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Escuché una cita de Freud en una conferencia reciente de Soledad Vercellino, de la
Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). “Cuando el caminante canta en la oscuridad
desmiente su estado de angustia, pero no por ello ve más claro” (Sigmund Freud, Inhibición,
síntoma y angustia, 1926).
Y me pareció un buen resumen de estos tiempos. Probablemente, los intentos de sostener
la continuidad pedagógica en tiempos de pandemia tengan algo de este canto del que habla
Freud. De a ratos no parece que alumbren mejor el camino, pero ¿podemos hacer otra cosa
que cantar para calmar la desazón? ¿Nos iría mejor si nos detuviéramos y nos pusiéramos a
llorar hasta que amanezca?
La cita tiene la ventaja de expresar una nota de cautela y también de simpatía ante los
esfuerzos humanos frente a situaciones que nos dejan a la intemperie. En particular, admiro
el trabajo comprometido y la creatividad de maestras y maestros para sostener la escuela,
incluso yendo a buscar a sus alumnos a través de distintos medios y plataformas, y también
de las políticas públicas que, con limitaciones no solo presupuestarias, intentan garantizar
que las escuelas sigan enseñando (el caso del ISEP, del INFD, de Canal Encuentro son solo
algunos de los muchos casos en que se está trabajando para sostener la escuela de la
mejor manera posible). Sabíamos de las desigualdades existentes, pero en ese momento
las desigualdades asumen una magnitud imposible de ignorar. La falta de conectividad y de
dispositivos digitales en los hogares más pobres está produciendo una fractura importante
en los procesos de escolarización, que ponen en evidencia dos cosas: las limitaciones de
los planes anteriores para superar la brecha digital y, quizás sobre todo, la fragilidad del
vínculo con la escuela en amplios sectores de la población. Todo eso no se soluciona en el
corto plazo, y menos en un contexto tan crítico como el que estamos atravesando.
La desigual infraestructura tecnológica es parte de los problemas que oscurecen este tramo
del camino, pero no es la única, y acá quiero entrar en las preguntas que nos juntan hoy:
¿cómo afecta la pandemia?, ¿podremos reinventar la escuela? Me parece que lo que se está
desarrollando permite desplegar algunos temas importantes para pensar la escuela como
este ensamble o vínculo particular entre espacios, tecnologías, cuerpos, saberes,
pedagogías. Quiero centrarme en tres asuntos: qué pasa con los tiempos y espacios de la
escuela en “sede doméstica”, las formas de trabajo de lo escolar dentro de soportes y
plataformas concretas y, específicamente, con la interacción a través de las pantallas.
El primero, sobre el que ya conversamos en La clase en pantuflas, tiene que ver con los
efectos de trasladar la escuela a las casas. Para mí esto abre otra serie de preguntas e
inquietudes. ¿Qué pasa con la mudanza de la escuela al espacio doméstico? ¿Qué sucede
con la pérdida de la diferenciación de espacios, roles, identidades, reglas propias de la
escuela y su súbita reubicación en las cocinas, los cuartos, las salas, los baños? ¿Qué
nuevas reglas y autoridades se instalan? Si la escuela ha representado una apertura a
mayores filiaciones a la cultura, ¿qué posibilidades de filiación se inauguran, y cuáles se
desorganizan?, ¿cuándo se aprende desde casa? Un ensayista francés, Christophe Rioux,
enlazó el estar confinados en el domicilio con el debate sobre la segregación territorial y los
nuevos guetos de la inmigración. Moverse, salirse del domicilio, es, para Rioux y para la
tradición republicana francesa, la mejor posibilidad para alcanzar la emancipación
intelectual y para construir una sociedad más integrada. Salir del barrio y cruzar la avenida
siempre fueron hitos importantes de poder traspasar los umbrales de la segregación.
Ese señalamiento puede traerse para pensar en los efectos del abrupto traslado de lo
escolar a los hogares. Necesitamos una escuela que opere como un umbral para
autonomizarse de lo familiar como destino, porque es fundamental para una sociedad
menos fragmentada y más igualitaria. Aunque esto no es fácil de resolver en medio de la
pandemia, el panorama actual reabre las conversaciones sobre cómo transformar las
escuelas sin destruir ni deslegitimar sus operaciones básicas, y pone un freno a las
alternativas más radicales de desescolarización como el homeschooling. Lo estamos
viviendo al homeschooling, y no solo no mejora sino que empeora los problemas que
teníamos.
El segundo punto tiene que ver con las formas de trabajo escolar que estamos
desarrollando en este contexto. Por suerte ya pasamos esa primera etapa de centrarse en
distribuir tareas, con la intención de ocupar la jornada infantil y, también, protegerse de
posibles críticas a que la escuela o los docentes no nos ocupábamos. Había una demanda
de llenar el tiempo, de hacerse presentes en el marco de una situación inédita y dramática, y
de no perder el año ni la continuidad de los programas ( Pensar la educación en tiempos de
pandemia). Creo que todos aprendimos, porque lo vivimos, que esa profusión de tareas
generó agotamiento y, sobre todo, hizo emerger preguntas importantes sobre qué es una
clase y qué es lo propio de la escuela: ¿es una serie encadenada de tareas?, ¿la escuela es
un centro de distribución de información y de trabajos escolares o es otra cosa?, ¿y en qué
consisten esos trabajos escolares?, ¿qué actividades intelectuales proponen?
Me parece que aprendimos mucho sobre el vínculo entre tecnologías, soportes y
pedagogías. Nos damos cuenta de que las plataformas tienen algunos beneficios, pero
imponen límites. Un caso muy interesante es lo que estamos viendo en las clases por
WhatsApp, que permiten algunas formas de encuentro fundamentales en este contexto,
pero que quizás limiten otro tipo de trabajo con la escritura, y también dificulten generar
algún tipo de conversación colectiva, que combina lenguajes distintos (oralidad, escritura,
imágenes) y que se interesa por las apropiaciones de saberes por parte de los alumnos. Es
evidente que esta plataforma impone ciertos límites, como no permitir realizar
conversaciones sincrónicas para grupos grandes y estar ligada a Facebook, lo que
condiciona el flujo de datos y, eventualmente, lo mercantiliza (tema importantísimo, pero
parece que por ahora no podemos ocuparnos, aunque hay muchas inquietudes sobre
quiénes serán los grandes ganadores de esta pandemia y, entre ellos, figuran en primer
lugar las grandes corporaciones tecnológicas, cada vez más instaladas en nuestra vida
cotidiana). Por supuesto, se hacen cosas muy distintas con los mismos soportes, pero me
parece que hay que tener muchas mejores orientaciones sobre cómo usar las plataformas,
sus beneficios y sus problemas, pensando en el tipo de trabajo que queremos hacer, atentos
a los lenguajes y a los intercambios que promueven o que dificultan. Por ejemplo, el trabajo
con la escritura o con textos más complejos. Lo interactivo no está en la plataforma, no por
hacer clic es más interactivo o desafiante, sino en el tipo de trabajo que estamos
proponiendo.
Quiero hablar también de una tercera cuestión, ligada a una idea que escuché de un
historiador de la arquitectura escolar, Maarten Van Den Driessche (Ghent University), a quien
escuché por primera vez en un encuentro que organizó Jan Masschelein en Cortrique,
Bélgica, en 2017. Maarten dijo que una de las características del aula es que es una
habitación con una ventana, y la ventana ahí tiene que ver con definir, regular ciertos
intercambios entre el afuera y el adentro. Lo ligo con lo que dice Jan con otro Maarten,
Simons, sobre la escuela como un espacio que enseña a prestar atención al mundo. La
ventana nos ofrece un contacto regulado, matizado, tamizado, con el mundo, pensado a
partir de ciertas propuestas que tienen algunos sentidos particulares.
La pregunta es qué pasa cuando esa ventana se transforma en una pantalla –la ventana
virtual– o en un paquete que se deja en una tranquera. No me voy a ocupar de las formas
que asume lo escolar en el paquete en la tranquera, pero sí quiero pensar un poco sobre
esto de la escuela en pantalla.
Estuve estudiando la cuestión de las ventanas en las escuelas, tratando de entender cómo
funcionaron en el último siglo y medio, qué se discutió, y me encontré con un libro, escrito
por una historiadora del arte, Anne Friedberg, The Virtual Window (2006), que estudió la
historia de la ventana y la pantalla como parte de largas trayectorias históricas sobre la
perspectiva y la profundidad, cuestiones que están en juego hoy en las pedagogías de lo
digital, porque una de las cuestiones que se discute es que la pantalla homogeneiza todo, lo
aplana, lo vuelve demasiado singular (ejemplo: se pierden marcas peritextuales que no
permiten a los lectores identificar marcas de un texto, identificar rápido de qué tipo es). Para
Friedberg, la pantalla de la computadora se parece más a las capas superpuestas y
frontales del cubismo, estilo Picasso o Juan Gris, que a la profundidad de la perspectiva
renacentista; se valora más lo múltiple y simultáneo que lo singular y secuencial. En su
opinión, la pantalla se desprende de la ventana como apertura al mundo, a un mundo con
una densa cadena de planos y una línea de fuga hacia el horizonte, y empieza a ser más un
espacio de encierro, de sedentarización, de descomplejización del mundo. No es casual que
uno de los sitios web más populares de apoyo escolar en Brasil se llame Descomplica: la
promesa de las nuevas tecnologías es simplificar el mundo, economizarlo, volverlo
doméstico al punto de que deje de ser mundo y se vuelva una proyección de lo mismo, algo
que quedó de manifiesto en muchas experiencias escolares durante el confinamiento. Este
movimiento desarticula algo que fue central para el pensamiento crítico, que fue la
posibilidad de perspectiva; también dificulta la idea de concentrarse en algún punto que
condense una densidad de líneas y que requiera un tiempo más prolongado de atención.
¿Pueden convertirse las pantallas en ventanas al mundo? ¿Pueden pensarse como
tecnologías que enseñen a atender ciertos asuntos del mundo y no a pasarlos rápido y
descartarlos para mirar el próximo estímulo, más fuerte y más atractivo? Es muy probable
que sí, a condición de que se tome nota de las condiciones socio-técnicas en las que
estamos enseñando, en el marco de la pandemia y de los desafíos que presentan. Por
supuesto, no es justo ni productivo poner todo esto sobre las espaldas de los docentes de
manera aislada. Son necesarias pedagogías y políticas públicas que partan de este
problema y propongan recursos y dispositivos pedagógicos para hacerle frente. Pero, por el
lado de las pedagogías, habría que tratar de que en ese rato que se conecten a lo escolar la
escuela, aunque sea en la pantalla, pueda funcionar como ventana, pueda enseñar a
prestarle atención al mundo, a mirarlo de otra manera, a entender la complejidad de los
asuntos humanos y del planeta, a darles otra profundidad u otra densidad de conexiones.
Para mí es importante tener como eje que las formas de trabajo apunten a desarrollar
prácticas de emancipación intelectual: aprender a aventurarse en la selva de las cosas y los
signos que nos rodean. El aprendizaje es un trabajo poético de traducción. Aprender “no
para ocupar la posición del docto, sino para practicar mejor el arte de traducir, poner su
experiencia en palabras y sus palabras a prueba” (Friedberg, 2006, p. 18). Observa,
selecciona, compara, interpreta.
“En la lógica de la emancipación, siempre existe entre el maestro y el aprendiz una tercera
cosa –un libro o cualquier otra pieza de escritura–, extraña tanto a uno como al otro, a la
que ambos pueden referirse para verificar en común lo que el alumno ha visto, lo que dice y
lo que piensa de ello.” (Friedberg, 2006, p. 21).
Por último, quisiera volver a la idea de los cantos en la oscuridad de Freud. “Cuando el
caminante canta en la oscuridad desmiente su estado de angustia, pero no por ello ve más
claro.” ¿Será que las iniciativas que estamos desplegando ahora lograrán ir más allá de
respuestas transitorias? ¿Lograrán tocar algunos de los nudos y deudas pendientes que
tiene el sistema educativo en relación con la desigualdad y la baja apropiación de los
saberes por parte de sus alumnos? Esto parece una aspiración demasiado alta para un
contexto donde muchas familias están peleando por sobrevivir a una crisis sanitaria y
económica con pocos precedentes, y donde las políticas públicas están exigidas desde
muchos ámbitos. Más modestamente, podría abogarse por mejores políticas públicas, tanto
a nivel de equipamiento como, sobre todo, de acompañamiento pedagógico, sabiendo que
eso solo no basta para garantizar una mejor experiencia educativa en la pandemia. Quizás
habrá que ocuparse centralmente de garantizar que esta continuidad pedagógica resulte lo
mejor posible, celebrando el encuentro escolar como una posibilidad viva de organizar esa
experiencia del umbral intelectual necesario para cada nueva generación, y acompañando y
trabajando para fortalecer, todo lo que podamos, esas formas de lo escolar en el contacto
entre escuelas y familias.
Me parece que hay que seguir cantando lo mejor que podamos, hasta que aclare. Y este Día
del Maestro tenemos que aprender unas canciones nuevas, cantemos lo mejor que
podamos, cantemos juntos y aprendamos juntos a pasar este momento, que también
pasará.
JAN MASSCHELEIN
Estoy realmente muy contento de estar con ustedes esta tarde, esta noche, gracias a
Adriana por habernos invitado. Es una ocasión maravillosa para vernos otra vez y hablar
juntos sobre la escuela. Siempre me impresiona la forma en la que ustedes se
comprometen con la defensa y, especialmente, también con la reinvención de la escuela.
Por supuesto, no voy a repetir las cosas que ya se han dicho y solo puedo respaldar
muchas de ellas, creo, pero me gustaría comenzar refiriéndome a algunas cuestiones que
aparecieron en una reseña que leí hoy, en la cual docentes y estudiantes comentan acerca
de lo que pasó y de lo que hicieron. Entonces pareciera existir una clase de ambigüedad;
por un lado, hay muchos docentes que tuvieron que repensar lo que estaban haciendo y, en
cierto sentido, experimentaron un especie de libertad, un tipo de libertad para intentar
encontrar otras cosas, por supuesto mezclada con mucho estrés y trabajo, pero hubo una
especie de experiencia de libertad que tiene que ver con hacer algo diferente de lo que
venían haciendo regularmente en la escuela o en la escuela como la conocemos.
La otra cuestión que me gustaría mencionar es que fue increíble encontrar que muchos
estudiantes estaban defendiendo la escuela. Algo que muchos de nosotros no
esperábamos, quizás porque la escuela a menudo ha sido tildada de aburrida,
reglamentaria y demás. Fue asombroso constatar que muchos estudiantes querían volver a
la escuela.
Creo que estaban extrañando cierta experiencia de libertad y cierta experiencia de igualdad.
Esto es precisamente la experiencia de ser estudiantes, que significa no ser hijos o hijas ni
tampoco amigos. Una experiencia que está ligada a la posibilidad que tiene la escuela de
crear un cierto tiempo, y en ese cierto tiempo está la posibilidad de generar cierto “clima”,
que Jorge llama “animo” y que se puede traducir como estado de ánimo. Entonces creo que
este tiempo libre de la escuela crea cierto ánimo. Por lo tanto, lo que en realidad estaban
extrañando de la escuela es esa experiencia de libertad e igualdad relacionada con este
estado de ánimo que es la escuela.
Entonces es importante distinguir que esta experiencia de libertad e igualdad, que está
relacionada con ese estado de ánimo que genera la escuela, es una experiencia de libertad
que no significa tener la posibilidad de elegir, sino que se relaciona con sentir que ya no
estamos predefinidos o predeterminados por nuestro bagaje cultural o nuestro contexto
social, sino que estamos –d
e alguna manera– liberados, eximidos de nuestro hogar y de
todo lo que se relaciona con nuestra familia, tradiciones e historia familiar, y que estamos
habilitados para comenzar algo. Entonces es una experiencia de libertad que está
conectada con algo, no es una experiencia de libertad en abstracto, sino una experiencia de
libertad en relación con algo que se revela y se da a conocer en la escuela.
Entonces, lo que se necesita –c reo yo– para crear este tipo de tiempo es lo que yo llamaría
una fuerza educativa. Una clase de fuerza educativa que interrumpa el tiempo lineal, que
cambie el tiempo en el sentido que está diciendo: “No estás definido por tu pasado”, y
porque te está ofreciendo un espacio, lo que se podría llamar un espacio seguro para
ejercitar y probar. Y esta fuerza educativa –c reo yo– está íntimamente relacionada al
docente, a la forma en la que el docente se dirige al estudiante. Creo que el docente y la
manera en que habla un docente no tienen que ver con dirigir o instruir a los estudiantes.
Sino con una manera de invitar y seducir al estudiante, y –a
l mismo tiempo– confirmar que
sean capaces de comenzar con algo. Y, tal vez, sea mucho más fácil demostrar esta
manera en que el docente se dirige a sus estudiantes con la palabra más típica usada por
él, es decir, la palabra “intentá”. Entonces, esto significa “intentá de nuevo” y también
“probá esto”.
Así, decir “intentá” significa que aun si vos mismo o si muchos otros dicen que esto no es
para vos, si aún crees que lo que te presento no es para vos, aun entonces, solo intentá.
Entonces, si decís “intentá”, presuponés –e
n cierto sentido– que estás interrumpiendo el
tiempo, presuponés que el pasado no está definiendo el futuro, no está predefiniendo el
futuro.
Entonces, yo solo quería recordarlo. No puedo realmente desarrollarlo ahora. Yo solo quería
recordar esto porque la escuela está creando un cierto tiempo, un cierto estado de ánimo, lo
que se podría resumir con esta noción de “intentá”, interrumpiendo un cierto tiempo lineal,
interrumpiendo también el tiempo social. Yo solo quería recordarlo porque para mí esta es
la pregunta de hoy, una de las preguntas es sobre reinventar la escuela.
Yo creo que es el momento de reinventar la escuela y creo que la reinvención tiene que ver
con lo digital, tenemos que usar lo digital, pero la pregunta es si con lo digital somos
capaces de crear este estado de ánimo, o si somos capaces de crear la posibilidad de la
experiencia de libertad y de igualdad que la escuela ofrece si se trabaja en la escuela.
Creo que la manera en que lo digital está creando un entorno de aprendizaje hoy –en
algunas plataformas en donde se usan todo tipo de algoritmos analíticos para dirigir el
proceso de aprendizaje y el otro entorno, que también conocemos, también dirigido por lo
digital, que son los medios de comunicación– no está ofreciendo la posibilidad de la
experiencia de este tipo de libertad y de igualdad. Y entonces –p
ara mí– el desafío es
intentar pensar en cómo podemos usar lo digital para intentar crear esta experiencia de
libertad y de igualdad, y pienso –m
ejor dicho sigo pensando– que el docente tendrá un
papel esencial en esto, no en una función de monitoreo o de coach, como se usa a menudo,
sino que el docente debería ser capaz de decir algo en el sentido de hacer que las cosas
hablen, y tal vez signifique que tenemos que pensar en cómo hablamos, cómo lo estamos
haciendo ahora, cómo les hablamos a las pantallas, cómo les hablamos a otros por pantalla;
la manera en la que hablamos, o que los docentes pudiesen hablar. Es muy importante que
pensemos en esta manera con el fin de crear una especie de tiempo, que va a estar
relacionada con esta experiencia de libertad e igualdad. Esto es lo último que quisiera decir.
Parece que, o podría ser que, en este momento, en el universo digital se están
desarrollando todo tipo de plataformas digitales, y esto está relacionado a distintos tipos de
actividades que se ofrecen en estas plataformas. Esto podría estar relacionado al modo en
el que los docentes se expresan en estos entornos, más que hablar, más que invitar, lo
hacen como si dieran instrucciones. Solo para nombrar un aspecto en el que deberíamos
trabajar. Entonces, para concluir, creo que este es el tiempo para reinventar, debemos tener
en cuenta los medios digitales, pero no debemos olvidar que son los estudiantes quienes
defendieron la escuela, no nosotros, nosotros escribimos sobre la defensa de la escuela,
pero fueron los estudiantes, de hecho, quienes defendieron y quienes defienden a la
escuela. Creo que los estudiantes defienden a la escuela porque ellos desean en algún
sentido –s é que voy a ser un poco provocador con lo que digo a continuación–
desprenderse de sus familias, y desprenderse de sus amigos, y tener esa experiencia de
libertad y equidad que pueden encontrar en la escuela, al menos, en algunos momentos, en
los que la escuela transcurre. Muchas gracias.
Preguntas de los asistentes
¿Cómo continuamos alentando a las familias para que acompañen a sus hijos cuando lo
laboral, el desgano y la angustia ganan terreno? En el mismo sentido y en esta propulsión de
ir más allá de nuestros esfuerzos, ¿no sería también una idea menos peligrosa si habláramos
del cuidado nuestro y de nuestros estudiantes?
INÉS DUSSEL
En relación con lo primero, de acompañar a las familias, en realidad lo que hay que tener
muy claro es que son actores educativos muy importantes, algunas cuestiones que yo veo
aquí en México es que el problema se lo traslada a la familia, entonces le pasan: los chicos
tienen que hacer tarea, tienen que hacer esto, lo otro. Es responsabilidad de la familia lograr
que esto se haga, sin preocuparse por cómo están las familias, sin preocuparse por qué
condiciones tienen realmente para acompañar. Y creo que las experiencias que funcionan
bien –cada uno verá las suyas en su contexto– son cuando se puede incorporar a la familia
a pensar juntos qué hacemos.
Por ejemplo, hay reuniones en algunas escuelas cada dos semanas, con toda la familia, con
aquellas que se conectan, con las que no se conectan; hay un diálogo cercano entre las
maestras, maestros y los papás y las mamás, acerca de cómo están los chicos, qué logran
hacer, qué no logran hacer. Ese tipo de cuestiones –me parece– hay que pensarlas todo lo
que se pueda; sobre todo, pienso en la escuela Inicial, en el nivel Inicial, en la escuela
Primaria, donde esta participación de las familias es mucho más importante.
Y estoy de acuerdo con lo que estaba implícito en la pregunta acerca de “no morir en el
intento”, no hay que ir más allá de lo que se puede, tenemos que cuidarnos, creo que un gran
tema para pensar, un gran tema que tenemos desde hace tiempo es el voluntarismo, el
voluntarismo a veces de las políticas, el voluntarismo de las pedagogías, para mí ahí el
diálogo con Jorge y con Jan es un muy buen contrapeso, porque ellos tienen un criterio –me
parece a mí– más realista, muy centrado en no exigirse, no tanta militancia como tenemos
muchas veces en América Latina, que descansamos mucho en esa militancia. Pero sí diría
que con esta pedagogía del cuidado también tienen que ir a lo que somos capaces de hacer
y no somos capaces de hacer, mantendría dos cosas: uno, esta idea de fraternidad de la que
habló Jorge, la fraternidad es un aspecto muy importante en este contexto, la fraternidad
que podemos traducir como solidaridad, como compromiso. Y también la responsabilidad
pedagógica; por supuesto, si estás enfermo/enferma eso es lo primero de lo que hay que
ocuparse, pero lo segundo es, en estas condiciones, qué es lo mejor que podemos hacer, y
me parece que ahí el cuidarse no debería ir en contra de tratar de sostener todo lo que se
pueda esa responsabilidad pedagógica para con nuestros estudiantes, que nos están
esperando y que necesitan que les abramos este mundo. Me quedo también con una idea
que decía Jan: “Hacer hablar al mundo”, la escuela como un espacio que hace hablar al
mundo.
¿Cómo se están acompañando las trayectorias escolares en su país? ¿Puede profundizar en
qué aspecto de la escuela digital considera importante mantener y, de alguna manera,
fortalecer en la escuela por venir, que garantice esa experiencia de la libertad y de la
igualdad?
JAN MASSCHELEIN
Quizás pueda agregar algo que para mí es muy interesante, que es que se ha reconocido
que trabajar solo con una lección que el docente da en línea, que el docente da detrás de
una pantalla, no está funcionando. Entonces, se ha comenzado a pensar en observar la
modalidad de trabajo en las películas, las películas transmiten experiencias de empatía,
pueden hacer sentir que el espectador está en ese momento en la película. Entonces, en
lugar de enseñar nuestras clases como lo hacemos habitualmente, comenzar a pensarlas
como si fueran películas. En algunas escuelas se han establecido estudios de grabación en
los que es posible escenificar las propuestas con el fin de crear una clase. Se trata no solo
de utilizar la cámara de la computadora para registrar lo que el docente hace y luego
difundirlo entre los alumnos. Me parecen maneras interesantes de comenzar; si bien se ha
comenzado por modos que claramente no funcionan, seguimos buscando otros modos que
funcionen, sin deshacerse de lo digital. Entonces, ¿cómo podemos crear la escuela
nuevamente? Este es un simple ejemplo.
¿Cómo podemos hacer desde la escuela para ganarle al desgano? ¿Cómo recuperamos a los
niños y a las niñas de esa apatía? ¿Qué vale la pena recuperar del mundo hoy? ¿Qué papel
tendría que adoptar la escuela en estos tiempos de sobreinformación?
JORGE LARROSA
La pregunta era cómo ganarle al desgano y a la apatía. Yo he hablado más bien de tristeza
porque quizás yo tenga un ánimo más bien melancólico, va dirigido a lo que está destruido,
con cierta piedad por lo que está siendo destruido, y no tanto un ánimo constructivo, que
tiene que ver con qué se puede hacer a partir de aquí. Pero yo creo que la sensación de
desánimo, de tristeza, que he percibido en mí y en muchos de mis colegas, tiene que ver con
la sensación de que, al menos en este tiempo, ha sido muy difícil mantener una escuela que
sea verdaderamente una escuela, un oficio que sea verdaderamente un oficio. Y sobre qué
hacer para eso, creo que Jan e Inés han dicho las cosas más interesantes. Hacer que una
escuela siga siendo una escuela tiene que ver con que la escuela no son solo contenidos,
evaluaciones, pasar el año y el programa; tiene que ver con mantener unos ciertos vínculos
entre espacios, tiempos y materialidades que, tradicionalmente, han estado obligados a la
presencia y a la proximidad, y ahora quizás haya que pensarlo de otra manera. Pero cómo
mantener esos vínculos, cómo hacer para que los profesores sigan siendo profesores. Creo
que Jan ha dicho algo interesante, es decir que sigan siendo capaces de inventar, de
seducir, de transmitir el amor y la atención al mundo, y hacer que los estudiantes se sigan
sintiendo estudiantes, que tengan también esa experiencia de libertad, de igualdad, de
ánimo, de emancipación, tanto de la familia como de lo social, y de los grupos de los
amigos, que tantas veces nos encierran. Yo creo que iremos levantando el ánimo cuando
vayamos teniendo la sensación –y no dudo de que entre todos lo vamos a hacer– de que
seguimos trabajando en escuelas, aunque sea por otros medios, y esas cosas que vamos a
reinventar todavía tienen sentido y vale la pena sostenerlas también porque ellas nos
sostienen. La escuela –que es un dispositivo material y un dispositivo comunicativo muy
particular– hay que sostenerla simplemente porque ella nos sostiene; si la escuela se cae,
nosotros nos caemos. Y si nosotros nos caemos, la escuela se cae.
ADRIANA FONTANA
Retomaste algunas cosas de las que dijeron Jan e Inés y solo voy a subrayar una cosa más
que dijiste vos –Jorge Larrosa– en el cierre de lo que te tocaba decir, y que fue una vez más
confiar, una vez más confiar en las instituciones. Creo que también hay algo de lo que está
pasando en este encuentro; la confianza que nos tenemos entre colegas, el hecho de que
estén aquí acompañando esta conversación un montón de colegas y tratando de dialogar a
través del chat, a través de los mensajes que nos hacen llegar. Es un gesto de confianza en
que juntos podemos pensar cómo –también decía Jan– intentar una vez más. Volver a
intentar, frente a la circunstancia que tenemos, volver a hacer escuela. Así que yo quiero
agradecer enormemente a los tres por habernos dado la posibilidad de conversar. Quiero
agradecer a los compañeros que están haciendo llegar sus mensajes a través del chat, pero
también a otros que han hecho de esto una ampliación. Ricardo Vaquero, Alejandra Virgin,
Malena Chalosqui y Martín Díaz son colegas de Buenos Aires que han invitado a sus
estudiantes y a otros colegas que están más allá de nuestro diálogo, que ahora también nos
están escuchando. Así que por esa confianza, a todos muchísimas gracias. También a las
autoridades de la Provincia, que nos alientan y nos confían en estos encuentros que
organizamos. A Delia Provinciali, secretaria de Educación, al ministro de Educación, Walter
Grahovac, y a Liliana Abrate, directora general de Educación Superior, en donde se inscribe
el ISEP, que siempre escucha, empuja y alienta a que nos organicemos para generar este
tipo de posibilidades que tienen que ver con la formación docente continua, pero que
nosotros también las vinculamos a la formación docente inicial; y –como decía Inés al
principio– hay que un gesto de confianza con las políticas educativas y con el conjunto de lo
que cada uno puede hacer desde su lugar para seguir pensando en cómo hacer para que la
escuela siga siendo escuela. Muchísimas gracias.