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MODERACIÓN Y TRADUCCIÓN

EstherC

CORRECCIÓN Y LECTURA FINAL

Clau V
3

DISEÑO

Tolola
SINOPSIS 14
PLAYLIST 15
1 16
2 17
3 18
4 19 4
5 20
6 21
7 22
8 23
9 24
10 25
11 SIGUIENTE LIBRO
12 SOBRE LA AUTORA
13
EL MUNDO DEBÍA ACABARSE EL 23 DE ABRIL, PERO EL MUNDO DE RAINBOW
WILLIAMS SE ACABÓ DÍAS ANTES.

LA HISTERIA MASIVA CAUSADA POR EL INMINENTE APOCALIPSIS SE LLEVÓ TODO LO


QUE ELLA HABÍA AMADO. SU FAMILIA. SU CIUDAD. SUS GANAS DE VIVIR.

A WES PARKER NO LE QUEDABA NADA QUE EL APOCALIPSIS PUDIERA QUITARLE... YA


LO HABÍA PERDIDO TODO A LOS NUEVE AÑOS. SU FAMILIA. SU HOGAR. SU
ESPERANZA DE SER AMADO alguna vez.
5

REUNIDOS POR EL DESTINO Y UNIDOS POR UN AMOR QUE DURARÍA TODA LA VIDA,
RAIN Y WES ESTABAN PREPARADOS PARA MORIR JUNTOS EL 23 DE ABRIL.

NO ESTABAN PREPARADOS PARA LO


QUE SUCEDERÍA .

RAIN TRILOGY, #2
ESTA LISTA DE REPRODUCCIÓN ES UNA COLECCIÓN DE CANCIONES QUE MENCIONÉ
EN FIGHTING FOR RAIN O QUE SENTÍ QUE ILUSTRABAN UN SENTIMIENTO O UNA
ESCENA DEL LIBRO. AGRADEZCO A TODOS Y CADA UNO DE LOS BRILLANTES
ARTISTAS QUE APARECEN EN LA LISTA. SU CREATIVIDAD ALIMENTA LA MÍA.

“A Little Death” — The Neighbourhood


“Alligator” — Of Monsters and Men
“Alive with the Glory of Love” — Say Anything
“Alone Together” — Fall Out Boy
“Baby Girl, I’m a Blur” — Say Anything
“Back to Your Love” — Night Riots 6
“Coachella” — lovelytheband
“Dream” — Bishop Briggs
“Everyone Requires a Plan” — The Lumineers
“Explode” — Patrick Stump
“Flawless” — The Neighbourhood
“Green Eyes” — Coldplay
“It’s a Process” — Say Anything
“Let the Flames Begin” — Paramore
“Mean” — Taylor Swift
“Nervous” — K.Flay
“Numb Without You” — The Maine
“Rainy Girl” — Andrew McMahon in the Wilderness
“Simple Song” — The Shins
“The Archer” — Taylor Swift
“The Only Exception” — Paramore
“watch” — Billie Eilish
“When It Rains” — Paramore
“When the party’s over” — Billie Eilish
ESTE LIBRO ESTÁ DEDICADO A TODOS LOS QUE ALGUNA VEZ TUVIERON
MIEDO, PERO HICIERON LO QUE TENÍAN QUE HACER. 7
24 de abril, 1:35 am

C
on mis brazos alrededor de la cintura de Wes y el rugido del motor de una
moto ahogando mis pensamientos, me giro y veo cómo mi casa desaparece
detrás de nosotros. Mi casa. La única que he conocido. Los árboles y la
oscuridad se la tragan por completo mientras nos alejamos a toda velocidad, pero no se
llevan mis recuerdos de lo que pasó allí. Ojalá lo hicieran. Ojalá pudiera sacar este dolor
de mi pecho y lanzarlo contra esa casa como una granada de mano.
También desearía no llevar este maldito casco de moto. Wes debería llevarlo. Él 8
es el superviviente. Realmente no me importa si me abren la cabeza. Todo lo que quiero
hacer es apoyar mi mejilla en su espalda y dejar que el viento seque mis lágrimas.
Además, su interior huele a café con avellanas y a crema hidratante fría. Igual que mi
mamá.
Que ahora está enterrada en una tumba poco profunda detrás de esa casa.
Justo al lado del hombre que la mató.
Puede que haya sobrevivido al 23 de abril, pero no toda yo salió viva. Rainbow
Williams, la novia de la estrella del baloncesto del instituto Franklin Springs, Carter
Renshaw, que era perfectamente pretenciosa, que sacaba sobresalientes y que iba a la
iglesia, también está enterrada allí, junto a los padres a los que se esforzaba por
complacer.
Todo lo que queda de mí ahora es Rain.
Quien quiera que sea.
Aprieto mis dedos en la camisa hawaiana azul de Wes y miro por encima de su
hombro la carretera negra que se extiende ante nosotros. Mis amigos, Quint y Lamar,
van delante con la excavadora de su padre, abriendo camino entre todos los vehículos
destrozados y abandonados que se acumularon durante el caos anterior al 23 de abril,
pero está tan oscuro que apenas puedo verlos. Todo lo que puedo ver es la carretera
justo delante de nuestro faro y unas cuantas chispas en la distancia donde la cuchilla
de la excavadora está moliendo contra el asfalto. Todo lo que puedo oler son mis
recuerdos. Todo lo que puedo sentir es el cálido cuerpo de Wes en mis brazos y una
sensación de libertad en mi alma, que crece con cada kilómetro que ponemos entre
nosotros y Franklin Springs.
Y ahora mismo, eso es todo lo que necesito.
El rugido de la carretera y el agotamiento emocional de los últimos días me hacen
luchar para mantener los ojos abiertos. Me quedo dormida, no sé ni cuántas veces,
mientras nos arrastramos detrás de la excavadora, despertándome bruscamente en el
momento en que siento el primer movimiento del sueño.
Wes se detiene para poder girarse hacia mí. Un mechón de cabello cae sobre una
mejilla, pero el resto está echado hacia atrás y enredado por el viento. Sus ojos verde
pálido son casi el único rasgo que puedo distinguir en la oscuridad. Y no parecen
demasiado felices.
—Me estás asustando mucho. Tienes que intentar mantenerte despierta, ¿de
acuerdo? —grita por encima del sonido del metal rozando el asfalto.
Miro más allá de él y veo los faros de la excavadora brillando sobre el techo de un
camión de dieciocho ruedas volcado. Está bloqueando toda la autopista, pero Quint y
Lamar están trabajando duro, intentando apartarlo de nuestro camino.
Me quito el casco de mamá de la cabeza y siento que desaparece junto con su
olor. Es sustituido por el olor del polen de primavera, los pinos y la gasolina.
—Lo sé —grito con un movimiento de cabeza culpable—. Lo intento.
Una ráfaga de chispas vuela detrás de Wes cuando el bulldozer le da otro buen
empujón al tractor-remolque.
Wes baja el caballete y se baja de la moto. 9
—Esto les va a llevar un rato. Tal vez deberías levantarte y caminar un poco.
Puede que te ayude a despertar.
No es más que una silueta retroiluminada por la neblina del faro, pero sigue
siendo la cosa más hermosa que he visto nunca: alto y fuerte y listo y aquí, incluso
después de todo lo que acaba de presenciar. Cuando pongo la palma de mi mano sobre
la suya, los diminutos destellos de luz naranja que brillan en el fondo coinciden con los
que bailan sobre mi piel, poniéndome la piel de gallina, incluso bajo la capucha.
No puedo ver su expresión, pero siento que Wes me sonríe. Entonces, de repente,
su energía cambia. Cuando me bajo de la moto, agarra mi mano con más fuerza, levanta
la cabeza e inhala tan profundamente que puedo oírlo, incluso por encima del ruido de
la excavadora.
—Mierda. —El perfil de su rostro perfecto aparece cuando gira la cabeza para
mirar por encima de su hombro—. Creo que huelo...
Antes de que la palabra salga de los labios de Wes, el vehículo de dieciocho ruedas
explota en una bola de fuego. La luz blanca llena mis ojos y escuece mi rostro cuando
Wes me tira al suelo.
No siento el impacto. No escucho los escombros que caen a nuestro alrededor. Ni
siquiera oigo mi propia voz cuando grito los nombres de mis amigos. Lo único que oigo
son los pensamientos de mi cabeza, que me dicen que me levante. Que corra. Que ayude.
Ahora, Wes me mira. Sus labios se mueven, pero no puedo saber qué está
diciendo. Se produce otra explosión y cubro mi rostro. Cuando bajo las manos, ya no
está.
Me incorporo y veo la silueta de Wes corriendo hacia la excavadora.
Que ahora está envuelta en llamas.
—¡Quint! —grito y salgo corriendo hacia el lado del pasajero mientras Wes se
dirige al lado del conductor—. ¡Lamar!
Me subo a la vía, agradeciendo a Dios que el fuego no haya atravesado aún el
parabrisas reventado, y tiro de la puerta para abrirla. Dentro, Quint y Lamar están
desplomados en sus asientos, cubiertos de cristales rotos. Wes está desabrochando el
cinturón de Quint. Su cabeza se levanta cuando abro la puerta y sus oscuras cejas se
fruncen.
—¡Te dije que te quedaras ahí, maldita sea!
—¡No te escuché! —Me inclino hacia la cabina, luchando por mover el cuerpo de
Lamar para poder desabrochar su cinturón de seguridad.
—¡Rain, detente! —Wes me chasquea mientras levanta el cuerpo sin vida de Quint
en sus brazos.
—¡Puedo ayudar! —Le quito el cinturón y le doy una fuerte sacudida al hombro
de Lamar. Sus ojos se abren de golpe cuando algo empieza a sisear y a estallar bajo el
capó en llamas—. Vamos, amigo. Tenemos que irnos.
Lamar se retuerce en su asiento para intentar salir, pero hace un gesto de dolor
y vuelve a cerrar los ojos.
—Lamar —grito, tirando de sus hombros—. Necesito que camines. Ahora mismo. 10
Su cabeza gira hacia mí y la luz de las llamas ilumina un profundo corte en la
frente. La sangre roja oscura brilla contra su piel marrón oscura. Tiro de sus brazos con
más fuerza, pero pesa mucho.
—¡Lamar! Despierta. Por favor.
Dos manos me sujetan por la cintura y me sacan de la cabina justo antes de que
un borrón de estampado hawaiano se abalance para ocupar mi lugar.
—¡Vete! —grita Wes mientras saca a Lamar de la excavadora—. ¡Ahora!
Salto de la vía para apartarme de su camino y corro hacia la moto. Al acercarme,
me doy cuenta de que el cuerpo de Quint yace en el suelo junto a ella.
No se mueve.
Mientras me precipito hacia él, mi mente se remonta al día en que nos conocimos.
Estábamos en la misma clase de preescolar y encontré a Quint solo el primer día de
clase, comiendo tranquilamente plastilina detrás de la mesa de la Sra. Gibson. Me rogó
que no lo delatara. Por supuesto, no lo hice. En lugar de eso, me senté y comí un poco
con él para ver por qué tanto alboroto.
Años más tarde me enteré de que su padre le pegaba cada vez que se metía en
líos, así que se volvió muy bueno en no dejarse atrapar. Su hermano pequeño, Lamar,
no pareció aprender la misma lección. Siempre lo atrapaban, pero Quint siempre asumía
la culpa.
Me arrodillo junto a mi primer amigo y le llevo la mano a la garganta, con la
esperanza de encontrar el pulso, pero no lo consigo. En su lugar, encuentro un
fragmento de vidrio que sobresale de su cuello.
—Oh, Dios mío. —Las palabras salen de mi boca mientras agarro su muñeca,
empujando, pinchando y rezando por un latido de su corazón.
Wes deja a Lamar a mi lado mientras otra explosión sacude el suelo bajo nosotros.
Grito y me cubro la cabeza cuando el capó de la excavadora aterriza con un estruendo
a unos diez metros de distancia y se detiene.
Wes se inclina y pone las manos sobre las rodillas para recuperar el aliento.
—¿Está bien? —pregunta, señalando a Quint con su cabeza.
—Está vivo, pero... —Dejo caer mis ojos sobre el cristal que sobresale de su cuello
y sacudo la cabeza—. No sé qué hacer.
Dios, ojalá mamá estuviera aquí. Ella sabría qué hacer. Era enfermera de
emergencias.
Era.
Ahora, está muerta.
Al igual que nosotros si no salimos de aquí antes de que explote el tanque de
gasolina.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que, con la luz de las llamas, puedo saber
dónde estamos ahora. Los lados de la autopista están abarrotados con todos los autos
y camiones que Quint y Lamar apartaron de nuestro camino, pero la descolorida señal 11
de salida verde en el lado de la carretera lo dice todo.

CENTRO COMERCIAL PRITCHARD PARK


SIGUIENTE SALIDA A LA DERECHA

Mis ojos se encuentran con los de Wes y sin decir nada, nos ponemos a trabajar.
Él esconde la moto en el bosque, yo arrastro el capó de la excavadora para hacer una
camilla para Quint, y Lamar se sacude el aturdimiento lo suficiente como para ponerse
en pie y ayudar a llevar a su hermano entre los restos.
Cuando llegamos a la rampa de salida, el Centro Comercial de Pritchard Park se
encuentra al fondo, brillando a la luz de la luna como una montaña inútil de hormigón
desmoronado. Se ha estado pudriendo desde que la última tienda cerró hace unos diez
años, pero el terreno no es lo suficientemente valioso como para que alguien se moleste
en derribarlo.
—Mierda. Mira ese lugar —gime Wes. Sostiene un lado de la camilla improvisada
mientras Lamar y yo luchamos con el otro—. ¿Estás segura de esto?
—No sé dónde más ir —resoplo, cambiando mi agarre en la esquina de la capota
amarilla—. No podemos poner a Quint en la moto para llevarlo a casa, no podemos
dejarlo aquí y no podemos dormir en el bosque porque los perros olfatearán la comida
de nuestra mochila.
Un aullido se eleva sobre el sonido del metal quemado, empujándonos a movernos
más rápido.
—¿Estás bien, hombre? —Wes le pregunta a Lamar, cambiando de tema. No
quiere hablar de lo que podríamos encontrar dentro de este lugar más que yo.
Lamar se limita a asentir, mirando al frente. El listillo de Quint no ha dicho ni
una palabra desde que volvió en sí, pero al menos puede caminar. Y seguir
instrucciones. Eso es realmente una mejora para él.
Cuando llegamos al final de la rampa, nos encontramos con una valla de cadenas
que rodea el perímetro de la propiedad del centro comercial. Sonidos de disparos, gritos
aterrorizados y motores acelerados llenan el aire: probablemente los alborotadores de
Pritchard Park celebran el hecho de haber sobrevivido al 23 de abril, pero obviamente
no les importa saquear el centro comercial.
Son lo suficientemente inteligentes como para saber que ya no hay nada que
saquear.
Caminamos a lo largo de la valla hasta que encontramos un lugar que ha sido
arrasado. Entonces, cruzamos el estacionamiento y nos dirigimos a lo que solía ser la
entrada principal.
Pasamos por delante de unos cuantos autos con carteles de “Se Vende” en sus
ventanillas rotas, pateamos un par de agujas hipodérmicas por el camino, y finalmente
llegamos a una hilera de puertas de metal y cristal. Al menos la mitad de las ventanas
ya están rotas, lo que hace que se me erice el vello de la nuca.
No somos los primeros en llegar. 12
El capó de la excavadora no cabe por la puerta, así que lo dejamos en la acera
con todo el cuidado posible.
—Yo entraré primero —dice Wes, sacando la pistola de su funda.
—Voy contigo —anuncio antes de mirar a Lamar—. Tú quédate con él.
Pero Lamar no escucha. Está mirando a su hermano mayor como si hubiera
colgado la luna.
Y luego se hubiera caído de ella.
—No te atrevas a tocar ese vidrio —añado, señalando el cuello de Quint—. Se
desangrará. ¿Me oyes?
Lamar asiente una vez, pero sigue sin levantar la mirada.
Cuando me giro hacia Wes, espero que discuta conmigo por acompañarlo, pero
no lo hace. Simplemente me ofrece su codo para que lo tome y me regala una sonrisa
triste, agotada y exquisita.
—¿No hay pelea? —pregunto, rodeando con mi mano su bíceps tatuado.
Besa la parte superior de mi cabeza.
—No hay pelea —susurra—. No te perderé de vista.
Algo en sus palabras hace que mis mejillas se ruboricen. Debería tener miedo de
entrar en un centro comercial abandonado sin electricidad por la noche tras el
Apocalipsis que nunca ocurrió, pero mientras Wes me esconde tras su espalda y abre
la puerta rota, lo único que siento es una abrumadora sensación de pertenencia.
Seguiría a este hombre hasta el fin del mundo, que, por lo que parece, podría estar aquí
mismo, en el Centro Comercial Pritchard Park.
Wes nos guía a través de la puerta abierta y la cierra con un pequeño clic.
Pasamos de puntillas por encima de los cristales rotos como si fuéramos profesionales
y Wes nos guía con su pistola extendida delante de nosotros.
El olor de una década de polvo y moho es abrumador. Tengo que apretar los
dientes y taparme la nariz con la manga de la capucha para no toser. La única fuente
de luz en el interior es la luna que brilla a través de unas cuantas claraboyas sucias,
pero vine aquí tantas veces de niña que me sé la distribución de memoria.
Al final de este pasillo debía haber una fuente en medio de un atrio de dos pisos.
Recuerdo que había unas escaleras mecánicas detrás y unos ascensores a la izquierda,
que eran de cristal y en los que le rogaba a mamá que se subiera una y otra vez. Desde
el atrio salen cuatro pasillos: este lleva a la entrada principal, el pasillo norte que lleva
al antiguo patio de comidas y dos más a la izquierda y a la derecha que llevan a los
grandes almacenes en los que mamá siempre decía que no podíamos comprar.
Aunque recuerdo haber venido aquí de niña, no hay sensación de nostalgia. No
hay una cálida familiaridad. Está tan oscuro y tan vacío que me siento como si estuviera
caminando por la luna y me dijeran que antes era la Tierra.
Cuando los bordes desmoronados de la fuente de piedra se hacen visibles, el
sonido de voces en la distancia me hace detener a Wes. 13
Me pongo de puntillas hasta que mis labios rozan su oreja.
—¿Escuchas eso? —susurro—. Suena como...
—¡Quietos! —grita una voz mientras la silueta de un hombre con un rifle aparece
por detrás de la fuente.
Instintivamente, levanto las manos y me pongo delante de Wes.
—¡No dispare! —grito—. ¡Por favor! Nuestros amigos afuera están heridos. Sólo
necesitamos un lugar para pasar la noche.
—¿Rainbow? —Su voz se suaviza y la reconozco al instante.
Es una que he escuchado decir mi nombre mil veces diferentes de mil maneras
diferentes. Es una que nunca pensé que volvería a escuchar y después de conocer a
Wes, nunca quise hacerlo. Es la voz del chico que me dejó atrás.
—¿Carter?
Pensé que el 24 de abril iba a ser un nuevo comienzo.
Resulta que es sólo el principio del fin.
C
arter.
Su nombre en sus labios golpea mis oídos como un despertador
estridente y chillón, despertándome del mejor sueño de mi vida.
Todo parecía tan real. Todavía puedo sentir el calor de sus
muslos alrededor de mi cintura y ver las lágrimas brillando en sus grandes ojos azules
cuando me dijo que me amaba. Cuando me prometió que nunca se iría. Y le creí.
Como un maldito idiota.
El inminente apocalipsis hizo que la gente hiciera locuras. Algunos quemaron
14
ciudades enteras hasta los cimientos. Algunos, como el padre psicópata de Rain,
cometieron asesinatos-suicidios sólo para acabar con todo. ¿Y yo? Me permití creer las
divagaciones desesperadas de un adolescente perdido y enfermo de amor.
Pero los cuatro jinetes nunca vinieron por nosotros.
La realidad lo hizo.
Y por su aspecto, mide cerca de uno ochenta.
Aunque siento que el mundo se inclina sobre su eje y que hay un cuchillo invisible
retorciéndose en mi páncreas, mantengo la calma mientras la realidad corre hacia mi
chica.
No, no mi chica. Su chica.
Lo he hecho tantas veces que ya es algo natural. De pie en el Departamento de
Servicios para Niños y Familias mientras otro padre adoptivo me devuelve. De pie contra
las taquillas en mi jodido colegio, actuando como si me importara una mierda si alguien
me hablaba o no. De pie detrás de la barra del trabajo, viendo a la chica con la que me
estaba acostando en ese momento despedirse de su novio en el estacionamiento.
Cruza los brazos sobre el pecho. Mantén una postura relajada. Luce aburrido.
Estás aburrido. La gente es tan jodidamente aburrida. Bosteza. Enciende un cigarrillo.
Maldita sea, no hay cigarrillos.
Rain no se mueve cuando se acerca. No levanta los brazos para abrazarlo, pero
eso no impide que LeBron James la rodee con sus brazos de metro y medio y la levante
del suelo.
Aprieto los dientes y me hierve la sangre cuando va a besarla, pero por fuera soy
la imagen de la indiferencia.
Haz lo que quieras. No me importa.
Tú no importas.
Nadie importa.
Rain gira la cabeza antes de que sus labios puedan hacer contacto y gruñe:
—¡Uf! Carter, ¿qué estás haciendo? Bájame.
Es solo una sombra, pero el blanco de sus ojos casi brilla en la oscuridad cuando
se abren de par en par y me miran.
Sonrío y arqueo una ceja, pero sólo estoy aparentando. Algo así como la actuación
de Rain ahora mismo. No soy tan estúpido como para pensar que esto significa que no
va a volver con él. Sé que lo hará. He visto este episodio antes.
—¿Qué estoy haciendo? —Su voz vacila mientras la pone de nuevo en pie—. ¡Te
he extrañado, carajo! Nunca pensé que te volvería a ver. Y estás aquí. Estás... viva.
Rain lo empuja con ambas manos y él da un paso atrás, más por la sorpresa de
que le haya empujado que por su fuerza real.
—¡No gracias a ti! —grita Rain. Grita. Hace caer el polvo de las vigas y asusta a
un pájaro haciendo que vuele.
Agarro la empuñadura de mi pistola y escucho si hay pasos. Esa paloma no puede
ser lo único que ha despertado. 15
—¿Qué se supone que debía hacer? —Carter se acerca y ella lo empuja de nuevo—
. ¡Tenía que ir con mi familia!
Sí. Esta es la parte en la que ella lo hace sentir culpable por haberse ido...
—¿Un pueblo más allá? Pensé que estaban en Tennessee.
—Tuvimos un grave accidente de auto y nos quedamos abandonados aquí. —El
gigante resopla y pasa una mano por su cabello—. Te lo contaré por la mañana, ¿de
acuerdo? Ven aquí.
—¿Abandonados? —Rain aparta las manos del gigante—. ¡Podrías volver
caminando a Franklin Springs desde aquí! ¡Son veinte kilómetros, máximo!
—¡Sabes que no es seguro estar en la carretera! Especialmente con todas las
provisiones que llevaríamos.
—¿Quieres hablarme de que no es seguro? ¡No tienes ni idea de lo que he pasado
mientras estabas fuera!
Yyyyyyy esta es la parte en la que ella me utiliza para ponerlo celoso...
—¡Casi me muero! Wes, ¿cuántas veces estuve a punto de morir? —Ella me da la
espalda mientras la cabeza de Carter gira en mi dirección.
Aunque tengo la garganta tan apretada que apenas puedo respirar y tengo que
meter las manos en mis bolsillos para que no vea que las tengo cerradas en un puño,
consigo que mi voz no se vea afectada cuando digo:
—No sé. ¿Diez? ¿Doce? Perdí la cuenta.
—¿Quién diablos es él? —Carter empuja una enorme mano en mi dirección y
Rain me mira por encima del hombro.
La miro a los ojos, con mis sentimientos ocultos tras un disfraz de apatía segura
y le hago la misma pregunta en silencio.
Sí, Rain. ¿Quién soy? ¿Tu novio sustituto? ¿Tu distracción del 23 de abril? ¿Tu
ticket de comida? ¿Chófer? ¿Guerrero y guardaespaldas personal? Dilo para que pueda
largarme de aquí e ir a buscar algo que romper.
Rain respira profundamente y me sonríe de una manera que casi me hace pensar
que lo dice en serio. Su rostro de porcelana se ilumina, alumbrando el aire espeso de
polvo que la rodea, y sus brillantes ojos de muñeca azul parecen salvajes y vivos.
Conozco esa mirada. Es la mirada que pone antes de hacer algo estúpido e impulsivo.
—Es mi prometido. —Sonríe.
Hijo de puta.
Mis hombros se desploman, y cualquier duda que tuviera sobre sus motivos me
abandona en un amargo y agudo suspiro.
—¿Prometido? —Carter echa la cabeza hacia atrás como si le hubieran dado un
puñetazo, pero Rain ya ni siquiera lo mira.
Está caminando hacia mí con un movimiento de caderas y una sonrisa en su
maldito y hermoso rostro. 16
—¡Me fui hace un mes! Y además, ¿por qué demonios te comprometiste si
pensabas que íbamos a morir ayer?
—Sabía que no íbamos a morir —dice Rain, poniéndose a mi lado y rodeando mi
bíceps con una mano delicada—. Wes es un superviviente.
Carter lanza su mano libre en el aire con exasperación mientras yo miro a mi
chica. Su chica.
Bien. Puedo jugar a este juego, en el que ella finge que le importa y yo finjo creerle.
Lo he jugado toda mi vida. Al menos ahora, sé a qué atenerme.
Pensé que el 24 de abril iba a ser un nuevo comienzo.
Resulta que es la misma mierda de siempre, pero sin Wi-Fi.
—Oigan, ¿chicos? ¡Tenemos problemas! —La voz de Lamar que viene de la
entrada del centro comercial rompe nuestra pequeña y feliz reunión.
Nos giramos y corremos hacia él mientras el sonido de las motocicletas
acelerando y las armas disparando y la gente gritando se acumula fuera.
—Mierda —sisea Carter—. Bonys.
—¿Qué son los Bonys? —pregunta Rain, pero cuando Carter empuja la puerta
para abrirla con un largo brazo, podemos verlo por nosotros mismos.
Decenas de motociclistas han saltado la sección derribada de la valla que rodea
el centro comercial y están haciendo donuts y disparando armas semiautomáticas al
aire en el estacionamiento. Las balas salen de sus armas en ráfagas anaranjadas
mientras aúllan a la luna, a juego con las rayas naranja Day-Glo pintadas en sus ropas
para que parezcan huesos de esqueleto.
—¡Oh, Dios mío! ¿Ese es Quint? —Carter desliza su rifle para que cuelgue de su
espalda y se inclina para ver mejor al tipo que dejamos fuera.
Con esta luz, puedo ver que Carter no es un campesino de Franklin Springs. El
tipo tiene la piel morena, una melena de cabello rizado y oscuro, y lleva una puta
camiseta de Twenty One Pilots.
Pienso en la sudadera con capucha de Twenty One Pilots que llevaba Rain cuando
la conocí y tengo que resistir las ganas de romperle los dientes.
—No podemos meter la capota por la puerta, así que vamos a tener que levantarlo.
—Rain está en modo médico, que es prácticamente la única vez que toma la delantera
en algo—. Wes, ayúdame a mantener la cabeza y el cuello de Quint quietos, para que el
cristal no se mueva. Lamar y Carter, tomen una pierna cada uno. ¡Vamos! ¡Ahora!
Por suerte, la puerta está a la sombra de un toldo, así que los Bonys aún no se
han dado cuenta de nuestra presencia. Hacemos lo que dijo Rain y trasladamos el
cuerpo sin vida de Quint al interior. La primera tienda vacía de la izquierda tiene la
puerta metálica bajada y cerrada, pero la tercera tienda está abierta de par en par.
Entramos arrastrando los pies y dejamos a Quint en el suelo detrás de la caja.
Un cartel descolorido en la pared anuncia que este lugar solía llamarse Savvi
Formalwear.
Ropa formal. En Pritchard Park. No es de extrañar que este lugar haya quebrado.
17
Lamar se arrodilla junto a su hermano, sujeta su mano mientras le toma el pulso,
y al verlos se me sale el aire de los pulmones. Conozco esa maldita sensación. Sé lo que
es perder a tu único hermano. Encontrarla quieta y fría en su cuna. En el momento en
que veo el rostro azulado y en blanco de Lily en mi mente, siento que me ahogan.
Estrangulado. No puedo salir de allí lo suficientemente rápido. Murmuro algo sobre
vigilar la puerta mientras salgo a trompicones de la tienda.
Rain me llama, pidiendo su botiquín, así que me quito su mochila de los hombros
y la tiro al suelo mientras salgo corriendo.
No me detengo hasta llegar a la entrada, apoyando los antebrazos en el pomo
metálico de la puerta y aspirando bocanadas de aire húmedo a través del cristal roto.
Mierda, odio este lugar.
Los Bonys (o como quiera que se llamen) siguen destrozando el exterior. Los
observo con rabia celosa. Carter parecía tenerles miedo, pero a mí me parece que se lo
están pasando de muy bien. No les importa nada...
De repente, toda la chusma sale disparada hacia la carretera frente al centro
comercial. Está tan oscuro que no puedo distinguir lo que les ha hecho salir hasta que
sus faros se acercan a un tipo que va en bicicleta con una mochila. Incluso desde el otro
lado del estacionamiento, puedo ver el terror en su cara cuando descienden sobre él
como pirañas. Sus gritos son lo suficientemente fuertes como para elevarse por encima
del rugido de sus motores, y cuando finalmente se alejan, no hay nada más que un
metal retorcido y un bulto carnoso en la carretera donde acababa de estar un hombre
vivo y respirando.
—Oh, bien. Se han ido. —La voz de Rain suena como el cielo en comparación con
los ruidos que acabo de escuchar.
Aparto los ojos del cadáver de la calle y me giro hacia ella, aliviado al ver que está
sola. Abro los brazos y la abrazo, no sé por qué. Supongo que necesito abrazarla antes
de que lo siguiente venga a intentar llevársela.
Rain me devuelve el abrazo y durante un minuto, nos quedamos parados
asimilándolo todo.
—¿Cómo está Quint?
Rain suspira.
—Está vivo, pero no sé cuánto tiempo podré mantenerlo así. Si le quito el cristal,
perderá demasiada sangre, así que lo limpié y lo dejé dentro. Espero que su cuerpo lo
saque por sí mismo. He oído que eso ocurre.
Le doy una sonrisa tranquilizadora y le doy un beso en la cabeza.
—Sí, eso es algo.
—Lamar se va a quedar con él esta noche.
—Bien.
—Y Carter volvió a su puesto junto a la fuente. Dijo que está de guardia esta
noche.
—Así que nos está vigilando ahora mismo.
Rain asiente contra mi pecho.
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—Probablemente.
La suelto y doy un paso atrás, buscando en su rostro signos de sinceridad.
—Y todo eso de que estamos comprometidos...
Rain se sonroja y baja la mirada.
—Tuve un sueño hace unas noches en el que estábamos tumbados en el campo
del viejo Crocker y me hacías un pequeño anillo de compromiso con una hoja de hierba.
—Rain levanta su mano izquierda y mira su dedo vacío—. Parecía tan real, ¿sabes?
Hasta que te convertiste en un espantapájaros y vinieron los cuatro jinetes del
apocalipsis y te prendieron fuego.
—¿Segura que no estabas intentando poner celoso a tu novio?
Rain aleja su mano y me mira como si acabara de escupir en sus zapatos.
—¿Hablas en serio?
—Como un puto ataque al corazón.
—Lo dije porque es lo que siento, Wes. No quiero llamarte mi novio. He tenido
uno de esos y no se sintió así. —Rain echa una mirada por encima del hombro al oscuro
pasillo que se extiende detrás de ella y al hombre-niño sentado en las sombras más
allá—. Pero teniendo en cuenta que ni siquiera luchaste por mí allí, supongo que no
sientes lo mismo.
Agarro a Rain por la mandíbula y la arrastro hacia las sombras del portal de la
tienda que hay junto a nosotros. Odio la forma en que sus ojos se abren de par en par
por el miedo, pero me está costando todo mi autocontrol no gritarle ahora mismo.
—Escúchame —siseo entre dientes apretados—. Cuando te encontré anoche,
pensé que estabas jodidamente muerta. —Escupo las palabras, recordando el peso de
su cuerpo sin vida en mis brazos. Cómo sus manos colgaban a los lados y su cabeza
caía hacia atrás mientras la estrechaba contra mi pecho y lloraba contra su fría y floja
mejilla—. Por primera vez en mi vida, pensé en suicidarme. Si no hubiera encontrado
finalmente tu pulso, estaba preparado para tumbarme a tu lado y volarme los putos
sesos, así que no me digas cómo demonios me siento.
La boca de Rain se abre en mi palma mientras sus cejas se fruncen por el dolor.
—Wes...
—Lucharé para mantenerte viva. Lucharé para mantenerte a salvo. Pero nunca
lucharé para evitar que tú o alguien, me abandone.
Una lágrima se desliza por el rabillo del ojo vidrioso de Rain y rueda por el borde
de mi dedo índice hasta sus labios separados. Extiende una mano diminuta sobre mi
corazón, sobre el lugar en el que trece marcas irregulares indican al mundo cuántos
hogares de acogida me han echado, cuántas veces no he sido lo suficientemente bueno,
cuántas veces he luchado por quedarme y me han dejado atrás de todos modos.
Entonces, dice las palabras que me hacen querer atravesar con mi puño el
escaparate de cristal junto a su cabeza:
—Nunca tendrás que hacerlo.
19
Inclino su rostro y beso su boca salada y húmeda hasta que su respiración se
vuelve agitada y sus manos empiezan a arañar la hebilla de mi cinturón. Carter no
puede vernos; me aseguré de ello cuando la traje hasta aquí, así que sé que esto no es
sólo un espectáculo. Rain realmente cree las cuatro pequeñas palabras que acaba de
susurrar.
Si tan solo fueran ciertas.
—¡P or favor! —chillo, tirando de la mano de mamá e inclinándome con
todo mi cuerpo hacia la tienda de Hello Kitty—. ¡Prometo que no voy
a pedir nada! Solo quiero mirar. ¡Muy rápido! ¿Por favor?
—Rainbow, detente —dice mamá, mirando a los demás compradores—. Estás
haciendo una escena.
—¡Pero a Tammy-Lynn le regalaron una carpeta de Hello Kitty por su cumpleaños!
Los ojos de mamá se vuelven más suaves y sé que la tengo. Nunca me deja comprar
nada en el centro comercial a menos que sea mi cumpleaños y da la casualidad de que 20
voy a cumplir ocho años dentro de tres días exactamente.
—Una cosa, ¿de acuerdo? Y no puedes tenerla hasta tu cumpleaños.
—¡Sí, señora!
Esta vez, cuando tiro de la mano de mamá, se deja arrastrar hacia la tienda y allí
dentro es como un país de las maravillas de Hello Kitty. Monederos, camisetas, lámparas,
peluches, alfombras de baño, sábanas y…
—¡Dios mío, brazaletes bofetada1! ¡Mira, mamá! ¡Mira!
—Una cosa, Rainbow. Y date prisa. Todavía tenemos que conseguirte unos zapatos
nuevos para la escuela.
¡Zapatos!
Corro hacia la pared de los zapatos y babeo mientras filas y filas de personajes de
Sanrio me miran desde los lados de las zapatillas de deporte y las sandalias, e incluso
de las peludas pantuflas de dormitorio. Pero un par me llama la atención. Tomo las
Converse negras de caña baja con la carita de Badtz-Maru justo encima.
—¡Quiero estas, mamá! Por favor.
Mi madre frunce el ceño mientras me quita la caja de zapatos de las manos.

1Brazalete que consiste en bandas elásticas biestables de acero inoxidable flexibles en capas selladas dentro de una
cubierta de tela, silicona o plástico.
—¿El pingüino gruñón? De todo lo que hay en esta tienda, ¿quieres los zapatos
negros del pingüino gruñón?
Me muerdo el labio y asiento con todas mis fuerzas.
Mamá gira la caja de lado en sus manos y lee en voz alta la descripción de mi
personaje favorito de Hello Kitty.
—Badtz-Maru es un pequeño pingüino travieso que sueña con convertirse en el
rey de todo algún día. Aunque es mandón y tiene un pequeño problema de actitud,
Badtz es un amigo leal de Pandaba y Hana-Maru. Cuando no se mete en líos, Badtz-
Maru se encuentra coleccionando fotos de estrellas de cine que interpretan a sus
villanos favoritos... —La voz de mamá sube al final como si hiciera una pregunta—.
¡Rainbow!
—¿Qué, mamá? ¡Es mi favorito! ¡Mira qué bonito es!
—¿Bonito? Tiene el ceño fruncido.
Saco el dedo y acaricio su pico de lona fruncido.
—Sólo necesita que alguien lo quiera. Eso es todo.
Mamá suspira y da una palmada en la tapa de la caja.
—Bien, pero sólo porque es tu cumpleaños.
Pasamos por caja y ni siquiera dejo que la cajera ponga mis zapatos en una bolsa. 21
Abrazo la caja y espero a que se imprima el recibo. Se imprime y se imprime y se hace
cada vez más largo hasta que toca el suelo.
Miro a la señora, pero se ha ido. Todo el mundo se ha ido. La tienda está vacía y
huele mal, como el desván. Mire donde mire, las luces están apagadas y las estanterías
vacías. Incluso el estante de zapatos. El mostrador que hace un segundo estaba brillante
y blanco está ahora cubierto de un polvo tan espeso que podría escribir mi nombre en él
con el dedo.
El recibo sigue imprimiéndose, así que lo sigo hasta la puerta y el pasillo. Los
bancos están ahora oxidados. Las baldosas del suelo están agrietadas, y en algunas
incluso crece hierba entre ellas. Y los carteles de venta que solían colgar del techo ya no
dicen Venta. Son todos rojos con gente demoníaca montada en caballos negros que
respiran humo.
No me gusta esto. Quiero volver a casa.
Giro en círculos, tratando de encontrar a mamá, pero ella también se ha ido.
Sólo somos Badtz-Maru y yo. Aunque sólo esté en un par de zapatos, sé que me
protegerá. Algún día será el rey de todo.
Sigo el recibo hasta la puerta y el estacionamiento. Ahora está vacío. De los postes
de luz cuelgan más pancartas de miedo, pero no me dan miedo. Estoy enojada con ellas.
Han hecho que todo desaparezca. Hicieron que mamá se fuera. Así que me acerco a un
auto viejo y desvencijado y me subo encima de él, hasta el techo. Entonces, alcanzo y tiro
de una de esas pancartas hacia abajo.
—¡Ahí! —grito, arrojándola al sucio suelo—. ¿Ves? No eres tan...
Pero no llego a soltar todas mis palabras antes de que unas motos muy, muy
ruidosas se acerquen a toda velocidad a mi alrededor. Las personas que las conducen
van vestidas como esqueletos y algunos de sus cascos tienen pinchos.
Me pregunto por un momento si son amigos de los jinetes demoníacos. Me abrazo
a mi caja de zapatos con más fuerza, esperando que no se enfaden porque haya
arrancado el estandarte de sus amigos, pero entonces hacen algo aún peor que arrancar
los estandartes. Empiezan a prenderles fuego.
Aplaudo y pongo mi puño en el aire como la gente hace en las películas.
Ellos también odian a los jinetes. Tal vez me ayuden. Tal vez sepan a dónde fueron
todos. Tal vez puedan llevarme con mi mamá.
Algunos de los esqueletos me ven y empiezan a conducir sus motos en círculo
alrededor del auto en el que estoy.
Sonrío.
—Ves, Badtz —le susurro a mi caja de zapatos—. Todo va a salir bien. Hemos
encontrado nuevos amigos.
Hay un tipo en la parte trasera de una de las motos, y está vertiendo algo por todo
el auto de una gran jarra roja. Una parte salpica incluso mis zapatos.
—¡Eh! —grito, dando un paso atrás.
22
Me pregunto si el conductor le dirá a su amigo que está derramando el agua, pero
no lo hace. En lugar de eso, se detiene justo delante de mí, abre un mechero de lujo, del
tipo plateado que usa papá para encender sus cigarrillos y lo lanza sobre el capó del auto.
Me despierto con un suspiro, mis ojos se mueven a izquierda y derecha, buscando
señales de peligro más rápido de lo que mi nublado cerebro puede procesar lo que están
viendo.
Estoy sentada en el suelo dentro del centro comercial. Mi espalda está apoyada
en el pecho de Wes. Sus brazos rodean mis hombros. Frente a mí, puedo ver las
ventanas rotas de la entrada principal. Debe haber llovido mientras dormíamos. Hay un
charco que se arrastra hacia nosotros desde la puerta.
Y una de mis botas de montaña ya está empapada.
Estamos metidos en la misma entrada de la tienda en la que nos escondimos la
noche anterior. La verja metálica está bajada y cerrada, pero sé, sin ni siquiera
asomarme a través de los listones, qué tienda era. Prácticamente puedo oler las bombas
de baño y los sprays corporales de Hello Kitty agrupados alrededor de la caja.
Wes aprieta mi cuerpo y rechina los dientes mientras duerme. Quiero dejar que
me abrace un poco más, pero me doy cuenta de que lo que sea que esté soñando es tan
divertido como que le prendan fuego los Bonys.
—Wes. —Le doy un golpecito en el muslo, que es todo lo que puedo hacer con el
agarre mortal que tiene sobre mí—. Despierta, cariño. Es de día.
Wes traga, bosteza y me frota la parte superior de los brazos con sus manos
mientras vuelve en sí.
—¿Hmm?
—Ya es de día. Lo logramos.
Wes desplaza su peso y se sienta más recto detrás de mí. Luego, deja caer su
frente sobre mi hombro con un gemido.
—¿Me despertaste para eso?
Me río.
—Pensé que estabas teniendo una pesadilla. ¿Viste a los jinetes?
Gruñe algo en mi capucha que suena como un no.
—¿De verdad? Yo tampoco. Vi las pancartas, pero los jinetes no vinieron. —
Frunzo el ceño, pensando en que los Bonys estaban a punto de prenderme fuego, pero
al menos era algo nuevo. Después de pasar un año soñando con los cuatro jinetes del
apocalipsis matando a todo el mundo el 23 de abril, ser quemada viva por una pandilla
de motociclistas desquiciados se siente como una mejora.
—Sí, yo también vi las pancartas. —Bosteza y levanta la cabeza—. Pero entonces
todos se convirtieron en zombis e intentaron comernos. Sin embargo, pude cortar a tu
novio con un machete, así que no fue tan malo.
—¡Wes! —Me pongo de lado en su regazo, dispuesta a reñirle por haber usado de
nuevo la palabra con “N”, pero su mirada me golpea como una tonelada de ladrillos.
Sus suaves ojos verdes están marcados de rojo. Su mandíbula está salpicada de 23
barba. Su rostro está cubierto de suciedad y ceniza, y el cuello de su camisa hawaiana
azul tiene sangre de Quint. La realidad de lo que hemos pasado se derrumba a mi
alrededor mientras contemplo el bello rostro desgastado de Wes.
Ocurrió. Todo ello. La explosión del camión. La sobredosis. El incendio de la casa.
El tiroteo en Fuckabee Foods. Mis padres...
Wes se vuelve borroso mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Los aprieto,
intentando bloquear las imágenes de mi padre en su sillón y de mi madre en su cama.
Sus rostros... Dios mío.
Se han ido de verdad y el apocalipsis no ha llegado para hacer que todo
desaparezca.
Me tapo la boca con las mangas de la sudadera y miro a Wes.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —Mi voz se rompe junto con el dique que retiene
mis lágrimas.
Wes me atrae contra su pecho y me rodea con sus brazos mientras un océano de
dolor me arrastra.
—¿No te acuerdas de lo que te dije? —me pregunta, meciendo mi cuerpo sacudido
y tembloroso de un lado a otro.
Hundo mi rostro en su cuello y sacudo la cabeza, jadeando entre sollozos.
¿Cómo puedo recordar qué hacer? Nunca había perdido a toda mi familia en un
solo día.
Pero Wes sí.
—Decimos que se jodan y sobrevivimos de todos modos.
—Correcto. —Asiento, recordando su charla de ánimo de hace dos días.
—Entonces, ¿qué necesitamos para sobrevivir hoy?
Resoplo y levanto la cabeza.
—¿Me lo preguntas a mí?
—Sí. Para decir que se jodan y sobrevivir de todos modos, lo primero que tienes
que hacer es decir que se jodan, y lo segundo que tienes que hacer es averiguar qué
necesitas para sobrevivir. Así que, imagínatelo. ¿Qué necesitamos?
—Eh... —Me limpio los mocos y las lágrimas de mi rostro con la manga de la
capucha y me siento—. ¿Comida?
—Bien. —El tono de Wes es sorprendentemente no sarcástico—. ¿Tenemos algo?
—Um... —Miro a mi alrededor hasta que veo mi mochila en la esquina opuesta
de la entrada—. Sí. Y agua, pero no mucha.
—¿Qué más necesitamos?
Miro el charco que se acerca a nosotros.
—Un lugar mejor para dormir.
—De acuerdo. ¿Qué más?
Mis ojos se dirigen a la mancha desgarrada y llena de sangre en la manga de Wes. 24
—Necesitas tomar tu medicina. También necesitas un nuevo vendaje, pero mis
manos no están lo suficientemente limpias para hacerlo.
—Entonces, añadiremos encontrar jabón a la lista.
Vuelvo a asentir, sorprendida por lo aliviada que me siento. Casi empoderada.
—Así que necesitamos suministros y refugio... —resume—. ¿Qué más?
—Hmm... —Arqueo las cejas y miro a mi alrededor, esperando encontrar alguna
pista en el húmedo y polvoriento pasillo cubierto de telarañas.
Wes aclara su garganta y golpea la empuñadura de la pistola que sobresale de su
funda.
—¿La pistola de mi padre?
—Defensa personal. —Sonríe—. Provisiones. Refugio. Autodefensa. Cada día,
cuando te despiertes, quiero que te preguntes qué necesitas para sobrevivir ese día y
luego tu trabajo es ir a buscarlo.
—¿Eso es todo?
—Lo es.
—De acuerdo. —Asiento una vez, como un soldado que acepta una misión—. Así
que hoy necesitamos agua y jabón y un lugar mejor para dormir.
Me gusta esto: volver a tener un objetivo. Tomar la dirección. Se siente como
cuando estábamos buscando el refugio antibombas. Cuando éramos sólo Wes y yo
contra el mundo. Era casi divertido.
Wes sonríe, pero sus cansados ojos verdes ni siquiera se arrugan en las esquinas.
Hay una tristeza en ellos que parece nueva. Normalmente parece tan decidido, tan
concentrado. Ahora sólo parece... resignado.
—¿Ves? —dice, dejando caer su sonrisa falsa mientras dos miserables ojos color
musgo me atraviesan—. Lo tienes.
—Lo tenemos —corrijo.
—Sí. —Wes me da una palmada en un lado del trasero y espera a que me baje de
su regazo—. Bueno, tenemos que orinar, así que... es hora de levantarse.
Los dos nos ponemos de pie y observo cómo se estira y cruje el cuello de lado a
lado. Se ha ido, puedo sentirlo. El Wes ardiente y apasionado que estaba empezando a
conocer se ha convertido de nuevo en el Rey del Hielo. Frío. Duro. Bueno para escurrirse
entre mis dedos.
La temperatura del aire parece bajar diez grados cuando pasa junto a mí y se
dirige a la entrada principal. Cuando no oye nada en el exterior, la abre de un empujón
con la pistola desenfundada y desaparece en la brumosa mañana.
Wes dijo que mi trabajo era averiguar lo que necesitaba para sobrevivir e ir a
buscarlo.
Pero ya lo dejé salir por la puerta principal.
25
T
engo mi polla en una mano y la pistola en la otra mientras orino en un
arbusto muerto a las afueras del centro comercial Pritchard Park. Todavía
no hay señales de los Bonys. Tengo la sensación de que no son
precisamente gente matutina.
La mierda sabe que yo no lo soy.
Me subo la cremallera, deseando como un demonio tener un cigarrillo.
El padre de Rain probablemente tenía un arsenal en alguna parte de su casa.
Miro más allá del estacionamiento, a través de la valla metálica y subo la rampa
26
hasta el paso elevado. Los restos del camión de dieciocho ruedas están a unos treinta
metros antes de la salida, ocultos a la vista por el bosque, al igual que la motocicleta en
perfecto estado de la madre de Rain. Siento el peso de la llave en mi bolsillo,
llamándome.
Vete antes de que te dejen, dice.
Me muerdo el labio inferior. Entonces, meto la mano en el bolsillo y saco la llave.
Vete antes de que te dejen.
Miro el llavero en la palma de la mano por primera vez desde que lo tomé anoche.
En la anilla metálica hay una tira de cuero deshilachada, anudada en ambos extremos
y ensartada con una docena de cuentas de plástico que no coinciden. Las que están en
el centro dicen YO ♥ MAMÁ.
Vete, tonto...
—¿Wes? ¿Sigues aquí?
—Sí. —Me doy la vuelta cuando Rain asoma la cabeza por una de las puertas de
entrada rotas.
Sus ojos grandes, redondos e hinchados se fijan en mí, y una sonrisa gigante se
extiende por su rostro lleno de lágrimas.
—Uno menos, faltan dos.
Arqueo las cejas, pero antes de que pueda preguntar de qué estoy hablando, Rain
empuja la puerta con su bota y levanta sus manos relucientes para que pueda verlas.
—¡Encontré jabón!
Me meto el llavero en el bolsillo y sigo a Rain hasta el local de alquiler de
esmóquines donde Quint y Lamar pasaron la noche. Quint sigue detrás del mostrador,
inconsciente. Tiene el cuello vendado, pero el fragmento de cristal sigue ahí, asomando
por la gasa. Lamar está sentado en el suelo junto a él, de espaldas a la pared, y a juzgar
por las bolsas bajo los ojos, creo que se pasó toda la noche viendo respirar a su hermano.
—¡El baño de empleados todavía tiene jabón en el dispensador! —chilla Rain,
señalando hacia un pasillo en el lado derecho de la tienda—. Pero no hay agua corriente.
Tuve que usar algunas de las cosas embotelladas. Siéntate. —Hace un gesto hacia la
caja.
Me apoyo en ella y le lanzo una mirada a Lamar.
—¿Estás bien, hombre?
Asiente, pero sus ojos no abandonan el rostro de su hermano.
Me gustaría tener algo alentador que decir, como que estoy seguro de que se
pondrá bien, o que Rain lo curará, pero el hijo de puta no ha movido un músculo desde
que lo saqué de la excavadora anoche. Por lo que sabemos, podría tener muerte cerebral.
Rain deja su mochila en la encimera junto a mí y empieza a rebuscar en ella.
Saca lo que queda de los antibióticos, una botella de agua, un kit de primeros auxilios
y un puñado de barritas de proteínas. Le quito el tapón al frasco de pastillas naranja y
me meto una pastilla blanca en la boca mientras ella me quita la venda y echa un
vistazo. 27
Exhala aliviada y lo retira por completo.
—Tiene mucho mejor aspecto, Wes.
Miro el corte destrozado de mi hombro, abierto por la bala de ese cabrón y oigo a
Lamar chuparse los dientes detrás de nosotros.
—¿Mejor que qué? Maldita sea, esa mierda es desagradable.
Toso una risa amarga.
—Deberías haber visto al otro tipo.
Me imagino a esos dos pandilleros cayendo al suelo en una lluvia de balas, sangre
y cristales rotos. Entonces, recuerdo el horror que vi en el rostro de Rain en el momento
en que se dio cuenta de que era ella quien había apretado el gatillo.
Es la misma mirada que tiene ahora.
Mierda.
Me acerco y le doy un apretón en el brazo. Había olvidado que no está
precisamente feliz de ser una asesina.
Rain finge no darse cuenta mientras me coloca un nuevo vendaje en la parte
superior del brazo, presionando los bordes con sus delicados dedos. Su toque hace que
todos los demás lugares rotos y huecos de mi cuerpo griten y pidan también su atención.
Maldita sea, duele.
—¿Dónde está tu papá, Lamar? —pregunta Rain, cambiando el tema del tiroteo.
—En casa. —Puntualiza su frase de una sola palabra escupiendo un fajo de
flemas en el suelo.
—¿Sigue vivo? —pregunta Rain, tratando de sonar despreocupada, pero puedo
oírla tragar ese nudo en la garganta desde aquí.
—Mierda, espero que no —gruñe Lamar.
Se lleva la barbilla al pecho y empieza a meter todo en la mochila, probablemente
para ocultar que le tiemblan las manos.
Lamar abre la boca como si estuviera a punto de preguntarle sobre su propio
padre de mierda, pero entonces se pone en pie y aspira profundamente por la nariz.
—¿Huelen eso?
—Oler qué... —Inhalo y prácticamente puedo saborear huevos revueltos en mi
lengua—. Mierda.
—¡Hora del desayuno, perras! —Lamar golpea el mugriento mostrador y sale por
la puerta.
Supongo que lo único que puede alejarlo de su hermano mayor es la promesa de
comida que no sale de una lata. Típico de un adolescente.
—¿Y Quint? —pregunta Rain, con la mirada puesta en mí desde la puerta abierta.
—No va a ir a ninguna parte. —Suspiro y vuelvo a meter las barritas de proteínas 28
en la mochila de Rain—. Vamos. Vamos a ver qué te ha preparado tu novio para
desayunar.
N inguno de los dos habla mientras caminamos por el atrio, siguiendo el
olor de la comida.
Intento ser dura, como Wes. Me mantengo erguida, doy pasos
largos para igualar los suyos, pero todo lo que miro me recuerda a ella.
Las escaleras mecánicas en las que le rogaba a mamá que me dejara subir una y otra
vez son ahora sólo escaleras de metal. El ascensor de cristal con los grandes botones
luminosos que me encantaba pulsar está atascado en la planta baja; sus únicos
pasajeros son unos cuantos envoltorios de Burger Palace y una silla de plástico. La
fuente de tres niveles en la que mamá y yo solíamos tirar los centavos, está ahora llena 29
de maleza y pinos pequeños. Y en lugar de música navideña, todo lo que oigo son
baldosas rotas que repiquetean bajo nuestras botas y el sonido de voces que vienen de
la dirección del patio de comidas.
Todo me duele. Me arden los ojos. Me duele el pecho. Mi familia se ha ido. El
mundo que conocía ha desaparecido. Y todo lo que quiero hacer es acurrucarme en esa
silla de plástico en ese ascensor roto y llorar hasta morir.
Pero sé que Wes no me dejará, así que sigo adelante. Sigo intentando respirar.
Sigo intentando recordar lo que había en mi lista de tareas de supervivencia. Pero sobre
todo, sigo intentando averiguar qué puedo hacer para recuperar a Wes. Mi Wes. No esta
versión de tipo duro.
Mientras atravesamos el atrio y nos acercamos al patio de comidas, desearía que
el paseo hubiera sido más largo. No estoy preparada para esto.
Hay gente por todas partes. Esperaba a Carter, a su familia y quizás a algunos
otros rezagados que habían llegado hasta aquí después de ser detenidos por el
naufragio, pero hay al menos veinte personas, hablando, riendo y sentadas en mesas
que se han agrupado en pequeños grupos. Los lados izquierdo y derecho del patio de
comidas están alineados con mostradores de comida rápida. La pared del fondo tiene
una salida cerrada con mesas. El tiovivo de la esquina sigue ahí, pero está inclinado
hacia un lado y cubierto de telarañas. Y en el centro, el padre de Carter está de pie junto
a un barril en llamas con una rejilla metálica encima, cocinando algo en una sartén de
hierro fundido.
—¡Sr. Renshaw! —grito, saltando hacia el oso de peluche humano.
El papá de Carter parece un Papá Noel leñador (con barba y barriga) y siempre
da los mejores abrazos.
Su rostro se ilumina cuando me ve, lo que ocurre medio segundo antes de que lo
aborde y rompa a llorar.
—Vamos, ahora... —se ríe, su voz profunda vibra contra mi mejilla—. No soy tan
feo, ¿verdad?
—¿Rainbow? Oh, Dios mío, niña. —La voz de la Sra. Renshaw es ronca y cálida
mientras se acerca y alisa su mano sobre mi cabello más corto.
Es alta y corpulenta, como el papá de Carter, pero ahí acaban las similitudes. La
Sra. Renshaw es una mujer negra que no tiene pelos en la lengua y que fue subdirectora
de nuestra escuela antes de que el mundo se desmoronara. Solía llevar un corte de
cabello liso y largo hasta los hombros, como una reportera de televisión, pero ahora está
recortado en un afro súper corto, probablemente debido a la falta de peluquerías en el
centro comercial de Pritchard Park.
—Shh... —arrulla—. Deberíamos estar celebrando, no llorando. Es 24 de abril.
Vamos, ahora. Vamos a conseguirte algo de comer. Debes estar hambrienta.
Cuando la mamá de Carter va a servirme un plato de huevos revueltos de la
sartén, me doy cuenta de que Wes está de pie a unos metros. La forma en que nos
observa, con esos ojos intensos y esa expresión de aburrimiento, me hace llorar aún
más. Porque, por mucho que quiera a los padres de Carter, son los brazos de Wes los
que quiero que me envuelvan ahora mismo. Son sus besos castigadores y sus manos
poderosas los que podrían hacer desaparecer este dolor. Es su amor el que podría 30
reemplazar lo que he perdido.
Pero él también se ha ido.
Al igual que en mi sueño, Wes no es más que un espantapájaros que espera ser
quemado.
Cuando recupero el aliento, la Sra. Renshaw nos sienta en una mesa cercana. La
superficie de madera falsa está más limpia que todo lo que he visto en el centro comercial
hasta ahora, al igual que las sillas de metal que la rodean. Es obvio que se utilizan.
Carter y Lamar están en la mesa de al lado junto con Sophie, la hermana de diez años
de Carter. Se acerca corriendo y me abraza por detrás. Sus rizos oscuros en forma de
sacacorchos están alborotados, al igual que el otro niño que me está observando en este
momento.
Los ojos de Carter son de un cálido color marrón, pero su mirada es fría e
interrogante cuando pasa de mí a Wes.
—No nos han presentado bien —dice la Sra. Renshaw, extendiendo la mano a
través de la mesa a Wes.
—Oh, lo siento. —Retiro mi mirada de Carter a su mamá—. Sra. Renshaw, este
es Wes. Wes, estos son la mamá y el papá de Carter. —Levanto la mano y tiro de uno
de los rizos que tiene pegado a su rostro—. Y esta mocosa es Sophie.
—¡Hola! —Sophie se ríe y me aprieta una vez más antes de tomar asiento junto a
su hermano.
—Wes y Rainbow están comprometidos —anuncia Carter al grupo, con una voz
que rezuma sarcasmo.
Los ojos de todos se posan en mí mientras me retuerzo en mi asiento y miro mi
plato de comida sin tocar.
—¿Comprometidos? —dice la mamá de Carter, dejando caer el tenedor.
No puedo ni hablar. Me arden las mejillas de vergüenza, rabia y bochorno
mientras las personas que pensaban que un día sería su nuera me miran como si
tuviera dos cabezas.
—Sí —resopla Carter, mirándome como un gato que acaba de encontrar un ratón
de goma—. ¿Por qué no nos cuentas cómo hizo la gran pregunta, Rainbow? ¿O se lo
pediste tú?
—¡Carter! —sisea su madre en señal de advertencia—. Basta ya.
Voy a empujar mi silla, dispuesta a huir y esconderme hasta que mi rostro vuelva
a su color habitual, pero el brazo de Wes me rodea por los hombros antes de que pueda
arrancar. Todavía se siente frío y distante, pero su aura gélida es calmante ahora, como
un bálsamo.
—¿Puedo contar la historia, cariño? —La voz de Wes es firme y fuerte, como sus
dedos cuando me acarician el brazo.
Asiento y me desplomo a su lado, deseando poder desaparecer del todo.
—Así que, después de que dejaras a Rain en Franklin Springs con su padre
trastornado... él le disparó una escopeta al rostro de su mamá mientras dormía, hizo 31
un agujero en la cama de Rain; que no sabía que estaba vacía en ese momento y luego
redecoró el salón con sus propios sesos.
Hago una mueca de dolor y me cubro la cara con las mangas de la sudadera con
capucha mientras todos los presentes en el patio de comidas jadean y guardan silencio.
—La conocí... no sé... ¿fue al día siguiente, cariño?
Asiento contra su pecho, demasiado aturdida para llorar y demasiado mortificada
para levantar la mirada.
—Cuando la encontré, estaba drogada como una cometa, recibiendo una patada
en el culo en medio del Burger Palace por un frasco de analgésicos.
—Oh, Rainbow. Estoy tan...
—Ahora se hace llamar Rain y aún no he terminado —dice Wes, interrumpiendo
a la madre de Carter—. Desde que se fueron, perdió a sus padres, le dispararon, quedó
atrapada en un incendio, casi tuvo una sobredosis y... ¿qué más, cariño? Ah, sí, anoche
casi se hace estallar en una explosión de un camión de dieciocho ruedas. Así que, si
estás preguntando cómo nos comprometimos en lugar de por qué está llorando y parece
que ha pasado por una zona de guerra, es que nunca se han preocupado por ella en
primer lugar.
Espero que la madre de Carter le dé una bofetada, pero lo único que oigo es un
único y lento aplauso procedente del grupo de mesas del fondo del patio de comidas.
Abro un ojo y veo a una chica de más o menos mi edad, quizá más joven, caminando
hacia nosotros con la fanfarronería de un gánster. Parece que en algún momento tuvo
el cabello verde, pero se ha desvanecido hasta alcanzar el color de las hojas en
descomposición y se ha enroscado en rastas desordenadas. Su nariz redondeada tiene
un aro que la atraviesa, y su camiseta y pantalones negros holgados parecen sacados
de la sección de hombres grandes y altos de Walmart.
Todo el mundo en el patio de comidas se acobarda cuando ella pasa.
—Esto es lo más divertido que hemos tenido por aquí desde que se cayó Internet.
—Tuerce los labios en una sonrisa y sigue aplaudiendo a un ritmo dolorosamente lento.
El agarre de Wes alrededor de mis hombros se afloja, y su energía se enfría de
nuevo.
—¿Cómo te llamas, Hawaii Cinco-0? —Sus ojos color avellana son del mismo color
que su pelo amarillento-verdoso-marrón. Se dirigen a mí una vez y se oscurecen antes
de volver a dirigirse al hombre que está a mi lado.
—Wes —dice rotundamente.
—Bueno, Wes, bienvenido a mi reino. —Extiende los brazos y mira alrededor del
patio de comidas—. Soy Q. Eso significa reina, porque soy la jodida monarca aquí arriba.
Mi equipo y yo llevamos tres años dirigiendo este lugar. Ustedes y todos los demás gatos
callejeros… —Mueve las uñas hacia el resto de los que estamos sentados alrededor de
la mesa—. Son invitados en mi castillo. Eso significa que van a tener que poner de su
parte o los echarán. —Sus cejas angulosas se disparan en señal de advertencia mientras
señala la salida atrincherada.
—Tu chico Carter… —Señala con un dedo perezoso a mi ex—. Está de patrulla. 32
Duck Dynasty, por aquí, caza pájaros, ciervos y otras cosas desde el tejado. Y mamá
osa… —Señala a la Sra. Renshaw—. Lo cocina todo muy bien. Pero ustedes... —Q se
lleva la punta de los dedos a los labios mientras sus ojos van de Wes a mí y a Lamar.
Entonces, chasquea los dedos—. Ustedes van a ser mis exploradores.
—¿Exploradores? —El lenguaje corporal de Wes es relajado, pero su tono es
desafiante.
—Así es. Nos estamos quedando sin nada ahora que todos ustedes están aquí.
Alguien tiene que hacer algunas compras.
—No puedo irme —digo—. Por favor. Déjame hacer otra cosa. Tenemos un amigo
herido y alguien tiene que quedarse aquí para cuidarlo.
Q me mira con desconfianza.
—¿Eres buena en una mierda como esa?
—¿Cómo qué?
—Como las mierdas de enfermera.
Me siento y asiento.
—Mi madre es... era... una enfermera de urgencias. Me enseñó mucho.
Q chasquea de nuevo y me apunta con una larga uña justo entre los ojos.
—Bien. Vas a ser mi médico. Y puedes empezar con ese. —Pasa su dedo de mi
rostro a la del Sr. Renshaw.
Miro al Sr. Renshaw y veo cómo se le va el color de las mejillas sonrosadas.
—No me falles ahora. —Q cacarea mientras vuelve a su mesa, llena de otros
adolescentes de aspecto rudo, armados y desaliñados—. No me gustaría tener que darlos
de comer a los Bonys.
Son fugitivos, me doy cuenta.
Todos somos vagabundos y fugitivos.
Girándome hacia el padre de Carter, que no ha dicho una palabra desde que nos
sentamos, le pregunto:
—¿Por qué necesita un médico, Sr. Renshaw?
Me dedica una sonrisa triste.
—Eso no es importante ahora. Lo importante es que sepas lo mucho que
lamentamos lo de tus padres, Rainbo... quiero decir, Rain. —El oso pardo de Carter mira
a Wes, recordando lo que dijo sobre mi nombre y le dedica un solemne asentimiento.
La Sra. Renshaw cruza la mesa y aprieta mi mano.
—Lo siento mucho, pequeña. —Sus ojos marrones oscuros brillan al fijarse en
los míos—. Sabía que debíamos llevarte con nosotros, a ti y a tu madre. Nunca me lo
perdonaré, pero al menos ahora estamos todos juntos.
Lamar y Sophie se levantan para abrazarme y darme el pésame, pero mi atención
se centra únicamente en Carter. El chico con el que crecí. El chico al que le di todas mis 33
primeras veces. El hombre que debería estar consolándome ahora mismo. Pero en lugar
de eso, se queda mirándome como si no supiera qué decir.
—Rainbow... —murmura finalmente.
—Rain —le respondo.
Sus ojos color miel se llenan de remordimiento y, por un segundo, me arrepiento
de haber sido tan mala. Ese rostro... estuve enamorada de ese rostro desde que tengo
uso de razón. Conozco cada ángulo. Cada expresión y sonrisa y hoyuelo. Me mata verlo
sufrir. Quiero acurrucarme en su regazo y dejar que me rodee con sus largos brazos
como solía hacer...
Pero entonces recuerdo haber escuchado a Kimmy Middleton decir que se besó
con él el último año y de repente, ya no me siento tan mal.
—Oye, Carter, ¿te acuerdas de Kimmy? —Veo cómo la culpa se arrastra por su
bello rostro, y es toda la validación que necesito—. Ella quemó tu casa.
—¿Qué? —chilla la Sra. Renshaw—. ¿Nuestra casa?
Los ojos de Carter se abren de par en par y pasan de mí a sus padres.
Sophie empieza a llorar.
El Sr. Renshaw se levanta, golpea su silla y se aleja cojeando.
—¿Qué le pasó? —pregunto, deseando desesperadamente cambiar de tema
después de la bomba que acabo de soltarles—. ¿Por qué necesita un médico?
La Sra. Renshaw sacude la cabeza y mira por encima del hombro mientras su
marido cojea hacia el atrio.
—Tuvimos un grave accidente al salir de la ciudad. En cuanto salimos hacia
Tennessee, era obvio que todo el mundo en la carretera estaba bajo la influencia de algo.
La gente iba a gran velocidad y circulaba por toda la carretera. Apenas habíamos llegado
a Pritchard Park cuando un auto que iba delante de nosotros se puso delante de un
tractor-remolque y lo hizo doblar en medio de la carretera. Acabó rodando unas tres
veces y bloqueando toda la carretera. Hubo un gran accidente y nosotros quedamos
atrapados en medio de él.
—Oh, Dios mío. —Me tapo la boca con la manga de mi capucha—. Ese
amontonamiento es la razón por la que estamos aquí también. No pudimos evitarlo y
cuando lo intentamos... —Mi voz se interrumpe cuando miro a Lamar.
Tiene la mirada perdida en dirección a la tienda de esmóquines, como si pudiera
ver a su hermano desde aquí.
La Sra. Renshaw mira a sus hijos de la misma manera.
—Sophie y Carter estaban bien, gracias a Dios. Pero Jimbo... —Sacude la
cabeza—. Su pierna fue aplastada en el accidente y no deja que nadie la mire. Me temo
que está mal.
—¿Así que por eso no volvieron a casa? —pregunto—. ¿Porque no podía caminar
tanto?
La Sra. Renshaw asiente.
34
—Además, los perros y los Bonys —añade Carter, mirando la mesa como un niño
en el despacho del director—. Nunca lo habríamos conseguido.
—Así que decidimos quedarnos aquí. Teníamos suficiente comida y provisiones
en el auto para aguantar todo este tiempo y Q ha tenido la gentileza de compartir con
nosotros el agua potable de sus barriles de lluvia.
Q.
Echo un vistazo a la mesa de los fugitivos y la sorprendo mirándonos.
No. No a nosotros.
A Wes.
—Cuando nos despertamos esta mañana y el apocalipsis no había ocurrido,
pensé... —La barbilla de la Sra. Renshaw tiembla—. Pensé que tal vez las cosas volverían
a la normalidad. Tal vez podríamos volver a casa.
La madre de Carter intenta mantener la compostura, pero en cuanto mira a
Sophie, su rostro se arruga como una toalla de papel. Nunca había visto llorar a la Sra.
Renshaw, y saber que mis palabras la hicieron hacerlo me da ganas de vomitar. Fui
muy cruel. Mi mamá me había enseñado mejor que eso. Traté de lastimar a Carter a
propósito y esto es lo que obtengo.
Carter, Sophie y yo nos levantamos al mismo tiempo para consolarla. Sophie se
arrodilla a su lado y la toma de la mano mientras Carter y yo acabamos colocándonos
a ambos lados de ella, apretándole los hombros y frotándole la espalda.
—Lo siento mucho —murmuro, dirigiéndome a la señora Renshaw, pero descubro
que mis ojos se desvían hacia los de Carter.
—Yo también. —Su voz profunda vibra a mi alrededor, llevándome a un millón
de lugares diferentes a la vez.
Sé cómo suena su voz cuando tiene sueño, cuando está enfermo, cuando miente,
cuando quiere que me quite la ropa, cuando está enojado, cuando está frustrado y
cuando está haciendo el papel de Sr. Popular. Sé cómo sonaba cuando tenía seis años
y perdió sus dos dientes delanteros al mismo tiempo. Y ahora, sé cómo suena cuando
simplemente está perdido.
—Puede quedarse con mi casa, Sra. Renshaw —le digo, apartando los ojos de su
hijo—. Nunca más volveré allí.

35
—¡W es, espera! —grita Rain, pero sigo caminando.
Prefiero hacerme una endodoncia que quedarme
sentado un segundo más en esta preciosa reunión familiar.
—¡Rainbow! —Carter grita tras ella.
Me doy la vuelta al oír su voz, sólo porque quiero ver cómo lo elige. A ellos.
Necesito verlo. Necesito sentir la torsión del cuchillo porque sé que es la única jodida
manera en que podré dejarla ir.
—Lo siento. Quiero decir, Rain... —Carter tiene esa mirada de cachorro lastimado
36
de mierda en su cara de niño bonito y quiero poner mi puto puño a través de ella—.
¿Podemos ir a algún sitio a hablar? ¿Por favor? —Sube tanto las cejas que desaparecen
detrás de su cabello negro rizado. Luego se muerde el labio inferior.
Hijo de puta. Conozco esa mirada. Yo inventé esa maldita mirada.
—Ahora no, Carter —dice Rain, recogiendo su plato de huevos sin tocar—. Tengo
que ir a ver a Quint.
¿Ahora no? ¿Qué tal jodidamente nunca?
Siento que mis músculos se tensan y mis dientes rechinan mientras miro
fijamente al pedazo de mierda con la camiseta de Twenty One Pilots, pero para cuando
sus ojos se posan de nuevo en mí, estoy suelto como un puto ganso. Giro el cuello y
meto las manos en los bolsillos como si estuviera esperando en la cola del departamento
de tráfico, sin pensar en todas las formas en que podría abrirle el cráneo.
Rain se gira y camina hacia mí, con su rostro enrojecido cuando se da cuenta de
que me he detenido a observar su pequeño intercambio, pero mantengo la expresión
floja y la postura relajada.
No estás enojado. Estás aburrido. Aburrido, aburrido, aburrido.
Todo el mundo sabe cómo va a terminar este espectáculo. Rain se convierte en una
Renshaw. Ella recupera su pequeña familia feliz. Tienen dos puntos cinco niños que
pueden hacer un mate desde la línea de falta y ni siquiera necesitan terapia. El. Jodido.
Fin.
Espero que me alcance. Sólo un imbécil celoso y amargado le daría la espalda y
seguiría caminando ahora mismo, y yo no estoy celoso.
No. Estoy jodidamente aburrido.
La expresión de Rain parece torturada mientras se acerca, y siento que el fuego
dentro de mí se apaga. Su mejilla derecha aún tiene tres marcas de garras rosas de
cuando la atacaron en el Burger Palace. Tiene los labios agrietados. Tiene el cabello
enredado. Y sus grandes y redondos ojos parecen ahora dos piscinas vacías.
Drenados.
Aburridos.
Desesperados.
Odio las ganas que tengo de ser yo quien los llene de nuevo.
Un momento antes de que Rain acorte la distancia entre nosotros, los jadeos,
gritos y los “¡Dios mío!” llenan el patio de comidas. Miro más allá de ella y veo que todos
los monitores digitales detrás de cada mostrador de comida rápida están encendidos y
brillan en rojo.
—¿Wes? —La voz de Rain es apenas un susurro cuando viene a ponerse a mi
lado—. ¿Qué está pasando?
Miro cómo la silueta negra de un jinete encapuchado que sostiene una hoz
parpadea en la pantalla durante menos de un segundo.
—¿Viste eso?
Asiento. 37
Aparece otro, esta vez el jinete con la espada. Luego, otro y otro. Cada vez más
rápido, sus imágenes aparecen y desaparecen hasta que las pantallas son sólo charcos
negros y rojos palpitantes.
La gente grita.
Sophie se lanza a los brazos de su madre.
Y Rain me agarra el bíceps con tanta fuerza que sus uñas rompen la piel.
—Tal vez esto sea sólo una pesadilla —le digo en un intento a medias de hacerla
sentir mejor.
—No lo es, Wes. Es real.
—Nada de esto es real, ¿recuerdas? Todo es un engaño.
—Ciudadanos —una voz femenina con acento francés retumba en los altavoces,
atrayendo mi atención de nuevo a las pantallas.
El rostro de una mujer de mediana edad con el cabello castaño, rasgos afilados y
pintalabios rojo oscuro llena la parte izquierda de la pantalla, mientras que la palabra
ciudadanos está escrita en al menos doce idiomas diferentes en la parte derecha.
—Me llamo Dra. Marguerite Chapelle. Soy la directora de la Alianza Mundial para
la Salud. Si está viendo esta emisión, felicitaciones. Ahora forma parte de una raza
humana más fuerte, más sana y más autosuficiente.
Rain y yo nos miramos mientras el pavor se desliza por su rostro y por mis venas.
La cámara se aleja y la Dra. Chapelle está sentada en una elegante mesa blanca
con un hombre mayor a su lado. Detrás de ellos, en las gradas, hay al menos otros
ochenta imbéciles, todos con trajes que probablemente cuestan más que las cuotas de
la hipoteca de sus casas de verano en Malibú.
El bastardo engreído que está al frente y en el centro es nuestro maldito
presidente.
—Durante el último año, la Alianza Mundial para la Salud ha estado trabajando
en conjunto con las Naciones Unidas —señala a los líderes mundiales que están detrás
de ella—, para implementar una solución a la crisis demográfica mundial. Una
corrección, por así decirlo. Llamamos a esta corrección Operación 23 de abril.
—Wes, ¿de qué está hablando? —susurra Rain, agarrando mi brazo con más
fuerza.
—Hace aproximadamente tres años, nuestros principales investigadores
descubrieron que, al ritmo que crecía nuestra población, los recursos naturales y
económicos de la Tierra se agotarían en menos de una década. Para decirlo sin rodeos,
los seres humanos se enfrentaban a la extinción y la causa era sencilla: nuestra especie
había abandonado la ley de la selección natural.
La cámara se desplaza hacia el hombre de su izquierda, un tipo delgado con un
corte de cabello como el de Hitler. La leyenda debajo de su cara dice: Dr. Henri Weiss,
investigador de la Alianza Mundial de la Salud.
—Todas las especies del planeta están sujetas a la ley de la selección natural —
dice, tirando de su cuello y bebiendo un sorbo de su vaso de agua. Su acento suena 38
alemán y parece que está a punto de cagarse encima—. Es la base de la evolución. Desde
los albores de los organismos vivos, los miembros más débiles y enfermos de la e-especie
mueren, y los miembros más fuertes, más inteligentes y mejor adaptados son los que
viven más tiempo y procrean más. Este p-proceso promueve la supervivencia de la
especie asegurando que cada g-g-generación herede sólo los rasgos genéticos más
adaptativos y p-previniendo que los recursos sean agotados por los s-s-subgrupos no
productivos.
La cámara se desliza de nuevo hacia la perra francesa.
—En el último siglo, los seres humanos se han convertido en la primera especie
que ha burlado la ley de la selección natural. Gracias a los avances tecnológicos y a los
fastuosos programas gubernamentales, hemos prolongado activamente la vida de
nuestros miembros más débiles, discapacitados y dependientes de la sociedad, en gran
detrimento de toda nuestra especie.
Señala al Presidente Idiota que está detrás de ella.
—Por ejemplo, el gobierno estadounidense, gasta más de un billón de dólares
cada año en alojar, alimentar y cuidar a sus ciudadanos discapacitados, encarcelados
y desempleados, ciudadanos que no aportan nada a cambio. Como resultado, la Alianza
Mundial de la Salud calculó el pasado mes de enero que el número de miembros
discapacitados y no productivos de nuestra especie superaba al de los miembros
productivos y sanos por primera vez en la historia de cualquier especie. Había que tomar
medidas inmediatas.
La cámara muestra al hombre de su derecha, que se parece un poco al Sr. Miyagi
de Karate Kid. La leyenda debajo de su nombre dice: Dr. Hiro Matsuda, investigador de
la Alianza Mundial de la Salud.
—Necesitábamos una forma de reducir la manada, por así decirlo, asegurándonos
de que los miembros más fuertes, sanos e inteligentes de nuestra especie sobrevivieran.
Diseñar un supervirus o provocar una guerra mundial habría sido...
contraproducente... debido a la pérdida de ciudadanos sanos y útiles que habría
supuesto. Por lo tanto, mi equipo y yo ideamos un plan para introducir un factor de
estrés global tan intenso que provocara que nuestros ciudadanos menos resistentes se
comportaran de forma autodestructiva y, al mismo tiempo, alentara a nuestros
ciudadanos más resistentes a ser aún más fuertes y autosuficientes.
Las imágenes de los jinetes vuelven a aparecer, provocando los gritos del público,
pero esta vez se presentan como iconos en la parte inferior de la pantalla.
—Los cuatro jinetes del Apocalipsis, la Parca, la Muerte: estos arquetipos han
aparecido en casi todas las sociedades a lo largo de la historia. Al colocar estas imágenes
icónicas en todos los medios de comunicación digitales del mundo, junto con una sola
fecha: el 23 de abril, pudimos entrar directamente en el subconsciente humano colectivo
y plantar la idea de un inminente día del juicio final.
—Dios mío, Wes —susurra Rain, mirándome como una niña que acaba de
descubrir que el Conejo de Pascua no era real—. Esas imágenes que encontraste en mi
teléfono, tenías razón.
—Mensajes subliminales mundiales. —Sacudo la cabeza.
Sólo que no fue a manos de una corporación malvada o de una banda de hackers 39
informáticos llorones en un viaje de poder, como yo pensaba. Fue peor.
Fue nuestro propio maldito gobierno.
—Todos tenemos una deuda de gratitud con el Dr. Matsuda, su equipo y nuestros
líderes mundiales. —La perra francesa sonríe—. La Operación 23 de abril fue un éxito
brillante. Nuestros investigadores estiman que nuestra población global ha disminuido
hasta en un veintisiete por ciento, con la mayor parte del alivio proveniente de nuestros
subgrupos no productivos.
—¿Qué significa eso? —susurra Rain.
—Significa que la mayoría de las personas que murieron a causa del engaño del
23 de abril estaban locas, enfermas, pobres o viejas.
Veo que el rostro de Rain se pone pálido y desearía poder retractarme.
Mierda.
La atraigo contra mi pecho y aprieto mis labios sobre su cabeza. Ni siquiera sé
qué decir. Lo único que puedo hacer es quedarme aquí y abrazarla mientras el gobierno
le dice que se alegra de que sus padres estén muertos.
—En un esfuerzo por proteger la ley de la selección natural en el futuro y asegurar
que nuestra población nunca más se enfrente a la extinción debido a nuestra
irresponsable asignación de recursos a los miembros más débiles y dependientes de la
sociedad, todos los servicios sociales y subsidios van a ser interrumpidos. Las medidas
de apoyo a la vida se suspenderán. Se suspenderán los servicios de emergencia
proporcionados por el gobierno, y todos los miembros de la sociedad encarcelados serán
liberados.
Todo el patio de comidas estalla en gritos de indignación y murmullos silenciosos
mientras la gente trata de procesar qué carajo acaba de decir esta señora.
—Se les anima a reanudar su vida cotidiana. Se ha restablecido la electricidad,
el agua y el servicio de telefonía móvil, y las imágenes que acaban de ver se han
eliminado de todos los medios digitales. Vuelvan al trabajo. Mantengan a sus familias.
Protéjanse a sí mismos y a su comunidad. Su gobierno ya no hará estas cosas por
ustedes. Y en caso de que vean pruebas de una persona o grupo de personas que
desafíen las leyes de la selección natural, deben marcar el 55555 en cualquier
dispositivo celular para informar de la mala conducta. Los agentes de su zona serán
enviados inmediatamente para detener al sospechoso. El futuro de nuestra especie
depende de su cooperación. Buena suerte y que sobreviva el más fuerte.
Los monitores se vuelven negros mientras la realidad de nuestra situación
empieza a imponerse lentamente.
Todo fue un maldito engaño.
Invadieron nuestros sueños.
Nos aterrorizaron desde dentro.
Nos volvieron locos y vieron cómo nos autodestruíamos.
Luego sonrieron y dijeron que era por nuestro propio bien.
Ojalá pudiera decir que me sorprendió, pero después de todo lo que he pasado, 40
esto parece un martes cualquiera. Que te caguen. Que te golpeen. Que te digan que es
tu culpa. Luego, que te echen a la calle con todo lo que tienes en una bolsa de basura
al hombro.
Sí, eso suena bien.
La única familia en la habitación se aferra a los demás para apoyarse. Ofreciendo
consuelo. Racionalizando que todo va a estar bien. Animándose unos a otros a confiar
en nuestros líderes y a hacer lo que dicen.
Mientras tanto, los chicos sin hogar del fondo de la sala saltan, animan y agitan
sus armas en el aire, mientras Q está de pie sobre una mesa gritando:
—¡Es el salvaje, salvaje oeste, hijos de puta! ¡Pew, pew, pew!
Por la forma en que Rain me rodea, es obvio a qué grupo pertenece.
También es obvio que yo no pertenezco aquí en absoluto.
—A
migo, este lugar no ha tenido energía en, como, una eternidad,
¿verdad? ¿Cómo diablos hicieron para encender los televisores?
—pregunta Lamar desde su posición en el mostrador, con sus
tacones golpeando los armarios de abajo con cada movimiento de sus inquietas piernas.
Wes encoge sus hombros.
—No lo sé, hombre. ¿Quizá encendieron toda la red eléctrica sólo para la emisión?
Sólo escucho a medias su conversación. El resto de mí está ocupado mirando al
chico inconsciente detrás del mostrador. El que tiene un fragmento de vidrio que 41
sobresale de una venda ensangrentada en un lado del cuello. El que se supone que
tengo que arreglar de alguna manera.
El que voy a arreglar de alguna manera.
—¿Rain? —pregunta Wes.
—¿Eh? —respondo sin apartar la mirada de Quint.
—¿Estás bien? No has dicho ni una palabra desde el anuncio.
—El anuncio —murmuro, girándome hacia Wes—. ¿Así es como vamos a llamarlo
a partir de ahora? ¿Como cuando todo el mundo llamaba al apocalipsis 23 de abril
porque sonaba más bonito?
Wes se muerde el labio inferior como hace cuando intenta entender algo.
Cuando trata de entenderme.
—Sé que fue mucho para procesar, ¿de acuerdo? Lo sé. Pero necesito que te
concentres. No te vuelvas loca.
—No me estoy volviendo loca.
Wes lanza una mirada dudosa a Lamar.
—No lo estoy. Tal vez no me apetece hablar del hecho de que el gobierno acaba
de darse una palmadita en la espalda públicamente por hacer que mi padre intentara
matar a toda su familia.
Wes exhala con fuerza por la nariz y asiente.
—Sí, lo entiendo.
—Sé que era improductivo. Estaba deprimido... desempleado, paranoico,
mezquino como una serpiente, adicto a todo lo que podía conseguir... pero ¿qué hay de
ella? —El calor espinoso de la ira en mi rostro enrojecido se desvanece mientras mi
garganta se aprieta de emoción—. Ella era muy buena, Wes. —Imagino el hermoso rostro
de mi madre, agotado y desinteresado, y me dan ganas de llorar. Era el miembro más
productivo de la sociedad que había conocido. Hay tantas cosas que quiero decir, tantos
sentimientos que aún no he expresado, pero todos son demasiado dolorosos, así que me
cubro la boca con las mangas de mi sudadera y los contengo todos.
Miro fijamente los labios de Wes, esperando que las palabras que salgan de su
boca me ayuden a olvidarme de las que están alojadas en mi garganta.
—Lo sé. Pero no podemos cambiar lo que pasó. Todo lo que podemos hacer es
decir que se jodan y sobrevivir de todos modos, ¿verdad? Entonces, ¿cómo vamos a
sobrevivir hoy? ¿Recuerdas tu lista?
Me trago todo lo que no he dicho y me obligo a contestarle.
—Yo... debía encontrar jabón, agua y refugio. —Respiro profundamente y
enderezo la espalda—. Ya encontré jabón, y la Sra. Renshaw dijo que Q tiene barriles de
agua, así que sólo queda el refugio.
Los labios que estoy mirando se ensanchan y se separan, revelando la
deslumbrante sonrisa de Wes. No la veo a menudo, pero cuando lo hago, me calienta la
piel como el sol, filtrándose en mis poros y llenándome de orgullo. 42
Siento que mis propios labios se curvan hacia arriba, reflejando los suyos. He
hecho algo bien.
—Esa es mi chica —dice Wes con esa boca sonriente, pero en el momento en que
las palabras pasan por sus labios respingones, su sonrisa se desinfla como un globo
reventado. No le gustó su sabor. A este nuevo y distante Wes no le gustaba llamarme
su chica.
Así que mis labios también se desinflan.
Nos quedamos allí durante un minuto —yo mirando su boca seria y él la mía—
hasta que Wes finalmente da un paso atrás y hace un gesto con la mano hacia la puerta.
—Vamos a buscarte un refugio.
A ti.
Vamos a buscarte un refugio.
Quiero agarrarlo del brazo mientras hago el corto trayecto a través de la tienda,
pero tengo miedo de pincharme el dedo en la valla de alambre de púas que está
construyendo entre nosotros.
No sé qué le pasa a Wes, pero está inquietantemente callado mientras caminamos
por el pasillo. Tironeo de las verjas metálicas y las puertas cerradas de todos los
escaparates que pasamos, pero él se limita a seguirme a un metro de distancia con los
brazos cruzados sobre el pecho.
La distancia entre nosotros parece duplicarse a cada paso que doy.
Giro a la derecha en la fuente y me dirijo hacia el pasillo, con lágrimas de rabia
en los ojos.
La esperanza las ahuyenta momentáneamente cuando veo una vieja zapatería
con la verja levantada. Asomo la cabeza al interior y miro por encima de las estanterías
vacías. Los bancos de vinilo que antes se utilizaban para probarse los zapatos se han
agrupado en el centro de la tienda y se han dispuesto como si fueran muebles de salón.
El padre de Carter está sentado en uno de ellos con la cabeza inclinada mientras la
madre y la hermana de Carter están de espaldas a mí, probablemente contándole todo
lo del anuncio.
—No importa —susurro, escabulléndome hacia atrás para salir de la tienda—.
Este está ocupado.
Cuando me doy la vuelta para continuar mi camino, encuentro a Wes
esperándome con la espalda apoyada en la pared cubierta de grafitis del exterior de la
zapatería. Su camisa hawaiana está abierta, revelando su camiseta blanca manchada
de sangre y el indicio de una funda de pistola debajo. Tiene la cabeza inclinada hacia
atrás, mirando a una de las claraboyas como si estuviera lo suficientemente despejada
como para ver a través de ella, y su perfil es la imagen de la perfección. Su mirada me
deja sin aliento, sustituyéndolo por un dolor vacío en el pecho.
Es exactamente igual al hombre del que me enamoré hace unos días. El que me
rescató de una turba enfurecida, recibió un disparo por mí, corrió hacia un edificio en
llamas para encontrarme y enterró los cuerpos de mis padres sólo para ayudar a
quitarme el dolor. Se parece al hombre que se negó a dejarme ir cuando todos los demás
me habían dejado atrás. 43
Pero sí me dejó ir. Debe haberlo hecho.
Porque este tipo seguro que no es él.
—Ni siquiera me estás ayudando a mirar —le digo bruscamente, pasando por
encima de su frío exterior.
—Tienes razón. —La voz de Wes es exasperantemente tranquila mientras se
aparta de la pared.
—¿Esto es una especie de prueba? —siseo, haciendo sonar la siguiente puerta
un poco más fuerte—. Tengo que hacer todo por mi cuenta a partir de ahora, ¿es eso?
—No —dice Wes desde algún lugar detrás de mí—. No voy a ayudar porque no me
voy a quedar aquí.
—¿Qué? —Me giro hacia él, con la sangre retumbando en mis oídos—. ¿Por qué
no?
Esa maldita ceja se levanta de nuevo.
—Hmm. Tal vez porque no hay agua corriente. No hay electricidad. Quizás no me
provoca ser el chico de los recados de un grupo de vagabundos locos y armados. O, no
sé, tal vez no quiero vivir al final del pasillo de tu maldito ex y su pequeña familia de
Norman Rockwell.
—¿Qué quieres que haga, Wes? —Le doy la espalda y me dirijo al siguiente
escaparate.
—Vente. Conmigo. Ahora mismo. Podemos encontrar un nuevo lugar. Uno con
agua y electricidad y puertas que se cierren y paredes que no tengan el puto moho negro
creciendo en ellas.
Suspiro, dejando que mi mano permanezca en el metal oxidado.
—No puedo dejar a Quint aquí. Lo sabes.
—Entonces, lo llevaremos con nosotros. Podríamos llevar la Ninja de vuelta al
pueblo, echar gasolina al camión de tu padre y luego volver por él.
—¿Y Lamar? —Mi voz adquiere un tono estridente mientras una extraña
sensación de pánico me invade.
—Podría ir en la parte de atrás con Quint.
Me doy la vuelta y paso por la siguiente entrada sin detenerme. La puerta está
levantada, pero es obvio que alguien ha estado viviendo allí desde hace tiempo. Tal vez
unos cuantos. La ropa, los colchones, las latas de cerveza y las sillas de patio
desparejadas están esparcidas como confeti.
—¿Y el Sr. Renshaw? —pregunto, acelerando el paso—. Él también está herido.
—Puedes poner todas las excusas que quieras. Sé la verdadera razón por la que
no quieres irte.
—Ah, ¿sí? ¿Cuál es?
Porque estoy demasiado asustada. Porque estoy demasiado triste. Porque aquí
nadie intenta violarme o robarme. Porque nada de lo que hay aquí me recuerda a mi hogar.
Cuando Wes no dice nada, me giro para encontrarlo mirándome con esa 44
expresión sin emoción en su sucio y hermoso rostro.
—¿Crees que quiero quedarme por él? —le digo con brusquedad.
Wes levanta una ceja mientras mastica despreocupadamente la comisura interior
de su boca.
—Dios mío. Tengo amigos aquí, Wes. Tengo un...
—¿Familia? —Su tono es suave como el hielo, pero sus ojos son duros y
acusadores.
—No… un propósito. Aquí puedo ayudar a la gente. Me siento segura aquí. Ahí
fuera... —Sacudo la cabeza, pensando en lo que me espera más allá de esas puertas—.
Ahí fuera no hay más que Bonys y malos recuerdos.
Wes abre la boca para responder cuando tiro de la siguiente puerta metálica. Me
preparo para el impacto de sus palabras, pero en su lugar, mis oídos son asaltados por
el sonido de los engranajes chirriantes cuando la puerta cobra vida en mis manos.
El metal oxidado chirría y se agita mientras rueda hasta el techo, revelando el
interior hueco de una antigua librería Barnes & Noble.
Me quedo con la boca abierta al entrar.
—Oh, Dios mío. Este solía ser mi lugar favorito en todo el centro comercial.
Está oscuro, pero las claraboyas del pasillo me permiten ver lo que hay dentro.
Las cajas están a la izquierda de la entrada, justo donde recuerdo. La cafetería, o lo que
queda de ella, está a la derecha. Hay hileras e hileras de estanterías vacías en el centro
de la tienda y mesas cubiertas de polvo que bordean el pasillo principal.
—Recuerdo que mamá me traía aquí a la hora del cuento cuando era niña —
continúo, hablando más conmigo misma que con Wes—. Tenían un tren ahí detrás, y
unos taburetes que parecían troncos de árbol, y… —jadeo mientras mis ojos suben por
una escalera de madera situada en la esquina izquierda de la tienda, que conduce al
tronco de un roble recortado en forma de nube—. ¡Una casa en el árbol!
Corro por el pasillo principal, buscando señales de vida entre cada fila de
estanterías. Cuando no encuentro nada, salvo basura, agua estancada y algún libro
olvidado, me dirijo a la zona infantil.
Por favor, que no haya nadie ahí arriba. Por favor, Dios. Por favor, déjame tener
esta única cosa...
Extiendo una mano esperanzada para agarrar la escalera, pero Wes se me
adelanta. Tomando los peldaños de dos en dos, sube a la cima y alumbra el refugio de
madera con su linterna de bolsillo. Luego, sin decir nada, la apaga y vuelve a bajar de
un salto, aterrizando frente mí con un elegante golpe.
—¿Y bien?
—Bien, ¿qué? —Su rostro es ilegible, pero el aire a su alrededor está cargado.
—¿Hay algún fugitivo viviendo ahí arriba?
—No. —Wes apoya el codo en la escalera y se inclina sobre mí, haciendo que
incline la cabeza hacia atrás para hacer contacto visual—. Es todo tuyo. 45
—Quieres decir, nuestro —susurro, congelada en el sitio por su gélida mirada.
Wes sacude la cabeza. Lentamente.
El pánico se dispara por mis venas cuando me doy cuenta de lo que está diciendo.
—No te vayas. —Sacudo mi propia cabeza, mucho más rápido, mientras unas
repentinas e incontrolables lágrimas me nublan la vista—. Por favor. Por favor, quédate
aquí conmigo. No puedo hacer esto sin ti, Wes.
—Sí, puedes.
—¡No quiero!
Me subo al último peldaño de la escalera y coloco mis manos sobre los hombros
de Wes, para que estemos frente a frente.
—¿Te acuerdas de ayer? Estábamos así. Yo estaba en la escalera de mi casa del
árbol, y tú en el suelo, y el sol se ponía por allí —Señalo con una mano en dirección a
la brumosa entrada iluminada por el sol—. Y te dije que te amaba y tú dijiste que
también me amabas.
—Pensabas que el mundo estaba a punto de acabarse. —El tono de Wes es
condescendiente y dudoso, pero sus manos en mi cintura me ruegan que le haga creer.
—Tú también lo creías.
—Quise decir lo que dije.
—Yo también, Wes. Todavía lo hago.
Pasan unos segundos mientras dejo que eso se asimile. Wes no dice una palabra.
No mueve un músculo, pero su corazón late tan fuerte que puedo sentir el aire vibrando
en su pecho en ondas sónicas. Sus manos se tensan en torno a mi medio y sus fosas
nasales se abren mientras aspira en silencio.
Casi puedo oír el sonido del hielo al romperse.
Me obligo a sonreír a pesar de estar aterrorizada y subo una mano para acariciar
su mejilla áspera.
—Oye... sí a mí no se me permite enloquecer, a ti tampoco.
Wes asiente tal vez una fracción de centímetro. Es tan sutil que casi me lo pierdo,
pero en ese susurro de movimiento, me deja ver a su verdadero yo. El que tiene tanto
pánico como yo.
—Mira a tu alrededor, cariño. Seguimos siendo tú, yo... y una casa en un árbol.
—Sonrío y hago un gesto por encima de mi cabeza—. Que Carter esté aquí no cambia
nada. No quiero quedarme por él. Sé que eso es lo que piensas, pero te equivocas. Te
quiero a ti. Te amo. ¿No lo ves?
Wes se traga la distancia que nos separa en un solo paso y estrella sus labios
contra los míos. Cuando presiona mi espalda contra la escalera e invade mi boca con
su lengua, saboreo su alivio. Cuando levanta mi muslo sobre su cadera y se balancea
contra mí, siento su desesperación. Y cuando su mano se desliza por mi nuca y me
aprieta el pelo, siento su necesidad.
Este no es un beso de despedida. 46
No puede serlo.
Levanto los brazos y jadeo cuando Wes me quita la sudadera y la camiseta de
tirantes por la cabeza en un solo movimiento. Entonces, me lanzo de nuevo a su boca.
La única vez que me siento realmente viva es cuando beso a este hombre. Es como un
cable vivo: tranquilo y silencioso por fuera, pero una furiosa tormenta eléctrica por
dentro. Con un solo toque, me quedo clavada en el sitio, encendida y ardiendo mientras
su energía me atraviesa. Me revuelve los pensamientos, hace estallar todos mis miedos
y me deja zumbando, vibrando y deseando más.
Wes se despoja de su camisa, su funda y su camiseta. Luego, en cuanto tiene las
manos libres, las busca en mí. Sus ásperas palmas acarician mi piel expuesta y
desgarran la ropa que les impide tocar más. Wes me baja el sujetador de encaje por la
cintura y se deleita con la curva de mi cuello mientras me amasa los pechos doloridos.
Arqueo la espalda y me aferro al peldaño de la escalera por encima de mi cabeza
mientras su suave y cálida boca recorre con besos húmedos mi pecho. Lo único que
puedo hacer es aguantar, paralizada por la corriente de placer que me recorre, mientras
Wes gira, succiona y arrastra su lengua por cada uno de mis apretados y tiernos
pezones.
Coloca uno de mis pies sobre su muslo y hace un rápido trabajo con los cordones
de mis botas. En unos segundos, mis dos botas de montaña se unen al creciente montón
de ropa en el suelo, y las manos de Wes se dirigen directamente a mi cremallera. Voy a
alcanzarlo, pero vuelve a colocar mi mano en el tablón de madera que hay sobre mí.
—No te muevas —gruñe, bajándome los jeans y las bragas por los muslos—. Te
quiero así.
Una vez que estoy completamente desnuda, Wes da un paso atrás y me admira.
Estirada en la escalera. Con los brazos en alto. La espalda arqueada. Los pechos
mojados por su boca y agitándose con cada una de mis respiraciones.
Incluso en la oscuridad de la librería y tras esa cortina de cabello castaño, veo el
momento en que sus ojos se oscurecen. Un escalofrío me recorre la espalda cuando Wes
se lame el labio inferior y se desabrocha los jeans. Trago saliva cuando sus pulgares se
enganchan en la cintura, empujando su pantalón y bóxer hacia abajo lo suficiente para
liberarse, y siento que mi corazón se hunde cuando su mano envuelve su dura polla.
Quería hacer el amor con Wes.
Pero parece que el Rey del Hielo acaba de ocupar su lugar.
Los ojos de Wes no se encuentran con los míos mientras se acerca a mí. Se
detienen en mi cuerpo mientras acaricia su longitud. Aunque se me rompe el corazón,
un calor resbaladizo se cuela entre mis muslos mientras mi espalda se arquea hacia su
fantasma. Aceptaré a este hombre como sea, aunque la versión que obtenga no sea la
suya.
—Mierda —sisea Wes, bajando sus manos por mis costados, por encima de mis
caderas y alrededor para apretar mi culo.
Wes me separa mientras tira de mi cuerpo hacia él, guiando su grosor hacia el
resbaladizo lío entre mis muslos. Gime, apartando mis caderas de él y tirando de ellas
hacia atrás. Me aferro a la escalera con ambas manos mientras él arrastra su suave 47
carne entre mis pliegues. Su cabeza está inclinada mientras se ve desaparecer entre mis
muslos.
No me mira.
Ni siquiera me mira.
—Wes —chillo, con la voz quebrada por la necesidad.
Sus ojos se encuentran con los míos, ablandados por la sorpresa, y capto un
destello del hombre que lleva dentro. Extiendo una mano y le sujeto la mandíbula para
que no pueda apartar la mirada.
—Quédate conmigo —le ruego, mis ojos van y vienen entre los suyos. Espero que
me escuche. Espero que sienta todas las formas en las que quiero decir esas palabras.
Enganchando mi muslo a su cadera, Wes presiona su punta contra mi cuerpo.
Parpadea, pero no aparta la mirada mientras me llena lentamente. Sus ojos verde pálido
son una mezcla torturada de agonía y éxtasis cuando se clavan en los míos, pero son
sinceros y abiertos, y por una vez, hacen lo que yo digo.
Se quedan.
Los músculos de la mandíbula de Wes se flexionan bajo las yemas de mis dedos
cuando nos colocamos en su sitio y por un momento, estamos tan cerca como pueden
estarlo dos personas. La intensidad de esa mirada es paralizante. La sensación de su
piel desnuda contra la mía es embriagadora. El calor de su aliento, los latidos de su
corazón y la necesidad palpitante donde estamos unidos son abrumadores.
Entonces, cierra los ojos.
Se retira.
Y cuando vuelve a empujar hacia delante, no es dulce y lento.
Es duro y frío.
Las yemas de los dedos de Wes muerden mi muslo, manteniéndome en su sitio
mientras sus caderas avanzan con movimientos profundos, puntuales y violentos. Me
folla como si me apuñalara. Como si intentara librarse de su dolor enterrándolo en mi
carne.
Entonces, me aferro al peldaño de madera sobre mi cabeza y lo tomo. Todo.
Porque el dolor de Wes sigue siendo mejor que el mío.
Sus cejas se arrugan y sus labios se separan. Y todo lo que quiero hacer es que
desaparezca lo que sea que esté sintiendo. Así que me inclino hacia delante y hago lo
único que queda por hacer. Le doy un beso en sus labios perfectos.
Wes se queda quieto por un momento. Luego, rodea mi cuerpo con sus brazos
con tanta fuerza que apenas puedo respirar. Devora mi boca, tomando todo lo que tengo
para dar mientras me llena hasta el límite.
Rodeo su cuello con mis brazos y envuelvo la pierna derecha en su cintura para
apoyarme mientras él se restriega contra mi carne hipersensibilizada. Me he equivocado
antes. Esto es lo más cerca que pueden estar dos personas.
Wes no me está mostrando su rostro valiente o su rostro protector. No me está
mostrando su rostro en absoluto. 48
Me está mostrando su miedo.
En el momento en que lo siento hincharse y sacudirse dentro de mí, mi cuerpo
detona, contrayéndose alrededor de él repentina y violentamente. Gimo en su boca con
cada oleada de placer y me trago sus silenciosos gemidos de dolor.
No se retira, no rompe nuestra conexión. Me abraza y me besa hasta que vuelve
a hacerme el amor, y me invade una enfermiza sensación de déjà vu.
Así es exactamente como me hizo el amor ayer en mi casa del árbol:
apasionadamente, sin parar, como si fuera nuestra última noche en la tierra.
No creí que fuera un beso de despedida, pero quizá me equivoqué.
Porque la última vez que Wes intentó despedirse de mí, se sintió exactamente así.
E stá oscuro como la noche en la casa del árbol, pero no necesito luz para
ver a Rain. Ella jodidamente resplandece. El borde romo de su cabello
negro, la línea recta de su nariz, las curvas de su cuerpo y la superposición
de sus brazos sobre el pecho. Puedo ver cada una de sus curvas con perfecto detalle.
Estoy jodidamente obsesionado.
Por eso tengo que irme ahora mismo.
Coloco la ropa de Rain sobre su cuerpo desnudo y dormido, meto la sudadera
bajo su cabeza y le pongo la navaja en su pequeño puño. La agarra y la acerca mientras 49
la beso en la frente por última vez. Dejo que mis labios se queden, inhalando el olor a
vainilla que se desvanece en su piel sólo para torturarme. Luego, salgo de la casa del
árbol con un lazo de emoción enredado en mi cuello.
Vete antes de que te dejen nunca ha dolido malditamente tanto.
Tengo que salir de aquí antes de hacer algo estúpido, como cambiar de opinión.
No podré volver a respirar hasta que este lugar sea un parpadeo en mi retrovisor, junto
con la chica que casi me atrapa. Engáñame una vez, qué vergüenza. Haz esa mierda
trece veces más y adivina qué. Soy jodidamente a prueba de tontos.
Me vuelvo a poner la ropa, compruebo que aún tengo la llave de la Ninja en el
bolsillo y busco la mochila.
Maldita sea.
Salgo de la librería a toda prisa e intento concentrarme en lo asqueroso que es
este lugar en vez de en el creciente agujero negro que tengo en el pecho. El suelo está
cubierto de basura, polvo y de baldosas agrietadas entre las que crece la maleza. Las
paredes están cubiertas de grafitis y de pollas dibujadas de mala manera. Y puedo oír a
las putas ranas croando en algún lugar del atrio.
Ranas.
Giro a la izquierda en la fuente de Petri y me dirijo directamente a la tienda de
esmoquin.
La mochila de Rain está sobre el mostrador, justo donde la dejó, así que abro la
cremallera y rebusco lo que necesito. Sólo voy a llevar mis antibióticos, unas cuantas
vendas, quizá una o dos barritas de proteínas y una botella de agua. El resto lo
encontraré cuando vuelva a la ciudad. Meto las pastillas en mi bolsillo y me meto en la
boca un bloque beige de comida, sin molestarme en probarlo mientras busco las botellas
de agua. Cuando las encuentro, ambas están vacías.
No importa. Encontraré una casa con una manguera de jardín en mi...
El sonido de gemidos y toses detrás del mostrador dispersa mis pensamientos.
No mires. Él no es tu problema. Es el mismo tipo que te apuntó con un rifle en la
ferretería, ¿recuerdas? Que se joda.
De todos modos, miro.
Que me jodan.
Los ojos oscuros de Quint están muy abiertos y su pecho se agita como si acabara
de correr una maratón. Intenta incorporarse, hace una mueca de dolor y cae al suelo
mientras su mano vuela para tocarse el cuello.
—¡No! —Salto sobre el mostrador y le agarro la muñeca antes de que se haga
daño.
Su hermano está sentado a su lado, desmayado y con la cabeza apoyada en los
armarios de la caja.
Los ojos desorbitados de Quint se fijan en los míos.
—Estás bien, hombre —digo, colocando su mano en el pecho, pero desde esta
cercanía, puedo ver que definitivamente no está jodidamente bien. 50
Su piel está caliente al tacto y cubierta de gotas de sudor. Sus labios están
agrietados y pálidos. Su camisa está empapada. Y un hilillo de sangre se filtra del
vendaje con cada pulso de pánico de su yugular.
Quint abre la boca para intentar preguntarme algo, pero vuelve a hacer una
mueca de dolor cuando el vidrio se desplaza por el movimiento.
Miro a Lamar y me debato entre despertarlo o no, pero el chico lleva veinticuatro
horas de guardia desde que llegamos y le vendría bien dormir.
—No intentes hablar, ¿está bien? Tuviste un accidente. No pudimos llevarte de
vuelta a Franklin Springs, así que te trajimos al centro comercial Pritchard Park. Ahora
mismo, estás en el antiguo Savvi Formalwear. Eso es bastante genial, ¿verdad?
Quint intenta sonreír, pero se estremece y se muerde el labio inferior por el dolor.
Mierda.
—Tienes algunos cristales en el cuello, hombre, pero Rain te ha vendado. Vendrá
a ver cómo estás en un momento, ¿de acuerdo?
Quint me agarra de la muñeca y me mira con ojos del color de mi frío y muerto
corazón.
—¿Estoy...? —susurra, haciendo una pausa para aspirar y hacer una mueca de
dolor.
—Claro que no —miento—. Ni siquiera lo digas. Vas a estar bien.
Quint aprieta los ojos y los dientes mientras su rostro se arruga. Un sonido agudo
y quejumbroso sale de algún lugar profundo de su cuerpo, y no puedo soportarlo más.
—Te vas a poner bien —digo con más fuerza, pero no sé a quién quiero convencer:
a mí o a Quint—. ¿Quieres agua? Voy a traerte agua.
Me levanto y recojo las botellas vacías de camino a la puerta.
Que.
Se.
Joda.
Este.
Lugar.
Tengo que concentrarme en no aplastar las botellas de plástico en mis puños
mientras piso hacia el patio de comidas.
Que.
Se.
Joda.
Esta.
Gente.
Una rana de culo gordo salta desde el borde de la fuente al agua turbia y mucosa
del interior cuando paso.
51
Suministros.
Refugio.
Autodefensa.
Pateo una baldosa rota.
Le doy a este hijo de puta un poco de agua.
Luego, me voy a la mierda de aquí.
Nada más entrar en el patio de comidas, me fijo en la zorra de la mesa del fondo.
Q. Ella y el resto de sus secuaces siguen celebrando el fin de la civilización. Unos
cuantos inadaptados tatuados con partes de la cabeza afeitadas al azar juegan a las
cartas y toman chupitos de una botella de tequila de baja gama. Un frijolero con una
chaqueta de jean con las mangas cortadas está tocando un maldito acordeón mientras
un tipo corpulento y barbudo con un par de overoles sin lavar toca el banjo. Unos
cuantos adolescentes malhumorados están reunidos alrededor de un celular, dándose
codazos como si estuvieran viendo porno, y Q está recostada en una silla de plástico,
fumando un porro, con un par de botas negras de motociclista rotas apoyadas en la
mesa y sus pantalones negros de hombre cortados por las rodillas.
Malditos idiotas.
—Bueno, bueno, bueno —tose Q, conteniendo el humo en sus pulmones—. Si es
nuestro nuevo compañero de habitación, Hawaii Cinco-0. Todo el mundo diga: “Hola,
Hawaii Cinco-0.”
—Hola, Hawaii Cinco-0 —dice el clan sin levantar la mirada.
—¿Dónde está el luau? —Exhala y pasa el porro a su derecha.
Quiero ladrarle que no tengo tiempo para sus idioteces, pero sonrío a pesar de mi
rabia y levanto las botellas de agua vacías.
—¿Sabes dónde puedo llenarlas?
Q tiene un brillo maligno en sus ojos color gangrena y se sienta hacia adelante.
Deja caer los pies al suelo y se sienta con las piernas abiertas, como un tipo.
—El agua es sólo para los empleados, surfista. —Q me mira de arriba abajo. Sus
cejas y pestañas son gruesas y oscuras. Sus rastas de color marrón-verdoso-amarillento
están volteadas sobre la parte superior de su cabeza, derramándose sobre un hombro y
terminando en algún lugar por debajo de las tetas llenas que está escondiendo debajo
de esa camiseta holgada. Y el aro dorado de su nariz brilla a la luz mientras sonríe,
decidiendo que le gusta lo que ve.
No necesito esta mierda.
—¿Sabes qué? Lo encontraré en otro lugar. Gracias.
Me doy la vuelta para irme, pero el sonido de la silla de plástico de Q raspando el
suelo me detiene en seco.
—Espera.
La miro por encima del hombro con mi cara de no estoy interesado en tus
estupideces bien puesta.
52
—Vamos a hacer una pequeña excursión. Quiero enseñarte algo.
—No tengo tiempo para...
—Escucha, hijo de puta. Te dejé quedarte en mi castillo anoche. Te di mi
protección contra los Bonys. Te di de comer, maldita sea. Puedes darme cinco minutos.
Tiene razón. Puede que no me guste esta perra, pero ahora mismo, es el mejor
recurso que tengo.
—Bien. Cinco.
—Lo siento. Creo que lo que querías decir es: “Gracias, Majestad”. —Q se levanta
y se pasa las rastas por encima del hombro con un dramático movimiento de su mano.
—Gracias —murmuro mientras Q se da la vuelta y se aleja de la mesa,
haciéndome un gesto para que la siga con un movimiento de sus largas uñas.
—Vamos a tener que trabajar en esa última parte —se ríe por encima de su
hombro.
Siento los ojos de todo el mundo en el patio de comidas sobre mi espalda mientras
cruzamos la sala y pasamos por una media puerta giratoria junto a uno de los
mostradores de comida rápida.
—¿Has visto alguna vez Charlie y la Fábrica de Chocolate, surfista?
—Eh, sí. ¿Por qué? —murmuro mientras giramos por una serie de pasillos flacos
y sin luz detrás de las cocinas de los restaurantes.
Q tira del pestillo de una pesada puerta metálica y la abre de un tirón, dejando
al descubierto unas escaleras metálicas.
—Porque estoy a punto de mostrarte la versión del 23 de abril. —Q sonríe y me
hace un gesto para que suba las escaleras primero.
A la mierda. Aquí vamos, a la madriguera del conejo.
No puedo ver una mierda en el hueco de la escalera, pero después de lo que
encontré en la parte superior de la última escalera oscura que subí, estoy bastante
seguro de que lo que estoy a punto de ver no podría ser peor. Cuando llego al rellano de
arriba, extiendo las manos delante de mí y siento la superficie lisa de una puerta
metálica.
—Ábrela —dice Q detrás de mí, así que encuentro el pomo y le doy un empujón.
Cuando la puerta se abre, el sol me da una bofetada tan fuerte que casi me ciega.
Levanto el antebrazo para protegerme los ojos y Q se ríe detrás de mí.
—Sigue.
Salgo al tejado y lo primero que percibo es el sonido de los pájaros cacareando...
justo antes de que algo enorme pase aleteando cerca de mi rostro.
—¿Qué mierda? —Suelto la mano y entrecierro los ojos en la dirección que ha
tomado, encontrando una jodida gallina voladora que aterriza en el tejado de una casita
de plástico rodeada de alambre para pollos.
Al menos otras seis gallinas de culo gordo están dentro del improvisado gallinero,
mirándome con ojos anaranjados. 53
—Ésa es Idiota. —Q señala con la cabeza la bola de plumas que casi me arranca
la cabeza—. La dejamos salir durante el día porque... bueno, es una jodida idiota si no
lo hacemos.
Miro alrededor con incredulidad. Q tenía razón. Este lugar es una locura. Tienen
hileras e hileras de barriles de plástico azul para la lluvia, docenas de contenedores;
desde lavadoras viejas hasta neumáticos, repletos de frutas y verduras, algunas de las
plantas de maceta más grandes que he visto nunca, y más allá de la chatarra de un
jardín hay una piscina inflable gigante rodeada de muebles de patio desparejados.
—¿Tú hiciste todo esto? —pregunto, tratando de ignorar el pollo que me mira en
mi visión periférica.
—No, claro que no —resopla, arrugando la nariz—. Te lo dije, soy la reina aquí
arriba. Yo no hago una mierda. Mi gente hizo todo esto. —Q extiende la mano sobre su
dominio mientras se gira y camina por el sendero que separa la zona de recogida de
agua del jardín.
—¿De dónde sacaste todo esto? —pregunto, siguiéndola unos metros detrás de
ella.
Q encoge sus hombros.
—De Walmart.
Resoplo una carcajada cuando se detiene junto a una estufa de propano para
acampar junto a los barriles de agua.
—Lysol solía escabullirse por allí con un par de alicates cada pocos días para
robar mierda de la sección de césped y jardín. Opie solía robar pollos, herramientas y
mierda de una granja en algún lugar de por aquí. Y Cara de Pizza sacó esa piscina del
patio de algún niño.
—¿Esos son tus exploradores?
—Lo eran. Hasta que aparecieron los Bonys. —Algo pasa por el rostro de Q antes
de chasquear los dedos hacia la tetera que está encima de la estufa de un solo
quemador—. Tienes que hervir esa mierda antes de beberla...
—Pensé que habías dicho que el agua era para los empleados.
—Por eso te traje aquí, surfista. —Q señala a lo lejos—. ¿Ves esa farmacia, a unas
dos manzanas? Los Bonys ya entraron en ella, pero sé que debe quedar algo bueno.
Revísala por mí; te daré toda el agua que puedas beber. Tráeme algunos tampones y
papel higiénico... —Los ojos felinos de Q se desvían hacia el sur mientras la esquina de
una ceja angulada se arrastra hacia el norte—. Seré tu mejor amiga.
Abro la boca para decirle que no me voy a quedar, pero algo de lo que dijo me
hace morderme la lengua.
Hay una farmacia.
Justo al otro lado de la puta calle.
Suspiro y restriego una mano sobre mi rostro.
—Bien. Pero voy a necesitar esa agua por adelantado. 54
D os cuadras.
Coloco la mochila vacía de Rain sobre mi hombro bueno y
empujo la puerta de salida. Puede que sea un idiota, pero ni siquiera
yo puedo dejar que un tipo muera en el suelo de un centro comercial
abandonado sin al menos comprobar primero si hay medicamentos en la farmacia de la
calle.
Dios, será mejor que estés mirando. Me merezco un serio crédito extra por esta
mierda. 55
El sol ya empieza a deslizarse detrás de los pinos junto a la rampa de salida, así
que acelero el paso mientras atravieso el estacionamiento. Escucho el sonido de las
motos, los disparos, los ladridos de los perros, cualquier cosa, pero hay un silencio
espeluznante. En la carretera frente al centro comercial circulan algunos vehículos, pero
están quietos y silenciosos. En lugar de motores y bocinas de autos, lo único que oigo
son pájaros y cristales rotos bajo mis pies.
Esto parece un páramo urbano. Suena como una maldita reserva natural. Y, por
un momento, siento que realmente soy el último imbécil de la tierra.
Esto es exactamente como me imaginaba el 24 de abril. Sin gente. Sin alquiler.
Sin debate sobre si quedarse o irse de alguien o de algún lugar. Sólo yo y la mierda de
la tierra.
Sólo que, en mi cabeza, se sentía mucho mejor que esto.
Paso por encima de una sección de la valla de alambre aplastada y miro la calle
en ambas direcciones. La farmacia está tan cerca que podría llegar allí en unos dos
minutos si me ciñera a la carretera, pero teniendo en cuenta que el último cabrón que
vi caminar por esta carretera sigue tirado en ella a unos cincuenta metros, decido cruzar
la calle y caminar detrás de un centro comercial.
Desenfundo mi pistola mientras me deslizo por el lateral del edificio de ladrillo,
con cuidado de que la grava no cruja demasiado bajo mis botas. Cuanto más me alejo
de la calle, peor es el olor. Lo descarto como otro contenedor de basura desbordado,
hasta que lo reconozco.
Es el mismo olor que tenía la casa de Rain cuando encontré a sus padres.
El estómago se me revuelve y el corazón se me acelera cuando respiro y echo un
vistazo a la esquina del edificio.
Sí.
Hay un cadáver ahí detrás.
Un cadáver masticado por una jauría de jodidos perros.
Ahogo una arcada, pero el ruido en el fondo de mi garganta no pasa
desapercibido. Una cabeza asoma de la jauría. Luego, otra. Y otra más. Para cuando
suena el primer ladrido, ya estoy en plena carrera y a medio camino del contenedor de
basura que hay detrás del edificio. Me agarro al borde superior y me subo mientras una
docena de perros sarnosos descienden sobre mí. Menos mal que la tapa estaba cerrada.
Los perros ladran, gruñen y raspan con sus garras los lados de la caja metálica sobre
la que estoy mientras recupero el aliento e intento no mirar el cadáver que está en el
suelo a unos metros de distancia.
Piensa, hijo de puta.
Miro a la derecha. La farmacia está al lado del centro comercial, separada por un
estacionamiento, pero está demasiado lejos para salir corriendo. No tengo comida (vacié
la mochila antes de salir para que me cupieran más provisiones dentro de ella) y no voy
a disparar a un grupo de Golden retrievers y labradores.
Uno de los perros aúlla y se quita de encima a un perro más pequeño.
Mierda, ahora están intentando escalar el uno al otro.
Escalar... 56
Contengo la respiración mientras miro a lo largo del edificio. Luego, exhalo
cuando veo lo que estoy buscando.
Una escalera de incendios.
Sin embargo, la escalera está a unos doce metros de distancia.
Más aullidos y gruñidos estallan abajo mientras intento averiguar cómo distraer
a estos tipos el tiempo suficiente para llegar a la acera. La mitad de ellos todavía tienen
los collares puestos, así que sé que no han sido salvajes durante mucho tiempo. Apuesto
a que, si tuviera una pelota de tenis, la mayoría de ellos todavía la perseguiría.
No son depredadores; sólo están jodidamente hambrientos.
Una brisa sopla por el callejón detrás del centro comercial, haciendo que se
intensifique el hedor a muerte y a lo que sea que se esté descomponiendo en el
contenedor. Me tapo la nariz y la boca con la camisa, tratando de no vomitar, cuando
mis ojos se posan en un cartel junto a una de las puertas metálicas de atrás.
Panadería Parkside.
Panadería.
¡Comida!
Antes de que termine de formular mi plan, me arrodillo, meto la mano en la sopa
de perro que hay debajo de mí, agarro el pomo de la puerta lateral corredera del
contenedor y abro de un tirón la maldita puerta.
Los cabrones se vuelven locos, arañando, saltando y trepando unos sobre otros
para intentar entrar. Retiro la mano justo en el momento en que un terrier Jack Russell
con los dientes rechinando llega a la cima de la pila de perros. Se abalanza sobre una
bolsa de papel justo dentro de la puerta abierta y la rompe con un violento movimiento
de cabeza. No espero a ver lo que cae. Sea lo que sea, es suficiente para mantenerlos
distraídos mientras salto al suelo y salgo hacia la escalera.
Aprieto los dientes y trato de no mirar el cuerpo maltrecho en el suelo mientras
paso corriendo por delante de él, pero la visión de las rastas moradas en mi visión
periférica me dice más de lo que quería saber.
No soy el primer explorador que Q envía a esta misión.
La bilis sube por mi garganta, pero la empujo hacia abajo y corro con más fuerza.
Cuando consigo llegar a la escalera sin que me persigan, decido seguir corriendo. No me
detengo a mirar a ambos lados antes de cruzar el estacionamiento entre el centro
comercial y la farmacia, y no reduzco la maldita velocidad. Se acabó el ser precavido.
He terminado con todo este maldito día. Sólo quiero entrar, salir y largarme de Pritchard
Park para siempre.
Desenfundo mi pistola y me agacho a través de la puerta corredera de cristal rota.
Normalmente, me pondría de puntillas por si hubiera alguien dentro, pero
sinceramente, espero que haya alguien dentro. Hay una rabia dentro de mí que no me
importaría desatar sobre un esqueleto de Day-Glo ahora mismo.
Que se joda Quint por salir herido.
Que se joda Carter por tener pulso.
57
Que se jodan los imbéciles de Salud Mundial por hacernos esto.
Que se joda Q por enviarme a esta maldita ruta de la muerte.
Que se joda Rain por hacerme querer creer en una mierda que la historia ha
demostrado que nunca existirá para mí.
—¡Si hay alguien aquí, que salga de una puta vez! —gruño, barriendo mi cabeza
de izquierda a derecha. El lugar queda en silencio—. ¡Tienes tres segundos para
mostrarte, o te dispararé en cuanto te vea!
Cuando no oigo nada, salvo la sangre que me corre por los oídos debido a la
carrera y mi ira desatada, hago un rápido repaso de lo que queda en la tienda. La caja
ha sido saqueada. No queda ni un solo paquete de cigarrillos, ni un chocolate, ni una
bolsa de papas fritas en los estantes, pero el resto de la tienda está prácticamente igual.
Supongo que el maquillaje y las tarjetas de felicitación no son exactamente una
prioridad cuando crees que el mundo está a punto de acabarse.
La farmacia está en la esquina trasera, más allá de toda la mierda de la tienda,
así que abro la mochila y me dirijo a los pasillos, echando mierda por el camino.
Tampones, pasta de dientes, shampoo, desinfectante de manos, barritas de proteínas,
mantequilla de cacahuete... No puedo creer que todo esto siga aquí. En Franklin
Springs, este lugar habría sido tomado por matones hace semanas.
Oh, mierda.
La realización me detiene en mis pasos y luego me envía a correr más allá de todo
lo demás en la tienda y la inmersión en el mostrador de la farmacia.
Los Bonys probablemente tenían a los tipos apostados aquí las veinticuatro horas
del día... hasta ayer. Pensaban que el mundo se iba a acabar como todo el mundo, así
que estaban fuera, fastidiando y matando peatones por diversión. Yo los vi. Pero cuando
por fin se sacuden la resaca y se dan cuenta de que el mundo no se acabó y que todo
fue un engaño...
El estruendo de los motores de las motocicletas en la distancia me anima
mientras examino las etiquetas de una fila tras otra de botellas blancas idénticas con
incomprensibles palabras en latín impresas en ellas.
¡Maldita sea!
No sé qué significa todo esto. De niño, nadie me llevó al médico. Las únicas drogas
que conozco son las que tienen valor en la calle, y por supuesto, esas hace tiempo que
desaparecieron.
Rain sabría qué buscar.
Rain.
Abro la bolsa delantera de su mochila y leo la etiqueta de las pastillas que se llevó
de la casa de Carter para mi herida de bala.
KEFLEX (cefalexina) Cápsulas, 250 mg
Beso la etiqueta y dejo caer el frasco casi vacío de nuevo en la bolsa. El rugido de
los motores se hace más fuerte mientras busco en las estanterías cualquier cosa que
empiece por K.
58
¡Olvídate de los medicamentos! ¡Corre, idiota!
Epinefrina... flurazepam...
¡Vete! ¡Ahora!
Glucophage ... hidralazina ...
¿Qué estás haciendo? ¿Crees que el chico Quint estaría aquí arriba, buscando
medicinas para ti ahora mismo? ¡Corre, maldita sea!
Keppra… no. Mierda. Demasiado lejos... ¡Keflex!
En el momento en que mis dedos rozan el frasco de quinientos antibióticos, el
crujido de los cristales rotos bajo los tacones de las botas me hace permanecer en el
sitio.
—¡Argh! —gruñe una voz profunda justo antes de que el sonido de algo siendo
destrozado resuene en el alto techo—. ¡Se han llevado todos los malditos cigarrillos!
Me agacho en el suelo entre dos estantes de la farmacia cuando un segundo par
de pies entra crujiendo en la tienda.
—Ah, hombre —dice una voz más joven, en voz tan baja que apenas puedo oírla—
. Se han llevado todos los Mr. Goodbars.
—¡Que se jodan los Mr. Goodbar! —grita el imbécil mayor, seguido del sonido de
los envases de cartón huecos cayendo al suelo—. Si no me encuentras un cigarrillo, una
taza de café y algo para esta maldita migraña en los próximos cinco minutos, te voy a
dar una paliza, chico.
—Yo…
—¡Cuatro minutos!
—Está bien.
Abro la mochila, diente por diente de plástico y deslizo el frasco de Keflex lo más
silenciosamente posible.
—Voy a buscar una cafetera en la sala de descanso —gruñe el imbécil mayor—.
Si alguien intenta entrar por esa puerta... dispárenle.
Mierda.
Miro a mi alrededor, tratando frenéticamente de encontrar un lugar mejor para
esconderme. Las estanterías de medicamentos están perpendiculares al mostrador de
la farmacia, así que, aunque esté agachado, cualquiera que pase por allí podría verme.
El único lugar seguro sería debajo del mostrador, pero con toda la mierda que hay en
esta mochila, no hay manera de que pueda llegar hasta allí sin hacer ruido.
Así que hago lo único que puedo: rodear con las dos manos la suave empuñadura
de madera de la Magnum 44 del padre de Rain y rezar una oración silenciosa a mi nuevo
amigo, Dios.
—¡Oye, Vipe, encontré un cartón de Virginia Slims!
—¡No estoy fumando ninguna Vagina Slims! —La voz del imbécil es mucho más
fuerte que antes.
Más cerca.
59
Cada músculo de mi cuerpo se tensa, incluido el dedo del gatillo, cuando el viejo
bastardo se acerca. Lleva el cabello canoso y escaso recogido en una coleta baja. Su piel
curtida está marcada de viruela y quemada por el sol. Su barriga cervecera sobresale
un pie delante de él y su chaqueta negra de motero ha sido pintada con spray con rayas
de color naranja neón que recuerdan a los huesos de un esqueleto.
Se detiene justo delante del mostrador y mi dedo se aprieta alrededor del gatillo.
Pero no me ve. En su lugar, me da la espalda y saca un frasco de Excedrin de la
estantería situada frente al mostrador de la farmacia.
—Tal vez debería llevarme algo de Vagisil para ese coño tuyo mientras estoy aquí.
—Tose y ríe en su puño mientras miro fijamente el cañón de mi pistola, apuntando
directamente a su calva.
El corazón me late con tanta fuerza que puedo sentir el pulso de cada vena y su
hinchazón al forzar la sangre en mis músculos. Conozco esta sensación. Así es
exactamente como me sentía cada noche, tumbado en una cama desconocida, aferrado
a cualquier arma que hubiera guardado bajo la almohada, esperando a que algún otro
pedazo de mierda calvo y borracho de cerveza viniera a buscarme.
El hinchado Bony destapa el frasco de Excedrin y se echa unos cuantos a la boca
antes de girar la cabeza hacia algo fuera de mi vista.
—¿Qué haces, chico?
—Sólo voy a tomar algunos medicamentos para la alergia. Este polen me está
matando.
—¿El polen te está matando?
El viejo resacoso sacude la cabeza y sé lo que viene a continuación antes de que
ocurra. Va a llamar a ese chico una pequeña zorra y le va a tirar la botella de Excedrin.
Gira la cabeza hacia un lado, así que le apunto a la sien.
—¿El polen te está matando? —Levanta la voz, echa el brazo hacia atrás y deja
volar los analgésicos. Oigo cómo rebotan en algo antes de caer al suelo con un
traqueteo—. ¿Cómo carajo terminé con una toallita para el coño como hijo? Debería
haberte puesto una almohada en la cara el día que tu madre te cagó.
Mis dedos se tensan en torno a la pistola que tengo en las manos; ojalá fuera el
cuello de ese hijo de puta.
—Lo siento, señor —murmura el chico.
—¡Quítate de mi vista! —grita el imbécil, señalando con la mano en dirección a la
farmacia.
Mierda.
Aunque hay unos tres pasillos de medicamentos entre la puerta de la farmacia y
yo, son estanterías abiertas. Puedo verlo todo. Veo el pomo de la puerta girar lentamente
hacia abajo. Veo que la puerta se abre con un chirrido. Veo los jeans rotos, la sudadera
con capucha de esqueleto negro y naranja y el cabello desgreñado de un chico que no
puede tener más de catorce años.
Su postura es encorvada, como si quisiera acurrucarse sobre sí mismo hasta
desaparecer, y está demasiado ocupado mirando al suelo como para fijarse en el hombre
que se esconde a plena vista a tres metros de distancia. 60
Algo en la estantería que tiene delante llama su atención y se inclina aún más
para tomar una pequeña caja morada del estante.
Zyrtec. Malditas gracias.
Tómalo y vete. Tómalo... y...
Los ojos del chico se levantan de repente, como si hubiera hablado en voz alta y
se fijan directamente en los míos.
Bueno, uno de ellos lo hace.
El otro está hinchado y negro como el infierno.
Su ojo bueno se abre de par en par cuando se posa en mi pistola, así que la bajo
rápidamente y me llevo un dedo a los labios.
Por favor, no me hagas disparar, chico. Por el amor de Dios...
El chico se eriza, pero no por mí. Por el sonido de los pasos en el pasillo detrás
de él.
—Oye, pequeño chupavergas... —Papito Querido aparece en la puerta, y puedo
oler el licor de anoche en él desde aquí—. Encontré una cafetera en la parte de atrás...
Sus ojos brillantes e inyectados en sangre pasan de su hijo acobardado a lo que
sea (o a quien sea) que el chico esté mirando, y en el momento en que se posan en mí,
me pongo en pie. Con la mochila en una mano y la pistola en la otra, corro hacia el
mostrador con la esperanza de despejarlo antes de que el bastardo pueda dispararme,
pero el sonido de la piel al chocar me detiene en seco.
El hombre grita algunos improperios al chico, pero no los oigo. Lo único que oigo
es ese revés. Resuena en mi mandíbula, como la primera vez que me golpearon en la
boca. El escozor del dolor, seguido del ardor de la humillación.
Palabras como: “Dispárale, estúpido” y “Dame esa puta pistola. Yo lo haré”, se
deslizan por mi espalda y aterrizan en el suelo en un montón de sílabas sin sentido
mientras me doy la vuelta y me enfrento a todos los hijos de puta que me han puesto
las manos encima, todo en uno.
La rabia que se ha ido acumulando en mi interior durante todo el día se siente
como una pequeña cerilla... que acaba de caer en un bidón de gasolina.
Renuncio a todo el control de mi cuerpo; lo entrego voluntariamente y observo
como un espectador cómo cargo directamente hacia ese pedazo de mierda. Sus ojos de
roedor se abren de par en par en estado de shock justo antes de que mi hombro se
estrelle contra su puta barriga hinchada, haciéndole retroceder hasta la pared.
Los ruidos llegan primero a mi cerebro: algo de plástico cayendo al suelo, botas
arrastrando los pies sobre el sucio suelo, el sordo golpe de los nudillos contra los
dientes, el melódico repiqueteo de esos dientes contra las baldosas y luego empiezan a
llegar las sensaciones físicas. El torrente de adrenalina que recorre mi torrente
sanguíneo, el dolor crujiente de mi mano derecha cada vez que choca con su rostro, la
deliciosa tensión de los músculos de mi brazo izquierdo mientras lucho por mantenerlo
erguido contra la pared. Vagamente, registro sus brazos agitados, sus sucios dedos
intentando golpear y pinchar cualquier parte de mí que pueda alcanzar, pero no puede 61
hacerme daño.
Nadie puede.
Nadie puede, ya no.
Un nuevo sonido se eleva por encima del golpeteo de la sangre en mis oídos, y me
devuelve a la realidad como un balde de agua fría.
Es una voz pequeña y quebradiza que me exige en un tono poco convincente:
—Apártate.
Mierda. El chico.
Suelto a su viejo y doy un paso atrás con las manos en alto mientras el cuerpo
inerte del cabrón se desliza por la pared.
—Retrocede —dice de nuevo, apuntándome con una 32 con manos temblorosas.
Hago lo que me dijo, mis nudillos gritando de dolor y mi pecho expandiéndose
violentamente con cada respiración que aspiro.
—Ya era hora, pedazo de mierda —dice el viejo a través de la pulpa carnosa que
solían ser sus labios. Sus ojos están hinchados como una papilla. Un río de sangre corre
desde su nariz rota por la boca y la barbilla. Y cuando gira la cabeza hacia el chico,
gesticula: Dispárale, estúpido... pero no tiene oportunidad de terminar su orden.
Una bala por encima de su ojo derecho le hace callar para siempre.
Me estremezco cuando la explosión resuena a mi alrededor. Me doy la vuelta con
las manos aún levantadas y miro al creador del cadáver. Su postura es más alta, su ojo
bueno se estrecha con determinación.
No me mira cuando baja el arma y no me habla cuando dice; no, declara:
—No. Soy. Estúpido.
El calor del momento pasa de ser cargado y frenético a ser sofocante y pesado.
Este es el mundo en el que vivimos ahora.
No hay trabajadores sociales que vengan a ayudar a este chico.
Ningún Departamento de Servicios para la Infancia y la Familia.
Ni policías ni jueces ni abogados de familia iban a luchar por él.
Y tampoco vendrá ninguno a investigar la escena del crimen.
Este es el nuevo sistema de justicia.
Y ahora mismo, me da miedo preguntarme cuál es mejor.
El chico por fin me mira, la sorpresa da paso a la vergüenza mientras espera mi
juicio, pero no tengo nada que darle.
En lugar de eso, recojo mi mochila, el dolor me recorre casi todos los músculos,
nudillos y costillas de mi cuerpo y me dirijo hacia él para salir por la puerta.
Me detengo justo antes de pasar y pongo una mano vacilante en el hombro
tembloroso del chico.
—Que se jodan —escupo, con los ojos fijos en el pasillo vacío más allá de la puerta
62
y en la vida vacía que me espera más allá—. Diles que se jodan y sobrevive de todos
modos.
25 de abril

M
e despierto de una noche sin sueños, sólo para encontrarme en una
pesadilla a oscuras.
Cuando me incorporo y parpadeo en la oscuridad de la casa
del árbol, mi camisa se desprende de mi pecho desnudo y cae en mi
regazo. Me duele mucho la cadera derecha por estar tumbada en el suelo de madera.
Me froto distraídamente mientras espero a que mis ojos se adapten a la oscuridad. Debo
haber dormido toda la tarde y la noche. Ya no hay ni una pizca de luz diurna que se 63
filtre desde el pasillo.
Pero no necesito la luz para saber que Wes se ha ido.
Puedo sentirlo.
Su calor, su olor, su intensidad silenciosa y latente, todo ello. Se ha ido. La única
prueba de que ha estado aquí es la ropa que cubre mi cuerpo desnudo y la navaja que
llevo en el puño.
También podría habérmela clavado en el corazón.
Aprieto el mango texturizado tan fuerte como puedo. Lo aprieto hasta que las
uñas me cortan la palma de la mano y los bíceps empiezan a temblar. Lo aprieto aún
más fuerte de lo que aprieto mis ojos cerrados mientras lucho por mantener las lágrimas
a raya.
Suministros. Refugio. Autodefensa.
Wes me dejó lo último que creía que necesitaba para sobrevivir.
Sin él.
Basta ya. Tal vez sólo tenía que orinar. Tal vez fue a buscar agua.
Paso la camiseta sobre mi cabeza y busco mis jeans.
Oh, Dios. Tal vez esté en problemas.
La preocupación se traga mi desesperación y me hace bajar la escalera de la casa
del árbol. Tropiezo con mis botas en la parte inferior y me detengo el tiempo suficiente
para meter los pies en ellas.
Mi visión se adapta a la oscuridad, lo que me permite evitar los bordes y las
esquinas de las estanterías mientras paso a duras penas. Mis pasos suenan planos y
pesados, como si la pena que llevo tuviera un peso real.
Por favor, que esté bien. Por favor, Dios. Haré lo que sea.
El pasillo está en silencio, excepto por el grillo o la rana ocasionales, pero rompo
ese silencio con cada charco que atravieso accidentalmente y con cada baldosa rota que
hago patinar por el sucio suelo.
Mi cerebro me miente, mis ojos ven huellas hawaianas y ojos inquietantes en
cada reflejo y sombra que paso. Cuando por fin se posan en la fuente, jadeo al ver la
silueta de un hombre junto a ella. La esperanza llena mi corazón y luego brota a través
de una nueva lágrima cuando la figura levanta un rifle al hombro.
—No dispares. —Levanto las manos—. Soy Rain.
—¡Santo cielo, Rain! ¿Todavía estás aquí? —La voz de Carter resuena en el atrio
mientras baja su arma y corre hacia mí.
Cuando sus largos brazos me atraen hacia su pecho, otra oleada de deja vu de la
noche anterior se abate sobre mí. Carter me abrazaba así antes de saber que Wes y yo
estábamos juntos. Cuando todavía pensaba que yo era suya.
La única razón por la que me abrazaría así ahora es si...
—Se ha ido, ¿verdad? 64
El cuerpo de Carter se pone tenso. Luego, asiente.
—Nadie lo ha visto desde ayer por la tarde. Ni a ti. —Carter baja los brazos y da
un paso atrás para poder mirarme—. Pero tú estás aquí.
No puedo ver su rostro, pero sé que está sonriendo por el tono de su voz.
Wes ha desaparecido y Carter está sonriendo.
Yo también doy un paso atrás.
—¿Alguien sabe a dónde fue? Tenemos que encontrarlo, Carter. ¿Y si está herido?
—No está herido, maldita sea —resopla Carter, dándose la vuelta para caminar
hacia la fuente. Se inclina y levanta algo del suelo. Es del tamaño y la forma de una
pequeña roca.
—Encontré esto esta noche mientras patrullaba. —Señala con un dedo el
vestíbulo sur—. Justo dentro de la entrada principal.
Carter me entrega el gran bulto. Me pesa en los brazos y es áspero contra mi piel,
pero no es la sensación lo que me dice que estoy sosteniendo mi propia mochila; es el
olor. El sutil aroma de los cigarrillos de papá y el café de avellana de mamá que solía
perdurar en todo lo que tocaba en la casa. Me golpea como un puñetazo, robándome el
aliento y haciendo que me ardan los ojos.
—Está lleno de provisiones. —El tono de Carter es petulante y acusador—. Supe
que era tuya por el llavero que cuelga de la cremallera. Al principio, pensé que se lo
habías dejado a Quint antes de irte, pero como todavía estás aquí...
—Lo dejó para mí.
Carter tiene la decencia de cerrar la boca mientras abrazo la bolsa sobrecargada
contra mi pecho.
Es apropiado que esté tan llena. Es como si todo lo que he perdido estuviera
metido dentro.
Mis padres. Mi casa. Mi antigua vida.
Mi Wes.
Lo huelo en la tela, siento su peso en mis brazos.
Pero no está aquí.
Se ha ido y nunca volverá.
Llego al borde de la fuente antes de que se me doblen las rodillas. Enroscando mi
cuerpo alrededor de la mochila, me deslizo hasta el suelo, aferrándome a ella para salvar
mi vida mientras me balanceo hacia adelante y hacia atrás.
Mis ojos están fijos en la nada, y eso es exactamente lo que siento.
Nada.
Es profunda, amplia, oscura y húmeda.
Huele a cigarrillos rancios y a café de la mañana.
Se arremolina, como la niebla del cementerio, a mi alrededor. Nublando mi visión. 65
Adormeciendo mi dolor.
Nada de esto importa, susurra. Siempre sabe qué decir.
Pero entonces siento que algo más me envuelve. Algo cálido, sólido y maravilloso.
Es pesado, como la mochila, pero con los pies en la tierra.
También huele a casa, a su manera.
Es real y está aquí, y cuando miro la tierna preocupación de sus ojos, la niebla
se disipa.
Y llega el dolor. Me atraviesa como un machete oxidado cuando entierro mi cara
en la camiseta de Carter, cuando mis emociones deciden que han encontrado un lugar
seguro al que ir y huyen de mi cuerpo a raudales.
Lloro y me lamento y retuerzo los puños en el suave algodón mientras Carter me
hace callar y me acerca.
Lo que sólo me hace llorar más fuerte.
No por todo lo que he perdido.
Sino por la única cosa que he recuperado.
Mi mejor amigo.
—¿Carter? —llama una voz temblorosa desde el final del pasillo que lleva a la
entrada principal.
—¿Sí? —responde en la oscuridad, aclarándose la garganta.
—No sé qué hacer, hombre. Está... está empeorando.
—¿Lamar? —Me limpio los ojos y me siento.
—¿Rainbow? —La euforia en la voz de Lamar me sorprende—. ¡Rainbow! Todavía
estás aquí.
El sonido de las zapatillas golpeando las baldosas resuena por el pasillo, llegando
a mí segundos antes que él.
—Tienes que venir. Ahora mismo. Él... no puedo... no... tienes que ayudarlo,
Rainbow. Por favor. —La voz de Lamar se quiebra, recordándome lo joven que es.
¿Catorce años? ¿Quizás quince?
He estado tan metida en mi propia mierda que no me he parado a pensar lo duro
que debe ser todo esto para él. Debajo de toda esa actitud, sigue siendo un niño.
Extiendo las manos y dejo que me ponga en pie, echando de menos el calor del
brazo de Carter alrededor de mis hombros en el momento en que se separa. Sé, sin
darme la vuelta, que me traerá la mochila.
Siempre solía llevármela en el colegio.
Mientras Lamar tira de mí hacia la tienda de esmóquines, noto los primeros
rastros de luz matutina que se asoman por las ventanas rotas de las puertas de la
entrada principal. Iluminan el portal de la tienda de Hello Kitty donde Wes me dijo que
nunca lucharía para evitar que me fuera.
66
Si sólo hubiera luchado más para que se quedara.
O tal vez debería haber aceptado irme con él, como él quería, pienso mientras sigo
a Lamar hacia la tienda de esmóquines, pero cuando llego al final del mostrador y veo
el cuerpo de Quint convulsionando en el suelo, sé que eso no es cierto.
Aquí es exactamente dónde debo estar.
De hecho, este es el único lugar en el que quiero estar.
Sin olores. No hay desencadenantes. No hay multitudes enojadas. Sin cadáveres.
Aquí, tengo un propósito. Aquí, tengo amigos. Ahí fuera...
En mi mente, vuelvo a abrir la fortaleza de Mierda en la que no voy a pensar
nunca más porque nada de esto importa y todos vamos a morir, cojo todo lo que hay
fuera de esas puertas; mi antigua casa, los cadáveres enterrados en la tierra fresca
detrás de ella, el hermoso chico de la camisa hawaiana que me salvó la vida y me rompió
el corazón, las motos, los perros sueltos, las casas en los árboles y los edificios en
llamas; y lo meto todo dentro.
Luego, abro la cremallera de la mochila que Carter ha puesto sobre el mostrador
y me pongo a trabajar.
1 de mayo (Una semana después)

—¡T e comiste el desayuno! —La alegre voz de Carter rompe el silencio


en la tienda de esmóquines cuando su metro ochenta llena la
puerta.
—Sí... —Quint aclara su garganta—. Esta vez también lo haré.
El rostro brillante de Carter se ensombrece cuando sus ojos pasan de los míos al
chico sentado a mi lado detrás del mostrador.
—Eso es genial, hombre —responde con una sonrisa que sólo yo sé que es falsa.
67
Conozco todas sus sonrisas.
—¿Tu enfermera ha comido algo hoy? —La mirada de Carter se desliza hacia mí.
Quint encoge sus hombros mientras bajo la mirada y me pongo las mangas de la
sudadera con capucha sobre las manos.
Carter aprieta sus labios carnosos en una fina línea y asiente ligeramente.
Gracias a los antibióticos, el desinfectante de manos y las gasas que encontré en
mi mochila, pude acabar con la infección de Quint, quitarle el cristal del cuello y por
algún milagro, evitar que se desangrara mientras lo vendaba, pero saber que Wes fue
quien había entregado esos suministros sólo hizo que la supurante puñalada en mi
propio corazón se hiciera más profunda.
—Rain... ¿puedo hablar contigo afuera?
Aprieto las mangas de mi capucha en mis puños y sacudo la cabeza.
—Afuera no, sólo... en el pasillo.
Quint me da un empujón con el codo.
—Vamos, chica. Hace días que no sales de esta habitación. Estaré bien.
Con un resoplido, me pongo de pie. Cada músculo de mi cuerpo se regocija por
haber sido utilizado finalmente mientras sigo a Carter fuera de la puerta. Una vez en el
pasillo, me apoyo en la pared de la tienda de esmóquines y miro fijamente al frente.
—¿Ni siquiera vas a mirarme?
—Lo haré... sí te pones aquí. —Hago un gesto hacia la pared de enfrente con un
puño cubierto por la capucha y luego aprieto los nudillos en mis labios. El algodón negro
ya no huele a casa.
Gracias a Dios.
—Eh... ¿está bien? —Carter aparece con las manos en los bolsillos y las cejas
levantadas en señal de incertidumbre—. ¿Así está mejor?
Asiento.
—Supongo que eso responde a mi pregunta.
—¿Qué pregunta? —murmuro en la manga de mi capucha.
—Tengo que hacer un encargo. Pensé que sería divertido que me acompañaras,
pero viendo que ni siquiera miras la salida, supongo que es un no.
—Sí, eso es un no. ¿Hemos terminado? —Cierro los ojos mientras me doy la vuelta
para volver a entrar en la tienda de esmóquines, sin querer vislumbrar accidentalmente
lo que hay fuera de esas puertas. En mi mente, todo ha desaparecido. Y así es
exactamente como quiero que se quede.
—Rain...
Los largos dedos de Carter me rodean el bíceps y me quedo sin fuerzas, dejando
que me atraiga contra su pecho sin protestar ni un ápice. Odio lo mucho que necesito 68
sus abrazos. Los abrazos de cualquiera.
—Llevas días sin comer nada. No has salido del centro comercial desde que
llegaste. Demonios, apenas has salido de la tienda de esmoquin. Todo lo que haces es
obsesionarte con Quint y Lamar. Entiendo que quieras ayudar y todo eso, pero necesitas
tomarte un descanso y tomar aire fresco antes de perder la cabeza.
—Este aire es lo suficientemente bueno.
—Tal vez podríamos dar un paseo por aquí y luego... ¿ir a saludar a mis padres?
Han estado preguntando por ti.
—Bueno, puedes decirles que estoy aquí. —Enderezo mi espalda y doy un paso
atrás para salir de su abrazo.
Exasperado, Carter pasa una mano por sus rizos sueltos. Entonces, sus ojos se
abren de par en par y sus labios se curvan con lo que probablemente sea una mala idea.
—¿Sabes qué? Voy a hacerlo. Ya vuelvo.
Le veo alejarse con pasos largos y decididos antes de volver a la seguridad de
Savvi Formalwear.
Dentro, Quint me dedica una sonrisa de satisfacción. Le he envuelto el cuello con
tanta gasa que parece que lleva un pañal como collar. Tiene los ojos hundidos y los
labios secos. Pero el hecho de que esté en posición vertical y sonriendo se siente como
un puñado de brillo espolvoreado sobre el pozo negro estancado que es mi vida.
Sobre todo, cuando se pasa una mano por delante de su collar de gasa y dice con
rudeza:
—Te veo echándole un ojo a mis perlas.
Resoplo.
—Me atrapaste.
—Odiosa. —Quint hace una mueca de dolor y reprime una carcajada mientras
me reúno con él detrás del mostrador—. Así que... ¿vas a decirme de qué iba todo eso?
Pongo los ojos en blanco y me tumbo en la baldosa de un metro por un metro a
la que ahora llamo hogar.
—No.
El sonido de un carraspeo hace que las cabezas de ambos se dirijan hacia la
puerta. Me pongo de rodillas lo suficiente para ver a Carter entrar en la tienda, seguido
de un hombre con aspecto de oso pardo y una cojera muy pronunciada.
—Ya que no quieres dejar tu puesto, he pensado en traerte un nuevo paciente
para que trabajes. —Sonríe Carter.
—¿Para eso me has traído aquí? Maldita sea, muchacho. —El Sr. Renshaw se da
la vuelta para marcharse, pero se tambalea sobre sus pies y tiene que agarrar el brazo
de Carter para estabilizarse.
—¡Sr. Renshaw! Quédese ahí. —Corro hacia la parte de atrás.
Agarro una silla de escritorio rodante de lo que solía ser la oficina y la empujo
hacia el centro de la tienda, donde el padre de Carter está respirando con dificultad y 69
secándose la frente con el dorso de la mano. Me dedica una sonrisa dolorosa desde
algún lugar detrás de su tupida y crecida barba gris y luego se deja caer en el asiento
de vinilo enmohecido con un gruñido.
—Cielos. Ya les dije que estoy bien —jadea el Sr. Renshaw.
—Ah, vamos, viejo. Rain necesita un nuevo paciente. El que tiene es aburrido. —
Carter mueve la barbilla en dirección a Quint. Luego, se inclina y susurra en el oído de
su padre, lo suficientemente alto como para que todos lo oigan—: Y está empezando a
oler.
Carter se agacha de repente cuando un rollo de cinta médica pasa zumbando por
su cabeza.
—Lo escuché, imbécil —tose Quint desde detrás del mostrador.
Todos estallan en carcajadas mientras Carter se levanta y le dedica a Quinton
otra sonrisa que conozco demasiado bien. Es la misma que le dedicaba a Sophie después
de burlarse de ella hasta el punto de que lo abofeteara.
Amor fraternal.
—Me alegro de que te sientas mejor, hombre —dice Carter más seriamente,
acercándose al mostrador y metiendo la mano por detrás para darle a Quint una especie
de apretón de manos/chocar los puños.
Los tres estábamos en el mismo grado en Franklin Springs, y aunque Carter y
Quint no salían mucho, se conocían desde que eran niños.
—Yo también. —Las palabras de Quint están estranguladas por el dolor, pero su
voz es un poco más fuerte cada día.
—¿Quieres salir de aquí? —resoplo—. Estás molestando a mis pacientes.
Carter se ríe mientras camina hacia la puerta. Cierro los ojos cuando pasa y capto
su sutil aroma masculino.
—¿Oye, Carter? —digo justo antes de que se vaya.
Al darse la vuelta, mi mejor amigo me dedica una sonrisa hollywoodiense y me
apunta con el dedo.
—Lo sabía. Sabía que preferirías salir conmigo que quedarte aquí con un lisiado
y un viejo malhumorado.
Esbozo una sonrisa, la primera en días. No sé cómo lo hace, pero Carter siempre
ha sido capaz de hacerme reír, por mucho que yo no quiera.
—Eh, no. —Pongo los ojos en blanco—. Sólo me preguntaba a dónde vas.
—Relájate, Rainbow Brite. —Sonríe Carter.
Y mi corazón se hunde como el Titanic. También conozco esa sonrisa. Es una que
vi más y más hacia el final de nuestra relación.
Carter tiene un secreto.
—Ni siquiera me echarás de menos... mucho. —Con un guiño, desaparece en el
pasillo y me giro para mirar a mi nuevo paciente.
—Lo saca de usted, ¿sabe?
El Sr. Renshaw se ríe y se limpia las últimas gotas de sudor de su frente. El paseo
70
debe de haberle sacado de quicio. En cuanto su risa se desvanece, casi puedo sentir
cómo suben sus defensas.
—No se preocupe —digo, tomando asiento en el borde del mostrador a unos
metros de distancia—. No voy a hacer que me lo muestre.
El Sr. Renshaw se relaja en su silla.
—¿No lo harás?
—Ya sé que está roto.
Sus fosas nasales se agitan.
—¿Cómo lo supones?
—Por su cojera. El accidente de auto fue hace más de un mes. Si sigue cojeando
tanto, significa que hay algo roto, y no se va a curar a menos que lo arregle y deje de
cojear como lo ha estado haciendo.
Las mejillas sonrosadas del Sr. Renshaw palidecen, confirmando mis sospechas.
Mierda. Realmente está roto.
—Yo... no creí que importara, con lo del fin del mundo y todo eso —gruñe el Sr.
Renshaw a través de su enjuta barba gris. Sus ojos, antes brillantes están apagados,
con las comisuras pellizcadas por el dolor y el rojo de innumerables noches de insomnio.
—¿Por eso no deja que nadie lo vea?
Encoge sus hombros y se remueve incómodo en su asiento.
—No quería preocuparlos más de lo que ya estaban.
Quint y yo compartimos una rápida y comprensiva mirada antes de bajar del
mostrador y cruzar la habitación.
Poniendo una mano en el hombro del Sr. Renshaw, le digo:
—Bueno, el mundo no se acaba después de todo, así que ¿qué le parece si lo
curamos?
Niega con la cabeza, metiendo la pierna herida un poco más debajo de la silla.
—¿No?
—Te agradezco que intentes cuidarme, Rainbow; de verdad. Pero creo que es
mejor dejarlo estar.
—¿Por qué no me deja juzgar eso?
No es que tenga idea de lo que estoy haciendo.
Miro su pierna; ni siquiera la toco y el viejo bastardo nervioso se aparta de mí en
su asiento con un sonoro:
—¡No! —Baja la mirada con una risa avergonzada—. Quiero decir... estoy bien.
Gracias de todos modos, jovencita.
Resoplo lo suficientemente alto como para que me oiga. Mamá solía decir que los
hombres más corpulentos eran siempre los bebés más grandes cuando se trataba de
abucheos. 71
Mamá.
En el momento en que me viene a la mente su hermoso, cansado y estresado
rostro, me aferro frenéticamente a la nada, poniéndola como un traje antipolvo justo
antes de que la tristeza se abalance sobre mí.
Una vez que vuelvo a estar a salvo en mi niebla sin sentimientos, vuelvo a mirar
al Sr. Renshaw. Su rostro es tan reservado como el mío.
—Supongo que hemos terminado aquí, ¿no?
Sus pobladas cejas se levantan con sorpresa.
—¿No vas a discutir conmigo?
Sacudo la cabeza y giro su silla hacia la puerta. Usándola como si fuera una silla
de ruedas, lo hago rodar hasta el pasillo.
—Sé que no hay que discutir con un Renshaw. Son casi tan testarudos como
engreídos.
—Oye —se queja el Sr. Renshaw—. Si Dios no quería que presumiera, no debería
haberme hecho tan condenadamente guapo.
Sacudo la cabeza mientras hago rodar al viejo de vuelta a casa.
Cuando llegamos a la zapatería, me recibe un entusiasta abrazo de Sophie y un
abrazo de ojos tristes, lamento lo de tus padres, de la Sra. Renshaw. Ambas me dan
ganas de llorar.
Y también me recuerdan por qué dejar la tienda de esmóquines es una mala idea.
Me hace falta casi toda la energía que tengo para levantar la boca y sonreír. No
recuerdo la última vez que comí... o que estuve de pie tanto tiempo. Las manchas
comienzan a bailar a lo largo de los bordes de mi visión.
—Es todo suyo —digo, caminando hacia atrás fuera de la tienda mientras la
habitación comienza a inclinarse—. Yo... tengo que volver con Quint. Nos vemos más
tarde...
Una vez que estoy en el pasillo, arranco mis ojos de sus caras decepcionadas y
me dirijo de nuevo a Savvi tan rápido que prácticamente estoy trotando. Mantengo la
mirada clavada en el suelo y cuento mis pasos por el camino para evitar que mis ojos y
mi mente se desvíen a lugares peligrosos.
Noventa y uno, noventa y dos, noventa...
Nada más cruzar el umbral de mi nuevo hogar, por fin levanto la mirada.
Y encuentro a Q mirándome fijamente.
Está apoyada en el mostrador con los brazos cruzados sobre el pecho y una
mirada que dice que no ha venido a saludar.
—¿Qué pasa, Doc? —dice sin humor.
—Hola, Q. ¿Cómo estás? —Me avergüenzo de la falsa alegría de mi voz.
Es como si volviera a estar en la preparatoria, subiendo mi acento sureño y 72
tratando de hacerme la simpática con las chicas malas que están esperando para
robarme el novio o cortarme la cola de caballo cuando no estoy mirando. Bueno, qué
pena para Q; el chico y el cabello ya se han ido.
Como todo lo demás.
—Sólo vine a ver cómo estaba mi futuro explorador. —Q se echa las rastas por
encima de un hombro mientras echa una mirada retrospectiva a Quint por encima del
mostrador—. Parece que te has ganado el sustento, enfermera. —Sus ojos tóxicos, de
color de desecho, vuelven a mirar hacia mí—. Especialmente porque ni siquiera has
tomado tu parte.
La acusación en su tono me dice que he hecho algo malo, pero no sé qué.
—Lo siento, ¿mi parte de qué? —pregunto con la mayor dulzura posible.
—No me vengas con esa mierda de la belleza sureña. Estoy hablando de comida.
Ya sabes, esa mierda que necesitas para mantenerte viva. ¿Tienes una reserva por aquí
de la que no me has hablado?
Cuando no respondo, su mirada viscosa se desliza por el resto de la tienda.
Buscando.
—Si quieres vivir en mi reino, Blancanieves, tienes que compartir tu botín,
¿entiendes?
Asiento, tragando saliva, mientras Q pasa por delante del puesto de maniquíes
en el que se esconde mi mochila sobrecargada. Justo antes de pasar junto a mí, se
detiene, tan cerca que puedo oler el humo de la hierba atrapado en su cabello y me pasa
una larga uña por la mandíbula.
—Por cierto… —Su labio se curva mientras clava su afilada garra en la parte
inferior de mi barbilla—. Estás hecha una mierda.
Aprieto la mandíbula y le aguanto la mirada. No voy a darle a esta zorra la
satisfacción de verme hacer una mueca de dolor, pero tampoco soy tan tonta como para
apartarla de un manotazo.
Necesito demasiado este lugar.
Q finalmente suelta la mano con una carcajada y pasa junto a mí hacia la puerta.
—Apuesto a que por eso se fue tu hombre.

73
E
l centro comercial está tranquilo. Quint está descansando después del mejor
día que ha tenido desde que llegamos y Lamar está profundamente dormido
con su cabeza en mi hombro. Debería estar feliz. O al menos satisfecha.
Pero no siento nada.
Espero que dure.
Los pasos en el pasillo se acercan, pero no tengo miedo. Estoy a salvo aquí, dentro
de este edificio, detrás de este mostrador. Nada ha intentado atacarme, dispararme o
violarme desde que llegué. 74
Por eso mismo, nunca, nunca me voy a ir.
Cuando el clomp, clomp, clomp de los pies pesados entra en la tienda de
esmóquines, espero ver el mechón de rizos oscuros de Carter aparecer por encima del
mostrador; le gusta entrar mientras hace su ronda nocturna, pero el rostro que veo cuando
levanto la mirada agarra el mango del cuchillo que sobresale de mi corazón y lo retuerce
con manos invisibles. El dolor, agudo y sofocante, atraviesa mi entumecimiento, pero no
lo demuestro. Si me inmuto, si parpadeo, podría volver a desaparecer para siempre.
Wes me mira fijamente con esa expresión exasperantemente vacía. La que lleva
cuando está pensando.
Siempre está pensando.
Puedo verlo perfectamente, incluso en la oscuridad. Cabello castaño brillante,
recogido en la parte inferior por estar metido detrás de la oreja. Ojos verdes suaves
encapuchados por cejas fuertes y oscuras. Se afeitó durante su ausencia. Y lavó su ropa.
Lo sé porque el hibisco del hombro de su camisa hawaiana azul ya no es rojo sangre.
Mientras mis ojos se deslizan por su amplio pecho, me doy cuenta de que todas las flores
son diferentes ahora. De hecho, no son flores en absoluto.
Son figuras encapuchadas a caballo.
Amarillo, naranja y rosa oscuro.
Suspiro y por primera vez desde que llegó, me permito cerrar los ojos.
—No estás realmente aquí, ¿verdad?
No responde y sé que cuando abra los ojos, ya se habrá ido. Desaparecido como
un fantasma en la noche. Con un suspiro, levanto la mirada y veo a Wesson Patrick Parker
arrodillado frente a mí.
Dios, es tan hermoso.
Contengo la respiración, temiendo que se disperse como un diente de león si no
tengo cuidado, pero... no tengo cuidado. Estiro los dedos de forma impulsiva y paso su
cabello por detrás de la oreja. Cuando no desaparece, exhalo, dejando que mi mano se
detenga en su mejilla.
—¿Por qué te fuiste?
Wes se inclina hacia mi toque y cierra los ojos.
—Por autodefensa.
Por supuesto. La receta de Wes para sobrevivir. Provisiones, refugio y autodefensa.
—¿De qué te defiendes, Wes? Nada te hará daño aquí.
Sus ojos se abren y siento su mandíbula apretada en mi palma.
—Lo único que me va a hacer daño está aquí —me dice, con los ojos tan duros como
el jade pulido.
—Si estás hablando de Carter...
—Estoy hablando de ti.
—Yo… —Sacudo la cabeza y suelto una carcajada frustrada—. ¿Hacerte daño?
¿Hablas en serio? Me dejaste, Wes. Me rompiste el corazón. ¿Quieres hablar de
supervivencia? No puedo sobrevivir sin mi corazón.
75
—Mentira —dice Wes—. Lo he estado haciendo desde el momento en que salí por
esas puertas.
Sostengo su mirada y la respiración hasta que me lloran los ojos y me arden los
pulmones.
Entonces, como si se nos acabara la paciencia y el oxígeno al mismo tiempo, nos
abalanzamos el uno sobre el otro. Sus dedos se hunden en mi cabello. Mis manos se
agarran a su nuca. Borramos la distancia con una violenta desesperación y justo antes
de que nuestros labios choquen, Wes susurra mi nombre.
—Rain... despierta.
Mis ojos se abren de golpe para encontrar a un hombre muy diferente que
parpadea hacia mí, preocupado. Este tiene ojos como los del cálido whisky de
Tennessee, no como los de las frías piedras de musgo. Son amistosos, no ferozmente
resguardados y no miran a través de mí; simplemente me miran.
—Hola, dormilona —susurra Carter con una sonrisa, sus dientes perfectos casi
brillan en la oscuridad.
—Hola —murmuro, frotándome los ojos.
—¿Te acuerdas del plan?
—Mmhmm. —Voy a estirarme, pero me detengo en seco cuando siento la cabeza
de Lamar apoyada en mi hombro—. ¿Puedes...? —Hago un gesto hacia el saco de huesos
desplomado encima de mí y ruedo el cuello en señal de alivio cuando Carter desplaza
suavemente a Lamar para que esté acostado con la cabeza sobre el muslo de Quint.
—¿Carter? —susurro mientras me ayuda a ponerme en pie—. ¿Sigues soñando
con los jinetes?
Hace una pausa, mirando hacia arriba y hacia la izquierda mientras trata de
recordar.
—Maldita sea. ¿Sabes qué? Creo que no. ¿Por qué? ¿Sigues teniendo las
pesadillas?
Sacudo la cabeza mientras salimos al pasillo.
—No. Sigo viendo a los jinetes, pero ya no dan miedo... Creo que se están
desvaneciendo.
—Eso es bueno. Ahora puedes volver a soñar conmigo.
Carter mueve las cejas y le doy un codazo en las costillas.
—Dios, eres tan malo como tu padre.
—Hablando del viejo, ¿segura que sabes lo que estás haciendo?
Trago saliva.
—No, pero la forma en que su pie parece sobresalir un poco en la dirección
equivocada y el hecho de que no pueda caminar sobre él, me hace pensar que podría
ser una fractura de palo verde.
—¿Y tú puedes arreglar eso?
76
Me estremezco y miro a Carter.
—¿Puede ser? Vi al veterinario hacérselo a nuestra perra, Sadie, cuando la
atropelló un auto aquella vez.
—¡Eso fue en octavo grado!
—¿Tienes alguna mejor idea? —me quejo.
Carter encoge sus hombros.
—¿Segura que no se curará sola?
Lo fulmino con la mirada.
—Ha pasado un mes, Carter. ¿Parece que se está curando sola?
Levanta las manos en señal de rendición.
—Está bien. Maldita sea.
—Lo siento —murmuro, apretando las mangas de mi sudadera en mis puños—.
Es que estoy nerviosa.
Carter rodea mis hombros con un brazo largo y me empuja contra su lado.
—Tienes esto —dice, plantando un rápido beso en la parte superior de mi
cabeza—. Si crees que puedes arreglarlo, puedes hacerlo.
Me relajo un poco, absorbiendo su calor y su apoyo como una esponja seca, pero
muy pronto estamos en la zapatería. Carter entra primero, llevándome de la mano a
través de la red de viejos estantes de zapatos.
—Las chicas están durmiendo aquí —susurra, señalando por encima de una
estantería el claro que hay en el centro de la tienda.
Miro en su dirección, pero es inútil. Está demasiado oscuro para ver algo más
allá de treinta centímetros delante de mi rostro.
—Hemos puesto al viejo en la parte de atrás esta noche. Ronca como un maldito
tren de carga cuando ha estado bebiendo.
—¿Bebiendo?
Unos dientes blancos y brillantes me miran en la oscuridad. Carter ralentiza su
paso y se inclina para susurrarme al oído:
—Puede que hoy haya conseguido una botella de tequila de muy baja calidad.
Pensé que podría ayudar con el dolor.
Su aliento es cálido en mi cuello, sus dedos se entrelazan con los míos, y aunque
no lo quiero tan cerca... necesito a alguien así de cerca. A cualquiera.
Carter empuja una puerta metálica batiente y, si no lo supiera, juraría que hay
un equipo de construcción detrás, dando un martillo neumático al suelo de hormigón.
—Dios mío. ¿Cuánto ha bebido?
—Digamos que es la primera vez que duerme toda la noche desde que llegamos.
Carter saca una pequeña linterna de su bolsillo para iluminar nuestro camino. 77
Pasamos por unas cuantas estanterías metálicas del suelo al techo antes de encontrar
al Sr. Renshaw desmayado en diagonal sobre un saco de dormir de aspecto
sorprendentemente cómodo.
—¿Qué demonios? ¿Tienen sacos de dormir? —Golpeo a Carter en el brazo.
Se ríe.
—Un par. Los empacamos para nuestro viaje a Tennessee. Con todos nuestros
parientes yendo a la casa de mi abuela, pensamos que era muy probable que
acabáramos durmiendo en el suelo hasta... ya sabes.
—¿El 23 de abril? —Pongo los ojos en blanco.
—Sí.
El aire entre nosotros se vuelve pesado cuando empiezo a pensar en el día en que
se fue. Las puertas del Fuerte Mierda No Voy a Pensar Nunca Más Porque Nada de Esto
Importa y Todos Vamos a Morir traquetean, pero se mantienen firmes. Es un recuerdo
de fuera del centro comercial. Ya no permitimos que salgan.
—Vamos —susurro en el silencio entre ronquidos—. Acabemos con esto.
Carter y yo seguimos el haz de su linterna hasta un James “Jimbo” Renshaw muy
inconsciente. Arrodillado junto a sus pies cubiertos de calcetines (nadie va descalzo por
aquí), respiro profundamente y le subo el dobladillo del pantalón izquierdo hasta la
rodilla.
—Mierda —suelta Carter. El rayo de luz atraviesa el suelo y sube por la pared
cuando se echa hacia atrás en respuesta al tobillo destrozado de su padre.
—No, no. No pasa nada. Mira. —Le hago un gesto a Carter para que vuelva a
dirigir la luz hacia abajo—. ¿Ves cómo su pierna está doblada justo aquí?
—Sí, lo veo,. Nunca lo dejaré de ver.
—Creo que su hueso se ha roto, así. —Levanto un dedo recto y luego lo doblo un
poco en el medio—. No rompió la piel, no hay muchos moretones y todavía puede poner
un poco de peso en él, así que ... —Trago, mi boca se seca de repente—. Así que, creo
que sólo necesita que la fractura se restablezca.
—¿Qué, como si pudiéramos volver a colocarla en su sitio?
—Bueno, han pasado unas semanas, así que probablemente ya tiene un buen
crecimiento de tejido en él...
—Oh, Dios mío. —Carter se sienta a mi lado y apoya los codos en las rodillas. El
haz de luz se posa en una pared de bloques de cemento a unos cuatro metros—.
¿Intentas decirme que vamos a tener que volver a romperle la puta pierna?
Le doy una pequeña sonrisa que parece más bien una mueca de dolor.
—Sólo un poco.
Cuento los ronquidos del Sr. Renshaw hasta que Carter finalmente responde.
Cinco... seis... siete...
—A la mierda. —Levanta las manos—. No va a mejorar si no hacemos nada, 78
¿verdad?
Asiento, haciendo lo posible por parecer segura cuando, en realidad, la idea de lo
que estoy a punto de hacer me da ganas de vomitar.
—Tenemos que hacer una férula para mantener su pierna recta mientras se cura.
Carter mueve la linterna por el almacén vacío.
—Aquí no hay nada más que estanterías y... —El rayo se posa en una pila
desordenada de listones de madera apilados en la esquina más alejada de la
habitación—. ¡Tablas!
Se levanta de un salto y desaparece en la oscuridad. Observo cómo el círculo de
luz rebota por el almacén hasta llegar a la pila de basura de madera. Un segundo
después, el pie de Carter se estrella contra ella como una granada, haciendo volar
fragmentos astillados.
Mi mirada se dirige al Sr. Renshaw, pero ni siquiera se inmuta por el alboroto.
Yo sí lo hago cuando meto la mano en el bolsillo y saco cierta navaja negra.
Ahora no, maldita sea. No vamos a pensar en él ahora... ni nunca.
Abro la punta del calcetín del Sr. Renshaw y lo deslizo para cubrir su pantorrilla
justo cuando Carter regresa con un brazo lleno de tablas de madera.
Deja las tablas en el suelo y da un paso atrás con las manos en alto.
—No puedo hacerlo. No puedo hacerlo, maldita sea, Rain. Tienes que hacerlo tú.
—¿Sola? No sé si soy lo suficientemente fuerte. Podría haber un montón de
crecimiento de hueso nuevo para pasar.
—Oh, Dios mío. —Carter aprieta los ojos.
—¡Para! —suspiro-grito.
—Es mi papá, Rain. ¿Y si fuera el tuyo? —Se tapa la boca con una mano en el
momento en que las palabras salen—. Mierda. Lo siento. Lo siento mucho. No era mi
intención... mierda.
Pero ya no estoy mirando a Carter. Estoy mirando al hombre de mediana edad,
borracho, con barba y roncando, que se ha desmayado en el suelo ante mí, y de repente,
esos recuerdos de fuera del centro comercial están teniendo muchas dificultades para
permanecer encerrados.
¿Y si fuera mi papá?
¿Y si fuera el mismo bastardo desempleado, autocomplaciente, deprimido y
enfadado que trató a mi mamá como un saco de boxeo hasta el día en que la mató?
¿Y sí?
Sin pensarlo más, agarro uno de los listones de madera, lo coloco en el lado
doblado del tobillo roto del Sr. Renshaw y lo sujeto con ambas manos. Luego, con los
dientes apretados y fuego líquido en las venas, aprieto el pie contra la parte golpeada
del lado opuesto y le doy un buen y fuerte empujón.
—¡AHHHHHH!
79
Me aferro a la tabla para salvar mi vida mientras el Sr. Renshaw se incorpora y
trata de apartar su pierna de mí. Carter le agarra el muslo y lo presiona para mantenerlo
en su sitio mientras su padre lanza un grito a pleno pulmón.
—¡EL OSO ME HA ALCANZADO, AGNES! DAME MI ARMA.
Entonces, sus ojos vuelven a girar en su cabeza, y con la misma rapidez con la
que volvió en sí, se desmaya de nuevo, cayendo libremente hacia el suelo de hormigón.
—¡Mierda! —Carter le suelta el muslo y se lanza con las manos extendidas como
el atleta estrella que ha nacido para ser, atrapando la parte posterior de la cabeza de su
padre justo antes de que salpique el suelo.
Ambos compartimos una mirada atenta (él sujetando una cabeza, yo sujetando
una pierna) hasta que se reanudan los ronquidos. Entonces, tras unas cuantas
respiraciones profundas, nos ponemos a trabajar en la improvisada férula del Sr.
Renshaw.
Carter sujeta el hueso enderezado con cuatro tablas rotas, por encima del calcetín
para que no se astille y yo deslizo con cuidado el cinturón del Sr. Renshaw para
amarrarlas por el centro. Le quito el otro calcetín y lo ato alrededor de la parte superior
y uso el cordón de su saco de dormir para asegurar la parte inferior.
—¿Crees que se quedará? —susurra entre ronquidos.
—Si no se mete con él. —Respiro profundamente y exhalo, apoyando las manos
en la parte superior de mis muslos—. ¿Oye, Carter?
—¿Sí, Doc?
—¿Tienes más de ese tequila?
—Tranquila, tigre. —Carter me quita la botella de la mano mientras yo trago mi
tercer sorbo de lo que bien podría ser gasolina.
Me limpio la boca con el dorso de la mano, tratando de ocultar mi mueca mientras
el tequila se abre paso por mi garganta hasta mi estómago vacío.
—Dios, estas ranas son casi tan ruidosas como tu padre.
Carter tose una carcajada, tratando de no ahogarse mientras baja la botella de
sus propios labios.
—¡De verdad! —Se gira y mira hacia la fuente en la que estamos sentados y se
lleva un dedo a los labios, haciendo callar a la fauna.
Suelto una risa por la nariz. 80
—Oye, ¿Rain?
—¿Qué?
Carter deja la botella en el suelo y se gira para mirarme, con las facciones serias
bajo el resplandor plateado de los tragaluces. Entonces, de repente, me agarra por el
bíceps y me grita en un susurro:
—¡EL OSO ME HA ALCANZADO, AGNES! DAME MI ARMA.
Me echo a reír, me doblo y me tapo la boca con las manos mientras intento no
hacer tanto ruido. Por supuesto, eso sólo lo empeora.
—¡Demasiado pronto! —Tengo hipo, agitando una mano en señal de rendición—
. ¡Demasiado pronto!
—¡Lo siento! —Carter tiene la mejor carcajada. Es tan infantil y dulce, como su
cara, traicionando su varonil empaque de uno ochenta metros.
—Pero en serio… —Me da una palmada en el hombro—. Eso salió jodidamente
bien. Gracias.
Mi risa se apaga.
—No me des las gracias todavía. Podría haberlo empeorado, por lo que sé.
Carter mueve lentamente la cabeza de un lado a otro. A sus ojos encapuchados
les cuesta seguir el ritmo.
—Unh-uh. Tú haces que todo sea mejor, Rainbow Brite.
—Pssh. Estás borracho.
—Hoy tengo algo para ti.
—Ah, ¿sí? ¿A dónde fuiste? Nunca me lo dijiste.
—Cada pocos días, Q me hace llevar los teléfonos de todo el mundo y la mierda
al auto de mis padres para cargarlos.
—Creía que su auto estaba estropeado.
—Lo está. Abollado por completo, justo en medio del choque, pero tiene gasolina,
y el motor aún arranca, así que... —Carter mete la mano en el bolsillo de sus pantalones
de baloncesto y saca un dispositivo negro brillante—. Cargué tu teléfono.
—Oh, Dios mío —jadeo y lo agarro, dándole vueltas en mis manos como si fuera
un artefacto de una civilización pasada—. ¿Dónde encontraste esto?
—Estaba en tu mochila la noche que la encontré.
Mi estado de ánimo se amarga al mencionar esa noche, pero Carter cambia
rápidamente de tema.
—¡Mira esto! —Da unos golpecitos con el dedo en el cristal, iluminándolo. El fondo
de pantalla solía ser una foto de nosotros, pero después de que se fuera, ya no podía
soportar mirarlo, así que lo cambié de nuevo a la pantalla por defecto. Ahora, sólo son
estúpidos remolinos digitales azules—. Incluso se ha vuelto a activar tu servicio.
Miro fijamente el teléfono que tengo en la mano, devanándome los sesos en busca
del nombre de alguien a quien pueda llamar, pero... todas las personas con las que
podría querer hablar se fueron de la ciudad antes del 23 de abril o... 81
La pantalla se queda en negro.
—Oye... ¿estás bien? —Carter me da un pequeño apretón en el hombro.
Asiento, mirando la pantalla en blanco, pero es una mentira y Carter lo sabe.
Entonces, suspiro y sacudo la cabeza.
—No tengo a nadie a quien llamar.
—¿Qué tienes, cuarenta años? No usas un teléfono para llamar a la gente, tonta.
Carter me arrebata el teléfono de la mano y veo cómo se le ilumina la cara de azul
mientras toca, toca, toca la pantalla. Segundos más tarde, el suave rasgueo de un
ukelele se desplaza por encima del croar de las ranas de la fuente mientras Tyler Joseph
canta sobre una casa hecha de oro.
—Se supone que debes usarlo para escuchar a tu banda favorita. Duh.
Sonrío amablemente ante su rostro orgulloso e iluminado que brilla en triunfo.
Carter se esfuerza por animarme. Probablemente no sea el momento de decirle que
Twenty One Pilots nunca fue mi banda favorita.
Era la suya.
—Gracias, Carter. —Le quito el teléfono y lo pongo en la fuente a mi lado, dejando
que suene—. Eso fue muy dulce.
Asiente y su sonrisa se desvanece lentamente. Ambos miramos a nuestro
alrededor mientras escuchamos la música. Empuja una baldosa suelta en su sitio con
su zapatilla. Tiro de las mangas de la sudadera. Él se acerca unos centímetros a mí.
Contengo la respiración hasta que siento los latidos de mi corazón en el cuello.
—Tienes el cabello más corto. —La voz de Carter retumba en mi oído mientras
levanta la mano y desliza dos dedos por los mechones delanteros de mi peinado negro.
Me estremezco y me echo hacia atrás ligeramente, metiendo ese lado detrás de la
oreja.
—Sí y el tuyo es más largo.
“Car Radio” comienza a sonar, el ritmo electrónico imitando mi pulso errático
mientras Tyler rapea sobre su incapacidad para distraerse de sus oscuros
pensamientos.
Tal vez Twenty One Pilots sea mi banda favorita después de todo.
—No puedo creer que estés aquí —susurra Carter, ocupando mi espacio.
Puedo oler el tequila en su cálido aliento, y el interior de mi sudadera de repente
se siente como una sauna.
—He pensado en ti todos los días, Rainbow —susurra, inclinándose para
presionar su frente contra la mía—. Cada segundo.
Pongo la mano en el borde de la fuente a mi lado para ayudar a soportar su peso.
—Tenía tantas ganas de volver a casa para verte, pero no podía soportar la idea
de tener que despedirme de nuevo. Casi me mató la primera vez.
Carter desliza una mano por la parte exterior de mi muslo, y todo lo que puedo 82
oír es el sonido de la sangre corriendo en mis oídos.
—Te he echado tanto de menos, ba...
En el momento en que siento sus labios rozando la comisura de mi boca, agarro
mi teléfono y me levanto de un salto.
—Será mejor que vaya a ver a Quint —murmuro, alejándome hacia atrás—.
¡Buenas noches, Carter!
Me doy la vuelta y corro hacia la tienda de esmóquines mientras la voz que sale
de mi puño canta sobre no ser la persona que su compañero solía conocer.
Apago el aparato y lo meto en mi bolsillo.
Tú y yo, Tyler. Tú y yo, los dos.
2 de mayo

—T
oc, toc. —Asomo la cabeza por encima de las estanterías vacías y
respiro aliviada al no ver a Carter—. ¿Hay alguien en casa?
—¡Rainbow! —chilla Sophie, usando todo el brazo para
saludarme desde su asiento en uno de los bancos de vinilo negro de la zapatería.
El rostro de la Sra. Renshaw también se ilumina, pero su marido; que está
tumbado de espaldas en su propio banco con la pierna entablillada apoyada en una
estantería vacía, ni siquiera me mira. Se tapa los ojos con el codo y gruñe algo 83
ininteligible a través de su peluda barba gris.
—¡Ahí está mi heroína! —La Sra. Renshaw se levanta y extiende los brazos,
dispuesta a abrazarme en cuanto me abra paso por el laberinto de pasillos.
Me dirijo directamente a su abrazo, pero me encuentro apretando los dientes para
superarlo y apartándome antes de lo habitual. Mi reacción me sorprende. Quiero a la
Sra. Renshaw.
Pero no es mi madre.
Ya no tengo una de esas y abrazarla sólo me lo recuerda.
Rápidamente añado a la Sra. Renshaw a mi lista mental de desencadenantes que
debo evitar a toda costa.
—No puedo agradecerle lo suficiente que hayas cuidado de mi gran y testarudo
bebé —dice la Sra. Renshaw, echando una mirada de reojo a su marido, que gime—.
Estamos tan, tan bendecidos de que el Señor te haya traído de nuevo a nuestras vidas.
—De nada. —Siento que mis mejillas se calientan mientras sigo su mirada hacia
mi última víctima—. Pero no estoy segura de que esté de acuerdo con usted en eso.
—Puedo escucharlas, ya saben —gruñe el Sr. Renshaw.
Sonrío y me acerco a él.
—¿Cómo está mi paciente favorito?
—No te acerques a mí, mujer diabólica.
—Traje Advil.
El Sr. Renshaw se apoya en los codos.
—Ya era hora.
Miro su pierna entablillada mientras saco el frasco de analgésicos del bolsillo de
mi sudadera y sonrío al ver que no está demasiado hinchada.
—Probablemente los necesite más para la cabeza que para la pierna —bromeo,
dejando caer dos pequeñas pastillas marrones en su palma.
—Ese maldito tequila mexicano siempre me atrapa. Ahora sé por qué lo llaman
la Venganza de Montezuma.
Me río, mirando nerviosamente a mi alrededor mientras el Sr. Renshaw se traga
sus medicinas.
—Entonces, ¿envió a Carter a su habitación como castigo o algo así?
La Sra. Renshaw resopla.
—Oh, está por aquí en alguna parte.
—Fue a buscarte a ti —añade Sophie con voz cantarina, batiendo las pestañas.
Uf. Genial.
—Así que... —Vuelvo a cambiar el tema al elefante barbudo de la habitación—.
Sr. Renshaw...
—Oh, sólo llámame Jimbo, maldita sea. No es momento para formalidades. 84
Alguien está malhumorado. Cielos.
—Bien, Jimbo. Creo que he enderezado el hueso de su tobillo, así que mientras
lo mantenga en la férula y no ponga peso sobre él durante unas semanas, debería
curarse correctamente.
O al menos, mejor que antes.
Tal vez.
Eso espero.
—¡Unas semanas! —El Sr. Renshaw se vuelve a tumbar de espaldas y se pasa un
brazo carnoso sobre su rostro.
—Oh, deja de ser tan dramático. A pesar de lo malo que fue el accidente, tienes
suerte de estar vivo —dice la Sra. Renshaw.
—Sí, papá —dice Sophie.
—Lo digo en serio, Sr… o, Jimbo. Nada de caminar o estar de pie sobre él. Durante
al menos... ocho semanas.
No sé si eso es correcto. Sólo me imaginé que, si le decía ocho, podría hacer por
lo menos cuatro o cinco.
—No puedo encontrarla en ningún sitio, mamá. No sé dónde más...
Todas las cabezas giran hacia la entrada cuando Carter entra en la tienda a toda
prisa. Su mirada frustrada se posa en mí, y veo un destello de vergüenza en sus ojos
antes de que sea rápidamente enmascarado por una sonrisa brillante y demasiado
confiada.
—¿Aún respira? —me pregunta Carter, mirando a su viejo.
—Sí, pero no creo que quiera hacerlo. —Le devuelvo la sonrisa, apreciando que
mantenga las cosas ligeras y amistosas.
—Tienes suerte de que no pueda caminar, o te estaría pateando el culo ahora
mismo.
Carter suelta una carcajada, con sus largas pestañas oscuras y sus rizos negros,
pero mientras lo observo, tengo la sensación de que alguien más me está observando.
Me doy la vuelta y miro por encima del hombro, pensando que sólo estoy siendo
paranoica, pero la mirada de la Sra. Renshaw está definitivamente pegada a un lado de
mi rostro. Pasa sus ojos de mí a su hijo y juro que, si sus iris no fueran de un marrón
tan oscuro, podría ver grandes corazones rojos flotando en ellos.
Ohhhh, no. No, no, no.
—Bueno, dejaré que vuelvan a su día. Sólo... avísenme si necesitan algo —digo
con una sonrisa, volviendo a caminar a toda velocidad a través de las desordenadas filas
de estantes que hay entre la puerta y yo.
Mis ojos se encuentran con los de Carter al pasar, y justo cuando creo que me va
a dejar marchar sin que sea incómodo, gira sobre sus talones y me sigue por la puerta.
—¡Rain, espera!
No quiero hablar de ello. No quiero hablar de ello. No quiero...
Me doy la vuelta y fuerzo una sonrisa. 85
—¿Qué pasa?
—Así que, sobre lo de anoche...
Maldita sea.
—Carter, no tienes que...
—¿Recuerdas lo que hice con mi linterna? No puedo encontrarla en ninguna parte
y todo está un poco borroso después de que te pusiste como Karate Kid en la pierna de
mi padre. —Hace una mueca de dolor y se frota la frente—. Estoy bastante seguro de
que ese tequila era sólo veneno para ratas con un gusano flotando en él.
Carter me dedica una pequeña sonrisa tímida mientras se mete las manos en los
bolsillos de sus pantalones deportivos y por supuesto, conozco esa sonrisa como todas
las demás.
Carter me está dando una salida.
Agradecida, le devuelvo el favor. Inclinando hacia un lado la cabeza, le frunzo el
ceño.
—¿Quieres decir que no recuerdas haber corrido por los pasillos iluminando las
habitaciones de todo el mundo anoche? Gritabas algo así como... —Me pongo el puño
en la boca y bajo la voz—. ¡FBI! Entreguen toda la marihuana y nadie saldrá herido'.
Carter se ríe y me pasa un brazo por los hombros, dirigiéndome en dirección
contraria al atrio.
—Hombre, me convierto en un maldito genio cuando estoy borracho.
Sí que te conviertes en algo.
—¿A dónde vamos?
—A divertirnos.
Mis pies se congelan, y por segunda vez en otros tantos días, siento el impulso
de huir de Carter Renshaw.
No sé qué me pasa. La gente no huye de Carter; corre hacia él. Literalmente. Ni
siquiera pueden evitarlo. Es así de magnético. Su sonrisa, esos ojos, ese cuerpo alto y
cincelado, su arrogancia. Fui tan fanática como cualquier otra mujer y algunos hombres
de la preparatoria Franklin Springs. La única ventaja que tenía era que lo había
encontrado primero.
Me enamoré del chico de al lado antes de que se convirtiera en el gran hombre
del campus, pero una vez que se convirtió en el gran hombre del campus, tuve la clara
sensación de que había superado a la chica de al lado. Vi su mirada errante, la forma
en que dejaba que las animadoras lo tantearan en el pasillo. Sabía que no siempre era
sincero sobre dónde estaba o la frecuencia con la que practicaba. Y escuchar a Kimmy
decir que se habían besado en el último año sólo confirmó lo que había sospechado todo
el tiempo.
Esto debe ser lo que es esto de no sentir. Se trata de que Carter rompió mi
confianza y me dejó atrás. Definitivamente no se trata de un cierto solitario con camisa
hawaiana, pistola y ojos verdes que está por ahí con mi corazón en el bolsillo.
No. No puede ser. Lo he borrado. 86
—¿Qué? ¿No te gusta la diversión? —pregunta Carter, dedicándome una sonrisa
perezosa.
—¿Qué tipo de diversión?
—Ya verás. —Comienza a caminar de nuevo con su brazo todavía alrededor de
mis hombros, obviamente esperando que mis pies hagan mágicamente lo que él quiere,
como todo lo demás.
Cuando no lo hacen, Carter me mira sorprendido. Nadie le dice que no.
Especialmente su dulce y ansiosa novia, Rainbow Williams.
Pero esa chica, Rainbow, le mentía tanto como él a ella. Sobre la música que le
gustaba, sus películas favoritas, lo mucho que le gustaba ver deportes y chuparle la
polla. Rainbow trató de ser todo lo que él quería, y aun así la dejó atrás.
Así que, ahora, lo único que tiene es a Rain.
Y “No” es el segundo nombre de esa perra.
—Dímelo ahora o no iré.
Las oscuras cejas de Carter se fruncen.
—¿En serio?
Respondo con una mirada.
»Escucha, no sé qué pasa con toda tu... actitud, pero... es un poco sexy. —Sonríe.
—¡Uf! —resoplo y me alejo de su brazo, dándome la vuelta y saliendo por donde
hemos venido.
No hago más que dos pasos antes de que su mano me apriete el bíceps, y su risa
infantil rebote en las paredes.
—Cálmate, Rainbow Brite.
—No me llames así —digo, intentando zafarme de su agarre, pero su mano es tan
grande que sus dedos prácticamente me rodean el brazo dos veces—. ¡Suéltame!
—Si lo hago, ¿me escucharás?
Gruño y abandono la lucha, cruzando los brazos sobre el pecho en cuanto me
suelta. Todavía estoy de espaldas a él, así que Carter da la vuelta y se pone delante de
mí. Me mira como mira a Sophie cuando se porta como una mocosa.
—Los chicos y yo vamos a jugar al hockey en el viejo Pottery Barn, ¿de acuerdo?
—Me señala por encima del hombro, pero no miro—. Pensé que querrías venir. Siempre
te gustó venir a mis partidos. Puedes ser mi animadora.
Sonríe y me dan ganas de quitárselo de la cara.
Sé su animadora. Por favor.
—Iré, pero sólo si puedo jugar.
En el momento en que las palabras salen de mi boca, me arrepiento mucho,
mucho. No sé nada de hockey. Probablemente haré el ridículo, me torceré un tobillo y...
Oh, lo que sea. Nada de esto importa y todos vamos a morir. ¿Verdad? 87
—¿Quieres jugar al hockey? —resopla.
—Ya me oíste. —Levanto el cuello para mirarlo a los ojos.
Mientras Carter me estudia, decido que poner esa mirada de desconcierto en su
bonito rostro vale la pena por el esguince de ligamentos que estoy a punto de sufrir.
Finalmente, encoge sus hombros.
—Está bien, pero no van a ser suaves contigo.
Dios, si estás escuchando, por favor, haz que no sean tan duros conmigo.
Entramos en lo que solía ser Pottery Barn, y me doy cuenta de que es la primera
vez que estoy en uno. Cuando era niña, me quedaba mirando los magníficos
escaparates. Todo parecía tan brillante, caro y elegante. Por supuesto, mamá nunca me
llevaba dentro porque sabía que probablemente rompería una lámpara de cuatrocientos
dólares en cinco segundos, pero eso solo hacía que mi anhelo fuera mayor. Me dije que
el día en que me convirtiera en una adulta de verdad sería el día en que viniera aquí y
comprara lo primero que me llamara la atención sin ni siquiera mirar la etiqueta del
precio.
Pues bien, aquí estoy, y aunque he llegado diez años tarde para hacer alguna
compra, todavía puedo sentir el espíritu de cada marco de fotos brillante y oler la esencia
de cada vela perfumada que solía alinear estos estantes. Aunque ahora estén cubiertas
de polvo y manchas de agua, los suelos de madera de pared a pared y las estanterías
blancas a medida que recubren el espacio abierto siguen pareciendo tan lujosas como
cuando era una niña. Y por suerte para mí, todo lo que hay en la tienda es totalmente
gratis ahora... siempre y cuando estés en el mercado por una caja de cartón
enmohecida, una caja de platos rotos o un asiento de inodoro agrietado al azar.
Un grupo de fugitivos está reunido en el centro de la tienda, charlando. Reconozco
a los cuatro chicos de la mesa de Q: el acordeonista con la chaqueta vaquera remendada,
los adolescentes larguiruchos con cinturones de bala a juego y jeans entubados rotos,
y el barbudo y corpulento intérprete de banjo que lleva tirantes para evitar que se le
caigan los raídos pantalones de pana.
—Bueno, pero si son The Lumineers —bromea Carter cuando nos acercamos al
grupo.
Los ocho ojos se posan en mí y en lugar de ensancharse con una lujuria
depredadora como estaba acostumbrada en Franklin Springs, se estrechan con
disgusto. Estos tipos me miran como me mira su reina, como si fuera una amenaza,
una mentirosa, una intrusa de la que hay que deshacerse en cuanto ya no sea útil. Por
un lado, es un poco refrescante que un hombre me mire como algo distinto a su próxima
víctima. Pero, por otro lado, también necesito seguir viviendo aquí, así que podría ser el
momento de desempolvar mi sonrisa del Consejo Estudiantil y hacer nuevos amigos.
Uggggggh.
Respirando profundamente y con el alma muerta, busco en mi interior y
encuentro un pequeño destello de la chica que una vez fui. La que podía convertirse en
lo que necesitara ser, cuando lo necesitara. Normalmente, lo que necesitaba ser era el
agradable trofeo de Carter en la escuela, o la hija perfecta de mamá en la iglesia, o la
suave voz de la razón de papá en casa. Pero aquí y ahora, todo lo que necesito ser es
uno de ellos. 88
Busco en sus ropas, zapatos y tatuajes visibles algo que podamos tener en
común, pero no encuentro nada. No tengo rastas. No reconozco ninguno de los logotipos
de sus camisetas o parches de sus chaquetas. Ni siquiera puedo leer sus terribles
tatuajes. Y todos llevan unas Converse negras viejas y rotas y botas de combate.
Miro mis jeggings, mis botas de montaña marrones y mi sudadera del instituto
Franklin Springs y suspiro.
—¿Qué pasa, hombre? —pregunta el banjista a Carter sin quitarme los ojos de
encima—. Odio tener que decírtelo, pero traer a tu propia animadora personal no te va
a ayudar a ganar.
Más chistes de animadoras. Genial.
—Oh, ella no es mi animadora. —Carter me mira con una sonrisa de
satisfacción—. Es la enfermera. La traje para que te cure en cuanto acabe de darte una
paliza.
Los chicos se ríen y caminan hacia los demás, reuniéndose en el centro de la
tienda desierta para chocar los cinco y darse palmadas en la espalda.
Bien, no lo entiendo. Carter va vestido como un deportista por excelencia con sus
pantalones cortos de baloncesto, sus zapatillas de deporte de edición limitada de
trescientos dólares y su camiseta con el símbolo de Nike, mientras que estos chicos
parecen algo que ha salido a rastras del autobús de gira de una banda de punk rock
después de rodar por la ladera de una montaña. Y, sin embargo, aquí están, riendo y
hablando de mierda como viejos amigos.
Ah, sí. Deportes. Tienen los deportes en común. Y pollas.
Pongo los ojos en blanco y suspiro aún más fuerte. Debería irme. Estoy fuera de
mi elemento y obviamente, no puedo reunir la cantidad adecuada de entusiasmo o
personalidad necesaria para hacer nuevos amigos en este momento.
O probablemente nunca más.
—Chicos, esta es Rain. —Carter extiende su mano hacia atrás y me hace un guiño
por encima del hombro—. Está totalmente enamorada de mí.
Su sonrisa es amistosa, pero sus palabras caen sobre mí como un piano. Estuve
enamorada de él (en realidad, toda mi vida), pero ahora esos sentimientos no son más
que el remate de otra de sus estúpidas bromas de fanfarrón.
Lo miro fijamente, sintiéndome herida. Me siento avergonzada. Siento que quiero
dar media vuelta y retirarme a mi bonita y segura cueva y no volver a salir. Pero entonces
observo las caras expectantes de los cuatro desconocidos que me miran y me doy cuenta
de algo. También se burló de ellos y no se marcharon como perras. Se lo devolvieron de
inmediato. Tal vez eso es lo que hacen los amigos aquí. Tal vez Carter está tratando de
ser mi amigo.
Tal vez pueda jugar a este juego después de todo...
—Carter —le digo sin rodeos—. La única persona enamorada de ti aquí eres tú.
—Inclino la cabeza en dirección al banjista—. Y tal vez ese tipo.
Los gemelos del cinturón de bala se miran entre sí y luego aúllan al unísono, 89
golpeando sus rodillas huesudas a través de los agujeros de sus jeans ajustados. El
acordeonista se ríe en voz baja y el rostro del banjista palidece por un segundo antes de
mostrar una enorme sonrisa.
Inclinando la cabeza, levanta una ceja peluda y mira a Carter.
—Cariño… —susurra, colocando una delicada mano en el antebrazo de Carter—
. Creí que habíamos acordado no decírselo a nadie.
Resoplo por la nariz mientras intento mantener una cara seria, y todo el grupo
estalla en carcajadas.
Carter se quita de encima la carnosa mano del banjista y me presenta al mejor
equipo de hockey de vagabundos del mundo.
—Rain, este es Bocazas...
El acordeonista con chaleco vaquero baja los ojos y me inclina el ala de su
sombrero de repartidor de periódicos.
—Brangelina...
Los gemelos del cinturón de bala me lanzan un guiño y un beso al aire.
—Y mi amante secreto, Pequeño Tim.
El banjista extiende su orgullosa barriga y desliza los pulgares detrás de sus
tirantes.
—Así que... —Desplazo mi atención hacia los flacos delincuentes del centro de la
alineación—. ¿A quién de ustedes le toca ser Angelina?
—¡Ooh! ¡Yo! —gritan los dos al unísono, levantando las manos.
—Hombre, tu nombre es literalmente Brad —le espetó el de la izquierda al de la
derecha.
—Eso es sólo semántica. Yo hago una Angelina mucho mejor. Sólo hay que ver la
hendidura de esta barbilla. —Inclina su rostro hacia la luz que entra por el pasillo.
—¿Qué hendidura? —El tipo de la derecha entrecierra los ojos y se acerca—. Oh,
¿esa cosita? Deja que te la haga más grande.
En un abrir y cerrar de ojos, No Brad echa el puño hacia atrás y lo deja volar,
asestando un golpe justo en medio de la barbilla de Brad. La cabeza de Brad se echa
hacia atrás, pero se recupera rápidamente, poniendo a No Brad en una llave de cabeza
y dándole un gancho en el bazo.
—Es un tema delicado —me susurra Carter al oído mientras ambos chicos luchan
en el suelo.
Levanto la mirada y lo encuentro a escasos centímetros, con una sonrisa en los
labios y el orgullo brillando en sus ojos color miel. Esa es otra sonrisa que me sé de
memoria.
La que significa que lo hice bien.
Hace tiempo, esa mirada era todo lo que la futura Sra. Rainbow Renshaw quería.
Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ganar la aprobación de Carter. Y
cuando lo hacía, esa mirada era mi recompensa. Memorizaba todo lo que hacía para 90
poder seguir haciéndolo sólo para conseguir más de esa mirada.
Ahora, la única mirada que quiero ver en el rostro de Carter es la de su boca
abierta cuando le de una paliza en el hockey.
Doy una palmada, llamando la atención del grupo.
—Como capitán del equipo, elijo a Brangelina.

Resulta que el hockey no es más que fútbol con palos, y jugué al fútbol de la liga
de la iglesia hasta la escuela secundaria, cuando me di cuenta de que el fútbol de la liga
de la iglesia no estaba bien. Por supuesto, cuando yo jugaba, usábamos una pelota de
verdad y porterías con redes, no un trozo de chapa rota y palos fabricados con palés de
madera, pero por lo demás, no es tan diferente. Además, Brangelina y yo formamos un
equipo perfecto. Me quedo atrás y hago de portero mientras ellos corren alrededor de
Carter como tornados con TDAH2. El pobre está bastante solo ahí fuera. El enfoque de
Pequeño Tim para la portería consiste en hablar de mierda mientras se mueve lo menos
posible, y la prioridad principal de Bocazas es estrictamente la defensa. Es decir,
defenderse para no tener que interactuar con el disco por todos los medios.
Carter hace su característico movimiento giratorio de baloncesto para eludir a No
Brad, pero yo bloqueo su tiro de ruptura con el lateral de mi pie. Tengo que usar el lado
del pie porque el palo que estoy usando no es más que dos trozos astillados de madera
clavados juntos, y no pararía ni una canica. Cuando nadie me llama la atención, levanto
mi inútil palo en el aire triunfalmente.
—¡Boom! —le grito a Carter, pero mi regodeo se interrumpe cuando la mitad
superior de mi palo casero se balancea hacia abajo y prácticamente me corta los dedos—
. ¡Ahh! —Dejo caer mi palo y me agarro la mano, sujetándola mientras reboto en el lugar
y siseo entre los dientes.
—¡Arriba el palo! —grita Pequeño Tim, señalándome como un sospechoso en una
rueda de reconocimiento—. ¡Arriba!
—¿Qué demonios es eso?
—Arriba el palo es cuando un jugador es golpeado por un palo que ha sido
levantado por encima del nivel de la cintura —recita Bocazas en voz baja para sí mismo
mientras mira el suelo.
—¡Pero si me lastimé! 91
Carter sonríe.
—Lo siento, cariño. Las reglas son las reglas. Tienes que ir al área de penalización.
—¿Penalización? —Muevo la cabeza de un lado a otro—. ¿Qué área de
penalización?
Pequeño Tim señala la caja de cartón enmohecida que vi cuando entramos por
primera vez y sonríe a través de su barba mugrienta.
—Tienes que estar bromeando.
—Vamos, princesa —se ríe, haciéndome un gesto para que vaya—. Dos minutos
para el golpe de efecto. Haz tu tiempo como un hombre.
Le saco la lengua mientras me acerco al empapado cubo de cartón. Bocazas me
sigue con la cabeza hacia abajo y una vez que estoy sentada dentro con las rodillas
pegadas al pecho, añade el toque final.
Toma el asiento de inodoro que está en el suelo junto a la caja y, justo antes de
que el silencioso acordeonista me lo ponga por encima de la cabeza como si fuera un
collar, me doy cuenta de que alguien ha garabateado en él la palabra PENALIZACIÓN
con un rotulador permanente negro.
Lo fulmino con la mirada, pero es inútil. Sus ojos están en el suelo y ya está a
medio camino de vuelta a su pequeño rincón seguro de la tienda.

2 Siglas del trastorno por déficit de atención e hiperactividad.


Los chicos se ríen a carcajadas y mi puchero dura cinco segundos antes de reírme
con ellos.
—¿Qué es tan gracioso? —ronronea una voz felina desde la entrada.
Giro la cabeza hacia la izquierda, donde Q está apoyada en la pared, viéndose
muy genial, con su melena de león y su postura de espalda, pero no me engaña. La
intensidad de sus ojos y la tensión de sus músculos me indican que está lista para
abalanzarse sobre la próxima gacela que se cruce en su camino.
De hecho, no puede esperar.
—¡La doctora recibió una penalización por pegarse a sí misma! —se ríe Pequeño,
limpiando una lágrima de su ojo.
Q levanta una ceja al verme sentada en una caja de cartón con un asiento de
inodoro alrededor del cuello antes de volver a mirar al grupo.
—Entonces, parece que les vendría bien un tercero.
—Pero... se supone que les falta un jugador durante dos minutos —se queja
Pequeño.
—Ya han pasado los dos minutos —responde Q, deslizándose por la habitación
para recoger mi palo.
No vuelve a mirarme, pero entiendo el mensaje alto y claro. 92
Estoy fuera cuando ella dice que estoy fuera.
Y no sólo en el juego.
Observo desde el palco de la vergüenza cómo Brad y Carter se enfrentan en el
centro de la tienda. La presencia de Q parece haber sacudido a todos. Todos parecen
muy callados y distraídos. Después de golpear los palos con Brad, Carter se adelanta
fácilmente a él, enviando el fragmento de cerámica derrapando por la madera dura,
directamente hacia nuestra meta. Pero justo antes de que entre, Q golpea su palo (mi
palo) contra el suelo de forma lateral, bloqueando toda la portería con una sonrisa
triunfal. El trozo de porcelana fina rebota en ella y los hombros de Carter se juntan
alrededor de sus orejas.
Sé que, si hubiera sido cualquier otra persona, le habría echado la culpa por
hacer trampas, pero siendo ella su única fuente de comida, agua y refugio en este
momento, se muerde la lengua y me mira a mí en su lugar.
Lo sé, grandote. Lo sé.
Bocazas se apresura a buscar el trozo de plato roto y lo vuelve a colocar en el
centro de la tienda.
—Yo me encargo —anuncia Q, dejando su puesto de portera para ocupar el lugar
de No Brad frente a Carter.
No Brad se aleja de ella en cuanto se acerca, pero Carter se mantiene firme.
Colocando el extremo destrozado de su palo de hockey improvisado en el suelo
junto al plato roto, Carter mira a Q expectante. No va a dejar que se quede con esto.
Sigue siendo un competidor hasta la médula, y por muy estúpido que parezca ahora
mismo, lo entiendo.
En este mundo posterior al 23 de abril, las únicas cosas que puedes conservar
son las que te niegas a que alguien te quite.
Carter golpea su bastón en el suelo y lo levanta unos centímetros en el aire,
esperando que Q lo golpee con la punta del suyo (la señal de que es hora de empezar)
pero, como siempre, Q juega con sus propias reglas. Tan pronto como él levanta su palo
de la madera, ella golpea el disco de cerámica tan fuerte como puede, enviando el
fragmento directamente a la barriga de Pequeño. La sala pasa del silencio a la sordera
cuando Pequeño se agarra el estómago con un gemido gutural, y el disco cae al suelo
con un estruendo de infarto.
Q hace un espectáculo arrastrando una uña de un centímetro de largo por su
lengua y usándola para escribir el número uno en el aire. Luego, se gira hacia mí, con
la victoria brillando en sus ojos color vómito mientras se echa sus rastas casi hasta la
cintura por encima del hombro.
—Encárgate de eso —gruñe, moviendo sus dedos adornados con anillos en
dirección a su última víctima—. Y tú, cuando te dije el otro día que te veías como la
mierda...
Las comisuras de su boca se tuercen hasta convertirse en algo realmente maligno
mientras se acerca a mí. Intento mantener mi rostro neutral mientras se acerca, pero
cuando extiende una de sus garras por el borde del asiento del inodoro alrededor de mi
cuello, me estremezco.
93
—Me equivoqué —me dice, agarrando el borde entre el pulgar y el índice. Un
destello de malicia aparece en su rostro justo antes de que se incline hacia delante,
coloque sus labios contra mi oreja y susurre la palabra: “Flush”3. Antes de que me dé
tiempo a reaccionar, mueve la mano hacia la izquierda, haciendo que el asiento del
inodoro gire alrededor de mi cuello como una herradura. Q echa la cabeza hacia atrás
y ríe mientras un calor agudo y punzante me abrasa las mejillas y me quema los ojos—
. ¡Ahora, estás hecha una mierda!
Se da la vuelta y se dirige a la entrada, todavía riendo para sí misma, y Brangelina
se separa de ella como el Mar Rojo. Levanto en silencio la tapa del váter por encima de
mi cabeza y la aprieto contra mi pecho como si fuera un oso de peluche. Carter aprieta
el hombro de Pequeño Tim mientras mantiene sus ojos furiosos fijos en mí. Bocazas
prácticamente se balancea en la esquina.
Y en ese silencio, lo escuchamos.
El golpeteo.
Q se detiene un segundo, escuchando como el resto de nosotros, pero cuando se
gira, es como si hubiera una persona completamente diferente en su lugar. Su rostro se
ilumina, su boca se divide en una sonrisa maníaca y sus amplios ojos van de persona
en persona, escaneando nuestras expresiones en busca de señales de que nosotros
también lo oímos.
Ignorando por completo el hecho de que todos la miramos como si acabara de
apuñalar a nuestro perro, Q chasquea los dedos y grita:

3 Sonido al tirar la cadena del inodoro.


—¡Mierda! ¿Saben qué hora es?
Pequeño Tim encoge sus hombros y asiente.
Bocazas parece sonrojarse.
Los Brangelina sonríen y chocan los cinco con un salto dramático.
Y la persistente mirada de Carter calienta mi piel.
—¡Es la hora del baño, hijos de puta!

94
L
a voz ronca de Q se hace cada vez más lejana mientras se aleja por el pasillo,
gritando a todo pulmón:
—¡Hora del baño, perras!
Brangelina y Bocazas la siguen, sin hacer preguntas, e incluso Pequeño Tim, con
una mueca de dolor y un gemido, se alejan detrás de ellos.
—Oye, Pequeño —lo llamo mientras salgo de la caja de cartón.
Se detiene en la entrada de la tienda y se gira hacia mí. Me devuelve la mirada
con unos tristes ojos marrones, metidos en un marco de rastas hasta los hombros y un
95
tupido vello facial marrón.
—Ven a verme a la tienda de esmóquines más tarde y me ocuparé de eso por ti.
—Le dedico una sonrisa comprensiva y miro la herida punzante que está cubriendo con
su gruesa mano.
Pequeño me saluda con dos dedos antes de alejarse en la misma dirección que
sus amigos.
De repente, sólo quedamos Carter, yo y el sonido de la lluvia golpeando el techo.
Sus ojos arden como el oro líquido, fundidos por la rabia no expresada y se fijan en mí
como si yo fuera el vacío en el que quiere verterlo todo.
—¿Estás bien? —pregunta, cruzando la habitación hacia mí.
—Estoy bien —digo, quitándome el polvo del culo—. ¿Siempre es tan pe...?
Antes de que pueda terminar mi insulto, Carter se detiene a medio metro delante
de mí y me tapa la boca con una mano enorme.
Explora la habitación con los ojos muy abiertos y luego susurra:
—Por si no te has dado cuenta, eres la única otra chica aquí de su edad. A Q no
le gusta la competencia, así que te sugiero que mantengas la boca cerrada y la cabeza
baja si quieres quedarte.
—¡Ugh! —Me alejo de él y cruzo los brazos sobre el pecho—. ¿Así que tengo que
aguantar su mierda?
La mandíbula de Carter se aprieta, y sus fosas nasales se agitan.
—Mira, a mí tampoco me gusta, ¿de acuerdo? ¿Crees que es fácil para mí
sentarme y ver cómo alguien les falta el respeto a mis amigos de esa manera? Demonios,
no. Pero no tenemos ningún otro sitio al que ir, ¿verdad? No a menos que...
—No —lo interrumpo antes de que pueda decir otra palabra sobre lugares que ya
no existen.
Carter cierra la boca y asiente. No me di cuenta de que había un rayo de
esperanza en sus ojos hasta que se apagó.
—De acuerdo entonces. Hogar dulce centro comercial será. Vamos.
Me tiende la mano, pero yo sólo la miro fijamente.
—¿A dónde vamos?
—A tomar una ducha.
—¿Ducha?
Carter pone los ojos en blanco.
—Cuando llueve, todo el mundo corre al tejado para ducharse. Q tiene un
depósito de jabón, shampoo y demás allí arriba. Es… —Levanta un hombro en un medio
encogimiento de hombros despreocupado—. Divertido.
—Q —escupo su nombre como si fuera un diente sangriento y roto antes de que
se me ocurra algo—. Espera. Entonces, ¿todo el mundo ahí arriba está... desnudo? 96
Carter se ríe y toma mi mano, aunque no se la he dado.
—Te dije que era divertido.
—Pero... ¿qué pasa con tus padres? ¿Y Sophie?
Comienza a caminar de espaldas hacia la puerta, tirando de mi mano con una
sonrisa juguetona y demasiado confiada en su rostro.
—No es realmente su escena. Se escabullen por la puerta trasera de la zapatería
y se duchan detrás de los arbustos. —Le da un tirón a mi mano—. Vamos, Rainbow
Brite... si tienes suerte, puede que te deje lavarme la espalda.
De repente, mi mano está libre, mis pies se mueven, mi cara está caliente, y
puedo oír la voz engreída de Carter detrás de mí insistiendo en que “sólo estaba
bromeando”.
Pero no me detengo. No me importa su estúpida broma. Tengo un problema
mucho, mucho más grande ahora mismo.
Vuelvo corriendo a la tienda de esmóquines y prácticamente le grito a Lamar que
suba a Quint a la azotea para que se duche. Me miran como si tuviera dos cabezas, pero
no puedo contener mi pánico. Las paredes se están cerrando y necesito que se vayan de
una vez antes de que me dé un ataque de nervios.
—¡Vayan! —grito, señalando con un dedo en dirección a la puerta.
Quint está por fin lo suficientemente sano como para soportar un tramo de
escaleras.
Tal vez.
Eso espero.
—¡Sólo no toques su vendaje!
—Está bien, mamá. Jesús. —Lamar levanta las manos antes de ayudar a su
hermano mayor a levantarse del suelo.
Tengo tantas ganas de correr hacia ellos, de ayudar a Lamar a limpiarlo, pero...
simplemente... no puedo.
En cuanto salen por la puerta, levanto el cubo blanco del centro de la tienda que
antes era un pedestal para un maniquí listo para el baile y saco mi mochila de debajo.
Me hundo en el suelo y rebusco entre su contenido, sintiendo que el pecho se me aprieta
más y más con cada segundo que pasa. Un trueno sacude las paredes y me empuja a
moverme más rápido.
Encuentro los artículos de tocador de tamaño de viaje que empaqué desde casa
y tengo que cerrar los ojos y contar hacia atrás desde veinte para no imaginarme el
motel frente a la playa del que proceden esas botellitas.
... tres ... dos ... respiración profunda ... uno.
Apretando los frascos de shampoo y acondicionador en mis puños, me concentro
únicamente en mi entorno y empiezo a caminar hacia atrás para salir de la entrada de
la tienda de esmóquines. Otro trueno me hace saltar mientras me giro y sigo avanzando
en reversa hacia las puertas al final del pasillo. 97
Puedo hacerlo.
Paso.
No tengo que mirar nada.
Paso.
No es que haya nada ahí fuera.
Paso.
No.
Paso.
Nada en absoluto.
Siento que la lluvia escupe en el costado de mi rostro a través de las ventanas
rotas justo antes de que mi espalda choque con el suave pomo metálico de una de las
puertas de la entrada principal.
Cada latido de mi corazón se siente como un relámpago, reverberando en mi
cuerpo y haciéndome temblar. Todo el pasillo que se extiende ante mí está vacío, y
aunque todavía es temprano por la tarde, la tormenta ha oscurecido el centro comercial
hasta el punto de que ni siquiera puedo ver la fuente desde aquí.
Bien.
La oscuridad me ayuda a calmar los nervios. Me ayuda a perderme y a fingir.
Sólo voy a salir por esta puerta a otra parte... más húmeda... del centro comercial.
Eso es todo. No voy a salir. No hay exterior. Este es el... el... cuarto de baño del centro
comercial. Sí.
Dejo las botellas en el suelo y me quito la ropa lo más rápido posible, lanzándola
delante de mí lo suficientemente lejos como para que no caiga en uno de los charcos
que se forman junto a la puerta. Luego, vuelvo a apretar mi espalda desnuda contra la
puerta, apreciando la sensación del metal frío contra mi piel acalorada.
Estoy en el centro comercial. Y cuando atraviese la puerta, seguiré estando en el
centro comercial. No es gran cosa.
Memorizo qué frasco está en cada mano —el champú a la derecha, el
acondicionador a la izquierda—, luego, respirando profundamente y con los ojos
cerrados, empujo la puerta con mi cuerpo. Una ráfaga de viento me da en la cara, pero
la sensación de que la lluvia cae sobre mí no llega. Sólo un rocío un poco más fuerte,
que me sigue escupiendo de lado.
¡El toldo! Maldita sea.
Mi corazón se acelera cuando me doy cuenta de que tengo que ir más lejos. En
lugar de volver a caminar directamente hacia el estacionamiento abierto para salir de la
cobertura, decido que tengo que quedarme cerca del edificio. Necesito algo que me
mantenga con los pies en la tierra. Con los nudillos contra el ladrillo y las botellas de
plástico en los puños, me muevo de lado en dirección a la niebla. Las gotas aumentan
con cada paso a ciegas que doy, y cuando finalmente empiezan a empapar mi pelo y a
enfriar mi piel, me detengo. No recuerdo qué botella es el shampoo y cuál es el
acondicionador, y estoy demasiado aterrada para abrir los ojos y comprobarlo. Así que
elijo uno a ciegas, aprieto el contenido en mi mano y empiezo a restregar todo mi cuerpo 98
furiosamente.
Oigo un chisporroteo en el aire antes del siguiente trueno. Está tan cerca que
hace temblar el suelo bajo mis pies y provoca gritos emocionados y risas nerviosas de
la gente del techo.
La gente del techo.
—¡No! —grito, posiblemente en voz alta, mientras empujo el miedo hacia abajo e
intento decirme a mí misma que no estoy fuera.
El mundo que dejé y todas sus heridas ya no existen. No hay ningún
desencadenante aquí fuera que pueda hacerme daño. Pero lo soy y lo es, y cuando doy
un paso más fuera de la cobertura del toldo; cuando siento que mis pies se hunden en
algo terroso y suave y tan familiar como las búsquedas de huevos de Pascua descalzos
y los juegos de etiqueta de verano, lo encuentro.
Los truenos suenan y el dolor se apodera de mí como un rayo que cae desde el
suelo hacia arriba. La hierba bajo mis pies duele más que cualquier otra cosa que
pudiera encontrar aquí, pero la he echado tanto de menos que no me atrevo a moverme.
Lo extraño tanto, maldita sea.
El shampoo que corre por mi rostro huele a vacaciones de verano, y ahora no
puedo evitar las lágrimas ni los recuerdos. Recuerdo a mi padre llevándome al océano,
tan profundo que apenas podía tocarlo, y enseñándome a encontrar estrellas de mar
con los dedos de los pies. La expresión de dolor en su rostro cuando mamá dijo que
teníamos que devolverlas todas. La que trajo de contrabando a casa en su maleta y que
hizo que todo el auto oliera a pescado muerto durante meses.
Los recuerdos llegan cada vez más rápido, golpeándome por todos lados. Ahora,
la hierba crecida se aplasta bajo mis rodillas, mis espinillas. El barro frío se aplasta
entre mis dedos cuando los hundo en la tierra blanda, desesperada por encontrar algo
a lo que agarrarme mientras el dolor me atraviesa.
Fuegos artificiales el 4 de julio.
Malvaviscos asados alrededor del barril de la hoguera después de rastrillar todas
las hojas del otoño.
Las películas de Navidad. Acurrucarse con mamá en el sofá. Medias ligeramente
torcidas. Galletas muy quemadas para Papá Noel. Encontrar a mi padre a las tres de la
mañana, envolviendo regalos con un cigarrillo colgando de su boca.
Y entonces veo a Wes... el hermoso, cauteloso y herido Wes... dormido en mi
bañera después de enterrarlos a ambos.
Pongo a prueba mis piernas. Tengo que arrastrarme lejos de esta pesadilla. Tengo
que volver a entrar. Tengo que alejarme de los olores, las texturas y los sonidos de este
mundo borrado. Con los miembros tambaleantes, me arrastro hasta la puerta y no me
detengo hasta que se cierra firmemente detrás de mí.
Apoyando de nuevo la espalda en el frío metal, aspiro tantas veces como sea
necesario para que mi ritmo cardíaco vuelva a la normalidad. Cuando abro los ojos,
espero sentirme aliviada. Ahora estoy de vuelta en mi nuevo mundo seguro. No tengo
que volver a abrir esa puerta. 99
Pero en cuanto mi mirada se posa en la entrada de la tienda de Hello Kitty, eso
es exactamente lo que hago.
Me doy la vuelta y abro la puerta de par en par.
Para que mi vómito aterrice en la acera.
3 de mayo

U
n golpe en la puerta me hace saltar, haciendo que las frágiles páginas del
antiguo catálogo de esmóquines en el que estoy sentada se arruguen con
fuerza.
—Pase —grito, pero mi voz no quiere funcionar, posiblemente debido a las horas
que he pasado sollozando en este mismo lugar desde ayer.
Aclaro mi garganta para volver a intentarlo, pero decido no hacerlo. No me
importa quién esté allí. No quiero que entren. 100
La puerta de la oficina de Savvi Formalwear se abre de todos modos, dejando
entrar un trozo de luz del pasillo. La luz atraviesa el suelo y no me alcanza por
centímetros.
—Eh, jefa... —Lamar entra en la puerta. Su silueta de rastas cortas y
desordenadas rebota mientras su cabeza gira de izquierda a derecha, escaneando la
oscura habitación en busca de señales de vida. Entonces, suelta una carcajada—. ¿Qué
demonios haces ahí abajo?
Le devuelvo la mirada como si lo estuviera viendo desde la tumba. Como si las
actividades de los vivos estuvieran fuera de mi alcance. Hablar. Sentir. Darle
importancia. Recuerdo haber hecho esas cosas. Sólo que no recuerdo cómo las hice.
—¿Estás sentada bajo el escritorio porque el Sr. Renshaw se llevó la silla rodante?
—se ríe Lamar—. ¿O hubo una advertencia de tornado que no conozco?
Le devuelvo la mirada, esperando que vengan las palabras, pero no lo hacen.
Lo siento. Rain ya no está aquí. La lloré. Esto es sólo su carnoso envoltorio,
abandonado bajo un escritorio como un fajo de chicles.
La sonrisa de Lamar se desvanece cuando sus ojos se adaptan a la oscuridad de
la oficina sin ventanas. Cuando por fin me ve bien, dice:
—Oye... ¿estás bien?
Me pongo la capucha por encima de la cabeza y me giro de cara a la pared.
—Así que... Quint se siente un poco mejor desde que se limpió ayer. Creo que
intentaré llevarlo a desayunar. ¿Quieres venir? —Hay una nota de esperanza al final de
su pregunta—. He oído que están haciendo hueeeevoooos...
No respondo.
Oigo que el aire sale de sus pulmones, llevándose el viento de sus velas junto con
él.
—Vamos, Señorita Rainy —se queja—. Anoche tuve que ayudarlo a ducharse y
darle de comer yo solo.
Si quedara una pizca de sentimiento en esta cáscara de cuerpo, el hecho de que
Lamar esté más preocupado por conseguir ayuda para su hermano que por averiguar
por qué me pasé toda la noche acurrucada bajo un escritorio en una habitación oscura
podría doler. Pero no lo hace. Ya nada puede hacerme daño.
Ni siquiera estoy aquí.
—Bien. Lo haré yo mismo. ¡Otra vez!
El portazo resuena en mis oídos durante varios minutos después de que se vaya.
¿O podrían ser horas? Ya no lo sé. Me siento como si estuviera flotando en un rezago
primordial. Desconectada de la realidad. Desconectada de mis pensamientos y
sentimientos. Desconectada del tiempo.
Lo único que puedo sentir es mi cuerpo, y cuanto más tiempo estoy sentada aquí,
más se da a conocer. Mi vejiga palpitante, mi estómago gruñendo, mis piernas y mi
espalda doloridas, se unen en un coro de dolor hasta que no tengo más remedio que
moverme. 101
Como todo el mundo sigue desayunando, la tienda está en silencio. Me abro paso
por el pasillo con las piernas de goma. Las observo mientras se levantan y pisan, pero
mi cerebro no registra el impacto. Es como si llevara gafas de realidad virtual.
Tal vez me esté volviendo loca.
Abro la puerta del baño de empleados y la mantengo abierta para poder ver lo
que estoy haciendo mientras me bajo los jeans y me siento en el borde del lavabo para
orinar.
Cuando termino, continúo sentada allí, mirando un encaje de tela de araña
colocado sobre un respiradero inútil del aire acondicionado, admirando la nada gris
oscura que se arremolina dentro de mí. Ahora que mi vejiga ya no está llena, estoy vacía.
Verdadera y completamente.
Me abrocho la cremallera y los botones del pantalón con dedos entumecidos y
torpes y vuelvo a mi cueva. Esta vez, camino con todo el hombro abrazado a la pared.
Mantengo la mirada fija en la entrada de la tienda, es demasiado desorientador mirar a
mis pies, pero antes de llegar a la oficina, un demonio con ojos de color lima y una
melena hecha de serpientes llena la puerta. Su mirada espasmódica se posa en mí o en
lo que queda de mí y una mueca de desprecio atraviesa su rostro de oreja a oreja.
Sé que debería tenerle miedo, pero esa sensación también desapareció. Lo único
que puedo hacer es devolverle la mirada y esperar a que ataque.
—Ahí estás, Flush.
Se acerca a mí con la postura de un gánster, a pesar de que lleva unos pantalones
negros holgados de hombre cortados por la rodilla, botas de motorista y una camiseta
negra que es al menos tres tallas más grande. No se detiene hasta que está delante de
mí. Entonces, me quita la capucha de la cabeza. Agarrando un puñado de mi cabello,
Q me empuja hacia delante. No siento el dolor. Sólo la escucho respirar larga y
profundamente mientras se lleva un puñado de cabello a la nariz.
—Fresco como una puta lechuga. —Q empuja mi cabeza hacia atrás y sus ojos
arden—. Adivina esto, perra. ¿Cómo es que apareces sin nada más que la ropa que
llevas puesta, no has comido mi comida, no has usado mi puto shampoo y sin embargo
aquí estás, viva y oliendo como un maldito rosal?
La miro fijamente desde la seguridad de la nada y parpadeo.
—¿Dónde está... tu... mierda? —Me clava dos dedos en el pecho con cada palabra,
con su rostro a escasos centímetros del mío.
—Lo siento —digo, el sonido de mi propia voz me toma por sorpresa—. Rain no
está en casa ahora mismo.
La cara de Q se ensombrece y su mano vuelve a enrollarse en mi cabello, tirando
de mi cabeza hacia un lado.
—Rain no tiene casa, perra. Esta es mi casa y estoy aquí para cobrar mi puto
alquiler. —Su agarre en mi cabello se hace más fuerte hasta el punto de que por fin noto
el dolor, y casi me alivia sentirlo—. Tienes dos segundos para decirme dónde demonios
está tu escondite antes de que los eche a ti y a tus novios.
Levantando la mirada, miro por encima de su hombro el maniquí de yeso blanco 102
que hay en el centro de la tienda. Q gira la cabeza para seguir mi mirada. Luego me
empuja al suelo y se va dando pisotones en esa dirección.
Observo desde mi lugar lateral en el suelo del pasillo cómo el maniquí cae al suelo
como un árbol cortado. Al golpe seco le sigue rápidamente el sonido de una cremallera
y una carcajada salvaje, pero lo único que puedo enfocar es la mirada perdida del
hombre de yeso, que yace en la misma posición que yo. Sin expresión. Vacío.
Imperturbable.
¿En esto me he convertido?
Q me arrastra por el cabello por el pasillo hasta el patio de comidas, divagando
sobre la llegada anticipada de la Navidad, pero aun así, no siento nada. No cuando
llegamos allí y un silencio cae sobre la multitud. Ni cuando Carter deja su plato y se
levanta con ojos llenos de furia. No cuando el Sr. Renshaw intenta hacer lo mismo, sólo
para hacer una mueca de dolor y volver a caer en su silla rodante con un gruñido
frustrado. No siento nada cuando la Sra. Renshaw cubre los ojos de Sophie o cuando
Lamar y Quint miran impotentes. Y cuando Pequeño, Bocazas y Brangelina se ríen
mientras Q me empuja hacia su mesa, lo único que pienso es en la herida de Pequeño
y en cómo no vino a dejarme echarle un vistazo anoche.
—A partir de ahora, vamos a llamar a esta perra la jodida Santa Claus. —Q
anuncia mientras abre la cremallera de mi mochila y vierte su contenido en el centro de
la mesa.
Los fugitivos jadean y se abalanzan sobre el montón, pero Q les aparta las manos
de un manotazo mientras les presenta cada objeto.
—¡Barras de granola! —Sostiene la caja ante una entusiasta multitud de la
mesa—. ¡Slim Jims!
—¡Sí! —El público aplaude.
—¿Qué demonios es esto? ¿Compota de manzana GoGo squeeZ? —lee la etiqueta.
—¡Claro que sí!
—Curitas, aspirinas, antihista-lo-que-sea. —Lanza a ciegas cada artículo por
encima del hombro, lanzándome suministros médicos, antes de quedarse
completamente inmóvil—. Oh, demonios, no.
Q me mira con ojos asesinos antes de levantar una caja de Kotex.
—¡Perra, tuviste putos tampones todo este tiempo!
Veo un destello de movimiento y cierro los ojos justo antes de que el dorso de la
mano de Q se encuentre con mi rostro, con sus cuatro gruesos anillos de plata cortando
mi pómulo.
El tiempo se detiene mientras el dolor estalla en un lado de mi rostro.
Me siento como si estuviera en una comedia en la que uno de los personajes está
enloqueciendo, así que otro personaje le da una bofetada y le grita: ¡Reacciona!
Bueno, la bofetada de Q me saca de mis casillas. Sólo que no hay pista de risas.
No hay pausa publicitaria. No hay un vecino adorable con un chiste gracioso. Es sólo
dolor. Y humillación. Y lágrimas. Y pérdida. Todos los sentimientos de los que he estado
tan amablemente desconectada estallan a través de mis defensas como un maremoto a 103
raíz de esa bofetada.
Una vez que el tiempo comienza a moverse de nuevo, me doy cuenta de que toda
la cafetería ha estallado en histeria. Todo el mundo está de pie. Todo el mundo está
gritando. Carter tiene a uno de los fugitivos por la camiseta rota y le grita en la cara.
Brad y No Brad me ponen en pie, chocando las palmas de mis manos inertes por haber
recibido “un golpe tremendo”. Q está de pie sobre la mesa, lanzando galletas de
mantequilla de cacahuete a la multitud como si fueran billetes de dólar. Y Lamar se
escabulle entre la locura, recogiendo el material médico que Q me ha lanzado.
Entonces, tan repentinamente como comenzó el estallido, se detiene.
Y todo el mundo se gira hacia los monitores de televisión que brillan detrás de
los mostradores de comida rápida.
Mientras tanto…

G
olpe... golpe... golpe... raspaaaaado.
Mierda.
Mi corazón comienza a palpitar mientras escucho al novio de mi
madre adoptiva subir las escaleras a trompicones.
Golpe... golpe... golpe... WHAM.
Las finas paredes traquetean cuando se estrella contra ellas, rebotando por las 104
escaleras y por el pasillo como una pelota de cien kilos.
—Vete a la mierda —murmura a nadie y meto la mano bajo la almohada para coger
mi cuchillo.
La Sra. Campbell se fue a la cama hace horas, lo que significa que Polla Flácida no
ha podido pelear con ella esta noche. Ha estado haciendo eso: irse a la cama cada vez
más temprano, tomar suficientes pastillas para dormir como para tranquilizar a un
caballo, sólo para que cuando él se emborrache, ella ya se haya desmayado.
Y ha funcionado, para ella.
¡Un portazo! Mi puerta se abre con tanta fuerza que el pomo hace un agujero en la
pared de yeso.
Intento no sobresaltarme, pero no puedo evitarlo.
Espero que no se haya dado cuenta.
—Despierta, saco de mierda sin valor.
Agarro con más fuerza el mango de la navaja y abro un ojo para ver cómo el hijo
de puta se desabrocha el cinturón mientras se acerca a mi colchón. La luz del pasillo está
encendida y me doy cuenta de que el papel pintado que se está desprendiendo justo al
lado de mi puerta abierta ya no es amarillo descolorido con flores de maíz azul claro.
Es rojo sangre con jinetes negros encapuchados por todas partes. Cada uno lleva
un arma diferente sobre su cabeza mientras carga: una espada, una guadaña, una
antorcha, una maza. Pero ya no me asustan.
Y tampoco lo hace este imbécil.
Porque ahora sé que esto es sólo un sueño.
—¡Levántate, chico! —me grita el asqueroso y sudoroso cerdo que se tambalea
hacia mí mientras se quita el cinturón y tira de él, haciendo un sonido de chasquido con
el cuero.
Cierro los ojos.
Es sólo un sueño.
Tengo el control.
Ya no puede hacerme daño.
Contengo la respiración y levanto el dedo índice del mango de mi cuchillo,
sonriendo cuando un suave gatillo metálico aparece mágicamente bajo él.
—¡Ahhh! —Me incorporo y balanceo mi arma frente a mí, listo para dispararle a
la cara de ese pedazo de mierda sudoroso e inútil.
Pero no hay nadie.
Ya no estoy en la casa de acogida de la Sra. Campbell. Estoy solo, en un sofá,
asaltado por la luz del sol que entra a raudales a través de un par de persianas de
plástico mugrientas.
—Mierda —gimo, me vuelvo a tumbar en el sofá y me tapo los ojos con el
antebrazo.
Aunque me he despertado antes de que ese hijo de puta tuviera la oportunidad 105
de darme una paliza, parece que alguien lo ha hecho. La cabeza me late como si me
hubieran golpeado repetidamente con la puerta de un auto. Mi equilibrio cree que estoy
en un bote en medio de un huracán. Y estoy bastante seguro de que todo dentro de mi
cuerpo se ha agriado.
Demonios, todo en mi puta vida.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, no estoy seguro de qué día es ni de cuánto tiempo
llevo aquí, pero sé exactamente dónde demonios estoy por el desvanecido olor a muerte
que hay en el aire.
Gimo y froto mis párpados hinchados.
Desde mi punto de vista lateral en el sofá, mis ojos se centran en una botella
vacía de Grey Goose que yace de lado en la mesa de café, reflejando mi miserable
posición.
Aprieto los ojos y me pellizco el puente de la nariz mientras recuerdo vagamente
que he atravesado los escombros de la casa incendiada de Carter y que he sacado todo
lo que se podía salvar del congelador aún intacto.
Incluyendo una botella de vodka.
Mi plan era encontrar un nuevo lugar para dormir, tal vez un bonito apartamento
de soltero abandonado con una nevera llena de cerveza y una piscina, pero la carretera
sólo estaba despejada una o dos manzanas después de la casa de Rain. Con los
disturbios en Franklin Springs aún en marcha, no tenía sentido arriesgarme a pinchar
una rueda sólo para que un drogadicto que no había dormido en tres días me apuntara
con otra pistola en la ciudad.
Así que llegué al único lugar que sabía que estaría vacío.
No tenía nada que ver con el hecho de que una chica con aspecto de muñeca de
trapo viviera aquí.
Sólo necesitaba suministros y refugio.
Y un montón de vodka.
El sonido del motor de un auto me hace levantarme de nuevo. No he oído ningún
auto en esta carretera desde que llegué. Me inclino hacia la izquierda para poder ver la
carretera a través del hueco entre las persianas y el marco de la ventana. La carretera
sólo está despejada desde aquí hasta la salida de Pritchard Park, así que, sea quien sea,
puede que venga del centro comercial.
Mirar fijamente a la luz del sol sólo hace que me lata más la cabeza, pero contengo
la respiración y entrecierro los ojos a pesar del dolor. Cuando por fin veo el auto, suelto
el aliento en forma de resoplido. El maldito cartero va a paso de tortuga delante de la
casa de Rain. El tipo ni siquiera se detiene por completo. Se limita a tirar un puñado de
sobres al buzón que está de lado en la entrada y sigue adelante.
Increíble.
Así que esto es lo que parece: “Se les anima a reanudar su vida cotidiana”.
Entierren a sus muertos. Atrincherarse en las puertas de sus casas. Busquen comida.
¡Pero bueno, tenemos los servicios públicos funcionando de nuevo! Tu factura está en
el correo.
106
Restriego una mano por mi rostro, sintiendo al menos una semana de rastrojos
bajo la palma de la mano, y decido aprovechar esos servicios antes de que el condado
se dé cuenta de que los propietarios de esta casa están enterrados bajo sesenta
centímetros de tierra roja en el patio trasero y los vuelva a cortar.
Me pongo de pie y espero un segundo a que la habitación deje de dar vueltas
antes de dirigirme a las escaleras.
Pasé la peor noche de mi vida en el segundo piso de esta casa. La puerta de la
derecha es donde encontré a la Sra. Williams, o lo que quedó de ella después de que su
marido arrancara su rostro. La puerta de la izquierda es donde encontré el cuerpo sin
vida de Rain después de que se tomara un puñado de analgésicos, tumbada en un
colchón con un disparo de escopeta. Y este baño...
Enciendo el interruptor de la luz y doy un respingo cuando la luz fluorescente
ilumina lo que parece una escena de otra vida.
La almohada de Rain sigue en el suelo, junto al inodoro, donde pasé la mayor
parte de la noche con mis dedos en su garganta. Su larga y gruesa trenza negra sigue
encima del cubo de la basura en la esquina de la habitación. Y las velas con olor a
vainilla siguen cubriendo todas las superficies planas. Aquella noche las saqué del
dormitorio de Rain para tapar el olor a muerte del resto de la casa, pero ahora prefiero
la sangre y los sesos a la dulce vainilla.
Porque me recuerda a ella.
Cuando nos conocimos, Rain olía a galletas de azúcar, a tarta de cumpleaños, a
glaseado de vainilla con chispas de arco iris: cosas que deseaba que mi madre me
hubiera horneado de niño, cosas que olía y probaba en las casas de otros niños. Niños
cuyos padres se acordaban de sus cumpleaños. Niños cuyos padres los querían.
A eso es a lo que olía Rain, al tipo de amor que siempre quise, pero nunca tuve.
Pero después de unos días, ya no olía a vainilla.
Olía a mí.
Tomé todas las cosas buenas, puras y dulces de Rain, las mastiqué y me las
tragué.
Yo soy la razón por la que ella tomó todas esas píldoras esa noche.
Soy la razón por la que casi se unió a sus padres en la tierra de atrás.
Y soy la razón por la que probablemente esté acostada desnuda en los brazos de
Carter ahora mismo.
Hay una razón por la que ninguna de mis casas ha olido a vainilla.
Es porque el amor no existe en mi mundo.
Paso por encima de la almohada y giro la manivela del grifo de la ducha hasta el
tope. Las tuberías gimen y traquetean en señal de protesta, pero un segundo después
sale agua del grifo. Suspiro y dejo la pistola sobre la encimera, apartando algunas velas
para hacer sitio. Me quito la camisa hawaiana y la dejo sobre la tapa cerrada del inodoro.
Luego, me pongo de lado para mirar mi herida de bala en el espejo. Está casi curada.
Cierro los ojos y recuerdo cómo me sentí cuando Rain me puso el primer vendaje.
Su toque era tan suave, pero el dolor que causaba era insoportable. Había querido que 107
una mujer me tocara así toda mi vida y una vez que lo sentí, supe que alejarme me
dolería más que cualquier maldito disparo.
Odio tener razón.
Suelto un suspiro tembloroso y voy a quitarme el resto de la ropa cuando el
sonido de las voces me hace buscar mi revólver.
De pie en el espacio entre el lavabo y la puerta abierta del baño, aprieto la espalda
contra la pared y escucho. No puedo distinguir lo que se dice con el ruido de la ducha,
pero definitivamente oigo a alguien en el piso de abajo.
Me pasan por la cabeza un millón de hipótesis diferentes, pero la única que tiene
sentido es que se trate de saqueadores que están husmeando en busca de provisiones.
No van a encontrar mucho abajo, a no ser que revisen el congelador o roben las llaves
de la moto o el camión, pero el hecho de que estén hablando a todo volumen a pesar de
oír una ducha abierta en el piso de arriba me indica que son muy valientes, y
probablemente estén bien armados.
Voy de puntillas por el pasillo con la pistola desenfundada. A cada paso que me
acerco al salón, las voces se hacen más claras. El que está hablando ahora es
definitivamente un hombre, lo cual es bueno. No tengo ningún problema en disparar a
un hombre. Y, con otros pocos pasos, puedo decir que es definitivamente un buen chico.
Este no es uno de los pandilleros con Glock de la tienda de comestibles. Se trata de uno
de los campesinos con rifle y camioneta que intentó asaltarme en la ciudad.
Subo las escaleras lo más silenciosamente posible con la espalda apoyada en la
pared. Al llegar al tercer escalón, empiezo a distinguir algunas palabras aquí y allá,
como “violación” y “desobediencia voluntaria”. En el quinto, encuentro su origen: una
pantalla de televisión brillante que se refleja en el póster enmarcado sobre el sofá.
Exhalo y subo las escaleras un poco menos silenciosamente el resto del camino
hasta el salón, pero mantengo mi arma desenfundada por si acaso.
—Gobernador Steele —dice una reportera en la televisión. Lleva tanto maquillaje
que sospecho que intenta ocultar que tiene tanta resaca como yo—. ¿Está diciendo que
lo que vamos a presenciar es una especie de juicio público?
—No, señora —responde el viejo e hinchado bastardo, arrebatándole el micrófono
de la mano.
Girándose hacia la cámara, el gobernador Steele hincha el pecho mientras una
lenta y malvada sonrisa se curva en sus mejillas carnosas y llenas de viruelas.
—Lo que van a ver aquí... es una ejecución pública.
Me dejo caer en el sofá y dejo mi pistola sobre la mesa de café.
—Disculpe —dice la reportera, inclinándose hacia el micrófono que le robó el
gobernador cara de mierda—. ¿Ha dicho... ejecución?
—Así es, jovencita. Los acontecimientos del 23 de abril han dado una nueva
oportunidad a la raza humana, y debemos protegerla a toda costa. Nos enfrentamos a
la extinción global debido a nuestros corazones sangrantes, y la única manera de
asegurar que nunca suceda de nuevo es proteger las leyes de la selección natural con
uñas y dientes. —El hijo de puta golpea su palma pastosa con la culata del micrófono—
. En palabras del difunto y gran Dr. Martin Luther King Junyuh: “Tiempos desesperados 108
requieren medidas desesperadas”.
—Gobernador, señor, creo que fue Hipócrates quien dijo...
Aleja aún más el micrófono de la reportera inclinada.
—¡Ya no somos países divididos! Somos una sola raza, la raza humana, y nuestro
enemigo jurado es cualquiera que se atreva a desafiar de nuevo las leyes de la selección
natural. El futuro de nuestra propia especie depende de las rápidas... justas...
consecuencias permanentes. —Su papada rebota mientras agita su puño en el aire.
—Pero, Sr. Gobernador…
El calvo pedazo de mierda empuja a la reportera hacia atrás con su antebrazo y
da un paso hacia la cámara.
—Hoy, todos ustedes verán hasta dónde está dispuesto a llegar su gobierno para
protegerlos de que vuelvan a enfrentarse a la posibilidad de la extinción. Nos tomamos
esta responsabilidad muy en serio, por lo que cualquier persona denunciada por
participar en actividades que salven o mantengan la vida de alguien con una
discapacidad, lesión o enfermedad terminal será juzgada en un plazo de cuarenta y ocho
horas y si es declarada culpable, será condenada a muerte.
La cámara se desplaza hacia la derecha, pasando por el reportero conmocionado
y el edificio del Capitolio del Estado de Georgia, de cúpula dorada, detrás de ellos, y gira
para enfrentarse a un claro de hierba rodeado de gente.
—A partir de ahora —continúa el gobernador, caminando hacia el lugar—.
¡Parque Plaza será el lugar de descanso final para aquellos que decidan desafiar las
leyes de la selección natural en el gran estado de Georgia!
La multitud aplaude.
En realidad, jodidamente aplauden.
—Debido a que estos criminales eligieron violar las leyes de la naturaleza, sus
cuerpos serán devueltos a naturaleza como la última expiación.
Ante el gesto del gobernador, la cámara se inclina hacia abajo, revelando un
agujero de cuatro por cuatro pies excavado en la tierra y un árbol joven con las raíces
envueltas en arpillera a su lado.
—Un roble vivo del sur, el majestuoso árbol del estado de Georgia, se alzará dónde
caigan estos traidores como recuerdo de que la Madre Naturaleza es ahora la verdadera
legisladora y si volvemos a desobedecerla, se alimentará de todos nosotros.
Hace una pausa para lograr un efecto dramático y luego gruñe:
—Alguacil, traiga al acusado.
Un hombre alto y delgado con uniforme de policía se abre paso entre la multitud,
arrastrando tras él a un tipo mayor de cabello blanco. Lleva un uniforme de presidiario
que parece estar hecho del mismo material de arpillera en el que están envueltas las
raíces de los árboles. Tiene las manos atadas a la espalda. Tiene los ojos vendados y la
boca amordazada. Se tambalea un par de veces mientras caminan sobre la hierba
irregular, pero parece venir de buena gana.
Mi estómago, ya agrio, se vuelve pútrido al ver cómo el alguacil lo coloca
directamente frente al agujero, de frente al gobernador. 109
No. No, no, no, no...
—Doctor Macavoy, fue usted arrestado el 29 de abril en el Grady Memorial
Hospital por continuar supuestamente con el uso de procedimientos de soporte vital
después de haber recibido la orden de sus superiores de cesar todas las funciones de la
Unidad de Cuidados Intensivos. Durante el juicio celebrado el 30 de abril, se le declaró
culpable de este delito y, por tanto, ha sido condenado a muerte. Si tiene alguna última
palabra, puede decirla ahora o callar.
El alguacil retira la mordaza de arpillera de la boca del Dr. Macavoy.
Traga, y con labios temblorosos y voz temblorosa, dice:
—Elizabeth Ann, yo... te amaré por siempre y para siempre. Cuida de las niñas
por mí. Diles que no estén tristes. Diles que… —Moquea—. Diles que cada vez que el
viento sopla, soy yo quien les da un abrazo.
Cuando suena el disparo, ya estoy a mitad de camino de las escaleras.
A prieto los ojos y me tapo los oídos justo a tiempo, pero sigo oyendo la ráfaga
de disparos y el desplome de un cuerpo que cae en un agujero incluso a
través de mis manos. La imagen del caballero del enterizo sigue brillando
tras mis párpados, sólo que ahora son dos hombres, ambos con pañuelos rojos y
apuntando con sus pistolas a Wes fuera de Huckabee Foods. Veo cómo sus cuerpos se
sacuden por el impacto de mis balas. Vuelvo a oír sus gruñidos y gorgoritos y sus jadeos
mientras caen sobre un lecho de cristales rotos a nuestros pies. Siento el peso de la
pistola en mi mano y la culpa en mi conciencia y, de repente, no sé por quién sentirme
más apenado: por el ejecutado o por el verdugo. 110
Cuando por fin abro los ojos y bajo las manos, el agujero ha desaparecido. En su
lugar hay un roble pequeño, incluso más alto que el hombre que lo precedía y el
gobernador Steele, que posa junto a él con una pala dorada que obviamente nunca ha
tocado una mota de tierra. Con cada flash de la cámara, su sonrisa se amplía y su pose
se vuelve más y más heroica. Pero cuando la cámara se dirige a la reportera para que
haga sus últimos comentarios, no tiene nada que decir. Se limita a mirar fijamente al
objetivo, con una mirada inexpresiva que refleja la mía, hasta que la pantalla se queda
en negro.
Me quedo de pie, con la boca abierta y en silencio, mientras la gravedad de lo que
acabo de presenciar se asienta a mi alrededor. Pero parece que soy la única. En cuestión
de segundos, el alboroto en el patio de comidas se reanuda justo donde lo dejó. Tratan
la emisión como si se tratara de otro mal programa de telerrealidad, impactante en su
momento, pero olvidado en cuanto termina.
Q vuelve a lanzar a la multitud las provisiones de mi mochila, y les hace perder
el control mientras imita al gobernador Steele.
—¡Vuelvan a la naturaleza, asquerosos criminales! ¡Pow! ¡Ustedes son un árbol!
¡Pow, pow! ¡Ahora tú también eres un árbol! ¡Oye! ¡Deja de moverte, hijo de puta! He
dicho que eres un árbol.
Me tambaleo hacia atrás a través del pozo de manía de los fugitivos hasta que me
tropiezo con el barril de la quema. Entonces, me doy la vuelta y me dirijo directamente
al pasillo. Paso junto a la familia de Carter, que se aferra a su mesa, pero no me detengo
cuando me llaman por mi nombre. No quiero detenerme nunca. Por primera vez desde
que se fue, por fin comprendo cómo debió sentirse Wes al salir por la puerta.
Porque por primera vez desde que llegué aquí, yo también quiero irme.
Pero cuando intento reunir el valor para levantar la cabeza, para mirar por esas
ventanas rotas que he estado evitando en lugar de bajar a mis propios pies, veo cómo
se giran y entran en la tienda de esmóquines.
Porque, por mucho que quiera serlo, no soy como Wes Parker.
No soy valiente.
No soy fuerte.
Soy débil, tengo miedo y posiblemente me vuelva loca.
Probablemente por eso se fue. Porque Wes lleva su pasado como una armadura
mientras que yo llevo el mío como cadenas.
Vuelvo a subir el maniquí al cubo blanco del centro de la tienda. Luego, cierro las
puertas de los armarios y los cajones de la caja que Q no cerró de golpe mientras
buscaba mis suministros. Ordeno toda la tienda, incluso ajustando los soportes de los
maniquíes a lo largo de los lados de la habitación para que estén perfectamente
espaciados y simétricos, hasta que siento que mi presión sanguínea vuelve a la
normalidad. Hasta que se me pasan las ganas de gritar y tirarme de los pelos. Hasta
que siento que tengo un dedal de control en este nuevo y jodido mundo.
Cuando los chicos regresan, el lugar está como nuevo y Quint también... casi.
Me subo al mostrador mientras Lamar vierte un brazo lleno de vendas, pastillas
y pomadas en la superficie libre de polvo que hay a mi lado. 111
—Mírate, de pie y caminando. ¿Comiste algo?
—¿Conseguí algo para comer? —Quint hace una mueca de dolor y levanta las
puntas de los dedos hacia el vendaje de su cuello.
—Acabas de recibir una paliza de la reina Cara de Coño —termina Lamar por él—
. ¿Y quieres saber si comió?
Tapo la boca de Lamar con las manos y lo hago callar con ojos amplios y de
advertencia.
Quint mira desde él a los rincones más alejados de la habitación, como si buscara
un equipo de vigilancia.
—¿Hablas en serio? —murmura Lamar antes de apartar mis manos—. Ni siquiera
puedo llamarla...
—¡Shh! —Quint y yo siseamos al unísono, agitando nuestras manos en su rostro.
Pero es demasiado tarde. El insulto de Lamar debe haber tenido el poder de
conjurar al mismísimo Satanás, porque Q entra bailando un segundo después.
Me deslizo fuera del mostrador y Quint y yo nos colocamos a ambos lados de
Lamar, como si pudiéramos protegerlo.
Sus ojos de serpiente se deslizan por los tres antes de posarse en el chico del
centro.
—Los vi a ti y a tu hermano aquí sirviéndose un pequeño desayuno esta mañana.
He sido muy paciente con ustedes, pero ahora que sé que esta chica me ha estado
ocultando cosas, bueno... —Extiende sus brazos y luego golpea sus manos con una
fuerte palmada—. Mira eso. Mi paciencia se agotó.
—¡No! —digo, la bilis y el pánico comienzan a subir a mi garganta—. Por favor,
no nos eches. Por favor. Yo... no puedo volver allí. Yo... nosotros... —Mis ojos oscilan
entre los de Quint y los de Lamar—. ¡No tenemos ningún otro sitio al que ir!
—Aww ... ¿no es eso de una perra? Quizá deberías haber pensado en eso antes
de joder al casero. —La expresión de Q pasa de sarcástica a asesina—. Váyanse a la
mierda.
—¡Por favor! —grito, dando un paso adelante para alcanzar su brazo.
Q me arrebata el brazo antes de tomar mi rostro con los dedos separados. Su uña
del pulgar se clava en mi mandíbula mientras las garras de sus dos primeros dedos se
clavan en las bolsas hinchadas de mis ojos, tirando de mis párpados inferiores hacia
abajo. Me evalúa como un gato, tratando de decidir si quiere comerme ahora o jugar
conmigo primero.
—Tócame otra vez y te arrancaré los ojos y los llevaré como pendientes, zorra.
Intento cerrar los párpados y susurro “lo siento” contra su palma.
Q gime y me suelta con un empujón.
—Dejaré que se queden, con una condición. —Dirige su atención a los chicos de
mi derecha y se sisea—: Estos dos vagos empiezan a explorar... ahora.
—No —digo y sacudo la cabeza—. Por favor. No pueden salir ahí fuera. Quint
todavía tiene una herida abierta, y Lamar... —Me giro y miro al listillo que está a mi 112
lado—. Es sólo un niño.
—Mira como lloro, perra. —Q finge limpiarse una lágrima del ojo y me la lanza—
. Exploren o váyanse a la mierda.
Mi mente frenética recorre todas las opciones posibles. Aunque la sola idea de
salir me hace sentir que la habitación da vueltas y las paredes se cierran, no puedo
arriesgarme a que me echen o a perder a los únicos amigos que me quedan.
Con el pecho agitado y las palmas de las manos sudadas, abro la boca para
ofrecerme, pero la voz que oigo no es la mía. Es profunda y fría, pero con un filo que
electriza cada célula de mi cuerpo.
—Yo lo haré.
Las cuatro cabezas giran hacia la puerta, que ahora está llena de una presencia
que nunca pensé que volvería a ver. Su cabello castaño es oscuro y húmedo. Sus ojos
verde pálido son tristes. Severos. Sus ropas están limpias, sus botas embarradas, e
incluso a tres metros de distancia, puedo sentirlo. Hueco pero desbordante. Calmado y
a la vez palpitante. Fuerte y obstinado, pero... está aquí.
Ha vuelto.
La mirada verde de Wes me engulle antes de volver a hablar:
—¿Aún quieres quedarte aquí? —Sus palabras son silenciosas, dirigidas sólo a
mí.
Asiento. Pero es una mentira. No quiero quedarme aquí ni un segundo más, pero
asentir es más fácil que admitir que me pasa algo tan malo que ni siquiera puedo mirar
hacia afuera sin tener un ataque de pánico.
Su suave mirada se endurece al posarse en Q.
—Entonces, lo haré.
Da una palmada con sus manos adornadas con anillos y se acerca a Wes. Sus
caderas se balancean como si estuviera moviendo una cola invisible.
—Sabía que volverías, surfista —le dice, acercándose a él para darle una
palmadita en la mejilla.
Wes aparta su cincelada barbilla de su alcance y ella se echa a reír.
—Oh, lo olvidaba. Quieres mantenernos en secreto. —Me lanza una sonrisa
malvada por encima del hombro antes de salir por la puerta.
Justo antes de desaparecer, Q se gira para mirar a Wes de nuevo.
—Tienes hasta mañana para traerme jabón para platos, líquido para
encendedores, cepillos de dientes, desodorante, pilas D y unas malditas galletas de
chocolate, surfista. No estoy jugando.
Wes levanta una ceja, pero no dice nada mientras ella se da la vuelta y se aleja.
Cuando su mirada se posa de nuevo en mí, tan fría y reservada como el día en que nos
conocimos, contengo la respiración.
—Estás herida. —Las palabras salen ásperas y cortadas después de abrirse paso
a través de su mandíbula apretada. 113
Ni siquiera sé qué decir a eso.
Por supuesto que estoy jodidamente herida. Me dejaste. Te necesitaba y me
dejaste.
Pero cuando Wes estira la mano y pasa un pulgar por mi mejilla magullada, hago
una mueca de dolor y me doy cuenta de lo que quería decir.
—Ugh. —Giro la cabeza y siseo—: ¿Qué te importa?
—Así que, eh... —murmura Lamar mientras él y Quint se ponen de puntillas a
nuestro alrededor—. Si nos necesitan, vamos a estar... evitando el infierno de esta
conversación. Adiós.
Lanza un signo de la paz en su camino hacia la puerta y de repente, soy sólo yo.
Y Wes.
Que todavía está mirando mi mejilla recién abofeteada.
—¿Quién te hizo esto?
—No importa.
—Dímelo, Rain.
—¡Bien! Tú me hiciste esto, ¿de acuerdo? Tú. Si hubieras estado aquí, nada de
esto habría pasado.
Wes deja caer sus ojos, los párpados manchados de púrpura por el cansancio.
Igual que los míos.
—Lo siento. —Su voz es suave y sincera y me hace querer hacer cosas estúpidas
como besar sus párpados violetas, así que me doy la vuelta y me dirijo al mostrador
para poner algo de espacio entre nosotros en su lugar.
Me siento en la superficie gris oscura junto a los suministros médicos. Se está
mejor aquí. Siento que ahora casi puedo pensar. Casi.
—Nunca he sentido pena por nada de lo que he hecho antes... pero siento esto.
—Wes levanta la mirada y el remordimiento que veo en ellos es toda la disculpa que
necesito.
Quiero correr hacia él y besar el dolor de su cara, pero no puedo. Su presencia
me paraliza. Lo único que puedo hacer es contener la respiración y mirar fijamente
mientras cruza la habitación como un fantasma.
»No espero que entiendas lo que es temer algo que no tiene sentido. —Wes da un
paso hacia mí. Luego, otro…— Pero esto… —Hace un gesto entre nosotros con el
movimiento de un dedo—. Me asusta muchísimo.
Paso.
»Intentaba protegerme.
Paso.
»Pero cuando vi la emisión de hoy... —Wes sacude la cabeza mientras el color se
drena de su rostro—. Me hizo darme cuenta de que hay algo que quiero proteger incluso 114
más que a mí mismo.
Wes borra la distancia que nos separa con una última zancada. Su cuerpo se
detiene entre mis piernas colgantes y sus palmas encuentran un lugar en mis muslos
temblorosos.
»Sé que crees que estás a salvo aquí, pero no lo estás. Tú cuidando de Quint...
todos estos testigos...
Wes sujeta mi cara justo por debajo de la mejilla rota. Cierro los ojos y me inclino
hacia su toque, aunque eso hace que todo me duela mucho más.
»Molesta a la persona equivocada, y pueden hacerte desaparecer con una llamada
telefónica, Rain.
Cierro los ojos con más fuerza y sacudo la cabeza contra su palma.
Nadie aquí haría eso. ¿o sí?
»Escucha, no me importa que me odies. No me importa lo mucho que te duela
verte con otra persona. No me importa que no vuelvas a dirigirme la palabra. Sufriré
todo eso y más para asegurarme de que no te lleven, maldita sea.
Wes inclina lentamente su cabeza hacia delante, pero sus labios no se posan en
mi boca. Caen como una pluma sobre la costra levantada en mi pómulo derecho. El
gesto es tan suave, tan dulce, que me parte el corazón en dos. Recuerdo cómo Wes se
estremecía y apretaba los dientes cuando le curaba la herida de bala. Así es como me
siento ahora. Su ternura me duele, pero solo porque me hace darme cuenta de lo mucho
que la necesitaba.
Mis ojos se abren de golpe mientras una extraña sensación de déjà vu se desliza
por mis venas. El pánico sustituye al dolor mientras busco frenéticamente las flores de
la camisa de Wes en busca de las siluetas de los jinetes.
—¿Eres real? —susurro, tocando con las yemas de los dedos el hibisco naranja
sobre su corazón.
Wes deja caer su frente sobre la mía y desliza una mano en el cabello de mi nuca.
»¿Lo eres?
Busco su impresionante rostro con ambas manos, necesitando besarlo, tocarlo,
convencerme de que esto no es sólo otro sueño cruel, pero el sonido de un carraspeo
rompe el momento como un disparo.
La cabeza de Wes se gira para mirar a la entrada. Entonces, su mano forma un
puño en mi pelo cuando ve quién es nuestro inesperado invitado.
La mandíbula de Carter se tensa y las fosas nasales se agitan mientras se queda
de pie en la puerta, sosteniendo una botella de cerveza verde con dientes de león y flores
silvestres que sobresalen en todas las direcciones.
—Vine a ver cómo estabas, pero… —Mira a Wes de arriba a abajo con disgusto
antes de volver su decepción hacia mí—. Parece que tienes compañía.
Algo cambia en su comportamiento y, de repente, es el Carter engreído de la
preparatoria, sonriendo mientras cruza la habitación como si acabara de meter un triple 115
para ganar el partido.
Wes afloja su agarre y se apoya en el mostrador, frotando perezosamente mi nuca.
Carter se detiene justo delante de mí y me mira la mejilla partida. Desde aquí
puedo ver que él también debe haberse dado un buen golpe durante la pelea en el patio
de comidas, porque tiene un lado de la mandíbula definitivamente hinchado. Sus ojos
se encienden detrás de su máscara bien colocada, pero el hecho de que los fugitivos nos
hayan golpeado no es lo que ha venido a hablar.
—Sólo quería ser el primero en decirte, feliz cumpleaños. —Sonríe triunfalmente,
primero a mí y luego a Wes, mientras me entrega el ramo.
Lo acepto mecánicamente y lo miro con incredulidad.
—¿Es mayo? —pregunto en voz baja y a nadie en particular.
—Sí, 3 de mayo. —Carter hincha su pecho.
—Yo... —Las flores se desdibujan mientras mis ojos miran más allá de ellas y se
concentran en el suelo—. No pensé que fuera a tener otro cumpleaños.
Parpadeo y levanto la mirada para encontrar a Carter observando a Wes con
satisfacción en su cara y a Wes observándome con una preocupación apenas velada
escrita en la suya.
—Gracias, Carter —susurro, dándole un abrazo con un solo brazo mientras mi
mano libre agarra el bíceps de Wes—. Nos vemos más tarde, ¿de acuerdo?
Estoy segura de que Carter y Wes se están mirando por encima de mi hombro,
pero Wes no le dará la satisfacción de actuar como si le importara una mierda.
—De acuerdo, Rainbow Brite —dice, disparándome con una pistola de dedo y un
guiño mientras camina de espaldas hacia la puerta—. Pásate más tarde. Mis padres
también quieren felicitarte por tu cumpleaños.
No respondo y en el momento en que la figura de Carter, de metro noventa,
desaparece de mi vista, siento que todo el cuerpo de Wes se tensa a mi lado.
Bajo las flores y me giro hacia él.
—Por favor, no te asustes. Carter y yo sólo somos am...
—¿Es tu cumpleaños? —Las cejas de Wes se levantan y se juntan.
—Oh. Uh... sí. Supongo que lo es. —Sonrío, todavía tratando de procesar el hecho
de que después de todo he vivido hasta los veinte años.
—Mierda. —Coloca s cabello húmedo detrás de una oreja y se queda mirando el
pasillo vacío—. No lo sabía.
Me río.
—Si te hace sentir mejor, yo tampoco.
—No lo hace —dice Wes.
Entonces, sin previo aviso, se inclina y pega sus labios a los míos. Mis
pensamientos se dispersan. Mi corazón late con fuerza. Las luces detrás de mis
párpados cerrados brillan más. Y el interruptor de mi cerebro que antes producía alegría 116
cruje y gime hasta que por fin se libera de todo el óxido y las telarañas y empieza a
verter brillo en mi torrente sanguíneo de nuevo.
Toco sus hombros, su rostro, su cabello... cualquier cosa que me ayude a creer
que realmente está aquí.
Está aquí de verdad.
Wes inclina la cabeza mientras profundiza nuestro beso, atacándome con una
pasión que no había sentido desde...
No. No, no, no.
El interruptor de brillo se vuelve a apagar.
Las luces se atenúan.
Mi corazón se hunde como un bloque de hormigón, arrastrando mis
pensamientos con él.
Rompiendo el sello de nuestras bocas por no más de un par de centímetros, Wes
me dice lo que ya sé que viene.
—Tengo que irme.
—Pero... acabas de llegar —susurro, sintiendo que los largos dedos de la
desesperación empiezan a envolver mi garganta.
—Ahora mismo vuelvo. Lo prometo. —Wes me mira con determinación y me da
un último beso en los labios, pero estoy demasiado aturdida para devolvérselo—. Si voy
a conseguir la mierda de Q mientras aún hay luz, tengo que ir ahora.
Y antes de que termine de asentir, el mejor regalo de cumpleaños que he recibido
vuelve a salir por la puerta.

117
—P
or supuesto que es su jodido cumpleaños. ¿Por qué el día que
aparezco con las manos vacías después de desaparecer en una
semana de juerga es su jodido cumpleaños? Dios, soy un maldito
idiota.
Atravieso el estacionamiento vacío, hablando conmigo mismo en voz alta y
haciendo gestos con mi pistola, sin que me importe una mierda quién pueda verme. Las
únicas personas que recorren ya estas calles son los Bonys y gente demasiado estúpida
o desesperada como para tenerles miedo.
Parece que acabo de entrar en la segunda categoría.
118
El suelo está mojado por la tormenta de anoche, y el cielo sigue nublado y gris.
El viento agita mi camisa desabrochada como una capa mientras me acerco al cruce
frente al centro comercial, y me gusta. Me gusta la carga eléctrica del aire. Se siente
como si cualquier maldita cosa pudiera pasar. Se siente como si pudiera marchar por
esta puta calle hacia esa farmacia y acabar con cualquier persona o cosa que se
interponga en mi camino.
Se siente como si acabara de besar hasta la mierda a Rainbow Williams.
Me doy la vuelta y tomo la acera en lugar de volver detrás del centro comercial
porque, ahora mismo, soy jodidamente invencible. Rain sigue aquí. Nadie ha llamado a
la policía por salvar a Quint. Y ella no está follando a Carter. Me di cuenta en el momento
en que esa pequeña perra se aclaró la garganta. Si se hubieran enrollado, habría venido
por mí con el rifle de su padre, no con un comentario de listillo y una mirada de reojo.
Lo siguiente que sé es que estoy de pie directamente frente a la puerta destrozada
del CVS. No hay perros salvajes. No hay cadáveres hinchados y con rastas. No hay
maníacos homicidas en moto.
Miro al cielo que se arremolina y hago un pequeño saludo.
Supongo que a Dios le gusto cuando intento no ser una mierda.
Golpeo el marco metálico de la puerta con el cañón de mi pistola. Sé que existe
la posibilidad de que algún Bony colgado me vuele la cabeza en cuanto me asome al
interior, pero también sé que es posible que el local vuelva a estar abierto al público. El
correo está funcionando, más o menos. La electricidad ha vuelto. Diablos, el Burger
Palace ni siquiera cerró.
—¿Están abiertos? —llamo, de pie con mi espalda contra los ladrillos.
—Depende de cómo pagues —responde una voz adolescente apática.
Abro la puerta y veo al chico Bony que me salvó el culo la última vez que estuve
aquí sentado detrás de la caja, leyendo la revista Gearhead. Lleva una sudadera con
capucha negra con rayas de esqueleto de color naranja neón pintadas con spray, pero
no se lo traga como hace una semana. Parece que le queda un poco mejor, y el moratón
morado que tiene alrededor del ojo se ha desvanecido hasta convertirse en un sutil
amarillo verdoso. Me detengo en el umbral de la puerta cuando me doy cuenta de que
la 32 que utilizó para disparar a su viejo está sobre la encimera, apuntando
directamente a mí.
Levanta la mirada y me mira dos veces mientras el reconocimiento borra la apatía
de su rostro.
—¿Qué pasa, chico? —Levanto la barbilla.
—Qué tal. —Su tono y su expresión son cautelosos, pero aún no me ha disparado,
así que eso es bueno.
—¿Ahora te tienen manejando el lugar tú solo?
El chico levanta un hombro.
Está solo. Bien.
—Escucha... —Doy unos pasos más hacia el interior de la tienda—. Necesito
algunas cosas. Espero que podamos llegar a un acuerdo. 119
El chico levanta su ceja no magullada.
—¿Tienes hierba?
Mierda. Por supuesto que un niño de catorce años va a querer hierba.
—No, pero creo que sé dónde puedo conseguirte munición para esa 32.
Estoy bastante seguro de que el padre de Rain tenía un pequeño arsenal
escondido en los rincones de esa casa. Sólo tengo que escarbar un poco más.
Su ceja vuelve a su sitio y mira su cargador.
—No. Tengo el cargador completo... excepto uno.
Me devuelve la mirada con odio en los ojos y sé exactamente a dónde fue a parar
esa bala.
—Tengo algo más que podría interesarte. —Me acerco un paso más—.
Normalmente no le ofrecería esto a un chico, pero pareces un tipo inteligente.
Saco un frasco de hidrocodona del bolsillo y revuelvo el contenido. Lo encontré
cuando vacié los bolsillos del padre de Rain antes de enterrarlo. Me imaginé que ese
cabrón tendría algo con cierto valor en la calle.
Los ojos del chico se iluminan al ver esa botellita naranja, y sé que lo tengo.
—Esta mierda es mejor que el dinero en efectivo. Puedes conseguir lo que quieras
con esto, siempre que no te lo comas.
El pequeño mocoso pone los ojos en blanco y me da una bolsa de plástico de
debajo del mostrador.
—Tres pastillas por llenar una bolsa de la compra. Cinco y te pongo una caja de
agua.
Me río y sacudo la cabeza.
—Amigo, creo que tú y yo vamos a ser muy buenos amigos.

120
N
o puedo creer que tenga veinte años.
¡No puedo creer que Wes haya vuelto!
No puedo creer que se haya ido de nuevo.
Espero que esté bien ahí fuera.
Estará bien. Yo soy la que recibió una paliza y me quedé aquí.
Q. Qué perra.
Al menos nos deja quedarnos.
121
Aunque va a hacer de mi vida un infierno.
No es que no lo fuera ya.
¡Pero ahora Wes ha vuelto!
¿Pero qué va a pasar cuando recuerde lo mucho que odia este lugar?
Se irá de nuevo, ¿y luego qué?
Me moriré. Me moriré, maldita sea.
O podría ir con él.
No, no puedo hacer eso. ¡Ni siquiera puedo mirar por la ventana!
Mierda. Se va a ir de nuevo y si no estoy mejor para entonces, voy a estar atrapada
aquí con Q para siempre.
Mis pensamientos van de un lado a otro en mi mente mientras mi cuerpo va de
un lado a otro por el suelo agrietado de la tienda de esmóquines. Llevo horas dando
vueltas. La luz del vestíbulo empieza a volverse de ese color amarillento-anaranjado que
me indica que se acerca la noche. No puedo estar aquí sola en la oscuridad. Me volveré
loca.
Manteniendo el mismo ritmo frenético, giro los pies para que me lleven al pasillo
en lugar de volver a cruzar la habitación por decimoquinta vez.
Tal vez vaya a ver si queda algo de cena en el patio de comidas. Eso hará feliz a
Q. Siempre se molesta cuando no me como su preciada comida.
Cuando me acerco al atrio, oigo su estruendosa risa desde el extremo opuesto del
pasillo. Al asomarme a la fuente, veo a Q saliendo del patio de comidas, cacareando y
chocando los hombros con algunos de los otros fugitivos. No estoy preparada para
enfrentarme a ella de nuevo. No sola y menos si tiene público.
Es peor cuando tiene público.
En lugar de eso, me doy la vuelta y me meto por el pasillo de la derecha. No me
importa a dónde voy, siempre y cuando llegue antes de que Q me vea.
Veo la zapatería más adelante y recuerdo lo que dijo Carter sobre que su familia
quería verme. El sonido de la Reina Perra y su ejército de idiotas con rastas resuena en
las paredes del atrio detrás de mí, así que me doy la vuelta y me meto en el penúltimo
lugar en el que quiero estar ahora mismo.
—Toc, toc... —digo, fingiendo una sonrisa mientras me dirijo al centro de la
zapatería lo más rápido posible.
Sophie se levanta de un salto y corre hacia mí, llevándome de la mano a su
improvisado salón.
—¡Rain! ¡Viniste! Ven. Ven. Tenemos sorpresas para ti.
Su madre debe haber trenzado su cabello después de la lluvia. Se ve perfecto y
probablemente le tomó horas. Es interesante que la Sra. Renshaw se haya cortado todo
el cabello, pero aun así se tome el tiempo de arreglar el de su hija. La tristeza me baja
el ánimo, pero sonrío de todos modos y dejo que la risueña niña de diez años me arrastre
al interior. 122
—¡Oh, Rainbow! —jadea la Sra. Renshaw, saltando inmediatamente y lanzando
una versión evangélica de “Feliz Cumpleaños”.
Carter y su padre colocan sus naipes boca abajo en el banco que hay entre ellos
y se unen a la canción, aunque con mucho menos brío, y Sophie canta la letra más
fuerte que nadie.
Mis mejillas se sienten espinosas y calientes cuando todos los presentes se ponen
de pie y me cantan.
Cuando termina la canción, Carter se acerca a mí con una mirada de suficiencia
y los brazos a la espalda.
—¡Ta-dá! —dice, sacando una mano para presentarme un Twinkie, todavía en su
envoltorio.
Se me escapa una carcajada mientras cojo el esponjoso y dorado ladrillo.
—Dios mío, ¿dónde encontraste esto?
—Empaquetamos algunos de casa cuando nos fuimos a Tennessee. Las malditas
cosas duran una eternidad. —Sacando su otra mano de la espalda, Carter sostiene una
pequeña linterna de bolsillo justo encima del Twinkie y apunta al techo—. Pide un deseo.
—Sonríe.
Así que lo hago. Cierro los ojos y me imagino un rostro hermoso e ilegible. Ojos
suaves y verdes como el helado de menta con rasgos tan duros que podrían haber sido
cincelados en un glaciar. Entonces, soplo.
Oigo un pequeño chasquido, seguido de una ovación, y cuando abro los ojos, el
haz de luz de la linterna está apagado, como si lo hubiera soplado.
—Vaya, qué listo eres —resoplo, desenvolviendo el Twinkie como excusa para
apartar la mirada de la expresión engreída de Carter.
—Así es como me llaman: Carter el listo.
—Ajá. —Sonrío. Al dar el primer mordisco, gimo de agradecimiento cuando el
pastel seco y el glaseado cremoso me llenan la boca—. Dios mío, ¿por qué está tan
bueno? —murmuro alrededor de la deliciosa golosina procesada.
—¡Yo también tengo algo para ti! —Sophie salta hacia mí con un trozo de cartón
en las manos. Le quita la linterna a su hermano mayor, la enciende y la ilumina en el
interior de la tapa de una caja de zapatos. Dentro, hay un dibujo de un unicornio Pegaso
rodeado de grandes y esponjosas nubes y flores flotantes.
—¿Está cagando un arco iris? —pregunta Carter, dando un codazo a Sophie.
—¡Uh, no! ¡Esa es su cola, estúpido! ¡El arco iris está allí!
—¡Chicos! ¡Basta! —los regaña la Sra. Renshaw.
—Me encanta. —Sonrío, recibiendo la caja de zapatos y abrazándola contra mi
pecho—. Gracias, Sophie.
Sophie sonríe y le saca la lengua a su hermano.
—Yo también te tengo algo, cariño. —La Sra. Renshaw adopta un tono más suave
mientras mete la mano en el bolsillo de su vestido. Me hace un gesto para que extienda 123
la mano, deja caer el objeto en mi palma y Sophie lo ilumina inmediatamente con la
linterna.
Me quedo con la boca abierta.
—Sra. Renshaw...
—Ya, ya. No intentes decirme que no, niña. Quiero que lo tengas.
El collar de oro que tengo en la mano brilla con la luz, proyectando motas
amarillas en las yemas de mis dedos como una pequeña bola de discoteca.
—Lo heredé hace unos años de mi tía Rosalyn. Se supone que es una herradura,
para la buena suerte, pero a mí siempre me pareció más un arco iris. —La Sra. Renshaw
me sonríe con orgullo en sus mejillas llenas, pero no tengo ni idea de lo que he hecho
para merecerlo.
—Muchas gracias. De verdad. Pero no puedo aceptar esto.
—Oh, pssh. Puedes, y lo harás. No necesito esa cosa vieja. Tengo todo lo que
necesito aquí.
La Sra. Renshaw me mira a mí, a sus hijos y luego a su marido, que sigue de pie.
Está apoyado en una estantería con la mayor parte de su peso en la pierna buena, pero
aun así.
—Jimbo —grito, chasqueando los dedos al padre de Carter—. Será mejor que
bajes esa pierna ahora mismo.
El Sr. Renshaw se ríe y toma asiento de mala gana.
—¿Por qué le dan todos estos regalos cuando es tan mala conmigo?
—Le damos todos estos regalos porque es mala contigo, Jimbo. Diablos, unas
semanas más con ella cerca, y hasta podrías empezar a limpiar por ti mismo. —La Sra.
Renshaw le hace un gesto con el dedo a su marido.
Carter se acerca y me quita el collar de la mano, y contengo la respiración
mientras lo desabrocha con dedos casi demasiado grandes para la tarea.
—Mujer, yo hago mucho por aquí...
Los Renshaws se lanzan a una de sus animadas peleas falsas mientras Sophie
se ríe de placer. Nadie ve cómo Carter extiende la mano y desliza los extremos del collar
de su tía abuela alrededor de mi cuello. Nadie ve mi incomodidad cuando sus dedos
patinan por mi piel y desaparecen bajo mi cabello oscuro.
Y cuando la Sra. Renshaw quita la linterna de la mano de su hija e ilumina el
rostro de su marido, nadie se da cuenta de cómo me estremezco y retrocedo cuando
Carter se inclina hacia delante y susurra:
—Feliz cumpleaños, Rainbow Brite. Te queremos. Yo…
—¿Qué demonios estás haciendo, mujer?
—¡Sólo pensé que querrías un foco de atención para acompañar ese discurso que
ensayaste!
Carter me mira expectante, con sus manos apoyadas a ambos lados de mi cuello,
mientras algo casi imperceptible atrae mi atención hacia el pasillo. 124
Giro ligeramente la cabeza, mirando hacia la oscuridad de la parte trasera de la
tienda mientras escucho el sonido de pasos o voces detrás de mí. En su lugar, oigo algo
que me toca la fibra sensible. Un tono familiar, bajo y constante. Luego otro, en un tono
ligeramente más alto. Luego, uno que va de grave a agudo, como una ola en cresta.
—Yo... tengo que irme —digo, avanzando a trompicones hacia los sonidos y fuera
del alcance de Carter—. Gracias por la fiesta de cumpleaños.
Carter me llama, pero yo estoy concentrada en encontrar el origen de esas notas.
En el oscuro vestíbulo corro, mirando a izquierda y derecha hasta que determino que el
sonido proviene definitivamente del atrio.
Más notas flotan en el aire. Apenas puedo oírlas desde aquí, pero me llenan de
esperanza y temor al mismo tiempo.
Bow, bow, bow, bummmmmmm.
Al acercarme al atrio, me doy cuenta de que la fuente parece brillar. Hay una
bruma de luz ámbar a su alrededor y un aroma en el aire que conozco de memoria.
Porque lo he elegido yo.
Velas de Bath and Body Works de vainilla y azúcar.
L
os aromas y sonidos de casa asaltan mis sentidos mientras lucho conmigo
misma para mantener el control.
No lo hagas. Ahora no. Aquí no.
Mi pecho se aprieta. Respiro más profundamente, pero el aire no entra.
No te asustes. Es sólo un olor. Un olor no puede hacerte daño.
Pero lo hace. Me duele porque la extraño mucho.
Me obligo a rodear el lado de la fuente y me encuentro cara a cara con lo único 125
que quiero ver... rodeado de todo lo que temo.
Wes está sentado en el borde de la fuente, afinando una guitarra que es
exactamente igual a la que tocaba mi padre cuando yo era niña. Mi bolsa de lona rosa
(la que me compró mamá antes de mi primer campamento para dormir) está abierta de
par en par en el suelo junto a él, y mire donde mire, hay velas de vainilla encendidas
que salpican el suelo y la fuente.
—¿Wes? —Mi voz sale tan chillona que se diría que lo he encontrado manejando
cobras vivas, no afinando perezosamente una guitarra a la luz de las velas.
Wesson Patrick Parker levanta la cabeza y por un momento, me quedo
suspendida en el espacio entre el miedo y la razón. Ese breve momento de claridad en
el que no te mienten tus emociones ni te manipula tu mente lógica. Ese pequeño espacio
donde todo se mueve a cámara lenta y eres capaz de ver las cosas como realmente son.
Y lo que veo es a Wes mirándome con un ojo brillante y centelleante. Su brillante
cabello castaño ha caído delante del otro, enrollándose ligeramente en la parte inferior,
donde encaja detrás de la oreja, y sus labios están separados en una sonrisa fácil. La
guitarra que sostiene, es sólo una guitarra. No puede hacerme daño. Las velas que ha
encendido, la fragancia que huelo, tampoco pueden hacerme daño. Esta hermosa
persona ha traído estas cosas tan atentas de mi casa y, por un momento, me siento
honrada, humilde y aplastada por el peso de mi gratitud hacia él.
Pero entonces Wes señala una pequeña manta beige extendida en el suelo a unos
metros de distancia, la misma bajo la que mamá y yo solíamos acurrucarnos cuando
veíamos películas en sus días libres del hospital, y al verla, el aroma de los cigarrillos y
el café con avellana me golpea como una bola de demolición.
La claridad, desaparecida. La gratitud, demolida.
Soy miedo, sentimientos, angustia y, y ...
—No puedo —murmuro, sacudiendo la cabeza mientras las respiraciones son
cada vez más rápidas. Mis pies me gritan que corra, pero me las arreglo para
mantenerlos en el suelo; mi necesidad de permanecer cerca de Wes supera de algún
modo mi necesidad de escapar de esta situación.
—¿No puedes qué? Rain, ¿estás bien? ¿Por qué no te sientas? —De nuevo, hace
un gesto hacia la manta.
—¡No puedo! —Fuerzo las palabras a través de mis dientes apretados mientras
mis manos se hunden en mi cabello. Tiro con fuerza, intentando distraerme de un tipo
de dolor con otro.
—¿No puedes sentarte? —Su voz es baja y tranquilizadora, pero con un toque de
preocupación.
Niego con la cabeza, todavía tirando, todavía luchando con algún demonio
desconocido por el control de mi cuerpo.
—Está bien...
Oigo el ruido sordo de la guitarra que se aparta y siento las fuertes manos de Wes
rodeando mi cintura. Guiándome hacia él, tira hacia abajo, suavemente y mi cuerpo
sigue su silenciosa orden. Aterrizo en su regazo de lado e inmediatamente entierro mi
rostro en su cálido cuello. 126
—¿Puedes sentarte aquí? —pregunta, rodeando con sus brazos mi cuerpo
hiperventilado.
Asiento. Su peso me tranquiliza como una pesada manta. Su olor me recuerda el
presente, no el pasado. Y su absoluta gravedad es suficiente para sacar el pánico de mi
cuerpo a través de mis poros.
Respiro profundamente y me sorprendo cuando mis pulmones se inflan.
Entonces, exhalo con tanta fuerza que me siento mareada.
Wes también exhala, pero no suena aliviado. Suena derrotado.
Soltándome con un brazo, pasa una mano por su cabello.
—Es que sigo jodiendo esto.
Sacudo la cabeza, queriendo discutir con él, pero mis palabras no han vuelto a
salir.
—Quería comprarte algo para tu cumpleaños mientras estaba fuera, pero luego
me di cuenta de que no querrías nada. No te importan las cosas. De hecho, lo más feliz
que te vi fue cuando te subiste a la parte trasera de esa moto, dispuesta a dejar todo lo
que tenías. Ni siquiera sabías a dónde íbamos.
Wes vuelve a rodearme con su brazo y me doy cuenta de que ya no estoy
hiperventilando. No estoy en mi cuerpo en absoluto. Estoy perdida en sus palabras,
envuelta en el ronco timbre de su voz profunda y tranquilizadora.
—Así que me pregunté qué habría hecho para tu cumpleaños si el 23 de abril
nunca hubiera ocurrido. Si las cosas fueran normales, ¿sabes? Y no creo que te hubiera
regalado nada. Creo que te habría puesto en un avión y te habría llevado a Coachella.
—¿Coachella? —La palabra sale de mis labios mientras se curvan en una curiosa
sonrisa.
—Mmhmm. Es un enorme festival de música en California. Lo celebran todos los
años en primavera. O... lo hacían. —La voz de Wes se interrumpe.
—He oído hablar de él. ¿Es divertido?
Encoge sus hombros.
—Nunca tuve la oportunidad de ir. Parecía divertido. Todo el mundo se ponía a
bailar con flores en el cabello. —Wes coge algo a su lado. Es una pequeña margarita
amarilla que probablemente robó del ramo de Carter.
La imagen de él haciéndolo me hace sonreír.
—Quiero verte así —dice, colocando la flor detrás de mi oreja.
—¿Qué? ¿Vestida como una hippie? —bromeo, mis mejillas hormiguean cuando
las yemas de sus dedos se deslizan por mi cabello.
—No... feliz.
Feliz.
Pienso en esa palabra... en el hecho de que este hombre quiere que sienta esa
palabra. Pienso en el hecho de que este hombre esté aquí. Y entonces se me ocurre algo.
—Lo soy.
127
Wes me mira de reojo.
—Ahora que estás aquí.
—Entonces, ¿qué fue todo eso? —Hace un gesto hacia el lugar donde estaba
parada hace unos minutos.
—No puedo... —Sacudo la cabeza y lo intento de nuevo—. No puedo... ver cosas...
o... oler cosas.. —Siento que mi barbilla empieza a temblar y que las lágrimas empiezan
a acumularse, pero las empujo. No quiero admitirlo en voz alta. Suena tan estúpido,
vergonzoso y ridículo, pero hay una libertad que se acumula detrás de estas palabras,
que las empuja, que pide que las deje salir—. Ni siquiera puedo tocar las cosas que me
recuerdan a mi hogar... sin...
—¿Tener una crisis?
Bajo la mirada y asiento.
—Y acabo de aparecer con una bolsa de lona llena de mierda de tu casa. —Wes
se pellizca el puente de la nariz y sacude la cabeza—. Lo siento mucho, cariño. Me
desharé de ello. De todo.
—No —le digo—. Déjalo. Necesito... —Respiro profundamente.
Necesito acostumbrarme a esto.
Necesito superar esto.
Necesito recuperarme para que la próxima vez que te vayas, pueda irme contigo.
—¿Segura?
Asiento, manteniendo los ojos cerrados.
—Bueno, no puedo fingir que estamos en Coachella si estás sentada en mi regazo.
—Sonríe—. Toma. —Mueve unas velas y me guía para que me siente a su lado en el
borde de la fuente.
Recogiendo de nuevo la guitarra de mi padre, me pregunta si tengo alguna
petición.
—No sé qué puedes tocar.
—Toqué en las esquinas de Roma todo el día, todos los días durante dos años. Si
no me lo sé, me lo monto. —Comienza a rasguear distraídamente—. ¿Cuál es tu canción
favorita?
—Eh... —Busco en mi cerebro algo original. Algo que se sienta como yo. Pero lo
único que se me ocurre son las canciones favoritas de Carter.
—¿Twenty One Pilots? —pregunta.
—No —digo, abriendo los ojos para mirar a Wes.
—Bien —se ríe y levanta una mano, la otra firmemente envuelta alrededor del
cuello de la guitarra en su regazo—. Entonces, ¿no sabes cuál es tu canción favorita?
Sacudo la cabeza.
—Reto aceptado. —Sonríe y sin siquiera mirar, desgrana un riff de heavy metal
que me pilla desprevenida y me hace soltar una carcajada. 128
—De acuerdo, entonces no es death metal. ¿Qué tal...? —Toca otra melodía, algo
más lento. Sus expertos dedos doblan las cuerdas hasta hacerlas gemir.
Inclino la cabeza, intentando averiguar dónde la he escuchado antes.
—Si no reconoces a Garth, entonces definitivamente no eres una fanática del
country. Bien, ¿qué hay de...?
Duh-nuh-nuh, chicka-chicka, duh nuh-nuh...
Las notas iniciales de “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana me hacen sonreír y
mover la cabeza inmediatamente.
—En realidad, eso no ayuda en absoluto. A todo el mundo le gusta Nirvana. —
Sonríe.
—¿Qué es lo que más ha pedido la gente? —pregunto, queriendo echar un
pequeño vistazo a la vida de Wes antes de que el mundo se desmoronara.
Quiero fingir que soy una hermosa estudiante universitaria que estudia en el
extranjero, y que él es un hermoso músico callejero sentado en una fuente frente al
Panteón.
—No sé. Lo que sea que sea popular. Ni siquiera puedo decirte cuántas veces tuve
que tocar “Call Me Maybe”. —Wes sonríe—. Pero era el rock clásico el que ponía a todo
el mundo a cantar y lo que es más importante, a dar propina. No importaba si eran
jóvenes, viejos, ricos, pobres, o si incluso hablaban inglés. Si ponía The Beatles, The
Stones, Journey, The Eagles... ganaba jodido dinero y todo el mundo salía feliz de mi
fuente.
Feliz. Ahí está esa palabra de nuevo.
—¿Me tocas una?
Wes me mira de arriba a abajo mientras el catálogo de la gramola en su cabeza
cambia a la canción perfecta. Luego, con una sonrisa, dice:
—Lo tengo.
Chicka duh nuh-nuh nuh-nuh, duh nuh-nuh...
Mis ojos se iluminan y mi corazón se desborda cuando interpreta una sencilla
canción sobre una niña americana criada con promesas, que intenta encontrar algún
lugar en este gran mundo donde pueda esconderse de su dolor.
—Me encanta. —Sonrío, tragándome el nudo en la garganta.
—Tom Petty. —Sacude la cabeza—. Maldito genio.
Levantando la mirada, Wes inclina la barbilla hacia algo que está por encima de
mi hombro.
—¿Qué pasa?
Mi corazón se detiene, pero cuando me doy la vuelta, no son Q y su equipo; son
Quint y Lamar, que vienen de puntillas hacia nosotros desde el patio de comidas.
—Supongo que ya es seguro volver a la tienda de esmóquines —bromea Lamar.
—Pueden pasar el rato, si quieren. —Wes hace un gesto hacia la manta en el
suelo que me niego a mirar—. Estamos intentando averiguar la canción favorita de Rain.
129
Lamar y Quint comparten una especie de comunicación fraternal silenciosa.
Entonces, Lamar habla:
—Ahh... a la mierda. No hay nada que hacer en la tienda salvo mirar a este feo
hijo de puta toda la noche. Nos relajaremos con ustedes.
Quint encoge sus hombros y Lamar le ayuda a acercarse a la manta. Sujetándolo
por detrás, Lamar ayuda a Quint a sentarse sin tener que mover la cabeza. Se me hincha
tanto el corazón al ver a Lamar ayudando a su hermano que no me doy cuenta de que
estoy mirando la manta hasta que los dos están sentados en ella.
Abro mis ojos y vuelvo a mirar la expresión de suficiencia de Wes.
Oh, te crees taaaan inteligente.
Wes me da un pequeño apretón en el muslo. Luego, vuelve a centrar su atención
en los hermanos Jones.
—¿Sabes qué le gusta escuchar a Rain?
—'Free Birrrrrrd' —grita alguien desde arriba. En realidad, dos personas.
Mi cabeza se levanta para encontrar a Brangelina de pie en lo alto de la escalera
mecánica rota con los puños en alto. Bajan las escaleras metálicas y toman asiento a
mitad de camino.
—¡No, no, no! —grita No Brad—. Quiero escuchar... —Cambia a su voz de hip-
hop—. ¡Lo hice todo por El Nookie!
—¿Qué? —interviene Brad.
—¡El Nookie!
—¿Qué?
Cantan el estribillo de un lado a otro mientras Wes se inclina y me susurra al
oído:
—No voy a tocar Limp Bizkit, maldita sea.
Me río mientras Pequeño Tim sale arrastrando los pies de una oscura tienda del
segundo piso, con su banjo sobre la cabeza.
—¿Alguien ha dicho “Nookie”?
—Wes está intentando descubrir mi canción favorita —les digo.
—A mí me parece una chica Taylor Swift —se burla Pequeño, tomando asiento
unas filas por encima de Brangelina.
Wes me mira y levanta una ceja.
—¿Eres una Swiftie?
Encojo mis hombros, pero antes de que pueda responderle, veo una silueta
curvilínea que se adentra en el atrio desde el pasillo de la izquierda (el que nunca
recorro) envuelta en una nube de humo.
—Adelante, surfista —grita Q, con una voz lenta y pastosa mientras chasquea los
dedos en nuestra dirección—. Toca algo de T. Swift.
Wes me mira con ojos duros. La afilada línea de su mandíbula se flexiona a la luz
130
de las velas.
—¿Quieres que sea bueno? —susurra. La implicación es clara.
¿Quieres seguir viviendo aquí, o puedo ser un idiota?
—No —digo, su pregunta me da una idea malvada—. Quiero que te hagas el
“malo”.
Wes sonríe.
—¿La canción?
Asiento.
—¿Estás segura?
Asiento.
—Está bien, pero tienes que cantarla.
—¿Qué? No. Wes…
—Sí. —Levanta el pulgar y lo desliza por debajo del corte de mi mejilla,
haciéndome saber que sabe exactamente quién lo ha puesto ahí—. La cantas tú.
—Pero... ¿y si no me sé la letra?
—Todo el mundo se sabe la letra.
Antes de que pueda seguir discutiendo, los dedos de Wes se posan en las cuerdas
como si hubiera tocado la canción cientos de veces y el inicio de “Mean” abandona la
estación. Siento que se me contrae el pecho mientras miro a Q, que ahora está sentado
en el último peldaño de la escalera mecánica, mirándome fijamente.
Cuando llega el momento de cantar la primera línea, me atraganto, pero Wes
vuelve a tocar la melodía, esta vez murmurando la letra en voz baja. Casi lo consigo,
pero no es hasta el tercer intento que las palabras salen realmente de mi boca.
Al principio son silenciosas cuando le digo a Q que es una matona que disfruta
metiéndose con los más débiles.
Un poco más fuertes cuando le digo que tiene una voz como la de los clavos en
una pizarra.
Y para cuando llegamos al estribillo, estoy declarando; no a ella, sino a mí misma,
que un día me iré de este lugar, y que todo lo que ella va a ser es mala.
—¡Yeeeeee-haw! —grita Pequeño mientras se une a su banjo, bajando las
escaleras mecánicas y pasando justo por delante de Q, que da una calada a su cuenco
e intenta hacerse la desentendida.
Brangelina se levanta, con el brazo en alto, y se balancea de un lado a otro
mientras me ayuda a cantar la segunda estrofa sobre cómo camino con la cabeza gacha
porque ella siempre señala mis defectos.
Pero no es hasta que Bocazas aparece de la nada, tocando su acordeón como si
fuera una guitarra eléctrica de color rojo cereza con llamas pintadas, que finalmente me
siento lo suficientemente segura como para usar toda mi voz. No es bonita. No es
perfecta. Seguro que no era lo suficientemente buena para el coro de la Primera Iglesia
Bautista de Franklin Springs. Pero cuando miro a Q a los ojos y le digo que es una 131
patética mentirosa que va a morir sola, me suena bastante bien.
Sophie viene corriendo a mi lado y empieza a bailar y a cantar a pleno pulmón, y
para el último estribillo, incluso Wes y Lamar, que es demasiado genial, están cantando.
Cuando termina la canción, el Pequeño Tim la prolonga unos dos minutos más
con el peor y más entusiasta solo de banjo del mundo. Todos nos echamos a reír
mientras sostiene el instrumento sobre su cabeza como si acabara de tocar en
Lollapalooza.
Pero el sonido de los disparos nos hace callar rápidamente.
Mientras la explosión resuena en el atrio de dos pisos, haciendo que mi corazón
se detenga y mis manos busquen a Wes, el cuerpo del banjo explota, bañando a Pequeño
en madera astillada.
Q se levanta, inestable sobre sus pies, y reemplaza todas nuestras risas con una
risa profunda y apedreada.
—Son un montón de... comediantes, ¿eh? —Balancea una pequeña pistola negra
en su muñeca flácida, haciendo un gesto a todos nosotros con el cañón—. ¿Ahora son
un montón de estrellas del rock?
Se tambalea mientras da unos pasos hacia delante, con una sonrisa de
satisfacción en su rostro con ojos adormilados.
—Bueno, ¿saben lo que comen las estrellas de rock? —Una risa lenta y malvada
vibra en sus labios sonrientes—. No comen una mierda.
Sus ojos, fuertemente tapados, se posan en Pequeño, que sostiene lo que queda
de su diezmado banjo y parece querer llorar. Caminando hacia él, le golpea la barriga
con el cañón de su pistola y se burla:
—Así que mañana no comerán una mierda.
Todo el mundo contiene la respiración mientras Q se aleja hacia el pasillo por el
que vino, con esa risa lenta y cerrada que marca el silencio mientras se aleja.
Llevándose nuestra alegría con ella.

132
T an pronto como Q se va, me doy cuenta de lo mal que lo hemos hecho.
No sólo estamos en la lista de mierda de esa perra, sino que
también hemos metido en problemas a los fugitivos.
Una llamada telefónica. Eso es todo lo que se necesita para que Rain reciba una
bala entre los ojos en la televisión en vivo, y acabamos de hacer un montón de nuevos
enemigos.
Todo el mundo se dispersa hacia sus propios rincones del centro comercial,
gruñendo y mirándonos mal, mientras Rain se sienta con las manos cubiertas por la 133
capucha sobre la boca, mirando el oscuro pasillo por el que acaba de desaparecer Q.
—¡Soph! ¿Qué demonios fue eso? Vuelve a entrar aquí —dice una voz grave que
resuena en el pasillo detrás de nosotros. Sé sin mirar que pertenece al engreído de
Carter.
—¡Ya voy! —grita Sophie. Luego, se gira hacia Rain con ojos grandes y tristes—.
Me tengo que ir. Carter no quería que viniera. Pero feliz cumpleaños.
—Gracias, chica grande. —Rain finge una sonrisa y extiende los brazos para
abrazarla—. Ve a decirle a tu hermano que no es tu jefe. —Suena tan diferente cuando
habla con los niños. Más fuerte. Más segura. Suena como una madre.
Pero una buena, no la versión de mierda que me tocó a mí.
Tan pronto como la chica se va, la postura de Rain se marchita como la margarita
moribunda que escondí detrás de su oreja.
—Q acaba de disparar un arma como a seis metros de ella. —Sacude la cabeza.
—Ella está bien.
—Va a pasar hambre mañana. Por mi culpa.
—No, no lo hará. —Acuno la mandíbula de Rain y giro su miserable y hermoso
rostro hacia el mío—. Todo el mundo aquí tiene comida escondida en alguna parte.
Nadie se va a morir de hambre, ¿de acuerdo?
Los ojos de Rain se posan en el suelo.
—Esto no es el final, Wes. Q va a hacer algo más. Va a intentar que vengarse por
esto.
—No si te vas.
Mierda.
El pecho de Rain sube y baja mientras su respiración se acelera, y sé que he
sacado el tema demasiado pronto.
—Yo... —Mira a su alrededor; a la manta, a las velas, a la guitarra en mis manos
y me preparo para escuchar otro, no puedo.
Pero en lugar de eso, Rain murmura:
—No estoy preparada.
“No estoy preparada”.
Puedo trabajar con eso.
Sonrío y meto mi nudillo bajo su barbilla, animándola a levantar la cabeza. No sé
cómo, pero siento más jodida conexión en ese medio centímetro de contacto que la que
he experimentado con otra persona en todo el desperdicio de mi vida. Siento su lucha
como si fuera la mía y supongo que, en cierto modo, lo es. La única diferencia entre
nosotros es que ella se esconde de su dolor.
Mientras que yo huyo del mío.
Rain levanta sus párpados, pesados con gordas pestañas negras y me mira con
una súplica silenciosa.
—Lo harás —respondo con más confianza de la que siento. 134
Eso me hace ganar una pequeña sonrisa.
—Además, no podemos irnos ahora mismo. No he encontrado tu canción favorita.
Eso me hace ganar una sonrisa más grande.
—Realmente apestas en esto. —Sonríe.
—Maldita sea, mujer. Dame una oportunidad.
Rain se ríe mientras me levanto y la pongo en pie. Cojo la bolsa de lona y la
guitarra, pero dejo las velas.
Tal vez tenga suerte y quememos el lugar.
Me giro para empezar a caminar, pero Rain no me sigue. Tiene los ojos fijos en
esa maldita manta y antes de que pueda detenerla, se dirige hacia ella.
Que me jodan. Aquí vamos.
Contengo la respiración mientras la levanta del suelo. La coloca sobre sus brazos
y abraza la tela peluda contra su pecho como si fuera un oso de peluche. Me cuelgo la
guitarra a la espalda y me preparo para soltar la bolsa de viaje, para poder cogerla
cuando se le doblen las rodillas y empiece a tirarse del cabello.
Su rostro se arruga mientras entierra su nariz en la pesadilla de tejido de punto.
Una lágrima se derrama sobre su mejilla lastimada.
Pero mi chica se mantiene fuerte.
Con una respiración profunda y calmada, Rain levanta la cabeza, me mira con
absoluta y jodida pena, dice:
—Necesitamos algo para dormir.
Ahí está mi pequeña superviviente.
Suministros sobre las despedidas.
No le doy mucha importancia, pero por dentro estoy golpeando con el puño como
uno de esos imbéciles de Jersey Shore. Voy a sacar a esta chica de aquí al final de la
semana. Lo sé.
Vuelvo a colocar la guitarra en la parte delantera mientras nos dirigimos a la
librería; nuestra librería, para romper el silencio.
—De acuerdo, examen sorpresa...
Toco la línea de guitarra de “Hey Ya!” de OutKast y me río cuando se mete la
manta bajo un brazo y hace la parte del clap, clap, clap.
—Qué bien. No esperaba que fueras fanática del hip-hop.
—¿Qué? —Encoge sus hombros—. Todo el mundo conoce a OutKast. Son de
Georgia.
—Es cierto. ¿Qué tal esta?
Toco la introducción de “Call Me Maybe” y suspiro de puro placer cuando su nariz
se arruga y su cabeza se inclina hacia un lado.
—¿No? ¿Y ésta?
Toco las primeras notas de “Sugar, We're Goin' Down” mientras entramos en la
135
librería casi negra, y Rain la llama antes de que llegue al estribillo.
—¡Oh! ¡Fall Out Boy! Me encantan.
Me alegro de que no pueda ver mi rostro ahora mismo porque mi sonrisa es de lo
más petulante.
—¿Aprobé? —Rain pregunta mientras me detengo al pie de la escalera de la casa
del árbol para darle una mano.
—Creo que soy yo el que aprobó. —Le doy un golpe en el culo mientras se dirige
hacia arriba y me río cuando grita de sorpresa—. Me sé tu canción.
—Ah, ¿sí?
Cuando subo detrás de ella, Rain está sentada, frente a mí, con los brazos
cruzados sobre su pecho.
Para ser un tipo que no tiene nada que demostrar, me encanta demostrarme a
mí mismo con esta chica.
Me siento con la espalda apoyada en la pared y rasgueo ligeramente mientras
construyo mi caso.
—Sí. Te gusta la música alternativa... —Cambio a un arenoso riff de rock'n'roll y
me detengo un segundo cuando me doy cuenta de que es una que escribí hace años
tras encontrar una vieja Gibson acústica en el sótano de la madre de acogida número
nueve. Nunca había tocado esa canción para nadie.
Me sacudo el significado y sigo hablando:
—Pero también te gustan los himnos del girl-power... —Mis notas se transforman
en la parte del whoa, oh, oh, oh-oh de “Single Ladies” de Beyoncé.
Rain se ríe y hace el pequeño movimiento de la mano del vídeo, lo que no hace
más que alimentar mi ego mientras me decido por una nueva melodía. Es más suave y
lenta y definitivamente más triste. Tengo miedo de que sea demasiado, teniendo en
cuenta lo lejos que ha llegado hoy, pero a la mierda. Es la verdad y ahora mismo, la
verdad y esta guitarra, es todo lo que tengo.
—Creo que podrías ser una chica Paramore.
Le digo a Dios que más vale que me apoye en esto mientras mi rasgueo se hace
más fuerte. La sencilla y conmovedora melodía se sincroniza con cada latido de mi
propio corazón sangrante mientras abro la boca y canto la primera línea.
Sobre una niña que ve llorar a su padre.
Rain aprieta la manta contra su pecho y escucha mientras le cuento la historia
de una mujer que tiene miedo de salir herida después de ver cómo sus padres se rompen
el corazón. Intenta protegerse. Intenta evitar el dolor de ser abandonada. Pero cuando
finalmente se enamora, se da cuenta de que vale la pena el riesgo.
Espero que tenga razón.
No puedo ver la expresión de Rain en la oscuridad, pero mientras dejo que la nota
final se desvanezca, sé que voy a encontrar lágrimas incluso antes de llegar a su rostro. 136
—¿Cómo lo hiciste? —resopla y cuando se inclina hacia mi toque, sé que la tengo.
Encojo mis hombros.
—Cuando estás en el sistema, se te da bien descubrir a la gente. Rápido.
Y cuando estás atrapado con el mismo grupo de imbéciles toda tu vida, como Rain,
supongo que te vuelves bueno para esconderte.
Inhala profundamente y suspira.
—Entonces, ¿cuál es el nombre de mi nueva canción favorita?
Coloco la guitarra en el rincón y me arrastro hasta ella. La acuesto, le quito la
manta enrollada de los brazos y se la pongo detrás de la cabeza como si fuera una
almohada.
—La única excepción.
Al mirarla, sé que eso es exactamente lo que ella es para mí. La única excepción
a todas mis reglas.
No te encariñes.
Vete antes de que te dejen.
Suministros. Refugio. Autodefensa.
Supervivencia por encima de todo.
Ahora, todos han sido tachados con una X gigante, y junto a ellos, en letras
mayúsculas asesinas, están las palabras Proteger a Rainbow Williams. Eso es todo lo
que me importa ahora. Mantenerla a salvo. Mantenerla, punto.
Tenía miedo de que me hiciera daño, pero mientras estaba fuera, me di cuenta
de que ella es la única puta cosa en mi vida que no me duele.
—¿Wes? —pregunta, su voz baja y temblorosa mientras desliza sus dedos en mi
cabello y lo aparta de mi rostro—. ¿Seguirás aquí cuando me despierte?
El sentimiento de culpa se apodera de mi corazón y lo aprieta en su maldito puño.
Apoyándome en los antebrazos, bajo sobre su cuerpo suave y cálido y aprieto mis labios
contra los suyos. La sangre estalla en mis venas al contacto, pero no me muevo.
Mantengo el beso hasta que noto que se relaja debajo de mí. Hasta que sé que me creerá
cuando finalmente le prometo:
—Para siempre.
Satisfecha, Rain vuelve a acercar mi rostro al suyo y me besa como si la eternidad
pudiera existir de verdad. Lentamente. Con dulzura. Sin que el reloj del 23 de abril se
cierna sobre nuestras cabezas ni los jinetes encapuchados del infierno nos respiren en
la nuca. Sin sangre en las manos ni ceniza en el cabello. Sin preguntas ni
preocupaciones sobre cómo terminará. Porque hemos empezado por el puto final.
Ahora, tenemos que empezar.
Inclinando la cabeza, profundizo nuestro beso e intento no sonreír cuando siento
que las caderas de Rain se balancean contra mí en respuesta. Puede que tengamos una
eternidad, pero tengo una semana de placer para compensar a esta mujer, y creo que
ya ha esperado bastante. 137
Agarrando su cadera con la mano derecha, me aprieto contra ella y siento un
gemido que vibra en su pecho.
—Te extrañé —susurra, entrelazando sus dedos en mi cabello.
—Yo... —Aprieto los ojos y me obligo a hablar con el nudo de remordimiento que
tengo en la garganta—. Nadie lo ha hecho nunca, así que... lo siento. Lo siento
muchísimo, Rain. Si me quieres, soy tuyo.
—Para siempre —repite.
Mi promesa suena más como una plegaria saliendo de sus labios, así que bajo la
cabeza y la sello con un beso. Nuestros cuerpos se mueven instintivamente mientras
derramo mi corazón a través de mi boca, besándola profunda y lentamente, como una
canción de amor.
Y, de alguna manera, Rain se sabe toda la letra.
Su cuerpo se revuelve y se retuerce debajo de mí mientras nuestras lenguas se
arremolinan y nuestra respiración se vuelve pesada. Me aprieto contra ella más rápido,
queriendo hacer que se corra así, con nada más que un beso y una promesa.
—Wes —gruñe, echando la cabeza hacia atrás.
—Mmhmm... —murmuro, chupando su regordete labio inferior.
—Wes... —La voz de Rain suena más frenética, pero sus caderas siguen
moviéndose al ritmo de las mías—. ¡Estas son mis únicas bragas!
Me río contra su boca jadeante.
—Ya no. Te traje algo de ropa extra mientras estaba en tu casa.
Con eso, Rain me agarra la cabeza y aplasta su boca contra la mía. El arco de su
cuerpo debajo de mí, el gemido de necesidad en el fondo de su garganta mientras se
deshace, la forma en que me perdonó con los brazos abiertos y está sosteniendo mi cara
en este momento como si yo fuera un puto tesoro... me abruma, y de repente, Rain no
es la única que se va a correr por un solo beso.
Me quito de encima de ella y me arrodillo entre sus piernas para intentar
calmarme, pero la visión de Rain disfrutando de la felicidad post-orgásmica ante mí no
hace nada por mi polla palpitante.
Abriendo los ojos, Rain me mira y luego deja que su mirada se deslice por mi
cuerpo completamente vestido hasta el enorme bulto que tiene delante. Con una sonrisa
de labios hinchados, se acerca y me desabrocha el cinturón.
Agarro su muñeca en señal de advertencia.
—Deja que te haga sentir bien un par de veces más primero. Tengo que
compensar muchas cosas.
—Es mi cumpleaños —dice con una sonrisa diabólica—. Puedo hacer lo que
quiera.
No puedo discutir esa lógica.
Le suelto la muñeca y veo cómo Rain me desabrocha lentamente los jeans y abre
la bragueta. Sus dedos se deslizan por el eje de mi polla hinchada a través de mis bóxers, 138
y se sacude contra la cintura.
Mieeeerda, esta chica me está matando.
Sin sentarse, Rain me baja los pantalones y los calzoncillos por el culo y se lame
los labios mientras mi polla queda libre.
—Baja aquí —dice, con una voz cargada de necesidad.
No entiendo lo que quiere decir hasta que Rain me agarra de las caderas y tira
suavemente hacia delante.
Oh, mierda.
—¿Quieres que te folle la boca?
Incluso en la oscuridad, puedo ver que la piel de Rain se ruboriza ante mis
palabras. Baja los ojos y asiente con una sonrisa de labios apretados.
Mis bolas se tensan y hago lo que me ha dicho, poniéndome a horcajadas sobre
su cintura e inclinándome hacia delante sobre mis manos. Dejo caer la cabeza y veo
cómo sus labios hinchados por el beso se separan y su pequeña lengua rosa se desliza
por la cabeza de mi polla.
—Mierda —siseo, tratando de mantenerme quieto mientras envuelve su cálida
boca a mi alrededor y chupa hasta el final.
—Rain, no tienes que... —Comienzo a decir, pero no puedo terminar la frase
porque si no sigue haciendo lo que está haciendo ahora, me moriré.
Contengo la respiración, temiendo que si muevo un solo músculo, la lastimaré,
pero una vez que Rain establece un ritmo con su boca y sus manos, soy impotente. Mis
caderas se agitan cuando me penetra más profundamente, me hace trabajar más rápido,
me chupa más fuerte. El sudor me recorre el cuello mientras lucho por mantener el
control, pero cuando gime, con la garganta en carne viva, cuando oigo lo jodidamente
excitada que está, pierdo el control.
Todo mi cuerpo se pone rígido mientras me derramo en la suave y cálida boca de
Rain. Olas de placer me recorren la columna vertebral mientras su lengua me acaricia,
chupando y tragando hasta la última gota, hasta que estoy agotado, vacío y lleno al
mismo tiempo.
Rain me mira con una sonrisa en los labios gruesos y orgullo en sus bonitos ojos
azules.
—Me estás estropeando la disculpa. —Le devuelvo la sonrisa.
La boca de Rain se abre en una sonrisa completa.
—Lo siento.
—Mentirosa. —Me muevo hacia atrás a lo largo de su cuerpo hasta que estoy a
horcajadas sobre sus muslos—. Ahora tengo que empezar de nuevo.
Rain se ríe cuando le quito la capucha y la camiseta por la cabeza, y el sonido es
música para mis malditos oídos. Arquea la espalda para que pueda desabrocharle el
sujetador, y las suaves curvas de su cuerpo son un canto de sirena que no puedo
ignorar. Mis dedos se deslizan por sus grandes tetas, apretando y haciendo rodar sus
turgentes pezones rosados hasta que sus caderas se levantan del suelo con necesidad. 139
Mierda.
Incluso en la oscuridad, Rainbow Williams es más sexy que cualquier cosa que
haya visto a la luz.
Coge mi camisa abierta e intenta pasármela por los hombros, así que se la quito
junto con la funda. Cuando me quito la camiseta por encima de la cabeza, siento que
su suave mano se desliza hacia abajo y rodea mi ya dura polla.
—Uh-uh —Me burlo de ella, le agarro la mano y se la aprisiono junto a la cabeza—
. Todavía no.
La comisura de la boca de Rain se curva y mi polla se sacude en respuesta,
recordando lo jodidamente bien que se sentía estar ahí.
—Puedes agarrar esto. —Pongo la mano en una de sus tetas y le doy un pequeño
apretón, ganándome una risa—. Puedes agarrar esto. —Levanto su mano hasta la parte
superior de mi cabeza, donde le da un tirón a mi cabello—. O puedes tomar esto. —
Entrelazo mis dedos entre los suyos y siento un repentino rayo de electricidad que nos
une en el momento en que nuestras palmas se encuentran—. ¿Entendido?
Rain asiente, pero el humor ha desaparecido de su rostro. La sustituye una
dulzura tierna y soñadora cuando se lleva las manos unidas a los labios y me besa uno
de mis nudillos rotos y llenos de cicatrices.
Algo hace clic en mi corazón. Lo siento, como si una pila nueva se pusiera en su
sitio, y me doy cuenta de que el doloroso y resonante agujero en mi pecho con el que he
vivido toda mi puta vida, no estaba ahí porque estuviera vacío.
Estaba ahí para que Rain pudiera meter la mano y arreglarme.
Aprieto nuestras manos unidas contra el contrachapado que hay sobre su cabeza
y la beso de nuevo, esta vez con todas mis partes activas. Esta mujer me encontró roto
y me hizo entero, y de repente estoy decidido a hacer lo mismo por ella. La sacaré de
aquí. Le daré una vida feliz, incluso en este mundo de mierda y sin ley, y a partir de
ahora, la amaré de la misma manera que ella me ama a mí.
Como si la eternidad realmente existiera.
Dejando que los besos húmedos recorran su mandíbula y bajen por su cuello, me
tomo mi tiempo, saboreando la sal en su piel y el oleaje de su sangre bombeando bajo
ella. Cuando llego a su pezón, lo acaricio lentamente, con la lengua, los labios y los
dientes. Acompaño mis movimientos con la subida y la bajada de sus perfectas tetas.
Pero cuando voy a apartar la mano para desabrocharle los jeans, Rain se niega a
soltarla. Sonrío contra su piel caliente y tiro de nuestros dedos entrelazados hacia abajo.
Con torpeza, consigo desabrocharle los pantalones y tanteo para desatarle los cordones
de las botas con mi única mano libre.
Pero no me importa. Si Rain quiere cogerme la mano el resto de su vida, me la
cortaré y se la daré.
Una vez que le quito los jeans y las bragas estropeadas por encima de sus pies
descalzos, Rain separa sus piernas para mí y se siente como si me diera la bienvenida
a casa.
Con las manos todavía unidas, le beso desde el interior del tobillo hasta la rodilla, 140
que debe de tener cosquillas porque se sacude y me golpea en la puta boca, provocando
la risa de Rain y bajo hasta el lugar suave, necesitado y brillante que pienso adorar
durante las próximas horas.
Cuando deslizo mi lengua por su costura y alrededor de su clítoris, lo hago sólo
porque quiero hacerla sentir bien. No hay ninguna pretensión. No hay juegos
preliminares impacientes para poder bajar e ir a la cama. No voy directamente a los
puntos que sé que harán temblar sus muslos y arquear su espalda sólo para acelerar
las cosas. Me acomodo y dejo que su cuerpo me diga lo que quiere. Los lametones largos
provocan gemidos silenciosos y movimientos lentos del cuerpo. Los círculos giratorios
me hacen ganar pequeños gemidos. Un dedo burlón hace que mueva sus caderas contra
mi cara, pero dos dedos, con los nudillos hundidos, hacen que eche la cabeza hacia
atrás y me apriete el puño. Arriba y abajo, arriba y abajo, mi lengua y mis dedos se
mueven entre las olas de su cuerpo, subiendo y bajando con su acelerada respiración.
Pero sigo esperando. La mantengo en el cielo todo lo que puedo hasta que su puño se
aprieta en mi cabello y sus muslos se aprietan alrededor de mis orejas y los primeros
aleteos de un orgasmo me hacen cosquillas en los dedos.
Entonces, succiono.
Todo el cuerpo de Rain se contrae a mi alrededor mientras se retuerce, jadea y
gruñe con los sonidos más sexys que jamás he oído. Retiro mis dedos y los reemplazo
con mi lengua, queriendo beber cada gota de ella como ella lo hizo conmigo.
—Mierda, Wes —grita Rain, tirando de mi cara hacia ella con su mano libre.
Su otra mano sigue agarrando la mía, y la visión de nuestros dedos entrelazados
hace que mi corazón, recién reparado, actúe como si ya estuviera jodidamente
estropeado. Se salta unos cuantos latidos cuando subo por su cuerpo flácido y agotado
y le doy un beso en sus labios borrachos de amor.
—Todavía no he terminado —prometo, deslizando mi dolorosa polla sobre su
resbaladiza e hinchada carne.
Rain mete los dedos de los pies en la cintura de mis jeans y empuja hasta el fondo
de mis piernas.
—Voy a hacer que te vengas una vez por cada noche que he estado fuera.
La cabeza de Rain cae de nuevo sobre el tablero con un golpe dramático, pero sus
caderas se levantan para encontrarse con las mías, empuje tras empuje.
Me reiría de sus señales contradictorias, pero esto se siente demasiado bien. Dejo
caer mi frente sobre la suya mientras nos movemos el uno contra el otro, buscando la
fricción en el resbaladizo lío que hemos formado. Nuestras bocas chocan en un torrente
de lenguas y dientes mientras el ritmo se acelera hasta que no puedo aguantar más.
Necesito estar dentro de Rainbow Williams más de lo que necesito mi próximo puto
aliento.
Tirando de su rodilla hacia mis costillas, me lanzo hacia adelante, llenándola
completamente en un delicioso movimiento.
Y Rain se viene al contacto.
Sus uñas se clavan en mi espalda, y sus gemidos resuenan en mi garganta
mientras late y se arquea y brilla en mis brazos.
Y la sigo hacia la luz. 141
La oscuridad que hay detrás de mis párpados se vuelve blanca mientras sostengo
su cuerpo contraído contra el mío. Mientras la lleno con todo lo que tengo. Todo lo que
soy. Todo lo que quiero ser para ella. Podría quedarme así para siempre, disfrutando del
resplandor de mi chica en llamas.
Pero no puedo.
Porque le prometí a esta mujer seis orgasmos más.
Y a partir de ahora, soy un hombre de palabra.
4 de mayo

C
uando me despierto, me siento como si me hubieran dado la vuelta. El
dolor que solía llevar en mi mente y en mi alma está ahora sólo en mi
espalda por haber dormido en un suelo de madera contrachapada. Mis
músculos, que solían sentirse inquietos por estar tumbados todo el día, están ahora
deliciosamente doloridos. Y mi corazón, que ayer mismo parecía un órgano podrido y
ennegrecido que rezumaba veneno en mi torrente sanguíneo, ahora se siente maduro y
rojo donde late contra el costado de Wes.
142
Se siente feliz. Me siento feliz.
Entierro mi sonrisa en su pecho desnudo y aprieto mi brazo alrededor de sus
costillas. Su presencia se siente como un milagro. Como un regalo de Dios. Algunas
personas reciben zapatos nuevos o autos de lujo o el último iPhone para sus
cumpleaños. Yo recibí una persona completa. Mi persona.
Y también, como una docena de orgasmos.
Wes se estira y gira en mis brazos, presionando su situación matutina contra mi
cadera mientras me acerca.
—No hubo jinetes anoche —murmura somnoliento, besando mi frente.
—¿Nada de nada?
—Hmm-mm. —Sacude la cabeza todo lo que puede con sus labios aún en mi
rostro—. ¿Tú?
Intento recordar lo que soñé y sonrío cuando por fin lo recuerdo.
—Yo tampoco. Soñé que estaba en el espacio exterior. Estaba varada en un
planeta diminuto, o tal vez sólo era un asteroide. No sé cómo llegué allí, pero no podía
volver a casa. Podía ver la Tierra, pero cada vez que saltaba de la roca e intentaba nadar
hasta ella, sólo llegaba hasta cierto punto antes de que la gravedad del pequeño planeta
me arrastrara de nuevo hacia abajo. Estaba muy frustrada. Empezó a cundir el pánico.
Wes me acerca y apoya su barbilla en mi cabeza.
—Entonces, de repente, este cohete vino zumbando por el aire. Parecía la
atracción Looping Starship de Six Flags. No había techo y todo el mundo gritaba y reía
con los brazos en alto. Hice un gesto para pedir ayuda, pero me gritaron que la atracción
estaba llena. Iban a dejarme allí, pero justo antes de que la atracción pasara de largo,
te asomaste todo lo que pudiste y me metiste dentro. Dejaste que me sentara en tu
regazo porque todos los asientos estaban ocupados, y me rodeaste con tus brazos para
que no me cayera.
Beso el cálido pecho de Wes y siento que la piel se me eriza con un millón de
hormigueos de piel de gallina.
—Ha sido el mejor sueño que he tenido en mucho, mucho tiempo.
Wes se hincha aún más contra mi cadera, pero lo ignora y me pasa una mano
por el cabello.
—Iría al jodido espacio exterior para encontrarte.
Sonrío.
—Pero nunca dejaría que esos hijos de puta viajaran en mi nave espacial. Pueden
arder todos en el infierno.
Me río con todo el cuerpo... hasta que me doy cuenta de las ganas que tengo de
orinar.
—Wes, tengo que ir —resoplo, empujando su pecho.
—Nuh-uh —gime, acercándome.
—No, Wes. Tengo que ir.
Entendiendo lo que quiero decir, me suelta con una risa y se sienta.
143
—Saldré contigo.
—No, está bien. Vuelvo enseguida —murmuro, tratando de ponerme el suéter y
los jeans lo más rápido posible.
Wes se pone la funda, se pasa la camisa hawaiana por encima, dejándola
desabrochada para que su pecho quede a la vista y se pone el bóxer por encima de su
polla aún dura.
—No, estoy listo. Vamos.
—¿Así? —me río, mirando hacia abajo.
—¿Qué? —Wes sigue mi mirada para ver la cabeza de su polla mirando hacia él—
. Se calmará cuando le dé el aire frío. —Encoge sus hombros.
—Wes —dudo—. Ya no salgo por ahí... nunca más.
—Oh, ¿Encontraste un nuevo lugar? —murmura, abotonándose la camisa para
cubrir el asunto—. Inteligente. Esa entrada delantera está bastante expuesta.
—No... —suspiro, escuchando ya el temblor de mi voz.
Wes levanta la cabeza y de repente, vuelve a ser el Rey del Hielo. Frío.
Resguardado. Silenciosamente furioso y muy alerta.
—¿Qué pasó? —pregunta.
—Nada. Sólo...
—Mentira. ¿Qué pasó?
—¡Ugh! ¡No puedo pensar cuando te pones así!
—No necesitas pensar. Tienes que decirme qué demonios pasó.
—Tuve un ataque de pánico, ¿de acuerdo? —grito—. Toqué la hierba, y
simplemente... me asusté. No puedo ver los árboles porque me recuerdan a mi casa. No
puedo mirar la autopista porque me recuerda a mi casa. No puedo salir de este maldito
edificio porque todo lo que hay ahí fuera desencadena un recuerdo, y los recuerdos
desencadenan el dolor, y el dolor desencadena el pánico porque si no puedo apagarlo
inmediatamente, es tan grande y tan horrible que creo que podría matarme, ¿de
acuerdo?
Tomo una enorme bocanada de aire y la expulso a través de los labios mientras
Wes me estudia con ojos impasibles.
—No —dice por fin, con la boca puesta en una línea dura.
—¿No?
Wes sacude la cabeza.
—No. No está jodidamente bien. Ponte los zapatos. Vamos a salir.

144

—Cuida tus pasos.


Agarro el bíceps de Wes con más fuerza mientras bajo del bordillo y salgo a la
calle.
Al menos, asumo que es la calle.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
—Yo... eh... —Me reviso a mí misma y me doy cuenta de que en realidad estoy
bastante bien.
Con la camiseta de Wes atada a mi cabeza, no puedo ver nada. Todo lo que puedo
oír es su voz. Y con las botas puestas, lo único que puedo sentir es el pavimento bajo
mis pies y su cuerpo tocando el mío.
Odio cuando tiene razón.
—Estoy... bien, supongo.
Wes se ríe.
—Menos mal que no hay nadie aquí fuera porque no pareces estar bien. Parece
que te están secuestrando, maldita sea.
—No sería la primera vez que me secuestran —bromeo—. Además, eres
demasiado guapo para ser un secuestrador. Desaparece el propósito si las chicas se van
contigo por voluntad propia.
—Espera —dice Wes, deteniéndose para agacharse y recoger algo.
Oigo un traqueteo metálico que me resulta familiar, pero no consigo averiguar
qué es.
—Así que crees que soy guapo, ¿eh? —me pregunta Wes mientras volvemos a
caminar. Puedo oír la sonrisa en su voz.
—Chico, sabes que eres guapo. No vayas a pescar cumplidos.
—No —resopla—. Soy feo envuelto en un paquete bonito. Pero tú... —La profunda
aspereza de su voz vibra por toda mi espina dorsal cuando Wes se inclina y presiona
sus labios contra mi sien—. Eres la cosa más hermosa que he visto jamás. —Siento
cómo la punta de su dedo se desliza por el puente de mi nariz, la boca y la barbilla,
como si estuviera admirando mi perfil. Luego, sigue bajando, deteniéndose justo entre
mis pechos—. Incluso aquí dentro.
Me sonrojo, agradeciendo la venda para no tener que bajar los ojos por vergüenza.
—Acércate.
Hago lo que me dice y siento cómo el asfalto se convierte en tierra blanda bajo
mis pies. Unos metros más tarde, me detiene y me hace girar para que esté frente a algo
que bloquea el sol.
—Ya hemos llegado. Puedes quitarte la venda de los ojos, pero sólo mira hacia
adelante, ¿de acuerdo? 145
—Wes, yo... tengo miedo.
—Estoy aquí. ¿Quieres volver a dormir en una cama algún día? ¿Quieres tomar
una ducha caliente y comer comida que no haya sido cocinada sobre un barril de metal?
Asiento, sintiendo que mi ritmo cardíaco se acelera.
—Bueno, este es el primer paso, cariño. Quítate la venda.
Respiro profundamente, sacando toda la fuerza que puedo de él. Perdí a mi madre
y a mi padre. Wes perdió a su madre y a su hermana. Yo fui abandonada por mi novio.
Wes fue rechazado por trece familias de acogida diferentes. Tuve que lidiar con chicas
malas en la escuela. Wes era el chico nuevo en media docena de colegios. Si él puede
aguantar aquí y estar preparado para lo que sea que ocurra después, tal vez yo también
pueda.
Me quito la camiseta de la cabeza, me la llevo a la nariz e inhalo. El aroma de
Wes domina todos mis otros sentidos, haciéndome sentir feliz.
Me hace sentir valiente.
Abro los párpados, dejando ver un poco de lo que me rodea, antes de abrirlos por
completo, sorprendida. Estamos de pie a medio metro de la señal de salida verde y
descolorida del PRITCHARD PARK MALL, junto a la autopista.
Wes me rodea la mandíbula con una mano firme, manteniéndola recta.
—No mires a ningún otro sitio que no sea este, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondo, con demasiada curiosidad como para tener miedo.
Vuelvo a oír el traqueteo metálico y sonrío cuando se hace más fuerte y rápido.
—El otro día vi esta lata de pintura en aerosol en el suelo y me hizo pensar en ti
—se ríe, agitando la lata en su mano.
—¿Por qué en mí? —Sonrío.
—Oh, no lo sé. ¿Quizá por el cartel de Bienvenido a Fucklin Springs que hay
frente a tu casa?
Sonrío.
—El parque Shartwell es mi favorito personal.
—Entonces, ¿admites que eres una vándala?
—Prefiero el término palabrería. —Sonrío, aceptando la lata de pintura en aerosol
de color naranja neón en la mano extendida de Wes.
—Mira, Toma este cartel. —Quito el tapón con un pulgar experimentado—. Una
vándala se limitaría a dibujar un par de pollas en él y seguiría adelante. —Tacho la P de
Pritchard y convierto fácilmente la R en una letra B.
Siento que Wes sonríe, pero estoy demasiado nerviosa para mirarlo. En su lugar,
concentro toda mi atención en el cartel verde, blanco y ahora naranja que tengo delante.
—Pero yo no. —Agito la lata un par de veces más y cubro el RD con dos grandes
y atrevidas eses.
—Bitchass Park Mall4 —lee Wes en voz alta con orgullo—. Ni siquiera se me 146
ocurrió añadir la doble S al final. Qué bien.
Me doy la vuelta y le hago una pequeña reverencia, pero cuando abro los ojos, no
solo veo a Wes; veo todo el montón destrozado detrás de él.
El bulldozer del padre de Quint y Lamar es un trozo de metal carbonizado. El
pavimento a su alrededor, chamuscado y negro. El remolque de su lado parece que un
T-Rex le haya dado un mordisco, y alrededor, empujados a los lados de la carretera,
están los vehículos destrozados y abandonados que Quint despejó tratando de hacernos
pasar por el amontonamiento. Me lo imagino tumbado en la acera con ese trozo de
cristal clavado en el cuello. Me imagino a Lamar, aturdido y en estado de shock, con la
sangre cayendo en su ojo desde su ceja lacerada. Recuerdo el sonido de la explosión y
la forma en que el metal retorcido y los cristales rotos llovían a nuestro alrededor como
confeti.
Y luego, recuerdo cómo olía el interior del casco de mi madre cuando me lo puse.
Como a café con avellanas.
Como ella.
La escena que tengo delante se vuelve borrosa mientras los recuerdos se alinean
en los bordes de mi mente, dispuestos a marchar uno a uno para destruirme. El primero
carga, y es una maravilla.
La mañana de Navidad.

4 En español significa Parque Comercial Zorra.


La última Navidad antes del 23 de abril, bajé las escaleras y encontré a papá
desmayado junto a un charco de su propio vómito en el suelo, frente al árbol de Navidad.
Mamá y yo lo dejamos allí mientras abríamos los regalos. Aquella mañana se preparó
un café extra fuerte. También me preparó un poco. No sé qué más puso en esa taza,
pero me hizo sentir cálida y tonta. Nos acurrucamos bajo su manta en el sofá y vimos
repetidamente Vacaciones de Navidad hasta que papá volvió en sí. Después no fue tan
divertido.
—Oye —dice Wes, bloqueando los lados de mi rostro con sus manos como
anteojeras—. Quédate conmigo.
Parpadeo, sacándome de la cabeza cuando su hermoso rostro aparece.
—Lo hiciste. —Sonríe, y el orgullo en sus ojos es suficiente para hacer que las
lágrimas se formen en los míos—. Estás fuera, jodiendo la mierda como un pequeño
delincuente.
Wes mueve el pulgar en dirección al cartel, y dos chorros cálidos resbalan por
mis mejillas cuando me giro para mirarlo. No porque tenga miedo de estar aquí fuera.
Sino porque estoy increíblemente agradecida de estarlo.
—Te amo —susurro, volviendo a mirar al hombre que, ayer mismo, pensé que no
volvería a ver—. Te amo tanto...
Antes de que pueda terminar mi declaración, Wes me hace callar con su boca. 147
Bloquea el mundo con sus manos sobre mis oídos, agarrando mi rostro mientras me
besa con fuerza. Ahuyenta los recuerdos con su lengua, sus labios, sus caderas y su
olor. Y vuelvo a sumergirme en mi lugar favorito.
Aquel en el que Wes y yo estamos solos.
El claxon de un auto irrumpe en mi conciencia, haciendo que me ponga rígida en
los brazos de Wes. No miro, por miedo a lo que pueda encontrar, pero Wes lo hace, y lo
que ve le hace sonreír contra mis labios. Me suelta para saludar algo por encima del
hombro, así que cedo a mi curiosidad y echo un vistazo.
Un pequeño camión blanco de correo se acerca a nosotros y Eddie, el mismo
cartero que hemos tenido desde que era una niña, nos saluda con la mano antes de
hacer un giro en U y volver a bajar por la carretera hacia Franklin Springs.
—¿El correo está funcionando? —pregunto asombrada.
—Más o menos. —Wes se ríe y se levanta la camiseta para taparme los ojos—.
Vamos. Volvamos. Me muero de hambre.
—Pero Q no nos da de comer hoy —le recuerdo mientras ata el algodón blanco en
un nudo detrás de mi cabeza, agradecida de que no me vaya a empujar a caminar todo
el camino de vuelta, sin los ojos vendados.
—Ya te dije que tengo mucha comida. —Wes presiona un beso en mis labios
desprevenidos, que se separan en un jadeo silencioso cuando su mano se desliza entre
mis piernas—. Eso no es lo que me apetece.
Me siento mucho mejor en el camino de vuelta. Más audaz. Más valiente. Enlazo
mis dedos entre los de Wes y balanceo nuestras manos de un lado a otro mientras
bajamos la rampa de salida. El brillante sol de mayo me calienta la cabeza y de repente,
quiero sentirlo en todas partes: en las mejillas, en los hombros. Lo ansío como el
oxígeno.
Cuando llegamos al final de la rampa, detengo a Wes junto a la valla de malla
metálica que rodea el centro comercial y me quito la capucha de la cabeza. Su venda
improvisada se desprende en el proceso y me quedo helada, tanto por el delicioso calor
en mi piel como por la guerra que se libra dentro de mi cabeza.
—¿Rain? 148
Creo que puedo hacerlo. Creo que puedo abrir los ojos y estar bien. Con Wes a
mi lado y el sol en mi rostro, siento que podría volar si realmente lo quisiera.
Escucho cualquier cosa que pueda sonar... no sé... desencadenante, pero todo lo
que oigo es el débil estruendo de un motor en la distancia.
Que sean varios motores.
—Mierda —escupe Wes, apretando su mano.
—¿Wes?
—Bonys.
Mis ojos se abren bruscamente y se mueven en dirección a la rotura de la valla y
luego vuelven a subir la rampa por donde vnimos.
—Tenemos que correr —gruñe Wes.
—¡Está demasiado lejos!
—¡Ahora, Rain!
—¡No! ¡Sólo... sólo... sólo pon esto! —Tomo la lata de pintura en aerosol en su
mano y la cambio por mi sudadera de gran tamaño de Franklin Springs High.
Wes mira por encima de mi hombro hacia el sonido del estruendo, pero no
discute. Se pone la sudadera por encima de la cabeza en el tiempo que tarda en respirar
tranquilamente. Le queda perfecta, abrazando su ancho pecho y sus hombros, y me
pongo a trabajar, rociando rayas de color naranja neón por la parte delantera y la
espalda. Wes se pasa la capucha por la cabeza y la baja para cubrirse los ojos.
Arrojando la lata vacía por encima de la alambrada, me pongo de pie con la
espalda apoyada en la valla y tiro de Wes delante de mí para que quede casi oculto a la
vista.
—¡Bésame! —ruego mientras cinco brillantes motos de calle suben la colina al
final de la calle—. ¡Como si no lo quisiera!
Wes no duda, me agarra por el cuello y mete su muslo entre mis piernas. Me da
la espalda y me mete la lengua en la boca, y por mucho que quiera dejarme caer contra
la valla, tengo que fingir que lucho contra él.
No me molesto en gritar; no me oirán por encima del rugido de esos motores, pero
hago un ademán de empujar su pecho inmóvil y de intentar apartarme de la valla con
mi bota mientras él me sujeta. Wes me arranca la camiseta de tirantes por la mitad y
me agarra el pecho cuando pasa la primera moto.
Y en contra de mi buen juicio, miro.
La pandilla de locos parece moverse a cámara lenta mientras contemplan el
espectáculo. Sus motocicletas, antes cromadas, y sus lustrosas motos negras de calle
han sido pintadas con spray con calaveras y huesos de neón y partes del cuerpo
ensangrentadas y en llamas, al igual que las chaquetas de cuero y las sudaderas con
capucha que llevan. Cada hombre lleva un casco o una máscara más aterradora que la
anterior. Los cráneos ensangrentados y con manchas de sangre nos miran de arriba a
abajo mientras pasan con machetes, bates de béisbol llenos de clavos y escopetas 149
recortadas.
Me miran con desprecio mientras grito (esta vez de verdad) y apartan a Wes de
mí lo suficiente como para que se lance a la carrera.
Satisfechos con nuestra actuación, los Bonys se alejan por la carretera mientras
Wes me persigue, me agarra por la muñeca y me hace girar en sus brazos. Me besa tan
furiosamente como el día en que lo saqué de la granja en llamas de los Renshaws.
Puede que conozca todas las sonrisas de Carter, pero estoy aprendiendo
rápidamente todos los besos de Wes.
Este es su beso después de la experiencia cercana a la muerte.
Odio este beso.
Odio a los Bonys.
Odio este nuevo mundo.
Pero sobre todo, odio lo bien que sienta el sol en mi piel ahora mismo porque,
una vez que volvamos a entrar, estoy bastante segura de que no volveré a sentirlo.
5 de mayo

—¡A
lguacil, traiga a los acusados!
El Gobernador Cara de Culo se está convirtiendo en un
anfitrión glorificado de un programa de juegos con cada
emisión. Extiende su brazo de jamón para señalar a los cinco
convictos que están saliendo del edificio del capitolio, cada uno atado, amordazado y
envuelto en un mono de arpillera a juego, como si fuera Vanna White, revelando el gran
premio de hoy en la Rueda de la Fortuna. 150
Meto en mi boca un tenedor lleno de huevos y lo lavo con agua de lluvia hervida
mientras veo cómo hacen desfilar a los culpables junto a los arbolitos chupasangre que
ya han sido plantados. Ayer debió de haber otra ejecución mientras estábamos fuera,
porque ahora hay tres robles pequeños creciendo en el Parque de la Plaza.
Dentro de unos minutos serán ocho.
Rain empuja la comida en su plato junto a mí mientras leen los delitos de los
acusados. Unos cuantos trabajadores más del hospital que se negaron a retirar el
soporte vital, una mujer que continuó alimentando por tubo a su marido discapacitado
y una madre que salvó la vida de su hijo con un EpiPen después de que tuviera una
reacción alérgica a una picadura de abeja.
Ahora se consideran delitos graves, pero el asesinato y la violación son totalmente
legales.
Imagínate.
Justo antes de que la primera de las acusadas diga sus últimas palabras, me doy
la vuelta y pongo las manos sobre las orejas de Rain. No está viendo la emisión, su
mirada ha estado pegada a su desayuno sin tocar desde que empezó, pero sé que está
escuchando.
Sus grandes ojos azules se levantan y, por un momento, parece que somos las
únicas dos personas en la habitación.
¡Bam!
Obligo a esbozar una pequeña sonrisa mientras el sonido de un cuerpo
aterrizando en el fondo de un agujero de tierra reverbera en mi puta alma.
¡Bam!
Paso los pulgares por sus pómulos, teniendo especial cuidado con el lado
derecho, que ahora luce un nudoso moratón verde y morado.
¡Bam!
El tercer convicto recibe una bala entre los ojos mientras Rain me bebe con los
suyos. Las comisuras de sus labios rosados se mueven como si quisiera sonreír, pero
los baja y deja caer su mirada.
¡Bam!
No puedo decir que la culpe. Probablemente soy el único hijo de puta que puede
sonreír mientras ejecutan a alguien en directo.
¡Bam!
Porque soy el único hijo de puta que puede mirarla mientras sucede.
Frente a nosotros, Quint aparta su plato y se tapa la boca con una mano en señal
de asco, mientras Lamar se queda mirando la pantalla como si estuviera viendo otra
mala película de terror.
Aprieto la cabeza de Rain contra mi pecho, agradeciendo que no se haya
asustado, agradeciendo que esté aquí conmigo en lugar de estar tirada en el fondo de
un agujero de tierra en Plaza Park y empiezo a tener la sensación de que las ejecuciones
no son lo único que la gente está viendo en el patio de comidas.
151
Levanto la mirada y veo a los padres de Carter mirándonos desde unas cuantas
mesas más allá. Su hermana lleva auriculares y juega con el celular de alguien; sin
duda para protegerla de los asesinatos en masa que se están produciendo en la
televisión en directo, pero sus padres no están muy contentos. La Sra. Renshaw tiene
la decencia sureña de apartar la mirada, pero el padre de Carter me sostiene la mirada
durante lo que parecen horas. No hay desafío en sus ojos hinchados e inyectados en
sangre (el viejo bastardo apenas puede caminar) sino una profunda tristeza.
Conozco ese sentimiento. También la perdí antes.
Carter no vino a desayunar con ellos, y honestamente, no lo culpo. La sola idea
de ver a Rain con otra persona fue suficiente para que empacara mis cosas y me fuera.
Quiero sentirme mal por el tipo, y lo haría, si mereciera mi simpatía. Pero conozco a
imbéciles como él. Populares. Bien parecidos. Engreídos como la mierda. Los tipos así
no se toman bien el rechazo. Hacen rabietas como jodidos niños pequeños cuando las
cosas no salen como ellos quieren. Y dondequiera que esté Carter ahora mismo, creo
que está planeando su próximo movimiento, no lamiendo sus heridas.
Miro alrededor de la habitación, haciendo un recuento mental, y un sentimiento
de hundimiento se desliza en mis entrañas.
Los fugitivos están todos en la mesa de Q, mirando sus teléfonos y fumando
hierba y apuntándose a la cabeza como si fueran el gobernador Cara de Culo en la
televisión. Quint; que ahora se limita a una tirita grande y un par de aspirinas al día y
Lamar están debatiendo acaloradamente si deben robar un Jeep y buscar un lugar en
las montañas o robar un descapotable y tratar de encontrar una casa en la playa para
acampar. Y los Renshaw están acurrucados como siempre, todos menos Carter.
Él es el único que no aparece.
Hasta que ese hijo de puta entra en el patio de comidas, llevando mi bolsa de
lona.
Carter me lanza una mirada de “come mierda” mientras se dirige directamente a
la mesa de Q, y yo me río, me río de verdad y sacudo la cabeza.
Es tan predecible.
Pero a Rain no le hace ninguna gracia. Se pone tensa en mis brazos en cuanto lo
ve.
Quiero asegurarle que todo va a salir bien. Que, pase lo que pase, no dejaré que
esas zorras dramáticas la lastimen. Pero no puedo.
Esto es después del 23 de abril.
Todas las apuestas están fuera.
Carter se detiene justo delante de Q, llamando la atención de todos los que están
en el patio de comidas, mientras abre la cremallera de mi bolsa de viaje y la deja sobre
su mesa. Ropa extra para Rain, botellas de agua, mezcla de frutos secos, guiso enlatado,
fruta seca, cecina, todas las cosas que traje de la casa de Rain, además de todos los
productos no perecederos que he estado acumulando de mis viajes a CVS, salen
disparados como bombas. Las latas caen sobre la mesa y ruedan por el suelo en una
serie de ruidosos estruendos y golpes, y todo el mundo contiene la respiración y espera
que Q lance su propia bomba. 152
Su boca se curva hacia un lado mientras admira tanto el botín como el
espectáculo.
—Bueno, bueno, bueno... ¿qué tenemos aquí, policía del centro comercial?
¿Intentas comprar un lugar en la mesa de los chicos grandes?
—¡Esta es la bolsa de Wes! —declara Carter con su mejor voz de Capitán América.
La autoridad en su tono me hace poner los ojos en blanco.
El cabrón habría sido un gran policía de centro comercial.
—¡Ha estado escondiendo comida, suministros, incluso balas! —Carter se gira y
me apunta con un dedo acusador directamente a mí—. Córrelo.
Es una actuación digna de un Oscar. Se lo reconozco.
Q cacarea. Comienza bajo y profundo, sólo en su garganta. Luego, se convierte
en algo fuerte y psicótico. De repente, la comida y la ropa salen volando cuando ella
cruza la mesa, agarra a Carter por sus mejillas y le da un beso de muerte. Él la empuja
y tropieza hacia atrás mientras ella se coloca en el centro de la mesa, imponiéndose
sobre él.
—¿Quieres actuar como una pequeña perra? Te trataré como a una perra.
—¿Qué demonios? —grita Carter.
Su madre jadea y le tapa los oídos a Sophie, aunque está demasiado absorta en
lo que está viendo para saber lo que está pasando.
—¿Crees que sólo porque monto tu polla cuando quiero puedes decirme qué
demonios hacer en mi puto castillo? —Q se pone de pie justo delante de Carter y le clava
una uña afilada en el pecho—. No eres una mierda, policía del centro comercial. Si tengo
que echar a alguien, es a ti. Ese hijo de puta es el mejor explorador que he tenido... —
Q me mira directamente mientras su labio se curva en una mueca, y sus caderas giran
hacia adelante y hacia atrás—. Y también parece que podría comer un coño jodidamente
bien.
La palabra coño es la cerilla que detona el barril de pólvora. Los ruidosos chirridos
de metal resuenan a nuestro alrededor mientras una docena de sillas son empujadas a
la vez. Los padres de Carter se levantan indignados. Los fugitivos se ponen en pie para
animar la locura. Y me alejo de la mesa porque Carter se acerca a mí con las manos
cerradas en un puño. Quiero decirle a Rain que se largue de aquí, pero no tengo
oportunidad. Estoy demasiado ocupado preparándome para que Carter dé un golpe.
Lo que la deja abierta para que él la agarre en su lugar.
Carter rodea con sus largos dedos los bíceps de ella y se agacha para que estén
frente a frente.
—Rainbow, por favor. Sólo déjame explicarte. No significó nada, lo juro.
Rain gruñe y trata de alejarse de él, pero Carter no la deja ir. La sacude.
Maldición, la sacude y sus ojos abiertos pidiendo ayuda son lo último que veo antes de
que la oscuridad se apodere de todo.
El sonido de los gritos de Rain
Es lo primero que se filtra en mi conciencia. Parpadeo; una, dos, tres veces y me 153
encuentro arrodillado en el suelo. Un montón de carne ensangrentada jadea debajo de
mí, escupiendo sangre y dientes como un volcán humano. Me quito de encima e intento
abrir las manos para alcanzar a Rain, esté donde esté, pero siento mis puños como si
los hubieran pasado por una picadora de carne. Se oyen más gritos cuando la Sra.
Renshaw y Sophie se arrodillan junto al hombre destrozado en el suelo.
Veo cómo caen sus lágrimas a cámara lenta, preguntándome si mis puños
ensangrentados son la razón por la que están llorando, justo antes de oír a Rain gritar:
—¡Nooo!
Mi cabeza gira en dirección a su voz una fracción de segundo antes de que su
pequeño cuerpo choque con el mío, haciéndonos caer al suelo. El estruendo de una
escopeta de caza que se dispara en el interior me hace volver a ponerme en pie y correr,
arrastrando a Rain de la mano conmigo. No tengo que mirar detrás de nosotros para
saber quién disparó el arma.
Si alguien le diera una paliza a mi hijo, yo también intentaría matarlo.
Pasamos la fuente sin que se produzcan más disparos y estamos en la recta final
hacia la entrada principal cuando Rain clava los talones como si estuviéramos a punto
de correr por el borde de un acantilado.
—Wes, ¿qué estás haciendo? —Su voz es chillona y aterrorizada, y sé que aún no
he terminado de luchar.
Me doy la vuelta y la miro fijamente, cambiando los ojos entre ella y la fuente
cada dos segundos.
—Tenemos que irnos. Ahora.
—¡No podemos!
—¡Maldita sea, Rain! O corres o te llevo en brazos, pero tenemos que irnos ahora
mismo.
Ambos levantamos la cabeza cuando oímos el pisotón, deslizamiento, pisotón,
deslizamiento de la cojera del Sr. Renshaw bajando por el pasillo.
—Con la ayuda de Dios, chico, si te vuelvo a sorprender por aquí, te colgaré la
cabeza en la pared como a un ciervo de doce puntas.
El ruido metálico de un rifle al ser amartillado nos pone a los dos en movimiento
de nuevo. Abro de un empujón la pesada puerta de salida y tiro de mi chica hacia la
cegadora luz de primavera. En lugar de arrastrar el culo directamente a través del
estacionamiento, me dirijo al auto estacionado más cercano, utilizándolo como
barricada hasta asegurarme de que no hay moros en la costa. Rain respira con fuerza a
mi lado y no puedo saber si es por el esfuerzo o por el pánico, pero no me detengo a
averiguarlo.
Hago lo que mejor sé hacer.
Jodidamente correr.

154
E l rostro de Carter. No puedo quitarme de la cabeza la imagen del rostro
pulverizado de Carter. La última vez que vi un rostro tan ensangrentado...
Jadeo y me ahogo en un sollozo cuando la imagen de mi madre
tumbada en la cama, para no volver a despertarse nunca más, se clava en mi
consciencia como un linebacker. No parpadea, ni se esfuma. Me bloquea la visión como
una horripilante pegatina sobre mis ojos mientras Wes me arrastra por la rampa de
salida y se adentra en el bosque. Cuento hacia atrás en mi mente. Sacudo la cabeza de
un lado a otro. Utilizo mi mano libre para tirar de mi cabello, pero nada funciona.
Dejamos de correr. Wes me habla, pero no lo oigo. Estoy demasiado ocupada
155
intentando pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa. Abro los ojos todo lo que puedo,
mirando a nuestro alrededor en busca de una distracción, pero todo me recuerda a ella.
El bosque, su moto, el aire en mis pulmones. Todo me recuerda que yo estoy viva y ella
no. Wes se sienta a horcajadas en la moto, moviendo la boca como si me diera
instrucciones, pero yo sólo parpadeo ante él. Ante su rostro perfecto. Carter también
tenía un rostro perfecto, pero Wes lo rompió. Lo rompió, igual que mi padre rompió el
rostro de mi madre. La hizo fea y sangrienta y desapareció.
Wes me guía para que me siente en la moto. Le dejo manipular mi cuerpo como
una muñeca de trapo.
¿Es esto de lo que cantaba la chica de Paramore? ¿Ver a tus padres destruirse
mutuamente sólo para enamorarse y cometer el mismo error? ¿Me hará Wes lo mismo
algún día?
Lo observo mientras recoge el casco de mamá. Se pasa el pelo alborotado por
detrás de una oreja, las pestañas negras se abren en abanico sobre los altos pómulos y
sé que ella tiene razón. Estoy destinada a cometer el mismo error. Porque, al igual que
mi madre, me enamoré perdidamente de un hombre que es capaz de hacer cosas
terribles con las mejores intenciones.
Los ojos color verde pálido de Wes suben hacia los míos, nadando en el
remordimiento y agudizados por el miedo, y estoy tan perdida en ellos que no me doy
cuenta de lo que está sucediendo hasta que me están sumergiendo en una oscura
prisión con olor a avellana.
Wes pone en marcha la moto y yo me aferro a la vida mientras la pena me
envuelve con sus poderosos tentáculos y me arrastra. Ya no puedo esconderme de ella.
No puedo luchar contra ella. No tengo distracciones. No tengo nada que hacer. Sólo soy
yo y este olor y esta pérdida y este dolor y este camino que me lleva de vuelta a mi propio
infierno personal.
Cierro los ojos con fuerza y presiono la frente contra la espalda de Wes mientras
un grito estrangulado llena mi casco. Es largo y fuerte, primario y tardío.
No quiero volver allí. No quiero volver allí. No quiero volver allí. Por favor, Dios. Por
favor, no dejes que me lleve de nuevo allí.
Me balanceo en el asiento y repito el mantra, encontrando cierto alivio en la
repetición sin sentido, pero cuando la moto empieza a frenar, una nueva ola de miedo
me invade.
No, no, no, no, no, no.
Tengo miedo de mirar hacia arriba. Miedo a soltarme. Miedo a enfrentarme al
lugar que alberga todos mis mejores y peores recuerdos. No estoy preparada. Es
demasiado pronto.
Cuando la moto se detiene, Wes se gira y me quita el casco de la cabeza. Aspiro
una bocanada de aire que no huele a café con avellanas y exhalo con todo mi cuerpo.
—Mierda, Rain... —susurra Wes, apartando los mechones negros enredados de
mis mejillas hinchadas y húmedas.
Mantengo los ojos cerrados con fuerza, contenta de estar aquí sentada y dejar
que me toque mientras no tengamos que entrar. 156
—No estoy preparada —murmuro. Es la única explicación que puedo darle antes
de que me vuelva a encoger.
—Lo sé. Quería darte más tiempo, pero... el tiempo nunca ha sido nuestro puto
amigo, ¿verdad?
Sacudo la cabeza, con los ojos todavía cerrados.
—¿Crees que podrías sentarte en el porche?
Asiento, no porque crea que pueda, sino porque quiero creer que puedo.
Wes me guía para que baje de la motocicleta y me acompaña por el camino de
entrada hasta los escalones de la fachada. Mi pulso se acelera con cada paso que damos
para acercarnos a mi propia pesadilla viviente, pero me empujo a seguir caminando.
Es sólo el porche. No pasa nada. Es sólo el porche.
Wes me ayuda a sentarme en la escalera superior y luego se deja caer detrás de
mí para que todo mi cuerpo tembloroso quede envuelto por el suyo.
—¿Sabes que llevé todas esas cosas de tu casa cuando volví?
Asiento y escucho, deseando que siga hablando. La voz de Wes es mi sonido
favorito; ronca y áspera, pero a la vez tranquila y silenciosa y la forma en que su pecho
retumba contra mi espalda cuando habla también me ayuda a sentirme más tranquila.
—Me quedé aquí mientras estaba fuera. Todo ese maldito tiempo. No sé si te lo
dije. Principalmente, me emborraché y me compadecí de mí mismo, pero cuando no
estaba desmayado, arreglé un poco el lugar.
—Espera. ¿Hiciste qué? —Sin pensarlo, me giro en sus brazos y abro los ojos.
Los labios de Wes se convierten en una sonrisa dulce y juvenil, y se encoge de
hombros.
—Sabía que en algún momento volverías a casa, y no quería que tuvieras que
ver... todo eso... otra vez. Encontré algo de pintura en el garaje. Me deshice de los
muebles dañados. Levanté la alfombra. ¿Sabías que tienes madera dura ahí debajo?
Sacudo la cabeza y me río mientras mi rostro se debate entre sonreír como una
lunática o llorar como una.
Así que me rindo y hago las dos cosas. Me río y lloro y miro a los ojos de un
hombre que destruye cosas hermosas... pero que también hace que las cosas destruidas
vuelvan a ser hermosas. Para mí.
Entonces, noto algo sobre su hombro.
—Wes... ¿es esa una nueva puerta delantera?
Su sonrisa se convierte en una mueca cuando se gira y mira la placa de madera
azul detrás de él con la gran aldaba de latón.
—¿Te resulta familiar?
—Sí, la verdad es que sí. Pero yo no... Dios mío.
Wes se ríe y se gira para mirarme.
—La mitad delantera de la casa de Carter sólo sufrió daños por humo, así que 157
pude salvar algunas cosas. No coincide exactamente con el resto de la casa, pero al
menos no tiene una ventana rota en el medio.
Wes cambia su peso y saca algo de su bolsillo. Tomando mi mano, deja caer una
sola llave en mi palma.
—Encontré esto bajo la alfombra de Carter. Bienvenida a casa, Rain.
Miro fijamente el metal deslustrado, que de repente me parece que pesa tanto
como una casa.
No, tanto como un hogar.
—Escucha, no tienes que volver a entrar ahí si no quieres. Podemos vivir en la
maldita casa del árbol…
Mi corazón estalla cuando me abalanzo sobre su boca, plantando un beso en sus
perfectos labios separados. No me importa si estoy preparada. No me importa si está
jodido. No me importa si estamos destinados a romper el corazón del otro. Nadie me ha
amado nunca así y Paramore tenía razón.
Vale la pena el riesgo.
Me alejo, agarrando la llave; todavía caliente del bolsillo de Wes como una sola
rosa.
—Quiero ver.
Los ojos de Wes se abren de par en par mientras sus pupilas van y vienen entre
las mías.
—¿Estás segura?
Asiento, sin estar nada segura, pero queriendo estarlo... por él. Y por mí.
—Vamos —digo, usando sus anchos hombros para ayudarme a ponerme de pie—
. Muéstrame lo que hiciste con el lugar.
—Rain, no tienes que hacer esto.
Sacudo la cabeza y trato de poner una cara valiente.
—Quiero hacerlo.
Con un solo movimiento de su barbilla, Wes da un paso atrás, despejando mi
camino hacia la puerta principal.
Pero no parece una puerta. Es como si estuviera frente a un enorme puente
levadizo de madera, y dentro, golpeando contra la superficie y haciendo sonar las
pesadas cadenas, está todo lo que he estado tratando de mantener encerrado en mi
mente. Cada trauma. Cada miedo. Cada recuerdo agridulce y desvanecido. Temía que,
si los dejaba salir, me pisotearían, pero cuando deslizo la llave en la cerradura con dedos
temblorosos, el traqueteo se acalla. Cuando giro el pomo y lo empujo, la puerta se abre
sin ni siquiera un chirrido. Y cuando Wes mete la mano a mi lado y pulsa el interruptor
de la luz junto a la puerta, todas esas horripilantes bestias que esperaba encontrar han
sido sustituidas por relucientes mariposas doradas.
La sala es muy abierta y está llena de luz. En lugar de una alfombra manchada
y enmarañada, se extiende ante nosotros una madera dura y brillante del color de la 158
Coca-Cola. Los únicos muebles de la habitación son un sofá y un sillón, una mesa de
centro y el mueble de la televisión. Las paredes vuelven a ser de color beige claro en
lugar de amarillo tabaco. Y cuando inhalo, huelo a pintura fresca en lugar de a
cigarrillos y café.
—Wes... yo...
—Oh, mierda. Espera... —Wes se lanza al interior y saca una botella de licor vacía
de la mesa de café. Sujetándola a la espalda, se gira para mirarme, con una inocente
mezcla de orgullo y vergüenza en su apuesto rostro.
—¿Hiciste todo esto en una semana?
—Sí... —Wes mira a su alrededor en busca de un lugar donde guardar la botella.
La deja junto al soporte de la televisión, donde no puedo verla—. Resulta que arrancar
la alfombra sienta mucho mejor que atravesar una pared con el puño.
Wes empieza a caminar hacia mí, pero no lo dejo avanzar más de unos metros
antes de correr y saltar a sus brazos, salpicando su rostro de besos.
Wes se ríe cuando le agarro las mejillas con barba, besando sus párpados
cansados, sus fuertes cejas, su nariz recta y su frente lisa, y es un sonido que nunca
pensé que esta casa volvería a escuchar.
—Te amo —declaro entre besos.
—Yo te amo más —dice Wes antes de interceptar mis labios con los suyos.
En el momento en que la costura de nuestras bocas se encuentra, me siento como
si me hubiera caído un rayo. Estoy anclada a la tierra a través de su fuerte cuerpo,
capturada y suspendida en su brillante y zumbante corriente de electricidad. Agarro su
rostro con más fuerza mientras la corriente nos atraviesa, cegadora y devastadora y
curativa y caliente, y Wes inclina la cabeza para llevarme más adentro, utilizando mi
boca como recipiente para todo lo que queda por decir.
Me besa febrilmente, con impaciencia. Como si tuviera más amor para darme que
tiempo.
Y es entonces cuando me doy cuenta.
Conozco este beso.
Conozco este beso demasiado bien.

159
D esde el momento en que puse mis ojos en Rainbow Williams supe que
acabaría muriendo por ella. No quería creerlo, no sabía cómo ni por qué,
pero cuando Rain necesitaba ayuda, Dios me dio una pistola con una sola
bala, una moto de cross y una carretera despejada hasta Franklin Springs. De todos los
tristes sacos de mierda que podría haber elegido para el trabajo, me eligió a mí, y por
eso, le estaré eternamente agradecido.
Sólo desearía que ese imbécil me hubiera dejado pasar más tiempo con ella. Pero,
nunca le ha importado una mierda lo que yo quería antes. ¿Por qué empezar ahora?
Cuando oigo el estruendo en la distancia, ralentizo nuestro beso, atrayendo su
160
suave cuerpo hacia mí con más fuerza. Memorizo cada curva, cada suspiro, y sonrío.
—Encontré un fajo de dinero en una caja de herramientas en el armario de tus
padres —murmuro contra sus labios—. Debería ser suficiente para mantener la luz y el
agua hasta que puedas encontrar un trabajo.
—¿Wes?
—Y hay municiones extra en el cajón de los calcetines de tu padre. —
Sosteniéndola con un brazo, meto una mano entre nosotros y saco el revólver de mi
funda—. Lleva esto siempre contigo. Duerme con él bajo la almohada, ¿de acuerdo?
Le meto el cañón en la parte trasera de los jeans y le bajo la camiseta de tirantes
por encima.
—Wes, me estás asustando.
El golpe y el crujido de los neumáticos sobre la grava indican que se acabó el
tiempo. Dos puertas de auto se cierran de golpe, seguidas de una tercera.
Los ojos azules de Rain se abren de par en par, y odio el pánico que veo en ellos.
—Oye. —Agarro su rostro como hice durante la ejecución de hoy, obligándola a
mirarme—. No pasa nada. Vas a estar bien.
—¿Qué va a estar bien? ¿Qué pasa, Wes? —La voz chillona de Rain es ahogada
por un autoritario bang, bang, bang en la puerta.
—Policía del Estado de Georgia. Abran.
Rain grita y se tapa la boca con las manos.
—¡Tenemos el lugar rodeado! ¡Abran!
—¡Dios mío, Wes! Tengo que esconderme —susurra bajo el sonido de más golpes,
con los ojos recorriendo la habitación.
—No, cariño —la hago callar, tomando su rostro de nuevo—. No están aquí por
ti. No has hecho nada malo. Prométeme que no volverás a Bitchass Park, ¿de acuerdo?
—Le doy una sonrisa falsa—. Quédate aquí. Aquí estás a salvo.
—¿Qué está pasando, Wes?
Los golpes se intensifican hasta el punto de que temo que vayan a romper la
maldita puerta nueva de Rain.
—¡Está abierta! —grito, aguantando su mirada todo lo que puedo.
La puerta se abre de golpe detrás de ella y entra un policía de mierda, seguido de
la zorra que nos delató.
—Es él —declara, señalando con un dedo justiciero en mi dirección—. Ese es el
hombre que consiguió los antibióticos.
Rain se da la vuelta al oír su voz, la conmoción y la traición retuercen sus
hermosas facciones.
—¡Sra. Renshaw! ¿Qué está haciendo?
Rain se gira hacia el oficial y extiende los brazos, como si pudiera protegerme ella
sola de la ley. 161
—¡Fui yo! —grita—. ¡Llévenme! Yo le di los antibióticos. No Wes.
El policía lanza una mirada interrogativa a la madre de Carter mientras yo camino
alrededor de los brazos extendidos de Rain y me arrodillo ante ella. Sus ojos llorosos se
posan en los míos y sus dedos se enredan en mi pelo mientras mueve la cabeza de un
lado a otro.
—No...
—Fui yo. Yo salvé la vida de Quinton Jones. —Mis palabras se dirigen al policía,
pero mis ojos sostienen la mirada desconsolada de Rain—. Y aunque no lo fuera, no
puede ejecutarla...
Aprieto un beso en el vientre de Rain y sonrío, sabiendo que una parte de mí
vivirá con ella para siempre.
—Está embarazada.
162
¿QUÉ PUEDE SER PEOR QUE SABER EL DÍA EXACTO EN EL QUE SE VA A ACABAR EL
MUNDO?

DESPERTAR Y DESCUBRIR QUE NO LO HIZO.

EL MUNDO POSTERIOR AL 23 DE ABRIL ES UN LUGAR SIN LEY, SIN SENTIDO Y


DESPIADADO, PERO NO SIN AMOR. AL MENOS, NO PARA RAIN Y WES.

PERO CUANDO EL GOBIERNO COMIENZA A REALIZAR EJECUCIONES DIARIAS


TELEVISADAS COMO DEMOSTRACIÓN DE SU PODER, ESE AMOR ES PUESTO A PRUEBA:

RAIN TRILOGY, #3
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BB Easton vive en los suburbios de Atlanta, Georgia, con su sufrido marido,


Ken y sus dos adorables hijos. Recientemente ha dejado su trabajo como psicóloga
escolar para dedicarse a escribir libros sobre su pasado de punk rock y su desviada
historia sexual a tiempo completo. Ken está muy emocionado por ello.
Praying for Rain es su primera obra de ficción completa. La idea, como es lógico,
se le ocurrió en un sueño.
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