CICLO DE CONFERENCIAS

Proyecto Fortalecimiento de la Tarea Educativa en Instituciones Maternales

“Escenarios de la ternura:
resonancias en la educación maternal”
Conferencia a cargo del Dr. Fernando Ulloa, dictada el 5 de julio de 2003

Apertura a cargo de
Patricia Redondo

Quiero decirles que hoy hace-

mos el primer cierre del ciclo
de conferencias, en el marco
de la propuesta de Fortaleci-
miento educativo de las insti-
tuciones maternales, recorrido
que iniciamos el año pasado. A
mí me gustaría, en primer tér-
mino, si bien en general esto
se hace al final, abrir este en-
cuentro haciendo un profundo
agradecimiento a quienes nos
acompañaron en este recorrido
y que probablemente continua-
rán con nosotros en la próxima
propuesta que vamos a armar
para el cuatrimestre que viene.
Quiero agradecer en particular a
ustedes, que nos acompañan, a
las docentes de cada una de las
instituciones en las que trabaja-
mos, a sus equipos directivos,
por haber recepcionado nuestra

CICLO DE CONFERENCIAS 1
 presencia de modo semanal y
haber acompañado, articulando
el tratamiento de los temas que
se iban realizando cada semana
en cada institución. Quiero agra-
decer al Jardín Maternal Pena, a
la Escuela Infantil de Lugano, a
la Escuela Infantil del San Loren-
zo, al Jardín Maternal N° 6 de
Villa Soldati, a la Escuela Infantil
del Hospital Ramos Mejía, a la
Escuela Infantil del distrito 5º,
Alvarado, al Jardín de Infantes
Walt Disney, a la Escuela Infantil
de la Legislatura, al Jardín Ma-
ternal 5 de la Villa 15 de Ciudad
Oculta, a la Escuela Infantil N° 6
de Salaberry, a la Escuela Infantil
del Retiro, así como también al
Jardín de la Maternidad Sardá y
a la Escuela Infantil del Hospital
Elizalde que nos acompañaron
durante el año pasado.
Quiero decirles que en el reco-
rrido de estos seis encuentros,
compartimos también la acti-
vidad, no sólo con quienes nos
acompañaron brindando confe-
rencias, sino también con artis-
tas que se sumaron a nuestra
propuesta. Desde el Momusi,
con la apertura que hizo María
Teresa Corral, la titiritera Susana
Andrián, la escritora Graciela Ca-
bal, el narrador Claudio Ferraro,
el grupo de Teatro Comunita-
rio Alma Matter, y a quien nos
acompañará hoy, el titiritero Lu-
cas Goggi con el Grupo Sueños y
Fantasías.
Quiero también agradecer al
equipo de capacitadores, a Su-
sana Santarén, a Susana Ma-
queira, a Liliana Dente, a Vale-
ria Feders, a Claudia Alonso, a
Stella Pinasco, que son las que
han sostenido —y digo insisten-
temente sostenido— el trabajo
2 CICLO DE CONFERENCIAS
cada semana. Y además, y en
particular, a quienes coordinan
en directo, a cargo del proyecto:
a Ana Libedinsky, que ustedes ya
conocen, y a Lucía Moreau.
Quiero agradecerle al INET, que
nos ofrece generosamente sus
instalaciones, en particular a Ha-
ydée Nosetti y a Martín, el técni-
co. También, a la Dirección del
Área de Inicial, que aunque hoy
no puede estar la Directora, nos
acompañan las y los superviso-
res. A la Directora de la Escuela
de Capacitación, Analía Segal,
a Noemí Doublier, y a parte del
equipo de la Escuela que hace
posible que estos eventos se
concreten.
Cerrados los agradecimientos
—tal vez haya alguno que me
haya quedado— obviamente
quiero agradecer la presencia de
Fernando Ulloa.
Quería decirles que este Proyecto
de Escuelas Maternales, que nos
posibilitó, en principio, volver la
mirada hacia la primera infan-
cia, lo abrimos el año pasado, en
un momento de profunda crisis,
donde ustedes, lo primero que
decían era que no había pañales,
que los padres estaban sin tra-
bajo, que las realidades de cada
una de las escuelas infantiles se
habían visto agravadas por la
situación que atravesaba nues-
tra sociedad. Insistentemente,
pensamos que mirar los jardines
maternales, escuchar los saberes
que ustedes portan y ponerlos en
diálogo con otros aportes teóri-
cos, representaba volcar la mi-
rada a la primera infancia, y el
énfasis de poder imaginar otros
futuros posibles para nuestro
país, distintos a los que cotidia-
namente nos muestran como fa-
talmente determinados. Quiero
decirles que parte de nuestros
ejes temáticos insistieron en la
necesidad de educar, en la ne-
cesidad de construir otros vín-
culos con los grupos familiares,
despojándonos muchas veces de
prejuicios y miradas estigmati-
zantes. Pensamos en un tiempo
de infancia, nos acompañamos
con conceptos de pedagogos,
de psicólogos, antropólogos, et-
cétera, donde revimos que este
concepto de familia y de infancia
era una construcción socio-histó-
rica y que teníamos que tener la
capacidad de poder desarmarla
y dar cuenta de los nuevos pro-
cesos, tanto de organización fa-
miliar como del nuevo lugar que
adquieren las instituciones que
atienden a la primera infancia en
este momento, en nuestro país,
y frente a los cambios epocales
que estamos viviendo.
Quiero decirles que este proyecto,
para algunas instituciones, cierra
a fines de este mes un recorrido
de casi un año; otras continua-
rán y otras se sumarán. De todas
maneras, este espacio, que fue
pensado como un encuentro, va
a continuar abierto y están todos
invitados a las conferencias que
desarrollaremos en el próximo
cuatrimestre.
Quería cerrar esta introducción
–porque la intención de nosotras
es, en particular, que podamos
compartir la presencia de Fer-
nando Ulloa– con una reflexión
de un autor brasilero que se lla-
ma Walter Kohan, sobre la in-
fancia y la educación, que nos
permite pensar no sólo la infan-
cia en términos etáreos, sino la
infancia como el campo de lo
posible. Dice:
 “Infancia de continuo nacer es
la posibilidad de quebrar esta
inercia repetitiva de lo mismo
que seduce a un mundo sin na-
cimiento. Ella simboliza la po-
sibilidad de una ruptura radical
con la repetición de lo mismo,
la expectativa de una repetición
libre y compleja, radicalmente
nueva, de que no necesaria-
mente tenga que ser inscripta a
la lógica de lo establecido. Así,
el nacimiento no engendra ape-
Presentación a cargo de Lucía Moreau
Buenos días a todos. Tengo el
enorme placer de presentar al
doctor Fernando Ulloa, médico
psicoanalista, desde 2001 Pro-
fesor Honorario de la Universi-
dad de Buenos Aires, agasajado
y homenajeado en la Facultad de
Psicología, donde es realmente
muy querido. Ha trabajado desde
los inicios de la Carrera de Psico-
logía, a su cargo estuvo el primer
curso de Psicología Institucional
que se dictó en la Universidad
de Buenos Aires. Después, fue
profesor titular de diversas cáte-
dras en la Carrera de Psicología.
Entre sus múltiples actividades,
se destaca por haber trabajado
Dr. Fernando Ulloa
El banco de prueba de estas ex-
periencias, estas prácticas, con
lo que yo llamo la numerosidad
social, fue la Facultad de Psico-
logía, en la organización de una
experiencia que se transformó
en el eje de la Cátedra de Me-
todología Clínica, que eran las
llamadas asambleas clínicas. No
voy a hablar de eso, pero lo trai-
nas un ser vivo, sino la posibi-
lidad de nacer de todos —diría
yo, nosotros— que ya estamos
nacidos, y aquellos que están
por nacer, de no dejarnos aban-
donar por la inercia del estado
de las cosas, de no espantarnos
de aquello que, sin querer, ya lo
seguimos llamando con los nom-
bres ya viejos y nombrados”.
La infancia como facultad, como
potencia, como fuerza. Eso es
también para nosotros la infan-
ampliamente en el campo de los
derechos humanos. En 1995,
publicó su texto, en la editorial
Paidós, Novela Clínica Psicoana-
lítica, muy esperado por quienes
hemos tenido contacto con él y
hemos aprendido de sus reflexio-
nes y experiencias. Actualmente
está trabajando en otra publica-
ción. Y sólo para dar algunas no-
tas, ya que no se trata de hacer
una presentación extensa, quere-
mos señalar que está trabajando
en la localidad de Berisso, en los
bolsones de la miseria, siempre
preocupado por las cuestiones
de la salud mental.
Lo que nos llevó a convocarlo
go a colación porque uno de los
propósitos de esa experiencia era
que los alumnos que estaban por
recibirse se fueran adiestrando,
fueran tomando cierta destreza
en hablar en público. Y yo me
acuerdo que les daba un conse-
jo; que cuando uno tiene dificul-
tades para hablar en público, si
se para y dice me cuesta mucho
cia. Y para nosotros, para este
equipo, este proyecto fue algo
que planteamos desde el comien-
zo: atender a la primera infancia
es responder a una llamada, no
representa querer clonar a niños
que habiten el mundo de nuestra
manera, por el contrario, es dar
lugar. Y hoy, en este espacio, da-
remos lugar al tema de la ternu-
ra para pensar las instituciones
maternales. A todos, muchas
gracias.
para esta oportunidad es una
línea de sus reflexiones acerca
de la ternura y la cultura de la
mortificación. Consideramos
que nos podía brindar una expe-
riencia muy rica para pensar los
procesos de subjetividad que se
dan en los jardines maternales
y en toda esta relación vincular
en estos contextos, donde están
las instituciones y estamos todos
implicados cuando trabajamos.
Entonces, para ser breves, nos
vamos a retirar y lo vamos a de-
jar a Fernando con todo el esce-
nario para poder disfrutarlo.
—ya sea me cuesta mucho ha-
blar en público o me cuesta mu-
cho decir lo que voy a decir, o me
cuesta, simplemente—, ya em-
pieza a compartir, se desentien-
de de su dificultad, la empieza
a compartir, crea un cierto clima
coloquial, y la cosa funciona me-
jor. Y les digo esto porque, pa-
radójicamente, yo les agradezco
CICLO DE CONFERENCIAS 3
 la invitación para hablar, una vez
más, sobre estos temas de la ter-
nura y de la crueldad. Les agra-
dezco porque, mientras estaba
revisando mis escritos para esta
charla —yo estoy preparando
un libro sobre la crueldad y otro
sobre la salud mental—, se me
fueron clarificando puntos deci-
sivos, sobre todo con relación a
la ternura.
Uno de los aspectos muy relacio-
nados con la ternura es el tema
de la sublimación; un tema muy
difícil en psicoanálisis. Un tema
en el que me sucede algo muy
parecido a lo que decía San Agus-
tín cuando hablaba del tiempo
–“Mientras no me pregunten qué
es el tiempo, sé lo que es el tiem-
po; cuando tengo que contestar
qué es el tiempo, es una dificul-
tad”—. Bueno, con la sublima-
ción me pasa lo mismo.
Para empezar, podemos decir
que solamente se puede ejerci-
tar la ternura a través de sujetos
que, en su propia vida, hayan ido
estructurando, como estructura
de la subjetividad, como compo-
sición de su condición de sujeto,
un buen nivel de sublimación;
que les permite, al mismo tiem-
po, el ejercicio de la ternura. Las
obras de la sublimación son las
obras de arte, las obras científi-
cas, y finalmente la cultura. Eso
es la sublimación. Entonces, hay
una sublimación visible, que son
sencillamente las obras de la cul-
tura —cuando digo la cultura, no
estoy hablando particularmente
de obras cultas, estoy hablando
de todo ese hacer del Hombre
que pone en juego para vivir y
para extraer de la naturaleza sus
recursos—; y hay un aspecto in-
visible que tiene la sublimación,
4 CICLO DE CONFERENCIAS
que es precisamente esa estruc-
tura, esa capacidad que se va
organizando en los chicos desde
el comienzo, y donde ustedes
tienen una injerencia particular-
mente importante –la educación
en los primerísimos niveles–,
esa capacidad sublimadora que
se va organizando en el niño. Y
eso, que forma parte integrante
de toda la subjetividad, no es
visible; a veces ni siquiera es
registrable por el sujeto, porque
no solamente arraiga en lo cons-
ciente sino también en el incons-
ciente.
En la relación con la sublimidad,
con la capacidad de sublima-
ción, hay muchas cosas que to-
davía no sé cómo decirlas, cómo
nombrarlas, y que se me fueron
aclarando mientras preparaba
esta charla. Y cuando ahora us-
tedes se bajaron del escenario
y me dejaron solo, recordé que
hace poco, cuando terminé de
dar una charla sobre la soledad,
una antigua amiga poeta se me
acercó y me dijo: “Alejandra Pi-
zarnik decía ‘La soledad es no
poder decirla’”. Así que, aunque
ésta sea una situación distinta,
esta dificultad mía para nombrar
cuestiones que tienen que ver
con la sublimación la asocié con
estas palabras de Pizarnik.
A esta charla ustedes le pusieron
como título “La ternura. Reso-
nancia en los jardines materna-
les”. Pues bien, esa resonancia,
precisamente, tiene que ver con
la sublimación.
Antes que nada, quería decirles
como me fui aproximando yo a
este tema de la ternura y cómo,
en un momento dado, desembo-
qué en la crueldad.
Empecé a trabajar en estos te-
mas allá por 1970, cuando era
presidente de la Federación de
Psiquiatras. Me había ido de la
A.P.B.A. con un grupo de gen-
te. Eran épocas muy difíciles, la
época de la Triple A —después
vinieron tiempos mucho más difí-
ciles todavía—, y con frecuencia,
desde la Gremial de Abogados,
nos pedían hacer peritajes con
torturados. Y no sé por qué, pa-
ralelamente -no me daba cuenta
al principio-, empecé a trabajar
sobre la ternura. Y de pronto, me
di cuenta de que en realidad, la
ternura era el telón de fondo que
yo utilizaba, que utilizábamos
ahí, donde podíamos destacar
los horrores, los tormentos, el
sufrimiento, no solamente de las
víctimas sino de los familiares. Y
me acuerdo de un concepto fun-
damental, que para mí fue casi
un pilar desde donde empecé
a trabajar en estas dos produc-
ciones culturales, en estos dos
dispositivos culturales antité-
ticos, como son la ternura y la
crueldad, que acompañan a la
humanidad desde la noche de
los tiempos, en la historia de la
civilización.
En una oportunidad, viene una
señora, mal, a la que le habían
secuestrado al hijo hacía unas
horas, y me decía, desesperada:
“Ojalá todavía esté vivo”. Y al
mismo tiempo, teniendo concien-
cia de los tormentos a los que lo
habrían sometido, decía, en voz
baja. “Ojalá que haya muerto y
no sufra”.
Dos situaciones, dos actitudes,
donde la segunda la aproxima-
ba más al lado de los asesinos,
pero era entendible. Esa fue la
primera conceptualización, a la
que llamé encerrona trágica.
Una situación paradigmática en
la tortura, donde por un lado
está la figura del torturador y por
otro, los familiares, y donde no
hay un tercero de apelación; por-
que en la tortura no hay tercero
de apelación que rompa, es una
situación de dos lugares.
Y en la situación de los familia-
res, que tampoco tenían —toda-
vía no se habían organizado las
Madres (esta mujer fue una de
las que organizó Madres)—, no
había tercero de apelación posi-
ble. Luego se fueron organizando
a través de los organismos de de-
rechos humanos.
Pasaron los años y empecé a tra-
bajar, no ya en este aspecto de
la cuestión de los derechos hu-
manos, sino en los derechos hu-
manos en la población; como les
mencionaba Lucía, en la zona de
Berisso.
Y voy a recurrir a esta experiencia
en Berisso para tratar de introdu-
cir la cuestión de qué entiendo
por capacidad sublimadora, y
cómo es ésta una experiencia co-
lectiva aunque arraigue en cada
sujeto.
En Berisso, yo trabajo tratan-
do de constituir lo que llamo
bolsones del oficio –del oficio
clínico–, dentro de los bolso-
nes de la miseria; sobre todo
cuando uno no tiene ni siquiera
el respaldo de una institución
de razonable complejidad, una
institución hospitalaria, que son
condiciones sanitarias en gene-
ral muy desprovistas, sobre todo
desprovistas frente a la com-
plejidad caótica de la estructu-
ra social de la marginación. En
esas condiciones, ser clínico —y
a lo mejor ustedes pueden ha-
cer una traslación de esto a ser
maestra jardinera, sobre todo
en determinados ámbitos muy
carenciados— ser clínico es to-
mar medidas que uno considera
acertadas, tener un amplio mar-
gen de dudas sobre si eso hizo
lo adecuado o no, y cada tanto,
con mucho dolor, descubrir que
lo que parecía acertado fue un
error, y a veces, un error grave,
sobre todo cuando se trata de
chicos, y sobre todo, en ámbitos
como éste, donde el abuso des-
honesto —incluyo no solamente
los abusos sexuales, sino tam-
bién los abusos de la violencia
extrema, que termina teniendo
casi un carácter de erotización—
ronda el 27%, y a veces un poco
más, de la población infantil.
Les quiero contar un caso, para
ejemplificar de qué estoy hablan-
do. En una oportunidad, dos gi-
necólogas, con buena práctica,
frente a una nena de seis años
que presentaba un flujo malolien-
te y escoriaciones en la vulva, le
diagnosticaron falta de higiene.
Se tomaron medidas, se mandó
a trabajadoras sociales, a una
enfermera, y a los quince días la
nena vuelve con el mismo cua-
dro; a los veinte días, lo mismo.
Entonces, se remite el caso a un
centro especializado en La Plata,
y se certifica el diagnóstico. La
chica después desaparece. Tres
años después —la chica ahora
tendría nueve años—, viene una
abuela de Catamarca, la chica
se relaciona con ella, y la mu-
jer la trae al hospital. Se llega a
la conclusión, entonces, de que
la nena hacía años que estaba
siendo abusada –abusada tal vez
sin penetración, por lo tanto no
había tampoco elementos muy
visibles ¿no?–, por el padre de
la segunda tanda de chicos. Esta
situación, que es realmente gra-
ve... esto no se transforma en un
hecho privado, sino que, dado
este porcentaje de situaciones
abusivas que hay con los chicos,
se empieza a concientizar al ba-
rrio, el barrio mismo empieza a
darse cuenta de que esta chica
no es la putita del barrio, sino
que es una víctima más de ese
27—30%, entonces empiezan
realmente a crearse condiciones
de seguridad, condiciones de
protección.
A partir de esto, se empieza a
trabajar ya casi haciendo de lo
peor cierta sublimación organi-
zacional. Pero, ¿dónde es impor-
tante esto? Es decir, las leyes de
ser clínico, las leyes de trabajar
en la marginalidad, en educa-
ción maternal o en cualquier tipo
de educación, cualquier tipo de
clínica o en cualquier oficio de
trabajador social, es decir, las
leyes que impone esta comple-
jidad social de la marginación
suponen estas tres cosas: creer
que lo acertado es acertado,
tener dudas y descubrir que lo
acertado era un error. Y eso es
universal. El que quiera ser clí-
nico ahí tiene que enfrentar esa
situación. De esta manera, uno
no hace la vista gorda en ese tipo
de cosas, no hace connivencia
—connivencia quiere decir ojos
cerrados o guiño cómplice, ma-
tar con la indiferencia, no mirar,
o guiño cómplice—. Se examina
exhaustivamente una situación,
reconociendo que esto puede
pasarle a cualquiera. Y como en
esas condiciones, y en la vida en
general, todos tenemos experien-
cia universal de torpeza y habi-
lidad, la torpeza o la habilidad
CICLO DE CONFERENCIAS 5
 de alguien no se transforma en
un chivo emisario o en un líder
carismático, sino que uno sabe
qué le está pasando al otro, y lo
incorpora. Es difícil ponerse en
el lugar del otro, pero se puede
poner en el lugar del otro dentro
de sí mismo, dentro de la propia
experiencia, remitir la propia ex-
periencia, logrando crear equipos
realmente muy consistentes.
Lucía mencionó que en el 2001
me dieron el nombramiento ho-
norario de la UBA. Yo me fui del
país en el ‘77, y cuando volví ya
no tenía edad, ya estaba próximo
a jubilarme, así que no volví a ha-
cer docencia, por lo menos regu-
lar. Siempre seguí dando cursos
y estando en contacto, pero para
mí, la principal docencia univer-
sitaria era en los hospitales, en
los lugares de marginación; era
en Berisso, era la Colonia Olivero
en Rosario –una colonia psiquiá-
trica–. La riqueza era la devolu-
ción que yo hacía. Así que para
mí es un lujo trabajar con esos
equipos que se van organizando
en esos lugares, y que logran un
proceso de sublimación a partir
de las peores cosas, de los peo-
res obstáculos a los que se en-
frentan.
Y ahora debería hablar de subli-
mación. Que, vuelvo a decir, es
lo esencial.
Hace tiempo, yo solía decir que
la ternura es el oficio más an-
tiguo del mundo. Que no es la
prostitución, como habitualmen-
te se dice en los medios, sino
que es la ternura. Hoy en día ya
no hablo de instituciones de la
ternura, quería aclararlo, sino
de escenarios de la ternura. Y
tomando ese dispositivo como
6 CICLO DE CONFERENCIAS
una producción sociocultural, yo
decía que era el primer oficio del
mundo, es el antecedente de la
clínica.
Quiero señalar dos cosas. Pri-
mero, la empatía. Cuando una
madre sabe por qué llora el chi-
co, es empatía. Y cuando digo
la madre, me refiero a todos los
contertulios que aceptan que si
hay chico, un lactante, la contra-
seña para atenderlo siempre es
maternal, aunque sea el padre,
aunque sea el abuelo el que la
practique. Que es, a su vez, lo
que legaliza o legitima los Jardi-
nes Maternales. Y esa empatía
es el antecedente de lo que en
clínica se llama la intuición clí-
nica, el ojo clínico, eso por lo
que el médico sabe por qué llora
el paciente. No me refiero a los
pediatras, me refiero en general.
El médico empieza a tener una
intuición, que es un producto de
la sublimación, a través de los
años, que se va construyendo a
través de muchos años, pero que
empieza muy tempranamente, en
los primeros momentos, en el re-
cién venido, en el recién nacido.
El segundo elemento de la ternu-
ra es el miramiento. Miramien-
to es una palabra que viene del
castellano antiguo, tener mira-
miento es mirar con interés a
alguien, que para el caso de la
ternura o para el caso de la ma-
dre es alguien que ha salido de
las propias entrañas, sin embar-
go, desde el principio es sujeto-
otro, es sujeto ajeno, no hay una
posición tutelar; no es un obje-
to, es un sujeto. En la clínica, el
paciente tal vez en condiciones
más difíciles, a veces el pacien-
te esquizofrénico en estado de
autismo, o el paciente terminal,
todos son sujeto.
Entonces, la empatía garantiza
el suministro, garantiza el diag-
nóstico, el tratamiento adecua-
do, y el miramiento garantiza el
gradual desprendimiento de este
sujeto. Tal vez desprendimiento
que lo conduce a la muerte, o tal
vez el desprendimiento que lo va
conduciendo a la autonomía.
Pero también la ternura es an-
tecedente de la educación. Algo
propio de la ternura que era la
donación simbólica. Recuerdo
que cuando se lo comentaba a
Ana [Libedinsky], a ella le sor-
prendió la palabra; tanto, que
yo la empecé a revalorizar como
la manera en que uno está tras-
mitiendo tal vez la ternura tier-
namente, aunque entiendo que
todo el proceso de transmisión
que implica la educación es una
donación simbólica que va más
allá, que acompaña. Cuando se
alimenta a un chico, además de
darle alimentos concretos, cuan-
do se lo abriga, la manera de
hacerlo, lo que se llama el buen
trato, que el trato sea un arte.
Tanto es así que yo pienso que si
bien la palabra ternura está acu-
ñada en la tradición, en realidad,
la palabra que corresponde a la
acción trasmisora, lo que tras-
mite la ternura, lo que trasmite
la educación, lo que trasmite la
clínica, lo que trasmite cualquier
otro oficio es el buen trato, que
el trato sea un arte. El carpintero
que atiende las leyes de la ma-
dera, el carpintero que atiende
las leyes de sus herramientas.
Cualquier oficio. Ese buen trato,
lo que está involucrado en esa
calidad de hacer, eso es la do-
nación simbólica. Eso solamente
se puede hacer si se tiene una
buena estructura, una estructu-
ra de subjetividad sublimada.
Siempre que se pueda lograr un
grupo como el que yo ilustraba,
un equipo, una capacitación co-
lectiva, la organización del pen-
samiento sabio, que no es la su-
matoria de saberes.
Pero hay un problema con la
sublimación, cuando al psicoa-
nálisis no sólo se lo ejerce en el
consultorio, sino que se pretende
–como lo hago yo– organizarlo
en la numerosidad social. La pa-
labra numerosidad social viene
de lo siguiente. En el consulto-
rio, uno está con un paciente y el
tercero está excluido; el tercero
corporal está excluido, aunque el
tercero como sujeto esté siem-
pre presente. Pero cuando ese
dispositivo va sumando sujetos,
que pueden ser uno, dos, diez,
los que están acá presentes, eso
ya es, desde mi punto de vista,
una numerosidad social.
En el psicoanálisis, aplicado a la
numerosidad social o a la situa-
ción individual, es tan complejo
esto de la sublimación, que en
1915 Freud escribió once tra-
bajos sobre metapsicología —la
metapsicología alude al incons-
ciente, a lo que va más allá de la
conciencia—, y descartó cinco. Y
entre los que descartó, mandó al
muere un trabajo sobre metap-
sicología de la sublimación. Y a
mí me intrigó muchísimo. Y me
acuerdo que ese trabajo lo leí en
el ‘70 y pico, en Beláustegui, y
me puse a conjeturar qué diría
este hombre, qué había querido
decir este hombre. Lo cual era un
disparate, porque la única cosa
que podía hacer no era conjetu-
rar sino ponerme a trabajar.
Algo pasó en estos días que lle-
gué a entrever por qué Freud
descartó esta situación: por un
pleito interno que tenía con un
colega, Jung. Pero me parece
que en el tema de la metapsi-
cología, Freud se dio cuenta de
que Jung tenía razón en algunas
cosas. Yo supongo que lo descar-
tó por eso. Claro, porque Freud
mantenía toda la vigencia de la
sexualidad, del instinto sexual,
y otra cosa complejísima, como
que el instinto se va mutando en
pulsión sexual, que la naturaleza
del animal es distinta, y que lo
específico del hombre no es que
no tenga el instinto sino que va
haciendo una pulsión.
Les decía entonces, que uno de
los problemas es la diferencia
entre la sublimación y la idea-
lización. Y recordé una lectura
muy antigua, de André Malraux:
El arte sumerio. El arte sumerio
tiene dos períodos muy claros: un
primer período de idealización y
un segundo período de sublima-
ción, en cuyo pasaje juega, nada
más y nada menos que la escri-
tura cuneiforme. Ahí comienza la
escritura cuneiforme.
La palabra cuneiforme proviene
de cuño, con el cual se grababan
las letras en arcilla, uno de los
acontecimientos más formida-
bles en la historia de la cultura,
que es el gran procesador del
pensamiento, multiplicador de
pensamiento, el gran proceso
sublimador, la fábrica, yo diría,
de la sublimación. Entonces, lo
que ocurría en Sumeria, Caldea,
es lo que ocurre en un Jardín, y
otras veces empieza a ocurrir en
las familias, y sigue ocurriendo.
Quiero decir: este mismo primer
momento de socialización del
chico en los jardines maternales,
empieza a ocurrir ya cuando co-
mienza la escritura, en la época
sumeria.
Malraux decía que el primer
momento de la cultura, de la
escultura, del arte sumerio –so-
bre todo de la escultura, de la
inscripción bajorrelieve– estaba
regido por la idealización; era la
idealización de los líderes muer-
tos, de los sacerdotes muertos,
de los personajes muertos que
veneraba esta cultura. Entonces,
¿a qué apuntaba la idealización,
la exaltación ideal? La exaltación
ideal de un pasado apuntaba a
la inmortalidad. Vale decir que
el objetivo de ese arte era la in-
mortalidad. Pero si hablamos de
inmortalidad, estamos hablando
del culto a la muerte, porque por
más que se pretenda la inmorta-
lidad, se está permanentemente
adorando la muerte de alguien. Y
esto no alcanza, decía Malraux.
Con la idealización, no alcanza.
Creo que fue más algo que me
fui dando cuenta después, cuan-
do fui al epílogo. En ese epílogo,
yo vi cómo la autora, trabajando
sobre la emigración, fue hacién-
dose escritora. Empezó siendo
una relatora de los hechos, y
después pasó a ser una narrado-
ra. Ahí empecé a darme cuenta,
pero... ya me parece que me fui
muy lejos ¿no? Voy a ver si vuel-
vo. Yo les dije, les avisé que iba a
tener dificultades. Que las tengo
siempre, que siempre hablo del
azar de la memoria y de las vici-
situdes, como decía Freud, que
hablaba Macedonio Fernández.
Cuando uno habla al azar de la
memoria y sus vicisitudes, co-
mete actos fallidos, se olvida,
se va por un lado, pierde el hilo,
vuelve. Pero entonces pone en
CICLO DE CONFERENCIAS 7
 juego lo que se llama la tempora-
lidad del inconsciente. Yo hasta
ahora no cometí ningún fallido,
por desgracia, porque a mí me
vienen muy bien los fallidos. A
veces los preparo, inclusive.
Entonces, después, cuando lo
examino y se ponen en juego las
temporalidades del inconsciente,
se crea un campo transferencial.
Freud presentaba la transferen-
cia, la clásica transferencia de
un paciente que está en la misa
o de algún paciente que nombró
una exaltación neurótica, porque
repite comportamientos para no
recordar historias penosas. La
repetición es para no recordar.
En nuestra misión académica,
uno repite para forjar memoria.
Entonces, al hablar así, como yo
estoy hablando, pretendo tam-
bién dar cierta construcción dis-
ciplinada de lo que voy diciendo,
pero lo que procuro, sobre todo,
es que no se preocupen mucho
por lo que yo digo y se preocu-
pen por lo que dispara como
propio pensamiento, así, con
los propios yacimientos de cada
uno, que sería el efecto precisa-
mente disparador en la riqueza
de cada uno, que puede volcarse
después en un debate. Se pue-
de volcar, precisamente, en esos
bolsones de los equipos en sa-
lud, donde realmente, ahí hay
un fenómeno muy importante.
En esos lugares yo trabajo –tal
vez preferiría hacerlo acá– con
lo que llamo recintos per-elabo-
rativos. Las paredes del recinto
no están dadas por las paredes
materiales de este recinto o de
cualquier lugar donde trabajo.
Están dadas por los pasillos, por
lo que se dice afuera, por lo que
no se puede decir adentro, por-
8 CICLO DE CONFERENCIAS
que esta vez no hay condiciones,
porque la palabra es la estrategia
y uno habla o no habla según las
condiciones. Pero también las
paredes permeables, donde uno
logra, donde uno va logrando
crear condiciones como las que
decía al principio, de cierta soli-
daridad. Entonces, las cosas las
empieza a decir adentro, y que
sí, que lo que está adentro de
uno empieza a volcarse ahí.
Pero también es importante una
transmisión, para allá o para acá
o para cualquier lado, para el
chico, no tanto lo que pasa ahí,
lo que pasa ahí es un ensayo
para lo que va a pasar afuera, es
un ensayo pero mi chico después
irá, o ustedes irán, recordando
algunas cosas, cuestionando
otras. Se crea una resonancia
íntima donde desaparece la in-
timidación.
Lo primero para crear condiciones
de ternura es hacer desaparecer
la intimidación, sobre todo cuan-
do se está trabajando en condi-
ciones adversas. Crear un recinto
donde la intimidación retroceda y
dé lugar a la resonancia íntima.
Cuando uno habla de resonancia
íntima, no necesariamente se ha-
bla de intimidades, pero lo que
alguien dice resuena en el otro,
en coincidencia o en disidencia, y
hay una respuesta, que es preci-
samente respuesta a consecuen-
cia de lo que escuchó.
Volviendo al arte sumerio, el pri-
mer período, entonces, era un pe-
ríodo de idealización, de culto a
los muertos, a la inmortalidad. A
través de la escritura —Sumeria
es la cuna de la escritura cunei-
forme—, de este acontecimiento
formidable, el arte va trazando lo
que Malraux llamaba una estili-
zación. Y decía estilización por-
que el cuño, que da nombre a la
escritura cuneiforme, también se
llama estilete —el estilete más
bien es una cosa con punta—, el
estilete con que también se dibu-
jaba en la arcilla —ya no con un
cuño— todas las letras. Y estilo
viene de estilete.
Entonces, eso que él llamaba es-
tilo, el arte, no la idealización sino
la estilización, apuntaba a incluir
la escritura, por el instrumento
con que también se escribía. Y
así como la idealización apunta
al pasado, a la inmortalización
del pasado, de los dichos de An-
dré Malraux se puede colegir que
él hablando del arte estilizado
sino del arte sublimado.
El “arte” sublimado –a la palabra
arte le pongo comillas– apunta,
entonces, no a la inmortalidad
sino a la eternidad. Pero no es la
eternidad geológica o temporal,
es el devenir. Cuando algo está
escrito –por eso tengo tanto en
cuenta la escritura, ese acon-
tecimiento que es la escritura–
permite –es– el devenir. Hay un
presente muy fuerte, donde se
rompe algo propio de la ideali-
zación, inclusive la idealización
mortificada. La idealización
toma una forma mortificada don-
de uno podría decir “aquí las co-
sas siempre fueron, son y serán
así”; es un pasado continuo que
asesina el presente, que asesina
la posibilidad del acontecimien-
to presente. La escritura como
acontecimiento, o el segundo
período de la sublimación, rom-
pe ese pasado continuo y lo his-
toriza. Pensemos en el presente
de la escritura, en un chico que
está aprendiendo a escribir, o en
los sumerios, que a lo largo de
los siglos fueron perfeccionando
la escritura y la documentación
del pasado; ese presente, el de
la escritura, permite historizar el
pasado.
El escritor mexicano Octavio Paz
tiene una frase extraordinaria:
“No hay presente vivo con pa-
sado muerto”. Y el pasado vivo
es el pasado que se historiza, el
pasado que se recuerda. Él dice:
“La memoria no mata, la memo-
ria filtra, la memoria escoge, la
memoria revive lo que hay que
revivir del pasado”. Y ese pasa-
do vivo que hace el presente vivo
permite el deseo de bosquejar un
futuro vivo. Todo eso está acon-
tecido en el acto de la escritura.
Pero nosotros no enseñamos a
escribir a los chicos. Y ustedes,
en los jardines maternales, ense-
ñan algo que es muy importante,
y que se los voy a explicar intro-
duciendo algo que también es
muy interesante.
Yo pertenezco a una fundación
que se ocupa de repartir abun-
dantes dineros que hay para la
infancia desvalida y para los des-
validos. Hace poco financiamos
una investigación del Conicet
que está trabajando con chicos
desnutridos, a través de la cual
nos encontramos con una sor-
presa.
Tiempo atrás habíamos donado
un tomógrafo al Hospital Arge-
rich para neonatología, donde
llegan dos mil seiscientos partos
por año, de los cuales treinta y
cinco o cuarenta son madres
desnutridas.
A través de ese tomógrafo, es po-
sible realizar una tomografía de la
fontanela, que permite diagnosti-
car apropiadamente, para luego,
con mucha precisión, suminis-
trar los aminoácidos esenciales
cuya ausencia seguramente dará
lugar a secuelas definitivas en
la inteligencia del niño, inclusi-
ve alguna forma de oligofrenia.
Del uso de ese tomógrafo, tam-
bién dependía que entre ocho y
doce murieran o no, por semana.
Pero la sorpresa fue que, a pesar
de que se lograba suministrar
los aminoácidos esenciales, ha-
bía chicos que, al cabo de dos
o tres años, seguían teniendo
dificultades intelectuales. Ya no
eran oligofrenias, no tenían un
sustrato anatómico, eran más
del orden afectivo, eran oligoti-
mias, que con el tiempo, si no
se resuelven, también producen
secuelas definitivas, ya que esos
chicos no incorporan saber y van
quedando retrasados. ¿Y qué se
descubrió? Que para esta cura,
tenía el mismo valor el juego por
jugar, que el suministro de ami-
noácidos esenciales. Entonces,
ahí procedimos a hacer.
Hay una institución que trabaja
con juegotecas. El juego en la es-
cuela. No ya juegos para apren-
der; no, no, son juegos para ju-
gar, juegos que esos chicos, en
ese estado de desnutrición, no
jugaban. Y eso era fundamental.
Seguramente, algunos de los chi-
cos que ustedes reciben ya vie-
nen con carencia de juego para
jugar, para ir haciendo sinapsis,
para ir haciendo ensayo de sub-
jetividad. Pero supongamos que
llegan chicos que ya tienen una
cierta idoneidad, cierta destreza
de juego. Todo el juego social,
todo el juego colectivo, implica
incorporar leyes, las leyes del
juego. Vale decir que empiezan
a incorporar el núcleo de subli-
mación, a través de eso que to-
davía no es escritura. Se trata
entonces de acrecentar el núcleo
con que supuestamente vienen
estos chicos; el núcleo inicial de
sublimación que es la ternura.
Pero además, tampoco escriben.
Pero sí inscriben. Jugar, dibujar,
es fundamental en el aprendiza-
je del chico. Piensen esto: aún
no existía la escritura y aún los
hombres hablaban guturalmente,
y ya en las cavernas de Altamira
dibujaban el lomo del bisonte.
Es decir que el dibujo es previo
a la escritura. ¿Se dan cuenta
entonces, de la importancia de
un jardín maternal, donde van
aprendiendo las leyes solidarias
del juego? El juego es el núcleo
de los futuros pensamientos sa-
bios, si tienen la suerte de que
después, otras actividades los
hagan crecer. Y el juego también,
es el núcleo de la escritura. Re-
cién después viene la escritura.
Es decir que ese pasaje del jue-
go, a través de las leyes del jue-
go, a las leyes de la escritura, a
través de lo que es la educación,
la transmisión en la educación,
es el pasaje de la idealización a
la sublimación.
Hay un concepto psicoanalíti-
co que es el Yo ideal, que co-
rresponde al niño maravilloso,
corresponde a “su majestad el
niño” –cuando tiene la posibili-
dad de serlo, ya que muchos ni-
ños no la tienen–, y corresponde
a una época muy primitiva, de la
que es muy difícil desprenderse,
hasta pasar a lo que luego se de-
nominan los ideales del Yo. Del
Yo ideal a los ideales del Yo; de
la idealización a la sublimación.
Hay dos conceptos que vienen
de conceptos existenciales, pero
que a mí me resultan muy im-
CICLO DE CONFERENCIAS 9
 portantes en la comprensión de
algunos fenómenos, como éstos
de los que estoy hablando, y que
son la tentación y la vocación.
Uno pensaría que la tentación
es el demonio y que la vocación
es el llamado de Dios. Pero en
lo que yo quiero decir, tentación
viene de tacto, del tacto con la
madre, del tacto con el pecho,
el de la entraña, de todo lo que
significa el abrigo de un chico, el
hold de un chico, la continencia
de un chico.
Entre paréntesis, tengo una ami-
ga que, cuando se dice “lo siente
en la piel”, dice que la piel es
una mala consejera. ¿Por qué?
Porque de tacto viene tentácu-
lo, viene este agarramiento del
chico. Hasta que un buen día, el
chico aprende la palabra mamá,
en cualquier idioma que sea.
Una nota al pie. Yo decía antes,
hablando de la per—elaboración,
que era una intensidad sosteni-
da. Piensen en palabras como
permanente, persistente, persis-
tente, perjudicial; son palabras
de efecto sostenido ¿no?
Cuando el chico incorpora la
palabra mamá, incorpora el vo-
cablo mamá. Vocación viene
de vocablo. Así como tentación
viene de tacto. Entonces, cuan-
do el chico incorpora la palabra
mamá, puede desprenderse de
esa idealización de la mamá, y
puede caminar, y así apartarse
de la madre, porque ya no puede
llevarla adentro, tiene que llevar-
la arriba, y como no puede lle-
varla arriba, lleva la palabra. La
palabra mamá; el vocablo. Y con
el vocablo él puede invocarla,
puede convocarla, puede provo-
carla. Todas esas cosas con las
que un chico empieza a jugar.
10 CICLO DE CONFERENCIAS
Quiero contarles un cuento sufí.
Traten de no reírse cuando lo
cuente, porque si se ríen, pier-
den. El cuento dice así. Un chi-
co está dando vuelta a la casa.
Un hombre, la figura paternal,
digamos, el tercero –el hombre
no es tercero porque sea hombre
sino porque viene de afuera del
vínculo madre-niño, pero puede
ser una mujer, puede ser cual-
quiera; además, la terceridad no
está incorporada, la mujer puede
ser madre soltera, sin padre, y
sin embargo tiene terceridad, y
la terceridad es fundamental en
la ternura– un hombre ve a ese
chico, que es un mendigo –él, un
guerrero–, y le pregunta: “¿Por
qué das vueltas en torno de tu
casa?” Y el chico dice algo así
como “Porque me fui para siem-
pre de mi casa”. Entonces, el
hombre le dice “Entonces, ¿por
qué no cruzas la calle?”. “Porque
mi mamá no me deja”. (No se
rían, por favor. Porque si el hom-
bre se ríe, el chico está listo.) El
hombre entiende que es cierto,
que él está con un proyecto vo-
cacional, pero los tentáculos se
lo están impidiendo. Entonces,
es ahí donde viene el tercero
—que puede ser el padre, pero
que pueden ser también los jar-
dines maternales—, lo toma de
la mano —el padre lo lleva a
despedirse de la madre—, y el
chico, que ya ha tenido carnet de
ciudadanía endogámica, empie-
za a sacar carnet de extranjería
exogámica, va al mundo. Éste es
el papel de los jardines, éste es
el papel de la terceridad. Ahí se
avanza otra vez más en la subli-
mación.
Retornando al tema que hoy nos
convoca, la ternura es la coarta-
ción, vale decir el freno del fin
último de la descarga pulsional,
de la descarga sexual, de la des-
carga agresiva, de la descarga
violenta. Entonces, en el escena-
rio de la ternura —y ahora expli-
co por qué hablo de escenario—,
no se sobreagrede ni se sobreex-
cita a un chico. Cuando yo digo
eso, generalmente alguien me
dice: “¡Pero cómo!, si no se los
sobreagrede. Se los puede sobre-
excitar, pero no agredir”. No, en
ese escenario, nos guste o no
nos guste, está el sexo, está la
muerte, está la violencia, están
las cosas inherentes a lo real. Y
también hago una diferenciación
entre lo real y la realidad. La rea-
lidad es el real domesticado. Pero
lo real, como puede ser la muer-
te, el sexo, para un sujeto que
recién está, un recién venido, un
recién nacido, es viable gracias a
las formidables programaciones
filogenéticas que vienen desde el
Big-bang hasta ahora, pero que
ha naufragado en un puerto de
ternura y que tiene como desti-
no de todo sujeto humano otro
naufragio, ya en alta mar, el nau-
fragio de la muerte, y que está
dando los primeros pasos entre
los dos naufragios (hay naufra-
gios útiles, incluso la muerte es
un naufragio útil, si no, no esta-
ríamos; si no hubiera muerte, no
habría evolución).
¿Y por qué digo escenario? Por-
que estas cosas están presentes.
Yo decía que la ternura es la
coartación del fin último de la
pulsión. Que no se sobreagrede,
no se sobrexcita. Claro, no hay
un plus de agresión, pero ¿cuál
es el objeto de la ternura? Uno
de los objetos es velar lo real
de forma tal que lo real no sea
obsceno. Porque la obscenidad
no está solamente referida a la
sexualidad. Pero puede ser ilus-
trada. Está referida a la muerte,
está referida a toda cosa que sea
insimbolizable. A veces, para los
adultos, de hecho, lo real es muy
difícil de simbolizar, uno puede
ir más o menos organizándose
frente a esta situación, que tiene
descarga. La descarga no simbo-
liza nada, la descarga es descar-
ga. Entonces, es el velamiento
que hace que lo real no sea obs-
ceno, pero al mismo tiempo, es
un velamiento que va preparan-
do a un sujeto para finalmente
enfrentarse con lo real.
Yo también digo que la ternura
es una estación precaria de su-
blimación. Para los adultos eje-
cutores, actores de la ternura, no
para el niño. Para el niño no hay
tal sublimación, va empezando,
gradualmente, a adquirir quizás
una estructura de sublimación
que lo incorpore como sujeto de
la cultura.
La ternura, como sublimación,
precaria o no, tiene una prime-
ra producción: la empatía —la
madre sabe por qué llora el
niño—, y una segunda produc-
ción: el miramiento, que es un
sujeto ajeno, un sujeto otro. Lo
primero garantiza el suministro,
lo segundo garantiza la gradual
autonomía.
Pero aquí viene otro de los pun-
tos importantes. Otra vez, cómo
la idealización mete la pata.
Porque esa madre empática, for-
midable, que sabe por qué llora
el chico, si no está acotada por
el miramiento, si no estuviera
acotada, primero, sabe por qué
llora el niño, después sabe qué
amiguitos sí y qué amiguitos no,
después sabe qué estudia el chi-
co, después sabe qué novia sí y
qué novia no, y finalmente, ge-
nera un zángano!! Esta situación
en el tango está muy clara: “le
robé el pan a la vieja, me hice
ruin y estafador”. El punto es la
vieja.
Pero no pensemos solamente
en la cultura popular. Pensemos
en Miguel Ángel, en La Pie-
tá. La Pietá está en la entrada
de la Catedral del Vaticano, de
San Pedro, blindada con vidrios,
porque siempre hay alguien que
finalmente se rebela contra la
vieja y le pega un martillazo. La
Pietá tiene una fuerza formida-
ble, porque esa figura, ahí, tan
dulce, tiene una fuerza... Claro,
este turro de Miguel Ángel... si
La Piedad se pone de pie tiene
dos metros cuarenta!!! Está disi-
mulada ahí. El Cristo tiene una
talla normal, mi altura ¿no? Pero
La Pietá tiene dos metros!!!
O sea que la ternura puede ser
una fuerza formidable que, real-
mente, hace al sujeto ético —no
lo vemos todavía—, pero puede
ser también arrasadora.
Por lo tanto, tenemos una pato-
logía actual, que a veces comien-
za por supuesto en los hogares,
pero que tal vez puede hacerse
cierta prevención en los jardines
maternales y en los jardines,
cuando este sujeto pasa de ser
su majestad el niño, y de la idea-
lización a la sublimación, que es
el tema de los adolescentes tar-
díos; ¡tenemos adolescentes de
treinta años!!! Siempre ha habi-
do, pero en este momento es una
de las patologías más comunes.
Estaba viendo, el otro día, a un
chico cuyos padres vinieron a
consultarme. Un chico de trein-
ta años, que no tenía novia, se
quedaba en la casa, se la pasaba
chateando, se acostaba tarde. Y
le tomé simpatía a ese chico. Con
los padres, no. Estos padres que
están tan preocupados, pero que
alguna incidencia tienen ¿no?
Este chico empezó a hacer un
proceso muy interesante. Pero,
después de tres años, pasó una
cosa. Yo le había dicho “Bueno,
más o menos, cuando vos estés
bien, el tratamiento te lo vas a
pagar vos. Si tu padre paga cien
pesos, vos vas a pagar cincuenta,
treinta, pero vas a pagar vos el
tratamiento”. Cuando pasamos
a eso, un día me llama el padre
y me dice: “No sé, otra vez este
chico que...” El chico había he-
cho con otros amigos un hostal.
Había hecho un emprendimien-
to. Había sido estudiante de Físi-
ca, pasó a estudiar algo más afín
a él, que era la fotografía. Pero
empezó otra vez a retroceder. Y
el padre me dice: “El otro día de-
cidió no ir a la facultad, y yo no
le puedo decir nada a un tipo de
treinta años. Pero me dio rabia
cuando tomó el desayuno, vació
la azucarera, y le digo ‘Bueno,
ves, cargala’. Y dice: ‘No, ése no
es trabajo mío’. Y después, deci-
dió no ir a la facultad. Y la madre
llama y le dice ‘Mirá, va a venir
un albañil’. Y él le dice: ‘No, no,
voy a dormir’”. Vale decir que no
solamente volvió a tener lo que
se llaman resístomas. Resísto-
ma es una condensación que yo
hago entre resisto, que viene de
resistencia, de regresión, y sínto-
ma. Entonces, este chico ya es-
taba por terminar, ya había paga-
do su tratamiento, tenía novia...
pero tenía que irse de la vieja,
tenía que irse de los padres. Que
CICLO DE CONFERENCIAS 11
 no eran padres particularmente
negativos, tampoco, ¿no? Enton-
ces, era una situación terrible,
porque tenía que denunciar la
inmortalidad de su condición de
infante. Y si uno empieza a to-
mar, a interpretar esto como el
primer síntoma y no se da cuenta
de que esa es una crisis de des-
pedida, lo mete tres años más en
tratamiento y no pasa nada. Lo
hace repetidor al chico.
Gracias a la ternura, el buen tra-
to, la forma como a un chico que
llora la madre lo atiende y sabe
que es por hambre, por angustia,
por frío, se va produciendo en el
chico el pasaje del instinto, que
es metonímico —el instinto tiene
una fuente de cuerpo, somática,
tiene un destino único, y tiene
un objeto único, una descarga
unívoca–, y va apareciendo la
pulsión.
La pulsión es un instinto mutado,
pero la pulsión es un efecto de la
cultura. Entonces, la pulsión ya
no es única, tiene también una
fuente somática —el hambre,
la sexualidad, lo que sea—, tie-
ne caminos alternativos y tiene
objetos alternativos. Ya hay una
precaria metáfora. Tiene salida.
Y esta pulsión es lo que aparece
como frontera entre natura —lo
biológico— y cultura, porque el
reino de la metáfora es la pa-
labra, es el loquis —loquis: la
palabra; coloquio, circunloquio,
locura, locutorio.
Hace mucho tiempo, empecé a
trabajar sobre la crueldad. A pe-
sar de trabajar muchísimos años
con un telón de fondo sobre la
ternura, hace dos años tuve que
hacer un peritaje muy terrible
con Eva Giberti. Y contestaba
una pregunta al expediente, una
12 CICLO DE CONFERENCIAS
pregunta terrible: ¿Qué le pasa a
un niño que no ha nacido —no-
nato— cuando la madre es se-
cuestrada, torturada, muerta al
nacimiento del chico y el chico
entregado a expropiadores? Y no
se trataba de un hecho ideal, era
un hecho tipo real. Nos pasamos
un año tratando de contestar esa
pregunta. Y yo decía: ¿cómo se
hace eficaz esa situación como
para que la entiendan los jueces,
los fiscales? Entonces, se me
ocurrió describir lo que es, en
condiciones normales —no exal-
tada—, una sala de parto tierna,
con el padre acompañando, y si
no es el padre, porque no se ani-
ma, el partero o la partera cono-
cida, y la contacté con lo que era
una sala de parto en esas condi-
ciones: los guardas, los tortura-
dores, los médicos que la van a
matar, toda esa situación.
El instinto nunca es cruel; puede
ser salvaje, pero no es cruel. Es
agresivo, porque está en la línea
de la reproducción y en la línea
de la alimentación. Ahora bien,
cuando fracasa la ternura y no
hay una buena instancia pul-
sional que haga pensamiento y
coarte el instinto...
Hace un rato les decía que la
ternura es la coartación de la
pulsión. Pero para que no haya
crueldad, la pulsión, como pro-
ducción cultural, es bisagra de la
cultura, de la ley, que mantiene
el instinto separado; coarta el
instinto, coarta la descarga del
instinto. Pero cuando fracasa,
cuando no hay un buen estable-
cimiento pulsional porque fraca-
só en la familia, porque fracasó
en la escuela, porque fracasó…
Miren, yo he trabajado con so-
brevivientes de la miseria, delin-
cuentes de la cultura, donde una
sociedad los mata con la indife-
rencia, y si tiene suerte, lo es-
pera el hospital, si tiene menos
suerte, el manicomio, y si tiene
nada de suerte, el cementerio.
Trabajando con esta gente, en la
cárcel, esta gente puede llegar a
ser recuperada. Pero no puede
ser recuperado el mero tortura-
dor, el maligno –habría que ha-
blar de lo que es ser malo y lo
que es la malignidad–.
Decía entonces, que cuando no
hay un buen establecimiento
pulsional, no solamente no hace
frontera —esta es la palabra cen-
tral, yo creo—, no solamente no
hace frontera sino que corrompe
el instinto. Lo corrompe. Y ésta
es la crueldad: la corrupción del
instinto.
Hay una frase de Lou Andreas
Salomé, que a mí me dispuso so-
bre esto, que dice: “los perversos,
o los crueles, tienen acceso al
lado oscuro de los sentimientos”.
Y yo pensé: pero si es el trabajo
de un analista, estar tratando de
que el paciente acceda al lado
oscuro de sus sentimientos. Ese
lado oscuro de los sentimientos,
esa falta de frontera, esa patolo-
gía de frontera, con una escasa
y precaria pulsión, que no sola-
mente no hace frontera sino que
corrompe. Entonces, como dice
Martín Fierro: “Como juega el
gato maula —el gato domésti-
co— con el mísero ratón”. Juega
para matar. En cambio, el gato
de albañal mata para comer.
Martín Fierro se encuentra con
el negro... vuelve del desierto,
encuentra su rancho quemado,
los hijos dispersos y la mujer
con el juez. Esto se lo ve en la
miseria: en general, la mujer tie-
ne muchísimas más condiciones
para soportar la angustia en un
hogar venido a menos con dos
pesos para la olla, y el marido se
hace alcohólico, pendenciero...
Eso lo digo no porque el público
sea femenino... Bueno, también
porque es femenino. Entonces,
mata pulsionalmente, diciéndo-
le al negro, después de toda esa
situación, que jura ser más malo
que las fieras —Martín jura ser
cruel— y dice: “A los blancos
los hizo Dios, a los mulatos, San
Pedro, y a los negros los hizo el
diablo, para poblar el Infierno”.
Es decir, lo agravia culturalmen-
te, lo pelea y lo mata. Y nunca se
sacó eso de arriba.
Yo sé que me faltan tantas cosas,
que seguramente no voy a poder
terminar en esta exposición. Pero
quería hablarles del chimpan-
cé titiritero. Titiritero y docente.
El chimpancé es un bicho cuyo
ADN es totalmente alejado de los
otros, de los gorilas, y está muy
próximo al Hombre. El chimpan-
cé tiene dos características muy
singulares: él puede disfrazar sus
patas con ramas y entretener titi-
riteramente a los hijos. Y hay un
pequeño chimpancé adolescente
o niño que está tratando de cas-
car una nuez, con una roca que
hace de martillo, una piedra que
hace de yunque. Y pasa un adul-
to cualquiera, lo ve y le enseña
cómo se pone la nuez y cómo se
agarra el martillo. Es decir, tie-
ne simbolización titiritera y tiene
precaria transmisión. En conse-
cuencia, uno puede decir que el
chimpancé tiene cierto nivel pul-
sional. Ahora, ¿qué pasa con los
chimpancés? Cinco chimpancés
cruzan a la zona del vecino y sa-
len cuatro, cinco, seis chimpan-
cés a decirles: “Ésta es mi zona”,
y se van. Saludan y se van. Pero
si entran y encuentran a un joven
chimpancé, o a un chimpancé
viejo, lo muerden, lo torturan y
no lo matan para que muera de
sus heridas. Es cruel. El lobo, por
ejemplo, no es cruel. El lobo está
perdido y pone el cuello, como
dice Lorenz, y el otro lobo se da
cuenta que si lo mata, mata a
toda la especie.
CICLO DE CONFERENCIAS 13