—¿No podemos tomarnos un descanso mañana?

Detrás de mí se oyó el sonido de un pergamino arrancado de un


cuaderno. La siguiente nota siguió un momento después, navegando contra
mi muslo. Teniendo en cuenta que estaba sentado a la mesa, a unos seis
metros de distancia, los lanzaba con una precisión inquietante. ¿Ya estás
desanimada?

—Retiro todo lo que he dicho —le dije al techo—. En realidad, te odio.


Con pasión.

Esta vez no obtuve respuesta, así que me incorporé con un gemido


exagerado y lo miré con enfado. Estaba sentado con los brazos cruzados en
el borde de la mesa, mirándome como un gato miraría a un ratón que está
justo fuera de su alcance: parecía divertido, pero no era sólo diversión lo que
ardía en aquellos ojos negros como la tinta.
Quizá no debería haber usado la palabra pasión.

—Echemos un vistazo al Laberinto mañana —dije.

Se movió para escribir una respuesta, pero se detuvo a mitad de la


primera palabra, al darse cuenta, presumiblemente, de que yo no estaría
muy contenta con su réplica. La versión revisada llegó un momento después.

Si estás segura, al menos duerme un poco.

—¿Es tan peligroso?

Potencialmente.

Potencialmente. Si alguien nos encontraba allí. Si Creon se viera


obligado a eliminar a ese desafortunado testigo de la faz de la tierra, o peor,
si alguien intentaba hacer lo mismo con nosotros. Por un momento, quise
ceder y dejarlo ir solo… pero no, de todos modos tendría que enfrentarme al
peligro al final. Mejor acostumbrarse al lugar antes de que el destino del
archipiélago dependiera de ello. 234
—De acuerdo —dije—. Me voy a dormir.

Contemplé la posibilidad de poner una almohada entre su mitad de la


cama y la mía, sólo para asegurarme de no volver a cometer el error de la
noche anterior. No estaba segura de sobrevivir otra mañana despertándome
en sus brazos. Pero si de repente recurría a las almohadas después de una
semana, eso podría decirle exactamente lo que no quería que supiera, y ya
había tenido la suerte de que aún estuviera dormido esta mañana.
Así que me acomodé bajo las mantas al otro lado de la cama y esperé lo
mejor.

—Buenas noches, Creon.

Su nota golpeó mi hombro con demasiada fuerza. Buenas noches.

Él ya se había levantado cuando me desperté en el lado derecho de la


cama. Le envié a Zera una rápida oración de agradecimiento mientras salía
de debajo de las mantas.
Creon empacó la bolsa mientras yo nos preparaba el desayuno, y nos
pusimos en camino media hora después de haberme despertado. La
cooperación, de nuevo, tan fluida que casi me puso nerviosa. ¿Qué decía de
mí que me adaptara tan fácilmente al ritmo de un fae asesino?

Pero hoy teníamos un Laberinto al que sobrevivir; habría mejores


momentos para pensar en esa pregunta.

Había muchas entradas al sistema de túneles subterráneos, explicó


Creon, pero hoy íbamos a caminar hasta la más cercana. Volar nos habría
sacado de los árboles y nos pondría a la vista de la misma corte. Sin
embargo, en estos bosques no se nos cruzaba más que algún que otro
animal.

—No estamos caminando hacia Faewood, ¿verdad? —pregunté


después de caminar unos quince minutos hacia el este, y Creon me miró.

Los sabuesos saben que no deben acercarse a mí.

—Qué útil es tener conmigo al mago más poderoso de la historia — 235


dije, poniendo los ojos en blanco.

Me dedicó una sonrisa irónica.

Resoplé.

—¿Por qué siguen aquí los sabuesos? ¿Alguien no debería haber


hecho algo al respecto ya, por la seguridad de la población?

Creon se encogió de hombros. A veces son útiles para ella.

Eso no sonaba prometedor.

—¿El tipo de utilidad sangrienta?

Asintió.

—Bueno.

Su mirada de reojo sugería que había notado mi nerviosismo mejor de


lo que me gustaba. Faewood. Lyn y Tared sólo estarían de vuelta en una
semana, habían dicho. Pero también mencionaron a otros que andaban por
ahí a veces, ¿y si nos tropezábamos con un puñado de elfos en un momento?
Aunque técnicamente estuviéramos todos en el mismo bando…

A él no le agradamos mucho por… razones.

No sonaba como si fuera a ser un reencuentro muy alegre.

Sin embargo, no parecía haber elfos, o bien eran lo suficientemente


sabios como para mantenerse alejados de nosotros. No nos cruzamos con
más de dos ciervos y un conejo hasta que llegamos a una pared rocosa que
crecía entre la exuberante vegetación, el inicio de la montaña sobre la que
se construyó la corte. A primera vista, parecía la más aburrida de las rocas.
Sin embargo, un único y certero destello amarillo convirtió lo que parecía
roca en una vieja puerta oxidada, con un aspecto tan majestuoso como el
cobertizo para caballos en el que había intentado esconderme dos días atrás.

Ella esconde las entradas, indicó Creon por medio de gestos mientras
me abría la puerta. No quiere que la gente deambule por aquí.

Eché una mirada cautelosa a la oscuridad tras la puerta baja. Para 236
mi sorpresa, no estaba muy oscuro. Algo brillaba en aquellos muros de
piedra lisa, como cristales que reflejaban la luz del sol, salvo que no había
sol que reflejar. Ahora que lo pensaba, no habíamos traído antorchas.

—Entonces, ¿por qué es tan reservada con estos túneles? ¿Sólo


porque pasan por debajo de su trono?

Sacudió la cabeza. Es magia antigua otra vez.

—¿Magia antigua, quieres decir, la de antes de los dioses?

Asintió y me indicó que entrara. Me tragué unas cuantas objeciones,


seguía sin ver sabuesos o demonios esperándome y decidí correr el riesgo.
No ocurrió gran cosa cuando atravesé la puerta baja. Sólo los cristales
multicolores de las paredes parecían brillar un poco más.

Había cristales por todas partes, algunos lo bastante pequeños como


para ser meros destellos sobre el impenetrable fondo negro, otros tan
grandes como mi mano. Zafiros, esmeraldas, rubíes y amatistas… Cuanto
más miraba, más encontraba, hasta que incluso yo me quedé sin nombres
de colores y me limité a contemplar la maravilla de luz que nos rodeaba.
—¿Le da miedo? —susurré—. Porque hasta ahora parece precioso.

Una ráfaga de aire cálido pasó a mi lado. ¿Había más actividad


volcánica en el interior de la montaña? Por un momento me pregunté si era
una buena idea, pero Creon me siguió hacia el túnel sin ninguna
preocupación aparente.

Y todos sabemos que las cosas bellas no pueden ser peligrosas.

Le lancé una mirada de desprecio, a esa maldita sonrisa en su cara.

—Bastardo arrogante.

Su sonrisa no era nada menos que malvada. Zera, ayúdame. Quizá


debería habérmelo pensado dos veces antes de decirle que dejara de
mantener las distancias.

—Entonces, ¿cuál es exactamente el plan? —dije mientras lo seguía


hasta la primera esquina.

Tomar medidas. Ampliar nuestro mapa.


237
—Bien. —Nuestro mapa, no su mapa. Bueno, era una mejora, ¿no?

Doblamos la esquina y me volví a quedar paralizada. El túnel que se


abría ante nosotros… Era más alto que la primera parte que acabábamos
de dejar atrás e imposiblemente más colorido. Las gemas y los cristales
creaban patrones parecidos a flores en las paredes negras, pareciéndose a
las paletas de pintura más brillantes de mi padre.

Creon me miró por encima del hombro, con una ceja un poco
levantada.

—Perdón —murmuré, mirando los colores que se juntaban sobre mi


cabeza: un azul profundo de cielo nocturno y un marrón tan brillante que
casi parecía dorado—. Seré más productiva dentro de un momento, pero
esto… es realmente hermoso, Creon.

De nuevo esa brisa de aire agradablemente cálido, como si


estuviéramos en la costa por la noche, recibiendo las corrientes de calor del
mar.
Creon le dio a las paredes una mirada de apreciación desagradable.
Aunque también muy poco práctico.

El aire alrededor de mi cara se enfrió tan rápido que casi chillé. Parecía
que al menos me había quedado tiesa; la ceja de Creon se alzó otra fracción.

—L-la temperatura —dije—. ¿No notas los cambios?

Parpadeó. Nunca lo había notado. Puede que haya habitaciones más


cálidas y más frías en esta maldita cosa.

Otra vez esa ráfaga de aire frío, casi helado ahora. Parecía casi como
una reacción: uno de nosotros hablaba y la temperatura cambiaba. ¿Tenía
algo que ver con la persona que hablaba? ¿Más cálida para mí, más fría para
Creon? Pero él había estado aquí tantas veces sin mí y nunca había notado
esos cambios…

Precioso, había dicho. Hermoso.

Poco práctico, había dicho. Maldita cosa. 238


Diez noches pasadas en territorio fae no le estaban haciendo ningún
favor a mi cordura, concluí, pero aun así me aclaré la garganta y dije, un
poco más alto:

—En realidad creo que un laberinto tan hermoso como este sabe muy
bien lo que hace con esos cambios de temperatura, Creon.

Una bocanada de aire caliente nuevamente. Creon me miró como si


me hubiera vuelto loca.

—Realmente es un lugar maravilloso —dije, dirigiéndole mi mirada


más enfática—. Tienes que admitirlo. ¿Habías visto alguna vez un túnel con
unos colores tan maravillosos?

Lentamente, aún mirándome con sospecha, como si le hubiera


declarado abruptamente mi amor eterno a los fae, levantó la mano y dijo
con gestos: Los colores son ciertamente hermosos.

El aire se calentó aún más. Había una sensación de satisfacción en


ese repentino calor, y también de extraña timidez. No sabía que el aire
pudiera sentir timidez, pero habría jurado que el Laberinto podría estar…
¿sonrojándose?

Creon parecía, por primera vez desde que lo conocía, activamente


inquieto.

—¿Qué tan antiguo dijiste que era este lugar? —dije, ahora más
tranquila.

Antiguo. Miró a su alrededor. El Laberinto ya estaba aquí cuando Korok


construyó…

—¡Oye! —gritó una voz en el exterior.

Creon se puso rígido. Yo también. A la vuelta de la esquina, a menos


de quince metros, la misma voz masculina continuó: algo sobre una puerta,
algo sobre abierta. Otra voz habló, demasiado lejos para ser entendida. La
respuesta del primer hombre era un misterio para mí, excepto por una
palabra que ya conocía muy bien: Oneia.
239
Madre.

A mi lado, Creon era una estatua, excepto sus dedos. Sus dedos se
movían. Quiere advertir a la Madre, estaba gesticulando. Una traducción,
los dioses bendigan su corazón, o cualquier órgano alternativo en caso de
que un corazón faltara. Otro teme advertirla por nada.

Y entonces, unas frases rápidas más tarde, Él viene a echar un vistazo.

—Deberíamos huir —susurré.

Creon miró a nuestro lado. Faltaban al menos sesenta metros para el


siguiente recodo del túnel. Si queríamos ser lo suficientemente silenciosos
como para no alertar al fae macho de afuera, no llegaríamos tan lejos antes
de que doblara la esquina. Lo que significaba que nos encontraría. Lo que
significaba que le contaría a la Madre sobre nosotros. Lo que significaba que
estábamos en problemas.

En serios problemas.

Unos primeros pasos cautelosos resonaron en el túnel al doblar la


esquina. Miré fijamente a Creon, y Creon me miró fijamente, con los
pensamientos arremolinándose tras sus ojos. Casi podía ver las opciones
que pasaban por su mente. ¿Matar a los dos intrusos? Probablemente
podría, pero ¿y si había más de ellos ahí afuera que harían sonar la alarma?
¿Engañar para salir de esta situación? Pero ¿cómo explicaría el hecho de
colarse en un túnel oculto y romper una de las normas más estrictas de la
Madre…?

Seguía mirándolo fijamente. Sabía por la mínima ampliación de sus


ojos que había llegado a su conclusión en el momento en que yo lo hice.

—¡Oye! —siseó el fae, seguido de una pregunta dirigida


presumiblemente a quien esperaba encontrar a la vuelta de la esquina.
Ninguno de los dos respondió. Lo que significaba que razonablemente
deberíamos hacerlo perdido. Lo que significaba…

Oh, dioses.

No fue el plan en sí lo que generó esos estallidos de nerviosismo en mi


estómago. Fue el hecho de que el plan emergió en mis pensamientos con
tanta facilidad, y que a una parte significativa de mi mente no pareció
240
importarle en absoluto.

Creon dio medio paso hacia delante y sus alas nos envolvieron a los
dos como un capullo protector. Su mano se levantó de nuevo: Emelin.

¿Había gesticulado o escrito mi nombre alguna vez? Qué cosa más


ridícula para ser consciente de ella. Sin embargo, mi estómago se agitó un
poco: nerviosismo, me dije. Sólo nerviosismo. Estaba muy cerca, después de
todo, y estaba a punto de hacer algo que nunca habría soñado que haría…

Bueno, admito que lo había soñado.

Eso no lo hacía mejor.

Los pasos del hombre fae estaban a la vuelta de la esquina. Quedaban


meros segundos. Menos, tal vez. Respiré hondo, incapaz de moverme,
incapaz de apartar la mirada de los ardientes ojos negros como la tinta de
Creon.

Asentí.

Él se lanzó hacia delante.


Antes de que pudiera parpadear, su cuerpo estaba en todas partes.
Un brazo alrededor de mi cintura, presionándome contra el sólido músculo
de su pecho mientras me empujaba contra la pared del túnel cubierta de
cristales. Una mano alrededor de mi mandíbula, dedos callosos inclinando
mi cabeza hacia atrás. Las alas, negras y brillantes nos rodeaban tan de
cerca que eclipsaban la mayor parte de la luz de las gemas coloridas del
Laberinto.

Labios…

Labios sobre mis labios.

El mundo a mi alrededor se detuvo.

Atrás quedaron los pasos ominosos, la amenaza de la ira de la Madre.


Atrás quedaron las gemas, los colores y el misterio de la naturaleza del
Laberinto. Atrás quedaron incluso las espinosas cuestiones de conciencia y
moralidad, de defender a la humanidad y despreciar a la raza fae.

La Muerte Silenciosa me besó. 241


Y, Zera me ayude, lo recibí con gusto.

Sus labios eran firmes. Firmes y hambrientos, pero inexplicablemente


suaves al rozar los míos, ligeros como plumas al principio, luego más
insistentes. Saboreándome, explorándome. Concentrando en mí todos y
cada uno de los pensamientos de su mente de depredador, todos y cada uno
de los nervios de su cuerpo de guerrero.

Mis rodillas flaquearon.

Pero su brazo estaba allí alrededor de mi cintura, apretándome aún


más contra la pared de su poderoso cuerpo. Sentí cada centímetro glorioso
de él, músculo delgado y calor abrasador y una inesperada dureza abultada
en su entrepierna… y los últimos vestigios de mi sensatez se redujeron a
cenizas en la punzada de calor que me abrasó. Lancé mis manos sobre sus
hombros, enterré mis dedos en los sedosos mechones de su cabello. Abrí la
boca para él y gemí cuando su lengua entró, explorando, provocando,
reclamando.

Un temblor lo recorrió como respuesta.


Se estremeció. La Muerte Silenciosa se estremeció. Ahora mi cuerpo
era fuego entre sus brazos, un fuego abrasador que destrozaba los huesos.
Clavé las manos en sus hombros mientras él me arrastraba aún más
profundamente en el beso, lenguas enredándose, labios fundiéndose. Su
mano abandonó mi mandíbula y buscó el dobladillo de mi vestido, y ante la
invitación de sus dedos inquisitivos sólo pude levantar la pierna en una
solicitud tácita. Sí. Por favor. Finalmente. Todas las caricias persistentes de
los últimos días, todas las miradas seductoras hacia él afloraron a la
superficie de mi deseo como si hubiesen esperado esto, lo hubiesen esperado
a él, hubiesen esperado a que yo finalmente tomara exactamente lo que
quería.

Una probada de lo prohibido… y, por los dioses, era adictivo.

Su respiración se aceleró mientras subía la mano por mi muslo muy


despacio, las yemas de sus dedos saboreando cada centímetro de piel
vulnerable. Volví a gemir. Esta vez, incluso sus alas temblaron a nuestro
alrededor, y las luces y los colores bailaron sobre su rostro, sus hombros, el
terciopelo negro de sus alas… 242
Una fuerte tos rompió la bruma de mi excitación.

Retrocedí bruscamente y jadeé por aire, con cada centímetro de mi


cuerpo tenso y hormigueante. Una tos. Un intruso. ¡Dioses, el fae que se
había colado en el Laberinto tras nosotros! Me había olvidado por completo
de su existencia.

Había olvidado que sólo estaba jugando. Sólo fingiendo.

¿Creon había…

Por un momento, todo lo que vi fue su hermoso rostro a centímetros


del mío, el brillo de sus ojos con un hambre despiadada. ¿Había estado
fingiendo? ¿Los escalofríos, la dureza que me oprimía el bajo vientre…
habían sido parte de un peligroso juego fae que había jugado tantas veces?

Lo miré fijamente. No me atreví a apartarme de su mirada, temerosa


de volver a mirar y encontrar sólo al asesino frío e impasible en sus ojos.

Me hizo un mínimo gesto con la cabeza. Parecía un estímulo.


Correcto.

Primero teníamos que resolver un problema.

Así que aspiré una bocanada de aire frío y murmuré con mi voz
humana más tonta:

—¿Creon? ¿Tú también oíste eso?

Él recogió sus alas en respuesta y, al mismo tiempo, apartó la mano


de mi muslo. Me aprisionó contra su pecho mientras se apartaba y dirigía
una mirada fulminante al fae vestido de verde que había aparecido en el
recodo del túnel, luciendo preocupantemente pálido incluso a la tenue luz
del Laberinto.

El pobre sujeto retrocedió dos pasos bajo aquella mirada.

—¡Oh! —dije, mi voz más entrecortada de lo que pretendía—. ¡Oh, no!


¡Ahora nos ha visto de todos modos, Creon!

No reaccionó, ni siquiera me miró, mientras su mano se dirigía al


243
primer cuchillo de su cinturón.

El otro fae palideció aún más, con la cara tan verde como su camisa.

—Yo… no quise… —Su acento era tan marcado que apenas le entendí.
¿Por qué intentaba hablar mi idioma? ¿Esperaba más piedad de mí que de
Creon?—. Perdóneme, no tenía ni idea…

El siseo del cuchillo desenvainado de Creon resonó en el túnel. El fae


casi tropezó con sus propios pies en su prisa por retroceder.

—U-un malentendido —tartamudeaba ahora—. Pensé… pero ahora


veo que ni siquiera está realmente en el Laberinto… yo…

Un destello de plata y el cuchillo chocó contra la pared cubierta de


gemas, apenas a un palmo de la oreja puntiaguda del fae. Creon ya sostenía
su segunda daga.

El fae macho echó a correr.

Lo escuchamos gritar retazos de una explicación a sus compañeros


afuera, el sonido de su voz alejándose a la velocidad del rayo. Y entonces el
Laberinto volvió a quedar en silencio y totalmente desprovisto de vida,
excepto por nosotros dos, enredados bajo el techo cubierto de gemas.

Creon no me miró mientras volvía a enfundar su cuchillo y me quitaba


el brazo de la cintura. Mi piel de repente se sintió fría sin su contacto, fría,
solitaria y hambrienta.

—Bueno —dije.

De nuevo nos quedamos en silencio. Entre nosotros, el aire parecía


vibrar, temblando con calor bajo el peso de nuestras preguntas no
formuladas. Estaba a sólo unos pasos de distancia. Un paso adelante y
podría volver a rodearle los hombros con los brazos y sentir la dicha de sus
labios sobre los míos de nuevo… un paso adelante y…

Regresemos a casa, dijo con gestos.

Algo se embotó dentro de mí. Pero tragué saliva y dije:

—Sí, volvamos a casa. 244


No me miró durante los insoportables quince minutos que duró
nuestra caminata de regreso al pabellón.
13

245
Me encontraba tendida en las almohadas excesivamente blandas de
la cama en la que había dormido a su lado, mirando el techo con ojos
entumecidos y sin ver.

A mi alrededor el pabellón estaba en silencio. Demasiado silencioso.


Contra ese telón de fondo de nada el sonido de la respiración acelerada de
Creon no abandonaría mis oídos, los ecos de mis gemidos sin sentido.
Todavía sentía sus dedos, también, sentía sus labios en los míos. Sentía los
escalofríos recorriéndolo como si mi placer significara algo para él…

Algo se movió dentro de mí nuevamente. Muy, muy dentro de mí.

Voy a la playa, había dicho con gestos tan pronto como me había
dejado entrar al pabellón y desapareció. Como si mi mera presencia fuera
demasiado difícil de soportar para él ahora. Un intento cortés de darme algo
de espacio para pensar, presumiblemente, pero no quería espacio para
pensar. No quería pensar en absoluto. Si era honesta, solo quería que
volviera y me besara.

Ese era un problema más grande que el hecho de que me hubiera


besado en primer lugar.
Besar… podía manejarlo. Lo había hecho antes. Demonios, había
besado por tan poco como una apuesta cuando uno de mis compañeros
aprendices en Miss Matilda pensó que no me atrevería a hacerlo. Tener los
labios de alguien sobre los míos durante un minuto para salvar las vidas de
ambos no era lo que me hacía sentir como si ya no estuviera en control de
mi propio cuerpo.

Sino que lo había disfrutado.

Y eso… no tenía idea de qué pensar al respecto.

¿Significaba que me gustaba? ¿Significaba que era su pequeña puta


de faes después de todo? ¿Significaba que era el tipo de mujer que podía
ignorar un pasado violento y un desprecio mortal por las vidas humanas a
cambio de unas pocas horas de placer?

¿Él quería que fuera esa mujer?

Nuevamente, el recuerdo de sus alas temblorosas se agitó dentro de


mí. De su mano apretándome la cadera en el almuerzo de la Madre. ¿De sus 246
comentarios provocativos y miradas sugerentes? ¿Él había querido esto y no
solo para salvar su propia vida? ¿Me besaría de nuevo incluso si no
estuviéramos a punto de ser descubiertos en un Laberinto prohibido?

Dejé escapar un gemido. No tenía sentido. ¿No había decidido que no


debería querer besarlo en primer lugar?

Pero el deseo por él no desaparecía, era un ansia ciega y ardiente que


se había instalado justo debajo de mi piel, reviviendo ese beso estúpido y
apasionado una y otra vez como para volverme loca con ello. Que Zera me
ayudara, todavía tenía que dormir en una cama con él. Tendría que sentir
ese cuerpo masculino y poderoso a apenas unos centímetros de distancia
bajo las mantas y saber que, si solo extendía la mano, si solo me volvía una
vez, podría tenerlo sosteniéndome de nuevo.

Acostada en sus mantas, sabiendo que él estaba afuera esperando a


que tomara una decisión, ni siquiera podía imaginar verlo de nuevo sin
convertirme en un manojo de nervios y rubor.

Esto no funcionaría. Estaba a punto de hacer el ridículo.


Me incorporé, gimiendo una vez más. Bien, entonces. Hora de medidas
más rigurosas. Tal vez mi cuerpo ardiente al menos sería sensible a un tipo
de argumento más impactante, y en este momento debería llegar a extremos
muy impactantes para pensar con claridad.

El libro de historia todavía estaba sobre el borde de la mesa donde lo


había dejado la noche anterior. Lo recogí, superando la reluctancia de mis
propias manos para abrirlo. Página setenta y tres… la encontré en segundos.

Creon. La pila de humanos ensangrentados a sus pies.

No me permití apartar la mirada de la imagen angustiosa, me obligué


a prestar atención a cada detalle impactante que el pintor había incluido,
cada látigo, corte y quemadura. Esto era lo que hacía la Muerte Silenciosa.
Esto es lo que hubiera pasado con Cathra si no se hubiera topado conmigo
y con mi magia antes de que pudiera comenzar con la rutina habitual de
torturar hasta la muerte a todo un pueblo de personas. Así es cómo habría
muerto, si no fuera por la cuestionable suerte de tener sangre fae corriendo
por mis venas. 247
Podría haberme cortado la lengua también, si hubiera sido humana.
Podría haberme prendido fuego con mis padres mirando, y no le hubiera
quitado el sueño.

Él había hecho ese tipo de cosas. Y en cuanto la Madre se lo ordenara,


lo haría de nuevo. Para mantener su tapadera, sí, pero aun así lo haría.

La bilis subió por mi garganta. Aún no aparté la mirada de la página


pintada, ni siquiera parpadeé.

Esta era la única parte de la Muerte Silenciosa que importaba. No la


parte de él que me cocinaba el desayuno y me prometía protección. No la
parte que lucía como un dios y besaba como uno, también. Sino la parte de
él que no podía ni quería perdonar, incluso si sabía por qué había tomado
la decisión de abrazarla, porque incluso ser capaz de tomar esa decisión
hablaba de una crueldad, de una insensibilidad, que no podía ignorar.

Tantas personas habían sido heridas de manera inefable por sus


manos. Permitir que esas mismas manos me concedieran placer en su
lugar… sería una traición a todos aquellos a quienes dejó muertos a su paso.
Eso era todo, ¿verdad?

Cerré el libro finalmente, con la sensación de una decisión tomada.

Y sin embargo… Seguía permaneciendo cuando salí del pabellón,


retorciéndose y revolviéndose en alguna parte profunda y sin nombre de mí.
Un anhelo. Un deseo. Una marca permanente dejada en mí por labios
demasiado suaves y dedos demasiado delicados para el hombre al que
pertenecían.

Tendría que vivir con ello.

Iba a vivir con ello, me juré a mí misma mientras bajaba a la playa.


Iba a resistir sus encantos de fae. Iba a tomar la elección decente en lo que
ni siquiera debería ser un dilema, y ese era el final del asunto.

Al menos podría haber hecho un esfuerzo por lucir un poco menos


248
impresionante.

Maldita sea la magnífica expansión de sus alas oscuras mientras


estaba parado en la rompiente, descalzo, sus oscuros pantalones
empapados desde los tobillos hasta las rodillas. Maldita sea la forma en que
su ropa se tensaba alrededor de sus caderas, suplicando ser quitada con el
mayor y más meticuloso cuidado. Malditos sean los mechones oscuros
escapando del desordenado moño en su nuca, ondeando hacia mí con una
ligereza tan provocativa y burlona. Al menos se había dejado la camisa esta
vez, pero no hizo mucha diferencia: sabía cómo era el cuerpo debajo y, ahora
que había descubierto cómo se sentía…

Mi boca se secó, pero me quité los zapatos y seguí caminando,


repitiendo mis promesas para mis adentros. Yo era una persona decente.
Tomaba decisiones decentes.

No me arrojaba a los brazos de asesinos fae. Ni siquiera si eran


amantes insoportablemente hermosos e injustamente hábiles.
No se giró hasta que casi lo alcancé, aunque debió haberme notado
mucho antes de ese momento. La expresión en su rostro… Me costaba
entenderla. Parecía aliviado y agobiado al mismo tiempo.

—Estás mirando el horizonte de manera muy poética —dije,


uniéndome a él en el agua poco profunda, justo fuera del alcance de sus
alas. El mar me resultaba reconfortante. Lo suficientemente fresco como
para mantenerme cuerda, lo suficientemente cálido como para mantenerme
cómoda—. ¿Estás componiendo baladas líricas o contemplando la
naturaleza fugaz de la vida?

Las comisuras de sus labios se arquearon, y apenas contuve un


suspiro de alivio. Bueno, al menos aún podíamos bromear.

Contemplándote.

Mi aliento se entrecortó. Gracias a los dioses que no dejé escapar ese


suspiro aliviado; hubiera sido completamente prematuro. Yo. ¿Cómo se
atrevía a pensar en mí cuando acababa de decidir que nada de esto podría
importarle un comino?
249
—Eso explicaría la expresión sombría en tu rostro.

Me lanzó una mirada, sus ojos oscuros todo menos sombríos, luego
apartó la mirada de nuevo. Desde el costado, había una agudeza semejante
a la de un águila en su perfil, su nariz fuerte, sus pómulos altos. El corte
tatuado a través de su ceja se veía aún más pronunciado desde este ángulo,
como una amenaza acechando en su ojo.

Sin apartar la mirada de la isla en la distancia, dijo con gestos: Lo


siento.

Deletreó las letras. No solo el gesto de disculparse, como si un solo


golpe de su mano no hubiera sido suficiente para esta ocasión.

—No tienes nada de qué disculparte —dije. Era extraño cómo eso salió
fácilmente de mis labios. Hace una semana me habría regocijado al verlo
arrastrarse por cualquier cosa, justificada o no—. Era la única manera
razonable de explicar nuestra presencia allí. Te dije que podías.

No respondió.
Quizás, admití una dolorosa punzada de incomodidad, el lado objetivo
y razonable del asunto no había sido su razón para disculparse.
Objetivamente, el plan había sido un asunto de negocios. Un asunto de
seguridad personal. Y luego yo había…

Nuevamente, se me hizo un nudo en el estómago, más violentamente


ahora. Luego lo había besado como si fuera en serio.

Quizás eso era lo que él estaba contemplando: cómo diablos iba a


decirme, de la manera más amable posible, que aún era poco más que una
niña a sus ojos y ciertamente no alguien a quien besaría si no fuera su único
camino hacia la supervivencia. Me puse rígida. Si ese fuera el caso, podía
ahorrarle la molestia.

—Me dejé llevar un poco. —Incluso a mí me impresionó el


aburrimiento constante que impregnaba las palabras—. No te preocupes por
eso.

Levantó la ceja llena de cicatrices. No estaba preocupado.


250
—Entonces, ¿qué estabas…?

Arrepentido.

—¿De que tuvieras que besarme? —dije bruscamente.

Por un momento se quedó inmóvil, una estatua de oscuridad profunda


y mortal en esta playa idílica. Luego, tan rápido que apenas seguí los
movimientos de sus dedos, dijo por medio de señales: De que tuvo que ser
forzado.

—No me forzas…

Lo sé.

Inhalé profundamente, mi corazón martilleando contra mis costillas.


No me había forzado. Él sabía que no lo estaba acusando. Pero tenía razón,
había sido forzado: por el universo, por las reglas de la Madre, por el
desafortunado fae que tropezó con esa puerta abierta.

A diferencia de…
Tragué saliva, el calor subiendo a pesar del agua fresca que formaba
espuma alrededor de mis pies descalzos, a pesar de todas mis
cuidadosamente contempladas objeciones de moralidad.

—Más bien ridículo de tu parte asumir que habría sucedido en


absoluto si no hubiera sido forzado.

Lanzó otra mirada de reojo, una chispa de desafío en sus ojos. Como
si ni siquiera hubiera oído el delgado velo de restricción sobre mis palabras.
Como si viera directamente a través de mi piel, directamente al anhelo
doloroso que una vez más se extendía desde algún núcleo ardiente debajo
de mi ombligo hasta cada fibra de mi cuerpo.

¿Preferirías aún el cactus? dijo por medio de señales.

Una cuestión de conciencia, pero tendría que mentir. No podía decirle


cuán negativa era la respuesta a esa pregunta; de hecho, los cactus nunca
me habían parecido más poco atractivos que en este mismo momento.

Aclaré mi garganta. 251


—Depende. ¿Es un cactus guapo?

No te daría nada menos que lo mejor.

Lo mejor. Oh, dioses. Tenía que haber otra forma de interpretar el


destello decididamente sugestivo en sus ojos, una forma que no tuviera nada
que ver con ese beso voraz que había presionado contra mis labios hace
apenas una hora. Esto no tenía sentido. Nada de esto lo tenía. Y sin
embargo… había sentido ese estremecimiento recorriendo sus alas.

Estaba sonrojándome, ¿verdad?

—¿Estás…? —Dejé escapar una risa, con mis labios buscando las
palabras, el sentido. El mundo estaba girando fuera de control, y si no tenía
cuidado, podría terminar gustándome—. Creon, ¿estás coqueteando
conmigo?

Levantó una ceja. Improbable. Me han dicho que no tengo corazón.

Idiota. Pero si esperaba que me retirara, había secuestrado a la


humana equivocada. Incliné la cabeza y le dije dulcemente:
—No creo que el corazón sea la parte del cuerpo más relevante para
esas actividades a las que pareces estar insinuando.

No estoy insinuando nada. El destello en sus ojos definitivamente


estaba insinuando algo. Sin embargo, parece que tienes algunas opciones
bastante claras en mente.

—¿Como clavarte con un palo de escoba afilado?

¿Te estoy molestando?

—Por lo general, me molestas. —De alguna manera habíamos


terminado de pie casi pecho a pecho en el agua azulada y poco profunda,
apenas a medio brazo de distancia entre nosotros—. Ahora un poco más de
lo normal, tal vez. Pensé que hiciste un trato de no tocarme.

¿Estoy poniendo mis manos sobre ti?

—Tú… No… —Oh, maldito sea. Él no lo hacía y no lo haría. No solo


por el trato, sino porque nunca en su vida había sido ese tipo de fae, encerrar 252
a una mujer humana en sus habitaciones y aprovecharse de ella. Pero por
supuesto, si yo lo quisiera…

Esa era una cuestión completamente diferente.

No podía. No podía. Pero ese destello en sus ojos… Era una mirada de
deseo. De hambre. De alguna manera, la Muerte Silenciosa me miraba:
simple, aburrida y tan humana; y veía a alguien a quien no le importaría
volver a tomar en sus brazos. A alguien a quien no le importaría besar y…

La imagen parpadeó ante los ojos de mi mente nuevamente: su cuerpo


desnudo sobre el mío, las alas desplegándose, los músculos tensándose.
¿Era el recuerdo de su respiración entrecortada lo que hacía que la visión
se viera tan real como nunca antes? ¿O era el conocimiento de que solo tenía
que pronunciar las palabras, solo tenía que asentir…

Y sería real.

Me alejé de él. Era todo lo que podía hacer para controlarme mientras
ese frenesí sin sentido volvía a invadirme, como si nunca hubiera hecho
todos mis planes decentes, nunca hubiera grabado todas mis resoluciones
decentes en mi voluble cerebro. Él permaneció inmóvil en el oleaje. No me
siguió. No insistió. Simplemente me observó, con ojos oscuros calmados,
tranquilos y aun así tan peligrosamente tentadores.

—Creon —dije de nuevo. Mi voz ronca. Mis pensamientos


desordenándose—. Creon, simplemente… no entiendo nada.

Algo se suavizó en su rostro. ¿Qué quieres?

Oh, maldito sea, ¿era este realmente el momento de ser considerado?


¿Cuando ya tenía suficientes problemas recordándome a mí misma del
monstruo debajo de su piel?

—Yo… yo…

¿Qué podía decir? Te deseo. Quiero que lo leas de mis pensamientos y


me levantes en brazos y me beses de nuevo para poder culparte al menos por
mi pérdida temporal de cordura; para poder sentirte por todo mi cuerpo,
dentro de mí también, y aun así ser una persona decente. Quiero que tomes
decisiones por mí. Simplemente no quiero dudar más.
253
Tragué saliva y murmuré:

—No quiero complicar las cosas.

¿Cuál es la complicación?

—Tú lo eres.

Suspiró, los hombros tensándose un poco. ¿No le gustaba escuchar


eso? Eso, decidí, era su maldito problema. No podía andar por ahí
asesinando humanos durante décadas y luego quejarse si su pasado me
molestaba.

—Solo… volvamos al trabajo —añadí débilmente, las palabras


derramándose sobre mis labios como un ruego—. Concentrémonos en los
planes, ¿de acuerdo? Necesitamos entender qué está pasando con el
Laberinto. No creo que debamos volver hasta que lo entendamos. —No creo
que debamos pasar por ese lugar de nuevo hasta que pueda estar cuerda en
tu cercanía—. ¿Hay alguna literatura antigua al respecto que podamos leer?

Asintió lentamente. Solo en idioma faerie.


—Bueno, eso es bueno —dije, más para convencer a la sensación de
hundimiento en mi estómago que porque realmente esperara que me
creyera—. Entonces también puedo practicar el idioma.

Me miró escéptico.

Le fruncí el ceño.

—¿Qué?

No te gusta el idioma.

—Por supuesto que no. ¿Qué idioma razonable necesita diecisiete


tiempos verbales y ochenta y tres casos?

Una sonrisa volvió a crecer alrededor de sus labios. Cinco. Siete.

—Conté al menos quince de ambos ayer.

Eso pareció divertirlo aún más. Solo dime si quieres renunciar a ello.
254
Bufé.

—Nunca. Especialmente si te ves tan engreído por ello.

Nunca lo haría.

—Eres un mentiroso descarado —le dije—. Y un idiota arrogante.


Gracias a los dioses que sabes cocinar, o no habría nada rescatable en ti.

Su sonrisa se ensanchó. ¿Nada?

—Vete al diablo. —Sin embargo, no pude evitar reír. Negó con la


cabeza, aun sonriendo, y miró hacia el bosque, en dirección al pabellón
oculto entre los árboles.

¿Almuerzo?

Se sentía como una oferta de paz, de alguna manera. Almuerzo. De


vuelta al ritmo habitual de nuestros días. De vuelta a cocinar alimentos, leer
libros y entrenar mi magia, como si ese beso nunca hubiera sucedido, como
si mi estómago no saltara ante cada vistazo que le echaba. De vuelta a lo
seguro, confiable y… aburrido.
—Sí —dije—. Vamos a almorzar.

Al menos, lo aburrido nunca mató a nadie.

No regresamos al Laberinto durante cuatro días. En su lugar,


pasamos nuestro tiempo leyendo cada palabra escrita sobre el lugar, desde
las notas más pequeñas en las crónicas de la conquista de la Madre hasta
capítulos enteros dedicados a los túneles debajo de su palacio.

Cuanto más antiguos eran los libros que Creon encontraba en la


biblioteca de la corte, más arcaicos eran los textos que me hacía descifrar,
más salvajes se volvían las historias. Los libros más recientes, aquellos
escritos en los últimos siglos, consideraban principalmente al Laberinto
como una de las muchas curiosidades inocentes de la isla, como Faewood y
las voces sobrenaturales que a veces se escuchaban cantar por la noche.
Pero las obras más antiguas, escritas poco después de que la Madre se
estableciera en la corte construida por su amante divino… Había informes
255
de faes encontrados muertos cerca de las salidas de la red, en lugares donde
deberían haber podido llegar fácilmente a terreno más seguro. Informes de
faes que desaparecieron por completo debajo de la tierra y nunca fueron
vistos de nuevo. Una vez, contaba un pergamino desintegrándose, un grupo
de niños fae había deambulado por una de las puertas del Laberinto y
desapareció sin dejar rastro, solo para que sus esqueletos aparecieran al
otro lado de la montaña tres años después. Una enfurecida multitud de
padres fae había suplicado a la Madre que hiciera algo al respecto del horror
debajo de su palacio; en respuesta, ella cerró herméticamente las entradas
a todos los visitantes.

—Si casi le provoca un motín —dije—, ¿por qué no destruyó el lugar?


¿Lo llenó de arena o algo así?

Supongo que lo intentó, garabateó Creon en un trozo de papel, que


estaba haciendo doble función como ayuda para la conversación y
marcapáginas improvisado.

—¿Y no pudo? —Hice una mueca—. Ella no querría que el mundo


supiera eso, ¿verdad?
Negó con la cabeza, luciendo tanto divertido como ligeramente
preocupado. Para ser honesto, siempre asumí que estas historias más
salvajes eran sus propias fabricaciones para evitar que la gente se
entrometiera en algo que ella no entendía.

—¿Y en lugar de eso, puede que realmente estuviera tratando de


protegerte? —dije—. Qué inesperado.

Él solo hizo una mueca, una sombra cruzando su rostro. Mordí mi


lengua. Considerando que ella lo había obligado a entrenar con demonios y
que solo podía tener sospechas desagradables sobre la fuente de esas
cicatrices tatuadas, tal vez debería haber elegido mis palabras un poco más
cuidadosamente.

—De hecho, deberías alegrarte de que vine contigo antes de que te


enterraran vivo —agregué, dándole mi sonrisa más exasperante. Eso al
menos debería distraerlo de cualesquiera recuerdos que hubiera revuelto—
. ¿Podemos concluir que ahora me debes la vida?

Creon levantó una ceja y desapareció la oscuridad. Pareces disfrutar


256
de la idea.

—Tienes que admitir que suena como material de negociación


decente.

¿En serio? ¿Qué planeabas obligarme a hacer?

—Oh, no lo sé —dije ligeramente, ignorando el destello familiar en sus


ojos y la sensación igualmente familiar de mi cuerpo encendiéndose—. ¿Los
platos, tal vez?

Soltó una carcajada sin sonido y volvió a su lectura, la sonrisa


persistiendo. Aprecié esa pequeña victoria. En días llenos de
monstruosidades gramaticales incomprensibles y pergaminos apenas
legibles de tiempos antes de que Creon naciera, necesitaba cada pequeño
triunfo que pudiera obtener.

Algo estaba pasando con el Laberinto, eso nos atrevimos a concluir


después de unos días de investigación. Sin embargo, qué era exactamente,
esa era una pregunta para la cual los faes de antaño parecían no haber
llegado a una conclusión satisfactoria.
No estoy seguro de que lo averigüemos de esta manera, gesticuló
mientras comíamos nuestro desayuno el cuarto día en el porche,
disfrutando de la luz dorada de la mañana. Yo rompía piedras en pedazos
entre bocado y bocado, sacando varias cantidades de rojo de mi vestido
antes negro para ver cómo reaccionaban mis objetivos ante la magia. Al
menos unos días de entrenamiento me habían enseñado a evitar explosiones
la mayor parte del tiempo, pero aún había una gran diferencia entre hacer
desaparecer una piedra y apenas romperla en dos.

—Entonces, ¿qué más sugerirías? —dije, deteniendo mi trabajo para


tomar otro bocado de avena.

Creon lanzó una piedra en mi dirección. Lancé un instintivo estallido


de rojo hacia ella; desapareció en el aire, dejando solo un poco de polvo
revoloteando detrás.

Se limitó a sonreír mientras se recostaba contra la ventana.

—Muy bien, Emelin —sugerí con ganas de ayudar—. Progresas


excelente. No quisiera encontrarme contigo en un callejón oscuro tarde en
257
la noche.

Su sonrisa se convirtió en una risa. No me importaría nada tu


compañía en callejones oscuros.

—Eres incorregible —dije y esperé que mi resoplido no delatara mi


respiración entrecortada—. ¿Qué decías del Laberinto?

No sé si los libros pueden decirnos lo que necesitamos. Probablemente


necesitemos regresar.

Regresar. Al lugar donde lo había besado. El lugar, peor aún, donde


él se dio cuenta exactamente cuánto lo había querido besar.

Preferiría pasar el próximo mes haciendo añicos cada piedra en la isla.

—Todavía no me suena muy seguro —dije, examinando mi avena.

¿En lugar de conspirar contra la Madre?

—No dije que no fuera contigo. Solo que tenemos que tomar…
Se movió tan rápido a mi lado que no tuve tiempo para sorprenderme:
un gesto de su mano, una explosión de rojo y, de repente, las piedras rotas
esparcidas por el porche habían desaparecido. Cerré la boca abruptamente.
Estaba quitando la evidencia de mi magia, lo cual parecía significar…

Solo entonces vi la silueta alada que había aparecido detrás de la línea


de árboles, volando hacia nosotros.

Creon se puso rígido a mi lado, completamente el príncipe fae oscuro


de nuevo. Rostro frío y duro, ojos que no habían sido tocados por una
sonrisa en siglos. Si no lo supiera mejor, podría haber jurado que anhelaba
matar al joven fae desconocido que aterrizó justo al lado del porche, una
cesta pesada de comida en un brazo y una carta doblada en la otra mano.

—Hytherion. —Hizo una reverencia al entregarle a Creon la carta,


luego dejó la cesta, me miró como si fuera algo desagradable pegado a sus
zapatos y desapareció sin esperar reacción de ninguno de nosotros. Me di
cuenta de que los faes que no eran Ophion o Thysandra realmente preferían
no quedarse cerca del pabellón ni un minuto más de lo necesario. 258
A mi lado, los ojos de Creon volaron sobre la caligrafía, sus labios
presionándose en una línea más delgada con cada palabra.

—¿Malas noticias?

Me entregó el mensaje sin responder.

Realmente era algo milagroso lo fácil que entendía las palabras,


incluso si no conocía cada una de ellas. Un grupo de fae había regresado de
una misión. Habría una celebración de sus logros esta noche. Su presencia
sería muy apreciada.

Eso, lo tomé, era una orden.

—¿Supongo que no puedes mantenerte alejado después de faltar a la


Lycaria?

Negó con la cabeza, cejas fruncidas. Miré la carta nuevamente. Solo


hablaba en segunda persona del singular, pero no me atrevía a asumir que
estaba excluida de la invitación.

—¿Tengo que estar allí?


Me harían preguntas si no te llevo.

Preguntas. No eran lo que necesitábamos, apenas días después de que


alguien nos encontrara en un Laberinto prohibido. Incluso si el fae en
cuestión no le había contado a nadie aún, podría empezar a sospechar y
difundir la historia de todos modos si tenía motivos para dudar de mi
devoción a Creon.

—Bueno —dije, gruñendo. Una celebración con todo un grupo de fae,


al menos sonaba como si la atención de la Madre no fuera a estar centrada
en mí durante toda la noche. Había sobrevivido cosas peores—. ¿Qué debo
esperar?

Demasiado vino. Muy poca ropa.

—Oh. —No exactamente lo que sugería esta invitación formal, y, al


mismo tiempo, considerando todo lo que sabía sobre la moral fae, no debería
haberme sorprendido—. ¿Ninguna exhibición triunfal de cautivos
humanos?
259
Encogió los hombros. No es ese tipo de misión.

—¿Ya habías oído hablar de eso? —Era tan fácil olvidar que no
siempre pasaba sus días encerrado en la paz aislada del pabellón, que
normalmente asistiría a cenas, reuniones y celebraciones en la corte todo el
tiempo y estaría más al tanto de los planes y estrategias de la Madre que la
mayoría de la corte.

Negociaciones de tributos con Rhudak.

Rhudak. La isla más grande del archipiélago, hogar de comerciantes


y navegantes. Fruncí el ceño y dije:

—No sabía que los tributos podían negociarse.

Creon suspiró. No pueden.

—Entonces, ¿por qué envió a alguien en esa dirección?

Presumiblemente para ver quién causó el problema.

Se veía tan cansado, tan resignado. ¿Cuántas veces lo habrían


obligado a ver que esto sucediera a lo largo de las décadas? Humanos
intentando resistirse, o incluso solo negociar, solo para ser castigados una
y otra vez.

¿Cuántas veces había sido él quien se encargaba del castigo?

—Ya veo —murmuré.

Otro suspiro. Sabré sobre sus conclusiones más tarde. Sobrevivamos


a esta noche primero.

—Bien. —No era el momento de preocuparse por el destino que podría


depararles a los gobernantes de Rhudak pronto. Primero tenía que salvar
mi propia piel—. ¿Alguna preparación que necesitemos hacer? Necesito algo
para ponerme.

Frunció el ceño a mi vestido, azul claro y flores blancas, mi favorito.

—No es realmente un vestido de fiesta, Creon.

¿Y?
260
—Destacaré como una verruga fea en tu cara.

Alzó una ceja. Te ves humana. Destacarás sin importar lo que lleves
puesto.

—Sí —dije poniendo los ojos en blanco—, pero estaré allí como tu
humana. ¿Deberían creer que no me pondrías un vestido revelador si
tuvieras una excusa para hacerlo?

Vaciló demasiado. Suficiente para que yo concluyera que, en realidad,


no le importaría verme con un vestido revelador y no estaba contento
consigo mismo.

No encontrarás modistas en tan poco tiempo.

—No necesito una. —Le di mi sonrisa más brillante. Mis dedos


picaban de repente, una excusa para finalmente sostener una aguja de
nuevo—. Solo encuéntrame algunos materiales y estaré bien. ¿Tienes alguna
idea sobre las modas actuales en este lugar?

Me miró como si le hubiera preguntado sobre enfermedades uterinas.


—¿Qué? —dije.

¿Planeas hacer el tuyo propio?

—Por supuesto que lo haré. No hice ese maldito aprendizaje para


nada.

Eso no calmó la confusión en su rostro en lo más mínimo. ¿Qué


aprendizaje?

—En Ildhelm. Con la señorita Matilda, una modista de damas


bastante legendaria, si preguntas a la persona adecuada.

Frunció el ceño. Pensé que eras aprendiz de pintor.

—Solo asistente. Mi padre necesitaba a alguien para mezclar sus


pinturas. —Alguien a quien preferiría no tener en casa en absoluto, aparté
ese pensamiento—. También intentó enseñarme a pintar durante un par de
años, pero no podía hacer perspectiva ni para salvar mi vida. Y era mejor en
labores de aguja. Así que mi madre lo convenció de dejarme ir a Ildhelm 261
cuando cumplí dieciocho años.

Completamente sola, a una isla donde no conocía a nadie, donde


nadie me conocía. Sin miradas furtivas, sin susurros a mis espaldas. Seis
meses de largas jornadas de trabajo y charlas nocturnas con las chicas que
compartían mi dormitorio, seis meses de libertad. Seis meses de Helmer,
también.

¿Creon lo vio en mi rostro, la súbita oleada de nostalgia que me


golpeó? Sus gestos eran cautelosos, casi circunspectos. ¿Pero no te
quedaste?

—Tuve un incidente mágico después de unos meses.

Su ceño se profundizó mientras inclinaba la cabeza.

—Tuvimos un proyecto importante y estaba tomando demasiado


tiempo —dije, frotándome la cara—. Estaba aterrada. Luego, antes de darme
cuenta, todo el vestido era cenizas. Escribieron a mis padres sobre el asunto
de que quemé mi trabajo, mis padres se dieron cuenta de lo que había
sucedido y me hicieron regresar de inmediato. Así que volví a mezclar
pintura.
El movimiento de su mano parecía frustrado, casi enojado. Y aun así
no encontraron a nadie para enseñarte.

—Ellos… No. Quiero decir… —Solté una risa incómoda—. Puedo ver
por qué no invitaron a algunos profesores fae a echarme un vistazo.

Hay humanos con algo de conocimiento al respecto. Las palabras


salieron rápidas ahora, con gestos bruscos y cortantes. Hay otros pueblos
mágicos. Toma un poco de trabajo encontrarlos en estos días, pero hay
maneras. Y tu padre tenía la red.

—Él… la tenía, sí. —Tragué saliva—. Pero honestamente, está bien. Si


no hubiera estado en la isla cuando me encontraste, todos ellos habrían
estado muertos.

Si le hubieran preguntado a alguien con algún conocimiento del asunto,


no habrían hecho esa protección en primer lugar. Frunció el ceño,
levantándose. Y no habrías pasado tus días oculta y haciéndote sentir
avergonzada de tus poderes.
262
Parpadeé, siguiéndolo con la mirada mientras arrebataba la comida
recién traída del porche y se volvía para desaparecer adentro.

—¿Creon?

Se volvió hacia mí, con los labios apretados y los ojos tensos.

—¿Estás… enfadado?

Parpadeó, con los dedos vacilando a su lado. Luego, más lentamente


ahora, hizo un gesto: Aparentemente.

—¿Porque no me enseñaron?

Nuevamente hizo una pausa, apartando la mirada en el silencio que


se instaló. Cuando finalmente levantó la mano de nuevo, los gestos vinieron
tan lentamente que apenas esperaba que terminara su oración.

Porque te hicieron sentir pequeña. Una pausa. Y no hay nada pequeño


en ti.

Lo miré fijamente. Todavía no se volvió para enfrentarme.


—Creon…

Con un gesto brusco, se volvió, avanzando hacia la ventana abierta.


Sus dedos se movieron detrás de su espalda. Veré qué puedo encontrar para
ti.

Cuando terminé mi desayuno y lo seguí adentro, ya se había ido.

263
14

264
Una fae asustadiza llegó al pabellón una hora más tarde para
entregarme dos enormes cestas con telas: material suficiente para crear
cinco nuevos vestidos de baile desde cero. Terciopelo y encaje, tafetán y
organza de seda... Crujían en mis manos como si susurraran promesas
mientras desempaquetaba la entrega sobre el suelo de madera de abedul.

En el fondo de la primera cesta encontré mis otros materiales: una


pila de bocetos, cinta métrica y suficientes alfileres y agujas para matar a
un hombre adulto. En el fondo de la segunda...

Cuatro vestidos de baile, cuidadosamente envueltos para proteger las


gemas y bordados de valor incalculable.

Gracias a los dioses que Creon no había regresado todavía. Habría


disfrutado demasiado de mi jadeo.

Saqué los vestidos de la cesta con más cuidado del que le habría dado
a mi primogénito: cada uno de ellos valía por sí solo el doble del tributo
anual de Cathra a la Corte Carmesí. Una creación azul claro, el profundo
escote forrado con hileras de flores de seda. Un sueño de encaje blanco
nacarado, la falda arremolinada cubierta de plata escarchada y zafiros
brillantes. Un vestido de terciopelo carmesí goteando cristales oscuros,
como jirones de noche sangrando sobre la tela. Por último, un vestido de
organza de seda violeta oscuro, con el escote y la cintura estrechos
adornados con motivos florales bordados en oro.

Había una nota al pie, escrita con una letra demasiado familiar. Los
vestidos son del año pasado, decía. Los bocetos son más recientes. Tuve una
reunión, volveré lo más pronto posible. Pásalo bien.

Tragué algo sospechosamente parecido a un nudo en la garganta.


Debió de gastarse una fortuna en estas cosas... ¿o quizá nadie le pedía a
Creon Hytherion que pagara nada? Pero aun así... Esto era mucho más de
lo que yo había pedido. Mucho más de lo que me había atrevido a esperar.
Y ni siquiera con la intención de impresionarme, al parecer.

Pásalo bien.

—Gracias —le susurré a la nota y eché un vistazo a los bocetos.

Los escotes sin hombros estaban de moda este año, a juzgar por los
diseños de al menos tres manos diferentes; también lo estaban los tejidos 265
transparentes y las aberturas lo bastante altas como para que incluso la
señorita Matilda se hubiera escandalizado. Demasiada poca ropa, había
escrito Creon. Sin embargo, ninguno de los vestidos que me había enviado
parecía especialmente revelador.

Los miré con una mirada de desconfianza. ¿Los había elegido como
las opciones más inocentes que pudo encontrar? Como si no confiara en mí
con un vestido que mostrara más que mis tobillos, como si no se atreviera
a confiar en sí mismo con la visión de algo más que mis tobillos.

Consideré ese punto con una repentina sensación de... interés.

No es que quisiera que perdiera el control de sí mismo, por supuesto.


Eso sería ridículo. Ni siquiera quería que volviera a besarme; yo era, después
de todo, una hija decente de la humanidad. Estaba muy contenta de que me
hubiera quitado las manos de encima desde que salimos del Laberinto, a
pesar de los comentarios burlones y las bromas insinuantes. Realmente me
alegraba que se levantara antes que yo cada mañana y de que no me hubiera
vuelto a encontrar a mí misma acurrucada contra él en la cama.
Pero si se dejaba llevar un poco mientras fingía que yo era su pequeña
mascota humana, al menos sería mejor que se dejara llevar agradablemente,
¿no?

Eso sonaba sensato, me dije mientras inspeccionaba de nuevo los


cuatro vestidos. Realmente muy sensato. Una excelente razón para
modificar un poco uno de estos diseños. Solo un poco más de piel. Al fin y
al cabo, tenía que estar a la última moda.

Eminentemente sensato. La señorita Matilda habría estado muy


orgullosa de mí.

El cielo ya se estaba oscureciendo cuando Creon regresó por fin de la


corte y yo acababa de ajustar la gloriosa creación de púrpura oscuro y oro
que me había comprado. Entró en el pabellón sin hacer ruido, como una
sombra alta y alada al borde de mi visión. No levanté la vista de mi trabajo.
Apuñalarme con una aguja y sangrar por todo este vestido de valor
incalculable no sería una buena manera de empezar la noche.
266
—¿Sobreviviste a las reuniones? —dije con los alfileres entre los
labios.

Lo escuché quitarse el abrigo, luego lo perdí de vista por el rabillo de


mi ojo. Apareció detrás de mí un momento después, encontrándose con mi
mirada en el espejo que había sido la puerta de un armario antes de que lo
sometiera a varios experimentos con magia amarilla. Las sombras de su
rostro eran inconfundibles, lo que hacía suponer que la respuesta a mi
pregunta era negativa. Pero un atisbo de diversión rondó sus labios cuando
me miró en el espejo e hizo un gesto: ¿Hiciste algunos ajustes?

Algunos ajustes, sí. Le había quitado las largas mangas acampanadas


del diseño original y había bajado el escote para que quedara firmemente
fuera del hombro. La esbelta falda de organza seguía llegando hasta el suelo,
pero la seda de debajo la había subido hasta más arriba de la rodilla, de
modo que la silueta de mis piernas brillaba a través del tejido transparente.
No era tan atrevido como podría haberlo hecho, pero, por otra parte, no tenía
caderas para lucir una abertura hasta la cintura.
Aunque, según había aprendido mientras me tomaba mis propias
medidas aquella tarde, ahora tenía mucha más cadera que hace tres
semanas. Tres comidas copiosas al día estaban dejando sus huellas en mí.

—Me pareció un poco virtuoso para los estándares de la moda —dije,


dando las últimas puntadas y extendiendo los brazos en señal de
demostración—. ¿Qué te parece?

Lo pensó por un momento. Puede que esta noche tenga que matar a
unas cuantas personas por mirarte incorrectamente.

Solté una carcajada.

—¿Eso es un cumplido?

Nadie se arriesga a mi ira por alguien que luzca menos que fabulosa.
Una sonrisa se dibujó en sus labios. Parecía un desafío, pero debajo de esa
cubierta juguetona había algo más suave, algo mucho más serio, algo que
me hizo respirar entrecortadamente. Me preguntaba qué vestido elegirías.
267
—¿Había algún significado oculto que no pude ver?

Creon enarcó una ceja.

—No quería ir de rojo —dije, girándome para mirarme en el espejo—.


No quería parecer parte de la Corte Carmesí de ninguna manera. Pero por
si acaso se me presentaba la oportunidad de hacer explotar su cara de
muñeca esta noche, quería asegurarme de que aún me quedaba algo de rojo.
Así que fue púrpura.

Asintió lentamente.

—¿Entonces cuál era el significado oculto?

Se encogió de hombros. Me gusta el morado.

—¿En serio? —Nunca había pensado que le gustara otro color que no
fuera el negro de siempre.

Me gusta. Y te ves muy bien con ese vestido.

Me di la vuelta para fulminarlo con la mirada frente a frente.


—Si pensabas decirme a continuación que sin él también me veo muy
bien...

Me mostró una sonrisa. Nunca lo haría.

—Me has estado mirando lascivamente desde que llegaste.

Por supuesto. Sería descortés ignorar tu duro trabajo.

—¿Estás sugiriendo —dije, esforzándome por parecer ofendida—, que


he modificado mi vestido sólo para que pudieras mirarme toda la noche?

¿No es así?

Resoplé.

—Indignante.

Eso no es un no.

Mis faldas se arremolinaron de forma impresionante mientras me 268


acercaba a él y le clavaba un dedo en el pecho. Una elección imprudente. Ya
que bien podría haber clavado el dedo en un muro de ladrillo y esa
observación por sí sola me provocó otra llamarada de calor. Su sonrisa se
ensanchó mientras lo fulminaba con la mirada. Maldito sea, ¿cómo se las
arreglaba para ver a través de mí?

—¿Te he dicho que eres un idiota arrogante?

Sí lo has hecho. De algún modo, el gesto terminó con su mano bajo mi


barbilla, recorriendo desde mi garganta hasta mi labio inferior en una única
caricia. Cuando se apartó, las yemas de sus dedos dejaron tras de sí una
piel dolorida y vacía. Y a ti no parece importarte demasiado.

Sus ojos se habían clavado en los míos. Viendo cada pensamiento


prohibido que pasaba por mi mente, cada visión que nunca debería haber
imaginado. Intenté tragar saliva, pero me quedé con la boca seca como la
ceniza.

¿A quién estaba intentando engañar?

Lo deseaba. Él sabía que lo deseaba. Sabía que apenas podía mirarlo


sin volver a sentir sus labios sobre los míos, que cada roce inocente hacía
que mi cuerpo me suplicara que cediera. Me estaba atormentando por una
ilusión de orgullo, cuando en realidad mi orgullo estaba muerto y enterrado
desde aquel beso en el Laberinto.

Pero tomar esa decisión, romper de verdad con todos los principios
morales que una vez había creído defender...

—Vamos, entonces —susurré, con las rodillas temblorosas—, si sabes


tan bien qué es lo que quiero.

Una comisura de sus labios se curvó, una sonrisa peligrosa y


cómplice. ¿Así que ese es tu juego? Una risita silenciosa. Lo siento, Emelin.
No seré tu villano al que culpar. Únete a mí en la depravación mutua o no te
unas a mí en absoluto.

Sus dedos se detuvieron a un pelo de mi mejilla, lo bastante cerca


para que sintiera su calor en mi piel. Apenas me atrevía a respirar. Se alzaba
sobre mí, con los afilados planos de su rostro iluminados únicamente por
las titilantes luces nocturnas del pabellón y parecía el epítome de la
depravación, una depravación brutal y hermosa.
269
Separé los labios. No salió ningún sonido.

Hagamos un trato por esta noche. Incluso los movimientos de sus


dedos parecían sugerentes ahora, cada giro y vuelta era un recordatorio de
cómo esos mismos dedos se habían sentido contra la vulnerable piel de mi
garganta hacía un momento. No te haré nada que tú no me hagas a mí.
Muéstrame tus límites. Otra vez esa sonrisa. O la falta de ellos.

La falta de ellos. Nada que yo no le hubiera hecho a él primero, lo que


significaba que no me besaría, no me tocaría, ni aunque me exhibiera
desnuda ante él. Que de hecho yo sería mi propio villano al que culpar.

Al menos, si cumplía su palabra.

Aunque parecía terriblemente complacido con este vestido. Y él no


había negociado al respecto, no realmente. Lo que significaba que aún podía
cambiar de opinión, si se lo presionaba lo suficiente.

Así que levanté la barbilla y le dije:

—Pareces muy seguro de tu propia capacidad de contenerte.


Enarcó una ceja. Supongo que tú también. ¿O dudas de tu autocontrol?

Podría haber sido más prudente si no hubiera sido por su mirada de


suficiencia. Si no fuera por el evidente desafío que había en cada signo que
formaban sus dedos. Resoplé sin pensar y dije:

—Bien. Trato hecho.

Creon retrocedió de inmediato, como para demostrar que estaba


decidido a cumplir su palabra. Extendió el brazo izquierdo e hizo un gesto:
Entonces, ¿vienes?

—¿Qué, ahora mismo? ¿No deberías ponerte una camisa limpia o algo
así?

Enarcó una ceja. Igual me voy a manchar de sangre.

Oh, Dioses. Fiestas de faes. Ya no estaba segura de si debía esperar


una orgía o un campo de batalla y no me apetecía especialmente ninguna
de las dos opciones. 270
Pero la Madre estaba esperando. Teníamos nuestras propias vidas que
salvar.

Así que tomé el brazo de Creon, intenté no tambalearme cuando su


abrumador aroma de hada volvió a inundarme y dije:

—Bueno, unámonos a la fiesta.

La primera noche que puse un pie en el salón de huesos, al llegar a la


Corte Carmesí, la atmósfera entre los faes reunidos había sido la de una
recepción nocturna que debería haber terminado hace horas. Durante
nuestro almuerzo con la Madre hace una semana la habitación había estado
vacía, helada y totalmente desalmada. Esta noche, con cientos de faes
reunidos entre las paredes de hueso otra vez, el aire era embriagador y
pesado como un vino rojo demasiado dulce, el ambiente de un baño de
sangre a punto de suceder.
La comida en las mesas a lo largo de la pared apenas había sido
tocada. Las bebidas, por el contrario, fluían en abundancia. La mitad de los
asistentes estaban ya borrachos cuando entramos, la mano de Creon
apretaba mi muñeca; el coro de voces arrastradas ahogaba la mayor parte
de la música, y sólo de vez en cuando, un violín o una flauta lograban
elevarse por encima del ruido durante unas escasas notas. Se oían risas en
un rincón alejado del salón, estridentes y salvajes, rozando la histeria. Más
cerca de nosotros, rodeadas por un círculo de espectadores que gritaban y
vitoreaban, dos hembras fae bailaban, sus camisas cortas tan delgadas que
bien podrían haber estado desnudas.

Demasiado vino. Muy poca ropa.

De alguna manera no esperaba que la descripción fuera tan precisa.

Creon no vaciló mientras avanzaba por el centro del salón, ni siquiera


miró hacia un lado mientras las faes gritaban saludos de borracho tras él o
lo invitaban a cualquier actividad impía que estuvieran planeando. Su
camino era en línea recta hacia el trono al otro lado de la sala, donde la 271
Madre estaba supervisando las festividades. Ophion se había unido esta vez
a ella entre las almohadas y cortinas, acostado con su cabeza en su regazo
mientras ella distraídamente le daba de comer uva roja sangre tras uva roja
sangre. Sus ojos nunca se desviaban de la habitación en ningún momento,
tomando nota de cada conversación, cada pelea amenazante.

Esa mirada azul hielo se posó sobre nosotros cuando estábamos a


mitad de camino de la habitación y nos siguió con incoloro interés mientras
Creon me arrastraba hasta los pies de su trono y luego me guiaba a una
reverencia. Incluso allí, mirando el suelo de mármol, pude sentir el peso de
su mirada sobre mí. Si siquiera intentara atraer una mota de color aquí, ella
lo sabría.

Ella sería más rápida.

El morado oscuro de mi vestido parecía burlarse de mí. Tan cerca y


sin embargo… respiré profundamente, tratando de calmarme. Los dedos de
Creon apretaban alrededor de mi muñeca, otra advertencia.

Aquí no.

Ahora no.
Finalmente, la voz de la Madre dijo:

—Bienvenida, Emelin.

Chillé algo así como un gracias, tartamudeando deliberadamente con


mis palabras. A mi lado, la reverencia de Creon era infinitamente elegante,
su rostro inhumanamente desprovisto de cualquier expresión.

—Tu palomita se ve muy bonita —añadió la Madre, con un toque de


fría diversión en su voz mientras dejaba caer otra uva entre los labios de
Ophion. Sus ojos no se desviaron de mí, incluso mientras hablaba a su
hijo—. Será mejor que la vigiles bien, Creon.

Él solo asintió y se giró, envolviendo una mano fuerte alrededor de mi


muñeca para tirar de mí. Pero el camino detrás de nosotros se había cerrado
mientras estábamos allí, y la multitud parecía haberse espesado
inexplicablemente, cuerpos presionados más juntos en el hedor del vino y
la magia de los faes... Los ojos me seguían, de hecho, miradas lascivas que
podía sentir en mi piel como las patas de insectos arrastrándose sobre mí.
272
Bastante lindo. No debería haber usado este maldito vestido. Debería
simplemente haber entrado con mi aburrida ropa de día, todavía habría sido
una pequeña humana ridícula, pero al menos no una pequeña humana
deseable...

—No te preocupes, gatita —arrastró las palabras una voz borracha a


mi lado, y un pálido macho fae vino pavoneándose hacia nosotros. Su
mirada atrapó la mía e involuntariamente me encogí de nuevo en los brazos
de Creon—. No hay por qué aburrirse. Seguramente no te tendrá para él solo
en una noche como...

Ni siquiera vi moverse a Creon.

Sólo el destello plateado atravesando el aire empapado de vino. Sólo


al macho fae tropezando hacia atrás cuando el cuchillo golpeó y desgarró la
piel, la carne y el pulmón, enterrándose hasta la empuñadura en su pecho.
Su frase inentendible se hundió en un repentino y ahogado jadeo. Sus ojos
vidriosos se volvieron vacíos. Con poco más que un último suspiro, el macho
fae se desplomó, sus alas blancas como la nieve de repente se cubrieron de
sangre roja oscura.
Ni siquiera tuve tiempo de sorprenderme.

A nuestro alrededor, las conversaciones flaquearon. La música se


calmó, los bailes se ralentizaron. Las risas estridentes se extinguieron. La
multitud se alejó de nosotros, de Creon, hasta que quedamos solo nosotros
tres en un círculo cada vez más amplio, él, yo y el hombre muerto en el
suelo, el charco de sangre se ensanchó rápidamente alrededor de su cuerpo
sin vida.

Todavía estaba agarrando el brazo izquierdo de Creon, me di cuenta


un momento demasiado tarde. Y todos los ojos en la habitación ahora
estaban dirigidos a mí.

Así que puse mi voz más quejosa y malcriada y gemí:

—¡Creon! ¡Mancharás con sangre todo mi vestido así!

Me lanzó una mirada, con las cejas arqueadas. Se parecía


sospechosamente a una mirada de aprobación.
273
—Bueno, está bien —dije y puse los ojos en blanco—. Supongo que se
lo merecía. Entonces, ¿me dejas elegir qué haces con el siguiente?

Creon sonrió. Yo chillé. Las miradas que nos rodeaban se volvieron un


poco más preocupadas.

—¡Siempre quise ver una decapitación de la realeza! —agregué,


susurrando en voz lo suficientemente alta para que la multitud en las
paredes me escuchara en el silencio de la inesperada muerte.

Sin reaccionar, Creon se inclinó y arrancó el cuchillo del pecho del


cadáver del fae y lo limpió con las alas blancas como la nieve. Su mirada
hacia las filas de rostros a nuestro alrededor no requirió una palabra de
explicación: ¿algún voluntario? decía esa mirada.

Los espectadores rápidamente se dieron la vuelta y reanudaron sus


conversaciones. Pero esta vez un camino amplio quedó abierto ante nosotros
y nadie se acercó de nuevo cuando Creon me rodeó con ese brazo posesivo
y me guio hacia el lado más tranquilo y sombrío del pasillo. El pálido cadáver
del fae permaneció atrás en el suelo. Nadie parecía muy dispuesto a limpiar
el desastre todavía.
Sólo entonces, en las silenciosas sombras de las paredes de hueso, los
latidos de mi corazón se aceleraron de repente, como si mi cuerpo se diera
cuenta dos minutos tarde de lo que había pasado y qué podría haber
sucedido si Creon no hubiera sido tan rápido en poner fin a la amenaza.

Él lo notó. Por supuesto que el bastardo se dio cuenta. Su mano en la


parte baja de mi espalda se tensó por un momento, una tranquilidad tácita:
estamos bien, dijo esa mano. Estás segura. Estoy contigo. Asentí, respiré
hondo y traté de creerlo, pero el sonido de ese cuchillo golpeando carne y
hueso no salía de mis oídos, ni siquiera a través del creciente ruido de las
festividades, y el salón era demasiado cálido, demasiado lleno de gente y
demasiado peligroso...

Sus alas me envolvieron sin previo aviso, eclipsando la luz de las velas
y las paredes de hueso, encerrándonos a ambos en un pequeño y oscuro
capullo de terciopelo negro y seda violeta.

Emelin. Apenas había suficiente espacio entre nuestros cuerpos para


que sus dedos se movieran, y aun así logró no tocarme, como lo había 274
prometido. Como había acordado. Nadie te va a aponer una mano encima.

Nadie. En un salón lleno de faes que no dudarían en desnudarme y


pasarme entre sus amigos, quienes me arrojarían a los perros y reirían
mientras luchaba por mi vida... Un escalofrío recorrió mi columna antes de
que pudiera abrir la boca, y los ojos de Creon se oscurecieron
imposiblemente más.

—No los dejarías —susurré.

Tú tampoco los dejarías.

Lo miré fijamente. Las comisuras de sus labios se movieron una


fracción, en algo que era tanto una sonrisa como un consuelo.

Yo.

Porque todavía llevaba ese violeta intenso, rojo y azul a mi disposición;


porque yo todavía era la chica que había heredado la magia de un padre fae
fuerte; porque incluso si no pudiera absorber una mota de color debajo de
los ojos de la Madre, todavía tenía mi ingenio y las miradas amenazadoras
de Creon para esgrimir. No era tonta. No estaba impotente. Cuanto más
creían ellos que lo era, era menos verdadero.

No había nada pequeño en mí.

No iba a dejar que un salón lleno de faes bastardos me convenciera de


lo opuesto.

Creon echó hacia atrás sus alas al momento siguiente, las recogió con
la sonrisa indiferente y satisfecha del príncipe fae que solo necesitaba a su
mascota para sí mismo por un momento. Hora de otra exhibición pública de
la pequeña e inofensiva Emelin. Me armé de valor y envolví mis brazos
alrededor del pecho de la Muerte Silenciosa como esa chica tonta y
aduladora que el mundo esperaba ver en mi lugar.
Sostenerlo no debería ser demasiado peligroso, me dije. No perdería mi
mente si él hiciera lo mismo conmigo.

Cumplió su palabra. Ni siquiera me pasó la mano por el cabello, ni


siquiera puso su mano en mi cadera. Me di cuenta, para mi consternación,
de que la observación me irritaba.
275
Esta iba a ser una larga noche. Una noche muy larga.

Giré la cabeza para distraerme, todavía abrazándolo. La mayoría de la


sala había perdido interés en nosotros. No capté más que unas cuantas
miradas rápidas en nuestra dirección. A lo lejos, la Madre y Ophion
observaban alguna disputa al pie del trono, ambos luciendo encantados por
la promesa de más derramamiento de sangre.

Me puse de puntillas para acercar mis labios a su oreja, como una


niña risueña a punto de compartir un secreto, susurré:

—¿Y si lanzara una explosión de rojo en su rostro ahora?

Demasiado lejos. Ocultó sus gestos entre nuestros cuerpos, invisibles


para espectadores.

—¿Y si nos acercáramos mientras esos idiotas están ocupados


matándose unos a otros?

Sacudió la cabeza, todavía luciendo ligeramente aburrido y


ligeramente divertido. Ella te notará. Te encuentra mucho más interesante.
—Oh. —Mi estómago se apretó un poco—. Desagradable. ¿Por qué?

Han pasado algunas décadas.

—De qué han pasado… oh, maldita sea. —Su mirada de advertencia
me recordó que ya no parecía lo suficientemente tonta. Reprimiendo otra
maldición, me obligué a fruncir el ceño de nuevo, hice un puchero como si
me estuviera negando una petición escandalosa y continué, ahora más
tranquila—: ¿De qué han pasado algunas décadas?

Él se encogió de hombros. Alguien.

—Estás diciendo que no has tenido compañía aquí desde... ¿desde


cuándo?

La única respuesta que recibí fue una ceja ligeramente levantada.

—¿Desde la Última Batalla, otra vez?

Un movimiento de cabeza.
276
—¿Llevas ciento treinta años viviendo solo? —Si no fuera por los
fuertes aplausos que se escucharon al otro lado del pasillo en ese momento,
habría estado hablando demasiado alto. Casi un siglo y medio…
Seguramente un poderoso macho fae con un cuerpo como este podría haber
encontrado una o dos aventuras para ahuyentar la soledad—. Dioses. No
me sorprende que mi encantadora compañía te produzca estremecimientos
tan fácilmente.

Un error. Pude leerlo en el brillo peligroso de sus ojos mientras


lentamente, sugerentemente, pasaba su mano por mi cintura, imitando la
forma en que había envuelto mi brazo alrededor de su torso hace un
momento, pero seguramente no lo había hecho así. Sus dedos recorrieron
mi vestido con pereza, pero todavía persistentes, intensos, revolviendo cada
centímetro de piel que tocaban. Mi cuerpo se encendió como una hoguera,
la excitación persistente de sus primeros toques no se apagó por el miedo y
la muerte de la última hora.

Luché por contener un jadeo ahogado, por controlar mi respiración.


Bajó su rostro a mi oreja tal como había acercado mi boca a la suya hace
un momento; el cálido aliento de su risa rozó mi oreja, mi cuello, con más
ternura que incluso los labios más suaves.

Seguramente, sus dedos señalaron su pecho, debo ser el único.

Sin pensarlo, hundí mis manos en sus costados para alejarlo, para
tener solo un centímetro de espacio entre nosotros, solo una fracción de
libertad para enfriar el calor acumulándose dondequiera que nuestros
cuerpos se tocaban. Demasiado tarde me di cuenta de lo que estaba
haciendo y me congelé, mirando mis dedos moldeados tan íntimamente a
su musculoso torso.

Oh, no.

Como para informarme amablemente de mi segundo error, su mano


se movió sobre mi espalda de nuevo, acomodándose a mi costado a su vez.
Un toque firme, justo encima de mi cadera, pero lo suficientemente cerca
como para que pudiera imaginarme fácilmente esa misma mano
hundiéndose unos cuantos centímetros, sobre la parte baja de mi espalda,
mi trasero, hasta llegar a...
277
No, no, no.

Aspiré una bocanada de aire fresco y miré hacia arriba. Su rostro


estaba a pocos centímetros del mío, sonriéndome placenteramente.

—Siento que estás haciendo trampa de alguna manera —murmuré


con el ceño fruncido.

Eres fácil de derrotar cuando quieres perder.

—Tú —dije, tratando de ignorar la verdad incómoda de ese


comentario—, en este momento, haces muy fácil querer darte un puñetazo
en el rostro.

Su sonrisa se abrió paso. Oh, Zera, ayúdame. Golpearlo en el rostro


solo le daría a sus manos acceso a mi rostro también, y no estaba segura si
sería capaz de manejar tanto. Si tocara mis labios, con esos suaves y tiernos
dedos, si tan solo tocara mi mejilla…

Un escalofrío me recorrió.
Creon esperó, como un cazador que había tendido su trampa.

Quería tocarlo. Cuanto más me decía a mí misma que debía dar un


paso atrás, alejarme de él y de sus peligrosos tratos, más fuerte resistía mi
cuerpo las órdenes de mi mente. No quería dar un paso atrás, quería frotar
las manos sobre sus hombros y sentir los irresistibles contornos de sus
sólidos músculos debajo de su camisa. También quería sentir su piel, esa
piel suave y cálida conta la que había dormido. Quería clavar mis uñas en
su cuerpo y escuchar su respiración volver a ser irregular. Había hambre en
la punta de mis dedos, un anhelo en mis palmas, por cada toque, cada
exploración que me había prometido que nunca permitiría…

No iba a lograr pasar toda una noche peleando conmigo misma.

Entonces, compromisos. Compromisos estratégicos. Cerré los ojos y


tragué, tratando de ignorar el peligroso calor que me invadía. ¿Cuál era la
parte del cuerpo más inofensiva? No sus piernas, sabía cómo había
reaccionado yo la última vez que él había puesto apenas un dedo en mis
muslos. El pecho y el estómago estaban fuera de la pregunta también, y 278
también su espalda...

Alas.

No podría tocar mis alas en represalia, ¿verdad?

Mi respiración se aceleró, el nerviosismo y el triunfo se mezclaron en


mis vísceras. ¿Era esta una buena idea? Ya no podía decirlo. Pero de alguna
manera la noche se había convertido en un juego para ganar más que en
una cuestión de principios personales, y esto al menos parecía que podría
ser un movimiento ganador.

Miré hacia arriba. Creon todavía me miraba, algo ardía en sus ojos
oscuros que me hizo olvidar por un momento los gritos y risas detrás de
nosotros, de las paredes de hueso que se elevaban sobre mí, del peligro de
la Madre en su trono al otro lado del salón.

Extendí una mano antes de que pudiera pensarlo un poco más.

Bajo mis dedos encontré la superficie de su ala izquierda en mi primer


intento, tan suave y aterciopelada como parecía, pero había firmeza en las
fibras oscuras también, una tensión como la de un lienzo apretado sobre un
marco. Por un momento, fue curiosidad más que cualquier plan tortuoso o
estratégicamente engañoso, eso me hizo rozar con mis dedos esa fuerte y
vulnerable superficie. Entonces la mano de Creon se cerró alrededor de mi
muñeca, con un golpe áspero y alarmada rapidez, y de repente recordé mis
planes originales y motivaciones.

Se había endurecido contra mí, la sonrisa de satisfacción se


desvaneció como una sombra a la luz del sol.

—¿No te gusta eso? —dije, moviendo mis dedos contra esa suave
membrana tanto como su agarre me lo permitía. Su mandíbula se apretó
ante ese toque, dientes juntos: una expresión que delataba una mayor
pérdida de control de lo que jamás había visto de él en este salón antes.
Bien. Déjalo saber cómo se siente, sentirte encerrado en una jaula de
promesas y excitación. Extendí mi otra mano también, y él agarró mi
antebrazo antes de que incluso se hubiera movido más allá de su torso. Sin
dedos para señalar, sus labios se movieron:

No. Aquí. 279


Esto estaba mejorando cada vez más.

—Me estás sujetando las muñecas, Creon —dije dulcemente,


mostrando mi inocente sonrisa hacia él—. ¿Puedo recordarte que no he
tocado tus muñecas en absoluto esta noche y que, por lo tanto, nuestro
acuerdo no te permite...

Emelin, decían sus labios.

Ignoré el salto de mi estómago. Ignoré la forma extrañamente sensual


en que mi nombre lucía en esos labios apretados, las sílabas silenciosas
reconocibles incluso a través de la tensión.

—¿Sí?

La mirada que devolvió fue una advertencia clara, pero un nuevo tipo
de advertencia. Cautelosa, sí. Una mirada que decía: Sabes lo que estás
empezando. Pero también una mirada de… ¿respeto?

Puede que no haya ganado la guerra. Probablemente estaba


empezando una nueva. Pero esta batalla... era mía.
—Estoy realmente decepcionada por tu forma de tratar nuestro
acuerdo, Creon —dije remilgadamente—. Debería haber sabido que no se
puede confiar en que los faes cumplan su palabra.

Mordió algo silencioso que parecía una maldición y apartó sus manos
de mis muñecas.

—¿Estás bien? —Sostuve su mirada mientras pasaba un dedo por el


inicio de su ala de nuevo… vi sus ojos entrecerrarse, vi su mandíbula
apretarse de nuevo—. Pareces un poco... afectado por algo. No es
desagradable, ¿verdad?

Sacudió la cabeza, con la respiración entrecortada mientras yo añadía


un segundo dedo a mi exploración. La calidez se desplegó dentro de mí ante
ese sonido… ante la visión de la Muerte Silenciosa, lenta e irrevocablemente
perdiendo el control de si mismo. Su mano se aferró a mi cintura, tan
apretada que casi me dolía. También ignoré esa advertencia.

—¿Es este el momento de empezar a preguntar qué quieres tú, Creon?


280
Su mueca era mitad agonía, mitad diversión mientras sus dedos
tensos deletreaban una sola palabra: Víbora.

—Estoy jugando con las reglas que tú hiciste —murmuré—. ¿Cuánto


tiempo vas a tardar en romperlas primero?

Se limitó a negar con la cabeza, con los ojos entrecerrados, mientras


yo volvía a pasar las yemas de los dedos por la suave membrana, buscando
los puntos más sensibles, las victorias más dulces. A nuestro alrededor, las
celebraciones se volvieron más ruidosas, más salvajes. A la sombra de la
pared de huesos, Creon permanecía inmóvil, una estatua de puños cerrados
y mandíbula apretada. Todavía resistiendo cualquier sensación que hiciera
que sus alas revolotearan de esa manera, cualquier placer que hiciera que
sus ojos se volvieran tan vidriosos entre sus largas y oscuras pestañas...

Quería tocarlo. Tenía tantas ganas de probarlo que me dolía.

Pero yo iba a ganar esta guerra, al diablo con los anhelos y los deseos.
Iba a volverlo loco hasta que ya no pudiera contenerse, y entonces lo tendría,
con las manos y los labios en cada centímetro irresistible de su cuerpo...
Pasé por un punto justo por encima del inicio de sus alas, y él aspiró
un repentino aliento entre los dientes. Su pecho se elevó con esa inhalación
tersa, los músculos se tensaron contra su camisa, y reaccioné con un reflejo
de deseo cegador, una necesidad repentina y desesperada de sentirlo aún
más cerca. Mi mano se posó en su pecho antes de que mi mente pudiera
intervenir, clavada en aquellos músculos delgados, bebiendo por debajo el
traqueteo de los latidos de su corazón.

Sus ojos se abrieron de par en par.

Por un momento, los dos nos quedamos inmóviles, mirando esos


dedos traicioneros míos, agarrando su pecho laborioso con una intención
obvia e innegable.

—Mierda —dije.

La sonrisa que se dibujó en sus labios… era salvaje.

—Mierda. —De repente, mi respiración se convirtió en un chirriante y


superficial lío de risas y nervios. Nunca me había dado cuenta tan 281
bruscamente de mi propio pecho, de mis pechos rozando la seda de mi
corpiño, de mis pezones endureciéndose hasta convertirse en guijarros bajo
su mirada—. Bueno. Es hora de irse a casa, ¿no? Ha sido una noche
encantadora, pero...

Su brazo volvió a rodearme la cintura, tirando de mí contra él. Lo


suficientemente apretado como para sentir su aliento febril en mi frente. Lo
suficientemente apretado como para sentir, oh, dioses, el bulto de su
erección contra mi estómago, más dura y mucho, mucho más grande de lo
que había parecido en el Laberinto.

Sus dedos se enroscaron alrededor de mi pecho dolorido antes de que


pudiera jadear.

Ya no sentía nada más. Ya no estaba al tanto de nada más. Podríamos


haber estado sentados en el trono de la Madre con todas las criaturas fae
mirándonos y no me habría dado cuenta. Solo estaba su mano acariciando
mi pecho. Sus dedos amasando mi suave carne con una ternura tan
despiadada. Su pulgar frotaba lenta y perezosamente círculos alrededor de
mi pezón hasta que el placer se volvió tan urgente que casi se convirtió en
dolor. Le arañé la muñeca en un intento desesperado por detenerlo y al
momento siguiente encontré mis dos manos inmovilizadas contra mi
espalda, fácilmente contenidas por los dedos de su mano izquierda mientras
su derecha continuaba su dichoso tormento.

—Creon...

Su nombre se disolvió en un jadeo mientras pellizcaba mi pezón entre


el pulgar y el índice, enviando un destello de necesidad aguda directamente
al calor que se acumulaba entre mis piernas.

—Creon... Creon, la gente nos verá.

Lanzó una rápida mirada por encima de mi hombro, el brillo salvaje


de sus ojos se volvió más salvaje. Solo entonces me di cuenta de que los
gritos detrás de mí ya no sonaban particularmente violentos, que, de hecho,
sonaban como varios individuos sacando sus pulmones. Festividades
feéricas. Resultó que mi cara podía calentarse aún más.

—Sácanos de aquí —suspiré—. Por favor.


282
Me soltó el pecho con una última caricia perezosa. ¿Por qué?

Por qué. Apenas respiraba ahora, el calor creciente sofocaba incluso


el aire de mis pulmones. Sonidos de gemidos detrás de mí. Hormigueo en la
piel por todas partes. La excitación de la Muerte Silenciosa presionando en
la parte inferior de mi estómago, suplicando por mis manos, mis labios...

Ya no pensaba. Solo... quería.

Me soltó las muñecas sin luchar, como si ya supiera lo que estaba a


punto de hacer. Me puse de puntillas. Apreté mis manos alrededor de su
rostro. Enterré mis dedos en sus mechones de seda y tiré de él hacia mí, en
un beso que había deseado, necesitado, desde que me soltó en la oscuridad
multicolor del Laberinto.

Maldito sea todo al infierno, entonces.

Se encontró conmigo en un choque de pasión voraz y desesperada, el


primer roce de sus labios olvidando todo pensamiento sensato, toda objeción
decente a la que aún pudiera haberme aferrado. Esta vez no hubo una
exploración cuidadosa, ni una presentación amable. Me besó sin piedad, la
pequeña humana que se había atrevido a desafiarlo, que se había atrevido
a atormentarlo… me besó como un hombre hambriento cuya hambre podría
ser satisfecha al fin. Labios envolviendo los míos. La lengua entrelazándose
con la mía. Su respiración coincidía con los gemidos entrecortados que
brotaban de mis pulmones, un ritmo jadeante de locura compartida. Me
rodeó la nuca con una mano, acercándome aún más. Encerrándome en sus
brazos, dirigiéndome, controlándome.

Oh, él tenía demasiado control aquí. Y estaba demasiado contento


consigo mismo.

Le pasé una mano por debajo del brazo y volví a pasarle las yemas de
los dedos por el ala.

Un temblor lo recorrió, violento y gloriosamente indómito. Con un


silbido agudo, me levantó y me hizo girar, presionándome contra la pared
cubierta de huesos con el peso muscular de su cuerpo. Sus dedos frenéticos
estaban sobre mí, reclamando, conquistando. Profundizando en la nueva
suavidad de mis caderas. Vagando por mi estómago, nuestro trato olvidado.
Y arriba... más arriba... 283
Sus alas se abrieron detrás de él, un escudo oscuro entre el mundo y
yo, cuando finalmente levantó su mano izquierda hacia mi pecho y tiró hacia
abajo del escote engastado en oro.

Con un jadeo, golpeé su pecho con las manos y eché la cabeza hacia
atrás.

—¡Creon!

Su boca rozó la piel sensible justo debajo de mi oreja, y jadeé de nuevo,


mi último gramo de autocontrol se desmoronó. Salón de huesos. Madre.
Faes. Ojos. ¿Podría? Pero volvió a apartar los dedos de mi vestido y los giró
sobre mi pecho... Más allá de mi clavícula. A lo largo de mis costillas. De
nuevo hacia abajo, en un deslizamiento lento y sensual...

Mi cerebro aturdido por la lujuria tardó un momento en darse cuenta


de que estaba escribiendo, dibujando las letras en mi piel con la yema de
ese dedo tan sabroso.

Detén.
Me.

El aire escapó de mis pulmones en un suspiro de rendición.

—Creon...

Su dedo se quedó quieto. Entrecerró los ojos, midiendo cada uno de


mis parpadeos, cada una de mis respiraciones, mientras apoyaba sus
manos contra la pared a ambos lados de mis hombros y bajaba su frente
hacia la mía. Una pregunta en su mirada, un desafío.

Detenme, había dicho.

O si no...

Dejé que mi cabeza rodara hacia atrás contra la pared de huesos. Me


encontré con sus ojos salvajes, negros como la noche. Y bajé la mano desde
su pecho hasta los botones de sus pantalones, rodeando con los dedos el
bulto duro que había debajo.

Los huesos se pulverizaron bajo sus dedos a ambos lados de mi


284
cabeza.

—Sácanos de aquí —repetí, con voz ronca. Oh, dioses, la forma gruesa
y abrasadora de él mientras frotaba mis manos a lo largo de su enorme
longitud... Mis rodillas casi se doblaron ante la sensación contra la palma
de mi mano—. Porque no voy a parar. Y no necesito la compañía de tu madre
para esto.

Se rindió.

Al momento siguiente, yo yacía en sus brazos, un pequeño juguete


púrpura apretado contra su pecho mientras él se movía entre la multitud de
faes que bailaban y bebían. Al cabo de unos instantes, estábamos fuera de
la sala, en la antesala, más fresca y tranquila, con sus ventanas... pero
Creon no desplegó las alas para salir volando, de vuelta al pabellón. En lugar
de eso, giró a la izquierda y abrió la primera puerta que encontramos,
revelando una habitación oscura, una gran cantidad de sofás cubiertos de
terciopelo y los cuerpos enredados de tres fae desnudos en la esquina más
alejada.
Sus gemidos y retorcimientos se calmaron de inmediato cuando la
Muerte Silenciosa irrumpió en su escondite. En el momento en que sacó su
cuchillo, todavía un poco ensangrentado por el último fae que había muerto
en el extremo equivocado de la hoja, se precipitaron hacia la salida, dejando
atrás la mitad de su ropa en su pánico.

—Creon. —No pude evitar la risa histérica que brotó de mí en el


momento en que cerraron la puerta detrás de ellos—. Podrías haber buscado
otra...

Me puso en pie y me besó, ahogando el resto de mi frase bajo sus


labios.

—Vaya. —Cada palabra salía como un gemido entre sus besos, entre
las atenciones de sus manos en mis caderas, en mis pechos. Si no fuera por
la pared a mis espaldas, habría caído de rodillas—. ¿Estás un poco... oh…
impaciente por algo?

En respuesta, apartó la seda violeta de su camino y deslizó la mano


entre mis piernas desnudas. Se me escapó un grito deshilachado cuando
285
pasó un dedo por el calor escurridizo y resbaladizo que lo esperaba: una
prueba condenatoria, y ya no podía importarme. No cuando me clavó dos
dedos a la vez, llenándome tan profundamente que no dejaba espacio para
pensamientos en mi mente. No mientras frotaba con el pulgar ese punto
felizmente sensible entre mis muslos y me veía arquearme contra él, como
un gato que observa a su presa acercándose, acercándose, acercándose.

Tenía que acercarme. Tenía que sentir más de él, obtener más de él.
Inmovilizándome contra la pared, metió y sacó sus dedos de mí, duros y más
duros y luego de nuevo con una delicadeza despiadada, hasta que no fui
más que una necesidad a su alrededor, ardiendo y a punto de explotar.
Ahora mi cuerpo se movía solo, retorciéndose contra su mano solo por
instinto, retorciéndose para que su pulgar me tocara justo donde lo
necesitaba... No me quedaba orgullo que perder. ¿Qué sentido tenía el
orgullo frente a aquella agonía, aquella felicidad que destrozaba los huesos
y que sus dedos mantenían fuera de mi alcance?

—Creon —logré decir—. Creon, por favor...


De repente retiró los dedos y los levantó entre nosotros. La piel
entintada brillaba en el tenue resplandor de las luces del exterior, brillaba
con mi humedad mientras él firmaba: ¿Quién está impaciente ahora?

Solté un bufido, con las rodillas temblorosas.

—¿Vamos a estar probando puntos el resto de la noche?

Solo un punto.

—¿Que soy una pequeña puta de faes después de todo? —La chica de
los establos tenía razón: iba a derrochar hasta la última pizca de mi moral
por probarlo, y ni siquiera me importaba. Pero el labio de Creon se curvó,
una mueca oscura y salvaje.

Que deberías desear más.

—Te deseo. —Las palabras brotaron de mis labios, una verdad tan
fácil y peligrosa. Agarré sus pantalones, tiré de él más cerca, abrí los botones
con manos temblorosas—. Te deseo tanto que podría morir por eso, y yo... 286
yo...

Me observó, tenso como la cuerda de un arco a punto de ser soltada.

—No puedo dejar de desearte —susurré. Mis dedos encontraron su


propio camino en sus pantalones, como para demostrar mi punto, incapaz
de mantenerme alejada de la tentación de su polla esforzándose contra la
tela. El primer contacto casi me hizo caer de rodillas. Era tan dura, tan
suave como la seda, tan abrasadora… para mí. Para mí. Se me quebró la
voz—. Trato de parar, y entonces me encuentro pensando en besarte de
nuevo, me encuentro pensando en follarte, como si no me hubieran dicho
que me mantuviera alejada de ti toda mi vida...

Las palabras salieron de mis labios cuando la cordura volvió a mí en


un solo y doloroso aguijón.

Alejada de él. Porque él era la Muerte Silenciosa. Porque era un


asesino, un monstruo que solo dejaba sufrimiento. Y allí estaba yo, en el
corazón mismo del reino de los fae, mojada y dispuesta en sus brazos...

Y no iba a parar.
No quería parar.

Mi cuerpo ardía. Su polla era una promesa pesada y brutal en mi


mano. Iba a follármelo porque quería follármelo. Lo que me hacía...

Podría haber jurado que conocía cada pensamiento que pasaba por
mi mente mientras estábamos allí, cuerpo a cuerpo, probando y esperando.
Sus ojos brillaban con una oscuridad inhumana en la noche, examinando
algo que yacía más profundo dentro de mí que la médula misma de mis
huesos.

Ya no estábamos demostrando puntos.

Qué momento tan extraño para ser honesta.

—¿Me convierte en un monstruo? —logré decir, los temores cayeron


sobre mis labios por fin—. ¿Desearte?

Su sonrisa... no era una sonrisa. Era una herida abierta. Era una
oscuridad melancólica que se extendía por su rostro y lo transformaba en 287
algo herido, atormentado y completamente desgarrador.

¿Me hace inocente desearte?

Lo miré fijamente, incapaz de respirar. Al verlo, tal vez, por primera


vez, el monstruo, sí, pero también el macho que había detrás, y el corazón
que había escondido tan, tan desesperadamente detrás del orgullo violento
y la depravación tentadora.

Y lo entendí, por fin. Que por mucho que alguna vez lo hubiera
despreciado, por mucho que esperara despreciarlo, nunca lo odiaría ni
siquiera la mitad de lo que él se odiaba a sí mismo.

Algo se fracturó dentro de mí.

—Qué atrevido de tu parte —susurré—, suponer que soy tan inocente.

Me empujó contra la pared y volvió a pegar sus labios contra los míos.

Follar primero, hablar después. Saboreé el alivio de su beso. Podría


haberlo destrozado en ese instante, podría haber vuelto a llamarlo monstruo
y haberlo golpeado directamente en el corazón tras esos escudos que no
había soltado en ciento treinta años por lo menos. En lugar de eso...
Lo deseaba.

Monstruo o no, lo deseaba.

Respiró con dificultad mientras le clavaba las manos en los hombros,


lo más parecido a un gemido que había oído de él. Mis rodillas se
convirtieron en pulpa. Pero me agarró antes de que pudiera desplomarme,
me levantó contra la pared y me besó con más fuerza, con lengua, dientes y
locura, y ya no pude contenerme. Atrapada entre él y el frío mármol,
sostenida en sus brazos, envolví mis muslos alrededor de sus caderas y me
apoyé contra el duro acero de su erección, incapaz de pensar en nada que
no fuera esta feroz y frenética necesidad de tenerlo dentro de mí. Mi
recompensa fue otra de esas respiraciones forzadas: la Muerte Silenciosa,
deshaciéndose.

Extendiendo la mano por encima de su hombro, volví a deslizar mis


dedos por el borde de su ala.

El autocontrol que le quedaba se hizo añicos. Con un jadeo áspero,


inclinó las caderas, apoyando su ancha punta contra mi núcleo. Se me
288
escapó un maullido. Esa presión, esa deliciosa presión...

—Por favor.

Se deslizó dentro de mí, lenta y deliberadamente.

Pensé que podría alejarme de la necesidad de sentirlo más y más y


más profundo, hasta que se envolvió tan profundamente dentro de mí que
apenas podía respirar y aún quería más. Necesitaba más. Pero no iba a
decirle que podría perecer en el acto si no obtenía más de su polla de
inmediato, así que en lugar de eso apreté mis muslos alrededor de sus
caderas y susurré:

—¿Es eso todo lo que tienes?

Se apartó y se estrelló contra mí en respuesta, lo suficientemente


fuerte como para forzar un grito ronco de mis labios. Y otra vez. Y otra vez.
Dejé que mi cabeza rodara hacia atrás y me rendí a su poder bruto, a la
sensación salvaje de su polla llenándome una y otra vez… sí. Esto. Sus
manos fuertes apretando mis caderas. Sus respiraciones gruñidas
acompañaban mis gemidos sin sentido. Y esa hermosa y deliciosa
circunferencia de él abriéndome, estocada tras estocada...

Iba a reventar. Iba a destrozarme por falta de satisfacción si no llegaba


pronto a ese borde que se cernía ante mí, más cerca con cada empuje y, sin
embargo, tan lejos de mi alcance.

Creon se inclinó mientras se hundía en mí, raspándome la oreja con


los dientes. Su aliento agitado rozó mi cuello, y por un momento imaginé
que oía mi nombre en ese susurro de aire sin sentido.

Fue ese pensamiento el que me deshizo.

Estallé en pedazos como las piedras que él me hizo romper,


pensamientos, gemidos y cordura destrozándose en sus brazos mientras mi
liberación finalmente me desgarraba. Se encendieron luces detrás de mis
ojos. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Creon se echó hacia atrás
mientras me retorcía a su alrededor y, por un momento, pensé que me
dejaría caer. Entonces sentí el calor húmedo de su semilla, que salpicó mi
vestido destrozado, mi vientre y mis piernas.
289
Gemí. Ni siquiera este desastre blanco y pegajoso podía saciarme.

—Creon...

Me rodeó con sus brazos, tirando de mí contra su pecho. Sus alas se


enroscaron a mi alrededor, envolviéndome en una oscuridad cálida y salada
que olía a lujuria, placer y límites rotos.

No quería pensar en límites ahora.

Le rasgué la camisa, untando su semilla por toda la tela de valor


incalculable, y apreté mis labios contra su pecho desnudo. Su respiración
se detuvo cuando pasé mi lengua por su suave piel. Un sabor a sal y lujuria,
en efecto, y a posibilidades agradables.

Mañana. Mañana pensaría en las consecuencias.

Ahora mismo, necesitaba un baño. Y se me ocurrían peores


compañías en las que tomarlo.
15

290
El sol brillaba y, sin embargo, el pabellón estaba más oscuro de lo
habitual.

Parpadeé contra la luz del día cuando me desperté, o al menos contra


lo poco que llegaba a mis ojos. Oscuro: algo oscuro yacía sobre mí,
eclipsando la mayor parte de la suave luz blanca y verde que entraba por
las ventanas floridas.

Un ala.

Parpadeé de nuevo y me desperté abruptamente. Terciopelo negro se


extendía sobre mí, las venas oscuras brillaban donde el brillo del sol llegaba
a través de la suave membrana. El ala de Creon. Sobre mí.

Sólo entonces, cuando las observaciones llegaron a mis pensamientos


conscientes con un retraso casi cómico, me di cuenta del pecho cálido y
firme contra mi espalda desnuda. Las piernas enredadas con las mías. El
brazo que yacía protectoramente alrededor de mi cintura, la mano
bronceada apoyada contra mi vientre. Parpadeé y los recuerdos volvieron a
mí muy lentamente: una cruel celebración de faes, una habitación oscura,
un baño y...
Oh, dioses.

Algo estaba presionando mi muslo. Algo cálido, duro y demasiado


familiar.

Cerré los ojos de nuevo, permitiendo que la conciencia de la noche


anterior me inundara. Entonces había perdido el juego. Sufrido una derrota
aplastante, más exactamente. Recordé vagamente haberme subido encima
de él en una bañera humeante, frotando manos de jabón espumoso sobre
sus alas una y otra vez porque disfrutaba demasiado la vista de su polla
temblando en respuesta. Lo que sea que me había pasado exactamente la
noche anterior… había encontrado tentáculos de pulpo más inclinados a
mantener la distancia.

Había perdido. Perdido vergonzosa y desgraciadamente.

Sin embargo, me sentía extrañamente triunfante.

Creon tenía razón. Quería perder ese juego. Y ahora que había
experimentado exactamente lo que implicaba perder... probablemente 291
podría convencerme de rendirme unas cuantas veces más. Esa agradable
dureza clavada en mi muslo ya estaba avanzando a buen ritmo para
convencerme.

Puta de faes. ¿Realmente había sido hace apenas una semana que salí
de esos establos, convencida de que no quería volver a verlo nunca más?

Una semana.

Algo más se agitó en mi cerebro. Me tomó un momento darme cuenta


de qué era... Estaremos aquí en siete días, por la mañana.

Lyn y Tared. Oh, Zera, ayúdame. Entre los bailes fae y la investigación
del Laberinto, me había olvidado por completo de llevar la cuenta de los días.
¿Qué hora era? Lo que podía distinguir de la luz del sol parecía
increíblemente brillante para ser temprano en la mañana: había dormido
demasiado tarde. ¿Cuánto tiempo me esperarían en Faewood? ¿Qué
conclusiones sacarían si no me presentara en absoluto?
Por lo que sabían, Creon me había ahogado en el mar mientras tanto.
De todos modos, no confiaban en él. Mi aparente desaparición realmente no
ayudaría a aliviar las tensiones.

Y si no los encontraba ahora, ¿cómo sabré cuándo encontrarlos?


¿Cómo encontraría aliados? ¿Dónde obtendría respuestas?

Todo rastro de consuelo había desaparecido. Salí de debajo de ese


brazo musculoso y empujé el ala hacia un lado para liberarme. No había
tiempo que perder. Al menos Creon todavía no se había movido detrás de
mí. Si todavía estaba dormido, tal vez podría escabullirme y regresar antes
de que se diera cuenta de que no había estado en sus brazos todo el tiempo...

Una mano se cerró alrededor de mi muñeca mientras me empujaba


hacia el borde de la cama.

Chillé, dando la vuelta. La mayor parte de él todavía yacía donde había


estado hace un momento, la mitad inferior de su cuerpo desnudo
lamentablemente oculta bajo las mantas. Pero había levantado la cabeza
uno o dos centímetros de la almohada, sus ojos oscuros brillaban y estaban
292
alerta, y sus dedos alrededor de mi muñeca no se sentían como los dedos
de un hombre que acababa de despertar.

—Oh —dije, parpadeando hacia él—. No estabas dormido.

Una comisura de su boca se arqueó, una expresión triste que era más
una pregunta de preocupación que una sonrisa. Incluso sin sus gestos,
podía adivinar las palabras. ¿Por qué te escapas así?

¿Qué podría decir? ¿Saldré a tener una agradable charla con algunos
de tus viejos amigos, que también pueden ser tus viejos enemigos por razones
que aún no me han dicho? Lyn y Tared me habían pedido que no le dijera
que estaban aquí. Incluso si confiara en él, ignorarlos era un riesgo. Sin
entender completamente sus razones, ¿quién sabía qué confrontaciones
catastróficas podría provocar si ignoraba su pedido?

—Sólo... voy a dar un paseo rápido —dije débilmente, saboreando el


dolor en mi lengua. Un paseo. Después de esta noche… después de todo lo
que había cambiado entre nosotros.
No se movió, examinándome con esos inquietantes ojos negros, como
un médico en busca de heridas. No, no por las lesiones, sino por el
arrepentimiento. Por rastros de cordura regresando a mi mente a la clara
luz del día, por la comprensión de lo que había hecho saliendo a la superficie
y rompiéndome.

Esperando, me di cuenta, a que lo odiara de nuevo.

Y aquí estaba yo, huyendo de su cama y casa en el momento en que


desperté.

Oh, Zera, ayúdame. Debería quedarme. Quería quedarme. El calor de


su cuerpo todavía permanecía en mi espalda, un poco demasiado agradable
para ignorarlo. Pero Lyn y Tared me estaban esperando, y quería sus
respuestas a mis preguntas, quería que confiaran en mí, quería saber
cuántos más estaban de nuestro lado contra la Madre.

—Volveré —logré decir, sin estar segura de lo que podría decir para
minimizar el daño—. Estaré bien. Sólo necesito un paseo para aclarar mi
cabeza, ¿de acuerdo?
293
Sus dedos en mis muñecas se aflojaron ligeramente, pero no
felizmente.

—Creon...

Él asintió y me soltó, pero sus ojos se detuvieron en mi rostro, llenos


de preguntas ansiosas. Llenos de miedo. Ciento treinta años sin un alma
con quien hablar, y ahora finalmente me había abierto un poco la puerta.
¿Cuánto le costaba dejarme ir?

Y aun así me había soltado.

Una punzada de algo mucho más peligroso que la pura lujuria, algo
terriblemente cercano a la admiración, me atravesó.

—Pero será mejor que me prepares el desayuno —dije, volviendo todo


mi cuerpo hacia él—. No creo que me vaya por mucho tiempo.

Su sonrisa parecía un poco más genuina ahora. Alguna especifi…

Lo besé antes de que pudiera terminar esa pregunta.


Todavía sabía a mí. Me trajo recuerdos de sus labios en lugares
completamente diferentes, y podría haberme sonrojado un poco cuando lo
solté. Creon permaneció inmóvil entre las mantas mientras yo me retiraba,
con los labios entreabiertos y los ojos aturdidos.

No iba a permanecer lejos por mucho tiempo, decidí al verlo. Tener a


la Muerte Silenciosa enrollado en la punta de mi dedo ofrecía demasiadas
posibilidades agradables en casa.

—Panqueques estaría bien —dije, luego salté de la cama, me puse el


primer conjunto de ropa que pude encontrar y salí corriendo sin mirar atrás.

Apenas había dado diez pasos cautelosos sobre el límite de Faewood


cuando una cabeza salvaje de rizos rojos entre los árboles llamó mi atención.
Bien. Al menos todavía estaban aquí, y al menos esta vez no tendría que
enfrentarme a un sabueso primero. 294
Lyn estaba apoyada en uno de los nudosos troncos de los árboles
mientras yo caminaba por la arena, su rostro pecoso brillaba, pero había un
rastro de esa preocupación asombrosamente madura en sus ojos. Sólo
cuando me acerqué a unos pocos metros de ella, me sonrió y me dijo:

—Buenos días, Emelin.

Era casi mediodía, a juzgar por la posición del sol. Puede que haya
estado esperando aquí durante horas.

Hice una mueca.

—Lo siento, llego tarde.

—Está bien. —Lo dijo alegremente, pero de nuevo no se me escapó la


pizca de preocupación. Quizás no estaba demasiado disgustada porque mi
aparición tardía fue al menos mejor que mi ausencia total—. Tenía a Tared
para que me hiciera compañía. Caminemos un poco.
Caminamos justo detrás de la primera línea de árboles, lo
suficientemente cerca como para ver aún el mar azul brillante, pero ocultas
de los faes que pasaban por encima.

—Entonces, ¿dónde dejaste a Tared? —dije.

—Oh, más hacia el bosque —dijo vagamente—. Le pedí que echara un


vistazo a otros lugares potencialmente interesantes.

Le lancé una mirada sospechosa.

—Qué desconfianza —dijo alegremente—. Muy raro.

—¿Querías hablar conmigo a solas?

—Por supuesto. —Su sonrisa se amplió—. Tared empieza a fruncir el


ceño cada vez que alguien menciona a Creon, y eso no parecía especialmente
útil para fomentar una conversación abierta. Lo superará.

Me froté los ojos, divertida y ligeramente ofendida por Creon al mismo


tiempo.
295
—Entonces, ¿cuál es exactamente el problema entre esos dos?

Lyn lanzó un suspiro.

—Larga historia.

—Quieres decir que no me lo vas a decir.

—Hoy no. —Se detuvo junto a un arbusto que se parecía a todos los
demás, sacó una resistente mochila de lino del follaje y luego me dirigió una
mirada de disculpa—. Pero siéntete libre de hacer preguntas sobre cualquier
otra cosa. ¿Algo para comer?

Pensé en Creon y los panqueques, pero decidí que un pequeño


refrigerio no vendría mal.

—¿Ustedes simplemente dejan bolsas con comida por todo Faewood?

—Más o menos —dijo alegremente—. Beyla nos dejó este aquí ayer.
Todavía debería quedar algo de pastel.
Comer pastel con una inmortal de siete años en medio de Faewood,
justo después de haber llevado a la cama a un fae asesino. También podría
aceptar que lo de esta mañana ya no tendría sentido.

—El pastel suena genial —dije.

Lyn me entregó un paquete pegajoso de pasteles de higos y luego me


hizo un gesto para que me sentara. Nos instalamos entre las enredaderas y
los árboles delgados, contemplando la tranquila playa de arena blanca.
Después de unas semanas en territorio fe, sabía que no debía asumir que
la playa permanecería en paz si nos aventurábamos al aire libre por mucho
tiempo.

Tomé un bocado de pastel y lo mastiqué lentamente, considerando por


dónde empezar.

Lyn se abrió camino a través de su porción a una velocidad


impresionante, luciendo completamente feliz con cada bocado que tragaba.

—Entonces. ¿Preguntas? 296


—Debería haber preparado una lista —admití. Podría haberlo hecho,
si no hubiera estado inesperadamente ocupada cosiendo vestidos y
follándome faes. Pero parecía mejor no decirle eso mientras yo no estuviera
muy segura de qué hacer con los acontecimientos—. ¿Quién es Beyla?

—Una de nuestra gente.

Eso al menos provocó algo de inspiración.

—Está bien. Entonces, háblame de tu gente.

Lyn acercó las rodillas a su pecho y las rodeó con sus brazos.

—¿La Alianza o los fénix?'

—Ambos, pero comencemos con los fénix.

—Ah —suspiró y se frotó la cara—. Solíamos vivir un poco al sur de


aquí antes de que los refugiados humanos comenzaran a llegar desde el
continente y todo comenzara a cambiar. Nunca fuimos tantos, sin embargo.
Hoy en día... unas cuantas docenas.
—¿Tan pocos?

—Los últimos siglos no han sido demasiado pacíficos.

—No, pero... —dudé—. Nacen de nuevo después de morir, ¿cierto?

—Sólo si alguien quema nuestros cuerpos. Si me enterraran o me


arrojaran al fondo del océano o me disolvieran en ácido, sería muy mortal.

—Oh —dije, aturdida.

Ella me dio una sonrisa dolorida.

—Los fae se enteraron, por supuesto, y tuvieron mucho cuidado en


destruir nuestros cadáveres de todo tipo de formas desagradables. Si Tared
no hubiera arrancado mi cuerpo de sus manos un par de veces no estaría
sentada aquí.

Tared, un par de veces… ¿y nunca nadie más?

Abrí la boca para hacer esa pregunta, pero Lyn añadió: 297
—Y después de que ella nos ató... —vaciló.

Olvidé sentir curiosidad por su relación exacta con el elfo.

—¿Sí?

—Ella nos quitó algo, ¿sabes? A cada individuo a quien ató. —Lyn me
lanzó una mirada inquisitiva, como para comprobar si ya había oído esta
parte de la historia. Cuando no la interrumpí, ella continuó—: Es parte de
la magia, hasta donde yo sé. Para la mayoría de las mujeres de pueblos
mágicos, lo que ella tomó fue su fertilidad.

Parpadeé.

—¿No puedes tener hijos?

—No. Ninguno de nosotros puede. Así que durante las últimas


décadas hemos estado... —Se encogió de hombros y nuevamente me dedicó
esa sonrisa de dolor, como para asegurarme que estaría bien, a pesar de
todos los signos de lo contrario—. Disminuyendo lentamente.

—Oh. —El pastel ya no me parecía tan atractivo—. Lo siento mucho.


Esta vez su sonrisa fue un poco más genuina. Di un mordisco de todos
modos, porque me parecía de mala educación no comer nada, y reflexioné
sobre el asunto durante un minuto.

—¿Te curarías si ella muriera?

—Probablemente —dijo Lyn lentamente—. Honestamente, es difícil


decirlo. No sabemos mucho sobre la magia que usó, y los detalles no están
del todo claros ni siquiera para las personas que la han estudiado lo más
exhaustivamente posible.

—¿La gente la ha estudiado?

Ella se rio entre dientes, como si me confiara un secreto.

—Yo lo he hecho. Nuestros recursos son muy limitados.

—Podría preguntarle a Creon si hay algo en la biblioteca aquí —dije—


. Hemos estado mirando... cosas. Quizás pueda ayudar.

Lyn me lanzó una mirada.


298
—Cosas.

—Cosas —confirmé alegremente, y ella se rio de nuevo, apartándose


un rizo rojo rebelde de su mejilla mientras sacudía la cabeza.

—Bien. Me alegraría que no confíes ciegamente en nosotros. ¿Cómo le


va a Creon?

El tono de su voz me tomó por sorpresa. No fue una pregunta casual


para llenar el silencio. Todo lo contrario: debajo de su alegría infantil parecía
genuina y profundamente preocupada.

¿Podría decirle que él me sonrió estos días? ¿Bromeó conmigo? ¿Dejó


a un lado su orgullo y aprendió a comunicarse sin voz por primera vez en
ciento treinta años?

Sin voz... una realización me golpeó.

—Espera. —Ella tomó algo de nosotros—. Lyn, ¿fue así como él perdió
la voz? ¿Porque ella lo ató?
Ella asintió, pareciendo sorprendida incluso con las mejillas llenas de
pastel de higos. Me recosté contra el árbol más cercano y consideré ese
punto, tratando de sumar las líneas de tiempo que conocía.

Pero él dijo que sólo perdió la voz durante la Última Batalla. ¿Nunca
lo ató en los siglos anteriores a que cambiara de bando?

Lyn sacudió la cabeza y luego se tragó el pastel.

—¿Te contó algo sobre la época anterior a la batalla?

—No parece que le guste hablar de eso —dije débilmente.

—No le gusta. —Se apartó otro rizo de la cara—. Por lo que me dijo,
ella no lo ató en su infancia porque temía que eso limitaría el desarrollo de
su magia. Y para el momento en que sus poderes se hubieron asentado por
completo, él ya no la dejaría más.

Parpadeé.

—Él no la dejaría.
299
—Él es el mago más fuerte de ambos —dijo con una sonrisa triste– E
incluso en los años en que él todavía era completamente leal a ella... bueno,
orgullo fae.

—Ah —dije con amargura. ¿Qué había dicho? La gente lo admiraba,


le temía o ambas cosas. Por supuesto, un príncipe fae cuya dignidad
dependía de sus poderes no renunciaría a ellos gustosamente, ni siquiera
por la Gran Dama y madre a la que servía—. Ya veo. Entonces, ¿cómo
consiguió atarlo después de la guerra?

Lyn se encogió de hombros.

—Si alguna vez consigues que te lo diga, asegúrate de hacérmelo


saber.

—Oh.

—Estaba demasiado ocupada muriéndome de miedo para seguir lo


que hacían los demás —añadió, con un dejo de disculpa irónica en su voz—
. Nos tenían cautivos después de la batalla. Tared, yo y algunos otros que
estábamos… en la cima de todo. En realidad, esperaba que ella nos matara
tan pronto como tuviera tiempo.

En la cima de todo. ¿Significaba eso que estaba hablando con una


niña de siete años que había sido líder del levantamiento de mis
antepasados?

Una pregunta para más adelante; una de las muchas, por ahora.

—¿Y luego no te mató?

—No. Simplemente nos ató. —Hizo una mueca—. Cuando terminó esa
inusual muestra de misericordia, Creon ya había regresado a la corte como
su leal asesino. Ni siquiera me enteré de que había perdido la voz hasta
meses después.

Intenté imaginar eso. Escuchar que el antiguo cautivo al que habías


considerado un aliado, tal vez incluso un amigo, ahora se había unido a tu
presunto enemigo mutuo con suficiente entusiasmo como para renunciar a
parte de su magia por ello. Magia a la que se había negado a renunciar hasta 300
el momento. Magia que no podía verse obligado a abandonar. El odio en los
ojos de Tared... tal vez pudiera entenderlo.

—¿Puedo hacer una pregunta estúpida?

Se rio entre dientes.

—Ah. Mis favoritas.

No pude evitar reírme.

—Ni siquiera estoy segura de cómo responderías. Simplemente…


¿cómo suena su voz?

Lyn guardó silencio durante un rato, un silencio largo y pensativo,


apoyando la barbilla en las rodillas mientras contemplaba el mar ante
nosotras. Luego, en voz baja, dijo:

—Solía cantar.

Mi corazón dio un doloroso latido.

—¿Lo hacía?
—Sólo cuando pensaba que no podía oírlo.

—Oh. —Eso sonaba más propio de él—. ¿En los meses en que no
hablaba contigo?

—Sí. —Volvió a dudar y luego se enderezó—. Honestamente, la mayor


parte del tiempo que pasé con Creon fue conversando a través de la puerta
cerrada de una celda. Lo capturamos unos cuantos siglos después de la
guerra. ¿Te lo dijo?

Negué con la cabeza.

—Bueno —suspiró—. Lo hicimos. Algunos de nosotros sólo querían


matarlo, pero los convencí de mantenerlo con vida. Mira, esperaba que
pudiera darnos información sobre los movimientos de la Madre, que, bueno,
como dije, al principio no abrió la boca. Pero aquellos momentos en los que
cantaba para sí mismo... —Se encogió de hombros con rigidez—. Me
convencieron de seguir intentándolo.

¿Seguir intentándolo para qué? Si se trataba sólo de una cuestión de 301


inteligencia militar, no veía cómo un amor inesperado por la música sería
de alguna manera relevante para ese tema. Lo que parecía sugerir que sus
intentos de interrogarlo habían sido… se habían convertido en más que eso.

Complicado, había dicho en nuestro primer encuentro. Recordé ese


brillo desesperado en sus ojos cuando le dije que Creon tal vez no fuera el
traidor que ella había pensado.

En algún momento, a ella empezó a importarle.

Y quizás esa era la razón por la que preguntaba más. Si hubiera sido
Tared en su lugar, con el odio parpadeando en sus ojos cada vez que se
mencionaba el nombre de Creon, me habría sentido avergonzada de
investigar una parte de su historia que ni siquiera me había insinuado, los
eventos que lo hicieron traicionar a su gente y a su propia madre. Pero esto
no era un chisme malicioso. Esto era una conversación entre… ¿amigas?
Este era un intento de descubrir qué oscuridad vivía dentro de él y cómo
calmarla.

—Y al final habló —dije.


Lyn respondió la pregunta sin más empujones.

—Lo hizo. Es decir, primero intentó sorprenderme con algunos


informes elaborados sobre sus actividades durante la guerra hasta ese
momento. —Hizo una mueca—. Eso no fue muy bonito.

—¿Te sorprendiste?

— Para nada. Sabíamos quién era.

Un monstruo, bien podría haber dicho. Tragué.

—Ah.

—Luego, después de un tiempo... —vaciló—. Después de un tiempo,


empezó a hacer preguntas. Y luego… nos dio algunas respuestas.

Me di cuenta de que ni siquiera sabía qué preguntas hacer. Esa parte


de la vida de Creon, la época anterior a la Última Batalla, me resultaba aún
más opaca que las décadas posteriores. Entrenamiento. Violencia. Muerte.
Me froté los ojos y solté:
302
—¿Sabes de dónde vienen esas cicatrices?

Una pregunta ridícula. No es la más relevante ni la más urgente en


absoluto. Pero Lyn ni siquiera parpadeó.

—De su entrenamiento cuando era niño. Cada vez que él cometía un


error, ella le tatuaba las heridas resultantes.

—Oh. Dioses. —Allí estaba de nuevo, en mi mente: el pequeño niño


alado, esta vez cubierto de sangre—. Eso es malo.

—Oh sí. Aunque me llevó un tiempo convencerlo de ello.

—¿Qué?

—Que marcar los errores en el cuerpo de un niño para siempre no es


una forma particularmente honorable de entrenarlo —dijo, haciendo una
mueca—. No parecía pensar que fuera tan impactante.
—¿Qué? —Dejé escapar una risa desconcertada—. Eso... pero ni
siquiera les hacen eso a todos los niños fae. Debe haber notado que ella lo
trataba peor que a los demás, ¿no?

—Por supuesto —dijo, con una sonrisa irónica—. Ese era otro motivo
de orgullo para él.

—¿Ser tan poderoso que fue torturado para pulir sus poderes a la
perfección?

—Exactamente.

Oh, Creon. No es de extrañar que no hubiera sentido orgullo ni


satisfacción cuando me describió sus poderes por primera vez.

—Hay muchísimas de esas historias —añadió Lyn, examinándome


con clara preocupación. No me atrevía a pedir más ejemplos—. Estoy segura
de que también me ocultaba las peores partes. Y sé que eso no es una
excusa: él mismo ha hecho terribles, terribles cosas, pero...
303
Ya no parecía alegre. Ya ni siquiera pretendía estar alegre. Sentía que
ahora nos estábamos acercando a respuestas, respuestas que ya no se
referían sólo a Creon.

—Mira —continuó, ahora con voz tranquila—, si alguien no sabe que


hay una opción en primer lugar, ¿realmente puedes culparlo por lo que
termina haciendo?

Algo me decía que esa era una de las preguntas que haría que Tared
frunciera el ceño con vehemencia, pero me froté los ojos y dije:

—¿Estás diciendo que realmente no vio otras opciones? ¿Antes de que


lo capturaran?

—Él había sido criado y moldeado por ese mundo. Por los deseos de
ella para él. Nadie jamás lo confrontó con una realidad en la que él no fuera
el pináculo de la Creación misma. O con una realidad en la que valía la pena
salvar vidas.

Tragué. Panqueques. El mismo hombre fae del que estaba hablando


probablemente me estaba horneando panqueques para el desayuno en este
momento. Y aquí estaba yo, sentada escondida en el asesino Faewood con
la persona que de alguna manera lo había transformado de un monstruo
a...

En lo que sea que fuera ahora.

¿Me hace inocente, desearte?

—Ya veo —logré decir— ¿Cómo diablos lo sacaste de eso?

—Ella lo dejó para morir cuando lo capturamos —dijo Lyn


lentamente—. Huyó para salvar su propio pellejo después de que él casi se
suicidó para protegerla. Así que esa fue la primera oportunidad.

Oh, Creon.

—Creo que todos esos meses que estuvo en silencio, estuvo


mayormente en silencio porque no tenía idea de qué decir —continuó,
mirando al mar—. Cómo alinear el mundo consigo mismo nuevamente. Así
que hablé y hablé y hablé sobre la vida, sobre mis amigos y mi familia. Y
entonces, un día, bajé y él estaba sentado en la puerta de la celda, me miró 304
y me dijo: «Tú proteges a las personas que amas». Lo primero que dijo. Y
luego todo se vino abajo bastante rápido.

Me ardían los ojos. Estoy tratando de mantenerte a salvo.

—Y luego regresó —susurré.

—Sí. Y yo estaba… —Se quedó en silencio por un momento, con los


labios apretados—. No le digas a Tared que dije esto, pero ni siquiera estaba
enojada. Estaba simplemente devastada. Porque realmente pensé que él era
mejor que eso. Y luego, cada vez que encontramos los restos de sus víctimas
en el siglo pasado, todo ese dolor, toda esa crueldad... —Se estremeció—.
Me dolió más que antes de conocerlo. Porque esta vez parecía que había
tomado la decisión deliberada de hacerlo.

Tragué.

—Lo hizo.

—Sí. Pero quizá no por las razones que yo pensaba.

Las razones que había pensado: que era un cobarde, o peor aún, un
asesino sin corazón al que realmente no le importaba. Y luego estaba esa
mirada que me había dado anoche, el odio en sus ojos… Había tomado la
decisión de regresar al lado de su madre, sí. Tomó la decisión y se odiaba a
sí mismo por ello.

Todo ese dolor. Toda esa crueldad.

Todavía estábamos hablando del hombre que me prepararía el


desayuno cuando regresara. Quien probablemente me regalaría otra ronda
de placer alucinante si quisiera y no me tocaría ni siquiera con un dedo si
no quisiera.

Poco a poco estaba sintiendo náuseas. No quería pensar más en


Creon, no quería intentar encontrarle sentido, qué era él, qué era yo, qué
éramos el uno para el otro.

—Háblame de la Alianza —dije, y Lyn se movió, su rostro se iluminó


un poco.

—¿Qué quieres saber?


305
— Quiénes son, estos días. ¿Todos elfos y fénix?

—Una gran parte son elfos. Son unos cabrones muy asesinos. Lo dijo
con cariño. Pero también tenemos un par de vampiros. Algunas ninfas.
Algunas personas que están entre razas. En realidad, fragmentos del viejo
mundo mágico.

—¿Y un demonio? —dije, recordando la historia de Creon sobre


Thysandra.

Lyn se puso rígida

—¿Te habló de eso?

—Acerca de... ¿cómo se llama, Anaxia?

—Oh. —Volvió a hundirse contra el árbol, pero su ceño no se suavizó—


. Acerca de Naxi. Ya veo. —Su sonrisa no era particularmente
tranquilizadora—. ¿En qué contexto surgió ella?

—Thysandra —dije lentamente, y Lyn me miró fijamente como si le


hubiera dicho que Thysandra también era un demonio.
—Oh, dioses.

—¿Qué?

—Si alguna vez vienes con nosotros, por amor a los dioses en los que
creas, no le menciones nunca a Thysandra a Naxi. Se necesitan días para
que deje de llorar.

—¿A… qué?

—Algunos incidentes durante la Última Batalla —dijo Lyn, haciendo


una mueca—. Otra larga historia. Naxi es un poco sensible respecto a...

—Oh —dije, comprendiendo de repente—. ¿Eso es mutuo?

Ahora era ella la que parecía desconcertada.

—¿Qué?

—Thysandra... —Señalé a la corte que estaba detrás de nosotros—.


Creon dice que le ha estado pidiendo una manera de contactar a Anaxia. 306
Lyn me miró fijamente, con los ojos brillantes muy abiertos y luego,
de repente, se echó a reír.

—Oh, dioses —dije de nuevo, incapaz de reprimir mi propia sonrisa.


Su diversión era contagiosa—. ¿Estás diciendo que pelearon durante dos
días y desde entonces se han estado suspirando la una por la otra? ¿Por
décadas? Después de intentar matarse la una a la otra por...

—¡No me preguntes! —resopló, se secó algo del ojo y luego se echó a


reír de nuevo—. Oh, pobre y dulce Naxi. Muchas gracias por decirme esto.
Tendré que pensar cuál es la mejor manera de darle la noticia a...

—¿Por qué hablas de ella como si fuera una niña frágil? —Cualquiera
que pudiera enfrentarse a Thysandra durante dos días completos,
cualquiera que hiciera que Creon pareciera pálido y sombrío, debería ser
capaz de manejar algunas verdades potencialmente desagradables, ¿no?—.
Ella es un demonio, ¿no? ¿No debería ser... ya sabes, aterradora?

Lyn dejó de reír abruptamente.

—Creon no te ha contado mucho sobre los demonios, ¿verdad?


—No, pero sonaron bastante desagradables por su descripción.

—Sí, me imagino que sí —gimió—. Está bien. Eso es… algo a


considerar.

Algo a considerar… ¿para qué? ¿Cuánto confiaba ella en mí? ¿Cuánto


confiaba ella en él? Fruncí el ceño.

—¿Hay algo que no me estás diciendo?

—No estoy segura —dijo lentamente.

—Eso es un sí.

—Tal vez.

—Otro sí.

Me dio una sonrisa irónica.

—Emelin, no me malinterpretes, aprecio tu compañía y entiendo que 307


no me confiarás nada, pero es difícil decidir cuánto se supone que debo decir
cuando no tengo idea de para qué te necesita Creon. O qué cosas estás
haciendo todo el día. No quiero causar problemas hablando de secretos
equivocados.

Por poco que me gustara, podía entender ese punto. Después de todo,
yo estaba guardando secretos por la misma razón.

¿Podría contarle más? Quería contarle más, pero ¿cómo podía estar
segura de que esos bastardos asesinos a los que ella llamaba sus aliados no
aparecerían para secuestrarme en medio de la noche si sabían de mis
poderes? Necesitaba más tiempo para prepararme. Más tiempo para
protegerme. Tal vez tuviera más tiempo para contarle primero a Creon lo
que estaba pasando.

—¿Entonces? —dije.

—Entonces hablaré con Tared al respecto. —Ahora sonrió con un poco


más de sinceridad—. Quien tiende a estar más firmemente del lado de la
honestidad y un poco menos del lado de la precaución, por lo que es muy
probable que quiera hablar contigo lo antes posible.
Logré soltar una risita.

—Dile a Tared que lo aprecio.

—Oh, él ya lo sabe. Es mutuo. —Me dedicó su sonrisa más amplia y


pecosa—. A los elfos les suele gustar la gente que no sabe lo que significa la
diplomacia.

Resoplé, más complacida de lo que quería admitir.

—Me alegra saber que logré impresionar a alguien.

Lyn se rio a carcajadas mientras saltaba.

—Sobreviviste semanas sola en compañía de Creon. Créeme, Tared no


es el único que está al menos un poco impresionado.

Me pregunté qué tan impresionada estaría si le contara todo el alcance


de mi supervivencia en casa de Creon. Una vez más decidí no hacerlo.
Presumiblemente no tomarían muy en serio mi juicio sobre su carácter si lo
supieran.
308
Así que me puse de pie, siguiendo su ejemplo, y dije:

—¿Cuándo te volveré a ver?

—Probablemente estaremos aquí mañana, a última hora de la tarde.


¿Eso funciona?

—Mañana está bien —dije—. Estaré aquí.

A estas alturas, podría haber dejado de almorzar con la Madre para


descubrir qué secreto me estaba ocultando Lyn.
16

309
Corrí todo el trayecto hasta casa, con la mente dando vueltas, pero los
pies renuentes a aminorar el paso.

El paseo no me había aclarado las ideas. Todo lo contrario: las


palabras de Lyn no habían hecho más que añadir una nueva profundidad a
la ya de por sí complicada cuestión de todo lo que Creon era y podría haber
sido. Tal vez eso debería haberme disuadido de acercarme aún más,
haberme hecho preguntarme en qué demonios me estaba metiendo. Pero
con su historia de aquellos años pasados resonando en mis oídos...

Solo quería abrazarlo. Y luego hacerle miles de preguntas.

Puede que esta vez incluso me responda. Al menos sabía qué


preguntar. Conocía algunos de los puntos dolorosos que debía evitar. Quizá
llevaría un tiempo, diablos, quizá semanas, pero si había confiado en mí la
noche anterior, ¿al final volvería a confiar en mí?

Si quería que él confiara en mí, no solo para demostrar algo, sino para
ayudarle, ¿no supondría eso toda la diferencia del mundo?

Pronto estaba sudando bajo el sol abrasador de la playa, con los pies
resbalando por la arena y ni siquiera eso podía hacerme parar. Solo quería
verlo. Quería asegurarme de que aquellos años crueles de la Última Batalla
habían quedado realmente atrás, de que ya no era aquel hombre que había
relatado con orgullo las historias de sus crímenes, que había vivido la
tortura y la consideraba un cumplido.

Pocas veces me había sentido tan aliviada al ver los contornos


cubiertos de rosas del pabellón surgir de entre los árboles.

Y pocas veces mi corazón se había hundido tan abruptamente al ver


a Creon en el porche.

Algo, lo supe en ese primer vistazo, estaba mal. Muy mal. No quedaba
ni rastro del arrogante príncipe fae en su mustia postura; estaba recostado
contra uno de los pilares del pabellón, con la nuca contra la madera, los
ojos cerrados en una expresión que en nada se parecía a la sonrisa aturdida
que me había dedicado antes de mi salida. Ni siquiera era una expresión de
cansancio. Eso al menos habría tenido sentido después de nuestras
travesuras de la noche anterior. Pero la dura máscara de su cara... lucía,
más que nada, vacía. 310
Ni rastro de panqueques por ninguna parte. Ni rastro de ningún
desayuno, en realidad.

¿Había estado fuera demasiado tiempo? ¿Había empezado a creer que


finalmente había huido de él y que no volvería? Pero en realidad no había
pasado más de media hora e incluso si eso lo había puesto los nervios de
punta, al menos debería haberme oído acercarme. Debería haber levantado
la vista. Debería haberse sentido aliviado.

Pero incluso cuando crucé la última distancia hasta el pabellón,


rompiendo las ramas bajo mis pies con un poco más de ruido del necesario,
su figura desplomada no se movió.

—¿Creon?

Por fin abrió los ojos y me observó sin saludarme. Subí los escalones
del porche y me quedé inmóvil, sin saber qué decir ante la mirada penetrante
de aquellos ojos sin fondo.

—¿Qué ocurre?
Deletreó, Rhudak.

Me quedé mirando su mano mientras volvía a caer y se abría un hueco


en mi estómago.

Rhudak. Donde una misión fae había pasado las últimas semanas
averiguando exactamente quién era el culpable de la descarada petición de
tasas de tributo más bajas. Ahora esos primeros exploradores habían
regresado a casa y con resultados exitosos, si la celebración de la noche
anterior era algún tipo de señal. ¿Qué esperaba que hiciera ahora la Madre,
sentarse y disfrutar del conocimiento?

Por supuesto que habría castigos. ¿Y a quién más enviaría ella para
encargarse de ellos?

—¿Ella… te va a enviar allí?

Mis palabras salieron demasiado bruscas. Demasiado sorprendidas.


Demasiado... distantes.
311
Asintió con la cabeza, volviendo a cerrar los ojos.

—Se supone que tienes que matar gente.

Otro asentimiento con la cabeza.

Avancé tambaleándome los últimos pasos y me hundí en el porche


junto a él, a medio metro de distancia. Matar gente. Él iba a matarlos, a los
gobernantes que habían visto la injusticia que sufría su pueblo, que habían
corrido ese riesgo valiente y temerario de desafiar a la propia Corte Carmesí
en un intento desesperado por mejorar la vida en su isla... y ahora morirían
por no haber sido más que decentes y sería Creon quien...

Mi cerebro se quedó en blanco.

—¿No puedes dejarlos escapar? —Mi voz era demasiado aguda—.


Como hiciste con... ¿No puedes enviarlos a la Ciudad Blanca en secreto?

Ella quiere que sea público.

Ahora me temblaban las manos. Una ejecución pública. Para enviar a


todas las almas de la isla el claro mensaje de la Madre: no te metas con los
fae a menos que quieras ser el próximo destripado por estos cuchillos.
—Entonces haz lo que hiciste en Cathra: quema alguna casa y espera
que nadie se dé cuenta de que no están dentro cuando...

Demasiado rápido, hizo un gesto, cortándome.

El pastel de higos volvió a mi garganta, con un sabor agrio y


nauseabundo.

—Ella… quiere que los mates más despacio.

Otro asentimiento. Seguía sin levantar la vista.

—En público. Quiere que los tortures hasta la muerte en público. —


¿Cómo había podido creer anoche que la sangre en sus manos no
importaba? ¿Era realmente tan superficial como para ignorar una historia
de asesinatos tortuosos solo porque sabía que él preferiría no haberlos
cometido? Pero aquí el pasado se convertía en presente, un presente
flagrante e injusto y de repente, volvía a ser tan inevitablemente real. Yo me
sentaría aquí en el pabellón, comiendo platos exquisitos y leyendo libros de
valor incalculable. Y mientras tanto, él estaría ahí fuera, en el extremo norte 312
del archipiélago, torturando hasta la muerte a humanos que no habían
hecho nada para merecer ese destino.

Lo había tocado.

Ya no me atrevía a siquiera ponerle la mano en la rodilla.

—Pero tiene que haber algo que podamos hacer —susurré. Nosotros.
Ahora tenía que haber un nosotros. Él tenía que estar de acuerdo conmigo,
luchar conmigo, pensar en algo conmigo. Ahora éramos la resistencia,
¿cierto?

Sacudió la cabeza, con los ojos aún cerrados.

—Por favor. —Se me quebró la voz—. No es justo. Sabes que no lo es.


No han hecho nada para merecer morir así, para que los hieran así. ¿No
puedes avisarles para que huyan?

Me dirá que entonces me lleve a sus familias.

—Entonces haz que todos huyan, haz... —Inhalé fuertemente. ¿Hacer


huir a toda la isla? Eso no sería posible, aunque él quisiera hacerlo. Y
mientras gente se quedara atrás, habría víctimas que matar, víctimas aún
más inocentes que las que se habían arriesgado deliberadamente a enfadar
a la Madre.

—Entonces... entonces...

Por fin levantó la vista, con unos ojos tan fríos que me estremecí.

No.

—¿A qué te refieres con no? —Las palabras salieron de mí como


ráfagas de magia mal dirigidas—. No puedes aceptarlo sin más. Al menos
intenta...

¿Qué crees que he estado haciendo durante ciento treinta años? me dijo
chasqueando los dedos.

Me quedé helada. Creon apartó la mirada, con la respiración


entrecortada y agitada.

Ciento treinta años de misiones que no quería aceptar y de veredictos


313
que no quería ejecutar. Yo lo había sabido. Me había encontrado durante
una de esas misiones. Pero Cathra había sobrevivido y después de semanas
de pacífica lectura, entrenamiento y cocina, había sido tan fácil empezar a
creer que aquellos baños de sangre pertenecían a algún pasado del que
finalmente se había apartado... Había empezado a hablar a mi alrededor.
Había empezado a sonreír.

Pero yo no podía cambiar esto.

¿Me hace inocente, el desearte?

No. No, no lo hacía.

—Está bien —me oí decir—. ¿Cuándo tienes que irte?

Seguía sin mirarme. Las cicatrices de sus manos, cicatrices que su


madre le había tatuado en la piel como castigo cuando era más joven de lo
que yo era ahora, se movieron cuando hizo un gesto. Ahora.

—Está bien. —Como si fuera lo único que aún recordaba cómo decir—
. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
Algo más de un día. Vaciló y añadió: Estarás a salvo.

Lo estaría, sí. Tenía su reputación para protegerme y mi propia magia.


Los gobernantes de Cathra... no podían contar con ese lujo para salvar sus
vidas.

—Tendré cuidado —logré decir.

Asintió y se levantó con un movimiento felino. Antes de que pudiera


seguir su ejemplo, me tendió una mano, una silenciosa ofrenda de paz.

Debería tomarla.

Intenté tomarla. De verdad que lo hice. Pero solo pude mirar fijamente
aquellos dedos delgados y bronceados, las cicatrices marcadas con tinta, los
callos que sus armas habían marcado en su palma a lo largo de los años.
Pronto, muy pronto, esas manos torturarían la vida de hombres y mujeres
que no habían luchado más que por la justicia y la libertad. Públicamente.
Para asustar a toda una isla de humanos y devolverlos al lugar al que
pertenecían: la suciedad a los pies de la Madre. 314
Mi propia mano no se movía de mi regazo.

Durante uno, dos, tres latidos, permanecimos en un punto muerto,


mirándonos con angustia mutua. Entonces él retiró bruscamente la mano
y asintió con la cabeza, las persianas cerrándose de nuevo tras sus ojos.

Y se fue.

Hacia Rhudak. A matar.

Estuvo a diez pasos de mí antes de que encontrara mi lengua.

—Creon...

Con un movimiento tambaleante, se detuvo. Pasó otro momento


interminable antes de que se diera la vuelta lentamente, preparándose.

Sentí que mis labios se separaban sin sonido, sin plan. Buena suerte,
quise decir y por otro lado, tampoco quise desearle suerte a esta misión. Por
favor, que sea rápido, pero ya sabía que no podría. Hablaremos más tarde,
pero quizás una conversación complicada pendiendo sobre él era lo último
que necesitaba hoy.
—Por favor, mantente a salvo —dije.

La oscuridad en sus ojos no desapareció, pero sus dedos dijeron: Tú


también.

No me levanté de mi sitio en el porche mientras lo escuchaba


prepararse: pasos medidos y empacado eficiente tras aquellas apacibles
ventanas verdes y blancas. Pasaron unos minutos antes de que lo oyera salir
por el otro lado del pabellón. Pasos que se desvanecían. El batir de las alas.
Luego... silencio.

Permanecí donde estaba durante al menos otra hora, intentando dejar


de sentir y fracasando miserablemente.

Nada podía distraerme del pensamiento de Creon mientras hurgaba


en su casa y trataba de ocuparme de otra cosa, de cualquier otra cosa.
Hacerme la comida se convirtió en un recuerdo desesperado del desayuno 315
que nos habría preparado de no ser por la interrupción de la Madre.
Practicar mi Faerie me trajo de vuelta a ese maldito retrato en ese maldito
libro de historia, la imagen de los humanos muertos era aún más
repugnante ahora que ya no era un asunto de historia. Practicar mi magia
me hizo darme cuenta de que había empezado a apreciar sus comentarios y
mejoras, que enviar unas cuantas piedras a través de las ventanas no era
ni mucho menos tan divertido sin sus cejas levantadas y sus ocasionales
cumplidos ganados a pulso para mantenerme concentrada.

Ni siquiera intenté bañarme. No después de anoche.

Los materiales de costura seguían allí, los tres vestidos de valor


incalculable que Creon aún no había arruinado yacían tirados sobre un lado
del sofá. Traté de sentarme y ajustar uno de ellos, pero cada vez que cogía
una aguja, todo lo que podía ver, sentir y oír era el recuerdo de sus manos
arrancándome el vestido de la noche anterior.

Le había permitido. Le había dado la bienvenida. Mentiría si dijera que


el recuerdo no me hacía sentir un poco caliente y mareada por dentro.
¿Dónde estaría ahora? ¿Ya en Rhudak, preparando su larga
exhibición de crueldad fae?

No, aún no podía estar en Rhudak. El vuelo desde Cathra hasta la


corte le había llevado al menos varias horas, aunque no me atrevía a confiar
en mis cálculos exactos del tiempo. Rhudak estaba una vez y media más
lejos; difícilmente podía estar ya a más de medio camino.

Todavía había tiempo, sugirió una voz traicionera en mi mente. La


rechacé. No había tiempo. No iba a haber piedad, no esta vez.

¿Estaría ya allí?

Caminé por el pabellón durante al menos una hora, jugueteando con


libros que no tenía intención de leer, mirando muebles que había visto
cientos de veces antes. El sol se hundía por debajo de las puntas más altas
de los árboles. Habían pasado ya varias horas del mediodía.

Puede que ya haya llegado.


316
¿Iría a trabajar inmediatamente?

No lo había hecho en Cathra. Había esperado hasta el anochecer, a


pesar de que me había encontrado en ese jardín a última hora de la tarde.
Pero tal vez había necesitado unas horas para ajustar sus planes de una
matanza general a un encubrimiento de piedad y secuestro; tal vez habría
estado haciendo llover fuego y sangre sobre aquella plaza del festival a los
pocos minutos de llegar si no se hubiera fijado antes en mí y en mi magia.

Un violento escalofrío me recorrió. Aquella vez que me había


encontrado valía la pena el riesgo de salvar una isla entera. Esta vez...

No. No debería pensar así. Su misión en Rhudak no tenía nada que


ver conmigo; nunca había existido la posibilidad de que yo pudiera
impedirla.

Y, sin embargo, se sentía como un fracaso.

Había venido aquí para detener este tipo de cosas. Para poner fin al
reinado de la Madre sobre las islas humanas. Y ahora, semanas después,
¿qué había estado haciendo realmente? Aprender un idioma que no
necesitaba para matar, progresar insoportablemente lento con mi
entrenamiento mágico y follarme al macho fae que debería haber evitado
como a la peste.

Vaya ayuda que era. ¿Y ahora se suponía que debía holgazanear en


este lugar de lujo y abundancia hasta que Creon volviera de torturar hasta
la muerte a su siguiente grupo de víctimas?

Lancé una maldición. ¿Cuánto tiempo tardaría en regresar? Horas,


horas y horas. No soportaba comer. No soportaba sentarme. Demonios,
apenas podía soportar mirar este lugar, la mesa donde habíamos pasado
tantas horas en amable silencio, la cocina donde él había preparado la
comida para mí, la cama donde había dormido tan felizmente en sus brazos
la noche anterior. Si tuviera que esperar aquí, inútil e impotente, hasta que
finalmente regresara para lavarse la sangre de las manos...

La sola idea era insoportable.

¿Qué iba a hacer en su lugar?

Eliminar a la Madre parecía demasiado ambicioso para una tarde de 317


verano cualquiera. Visitar a Lyn y Tared era inútil; estarían de vuelta
dondequiera que estuvieran, discutiendo secretos que Lyn no se había
atrevido a contarme de inmediato. Colarme en la Corte en busca de libros
sobre ataduras mágicas sonaba demasiado imprudente después de la
promesa que había hecho de mantenerme a salvo.

¿Qué otra cosa podía hacer?

Mis ojos se posaron en la pila de libros y pergaminos que había sobre


la mesa. El Laberinto.

Todavía imprudente, por supuesto. Pero no tan imprudente como


marchar a la casa de la Madre por mi cuenta, y tal vez incluso lo
suficientemente manejable como para sobrevivir. Habíamos leído todo lo que
había que leer sobre el lugar. Tarde o temprano, tendríamos que regresar de
todos modos, y no íbamos a estar mejor preparados de lo que estábamos
ahora. Creon nunca había tenido problemas por su cuenta. Y al menos en
la última ocasión parecía que yo le caía bien al Laberinto.
Logré reírme a carcajadas ante ese último pensamiento. Era evidente
que me estaba volviendo loca, pero tal vez esa era la única manera de
sobrevivir en este mundo.

Y me volvería mucho más loca si tuviera que esperar en silencio hasta


bien entrada la noche.

Tomada la decisión, la vida regresó a mis extremidades. Al igual que


con la pérdida de mis padres, todo era más fácil de soportar cuando al
menos podía hacer algo. Necesitaba lápiz y pergamino para un mapa.
Necesitaba algo negro para poder mantener a distancia a los sabuesos de
Faewood. Necesitaba comida y agua, por si acaso hacía progresos
inesperados y pasaba varias horas explorando los túneles cubiertos de
gemas debajo de la montaña.

Tardé cinco minutos en ponerlo todo en orden y cinco minutos más


en dejar de lado mis dudas. Luego me puse en camino, con una mochila
llena sobre los hombros y una especie de inquietud decidida que me picaba
en las extremidades. 318
Creon definitivamente estaría en Rhudak ahora.

Aparté ese pensamiento. Enfocada solo en el bosque ominoso que me


rodeaba, los movimientos en las sombras y la misión que me esperaba. Los
sabuesos no vinieron a por mí esta vez. Tal vez mi vestido negro les advirtió
que se mantuvieran alejados.

Encontré la roca que ocultaba la entrada al Laberinto en media hora


y logré abrir la puerta con mi primer intento de magia amarilla. Contemplé
la posibilidad de cerrarla detrás de mí, pero con las historias de los fae
encerrados aún presentes en mi mente, me pareció una idea imprudente.
En lugar de eso, encogí un poco la puerta, dejando abiertos solo los dos pies
inferiores. Lo suficiente para salir. Con suerte, lo suficiente para que los fae
que pasaban volando no se dieran cuenta de que algo había cambiado en la
superficie de la roca que solo veían desde arriba.

Una vez resuelto esto, volví al Laberinto.

Seguía siendo tan hermoso como lo había sido la primera vez, historia
ominosa o no. Más antiguo que las Cortes, me habían enseñado los libros.
Lo suficientemente viejo como para que ni siquiera los dioses estuvieran
muy seguros de qué hacer con el lugar. Y, de algún modo, lo bastante
potente como para que la Madre no hubiera podido cerrarlo ni siquiera
cuando lo había intentado.

Con cautela apoyé mi mano contra la pared lisa del túnel y dije:

—Hola, hermosa.

Una ráfaga de aire caliente me golpeó en la cara.

—Lamento que haya tardado tanto en volver —dije, ignorando el


hecho de que estaba aquí coqueteando con una montaña y rezando por no
interpretar las señales de forma totalmente errónea, por no estar
enemistándome con este lugar con mis transparentes intentos de adulación.
Pero el aire húmedo del túnel no refrescaba. La puerta a mis espaldas seguía
abierta—. Tuvimos unos días muy ajetreados. Pero me alegro de volver a ver
este túnel. Sigue siendo el lugar más bonito de la isla que he visto hasta
ahora.

De nuevo esa brisa cálida. Se sentía... complacida. 319


—¿Puedo sentarme? —dije—. Me encantaría charlar contigo de...
bueno, de chica a montaña, tal cual. Probablemente tengas cosas mucho
más interesantes que decir que todos esos fae engreídos de ahí fuera.

Y en el suelo a mis pies...

Me quedé mirando la piedra mientras se movía, lentamente, como


arcilla gruesa colocada en su lugar. El suelo liso del túnel se transformó en
algo parecido a un asiento, todavía liso, todavía duro, pero con la forma de
una silla de descanso, y cuando me arrodillé para tocarlo, se calentó a una
temperatura ambiente agradable.

—¡Vaya, gracias! —dije, reprimiendo las ganas de correr y las ganas


de reír. Que los dioses se apiaden de mí. Había acertado de pleno, mucho
más de lo que me había atrevido a esperar. Me acomodé en mi nueva silla y
añadí—: Eso es mucho más acogedor de lo que el fae promedio ha sido
conmigo hasta ahora.

Un lento estruendo rodó a través de la piedra bajo mis pies. Me puse


tensa, convencida de que la salida se cerraría al momento siguiente.
Pero no pasó nada. ¿Solo el Laberinto reaccionando, entonces?

—Supongo que no te gustan demasiado los fae —concluí—. Me lo


imagino, de verdad. Simplemente irrumpieron aquí para construir ese
palacio encima de ti, ¿no es así? Tan grosero. Probablemente ni siquiera te
pidieron permiso.

Una polvorienta sensación de frío me recorrió. ¿Había dicho algo mal,


o el Laberinto simplemente estaba enojado por el mero recuerdo de esas
transgresiones pasadas?

Una montaña que se aferra a su ira durante cientos y cientos de años.


Allí mismo juré no volver a hablar mal de ningún fenómeno natural, por si
acaso eran realmente sensibles.

—Entonces no hablemos de faes —dije, acurrucándome más


cómodamente en mi asiento—. ¿Quieres hablar de colores en su lugar? Me
encantan tus colores. Mi padre era pintor, y sigue siendo pintor. Le
encantaría ver este lugar. Especialmente el verde. A mi padre siempre le
gustó el verde.
320
Durante dos, tres segundos, no pasó nada. Entonces...

La mayoría de los colores a mi alrededor se oscurecieron, envolviendo


el túnel en una oscuridad repentina. Pero los verdes brillaban, como los ojos
de un gato en la oscuridad: lima, oliva y esmeralda, centelleando a mi
alrededor como un cielo musgoso de estrellas.

—Oh, eso es hermoso —susurré, y ni siquiera exageré la adoración en


mi voz. A mi alrededor, el Laberinto temblaba, temblaba como las alas de
Creon bajo mis dedos la noche anterior.

No. No iba a pensar en Creon, cortando a los gobernantes Rhudaki en


pedazos lentos y crueles. Estaba aquí para hacer amigos.

El verde desapareció, pero los otros colores no regresaron en su lugar,


dejando el túnel en una luz gris y sombría. Esperé un momento y luego me
di cuenta de que no era la única.

—A mi madre siempre le gustó el naranja y el rosa —le dije—. La


puesta de sol era su momento favorito del día.
Diferentes gemas se iluminaron ahora, una paleta brillante de
mandarina, óxido, coral y melocotón. Los colores me recordaban tanto a mi
madre que tardé un momento en recuperar la compostura y gritar:

—Gracias. Es... impresionante.

De nuevo el Laberinto volvió a su oscuro estado de espera, y supe que


ahora era mi turno.

—Púrpura —susurré—. Azul y púrpura.

Como si hubiera oído la vacilación en mi voz, esta vez los colores


aparecieron lentamente. Suavemente. Los destellos azules y las gemas
brillaron al principio, pequeñas motas de azul celeste, cobalto y azul cerúleo
dondequiera que mirara; luego el púrpura se sumó a la sinfonía de colores,
desde el pálido vincapervinca hasta el violeta intenso del vestido que había
llevado la noche anterior.

Ese púrpura deslumbrante de la noche anterior, ese púrpura que


Creon había querido que me pusiera. 321
¿De dónde habían salido esas lágrimas en mis mejillas?

—Lo siento —logré decir cuando la pared se calentó a mis espaldas y


de repente estaba sollozando en serio, el cansancio y la confusión me
inundaban bajo el relajante espectáculo de esos colores centelleantes—. No
quería venir aquí y molestarte, te lo prometo. Ya no sé qué pensar, ya no sé
lo que estoy haciendo....

¿Qué quieres? Los dedos de Creon se movieron ante los ojos de mi


mente.

—La quiero muerta —susurré.

Los colores se volvieron más intensos a mi alrededor.

—La quiero muerta. A la Madre. —Mi voz se hizo más fuerte, pero no
me siguió ninguna ráfaga de aire frío. No se empujó ninguna trampa de
repente. Ella había construido su corte en una montaña renuente, había
tratado de destruir los tesoros que yacían bajo la tierra. Y supongo que
siempre quise que se fuera, en cierto modo, incluso antes de venir aquí,
incluso cuando no era más que la perra sin rostro que nos robaba la comida
y el dinero...

Pero había sido un enfado obligatorio y sin dirección. La odiábamos


como odiábamos el sol abrasador del verano en los días más calurosos y las
tormentas de otoño que podían arruinar una flota. Fuerzas de la naturaleza
sin rasgos distintivos, todas ellas. Y ahora... Ahora era la mujer que se
burlaba de mí y se mofaba de mí. La mujer que convirtió a su hijo en un
recipiente vacío de violencia. La mujer que tuvo que arruinar mi mundo una
vez más con crueldad y sangre que derramar, justo cuando había empezado
a creer que los fragmentos de mi vida podrían estar uniéndose después de
todo.

La quería muerta. Por las cicatrices de Creon, por la gente moribunda


de Lyn y por los mercaderes de Rhudak, que pronto volverían a esconderse
en la tierra.

—No sé cómo me las arreglaré —susurré a los tonos azules y morados


que centelleaban ante mí—. Es demasiado poderosa y antigua, y ni siquiera 322
sé cómo puedo llegar a ella, y mucho menos...

El Laberinto se oscureció abruptamente, dejando tras de sí nada más


que un crepúsculo gris. Cerré la boca de golpe y me puse de pie. Una vez
más, estaba preparada para ver cómo la salida del túnel se cerraba ante mis
propios ojos, pero antes de que pudiera moverme, las luces volvieron a
cambiar.

Esta vez, fue el suelo el que comenzó a brillar.

Brillantes vetas multicolores se iluminaban en la piedra oscura, a lo


largo del túnel, hasta la primera curva. Púrpura y azul, la mayoría de ellos,
como si el Laberinto estuviera tratando de decirme algo, estos son para ti.

No me atrevía a respirar.

—¿Estás... ¿Me estás mostrando el camino?

No hubo respuesta.

Salté de mi asiento y agarré mi bolso, balanceándolo sobre mis


hombros mientras seguía las venas brillantes en la roca hacia lo más
profundo de la montaña. La línea continuaba detrás de la curva, hasta la
grieta a dieciocho metros de distancia. Allí se inclinaba a la izquierda,
dejando la opción derecha oscura como la noche.

—¿Puedo tomar notas? —susurré, y el aire cálido pasó a mi lado. Casi


se me cae la bolsa por la prisa por sacar el pergamino y los lápices.

A trabajar, pues.

El rastro de luz me llevó cada vez más adentro de la montaña,


guiándome más allá de las encrucijadas y por senderos tan estrechos que
podría haberlos confundido con grietas en la roca si no fuera por la luz que
me mostraba el camino. Una parte de mí quería dejar el mapa por ahora,
seguir primero el rastro de luz y ver dónde terminaba. Pero la idea de
adentrarme cada vez más en este laberinto sin saber el camino de vuelta si
el Laberinto retiraba su apoyo no me gustaba en absoluto.

Así que conté mis pasos, tomé nota de las bifurcaciones en el túnel y
dibujé mi mapa. Y a cada paso, me tomaba un momento para felicitar al
Laberinto por las delicadas estalactitas, el techo arqueado o las elegantes
323
curvas de esta nueva parte.

Parecía funcionar. Las paredes no se movieron para encerrarme.

Dibujé, dibujé y dibujé, hasta que me dolieron los dedos, mi botella


quedó vacía y me quedé sin pergamino. Luego doblé mi mapa con el mayor
cuidado posible y dije:

—Me temo que empezarán a preguntarse a dónde he ido si me quedo


fuera mucho más tiempo. Pero volveré a verte mañana, ¿de acuerdo?

Las venas azules y púrpuras de la piedra parpadearon por un


momento. Le di unas palmaditas en la pared y regresé a la salida.

El cielo se había oscurecido en el exterior, convirtiendo Faewood en


un ominoso lugar de sombras y siluetas. Dudé un momento antes de
agacharme a través de la puerta baja, mirando hacia el Laberinto detrás de
mí. Había vuelto a su aspecto original, con gemas de todos los colores y
tamaños brillando ante mí desde las paredes oscuras.
—Me olvidé por completo de preguntar —dije—. ¿Cuál es tu color
favorito?

Un momento de vacilación.

Entonces las paredes se iluminaron de escarlata y carmesí, rubí,


ágata y granate, brillando dondequiera que mirara. Sonreí, frotando mis
dedos sobre la piedra preciosa en mi muñeca en un reflejo irreflexivo.

—Rojo para destrucción —susurré—. Me gustas.

Y con un último susurro de aire cálido, el Laberinto me envió de vuelta


a la noche.

324
17

325
Encontré el pabellón desierto e intacto. Sólo la cesta de comida en el
porche era evidencia de que alguien había pasado volando durante mi
ausencia.

Creon no estaba a la vista. ¿Dónde estaría, todavía tomándose su


tiempo para hacer nuevos agujeros en las caras de los gobernantes
Rhudaki?

No me atrevía a comer, pero puse las nuevas bolsas y frascos en los


estantes donde pertenecían para mantenerme ocupada. Luego tomé mi
mapa garabateado del Laberinto y me senté con más pergamino y tinta para
crear una versión más legible de mis apresuradas notas. Ya debía ser cerca
de medianoche, pero la idea de dormir me provocaba casi tantas náuseas
como la idea de comer.

Al menos si seguía trabajando, no tenía que sentirme culpable. No


tenía que pensar en las vidas que no podía salvar.

Los extendí todos sobre la mesa (mis propios bocetos del laberinto
subterráneo, el mapa inacabado de Creon) y me puse a trabajar. Líneas y
garabatos estrechos y meticulosos que indicaban túneles y distancias tal
como Creon los había anotado en sus propios dibujos hasta el momento.
Había profundizado más de lo que él lo hizo, incluso durante su semana de
exploraciones, pero claro, él se había tomado el tiempo para explorar cada
agujero y grieta, trazándolos hasta que llegaron a un callejón sin salida y
tuvo que regresar nuevamente.

Con la abundancia de divisiones y bifurcaciones que encontré, es


posible que hubiera llevado años encontrar el centro del laberinto de esa
manera.

Debería haberme sentido triunfante por los logros del día. Pero con el
destino de los objetivos Rhudaki como una picazón constante en el fondo de
mi mente, era difícil sentir algo más que una determinación sombría y
aburrida. Mis dedos estaban rígidos. Me dolía la espalda. Ya era más de
medianoche, pero seguí trabajando.

Dos tercios del mapa habían tomado forma sobre el pergamino


cuando, ya entrada la noche, el sonido de pasos rompió el silencio. No los
habituales e inaudibles pasos de Creon. Estos pies eran pesados y
desiguales mientras caminaban penosamente por el porche, como un 326
animal herido que arrastra sus últimos pies hasta su madriguera.

Me di la vuelta justo cuando el cristal desapareció detrás de mí y la


forma alada de Creon emergió de la oscuridad, su rostro gris como el
pedernal bajo el brillo de las luces del pabellón.

Se quedó helado al verme, sentada completamente despierta en su


mesa. Se quedó inmóvil, luego vaciló y se agarró al pilar más cercano en un
intento desesperado por mantenerse en pie.

—¿Creon?

Él se estremeció.

—¡Creon! —Salté del taburete y el corazón me dio un vuelco en la


garganta. Había sangre en sus manos, espesa y oscura. Un hedor demasiado
dulce a muerte y podredumbre se adhería a él mientras me acercaba, y por
el brillo pálido del sudor en su frente, podría haber creído que era suya—.
Creon, ¿qué pasó? Estás…

Sus dedos temblaban tan violentamente que apenas podía distinguir


los gestos. ¿Por qué estás despierta?
—No podía dormir, y el Laberinto... oh, por los dioses, ¿acaso importa?
¿Estás lastimado?

Sacudió la cabeza y entró sin mirarme a los ojos. Apenas llegó al sofá
y se estrelló contra los cojines como un pájaro herido. Sus alas cayeron
sobre sus hombros, temblando con cada feroz estremecimiento que lo
atormentaba. No el tipo de estremecimiento agradable. Parecía afiebrado:
afiebrado, con náuseas y al borde de la muerte.

¿Qué diablos había pasado? ¿Habían contraatacado los comerciantes


Rhudaki? Al ver el montón de miseria tirado sobre el terciopelo azul oscuro,
ni siquiera ese pensamiento pudo alegrarme.

—Creon...

Mejorará, lograron sus dedos, en gestos tensos y temblorosos. Tiempo.

—Pero qué…

Ve… cada gesto parecía requerirle el mayor esfuerzo, a dormir. 327


—Oh, vete al infierno —dije.

Sus dedos se pusieron rígidos.

—No voy a tomar una maldita siesta cuando parece que podrías
exhalar tu último aliento en cualquier momento... no, ni siquiera lo intentes.
—Había levantado la mano pero la dejó caer sobre los cojines ante mi
interrupción—. Responde mis preguntas. ¿Estás lastimado?

Sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—¿Tuviste una intoxicación alimentaria inesperada?

Otro movimiento de cabeza.

—¿Magia?

Esta vez, hizo una pausa por un momento y luego asintió. Un pequeño
movimiento de cabeza, casi tímido, pero ya tenía mi respuesta.

O al menos parte de mi respuesta.

—¿Alguien usó magia contigo?


Creon volvió a negar con la cabeza. Sus dedos dijeron: Está bien.

—Deja eso. —Mi voz se quebró por la preocupación y la frustración


mientras caminaba hacia él y caía de rodillas a su lado. Se tensó de nuevo.
Desde tan cerca, el sudor enfermizo de su frente tenía un brillo aún más
enfermizo. Me obligué a ignorar el olor a sangre y las huellas de violencia en
sus manos y cuchillos. Algo andaba mal, mucho más mal que después de
Cathra, y no iba a dejar que se pudriera aquí, incluso si la sangre en sus
cuchillas me hacía querer estremecerme.

Es…

—Si estás bien, entonces yo soy un calamar gigante. ¿Qué pasó? ¿Es
algún efecto secundario de la magia que usaste?

Con los ojos todavía cerrados, asintió.

—¿Por qué diablos te harías esto a ti mismo?

Un temblor lo recorrió de nuevo. No hubo respuesta. 328


Me tragué una maldición y me incliné sobre él, apartando mechones
sudorosos de cabello oscuro de su frente con tanto cuidado como pude. Se
le escapó un suspiro chirriante. El sonido se enroscó alrededor de mi
corazón como una enredadera apretada y espinosa.

—Creon... —Tenía que saberlo—. ¿Estás... estás de alguna manera


tratando de castigarte a ti mismo?' ¿Por lo que les hiciste?

Sus labios secos se abrieron mientras sacudía la cabeza, luchando


por encontrar las palabras. Envolví mi mano alrededor de su mejilla para
mantenerlo firme. Su piel estaba húmeda contra mi palma, como si su
cuerpo ya no pudiera encontrar la fuerza para mantenerlo caliente después
de horas de vuelo nocturno.

Se puso rígido bajo mi toque, pero sus ojos finalmente, con cautela,
se abrieron. Ojos amarillentos e inyectados en sangre me miraron
completamente abiertos, suplicándome desde el fondo del infierno.

—Por favor. —Se me quebró la voz—. ¿Qué te pasó?

Tomé... Sus dedos deletrearon las palabras. Su dolor.


—¿Hiciste qué?

Respiró hondo y se movió para sentarse más derecho. Lo dejé,


demasiado desconcertada para empujarlo hacia los cojines. Tomó su dolor.
¿El dolor de sus víctimas, los hombres y mujeres a los que había torturado
hasta la muerte apenas unas horas antes?

¿El dolor que él mismo les había infligido?

Lo miré fijamente mientras se ponía de pie y luego se hundía


profundamente en el terciopelo, exhausto por ese pequeño esfuerzo. Tomé
su dolor. No, eso no era posible, ¿verdad? Nunca había oído hablar de
ninguna magia capaz de hacer eso, pero claro, su madre era prácticamente
una diosa. ¿Quién podía decir que su magia antinatural no corría también
por sus venas?

—Tú... —Negué con la cabeza, sin estar segura de las palabras—.


¿Tomaste su dolor, te hiciste sentir su dolor, para que ellos no lo sintieran?

Él se estremeció y asintió. 329


—¿Cuán... cuántas personas?

Siete, dijeron sus labios.

—¿Te torturaste hasta la muerte siete veces hoy?

La forma en que sus hombros y alas se tensaron fue,


presumiblemente, un intento de encogerse de hombros. Mi respiración se
acercaba cada vez más al chillido. Mejorará, había dicho. Tiempo. Como si
esto hubiera sucedido muchas veces antes. Como si se hubiera
acostumbrado a ello, apenas se mantenía firme ante los ojos de su audiencia
y regresaba a casa como poco más que un cadáver...

La Muerte Silenciosa.

Porque mata sin sonido…

Oh, Zera, ayúdame.

—No gritan. —Mi voz era apenas un susurro—. La gente que matas.
Ellos... Dicen que nunca gritan. ¿Porque no hay dolor?
Sus dedos se movían inquietos y sin sentido sobre el terciopelo azul.

—Creon. —Apreté los puños en mi regazo, culpa, vergüenza y


repulsión brotaron con la hiel en mi garganta. ¿Qué había dicho aquella
primera noche? He estado mitigando el daño…—. Creon, ¿has estado
haciendo esto… te has estado matando y torturando… todo este tiempo?
¿Desde la Última Batalla?

Una sola lágrima escapó de su párpado cerrado y rodó por las líneas
pálidas y sudorosas de su mejilla.

—No. —No podía respirar lo suficientemente rápido, lo


suficientemente profundo, era como si alguien estuviera exprimiendo la vida
de mis pulmones. Puntos negros bailaban ante mis ojos—. Tú... oh, dioses,
no. Y te culpé por...

No te lo dije, lo interrumpieron sus dedos, luchando entre las letras.

—No, pero... —Contuve el aliento. ¿Qué decir? Pero nunca tuvo


sentido lo cruel que elegía ser si alguna vez fue lo suficientemente valiente 330
como para traicionarla. Debería haberme dado cuenta, o al menos debería
haberlo adivinado, que estaban sucediendo más cosas—. Oh diablos. Si lo
hubiera sabido...

No debería tener esta magia. Movimientos tensos y nerviosos. No la


quiero.

No debería tenerla. ¿Eso significaba que ni siquiera la Madre sabía


que él era capaz de hacer eso, calmar a sus víctimas con sus poderes? ¿Que
él tampoco quería que ella lo supiera?

—¿La heredaste?

Se puso rígido pero logró asentir vacío e impotente.

—Lo siento mucho —susurré. No podía encontrar mejores palabras.


Sentía que mi corazón estaba goteando: rabia, vergüenza y una admiración
dolorosa y retorcida tan grande que amenazaba con estallar a través de mis
costillas. Él había seguido asumiendo sus misiones. Durante más de un
siglo, se había encargado de llevar a cabo sus ejecuciones una y otra vez, de
hacerse sentir el dolor de su ira una y otra vez, porque ningún otro asesino
fae mostraría a las víctimas la poca misericordia que él podía darles en sus
últimos momentos.

Y yo lo había considerado un monstruo.

Lo había llamado monstruo.

Yacía debilitado sobre los suaves cojines, con los ojos cerrados, el
rostro gris y la respiración aún entrecortada. Temblores sacudían sus
extremidades y alas a intervalos irregulares, el dolor aún atormentaba su
cuerpo por heridas que nunca se mostrarían en su propia piel.

Me armé de valor, con cautela levanté la mano hasta su cara y le


acaricié la mejilla con los nudillos. De nuevo se tensó.

No.

—¿Eso... te duele?

Dudó brevemente y luego sacudió la cabeza.


331
—Entonces por qué…

No quieres… otra pausa, tocarme.

Su mano extendida esa mañana, la oscuridad deslizándose sobre sus


ojos. Oh, no.

—Creon...

Él no se movió.

—Estaba muy confundida esta mañana —logré reprimir otra punzada


de arrepentimiento—. Sobre... ya sabes. Todo.

Sus dedos temblaron. Lo siento.

—Si te atreves a disculparte conmigo una vez más, tendrás algo de


qué arrepentirte, ¿me oyes?

Dejó caer la mano sobre las almohadas pero asintió.

—Bien. —Me empujé hasta el borde del sofá y me puse de pie de un


salto—. Quédate allí. No te muevas. Regreso en un momento.
Deberías ir a dormir, hizo un gesto débil, forzando sus ojos a abrirse
como si la visión de su mirada llorosa pudiera convencerme.

—¿De verdad estás tratando de ofenderme?

Él parpadeó. Me volví hacia él y me abracé, buscando palabras,


verdades. Ofendida… Me sentía realmente ofendida. Me tomó un momento
entender por qué.

—Me has estado protegiendo aquí durante semanas —logré decir—.


Tú... Honestamente, has hecho más por mí que nadie en mi vida. Así que
no te atrevas a decirme que debería huir de ti ahora que necesitas ayuda
por una vez. No me digas que debería ser una niña asustada escondida
debajo de las mantas. Eso no es…

Me miró fijamente, con los ojos en blanco y confundido.

—Así no es como se trata a un igual —susurré—. Así que quédate ahí.


Déjame cuidarte.
332
Su garganta se movió. Pero él asintió.

Corrí a la cocina, llené una tetera, la puse en la estufa y arrojé un leño


nuevo al fuego humeante. Dejé que el agua hirviera, corrí al baño, llené un
recipiente con agua tibia y jabón, agarré algunas toallas y subí todo el bulto.
Creon todavía no había movido ni un dedo. Sólo sus ojos me seguían en mis
rondas.

Dejé el cuenco en el suelo a sus pies y mojé un puñado de toalla en


agua tibia. Luego, arrodillándome ante él, tomé su mano izquierda entre la
mía y comencé a frotar la sangre de sus dedos llenos de cicatrices con
movimientos firmes y suaves.

Me dejó, con la cabeza apoyada en los cojines y los ojos cerrados de


nuevo. Al menos ahora su respiración era un poco más regular.

Le froté la mano hasta que incluso los bordes de sus uñas y los
pliegues y callos de su palma ya no mostraron ningún rastro de violencia.
Luego pasé a su mano derecha, que estaba aún más sangrienta, y continué
el trabajo. Tuve que subirle la manga hasta el codo para quitarle hasta las
últimas salpicaduras de sangre. Lo que sea que les había hecho...
Lo que sea que se había hecho a sí mismo...

Esos siete humanos todavía estaban muertos. Sabía que lo estaban y


no deberían haberlo estado. Pero ahora que sabía lo que había hecho por
ellos, lo que había sacrificado por ellos, realmente ya no podía culparlo ni
siquiera por la más mínima fracción de su horrible final.

Sólo quería que dejara de temblar. Sólo quería que volviera a ser
arrogante, ingenioso y exasperante.

Enjuagué mi toalla y me levanté para sentarme a su lado en el sofá.


Se tensó cuando me incliné para aflojarle la camisa.

—Déjame —dije en voz baja, y él volvió a hundirse en el terciopelo


oscuro.

Desabroché la parte delantera de su camisa y luego las aberturas


ingeniosamente ocultas en la espalda que permitían pasar sus alas. Tembló
cuando le quité la seda. El plano ensangrentado y lleno de cicatrices de su
pecho emergió de debajo de la tela oscura, seguido por las crestas 333
ligeramente más limpias de su abdomen. Todas esas cicatrices, esos crueles
cortes negros por todo su cuerpo... errores, había dicho Lyn, y tuve que
morderme la lengua para no maldecir cuando comencé a frotar el agua con
jabón sobre su pecho también.

El agua tibia pareció calmarlo un poco. Cuando su pecho y sus brazos


finalmente estuvieron limpios, caminé hacia la cama, tomé la manta más
suave y volví a cubrir con ella con cuidado el torso desnudo de Creon. Sólo
cuando lo tuve arropado como a un niño pequeño volví a la estufa, donde el
agua ya estaba hirviendo.

Preparé una taza de té con miel extra, encontré algunos de los pasteles
de miel sobrantes de ayer en una lata y me lo llevé todo al sofá. Creon había
vuelto a abrir los ojos y me parpadeaba con una confusión tan desgarradora
que me dieron ganas de llorar.

—Espero que algo cálido ayude —dije torpemente.

Tragó visiblemente y asintió. Así que nos serví a ambos una taza de
té, cambié mi agua con jabón, encontré una toalla limpia y comencé a
enjuagar el sudor de su pálido rostro. Luego sus hombros. Luego su espalda
entre sus alas. Dudé allí, mientras él yacía hundido contra mí con su rostro
en mi hombro y sus alas colgando impotentes sobre el sofá detrás de él.

—¿Creon?

Volvió la cabeza un momento.

—Quiero quitarte el sudor, la lluvia y la suciedad de tus alas. ¿Es


desagradable si las toco?

Un pequeño movimiento de cabeza.

—¿Incluso si estás herido?

El dolor no es real. Si los dedos podían tartamudear, era lo que hacían


los suyos. No tiene ninguna fuente que puedas empeorar. Los toques… vaciló,
lo silencian.

Pasé con cuidado la toalla húmeda sobre sus alas manchadas. Su


suspiro... Sonó sospechosamente como un suspiro de alivio.
334
Entonces eso lo resolvía todo.

Continué, pasada tras pasada, hasta que cada centímetro del


terciopelo oscuro quedó impecable y húmedo. Luego dejé la toalla a un lado,
lo recosté sobre los cojines y me acurruqué contra su pecho. Los latidos
irregulares de su corazón todavía latían detrás de sus costillas. Los
escalofríos habían disminuido ligeramente mientras le lavaba las alas, pero
ahora regresaron, el peso de mi cuerpo no era suficiente para mantener a
raya el dolor fantasma.

Dolor de siete personas. Siete muertes lentas y tortuosas.

—¿Té? —susurré.

Dudó, luego asintió, luchando por sentarse más derecho. Lo empujé


hacia atrás, lo cubrí con la manta y bajé de su regazo para recoger su taza
del suelo. El té se había enfriado lo suficiente como para beberlo, pero
cuando levantó una mano para tomar la taza, todavía temblaba tan
violentamente que temí que se le cayera.

—Déjame hacer eso por ti.


Cerró los ojos pero volvió a asentir.

Puse la taza en sus labios y lo ayudé a tomar unos pequeños sorbos


hasta que volvió a hundir la cabeza en las almohadas. Inclinándome para
dejar el té en el suelo, murmuré:

—¿Y comida?

Sus dedos deletrearon, Más tarde.

Probablemente él sabía más. Así que me recosté en su regazo y volví


mi atención a sus alas caídas, pasando una mano por el borde de terciopelo,
saboreando la suave superficie bajo mis dedos. Su duro cuerpo se relajó
abruptamente debajo del mío ante el toque, pero su mano se elevó para
agarrar mi muñeca, manteniéndome quieta.

—¿Quieres que pare?

Me soltó con dedos tensos y vacilantes. No me moví, esperando que él


diera forma a las palabras. 335
No quiero que… vaciló durante cinco latidos completos, me toques por
deber.

Mi corazón se rompió de nuevo. Oh, dioses. ¿Deber? ¿Cómo había


creído que él era capaz de una crueldad despiadada y sin emociones?

—No eres un deber para mí.

Sus dedos callosos se curvaron alrededor de mi muñeca nuevamente.


Me enderecé en su regazo, me senté a horcajadas sobre sus muslos
musculosos y puse mi mano libre alrededor de su rostro. Sus párpados
temblaron pero permanecieron cerrados.

—Creon, mírame.

El tono amarillo de sus ojos al menos había disminuido un poco. Pero


ese brillo en ellos, esa súplica desesperada, todavía estaba ahí.

—Dijiste que estabas confundido acerca de mí —dije—. ¿Recuerdas


eso?

Las comisuras de sus labios se transformaron en una pálida sonrisa.


—¿Puedes siquiera imaginar vagamente lo terriblemente confuso que
has sido conmigo desde el primer día que vine aquí? ¿Siendo considerado y
honorable mientras te ofrecías como voluntario para masacrar humanos que
afirmabas saber que eran inocentes? Tú... —Logré reírme y le acaricié la
mejilla con el pulgar—. Durante semanas has sido todo lo contrario a deber
para mí, Creon. Cada pensamiento racional me ha estado diciendo que era
mi deber mantenerme alejada de ti. Simplemente no puedo.

Se sentó inmóvil, absorbiendo cada palabra, cada toque.

—Me dices que debería mejorar en desear cosas —susurré—. Y puede


que tengas razón. Entonces déjame desearte. Incluso si te sientes como un
desastre. Incluso si sientes que nadie en su sano juicio podría quererte
ahora.

Otro escalofrío lo recorrió cuando volvió a cerrar los ojos. Me incliné y


presioné mis labios en su frente, luego en su ceja llena de cicatrices. Errores.
¿Con qué frecuencia alguien le había dicho a ese joven fae que era querido,
amado y necesario? 336
—¿Me dejarás? —murmuré contra su piel.

Él se estremeció. Pero la mano que tenía alrededor de mi muñeca


finalmente se soltó.

El tiempo se ralentizó mientras me sentaba en su regazo y pasaba mis


manos por su cuerpo, trazando las líneas de sus alas y sus músculos una y
otra vez, ajustándome cada vez que sus escalofríos empeoraban o
disminuían. Al rato conseguí que se comiera medio pastel de miel; La
segunda mitad siguió una hora más tarde. Le di té hasta que encontró la
fuerza para sostener su taza él mismo. Encontré más mantas cuando
empezó a sentir frío. Y lo abracé, simplemente lo abracé y no lo solté,
mientras las horas pasaban y, poco a poco, muy lentamente, el temblor
desaparecía.

Horas.

Él había planeado quedarse aquí durante horas, sintiéndose como un


cadáver, apenas capaz de sentarse o caminar, mientras yo dormía el sueño
de un inocente y creía que él era un monstruo indiferente. Esperando a que
el dolor fantasma se aliviara, como lo había hecho tantas veces antes...
¿Era arrepentimiento o admiración lo que me invadía? Con sus brazos
rodeándome, algo de su antigua fuerza finalmente regresando a su abrazo,
se sentían lo mismo.

El amanecer no podía estar muy lejos cuando finalmente se movió y


gesticuló: Deberíamos irnos a dormir.

Nosotros, esta vez. No solo yo. Levanté la cabeza para mirarlo a los
ojos y murmuré:

—¿Puedes pararte y caminar? O…

Su asentimiento fue más decidido que antes, el gesto ya no era un


esfuerzo tan impotente. Logré sonreír, dudé y luego me acerqué para darle
un rápido beso en la frente.

Fue apenas más que un roce de mis labios, el consuelo más suave y
silencioso. Pero se puso rígido debajo de mí, conteniendo el aliento ante ese
toque plumoso, y cuando me aparté, un escalofrío completamente diferente
lo recorrió. 337
Uno que conocía mucho, mucho mejor.

Oh.

—Creon —suspiré.

Él me miró... sólo me miró, con ojos oscuros y sin fondo. Esperando


y… ¿queriendo?

Pasé un dedo por su mejilla, mi boca se secó de repente y nuevamente


su respiración se entrecortó.

Demasiado cansado para seguir fingiendo. Demasiado vulnerable


para mantener la distancia.

—¿Las caricias todavía ayudan?

Su sonrisa era triste y llena de alegría al mismo tiempo. Las tuyas sí.

Mi corazón dio un vuelco cuando me incliné, besé su sien y luego la


punta de su oreja puntiaguda. Lenta y tiernamente, deslicé mi boca por el
contorno musculoso de su cuello, hasta llegar a donde había metido sus
mantas sobre su hombro. Allí hice una pausa, mis labios flotando justo
sobre su piel bronceada, y susurré:

—¿Así?

Exhaló un poco fuerte mientras asentía.

—¿Y esto? —Me incliné más cerca y rocé con mis labios su ala, para
ser recompensada con una fuerte inhalación—. ¿Eso silencia el dolor
también?

Esta vez no asintió, pero su mano encontró la parte posterior de mi


cuello y recorrió mi columna con una ligereza suave e insistente. Besé su
ala por segunda vez y luego arrastré la punta de mi lengua a lo largo del
robusto marco en un repentino estallido de curiosidad. Se retorció debajo
de mí y se le cortó la respiración.

Me reí.

—Muy sensible. 338


El ritmo de su respiración sugería una risa. Besé su ala de nuevo y
jugueteé con mi lengua a lo largo de la membrana oscura hasta que se
retorció debajo de mí. Me reí, apoyando mi frente contra su hombro y mi
mano en su pecho. Los latidos de su corazón eran fuertes y regulares contra
mi palma, y se movía fácilmente sobre las almohadas incluso con mi peso
en su regazo.

Eso parecía una buena señal. Decidí arriesgarme a distraer un poco


más.

—Entonces, ¿cómo se siente? —dije, haciéndole cosquillas en su otra


ala sólo por el placer de sentirlo moverse—. Cuando alguien toca tus alas.

Me rodeó la barbilla con la mano, levantó mi cabeza para mirarlo a los


ojos y me soltó. Esperaba que sus dedos formaran letras, palabras, pero en
lugar de eso levantó su mano hacia mi cara y pasó un único y tierno dedo
por mi labio inferior.

Un toque de gasa, pero lo sentí en todo mi cuerpo, apretándose en


algún lugar justo debajo de mi ombligo. Los ojos de Creon volvieron a
volverse increíblemente agudos mientras me observaba a centímetros de
distancia, arrastrando su dedo sobre la sensible curva de mi labio con
perezosa y seductora moderación. Una dolorosa anticipación construida
bajo esas caricias persistentes. De repente, sentí que mi boca era algo más
que una boca. Se sentía como hambre, necesidad y fiebre.

—¿Así es? Mi voz se había vuelto ronca. El primer rastro de genuina


diversión apareció en su rostro: una leve sonrisa, pero tan familiar que
podría haber llorado.

Qué sensible, dijeron sus labios mientras pasaba las yemas de sus
dedos por mis labios.

Solté una carcajada. Bromeando. Estaba bromeando de nuevo.


Incluso si el cansancio y el dolor todavía pesaban mucho sobre sus
hombros... había una chispa en sus ojos que no había estado allí hace un
momento.

—¿Vas a volver a la vida sólo para dejar claro ese punto?

Su rostro se abrió en una sonrisa mientras deslizaba un primer dedo 339


entre mis labios.

Me olvidé de respirar. Cada fibra de mi cuerpo se centró abruptamente


en la invasión de ese dedo delgado que se deslizaba suavemente dentro de
mi boca, sondeando, explorando. Creon sostuvo mi mirada con agudeza
voraz mientras metía su dedo más profundamente entre mis labios, llenando
el calor húmedo de mi boca con el sabor a jabón y piel. Su dedo estaba...
duro. Duro, inflexible y exigente de una manera que hizo que mi vientre
temblara con un calor repentino.

Lo encontré con la punta de mi lengua, girando alrededor de su dedo


en deliciosos movimientos. Sus ojos se estrecharon mientras me miraba, su
dedo era un peso inmóvil e irresistible. Esa mirada en su rostro… la sentí
irradiar por todo mi cuerpo, calentando el lugar entre mis piernas donde ese
mismo dedo me había sometido a un maravilloso tormento la noche anterior.

Ya habíamos superado el consuelo, ¿no?

Más allá de la confusión y el sentido común. De alguna manera


habíamos regresado directamente a ese peligroso juego de lujuria y lo que
fuera que hacía que mi corazón se retorciera tan dolorosamente en mi pecho
al verlo. La línea se había cruzado la noche anterior y no había forma de
descruzarla.

Al menos no mientras yo no quisiera dar marcha atrás.

Dormir, había sugerido. Pero podría dormir por el resto de mi vida, y


¿cuántas veces me encontraría otra vez en un sofá con un hermoso príncipe
fae semidesnudo?

Sostuve su mirada y chupé su dedo con fuerza.

Sus pestañas se cerraron ligeramente, pero sus labios se curvaron en


una sonrisa de depredador cuando se apartó y señaló: ¿Ya tienes hambre?

La sonrisa en su rostro casi había vuelto a los niveles habituales de


arrogancia. Me burlé. Su sabor almizclado permaneció en mi lengua,
insoportablemente tentador.

—Si no estuvieras herido y tan digno de lástima esta noche, te habría


mordido. 340
Ya no parecía particularmente lamentable. ¿Dónde?

—¿Sugerencias? —murmuré, y él ladeó la cabeza hacia mí como para


estimar sus posibilidades. Costó un esfuerzo, un esfuerzo considerable, no
mirar el bulto que se tensaba contra sus pantalones.

Estoy seguro de que tienes tus ideas, señaló, su sonrisa un poco


demasiado cómplice.

—¿Yo? —dije con los ojos muy abiertos—. ¿Una pequeña humana
inocente?

Medio humana. Colocó su mano libre alrededor de mi mejilla y volvió


a pasar su pulgar por mi labio inferior. Y menos de la mitad de inocente.

Reprimí un escalofrío cuando sus dedos recorrieron mi cara y mi


cuello.

—Soy al menos tres cuartos de inocente, bruto maleducado.

Él levantó una ceja. Debo haber estado mirando las partes


equivocadas.
—Eso parece... oh. —Sus uñas arañaron mi cuello, una caricia
mesurada y deliberada, y un rayo de excitación me atravesó.

Esta parte no, concluyó secamente.

Oh, Zera, ayúdame. Me aclaré la garganta y dije:

—Tal vez tres cuartas partes fue un poco sobreestimado, pero...

Dejó caer su mano izquierda hacia mi derecha y deslizó sus dedos por
mi palma, por encima de mi muñeca, en lánguidos círculos sobre mi
antebrazo. Nuevamente no pude evitar estremecerme.

Una sonrisa peligrosa. Esta parte tampoco.

—No te atrevas…

Ambas manos se posaron sobre mis muslos desnudos antes de que


pudiera protestar, subiendo mi vestido mientras rozaban mi piel
hambrienta.
341
Autocontrol. Cerré los ojos con fuerza, luchando contra mi respiración
acelerada. No iba a gemir. No iba a temblar. No iba a ceder ante la febril
anticipación que se acumulaba justo debajo de mi piel, cada nervio gritaba
para que aquellos dedos exploradores se acercaran...

Sus uñas se clavaron en la carne sensible en el interior de mi muslo


y un rayo me atravesó. Un grito ahogado escapó de mis traicioneros labios
mientras cada músculo de mi cuerpo se tensaba.

—Está bien. —Esperaba que mi risa sin aliento al menos sonara como
una risa y no como un gemido—. Acordemos en ser medio inocentes. Eso
podría ser…

Sus dedos se deslizaron hacia arriba un centímetro más y mi


respiración se entrecortó de nuevo. Una fracción más arriba y la cuestión de
mi inocencia se decidiría definitivamente en mi desventaja.

—¿No deberías estar enfermo y sufriendo? —gruñí, alejándome de él,


pero quedándome en su regazo. Los firmes bultos de sus muslos debajo de
mi trasero casi desnudo no aliviaron en absoluto el dolor ardiente entre mis
piernas. Su aliento traicionó su risa—. Te estabas volviendo tan
deliciosamente manejable, y este...

Su dedo se deslizó debajo de mi ropa interior, y el último aire se escapó


de mis pulmones cuando rasgó la delicada tela y aplicó un largo trazo a lo
largo de mi carne empapada.

—Y ese… —suspiré, clavando los dedos en el sofá—, ese es


simplemente un lugar estúpido para buscar la inocencia, Creon.

Una sonrisa malvada se dibujó en su rostro mientras retiraba la


mano. Con un solo movimiento poderoso, me levantó de su regazo, se giró y
me dejó caer sobre los cojines como una muñeca de trapo: la falda hasta las
caderas, la ropa interior arrancada y el cabello hecho un desastre de rizos
rebeldes. No me importaba. No cuando parpadeé y lo encontré de pie frente
a mí, con los ojos llameantes y los hombros tensos. No cuando pasó sus ojos
sobre mí por última vez, deteniéndose en el lugar donde mis muslos se
unían, y lentamente se arrodilló ante mí.

Oh.
342
Oh.

Estaba temblando, incapaz de mantenerme firme mientras una


anticipación embriagadora, casi delirante, me invadía. Sus manos se
amoldaron a mis muslos nuevamente, separándolos mientras su mirada
permanecía fija en los secretos entre ellos. Sus ojos... Se habían vuelto
oscuros y salvajes, mirándome.

—Creon...

Él encontró mi mirada. No más juegos, decía esa mirada. No más


bromas. te vendrás gritando y suplicando, y luego podremos hablar.

—Te deseo —susurré.

Se desató sobre mí.

Cabeza entre mis piernas. Uñas en mis muslos. Su lengua se retorció


sobre ese punto sensible entre mis labios, y perdí todo sentido del tiempo y
el lugar mientras me arqueaba hacia atrás sobre los cojines, el mundo se
volvía borroso a mi alrededor. Todo lo que vi fue su forma entre mis rodillas,
los músculos ondulantes de sus hombros desnudos, la seda oscura de su
cabello, los arcos triunfantes de sus alas alzándose detrás de él. El temblor
que lo sacudió cuando me lamió de nuevo y dejé escapar un gemido hueco
de placer.

En respuesta, bajó la cabeza y deslizó su lengua dentro de mí.


Enfundándose profundamente, bebiendo de mí como un hombre
hambriento.

No podía pensar. No podía respirar. Las caricias de su lengua y su


aliento caliente me hacían retorcerme contra él, me hacían gemir su nombre
como si fuera la última palabra que quedaba en el mundo. Sus manos
rodearon mis caderas para mantenerme firme. Con agonizante pereza, subió
de nuevo, lamiendo, chupando y mordisqueando, jugueteando con ese
pequeño nudo de nervios que pedían su atención hasta que yo gemí de
frustración.

Se rio entre dientes contra mí, su aliento sobre mi humedad fue otra
capa de tortura. Todo lo que podía pensar era que quería más. Necesitaba 343
más, necesitaba tenerlo dentro de mí y que me destrozara en el olvido.

—Creon. —Un gemido ronco y sin aliento—. Creon, por favor, yo...

Apretó ligeramente los dientes. Las estrellas explotaron detrás de mis


párpados.

—Nunca volveré a intentar ser inocente —logré decir, entrelazando


mis dedos en los mechones de seda de su cabello—. Nunca más te llamaré
bruto. Sólo... Creon...

Se echó hacia atrás, acechando, respirando contra mi cuerpo


agonizante. Parpadeé y abrí los ojos y encontré su mirada fija en la mía. Sus
pupilas se habían tragado todo menos lo último de sus iris, la necesidad
brillaba en esa oscuridad sin fondo.

—Necesito tocarte —suspiré.

Lentamente, sin dejar de mirarme, puso un pesado dedo sobre mis


pliegues empapados. Lo empujó media pulgada, esperé y me vio retorcerme
y arquearme.
—Más. —Un canto sin sentido—. Por favor… más.

Me llenó tan lentamente con ese único dedo, una fricción tan suave y
deliciosa, y no fue suficiente, ni mucho menos. Necesitaba abandono.
Necesitaba locura. Necesitaba esa abrumadora plenitud de él dentro de mí,
más que su lengua, más que sus dedos.

—Más.

Él retrocedió.

—Creon. —Iba a matar algo. Iba a destrozar este sofá o las ventanas—
. Necesito tu polla. Dentro de mí. Ahora.

Me clavó dos dedos a la vez y mi espalda rebotó en el sofá mientras


me arqueaba hacia él con una frustración que me destrozaba los huesos.
Su brazo libre rodeó mi cintura. Con un movimiento ágil, se levantó, me
levantó y se dirigió a la cama en cinco largas zancadas. Arañé su entrepierna
mientras él me metía en las mantas, encontrándolo duro como el acero bajo
mi palma, la punta de su erección presionando tan fuerte contra la banda 344
de sus pantalones que era un milagro que los botones aguantaran.

Arranqué un par en mi prisa por desnudarlo. Me quitó el vestido por


la cabeza con tanta brusquedad que casi me desprendí un brazo. Pero el
brillo en sus ojos mientras me miraba, desnuda y tendida ante él... En ese
momento, con mucho gusto habría perdido un miembro por esa mirada. Por
sólo una pequeña muestra de su cuerpo esculpido, brillando
pecaminosamente bajo las cálidas luces del pabellón.

—Por favor —murmuré, y ya no me importaba estar suplicando.

Me separó las piernas y se colocó entre ellas. Se guio hacia mí hasta


que la ancha punta de su polla se tensó contra mi entrada e incluso mi
corazón dejó de latir anticipando lo que estaba por venir.

Su boca presionó la mía, envolviéndome en el embriagador sabor de


mi propio placer mientras se hundía en mí. Un deslizamiento lento y suave,
su polla estirándome hasta abrirme hasta llegar a un núcleo intangible y sin
nombre de mi ser.

No es suficiente. Ni siquiera lo suficientemente cerca.


Envolví mis piernas alrededor de sus caderas y enterré mis uñas en
sus hombros. Su respiración se convirtió en un silbido contra mis labios.
Nuevamente se hundió en mí, esta vez con más fuerza, llenándome con una
promesa contundente, y nuevamente se mantuvo quieto en el último
momento, con los muslos tensos mientras resistía mis intentos de atraerlo
más profundamente.

Un gemido cayó sobre mis labios. Sus manos se cerraron en puños


sobre las mantas junto a mi cabeza, pero se retiró muy lentamente,
permitiéndome saborear cada centímetro irresistible de su dura longitud
mientras se deslizaba fuera de mí. Mi cuerpo pareció marchitarse a su paso,
el dolor dentro de mí ardía en busca de liberación.

—Te estás conteniendo. —Mi voz cedió ante su siguiente embestida,


más profunda pero controlada, limitada por una precaución, una
autoconciencia que no había estado allí en la locura de la noche anterior.
No quería que se sintiera limitado después de la agonía de este día. No lo
quería cuerdo. Lo quería feroz y frenético; lo quería golpeando dentro de mí
como si el mundo fuera a terminar si no se corría lo suficientemente fuerte 345
como para derretir sus huesos hasta convertirlos en pulpa—. Basta... Deja
de intentar...

Sus labios se inclinaron sobre los míos en un beso que exigía silencio
y rendición. Solté una carcajada y luego grité cuando él se estrelló contra
mí de nuevo. Era tan asombrosamente enorme, que me abría de formas tan
inimaginablemente deliciosas... y, sin embargo, no lo suficiente.

—No quiero que pienses —logré decir, luchando por escapar de su


beso. Las sensaciones de él me invadieron: de su dulce y almizclado aroma,
sus suaves mantas debajo de mí, su piel caliente contra la mía. Su polla
reclamándome, desdibujando todo lo demás en una neblina de felicidad y
locura—. No intentes protegerme. Dame el peligro. Dame la vergüenza.

Su rostro era un campo de batalla de lujuria, hambre y necesidad


cuando encontró mi mirada, un brillo en sus ojos oscuros que suplicaba
liberación. Pero aun así disminuyó la velocidad mientras se enterraba dentro
de mí nuevamente, dejando mi cuerpo clamando por ese último empujón,
ese último centímetro...
—Creon —susurré, clavándole una mano en el pecho—. Dame al
monstruo.

Se hizo añicos.

Se estrelló contra mí con un gruñido silencioso, un depredador


finalmente liberado de su jaula, lo suficientemente profundo como para que
ni siquiera pudiera llorar, jadear o gemir, que solo podía arder a su
alrededor, saboreando su sensación en cada última fibra de mi cuerpo.
Clavé mis uñas en su hombro y me rendí. Lo acogí, al monstruo, al asesino,
a cada fragmento feo, roto y mortal de él, y me uní a él en su agonía y rabia.
No más besos reconfortantes. No más caricias suaves. Él era manos, dientes
y alas mientras me golpeaba, y cedí ante ello.

Disfruté de ello.

Sin jaula, deshecho, él era poder, belleza y muerte, y era mío.

Quizás esa palabra se me escapó de los labios. Quizás el sonido llegó


a sus oídos incluso a través de los gemidos, jadeos y crujidos de nuestra 346
locura.

Con un gruñido silencioso, se estrelló contra mí por última vez y se


rompió, inundándome con su semilla mientras colapsaba encima de mí.
Sentí que los chorros de su liberación me llenaban, ráfaga tras ráfaga. Lo
sentí estremecerse y temblar contra mí, dentro de mí. Antes de que
terminara, sus dedos regresaron entre mis piernas, frotando ese punto
desesperado con tanta fuerza que me corrí en cuestión de segundos, lo
suficientemente fuerte como para ver los soles arder y morir detrás de mis
ojos.

Luego solo estaban sus brazos, fuertes y seguros, acunándome,


protegiéndome. Y yo solo podía susurrar:

—Eso... Eso fue...

No había palabra para terminar esa frase. Ningún idioma era capaz
de captar este sentimiento, esta maravilla, en meros sonidos y sílabas.
Creon me abrazó más cerca y nos rodeó con un ala. Su frente chocó
contra la mía. Cuando levanté la vista para besarlo, lo encontré arrugado y
revuelto sobre las mantas, con los ojos cerrados y los labios moviéndose.

Emelin. Emelin.

Que los dioses me ayuden, me estaba enamorando.

Había estado enamorándome por un tiempo, me di cuenta en ese


momento, mientras lo abrazaba y respiraba el aroma de su cercanía, su
ruina. Había estado enamorándome desde el día en que sus dedos me
hablaron por primera vez, el día que se rio conmigo por primera vez.

Y eso me había asustado.

Pero ahora que sabía lo que había sacrificado, ahora que finalmente
entendía qué guerra había luchado durante tantos años, me incliné hacia
esa caída. Me dejé caer en picada en las insondables e inescrutables
profundidades de mi corazón y confié en sus brazos para atraparme.
347
18

348
Casi se estaba convirtiendo en rutina, despertarme con la espalda
pegada a un pecho cálido y musculoso, y con el aroma del almizcle y las
almendras flotando a mi alrededor. La mano de Creon acariciaba lentamente
mi cuerpo esta mañana, trazando círculos perezosos sobre mis pechos
desnudos, mi estómago y mis muslos. Me pregunté por un momento cuánto
tiempo había estado haciéndolo, cuánto tiempo había dormido así, con la
Muerte Silenciosa acariciándome, como si tuviese una maravilla en sus
brazos.

Se me escapó un suspiro, suave y contento.

Su mano se detuvo en mi cadera. Aliento cálido revoloteó por la piel


justo debajo de mi oreja, mientras acariciaba ese punto sensible, y luego me
daba un beso rápido en el hombro.

—Mmm —murmuré—. Buenos días.

Me quitó la mano de la cadera. Buenos días.

Me acurruqué más fuerte contra él y traté de darle algún sentido a los


recuerdos de la noche anterior. Yo estaba tan... en paz. Tan tranquila.
Porque podía quererlo. Porque no era un monstruo. Porque él había...
Había soportado su dolor.

Oh, dioses.

Su cuerpo destrozado en el sofá volvió a mi mente. Ese brillo amarillo


y vidrioso en sus ojos. Tragué saliva, ahora un poco menos somnolienta, y
susurré:

—¿Cómo te sientes?

Sorprendentemente bien. De nuevo apretó sus labios contra mi cuello.


Eres un excelente analgésico.

Un placer cálido y difuso floreció a través de mí, pero me limité a dar


un resoplido de satisfacción y dije:

—Soy una mujer de múltiples talentos.

Su risa me calentó el pelo. Nunca dejas de impresionarme. ¿Has


dormido bien?
349
—Poco, por alguna razón —murmuré, moviéndome contra él. Para mi
satisfacción, la dura longitud contra mi muslo se retorció en respuesta—.
Pero no me molesta. Parece que estoy pasando mucho tiempo en tus brazos
estos días.

Estos días, decían sus dedos, y si los dedos podían parecer divertidos,
estos lo hacían.

Me di la vuelta bruscamente, entrecerrando los ojos hacia él. Creon


me devolvió una sonrisa agradable, con la diversión centelleando en la
oscuridad de sus ojos.

Estos días. Con esa sonrisa cómplice y burlona. Casi como si supiera
que no era una experiencia tan nueva para mí.

—Espera —dije.

Su sonrisa se ensanchó un poco.

—¿Estabas dormido? Esa vez que yo... Yo...

Tal vez no del todo, admitió secamente.


—¿Estabas despierto? —Cuando me arrastré a sus brazos por la
noche, hace una semana, mucho antes de que me atreviera a admitir que
quería hacerlo. Cuando me había mortificado que él pudiera siquiera
sospechar lo que había hecho. Todo el esfuerzo que había hecho para no
despertarlo, y todo este tiempo—... ¿Por qué no me devolviste a mi lado de
la cama, sinvergüenza?

Me dedicó una sonrisa irónica. ¿Es este el momento de decirte que has
estado rodando a mis brazos desde la primera noche que dormiste aquí?

—Yo... ¿Qué?

Me acarició la frente con la punta de la nariz. Resoplé y me alejé de él,


sin saber si debía reírme o cometer un asesinato.

—¿Qué quieres decir con que he rodado a tus brazos desde...?

Se encogió de hombros. Te hice retroceder. La mayoría de las veces.

—Tú... ¿Qué? ¡Bastardo! —Dejé escapar una carcajada—. ¿Por qué no 350
me lo dijiste?

Habrías estado molesta por eso. La mirada en sus ojos me desafió a


negarlo. Probablemente comenzarías a abrazar cactus para hacer un punto.

Probablemente tenía razón: me habría muerto de vergüenza. Esa


mañana ya había sido casi mi fin. Maldiciendo los impulsos de mi propia
mente dormida, me burlé y dije:

—Entonces, ¿por qué no me empujaste esa vez?

Llámalo un experimento.

—Oh, eres absolutamente insufrible.

Me sonrió. No pude evitar reírme mientras me deslizaba de nuevo en


sus brazos, envolvía mis piernas alrededor de las suyas y le daba un beso
en el pecho lleno de cicatrices. Su mano volvió a esas lánguidas caricias a
lo largo de mi espina dorsal, bajando hasta justo por encima de mi trasero.

Cerré los ojos y me limité a respirarlo, deleitándome con su aroma,


sus caricias, su calidez.
El mundo se sentía tan increíblemente... fácil, de repente. Muy
manejable. La Madre seguía allí, claro. Los humanos seguían muriendo. Mis
padres seguían sin querer volver a verme. Pero Creon estaba aquí,
sosteniéndome, y yo estaba a salvo, era deseada y...

¿Amada?

¿Era esa una palabra que se me permitía pensar?

No tenía sentido. Nada de esto tenía sentido. Llegó con demasiada


facilidad, con demasiada felicidad. De repente, ¿podía permitirme quererlo?
¿Y todavía me querría, incluso si la persecución había terminado? No más
luchar contra mis propios instintos, no más dudar de mi propia moral...

No sabía que podía sentirme tan segura. Pero él me estaba abrazando,


y todo lo que quería era estar aquí, así, por el resto de mi vida.

Y matar a la Madre. Eso también.

—¿Creon? 351
Se apartó un poco para mirarme a los ojos. Mi cálida y somnolienta
felicidad pareció salir a la superficie cuando lo miré; No podía dejar de
sonreír por mi vida.

—Hay algo que aún no te he dicho. Sobre el Laberinto.

Sus cejas se fruncieron.

Sonreí aún más ampliamente.

—No te pongas celoso, pero podría haber estado coqueteando un poco


con una montaña.

Se recostó en las sábanas, frunciendo cada vez más el ceño. ¿Qué


hiciste?

—Me hice amiga del Laberinto —dije alegremente—. Me mostró el


camino. Tengo una buena parte del mapa hecho.

Creon me miró fijamente. Acerqué las rodillas al pecho y sentí que iba
a empezar a ronronear en cualquier momento.
Te mostró el camino. Sus gestos eran lentos e incrédulos.

—Sí. Tengo que admitir que aún no he llegado al final, pero la


dirección general parecía estar razonablemente cerca de donde uno
esperaría encontrar el salón de huesos.

Echó una mirada por encima del hombro, a la mesa cubierta de mapas
y notas. Cuando se volvió hacia mí, sus ojos todavía estaban demasiado
abiertos.

Muchos talentos, sin duda.

—Ciertamente. —Me estiré con un bostezo de satisfacción, demasiado


consciente de la forma en que mis pechos se movían mientras lo hacía.
Creon ciertamente se dio cuenta. Probablemente no debería sentirme tan
triunfante por la forma en que sus ojos se oscurecieron abruptamente, pero
resultó que mi cuerpo aún no se había acostumbrado a la presencia de un
macho fae desnudo y musculoso en mi cama.

Así que le sonreí dulcemente y agregué: 352


—¿Y cuál es mi recompensa por esta impresionante hazaña?

Podía sentir el cambio en él, en la forma en que sus ojos se


entrecerraban y sus músculos se tensaban, podía ver cómo el hambre
cobraba vida dentro de él. Unas pocas palabras punzantes y ya no
estábamos descansando en la cama, recuperándonos de una noche de terror
y devastación. Yo había instigado la cacería. Ahora mis opciones eran
perder, o perder aún más placenteramente.

¿Alguna sugerencia? Incluso sus gestos eran desafíos, cada giro de


sus dedos de alguna manera era un recordatorio de para qué más podría
usarlos.

—Mmm —dije con aire de suficiencia—. Todavía me debes


panqueques, si no me equivoco.

El brillo de un cazador brilló en sus ojos mientras se inclinaba sobre


mí, sus alas se abrieron un poco más detrás de él. Encuentro que los
panqueques son mucho más agradables después de un aperitivo.

Me reí.
—Siempre me he considerado una chica más de postres.

No veo la necesidad de elegir.

—Codicioso, Alteza. ¿Nadie en este lugar enseña moderación a los


príncipes fae?

Levantó una ceja hacia mí. ¿Estabas planeando hacerlo?

Me mordí el labio. Podría, por supuesto, solo para exponer mi punto


de vista. Pero el deseo que brillaba en sus pupilas dilatadas hacía que mi
punto de vista pareciera cada vez menos atractivo con cada latido que
pasaba.

—Bueno —dije con remilgo—. Creo que primero tengo que evaluar la
urgencia del asunto, ¿no crees?

Tiró de las mantas, abriéndome ante él con solo un gesto. Decidí en


ese instante que el problema no necesitaba realmente una solución urgente.
353

Discutimos sobre el Laberinto durante un desayuno de panqueques


con limón y miel, hicimos una pausa en nuestra discusión para un “postre”
bastante extenso, y luego hicimos una pausa más larga para tomar un baño
muy necesario. Cuando volvimos a salir del baño, ya era más de mediodía.
Me tomó un momento recordar por qué eso se sentía como un problema.

Oh. Lyn y sus secretos. Por la tarde, hoy.

Me di cuenta de que me importaba muy poco lo que ella y Tared


tuvieran que decir. Si no me lo habían dicho en nuestra primera reunión,
no podría poner tan en peligro la vida, ¿verdad? Y se sentía... mal, ir a
espaldas de Creon con sus antiguos enemigos. O amigos. O amigos
convertidos en enemigos. Había tenido sentido cuando no me atrevía a
confiar plenamente en él, sí. Ahora que lo hacía, y que él me había confiado
sus secretos...

Tendría que mentir de nuevo para escabullirme. Y dependiendo de lo


que Lyn tuviera que decir, podría tener que mentir de nuevo para encubrir
la nueva información de la que disponía.
¿Y si se lo dijera?

Pero antes de que pudiera empezar a considerar seriamente esa


opción, la sombra de una silueta alada oscureció las ventanas.

Incluso con poco más que una bata de baño, Creon podía ser
impresionantemente amenazante. La interacción con el macho fae de afuera
no duró más de un minuto, y a juzgar por la voz tensa del otro, eso ya era
demasiado para su gusto. Capté algunas palabras y nombres que conocía:
Madre, Rhudak, historia. Lo suficiente como para decirme lo que estaba
pasando.

La sombra en el rostro de Creon mientras restauraba la ventana y le


daba la espalda al mensajero me convenció de que mantuviera la boca
cerrada sobre Lyn por ahora. No era el momento de poner más problemas
sobre sus hombros.

—¿Quiere verte?

Que informe, hizo un gesto. Podría estar fuera por un tiempo. 354
Lo que significaba que no tendría que mentir para entrar en Faewood
sin ser vista. Un escaso consuelo, sabiendo que él tendría que enfrentarse
de nuevo a ese monstruo incoloro.

—¿Tendrás cuidado?

Una pálida sonrisa cruzó su rostro. Siempre.

—Bien.

Había hecho esto durante ciento treinta años, me recordé a mí misma.


Había pocas posibilidades de que, de repente, ella se enterara de su uso de
esa misteriosa magia para calmar el dolor. Y, sin embargo, los latidos de mi
corazón no terminaban de calmarse mientras él se vestía y se armaba, no
ahora que sabía cuánto estaba dispuesto a sacrificar para desafiar su
autoridad.

Es una visita rutinaria, hizo un gesto mientras se calzaba las botas.


No hace falta que me mires como si estuviera dando mi último suspiro. Aunque
tu preocupación es halagadora.
¿Cómo se las arreglaba para ver siempre a través de mí? Resoplé y
dije:

—Tengo razones para preocuparme. ¿Quién más me va a preparar el


desayuno?

Otra de esas leves sonrisas. Volveré, Em.

Y eso me dejó tan perdida que solo pude mirarlo tímidamente y decir:

—Está bien. Nos vemos.

Em.

Me había llamado Em.

Me senté en el borde de su cama durante minutos después de que se


fuera, formando esas dos letras en mi mente una y otra vez. Y tomé mi
decisión.

Le iba a contar todo. 355


Iba a informar a Lyn y Tared de que ya no estaba dispuesta a
mantener su existencia en secreto. Y, a menos que se les ocurriera una muy
buena razón para hacerme cambiar de opinión, Creon sería plenamente
consciente de su presencia en la isla antes del anochecer.

Apenas había dado dos pasos hacia Faewood cuando Tared apareció
a mi lado en un destello de luz y sustancia repentina, con las manos en el
bolsillo y la espada en la espalda. Debería habérmelo esperado y aun así
grité.

—Mis disculpas —dijo y me mostró una sonrisa torcida—. Por muy


temible que sea, no pretendía asustarte. Solo quería ahorrarte el paseo por
Faewood.

Lo cual era considerado, sobre todo si no sabía que yo era maga, pero
aun así miré su mano extendida con cierta desconfianza. Para todo lo que
sabía sobre la magia de los elfos, podía llevarme fácilmente al otro lado del
archipiélago.
—No te preocupes —dijo, con la sonrisa un poco menos entusiasta—.
No voy a negar que preferiría sacarte de este lugar, pero es tu decisión. Lyn
te espera en las ruinas donde te vimos la última vez.

Bueno. Al menos podría justificar mi furia si me llevaba a otro lugar.

Puse mis dedos en su palma callosa. El mundo se mezcló de nuevo


mientras me agarraba, los colores, los sonidos y los olores se arremolinaron
a mi alrededor durante un solo latido interminable hasta que las viejas
ruinas del bosque emergieron del caos. Lyn estaba esperando, con un
pequeño fuego ardiendo a sus pies. No pareció sorprendida por nuestra
repentina aparición, a juzgar por la forma en que me sonreía.

La mayor parte de su Alianza estaba formada por elfos, había dicho.


Después de varios siglos, debía de estar acostumbrada a que la gente
apareciera y desapareciera sin previo aviso.

—Bienvenida, Emelin. ¿Té?

Retiré la mano de la de Tared y murmuré una confirmación. Era 356


demasiado difícil seguir enfadada por sus secretos si insistían en recibirme
como a una vieja amiga a la que conocían desde hacía años.

—Debe haber una taza detrás de ese arbusto a tu derecha —dijo Lyn
alegremente—. Sí, esa, detrás de... oh, ya la has encontrado. ¿Algo de
comer?

—No, gracias. —Me dejé caer a su lado y miré a Tared, que sacó del
bolsillo un paquete de frutos secos un poco aplastado y se metió un puñado
en la boca—. ¿Alguna vez dejan de comer?

—Los elfos hambrientos son un peligro que hay que evitar a toda costa
—dijo Lyn, sonriéndole a Tared. Él le lanzó una almendra. Ella la cogió del
aire y se la metió en la boca, con expresión de satisfacción mientras la
masticaba.

—Es la magia —dijo Tared, encogiéndose de hombros para


disculparse—. Las grandes distancias requieren mucha energía. También
transportar personas.
Parpadeé. Se sentó al otro lado de Lyn y se metió otro puñado de
almendras en la boca; luego aceptó la taza llena que ella le alcanzó con un
gesto de gratitud. Mientras me llenaba mi nueva taza también con té
humeante, dije:

—Entonces... ¿te morirías de hambre si tuvieras que transportarte


hasta alguna isla del norte?

Tared sonrió.

—¿Ya estás buscando maneras de matarme?

—Me gusta prepararme para lo peor en tan temible compañía —dije


modestamente. Una almendra voló hacia mí, golpeándome justo entre los
ojos. Decidí tomarlo como un cumplido y añadí—: ¿Estoy encontrándome
con alguna debilidad desagradable?

Tared soltó una carcajada.

—Tendrás que esforzarte un poco más para librarte de mí. No 357


pasamos hambre, no. Pero desvanecerse con el estómago vacío es casi
imposible, así que podrías quedarte atascada en lugares desagradables si
no me alimentas a tiempo.

—Deberías ver las panaderías de casa cuando sabemos que un grupo


de elfos regresa de alguna misión —dijo Lyn, apoyándose cómodamente en
el árbol a sus espaldas—. He visto a uno de los adorables miembros de la
familia de Tared devorar varias barras de pan después de tener que arrastrar
a doce personas a través de las islas.

Tared enarcó una divertida ceja.

—¿Fue Edored?

—Claro que fue Edored. El bastardo parece malgastar mucha energía


con solo existir.

Ambos rieron entre dientes. Me moví entre el musgo y la arena, no tan


decidida a revelar sus secretos a Creon como lo había estado hacía cinco
minutos. Zera, ayúdame, ¿por qué tenían que ser tan simpáticos? Un duro
ultimátum habría sido mucho más fácil de dar si realmente hubiera tenido
ganas de llevarlo a cabo.
¿Podría simplemente... pedírselos amablemente? Pero por la forma en
que había cambiado la expresión de Tared ante la mención del nombre de
Creon la última vez, no estaba segura de que el elfo estuviera muy dispuesto
a hacerle ningún favor a su viejo enemigo. Aunque fuera yo quien se los
pidiera.

—De todos modos —dijo Lyn, volviéndose hacia mí—. Ya basta de


hablar de elfos. No son tan interesantes. ¿Qué tal… —Se agachó para
esquivar una almendra—, ha estado tu día? ¿Sin demasiados problemas?

Problemas. Había domado un Laberinto desde la última vez que la vi,


luego curado a un fae asesino que se estaba torturando hasta casi morir y
después pasado la mayor parte de la noche follando con ese mismo fae
asesino.

—Nada fuera de lo común —dije.

—Bien. —No lució muy tranquila con mi respuesta—. Y a Creon no le


importó que salieras a...
358
—Mira —solté. Fue descortés e inoportuno, pero si seguía pareciendo
tan decente y tan sinceramente preocupada, ya no tendría fuerzas para
protestar—. ¿Te importa si te pregunto por qué es tan importante que no
sepa que pisas esta maldita isla de vez en cuando? Porque probablemente
estaría de acuerdo con tus intenciones, considerando que...

—Como dije —dijo Lyn, con una sonrisa sin alegría en su rostro—, él
no nos tiene particularmente mucho afecto.

Que Creon no le tuviera mucho afecto a Tared... eso podía entenderlo.


Al menos parecía mutuo. Pero Lyn lo había sacado de las cadenas de la
Madre. Ella se había preocupado lo suficiente como para visitarlo en esa
celda, incluso cuando él todavía estaba tratando de convencerla de que su
vida pasada había sido el epítome del éxito. Ella se había ganado su
confianza hasta el punto de que le había contado los horrores de su infancia.
Entonces, ¿por qué, exactamente, la odiaba tanto que ni siquiera la
aceptaba como aliada?

—¿Por buenas razones? —dije.


El rostro de Tared ni siquiera se inmutó. Pero se quedó demasiado
quieto, incluso la luz ya no brillaba a su alrededor, mientras miraba a Lyn
y esperaba su respuesta.

—Malentendidos y frustraciones mutuas —dijo ella, con la mirada fija


en el pequeño fuego—. Es una larga historia.

—Que no me vas a contar.

Respiró profundo.

—Hoy no.

Así que ese no era el objetivo de la información que tenía que


compartir. Dejé el té a un lado, me abracé y dije:

—Si todo son malentendidos, ¿no estaría bien aclararlos en algún


momento? Un siglo de odio mutuo me parece más que suficiente.

—Quieres decirle que estamos aquí —concluyó Tared desde el otro


lado del fuego. Su voz no se había vuelto exactamente fría, pero sonaba...
359
como en tono de negocios. No tan agradablemente divertido como había
sonado hacía un momento.

—Sí —dije.

Suspiró.

—¿Por qué?

—Porque confío en él.

—Lo cual es interesante —dijo él, mostrándome una pequeña


sonrisa—, teniendo en cuenta que no pareces una persona muy confiable.

Fruncí el ceño.

—¿Quieres decir interesante en el sentido de que no confías en mí o


interesante en el sentido de que te interesa mi razonamiento?

Su sonrisa se convirtió en una mueca.

—No estaríamos aquí si no confiáramos en ti.


—¿Pero?

—Pero hay cosas que no nos estás diciendo.

—Lo cual es mutuo —dije y él se volvió a encoger de hombros


disculpándose.

—Bien. Cuéntanos tu razonamiento y te contaremos el nuestro.

Miré a Lyn, pero ella se limitó a asentir y a hacerme un gesto para que
continuara. Bien. Eso parecía significar que estábamos de acuerdo.

—Llevo aquí unas semanas —dije, sentándome más derecha—. Él ha


mantenido su palabra y me ha protegido hasta ahora, y...

—Como le obliga tu acuerdo —murmuró Tared.

Lyn le lanzó una mirada fulminante. Él gimió y añadió:

—Lo siento, Emelin. Continúa.


360
—Y —continué, mostrándole lo que según yo parecía una imitación
razonable de la mirada de Lyn—, ha sido sorprendentemente agradable al
respecto. Cosa que el trato no lo obliga a hacer.

—¿Agradable? —dijo Lyn y si yo hubiera llamado adorable a Creon,


ella no habría podido sonar más confundida.

—Agradable —dije, quizás con más énfasis del que debería—. Sí.

—Hace poco más de una semana, me dijiste que estaba siendo un


idiota insufrible contigo. O algo parecido.

Una semana. ¿Realmente solo había pasado una semana? Me encogí


de hombros y dije:

—Ha hecho algunos progresos.

—Lo suficiente como para que lo consideres agradable —dijo Tared,


haciendo un visible esfuerzo por sonar neutral, pero sin conseguirlo.

—Bueno, sí. Él... bueno...


Sentí que las palabras se me escapaban. ¿Qué pretendía decir
exactamente? ¿Que coquetea y bromea conmigo? Eso no los convencería de
sus buenas intenciones. ¿Que empiezo a enamorarme de él? La mejor
manera de perder su confianza en mi buen juicio. ¿Que él nunca lastimó a
esas personas, no realmente? No era mi secreto para compartir.

¿Qué era exactamente lo que me había hecho cambiar de opinión tan


radicalmente sobre él en la última semana?

La familiaridad. La vulnerabilidad. Los sinceros intentos de tratarme


como a una compañera y no como a una herramienta humana sin sentido.
Pero exactamente cómo debería explicárselo a estos dos...

Todo había cambiado tanto, tan rápido. Para ser sincera, apenas sabía
cómo explicármelo a mí misma.

—Emelin —dijo Lyn, inclinándose ligeramente mientras me


examinaba—. Perdona la pregunta extraña, pero ¿cómo te sientes con él?

Perpetuamente excitada. Supongo que no era la respuesta que 361


buscaban. Parpadeé y dije:

—Me siento... segura, supongo. Y... bienvenida.

La mirada que ella intercambió con Tared fue una conversación


completa en una sola mirada.

—¿Saben? —dije, incapaz de evitar por completo el resplandor de


fastidio en mi voz—, creo que ya he dado suficientes razones. Si les digo que
se esfuerza por ser agradable conmigo, ¿por qué exactamente tienen que
sospechar de eso? ¿No debería ser suficiente argumento el hecho de que yo
haya cambiado de opinión?

—En la mayoría de los casos, estaría de acuerdo con eso, sí —dijo


Tared sombríamente.

—¿Cuál es diferente en este caso? ¿Que estamos hablando de alguien


que ya has decidido que no te gusta?

—Esa no es la cuestión. —Lyn tomó aire, un gesto de haber tomado


una decisión, una inhalación que decía, a la mierda todo, nos arriesgaremos
a saltar—. Es... oh, que los dioses me ayuden. No te ha hablado de sus
padres, ¿cierto?

No me gustó nada cómo sonó eso y me gustó aún menos cómo Tared
apretó los labios.

—¿Sobre su madre? Sí me dijo que...

—No, no sobre ella. —Miró a Tared. Él asintió ligeramente con


resignación y ella añadió débilmente—: Su padre es el problema aquí.

El misterioso padre de Creon, un poderoso mago asesinado después


de su nacimiento y eso era todo lo que me había contado. Es otra historia,
me dijo la única vez que le pregunté y nunca volví a hablar de ello cuando
había tantos asuntos más urgentes de los que preocuparse.

La inquietud se retorció en mis entrañas. Estaba claro que no quería


que le preguntara más. Estaba claro que no quería hablar de ese macho fae
que ni siquiera había conocido. Entonces, ¿qué hacía yo aquí, hablando con
casi desconocidos sobre secretos que debería preguntarle a él, si es que 362
debía preguntarle a alguien?

—No me habló sobre su padre —admití. Me sentí como una traidora


solo por esas palabras—. Y no sé si quiero hablar de ello... Me parece un
poco desagradable hablar a sus espaldas...

—Es mitad demonio —dijo Tared.

Faewood se quedó muy quieto.

Y yo también. Tan quieta que casi podía oír cómo se detenían mis
pensamientos mientras los miraba a los dos y parpadeaba y volvía a repasar
aquellas palabras y parpadeaba un poco más.

Mitad demonio.

¿Creon?

Eso no tenía sentido, ningún sentido. Él era tan fae como cualquiera
que hubiera conocido. Seguramente yo habría sabido, seguramente alguien
lo habría sabido, si la Muerte Silenciosa era simplemente un mestizo como
yo.
Aunque tampoco sabía que la Madre era su verdadera madre. Ninguna
de las historias humanas que conocía contenía ese detalle.

Me sacudí ese pensamiento, los pensamientos se aferraban a


cualquier argumento, a cualquier pizca de sentido que pudieran encontrar.
Por supuesto que Creon no era mitad demonio. Los demonios eran
monstruos, él mismo me lo había dicho, me lo había dicho a pesar de que
claramente no le había gustado hablar de ese tema.

Oh, dioses.

¿No le gustaba hablar de ese secreto?

Mi mente estaba dando vueltas. Daba vueltas en espiral. Nada de esto


tenía sentido y sin embargo, tenía todo el sentido del mundo.

—¿Qué? —logré decir.

—Su padre —dijo Tared, mirándome con una mezcla de disculpa y


sombría determinación en sus ojos grises—. Kertayan. Era un demonio. 363
—Pero... ¿Qué? —Solté una carcajada—. ¿Por qué no me lo habría
dicho? ¿Y qué importancia tiene eso para lo que creas que pienso de él?

Lyn emitió un sonido quejumbroso, como un animal joven sufriendo.

—No te contó mucho sobre la magia demoníaca, ¿cierto?

—Dijo que van por ahí atormentando a la gente. Lo que sonó bastante
desagradable.

—No es mentira. —Se frotó el rostro, moviendo los mechones rojos por
todas partes—. Es solo una explicación muy limitada. La magia demoníaca
funciona con las emociones. Los sentimientos. Implica una especie de
equilibrio: un demonio sentirá lo contrario de lo que le haga a su objetivo.
Así que la mayoría de los demonios hacen un esfuerzo para que sus objetivos
se sientan tan desagradables como sea posible, ya que les dará un ridículo
subidón de emociones. ¿Entiendes?

La miré fijamente y solo vi ojos inyectados en sangre y dedos


crispados. Tomo su dolor.

Oh, dioses.
—Ya veo. —Mis palabras salieron sin aliento. ¿Qué había dicho?
¿Heredaste la magia? Y él me había hecho ese gesto de asentimiento rígido
y reticente, que técnicamente no era una mentira, pero también... Oh,
dioses—. Sí, ya veo.

—Y no te equivoques —dijo Lyn sombríamente—, él no es menos


poderoso por ser solo mitad demonio. Kertayan era bastante aterrador por
todo lo que he oído de él y los mestizos tienden a tomar...

—Los poderes completos de cada progenitor —terminé sin pensar.

Ella parpadeó.

—Bueno, sí. Exactamente.

Los poderes juntos de un demonio temible y de dos fuertes hembras


fae. Apenas me atrevía a respirar. No es de extrañar que incluso los fae
prefirieran mantenerse a salvo y en buenos términos con él. No era de
extrañar que la Madre hubiera estado ansiosa por atarlo tan pronto como
surgió la oportunidad después de la Guerra. 364
—Así que la cosa es, Emelin —dijo Tared, examinándome con una
agudeza preocupada desde el otro lado del fuego—, que nos resulta bastante
difícil confiar en lo mucho que te gusta. No porque no confiemos en ti. Lo
hacemos. Sino porque apenas sería un ejercicio matutino para Creon
determinar exactamente lo que sientes por él.

El pavor surgió en mí como el vómito, espeso y nauseabundo.

—Podría hacer que confiaras en él. Podría hacerte sentir segura. Podía
hacerte sentir que era la persona más amable del mundo. —Algo se crispó
en el rostro delgado del elfo cuando miró a un lado para encontrarse con la
mirada de Lyn y luego volvió a mirarme—. Diablos, podría hacer que te
enamoraras perdidamente de él si quisiera, y nunca sabrías que no es tu
propio corazón el que estaría en juego.
19

365
La playa estaba borrosa.

El bosque era borroso.

Volví al pabellón por instinto y recuerdos. Las voces de Lyn y Tared


también eran borrosas en mis oídos, todas esas advertencias, ofertas y
consejos bien intencionados: irme, dejar que se ocuparan de Creon, al
menos fingir que no sabía nada hasta que supiera más sobre sus razones.

Lo había ignorado todo.

Probablemente tenían razón. Estaba siendo imprudente en el mejor


de los casos y tonta en el peor. Pero ninguna de sus cuidadosas y
equilibradas sugerencias había ofrecido ningún alivio al corazón que
sangraba hasta morir en mi pecho, a ese dolor punzante y desgarrador de
la angustia que creía conocer después de dejar Ildhelm.

Ahora sabía que, en comparación, el dolor de dejar atrás a Helmer


había sido una broma.
¿Era desamor? ¿O fue sólo una ilusión que se hizo añicos, mis
verdaderos sentimientos finalmente atravesando un espejismo
ingeniosamente construido de amor floreciente?

Si dejaba la corte con ellos y nunca regresaba, como Lyn había


repetido que podía hacer una y otra vez, tal vez nunca lo sabría.

Así que avancé tambaleándome, paso tras paso, sin pensar, hasta que
el pabellón emergió del verde y gris del follaje. Tranquilas ventanas verdes y
blancas, pilares de madera tallada y rosas rojo sangre creciendo por todo el
edificio. Incluso ahora no podía evitar pensar en ello como en mi hogar.

¿Eso también era mentira?

Rompí una ventana con un irreflexivo estallido rojo. Destrucción.


Esperaba que el cristal volara a kilómetros de distancia cuando la tormenta
que me golpeaba llegara, pero simplemente se desvaneció, una explosión de
color más limpia de la que jamás había logrado antes. Una especie de ira
puntiaguda y concentrada que borraba todo excepto la tranquila
determinación de que alguien iba a pagar por esto.
366
Y no iba a ser yo.

Subí los escalones del porche con una especie de compostura helada.
Mis pies ni siquiera flaquearon cuando vi el interior familiar del pabellón.
Entré sin llorar, lamentarme ni desmoronarme, con la espalda recta como
un poste y la cabeza en alto.

Creon estaba sentado en el sofá.

En ese mismo sofá donde estúpidamente había pasado por alto las
implicaciones de sus misteriosos poderes mágicos. El mismo sofá donde lo
había limpiado, consolado y decidido con tanta extraña facilidad que su
pasado ya no significaba nada para mí; allí estaba sentado, estudiando mis
bocetos del Laberinto a la luz del sol, como si el mundo no se hubiera
derrumbado bajo mis pies.

Levantó la vista mientras se hacía a un lado. Me miró a los ojos, su


mano ya estaba levantada para saludarme y frunció el ceño.

¿Qué pasa?
El peso de una montaña parecía presionar contra mi pecho. Apenas
podía respirar. Apenas podía soportar la torsión espinosa de mi corazón, ese
dolor hueco de miedo y pérdida dentro de mí. Pero mi voz salió fría y serena
incluso cuando apenas recordaba cómo abrir la boca, como si otra mujer
estuviera hablando en mi lugar.

—Sabes que algo pasa.

Parpadeó y frunció el ceño cada vez más.

—Puedes sentir que algo anda mal. —Mi voz se elevó sin pensamiento
ni control—. Todas estas semanas me he estado preguntando cómo podías
ver a través de mí con tanta facilidad, cómo siempre parecías entender lo
que sentía y pensaba, ¿y todo este tiempo olvidaste convenientemente
decirme que puedes sentir mis emociones. Qué es sólo tu magia en acción?

Su rostro se puso pálido.

Qué…
367
—¿Cuándo —espeté, sin esperar a que terminara sus gestos—,
pensabas decirme esto?

Saltó, con las alas colocadas detrás de sus hombros, sus ojos saltando
de mí al tranquilo bosque afuera y de regreso a mí.

Em, ¿qué...

—¡No me digas Em!

Sus ojos se abrieron más y sus gestos se hicieron más apresurados.


¿Dónde...?

—¿Tu primera preocupación es dónde he estado? —Solté una risa


aguda y caminé hacia la mesa y el montón de pergamino que había sobre
ella—. ¿Sin explicar qué diablos estabas pensando, ocultando la mitad de
tus poderes todo este tiempo? ¿O con qué frecuencia has estado usando
esos poderes conmigo? ¿O cómo es posible que haya sido tan
sospechosamente rápida en perdonarte por cada pequeña grosería y
crueldad? ¿Cómo… cómo…

Yo nunca…
—¿Nunca usaste magia demoníaca conmigo? ¿Puedes jurar que
nunca usaste magia demoníaca conmigo?

Sus manos permanecieron congeladas, pero el pánico ciego en sus


ojos me dijo todo lo que necesitaba saber.

—¡Bastardo! —Las palabras brotaron de mí en un sollozo


deshilachado, y luego esas malditas lágrimas rodaron por mis mejillas de
todos modos: lágrimas reales, dolor real, y ya ni siquiera sabía para qué—.
¿Hasta qué punto esto es real, Creon? ¿Cuántas de estas cosas que siento
son mis sentimientos? ¿Y cuántos plantaste convenientemente en mi
corazón porque...?

Déjame explicar…

—¡Oh, espero que me expliques este lío! —Saqué de una pila la hoja
de pergamino vacía más cercana. Ya no podía soportar ser paciente. Ya no
podía soportar esperar cinco o diez segundos para que sus dedos dieran
forma a los gestos que yo misma le había enseñado—. Porque, si no puedes
darme una explicación muy convincente de por qué guardaste esto en
368
secreto y de lo que me has hecho y lo que no, saldré de aquí mañana por la
mañana. ¿Necesitas que te aclare más? O…

Me miró fijamente, erguido y horrorizado en medio de su casa.


Saldrás.

—Sí, Creon. Saldré.

¿Dónde irías…

—Oh, estaré a salvo —me burlé—. Entonces. ¿Explicaciones?

Hiciste un trato. No dio un paso adelante para coger un lápiz; Me tomó


todo lo que tenía no tirarle uno al rostro. Puede impedirte irte incluso si…

Se me escapó una risa cortante y sin alegría.

—¿Ese maldito trato? ¿Ese es el argumento que quieres utilizar para


retenerme aquí?

Sus dedos se tensaron mientras cerraba los ojos. Quería llorar, quería
convertirme en una pequeña bola de miseria sobre el suelo de madera de
abedul y quedarme allí hasta que el mundo se hubiera arreglado de alguna
manera. ¿Qué había esperado? ¿Que en unas pocas palabras barrería mis
miedos y sospechas de la mesa y demostraría de manera convincente que él
era verdaderamente la persona que yo había pensado que era?

¿Y en cambio ese maldito trato fue lo mejor que se le ocurrió?

Levantó la mano de nuevo, con movimientos lentos y enfáticos.

No quiero que te lastimes…

—Qué conmovedor, después de que me lastimaste —dije, levantando


la barbilla. Ni siquiera había pensado todavía en esa maldita marca en mi
muñeca. Pero, aun así...—. Y no te preocupes, no planeo romper el trato. Lo
único que prometí fue ayudarte a matar a la Madre, y también puedo
intentar acabar con ella con Lyn y...

Creon se puso rígido hasta la punta de las alas.

Mi boca se cerró de golpe sólo dos palabras demasiado tarde. Oh, 369
mierda. Un poco demasiado ocupada expresando un punto, un poco
demasiado acalorada para pensar...

Creon me miró como si hubiera aparecido con la Madre en persona


para arrestarlo.

—Bueno —dije, mi voz media octava más alta—. También puedo


trabajar contra la Madre con cualquier otra persona, es lo que intento decir.
Así que dudo que el trato sea un gran...

Lyn, sus labios me interrumpieron.

Sólo esa única sílaba, aturdida y desorientada. Sus manos colgaban


inmóviles a los costados. Incluso sus alas se hundieron detrás de sus
hombros, como si toda la fuerza se escapara de sus músculos. Cualesquiera
que fueran los malentendidos y las frustraciones mutuas que habían
ocurrido entre él y la Alianza, eran lo suficientemente malos como para
embotar su rostro hasta dejarlo pálido como la cera.

Lyn.
Tragué, maldiciéndome a mí misma, a mi boca imprudente y a estos
malditos secretos que todos insistían en ocultarme.

—Bueno. —No podía sonar casual ante aquellas manos llenas de


cicatrices apretadas en puños, pero que me condenaran si no lo intentaba—
. Sí. Me encontré con ella.

Su mirada angustiada hacia afuera no se me escapó. Como si Lyn


estuviera de repente parada en la ventana abierta, con esos ojos llameantes
y esa sonrisa engañosamente infantil. Como si bien pudiera ser su fin si ella
lo estuviera.

—No te molestes en buscarla —dije bruscamente—. Ella ya se ha ido.

Habían dicho que era demasiado peligroso quedarse allí mucho


tiempo. Y eso había sido antes de que le hubiera contado su nombre al mago
que aún podría tener una cuenta que saldar.

¿Sólo ella? señaló, volviéndose hacia mí con movimientos apresurados


y espasmódicos. 370
—¿Qué?

Dijiste Lyn y. Deletreó la y.

Oh, maldita sea veinte veces. Y Tared, había estado a punto de decir.
El mismo Tared que no podía oír el nombre de Creon sin caer preso de
impulsos asesinos. ¿Cuán mutuo era exactamente ese sentimiento? Lo
suficientemente mutuo como para que al menos no hubieran querido que
Creon supiera de su presencia en la isla.

Debería haber mantenido la boca cerrada. Debería haber ido con ellos
y no volver a mostrarle mi rostro a Creon.

Sus ojos eran charcos de hielo. Ojos conocedores y expectantes.

Quizás ya había leído la verdad de cualquier vacilación que su maldita


magia demoníaca pudiera sentir a mi alrededor. Quizás Lyn y Tared siempre
habían sido lo suficientemente inseparables como para que la respuesta
fuera evidente. En cualquier caso, tenía poco que ganar mintiendo.

—Y Tared —dije, con la voz hueca en el silencio más absoluto.


Sus fosas nasales se dilataron.

—Entonces. —Algo en esa mirada de sus ojos me quitó todo deseo de


gritar—. ¿Estamos finalmente llegando a las explicaciones, o...

Creon se dio la vuelta. Y caminó.

—¡Oye! —Pensándolo bien, gritar era muy fácil para mí hoy—. ¡No te
atrevas a abandonarme sin siquiera... ¡Creon!

No miró hacia atrás, ni siquiera titubeó. Con cinco largas zancadas,


estuvo en el porche, con las alas extendidas detrás de su espalda. Mi
estallido rojo llegó demasiado tarde. Sólo astilló la madera sobre la entrada
cuando él ya había pasado, incapaz de detenerlo o incluso retrasarlo. Me
tambaleé tras él, alzando la voz.

—Creon, por favor...

Sus alas se abrieron y me lanzaron aire al rostro.

—¡Creon!
371
Y con tres rápidos aleteos, se fue, dejando atrás sólo la puerta en
ruinas y mi voz entrecortada.

¿Fue el shock lo que lo hizo huir de mí tan bruscamente? ¿O fue la


constatación de que no iba a desentenderse de las verdades que Lyn y Tared
pudieran haberme contado sobre su pasado?

Caminé alrededor del pabellón durante media hora y no me acerqué


más a la respuesta. Todo lo que pude concluir después de perder ese valioso
tiempo fue que Creon aparentemente no tenía la intención de regresar
pronto para darme una explicación decente de sus mentiras.

Lo que sugería que la explicación podría no existir.

Debería saber que no debía dejar que ese pensamiento me hiciera


daño. Pero me dolía: garras y púas atravesándome las costillas,
arrancándome otra gota de sangre del corazón que creía ya vacío.
¿De verdad me había estado manipulando todo este tiempo?
¿Tomando nota de mis reacciones ante su comportamiento, descubriendo
la forma más fácil de complacerme y envolviendo mi corazón con un poco
más de aprecio y simpatía siempre que lo consideraba justificado? Me
empujó a que me gustara un poco más fácilmente de lo que normalmente
me habría gustado, y añadió una generosa pizca de excitación a medida que
pasaba el tiempo...

Poco más que un ejercicio matutino. Es de suponer que Tared tenía


razón.

Lo que significaría que nunca me habría enamorado de él. Que sin su


mezcla de demonio solo habría visto al bastardo complicado que Lyn y Tared
conocían, al macho que luchaba por matar a la Madre pero asesinaba niños
de todos modos, que podía jugar al cómodo compañero de casa con la misma
facilidad que al príncipe fae de corazón frío. Un macho al que temer, tal vez
un macho al que admirar de algún modo retorcido, pero también un macho
al que mantener a una distancia prudente y saludable.
372
Todo lo demás era producto de la imaginación de un demonio.

Intelectualmente tenía sentido. Todo había sido tan rápido, tan


increíblemente fácil. Lo había reconocido incluso antes de que me revelaran
la verdad. La magia demoníaca explicaría aquella locura repentina, mi
inusual disposición a dejar atrás todo rastro de mi antigua vida en cuestión
de días.

Tenía sentido. Pero se sentía tan, tan mal.

No hay nada pequeño en ti.

¿Había sido un movimiento calculado en su juego? ¿Un comentario


cuidadosamente diseñado para golpearme justo donde más me afectaría,
basado en observaciones y experimentos anteriores?

Emelin. Emelin.

Y cuando me di cuenta de que me estaba enamorando tan locamente


de él que podía saborearlo en cada bocanada de aire que respiraba, ¿había
sido obra suya?
¿Por qué no volvía para disculparse y responder a mis preguntas,
maldito fuera?

Porque no había respuesta a mis preguntas. La vocecita de mi cabeza


no podía ser ignorada, por mucho que intentara acallarla. No quería oír esa
incómoda y probable respuesta. Había irrumpido en esta confrontación con
la vaga e inconsciente expectativa de que él me demostraría una vez más
que estaba equivocada, que aún podía desearlo, que todavía era
completamente mi propia mujer con mi propio corazón...

Y ahora no iba a volver.

Finalmente me desplomé en el sofá y enterré mi cara entre mis brazos.


Las lágrimas volvieron a picar en mis ojos, calientes y dolorosas. No iba a
volver, y yo quería que volviera. Quería que mi Creon volviera, el Creon que
se reía cuando lo incitaba, que me recordaba que no había nada pequeño
en mí, que me decía que quisiera más. El Creon que había matado por mí.
El Creon por el que mataría.

No este extraño en su piel, el demonio que me evitaba cuando le pedía


373
respuestas.

Debería haberme ido con Lyn y Tared inmediatamente. No saber no


podría haber sido peor que este pavor de saber lo que no quería saber.

Mañana por la mañana, les había prometido que volvería a Faewood


mañana por la mañana, para acompañarlos o para informarles sobre
cualquier solución que hubiera encontrado. Si Creon no regresaba, la única
opción sensata era abandonar la corte para ir a donde se hubiera reunido
la Alianza.

Pero eso me dejaba con horas y horas de espera, miedo y esperanza


de cosas que se suponía que no debía esperar.

Maldije y me levanté de un salto. Las maletas. Si me iba, tenía que


hacer las maletas. O al menos un solo bolso, o como mínimo los pocos
vestidos que poseía y los materiales de costura que Creon me había
regalado.

No tardé más de cinco minutos en reunir esas escasas pertenencias.


Creon aún no había aparecido.
Era casi como la noche anterior, la angustiosa espera de su regreso
de la misión de tortura de Rhudaki. Excepto que esta vez, tal vez ni siquiera
regresara. Podría pasear por un pabellón vacío hasta que el sol volviera a
salir mañana, y ni siquiera volver a ver su rostro.

Me volvería loca. Ya me estaba volviendo loca.

Tenía que haber una mejor forma de pasar las últimas horas que me
quedaban en el corazón del imperio enemigo, algo más útil que lamentarme
y lloriquear. Nada en la propia corte, porque no me atrevía a estar segura de
que Creon siguiera protegiéndome si me encontraban. Pero el resto de la
isla...

El Laberinto.

Todavía no había terminado mi mapa del Laberinto.

¿Lo necesitaba? Podría ser útil para que los elfos intentaran colarse
en el palacio sin mí. En cualquier caso, le había prometido al Laberinto que
volvería hoy. No estaba segura si las montañas llevaban un control muy 374
estricto del tiempo, pero por lo que había leído sobre el lugar hasta el
momento parecía mejor no arriesgarse a decepcionarlo.

Algo que hacer. Algún lugar a donde ir. Alivió la angustia por un
tiempo, al menos.

Encontré otra mochila en el armario de Creon y metí dentro mi


pergamino, mis lápices y mi mapa a medio terminar. Un bollo sobrante de
la entrega de comida de ayer, también: si mi estómago de alguna manera
recuperaba su voluntad de existir, no quería volver a casa a buscar el
almuerzo.

Si tenía suerte, podía mantenerme ocupada al menos el resto del día.


Entonces, solo unas pocas horas de sueño me separarían del momento en
que finalmente pudiera salir de esta maldita isla.
El Laberinto me dio la bienvenida con un destello de luz azul y
morada. Me hizo sentir tan muchísimo mejor que estuve a punto de echarme
a llorar de nuevo.

—Gracias —murmuré, deslizándome por el oscuro túnel y dejando la


puerta abierta tras de mí. Ya me atrevía a confiar en que la montaña no me
encerraría mientras exploraba las retorcidas profundidades del laberinto—.
Me alegro de que al menos un amigo quede aquí.

Una reconfortante ráfaga de aire cálido me envolvió. Le di unas


palmaditas a las paredes, tragándome el repentino nudo en la garganta, y
añadí:

—Puede que tarde un poco en volver, después de hoy. Parece que los
fae decidieron que tampoco me tienen mucho cariño. Pero si te parece bien,
me gustaría terminar nuestro mapa de todos modos. Así será más fácil
volver contigo lo antes posible, al menos.

Las venas azules del suelo volvieron a brillar. Sonreí débilmente.


375
—Realmente eres el Laberinto más brillante que he conocido, ¿te lo he
dicho?

El Laberinto dio un escalofrío de satisfacción.

Revisé mis notas de ayer mientras caminaba por la parte que ya había
trazado, contando mis pasos para verificar y marcar cualquier característica
reconocible que pudiera ayudar a otro visitante a encontrar su camino.
Parecía que habían pasado horas cuando llegué a la división en la que me
había rendido y me había devuelto ayer.

Ayer. Antes de que Creon volviera a casa hecho un desastre. Antes de


que yo lo perdonara por cada vida humana arrebatada... antes de que él me
hiciera perdonarlo, tal vez.

No era el momento de pensar en eso. No era el momento de permitir


que mi corazón se derrumbara de nuevo. Tenía trabajo que hacer.

Así que seguí la línea de azul y púrpura parpadeante, a través de arcos


lo bastante bajos como para tropezar con ellos, más allá de estalactitas y
estalagmitas, alrededor de esquinas lo bastante afiladas como para cortar
huesos, hasta que solo el mapa bajo mis dedos pudo darme una ligera idea
de adónde iba. Adentrándonos cada vez más en la montaña, en un camino
sinuoso de desvío tras desvío. Por la luz etérea de las venas de las rocas no
habría sido capaz de decir si había estado caminando en círculos durante
las últimas dos horas.

Pero ahí, por fin...

Una sala se abrió ante mí en un destello de zafiro y amatista.

Era apenas más alta que el resto del Laberinto: unos dos metros y
medio como mucho, pero en la mayoría de los lugares el techo era lo
bastante bajo como para que pudiera tocarlo si saltaba. Sin embargo, era
ancha y profunda, y las paredes retrocedían hasta que apenas eran visibles
en el crepúsculo. Más grande que cualquier habitación o sótano que hubiera
conocido en casa o en Ildhelm. La única habitación de este tamaño que
había visto antes...

El salón de huesos.
376
Se me cortó la respiración mientras caminaba de puntillas por la
ancha puerta. Ante mí, con un pequeño temblor de aire caliente, el
resplandor azul en el suelo chisporroteó. Pero las gemas de las paredes se
iluminaron, envolviendo la habitación en la gloria de todos los tonos
imaginables, y, por un momento, olvidé que estaba herida, furiosa y con el
corazón roto.

—Estamos debajo del salón —susurré—. La perra construyó su salón


del trono justo encima de esta habitación, ¿imitándote a ti?

Las luces parpadearon.

—¿Así que sabía de ti? —No me atreví a hablar más alto que ese
susurro silencioso, como si el monstruo que residía en el trono sobre mí
pudiera escucharme a través de las capas de piedra que nos separaban—.
O no, espera, ella no construyó la corte por sí misma, ¿verdad? ¿Ese dios lo
hizo por ella?

Un susurro de aire helado flotó a mi alrededor. El Laberinto, concluí,


no había lamentado demasiado la marcha definitiva de Korok.
—Así que conocían tu magia. ¿Había alguna razón para que
intentaran imitarte? ¿Algún intento de absorber tus poderes de la montaña?
—Logré soltar una risa—. En cualquier caso, no funcionó. Por mucho oro y
sangre que gaste en su palacio maldito, nunca será ni la mitad de hermoso
que este lugar que ella intenta olvidar.

Ya ni siquiera intentaba halagar al Laberinto. La idea de que la Madre,


de alguna forma o manera, hubiera moldeado su corte según este
maravilloso lugar de abajo y hubiera acabado con el monstruoso salón de
huesos que yo había visitado arriba, demostraba que la perra no reconocería
la verdadera belleza ni aunque la mordiera en la aterradoramente pálida
nariz.

Una pequeña ráfaga de chispas iluminó el suelo al otro lado de la


habitación. Me acerqué obedientemente, tratando de reconstruir el pasillo
de arriba a medida que me acercaba. Si todavía estaba en lo cierto respecto
al norte y al sur, la entrada del salón de huesos debería estar a mi izquierda.
Lo que significaba que el lugar donde esas chispas azules heladas ahora
pululaban a través de las rocas... 377
El trono.

El Laberinto señalaba exactamente dónde alcanzarla.

Levanté la vista. Ahí estaba. A unas meras docenas de metros por


encima de mí, en aquel monstruoso asiento de huesos y cráneos. Unas
ráfagas de rojo...

Era tan tentador intentarlo. Era tan tentador comprobar lo poderosa


que me había hecho la magia de mi misterioso padre fae.

Pero ahora tenía que ser racional y cuidadosa. Ni siquiera Creon sabía
por qué el trono de su madre era tan importante para ella, por qué no salía
de esa maldita cosa ni siquiera para dar un paseo por el palacio de vez en
cuando. Tal vez destruirlo requería un tipo de magia muy específico. Tal vez
solo sería útil en circunstancias específicas.

Tenía una oportunidad. Si esta fallaba, ella sabría del peligro del
Laberinto y tomaría medidas. Sería más que estúpido arriesgarse en esas
circunstancias. Tenía que marcar la habitación en mi mapa, largarme de
aquí y esperar que Lyn y Tared tuvieran una idea de cómo utilizar esta
información.

Sin embargo, me tomó unos minutos convencerme de ese hecho,


mirando la roca que protegía a la perra de mí.

—De acuerdo —dije finalmente, dando un paso atrás—. Voy a buscar


gente que sepa mejor cómo atacarla aquí. No soy una maga tan buena. Y
cuando la encuentre, volveré.

La calidez que me envolvía se sentía como un abrazo. De nuevo tuve


que tragarme algunas lágrimas.

—Y gracias, muchas gracias.

La luz azul volvió a guiarme por donde había venido. Ahora avanzaba
más deprisa, sin preocuparme de seguir mis pasos ni de contar el número
de tramos del camino. Tenía que haber pasado ya la puesta del sol, teniendo
en cuenta las horas que había pasado cartografiando y buscando. Pero no
me sentía cansada, no sentía hambre; el bollo que había tomado yacía 378
intacto en mi bolsa.

Faltaban horas y horas hasta que pudiera partir. Su perspectiva era


una roca en mi estómago.

Tal vez Creon ya habría regresado al pabellón. No debería tener


esperanza y, sin embargo, no podía evitarlo mientras me escabullía por el
Laberinto, cada vez más despacio a medida que me acercaba a la salida.
Quizá se había recompuesto y había decidido que no quería que
desapareciera. Tal vez intentara explicarse. Quizá resultara que nunca
había usado su magia conmigo...

Sin embargo, se había congelado cuando le pregunté. Se había


congelado y no lo había negado.

Bastardo. ¿Por qué hacía el esfuerzo de sufrir por él?

Pero cuando salí por la puerta baja del Laberinto y me encontré con
una silueta alada esperándome en el crepúsculo, el corazón me saltó a la
garganta en una confusa mezcla de esperanza, alivio y furia desenfrenada.
¿Había vuelto? ¿Descubierto dónde encontrarme? Me esperaba para
disculparse y suplicar perdón y...

Solo entonces pude asimilar por completo el rostro pálido y afilado


que me miraba desde las sombras de Faewood. El pelo corto y negro. Los
ojos verdes de gato. El elaborado bordado de plata en una camisa pomposa
que Creon nunca usaría.

Oh.

Oh, mierda.

—Hola, Emelin —dijo Ophion.

379
20

380
No estaba solo.

Otros cuatro o cinco pares de alas se batían en el crepúsculo durante


ese único momento de aturdimiento. Por el rabillo del ojo pude ver unas
manos pálidas levantadas en mi dirección, listas para lanzarme un baño de
sangre rojo a la cara. Otros se movieron más allá, susurros silenciosos que
atravesaban el silencio del crepúsculo. Susurros de hombres preparados
para el derramamiento de sangre, preparados para la batalla.

Preparados para... ¿mí?

Miré fijamente a Ophion, sin atreverme a moverme, parpadear o


respirar.

Había estado esperando a que saliera, concluí en esa fracción de


latido. Había estado esperando a que alguien saliera, al menos. ¿Acaso uno
de sus hombres me había visto entrar y le había advertido? Pero ¿por qué el
amante de la Madre, que presumiblemente no es el más débil de los machos
fae, reuniría a medio ejército solo para detener a una sola pequeña humana
tonta?

A menos que...
A menos que supiera que yo no era tan tonta ni tan humana.

El pensamiento echó raíces en menos del tiempo que se tarda en


parpadear. ¿Alguien me había traicionado? ¿Me había traicionado Creon?
¿Qué posibilidades había de que me encontraran aquí, escabulléndome por
el Laberinto prohibido de la isla, apenas unas horas después de haberle
dicho a un despiadado asesino fae que no iba a jugar más a sus juegos?

Pero, de nuevo, Creon se incriminaría a sí mismo al revelarme, ¿no es


así?

Así que podría haber alguna otra razón. Es posible que aún no
supieran la verdad sobre mí. Y si no lo hacían, aferrarme a esa mentira era
mi única posibilidad de sobrevivir.

Sé estúpida. Sé inocente. Sé lo suficientemente normal como para que


te dejen ir.

—¡Lord Ophion! —susurré, apretando el mapa contra mi pecho.


¿Cuánto tiempo había permanecido allí, paralizada como un ciervo rodeado 381
de cazadores? Años, dijo mi corazón palpitante, pero tal vez fue lo
suficientemente corto como para que pudiera interpretarlo como el momento
de shock de una chica tonta—. ¡Oh, dioses! Debe perdonarme, ¡no estoy
vestida para una compañía tan importante en absoluto!

Parpadeó. Por un momento, la fracción más corta de un momento, su


sonrisa felina vaciló en lo que pareció ser sorpresa.

—¿Estás preocupada por tu vestido, Emelin?

—Bueno —dije sin aliento, mirando el sencillo vestido negro que me


había puesto esa mañana—. No es muy bonito, ¿verdad, mi lord?

Sin embargo, era negro. Suficiente magia a mi disposición. Pero ¿me


atrevía a correr ese riesgo, atacando a una docena de faes con la esperanza
de que su sorpresa me permitiera escapar? Incluso si me alejara de esta
trampa para ratas, tendría que mantenerme fuera de sus manos hasta el
amanecer. Y si supieran que soy una maga, presumiblemente estarían muy
ansiosos por encontrarme.
No iba a arriesgarme. Todavía no. Primero tenía que averiguar qué
demonios estaba pasando.

Ophion no parecía estar del todo seguro de su triunfo, ahora que yo


no mostraba ninguna intención de suplicar clemencia o llorar a sus pies.
Sus ojos volaron de sus hombres hacia mí mientras decía lentamente:

—¿Sabes de qué lugar acabas de salir, Emelin?

Oh, Zera, ayúdame. No iba a dejar que me marchara con una severa
advertencia de reanudar la misión que le había traído hasta aquí.

—¿El laberinto? —dije alegremente, sofocando la alarma que rugía en


cada fibra de mi cuerpo—. Oh, sí, por supuesto. Usted también lo sabe,
¿verdad? ¡Es muy hermoso, lord Ophion! ¡Qué colores tan brillantes!
Debería...

—¿No te das cuenta —interrumpió, con los ojos de gato entrecerrados


en evidente perplejidad—, de que no se te permite entrar en el Laberinto?
382
Me callé. Me obligué a parpadear hacia él con grandes e inocentes ojos
de cierva, con la boca abierta un poco.

—No... ¿No está permitido?

—En absoluto —dijo, y había una pizca de crueldad en su mueca de


desprecio.

—Acaso yo... ¿Rompí una regla?

Los faes que nos rodeaban bajaron sus manos, una por una,
intercambiando miradas perplejas a través del claro. ¿No era lo que
esperaban, una niña idiota? Y, sin embargo, no vieron a través del disfraz.
¿Significaba eso que Creon no los había informado de la verdad, que no
había tenido nada que ver con su presencia en el Laberinto?

—Una regla —dijo Ophion con una sonrisa poco sincera—, cuya
violación se castiga con la muerte.

El corazón se me subió a la garganta. Muerte. Un movimiento de su


mano, un destello rojo, y la Madre ni se inmutaría...
Tenía que ganar tiempo. Distraerlos. Demonios, no podía morir aquí,
no podía dejar que Lyn y Tared me esperaran en vano mañana. Me negaba
a creerlo, me negaba a creer que cada aliento que inhalaba profundamente
en mis pulmones podría ser el último. Si los detenía el tiempo suficiente
¿seguro que algo me salvaría? ¿Seguramente acabaría encontrando la
manera de salvarme?

—Pero... pero eso no puede ser. —Dejé escapar una risa sin aliento,
con toda la confianza de una chica demasiado estúpida para saber cuándo
está en problemas. Pero bajé un poco la mano izquierda hasta que quedó
firmemente presionada contra el negro de mi vestido, por si acaso decidía
ejecutar su veredicto de muerte en ese mismo momento. No iba a caer sin
luchar, maldita sea—. La puerta estaba abierta, ¿sabe? ¿Por qué iba a estar
abierta si estaba prohibido entrar en el laberinto?

Allí. Que piense que había un problema más grande entre manos que
un humano tonto que deambulaba por los lugares equivocados.

Mordió el anzuelo. 383


—¿Estaba abierta?

—¡Por supuesto, mi lord! ¿Cómo podría haberla abierto yo?

De nuevo, el ceño fruncido se deslizó por su rostro puntiagudo


mientras me examinaba, considerando esta nueva complicación. Realmente
no se había preparado para lidiar con pequeños humanos tontos. ¿Qué
había esperado, para que trajera medio ejército a este lugar? ¿Algún fae
intruso?

Uno de sus compañeros dijo algo desde las sombras. Parecía ser una
pregunta. Ella, entendí esa palabra. Pergamino. En su mano.

Me quedé boquiabierta mirando a Ophion mientras fruncía el ceño


aún más profundamente.

—Buen punto. ¿Qué es ese pergamino que tienes en la mano, Emelin?

Oh, malditos sean todos. No tenía mucho sentido mentir, decidí en un


abrir y cerrar de ojos. Lo sabrían tan pronto como echaran un vistazo a mi
dibujo, y las mentiras podrían ser una sentencia de muerte. Mis
pensamientos trabajaban a una velocidad frenética mientras miraba hacia
abajo y exclamaba:

—¡Oh, mi mapa!

—Tu... ¿mapa?

—Sí, por supuesto. —Agité las pestañas hacia él, ahora desafiante—.
Para asegurarme de que podía encontrar el camino de vuelta. No soy
estúpida, lord Ophion.

Esa última declaración pareció confundirlo más que cualquier cosa


que yo hubiera dicho hasta entonces. Con una rápida mirada por encima
del hombro, le espetó unas palabras en faerie a uno de sus hombres, una
frase que entendí perfectamente. Ve a buscar a Creon.

Mi corazón dio un vuelco.

El destinatario de la orden parecía completamente descontento con su


asignación. Lo que parecía indicar que no estaban trabajando con Creon. Lo 384
que significaba que la Muerte Silenciosa no me había traicionado. El secreto
de mi identidad debía estar a salvo, entonces, pero incluso si no sabían
quién era, qué era, ¿cómo iba a explicar mi paso por un terreno prohibido?
Ophion no daba la impresión de estar dispuesto a dejar pasar esa pregunta,
incluso si el asunto de la puerta abierta parecía ponerlo tan nervioso como
esperaba.

Pero si me presionaba para que diera una explicación, y a Creon


también...

Las historias contrarias podrían matarnos a los dos. Maga sin atar o
no.

Los latidos de mi corazón eran un tambor en mis oídos cuando Ophion


se volvió hacia mí, algo de esa confianza viciosa regresando a sus ojos. No
era lo que él esperaba. Pero esa mirada en sus ojos... Me decía que ningún
acontecimiento inesperado le impediría utilizar la situación a su favor.

Y si mi vida iba a ser un daño colateral, ¿qué le importaría a él?

Necesité todo lo que tenía para controlar la respiración mientras él


caminaba lentamente hacia mí, con el fantasma de una sonrisa en sus
labios. Castigado con la muerte. Las palabras aterrizaron de repente,
arrancando el aire de mis pulmones. Castigado con la muerte. Podría decidir
que ya había terminado conmigo. Podría decidir que mi cadáver sería más
útil para sus planes que mi cuerpo vivo, y nadie lo detendría.

Mi mano izquierda agarró mi vestido con tanta fuerza que mis uñas
rompieron la piel de abajo. Si incluso levantara la mano...

No levantó la mano.

—Bueno, Emelin. —Su sonrisa... era como el intento de simpatía de


una serpiente—. Nos estás contando una historia bastante desconcertante.
¿Por qué no vienes con nosotros, a informar al resto de la corte de lo que
has visto?

El resto de la corte. La Madre. No podía respirar, no podía pensar.


Iban a arrastrarme delante de la Madre para decirle que había estado
husmeando en el Laberinto, con toda la corte mirando. ¿Y por qué me
perdonaría en público? Incluso si yo era inocente e inconsciente, yo era un
ejemplo perfecto para reforzar la regla: una pequeña humana a la que no
385
echarían de menos de todos modos.

Consigue a Creon. ¿Me atrevía a esperar que encontrara una manera


de salvarme de esta trampa?

¿Me atrevía a esperar que le importara, en absoluto?

Siempre que no te pongas en peligro. ¿Escabullirme por mi cuenta en


un laberinto prohibido calificaba como ponerme en peligro? Si contaba, ni
siquiera el trato podría salvarme esta vez...

—¿Emelin? —El suave ronroneo de la voz de Ophion fue una


advertencia.

—Por supuesto —conseguí decir, tartamudeando—. Si puedo


ayudarlo, lo haré, lord Ophion; pero no está enfadado conmigo, ¿verdad?
¿Por no saber que no se me permitía?

—En absoluto. —Hizo un gesto con la mano a uno de los otros sin
siquiera mirar en su dirección—. Llévatela.
Unos brazos fuertes me tiraron hacia atrás, cerrándose alrededor de
mis muñecas como esposas de acero. Reprimí un grito. Detrás de mí, el
macho fae que me había agarrado se rio entre dientes y me rodeó la cintura
con un brazo.

—Silencio, pequeña. —No era un consuelo—. O algunos de nosotros


podríamos decidir que nos gustaría escuchar más de esos sonidos que estás
haciendo.

Me puse rígida. Dos de sus compañeros de armas se rieron detrás de


mí. Ophion soltó una orden molesta, y el grupo volvió a quedarse en silencio.

El macho fae que me sostenía aflojó un poco su agarre. Estaba


bastante segura de haber entendido su pregunta a Ophion. ¿Es hora de irse?

Ante la confirmación de Ophion, mi guardián me alzó en sus brazos y


se elevó hacia el cielo que se oscurecía. Apenas reprimí un grito, deseando
que mi cuerpo se quedara quieto en los brazos de aquel extraño. Debajo de
nosotros, el bosque era poco más que un borrón continuo de negro y gris.
Si me movía, aunque fuera un centímetro de más y me dejaba caer...
386
Pero su agarre era firme mientras volaba hacia la silueta iluminada
por las velas de la corte, mientras los demás seguían nuestra estela.

Cuanto más rápido nos acercábamos a esos arcos de mármol rojo,


más empezaba a desear que no me estuviera sujetando con tanta fuerza.
Con cada aleteo que me acercaba a la Madre, que me dejaran caer unas
docenas de metros se convirtió en una alternativa cada vez más atractiva.

Castigado con la muerte. Y esperar misericordia de ella... parecía más


realista esperar misericordia de los sabuesos.

Podría haber vomitado cuando mi captor finalmente voló a través del


arco más cercano al salón de huesos. Si hubiera comido algo en las últimas
ocho horas, podría haberlo vomitado. Ahora, solo se me doblaron las
rodillas, mientras me dejaban caer, sin ceremonias, sobre mis propios pies.

Los faes se rieron a mi alrededor. Varias manos me agarraron por los


hombros, manteniéndome firme. El mundo nadaba en un mar de rojo,
dorado y peligro.
—No hay razón para el melodrama —me siseó Ophion mientras me
empujaba hacia el pasillo, como a un niño pequeño. Los faes nos
flanqueaban a ambos lados, una irónica guardia de honor—. Solo unas
pocas preguntas, ¿recuerdas?

Solo algunas preguntas. Y cuando hubiese respondido... ¿qué?

No pregunté. No me atrevía a preguntar.

El trono era un faro amenazador al otro lado de la sala, esa cruel pila
de huesos y cráneos... Tragué saliva. Había estado justo debajo de ese trono
apenas una hora antes. Había estado en el lugar perfecto para abrirme
camino a través de las rocas y destruir todo el maldito asunto, y ahora
podría morir antes de poder siquiera intentarlo.

Nunca debería haber vuelto a entrar en el Laberinto. Nunca debí haber


dejado abierta esa puerta tan descuidadamente. Nunca debí haber
rechazado la oferta de Lyn y Tared de llevarme de inmediato.

Quería vomitar. 387


Era casi como aquella primera noche en la corte otra vez: la mano del
extraño tirando de mí hacia adelante, el borrón de docenas y docenas de
ojos siguiéndome. Sobrevive. Esa sola palabra había sido mi salvavidas a
través de la conmoción y el miedo paralizante. Sobrevive. Pero esa noche
Creon había estado allí, protegiéndome, aunque aún no lo supiera, y esta
vez...

La Madre nos esperaba en su trono, recostada en las almohadas de


terciopelo y seda, vestida con poco más que un endeble vestido de gasa.
Parecía mortalmente aburrida y desesperada por cualquier forma de
diversión: cuanto más sangrienta, mejor. Sus labios almohadillados se
curvaron en una sonrisa de despiadado deleite cuando me vio.

¿Qué había dicho Creon? Te encuentra mucho más interesante...

Su primer pequeño juguete humano desde la Última Batalla. Me


tragué una oleada de hiel amarga. ¿Por qué no había atraído a ninguna otra
mujer humana a su cama con esos poderes demoníacos, si era tan fácil para
él?
¿Por qué no se me había ocurrido esa pregunta hasta ahora?

Y si me hubiera seducido con su magia demoníaca... ¿Por qué me


había permitido enfrentarme a él, irme? ¿No debería haber sido capaz de
tirar de mí para que volviera a obedecerle con el más leve movimiento de sus
dedos?

El mundo giraba. Sobrevive. Ahora no tenía tiempo para este confuso


lío de mis sentimientos, esta dolorosa maraña de temor y deseo, ira y dolor,
pérdida y esperanza. No podía permitirme dudar, lo único en lo que debía
pensar era en mantenerme con vida hasta el siguiente latido de mi corazón.
Realmente no debería ser tan complicado. Él había usado su magia
demoníaca conmigo. Esa vacilación había sido tanto como una confesión.
Lo que lo convertía en un bastardo engañoso incluso en el mejor de los
escenarios posibles.

Y, aun así, él podría seguir siendo mi mejor esperanza para salir de


esto.

Así que ahora me iba a centrar. Iba a ser muy, muy inteligente hasta
388
que el mensajero de Ophion regresara con Creon. Iba a trabajar con él
aunque quisiera gritarle, y luego...

Luego veríamos. Tal vez habláramos. Tal vez él respondería a mis


preguntas después de todo.

Si no perdía la cabeza antes de ese momento, al menos.

Sobrevive.

Caí de rodillas ante el trono de la Madre, concentrándome en esa sola


palabra, en ese único pensamiento. Yo era la pequeña y tonta Emelin. No
había hecho nada malo. Iba a darles problemas más importantes de los que
preocuparse. Y entonces Creon les diría que me dejaran en paz...

¿Lo haría?

La esperanza era todo lo que tenía.

—Bueno, bueno —dijo la Madre desde arriba, riéndose—. Si es otra


vez la paloma de Creon. ¿A qué debemos el honor de su compañía, Ophion?
Parecía demasiado satisfecho a mi lado.

—Nunca adivinarás dónde la encontramos.

La Madre se echó a reír de nuevo, todo rastro de aburrimiento


desapareció de inmediato. Cerré los ojos con fuerza. ¿Era así como Ophion
la mantenía interesada, empujando a nuevas víctimas para el
derramamiento de sangre recreativo en su salón de vez en cuando?

—Oh, cuéntanos. Sabes que no nos gustan las adivinanzas.

Ophion soltó una risita.

—Salió vagando del Laberinto.

La sala se quedó en silencio.

Respiré despacio, muy despacio, esperando ver en cualquier momento


un destello rojo y luego... nada. Pero no llegó. Solo el sonido de la Madre
moviéndose en las almohadas, y luego su voz de nuevo, ahora dura y afilada
como un fragmento de vidrio roto.
389
—Levanta la vista, muchacha.

De alguna manera me atreví a levantar la cabeza.

Ahora estaba erguida, con el pelo blanco pálido cayendo sobre su


espalda y hombros. Su sonrisa aburrida se había desvanecido. En su lugar
estaba el agudo estado de alerta de la Gran Dama, que había sobrevivido
durante más de mil años, que había conquistado mundos y matado dioses,
todo ese enfoque antiguo y mortal dirigido a mí.

—El Laberinto —repitió lentamente, saboreando las palabras.

Ophion se aclaró la garganta.

—Exactamente.

—Qué fascinante. —Me examinó durante un largo momento de


silencio—. ¿Es verdad, paloma?

Asentí con la cabeza. No confiaba en mi propia voz para dar una


respuesta más elaborada.
—Fascinante, de hecho —murmuró, volviéndose hacia Ophion—.
¿Qué hacías cerca del Laberinto?

—Estaba buscando a tu querido hijo —dijo.

Mi corazón dio un vuelco.

La Madre también se puso rígida, y su risa bromista salió sin una


pizca de diversión.

—Siempre tan desconfiado. ¿Qué tendría que ver Creon con el


Laberinto?

—Ha estado acaparando libros, me dijeron las chicas de la biblioteca


esta mañana. Libros en los que se menciona el Laberinto, más
específicamente.

No me atreví a girarme para ver el rostro de Ophion, pero el triunfo


suave en su voz me dijo lo suficiente. Oh, Zera, ayúdame. Siempre tan
desconfiado. Mi pequeño acto en ese almuerzo semanas atrás no había 390
eliminado sus sospechas en absoluto. No le había hecho olvidar la
humillación de su derrota a manos de Creon. Y después de semanas de
sollozar...

La biblioteca. Por fin encontró allí un rastro de las motivaciones de


Creon.

—¿Lo ha hecho? La Madre pareció masticar esas palabras por un


momento. A nuestro alrededor, nadie en la audiencia parecía respirar—.
Extraordinario. ¿Lo mandaste a buscar para que se uniera a nosotros aquí?

—Por supuesto.

—Bien. —Se volvió hacia mí, golpeando con la yema de un dedo su


labio inferior—. Dinos, paloma, ¿has estado leyendo libros sobre el
Laberinto?

—¿Leyendo? —susurré.

—Sí, Emelin. Leyendo.

Elegí la primera salida que se me ocurrió.


—Usted... ¿Se refiere a los libros de historia con las bonitas imágenes,
Madre?

Me miró fijamente, con una ceja perfecta arqueada hacia la línea del
cabello.

—No puedo leer faerie —dije con torpeza. Tiempo. Tenía que ganar
tiempo. Creon llegaría pronto, y hasta entonces... No podría decir nada
sustancial sin él. No podía decir nada que pudiera contradecir cualquier
historia que contara.

Incluso si no sabía si serviría de algo, si es que él intentaría salvarme.

—Ah —dijo, examinándome detenidamente—. Por supuesto.

—¡Pero las fotos eran realmente muy bonitas, Madre! —me apresuré
a decir antes de que pudiera dirigir la conversación hacia temas más
sensibles—. ¡Todos esos colores! Había un cuadro de la corte, podría haber
jurado que era...
391
—¿Así que nunca has leído sobre el Laberinto? —interrumpió ella,
inclinándose hacia delante en su asiento—. ¿No tenías ni idea de que no se
te permitía entrar?

Parpadeé hacia ella.

—Pero la puerta estaba abierta, Madre.

Sus ojos se entrecerraron ligeramente.

—¿Como dices?

—Estaba abierta. —Hice un puchero—. Así que no pensé que sería un


problema si entraba. Por supuesto, si hubiera estado cerrada, no habría
entrado, porque eso es muy descortés, ¿no? Pero...

Su mirada a Ophion no se me escapó. Preocupación, incluso en esa


cara de muñeca de porcelana, porque si yo no había revelado y abierto esa
puerta oculta, ¿quién lo había hecho? Pero justo cuando Ophion respiró
hondo para responder, sus ojos oscuros se dirigieron a algo más detrás de
mí.

—Ah, Creon.
Me giré. No pude evitarlo.

Entró caminando sin apenas echar un vistazo a mi miserable figura


en el suelo, vestido de negro y hermoso, con los ojos fríos, y el fantasma de
una sonrisa de indiferencia alrededor de sus labios mientras se acercaba al
trono de su madre. La corte se alejó de él como las olas que se alejan de la
playa. Lejos de esos cuchillos mortales en su cinturón. Lejos de su magia
demoníaca. Volvía a ser el oscuro príncipe fae, un epítome de poder cruel y
frío, como si esa amarga y desesperada pelea en el pabellón nunca hubiera
sucedido. Como si nunca hubiera huido de mí y de mis preguntas como un
niño que huye de sus pesadillas.

E incluso ahora, incluso aquí, ver su majestuosa figura era suficiente


para dejarme sin aire en los pulmones por un momento.

¿Qué estaba haciendo? ¿Qué me estaba haciendo mi cuerpo? Se


suponía que era mentira, esta atracción despiadada, esta necesidad que
sentía. Pero mis ojos se aferraron a él mientras se acercaba, a sus dedos
rápidos y delgados, a sus ojos negros como la noche, a los contornos de los 392
músculos bajo su camisa y sus pantalones, y una punzada dolorosamente
familiar de deseo retorcido me quemó como si nunca se hubiera ido.

Dame al monstruo, había dicho yo. Aquí estaba el monstruo y aún lo


deseaba.

¿Seguía ejerciendo su magia sobre mí? ¿Me estaba volviendo loca? O


me había equivocado del todo, tan, tan equivocada...

—Creon —ronroneó la Madre, pero esa palabra tenía una agudeza


despiadada y obligué a mis pensamientos a alejarse de demonios y engaños.
Sobrevive. No podía perder la concentración.

Él enarcó una ceja. Aburrido y descuidado.

—Nos alegramos de que hayas podido unirte a nosotros —añadió ella,


con la voz impregnada de una engañosa amabilidad—. Quizá podrías
aclararnos por qué tu palomita fue encontrada jugando en el Laberinto.

No vi en su respuesta más que un encogimiento de hombros, pero los


ojos oscuros de la Madre se entrecerraron. Aún podía oírlo hablar; ahora
todo tenía sentido para mí. Porque era ella quien lo había atado. Porque ella
era la dueña de su voz.

Ese pensamiento me llenó de rabia, una rabia tan insensata y


temeraria.

—Sabemos que no eres una niñera —dijo ella con venenosa dulzura—
, ¿pero es mucho pedir que mantengas a tus humanos alejados de las partes
prohibidas de esta isla? De todas formas ¿Qué hacía en Myriskeia?

Creon me dirigió una mirada cansada, como un padre harto de su hijo


rebelde. No había ni rastro de disculpa en aquella mirada, ni siquiera de
reconocimiento de todo lo que había ocurrido entre nosotros hacía apenas
unas horas. No hay nada pequeño en ti, pero esa mirada... Esa mirada me
hizo sentir realmente pequeña.

Me hizo un gesto para que me pusiera en pie, luego se volvió de nuevo


hacia la Madre. La obstinada máscara de aburrimiento de su rostro no vaciló
al responderle.
393
—No, eso no fue todo —interrumpió ella al cabo de unos instantes, a
punto de estallar. Zera, ayúdame, ¿intentaba enfurecerla deliberadamente
con aquel descuido? ¿Cómo iba eso a salvar la vida de alguien, la mía o la
suya?—. Ophion nos dijo que has estado reuniendo libros sobre el Laberinto.
¿Cómo vamos a relacionar eso con las andanzas de tu pequeña niña?

Él volvió a dirigirme aquella mirada mientras le respondía en silencio.


Me apresuré a ponerme en pie, aunque solo fuera para que no pudiera seguir
mirándome desde arriba.

—¿Le interesaba el Laberinto? —dijo la Madre lentamente.

La sangre se me heló en las venas. Creon ni siquiera me miró.

¿Entonces así es como iba a acabar todo esto? Sin el trato que lo
obligaba a protegerme, ¿iba a echarme la culpa a mí, a presentarse como el
hijo leal que se había vuelto demasiado permisivo con su mascota humana
y a mirar hacia el otro lado mientras ella me mataba por cualquier método
doloroso que le pareciera divertido? Se me cortó la respiración. Eres un
bastardo, quería gritarle, pero insultarlo nos delataría a los dos y no veía
cómo eso podría salvarme...
—Bueno. —Aquella voz ligera y hormigueante sonaba demasiado
satisfecha. Me quedé mirando los huesos de su trono con ojos que no veían
e intenté pensar, intenté planear, ¿tendría tiempo de huir si me lanzaba
contra ella ahora? ¿Había algo que pudiera decir, algo que pudiera hacer?—
. En ese caso, parece que la situación está clara. Ella entró en el Laberinto
deliberadamente. Ya conoces las consecuencias.

Un breve silencio. Pude sentir todas las miradas de la sala clavándose


entre mis omóplatos. Las consecuencias. Ellos conocían las consecuencias.
Yo me estaban imaginando clavada en las paredes del tribunal o quemada
en la hoguera o despedazada por los sabuesos...

—¿No vas a defenderla? —rompió el silencio la madre, de nuevo con


voz aguda.

Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que me quedara quieta. Pero no


pude evitar girarme hacia él, luchando contra unas ganas irrefrenables de
vomitar al ver sus fríos ojos oscuros: no vas a defenderla. Ni siquiera lo
intentaría. Me entregaría a la cuestionable justicia de la Corte Carmesí y se 394
quedaría a un lado con esa expresión anodina e inmóvil en su rostro...

Su rostro.

Pero sus dedos… se movían.

La respiración se atoró en la garganta.

Movimientos ligeros, apenas perceptibles, su mano colgando


despreocupadamente de su muslo. Pero eran movimientos. Letras. Me
estaba deletreando algún mensaje y yo no me había dado cuenta hasta
ahora...

Cúlpame.

¿Qué?

Desde lo alto del trono, la Madre soltó una sonora carcajada.

—Sí, todos somos conscientes de que no es la única humana que hay


ahí fuera, pero te has quedado con esta durante semanas. Hasta ahora has
sido muy protector con ella. ¿Por qué, exactamente, no estás haciendo un
mayor esfuerzo para mantenerla con vida?
Oh, que los dioses me ayuden.

Al instante todo tomó un aspecto completamente diferente. ¿Estaba


siendo deliberadamente frívolo sobre mi vida? ¿Haciéndose el culpable con
algo que ocultar, el mentiroso acorralado que intentaba silenciarme antes
de que pudiera decir algo incriminatorio… y haciéndolo tan poco sutilmente
que la Madre se daría cuenta de inmediato de que algo iba mal? Que ella...

—¿Emelin? —Su voz se coló entre mis pensamientos—. ¿Hay algo que
quieras decirnos, palomita?

Me quedé mirando fijamente al rostro anodino de Creon, sus dedos


aun moviéndose en el borde de mi vista. Cúlpame, cúlpame, cúlpame.

¿Qué pensaba hacer? ¿Cómo iba a salvarse?

—Yo... —logré decir, tartamudeando—. No entiendo...

—Creon —dijo ella, la desconfianza audible en cada palabra


saboreada lentamente—, afirma que no le importaría que te entregáramos a 395
los sabuesos para que hicieran lo que quisieran. No es una postura muy
agradable al respecto, ¿cierto? Así que nos preguntábamos si hay algo más
que quieras contarnos.

Finalmente, él se volvió hacia mí con una mirada penetrante y


apremiante. Y durante una fracción de segundo vi algo más en el fondo de
aquellos ojos, algo que no era frío orgullo de fae sin emociones. Un destello
de sentimiento. De... miedo.

Si tenía miedo, concluyeron mis pensamientos entumecidos, yo le


importaba.

Después de haberle dicho que me iría. Después de conspirar con sus


enemigos contra él. Después de que lo acusara de manipulación mágica
para conquistarme… le importaba. Cúlpame. Porque traicionarlo con la
Madre al menos probaría mi lealtad. ¿Pero entonces qué haría? Debía tener
algún plan, si asumía la responsabilidad sobre sus hombros con tanta
confianza...

—¿Emelin?
Había una amenaza inconfundible en la forma en que ella pronunció
mi nombre. Aparté la mirada de la mirada letal de Creon, luciendo tanto
como una advertencia para que mantuviera la boca cerrada mientras él me
presionaba tan tranquilamente para que hiciera lo contrario. La Madre
estaba sentada en el borde de su asiento, con las alas desplegadas detrás
de ella y la pálida mano izquierda suelta sobre las almohadas negras que
tenía a su costado. Una palabra equivocada, lo sabía, y todo habría
terminado.

Cúlpame.

Cedí.

—Creon —susurré. Mi voz apenas se elevó por encima del susurro del
mar a lo lejos—. Creon me dijo que entrara.

Nada se movió en el salón a mi alrededor. Ni siquiera la propia Madre,


rígida y con los ojos entrecerrados en su trono. Pero Creon se volvió hacia
mí, con una mueca feroz en los labios, la mirada de un macho que se ve
acorralado por poco más que una rata.
396
—¿Lo hizo? —El tono de su voz me puso los pelos de punta. ¿Cómo
demonios esperaba salir de esta trampa?—. Cuéntanos más, Emelin.

—Yo... lo siento mucho —exhalé, parpadeando para contener las


lágrimas en los ojos mientras la miraba—. Lo siento mucho, Madre, él me
dijo que entrara. Dijo que era... ¡un juego! Una búsqueda del tesoro. Dijo
que no estaba prohibido si la puerta no estaba cerrada. ¡Lo siento mucho!
Si hubiera sabido que no era verdad, por supuesto que nunca habría
entrado. Pero no entiendo por qué... por qué...

La sala se quedó en silencio a mi alrededor. Tenían que darse cuenta


de lo que estaba pasando. Lo que estaba insinuando: que la Muerte
Silenciosa, el hijo de la Madre, su arma personal, le había mentido.

La había traicionado.

Y que un simple viaje al Laberinto difícilmente podía ser la historia


completa.
Pero yo era su estúpida palomita. No entendía de lealtad ni de política.
Así que resollé en ese silencio absoluto de lentas comprensiones y lloriqueé:

—¿Por qué me mentiría sobre eso?

Ella no me miró. No apartó los ojos de su hijo, el fae que había criado,
torturado y atado, mientras sus alas se extendían lentamente detrás de sus
hombros.

—Esa, Emelin, es una excelente pregunta. ¿Será que le preguntamos?

Creon no se movió. Ni siquiera pestañeó al encontrar su mirada.


Ahora era el momento de hacer planes inteligentes, ¿cierto? Ahora era el
momento de presentar cualquier fuga brillante que se le hubiera ocurrido,
cualquier excusa que pudiera quitarle la culpa que yo le había echado sobre
los hombros y trasladarla hacia otro lugar...

Pero las fosas nasales de la Madre se ensancharon cuando soltó una


orden en faerie. Entendí el verbo, lo suficiente como para entender la
afirmación. 397
Háblame.

Él solo la miró fijamente. Impasible, inmóvil.

—¡Habla!

Él no iba... ¿simplemente no iba a contestarle? Pero entonces ella


asumiría lo peor, la verdad, que él la había traicionado y que...

La Madre rugió. Un grito primitivo, espeluznante, de rabia sin diluir.


Y sus ojos...

Que los dioses me ayuden. Me alejé tambaleándome del trono y nadie


pareció notarlo. Uno de sus ojos seguía siendo negro intenso, como la más
oscura de las pesadillas. Pero el otro se había vuelto de ese azul helado que
recordaba de mi primera noche en la corte, mirando a la alta figura ante su
trono con la nitidez de un brillante cielo de verano.

Achlys y Melinoë.

Ambas.
Sus voces se mezclaron cuando su cuerpo común abrió la boca,
similares pero notablemente diferentes ahora que las escuchaba juntas.

—Contéstame, tú...

En un instante, su cuchillo estuvo en su trayectoria.

Una llamarada de plata partió en dos el aire entre él y su trono,


demasiado rápido para que mis ojos pudieran seguirlo y no lo bastante
rápido. La Madre levantó la mano derecha en un reflejo ancestral, mientras
la izquierda seguía enterrada en las negras almohadas de su trono. Un
relámpago rojo incendió el mundo y me cegó por un instante. El cuchillo
había desaparecido cuando abrí los ojos y Creon...

Como en un sueño, lo vi caer de rodillas sobre el suelo de mármol


cuando la Madre volvió a agitar la mano hacia él. Lo vi arquearse hacia atrás,
con las alas encogidas, arrugadas, mientras sus labios se entreabrían en un
grito desgarrador y sin sonido.

—¡No! 398
El grito se me escapó sin pensarlo. No, no, esto no era lo que suponía
que pasaría. Él iba a salvarnos. Iba a salvarnos a los dos. La tortura no
formaba parte del plan, la muerte no formaba parte del plan.

Mitad demonio o no, no iba a morir por mí, ¿cierto?

Pero la Madre se rio en su trono, fuerte y agudo y otro destello rojo


partió el aire. El rostro de Creon se contorsionó hasta convertirse en una
máscara irreconocible mientras gritaba de nuevo, con las manos tan
apretadas que la sangre goteaba sobre el mármol inmaculado bajo sus
puños.

—No —respiré. No podía parar—. ¡No! Por favor...

—Te traicionó, Emelin. —La furia afilada de su voz me hizo callar—.


¿Quieres saber por qué te envió al Laberinto, palomita? Porque ese lugar no
es seguro. Para nadie. —Otro estallido crepitante de rojo. Ante mis ojos,
Creon se desplomó contra el suelo, con sollozos silenciosos sacudiendo su
cuerpo mientras se hacía un ovillo sobre el frío mármol.
No. No. No podía pensar lo bastante rápido, no podía pensar en otra
cosa que no fuera esa única palabra.

—Te utilizó. Como el canario en la mina. —La magia danzó en las


yemas de sus dedos cuando la lanzó contra él, con destellos rojos pintando
su rostro blanco en un resplandor de crueldad—. No has sido más que una
herramienta para él. Te traicionó como nos traicionó a nosotros. ¿Aún
quieres que nos detengamos?

No, debería decir.

No podía forzar la palabra.

Él yacía temblando ante su trono, sus alas envolviéndose a su


alrededor en un escudo inútil contra el tormento que llovía sobre él. Ninguna
defensa. No había hecho nada para salvarse, salvo ese único y desesperado
intento con su cuchillo y debía haber sabido que fracasaría... Entonces,
¿qué demonios le había hecho asumir la culpa de mis transgresiones, si el
trato ni siquiera lo obligaba a ello?
399
¿Ni siquiera había planeado salvarse?

De buena gana, a sabiendas...

No podía respirar. Me quedé mirando su cuerpo roto acurrucado en el


suelo y no… podía... respirar.

—¿Emelin? —Esa voz dulce y fría. ¿Todavía quería que parara? Una
prueba. Una última comprobación de mi lealtad—. ¿Qué crees que
deberíamos hacer con él, palomita?

—Yo... Yo...

Yo era la niña pequeña que habría sugerido alegremente que Creon


decapitara a alguien. La hija rebelde que se había encogido de hombros ante
las horribles muertes de sus padres sin pestañear. Debería tener ideas,
mejores ideas que gritar y caer de rodillas a su lado. Debería...

Oculta bajo la oscura cubierta de sus alas acalambradas, su mano se


movió. Una señal minúscula, pero no había forma de malinterpretarla.

Mátame.
No, no, no, no, no.

Tuve que balancearme sobre mis pies. Manchas negras bailaron ante
mis ojos mientras mi cerebro luchaba desesperadamente por darle sentido
al mundo, por mantener el más mínimo asidero a la realidad. Esto no podía
estar pasando. Me había despertado en sus brazos esta mañana, había
comido panqueques y había hecho el amor con él esta mañana. No podía
estar aquí a mis pies, suplicando morir. No podía haber hecho esto por mí...
por mí.

—¿Sí, Emelin?

Mátame.

—¿No deberías...? —Mi voz llegó desde kilómetros de distancia—. ¿No


deberías simplemente... matarlo, si te traicionó?

Se burló.

—Oh, ¿pero eso no sería aburrido? 400


Una prueba, en efecto. Tenía que pensar. Tenía que dejar de entrar en
pánico y ser inteligente ahora, muy inteligente, o sería la siguiente en
suplicar clemencia a sus pies.

Sobrevive.

Aparté la mirada de Creon y volví a la figura de ojos azules y negros y


piel pálida como el polvo que ocupaba aquel trono. Podría sobrevivir a esta
noche. Podría sugerir algún cruel castigo satisfactorio y demostrar mi
lealtad y luego escabullirme por la mañana y huir de la corte para siempre
con Lyn y Tared. Pero Creon se quedaría para sufrir las consecuencias de
su ira, las sufriría por mí.

Y yo que lo había considerado un mentiroso sin corazón hacía una


hora.

Mi corazón no había sangrado esa tarde. Apenas había sido arañado.


La garra de hierro del arrepentimiento que atravesaba ahora mi pobre y
maltrecho pecho... podría estar muriendo.

No. Sobrevive.
No iba a morir. Esa no era la forma de agradecérselo...

Y tampoco lo era dejarlo aquí.

Al instante, el mundo volvió a ser claro, a través de la conmoción, el


pánico y el miedo. Porque no iba a dejarlo aquí, a pesar de lo que sus manos
intentaban decirme. No iba a abandonarlo, no después de que sacrificara su
vida por la mía. Lo que significaba que tenía que ser capaz de llegar a él. Lo
que significaba...

—Bueno —dije y tragué saliva. Tenía una oportunidad y quizá incluso


eso era ser optimista. No había tiempo para vacilar. No había tiempo para
arruinarlo—. Mi padre… era pintor. Y siempre decía... —Me obligué a
sonreírle a la pálida figura en aquel trono maldito, una sonrisa vacía y sin
sentido—. Siempre decía que debías exponer tus mayores triunfos donde
todo el mundo pudiera verlos. Así que creo que eso es lo que deberías hacer
si quieres hacerle daño. No matarlo, sino mantenerlo aquí. Porque no creo
que él quiera que el mundo lo vea de esa manera.

—¿De qué manera, palomita?


401
Encorvé los hombros y dije:

—Impotente.

La Madre se rio, una risa ligera y despreocupada, como si aquel


arrebato cruel y violento no hubiera ocurrido nunca. Como si el cuerpo
destrozado que tenía a sus pies no fuera su hijo, el asesino al que había
dado forma para que le sirviera.

—Como tú quieras, Emelin. Como tú quieras.

Su mano derecha se levantó de las almohadas. Me estremecí, pero


ninguna luz roja llenó la sala. En cambio, el tintineo de cadenas rompió el
silencio sin aliento de nuestro público, descendiendo sonoramente hacia
nosotros desde arriba.

¿Desde arriba?

Levanté la cabeza. Efectivamente, las cadenas se desenrollaban desde


el techo con aquel leve gesto de su mano. ¿Qué magia impía le permitía
hacer eso, mover cosas a voluntad?
Los ganchos de hierro de los extremos golpearon el suelo con un ruido
sordo. La Madre suspiró y volvió a acomodarse en las almohadas de seda.

—¿Ophion?

Había olvidado a su amante junto a mí. Pero ahora se movía, su rostro


afilado brillaba con un regocijo tan malicioso que, de todos modos, estuve a
punto de hacer estallar mi magia contra su espalda alada.

Creon no se movió cuando el otro fae lo alcanzó y lo empujó con un


pie despreocupado. Incluso sus dedos permanecieron quietos. Tal vez
aquella última súplica era todo lo que había sido capaz de producir antes
de que su mente se rindiera.

Y ni siquiera había logrado cumplir esa única petición.

Ophion tomó uno de los ganchos del suelo y se arrodilló junto a Creon.
Antes de que pudiera preguntarme qué planeaba hacer con aquellas
cadenas...
402
Levantó una de las alas marchitas de Creon.

Y clavó el gancho directamente a través de la delgada y sensible


membrana.

Ahogué un aullido mientras cada músculo de mi cuerpo se tensaba


con horror. No. No sus alas. Pero yo era la pequeña y tonta Emelin,
morbosamente fascinada por la crueldad y la violencia y nada de lo que
pudiera hacer impediría que le hicieran tanto, tanto daño...

Sobrevive.

Así que me quedé mirando fijamente, avergonzada y curiosa, mientras


Ophion también clavaba el segundo garfio en el ala izquierda de Creon. Me
quedé mirando cuando la Madre volvió a agitar la mano y las cadenas se
pusieron en movimiento. Me quedé mirando mientras los garfios levantaban
las alas de Creon y arrastraban su cuerpo inerte con ellas, cada vez más
alto, hasta que quedó colgando inmóvil a tres metros del suelo.

Y cuando la Madre dijo: «¿Satisfecha, Emelin?» solté una risita y


asentí.
—Excelente. —Sonó casi... ¿cansada, de repente? Quizá aquella
magia misteriosa requería más energía de lo que parecía. Me negaba a creer
que fuera una cuestión de emoción por la caída de su hijo—. ¿Y ahora qué
hacemos contigo, palomita?

Déjame ir, apremiaron mis pensamientos. Olvida que estuve en ese


Laberinto, que planeabas arrojarme a los sabuesos. Permíteme perderme de
vista el tiempo suficiente para que averigüe cómo voy a liberarlo de tus garras.

Bajé la cabeza, cerré los ojos y murmuré:

—¿Puedo pedirte un favor, Madre?

—¿Un favor? —Se rio entre dientes—. Estás llena de sorpresas.


Adelante, entonces.

—Yo... me acabo de dar cuenta de que aún no has recibido el tributo


de Cathra. Y supongo que ese traidor no te lo traerá ahora. —Lo fulminé con
la mirada mientras escupía esas palabras, como si pudiera oírme, colgando
impotente de sus tensas alas—. Así que, por favor, dame una noche para 403
encontrarte algo, para hacerte algo que compense esa pérdida. Estaré
encantada de unirme a la corte para tu servicio después.

Se sentó para examinarme mientras me volvía hacia ella, un ojo azul


helado, otro oscuro sin fondo, y por un instante, pensé que había ido
demasiado lejos, que había estirado la credibilidad de mi adulación hasta
un punto más allá del rompimiento.

Entonces sonrió y miró algo detrás de mí.

—Thysandra, lleva a Emelin al pabellón para que recoja sus


pertenencias. Te veremos mañana, palomita.
21

404
Me imaginé a Creon mirándome la espalda mientras Thysandra me
sacaba de ese salón silencioso, con ojos negros como la tinta siguiéndome
mientras huía de él.

Lo abandonaba.

Colgando impotente y humillado del techo, mientras ellos harían Dios


sabe qué con él hasta que yo regresara por la mañana.

Pero no tenía elección. No me había dado otra opción. Cúlpame: si


hubiera sabido que esa orden era una misión suicida, ¿habría obedecido
siquiera? Me salvó la vida, sí, pero sin él, sin su protección... Incluso si
estuviera vivo, su derrota también me dejaba impotente y sola en una
traicionera corte fae. La Madre bien podría haberme matado al momento
siguiente. Podría haberme enviado fuera del salón sin la protección de
Thysandra, entregándome a las garras de cada fae macho ansioso por
probar a la pequeña mascota de Creon Hytherion. Ella podría …

No los dejarías.

Mi corazón se saltó un latido.


Él había dicho eso, una vez. Sabía que era verdad. Porque yo no la
había dejado... había actuado, mentido y halagado, y ella me había dejado
ir. Se había entregado a ella para darme esa oportunidad, para asegurarse
de que llegaría a Faewood al amanecer y escaparía de la corte para siempre.

Y pensé que a él no le importaba.

Me tomó todo lo que tenía no llorar cuando Thysandra me tomó en


sus brazos con más gentileza de la que esperaba. De algún modo, en alguna
parte, me había equivocado terriblemente. Llegué a una conclusión tan
completamente incorrecta que era difícil imaginar cómo alguna vez pensé
que estaba justificada. Y ahora lo estaba dejando atrás así, y si no resolvía
esto muy, muy rápido, él nunca sabría cuánto no había querido culparlo...

¿O lo sabía? ¿Su magia había sentido eso en mí también, lo poco


dispuesta que había estado a dejar salir esas acusaciones de mis labios?

Un pensamiento que debería haber sido un consuelo, y sólo me acercó


más a las lágrimas.
405
Volamos en silencio durante la noche, hacia el pequeño faro de luces
parpadeantes que delataba la ubicación del pabellón cerca de la costa.
Parecía tan pacífico, tan familiar, y de nuevo solo quería acurrucarme en un
rincón y llorar con todo el corazón. Porque podría resultar familiar, pero
Creon no me estaría esperando con té y bocadillos, no estaría comentando
sobre mi entrenamiento mágico desde su lugar habitual en la mesa, no me
sostendría en sus brazos mientras dormía...

Cuando Thysandra aterrizó entre los árboles, yo había perdido toda


voluntad de volver a ver el pabellón.

Me puso de nuevo en pie sin decir una palabra, luego convirtió en


polvo una de las ventanas y me empujó hacia el edificio. Como si pudiera
sentir esa vacilación en mí. Por un momento sin sentido me pregunté si ella
también tenía sangre de demonio, pero no, la llamaban Cazadora de
Demonios. Debería estar a salvo.

Ella se había entrenado para resistir la magia demoníaca, había dicho


Creon hacía años, y por un momento me pregunté si había sido él quien la
había entrenado.
No me atrevía a preguntar. No me atrevía a preguntar nada.

—Gracias por traerme —murmuré—. Yo... no te molestaré más.

Ella solo asintió y esperó mientras yo pasaba junto a ella y subía las
escaleras hacia el porche. Sólo entonces dijo:

—¿Emelin?

Me tensé pero me di la vuelta. Ella todavía estaba en el mismo lugar


entre los árboles, el brillo de las pequeñas luces derramándose sobre su piel
oscura, su cabello con motas doradas y los cuchillos en sus botas. Pero la
expresión de su rostro era... seria. Quizás casi preocupada.

—¿Estás bien? —dijo.

La miré fijamente.

Esta era la mujer que había visitado las ruinas humeantes de Cathra
y me había informado sin la menor pizca de remordimiento. Quien con
mucho gusto había cooperado con la Madre para poner a prueba mi
406
devoción por los fae en ese almuerzo hace semanas. Y aun así, ¿estás bien?

¿Le informaría mis respuestas a su Gran Dama en un momento? ¿Era


esta otra trampa más, otra prueba más?

—Estaré bien —dije y casi me olvidé de sonar como esa pequeña niña
humana quejumbrosa y gimiente por un momento. Para compensar,
resoplé—. No voy a estar menos que bien para alguien que... que me
traicionó.

Una sombra se deslizó sobre su rostro.

—Por supuesto.

Algo me dijo que esa no era la respuesta completa. Yo no me moví, y


ella tampoco, alta y poderosa en las sombras relucientes del bosque.

—Puede ser complicado —dijo finalmente—. Cuando las personas


equivocadas significan cosas equivocadas para ti. Ven a verme si necesitas
ayuda.
Ella se dio la vuelta y desapareció entre las sombras antes de que
pudiera encontrar la respuesta correcta a esa oferta.

La gente equivocada. Las cosas equivocadas. Anaxia, otra vez.


¿Cuánto de sí misma había reconocido en una pequeña niña humana
asustada que contemplaba el cuerpo inconsciente de su amante que colgaba
del techo?

Creon.

Oh, dioses, Creon.

Me di la vuelta y entré tambaleándome, hacia el suave resplandor de


las luces, hacia el espacio que se había convertido en mi hogar en las últimas
semanas. Una taza medio vacía al lado del sofá. Mis notas desordenadas del
Laberinto sobre la mesa. Restos de piedras de mi entrenamiento mágico en
rincones y esquinas de la habitación.

Mi bolso hecho a los pies de la cama.


407
Me dejé caer en el suelo junto a él y bajé la cabeza entre las rodillas.
Respirar. Tenía que respirar, pensar y planificar, pero el aire luchaba por
pasar por mi garganta en patéticos jadeos, cada músculo de mi cuerpo cedía
ahora que finalmente estaba a salvo y sin ser vista.

Podría haber muerto.

Debería haber muerto.

Y en cambio …

En cambio lo dejé allí, moribundo y humillado. Porque después de


ciento treinta años de sobrevivir a cualquier precio, había preferido una
muerte dolorosa a someterme a la idea de justicia de la Madre.

¿Por qué? ¿Por qué? Me había mentido durante semanas, había visto
mis sentimientos durante semanas y nunca me lo había dicho, había
manipulado mis emociones según él mismo admitió. No las acciones de un
fae macho al que le importaba un comino y, sin embargo...

Mi mirada se deslizó sobre la bolsa empacada a mi lado y vaciló allí.


Sobresaliendo entre los colores brillantes de mis vestidos doblados,
una pequeña esquina de pergamino pálido me miraba.

Pergamino. Mi respiración se cortó. No había guardado ningún


pergamino, de eso estaba segura, e incluso si lo hubiera hecho,
definitivamente no lo habría metido entre mi ropa. La única otra
explicación...

Mis manos pesaban como el mármol cuando alcancé la carta y la


saqué. Aparecieron línea tras línea de escritura garabateada, en esa mano
tan familiar que verla dolía.

Emelin, decía la primera línea.

No me llames Em, le había espetado.

Se abrió un hoyo en mi estómago. Pero leí; no podía hacer nada más


408
que leer.

Espero que estés a salvo cuando leas esto. Espero que estés bien.

Estoy empezando a darme cuenta de que irte es lo mejor que puedes


hacer. Lyn y Tared harán un mejor trabajo que yo para mantenerte a salvo.
Pídele a Lyn que te cuente lo que sabe sobre mi pasado. Eso debería darte la
mayor parte de la historia.

Esta es la única parte que ella no sabe:

Conocí a mi padre una vez. Cuando yo tenía nueve años, él se escapó


de la celda en la que mi madre lo había retenido desde mi nacimiento y me
encontró. Me torturó. El sentido del humor de un demonio, supongo. Ella nos
encontró y lo mató ante mis ojos. Luego me informó que acababa de conocer
a mi padre y que pronto desarrollaría esos mismos poderes.

Ya había matado en ese momento. Conocía el dolor físico en una amplia


gama. Pero la tortura demoníaca iba mucho más allá de cualquier cosa que
hubiera sentido alguna vez, mucho más allá de cualquier cosa que pudiera
soportar infligir a alguien. Entonces juré ese día que no sería un demonio. Yo
no sería mi padre. Lo que te dije era verdad: no quiero tener estos poderes.
Los desprecio, desprecio esa parte de mí.

Y debería habértelo dicho. Sabía que tenía que hacerlo. Pero fue un
alivio inimaginable no ser esa prole de demonio para alguien por una vez, y
no podía arruinarlo. No pude obligarme a que tú también me despreciaras.

Preguntaste cuánto de esto era real. Sólo puedo esperar que me creas
cuando digo que usé mi magia contigo solo una vez, la primera noche que
pasaste aquí. Estabas tan asustada y tan sola, y no podía soportarlo,
sabiendo que te estaba haciendo eso sin una forma de detenerlo. Así que tomé
algunos de tus miedos hasta que te quedaste dormida. Nunca tuve que volver
a hacerlo. Fuiste tan ridículamente valiente todo este tiempo.

Todo lo demás que sentías era tuyo y sólo tuyo.

Y como me parece injusto conocer tus sentimientos mientras tú no


conoces los míos, me he sentido absolutamente asombrado desde el momento
en que empezaste a negociar conmigo. Te quería desde el momento en que me
409
obligaste a usar tus primeras señales con la mano. Me alejé durante una
semana en un patético intento de controlar mi propio corazón y desistí cuando
me dijiste que, después de todo, no me odiabas. Y luego, de alguna manera,
sólo te convertiste en... más.

No estoy completamente seguro de lo que eres para mí. No estoy seguro


de atreverme a resolverlo. Pero sé que eres la primera y estaré eternamente
agradecido por todo lo que me enseñaste.

Mantente a salvo. Mantenerte fuerte. Dile a Lyn que lo siento. Si nos


volvemos a encontrar, estaré aquí.

Tuyo,

Creon.

Me hice un ovillo en el suelo, apretando el pergamino contra mi pecho,


y lloré hasta que ya no pude hablar.
Las estrellas se habían movido entre los árboles cuando finalmente
salí tambaleándome de nuevo, con la garganta en carne viva, el corazón
hecho un desastre y la mente como una sábana entumecida de nada en la
que sólo una única verdad ardía brillante y clara.

No me iba a ir.

Incluso si pudiera irme. Incluso si la Madre me hubiera dado


suficiente tiempo para escabullirme en Faewood al amanecer y esconderme
hasta que Lyn y Tared me encontraran y me llevaran a un lugar seguro.
Porque irse significaba dejar a Creon atrás para que su segundo progenitor
lo torturara hasta la muerte, y prefería ser la pequeña humana aduladora
ante la Madre y Ophion durante diez años más que permitir que algo así
sucediera.

Así que me iba a quedar. Y salvarlo.


410
La pregunta era cómo.

Hasta hoy, al menos había estado protegida en esta corte: por Creon,
por mi propia insignificancia. Ahora esas dos capas de seguridad habían
desaparecido, dejándome desnuda y vulnerable, un cordero entre lobos…

No los dejarías.

Bien. Entonces un cordero con las garras escondidas.

¿Qué ventajas tenía? Poderes mágicos que nadie conocía, pero era un
arma peligrosa de usar. Una vez que se revelara el secreto, me convertiría
en el enemigo más buscado de la Corte Carmesí, y eso no haría que colarme
en el salón de huesos fuera más fácil.

Aparte de mi magia, la lista de mis activos era asquerosamente corta.


Un Laberinto. Aguja e hilo. Una sola noche sin supervisión. Y un puñado de
enemigos.

Y de alguna manera tendría que conformarme con eso.


Me quedé mirando el bosque durante lo que parecieron horas
mientras las piezas del rompecabezas se juntaban lentamente en mi cabeza.
Ideas que se unían y se separaban nuevamente. Pensamientos subiendo y
bajando. Ataques de esperanza y pozos de desesperación. Pero de ese
torbellino de mi mente surgió algo por fin, algo quebradizo y frágil, un plan
que podría significar mi muerte tan fácilmente como salvarme.

Pero era un plan.

Lo estudié dos, tres veces, dándole vueltas mentalmente para


inspeccionarlo del mismo modo que la señorita Matilda había examinado
cada pieza terminada a punto de salir de su taller. No encontré agujeros, ni
costuras deshilachadas, ni cabos sueltos pasados por alto. Sólo riesgos.
Pero Creon... le debía más que unos pocos riesgos.

Así que me levanté de la fría piedra del porche, me puse uno de los
abrigos de Creon para mantenerme abrigada en el frío de la noche isleña y
fui a buscar caballos.
411

Me llevó menos de una hora encontrar los establos donde había


intentado esconderme semanas atrás. El destartalado edificio de madera
estaba casi a oscuras en lo profundo de la noche, pero una sola linterna
ardía cerca de la entrada principal, y me atreví a asumir que nadie había
dejado una llama tan cerca del heno sin ninguna supervisión.

Rezando para que mi suerte no me abandonara, me acerqué de


puntillas a las amplias puertas y dije:

—¿Hay alguien aquí?

Por un momento sólo oí los ronquidos y resoplidos de los caballos.


Entonces una voz baja y familiar espetó:

—¿Qué?

Pensé que podría desmayarme de alivio.

—¿Puedo entrar? Tengo una pregunta para ti.


—¿Quién carajo es… oh. —Se detuvo en seco cuando apareció a la
vista, con el cabello en picos salvajes alrededor de su rostro pecoso, su ropa
cubierta de heno desde la cadera hasta el hombro. Parte del despecho más
agudo se suavizó en su rostro, dando paso a una confusión igualmente
aguda—. ¿Eres tú otra vez?

Me encogí de hombros a modo de disculpa.

—Como ves.

—Pensé que te había dicho que no volvieras a mostrar tu estúpida


cara delante de mis animales.

—Lo hiciste —dije—. Aunque no estaba segura de cómo te sentirías


acerca de mi cara más inteligente.

La moza del establo me miró fijamente por un momento, con los ojos
entrecerrados. Luego, bruscamente, dijo:

—Se ha hablado de ti por todas partes. De ustedes dos. Dicen que ella 412
lo está matando.

Apenas logré no estremecerme.

—Sí.

—¿La traicionó? ¿Es eso cierto?

—Sí.

Ella me miró fijamente, reflexionando sobre esa nueva información sin


suavizar ese ceño sospechoso grabado en su frente. Pero no me dijo que me
fuera a la mierda. No amenazó con alertar a los faes de mi presencia. No dijo
malas palabras.

Apreté los puños y me arriesgué a dar el salto.

—Necesito tu ayuda.

Ella frunció el ceño.

—¿Mi ayuda?

—Sí.
—Mierda. Debes estar desesperada. —Una risa burlona; Mi estómago
se hundió unos centímetros. Estaba desesperada y hubiera preferido que
ella no se diera cuenta tan pronto—. ¿Por qué iba a ayudar a un asesino y
a su putita con algo, exactamente?

—Porque él está tratando de matarla —dije, cerrando los ojos. No


había tiempo para ser sutil—. Ha estado intentando matarla durante mucho
tiempo y yo he estado intentando ayudarlo durante las últimas semanas.
Las cosas salieron mal, ella lo descubrió, y si no lo saco de allí, nunca nos
desharemos de ella. Esa es la versión corta de la historia. ¿Podemos hablar?

Ella no se movió.

—Entonces no eres su puta de faes.

—No exactamente, no.

Quizás escuchó el pequeño temblor en mi voz, porque entrecerró los


ojos una fracción más. Pero asintió y se giró, regresando a sus dominios con
esa ropa sucia de niño. 413
—Entra, entonces. No te pares en esa mierda.

La seguí hasta la parte trasera de los establos, hasta el montón de


heno donde había intentado esconderme la última vez. Al parecer, ella había
estado durmiendo en el mismo lugar hasta que la desperté. En el mismo
rincón del edificio había una bolsa de cuero para beber, una toalla pequeña
y un trozo de jabón gris. La última vez los había pasado por alto en la
oscuridad y en mi angustia.

—¿De verdad vives aquí?

Ella resopló.

—Técnicamente, no. Pero es un lugar mejor para quedarse que


Greyside.

—¿Greyside?

—Por el amor de Dios. Realmente no sabes nada, ¿verdad? —Se dejó


caer en el heno y me hizo un gesto para que siguiera su ejemplo—. Están
manteniendo humanos en un par de lugares de esta isla. Greyside es el
pueblo a quince minutos de aquí. Está entre la tierra en la que nos hacen
trabajar y la horca donde nos cuelgan si causamos problemas.

—¿Por qué necesitarían la horca para...?

Ella me interrumpió.

—Porque un par de cadáveres balanceándose envían más mensaje que


un cuerpo destruido. Debes saberlo. Tu querido amigo es el que está
ensuciando el mundo con esos mensajes, en caso de que lo hayas olvidado.

Cierto. Decidí mantener la boca cerrada sobre los poderes demoníacos


por ahora. Algo me decía que no la apaciguarían.

—Ya veo.

Ella resopló.

—La cara inteligente no es muy convincente hasta el momento.

—Oh, por el amor de Dios —espeté, y mi control se desmoronó—. 414


Estoy tratando de ser cortés, pero si no te importa nada de eso… ¿quieres
que intente parecer inteligente después de pasar unas horas ante ese
maldito trono, mintiéndole en la cara a esa perra y sabiendo que cada
palabra siguiente podría ser la última? No he pasado la mejor de las noches,
por si no quedó claro.

—Hm. —Ella ladeó la cabeza hacia mí—. Eso es mejor. Quizás seas
salvable. ¿Cómo era tu nombre?

—Emelin.

—Un placer. Finn. —Se hundió en el heno y cruzó los brazos sobre el
pecho—. Entonces, ¿para qué necesitas mi ayuda?

Envié una oración a cada dios que se me ocurrió.

—Para liberar a Creon y huir de la corte.

—Huir. —Ella soltó una carcajada—. Pensé que planeabas matarla.


—Lo hago. Pero lo necesito vivo, necesito sus conocimientos de sus
puntos débiles, y para cuando lo haya sacado de allí… —Tragué—. Quizás
tenga que perderme de la vista de ella por un tiempo.

—Los puntos débiles no te ayudarán —dijo Finn bruscamente—. No


puede ser asesinada. Algo que ha hecho con la magia fae. La señorita Inga
me habló de esas... esas...

—Ataduras. Sí, lo sé.

—Por lo que entonces…

—Sin embargo, ella no me ató.

Finn me miró fijamente, con la nariz arrugada en señal de horrorizada


confusión.

—¿Qué?

—Ella no me ató. Es por eso por lo que estoy aquí. Porque soy…
415
—¿Fae?

Cerré mis ojos.

—Mitad fae.

Por un momento, ella guardó silencio.

Luego se echó a reír.

Estallidos de risa fuertes y bulliciosos, que resonaban en la noche


silenciosa en rugidos extrañamente contagiosos. Había vuelto a caer sobre
el heno cuando abrí los ojos, secándose las lágrimas de las mejillas mientras
otro ataque de alegría la recorría.

Tragué. Al recordar el cuerpo silencioso de Creon balanceándose entre


esos ganchos, su diversión parecía demasiado fuera de lugar para ser
verdad.

—No veo qué tiene de gracioso...

—¿Entonces por eso ese cabrón te sacó de esa isla? ¿Para arreglar sus
propios poderes faltantes? ¿Para hacer un trabajo que él mismo no podía
hacer? —Ella se tapó la boca con una mano y sofocó otra carcajada—. Zera,
ten piedad. Ese bastardo debe haber odiado eso.

—Oh —dije, con una sonrisa irónica—, has conocido a algunos fae.

Ella resopló.

—Por favor, dime que lo hiciste pagar por ello. Que te lustrara los
zapatos o...

—Nada de zapatos. —Me tragué el nudo que tenía en la garganta—.


Él me preparaba el desayuno.

—Infierno. Es lo más gracioso que he oído en una década. —Soltó una


última risita y luego me lanzó una mirada—. Y ahora quieres ir a salvarlo.

—Sí.

—¿Un poco puta de faes después de todo?

Lo consideré. 416
—Un poco.

—Eso pensé. —Se burló, pero el sonido carecía de ese tono antiguo y
burlón—. Bien. Mientras él te haga el desayuno. Y siempre y cuando te
deshagas de esa madre suya.

—Estaba planeando hacerlo —dije, incapaz de reprimir un escalofrío


ante la mención de ella.

—Excelente. —Lo último de su risa se había desvanecido ahora, pero


su brusquedad no volvió cuando se enderezó, se inclinó hacia mí y bajó la
voz hasta convertirla en un susurro conspirativo—. Bien entonces. Dime qué
necesitas de mí.

Parpadeé hacia ella.

—Estás poniendo cara de estúpida otra vez. —Su sonrisa era


claramente lobuna—. No parezcas tan sorprendida, puta de faes. Cualquier
oportunidad que tenga de joder a esos cabrones, la aprovecharé. Entonces.
¿Cuál es el plan?
El cielo ya estaba palideciendo sobre el horizonte oriental cuando
finalmente llegué de nuevo al pabellón, cansada como la muerte pero llena
de una determinación sombría que borró cualquier idea de dormir.

Faltaba menos de una hora para el amanecer y la mayoría de las


piezas ya estaban colocadas en su lugar. Sólo había una última tarea de la
que ocuparme en estos últimos minutos tranquilos de la noche: un trabajo
urgente, pero seis meses en el taller de la señorita Matilda al menos me
habían preparado para coser bajo presión. Así que cogí mis agujas y tijeras,
cogí mi vestido azul claro favorito y la creación rojo sangre que Creon me
había enviado para la fiesta de la Madre, y encontré un lugar silencioso en
el porche. Allí me puse manos a la obra.

Con las primeras luces del día, corté y cosí hasta que el sol apareció
en el horizonte y mi vestido ajustado estuvo listo.

Entonces no esperé más. No tenía sentido esperar.


417
Me puse mi vestido azul y doblé la carta de Creon en el bolsillo que
acababa de crear. Todo lo demás lo dejé atrás. No había forma de llevármelo
sin levantar sospechas, y perder un puñado de ropa era un pequeño precio
a pagar por mi vida.

Una última mirada por encima del hombro fue todo lo que me permití
como despedida: una sola mirada para memorizar el lugar que había
comenzado a llamar hogar. La amplia cama y el sofá de terciopelo. La mesa
de madera de abedul, cubierta de libros que todavía apenas podía leer. El
suave resplandor de las luces feéricas y las pacíficas ventanas verdes.

Luego me di la vuelta y caminé. Por el sinuoso sendero del bosque,


subiendo la ladera de la montaña, de regreso a la guarida de los leones.
22

418
La subida era tan empinada que tenía que hacer una pausa para
recuperar el aliento en cada curva del camino. Algunas partes estaban
pavimentadas y eran de fácil acceso; otras partes, sin embargo, estaban
embarradas y resbaladizas y se desmoronaban en los bordes, como si
incluso el camino hacia la puerta principal del palacio fuera otra prueba,
con la Madre determinando quién era digno de llegar a su casa.

Y con cada paso que daba, la Corte Carmesí se acercaba más, un


gigante macabro que se elevaba sobre mí, esperando para tragarme.

Le devolví la mirada a cada paso. No había nada pequeño en mí. No


iba a dejar que un maldito castillo me convenciera de lo contrario.

Cuando llegué a la cima estaba hecha un desastre sudoroso, con el


vestido azul pegado a la espalda y las axilas, la cara ardiendo y sin duda lo
suficientemente roja como para mezclarme con las paredes de mármol
carmesí. No me detuve a refrescarme. Cuanto más patética y miserable me
viera, mejor para mí.

El palacio seguía en silencio, poco después de la salida del sol. Aquí y


allá, vislumbré a algunos sirvientes humanos mientras caminaba de
puntillas por los amplios pasillos, pero nunca miraron hacia mí y me
evitaban como a la peste. Puta de faes. La repentina caída de Creon no había
cambiado mucho eso, presumiblemente, no después de que yo lo traicionara
y posteriormente me ofreciera a compensar esos despreciados homenajes a
la Madre.

Que así fuera. Podría preocuparme por la opinión de la humanidad


más tarde.

La corte era grande, mucho más grande de lo que parecía por fuera.
Traté de seguir el camino por el que Creon había ido aquella primera noche,
pero había pasado demasiado tiempo, y cada arco, galería y escalera se
parecía al siguiente. Después de quince minutos, comencé a considerar que
me había quedado atrapada en alguna trampa feérica que me condenaba a
vagar en círculos entre estas paredes por el resto de la eternidad.

Detrás de mí, una voz ronroneó:

—¿Buscas a alguien, cariño?

Me sacudí. Un macho fae alto se había acercado a mí a unos pocos 419


metros, con una sonrisa llena de sugerencias. Retrocedí unos pasos para
alejarme, solo por esa expresión, por esa mirada que decía, te estoy invitando
a un juego, y negarse o ganar no están entre tus opciones.

—¡Estoy… estoy buscando el salón de huesos, lord fae!

Su sonrisa se ensanchó al oír ese título, revelando una hilera de


dientes inquietantemente blancos.

—¿Pero no hay prisa, supongo?

El tono de su voz era una advertencia silenciosa. Si no le daba la


respuesta correcta voluntariamente, decía, no dudaría en tomarla por la
fuerza. Y si me resistía, se pondría feo.

Muy feo. Y muy peligroso.

Así que le dije:

—Tengo un poco de prisa, lord fae. La Madre me llamó, y no creo que


le guste esperar. —Me reí, solo para hacer desaparecer la impresión de que
podría estar amenazándolo—. Pero si tiene la amabilidad de acompañarme
al salón, creo que tendré tiempo, después de haberle entregado mi regalo.

Lo suficientemente cerca de la respuesta correcta. Me guiñó un ojo.

—Claro, cariño.

—¡Muy amable de su parte, milord!

Amable, mi culo. Pero mis risitas y mis andares parecían tener el


efecto deseado, y él no mostró ningún signo de sospecha mientras me
conducía a través del laberinto de mármol. Subiendo las escaleras.
Atravesando dos puertas que nunca me hubiera atrevido a abrir sola.
Bajando otro tramo de escaleras, pasando por otra larga galería, hasta que,
por fin, un par de arcos familiares emergieron y la ancha puerta de cobre
que daba al salón de huesos se cernían ante mí.

Entonces me flaquearon los pies. No pude evitarlo.

—¿Nerviosa, después de todo? —La observación pareció divertirlo. 420


Bastardo—. No hay razón para preocuparse, cariño. Estoy seguro de que la
Madre apreciará tu pequeño regalo.

Estaba bastante segura de que no lo haría. No era eso por lo que


estaba nerviosa. Enfrentarla… Había tenido una noche entera para
prepararme para esa parte. Lo que había eliminado de mis pensamientos
durante el tiempo que necesitaba para mantenerme cuerda...

Enfrentar a Creon.

O lo que quedaba de él.

Porque si daba la vuelta a la última esquina y no lo encontraba donde


lo había abandonado la noche anterior… si lo encontraba colgando
ensangrentado y sin vida de esas cadenas… no estaba segura de lo que
haría. Cómo reaccionaría mi magia. Si las paredes y el macho fae a mi lado
sobrevivirían, y lo que la Madre me haría en represalia.

No la dejarías.

Cierto. Con las rodillas temblando o no, con el miedo apretándome el


estómago o no, no lo haría.
Me obligué a dar un paso. Luego otro. Luego volví a caminar, zancadas
tan largas que mi autoproclamado guía tuvo que apresurarse para
alcanzarme. Para bien o para mal, era hora de acabar con esto. Cinco pasos
más hasta la última curva. Tres. Dos. Uno… y la sala se abrió ante mí.

Mis ojos volaron hacia ese lugar junto al trono antes de que pudieran
notar nada más. Encontré su forma inmóvil todavía allí, colgando de
aquellos ganchos como un cerdo en la carnicería.

Todavía ahí.

Por un solo y largo latido, me atreví a sentir alivio.

Y luego vi el resto. Su rostro, pálido como la cera, sus alas, tan


estiradas por su peso que podían rasgarse en cualquier momento. Había
una rotura en su camisa que no había estado allí ayer. El terciopelo oscuro
de sus alas estaba polvoriento, por un lado. Medio ocultos bajo su cabello
oscuro, su cuello y hombro mostraban una quemadura de color rojo
brillante, y ahora que miraba más de cerca, el tercer dedo de su mano
izquierda se doblaba en la dirección equivocada.
421
No lo había dejado tranquilo en toda la noche.

Se me revolvió el estómago. ¿Se había despertado durante esas largas


y tortuosas horas? ¿Se encontró solo y rodeado de enemigos, sin que yo
estuviera por ningún lado?

Irte era lo mejor que podías hacer...

No. No, no lo era.

Recorrí con la mirada el resto de la sala mientras vacilaba en la


puerta, como la pequeña humana remilgada y tímida que creían que era. La
mayor parte de la multitud de la noche anterior había desaparecido. La
Madre seguía allí, en su trono, con los ojos completamente negros de nuevo.
Ophion descansaba sobre las almohadas junto a ella, todavía demasiado
satisfecho con su triunfo de ayer.

La furia me picaba en la punta de los dedos. La mantuve quita,


contenida. Este no era el momento para estallidos imprudentes de
destrucción.
Un pequeño grupo de faes se reunía alrededor de esa monstruosa
creación de huesos, gesticulando salvajemente mientras discutían cualquier
asunto de estado que la traición de un príncipe trajera a colación. Volví a
ver a Thysandra en el centro, fría e imperturbable. Los otros, aunque ya
había visto algunas de sus caras antes, no sabía sus nombres. No había
duda de que eran magos por derecho propio.

Este iba a ser, pues, mi campo de batalla.

Caminé de puntillas cautelosamente a través de la puerta. Una


veinteañera casi humana, sin alas y apenas sin entrenamiento, con botas
llenas de barro y un vestido azul. Aquí para robarle un traidor a la hermosa
e incolora criatura de poder inhumano que centró su mirada en mí en ese
momento, consciente de cada paso, de cada palabra pronunciada en su
salón como una araña en el centro de su tela.

Las palabras de Creon danzaron en mi mente. Él le enseñó la magia


de los dioses...

Una sonrisa se enroscó en los labios blancos y carnosos de la Madre


422
mientras me acercaba cautelosamente a su trono. Una sonrisa más vieja
que esta corte. Más vieja que cualquiera de estas personas. Más de tres
docenas de mis vidas combinadas. Una sonrisa que había convencido a un
dios de violar las antiguas reglas de su especie y entregar sus poderes con
lo último de su sentido común y, finalmente, su vida.

Bajé la cabeza. Y seguí caminando.

Las conversaciones se acallaron a mi alrededor, mientras el grupo de


faes se dispersaba por el salón, liberando un camino para mí. Con la mirada
fija en el suelo, conté los pares de pies que había en los bordes de mi vista:
cinco, diez. Demasiados. Si tu único intento falla... había escrito Creon, lo
que parecía siglos atrás.

Mi boca estaba seca como la ceniza, pero no flaqueé. No hasta que


pasé por delante de esas filas de faes y me encontré a los pies del trono de
la Madre, con huesos y cráneos elevándose sobre mí. Allí me arrodillé,
rezando para que mis piernas no fallaran en ese frío piso de mármol.

Pareció que pasaron años, mientras esperaba a que ella me saludara.


Luego, finalmente:
—Emelin.

—Buenos días, Madre —logré decir—. Espero no haberme alejado


demasiado tiempo.

—No lo hiciste. Teníamos compañía. —Un tintineo de risa helada, pero


no parecía divertida—. Nos prometiste un regalo, paloma.

Mis manos estaban vacías. Debería haber sabido que su corazón frío
y codicioso tomaría nota.

—Es solo un pequeño regalo, Madre. —Suspiré, levantando la vista. A


unos tres metros y medio por encima de mí sus ojos negros como la tinta
me atravesaron—. Pero viene del fondo de mi corazón.

Su gesto fue una orden impaciente. Adelante, pues, decía.

Di medio paso atrás, lo suficientemente lejos de su trono como para


mirarla a los ojos. Lo suficiente, también, para echar una ojeada alrededor
de la pila de huesos, donde el cuerpo inerte de Creon colgaba inmóvil en el 423
aire. Detrás de mí, los asistentes de la Madre guardaban silencio.
Preguntándose, tal vez, si sobreviviría al ofrecimiento de un regalo
insatisfactorio.

Metí la mano izquierda en el bolsillo recién creado, como si fuera a


sacar mi regalo.

Es muy rápida. En cuanto te vea...

Las yemas de mis dedos encontraron el terciopelo rojo sangre que


había cosido en el interior de mi vestido, oculto al resto del mundo.

—Esto —susurré, mirándola a los ojos—, es en nombre de Cathra.

Y levanté la mano derecha.

Un relámpago del carmesí más brillante partió el aire entre nosotras,


golpeando el único punto vulnerable al que había apuntado: esos ojos
negros como la tinta que me miraban.

Sabía que había dado en el blanco antes de que ella gritara. Sentí la
destrucción, la desintegración, tan pronto como toda la fuerza roja y
llameante de mi rabia abandonó las yemas de mis dedos. Pero no me detuve
a esperar su reacción, no me di ni una fracción de segundo para evaluar el
daño causado, porque estos pocos segundos eran todo lo que tenía, estos
últimos instantes de desconcierto congelado antes de que la magia
acumulada de los faes a mi alrededor golpeara...

Con un solo movimiento flexible, agité la mano derecha y disparé un


nuevo latigazo de carmesí a las cadenas de Creon. Y hacia abajo, enviando
una ráfaga medida de salmón pálido contra el suelo de mármol debajo de su
cuerpo. La piedra se pulverizó, el cuerpo inmóvil de Creon cayó... y cayó... y
desapareció por el agujero que había abierto bajo sus pies, hacia la
oscuridad que había debajo.

Una secuencia de colores meticulosamente planificada y


perfectamente ejecutada, arraigada en mí durante horas y horas de romper
piedras en pedazos. Un solo segundo fue todo lo que se necesitó.

Empecé a correr.

Y sólo entonces, gritó la Madre.


424
Fue ese sonido, ese grito de agonía deshilachado y afilado como una
navaja, lo que rompió la parálisis de la sala. Una voz gritó detrás de mí, un
destello rojo se rompió contra el suelo a una fracción de pulgada detrás de
mi talón, y me zambullí en el cráter que yo misma había abierto, extrayendo
cada gota de azul de mi vestido mientras caía en picada en la oscuridad del
Laberinto. Encima de mí, a mi alrededor, el agujero se curó a sí mismo bajo
el siguiente estallido de mi magia, cerrando la cacofonía que se elevaba en
el salón de huesos.

Aterricé un momento después, me estrellé contra una pila de fardos


de heno con tal fuerza que no pude recordar cómo respirar durante dos
latidos enteros.

No había tiempo para respirar. No había tiempo para pensar.

Rodé sobre mi espalda, jadeando en busca de aire, y me arrastré hacia


arriba. Creon había aterrizado a quince centímetros a mi izquierda, con su
cuerpo tendido en el heno que Finn y yo habíamos arrastrado hasta el
corazón del Laberinto. Sus alas yacían arrugadas en ángulos antinaturales,
con los crueles ganchos de hierro aún enterrados en la membrana
desgarrada.
—¿Creon? —siseé.

No se movió.

Mierda. Me arrodillé junto a él y le toqué el hombro, repitiendo su


nombre, ahora más fuerte. No se estremeció, no se retorció. Era como si
estuviera sacudiendo un cadáver. A mi alrededor, las paredes del Laberinto
parpadeaban en un azul inquieto, volutas de aire que me instaban a
moverme, a darme prisa.

No podía moverme. No hasta que supiera...

Agarré su brazo y apreté mis dedos alrededor de su muñeca. Débil,


irregular, pero sentí pulso.

Un estallido rugió en algún lugar muy por encima de mí, lo


suficientemente fuerte como para agitar la montaña misma. El techo de la
habitación subterránea se agrietó y el polvo llovió sobre nosotros.

Mierda. 425
Nada de preocuparse por despertarlo, entonces. Enganché mis manos
debajo de sus axilas y lo arrastré conmigo hasta la salida más cercana,
rezando para que el hierro que raspaba sus alas no las dañara más. De
nuevo, la montaña tembló. La grieta en la piedra sobre mí se ensanchó y un
primer rayo de luz cayó a través del polvo y los fragmentos de roca. Muévete,
muévete, muévete, pero el cuerpo sin vida de Creon era demasiado pesado
y yo demasiado lenta. Una tercera ráfaga de rojo iluminó el sótano
subterráneo en un abrir y cerrar de ojos, y la sombra de una figura alada
llenó el agujero que se abrió en el techo.

Mantuve mi mano izquierda sobre la camisa negra de Creon y absorbí


mi siguiente ataque rojo desde la punta de los dedos de mis pies.

Mi magia chocó con el fae que descendía antes de que hubiera entrado
por completo en el Laberinto. El estallido de rojo atravesó su ala izquierda
con un sonido nauseabundo y desgarrador. Los tendones se desgarraron.
La sangre brotó. El fae gritó mientras se estrellaba contra el heno, lanzando
desesperados destellos azules por encima de su hombro mientras se retorcía
de dolor.
Reprimí las ganas de ayudar. Él tampoco se había molestado en
ayudar a Creon.

Los gritos y maldiciones de dolor parecieron retrasar al siguiente


voluntario, al menos por unos segundos. El sonido de voces me llegó
mientras arrastraba el cuerpo de Creon más atrás, las órdenes estridentes
de la Madre, la furia de Ophion. Otra explosión se escuchó por el pasillo, y
un puñado de huesos y fragmentos de huesos cayeron a través del agujero
hacia el Laberinto.

Parecía que la pérdida de la vista no le estaba haciendo ningún bien


a su coordinación. No pude reprimir una sonrisa irónica de triunfo mientras
arrastraba a Creon por la primera curva y me detenía para recuperar el
aliento y sentir su pulso de nuevo. Seguía vivo. Gracias a los dioses.

A la vuelta de la esquina, una nueva voz descendió a la habitación,


maldiciendo al ver a su amigo herido. No pude entender la mayor parte de
su diatriba, pero lo que pude entender era lo suficientemente claro: este
estúpido lugar... pequeña perra... debería colapsar... montaña... 426
—Bueno —susurré, apoyando la frente contra una roca fría y cubierta
de gemas—. Parece que alguien nunca aprendió modales, ¿no?

La brisa helada que me acariciaba los hombros y el cuello me hacía


temblar.

—¿Dónde está? —Esa frase la entendí en su totalidad, gritada a al fae


herido que había dejado atrás—. ¿A dónde se fue?

Un estruendo recorrió la roca bajo mis pies, y los gritos se calmaron


bruscamente. Más vacilante ahora, mi perseguidor comenzó:

—¿Qué...?

El Laberinto tembló. Se estremeció. Y a mi alrededor las paredes de


roca negra lisa y gemas brillantes comenzaron a moverse lentamente.

El fae gritó.

Me quedé paralizada. Solo podía mirar cómo la montaña se estiraba y


se movía como un gigante que despertaba de su sueño, con las gemas
parpadeando en rojo en una silenciosa declaración de guerra. Más lejos, la
Madre seguía gritando órdenes: «¡Abajo! ¡Abajo!» Pero los dos machos que
me habían seguido hasta las entrañas de la montaña gritaban, suplicando
por lo contrario mientras las paredes se cerraban a su alrededor y se
apresuraban a ponerse a salvo...

Entonces, de repente, silencio, tan profundo que solo podía oír mi


propia respiración entrecortada. El pasillo se había cerrado detrás de mí,
como una herida que se curaba, separándome de la habitación de atrás, de
los gritos de los faes y de las explosiones de la Madre.

—Vaya. —Mi voz salió entrecortada y ronca—. ¡Oh, dioses! Gracias.

Un destello de azul. Una brisa de aire cálido. Reprimí un sollozo de


alivio y me dejé caer contra la fría pared, cerrando los ojos por un
momento… a salvo. Estaba a salvo. O al menos tanto como lo estaría hasta
llegar a Lyn y Tared en Faewood.

—¿Creon? —Volví a susurrar.

No esperaba que se despertara, pero me dolía que no lo hiciera. 427


Maldiciendo mis miembros doloridos y mi corazón agitado me acerqué
a él y me incliné sobre sus alas. Los ganchos seguían clavados en sus
pequeños y crueles agujeros, clavados en el punto sensible donde lo había
besado hacía apenas dos noches. Ni siquiera reaccionó cuando se los quité
con cuidado.

Apagué el miedo, también los débiles gritos que me llegaban de vez en


cuando desde detrás de las paredes de piedra del túnel, y me obligué a
ponerme en pie. Concentrarme. No podía permitirme aflojar ahora,
desviarme del plan y esperar demasiado a que se despertara. Me había
preparado para esta posibilidad; debía aprovecharla.

El caballo esperaba donde Finn y yo lo habíamos dejado, a la vuelta


de la esquina, atado a un delgado pilar de piedra. Parecía un poco receloso
cuando me acerqué, pero no particularmente asustado. Parecía que Finn no
había exagerado cuando eligió a este animal y me dijo que el viejo Wilfred
no interrumpiría su comida ni siquiera por un volcán en erupción.
Mis dedos temblaban tanto que me tomó seis intentos aflojar los
nudos. Wilfred esperó pacientemente, masticando el heno que le habíamos
dejado.

Un poco simplón, me dijo Finn mientras conducíamos al caballo y el


heno a través de los túneles, pero al menos sabe cómo tumbarse. Y te llevará
a ti y a ese fae bastardo bastante bien.

Tenía que meter a Creon en esa silla de montar de alguna manera.


Wilfred no pareció darle mucha importancia al cuerpo del fae inconsciente
tendido sobre las piedras mientras yo lo llevaba de vuelta junto a Creon. Le
di dos golpecitos en las piernas, la orden que Finn me había enseñado, y él
se tumbó obedientemente.

—¿Creon?

Seguía sin reaccionar. ¿Podría arrastrarlo sobre el lomo del caballo


como si fuera un saco de grano? Podría empeorar sus heridas ser llevado de
esa manera. Si no tenía mucho cuidado, podría resbalar y caerse.
428
Murmuré una maldición. Maldita fuera la zorra y lo que le hubiera
hecho. No esperaba que estuviera tan mal.

¿Podría curarlo con mi última pizca de azul? Me arrodillé a su lado,


buscando heridas visibles. Aparte de la abrasión del cuello y la mano rota,
no tenía muchas. La mayoría eran heridas internas, y no tenía ni idea de
cómo tratarlas. El simple hecho de atravesarlo con magia azul sonaba como
una empresa arriesgada si nunca había intentado algo similar.

—Creon. —Rodeé su rostro febril con mis manos y apoyé mi frente en


la suya. A nuestro alrededor la montaña volvió a temblar. No nos quedaba
mucho tiempo; tarde o temprano incluso el Laberinto cedería ante la magia
divina—. Creon, soy yo. Estoy tratando de sacarte de aquí. Pero tienes que
volver a mí por un momento.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Poco más que un espasmo


involuntario, pero podría haber llorado ante esa primera señal de vida.

—Soy yo —susurré. Otro fuerte estallido hizo temblar las paredes a


mi alrededor—. Es Emelin. Despierta, por favor. Te necesito.
Un aliento entrecortado y vacilante rozó mis labios. El Laberinto
retumbó y gimió, resistiendo una fuerza que apenas podía empezar a
imaginar. Apreté mis manos sobre sus mandíbulas y lo intenté de nuevo.

—¿Creon?

Volvió a la vida de un tirón en el suelo de piedra debajo de mí. Eché


la cabeza hacia atrás y observé cómo sus ojos se abrían de par en par,
apagados y vidriosos, pero concentrados en mi rostro con demasiada
intención para que se hubiera ido por completo.

Parpadeó. Una, dos veces. Entonces sus labios secos y agrietados se


movieron en silencio.

¿Em?

El alivio que me invadió... podría haberme muerto por eso.

—Soy yo. Estamos escapando. —Solo entonces pareció notar el pasillo


iluminado de azul detrás de mí, el caballo esperando pacientemente a 429
nuestro lado—. Te voy a sacar de aquí. Estarás bien, te lo prometo, pero...

La explosión más fuerte hasta el momento hizo temblar las paredes.

—Pero tenemos que irnos de aquí. —Me incliné hacia él, sosteniendo
su mirada mientras sus párpados se cerraban un poco—. No me dejes
ahora, Creon. Necesito que te subas a ese caballo. Si puedes manejar eso,
yo me encargaré del resto. Pero tienes que ayudarme un poco ahora, ¿de
acuerdo?

Su mirada no se iluminó, pero hizo un minúsculo gesto con la cabeza.

—Muy bien. Déjame...

Levantó las manos antes de que pudiera terminar la frase. La


izquierda volvió a caer inmediatamente, pero la derecha me llegó al hombro
y luego me agarró al cuello con tanta fuerza que me dolió y me clavó las
uñas en la piel. Me estremecí.

—¡Ay! Creon...

Me arrastró hacia abajo con una fuerza sorprendente, pegando mi


boca a la suya en el beso más caótico, incómodo y glorioso de mi vida.
Dientes contra dientes. Mi barbilla chocó con la suya y perdí el
equilibrio. Saboreé la sangre y no estaba segura de quién era. Pero sus labios
envolvieron los míos con una calidez tan familiar, con un hambre tan
familiar, que me olvidé por un momento de que el mundo se acababa a
nuestro alrededor, de la Gran Dama furiosa que nos pisaba los talones, de
Lyn y Tared que me esperaban en Faewood. Estaba vivo. Estaba vivo. Le
aferré con las manos los hombros y lo besé en ese suelo de piedra
polvoriento, lo besé para decirle que lo sentía, que estaba agradecida, que
estaba aquí, y que tendrían que matarme antes de que lo dejara ir de
nuevo...

Se aflojó bajo mis manos.

Con un jadeo, retrocedí, justo cuando la montaña temblaba una vez


más.

—¿Creon?

Sus ojos se estaban cerrando.


430
—Ay, mierda. Todavía no, Creon. —Sacudí sus hombros tan fuerte
como pude. Parpadeó, mirándome boquiabierto como si apenas recordara
mi nombre—. Primero tienes que subirte al caballo. Entonces puedes volver
a colapsar, ¿de acuerdo?

Su mirada somnolienta se desvió hacia Wilfred, que resoplaba


suavemente a cada golpe que rodaba por la montaña. Sus labios repitieron,
Caballo.

—Muy bien. Caballo—. Lo empujé hacia atrás, tirando de él hacia


arriba con la mayor suavidad que pude—. No puedo levantarte, eres
demasiado pesado para mí. Supongo que es la maldita musculatura.
¿Puedes arrastrarte?

Cada movimiento hacía que su rostro se contorsionara en una mueca


atormentada, pero se movía, arrastrando alas y un brazo izquierdo flácido
mientras se arrastraba hacia Wilfred. Lo seguí, tirando y empujando donde
parecía ayudar, tirando de las manos y los pies en su lugar mientras él de
alguna manera se sentaba a horcajadas sobre el lomo del caballo. Cuando
Wilfred se levantó, Creon aún estaba despierto. Para cuando me subí a la
silla detrás de él, agarré las riendas y lo rodeé con mi brazo libre, con
cuidado de no dañar más sus alas, ya había perdido de nuevo el
conocimiento.

Al menos lo tenía en la silla de montar. Podíamos movernos, ahora.

El Laberinto nos guiaba hacia el exterior con líneas de luz


centelleante, túneles que se ensanchaban cada vez que eran demasiado
estrechos para que pasara un caballo. El violento estruendo sonaba cada
vez más lejano a medida que nos alejábamos del corazón de la montaña.
Realmente no podían faltar más de unos minutos para la salida. Allí estaba
la curva afilada que había aprendido a reconocer después de que casi
tropezara con ella con los brazos llenos de heno; allí estaba la estalactita
que Finn había señalado, la que se parecía extrañamente a una figura
humana colgando del techo...

Por fin doblamos la última esquina y, detrás de nosotros, el mundo


volvió a quedar casi en silencio. Ante mí, detrás de la pequeña puerta, podía
distinguir árboles bañados por el sol y volutas de bruma matinal, un
panorama que me habría resultado apacible si no hubiera sabido que era 431
Faewood.

Gracias a los dioses.

Mantuve la mano izquierda apretada sobre la camisa de Creon, de un


verde musgo oscuro, ya que había arrancado parte del rojo de la tela. Ningún
sabueso se movía entre el follaje cuando Wilfred irrumpió por la puerta
abierta, claramente aliviado de volver a estar al aire libre. Aspiré el aire
salado del mar, mareada por el agotamiento y al borde del llanto de alivio.
Estábamos afuera. Estábamos afuera. Tan cerca de la seguridad. Si Lyn y
Tared no se hubieran escondido demasiado bien...

—No está mal —dijo una voz familiar detrás de mí—. La verdad es que
no está nada mal, Emelin.

Me sacudí tan rápido que casi me caí del sillín.

Alas doradas, vestido escarlata brillante: Thysandra, apoyada


casualmente contra un delgado tronco de árbol justo al otro lado de la
entrada del túnel con una hoja curva en la mano derecha y una sonrisa fría
y dura en su rostro.
Oh, maldita sea dos veces.

¿Podría huir? Con ese rojo que llevaba y la larga espada en la mano...
una apuesta tonta. Entre los árboles ella sería más rápida y ágil que yo, en
un caballo torpe y con un cuerpo inconsciente en mis brazos. ¿Tenía sentido
luchar? Ella había estado en el salón. Sabía lo que podía esperar de mí.
Después de sus siglos de entrenamiento, yo no tenía ninguna posibilidad.

Thysandra ni siquiera se movió. Se quedó allí, limpiándose


distraídamente las uñas con la punta de su daga mientras me observaba y
esperaba.

Tiré de las riendas y Wilfred dio un cuarto de vuelta lento y reacio. El


corazón se me hundía en las tripas. La cabeza me latía con fuerza, y el
pánico y el agotamiento me provocaban un dolor de cabeza fulminante. Pero
con Creon tan pegado a mí, con su vida dependiendo de mi protección, que
me condenaran si le hacía saber que podía caerme del caballo en cualquier
momento. Si esto iba a ser un juego de ingenio, al menos podría mirarla a
los ojos. 432
—Hola, Thysandra. —No podía hacer el esfuerzo de sonar como la
pequeña y tonta Emelin a través de la neblina del miedo nauseabundo. Por
lo que a mí respecta, la pequeña Emelin había muerto en el Laberinto—.
Encantada de verte por aquí.

Ella chasqueó la lengua.

—¿Mitad fae, entonces?

—Parece que sí.

—¿Sin ataduras?

Me encogí de hombros, esperando que no notara mis manos


sudorosas y temblorosas.

—Creo que los últimos acontecimientos son un claro indicio de ello.

—Sí. —Ladeó la cabeza hacia mí, con sus mechones negros y dorados
cayendo sobre un hombro musculoso—. Llevas un tiempo engañándonos,
¿verdad?
¿Por eso aún no me había hecho pedazos? ¿Porque primero quería ver
confirmadas sus sospechas? ¿Quería entender qué había pasado en su corte
antes de seguir las órdenes de la Madre y acabar conmigo aquí y ahora?

¿Eso me daba tiempo para retrasarla? ¿Para de alguna manera salir


con mi ingenio de esta trampa?

—Tenías tus sospechas —alcancé a decir—. Anoche.

—Sospechas no. Llámalo interés. —Un temblor de diversión recorrió


su rostro orgulloso—. No me malinterpretes, eres una tonta cabeza hueca
muy convincente. Pero era bastante impresionante la frecuencia con la que
te las arreglabas para decir exactamente las medias tonterías correctas.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—Como tenía que ser. —Se enderezó un poco más y sus ojos vagaron
por el cuerpo inconsciente de Creon durante una fracción de segundo—. Es
una lástima que hayas tenido que hacer infelices a algunas personas,
palomita. 433
—En primer lugar —dije, con una punzada de furia que venció
momentáneamente a mi miedo—, vete al demonio. Me llamo Emelin. En
segundo lugar, la infelicidad es mutua. En tercer lugar, ¿a qué debo esta
ofensa encantadora?

—Interés, una vez más —dijo, pero salió demasiado lento, demasiado
pensativo—. ¿A dónde pensabas ir? ¿Esperas que los sabuesos te
mantengan a salvo?

—¿Por qué iba a decírtelo?

Thysandra se encogió de hombros.

—Parece que estás en una situación en la que te vendría bien un poco


de buena voluntad.

—Y la buena voluntad no me va a mantener con vida cuando me


arrastres de vuelta al salón de huesos dentro de un minuto —dije, apretando
con fuerza mi mano izquierda contra la camisa verde oscuro de Creon—. No
te voy a dar a ti ni a la vieja perra más información de la que ya tienen,
muchas gracias.
—Como quieras —dijo ella, fría y llana, pero había una chispa de algo
más en sus ojos cuando volvió a meter el cuchillo en la funda de su cadera.
Algo cercano a... ¿decepción?

¿Qué esperaba?

Tragué saliva, con la confusión desgarrando mi agotado cerebro. ¿Por


qué se había escabullido sola cuando se dio cuenta de adónde me dirigía?
¿Por qué no me había volado la cara en cuanto asomé la cabeza por el túnel?
¿Por qué le importaba a dónde me dirigía, si no había forma de que
llegara...?

Oh.

Espera.

Espera.

Era una idiota.

Por supuesto que no iba a decirme lo que buscaba. No si revelaba una


434
debilidad, una grieta en la fachada de la guerrera orgullosa, de la sirviente
leal. Pero anoche ella lo había entendido.

—Sin embargo, podría transmitirle tus saludos —solté antes de que


pudiera pensarlo un momento más. ¿Cuánto tiempo me quedaba? ¿Cuánto
tiempo pasaría antes de que a Ophion o a cualquier otro se le ocurriera la
luminosa idea de vigilar la salida por donde yo saldría tarde o temprano del
Laberinto?

Thysandra no se quedó inmóvil. No exactamente. Pero sus manos sí...


se tensaron.

—¿Por qué iba a querer transmitir mis saludos?

—No lo sé —dije, observándola atentamente. ¿Era un destello de


esperanza en sus ojos?—. Puede que haya algunos viejos amigos tuyos por
ahí a los que te gustaría...

—Por supuesto que no —espetó, y dio un paso adelante tan


bruscamente que Wilfred relinchó con clara alarma—. Bueno, basta de
charlas, entonces. La Madre...
—Todavía llora cada vez que oye tu nombre —dije—. ¿Lo sabías?

Thysandra se puso rígida a tres pasos de mí.

—¿Qué?

—Anaxia. —No había tiempo para sutilezas, no si por fin se había dado
cuenta de lo que había esperado y estaba decidida a negarlo—. Han dejado
de mencionarte cada vez que ella está cerca. Estaría inconsolable durante
días. Supongo que no lo sabías.

No sabía que era posible que alguien palideciera tan bruscamente, que
la piel oscura se volviera de una palidez grisácea en uno o dos latidos. Ciento
treinta años. ¿Había recibido siquiera una pizca de información nueva sobre
Anaxia en todo ese tiempo?

—¿Tú... tienes contactos en la Alianza? —Su voz se había vuelto


ronca.

—Sí. 435
—Tú... —se interrumpió con una risa cortante—. No importa. No
importa. Mis órdenes son bastante claras.

—Y nadie sabe que me has visto.

Thysandra se burló; su sonido era demasiado desesperado.

—Existe la lealtad.

—Ah —dije amablemente—. ¿Esa misma lealtad que te hizo


perdonarle la vida a Naxi durante la Última Batalla, supongo?

Un escalofrío la recorrió ante ese apodo. Tampoco sabía que


Thysandra Daimonicheira podría parecer tímida. Pero a la pálida luz de la
mañana la mujer que tenía delante parecía encogerse más con cada
momento de silencio, los recuerdos y la conciencia culpable la arrastraban
a un caparazón que no le quedaba, que no le convenía.

—¿Cuánto sabes? —Incluso su voz se había vuelto ronca.

—¿Después de haber vivido con Creon durante semanas? Suficiente.


Su mirada se posó nuevamente en el cuerpo inmóvil de Creon en mis
brazos, con una mirada de lo que era casi… ¿miedo?

Ella se lo había dicho, dijo él. Ahora que entendía más acerca de sus
poderes, entendía que él debía haber sido capaz de sentir ese violento
enamoramiento en ella, no pude evitar preguntarme qué tan voluntaria
había sido su confesión.

—Esta puede ser tu última oportunidad en un tiempo —dije, dejando


ese pensamiento a un lado—. Arrástrame de nuevo a las manos de la Madre
y nunca más podré transmitir ningún mensaje. Y dudo que la Alianza llame
a tu puerta para pedirte hablar contigo. ¿Estás dispuesta a esperar otro siglo
para tener tu próxima oportunidad?

Me miró fijamente, inmóvil. Mandíbula apretada, mente dividida entre


reflejos opuestos. Muy por encima de nosotros, un fuerte estallido sacudió
los extensos edificios de la Corte Carmesí.

—¿Thysandra?
436
Una voz gritó órdenes, en algún lugar de la montaña. Desde esa
distancia no podía distinguir las palabras, pero Thysandra se estremeció un
centímetro más. Me moví en la silla, cada fibra de mi cuerpo me rogaba que
corriera y me salvara antes de que pudieran bajar y encontrarnos aquí.

Pero ella podría detenerme. Y tomar la decisión equivocada.

—Thysandra, por favor.

—Dile... —Su voz era apenas un susurro—. Dile que debería haberle
cortado el cuello cuando tuve la oportunidad.

Parpadeé.

Curvó su labio hacia mí, alcanzando su daga nuevamente. Sus dedos


se movieron alrededor de la empuñadura como si no pudiera esperar para
arrojármela al rostro.

—Y sal de mi vista —añadió con voz ronca—, antes de que cambie de


opinión, palomita.
No era el momento de ofenderse. No era el momento para preguntarse
sobre el romance de los faes y las lágrimas de los demonios. Tenía aliados
que encontrar y un traidor moribundo que salvar.

—Bien —dije, alejando a Wilfred de ella—. Gracias. Lo transmitiré.


Buen día para ti también.

Y me escapé.

Faewood era todo enredaderas espinosas y ramas retorcidas,


desgarrando mi vestido, enganchándose en mi piel, enredándose en mi
cabello. Apenas noté el dolor mientras conducía a Wilfred cada vez más
hacia la oscuridad del bosque, apretando a Creon contra mi pecho con
manos que no dejaban de temblar. Lo último que me quedaba de cordura se
estaba desmoronando rápidamente. Lyn y Tared. Eso era todo en lo que
podía concentrarme. Encuentra a Lyn y Tared y todo estará bien;
saldríamos; estaríamos a salvo...
437
Detrás de mí, la ira de la Madre todavía sacudía los cimientos de la
corte. Seguían voces de alarma por todo el palacio, gritando órdenes a
fuerzas que no podía ver. Me di cuenta vagamente de que no pasaría mucho
tiempo antes de que ella renunciara al Laberinto y enviara a sus compinches
a pulular por la isla. No pasaría mucho tiempo antes de que dirigiera su
mirada a Faewood y los secretos que ocultaba. Tan pronto como alguien con
alas echara un vistazo a esta parte de la isla, estaríamos perdidos.

Me negué a pensar en ello. Me negué a pensar en otra cosa que no


fuera el cuerpo de Creon en mis brazos y el camino que estábamos
despejando lenta y obstinadamente a través del espeluznante crepúsculo de
estos bosques.

Si pudiera llegar a la playa, nos encontrarían. Si pudiera alcanzar el


árbol nudoso que marcaba el límite de Faewood, nos encontrarían. Me aferré
a esas lamentables excusas de planes, quitando enredaderas de mi camino
y protegiendo las alas de Creon de las espinas lo mejor que pude. Playa.
Árbol. Pensamientos simples y manejables. Para cuando lograra esa parte...
Un destello de fuego se elevó por el aire en el borde de mi vista y
desapareció de nuevo.

Fuego. Tiré de las riendas de Wilfred y parpadeé hacia el cielo sobre


mí: azul brillante, el último rosa y naranja del amanecer disolviéndose. Nada
que pudiera confundirse razonablemente con llamas. O me estaba volviendo
loca o...

—¿Qué diablos, —estalló la voz de Tared entre los árboles al momento


siguiente—, está pasando en esta maldita isla?

Y antes de que hubiera pronunciado su última palabra, la voz de Lyn,


dos veces más estridente:

—¡Creon!

Salieron del follaje en un estallido de luz y fuego, Lyn sobre la espalda


de Tared, con las alas llameantes todavía goteando sobre sus hombros. Ella
saltó tan pronto como los pasos de él vacilaron, el fuego ahora también
jugueteaba alrededor de sus dedos y antebrazos. Lista para pelear. Lista 438
para defender. Junto a ella, Tared se quedó inmóvil, mirando el cuerpo
inmóvil de Creon con desconcertados ojos grises.

Sentí que me tambaleaba en la silla. Si no fuera por mis brazos


alrededor del pecho de Creon, sosteniéndome, podría haberme resbalado en
el musgo y la arena a los pies de Wilfred.

—Buenos días —logré decir, los pensamientos tropezando entre sí en


la oleada de alivio que me invadió. Explicaciones. Probablemente este era
un momento para explicaciones—. Contenta de verlos. Tuvimos algunos…
eh… acontecimientos inesperados.

—Los dioses tengan piedad —susurró Lyn, tapándose la boca con una
pequeña mano—. ¿Qué pasó con sus alas?

—Ganchos. Techo. —Cerré los ojos. La imagen volvió a mí con


demasiada facilidad—. Salón de los huesos.

—¿Qué?
—Ella lo descubrió. Bueno, me descubrió. Entonces… oh, no importa.
—Respiré temblorosamente y miré hacia arriba—. ¿Puedo explicar esto más
tarde? Necesita venir con nosotros, es el resumen. Ella…

—No.

Cerré la boca de golpe.

Tared permaneció congelado en el mismo lugar, con los nudillos


blancos alrededor de la empuñadura de su espada. Si no hubiera sido su
voz la que soltó esa única palabra habría dudado que hubiera hablado
siquiera.

No.

Lo miré fijamente. No levantó la vista para encontrar mi mirada.

—¿Tared? —dijo Lyn.

—¿Disculpa? —dije.
439
Dio dos tambaleantes pasos alejándose de mí, alejándose del cuerpo
marchito en mis brazos, sin la habitual gracia en sus movimientos.
Esperaba ver odio en su mirada, y estaba preparada para odiarlo a su vez
por eso, pero cuando finalmente apartó sus ojos de Creon y me miró de
nuevo, todo lo que pude encontrar en las líneas de su rostro fue miedo puro
y sin diluir.

Eso me quitó las palabras por un instante.

—Emelin... —empezó, y sonó como una súplica.

Una súplica para que me rindiera. Para que soltar el cuerpo en mis
brazos y fuera con ellos por mi cuenta, dejara atrás a Creon para sufrir su
destino en manos de la Madre. La oscuridad flotaba en los bordes de mi
visión mientras lo miraba fijamente, lo último de mi alivio evaporándose. No,
él no iba a negarse a llevarnos, ¿verdad? No me había enfrentado a Grandes
Damas y a mozas de cuadra sólo para que mis últimos aliados me
traicionaran en el umbral de la seguridad, ¿verdad?
—Él... Él tiene que venir. —No pude encontrar mejores palabras. No
se me ocurrían argumentos más elaborados que presentar—. Me salvó la
vida. Morirá aquí. Él…

—No voy a llevarlo conmigo. —Las palabras de Tared salieron al borde


del pánico, su voz demasiado alta y demasiado ronca—. Emelin, estaré
encantado de sacarte de aquí, pero no puedo... él no puede...

Su frase se quedó sin terminar. Detrás de mí, los sabuesos aullaron.


No me atrevía a moverme... no me atrevía a retirar mis manos del cálido
cuerpo de Creon. Si lo soltaba ahora...

No podía dejarlo ir ahora.

—Tared —repitió Lyn, y el trasfondo que parpadeaba en ese nombre


hizo que se me erizaran los vellos de la nuca—. Sé razonable.

—¿Qué, quieres empezar a alojarlo de nuevo? —Una risa amarga salió


de sus labios mientras se giraba para mirarla—. ¿Después de cómo terminó
eso la última vez? 440
—Está herido.

Sus fosas nasales se dilataron.

—Como la última vez.

Lyn levantó las manos antes de que pudiera interrumpir, el fuego


crepitaba en sus dedos.

—¡Y ella estuvo a punto de asesinarlo!

—Sí —dijo Tared, cerrando los ojos—. Como la última vez.

—Oh, por el amor de los malditos dioses... Tared, este no es


exactamente el momento para...

—Entonces, ¿cuándo sería el momento? —estalló con la voz


entrecortada. Mi presencia parecía haber sido olvidada por completo—. ¿La
próxima vez nos volveremos a pelear por su maldita existencia? ¿La próxima
vez nos traicionará porque la verdad no conviene a sus pobres sentimientos?
Hemos hecho esto antes y sé cómo terminó eso, así que, ¿me disculparán
por ser...
—¿Te importa si digo algo? —dije.

Se dio la vuelta, respirando entrecortada y erráticamente. Junto a él,


Lyn volvió a murmurar:

—Tared...

—La última vez nos costó demasiado —dijo con voz ronca. De nuevo
esa extraña y desgarradora súplica en su voz—. Lo siento, Emelin, de verdad
que lo siento, pero no voy a arriesgarme...

—Cegué a la Madre —dije.

Ambos se pusieron rígidos ante eso.

—¿Tú qué?

—La cegué —repetí, respirando profundamente—. A la Madre. Le


arrojé una ráfaga roja al rostro y salí corriendo de nuevo. Al parecer, no se
lo está tomando muy bien.
441
Como para subrayar mis palabras, otro fuerte estruendo se elevó
desde algún lugar profundo de la montaña detrás de mí.

Lyn se quedó mirándome desde entre las enredaderas y las espinas,


sus ojos se abrieron lentamente y su boca se abrió un poco.

—¿Estás diciendo que eres…?

—Mitad fae —terminé rotundamente—. Y sin ataduras.

Su boca se cerró. A su lado, Tared se había puesto pálido como la


espuma del mar.

—Entonces, —Me obligué a sonreírles—, tal vez puedan serme útiles.


Y estoy más que feliz de poder ayudarlos. Pero no saqué a Creon de delante
de sus malditas narices sólo para dejarlo en manos de los sabuesos. —Él se
agitó bajo mis manos al oír su nombre, como si una última parte consciente
de él estuviera escuchando, luchando por quedarse conmigo. Fue ese
pequeño movimiento lo que me dio el coraje para encogerme de hombros y
agregar—: Llévanos a los dos o déjanos a los dos aquí. Tu selección.
Fuertes gritos se escucharon detrás de nosotros, apenas unos
minutos detrás de nosotros. Perseguidores, por fin. ¿Habían encontrado ya
nuestro rastro?

Los ojos de Tared se dirigieron hacia el bosque, notando los sonidos,


la amenaza.

—Te matarán si te quedas aquí.

—Sí —dije—. Y seguirán sin tener a un mago sin ataduras a su lado.

Él cerró los ojos y murmuró una sombría maldición en un idioma que


no conocía.

—Estás empezando a parecer muy fae, Emelin.

—No seré un fae respecto al resto, lo prometo. —Quería enojarme,


realmente quería hacerlo, pero con ese temor mortal retorciéndose en su
rostro, ¿cómo podría no sentirme culpable por cualquier terror que le
estuviera infundiendo?—. Iré a donde necesiten y volaré cualquier corte que 442
necesiten, pero sácalo de aquí, Tared. Por favor.

Tragó y sus dedos juguetearon alrededor de la empuñadura de su


espada. Detrás de mí, las voces de nuestros perseguidores se acercaban
cada vez más.

—Tared —dijo Lyn en voz baja.

Un escalofrío lo recorrió.

—Tared, podemos hablar de esto más tarde. —Deslizó una pequeña


mano en la de él, sus ojos dirigiéndose de su rostro hacia un lado al cuerpo
caído de Creon. Sus siguientes palabras vinieron en otro idioma que nunca
había escuchado. No fueron más que unas pocas frases rápidas, pero los
delgados hombros del elfo se aflojaron un poco. Cuando levantó la vista para
encontrarse con la mía, la creciente resignación en sus ojos grises me dijo
lo suficiente.

—Lo siento —murmuré.

Se tragó otra maldición, pero dio un paso adelante y volvió a guardar


la espada en la funda que llevaba en la espalda. Me estremecí cuando tendió
los brazos hacia Creon. Un primer atisbo de irónica diversión volvió a la vida
en su rostro.

—No voy a destrozarlo con mis propias manos, Emelin. Déjame bajarlo
de ese caballo. No quiero arrastrar al pobrecito con nosotros también.

Tragué y, con inquietud, solté mis manos del torso maltratado de


Creon. Se deslizó entre los brazos de Tared como un muñeco de trapo sin
vida, con las alas colgando a su alrededor mientras el elfo lo bajaba al musgo
con más cuidado del que me había atrevido a esperar. Lyn se arrodilló junto
a él, tomándole el pulso y comprobando su temperatura con gestos rápidos
y experimentados, mucho mayores que sus siete años.

—¿Emelin? —dijo Tared.

Me volví hacia él y hacia la mano que me tendía. Una ofrenda de paz,


decía la disculpa en sus ojos. Una promesa silenciosa de que, fuera lo que
fuese lo que había ocurrido entre él y Creon, no tenía por qué interponerse
entre nosotros.
443
—Lo habrías dejado aquí. —Era difícil no que pareciera una
acusación—. Realmente habrías...

—Sucedieron cosas —dijo, en voz tan baja que ni siquiera Lyn pudo
escucharlo—. Él no es el único que salió un poco maltrecho de esa situación,
Emelin.

Y allí estaba de nuevo: un destello de esa vieja agonía, una herida de


siglos que había permanecido oculta detrás de ese odio amargo hasta ese
momento. Maltrecho, por cierto. Lo que haya sucedido entre Creon y la
Alianza, lo que haya sucedido entre él y Tared, fue mucho más que simple
aversión y animosidad.

Mucho más allá de lo que podía entender en los pocos minutos que
tuvimos.

Me armé de valor y tomé su mano. Podríamos hablar más tarde.

Incluso con el apoyo de Tared, mis rodillas se doblaron tan pronto


como toqué el suelo. Tuvo que agarrarme del hombro para mantenerme de
pie. Ahora las voces estaban por todas partes: en el aire sobre nosotros, en
el bosque que nos rodeaba. En cualquier momento esperaba que un ejército
de faes surgiera del follaje, incendiando el mundo en un mar rojo...

—Bueno —dijo Tared, mirando al cielo con otro destello de esa


diversión casual en su rostro—. ¿Es hora de salir de aquí, entonces?

—Pensé que nunca lo dirías —dijo Lyn, levantando la vista de su


examinación. Él logró soltar una risita que parecía más para beneficio de
ella que para él y la alcanzó con su mano libre.

Ella la agarró con fuerza y al mismo tiempo envolvió sus pequeños


dedos alrededor de la muñeca de Creon.

—¿Listo?

Él asintió pero dudó un último momento, mirando una vez más al


palacio rojo sangre que se elevaba sobre nosotros. Cuando se volvió para
mirarme a los ojos, una sonrisa lobuna y sin alegría había crecido alrededor
de sus labios, una mirada que contenía más sed de sangre que diversión.
444
—Pero será mejor que mates a esa perra por nosotros, Emelin.

—Trato hecho —dije.

—Bien —dijo.

Y el mundo se disolvió en manchas de color y sonido a nuestro


alrededor.
Lord of Gold
and Glory
«No se puede domesticar a un fae como la
Muerte Silenciosa...»

Emelin escapó de la Corte Carmesí y salvó


a Creon de las cadenas de la Madre. Pero sus
nuevos aliados conllevan sus propios peligros.
Arrojada a un mundo de viejas enemistades y
rencores espinosos, necesita todo su ingenio para
mantener a la Muerte Silenciosa a salvo de sus 445
amigos convertidos en enemigos.

Y los juegos políticos de la Alianza son la


parte fácil…

Atormentado por las sombras de su pasado


y la magia que nunca quiso ejercer, Creon está
perdiendo lentamente el control de sus poderes. La única solución puede
encontrarse fuera de los pasillos enterrados de la fortaleza de la Alianza, de
vuelta al alcance de la Madre y sus ejércitos que lo buscan.

Pronto Emelin ya no podrá esconderse de la guerra que se cierne sobre


el archipiélago. Y cuando su búsqueda de la seguridad de Creon revela
destellos de sus propios orígenes misteriosos no tiene más remedio que
reclamar su lugar en el campo de batalla... o perder para siempre al hombre
que ama.

Lord of Gold and Glory es el segundo libro de la serie Fae Isles, un


romance épico de fantasía fae perfecto para los fanáticos de Sarah J. Maas,
Jennifer L. Armentrout y Raven Kennedy.
Nota: al igual que el primer libro de la serie, Lord of Gold and Glory es
un romance de fantasía para adultos y presenta muchas escenas destinadas
a un público maduro.

446
Lissette Marshall
Lisette Marshall es una autora de romance fantástico, nerd del
lenguaje y entusiasta de la cartografía. Habiendo crecido con una dieta
constante de fantasía épica, romance de regencia y misterios acogedores,
ahora escribe historias apasionantes y deslumbrantes con una generosa
pizca de asesinato.

Lisette vive en los Países Bajos (sí, bajo el nivel del mar) con su novio
y las pocas plantas de interior que sobreviven milagrosamente a su régimen
de riego altamente irregular. Cuando no está leyendo o escribiendo
normalmente se la puede encontrar dibujando mapas de fantasía,
horneando y comiendo demasiadas galletas de chocolate o practicando el
griego antiguo. 447
Para ponerse en contacto, visite www.lisettemarshall.com o siga a
@authorlisettemarshall en Instagram, donde pasa demasiado tiempo
mirando bonitas fotografías de libros.
Agradecimientos
Moderadora BZ Moderadora MD
Mari NC Marie

Traducción BZ Traducción MD
âmenoire Eli25

anabel-vp Esperanza

Carib Marie
448
Flochi

Imma Marques

Mari NC

Corrección y revisión
Mari NC

Diseño y Epub
Bruja_Luna_
449

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