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Ashes

LOS CHICOS DE CHAPEL CREST


Libro #3.
UN ROMANCE OSCURO DE MANICOMIO

K.G. REUSS

Esta es una traducción sin ánimo de lucro, hecha


únicamente con el objetivo de poder tener en
nuestro idioma las historias que amamos….
Si tienes la oportunidad de comprar estos
libros te animamos a hacerlo...
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autores a preguntar novedades de sus libros en
español, si las traducciones que lees son de foros o
independientes (NO OFICIALES) �


LIBROS ANTERIORES
La última vez que hablé
fue hace ocho años,
cuando mi mejor amigo
intentó matarme. Nunca
soñé que mi silencio se
rompería con un grito.

Ser enviada a Chapel


Crest después de que mi
nuevo padrastro me
considerara una impía
parecía una bendición en
comparación con
quedarme con él y mi
madre. Yo era un demonio
mudo ante sus ojos, y
cuando la vara no me
sacó el mal, rezó para que
Chapel Crest pudiera
hacerlo.

Imaginaba que la academia religiosa se convertiría en mi


santuario. Me equivoqué. Muy equivocada. Chapel Crest era
un manicomio disfrazado de escuela religiosa. Es donde los
medicamentos sacan los demonios de tu cabeza o los
castigos del personal lo harán.

Si este lugar y sus reglas no me rompían, Dante Church y


su culto de matones lo harían.

Se hacían llamar los Vigilantes. Eran oscuros y


despiadados, todo lo que una chica como yo debería evitar.
Pero quizá me pasaba algo, porque la idea de arrodillarme
ante los cuatro demonios me atraía.

Incluso si eso significaba que iba a rezar para sobrevivir.

Ir a la Iglesia adquirió un significado totalmente nuevo en


Chapel Crest.
Antes de encontrar un
amor por el que
estuviera dispuesto a
morir, tuve que
sobrevivir a uno por el
que tuve que matar.
Chapel Crest no era un
lugar de refugio. Estaba
hecho para sufrir.
Yo lo sabría.
Había estado encerrado
allí desde que mi madre
me abandonó como si no
importara.
En mi sufrimiento, sin
embargo, la encontré.
Isabella.
La chica que me hizo creer que importaba.
La chica a la que le di todo.
La chica que amaba.
La chica por la que haría cualquier cosa, incluso matar.
O simplemente matar.
Porque no se traiciona a un vigilante y se vive para contarlo.
Esta es la precuela de Chapel Crest y es mejor leerla
DESPUÉS del primer libro. Cuenta la historia de Sin e Isabella
a través de varios puntos de vista antes de Sirena. Es una
oscura historia de codicia, engaño y todo lo que hace daño.
Por favor, lee el prefacio.
SINOPSIS

Chapel Crest no es para los débiles. Es para aquellos que


desean ver el mundo reducido a cenizas y gritos.
Los Vigilantes fueron demasiado lejos. Encerrarme con el
monstruo que intentó matarme hace ocho años no era la
forma de ganar mi corazón. Era la forma de romperlo.
Cuando Seth viene a cobrar la apuesta que hizo con los
Vigilantes, sé que me espera un mundo de dolor.
Porque Seth Cain no es el buen niño que una vez conocí. Es
un demonio en este manicomio del infierno.
Y si descubre que los Vigilantes ya me han reclamado,
podría terminar lo que empezó hace tantos años.
Para empeorar las cosas, soy el blanco de algo más que la
crueldad de los Vigilantes y Seth. Hay cosas peores
acechando en la oscuridad de Chapel Crest, y no sé si podré
superarlo todo.
Nada de esto se trata de mi cordura. Se trata de mi
supervivencia.
Ashes es un oscuro romance de academia manicomio con
múltiples intereses amorosos y una chica que nunca elegirá.
Todo el mundo está un poco loco en Chapel Crest.
Para todos mis gritones.
CONTENIDO

Prefacio 18. Sin 39. Ashes


Advertencia de 19. Ashes 40. Sin
Desencadenantes
20. Church 41. Stitches
Prólogo
21. Stitches 42. Church
1. Ashes
22. Sin 43. Sirena
2. Church
23. Seth 44. Ashes
3. Stitches
24. Sirena 45. Seth
4. Sin
25. Stitches 46. Sin
5. Ashes
26. Ashes 47. Sirena
6. Manicomio
27. Church 48. Manicomio
7. Church
28. Ashes 49. Ashes
8. Sin
29. Stiches 50. Church
9. Ashes
30. Sin 51. Stitches
10. Church
31. Church 52. Sirena
11. Ashes
32. Manicomio 53. Ashes
12. Sin
33. Ashes 54. Sin
13. Church
34. Sirena 55. Manicomio
14. Seth
35. Sin 56. Ashes
15. Sirena
36. Stitches Siguiente libro
16. Stitches
37. Manicomio Sobre la autora
17. Ashes
38. Sirena
PREFACIO

Querido lector
Por favor, consulta kgreuss.com para obtener toda la
información relativa a este libro/serie. Hay una página que
te puede interesar para asegurarte de que Chapel Crest es
un espacio seguro para ti. Ya sabes cómo se pueden poner
las cosas... salvajes.
Todas las fechas de los próximos lanzamientos de esta serie
son fechas provisionales y están sujetas a cambios.
Normalmente, eso significa que se publicarán antes.
Los Chicos de Chapel Crest forman parte de mi
Universo del Caos. Todo el mundo se conoce, así que tienes
todo un mundo de personajes que explorar y con los que
obsesionarte.
Lee con responsabilidad. Eso significa que uno tiene en su
libro y lo otro... bueno, ya sabes.
Felices gritos
—K
ADVERTENCIAS DE
DESENCADENANTES

« Extraído de la página web


https://www.kgreuss.com/copy—of—acadia—prep—1 »

Dudoso Consentimiento, No Consentimiento, bullying,


violencia, juego con cuchillos, juego de asfixia, nictofobia1,
somnofilia2, acrofobia3, ataques de manía, psicopatía,
sociopatía, depresión, trastornos bipolares, abuso físico, mental,
sexual y emocional, modificaciones corporales, cautiverio y
confinamiento, enterramiento en vida, cadáveres y sus partes,
muerte de animales (animales del bosque), disforia4, uso y abuso
de drogas, trastornos alimenticios, alucinaciones y delirios,
homomisia5 (de padre a hijo), secuestro, experimentación
médica, asesinato/intento de asesinato, mutilación, agujas,
mutismo selectivo6, afasia7, traumatismo craneoencefálico,
pesadillas, trastorno obsesivo—compulsivo, sobredosis, ataques
de pánico/ansiedad, trastorno de estrés postraumático,
hospitalizaciones psiquiátricas, detención, religión, cicatrices,
esquizofrenia, asesinato, convulsiones, autolesiones, trastornos
del sueño, humillación de puta, acoso, obsesión,
ideación/intentos de suicidio, trastorno de identidad
disociativo8, trastorno límite de la personalidad9, narcisismo,
abuso verbal, culpabilización de la víctima, azotes/latigazos,
escenas en grupo, sexo en páginas, canibalismo, masturbación,
aborto, muerte infantil, tortura/terapia de electrochoque,
chantaje.

Nota de la traducción: No todos los desencadenantes aparecen en cada libro, se listan en el


total de la serie.
Nictofobia: Temor enfermizo a la noche y a la oscuridad en general.
1

2
Somnofilia: Parafilia en la cual la excitación sexual y/o el orgasmo son
obtenidos al interactuar sexualmente con un individuo en estado de sueño.

Acrofobia: Trastorno de ansiedad relacionado con el miedo a las alturas.


3

4
Disforia: Emoción desagradable o molesta, como la tristeza (estado de ánimo
depresivo), ansiedad, irritabilidad o inquietud. Es el opuesto etimológico de la
euforia.

Homomisia: Fuerte aversión a los homosexuales y a la homosexualidad. Son a


5

menudo mal etiquetados como que tienen un miedo; homofobia.

6
Mutismo selectivo: Afección por la cual un niño puede hablar, pero deja de
hacerlo súbitamente.

7
Afasia: Trastorno del lenguaje que se caracteriza por la incapacidad o la
dificultad de comunicarse mediante el habla, la escritura o la mímica y se debe
a lesiones cerebrales.

8
Trastorno de identidad disociativo: Antes conocido como trastorno de
personalidad múltiple, la persona está bajo el control de dos identidades
distintas de forma alternativa. Estas identidades pueden tener patrones de
habla, de temperamento y de comportamiento diferentes de los que
normalmente se asocian a la persona.

9
Trastorno límite de la personalidad: Trastorno de la salud mental que impacta
la forma en que piensas y sientes acerca de ti mismo y de los demás, causando
problemas para insertarte normalmente en la vida cotidiana. Incluye
problemas de autoimagen, dificultad para manejar las emociones y el
comportamiento, y un patrón de relaciones inestables.
PRÓLOGO
MANICOMIO

La observé mientras cruzaba los espacios comunes, con su


trenza negra colgando hasta la cintura y los ojos bajos.
Llevaba la falda más corta de lo que me hubiera gustado,
porque hacía que todos los asquerosos la miraran. No me
gustaba que la gente la mirara.
Hermosa. Perfecta. Rinny. Nuestra Rinny. Mírame. MÍRAME,
JODER.
Sacudí ligeramente la cabeza y exhalé, con la esperanza de
aplacar el ruido interior.
Cuando los sonidos disminuyeron, salí de las sombras y la
seguí, tomando nota de cada hijo de puta que la miraba.
Catalogando sus nombres. Sus expresiones. Las palabras
que salían de sus labios y que creía no entender. No
necesitaba oír las palabras para saber lo que decían de ella.
Pero yo era bueno en eso. Sabía cosas que nadie más sabía.
Lo llamaba mi superpoder, si es que los monstruos como yo
poseían tales cosas.
Rodeó el edificio de ciencias, sin saber que yo la seguía.
Siempre la seguía. A las clases. A su dormitorio. A la casa
de los malditos vigilantes. Me encargaba de invadir cada
faceta de su vida, lo supiera ella o no. Estaba seguro de que
seguía atormentando sus sueños incluso después de todos
estos años.
Se suponía que estaba muerta. A salvo. Lejos de cualquier
cabrón que pudiera hacerle daño. Ella era nuestra Rinny.
Mi niña para siempre. Mi todo. Se suponía que me
encontraría con ella en la otra vida después de matar a todos
los malvados. Se suponía que nos besaríamos y haríamos el
amor y bailaríamos juntos sobre rayos de luna. Para
siempre.
Era extraño cómo me había convertido en lo que cazaba.
La vida me iba bien. Entonces ella volvió de entre los
muertos.
Para atormentarme con mis pecados.
Dejó de caminar para esperar a Bryce Andrews. Su rostro
era inexpresivo para aquellos que no la conocían, pero yo la
conocía. Sabía todo sobre mi niña de siempre.
Bryce le importaba. Estaba en sus ojos. Siempre sus lindos
ojos. Era donde escondía sus secretos. Siempre supe que
debía mirarla a los ojos si quería saber la verdad sin que
dijera una palabra.
Estaba ahí el día que traté de guiarla al cielo.
Ella también me amaba. También me temía.
Ah, el miedo. Más poderoso que el amor, al parecer, porque
ahora mi niña de siempre sólo vivía con miedo por mi culpa.
Eso no me gustaba.
Pero también lo amaba.
Vi como Bryce le sonreía. Le hablaba. La tocaba.
Inhalé y exhalé lentamente, observando.
Ella nunca me veía a menos que yo quisiera que me viera.
Incluso cuando dormía y yo estaba de pie junto a su cama
en la oscuridad.
Pero Dante Church me estaba complicando la vida. Él
también la observaba. Tenía que tener cuidado porque era
tan bueno como yo.
Puto vigilante.
Pero yo conocía los demonios de ella. Jugaban con los míos.
Un juego en el que habíamos participado desde que
nuestras almas chocaron hace tantos años.
Nuestra Rinny.
Mi mayor fracaso.
Mi mayor debilidad.
Mi mayor amor.
No la seguí esta vez. Tenía trabajo que hacer. Alguien tocó a
mi niña para siempre. Alguien que ella no quería que la
tocara.
Danny Linley.
Y Danny Linley tenía que pagar.

Mi victoria no estaba en matar. Ni de lejos. De hecho, todo


el acto de la muerte me parecía agridulce y triste.
Decepcionante, en realidad.
Era en la tortura y el miedo donde estaba mi placer. En los
gritos. Porque había cosas peores que la muerte. Arrancar
un ojo. Arrancar las uñas de los dedos, uno por uno.
Forzándolos a mirar mientras les cortaba profundamente la
carne.
Su miedo. Joder, me encantaba el miedo.
Ah, joder. Glorioso.
Gritos. Los gritos eran la cereza de un gran puto helado de
agonía.
Y Danny Linley podía gritar.
—P—por favor. P—p—por favor. L—Lo s—s—siento—, se
atragantó mientras yo ladeaba la cabeza y lo miraba en el
suelo del baño, cubierto de sangre y orina. Tenía las manos
y los pies atados. Para ser tan corpulento, fue fácil
someterlo.
—¿De qué te arrepientes?— Ladeé la cabeza mientras le
observaba.
Él sabe de qué se arrepiente.
Yo lo sé.
No dejes que mienta. Tampoco lo mates.
Dejaré que ella vea su trofeo. Necesita ver mi amor. Tengo
tanto que demostrarle. A nuestra Rinny. Mi luciérnaga. Ella
necesita saber.
—P—Por t—t—tocar a S—S—Sire...—
—Ah, ah, ah—, exclamé, pasando mi cuchilla por su mejilla
empapada de lágrimas. —¿Qué he dicho que es ella?—
—N—Niña para siempre. T—tu n—niña p—para s—
siempre—
—¿Y qué significa eso?— Presioné, mi cuchillo viajando
suavemente por su cuello.
Su nuez de Adán se balanceó en su garganta.
—N—no l—lo s—sé— Lloró.
Suspiré, arrodillándome a su lado. —Significa que me
pertenece. Es mía. Para siempre. Realmente simple.
¿Verdad?—
Asintió, con los mocos goteándole de la nariz.
Lo miré fijamente.
—¿V—vas a m—matarme?—
—¿Debería? No me gusta matar a la gente, Danny. De
verdad que no— Le quité el cuchillo y me senté sobre el culo
para observarlo.
Temblaba sobre la fría baldosa. Aún estaba morado por la
paliza que le había dado Stitches.
A decir verdad, había disfrutado viéndolo. Stitches fue
realmente glorioso cuando lo soltó.
—No quiero morir.—
—Hmm.— Asentí. —Interesante ya que firmaste tu propia
sentencia de muerte con nuestra Rinny—
—N—no lo sabía. Perdí el c—control. Lo j—juro. Lo s—siento
mucho, Manicomio. H—haré lo q—que quieras que haga.
S—solo por favor. Déjame ir—
—Bueno, ese es el problema. No puedes tocar a mi niña para
siempre y luego pensar que no serás castigado por ello.—
—A—Andrews la toca. Los v—vigilantes la tocan...—
—Pero ella quiere que lo hagan—, espeté, odiando la verdad,
pero sabiéndola de todos modos. Lo había visto. Lo sabía.
Danny sollozó suavemente en el suelo.
—No te mataré—, dije, tomando una decisión.
Me miró con ojos esperanzados.
—No.— Me moví y me senté a horcajadas sobre su cuerpo.
—Sólo voy a hacer que te duela mucho, mucho. Así no
olvidarás las reglas. ¿Y cuáles son las reglas?—
—Yo—yo no toco a tu n—niña p—para—siempre—
—Correcto. ¿Qué más?—
Me miró fijamente con ojos desorbitados.
Suspiré. —La respuesta es que prometes gritar aunque
nadie pueda oírte. Joder, prometes recordar con quién estás
jodiendo. Las reglas son que no te olvides de quién mierda
soy ni de mi piedad. Esa parte es importante— Me incliné
para susurrarle al oído. —Soy misericordioso—
Se debatió débilmente debajo de mí y abrió la boca para
gritar. Sin embargo, fui rápido y le metí el calcetín en la boca
antes de empezar a tararear nuestra canción, mientras mi
cuchillo tallaba todo tipo de líneas bonitas, intrincadas y
profundas en su cuerpo tembloroso, como si mi hoja tuviera
mente propia.
Pero todos sabíamos quién tenía el control.
Yo. Siempre yo.
Y Danny Linley no lo olvidaría pronto.
Era increíble lo que estaba dispuesto a hacer en nombre del
amor.
Y obsesión.
Pero mi chica de siempre se merecía todo, y me aseguraría
de que lo tuviera.
Empezando por el puto Danny Linley.
1.
ASHES

Me dolía el pecho. La cabeza me latía con fuerza.


—Relájate—, dijo Stitches con fuerza, su pierna rebotando
mientras se sentaba a mi lado en la sala de espera del ala
médica. —Ella está bien. Ángel está bien. Está bien—,
susurró una y otra vez, con la cabeza entre las manos.
Sabía que sus palabras eran más para él que para mí.
Ella no estaba bien. Todos sabíamos que no lo estaba.
La imagen de sacar su cuerpo inerte de aquella tumba de
cemento dentro del mausoleo me perseguiría hasta el día de
mi muerte.
Y su voz pidiendo a gritos a Church una y otra vez. Él,
cogiéndola en brazos, meciéndola, llorando mientras
intentaba calmar su cuerpo tembloroso.
Pero ella se había ido. Salvaje. Desgarrada.
Se me había roto el corazón cuando sus gritos por Church
se convirtieron en un zumbido suave y tembloroso de una
canción que no había reconocido.
Las palabras de Church mientras la tenía en sus brazos. —
Él la rompió. Rompió mi espectro. Joder, nena. Vuelve a mí—
Nunca había visto llorar a Church. Ni siquiera cuando su
madre había muerto.
Todos nos habíamos dado cuenta de que estaba demasiado
ida. Se había quedado rígida y en silencio después de eso.
Como una bonita estatua de piedra mientras Church le
rogaba que lo mirara.
No había nada. No quedaba nada dentro de ella.
Seth Cain había ganado.
Pero, ¿qué había ganado él si ella no era más que un
cascarón?
Seth había caído de rodillas frente a Church, susurrándole
frenéticamente. Aferrándose a la mano de ella. Intentando
arrebatársela a Church antes de que Stitches saliera de su
angustia y le golpeara en la cara una y otra vez.
Tuve que volver en mí para evitar que Stitches lo matara.
La habíamos traído directamente al ala médica. Y allí
habíamos estado las últimas tres horas.
Church estaba dentro con ella. Sin estaba por ningún lado.
Todavía no respondía a las llamadas o mensajes de texto.
Estaba empezando a preocuparme por él también.
No sabía dónde demonios estaba Seth. Tampoco me
importaba una mierda. Mientras estuviera lejos de mí era
todo lo que importaba ahora. Apenas me mantenía unido.
—¿Qué está pasando?— Me puse en pie de inmediato
cuando Church se acercó a nosotros.
Stitches levantó la vista con los ojos inyectados en sangre.
—Han llamado a su familia. Están de camino— Exhaló, con
el cuerpo tembloroso. —No es nada bueno. Ella... no está
aquí ahora. Su mente. El médico cree que está catatónica.
La tienen en cama y medicada. Le están haciendo otras
cosas. Pruebas y lo que sea. Ni siquiera me mira. Sus
ojos...— Se le quebró la voz.
—Joder—, se atragantó Stitches, tirándose del pelo
mientras se balanceaba en su asiento. —¡Joder!—
Cerré los ojos brevemente. Esto no podía estar pasando.
Acabábamos de solucionarlo todo con ella. Estaba
mejorando. Puto Seth Cain...
—El director Sully tiene Manicomio aquí—, dijo Church,
inspirando tranquilamente, como si me leyera el
pensamiento. —Le conté cómo los encontramos encerrados
juntos en ese maldito sarcófago. Lo interrogó y lo tendrán
aquí en observación esta noche. El puto cretino lo va a
pagar—
—Ganó—, dijo Stitches en voz baja. —Ella gritó para él—
El cuerpo de Church vibró de rabia. —Ella gritó por mí—
No quería discutir sobre eso ahora. Si no mejoraba, no
importaría una mierda por quién había gritado.
—Tenemos que encontrar a Sin, y Stitches necesita
dormir—, dije, observando a mi amigo mientras seguía
meciéndose.
Apenas aguantaba. No podíamos dejarlo caer en espiral.
Acababa de mejorar.
—No quiero dejarla—, dijo Church, con voz áspera.
—Tenemos que dormir. Saben que tienen que ponerse en
contacto con nosotros—, dije, sabiendo muy bien que todos
necesitábamos descansar. Estábamos agotados. Cuando
Church no pudo encontrarla esta noche, habíamos corrido
de un lado a otro, buscándola durante horas.
Incluso Bryce se llevó un puñetazo en la cara cuando
Church perdió los papeles después de que una búsqueda de
dos horas para encontrarla hubiera acabado en nada.
Y el maldito Sin no contestaba su teléfono.
—No me voy. Ya se lo he dicho a Sully. Se lo dije al puto
personal. Me quedo. Cuida de Stitches y descansa un poco.
Les avisaré si algo cambia—
No esperó respuesta. Dio media vuelta y se marchó por
donde había venido.
Suspirando, miré a Stitches. Se frotó los ojos.
—Necesitas descansar. No te has tomado los
medicamentos—
—A la mierda los medicamentos. No arreglarán lo que está
mal—, dijo, con la voz ronca.
—No necesitamos que pase nada más de mierda. Tenemos
que estar fuertes por ella ahora mismo. Cuando vuelva con
nosotros, necesitará que estemos preparados. ¿De
acuerdo?—
No se movió de su asiento. Pensé que iba a tener que llegar
a las manos con él, pero finalmente se levantó y pasó a mi
lado sin decir una palabra.
Le seguí, con las tripas apretadas y la preocupación
retumbando en mis venas.

Cuando salió el sol, me levanté, me duché y bajé a ver cómo


estaba Stitches. Estaba sin camiseta y tumbado en la cama,
durmiendo profundamente. A juzgar por el estado de sus
sábanas retorcidas, diría que le había costado llegar hasta
allí.
En silencio, cerré la puerta y fui a la cocina a prepararme
algo de comer, decidiendo que volvería a intentarlo con Sin,
ya que sabía que no estaba en casa porque sus zapatos no
estaban en la puerta, donde siempre los dejaba.
Mi pulgar estaba justo encima de su nombre cuando se
abrió la puerta principal y entró a trompicones, con aspecto
de haber estado bebiendo.
—¿Dónde estabas? le pregunté.
Pasó a mi lado sin decir palabra y se hundió en el sofá.
—¿Qué mierda, hombre? Llevamos intentando localizarte
desde anoche. ¿Dónde mierda estabas? Le fulminé con la
mirada.
—Borracho. Drogado— Se pasó la mano por la cara.
—Sirena resultó herida—
Asintió sin decir palabra.
—Está en la sala médica. La encontramos a ella y a
Manicomio encerrados juntos en el mausoleo. Stitches casi
mata a Manicomio anoche. Y Church... no está jodidamente
bien—
De nuevo, Sin asintió sin decir palabra.
—¿No tienes nada que decir?—
Exhaló. —¿Ella... está bien?—
Abrí los puños y saqué el mechero. Me senté y lo abrí y cerré
cinco veces mientras intentaba controlar mis emociones.
Sin me miró mientras yo inhalaba y exhalaba.
—No está bien—, dije por fin.
—¿Qué le sucede?—, me dijo con voz suave.
—Ha perdido la cabeza—, susurré, abriendo y cerrando el
mechero cinco veces más. Parar. De nuevo. Cinco veces.
Más rápido. Joder, me estaba volviendo loco pensando en
ella aterrorizada en aquella caja.
—¿Qué quieres decir?—
Clavé la mirada en un punto fijo de la pared. —Ella gritó
llamando a Church. Así la encontramos. Ella gritó y gritó.
Fue el último lugar donde la buscamos. Tardamos una
eternidad en entrar porque la puerta estaba cerrada.
Cuando pudimos abrirla y Church la sacó, ella... se había
ido. Estaba tarareando. Luego se puso rígida y no ha vuelto
a reaccionar— Las palabras eran difíciles de ahogar.
—¿Seth ganó?— Sin preguntó en voz baja.
Asentí con la cabeza.
—¿Dónde está Church?—
—No se separa de ella. La abrazó. Lo vi rogarle que volviera
con él. Él jodidamente lloró— Finalmente me volví hacia Sin.
—Church nunca suplica ni llora. Si ella no regresa, lo
perderemos a él y a Stitches—
La nuez de Adán de Sin se balanceó en su garganta mientras
tragaba. —No importa. Ahora ella es problema de Seth—
Le fruncí el ceño. —Eres un auténtico cretino—
Asintió. —Lo sé.—
—¿Sabes qué? Te necesitábamos anoche. No sé por qué
huiste o qué mierda estabas haciendo realmente, pero vete
a la mierda, Sinclair. Sabes lo que ella significa para
nosotros...—
—¡Y yo les dije, imbéciles, que no se encariñaran!—, bramó,
levantándose. —Les dije, joder. ¡Nadie quiso escuchar!
¡Ahora miren! Dije que era peligroso acercarse a ella. Dije
que nos destrozaría, ¡y tenía razón! Seth ganó. Déjala. Ir.
Joder, Asher. Por favor. Déjala ir.—
—Ella te rompería— Gruñí, levantándome y enfrentándome
a él, cabreado porque se negaba a sentir nada. —Estás tan
jodidamente asustado de salir herido que estás hiriendo tus
propios malditos sentimientos. Si alguien nos va a separar,
¡eres tú!—
Me miró fijamente, con un músculo saliéndole de la
mandíbula.
—¿Qué demonios está pasando?— preguntó Stitches,
entrando en la habitación tambaleándose, sin camiseta y
con el pantalón de chándal colgando.
La larga cicatriz a lo largo de su torso parecía más
prominente hoy. Más roja. Más enfadada.
—Este idiota ha vuelto a casa—, le espeté.
—¿Dónde estabas?— Preguntó Stitches, empujándolo.
Sin se tambaleó hacia atrás y se agarró al borde del sofá.
—He dicho que dónde mierda estabas, Sinclair— Stitches
volvió a empujarle en el pecho.
Sin le devolvió el empujón, con furia en la cara. —Estaba
fuera, joder. Más allá de eso, no es de tu maldita
incumbencia, Malachi—
—Te necesitábamos. Ángel te necesitaba. Nos abandonaste,
joder—
—No voy a hacer esto. Ya le dije a Ashes que ustedes
estaban buscando problemas con ella. Esto es de lo que
estaba hablando. Aléjense de ella. Se acabó. Ashes dijo que
ella gritó por Seth. Ella es suya. No tuya. No de Ashes. No
del puto Church. No somos buenos para ella. Ella no es
buena para nosotros. Se acabó el juego— Golpeó a Stitches
en el pecho, haciéndole retroceder antes de pasar a nuestro
lado y dirigirse a su dormitorio, cerrando la puerta tras de
sí.
—Pedazo de mierda.— Stitches gruñó, mirando a la puerta
de Sin.
—A él también le duele—, murmuré. —Sabes que lo hace—
—Que se joda— Stitches sacó su teléfono del bolsillo y pulsó
enviar en un número. Un momento después, habló: —Sin
está en casa... Es un cretino... Sí. Ha estado bebiendo. Lo
olía como a perfume barato... Sí. Está en su habitación—
Asintió mientras escuchaba lo que tenía que ser Church.
—¿Está despierta? ¿Está bien?—
Observé, con la respiración contenida, como Stitches
cerraba los ojos, su cuerpo temblaba.
Mierda.
—Vale. Sí. Adiós— Colgó. Un momento después, lanzó el
teléfono al otro lado de la habitación. Chocó contra la
chimenea y rebotó en el suelo de madera.
—Ella no está bien—, susurré, más como una afirmación
que como una pregunta.
—No lo está—, ahogó. —Pero quiero respuestas, joder. No
pararé hasta saber qué ha pasado. Y entonces, alguien va a
pagar—
Volvió a su habitación, dejándome solo en el salón, allí de
pie, sintiéndome perdido.
Pero él estaba en algo. Yo tampoco me detendría. Yo también
quería respuestas. Haría lo que fuera para conseguirlas.
Nadie jodía a mi cielo y se salía con la suya.
Nadie.
2.
CHURCH

Ella inhalaba y exhalaba uniformemente, con las pestañas


oscuras apoyadas en sus mejillas de porcelana. Le cogí una
mano y entrelacé los dedos. No se había movido ni un
centímetro en horas. El médico de guardia le había
inyectado medicamentos que la habían dejado inconsciente
antes de irse a cambiar de turno.
Yo no era de los que rezaban. Después de todo, ¿quién
respondía a las plegarias de un demonio? Así que supliqué
en voz baja a cualquier entidad que pudiera oírme que me
la devolviera. A nosotros. Porque, carajo, yo perdería más
que a ella si no salía de esta. Había visto cómo se
tambaleaba Stitches. Había visto la cara de Ashes. Y Sin...
bueno, sabía que le rompería la nariz cada vez que lo
volviera a ver por desaparecer cuando lo necesitábamos.
Algo en su acto de desaparición no me gustaba.
—Señor Church, ¿podría salir, por favor?—, preguntó una
enfermera llamada Lisa, retorciéndose las manos mientras
permanecía en la puerta. —La familia de la señorita
Lawrence ha llegado—
—Ya les dije, imbéciles, que no me voy. Haga pasar a su
familia—, dije, con un gruñido grave en la voz.
Su mirada rebotó de la forma dormida de Sirena a mí antes
de tragar saliva y alejarse. Un momento después entró el Dr.
Conrad con los que supuse que eran sus padres y una chica
de pelo oscuro como el de mi espectro. Tenía que ser su
hermana.
—Eh, éste es Dante Church—, dijo el Dr. Conrad,
haciéndome un gesto nervioso. —Parece que él y la señorita
Lawrence son, eh, amigos. Ha estado con ella toda la
noche—
La mujer se adelantó y me tendió la mano, con lágrimas en
los ojos. La estreché y nuestras miradas se cruzaron.
—Gracias—, susurró, separándose rápidamente de mí y
acercándose al otro lado de Sirena para pasarle los dedos
por el pelo y mimarla.
La chica se acercó y me miró, sin mostrar ningún signo de
miedo. Se parecía mucho a Sirena, excepto en que sus ojos
eran azules como el cristal, era un poco más alta y llevaba
el pelo más corto, rozándole la parte superior de los pechos.
Su mirada se desvió de mí a mi mano enredada en la de
espectro y luego de nuevo a mí.
—¿Sabe mi hermana que la estás tocando?—, me preguntó,
con un tono nervioso en la voz.
—Está durmiendo, pero no sería la primera vez que la toco—
le respondí, con creciente irritación. Estaba peor sin dormir.
La niña me miró con los ojos entrecerrados mientras el Dr.
Conrad hablaba con sus padres. O, si no me equivocaba, a
su madre y a su padrastro. Había leído sus expedientes, así
que sabía que su verdadero padre no figuraba. El padrastro
rezumaba chupavergas. Ni siquiera necesitaba hablar con
él para saberlo. Estaba en su forma de ser. La forma en que
ignoró mi espectro tendido en la cama. Cómo ni siquiera se
preocupaba de acercarse a ver cómo estaba.
La chica se puso al lado de Sirena, donde había estado su
madre, y se inclinó para besarle la frente.
—Hola, Rina. Ya estoy aquí. Y mamá también. Vamos a
llevarte a casa—
Sus palabras me erizaron la piel. —No la van a llevar a
ninguna parte—
Los ojos azules de la chica se clavaron en mí. —¿Quieres
apostar?—
Apreté los dientes, con la furia ya a flor de piel mientras nos
mirábamos fijamente.
—Sr. Church, quizá deberíamos dejar que la familia de
Sirena tenga algo de privacidad—, dijo el Dr. Conrad,
mirándome a través de sus gafas demasiado pequeñas.
Odiaba a aquel cretino. Era el cabrón que había atado a
Stitches y lo había metido en el agujero. Casi le arranco la
cabeza del cuerpo cuando se negó a que lo viéramos. No
había acabado bien. Tuvieron que someterme haciendo que
un cabrón se acercara sigilosamente y me sedara.
Luego había procedido a destrozar la sala médica cuando
me había liberado después de despertarme horas más tarde.
El doctor Conrad y yo no nos caíamos bien.
—No me voy—, dije con firmeza. Miré a su madre. —Me
quedaré. Sirena es mi...—
Su hermana se burló. —Sirena no deja que la toquen. No
habla. No se comunica. No es tu nada. Así que cualquier
ilusión que tengas sobre mi hermana será mejor que
termine ahora mismo antes de que te la saque a golpes y al
resto de tus mierdas—
Me puse en pie, sin soltar la mano de Sirena. —Pruébame,
niñita—
—P-puede quedarse—, interrumpió su madre, dedicándome
una sonrisa rápida y nerviosa. —Está claro que se preocupa
por ella. Sirena lo necesita ahora—
—Creo que el niño debería irse. Ducharse. Descansar—, dijo
el padrastro, con sus ojos oscuros recorriéndome con
desdén.
—Quizá no entiendas lo que digo. No me voy a ir—
—Está bien. De verdad. Seguro que Sirena apreciaría
tenerlo con ella— Su madre me dedicó otra sonrisa
tambaleante mientras la hermana fruncía el ceño. —Me
llamo Melanie, por cierto. Mi marido es Jerry—
Asentí secamente, sin importarme una mierda cómo se
llamaban. Me acomodé en la silla y seguí sujetando la mano
de Sirena. El doctor Conrad empezó su charla médica con
sus padres. Alargué la mano y le arreglé el pelo con la otra.
—No pasa nada, espectro,— murmuré, pasando los dedos
suavemente por su sien y su mandíbula. —No voy a
dejarte—
Sus padres salieron de la habitación con Conrad,
dejándome a solas con Sirena y su hermana.
—¿Cómo te llamas?—, gruñó su hermana.
—Church—, murmuré.
—¿Sólo Church?—
—Dante. Todo el mundo me llama Church— No la miré.
Mantuve mi atención en espectro.
—Soy Cadence. Todo el mundo me llama Cady—
No dije nada y besé la mano de Sirena entre las mías.
—¿Ella... Rina hablaba o se comunicaba en algo?—,
preguntó en voz baja.
—Ella nunca hablaba. No en el sentido tradicional. La única
vez que usó la voz fue cuando gritó anoche para que la
salvara. Pero llegué demasiado tarde y ahora se ha ido—
—¿Rina gritó? ¿Te llamó?— La pregunta de Cady fue aguda
mientras tomaba la otra mano de Espectro entre las suyas.
—Sí. Estaba encerrada en un puto sarcófago en el mausoleo
con Manicomio. No sé la historia completa todavía. Pero la
sabré. Recuerda mis palabras—
Cady se quedó en silencio por un momento. No necesitaba
hablar para que yo supiera que estaba vibrando de rabia. Al
menos Espectro tenía familia a su lado. Me hizo sentir un
poco mejor que ella no creció sola y triste.
—¿Quién es Manicomio?— Cady preguntó finalmente.
—El puto Seth Cain—
—¿S-Seth Cain?—
—Sí. Probablemente lo conozcas. Dice que él y Espectro
eran los mejores amigos de la infancia. Él era el que estaba
encerrado en el puto sarcófago con ella.—
—¿Por qué estaba en el sarcófago con ella? No lo entiendo.—
—Únete al club—, dije, finalmente mirándola.
Estaba sentada mirándome. Evaluándome. No hacía falta
ser un genio para saber que Cadence Lawrence era una
perra dura.
—Se mudó cuando éramos niños. Justo después de que
Rina fuera... herida. La policía siguió a su familia porque la
encontraron en su propiedad encerrada en una caja de
herramientas. Su madre tenía coartada. Seth dijo que no
había visto a Rina después de que habían montado en
bicicleta. ¿Crees que...?—
Suspiré. —No lo sé. Él está mal de la cabeza. Todo el mundo
aquí lo está de una forma u otra. No se llama Manicomio por
nada, así que tenlo en cuenta con cualquier cosa que le
concierna.—
—No importa. Mamá va a traer a Rina a casa. Nunca debió
traerla aquí. Todo esto es culpa del imbécil de Jerry. Está
tan avergonzado de tener a Rina como hija que estaba
deseando echarla donde pudiera. Rina necesita estar en
casa donde pueda cuidarla y mantenerla a salvo...—
—Aquí está a salvo— Gruñí, fulminándola con la mirada. —
No te la vas a llevar. No se irá, joder—
—Y tú eres claramente un mentiroso—, replicó. —Porque si
estuviera a salvo, tú y yo no estaríamos teniendo esta
conversación sobre su puto cuerpo ahora mismo—
—Ten cuidado— Fruncí el ceño. —No soy el tipo de hombre
con el que quieres hablar así. La única razón por la que no
te he arrancado tu bonita cabeza es por Espectro. Supongo
que le importas malditamente mucho. Ella es tu salvación,
porque si por mí fuera, ya estarías enterrada bajo mis pies—
Puso los ojos en blanco. —Come mierda, Dante. No me
asustas—
—Eso es porque no me conoces. Sigue poniéndome a prueba
y pronto lo descubrirás—
Se burló de mí. —¿Qué te crees? ¿El novio de Rina?—
—Sí.—
La respuesta salió de mí con tanta vehemencia que apenas
reconocí el sonido de mi voz. Nunca había tenido novia, pero
Espectro estaba lejos de ser sólo un juguete divertido. Ella
era mía. Era nuestra. Así de sencillo.
—Uno de—, añadí.
—¿Uno de?— Cady resopló. —Eres realmente delirante,
¿no? Por eso estás metido aquí, ¿eh?—
—Una cosa que no soy es un mentiroso— Mi mano tembló
alrededor de la del espectro. —Sirena es mi chica. Pertenece
a los vigilantes—
—Estás loco. Cuanto antes se aleje de todos ustedes, mejor
estará. Apuesto a que tú y Seth son amigos, ¿eh? Yo
también siempre pensé que era un maldito bicho raro— Ella
se sacudió con disgusto hacia mí. —Rina no tendría un solo
novio, y mucho menos los que tu cerebro agrietado está
reclamando—
—No tengo una mierda que demostrarte. Todo lo que sé es
que ella no se irá de aquí—
—Sigue diciéndote eso— Me fulminó con la mirada.
Esta perra estaba poniendo a prueba mi moderación.
Pero estaba bien. Si tenía que hacerlo, envolvería a Espectro
en mis brazos y nos iríamos de este maldito lugar. No estaba
por encima de tomar lo que era mío.
Y Sirena Lawrence me pertenecía.
Haría lo que tuviera que hacer para demostrarlo.
3.
STITCHES

Mi cuerpo me gritaba que parara, pero no podía. Tenía que


sacar de mí la energía frustrada y reprimida antes de que
me aplastara bajo ella. Mis puños chocaron contra el saco
de boxeo una y otra vez, como llevaban haciendo desde la
noche anterior.
El ardor de mi pecho se intensificó, pero lo reprimí,
zumbando por dentro mientras intentaba concentrarme en
el dolor de mi cuerpo y no en el de mi corazón.
Sus labios suaves y cálidos. Su piel sedosa. Su olor. A
lavanda. A coco. Algo claramente angelical. Sus ojos. Azules.
Verdes. Ráfagas de oro. Hermosos ojos. Perfecta, dulce niña.
Mi ángel. Mi jodido ángel.
Ella se había ido.
Se había ido.
Se había ido.
Ella no iba a volver a nosotros. Manicomio la había roto. La
había destrozado. Me había destrozado a mí.
Mis puños chocaron con el saco más rápido, la cabeza me
daba vueltas.
—Te vas a lastimar—, gritó Ashes.
No lo había oído entrar en el gimnasio de nuestro sótano.
No es que me importara. Pero lo último que necesitaba era
más estrés de mi parte. Así que tal vez sí me importaba. Me
dolía el cerebro.
Corrían rumores en Chapel Crest. Los vigilantes la tienen.
Manicomio la atrapó. Fue atacada por el maldito Pie Grande.
Danny Linley lo hizo.
A la mierda con todo.
Su familia seguía en la ciudad. Todavía no los había
conocido. Su habitación estaba cerrada. Church era el único
que la había visto. Habían pasado tres días.
Me estaba matando.
Me estaba destrozando.
Joder, extrañaba a mi ángel.
Mis músculos pedían clemencia mientras continuaba mi
embestida. No había ido a clases.
—Stitches. Hombre. Para. Estás sangrando— La mano de
Ashes se posó en mi hombro mientras golpeaba el saco de
boxeo.
Lo ignoré. Sabía que estaba cayendo en espiral de nuevo. No
era estúpido. No hacía tanto tiempo que lo había hecho,
aunque la última vez había hecho algo que valía la pena y
nos había cavado una piscina.
—Malachi. Para. ¡Para, joder!— Ashes me empujó tan fuerte
que caí de culo y me deslicé por el suelo.
Parpadeé.
No tardó en arrodillarse frente a mí y agarrarme la cara.
—Concéntrate—, murmuró. —Joder, no resbales, hombre.
No resbales—
Volví a parpadear. Sentía el cuerpo entumecido por dentro.
Estático. Yo estaba estático.
—¿Recuerdas cuando teníamos catorce años y entramos en
aquella casa abandonada? ¿Encontramos todos esos
periódicos viejos de los años cuarenta?—
Otro parpadeo. Sí que me acordaba.
—Saliste y te compraste un sombrero de fieltro porque viste
un artículo sobre el mafioso que arrestaron y usaba uno.
Llevaste esa maldita cosa hasta que le prendí fuego. Estabas
tan enfadado hasta que viste lo feliz que me hizo prenderle
fuego. ¿Te acuerdas?— La mirada de Ashes me recorrió. Me
dio una suave sacudida.
Volví a parpadear, con la vista borrosa.
—Caer ahora no será bueno para ninguno de nosotros.
Concéntrate, Malachi. Quédate aquí, no dentro de tu
cabeza. Yo también quiero escapar, pero no es justo que
seas el único que pueda hacerlo. Vuelve, ¿vale? No sigas
cayendo. Vuelve p-por ángel—
—Ángel—, murmuré.
—Sí.— Se aclaró la garganta, con las manos aún en mi cara.
—Church acaba de enviar un mensaje y dijo que puedes
visitarla. Su familia está de acuerdo. Pero no puedes ir si
estás jodido. ¿Estás jodido?—
—No—, susurré con voz ronca.
—Está bien si necesitas descansar. Puedo decírselo a
Church. Apenas has dormido...—
—Iré.— Exhalé. —Puedo ir. Puedo hacerlo—
Ashes me miró con el ceño fruncido. —Vale. No tienes buen
aspecto. Necesitas dormir, Malachi. Han pasado tres días.
Llevas horas aquí abajo...—
—Estoy bien—, repetí, parpadeando, con la cabeza
dándome vueltas. Me levanté y caí de culo.
Bien. Tal vez no estaba bien.
—Vamos.— Me tendió los brazos.
Me agarré a sus manos y dejé que me ayudara a ponerme
en pie. Me apoyé en él, con los músculos agarrotados y
gritándome.
—Te ayudaré a ir a tu habitación. Dúchate. Descansa...—
—Sólo quiero verla—, susurré. —Descansaré cuando llegue
a casa—
—¿Lo juras?— Me condujo hasta las escaleras y me ayudó
a subirlas.
Hice un gesto de dolor y rechiné los dientes mientras
ascendíamos.
Joder, me dolía el cuerpo.
—Lo prometo—, murmuré cuando llegamos al final de la
escalera y salimos al salón.
Eso debió de bastarle a Ashes, porque siguió ayudándome a
llegar a mi habitación. Una vez dentro, me sentó en el borde
de la cama y desapareció en el cuarto de baño que compartía
con Sin. Era una instalación tipo Jack y Jill.
Oí cómo se abría la ducha y, de repente, agradecí que
tuviéramos una repisa en la que pudiera sentarme. De
ninguna manera estaría de pie para esto.
Ashes volvió y me cogió las manos, mirándomelas. Seguí su
mirada y vi que la piel de mis nudillos estaba en carne viva
y sangraba.
—Te los vendaré y limpiaré después de que te duches.
Vamos— Me ayudó a ponerme en pie y me llevó al cuarto de
baño, donde me apoyé en el borde de la ducha mientras él
me bajaba rápidamente los pantalones cortos de baloncesto
y la ropa interior por las piernas.
—Estamos a mano—, murmuré cansada.
Ashes me sonrió. —Estamos a mano—
Me ayudó a entrar en la ducha e inmediatamente me senté
en la repisa, dejando que el agua caliente cayera sobre mí.
—Te traeré algo de comer y beber y luego te espero en tu
habitación. Llámame si necesitas algo. No te ahogues—
Estaba demasiado agotado para hacerle señas, así que
gruñí. Momentos después, estaba solo, nada más que yo y
mis sentimientos a flor de piel.
Enterré la cara entre las manos y solté un suave sollozo que
intenté ahogar. No era un llorón. Pero joder. Ángel. Sabía
que estaba viva, pero mi nena estaba dolida. Enferma.
Perdida. Teníamos que averiguar cómo recuperarla.
¿Y si no volvía?
Alejé esos horribles pensamientos. Eran los mismos
pensamientos que me habían llevado al sótano a torturarme
con el saco de boxeo. Tenía que mantener la calma. No podía
resbalar. Joder, no podía. Pero me estaba tambaleando. Lo
notaba.
No había tomado mis medicamentos las últimas noches.
Yo sólo seguía jodiendo.
Concéntrate, Malachi. Concéntrate. Mantén tu cabeza en el
juego. Ángel. Quédate por mi ángel. No se permiten espirales.
Todavía no.
Exhalé y cogí el champú, con una mueca de dolor en el
cuerpo, mientras me lavaba rápidamente el pelo antes de
coger el gel de baño y frotarme el sudor y la suciedad.
Cuando terminé, cerré el grifo y salí, con el arrepentimiento
de mi debilidad por haber estado a punto de resbalar
recorriéndome por dentro. Era un puto desastre. Una
auténtica mierda. Me odié en ese momento por ser tan
jodidamente débil cuando ella me necesitaba.
Lentamente, volví a mi habitación. Ashes me había
preparado unos pantalones de chándal, unos bóxers y una
camiseta gris. Después de ponérmelos, me senté en el borde
de la cama e hice una mueca al ver mis zapatos. Joder, iban
a ser una putada.
—Yo me encargo—, dijo Ashes, entrando en la habitación
con un sándwich y una botella de agua. Me puso ambos en
las manos. —Abre—, me ordenó.
Obedientemente, abrí la boca. Me dejó caer los
medicamentos sobre la lengua y tragué la mitad de la botella
de agua antes de morder el sándwich. Ashes se arrodilló, me
puso los zapatos en los pies y me ató los cordones antes de
vendarme las manos con diligencia.
—Gracias—, murmuré, con los párpados pesados.
—De nada. Vamos— Me tendió las manos.
Me tragué el resto del sándwich y me terminé el agua antes
de poner las palmas en las suyas. Me ayudó a levantarme y
a salir por la puerta.
—¿Dónde está Sin?— pregunté cuando entramos en el
salón.
—No lo sé. Fuera—, respondió Ashes con rigidez. —Hoy
tampoco ha ido a clase—
—¿Crees que también está sufriendo?—
—No lo sé. Quiero pensar que sí, pero todo esto está fuera
de lugar, incluso para él—
Asentí con la cabeza. Tenía razón. Incluso cuando la mierda
se fue abajo con Isabella, Sin todavía tuvo su mierda junta.
No trató de evadirnos. Esto era definitivamente raro. Yo
pensaba como Ashes. Quería creer que Sin estaba luchando
como el resto de nosotros, y él no quería mostrarlo.
—¿Lo llamaste? ¿Le enviaste un mensaje de texto?— Le
insistí mientras salíamos.
—Sabes que lo hice. Pero no contestó nada—
Gruñí, deseando haber ahorrado energía para darle una
paliza a Sin. Me aseguraría de dormir bien para poder
hacerlo. Era lo siguiente en mi lista de cosas que hacer
después de ver a mi ángel.

Tardé más de lo normal en llegar a la sala médica. Yo era


un maldito lento debido a la tortura a la que había sometido
a mi cuerpo. Cuando entramos, Church nos estaba
esperando.
Sus ojos verdes me miraron, un músculo saltó a lo largo de
su mandíbula. —¿Estás bien?—
Asentí sin decir palabra. Pareció bastarle porque nos indicó
con la cabeza que lo siguiéramos.
—Sólo tenemos unos minutos, pero es mejor que nada. Su
madre y su padrastro han ido a comer algo. Su hermana
está aquí. Se llama Cady. Es un grano en el culo, pero nada
que no podamos manejar—
—¿Supongo que no te agrada?— Ashes preguntó mientras
caminábamos.
—Digamos que si no fuera la hermana de Espectro, ya
habría enterrado su culo en el bosque—
—¿Tan mala es?— murmuré.
—Peor—, dijo Church.
Nos detuvimos ante una puerta cerrada.
—Escucha. Su madre quiere llevarse a Espectro a casa. Pero
creo que su padrastro ha estado tratando de hacerla
cambiar de opinión. El tipo es un cabrón de primera, pero
nos favorece. Cady mencionó que no le gusta tener a
Espectro en casa. Así que vamos allí y estamos con nuestra
chica, y luego les mostramos que ella necesita estar aquí.
Mostrarles que no estará sola. No jodas esto— Los ojos de
Church se clavaron en mí.
—Soy un perfecto caballero—, dije, sin sorprenderme de que
dirigiera sus palabras a mí. Apenas podía mantener la
compostura.
Cada vez que tenía un desliz, tendía a ser volátil. Lo sabía.
Joder. Normalmente, me importaba una mierda. Pero esto
era ángel. Lucharía por mi chica.
Church empujó la puerta y entró, seguido de Ashes y de mí.
Sentada junto a Sirena, que yacía en la cama, había una
chica con el pelo oscuro y ondulado como el de Ángel.
Enseguida me di cuenta de que era una chica difícil por la
forma en que sus brillantes ojos azules nos miraban y su
boca se fruncía. Se levantó y su pequeño cuerpo se tensó.
Si tuviera que compararla con algo, diría que con una
maldita serpiente. Llena de veneno. Cady Lawrence era a la
vez veneno y cura. No hacía falta ser un genio para darse
cuenta de que la chica no jodía.
—¿Quién demonios son ustedes?— exigió mientras se movía
alrededor de la cama de Sirena para bloquearla de nosotros.
—Éstos son Stitches y Ashes—, dijo Church, pasando por
delante de ella para sentarse en la silla al lado de Ángel.
—Soy Asher Valentine—, dijo Ashes, adelantándose y
tendiéndole la mano.
Ella lo miró por debajo de la nariz, pero no hizo ningún
esfuerzo por estrechársela.
—Yo soy... Malachi Wolfe— Me acerqué un poco más,
desesperado por terminar con las sutilezas para poder ir a
ver a Ángel. —Me llaman Stitches.—
—No me importa cómo te llamen. ¿Por qué están aquí?—
Cruzó los brazos sobre el pecho y nos miró fijamente.
—Estamos aquí por nuestra chica—, dije, con un tono
áspero en mi voz.
La vibración de la energía estaba viva en mí. Me dolía el
cuerpo como nada, pero quería ver a mi chica.
—Esto es increíble. ¿Sabe Rina que están obsesionados con
ella? Ni en un millón de años les habría dado ni la hora. Ella
no se comunica con nadie...—
—Ella habla conmigo—, dijo Ashes en voz baja. —En la
palma de mi mano. Ella escribe palabras—
La boca de Cady se abrió y cerró varias veces. —¿L-lo
hace?—
Ashes asintió. —Ella comenzó a hacerlo hace unas semanas
cuando estábamos juntos. Conozco su estado. Sé que es
retraída y lo ha sido durante mucho tiempo, pero te juro que
ella no es así con nosotros. No estamos aquí para hacerle
daño o asustarla. Sólo queremos estar con ella. Eso es
todo—
Cady no dijo nada, sus cejas arrugadas.
No tenía tiempo para que jugara a la portera. Pasé junto a
ella con pies inseguros y me tambaleé hasta el otro lado de
la cama, donde me senté en una silla y cogí la mano de
Sirena entre las mías.
Qué fría. Ángel estaba tan fría.
Observé su rostro. Tenía los ojos abiertos, pero
desenfocados. Tenía los labios entreabiertos. Me concentré
en Church, con el corazón en la garganta.
—Se pondrá bien—, murmuró, llevándose la mano a los
labios y besándola. —Lo estará. ¿Verdad, nena?— Le apartó
el pelo oscuro de la cara.
Ashes se colocó a mi lado.
—¿Le están dando algo para esto?—, preguntó con voz
temblorosa. —¿Cuál es el pronóstico? Han pasado tres
días—
—El doctor Conrad y el director Culo Loco han estado
hablando con mi madre y mi padrastro sobre algunas
opciones de tratamiento. Espero que mi madre las rechace
y la traiga a casa con nosotros. De momento, ese es el plan—
Cady estaba al lado de Church y nos miraba a los tres con
incertidumbre. —¿Es verdad? ¿Estaba mejorando?—
—Sí—, murmuró Church.
Ashes asintió.
Cady me miró. —¿Qué te pasó en las manos?—
—Casi me caigo—, dije, aclarándome la garganta.
Ashes me dedicó una suave sonrisa mientras yo miraba
fijamente a Ángel. Odiaba verla así.
—Ángel, soy Stitches—, llamé. —Ashes y Church están aquí.
También tu hermana. Vuelve, ¿vale? Espero que Sin no
tarde en venir...—
Su cuerpo se estremeció. Church me miró, con los ojos muy
abiertos mientras Cady se encaramaba al borde del colchón.
—¿Rina? Hola—, dijo Cady. —¿Estás ahí?—
—Sin debería estar aquí pronto. Él-él también te extraña—,
dijo Ashes densamente.
Ángel parpadeó rápidamente y dejó escapar un profundo
suspiro antes de separar los labios. El sonido más dulce y
suave salió de su boca, aunque ronco y tembloroso.
—Pecaminoso—
Los ojos de Cady se abrieron de par en par mientras la
miraba fijamente, con el cuerpo congelado.
—¿Espectro?— llamó Church suavemente. —Oye, vamos
ahora. Podemos traer a Sin muy rápido si quieres verlo. Ya
le he enviado un mensaje—
No quería soltarle la mano para enviarle un mensaje a ese
cretino, pero Ashes no perdió tiempo en hacerlo, sus
pulgares volando sobre la pantalla de su teléfono.
—Sin lamenta no estar aquí—, añadí, sin saber si era verdad
o no.
—Pecaminoso—, susurró. —Pecaminoso—
Quizá ella también sabía lo cretino que era. Sabía que la
asustaba. Había sido testigo de su cuerpo tembloroso cada
vez que él estaba cerca.
—Manicomio—, susurró de nuevo, con la voz entrecortada.
—¿Necesitas a Manicomio?— preguntó Ashes con fuerza.
—Joder, eso no va a pasar—, dijo Church con un gruñido.
—Todavía no lo he visto—, dijo Cady, moviéndose hacia
adelante. —¿Rina? Hola. ¿Puedes mirarme?—
Ángel actuó como si no la hubiera oído. Sus labios
regordetes siguieron moviéndose como si estuviera
hablando, sólo que no salían palabras.
Entonces empezó a tararear suavemente la misma melodía
que había estado tarareando en el mausoleo cuando la
habíamos rescatado.
La cara de Cady se arrugó.
—¿Qué pasa?— Preguntó Church, fijando su atención en
ella.
—Esa canción. Yo-yo no la he oído en años. Ella y Seth... La
inventaron cuando eran niños. Él la tarareaba y ella la
cantaba. Creo que necesita a Seth—
Miré a Church. Un músculo vibraba a lo largo de su
mandíbula mientras su nuez de Adán se movía.
Sabía lo que estaba pensando.
Lo mismo que yo.
Seth Cain realmente ganó. Ella era más suya que nuestra.
Y eso realmente apestaba.
4.
SIN

Me paseaba por el vestíbulo del ala médica. Había recibido


no menos de diez mensajes de los chicos diciéndome que
moviera el culo hasta allí.
Está diciendo tu nombre. Ven aquí ahora mismo.
Si estaba diciendo mi nombre, era sólo cuestión de tiempo
hasta que soltara mi fea verdad. No había previsto esto.
Joder, era un fallo en el plan.
Un plan del que me arrepentía en lo más profundo de mi
alma. Realmente había jodido las cosas. Había pasado la
noche en que ocurrió borracho y drogado como una cuba,
intentando sacarme de la cabeza mis preocupaciones por
ella. Sabía que Seth Cain había intentado matarla cuando
eran niños. Claro, había dicho que era para protegerla. Pero
en serio, ¿quién mierda hacía eso?
Un demente enloquecido y obsesionado.
La misma con la que la encerraste en una puta caja y la
volviste loca.
Me odiaba. Joder, me odiaba. Incluso había contemplado
acabar con mi vida sólo para escapar de la agonía de lo que
le había hecho.
Sabía que estaba mal. Lo había visto en las caras de Stitches
y Ashes la mañana que llegué. Había roto lo que intentaba
salvar desesperadamente.
Respiré hondo y supe que tenía que afrontarlo. Saludé con
la cabeza a la enfermera del mostrador y avancé por el
pasillo. Había algunos pacientes en las habitaciones. La
mayoría fingían dolencias para poder faltar a clase. Algunos
estaban inmovilizados en sus camas mientras yo pasaba.
Danny Linley estaba vendado y miraba al techo. En general,
parecía haber muchos menos estudiantes atrapados aquí
hoy que los que había visto antes. Supuse que eso era
bueno. El lugar se había llenado cuando Stitches había
perdido la cabeza.
—Hola, amigo—, me llamó una voz familiar al pasar por una
habitación.
Me detuve y retrocedí para encontrar a Manicomio sentado
en el borde de la cama, con la cara llena de moratones y
rasguños.
Dudé un momento antes de cruzar la puerta.
—Veo que lo has conseguido—, dije.
Una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.
—Tan cerca, pero tan lejos—
Tragué saliva. —¿Eso te molesta?—
Se encogió de hombros. —No.— No dio más detalles.
—¿Cuáles son tus planes?— Me aventuré, con un nudo en
la garganta. Tenía que saber hasta dónde llegaban mis
problemas.
Su mirada de ojos azules se clavó en mí. —He ganado.
Planeo tomar a mi niña para siempre. Esas eran las
condiciones, ¿verdad?—
Asentí con fuerza.
—Puede convertirse en un pequeño problema, ya que no
creo que los vigilantes vayan a jugar limpio. Supongo que
eso significa que nosotros no jugaremos limpio—
Me adentré en la habitación y cerré la puerta. —¿Qué se
supone que significa eso?—
—Bueno...— Se lamió los labios. —Hiciste algo muy malo,
Sinclair. Traicionaste a tus amigos para ayudarme a ganar.
Apuesto a que no estarán muy contentos contigo cuando se
enteren. Especialmente desde que los susurros en este lugar
dicen que ella se ha vuelto un poco... loca—
Las náuseas se retorcían en mis entrañas. —¿Qué
quieres?—
—Que me asegures la victoria. No quiero hacer daño a
nadie. La verdad es que no. Pero lo haré. Si no tengo a mi
niña para siempre, me la llevaré conmigo. La muerte no me
asusta. La tercera es la vencida, ¿no?—
—¿Así que me estás chantajeando y amenazando con matar
a Siren?—
Ladeó la cabeza, con el pelo oscuro cayéndole sobre la
frente. —Supongo que lo hago—
—Acabas de decir que no quieres hacer daño a nadie—
—No quiero. Por eso te digo que me la traigas. Así nadie
tiene que salir herido. Puedes volver a follarte a Melanie y a
quienquiera que te folles— Miró bruscamente a su
izquierda, sus ojos viajaron de arriba abajo rápidamente
antes de reírse como si alguien a quien yo no podía ver le
estuviera contando un chiste.
Me quedé mirando el espacio vacío, con las tripas revueltas.
Joder, había puesto a Sirena en manos de un puto lunático.
No me había dado cuenta de lo trastornado que estaba. Era
jodidamente bueno ocultando su locura y mezclándose con
el resto del mundo. Eso sólo lo hacía más peligroso.
—Sí— Asintió pensativo antes de volverse hacia mí. —Puedo
llevarme a mi niña para siempre lejos con nosotros, o puedo
derramar tu feo secreto y quitarte a los vigilantes. La
elección es tuya. Elige sabiamente. No tengo mucha
paciencia. No ahora que la he hecho gritar por mí.
Realmente nos unimos en la oscuridad—
—La llevaste a la locura—, dije con un gruñido.
—¿Lo hice?— Volvió a inclinar la cabeza hacia mí. —¿O
fuiste tú? Nunca habría estado en esa caja con ella si tú no
la hubieras puesto allí— Se dio un golpecito en la sien, con
una sonrisa siniestra en los labios. —Piénsalo un
momento—
Apreté los dientes con tanta fuerza que creí que me los
rompería.
—¿Qué harás con ella si Church y los chicos la dejan ir?—
—Amarla—, dijo en voz baja, su comportamiento cambió
completamente de un imbécil demente a uno que parecía
que realmente sentía sus palabras. —Para siempre. Ella es
nuestra Rinny. Cuidaremos de ella—
No sabía exactamente a qué se refería con cuidaremos de
ella, pero sabía que me tenía entre la espada y la pared.
—¿Me juras que no le harás daño?— pregunté, las palabras
salieron de mi boca con tanta preocupación que no pude
detenerlas.
Parpadeó y una lenta sonrisa se dibujó en sus labios. —Tú
también la amas—
—Quiero saber que no le harás daño.— Tragué grueso
mientras nos mirábamos fijamente.
—No le haré daño. Lo juro. Voy a salvarla—
Le estudié. Era un puto enigma. Lo único que quería era
partirle la cara a puñetazos, pero en lugar de eso, asentí.
Necesitaba que guardara mi secreto. Estaba a punto de
perderlo todo.
—Lo haré.— Odiaba esas palabras. Las odiaba tanto.
Sólo seguía cavando un maldito agujero más profundo, pero
así era yo. Así es como era yo. Saboteaba todo en mi vida y
siempre lo haría.
Porque, ¿quién podría amar a un pedazo de mierda como yo?
No Sirena Lawrence, la chica que había roto, eso era seguro.

Llamé ligeramente a la puerta con el nombre de Sirena. Un


momento después se abrió de golpe y un ojo azul me miró
antes de que la puerta se abriera de un tirón.
—¿Quién demonios eres?—, exigió la chica.
Church se puso en pie al instante, apartó a la chica como si
nada y abrió la puerta de un tirón para que yo pudiera
entrar.
—¿Dónde mierda has estado?—, me preguntó, mirándome
fijamente.
—Yo... acabo de salir—, murmuré. Observé que Ashes y
Stitches estaban sentados a ambos lados de la cama de
Siren.
—Puto imbécil. Te mandé un mensaje para que vinieras—
Church se hizo a un lado para mí.
—Y estoy aquí, joder— Miré a la chica que me estaba
mirando. Se parecía a Sirena, solo que con mala cara.
—¿Quién es este imbécil?—, preguntó. —¿Otro de tus putos
amigos?—
—Este es Sin.— Church me señaló con el pulgar mientras
volvía a la cama de Siren. —Realmente es un imbécil. Sin,
Cady—
Puso los ojos en blanco y volvió a sentarse en el borde de la
cama de Siren.
—No puedo creer que Rina haya hecho tantos amigos—,
dijo, su frialdad desapareció por un momento al mirar a
Siren en la cama. —Todos cretinos, pero aún así—
—Entonces te agradará Bryce si crees que somos cretinos—
, dijo Stitches. —Es un encanto. Era el novio de Ángel antes
de que se diera cuenta de que nos amaba—
—Lo dudo—, resopló Cady. —¿No es hora de tus
medicamentos?—
—Ya los tomé—, respondió Stitches.
Suspiró y me miró. Yo seguía de pie en el centro de la
habitación, mirando a Siren en la cama. Tenía los ojos
vidriosos y la mirada perdida.
Se me partió el corazón al mirarla y recordar aquella noche.
El miedo en sus ojos. Yo metiéndole la pastilla en la boca
para dejarla inconsciente. El sabor de sus suaves labios
cuando apreté mi boca contra la suya. El remordimiento que
sentí al contemplar su forma perfecta en aquel frío ataúd.
Las preocupaciones y el miedo con los que había luchado
toda la noche mientras pensaba en lo que le estaba pasando
a solas con Manicomio.
Cómo había rezado para que no muriera y para que alguien
la encontrara antes de que fuera demasiado tarde.
Cómo había deseado ser un hombre mejor y haber
regresado para salvarla. Ella confió en mí y yo la traicioné.
Había traicionado a mi familia.
Pero todo había terminado. Todo. Ella nunca sería mía.
Nunca sería nuestra. Manicomio se aseguraría de ello. Eso
lo sabía.
—Entonces, ¿cuál es tu problema? ¿Idiota delirante que cree
que mi hermana le pertenece?— Cady gritó.
—Ella no es mía—, dije en voz baja. —Nunca lo fue y nunca
lo será—
—Ahora no, joder, Sinclair—, espetó Church, mirándome
por encima del hombro.
Cady gruñó y volvió a centrarse en su hermana,
ignorándome.
—Ven a verla—, me dijo Ashes. —Puedes sentarte en mi
sitio—
Sabiendo que si me negaba provocaría una escena que no
quería, di un paso adelante y me acomodé en el asiento de
Ashes y me quedé mirando a Siren. Ella tenía la cara
ligeramente hinchada.
—Habla con ella—, exigió Stitches.
Me aclaré la garganta. —Hola, Siren—
—Pecaminoso—, susurró, y su voz me produjo escalofríos.
Mi corazón se apretó a pesar de ello. Tenía una voz preciosa.
Y ese era mi nombre. Algo así.
—Eh, sí. Soy yo—, murmuré.
—Pecaminoso. Pecaminoso. Pecaminoso—, repitió
suavemente en un tono monótono. Alzó la voz: —
Pecaminoso. ¡Pecaminoso!—
Miré rápidamente a todos a mi alrededor, todos con caras
de preocupación.
—Shh—, le supliqué, extendiendo la mano y cogiendo su
pequeña y fría mano entre las mías. —Shh, Siren. Por favor.
Para—
—¡Pecaminoso! Pecaminoso!—
No pude soportarlo. Solté su mano y casi me caigo
levantándome del asiento.
—¿A dónde mierda vas?— Me gritó Church mientras corría
hacia la puerta, desesperado por sacarme su voz de la
cabeza.
Era una sirena, gritando mis pecados.
Sólo que ellos aún no lo sabían.
Salí corriendo de la habitación y no me detuve hasta llegar
fuera. Me deslicé por la pared de ladrillo y tomé aire
mientras luchaba por mantener la compostura.
Joder. Joder. ¡JODER!
Pecaminoso. Ese era yo.
Un asqueroso puto pecador.
Ella me había nombrado bien. El hombre que la había
engañado y encerrado con el diablo.
Yo era verdaderamente pecaminoso.
Eso me hizo odiarme aún más.
Me merecía este infierno. Los pecadores eran castigados, y
yo no sería una excepción.
5.
ASHES

Atravesé el campus con el corazón encogido.


Hacía una semana que habían ingresado a Sirena. Por más
que Stitches y yo intentábamos ir a verla, era casi imposible.
Incluso Church tuvo que irse por las clases. La madre de
ella acabó convenciéndolo para que fuera, alegando que
Sirena no quería que se atrasara. Church había hecho
prometer a su madre que no se la llevaría.
Sorprendentemente, su madre había accedido.
Church necesitaba estar lejos de ella. No había dormido. Su
comportamiento se estaba volviendo errático y más
impredecible que de costumbre. Anoche, se suponía que
debía estar en la cama durmiendo, pero en lugar de eso, se
había ido al bosque con su cuchillo y había vuelto justo
antes de la hora de ir a clase con salpicaduras de sangre en
la camisa.
Así que ahora Sirena estaba sola en la sala médica mientras
nosotros intentábamos recuperar algo parecido a nuestras
vidas.
Todos sabíamos que era una farsa. No hacíamos más que
seguir la corriente.
—Ashes. Oye—, me llamó Stitches.
Me detuve y esperé a que me alcanzara.
—Hola—, lo saludé cansado.
Tenía tan mal aspecto como yo. Pero tenía que reconocerlo.
Al menos, intentaba dormir. Incluso había acudido a una
cita para que le repusieran los medicamentos para dormir y
se los estaba tomando. Las ojeras indicaban que, a pesar de
sus esfuerzos, no conseguía conciliar el sueño profundo y
reparador que necesitaba, lo cual era peligroso para él, ya
que parecía necesitar dormir lo suficiente para mantener su
trastorno bajo control.
—Es fin de semana—, dijo.
—¿Y qué?— No estaba dispuesto a hacer una maldita fiesta.
De hecho, me horrorizaba que siquiera se planteara
preguntármelo.
—¿Fogata?—, continuó, enarcando las cejas.
—Claro que sí—, dije, exhalando el aliento.
Las fogatas siempre me habían ayudado a aliviar el estrés.
Parecía que hacía siglos que no encendía una, cuando en
realidad sólo había pasado una semana. De hecho, esta
misma mañana me había planteado encender un fuego en
la bañera para tener algo de control en mi vida. Necesitaba
distraerme.
—Me imaginé que te gustaría esa idea—, dijo Stitches. —Ya
se lo he dicho a Church. Ha aceptado venir también—
—¿Y Sin?—
—El viene,— su voz estaba tensa.
Stitches y Church seguían nerviosos y enfadados porque Sin
había desaparecido la noche que Sirena necesitó ayuda. No
quería seguir enfadado con él. Sabía que estaba luchando
contra sus propios demonios, y lo último que necesitábamos
era estar enfadados entre nosotros.
Church y Stitches acabarían superándolo. Siempre lo
hacían.
Me detuve cuando Seth apareció a la vista.
Manicomio.
—Le han liberado—, murmuré, observando cómo giraba la
cabeza y nos veía.
Sus ojos seguían siendo negros y azules, y apenas
empezaban a desvanecerse en un feo tono amarillo y
morado. Stitches le había dado una buena paliza en aquel
mausoleo.
—Cabrón—, gruñó Stitches, tensándose a mi lado cuando
Seth dio un paso hacia nosotros.
—Cabrón valiente—, añadí, esperándolo. Tenía muchas
preguntas que hacerle. Esperaba poder interrogarlo en
privado, pero esto serviría si lograba evitar que Stitches
volviera a golpearlo.
—¿Qué mierda quieres?— Preguntó Stitches cuando Seth se
detuvo frente a nosotros.
—Seré breve. He hecho gritar a Sirena. Es mi victoria. Voy a
cobrar—
Me ericé ante sus palabras e inmediatamente agarré el brazo
de Stitches porque sabía que iba a lanzarse contra él.
—No has ganado, joder. Ella gritó por Church—, espetó
Stitches, arremetiendo contra él.
Seth no parecía inmutarse lo más mínimo. —Ella gritó su
nombre, pero fui yo quien lo hizo posible. Es mi victoria—
—Estás loco si crees que te la vamos a entregar sin más—,
dije, manteniendo un firme agarre sobre Stitches.
—No voy a negar quién y qué soy. Pero lo que digas no
cambia nada. Yo gané, dejando a un lado mis enfermedades
mentales. ¿Verdad, Sin?—
Sin se puso al lado de Seth, con el ceño fruncido.
—Él gana—, aceptó con brusquedad.
—¿Qué mierda, hombre?— Stitches se zafó de mí y miró a
Sin. —¿Tú también has perdido la puta cabeza? Sabes que
llamó a Church a gritos. Te lo dijimos. Ella hizo su
elección...—
—Ella no tiene elección. No era parte del acuerdo original—
intervino Seth. —El trato era quien pudiera hacerla gritar.
Nosotros lo hicimos. Fuimos nosotros. Yo gané. Pero no voy
a discutirlo. Simplemente les doy la cortesía de saber que
reclamo mi premio—
—Ni se te ocurra acercarte a ella—, dijo Stitches con un
gruñido, empujando a Seth en el pecho.
Sin intervino de inmediato y empujó a Stitches hacia atrás,
interponiéndose entre ellos.
—¿Estás de su parte?— Preguntó Stitches. —¿Es eso?
—Ahora no es el momento—, dijo Sin. —Podemos hablar de
ello más tarde—
—¿Cómo cuando ese cabrón esté reclamando a nuestra
chica?—
—Ella no es nuestra—, dijo Sin. —Él ganó. Tiene razón. Ese
era el trato—
—Oh, te gustaría eso, ¿eh? Puto imbécil. Has estado
intentando apartarla desde que llegó. ¿Qué mierda te pasa?
¿Por qué odias ser feliz?— Stitches estaba gritando ahora.
Estábamos atrayendo a una pequeña multitud.
—Hombre, cálmate. Sin tiene razón. Aquí no—, dije,
agarrando de nuevo el brazo de Stitches.
Me empujó y cruzó el patio sin decir nada más. No
necesitaba decir nada. Rezumaba rabia. No necesitábamos
esta mierda ahora.
Volví a mirar a Seth, que me miró con curiosidad.
—Creo que deberíamos discutir esto antes de que nadie
haga reclamaciones públicas. ¿De acuerdo?—
—Estaré de acuerdo con eso—, respondió encogiéndose de
hombros. —¿Cuándo?—
—Mañana por la noche. En nuestra casa. Podemos
sentarnos y hablar. Tenemos preguntas de todos modos—
—Y yo tengo respuestas.—
—Bien. Mañana por la noche...— Empecé, listo para darle
más instrucciones.
—A las siete. Me enviarás un mensaje si algo cambia. Nos
vemos en el patio trasero—, terminó por mí, haciéndome
arrugar las cejas.
—Eh, sí—, dije, confundido por cómo sabía exactamente lo
que iba a decir. Quizá fuera una coincidencia.
—Nos vemos entonces— Le dio una palmada en la espalda
a Sin. —Tú también. Amigo— Y luego se había ido,
empujando más allá de nosotros y continuando como si no
acabáramos de tener un encuentro en medio de los
comunes.
—¿Qué fue eso?— Pregunté, apartando mi mirada de la
espalda de Seth y centrándome en Sin.
—¿Qué fue qué?— Sin gruñó.
—Seth. Te ha llamado amigo—
Sin se encogió de hombros, preocupado. —No lo sé. El tipo
está chiflado. Quién sabe con él—
Tenía razón.
Vi a Church delante de nosotros. Melanie lo llamó por su
nombre y él se detuvo, con el ceño fruncido, mientras ella
se acercaba tambaleándose con sus tacones.
—¿Qué quiere?— murmuré, disponiéndome a ir hacia
Church.
Abordarlo cuando estaba privado de sueño no era una
buena idea. Sin me siguió, y nos detuvimos cuando
llegamos a ellos.
—Así que estaba pensando que podría pasarme esta
noche—, dijo Melanie con una risita.
—¿Por qué crees que quiero que vayas?—, preguntó Church,
frotándose los ojos enrojecidos.
—Porque no has reclamado la muda. Ni siquiera está en el
campus. Se rumorea que intentó suicidarse con Manicomio
y fracasó después de que estuvieran follando el uno con el
otro...—
Sucedió en un instante. El antebrazo de Church estaba en
su garganta, y él la tenía presionada contra la pared del
edificio inglés.
—¿Dónde has oído eso?—, rugió, su cuerpo temblando de
rabia apenas controlada.
Ella separó los labios para hablar, pero no salió ningún
sonido porque él estaba ejerciendo demasiada presión sobre
su cuello.
Me acerqué y apoyé la mano en su hombro.
Inmediatamente, la soltó. Ella se frotó la garganta, con los
ojos vidriosos.
—Contéstame—, le exigió Church.
Ella dejó escapar una tos. —T-todo el mundo lo está
diciendo. No hiciste un reclamo público...—
—Que no me la follara delante de nadie no significa que no
me la follara. Ella es mía. Ella pertenece a los vigilantes. Te
dije que tú estabas fuera, y ella dentro. ¿O te has olvidado,
joder?—
Melanie tragó saliva visiblemente. —Church, ella no te
conviene. Ella y Manicomio...—
—No pasó nada entre ellos. ¿Me oyes? Nada. Y nunca pasará
nada—
—Podría darte lo que quisieras. También puedo hacer lo del
grupo. Siento no haber estado dispuesta antes...—
—Melanie, para. No te elegimos a ti—, dije, poniéndome
delante de Church antes de que la ahogara. —Elegimos a
Sirena. Los rumores son sólo eso. No son ciertos. Sirena y
Seth tuvieron una mala experiencia que estamos
investigando, pero eso es todo. Ella se está recuperando en
la sala médica. Nada ha cambiado para nosotros. ¿Vale?—
Nos miró por un momento. —Pero Sin dijo...—
—¿Qué dijo Sin?— preguntó Church, mirando a Sin, que
tuvo la decencia de parecer avergonzado.
—Dijo que había perdido la cabeza y que no iba a volver.
Que podría irse de Chapel Crest—
—¿Eso es todo lo que dijo Sin?— Church volvió su furia
contra Sin. —¿O estabas demasiado ocupado follando para
terminar de mentir?—
—No fue nada—, intervino rápidamente Melanie. —Estaba
enfadado. Le chupé la verga para que se sintiera mejor—
Las palabras ni siquiera habían salido de su boca cuando el
puño de Church chocó contra la cara de Sin. Empujé a
Melanie hacia atrás mientras los dos se golpeaban.
—Ella está mintiendo, joder—, gritó Sin, esquivando el puño
de Church, pero recibiendo un golpe de refilón en el hombro.
—¡No lo hice! ¡No lo hice, joder!—
Church se había ido, su rabia se apoderó de él. Aterrizó con
un puñetazo en las costillas de Sin, haciendo que Sin se
doblara, jadeando en busca de aire. No tardó mucho en
recuperarse, porque salió disparado hacia delante y derribó
a Church, llevando la pelea al suelo.
Agarré a Church, que había tumbado a Sin de espaldas tras
una breve refriega, y tiré de él, tirándolo al suelo lejos de
Sin.
—Levántense de una puta vez—, les grité a los dos. Pillé a
Melanie sonriendo antes de que saliera corriendo.
Los dos hombres se pusieron en pie, con el pecho hinchado.
—Espectro es nuestra chica. No vas a follar ni a que te chupe
la verga nadie más. Conoces nuestras reglas...—, se
enfureció Church.
—¡No lo hice, estúpido!— Sin respondió. —Sí, vi a Melanie,
pero no pasó nada entre nosotros. Me preguntó si quería
hablar contigo sobre su regreso. Le dije que no estaba
interesado. Se puso de rodillas, pero la aparté y se cabreó.
Yo no... Yo no haría lo que me estás acusando. Sabes cuánto
odio a los infieles—
Church se acercó lentamente a él. Un corte del anillo de Sin
contra su mejilla goteaba sangre. Me acerqué
cautelosamente a los dos por si alguien lanzaba otro
puñetazo.
—¿Qué has dicho?— preguntó Church en voz baja mientras
se miraban fijamente.
Miré a las pocas personas lo bastante estúpidas como para
pararse a mirar. Se escabulleron y nos dejaron solos.
—Dije que no hice lo que ella dijo que hice—
—No. Lo del infiel—
Sin se lamió los labios. —Dije que odio a los infieles—
—Insinuaste que estás con Espectro sin decirlo—, la voz de
Church era tranquila.
—Yo-yo no lo estoy. No la quiero—
—¿Por qué eres así? Sabes que estás jodido de los
sentimientos por esta mierda, y sin embargo sigues
negándolo. Suéltalo, joder, para que puedas sentir algo más
que rabia—, dijo Church.
—¿Para que pueda estar roto como ustedes tres? Les dije
que era una mala idea. No me equivoqué. No quiero hacer
sufrir como ustedes. Me niego. No después de lo que Isabella
hizo...—
Church apretó con los puños la parte delantera de la camisa
blanca del uniforme de Sin y se le echó a la cara, con la voz
apenas por encima de un peligroso susurro: —Esa puta está
muerta. Acabamos con ella. ¡Supera. ESO!—
Church lo apartó de un empujón.
Sin tragó saliva. —Ella no mató a tu hijo. No hizo que la
amaras. Sólo consiguió que te la follaras—
—Tienes la oportunidad de volver a intentarlo con alguien
nuevo. Con alguien mejor. Y la estás jodiendo como siempre.
Arregla tus mierdas o piérdete, joder— Church pasó a su
lado sin decir una palabra más.
Sin lo siguió con los ojos entrecerrados. Se limpió los restos
de sangre que le goteaban de la nariz mientras veía a
Church marcharse.
—Sé que Sirena te importa—, le dije con suavidad. —No
pasa nada por estar asustado y confundido—
Estuvo callado tanto tiempo que creí que no diría nada.
Cuando por fin habló, me cogió por sorpresa. —Sólo quería
protegerlos de esto. Eso es todo. Me está matando por
dentro verlos aguantar a duras penas. Intenté... arreglarlo.
Pero lo jodí todo—
Fruncí el ceño. —¿De qué estás hablando? Relájate,
hombre—
Sacudió la cabeza. —No puedo. No sé cómo arreglar esto.
Me está matando por dentro. Y sirena... joder— Su nuez de
Adán se balanceó en su garganta. —Lo siento, hombre. De
verdad—
No dio más detalles. En lugar de eso, caminó en dirección a
nuestra casa, con la cabeza gacha.

Toco ligeramente a la puerta de la habitación de Sirena en


la sala médica aquella misma tarde. Después de obligar a
Church a limitarse a dormir y prometerle que estaría con
ella, por fin había ido a su habitación y se había acostado.
Stitches estaba dormido en el sofá cuando me había ido, y
Sin estaba encerrado en su habitación como había estado la
última semana.
—¿Cómo está?— pregunté, entrando en la habitación.
Cady me miró desde la silla junto a la cama de Sirena, donde
estaba leyendo un libro.
—Igual—, contestó, cerrando el libro y estirándose.
Me acerqué al otro lado de Sirena y me incliné para darle un
beso en la frente. No respondió. Siguió mirando al techo.
Me acomodé en la silla junto a su cama y me volví hacia
Cady.
—¿Cómo están tus padres?—
—Mi madre está bien. Jerry es un imbécil. No lo reclamo—
Me reí entre dientes. Cady era divertida una vez que
superabas su áspero exterior. Aunque Church y Stitches no
se llevaban bien con ella, me estaba pareciendo un alivio
bienvenido. Aunque se llevaran a Sirena de Chapel Crest,
confiaba en que Cady se aseguraría de que estuviera bien.
—¿Tan mal?— Le pregunté.
—Peor. Sólo te estoy dando los resúmenes— Miró a Sirena
antes de inclinarse hacia delante. —¿Puedo decirte algo?—
—Por supuesto.— Cogí la mano fría de Sirena entre las mías
mientras me centraba en Cady.
—Creo que probablemente eres un buen tipo. Quiero decir,
tus amigos son unos cretinos, pero me agradas y confío en
ti. ¿Amas a mi hermana?—
La pregunta me pilló desprevenida. —Sí, la amo—, dije, con
el corazón hinchado al recordar el poco tiempo que pasamos
juntos.
Sirena era lo que mi alma necesitaba. Llegó a mi vida en el
momento justo.
Cady asintió. —Me doy cuenta, ¿sabes? Todos ustedes, en
realidad. Excepto tal vez Sinclair. Él es más idiota que el
resto de ustedes. Actúa como si tuviera miedo incluso de
mirarla. Pero, de nuevo, sólo lo vi una vez—
—Sin tiene problemas para formar relaciones. Está
desesperado por hacerlo, pero también tiene miedo. Su
enfermedad y sus experiencias pasadas pueden crearle
muchos problemas. Aunque está mejorando—
—¿Entonces crees que Rina está a salvo con él?—
Miré a Sirena y sonreí. —Me gustaría pensar que sí. Con
todos nosotros—
—Vale — Ella tragó saliva y asintió. —Vale. Entonces voy a
decirte algo— Exhaló mientras yo esperaba. —Escucha,
quiero que mi hermana esté a salvo. La quiero en casa,
donde pueda cuidarla, pero la cosa es que puede que mi
casa no sea el mejor lugar para ella.—
—¿Por qué?— Se me apretó el pecho de preocupación.
—Jerry. Yo-yo se lo dije a mi madre, pero ella tiene la
correcta impresión de que odio a ese imbécil, así que cree
que puedo estar actuando y tratando de desalojarlo de
nuestras vidas.— Se mordió el labio inferior, dándole
vueltas a la cabeza. —El año pasado llegué pronto del
colegio. Sirena tenía cita con unos médicos ese día. Mamá
la llevó, pero después tenía que ir a una reunión del club de
jardinería, así que dejó a Rina en casa. Jerry estaba allí.
Subí para ver a Rina y asegurarme de que estaba bien. Vi a
Jerry saliendo de su habitación, y se estaba poniendo el
cinturón. Pero no me vio—
Se me revolvieron las tripas ante las posibles implicaciones.
—Entré en su habitación enseguida. Estaba en la cama bajo
las sábanas. Se negó a mirarme. Obviamente, no quería
contarme lo que había pasado. Lo único que hizo fue llorar
un poco y mirar a la pared. Nunca supe qué pasó en esa
habitación. No sé si la tocó o algo peor— Sus manos
temblaban mientras continuaba: —No creo que esté segura
en casa si Jerry está allí. Por mucho que lo deseara, creo
que él seguiría haciéndole lo que sea que le esté haciendo si
ella vuelve a casa. No quiero eso para mi hermana. Necesito
averiguar qué clase de monstruo es realmente y luego
quemarlo por ello— Sus palabras fueron tan feroces que me
dieron escalofríos.
—Si le hace daño, lo quemaré yo mismo—, susurré,
apretando con más fuerza la mano de Sirena.
Mataría a ese hijo de puta si tocaba mi cielo. No lo dudaría.
La violencia no era lo mío. Estaba más reservada para los
otros vigilantes, pero cuando se trataba de mi cielo,
quemaría el puto mundo en su nombre.
Cady exhaló y me miró fijamente. —Están hablando de
hacer algún experimento médico con ella para traerla de
vuelta. Para estudiar su estado. Si se queda, ¿puedes
protegerla?—
—Moriría por salvarla—, dije inmediatamente. —Todos lo
haríamos—
—Tengo miedo de que se quede y miedo de que se vaya—,
dijo en voz baja. —Ha pasado por tantas cosas—
Solté la mano de Sirena y me puse en pie, yendo hacia Cady
y arrodillándome frente a ella. Una lágrima resbaló por su
mejilla. Extendí la mano y se la quité.
—Eres una buena hermana, Cady. Me recuerdas a mi
hermana, Abby. Ella también luchó por mí—
Cady volvió a moquear.
—Haremos todo lo que podamos para asegurarnos de que
Sirena está bien. Nosotros también la queremos de vuelta—
Me incliné con cautela y abracé a Cady, esperando que no
me diera un rodillazo en la ingle.
Su pequeño cuerpo se estremeció contra el mío mientras me
devolvía el abrazo. Permaneció en mis brazos sólo un
momento antes de separarse y enjugarse rápidamente los
ojos.
—Gracias. Me alegro de que haya encontrado a alguien
como tú, Asher—
—Ashes—, dije, poniéndome de pie y volviendo a mi asiento.
—Todo el mundo me llama Ashes—
—¿Por qué?— Ladeó la cabeza y me estudió.
—Tengo problemas para controlar mis impulsos. El fuego en
particular. Podría decirse que soy una polilla para las
llamas—
—¿Prendes incendios?—
Asentí sin decir palabra, la ansiedad asomando su fea
cabeza. Intentaba mantener la compostura cuando podía.
El mechero que llevaba en el bolsillo pegado al muslo me
llamaba por mi nombre. Me desesperaba abrirlo y cerrarlo.
Cerré los ojos, tratando de concentrarme en mantener la
compostura.
—Ashes, hola—, gritó Cady.
Abrí los ojos y la miré.
—No pasa nada. Haz lo que tengas que hacer. No te juzgaré
por ello—
Exhalé y me solté, sacando el encendedor del bolsillo y
abriéndolo y cerrándolo cinco veces. Pausa. Otra vez. Cinco
veces más. Pausa. Otra vez. Cinco veces más. Cinco veces.
Cinco veces. Respira. Joder. Dejé que mi pierna rebotara, la
energía contenida vibrando a través de mi cuerpo.
Cady me dedicó una sonrisa antes de volver a centrar su
atención en Sirena.
Church y Stitches podían pensar que Cady era una pesada,
pero a mí me caía bien. Si ellos podían verla como la
hermana cariñosa como yo, tal vez ellos también lo harían.
Al menos eso esperaba, porque si mi pensamiento era
correcto, Cady tampoco se quedaría en casa mucho tiempo.
No si Sirena estaba aquí.
Todos hacíamos locuras para proteger a nuestros seres
queridos.
Cadence Lawrence no sería una excepción cuando se tratara
de Sirena.
Lo sabía hasta los huesos.
6.
MANICOMIO

Corrí tan rápido como pude, obligando a mi cuerpo a


soportar el ardiente dolor de mi pecho. Llegar al límite
estaba en mi naturaleza. Había empeorado con la edad.
A menudo tomaba una ruta por el bosque similar a la que
Church hacía cuando corría. A veces lo seguía, acechando
en la oscuridad del bosque. Era fascinante observarlo.
Dante Church era una máquina admirable. Inteligente,
también. Protector con nuestra Rinny.
Normalmente, cualquier hombre con los ojos puestos en lo
que me pertenecía me molestaría. Por alguna razón,
mientras que el monstruo celoso dentro de mí asomaba la
cabeza de vez en cuando, no era tan peligroso cuando se
trataba de los vigilantes.
Sin embargo, seguía siendo feo e impredecible. Supuse que
eso era un peligro en sí mismo.
La única razón por la que no los había golpeado era por
nuestra Rinny. Vi la forma en que los miraba. Conocía su
corazón mejor que ella misma.
Ella amaba a esos imbéciles.
Y juré en el momento en que volvió a la vida para mí en
Chapel Crest que nunca más le quitaría nada. Sólo daría.
Mausoleo aparte, pensé que lo estaba haciendo bastante
bien. Honestamente pensé que finalmente encontraríamos
la paz en la oscuridad. Sin embargo, a ella no le había
gustado. Estaba demasiado ansioso por estar a solas con
ella y me había dejado llevar un poco.
Sus gritos, sin embargo... Aunque me habían acelerado el
corazón, también habían sido música para mis oídos. No me
había olvidado. Se acordaba de nosotros.
Volví corriendo a mi dormitorio privado y entré. Me di una
ducha rápida, pensando en ella todo el tiempo.
Mi niña para siempre.
Me moría de ganas de verla. Sin embargo, los vigilantes se
habían asegurado de que no pudiera entrar en su
habitación. Había visto a su madre y a su padrastro en el
campus, y había visto a Cady, su hermana menor. Hermosa.
Inteligente. Fuerte... Cady.
Pero Cady no era Sirena.
Nadie se acercaba a su belleza o magnetismo. Ella era única.
Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos
sobre nuestra Rinny. Fui hacia ella y la abrí de golpe para
encontrarme con Riley, uno de los dos únicos amigos de
verdad que tenía en el campus.
—Hola, tengo que decirte que Sully quiere verte en su
despacho. Ha dicho...—
—Que tengo quince minutos—, terminé por él, abriendo mi
puerta y permitiéndole entrar en mi habitación.
Entró mientras yo iba al armario y sacaba una sudadera
negra con capucha y me la ponía por encima del torso. Si
hubiera llamado treinta segundos antes, habría abierto la
puerta desnudo.
—¿Cómo lo haces?—, me preguntó arrugando las cejas.
—¿Hacer qué?— Metí los pies en los zapatos.
—¿Sabes lo que voy a decir?—
—Siempre me lo preguntas—, señalé. —¿Y mi respuesta
es?— Me dirigí a la puerta y él me siguió.
Salimos al pasillo y la puerta se cerró tras nosotros.
—Que haces lo que te dicen las voces— Puso los ojos en
blanco, haciéndome sonreír.
—Exacto.—
Era mucho más profundo que eso, pero explicar los
entresijos de lo que yo era no era algo en lo que quisiera
sumergirme. Yo era diferente.
—Deberías jugar la lotería—, dijo cuando llegamos al
ascensor.
—Qué aburrido. Sólo hay una cosa que quiero en este
mundo, y no es dinero—
—Sirena Lawrence— Asintió. —Lo sé—
Mis amigos no eran ajenos a mi obsesión por ella. En cuanto
la volví a ver, estuve perdido.
—Por cierto, ¿cómo está?—
Me tensé. —No lo sé. Viva. Espero poder verla pronto—
Nadie sabía el tipo de historia que teníamos con Rinny,
excepto nosotros, ella, y ahora Sinclair Priest. Para ser
justos, no me preocupaba que contara nuestro secreto
porque él tenía un secreto propio que no quería que se
supiera. Parecía que los secretos y las almas eran moneda
de cambio aquí en Chapel Crest, y yo era un maldito
banquero.
Menos mal. Era bueno encontrando esqueletos.
—Con suerte, podrás entrar a verla. Pregúntale a Sully
cuando lo veas. Ya sabes, si no te golpea con su regla— Hizo
una mueca de dolor.
Sully había golpeado las manos de Riley tan fuerte con una
regla el año pasado, que sus huesos se habían fracturado.
No se lo había dicho a nadie más que a mí y a Cody. Y todo
porque no había recitado correctamente una cita de la
Biblia.
Honestamente, quería matar a Sully entonces. Aunque
matar no era lo mío, lo haría si tuviera que hacerlo. Todo
terminaba en muerte. No me molestaba quitar una vida. Sin
embargo, encontraba poca alegría en ello. Había cosas
mucho más satisfactorias que hacer, como alimentar a la
gente con sus globos oculares después de arrancárselos del
cráneo con un tenedor.
Quizá no disfrutaba matando tanto como el otro lunático
porque, aparte de los animales pequeños, Sirena había sido
mi primer intento humano. Puede que tuviera estrés
postraumático.
Tuve pesadillas de ella llorando para que parara durante los
primeros años después de haberlo hecho. A su vez, yo
lloraba. Caí en una terrible depresión mientras mi vida
seguía cayendo en espiral.
Entonces tuve la oportunidad de joder al imbécil que nos
había causado tanto dolor.
Ojalá pudiera decir que la vida había mejorado, pero no fue
así.
Había un agujero enorme en mi existencia, y tuve que volver
a ver a nuestra Rinny para darme cuenta de que ella era lo
que me faltaba.
Ahora me sentía como si estuviera ardiendo, y ella era tanto
el agua como la gasolina. Me estaba volviendo demente.
Bueno, más demente podría decirse.
Cuando tuve la oportunidad de estar con ella, la aproveché
sin pensar en lo que significaría. Todo lo que sabía era que
la quería, como fuera que pudiera tenerla.
Y ahora mi niña para siempre estaba encerrada en su propia
mente.
No podía salvarla. Me carcomía el alma ennegrecida saber
que ahora estaba aún más lejos de mí.
Me dolía por dentro darme cuenta de que tendría que
terminar el trabajo que había empezado hacía tantos años
para acabar con su sufrimiento. Pero primero, intentaría
recuperarla antes de tener que recurrir a medidas tan
drásticas. Pero esta vez iría con ella. Sin dudarlo, iría.
Riley y yo nos separamos sin decir palabra y yo me dirigí al
despacho de Sully y llamé ligeramente a su puerta.
—Adelante—, me dijo con voz ronca.
Abrí la puerta, entré en su despacho y me puse delante de
su mesa. Me hizo un gesto para que tomara asiento y así lo
hice.
—Me gustaría hablar de Sirena Lawrence contigo—, empezó.
—Adelante—, dije con voz uniforme, con la mente acelerada.
Conocía a Sully. Si Chapel Crest era el infierno, él era un
demonio acechando en la oscuridad.
—Normalmente no hablo de los problemas de salud de los
estudiantes con nadie más que con el personal que los trata.
Sin embargo, estamos cerca de perder a uno con ella. Su
madre quiere desmatricularla y llevársela a casa. Su
padrastro ha accedido a dejarla bajo mi... tratamiento—
Me agarroté en el asiento.
No puede irse. No puedo dejar que me deje. No. No. ¡NO!
Los detendré.
Tómala. A la mierda él y su tratamiento. Tómala. Tómala.
TÓMALA.
—Verás, he hablado con su familia. Dicen que Sirena y tú
fueron muy buenas amigas. ¿Sí?—
—Sí—, dije uniformemente.
—Aparte de tu redacción de las escrituras como castigo por
el incidente del mausoleo, se me ocurrió otra idea. Que
estuvieras allí con ella durante su terrible experiencia en el
cementerio, bueno, me impulsó a volver a leer su
expediente. ¿Sabes lo que encontré?—
Lo miré fijamente, sin inmutarme. Inmóvil.
—Descubrí que tuvo un accidente justo en la misma época
en que tú te alejaste de ella. Interesante, ¿no crees?—
—Los hechos inútiles pueden ser interesantes para una
mente simple—
Él me dirigió una sonrisa siniestra que me hizo entrecerrar
los ojos. Definitivamente el puto diablo. Sólo que no se daba
cuenta de que estaba jodiendo con un dios.
—Creo que sería útil que me ayudaras en este plan de
tratamiento que tengo pensado para Sirena—
Me senté hacia delante. —¿Qué plan de tratamiento?—
—A veces hace falta miedo para espantar el miedo. Y como
sé que tienes algo que ver con sus trastornos, he pensado
que eres el más indicado para el trabajo. Por supuesto,
podrías decir que no. Sé de buena fuente que Danny Linley
también la asusta. Estoy seguro de que aceptaría ayudarme
si tú no puedes... sobre todo si se le ofrecen ciertas...
protecciones— Levantó las cejas mirándome.
—A la mierda Danny Linley, — gruñí, mi cuerpo temblando
de rabia. —Y a la mierda tú por sugerir a ese pedazo de
basura humana—
Sully asintió y apretó los dedos mientras me observaba.
—Eres tú o el señor Linley. Me imagino que si vamos a llegar
a la raíz de sus problemas, tú eres el primero al que debo
buscar. Estoy seguro de que Dante Church y sus vigilantes
no querrían participar tan voluntariamente en su plan de
tratamiento. Pero sé que eres una criatura enferma y
retorcida que podría disfrutar ayudándome. Así que o eres
tú de rodillas o es Linley. La elección es tuya, pero
trabajaremos esos gritos de sus pulmones hasta que sea la
dócil y dulce chica que sé que puede ser. La clase de chica
que obedece a su... amo. ¿No quieres que ese amo seas tú?—
Me puse en pie, con el cuerpo aún tembloroso.
—Tener a una hermosa chica de rodillas, obedeciendo todas
tus órdenes. ¿No es ese el sueño de todo monstruo retorcido,
Manicomio? Su boca caliente y dispuesta. ¿Sus dulces
gemidos? ¿Su aceptación de que tú eres su amo, y ella no se
somete a nadie más?—
Mátalo.
Mátalo.
DALE DE COMER SU PROPIA VERGA.
Entonces la suave voz me susurró. Ella podría ser nuestra
de nuevo. Enseñada y entrenada para ser obediente.
Desesperada por ser tuya de nuevo. Podrías protegerla de los
monstruos. Si dices que no, ella estará en peor peligro.
—Pero yo soy el peligro—, susurré tan bajo que sabía que
Sully no podía oír mis palabras. La rompería de nuevo, esta
vez para mantenerla viva...
A veces el peligro es lo que mantiene el corazón latiendo y la
mente alerta. La queremos... está ahí. Nuestra. Tómala a.
ELLA. Aduéñate de. ELLA. ¡RECLÁMALA! ¡RECLÁMALA,
JODER!
Podría ser nuestra. No de ellos.
—Nuestra—, susurré, con un escalofrío recorriéndome la
espalda.
Para siempre.
—¿Lo prometes?— Pregunté en voz baja.
Sully ladeó la cabeza y volvió a enarcar una ceja.
Para siempre.
Exhalé.
Lo haría. La salvaría. Nos salvaría.
Y castigaría a cualquier hijo de puta que la mirara mal. La
poseeríamos. La idea de ella de rodillas para nosotros...
Joder.
—¿Cuándo empiezo?—
Los labios de Sully se torcieron perversamente.
—¿Qué tal ahora?—
7.
CHURCH

Volví a beber mi trago de bourbon y me limpié la boca, con


el pelo rubio suelto y mojado por el sudor del gimnasio.
Tenía el cuerpo empapado, cogí una toalla y me la pasé
rápidamente por el torso desnudo para secarme.
Tenía los nervios de punta. No podía dormir. Sólo podía
tumbarme en la cama y mirar al techo. Y si no estaba
haciendo eso, estaba en el bosque, descargando mis
frustraciones con mi cuchillo de la única manera que sabía.
Y espectro. Mi puta chica estaba postrada en la cama y no
respondía.
Cerré los ojos y solté un suspiro lento. Saber que tendría a
ese pedazo de mierda de Manicomio en mi presencia en
apenas una hora me tenía en vilo. No estaba tan seguro de
no matarlo y enterrar su cuerpo en un lugar donde nadie lo
encontrara.
Abrí los ojos, cogí mi camiseta de tirantes y subí las
escaleras hasta la parte principal de la casa. Stitches estaba
sentado mirando la pared del salón mientras Ashes
trabajaba en la cocina y el olor a comida impregnaba el
ambiente.
—¿Dónde está Sin?— pregunté. Últimamente preguntaba
mucho más dónde coño estaba, y eso era otra cosa que
empezaba a cabrearme.
—En su habitación—, dijo Stitches con un gruñido desde su
asiento, con la mandíbula floja y los ojos oscuros fijos en un
punto por encima del televisor oscuro.
—Estoy haciendo algo de comida. No hemos comido
últimamente. Necesitamos comer. Necesitamos fuerzas— La
voz de Ashes era tensa mientras removía la olla en el fogón.
Asentí, sabiendo que estaba demasiado ocupado para ver la
acción. Tenía razón. No estábamos comiendo. Apenas
sobrevivíamos.
—Estará listo en unos minutos— Se movió para revolver la
sartén en la estufa junto a la olla burbujeante.
No lo dije, pero estaba agradecido por Ashes. Siempre
intentaba mantener la calma. Sabía que era muy difícil para
él. Era admirable. Pero enamorarse parecía habernos
afectado de diferentes maneras.
—¿Estás bien?— pregunté, sentándome en mi silla junto a
Stitches.
—No—, respondió, sin apartar la vista de la pared. —¿Y
tú?—
—No—
Los dos nos quedamos callados un momento antes de que
volviera a hablar, con la voz baja y temblorosa.
—Quiero que vuelva, Dante. No puedo existir así. ¿Sabiendo
que está atrapada en una cama y perdida en su mente?
¿Sabiendo que probablemente esté aterrorizada? Me está
desgarrando el maldito corazón, hombre. No puedo...—
—Puedes, Malachi. Sé que puedes, así que ponte las pilas y
hazlo. No necesitamos que pierdas la cabeza ahora. No lo
necesitamos. Si resbalas, ¿qué nos hará? Ya la estamos
perdiendo. No podemos perderte a ti también,— dije,
cerrando las manos en puños mientras lo miraba fijamente.
La rabia me recorría al saber que estaba sufriendo tanto. No
podía soportar volver a verlo en el agujero.
Exhaló y asintió mientras se pasaba las manos por los
muslos, con el pecho agitado.
—¿Te has tomado los medicamentos hoy?—
Su cuerpo tembló cuando volvió a centrar su atención en
mí, con la respiración acelerada.
Sabía la respuesta.
En un momento estaba de pie en su cuarto de baño. En
cuestión de segundos, tenía los medicamentos en la palma
de la mano y se los estaba metiendo en la boca.
—Traga—, le ordené, acercándole un vaso de agua a los
labios. —No caigas, Malachi. Ahora no—
Tragó y el agua le goteó por la barbilla. Rápidamente, se la
quité con el pulgar y me arrodillé frente a él mientras Ashes
se acercaba al respaldo del sofá y me miraba, con las cejas
arrugadas por la preocupación.
Extendí la mano y acuné la cara de Stitches. —Mírame,
Malachi. Respira conmigo, joder—
Aspiró entrecortadamente mientras sus ojos se centraban
en mí.
—Otra vez—, le ordené, sujetándole la cara con fuerza.
Volvió a respirar y su ritmo se ralentizó hasta igualarse al
mío.
—¿Qué hacemos cuando sentimos que no podemos
respirar, hermano?
—L-lo hacemos de todas jodidas formas—, contestó con voz
temblorosa.
—¿Y qué hacemos cuando nos perdemos en la oscuridad?—
—N-nos convertimos en la oscuridad— Exhaló, el temblor
disminuyó en su cuerpo.
—Bien. ¿Y qué hacemos cuando necesitamos ayuda?—
—C-Confiamos los unos en los otros para proteger nuestra
cordura—
Asentí y aflojé el agarre de su cara. —Bien. Pronto veremos
a Seth. Una vez que lo hagamos, podremos hacer lo que sea
necesario—
—¿Y si se la lleva?— preguntó Stitches, con los ojos
vidriosos por el efecto de los medicamentos.
Apreté la mandíbula un momento, sabiendo que una
victoria era una victoria. —Nunca nos la quitará. Sólo ella
puede decidirlo. Lo sabes, ¿verdad? Aunque él tenga la
oportunidad de tenerla, ella misma tomará la decisión—
Eran palabras feas, pero eran ciertas. Al final, la decisión
pertenecía a Espectro.
—¿Prometes que nos elegirá?— Me miró con preocupación
en los ojos.
—La amamos. Ella lo sabe. Sabe dónde está su hogar—
Tragó saliva visiblemente y exhaló. Lo estudié un momento,
deseando que volviera con nosotros. Pero incluso si no lo
hacía, sabía que trabajaríamos duro para convencerla de lo
contrario.
—No puedo perderla—, susurró. —Moriré si la pierdo—
—La recuperaremos—, respondí suavemente. —De alguna
manera—
Todos nos quedamos en silencio por un momento.
—La comida está hecha—, murmuró finalmente Ashes.
Asentí y le tendí la mano a Stitches. La cogió y lo puse en
pie. Me siguió hasta el comedor mientras Ashes se dirigía al
pasillo a buscar a Sin.
Nos sentamos a la mesa y Ashes y Sin regresaron unos
instantes después.
Ashes había preparado fettuccine alfredo. El delicioso olor
me hizo refunfuñar el estómago. Comí rápidamente,
necesitaba la comida. Ashes devoró la pila de su plato a un
ritmo que rivalizaba con el mío. Stitches comía a un ritmo
más lento y constante. Sin se quedó mirando la comida, con
los labios fruncidos.
—Come—, le dije.
No me miró. Ensartó unos fideos en el tenedor y se metió el
bocado en la boca, masticando rápidamente.
Sacudiendo la cabeza, comí más. Sabía que estaba enfadado
conmigo, pero yo también lo estaba con él. El hecho de que
estuviera negando una mierda y luchando contra sus
sentimientos era suficiente para llevar mi locura al límite.
Ni siquiera estaba seguro de cuál era el siguiente paso en la
locura. Quizá finalmente me volviera loco y me deleitara con
la sangre y las lágrimas de aquellos que me habían llevado
demasiado lejos.
Comimos en silencio antes de recoger los platos. Ashes
cargó el lavavajillas y Stitches volvió al sofá, donde se quedó
mirando la pared con la cabeza apoyada en el respaldo.
Sin lo miró fijamente un momento antes de salir al patio
trasero y apoyarse en la barandilla para contemplar el lago.
Saqué un porro y lo encendí, inhalando profundamente la
primera calada y aguantando el ardor en los pulmones antes
de expulsarlo. Me senté junto a Stitches y le ofrecí la hierba.
Dudó un momento antes de darle una calada y expulsar el
humo. Lo hizo dos veces más antes de devolvérmela. Se pasó
la mano por la cara y cerró los ojos.
Le di unas cuantas caladas más antes de darle una palmada
en el muslo y marcharme a mi habitación, no sin antes
notar que Ashes encendía su mechero mientras miraba a
Sin en el patio.
Éramos un puto desastre.
Una vez arriba, me quité el chándal y me metí en la ducha,
dejando que el subidón me envolviera mientras me lavaba
las mierdas del día.
Lo único que quería era ver a mi espectro. Abrazarla.
Besarla. Follármela. Decirle que la amaba.
Prometí remediarlo muy pronto. Había perdido la cuenta de
cuántas noches la había visto dormir. Si me metía en su
cuerpo mientras dormía, ¿sentiría cómo me enterraba en su
calor? ¿Explotaría sobre mi verga y se aferraría a mí como
la última vez que la penetré? ¿Gritaría? ¿Podría traerla de
vuelta a mí?
Odiaba ser este monstruo jodido, pero el corazón quería lo
que quería. Y eso era Espectro de nuevo en mis brazos.
Un poco más tarde, me fumé otro porro sentado en mi sillón
de cuero del salón. Stitches estaba pegado a su sitio en el
sofá, sin decir una palabra. Su silencio me preocupaba.
Ashes era nuestro callado. Stitches siempre iba a mil por
hora. Verlo sentado y mirando a la pared sin decir palabra
me ponía de los nervios.
—Está aquí. Manicomio—, dijo Ashes, entrando en la
habitación. —Lo veo en el camino—
Le di otra calada antes de ponerme en pie y pasarle el porro
a Stitches. Le dio una última calada, lo apagó y me siguió
como un maldito zombi.
—Hora del espectáculo—, le dije.
Asintió con fuerza, con los ojos aún vidriosos.
—Voy por Sin—, murmuró Ashes, corriendo hacia la
habitación de Sin, donde el cretino seguía escondido.
Stitches y yo salimos al patio y vimos cómo se acercaba
Seth. Manicomio. Stitches se tensó a mi lado. Por mucho
que quisiera aporrear a Seth y atravesarle la garganta con
la columna vertebral, ahuyenté esos sentimientos.
—Tranquilo—, le dije suavemente a Stitches. —Siéntate y no
te levantes por una mierda. ¿Entendido?—
No dijo nada. En lugar de eso, se apartó de mí y fue a la silla
del patio y se sentó, con los ojos entrecerrados mientras
miraba a Seth, que ahora subía los escalones hacia mí.
—Church—, dijo Seth, inclinando la cabeza hacia mí. —Me
alegra ver que llevas a tu perro con correa—
—Yo tendría cuidado si fuera tú—, dije con un gruñido, sin
importarme su pinchazo a Stitches. —Estarías muerto si lo
dejara libre—
—No temo a la muerte, Dante. Ella me teme a mí—
Fruncí el ceño al imbécil e hice un gesto hacia una silla del
patio. —Siéntate.—
Pasó por delante de mí y cogió la silla frente a Stitches, que
lo miró con el ceño fruncido.
Ashes y Sin se unieron a nosotros un momento después.
Formamos un círculo alrededor de la hoguera de gas de la
terraza trasera. El sonido de las olas rompiendo en la orilla
llenó el silencio durante un minuto.
—Vayamos al grano en todo esto—, empecé. —Sirena—
—La quiero—, dijo inmediatamente Manicomio.
Stitches se sentó hacia delante. Ashes extendió el brazo
para impedir que se levantara del todo de la silla.
—Somos conscientes—, dije, tambaleándome de rabia.
—Pero teníamos un trato. El que consiguiera hacerla gritar
se quedaría con ella. Ella gritó mi nombre—
Manicomio se lamió los labios, sus ojos azules se centraron
en mí. —Hicimos un trato. Sin embargo, el trato era que
quien la hiciera gritar se la quedaría. Ese fui yo. Fue
conmigo con quien gritó. Sí, gritó tu nombre, Dante, pero si
yo no hubiera estado allí para provocar su grito, tu nombre
nunca habría salido de sus labios. Tuyo puede haber sido el
nombre en sus labios, pero yo soy el que está tallado en su
puta alma. Ella me pertenece. A nosotros—
—Pertenece a los vigilantes—, replicó Ashes.
Lo miré. No quería que Ashes se volviera loco. Era el más
cuerdo de todos nosotros. Si resbalaba y caía, sería un
maldito frenesí de locura. Manicomio realmente terminaría
enterrado bajo un nuevo jacuzzi.
Manicomio se recostó en su asiento, sus ojos azules se
oscurecieron. —Sé lo que hiciste— Su atención se centró en
mí.
—¿Lo que hice?— Levanté las cejas.
Asintió lentamente con la cabeza, mirándome. —La
reclamaste. Te la follaste—
Le devolví la mirada. —Lo hice—
Entrecerró los ojos. —Ella te ama, que es la única razón por
la que no te he matado... o a ninguno de ustedes, aún—
Stitches se abalanzó sobre sus pies esta vez. En lugar de ser
Ashes quien lo detuvo, fue Sin quien se movió para ponerse
delante de él. Le habló con voz apresurada y suave mientras
Stitches fulminaba con la mirada a Manicomio. Finalmente,
Stitches volvió a sentarse y Sin regresó a su sitio.
—Es mía—, dijo Manicomio en voz baja. —Yo gané. Sabes
que lo hice—
Joder, sabía que lo había hecho, pero tenía que haber algo
más. Algo a lo que pudiera aferrarme porque dársela a él no
me sentaba bien. Era mi chica. Jodidamente MÍA.
—¿Por qué la quieres tanto?— Preguntó Ashes.
Manicomio se centró en él. —Porque ella es mi niña para
siempre. Es nuestra. La conocemos desde que éramos
niños. Ahora mismo me necesita, nos necesita. Créelo—
Sin se frotó los ojos y miró su regazo, sin decir una maldita
palabra.
—Te lo explicaré así. Por mucho que sepa que quieres
matarme y enterrarme bajo un jacuzzi nuevo...— Me lanzó
una rápida mirada, con una sonrisa en los labios.
Arrugué las cejas. Nunca había dicho esa mierda en voz alta.
¿Cómo mierda...?
—No lo harás. Puede que lo intentes, pero fracasarás. No
estoy solo, ¿sabes? Nunca estoy jodidamente solo. Lo sé
todo. YO. VEO. TODO— Se frotó las manos por los muslos
y lanzó una mirada a su derecha y murmuró algo que no
pude descifrar antes de volver a mirarnos.
—Crees que la estás salvando, pero no es así. Crees que la
estás protegiendo de mí. Pero no es así. Nunca se librará de
mí. De nosotros. Estoy entrelazado en lo profundo de su
alma. Soy sus raíces. Soy quien evitará que pierda la cabeza,
aunque yo la llevé al borde de la locura. Harían bien en
entregármela— Nos miró a cada uno por turno, fijándose en
el último Sin. —¿Verdad, Sinclair?—
Lancé una mirada a Sin mientras Ashes le fruncía el ceño.
Sin estudió a Manicomio por un momento. Estaba pasando
algo que no me estaba contando. Algo me rondaba por la
cabeza, pero no tenía sentido. Aparté el pensamiento,
decidiendo que lo desentrañaría más tarde.
—¿Qué piensas hacer con ella?— preguntó Sin, con voz
áspera.
La comisura de los labios de Manicomio se crispó.
—Aferrarnos a ella y no soltarla nunca. Si la soltamos, ella
sufrirá—
—¿La estás amenazando?— le gruñí.
Negó con la cabeza. —No la estoy amenazando. Sólo estoy
siendo sincero. Tú la quieres de vuelta. Yo la quiero libre.
No somos iguales—
—¿Libre de qué?— Stitches rompió por fin su silencio,
mirándolo fijamente.
—Libre de la locura. De la restricción. Del miedo. Sólo yo
puedo liberarla. Soy su guardián. Su castigador. Su
redentor—, explicó, con palabras suaves y peligrosas.
Se me erizaron los pelos de la nuca.
—Y en su miedo a mí, la liberaré. ¿No te gustaría eso? ¿Que
corra hacia ti porque me tiene miedo?—
Joder, me gustaba esa idea.
Para recuperarla, tendríamos que dejar que él la rompiera.
¿Pero por qué haría eso si la quería tanto?
—Si cumples nuestro acuerdo, prometo devolvértela cuando
llegue el momento—, dijo.
—¿La vas a devolver sin más? ¿Como un puto juguete
roto?— preguntó Stitches, resoplando y sacudiendo la
cabeza. —Eres un puto lunático. No hay trato—
Levanté la mano para silenciarlo. Ignoré la mirada incrédula
de su rostro y me centré en Manicomio.
—¿Cómo sabes que puedes traerla de vuelta?—
—Porque siempre nos ha escuchado. Puede que seas un
dios para ella, Dante, pero yo soy su demonio. El demonio
de sus pesadillas. Somos las voces que han estado con ella
desde que la vimos por primera vez. Y las niñas buenas
siempre hacen lo que las voces en sus cabezas les dicen que
hagan. Ahora yo soy su voz— Me miró fijamente,
desafiándome.
—De donde yo vengo, las chicas buenas adoran a su dios,
no a sus demonios— Apoyé las palmas de las manos en las
rodillas, moviéndome hacia delante.
—De donde yo vengo, dejamos que los dioses piensen eso—
Nos miramos fijamente por un momento.
La verdad del asunto era que la quería de vuelta de
cualquier manera que pudiera tenerla. Conocía a
Manicomio lo suficiente como para saber que nos haría la
vida imposible si no le seguíamos el juego. Quién sabía lo
que estaba planeando si no cumplíamos nuestro acuerdo.
Por mucho que quisiera matarlo en ese momento,
probablemente tenía una red de seguridad que lo hacía
imposible. Una vez que saliera de aquí si no cumplíamos la
apuesta, llovería el infierno sobre nosotros. Sobre Espectro.
Si manteníamos el acuerdo, teníamos una oportunidad muy
real de recuperarla.
Era una apuesta fea, pero una que estaba dispuesto a
tomar. Por el momento. Porque yo también estaría
observando y planeando, y en cuanto pudiera, le quitaría a
mi espectro. Luego lo mataría.
Hacía mucho tiempo que no planeaba un asesinato. Esto
podría traerme algo de diversión.
—Cumpliremos los términos. Ella es tuya. Por ahora—, dije,
con mis palabras flotando suavemente en la noche.
Stitches se levantó de un salto y me fulminó con la mirada
antes de entrar en la casa. Sabía que le dolería, pero para
salvarla, teníamos que dejarla marchar. Se lo explicaría en
cuanto Manicomio se fuera.
—Él no va a escuchar—, murmuró Manicomio. Su mirada
estaba fija en mí.
Puto bicho raro.
—Y si intentas arrebatármela, no ganarás—, continuó. —Así
que considera tu próximo movimiento con mucho cuidado,
Dante. Si rompes los términos de nuestro trato, yo te
romperé a ti. Destrozaré todo lo que pensabas que habías
protegido. Tus amigos. Lo que queda de tu familia.
Esperanzas. Sueños. Deseos. Nada está a salvo de nosotros.
¿Entiendes?—
—No me asustas—, dije, con palabras llenas de honestidad.
—Tú y tus malditas voces—
—Eso es porque no lo hemos intentado— Ladeó la cabeza.
—Recemos para no tener que hacerlo—
Lo estudié un momento antes de hablar: —¿Tenemos un
trato? ¿La consigues y la sacas de cualquier lío en el que
esté metida y luego nos la devuelves?—
—Tenemos un trato— Se levantó conmigo y me dio la mano.
Me acercó más, sus labios a mi oído para que nadie más
pudiera oír sus palabras: —Cuando la devolvamos, tomaré
algo conmigo. Créeme. Es lo mejor. ¿Me darás algo por
ella?—
Tragué grueso. —Sí.—
—Perfecto.— Se rió suavemente en mi oído, haciendo que la
piel se me pusiera de gallina.
—No le hagas daño— Esta vez me tembló la voz.
—Nunca lo haría—, susurró antes de separarse de mí. Se
volvió hacia Ashes. —Controla esa ira con esas llamas. Más
tarde necesitaremos ambas—
Ashes lo miró sin decir palabra.
—Ha sido un placer hacer negocios contigo. Dile a Stitches
que ahorcarse no arreglará el desastre. Aunque yo se lo diría
rápido, ya que ahora está atando la cuerda— Bajó las
escaleras y miró a Sin. —Te veré pronto, Sinclair—
—Vete a la mierda—, gruñó Sin.
Manicomio dejó escapar una suave carcajada. —Ve a sacar
a tu chico del armario. Tienes unos treinta segundos—
Y con esas palabras, se adentró en la noche.
Miré a Ashes y luego a Sin antes de entrar en la casa, algo
me decía que tal vez Manicomio sabía de lo que estaba
hablando.
8.
SIN

Entré corriendo en casa tras Church, con Ashes pisándome


los talones. Church no se molestó en llamar a la puerta de
Stitches. La atravesó, y Ashes y yo casi chocamos cuando
se detuvo y se quedó mirando la puerta cerrada del armario
de Stitches.
Podía sentir el miedo que irradiaba de él cuando se lanzó
hacia delante y abrió la puerta de un tirón.
Soltó un sollozo ahogado mientras Stitches colgaba de la
barra del armario, con la cara roja y el cuerpo convulso.
Casi caigo de rodillas al verlo, con las tripas revueltas por el
miedo y la enfermedad. Church se precipitó hacia delante y
sacó la navaja del bolsillo, cortando la cuerda rápidamente
mientras Ashes y yo entrábamos en acción, sujetando el
cuerpo de Stitches para que no cayera al suelo.
Lo tumbamos en el suelo, con las marcas de las ataduras
en el cuello feas e hinchadas.
Pero su pecho se movía. Respiraba.
—Malachi. Despierta, joder—, gritó Church, dándole una
bofetada en la cara antes de zarandearlo. —Estúpido hijo de
puta. Lo prometiste. Lo prometiste, joder— A Church se le
quebró la voz y volvió a abofetearlo.
Iba a vomitar. Puto Stitches. ¿Qué mierda?
—Despierta. No puedes irte. Lo prometiste. No rompemos
promesas— Church le dio otra sacudida mientras Ashes le
tomaba el pulso.
—Su pulso es fuerte. Tenemos que llevarlo a la unidad
médica. Llama a las salas—, dijo Ashes.
Rápidamente, saqué mi teléfono y marqué el número de
emergencias del campus.
—Las salas—, respondió una mujer que sonaba aburrida.
—Soy Sinclair Priest. Necesitamos a alguien aquí. Ahora
mismo—
—Vale. ¿Qué pasa?—
—Malachi Wolfe. Intentó suicidarse. Ahorcándose.—
—¿Respira?—
Lo miré y vi la subida y bajada de su pecho.
—Sí. Está respirando. También tiene pulso. Sólo está
inconsciente—
—Eleva sus piernas más alto que su cabeza. Sigan
comprobando si respira y tiene pulso. Por favor, abre la
puerta. Alguien llegará en cualquier momento—
—Gracias.— Colgué, sin esperar a oír el resto de sus
instrucciones. Corrí hacia su cama, cogí un par de
almohadas y se las puse debajo de las piernas.
Church se aferró a su mano, con la respiración agitada,
mientras Ashes limpiaba una lágrima del rabillo de los ojos
cerrados de Stitches.
Mierda. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Y cómo diablos lo iba
a parar? Sabía que las cosas se pondrían feas, pero nunca
pensé que pasaría esto.
La culpa me invadió mientras me arrodillaba junto a
Church.
Debería estar yo en el suelo, no Stitches. Yo era el que
merecía morir.
Los párpados de Stitches se agitaron y sus ojos se
entreabrieron.
—Stitches—, murmuró Ashes. —Hola, hombre. Bienvenido
de vuelta—
Otra lágrima se deslizó por el rabillo del ojo. Y otra más.
—No te atrevas a hacer esta mierda otra vez. No puedo. No
puedo, joder—, se atragantó Church. —Tú no, hombre. Lo
prometiste, joder—
—L-Lo siento, — Stitches raspó, su voz apenas audible.
Tenía los ojos tan inyectados en sangre que se me revolvió
el estómago. Apretó la mano de Church antes de que sus
párpados se agitaran de nuevo, y se quedó en silencio, con
la respiración profunda y uniforme.
Church se secó los ojos cuando la puerta principal se abrió
de golpe.
Cuatro de los guardias -personal del servicio de urgencias
del hospital del campus- irrumpieron con una camilla y una
bolsa de suministros. Nos apartamos de Stitches mientras
se ponían manos a la obra. Le administraron oxígeno y lo
conectaron a un monitor cardíaco antes de colocarlo en la
camilla, colocándole la cabeza entre dos bloques para
estabilizarla en caso de que se hubiera hecho daño.
—Ahora mismo vamos—, dijo Church con voz gruesa
mientras los hombres sacaban a Stitches de la habitación.
Lo seguimos hasta la sala de estar.
—Danos unos minutos con él—, dijo uno de los hombres.
—Doc querrá evaluarlo y todo eso. Puede que haya que
esperar un poco—
—Bien.— Church asintió, con los ojos fijos en Stitches
mientras lo sacaban por la puerta principal. El último
guardia le siguió, cerrando la puerta tras de sí y dejándonos
en silencio.
—Se pondrá bien—, susurró Church, tragando saliva.
—¿Cómo lo ha sabido? ¿Manicomio?— Ashes hizo la
pregunta que me rondaba la cabeza.
—No lo sé—, murmuró Church, mirándonos por fin. —No
tiene sentido—
—Es un tipo raro—, murmuré, pasándome los dedos por el
pelo desgreñado.
La cabeza me estaba matando. Todavía tenía el estómago
revuelto.
—Parece que siempre sabe cosas—, continuó Ashes,
sacudiendo la cabeza.
—Por eso creo que tenemos que confiar en él respecto a
Espectro— Church nos miró a los dos. —Incluso si nos
destripa. Creo que sólo estaba demostrando de lo que es
capaz—
—Estoy de acuerdo—, dijo Ashes, frotándose los ojos y
cogiendo su chaqueta.
—¿Sin?— Church me miró.
Exhalé un suspiro, la náusea retorciéndose como una
serpiente en mis entrañas. —Ahora mismo me importa una
mierda Manicomio. Ahora mismo me preocupa Stitches.
Tenemos que ir. Una cosa a la vez—
—Tienes razón.— Ashes caminó hacia la puerta y la abrió
de un tirón.
Church se apresuró a unirse a él. Cogí el móvil de la mesita
y los seguí, con el corazón en un puño.

El médico tardó horas en dejarnos volver a Stitches. Cuando


lo hizo, sólo lo vimos unos minutos, ya que estaba noqueado
por los medicamentos.
—Sobrevivirá—, dijo el Dr. Conrad mientras miraba su
historial. —Estará dolorido. Sin embargo, lo mantendremos
en una retención obligatoria de noventa y seis horas. El
director Sully también vendrá a hacer una evaluación. Si
consideramos que no está en condiciones de irse, se
quedará aquí hasta que esté lo suficientemente bien como
para irse—
Un músculo palpitó a lo largo de la mandíbula de Church.
—Si se te ocurre meterlo en el agujero, te meteré a ti en uno.
¿Entendido?—
El Dr. Conrad tragó saliva. —Perfectamente, Dante—
Church lo miró un momento más antes de salir de la
habitación, y Ashes y yo lo seguimos.
—Odio a ese cretino—, refunfuñó Ashes mientras
caminábamos.
—Yo también—, murmuré.
El tipo era un idiota.
Caminamos en silencio unos minutos más por el silencioso
pasillo. Estábamos a punto de pasar por la habitación de la
sirena. Church aminoró la marcha.
Cady salió de la habitación y nos esperó.
—Vi cómo lo trajeron. ¿Está bien?—, preguntó cuando nos
detuvimos a su lado.
Cady era una chica hermosa. No de la misma manera
hipnotizante que su hermana, pero apuesto a que ella
también jodió con los corazones de los hombres. Parecía de
ese tipo.
—Él está bien. Está bajo una retención psiquiátrica de
noventa y seis horas—, dijo Ashes mientras Church se
asomaba junto a Cady a la habitación de la sirena.
Cady asintió. —¿Qué hizo?—
—Intentó ahorcarse—, murmuré.
Sus ojos se abrieron de par en par ante la información.
Church pasó por delante de Cady sin decir palabra y entró
en la habitación de la sirena. Vi cómo se acercaba a su cama
y la miraba fijamente.
—Sólo está sufriendo. Está preocupado por Sirena—, dijo
Ashes.
—Vaya manera de preocuparse por ella—, contestó Cady,
negando con la cabeza. —Intentar quitarse la vida no parece
algo que deba hacer para ayudarla. Si la ama tanto como
dice, ¿por qué querría hacerle daño suicidándose?—
—Hay mucha mierda que no entiendes sobre las cosas que
pasan por nuestras cabezas—, empecé.
Ella levantó una mano para detenerme. —Te voy a parar ahí
mismo y te voy a decir que cierres la puta boca—
La fulminé con la mirada. Definitivamente no era como
Siren.
—Me importa una mierda lo que sienta por sí mismo. Si
quiere a mi hermana, será mejor que la anteponga a sí
mismo o no dejaré que se acerque a ella. Así que asegúrate
de que ese mensaje llegue. No necesito que tenga el corazón
roto además de la mierda con la que ya está lidiando.
¿Entendido, polla de camarón?—
—¿Qué mierda? ¿Polla de camarón?— Le gruñí. —No tengo
una puta polla de camarón. Puedo demostrártelo si
quieres—
Levantó las cejas. —Adelante, demuéstralo—
La miré con el ceño fruncido mientras Ashes soltaba una
risita suave.
—Joder. Jódete tú también—
—Es poco probable que ocurra con una polla de camarón—
Esta perra...
—Tranquilo, hombre. Sólo está cuidando de nuestra chica.
Me aseguraré de que Stitches reciba el mensaje—, dijo
Ashes.
—Gracias.— Ella me lanzó una mirada amarga.
—Vamos, Sin. Vamos a ver a Sirena— Ashes se deslizó más
allá de Cady.
No lo seguí. Me quedé en el pasillo, pero Cady también. Vio
a Ashes sentarse en el lado opuesto de Sirena, ya que
Church estaba ahora sentado en la silla junto a su cama.
Se volvió hacia mí, con la mirada clavada en mí.
—¿Por qué no vas a saludar, Pecaminoso?—
—Vete a la mierda—, murmuré, desviando mi atención de la
Siren y mis amigos.
—Sé que tienes algo que ver con que Rina esté así. En
cuanto lo averigüe, te derribaré—
—¿Qué te hace pensar que hice algo?— Pregunté espeso.
—Porque nadie llamado Sin está libre de ello. Y parecías
culpable como el infierno corriendo de su habitación cuando
empezó a gritar Pecaminoso—
Exhalé un suspiro y aparté la mirada de ella hacia los chicos
reunidos alrededor de la cama de Siren. Ashes le besaba el
dorso de la mano mientras Church le apartaba el pelo de la
cara. Sabía que si Stitches estuviera aquí, también estaría
junto a ella.
—Es demasiado buena para nosotros—, dije finalmente.
—No la quiero. Sólo acabará arruinada si está demasiado
tiempo cerca de nosotros. Todo el mundo lo hace. Y entonces
seremos destruidos. Es un círculo vicioso y feo que no
quiero repetir. Stitches intentó acabar con su vida esta
noche porque la idea de no estar con ella lo estaba
destrozando. La preocupación de que ella se hubiera ido
para siempre lo estaba comiendo vivo. No quiero eso para
ninguno de nosotros, y no quiero eso para ella. Así que tal
vez soy pecaminoso, pero es sólo porque me importa un
bledo—
Cady me estudió un momento mientras nos mirábamos a
los ojos.
—Creo que tienes razón. Creo que estaría mejor sin ti. Pero
nunca le impediré que ame a quien ama. Si eres tú, que así
sea, pero si lo eres -incluso todos ustedes- entonces más
vale que valga la pena. Ella ha pasado por un infierno. Lo
último que necesita es otro monstruo sujetándola—
—No será un problema por mucho tiempo. Vamos a
alejarnos de ella pronto para que pueda curarse—
—Bien.—
Volví a centrarme en los chicos mientras la mimaban.
—¿Le dirás adiós?— preguntó Cady.
Sacudí la cabeza, mi voz gruesa y mezclada con mi dolor,
—Ya lo hice—
Y con esas palabras, me alejé.
9.
ASHES

Cuando salí de clase, me apresuré a ir a la sala médica para


poder pasar todos los minutos posibles con mi cielo
mientras pudiera. Sabía que nuestro tiempo con ella
terminaría pronto... hasta que Seth la devolviera.
Me senté junto a la silla de ruedas de Sirena y entrelacé mis
dedos con los suyos. Hoy la habían sacado de la cama. No
podía andar, así que la enfermera y los camilleros la habían
levantado y sentado en una silla de ruedas de cara a la
pared.
Me reí entre dientes, pensando en la primera vez que la
había visto. —Pensé que estaba enamorado. Cuanto más te
observaba, más sabía que lo estaba—, continué. —Nunca
me había planteado cómo sería mi vida después de Chapel
Crest, pero tú me hiciste ver un futuro. Uno de verdad. Tú
y yo con los chicos. Felices. Libres de la mierda de nuestras
vidas. Todavía me siento así. Todavía veo ese futuro para
todos nosotros juntos— Tragué grueso. —Sólo tienes que
volver, nena. Te llevaré a nuestro lugar en Pictured Rocks.
Te haré el amor bajo las estrellas. Te susurraré lo mucho
que te amo porque te amo, cielo. Te amo tanto, joder—
Exhalé y me limpié la humedad de las pestañas.
—Stitches no está bien—, dije en voz baja. —Te extraña.
Anoche intentó hacerse daño para escapar de su dolor. Te
necesitamos. Por favor, Sirena. Vuelve con nosotros—
Extendí la mano y le acuné la cara.
No me reconoció y se quedó mirando la pared.
—Vuelve conmigo—, susurré, aferrándome
desesperadamente a su mano.
Pero nada.
—Joder, nena, vamos—, le supliqué en voz baja.
Me levanté de la silla y me arrodillé frente a ella. Me miró
fijamente, sus bonitos ojos apagados en comparación con la
chispa y el brillo que solían tener.
Le solté la cara y le cogí la mano, volteando la palma hacia
arriba. Puse el dedo sobre la palma y empecé a escribir,
desesperado por conseguir que me reconociera.
Te extraño.
Terminé y la miré. Ella se limitó a mirar al frente. Se me hizo
un nudo en la garganta al pensar en Stitches encerrado y
medicado en su habitación del hospital. En el dolor en la voz
de Church cuando habíamos sacado a Stitches de su
armario. De cómo Church la había abrazado cuando la
habíamos encontrado. De cómo había suplicado que se
pusiera bien. La desesperación que sentí en mi corazón por
traerla de vuelta con nosotros para que nuestro mundo
pudiera sanar. Para que ella pudiera sanar.
Me acerqué y apreté mis labios contra los suyos, besándola
suavemente.
Por favor, cielo, vuelve. ¡POR FAVOR!
Nada. Nada de nada.
Profundicé el beso, tanteando con la lengua sus suaves
labios mientras seguía acunando su rostro.
Cuando no respondió, rompí el beso y apoyé la frente en la
suya.
—Jodidamente te amo, Sirena—, susurré. —No puedo hacer
esto sin ti. Regresa. Por favor. No me importa cuánto tardes.
Esperaré para siempre si es necesario—
Finalmente me aparté de ella. La sorpresa me invadió
cuando vi a Manicomio apoyado en la jamba de la puerta,
observando.
Se apartó y se acercó a nosotros con su uniforme escolar.
—Para siempre es mucho tiempo, Asher—, dijo mientras
tomaba asiento en el borde de la cama. —¿Tienes intención
de mantener esa promesa?—
—¿Piensas cumplir tu promesa de devolvérnosla?— le
respondí. Lo único que quería era ocultársela y mantenerla
a salvo a mi lado.
—Por supuesto—, dijo solemnemente. —Creo que la
recompensa merece la pena—
Resoplé. —¿Y cuál es la recompensa?—
Me sonrió con satisfacción, con sus ojos azules brillando. —
Nada de spoilers10, Valentine. Sólo cliffhangers11—
Puse los ojos en blanco.
—¿Cómo está Malachi? ¿Sigue aguantando?— Sus ojos
brillaron de diversión.
—Vete a la mierda, Seth. ¿Cómo mierda sabías que iba a
hacer eso?— le pregunté.
Se encogió de hombros y cogió una pelusa del edredón de
Sirena. —Algunos lo llaman locura. Otros lo llaman
intuición. Y luego están los que dirían que tengo suerte.
¿Qué dices tú?—
Lo estudié un momento. Me devolvió la mirada con ojos
azules brillantes, el pelo negro revuelto sobre la cabeza, la
camisa blanca del uniforme sin abrochar hasta arriba y la
corbata roja suelta.
—Digo que no nos dices cómo demonios lo supiste
realmente—
Me dedicó una sonrisa de Cheshire. —Eres inteligente,
Valentine. Eso me gusta. Quizá si me obedeces, te cuente
mi secreto—
—¿Siempre lo sabes todo?— pregunté, curioso.
Volvió a encogerse de hombros. —No. Pero a veces, sí—

10
Spoilers: es un anglicismo que se usa con el sentido de 'revelación de detalles de la trama
de una obra de ficción'.
11
Cliffhangers: es un recurso narrativo que consiste en colocar a uno de los personajes
principales de la historia en una situación extrema al final de un capítulo o parte de la
historia, generando con ello una tensión psicológica en el espectador que aumenta su deseo
de avanzar en la misma.
—¿Sabes si Sirena va a salir de ésta?—
Se lamió los labios y la miró. Una expresión de completa
adoración se dibujó en su rostro mientras la contemplaba.
Se me oprimió el pecho.
—Haré todo lo que pueda para traerla de vuelta. No tengo
límites—
—¿Pero estás seguro?—
—Sí—, susurró, sin dejar de mirarla, la adoración sustituida
por el hambre. —O nosotros moriremos en el intento—
No tenía ni idea de quién era el nosotros del que hablaba,
pero recé para que no incluyera mi cielo. Él y sus putas
alucinaciones o voces o lo que coño fuera que le
atormentaba podían irse directamente al infierno.
Arrugó las cejas y ladeó la cabeza. Sus palabras salieron en
un suave torrente. —Viene su familia. Viene Sully. Debemos
ser precavidos—
Le miré con el ceño fruncido cuando Cady entró en la
habitación, con una expresión hosca en el rostro. Su mirada
saltó entre Seth y yo, su rostro se transformó en uno de ira
mientras miraba abiertamente a Seth.
Antes de que pudiera hablar, Sully entró en la habitación
con su madre y su padrastro.
—Asher. Qué... agradable sorpresa—, me saludó Sully,
ofreciéndome una sonrisa falsa.
—Seguro—, murmuré, mirando a Sirena, que no se había
movido ni un milímetro y seguía mirando a la pared.
—Seth. Madre mía—, dijo su madre, acercándose a él
mientras se ponía en pie. —Hacía siglos que no te veía. Te
has convertido en un joven apuesto— Se detuvo frente a él
y le ofreció una sonrisa.
Él se la devolvió, y su actitud cambió por completo. —Ha
pasado demasiado tiempo—, dijo, con una sonrisa
encantadora en los labios. —¿Cómo estás?—
—Bien. Sobre todo. Preocupada por Sirena. El profesor Sully
dijo que estabas allí cuando la encontraron. ¿Puedes
decirnos qué pasó?—
Seth asintió, la sonrisa aún en su cara. —Un juego de
fantasmas en el cementerio que salió mal, me temo. Pero no
se preocupen. Se pondrá mejor. Me aseguraré de ello—
—Nos dijeron que te encontraron en el ataúd con ella—,
continuó su madre.
Seth asintió solemnemente. —No quería que se volviera loca
sola—
Los labios de su madre temblaron. —Ya. Bueno, vamos a
despedirnos de Sirena. Nos iremos un poco más tarde. El
profesor, quiero decir, el doctor Sully, ha creado un plan de
tratamiento para ella que hemos aceptado. Jerry, mi esposo,
piensa que es muy prometedor—
—Es una completa locura—, dijo Cady. —Y una mierda—
—Cadence, basta—, espetó Jerry, mirándola.
Ella le devolvió la mirada. Cruzó los brazos sobre el pecho y
lo miró con desprecio. Miré el intercambio, mi cuerpo tenso.
Sabía lo que Cady me había dicho sobre el imbécil. Le daría
una paliza si se le ocurría hacerle daño a ella también.
—¿Sirena se queda?— Pregunté.
—Sí. Estará aquí durante todo el tratamiento— Su madre
me ofreció una sonrisa temblorosa. —Tenemos muchas
esperanzas—
Asentí con fuerza. Puto Sully.
—Asher, tal vez sea buena idea salir de la habitación para
que la familia de Sirena pueda pasar un rato agradable con
ella. Seth, tú también—, dijo Sully.
Lo habría mandado a la mierda si la madre de Sirena no
estuviera en la habitación. En lugar de eso, me incliné hacia
ella, le di un suave beso en la mejilla y le susurré al oído:
—Te amo, cielo. Hasta pronto—
Seth enarcó una ceja y yo le respondí con el ceño fruncido.
Me siguió fuera de la habitación. En cuanto estuvimos en el
pasillo, habló: —Diles a los vigilantes que vengan a
despedirse de Sirena esta noche. Después de esta noche, no
toleraré que se metan en su vida. No hasta que hayamos
terminado—
—¿Hayamos terminado?— Me burlé de él. —Vete a la
mierda, Seth. En serio. ¿Qué crees que puedes hacer por
ella?—
—No soy Seth. Soy Manicomio—, dijo. —No confías en mí. Y
no deberías. Pero no puedes negar que la hice gritar. Si
puedo hacerla gritar, puedo hacerla hablar. Así que ten un
poco de fe, Asher. Todo sucede por una razón—
La ira se apoderó de mí, pero la reprimí. En lugar de eso,
metí la mano en el bolsillo y apreté el encendedor, el frío
metal me tranquilizó.
—No la toques, joder—, susurré. —No le hagas más daño.
Juro por todo lo que soy que te prenderé fuego mientras
duermes y te veré gritar si le haces daño—
Ladeó la cabeza hacia mí. —Nos encanta el sufrimiento,
¿verdad? Estamos enfermos. Retorcidos. Monstruos que no
merecen la vida, y mucho menos el amor. Sin embargo, lo
buscamos. Tal vez para seguir atormentándonos.
Fascinante, ¿no? Dime, Asher, si te ofreciera la oportunidad
de ayudarme a traerla de vuelta, ¿la tomarías? ¿Dejarías a
los vigilantes y te unirías a mí?—
Lo fulminé con la mirada. —Nunca dejaré a los vigilantes.
Igual que ella nunca nos dejará a nosotros—
—Ah, ¿pero cómo lo llamarás cuando esté enterrado dentro
de sus cálidos y húmedos confines y ella se aferre a mí?
¿Cuándo ella se venga para mí?—
No pude soportarlo más. Mi puño chocó contra su cara,
haciéndolo retroceder, con la sangre goteando del corte en
su labio. Lo fulminé con la mirada, mi cuerpo temblaba
mientras él se enderezaba y soltaba una carcajada que me
estremeció hasta la médula.
—Ese es el puto espíritu, Valentine. Eso es lo que quería—
—Eres un enfermo y puto retorcido. Si la tocas, te mataré,
Cain. Es una puta promesa—
Sus ojos azules brillaron, haciendo que mi ira hirviera con
más fuerza. Nada molestaba a aquel imbécil. De hecho,
parecía disfrutar con mi arrebato de violencia. En lugar de
darle lo que quería, retrocedí. Sabía que si no me iba,
quemaría todo el lugar y me llevaría a Stitches y a Sirena
mientras dejaba que el mundo gritara.
—Nos vemos, Valentine—, me llamó Manicomio mientras
me daba la vuelta y me alejaba furioso. —Lo dije en serio.
Esta noche. Despídete—
No dije nada mientras me alejaba.
A la mierda Seth Cain. O Manicomio. Quien carajo fuera.
10.
CHURCH

No podía concentrarme en clase en todo el día. El hecho de


saber que mi hermano estaba internado en un psiquiátrico
y que mi chica tenía problemas me ponía de los nervios.
Sabía que Ashes había ido a verla y que había visto a
Stitches. No había vuelto a saber nada de él, lo cual suponía
que era bueno, porque ninguna noticia era buena. Al menos,
eso esperaba.
El hecho de que nuestro grupo se estuviera reduciendo me
tenía impaciente por averiguar qué demonios estaba
pasando. Sabía que Stitches siempre andaba con pies de
plomo con su cordura, pero nunca pensé que haría lo que
había hecho. Me rompió el maldito corazón. Era mi
hermano, aunque sólo fuera por adopción. Habíamos
pasado por demasiadas cosas como para que intentara
abandonarme así.
Y Espectro... Maldita sea.
—Dante, ¿puedes subir y leer tu historia corta?— La
Hermana May interrumpió mis pensamientos
malhumorados.
La miré con el ceño fruncido. —No he escrito ninguna—
Parpadeó como si fuera estúpida y no entendiera lo que le
había dicho.
—Hay que entregarlo hoy—, dijo finalmente mientras la
clase permanecía en silencio.
Supuse que estaban esperando a que explotara. —Vale. Y
yo no la he hecho—, repliqué.
Ella frunció el ceño y me estudió durante un momento.
Finalmente, forzó una sonrisa en su cara bonita y pasó a
Melanie, que estaba demasiado ansiosa por saltar y leer una
historia sobre una chica que era hermosa pero ignorada.
La mierda tenía que ser sobre ella, aunque yo habría omitido
la parte hermosa. Hasta su alma era fea. No es que fuera
alguien para hablar. La mía no era mucho mejor en el gran
esquema de las cosas. Había asesinado antes. Había hecho
un montón de mierda en mi vida.
Me resultaba extraño que lo único que lamentaba
últimamente no fueran los asesinatos, sino el hecho de no
haber estado con mi espectro cuando la metieron en aquel
puto ataúd. Habría matado a quienquiera que le hubiera
hecho eso. Empezaba a dudar de que Seth hubiera actuado
solo. No había forma de que hubiera podido levantar esa
pesada tapa de piedra para cerrarla sobre ellos. No desde
dentro del ataúd.
Planeaba averiguar cuál de sus amigos sanguijuelas lo
había ayudado. Luego los castigaría en consecuencia. Puede
que acabara destripando a quienquiera que fuera en el
bosque, como hacía con todos los animales que tenían la
desgracia de cruzarse en mi camino. Me estaba volviendo
bastante bueno tallando.
Terminaron las clases y me puse en pie, caminando hacia el
pasillo, sin que los alumnos, como coño se nos llamara, me
hicieran caso.
Vi a Bryce en el pasillo y me fijé en él.
Se quedó inmóvil cuando se dio cuenta de que me dirigía
directamente hacia él.
—Hola, Church—, me saludó con la mirada, como si
cualquiera de los imbéciles que nos rodeaban pudiera
salvarlo si yo decidía que se le había acabado el tiempo.
—Sirena no está bien—, dije, ignorando las construcciones
sociales adecuadas para ir al puto grano.
La tristeza se dibujó en su rostro. —Lo sé. No me dejan verla.
He intentado...—
—¿Estabas allí? ¿La noche que ocurrió? No me mientas.
Necesito la verdad—
Parpadeó. —¿Qué? No—
Le miré y vi el miedo y la honestidad en su cara. —¿Así que
no sabes quién ayudó a Seth a meterla en ese puto ataúd?—
—¿Entonces es verdad?— Le temblaba la voz.
Asentí con fuerza. —Alguien la atrajo al cementerio y la
metió en la puta tumba del mausoleo con Manicomio. En
realidad no habla de si tuvo ayuda. Pero me inclino a creer
que la tuvo. No hay forma de que ella fuera allí con él sola.
Tuvo que ser alguien que conocía. Alguien en quien
confiaba—
—Juro que no fui yo. Nunca le haría eso. Nunca—, dijo
Bryce con fiereza.
Volví a estudiarlo. —Consígueme información. Siempre
estás en la oficina trabajando. A ver si averiguas qué ha
pasado. Si llega algo a la mesa de Sully. Si alguien habla...
quiero saberlo todo—
—Haré todo lo que pueda—, dijo uniformemente. —Y si
averiguo quién le hizo esto, espero que se lo hagas pagar—
Sus palabras me sorprendieron. Bryce siempre me había
parecido un tipo no violento, pero descubrir que quería
castigo y retribución tanto como yo era algo que no
esperaba. Sabía que Sirena y él estaban unidos -demasiado
unidos para mi gusto-, pero si pensaba así, no tenía motivos
para sospechar de él. Bryce era un tipo inteligente. Fácil de
leer la mayor parte del tiempo. Estaba enfadado por ella.
Bien. Con suerte, nos llevaría a alguna parte.
—Ya están muertos—, dije antes de retroceder.

—Dijo que teníamos que despedirnos esta noche. Que él se


hacía cargo— Ashes me miró fijamente mientras me sentaba
en mi silla en la sala de estar más tarde esa noche.
Sin estaba en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas
y la mirada fija en el suelo.
Controlé mi respiración para no perder la cabeza ante las
palabras de Ashes.
—¿Así que ya está? ¿Lo hacemos?— preguntó Ashes, con
voz suave mientras me lanzaba una mirada desesperada
desde su lugar junto a Sin.
Exhalé, odiando que estuviera dolido. Que todos lo
estuviéramos. Y Stitches...
Joder, mi hermano.
—Ahora mismo no tenemos elección—, dije. —No hasta que
averigüemos qué pasó esa noche. No hasta que él decida
devolvérnosla. Es peligroso, y no necesitamos que la
castiguen porque no pudimos cumplir nuestra parte del
trato—
Ashes asintió morosamente.
—¿Sin?— exclamé.
Me miró lentamente.
—No has dicho una mierda sobre nada de esto. ¿Te
importaría opinar?—
Guardó silencio un momento antes de hablar: —Creo que
hemos perdido. Creo que estamos haciendo lo correcto—
—Por supuesto que sí—, dijo Ashes con amargura.
Sin suspiró. —Les dije que era una mala idea desde el
principio. Y tenía razón. ¿Y ahora qué? Todo el mundo tiene
el corazón roto, y Stitches intentó suicidarse. ¿Ven adónde
nos ha llevado toda esta mierda?— Sacudió la cabeza.
—Sirena Lawrence será nuestra muerte. Si queremos vivir,
la dejaremos ir—
—Díselo a Stitches—, espetó Ashes, fulminando a Sin con
la mirada.
La tristeza bañó su rostro y no dijo nada más, optando por
volver a su fascinación por el suelo.
Así que esto era todo.
—Así que nos despedimos de ella esta noche. Quizá por
algún milagro vuelva con nosotros—, dije en voz baja. —Y
entonces podrá contarnos lo que realmente pasó—
—¿Y si empeora?— preguntó Ashes, con los ojos inyectados
en sangre por intentar no llorar.
—No lo hará—, dije. —Confío en que aún esté dentro y
vuelva—
Sin suspiró y miró por la ventana, con un músculo vibrando
a lo largo de la mandíbula.
—Y cuando vuelva, Sin podrá decirle lo que siente de
verdad—, terminé, mirándolo fijamente.
Me miró, con tristeza en el rostro. También había algo más
en él que no terminaba de comprender, pero, sinceramente,
no tenía tiempo para ello. Teníamos que ver a Sirena y
aprovechar estos últimos momentos. Teníamos que ver a
Stitches.
Ya nos ocuparíamos de lo que fuera que Sin tuviera entre
manos más tarde.

Estaba tumbada en su cama, mirando al techo, con sus


bonitos ojos desorbitados concentrados en algo que sólo ella
podía ver. Hoy me parecía más pequeña.
Sus padres estaban hablando con Sully y el Dr. Conrad.
Cady acababa de darle de comer, lo cual, por lo que yo había
visto, era un calvario porque les costaba mucho conseguir
que abriera la boca, masticara o tragara.
—¿Comió lo suficiente?— pregunté, mirando la taza de
pudín a medio comer sobre la mesa.
—No—, dijo Cady, suspirando. —Pero comió más que en el
almuerzo, así que eso es un progreso. Están hablando de
ponerle una sonda de alimentación—
Ashes se estremeció ante las palabras de Cady y se sentó
junto a Sirena. Le besó la mano y le susurró cosas que no
pude oír.
Sin estaba de pie en el borde de la habitación, con los ojos
fijos en cualquier sitio menos en Sirena, con las manos
hundidas en los bolsillos de los pantalones del uniforme.
—¿Van a hacerlo?— Pregunté, odiando la idea de que le
echaran más mierda encima.
—Tal vez. El Dr. Conrad dijo que veríamos si empezaba a
comer más esta semana antes de hacerlo. No quieren seguir
alimentándola a la fuerza—
Miré a Ashes, que seguía agarrando su mano como un
salvavidas.
Joder... vamos, espectro. Vuelve...
—Nos vamos esta noche—, continuó Cady. —Yo no quiero
ir, pero mi madre firmó los papeles. Sirena estará sola.
Tengo... tengo miedo. Dante.—
Dirigí mi atención hacia ella.
—¿Te asegurarás de que está bien? Seth estaba aquí con
ella. No dejaba de mirarla. Se enfadó cuando no quise salir
de la habitación. No confío en él—
—Yo la cuidaré—, murmuré. —Nadie le hará daño mientras
yo esté a su lado—
Dejó escapar un suspiro. —Vale. Yo-yo intentaré volver
pronto. Dejarla me revuelve el estómago. Mamá ya se
despidió. Jerry el puto fideo ni siquiera la miró dos veces.
Se supone que debo irme ahora. Yo-yo sólo...— Su voz se
entrecorta. —Sólo manténgala a salvo. Es mi única familia
ahora que mamá está del lado de Jerry—
Asentí con la cabeza y vi cómo se acercaba a Sirena y le
besaba la frente, murmurando palabras de amor y
prometiéndole que la mantendríamos a salvo.
Miré a Sin. Estaba concentrado en las hermanas, con el
ceño fruncido.
Me miró y apartó la vista.
Estaría a salvo porque descubriría quién había ayudado a
hacerle daño y lo pagaría.
11.
ASHES

Cady se fue con su madre y su padrastro, pero no sin antes


darme su número de móvil para que pudiera seguir en
contacto con ella sobre Sirena. Church y Sin salieron de la
habitación para que yo pudiera quedarme a solas con
Sirena.
Saber que tenía que despedirme me estaba rompiendo el
corazón. Se me rompió aún más cuando me di cuenta de
que Stitches no tendría la oportunidad, ya que estaba
encerrado sin visitas por ahora.
Mal momento, joder.
Esperaba que no lo hiciera peor.
—Cielo—, murmuré, cogiéndole la mano. —Tengo que irme.
No quiero dejarte, pero Seth ganó. Como fue capaz de
hacerte gritar, te ganó de nosotros. La cagamos haciendo
esa apuesta con él. Nuestros egos fueron más grandes que
nuestros corazones, y por eso lo siento mucho. Siento que
estés pasando por esto. Siento que tengas miedo. Siento no
poder estar aquí. Yo sólo... por favor, vuelve. Dinos lo que
realmente pasó. Verte así nos está matando a todos.
Stitches te envía su amor. Te necesita tanto—
Me lamí los labios mientras memorizaba sus rasgos.
Quieta como una muñeca. Perfecta como una también. Ella
siguió mirando al techo.
—¿Puedo besarte, cielo?— susurré, poniéndome de pie para
inclinarme sobre ella.
No se movió. No me contestó. Suspiré y acuné su cara
mientras me inclinaba y presionaba mis labios contra los
suyos, besándola lenta y suavemente.
Ella no me devolvió el beso.
Apoyé la frente en la suya cuando me separé.
—Estás ahí dentro. Sé que estás ahí. Por favor. Encuentra
la salida. Encuentra el camino de vuelta a mí. A nosotros.
Pensé que éramos fuertes, pero sin ti, no lo somos. Esto nos
está rompiendo—
Me separé de ella y me limpié los ojos.
¿Cómo era posible enamorarse de alguien tan rápido?
Porque has esperado toda una vida por ella.
Tomé su mano entre las mías y volteé la palma hacia arriba.
Tracé suavemente unas letras en ella.
Te amo.
—Te esperaré, Sirena—, dije, con las lágrimas resbalando
por mis mejillas. Me las limpié y le solté la mano. —Todos lo
haremos—
Salí de la habitación, obligándome a no volver a mirarla.
—¿Estás bien?— me preguntó Church cuando salí al pasillo
y volví a limpiarme los ojos.
Asentí con la cabeza, con un nudo en la garganta. No quería
llorar. No quería, maldita sea.
Miré a Sin. Me devolvía la mirada con las cejas fruncidas.
Rápidamente se dio la vuelta.
—Sin, ve a despedirte de ella—, dijo Church bruscamente.
—Estoy bien—, murmuró Sin.
—Entra ahí, joder—, gruñó Church antes de que yo pudiera
decirle lo mismo. —Te juro por Dios, Sinclair, que me estás
poniendo los nervios de punta—
Sin me miró antes de cerrar los ojos un momento para
serenarse y volver a abrirlos.
—Puede que nunca tengas otra oportunidad—, dije
suavemente. —Así que si hay algo que quieras decirle, hazlo
ahora—
No dijo nada, pero al cabo de un momento nos empujó y
entró en su habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Me acerqué a Church. —Será bueno para él—
—Eso espero. Ahora sólo estamos tú y yo—
Tenía razón. Stitches estaba en cama. Sin estaba teniendo
una guerra interna. Todo realmente era sólo yo y Church en
este momento.
—Hemos pasado por cosas peores—, dije.
—Siempre hemos salido adelante. No soy grande en la fe,
Asher, pero creo que es todo lo que tenemos en este
momento — Sus ojos verdes brillaban con su tristeza.
—Averiguaremos quién ayudó a hacerle esto—, dije, con la
voz baja, mientras le devolvía la mirada.
—Y luego castigaremos al hijo de puta—
—O lo mataremos—, terminé.
Un destello de oscuridad brilló en los ojos de Church. —O
lo mataremos. Conozco un buen escondite para los
cuerpos—
—Yo conozco uno mejor—, susurré, mirando la puerta
cerrada de la habitación de Sirena. —No puedes encontrar
un cuerpo cuando es ceniza en el viento—
Church rió suavemente y me dio una palmada en el hombro.
—Manos a la obra, hermano—
Manos a la obra, joder.
12.
SIN

Me acerqué a su cama, con el corazón en la garganta. Lo


último que quería era estar en la puta habitación con ella.
Pero era el único lugar en el que también quería estar.
Odiaba los sentimientos que seguían chocando entre sí en
mi pecho. Oír su voz llamándome Pecaminoso se repetía en
mi cabeza. Era mi propio infierno silencioso mientras
luchaba con los demonios de lo que le había hecho.
Sabiendo que yo era la razón por la que ella sufría más
ahora, encerrada en una prisión pasando por sólo Dios
sabía qué.
Y si Dante y los chicos se enteraban... bueno, era seguro
decir que tendría un montón de nuevos problemas con los
que lidiar.
Me senté en la silla junto a su cama. Ella miraba al techo.
No se movía. Su pecho subía y bajaba, pero si no pudiera
verlo con mis propios ojos, pensaría que estaba muerta. Sus
ojos, que antes habían sido tan vibrantes, ahora estaban
apagados y sin vida.
—Te he roto—, susurré. —Joder, Siren—
Se estremeció al oír mi voz.
Me lo merecía. Si salía de esta, nunca tendría una
oportunidad con ella.
No quieres una. No la mereces. Mira lo que pasa cuando amas
a alguien.
Amor.
Apenas la conocía.
Pero joder, sentía algo que no podía negar.
Algo que me desesperaba y aterrorizaba.
Algo que me hizo hacer estupideces de las que sabía que no
podría volver. Desde el momento en que la vi por primera
vez, supe que estaba en problemas.
Parpadeé para contener las lágrimas.
¿Qué mierda, Sinclair?
Cogí su mano, tanteando cuando me di cuenta de lo fría que
estaba.
—Estoy jodido—, susurré. —Siren. Yo-yo cometí un error.
Ahora me haces sufrir. Sólo quiero que esto termine. No
quiero que sufras. Joder, no quiero. Yo-yo desearía poder
volver atrás en el tiempo. Ojalá pudiera cambiar las cosas
que he hecho. Soy un pecador, y tú eres una santa. Tengo
miedo, Siren. Estoy jodidamente aterrorizado— Exhalé, las
lágrimas resbalando por mis mejillas. —Pero aceptaré
cualquier castigo que consideres adecuado para mí porque
sé que me lo merezco. ¿Es así como lo vas a hacer? ¿Irte y
hacernos daño? ¿Haciéndome testigo del dolor que he
causado?—
Me levanté y me incliné sobre ella.
Su respiración se aceleró.
—¿Qué hago?— Me ahogué. —Siren. Por favor—
—Pecaminoso—, susurró con esa vocecita tan dulce.
—Siren—, respondí con fuerza. —Castígame. Por favor,
castígame y sácame de mi miseria—
—Pecaminoso—, volvió a decir.
—Sí—, le susurré. —Soy Pecaminoso. Soy un monstruo—
Me llevé su mano fría a los labios y la besé. Mis lágrimas
gotearon sobre sus nudillos. Lloriqueé mientras la miraba
fijamente antes de ponerle la mano en el estómago e
inclinarme hacia ella.
Con suavidad, pasé mis labios por los suyos.
—Siren,— dije suavemente contra sus labios. —Por favor.
Sácame de mi miseria—
No sabía lo que quería decir con mi súplica. Sólo sabía que
quería que terminara. Quería liberarme de la culpa y el
arrepentimiento. Quería ver sus ojos grandes y luminosos
mirándome desde el lado de Church. Quería abrazarla,
saborearla y decirle cuánto sentía haberlo estropeado todo.
En lugar de eso, mis lágrimas se derramaron sobre su piel
fría como la porcelana mientras apretaba más mis labios
contra los suyos, con la desesperación inundándome con la
esperanza de que se despertara y me diera una bofetada en
la cara.
Pero nada.
Permaneció inmóvil debajo de mí.
Me separé de ella y le limpié suavemente las lágrimas de la
cara.
Y una lágrima solitaria se deslizó por el rabillo de su ojo. El
corazón se me paró en el pecho.
Ella estaba allí.
Estaba luchando. Lo estaba intentando.
Tragué grueso y me alejé de ella.
—Esperaré tu regreso—, dije en voz baja. —Esperaré mi
castigo—
Volví a secarme los ojos y salí de la habitación.
Ahora la vida sería más dura.
Pero no podía culpar a nadie más que a mí mismo.
13.
CHURCH

Sin no se detuvo.
Nos empujó al salir de su habitación y se dirigió al vestíbulo
sin mirar atrás.
—Está luchando—, murmuró Ashes.
Asentí con la cabeza. —Lo está, pero no es excusa para ser
un cretino. Todos tenemos problemas—
Ashes no dijo nada, pero exhaló un suspiro. —Iré a hablar
con él. Nos vemos en casa, ¿vale?—
—Sí—, dije, viéndole irse.
No sabía qué coño hacer con Sin. Siempre se dejaba llevar
por sus emociones, o la falta de ellas. Nunca había estado
tan mal. No necesitaba decirme que le importaba, porque vi
cuánto le importaban sus reacciones a todo esto.
Nunca se le habían dado bien los conflictos emocionales.
Claramente, esta no era la excepción.
Sin embargo, no podía lidiar con su mierda ahora. Tenía
una última noche para ver a mi espectro, y no iba a
desperdiciarla obsesionándome con una mierda que no
podía arreglar para Sin.
Entré en su habitación y cerré la puerta tras de mí antes de
arrastrar una silla y bloquear el picaporte.
Si sólo me quedaba una última noche con ella, no iba a ser
molestado.
Me acerqué a su cama y la miré fijamente. Su mirada estaba
fija en el techo.
—Hola, espectro—, la saludé suavemente. Me incliné y rocé
con mis labios su fría mejilla. —Hoy te he extrañado—
Me instalé en la silla junto a su cama y la cogí de la mano.
—No escribí un trabajo para la hermana May. Intentó
llamarme la atención en clase y apenas reaccioné. Eso tiene
que significar algo, ¿no?—
Ella no me respondió. No como esperaba que lo hiciera.
—No sé si alguien te lo ha dicho ya. Pero Stitches no vendrá
de visita pronto. Se hizo daño. Intentó ahorcarse en su
armario porque acepté que Seth ganara—, se me quebró la
voz. —En realidad no creo que haya ganado, nena, pero no
tengo ninguna prueba con la que luchar contra él. Lo único
que sé es que te oí gritar mi nombre. Pero no fui yo quien te
hizo gritar. Fue él. Así que al vencedor va el botín—
Me quedé callado mientras me sentaba a su lado, mirando
por la ventana cómo el sol dejaba paso al horizonte y caía la
noche, con mi mano enredada firmemente en la suya.
La extrañaba, joder. Me carcomía el alma. El corazón. Mi
puta mente. Y ésta era mi última noche con ella.
Sabiendo que no sería capaz de tocarla. Besarla. Follarla de
nuevo.
Ella tenía que estar ahí. Tenía que volver a mí.
Las ideas se arremolinaban rápidamente en mi cerebro
mientras intentaba dar con una última idea para arreglar
esto. Para que siguiera siendo mía.
Finalmente me decidí por una.
Me levanté y la miré fijamente.
Con cautela, extendí la mano y le bajé las mantas por el
cuerpo, luego le pasé la mano por el muslo sedoso. No se
movió.
Dejé que mi mano subiera hasta llegar a sus bragas. Con
suavidad, rocé con los dedos el calor que desprendía el
algodón, y la verga se me puso dura dentro del pantalón.
Ella no reaccionó a mi contacto.
Vamos, Dante. Ella está ahí. Oblígala a salir... Es tu última
oportunidad.
Le levanté la bata y dejé al descubierto sus pechos
desnudos. Me incliné y besé los suaves montículos,
chupando y mordisqueando a medida que avanzaba.
Cuando llegué a un capullo rosado y lleno de puntitos, lo
succioné suavemente y lo rodeé con la lengua antes de pasar
al otro.
Ella seguía sin decir nada.
La ira empezó a corroerme.
Ella me amaba. Lo sabía.
Le bajé las bragas por los muslos, le separé las piernas y me
subí a la cama. Me acomodé entre sus piernas y lamí su
centro caliente. Ella se estremeció bajo mi lengua, lo que me
hizo ansioso por obtener más de su reacción.
Lo hice una y otra vez, escuchando cómo su respiración se
aceleraba. Pasé la lengua por su clítoris antes de chuparlo
y mordisquearlo, repitiendo todos mis movimientos hasta
que el calor fluyó desde su bonito coño rosado hasta mi
lengua.
Sus labios se abrieron y gimió suavemente.
Ahí estaba.
Una reacción.
Me bajé la cremallera y me acaricié la verga mientras la
miraba fijamente. Ella seguía mirando al techo.
Algo se apoderó de mí. El deseo de follarla así. De hacer que
me recordara. De hacerla gritar mi nombre otra vez. De
obligarla a volver a mí.
Recorrí su coño con mi verga, recogiendo su desahogo en la
cabeza.
Exhalé, con los ojos fijos en su cara bonita.
Empujé hasta el fondo de su calor.
Su respiración se entrecortó, sus ojos titubearon.
Sí. Joder, sí.
Forcé la entrada hasta enterrarme por completo en su
interior. Me incliné sobre su cuerpo, besando sus labios y
su cuello, con mis embestidas en su coño perfectamente
sincronizadas.
Más rápido. Más rápido. Su cuerpo se sacudía bajo el mío
mientras la follaba. Le hacía el amor. Desesperado por
traerla de vuelta a mí.
—Vamos, espectro—, ahogué, mirando su cuerpo sin vida.
—Nena, por favor. Vuelve conmigo. Por favor, joder, no me
dejes—
Dios, estaba tan apretada.
Suspiré, saboreando su calor. Joder, estaba desesperado.
—Espectro. Nena. Vuelve. Vuelve conmigo—, ronroneé
antes de besarla de nuevo.
Joder, nada.
No. No. ¡NO!
Empujé con más fuerza dentro de ella, follándola duro y
rápido, con mi rabia contra el mundo apoderándose de mí.
Sabía que si estuviera en su sano juicio, lloraría por mí
porque no estaba siendo amable. El golpeteo de nuestras
pieles llegó a mis oídos junto con mi respiración agitada y
sus suaves jadeos.
—No puedes dejarme, joder—, dije, con los ojos ardiendo
mientras las lágrimas se deslizaban por mis pestañas hasta
sus pálidas mejillas. —No voy a dejar que me dejes, Sirena—
Mi liberación llegó a su punto álgido, haciéndome gemir
suavemente. Me salí de ella y me corrí en su coño,
mordiéndole el pecho y marcándola mientras me
descargaba en su núcleo, sabiendo que la había excitado
también por la forma en que se estremecía bajo mí.
Balanceé mi cuerpo sobre el suyo un momento antes de
incorporarme y mirar el desastre que había hecho, con mi
semen brillando en su raja y sus muslos.
Extendí la mano y se la restregué por la piel, deslizando los
dedos por el desastre y empujando parte de él hacia su
interior. No la limpié. Simplemente le subí las bragas para
que un poco de mí se filtrara en su piel como ella se había
filtrado en mi alma.
En unos instantes, la tenía vestida y cubierta y mi polla
guardada.
El orgasmo había sido uno de los mejores de toda mi vida.
Debería haberme sentido culpable, pero todo lo que sentí
fue aflicción.
Aflicción por no haber podido traerla de vuelta. Ella seguía
mirando al techo.
—Te has ido, ¿verdad?— Susurré, acariciando su mejilla.
—Me dejaste, ¿verdad?— Me mordí un sollozo. —Todo el
mundo me deja. ¿Pero sabes qué, espectro?—
Me incliné y acerqué mis labios a su oreja, mis lágrimas
cayendo sobre su pelo. —Nunca te dejaré. Eres mi amor. Mi
puta obsesión. Y la próxima vez que me dejes, iremos juntos
en bolsas para cadáveres. Te lo prometo, joder—
Apreté mis labios contra los suyos en un beso fuerte y
profundo antes de romperlo, con el corazón oprimido y lleno
de agonía antes de separarme de ella para poder irme.
Cuando llegué a la puerta, la abrí y aparté la silla antes de
detenerme y volver a mirarla.
—Vuelve a gritar mi nombre, espectro. Entonces lo sabré.
Sabré que estás lista para volver a casa conmigo—
Y con eso, abrí la puerta y la atravesé, dejando un trozo de
mi corazón para que ella se ocupara de él.
14.
SETH

Conocía el plan. El tratamiento. La maldita cura.


Y no era nada que Sully tuviera en mente.
No realmente.
Puede que nos haya dado la habilidad de acercarnos a ella,
pero éramos nosotros los que teníamos el puto poder. Sólo
que él aún no lo sabía.
Vi cómo la traían a la habitación en una silla de ruedas. Su
pelo negro estaba lacio y había que cepillárselo. Unas ojeras
rodeaban sus ojos hipnotizadores. Su piel era más pálida de
lo que recordaba.
Y mi corazón... se aceleró en mi pecho al verla.
Mi Rinny.
—Quiero que te metas en su cabeza. Ya la hiciste gritar
antes. Sé que puedes hacerlo de nuevo. Cada día tendrás
una nueva tarea que completar con ella. Hazlo bien y podrás
jugar otro día. Si lo haces mal, lo haré yo—, dijo Sully con
voz suave y peligrosa. —Espero que no tengas éxito en
todas—
La forma en que lo dijo me erizó la piel.
Se acerca su hora...
Mantenlo con vida hasta que nos enterremos en su mente tan
profundamente que ella nunca será capaz de escapar de
nosotros.
Rómpela. Rómpela y haz de su mente tu nuevo hogar.
Sálvala. Ella necesita que la salves, tú puto monstruo.
¡Cuánto puto ruido!
Inspiré profundamente y crují el cuello, dejando que las
voces se desvanecieran.
Sully me entregó un papel.
Los guardias levantaron a Sirena de la silla de ruedas y la
sentaron en la silla de terciopelo rojo de la habitación
lujosamente decorada. Definitivamente, aquí no hay
ambiente de hospital. Nada de manicomios con paredes
acolchadas y luces tenues. Observé el espacio. Era... una
habitación roja y negra. Los colores eran oscuros y cálidos.
Había estanterías llenas de libros en toda una pared. Había
una chimenea, un sofá y un cuarto de baño. Una mesa y
dos sillas. Una zona para sentarse donde habían puesto a
Sirena. Alfombras gruesas y afelpadas.
Y sin ventanas.
Interesante.
Nunca había visto esta habitación. Aunque parecía cómoda,
sabía que era cualquier cosa menos eso. Estaba pensada
para relajar al paciente. Pero este no era un lugar para
sentirse cómodo. Era un lugar para gritar sin ser
escuchado.
Una tumba más grande para mí y Rinny.
Miré el papel que Sully me había entregado. La tarea estaba
escrita en él.

Hacer que recuerde su infancia. Empezar desde el principio.

¿Cómo sabrían si la hice recordar?


Mi segundo pensamiento fue que no me gustaba la idea de
que nadie escuchara nuestros recuerdos especiales porque
sabía que Sully estaría escuchando. Probablemente
también observando.
No dije nada, no quería darle ideas sobre mis sentimientos.
—Pasarás el día con ella—, dijo Sully suavemente. —Tienes
hasta esta noche con ella. No me falles. Si lo haces, le fallas
a ella. No queremos eso, ¿verdad?—
Permanecí en silencio hasta que salió de la habitación con
los guardias y cerró la puerta tras de sí.
Lentamente, me acerqué a ella, preguntándome si me
respondería.
Sus ojos siguieron fijos en un punto mientras me arrodillaba
frente a ella.
—Rinny—, murmuré, a la altura de sus ojos.
Me atravesó con la mirada.
—¿Sabes quién soy?
Un pequeño gemido salió de sus labios.
Sabía quién era.
Claro que lo sabía. Nunca podría olvidarlo. Siempre te amó.
Nada había cambiado. Excepto su miedo.
—¿Tienes miedo?— pregunté, acercándome a ella.
Ella se balanceó lentamente en su asiento, un suave tarareo
se deslizó por sus labios.
Nuestra canción.
Está tarareando nuestra canción.
Tarareé con ella mientras seguía meciéndose.
—Oh, Rinny—, murmuré mientras la miraba.
Mi bonita princesita estaba destrozada.
Pregúntale por la primera vez que se conocieron.
Pregúntale si se acuerda de lo que vestía.
Pregúntale si recuerda la primera vez que la hiciste gritar
jugando al escondite.
Pregúntale si se acuerda de las luciérnagas...
Sacudí la cabeza, deseando que se acallaran los ruidos
antes de hablar.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos?—
No contestó. Miré a mi alrededor y vi una otomana, así que
me levanté y la cogí, colocándola frente a ella para poder
sentarme. Tomé sus manos frías entre las mías. No quería
que ese cabrón oyera nuestros recuerdos. Odiaba a Sully.
Tendrá su merecido cuando recupere a nuestra niña para
siempre.
Me lamí los labios y me incliné para apoyar la frente en la
suya. Empecé a relatar nuestro recuerdo.
Nuestro.
No de Sully. Estos recuerdos nos pertenecían a nosotros y
sólo a nosotros.
Este era nuestro circo. Mi puto espectáculo ahora.
E íbamos a divertirnos muchísimo antes de llegar al evento
principal.
15.
SIRENA

Conocía su voz, y conocía sus pecados. En esta oscuridad


en la que estaba encerrada, él era una plegaria traicionera
que yo gritaba en silencio. Él era todo lo que yo sabía temer.
Un ángel con alma de diablo y el amo de mi terror.
Yo lo conocía.
Manicomio.
—Seth—, dijo en voz baja, su voz profunda enviando una
corriente de miedo a través de mi cuerpo. —Rinny. Soy Seth.
Tu mejor amigo. Te veo escondida ahí dentro. Sal y juega,
niña bonita. He estado esperando desde siempre.—
Seth. ¿Mi mejor amigo?
Seth se había ido.
No. Era mentira.
Seth me hizo daño.
—Soy tu Seth. ¿Me recuerdas? Por favor, recuérdame. Nos
conocimos cuando teníamos cuatro años. ¿Recuerdas qué
llevabas puesto ese día? Recuerda—
Había calor en mis muslos.
Sus manos.
Él me estaba tocando.
Arriba y abajo, me frotó las piernas. Lentamente.
Tiernamente.
—Un vestidito amarillo que se te ataba a los hombros con
lazos. Tu pelo negro era largo. El más largo que jamás había
visto en nadie. Lo llevabas en trenzas gemelas por la
espalda. Y tus ojos... Tus ojos eran la aurora boreal. Tan
brillantes y coloridos. Pensé que eras mágica, Rinny. Pura
magia hecha sólo para mí.—
Exhalé.
Me acordé de eso.
Él me había preguntado si yo era mágica.
Su pelo oscuro y sus ojos azules también me habían
hipnotizado. Era más grande que yo. Más alto. Más fuerte.
Cogió mi muñeca y me hizo perseguirlo cuando no le
respondí.
—Dejaste que me la quedara—, me llamó su voz a través de
la niebla. —La muñeca que cogí. Todavía la tengo. Me
gustaría enseñártela cuando estés mejor. Está en mi
habitación—
Hubo silencio por un momento mientras permanecía
encerrada en mi lugar seguro.
—Rinny—, llamó la suave voz de Seth. —¿Quieres salir a
jugar conmigo? Hace tanto tiempo que no jugamos juntos—
Seth...
—¿Nos recuerdas? Mejores amigos. Íbamos a casarnos
algún día. Eras mi princesa pirata. Yo te rescaté. ¿No te
acuerdas?—
Mi pecho se sentía pesado.
Él me salvó.
Pero...
No podía respirar. ¡No podía respirar, joder!
El mundo temblaba. Mi cuerpo temblaba.
Ayúdenme, por favor. Esto está muy oscuro. Tengo miedo.
¡Seth, tengo tanto miedo!
—Vamos, dulce niña—, arrulló. —Soy yo. Tu Seth. Deja que
te cuide. Vamos a jugar a piratas y princesas otra vez. Esta
vez, estás atrapada en un castillo porque tu malvado
padrastro te robó. Y hay un mago cruel que quiere hacerte
daño. Venimos a salvarte. Sólo tienes que ayudarme a
encontrarte. Déjame encontrarte, Rinny—
Mi corazón latió más rápido.
Estaba atrapada.
Estaba oscuro aquí.
Asustaba.
Quería irme a casa.
Por favor, déjenme ir a casa.
No podía encontrar la salida.
Seth. Seth. ¡SETH! ¡AYÚDAME!
—¿Dónde estás, Rinny?— su voz se hizo urgente mientras
mi pecho se oprimía. —Vamos. Estás justo ahí. Sal.—
Tenía frío aquí. Mucho frío. ¿Por qué no había calidez aquí?
Seth maldijo en voz baja a través de la oscuridad.
Todo quedó en silencio mientras jadeaba.
—¿Recuerdas cuando ahorrábamos dinero y mi madre nos
llevaba de paseo? Iba de compras y nos dejaba sentarnos en
la heladería. ¿Te acuerdas de eso, Rinny? Te encantaba el
helado de fresa. Le ponían sirope de chocolate. Montones de
crema batida. Chispitas. ¿Recuerdas que siempre me dabas
la cereza que ponían encima?—
Él abría la boca y yo intentaba meterle la cereza. Siempre la
cogía, aunque yo tenía muy mala puntería. Se reía y me
decía que algún día mejoraría.
Lo extrañaba.
¿Era esto real?
—Estoy aquí—, dijo en voz baja. —Ven a buscarme. Es como
aquella vez que jugamos al escondite en tu casa. Siempre te
escondías en la ducha. Cuando te pregunté por qué nunca
te escondías en el armario, me dijiste que porque había
monstruos dentro—
Esperó un momento antes de continuar: —No tienes que
tener miedo de los monstruos, Rinny. No dejaré que ninguno
de ellos te haga daño jamás—
Me ardían los ojos. Tenía la cara húmeda. No podía secarme
las lágrimas porque me pesaban demasiado los brazos.
Estaba demasiado débil. Demasiado cansada. Demasiado...
ida. Atascada. Rota. Aterrorizada.
—Rinny, los monstruos están aquí, y tú estás atrapada en
el armario. Puedo verte, pero no puedo llegar a ti. Necesito
que me ayudes esta vez. No puedo salvarte si tú no puedes
ayudarme—
Continuó relatando historias de nuestros tiempos más
felices. Los recuerdos aparecían y desaparecían, y cada
historia me desesperaba por encontrarlo en la oscuridad y
aferrarme a él. Suplicarle que me salvara. Que me dijera que
sólo había vivido una horrible pesadilla.
—Rinny—, llamó con voz cantarina tras un largo rato de
silencio.
¡Seth!
—Rinny, ¿dónde estás?—
Estoy aquí. ¡Estoy aquí!
¿Por qué no puedo llamarlo?
¿Por qué estoy en esta oscuridad?
—Toma mi mano—, llamó. —Estoy aquí. Alcánzame—
Concentré todo lo que tenía en mis brazos. Quería salir de
este lugar. Quería encontrar a mi mejor amigo. Quería
encontrar a Seth y estar a salvo y que me dijera que todo
estaba bien. Que nada de lo que había pasado era real.
—Rinny. Aquí mismo. Sólo... inténtalo. Se nos acaba el
tiempo—
Lloré suavemente, incapaz de hacer nada. Estaba
encadenada. El malvado mago me tenía.
Entonces hubo... una luz.
Los ojos azules de Seth bailaron de nuevo en mi visión. Su
pelo negro desordenado.
Te veo...
—Hola—, dijo, con preocupación en su voz. —Rinny. Rinny.
Ahora. Tómame de las manos—
Arrugué las cejas.
Seth.
—Joder—, gruñó, mirando por encima del hombro cuando
la puerta crujió al abrirse. —Rinny. ¡Rinny!—
Era demasiado tarde. El mal había llegado.
Volví a caer en la oscuridad mientras unas manos ásperas
me agarraban dolorosamente. Fui trasladada. Atrapada
dentro de esta oscura prisión.
¿Estaba en mi cabeza?
Mi cuerpo se sacudió mientras Seth me llamaba.
Entonces llegó el dolor. Una luz blanca cegadora. Una
agonía abrasadora rebotando por todo mi cuerpo.
Seth gritó.
—¡Sirena!— Un siseo. Un grito. —¡Sirena!—
A él también le dolía.
Le dolía mucho.
Un chasquido de dolor me golpeó en la espalda. Otra vez.
Otra vez. Otra vez. Una voz furiosa sonó en la oscuridad.
—Saca a los demonios de ti. Mata a los demonios que residen
en tu alma. Los que tienen tu mente—
Seth, ayúdame.
Gritó de nuevo antes de que se oyera un ruido sordo y nada
más.
Excepto la pesada respiración del malvado hechicero
mientras se inclinaba y me hablaba al oído: —Someteos,
pues, a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros. O os lo
sacaremos a golpes...—
No oí el resto. El dolor se apoderó de mí, y la oscuridad se
hizo más pesada hasta que fue todo lo que era.
Todo lo que siempre sería.
16.
STITCHES

Me tumbé en la cama fría y dura y me quedé mirando el


techo. Me pasaron comida y bebida por la ranura de la
puerta. Me había despertado hacía varias horas, aún con
vida y en una miseria aún mayor.
Y me había espantado por completo.
Me habían sujetado, medicado y traído a este puto agujero
como a un prisionero.
En este lugar no había nada más que un colchón sin
sábana, una cámara fuera de mi alcance en un rincón y
cuatro paredes. Cuatro paredes blancas que me recordaban
la nada de mi vida.
No era el agujero, pero estaba muy cerca.
Tal vez no debería haber agujereado esa sala...
A la mierda.
No importaba. Nada importaba. Ángel se había ido. Church
la entregó. Manicomio la tenía ahora.
Mi pobre, dulce ángel.
No tenía nada sin ella.
Era extremo, pero desde que la conocí, no podía sacármela
de la cabeza. La había deseado tanto que me había dolido,
y cuando la tuve... Estaba tan cerca de conseguir todo lo
que siempre había querido y entonces me la arrancaron.
Inhalé.
Si me concentraba lo suficiente, casi podía olerla. Casi
saborear sus dulces labios. Sentir su cálida boca en mi
verga mientras me chupaba hasta el final.
Gemí y me froté los ojos. Me dolían, joder. También el cuello
y el resto del cuerpo. Era razonable suponer que se debía a
mi intento de suicidio.
En retrospectiva, había reaccionado exageradamente.
Debería haber esperado a que todos durmieran para
hacerlo. Por supuesto, la otra cara de la moneda era el dolor
que sabía que dejaría atrás cuando encontraran mi cuerpo
frío.
Me estremecí ante eso. Oír a Church llamándome me rompió
el corazón. Ver las caras de Ashes y Sin me hizo darme
cuenta de mi mala decisión.
La había cagado. Simple y llanamente.
Una muerte a medianoche habría sido mejor planeada.
Entonces no tendría estos pensamientos de mierda en mi
cabeza.
Si pudiera ahora mismo, acabaría el puto trabajo. No quería
estar en un mundo donde no pudiera tener a Sirena. Había
vivido una vida sin ella antes de conocerla. De ninguna
manera iba a volver a esa fría y dura existencia. Claro, tenía
a Dante y a los vigilantes, pero no la tenía a ella.
Y la deseaba más de lo que jamás había deseado nada en mi
vida, ni siquiera que mi madre se preocupara por mí.
Suspiré y me quedé mirando las feas paredes, odiando estar
en una retención psiquiátrica obligatoria de noventa y seis
horas. Me parecía una eternidad.
Iba de un lado a otro, paseándome. Durante horas. Luego
me tumbé. Me levanté. Todo repetido. Estar atrapado así me
estaba volviendo loco.
Apretando los dientes, me acerqué a la puerta y miré por la
rendija de la ventana. Se me cortó la respiración al ver que
llevaban a Sirena en camilla por el pasillo. Sully caminaba
detrás de ella con su maldito traje marrón.
Furioso, aporreé la puerta, gritando su nombre a su paso.
Estaba tan pálida. Tenía los ojos cerrados. Tenía el pelo
negro enredado. Parecía enferma.
Mi niña tenía un aspecto horrible.
—¡Sirena! ¡Ángel!—
Joder.
—¡Sirena!— Mi voz se quebró, dando paso a una ronquera.
Eso fue todo. Mi voz estaba frita. En su lugar, pronuncié su
nombre, con el pecho dolorido por la desesperación
mientras seguían llevándola por el pasillo, con las luces
fluorescentes parpadeando y zumbando.
Mi habitación estaba insonorizada. No podían oírme.
Golpeé repetidamente la puerta con el puño, con su nombre
como una súplica silenciosa en mis labios.
Y entonces allí estaba él. Atado con una camisa de fuerza y
en una silla de ruedas.
El hijo de puta que me estaba quitando todo lo que siempre
había querido.
Seth puto Caín.
Lo fulminé con la mirada mientras uno de los guardias lo
empujaba por el pasillo. Los ojos de Seth volvían a estar
negros y azules, y tenía el labio cortado. Tenía un aspecto
horrible.
Su gélida mirada azul se clavó en la mía. Había tanto dolor
en ellos que se me revolvió el estómago.
¿Qué mierda estaba pasando? ¿Él la había tocado? ¿Lo
habían pillado? ¿Se había vuelto loco? ¿Se le fue la mano a
Church?
Mi mente se agitó mientras Seth seguía mirándome
fijamente al pasar, tres guardias más detrás de él.
No podía soportar esta mierda. No soportaba saber que ella
estaba ahí fuera y que algo malo podía estar pasándole
mientras yo estaba atrapado en esta maldita prisión.
Me tiré furiosamente del pelo y solté un grito silencioso,
dejando que mis uñas se clavaran profundamente en mi
carne mientras me deslizaba por la pared hasta el suelo,
donde empecé a balancearme.
Sirena. Ángel. Joder. Debería estar cuerdo. Debería estar
ayudando. ¿Qué hago? ¿Qué hago?
Nada. No había nada que pudiera hacer.
Aquel pensamiento me hizo vomitar en el suelo, con la
garganta pidiendo clemencia a gritos. Me desplomé sobre las
feas baldosas blancas, con la cabeza y el corazón hechos un
lío. Parecía que me había quedado allí tumbado para
siempre.
Cuando se abrió la puerta de mi habitación, ni siquiera me
molesté en abrir los párpados. Me daba igual. Sólo sabía que
me estaban levantando y llevándome para limpiarme. Eso
significaba que me rociarían en una ducha fría, desnudo,
antes de inyectarme una de sus drogas milagrosas.
El pinchazo de la aguja en la vena me hizo darme cuenta de
que me temían. Y menos mal. Yo también me temía.
Me habían drogado primero.
Cuando me invadió la primera oleada de la medicina, todo
se apagó, incluso el dolor que sentía en el corazón por
Sirena. Me llevaron en silla de ruedas por el pasillo y me
metieron en una habitación fría. Me pesaban demasiado los
ojos para abrirlos, así que no me molesté en luchar, pero el
ardor de las lágrimas estaba allí.
—¿Por qué lloras, Malachi?— exclamó la suave voz de Sully
mientras una lágrima se deslizaba entre mis pestañas.
—¿Extrañas a tu madre?—
—S-Sirena—, murmuré, con palabras apenas audibles.
Unas manos cálidas me acunaron la cara.
—Déjanos—, murmuró Sully, con su cálido aliento en mi
cara.
Se oyó el ruido sordo de las puertas al cerrarse.
Exhalé. Sentía el corazón lento y aletargado. Tenía la cabeza
llena de niebla.
Seguro que me dejaban tirado. No había forma de que
pudiera mantenerme en pie y mucho menos pensar con
claridad.
—¿Pensaste que no te vi en la ventana cuando pasé esta
noche?—
Mi cuerpo temblaba. Tenía mucho frío.
—Eres una criatura muy hermosa. Fascinante, de verdad—
continuó Sully, moviendo sus manos hacia mi pecho.
—Tantos tatuajes que has grabado en tu carne. Tantos
pecados—
Mi cuerpo estaba desnudo. No tenía ni idea de cuándo había
ocurrido aquello. Debí de perder el conocimiento en algún
momento del viaje y me desnudaron.
¿Me había desmayado? ¿Por qué no me acordaba?
Las manos se movieron hacia el sur, deteniéndose en mi
pubis.
—Tan hermoso—, continuó Sully con voz suave. —El diablo
elige lo mejor. Siempre lo ha hecho. Es una pena—
Sus dedos se movieron hacia mi verga, donde me acarició.
Dejé escapar un suave grito de protesta antes de que la
sensación en mi polla se fuera. Otro pinchazo en mi brazo
llamó mi atención. Luché débilmente contra mis ataduras.
Estaba atado. Tumbado de espaldas sobre una losa helada.
Joder.
Dios.
Ayuda.
—Shh. No luches. Sólo empeorarás las cosas. Tenemos
muchos demonios contra los que luchar juntos. Ahorra
fuerzas—
—N-no—, carraspeé, con la garganta ardiendo.
Unos labios cálidos me rozaron la oreja. —Eres tú o ella.
Acepta esta pesadilla y abrázala o lo hará ella—
La medicina que me había dado me recorrió el cuerpo y
ahogó mis protestas.
Otra lágrima se deslizó por mis pestañas cuando me tocó.
Mientras alguien más entraba en la habitación. Una voz que
reconocí. Sin embargo, mi cerebro no podía encajar las
piezas.
La oscuridad descendió.
Y luego silencio.
17.
ASHES

Abrí y cerré el encendedor. El reloj avanzaba dolorosamente


despacio. Apenas había dormido. Tenía el cerebro hecho
papilla.
Odiaba esta clase. La Hermana Elizabeth era una perra, que
asignaba demasiado trabajo. Necesitaba toda mi fuerza de
voluntad para no prenderle fuego a ella y a su libro de
economía y asar unos malvaviscos encima.
—Recemos—, dijo.
Los alumnos inclinaron la cabeza ante sus palabras.
Yo no lo hice.
Todo lo que sabía era que Dios debía haberse alejado de su
escritorio cuando se trataba de recibir mis mensajes. Estaba
solo.
Abrí y volví a cerrar mi encendedor.
—Asher, únete a nosotros—, me instó con esa falsa voz
dulce y azucarada suya. —Y, por favor, guarda el
encendedor—
Apreté la mandíbula.
Si guardaba el encendedor, perdería el control. Era lo único
que me mantenía sentado en ese momento. Lo único que
quería era correr al ala médica y ver cómo estaba Sirena.
Hablar con Stitches. Pero ahora no se permitían visitas. Y
me estaba volviendo loco de preocupación.
No tener noticias era una buena noticia. Eso había
murmurado Sin esta mañana mientras fumaba un porro en
el patio trasero con el ceño fruncido.
—¿Asher? Sr. Valentine...—
No pude soportarlo más. Me puse de pie y salí furioso de la
habitación, sabiendo que estaba a un suspiro de la
destrucción total.
Tratar con ese lugar no me iba a funcionar hoy, así que me
fui a casa. Cuando llegué, cerré la puerta tras de mí y
suspiré. Fue entonces cuando me di cuenta de que había
estado sujetando el mechero con tanta fuerza que me había
magullado la palma de la mano con él.
Estaba a punto de explotar. Demasiado estrés se
acumulaba en mi interior. Era como si cada mierda mala
fuera un trozo de leña.
Y yo era el pirómano furioso que no podía evitarlo. La vida
se había vuelto agitada, así que no habíamos podido salir
para que yo quemara cosas. No pude resistir más el
impulso.
Atravesé corriendo el salón y me dirigí a mi dormitorio,
donde cogí unos cuantos cuadernos, revistas y cualquier
otra cosa de papel que pudiera quemar, incluido mi libro de
economía. Con todo eso en las manos, me apresuré a entrar
en el cuarto de baño, donde lo tiré a la bañera antes de
volver corriendo al armario para coger líquido para
encendedores.
Eché el líquido sobre los papeles, ansioso por una dosis y
por las llamas.
Encendí un trozo de papel retorcido y lo arrojé a la bañera,
viendo cómo todo estallaba en hermosas llamas
anaranjadas que pronto lamieron el techo.
—Joder—, gemí, inhalando el humo, mi cuerpo se relajó
mientras el crepitar del fuego sonaba a mi alrededor.
—¿Qué mierda estás haciendo?— Preguntó Sin,
empujándome y abriendo el grifo de la bañera. —Ay. Joder—
Sacudió la mano mientras salía el chorro de la ducha, las
llamas lo habían lamido.
—¿Estás intentando quemar la puta casa?— Extendió la
mano y me sacudió. —¿Qué coño pasa, hombre?—
En algún lugar a lo lejos, sonó la alarma de humo.
—Intentaba aliviarme un poco—, murmuré, aturdido
mientras las llamas eran ahogadas por la ducha, mi subidón
desinflándose. —Yo no arruino tu subidón—
—Yo tampoco intento quemar la maldita casa—, replicó, con
sus ojos grises fulminándome. —¿Qué coño? Se supone que
tú eres el fuerte. Tú eres con quien contamos para mantener
la mierda unida. No resbales, hombre. Ahora no— Su nuez
de Adán se balanceó mientras me miraba fijamente.
—Vamos. Por favor—
Aparté la mirada del fuego, ahora muerto y encharcado, y
suspiré.
—Lo siento. No debería haberme soltado así. Sólo estoy
preocupado—
—Lo sé—, dijo, frunciendo el ceño. —Yo también lo siento—
—¿Por qué lo sientes? No fuiste tú quien prendió fuego a la
bañera. Church me va a dar un puñetazo en la garganta
cuando vuelva. Prometí que no habría más incendios en la
casa—
Sin suspiró. —Seguro que lo pasará por alto. Everett está
aquí—
Parpadeé. —¿Ha venido su padre?—
Sin asintió. —Sí. Hizo acto de presencia por Stitches,
sospecho. Es su tutor y todo eso—
—Joder—, murmuré. —No sabía que estaba aquí—
—Sólo me enteré porque lo vi antes en el pasillo con
Church— Sin salió del baño y lo seguí hasta mi habitación.
Se sentó en la silla del ordenador y se frotó los ojos.
Me senté en el borde de la cama y me quedé mirándolo un
momento.
—¿Estás bien? Últimamente estás muy ausente—, le dije en
voz baja.
Necesitaba abrir las ventanas. El hedor del incendio aún
flotaba en el aire, pero al menos la alarma de humo había
dejado de sonar.
Se encogió de hombros y estudió el suelo.
—Puedes hablar conmigo. Sabes que puedes—
—No tengo nada que decir, hombre. Sólo estoy preocupado
por Stitches—
—¿Y Sirena?—
Se quedó callado un momento. —No puedo preocuparme
por ella—
—Puedes, Sin. Puedes dejar salir tus emociones...—
—¡No, joder, no puedo, Asher!—, me espetó. —No es tan
jodidamente fácil para mí. No puedo encender un fuego y
sentirme mejor. Si me dejara sentir, me quemaría como la
puta mierda que prendiste fuego ahí dentro. Me mataría—
Se golpeó el pecho con el puño. —No puedo dejar que esta
mierda me consuma porque acabaría conmigo. Tienes que
entenderlo. Ya estoy luchando— Su voz se quebró y
rápidamente apartó la mirada de mí. —Yo sólo... Sólo quiero
olvidar. Flotar lejos. Ser otra persona para variar. Desearía
haber muerto cuando mi padre me disparó—
—¿Por qué?—
Se encogió de hombros. —Para no tener que sufrir. Tener
miedo. Sentir—
—¿De qué tienes miedo?— Observé cómo seguía con el ceño
fruncido mirando al suelo.
—No lo sé—, murmuró. —Perder lo que es importante para
mí. De cagarla—
—Stitches está bien—, le dije. —Saldrá pronto...—
—¿Y luego qué?— Fijó sus ojos grises en mí. —¿Qué pasa si
lo vuelve a intentar? Porque es el puto Malachi, hombre. Ya
sabes cómo es cuando cae. Cae en un abismo negro sin fin.
¿Y si no puede volver esta vez? ¿Y si siente lo que yo siento
y no quiere seguir adelante?—
Mi corazón se contrajo.
—No quiero perder a ninguno de los dos—
Sin sacudió la cabeza, con el pelo rubio suelto alrededor de
los hombros y cayendo hacia delante. —Yo tampoco quiero
perderte, pero me temo que ya lo he hecho—
—¿Cómo? Estoy aquí...—
—Tú la amas—, dijo suavemente. —Y ella está herida—
Fruncí el ceño. —¿Qué tiene eso que ver con que los chicos
y yo nos vayamos? Estamos juntos en esto. Tú lo sabes. No
vamos a ir a ninguna parte. Te amamos, Sinclair. Sé que
crees que no eres digno de amor, pero lo eres. Si, por algún
milagro, la recuperamos, eso no cambia nuestro grupo.
Seguimos juntos en esto— Le estudié mientras seguía
mirando al suelo. —Deja entrar un poco de amor—
—Mira dónde me llevó el amor la última vez—
—Justo aquí—, dije suavemente. —Justo en la cúspide de
enamorarse de alguien maravilloso y perfecto para nosotros.
No fue un error amar a Isabella, Sin. Ella fue una luz que te
guió hasta estos momentos—
—Somos monstruos, Ashes— Me miró, con los ojos llenos
de pena. —No importa si somos capaces de sentir amor. Al
fin y al cabo, un monstruo ama su comida. Le encanta darse
un festín, y Sirena es una comida jodidamente deliciosa que
devoraríamos y destrozaríamos. Sabes que lo haríamos—
Tragué saliva ante sus palabras.
—Al menos, sé que yo lo haría— Se levantó y se pasó los
dedos por el pelo. —Voy a dar un paseo. No quemes la
maldita casa. Church se enfadará—
No intenté detenerlo. Lo dejé salir de mi habitación.
Momentos después, oí la puerta principal abrirse y cerrarse
con su marcha.
Suspiré y me dejé caer en la cama, con sus palabras
repitiéndose en mi cabeza.
Sí, éramos monstruos.
Pero incluso los monstruos merecían ser amados.
Quizá Sirena era otro tipo de monstruo, uno que podía
salvarnos.
Un monstruo bueno.
—El mejor tipo de monstruo—, murmuré.
Me aferraría a ese pensamiento.
18.
SIN

Odiaba estar en casa. Odiaba estar lejos. Lo odiaba todo,


joder.
Me pasé los dedos por el largo pelo rubio y me lo até en un
moño sobre la cabeza, luego me puse la capucha alrededor
de las orejas mientras cruzaba el campus.
Llegar a casa y oler el humo me hizo saber que todos
estábamos en una puta espiral. No era sólo Stitches. Ashes
también se estaba volviendo loco.
No miraba por dónde iba mientras caminaba, con la mente
en mis amigos. Choqué contra un cuerpo duro.
—Lo siento, Sin—, dijo Bryce Andrews, intentando
enderezarse mientras retrocedía a trompicones.
Instintivamente, estiré la mano y lo levanté. —Es culpa
mía—, murmuré, al ver que sus ojos se abrían de par en par
cuando lo solté.
Bryce era el mejor amigo de Sirena. Su ex novio o algo así
también. Parecían haber tenido una ruptura limpia, aunque
lo noté deprimido después de que había terminado. Por
supuesto, también habían salido después, lo que había
enfadado a Church.
Demonios, a mí también me había enfadado.
No dijo nada mientras lo miraba fijamente.
—¿Cómo está Sirena?—, preguntó finalmente.
—No muy bien.—
—Quiero decir... ¿se va a poner bien? No puedo entrar a
verla. Lo he intentado. Le pregunté a Church por ella, pero
no me dijo mucho—
—No lo sé—, dije. —Pero es mejor que no te acerques a ella.
Ella está con Manicomio ahora—
—¿Qué?— Arrugó las cejas. —¿Ah, sí?—
Asentí, con las náuseas revolviéndose en mis entrañas.
—Lo está.—
—Creía... Creía que estaba con los vigilantes—
—Estaba—, dije, con voz áspera. —Tiempo pasado.
Manicomio la consiguió—
—No entiendo...—
—Y no hace falta que lo entiendas—, solté. Odiaba hablar
de esta mierda.
Church la había nombrado bien. Ella era un puto espectro.
Un fantasma que no dejaba de atormentarme porque
dondequiera que iba, ella estaba allí. En mi cabeza. En mi
corazón. En las malditas conversaciones. En todos los putos
sitios.
Bryce tragó saliva visiblemente. —Cierto. Es que no tiene
sentido. Sirena le tenía miedo, o al menos esa fue la
impresión que me dio—
—Las cosas cambian—
No tenía ni idea de por qué seguía allí de pie, pero así era.
Quizá era agradable estar así de cerca de ella. Era agradable
no sentir las acusaciones en palabras no dichas cuando
sabía muy bien que merecía los castigos.
¿Por qué coño quería estar cerca de ella? Joder. ¿Qué me
estaba pasando? La estaba dejando ir. ¿Pero no tendría que
haberla tenido primero?
No saberlo me estaba cabreando.
O quizá sí lo sabía, y eso era lo que me cabreaba. Pasara lo
que pasara, no me gustaba. Lo odiaba todo.
Lo había dicho en serio cuando le había dicho a Ashes que
deseaba haber muerto con mi viejo. La vida sería mucho
más fácil si yo no estuviera para joderlo todo.
—Realmente me gustaría verla. Voy a intentarlo mañana—
Bryce cortó mis pensamientos morbosos de lanzarme desde
Pictured Rocks y ahogarme en el lago.
—Qué-mierda—, murmuré. —Haz lo que tengas que hacer.
Pero si fuera yo, me mantendría alejado—
Mi medidor social estaba en 0, así que me di la vuelta y me
alejé de él.
—¿Oye, Sin?— La voz de Bryce me siguió.
Hice una pausa y lo miré por encima del hombro.
—Ella se preocupaba por ti, ¿sabes? Me di cuenta. Se le
notaba en los ojos cuando te miraba. Así que, si te sientes
mal o algo así, que sepas que se preocupaba por ti. Pensé
que debía decírtelo—
No dije nada, le di la espalda y seguí caminando.
Joder.
Joder.
Joder.
No quería importarle a ella.
Di la vuelta al edificio de ciencias antes de no poder
aguantar más y golpear con el puño un árbol. Me dolieron
los nudillos y el brazo.
Me dolía, pero no tanto como el dolor en el pecho.
Me tembló la mandíbula y retiré el puño, dejando que la
sangre goteara sobre la hierba.
Quería salir de esta maldita pesadilla. Church no iba a
dejarlo pasar. Iba a cavar hasta desenterrar mis esqueletos.
Ashes ayudaría. Había visto las miradas en sus caras.
Y Stitches.
Casi se suicida por mi culpa. Por una mierda que había
hecho.
Mis demonios se estaban dando un festín con mi alma
negra.
La culpa se estaba volviendo demasiado para soportarla.
Rápidamente, me limpié la mejilla con la mano que no
estaba herida. Estaba llorando. Putamente llorando.
Resoplé y agaché la cabeza antes de seguir adelante, no
quería que nadie me viera así.
Avancé arrastrando los pies por el borde de la arboleda
hasta que el sonido de Church gritando mi nombre me
obligó a detenerme y enjugarme los ojos de nuevo. Una vez
que me di cuenta de que tenía mis cosas en orden, me giré
para verlo venir hacia mí, con la cara torcida como si
estuviera cabreado.
Tragué grueso, esperando a que me diera un puñetazo en la
cara, ya que eso parecía ser lo único que quería hacerme
últimamente. Sinceramente, tenía motivos de sobra para
hacerlo.
—Ashes prendió fuego a su bañera. — Se detuvo frente a mí,
con sus ojos verdes llenos de ira.
—Lo sé—, murmuré, apartando mi mirada de la suya.
—¿Y ahora qué? ¿Qué? ¿Vas a decirme que tú también te lo
estás perdiendo?—
Sacudí la cabeza. —No lo estoy perdiendo. Volveré y le
ayudaré a limpiar el desastre— Me acerqué a él, pero me
rodeó el bíceps con los dedos y me detuvo.
—Si tienes algo que decirme, Sinclair, ahora sería un puto
buen momento—
Le devolví la mirada, con el corazón peligrosamente a punto
de salírseme del pecho por el miedo que me atenazaba. Si
Church lo sabía, estaba acabado. Me castigaría. Lo perdería
a él y a los chicos. A mi familia.
Joder. No podía. No podía perderlos. Eran todo lo que tenía
en este mundo. Nunca me perdonarían...
Exhalé. —Iré a ayudar a Ashes—
—Algo te preocupa—, insistió de la única manera que
Church sabía.
El cabrón era demasiado listo para su propio bien.
—Bueno, Stitches se estaba ahorcando no hace mucho, y
Ashes prendió fuego a su bañera. Así que sí, supongo que
algo me preocupa— Me zafé de su agarre y puse mi cara en
la máscara sin emociones que llevaba tan bien. —Iré a
ayudar a Ashes a limpiar la mierda—
Church no dijo nada, pero tampoco hizo falta.
Era sólo cuestión de tiempo.
Así era como trabajaba Dante Church. Él miraba. Esperaba.
Luego atacaba.
Yo lo tomaría. Lo aguantaría todo.
Sabía que vendría por mí. Por ahora, sin embargo, tenía que
tratar de arreglar las cosas.
¿Pero cómo?
19.
ASHES

Volví a dejar caer el trozo de pizza fría en el plato. No tenía


apetito. Al parecer, tampoco Sin y Church porque no habían
tocado su comida.
—Stitches sale mañana—, dije finalmente. —Ya han pasado
setenta y dos horas. ¿Dijo algo tu padre, Dante?—
—No pareció importarle ni lo uno ni lo otro— Church gruñó.
Se restregó la mano por la cara. Estaba agotado. Un halo
negro cubría sus ojos verdes mientras miraba su cena fría.
—Entonces... ¿todo está bien?— aventuré.
Sin lanzó una rápida mirada a Church mientras empujaba
la pizza en el plato.
—En realidad él parecía... feliz. Fue extraño. Pero
probablemente sólo sea porque ha conseguido algo bueno
con lo que jugar después,— murmuró Church.
Eché una rápida mirada a Sin, que frunció el ceño. Todos
sabíamos que Everett Church estaba metido en alguna
mierda jodida. Sólo estaba de buen humor cuando tenía un
bocadillo con el que jugar.
—Bueno, mañana—, dije, esperando que mi entusiasmo por
ver a Stitches fuera contagioso.
Sin se levantó y tiró la pizza a la basura y se dispuso a irse.
—¿Adónde vas?— Preguntó Church.
—Fuera—, respondió. No se molestó en explicarlo. Se subió
la capucha y salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí.
Suspiré. —Está luchando—
—¿No lo estamos todos?— murmuró Church.
No dije nada y decidí tragarme la comida a la fuerza. Di
varios bocados y tragué antes de que Church volviera a
hablar.
—¿Crees que ella aún nos quiere?—
Dejé caer la pizza en el plato. —Me gustaría pensar que sí.—
—Ni siquiera nos reconoce. ¿Crees que tiene miedo?— El
dolor quebró su voz.
—Sí—, susurré, queriendo ser sincero con él. —Creo que
está aterrorizada. Pero también es valiente. Sabes que lo es.
Va a volver, Dante. Créelo—
—¿Tu lo crees?—, preguntó, con su mirada verde clavada en
la mía.
—Lo creo. Lo creo con todo lo que soy—
Su nuez de Adán se balanceó. —Intenté traerla de vuelta.
Me la follé—
Me quedé helado al oír sus palabras. —¿Qué? ¿Cuándo?—
—Cuando me despedí. Le rogué que volviera. Pensé que tal
vez me recordaría—, su voz vaciló. —No lo hizo. Se quedó
allí tumbada mientras me la follaba—
—¿Qué mierda?— Gruñí, apartándome de la mesa. —¿Y si
ella no quería eso?—
—¿Acaso importa?— Se burló, poniéndose de pie. —Si no lo
hubiera hecho, podría haberme dicho que no. ¡No me dijo
que no, Asher! Ni siquiera se inmutó cuando la penetré o
cuando me vine en su coño o la marqué con mi mordisco.
Nada. Quiero creer que está ahí dentro, pero me inclino más
a creer que no es más que un puto cascarón,— gritó, con la
voz entrecortada mientras los ojos le brillaban por las
lágrimas.
Exhalé, enfadado con él por lo que había hecho pero
entendiendo por qué lo había hecho.
—¿Y si Manicomio le está haciendo esa mierda? ¿Eh? ¿Y si
ella tampoco puede decirle que no?— Se secó furiosamente
las lágrimas de la mejilla. —¿O a cualquier otra persona
para el caso? Dios, mataré a cualquiera que la toque. Sabes
que lo haré. Somos asesinos, Asher. Somos homicidas.
Somos los malos. Los malditos monstruos bajo la cama.
Pero no somos los únicos. Tú lo sabes. Lo sabes, joder. Este
mundo está lleno de tipos como nosotros—
—Estará a salvo—, susurré, odiando que pudiera tener
razón.
—¡No está a salvo, joder! ¡Nadie está a salvo aquí! ¡Joder!—
Pateó su silla. —Estoy rezando una puta oración, y no es al
tipo de arriba. Sabes que Dios nos ha abandonado a todos.
He rezado al diablo para mantenerla a salvo. ¿A cuánta
gente hemos matado? ¿Eh? ¿Hemos hecho daño?—
—Si te sientes culpable por esa mierda, recuerda por qué lo
hicimos...—
Dejó escapar una risa criminal. —¿Culpable? ¿Yo? Joder,
no. No me arrepiento de haber matado a nadie. Sólo me
arrepiento de no haber mantenido a salvo a los que amo.
Sabes que incluso mataría a mis seres queridos si la muerte
fuera una alternativa mejor— Su voz se apagó al tragar
saliva.
Hice un gesto de dolor. Sabía a qué se refería, pero no quería
abrir ese recuerdo con él. Hacía años que no hablaba de ello.
Supuse que había enterrado el dolor como todos nosotros.
—Va a volver con nosotros. Sé que lo hará. Mientras tanto,
tenemos que averiguar quién demonios le hizo esto y
ocuparnos de ello. Será una retribución en cierto modo.
Tenemos que centrarnos en eso y en Stitches ahora mismo.
Tenías fe en Manicomio, y honestamente, yo también. Vimos
lo que hizo con Stitches. Él sabe mierda, hombre. Creo que
también sabe lo de Sirena. Vamos a rodar con él. Es una
mierda, pero a veces tenemos que comer mierda para
conseguir lo que queremos—
Asintió y soltó una bocanada de aire. —Tienes razón. Tengo
que centrarme en averiguar quién ayudó a Manicomio. Creo
que tenemos que empezar por sus amigos—
—Entonces hagámoslo—
—Traeré mis herramientas.—
Y así como así, todo su comportamiento cambió mientras
salía corriendo de la habitación para coger sus herramientas
de su habitación.
Su martillo. Su cuchillo de pelar favorito. Sus hojas de
afeitar.
Ellas harían el trabajo o lo haríamos nosotros.
Yo tampoco era un buen tipo, así que fui a mi habitación y
cogí mis propias herramientas.
La noche estaba a punto de encenderse.
20.
CHURCH

No llamé a la puerta de la habitación tres-uno-cinco.


Simplemente la pateé y atravesé la entrada como si fuera el
dueño del lugar.
Riley Danvers me miró con los ojos muy abiertos antes de
levantarse de la silla y retroceder. Su miedo aumentó
mientras le temblaba la mandíbula.
Tal vez fue mi mirada lo que lo convenció. Tal vez fuera el
cuchillo que tenía en la mano. O quizá fue el hecho de que
sabía que yo lo mataría primero y luego Ashes quemaría su
puto cadáver antes de que pudiera despedirse de su madre.
—Hola, Riley—, dije suavemente. —Parece que estás a
punto de tener un puto mal día—
—Church, hombre, lo que sea que creas que hice, te juro
que no lo hice— Levantó las manos, la espalda contra la
pared. —He estado aquí todo el día. Lo juro—
Ladeé la cabeza mientras me adentraba en la habitación.
—No me interesa lo que has hecho hoy—, le dije.
—No he hecho nada, hombre. Te prometo que no—
—Solo estamos aquí para conseguir información sobre
Manicomio—, dijo Ashes, encendiendo su Zippo. —Nadie
tiene por qué salir herido mientras seas sincero—
Sonreí a Riley. —Probablemente. Puede que tenga que
demostrar algo—
El sudor salpicó la frente de Riley mientras su mirada se
desviaba hacia la puerta cerrada.
—Puerta o ventana, Riley—, dije. —Cualquiera de las dos va
a doler, joder—
Tomó una decisión. Luego se abalanzó sobre nosotros como
un conejo asustado, tratando de esquivarnos.
No fue nada para mí.
Ashes sacó la pierna y tiró a Riley al suelo.
Le di una patada y me arrodillé a su lado mientras se
estremecía, con el cuchillo en la mano. Lo hice girar y le
sonreí.
—Bueno, esto es lo que hay. Mi chica fue herida hace unos
días. Encontraron a Manicomio con ella. Quiero saber quién
lo ayudó a meterla en el puto ataúd en el que estaban—
Los ojos de Riley se abrieron de par en par. —N-no lo sé. No
fui yo—
—Maldita respuesta equivocada— Bajé el cuchillo y le cogí
la mano cuando intentaba bloquear el golpe que le había
dado en la cara.
La sangre brotó y él soltó un grito. Intentó apartarse de mí,
pero volví a blandir el cuchillo y se lo clavé en la pernera,
inmovilizándolo contra el suelo.
—Dinos lo que sabes—, dijo Ashes con suavidad. —Luego
nos iremos. No le diremos a nadie cómo nos enteramos—
—¡Yo no sé nada!— dijo Riley, agarrándose la mano, el
miedo haciendo temblar su cuerpo. —Manicomio nunca me
dijo nada al respecto. No me cuenta una mierda de lo que
hace, y no quiero saberlo, joder—
Me lamí los labios. —¿No te cuenta nada? ¿Nunca?—
Se estremeció. —No.
—¿Te ha dicho que siente algo por Sirena?— Levanté las
cejas.
Se quedó callado un momento. —Sólo dijo que se conocían
de antes. Que fueron amigos—
—¿Eso es todo?—
Exhaló. Todavía rezumaba sangre de la herida de su mano.
—Él la ama. Eso es todo lo que sé. Nunca ha ido más allá
de decirnos que es suya. Nunca le preguntamos—
—¿La ama?—
La ira se apoderó de mis entrañas.
Asintió con la cabeza. —Es su niña para siempre—,
murmuró. —Eso es todo lo que sé—
—Así que me mentiste cuando dijiste que él nunca te cuenta
nada—, dije, desesperado por encontrar una excusa para
dejar salir esta ira y rabia de mi sistema. Necesitaba algo
para romper, joder.
Y Riley Danvers parecía que podía ser él.
—¡No!— gritó cuando lo alcancé. —¡No!—
Me dio una patada, pero sólo avivó mi fuego. Ashes extendió
la mano y le agarró de los brazos, sujetándole mientras yo
me sentaba sobre las piernas de Riley y le levantaba la
camiseta.
Riley se retorció y lloró debajo de mí mientras yo
contemplaba su carne pálida.
Un lienzo perfecto para pintar.
A mi espectro le encantaría.
Le clavé el cuchillo en el abdomen, rompiéndole la piel
mientras chillaba.
—No te muevas. Pronto terminará—, dijo Ashes.
—Por favor. Por favor— Riley lloraba, su cuerpo temblaba.
Tallé cada letra lo suficientemente profundo, para que
recordara su lugar en este jodido mundo.
Sus sollozos finalmente se calmaron mientras se
desmayaba. Le goteaba sangre del estómago. Terminé de
grabar la última letra en su carne y me puse en pie mientras
él volvía en sí y Ashes lo liberaba.
Una capa de sudor cubría su piel mientras nos poníamos en
pie y lo mirábamos.
Las letras desgarradas deletreaban lo que era.
MENTIROSO.
—Un poco demasiado, Dante—, murmuró Ashes.
—Ni de lejos—, respondí en voz baja. Clavé mis ojos en los
brillantes de Riley. —Si averiguas algo, vendrás a decírmelo.
¿Verdad?—
—S-s-sí—, balbuceó débilmente.
Sangraba por todas partes. Estaba untado en todo, incluido
yo. Mis dedos estaban pegajosos.
—Ve a limpiarte—, le ordenó Ashes suavemente. —Y di
siempre la verdad. La próxima vez no será mejor—
—Vamos—, dije, limpiando mi hoja ensangrentada en mis
pantalones. —Deja que Riley se arregle solo. Dile a
Manicomio que le mando mi puto amor— Le escupí, giré
sobre mis talones y salí de la habitación con Ashes detrás
de mí.
—Encuentra a Sin—, dije mientras volvía a meter el cuchillo
en la funda que guardaba bajo la tela. —Tiene que
ayudarnos, joder—
Ashes no dijo nada. Se limitó a alejarse de mí para cumplir
mis órdenes.
Me quedé mirando el cementerio a lo lejos, con el recuerdo
de mi espectro debajo de mí centelleando en los ojos de mi
mente.
—Averiguaremos quién coño te ha hecho esto, espectro—,
murmuré. —Y les enseñaré lo que pasa cuando se jode con
lo que nos pertenece. Te lo prometo, nena—
21.
STITCHES

Sentía que la cabeza me iba a estallar. No tenía ni puta idea


de lo que me había pasado después de ver a Sirena y a
Manicomio. Lo único que sabía era que me había quedado
dormido en el suelo y me había despertado en mi cama, con
una fina bata de hospital y el cuerpo dolorido.
Me froté la cabeza y solté un silbido.
—Mierda—, carraspeé, con la voz aún jodida.
Jadeé. Sentí como si unas cuchillas de afeitar me cortaran
la garganta.
Lentamente, me levanté de la cama y, arrastrando los pies,
me acerqué a la puerta y me asomé por la pequeña ventana
para ver un pasillo vacío. Me giré y miré la pequeña cámara
situada en la esquina superior de la habitación.
—A-agua—, ronqué. —Por favor. A-agua—
Me estremecí y me abracé a mí mismo. Algo no iba bien. De
hecho, algo iba muy mal. No sentía bien la cabeza. Sentía el
cuerpo hueco.
Destellos de luz y voces suaves llenaban mi cabeza.
Recuerdos que no sabía por qué tenía.
Me agarré la cabeza y me hundí en la cama, meciéndome.
Quería salirme de mi puta piel. Ya no me parecía mía. La
sentía mancillada y usada. Desperdiciada. Rota.
No era mi puto cuerpo.
Yo no era Stitches.
Yo era otra cosa que no entendía.
La puerta se abrió y Sully entró con un médico llamado
Jenkins. No había tenido mucha experiencia con él.
—Malachi, ¿cómo estás esta mañana?— preguntó Sully,
acercándose a mí con Jenkins a su lado.
Dos guardias estaban en la puerta, observándome.
—Necesito agua—, me atraganté.
Sully miró a Jenkins, que asintió. Uno de los guardias entró
y me dio un vaso de poliestireno. Me lo bebí rápidamente y
me estremecí al sentir dolor en la garganta.
—Quiero irme—, dije, con voz apenas audible.
—Por desgracia, eso no va a ser posible—, dijo Sully.
—¿Qué? ¿P-Por qué?—
—Anoche estuviste incontrolable. Tuvimos que sedarte por
tu propia seguridad. Debido a tu comportamiento errático,
tanto el doctor Jenkins como yo recomendamos que
permanezcas aquí unos días más.—
Arrugué las cejas. —Sólo quiero irme a casa—
—Sé que quieres—, dijo Sully. —Pero eso no va a ocurrir.
Tenemos que hacerte varias pruebas más. Tus profesores
están al tanto de la situación—
—N-no hay una puta situación—, argumenté, casi
demasiado agotado para hacerlo. —Ya he cumplido mi
condena. Déjame salir— Me puse en pie a trompicones, con
el corazón en la garganta. —No pueden retenerme aquí—
Los camilleros entraron corriendo y me cogieron por los
brazos mientras Sully asentía a Jenkins. El corazón me dio
un vuelco cuando Jenkins sacó una jeringuilla y se acercó
a mí.
—¡No! ¡No!— Luché débilmente contra mis captores,
sabiendo que no era lo bastante fuerte para luchar contra
todos ellos.
Si esto hubiera sido hace unos días, los habría matado a
todos. Lo mejor que pude hacer fue golpear la cabeza de uno
de los camilleros, haciéndolo retroceder.
Su nariz manó sangre mientras yo iba por el siguiente.
No llegué ni a la mitad del siguiente ataque cuando la aguja
se clavó en mi cuerpo. El efecto de la droga fue inmediato.
Me desplomé y Sully me agarró.
La sensación de pesadez fue en aumento, como si me
estuvieran cargando con plomo.
Sully me llevó de vuelta a la cama.
No podía moverme.
El pánico se apoderó de mi pecho mientras me invadía un
entumecimiento.
Lo único que podía hacer era respirar y mover los ojos.
Terror. Puro puto terror.
—Trae la camilla. Lo llevaremos de vuelta ahora—, dijo
Sully.
Por favor, no. No me lleven. No me lleven. No quiero ir. Mamá,
por favor. Ayúdame.
—Relájate, Malachi,— Sully arrulló suavemente. —Eres
perfecto para lo que necesitamos. Este es un lugar de
curación. No puedes curarte mientras los demonios infesten
tu alma. Puede que seas una causa perdida en ese sentido,
pero tu cuerpo sigue siendo útil—
El miedo me atenazó el pecho cuando trajeron una camilla.
Los camilleros me colocaron en ella con facilidad mientras
permanecía tumbado, con la mirada perdida.
A la mierda con esto. A la mierda con ESTO.
Hice tanto esfuerzo para incorporarme que me dolían las
tripas.
Pero no me quedaba nada.
No podía moverme.
Sólo podía parpadear. El cerebro empezaba a nublárseme.
—Pronto llegaremos a la segunda ronda de la medicación—
, continuó Sully. —Pronto podrás escuchar sin problemas.
Harás lo que se te diga. Sólo necesitamos algunos ajustes
más en las dosis. Lo hiciste muy bien la última vez. Muy
bien. Estaba muy contento con tu actuación— Extendió la
mano y me pasó los dedos por el pelo. —Hermoso.—
Me empujaron al vestíbulo. Intenté mirar a mi alrededor.
Church. Joder. ¿Dónde estás? ¿Ashes? ¿Sin?
Dios, ¿y si le están haciendo esto a Sirena?
Mi ángel.
Me llevaron a una habitación poco iluminada. La camilla
estaba bloqueada en su sitio.
—Déjanos—, dijo Sully mientras Jenkins sacaba un vial y
otra jeringuilla antes de entregársela a Sully.
—¿Sabes cuál es la mejor parte de todo esto, Malachi?—
Sully extrajo una dosis del líquido ámbar mientras Jenkins
me ataba una banda alrededor del brazo.
Mis entrañas se estremecieron mientras esperaba lo
inevitable.
Sully introdujo la aguja en mi vena y presionó el émbolo.
—Es que ya querías morir, así que si no superas nuestro
pequeño experimento, estamos cubiertos. Los suicidas
maníacos son realmente los mejores—
Joder. JODIDO.
Iba a matarlo. Iba a matar...
La niebla en mi cabeza creció mientras Jenkins me quitaba
la bata de hospital, dejándome desnudo.
Sully me absorbió, con una sonrisa perversa y retorcida en
el rostro, antes de estirar la mano y acariciarme.
—Suéltate, Malachi. Deja que las drogas hagan lo que mejor
saben hacer. Controlarte—
El corazón me retumbaba en los oídos mientras empezaba
a perder la capacidad de pensar con claridad.
¿Dónde estaba?
—Respira—, dijo suavemente una voz. —Inspira y espira.
Buen chico—
¿Quién era yo?
Manos en mi ingle. Calor. Humedad.
Joder, ayúdame.
Quienquiera que sea yo.
—Ábrele las piernas—, dijo la voz.
Mi cuerpo fue zarandeado, mis piernas abiertas.
El mareo me invadió.
Me estaba muriendo.
Me estaba muriendo, joder.
Esperaba que ellos se acordaran de mí.
Fueran quienes fueran.
¿Quién era yo?
Ayúdenme.
¿Dios? ¿Había un dios?
Había un demonio.
Demonios.
Yo era un demonio.
No. Yo era el diablo.
Tenía miedo.
Mamá... por favor...
Dolor. Tanto dolor.
No podía gritar. ¡No podía gritar, joder!
Por favor, mamá. Ayúdame. ¡Ayúdame!
Me estaba partiendo en dos.
El anillo de fuego quemaba mi centro mientras el grito
silencioso se alojaba en mi garganta.
Manía.
Lágrimas.
¿Estaba llorando?
Me dolía mucho. Mamá, ayúdame, por favor.
Sirena...
¿Te conozco, ángel?
Te amo.
Te amo, carajo.
Oscuridad.
Frío.
Gracias, joder.
22.
SIN

—¿Qué está pasando?— Preguntó Ashes mientras


caminábamos junto a Church.
—Llamé a las salas para ver a qué hora teníamos que estar
allí para recoger a Stitches. Dicen que no le van a dar el
alta— El rostro de Church era una dura máscara mientras
cruzábamos el campus.
Ashes había dejado perfectamente claro la noche anterior
que teníamos la misión de averiguar quién había ayudado a
Manicomio a meter a Sirena en el ataúd.
Mis putos días estaban contados si ella hablaba o si
Manicomio me delataba.
El miedo no explicaba adecuadamente los sentimientos que
tenía. Dante y los chicos eran mis mejores amigos. Mi
familia. Lo eran todo para mí. Perderlos era inaceptable.
Simplemente no podía.
El vómito amenazaba mi garganta mientras seguíamos
avanzando. Mi corazón latía con fuerza.
Stitches era un prisionero de las malditas salas. De las
instalaciones. Por Sully.
Lo hacía todo un millón de veces peor.
Mi culpa se disparó.
Si no la hubiera cagado, nada de esto estaría pasando
ahora.
—¿Qué quieres decir con que no lo van a liberar?— Ashes
exigió.
—Exactamente lo que he dicho. Dijeron que está retenido—
—¿Cuánto tiempo?— pregunté mientras subíamos las
escaleras del hospital.
—No lo dijeron, pero voy a averiguarlo—
Cuando entramos, Dante se dirigió rápidamente a la
recepción. La enfermera cogió inmediatamente el teléfono e
hizo una llamada.
Respaldo. Refuerzos.
Estaba asustada.
Church se adelantó y le arrebató el teléfono de la mano. Ella
se acobardó ante su furia.
—¿Dónde está Stitches?—, preguntó con un gruñido,
cerniéndose sobre ella.
Ella se estremeció, con los ojos marrones muy abiertos y el
labio inferior tembloroso.
Él extendió la mano y le acunó la cara. Observé,
hipnotizado, cómo se transformaba en el monstruo que era.
—Si no me lo dices, voy a estrangularte con este cable de
teléfono—, dijo en voz baja, moviendo los dedos para
agarrarle la barbilla con fuerza. —Luego, te arrancaré la piel
del cuerpo y haré mi disfraz de Halloween con ella. He
pensado que este año podría ser un puto payaso—
Ella soltó un grito ahogado, las lágrimas corrían por sus
mejillas sonrojadas.
Cuando intentó apartar la mirada, él le devolvió la atención.
Miré a Ashes y lo vi observando atentamente.
Estaba claro que estaba de acuerdo con Church.
Qué bien.
Significaba que todos estábamos de acuerdo, porque quería
a Stitches fuera de este lugar más que a mi próximo aliento.
Lo necesitaba libre. Necesitaba decirle cuánto sentía toda
esta mierda.
Cuando la enfermera no contestó, Church empezó a enrollar
lentamente el cable alrededor de su cuello. Ella lloriqueaba
suavemente, su pequeña figura temblaba mientras lo
miraba fijamente.
De repente tiró del cable, empujándola hacia él. Ella chocó
contra su pecho, jadeando, con la cara empapada de
lágrimas.
—Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Dónde mierda está
Malachi?—
—E-Está con...—
—Dante, ¡qué agradable sorpresa!— atronó Sully mientras
se acercaba a nosotros, con su estúpido traje de mierda y el
pelo peinado hacia atrás.
Church soltó a la enfermera y le dio un empujón. La
enfermera se cayó de culo antes de intentar deshacer el
cable. Luego salió corriendo, prácticamente tropezando
mientras tiraba mierda de su escritorio.
—Vete a la mierda. ¿Dónde está Stitches?— exigió Church,
rodeando a Sully, que tuvo la decencia de parecer nervioso
mientras daba un paso atrás y se ajustaba su fea corbata
morada.
Seis guardias doblaron la esquina.
Ashes sacó su encendedor y lo abrió y cerró repetidamente.
Suspiré profundamente. Esto no iba a acabar bien si
decidían atacarnos. Alguien acabaría muriendo, y podía
garantizar que no seríamos nosotros.
—Dante, por favor. Discutamos esto en mi oficina...—
—Lo discutiremos aquí mismo, carajo—, gruñó Church.
—No me tientes, hijo de puta. Sabes de lo que soy capaz—
—OK. OK. Aquí.— Sully nos ofreció una sonrisa, que no
llegó a sus ojos brillantes. —Stitches no está bien. Está en
uno de sus episodios maníacos. No es seguro que lo dejemos
ir. Tu padre, Everett, ya ha aceptado que ésta es la mejor
decisión. Pagará sus... tratamientos—
—Stitches es lo bastante mayor como para que nada de lo
que diga mi padre influya en lo que coño haga—, argumentó
Church.
Sully inclinó la cabeza. —Sé que piensas eso, pero Malachi
no es coherente ahora mismo y no puede tomar esas
decisiones por sí mismo. Tu padre se preocupa mucho por
tu hermano. Todos lo hacemos...—
—Me estás cabreando. Deja de mentir— La profunda voz de
Church resonó a nuestro alrededor.
Sully hizo una mueca de dolor y extendió las manos.
—Dante, por favor. Malachi necesita ayuda. Ahora mismo ni
siquiera está en sus cabales. Creemos que su intento ha
causado más daño del que pensábamos. Necesita
recuperarse...—
—Quiero verlo. Enséñamelo—, espetó Church. —Ahora.—
Sully dudó un momento antes de asentir. —Por supuesto.
Vamos. Te demostraré que no está bien—
Sully nos hizo un gesto para que lo siguiéramos, y así lo
hicimos. Los guardias permanecieron a nuestra espalda
mientras tomábamos el ascensor hasta el tercer piso. Nadie
dijo una palabra mientras ascendíamos. Cuando llegamos a
la planta, giramos a la izquierda y seguimos a Sully hasta
una habitación al fondo del pasillo poco iluminado.
El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras mi
preocupación por Stitches se apoderaba de todo.
Dios, por favor, ponte bien, Malachi.
Lo siento jodidamente, hermano.
—Compruébenlo ustedes mismos— Sully señaló con la
cabeza la pequeña ventana situada en la pesada puerta
cerrada ante la que nos habíamos detenido.
Church le lanzó una mirada fulminante antes de dar un
paso adelante y mirar a través del cristal.
Se quedó mirando tanto tiempo que no supe qué iba a hacer.
Finalmente, se echó hacia atrás. Me apresuré a ocupar su
lugar y mirar por la ventana.
Me quedé sin aliento al ver a Stitches atado a la cama.
Estaba destapado, y su bata de hospital se retorcía
alrededor de sus piernas como si hubiera estado luchando
durante un rato. La frente le brillaba de sudor y el pecho le
temblaba. Saliva blanca y espumosa rodeaba sus labios.
Incluso los tatuajes de su cara parecían pálidos en contraste
con su color natural.
—¿Qué le has hecho?— gruñó Church. —Stitches estaba
bien cuando lo trajimos aquí. Este no es él. Nunca había
hecho esta mierda—
—Entiendo tu preocupación, pero por favor... conoces la
historia de Malachi. Sabes cómo lucha a veces. Esto es sólo
una incidencia más grave. Estamos trabajando con algunos
medicamentos nuevos que van a ayudarle—, explicó Sully.
—Sólo necesita tiempo para adaptarse. Te prometo que
mejorará enseguida y volverá pronto a casa—
Miré fijamente a Sully. —Si no está mejor pronto, más te
vale que tu puto dios responda a las plegarias—
Sully me dedicó una sonrisa tensa. —Lo curaremos
enseguida o moriremos en el intento. Te doy mi palabra—
Algo en la forma en que dijo eso hizo que me recorriera un
escalofrío por la piel.
Church retrocedió, con un músculo vibrando a lo largo de
su mandíbula. —¿Dónde está Sirena?—
—Descansando cómodamente. No hay novedades sobre su
estado—
Church asintió y se volvió hacia nosotros. Le devolví la
mirada, haciéndole saber en silencio que iría a la guerra con
él si era lo que quería. A juzgar por la leve inclinación de
cabeza que Ashes le dedicó, era seguro asumir que todos lo
haríamos.
—Estaré informándome—, dijo Church en voz baja,
peligrosamente. —Si estoy infeliz, créeme, palidecerá en
comparación con lo que sentirás tú—
Sully no dijo nada mientras girábamos y nos alejábamos. No
fue hasta que casi habíamos llegado al ascensor cuando por
fin habló.
—Tu padre aprobó su tratamiento, Dante. Sabe lo enfermo
que está Malachi. Sabe lo importante que es tu hermano
para ti. Recuperarlo es todo lo que quiere—
Church no dijo ni una maldita palabra. Se limitó a entrar en
el ascensor y Ashes pulsó el botón de la primera planta.
—¿Church?— Ashes gritó en voz baja.
—No se trata de lo que mi padre quiere. Se trata de lo que
es capaz de hacer—, susurró Church. —Sin embargo,
Stitches es fuerte. Lo superará—
—¿Y si no lo hace?— Susurró Ashes. —Entonces, ¿qué?—
—Entonces los matamos a todos— Church salió del
ascensor sin mirar atrás.
Miré a Ashes y suspiré.
—Parece que deberíamos empezar a cavar hoyos—,
murmuré.
—No necesariamente. Podríamos quemarlos a todos—
Ashes siguió a Church, dejándome mirando sus espaldas.
Tragué saliva al ver a mis dos amigos salir por las puertas
del hospital, con las cabezas juntas.
Todo estaba jodido.
23.
SETH

¿Quién mierda soy?


Me miré en el espejo, observando los moratones de mi cara.
Podía defenderme en una pelea si me obligaban a ello, pero
últimamente me dejaba ganar.
Por supuesto, era difícil luchar contra la gente cuando me
clavaban agujas en la carne y me obligaban a arrodillarme.
Forzándome a ver cómo lastimaban a Rinny.
Obligándome a obedecer.
Obligándome a obedecer, joder.
Inhalé y exhalé profundamente mientras seguía estudiando
mi reflejo. Mis ojos azules parecían apagados. Mi labio
inferior estaba ligeramente hinchado. Tenía moratones no
sólo en la cara, sino también en el cuerpo. Hacía ejercicio.
Mucho. Mi cuerpo podía soportar una paliza intensa, ¿pero
esto? Esto era otra cosa.
Debemos aguantar.
No dejarlo ir.
Por Rinny.
Sufrimos en silencio por nuestra niña para siempre.
La venganza vendrá una vez que ella sea nuestra de nuevo...
Me lamí los labios.
—¿Y luego qué?— Susurré. —¿Qué haremos una vez que
sea nuestra?—
Darles una dolorosa lección antes de matarlos a todos.
—No me gusta matar gente. Mucho. Aunque me gusta
torturarlos... como a tú—
Hacemos lo que debemos para proteger lo que es nuestro.
Serán castigados. Se lo debemos. Dilo. Di lo que debemos
hacer.
—Los mataremos a todos—, murmuré.
Otra vez. Dilo otra vez.
—Los mataremos a todos—, repetí con fiereza, el rostro de
Rinny centelleando en mi mente.
Ningún sobreviviente.
—Ninguno—, dije en voz baja.
Cerré los ojos un momento, desesperado por un poco de paz.
Sacudí la cabeza, deseando que el silencio se apoderara de
mí y acallara el ruido de mi cabeza.
Cuando todo quedó en silencio, abrí los ojos, me aparté del
lavabo y me vestí rápidamente.
Tenía mucho trabajo que hacer hoy y poco tiempo para
hacerlo.
No se repetiría lo de la última vez con Rinny. Ninguno de los
dos saldría herido hoy. Al menos no por Sully.

Miré el papel que tenía delante y fruncí el ceño.


Bésala.
—¿Qué es esto?— Miré fijamente a Sully.
—Pensé que tal vez necesitabas una recompensa hoy
después de la desgracia de la última vez— Me ofreció una
de sus sonrisas de mierda, que me dieron ganas de clavarle
clavos en los putos globos oculares.
—Así no es cómo funciona un sistema de recompensas, a
menos que quieras que continúe con mi mal
comportamiento. Mis fracasos—
—Eres listo, ¿verdad, Seth? Eso es lo que me tiene tan
fascinado por ti— Se restregó la mano por la barbilla.
—Entonces no lo consideres una recompensa.
Considéralo... un incentivo, un estímulo. Te estoy
seduciendo para que entres en su mente y la poseas—
—¿Y para qué te sirve eso?— Le miré con el ceño fruncido.
—¿Cómo podría yo al violar su mente beneficiar al gran y
poderoso Dr. Sully?—
La está usando para entrar en tu mente.
Quiere usarla para llegar a ti.
Mátalo.
Mátalo.
MÁTALO.
No podemos matarlo. Debemos esperar hasta que sea el
momento adecuado.
ESPERA.
Apreté los dientes y miré fijamente a Sully.
No lo mataría. Aún no. La perspectiva de torturarlo durante
mucho tiempo me producía un gran placer. Haría bien en
andarse con cuidado.
—Soy un científico—, dijo con una risita. —Estoy aquí para
observar. Para aprender. Eres una criatura extraordinaria.
Eres... diferente. Me fascina—
—¿En qué soy diferente? Estoy loco como todo el mundo
aquí. Tú incluido—
Me dedicó una sonrisa y asintió. —Tú sabes cosas. Los dos
sabemos que las sabes. Tu diagnóstico de esquizofrenia no
es exacto. Los dos lo sabemos—
—¿Lo sabemos?— Le alcé las cejas. —Los dos sabemos que
oigo voces. A lo mejor es que soy muy bueno prestando
jodida atención y en realidad no percibo las cosas. Quizá a
veces tengo suerte—
Sacudió la cabeza desde detrás de su escritorio y se sentó
hacia delante. —Me inclino por darte un diagnóstico de
trastorno de identidad disociativo. Dime, Seth. ¿Cuántas
voces hay en tu cabeza? ¿Con quién estoy hablando ahora
mismo?—
Le sonreí con satisfacción. Ya había oído este diagnóstico
antes. Los había oído todos. Bipolar. Narcisista. Trastorno
de identidad disociativo. Esquizofrenia. Trastornos
disociales y de conducta perturbadora, sobre todo trastorno
negativista desafiante. Y mi favorito... trastorno
neuropsiquiátrico. Básicamente, me llamaban psicópata.
Para mí era un buen término general.
Lo acepté humildemente porque, ¿por qué carajo no? Les
hacía andar de puntillas a nuestro alrededor.
Y eso me gustaba.
—¿Con quién crees que estás hablando?— pregunté,
estudiándole.
Fue la forma sutil en que le temblaban las manos lo que me
dijo que estaba perdiendo el control al hablarme. Estaba
desesperado por actuar, pero sabía que yo reaccionaría.
Sabía que yo era una bomba de relojería y que me
necesitaba para sus nefastos planes.
Yo jugaría.
Me encantaba jugar.
Él está enfermo.
Más enfermo que tú.
Te desea. Quiere tocarte.
Saborearte.
Experimentarte...
A nosotros.
Me lamí los labios y recorrí su torso con la mirada.
—¿O quién te gustaría que fuera?— pregunté suavemente.
—Porque los dos sabemos que soy capaz de jugar. Cualquier
juego. Elige uno. Jugaremos—
Su nuez de Adán se balanceó y sus manos volvieron a
temblar.
—Completa tu tarea. Tu recompensa es ella. Discutiremos
qué más puedo ofrecerte una vez que esté rota. Necesitarás
una mascota cuando te des cuenta de lo divertidas que
pueden ser. Puedo darte muchas. Puedo darte cualquier
cosa... Manicomio—
Torcí los labios hacia él, enterrando mi rabia y mi asco en lo
más profundo, como solía hacer. Era leña para el fuego que
encendería más tarde. El fuego que encenderíamos.
Sus gritos valdrán todo el dolor. Todas las lágrimas.
Me puse en pie, le seguí hasta la habitación roja y entré. Me
volví hacia él antes de que pudiera cerrar la puerta.
—Tú también intentas quebrarme—, le dije en voz baja.
Me devolvió la mirada sin ninguna emoción en el rostro.
Me incliné hacia él, su potente colonia me quemó la nariz
mientras lo respiraba y mis labios rozaban su oreja. —El
problema es que ya estoy jodidamente roto. Si juegas
conmigo, es sólo porque yo te dejo—
Se apartó rápidamente de mí mientras yo soltaba una
carcajada malvada y retrocedía. La puerta se cerró a su
paso, pero no antes de que notara su rostro enrojecido por
la ira.
Sonreí satisfecho, disfrutando del juego al que jugábamos.
Pero ahora era el momento de empezar un nuevo juego. Uno
infinitamente más divertido.
Uno con mi Rinny
24.
SIRENA

Dolía en la oscuridad. Todo dolía. Me dolía respirar.


—Probablemente tengas las costillas magulladas—, me dijo
una voz suave y familiar. —Las mías también—
¿Seth?
—Soy yo—, volvió a decir antes de que el cálido contacto de
su mano se posara sobre mi muslo desnudo.
No podía verlo.
Aquí todo era oscuridad.
Estaba prisionera en este mundo frío. Ni siquiera sabía si
seguía existiendo.
—Seth—, continuó. —Tu Seth. Y tú eres Rinny, nuestra...
niña para siempre—
Church. Yo era la chica de Church.
De Ashes
De Stitches.
¿De Pecaminoso...?
Yo era su chica, o lo había sido, no la de Manicomio. Él trató
de matarme. Me había atrapado.
—Soy Seth, Rinny. No Manicomio.—
El suave zumbido hizo vibrar mis labios, la canción familiar
mi respuesta.
—Nuestra canción—, murmuró Seth.
—Sólo grita mi nombre de nuevo, espectro. Entonces lo sabré.
Sabré que estás lista para volver a casa conmigo—
Church.
Dante.
Había prometido venir. A salvarme si lo llamaba. No lo hizo.
Grité sola y para nada.
—Te dejó ir—, continuó Seth. —Todos lo hicieron. Ahora
eres mía. Era una apuesta. Yo gané. Los vigilantes son
honorables. En su mayoría.—
Se fueron.
Lo recordé. Me habían usado en un juego. Pecaminoso...
había usado su incidencia para castigarme.
Sentía la cara húmeda.
Un suave toque eliminó la humedad de mis mejillas.
—Siempre te protegeré, Rinny. Siempre lo hice. Nada ha
cambiado. Ahora estoy aquí, protegiéndote del hechicero
malvado—
Seth.
No Manicomio.
Seth me había protegido.
Unas manos cálidas tocaron las mías. —Vuelve conmigo
para que podamos matar al hechicero malvado y dejar este
lugar. No te haré daño—
—Manicomio—, ronqué.
—No. Sólo Seth. Aquí estoy. Sal de la oscuridad y únete a
mí en el fuego, Rinny. No tengas miedo. No te haré daño—
—Seth...—
—Mi princesa encerrada en el infierno—, susurró, sus
suaves dedos acunando mi cara. —Sal, sal, dondequiera
que estés—
Tan pesado.
Este mundo era tan pesado.
Me gustaba la oscuridad a pesar del frío.
Aquí nadie podía hacerme daño.
No podía ver el mal en el mundo.
Estaba a salvo. Nadie podía verme. Podían golpear mi
cuerpo, pero aquí no podían con mi mente. No podían herir
mi corazón.
—Si no vienes a mí, yo iré a ti— El calor rozó mi mejilla.
Siguió hasta mi mandíbula. Hasta mi oreja. —Y entonces
nos quedaremos envueltos juntos para siempre en la
oscuridad—
Me estremecí contra él.
—Nadie puede atraparte en la oscuridad excepto yo, Rinny.
Es porque fui hecho de la oscuridad. Es mi reino. Mi
imperio. Quiero que sea nuestro. ¿No te lo prometí para
siempre? Me lo prometiste también. Lo recordamos—
Sentí que caía lentamente.
Mi espalda chocaba contra los cojines y él se cernía sobre
mí.
—Vuelve a mí. Por favor, vuelve con nosotros. Siento que te
hicieran daño. Sólo quería salvarte. Ahora estás atrapada
en este infierno conmigo— La calidez rozó mi mejilla de
nuevo. —Te daré una corona de dagas y mataré a quien tú
quieras. Luego te haré el amor sobre sus restos. Cualquier
mundo que mi princesa pirata quiera, lo tendrá. Sólo sal de
tu escondite. Te necesito, Rinny. Joder, te necesito— Su voz
se quebró.
Me necesitaba.
Seth me necesitaba.
Era Seth.
Parecía dos personas.
Una a la que amaba. Una a la que temía.
Pero sabía que no era posible que él fuera dos personas.
Manicomio y Seth eran más diferentes que parecidos. Yo
sólo... no entendía lo que significaba. Todo lo que sabía era
que algo estaba mal.
Tarareó suavemente nuestra canción. No podía ver más allá
de la oscuridad, pero sabía que estaba allí. Que se cernía
sobre mí. Observándome. Deseándome.
Estaba muy asustada.
Extrañaba a Seth. Mi mejor amigo.
Se inclinó hacia mí y sus labios rozaron la concha de mi
oreja.
—Si no jugamos, nos harán daño. Te destruirán, Rinny. Así
me destruirán a mí. Por favor, vuelve a mí. No quiero
romperte, pero lo haré. Juro que te romperé en un millón de
pedazos antes de reparar lo que he roto. Déjame entrar...—
Se movió y arrastró mi cuerpo inerte hasta sus brazos,
donde me abrazó con nuestra canción en los labios.
Inhalé y exhalé uniformemente, hundiéndome más en la
oscuridad.
Y entonces un suave calor rozó mis labios antes de
desaparecer. Tan suave. Tan rápido.
A través de la oscuridad, lo vi mirándome, con sus ojos
azules brillantes.
—La próxima vez que te bese, me devolverás el beso—,
susurró. —Me enterraré tan profundamente en tu cuerpo y
en tu mente, que nunca escaparás de mí. Te convertirás en
otra parte de mí, y yo seré una parte de ti. Hace tiempo que
clavé mis garfios en tu alma. Nada me separará de ti, Rinny.
Nada.—
Me devolvió la mirada mientras yo parpadeaba lentamente.
Seth Cain.
No Manicomio.
Abrazándome.
Haciendo promesas.
Ahora le pertenecía.
—Me ves—, murmuró. —Quédate conmigo. No te vayas—
El miedo me recorrió mientras retrocedía hacia la oscuridad
antes de dejar que el entumecimiento se apoderara de mí
para protegerme.
—¡Quédate, joder! ¡Rinny! ¡NO! ¡Vuelve! No me dejes, joder.
No me dejes. Por favor. No me dejes de nuevo— Lloraba
suavemente, sacudiéndome bruscamente. —Por favor... Te
necesito. Te necesitamos, joder...—
Todo quedó en silencio.
Y yo estaba a salvo una vez más.
25.
STITCHES

Solté un gemido áspero al revolcarme en el frío y duro


colchón. La bata del hospital era demasiado fina para
abrigarme.
Me estremecí y me hice un ovillo; un suave silbido salió de
mis labios por el dolor que sentía. Meciéndome suavemente,
intenté mantenerme caliente, pero no sirvió de mucho. La
agonía que sentía era demasiado grande y, al cabo de unos
minutos, tuve que parar.
La puerta de mi habitación se abrió. No me molesté en mirar
a mi visitante. No importaba una mierda. Sentía la cabeza
como si me la hubieran golpeado con un mazo de lo mucho
que me palpitaba. Cuando intenté devanarme los sesos para
recordar algo, me topé con un muro de ladrillos. No tenía ni
puta idea de lo que me había pasado, pero a juzgar por cómo
sentía el cuerpo, no había sido nada bueno.
Quería salir.
Necesitaba salir.
Iba a morir aquí.
Morir en este puto infierno.
Joder.
—Malachi,— la voz de Sully me saludó. —Me alegro de verte
despierto. Ayer nos diste un buen susto—
No dije nada. No me moví. Que se joda.
—Siéntalo—, pidió Sully.
Un momento después, unas manos ásperas tiraron y tiraron
de mi cuerpo, levantándome hasta sentarme. La cabeza me
pesaba demasiado. Uno de los guardias me enredó los dedos
en el pelo y me levantó la cabeza para que mirara al
chupavergas que tenía delante.
—Estás molesto—, dijo Sully. —Es comprensible. Estás
pasando por un gran cambio ahora mismo—
—Jódete—, murmuré.
—Sí, bueno, luego— Se rió entre dientes y el sonido me
produjo escalofríos.
Un destello de un recuerdo atravesó la pared, haciéndome
parpadear rápidamente.
Llorando.
Suplicando.
Una boca caliente contra la mía.
Dolor. Tanto puto dolor.
Me dolía el pecho cuando el recuerdo se desvaneció y el
muro volvió a su sitio.
El pulso me retumbaba en los oídos.
—Ayer estabas alucinando— La voz de Sully me devolvió al
momento. —Balbuceabas incoherencias. Diciendo cosas
que no habían sucedido. Luego te desmayaste y no pudimos
despertarte—
Parpadeé.
No había alucinado ni un puto día de mi vida.
—Tu cerebro estaba sin oxígeno cuando intentaste
suicidarte. Ese tipo de suceso puede causar daños. Estamos
intentando arreglarlo—
Me lamí los labios.
—Quiero irme a casa—, ronqué.
Sully asintió. —Soy consciente, pero tienes que entender
que esto es lo mejor. Tu padre aprobó tu actual plan de
tratamiento. Estaba aquí ayer cuando resbalaste y caíste.
Fue entonces cuando empezaron tus alucinaciones. Tuviste
una convulsión, Malaquías—
Exhalé.
Yo tampoco había tenido una convulsión en mi vida.
—Pudo ser por los nuevos medicamentos o.… por otra cosa.
Al final, sigues aquí con nosotros, lo cual es bueno. Así
podemos reanudar el tratamiento—
—Quiero ir a casa—, repetí, con dolor de garganta. —Quiero
a Church. Ashes. Sin. Y ángel. Por favor. Déjame verla.
Sirena—
Sully se arrodilló frente a mí mientras el guardián me
soltaba el pelo. Me esforcé por mantener la cabeza erguida
mientras lo miraba fijamente. Alargó la mano y me apartó el
pelo oscuro de la frente.
—Si lo haces bien hoy, te dejaré verla mañana. ¿Qué te
parece? Si obedeces, podrás verla—
Odiaba a ese cretino, pero estaba desesperado por estar con
mi ángel, así que asentí débilmente.
—Buen chico,— Sully arrulló, sonriéndome. —Muy buen
chico. Vamos a tomar tu medicina, ¿vale? Mañana podrás
ver a tu ángel—
Me aparté bruscamente de él cuando me cogió del brazo.
—Malachi,— advirtió suavemente. —No te estás portando
muy bien. ¿Qué le ha pasado a mi buen chico?—
Sus palabras me provocaron náuseas.
Volvió a agarrarme del brazo y esta vez no lo aparté.
Rápidamente, me ató una cinta alrededor del bíceps y me
introdujo una aguja en las venas. Cuando apretó el émbolo,
el líquido ámbar me calentó el brazo mientras subía.
—Oh, joder—, ahogué un increíble ataque de euforia.
Tenía que ser el mejor subidón de mi vida.
—Sigue haciendo cosas buenas por mí—, dijo Sully
suavemente. —Y te recompensaré. ¿Te gusta esta
recompensa?—
—S-sí—, ahogué.
—Bien. Muy bien. Ven, vamos. Vamos a la sala de
tratamiento. Mañana podrás ver a Sirena— Me tendió la
mano y se la tendí, con la cabeza hecha un puto lío de placer
y felicidad.
Nunca me había sentido tan feliz.
Al menos creía que era felicidad.
No estaba seguro. Pero no era mi felicidad. Era artificial,
pero joder, se sentía bien.
—Te daremos el resto de la medicina si la necesitas—, dijo
Sully después de sentarme en la silla de ruedas.
Me lamí los labios. —Me gusta esta medicina. ¿Cómo se
llama?—
—Claro que te gusta. El nombre no es importante. Es, con
diferencia, uno de los mejores medicamentos que existen.
Pero sólo te lo puedo dar yo, así que asegúrate de hacer lo
que te digo. Cada vez que lo hagas, te recompensaré con un
poco—
Odiaba a este cretino, pero definitivamente me encantaba
cómo me sentía. El dolor de mi cuerpo desapareció mientras
la estática me cubría.
Por una vez en mi vida sentí que tal vez podría lograrlo.
Como si pudiera hacer esto.
Fuera lo que fuera.
¿Era la vida? ¿Podría vivir?
Lo intentaría si me sentía así.
Esta altura era definitivamente donde estaba.

Gruñí, con los brazos tensos contra las cintas de cuero que
me sujetaban a la cama. Hacía tiempo que se me había
pasado el efecto de las drogas y me habían dado algo más
que intensificaba la agonía de mi cuerpo.
—P-por favor. No—, grité, con la mente completamente
aturdida y una confusión galopante. No podía distinguir qué
era real y qué no.
La gente con túnicas. Con máscaras. No podía verles la cara.
Estaba oscuro. Muy oscuro.
No podía decir si eran reales o no.
No se movían como si fueran reales.
Se sacudían y crispaban antes de moverse rápido, casi como
si estuvieran rezagados, con fallos.
Y seguían rezando en círculo a mi alrededor.
Pero no era una oración que hubiera oído antes ni un idioma
que conociera. Hablo inglés y español. No era ninguno de
los dos.
Luego me tocaron.
Mi cuerpo desnudo.
Manos en mi ingle.
—Mamá—, me ahogué. —Por favor. ¡Por favor, mamá!—
Silencio.
—Malachi, mírame.— La cara de Sully apareció.
No había enmascarados. Ni cánticos. El cuarto era blanco
brillante, no oscuro ahora. Ya no estaba atado.
Solté un gemido.
¿Qué mierda me estaba pasando?
—Me duele—, sollocé. —Me duele. Me duele—
—Lo sé—, dijo Sully suavemente. —Eso es lo que se siente
cuando los demonios contraatacan. Si quieres que el dolor
desaparezca, tienes que escuchar. ¿Puedes escuchar por
mí?—
—S-sí—, tartamudeé, desesperado por hacer algo para que
esto terminara.
Me apartó el pelo de la frente. Me estremecí bajo la fina bata
de hospital.
—Reza conmigo—, murmuró Sully.
Recitó el Padrenuestro y yo lo recé con él, con la voz
temblorosa y las náuseas revoloteando en mi interior.
—Amén—, terminó Sully.
—A-amen— Me estremecí violentamente.
—Levántelo—, exigió Sully.
Los guardias entraron en la habitación y me sentaron. Uno
me puso una palangana bajo la cara justo antes de que me
agitara violentamente, vaciando mis tripas en ella.
Me estremecí al sentir el aire frío. Pero ardía por dentro
como si estuviera en llamas. Me dolía la garganta como si
unos atizadores calientes me la estuvieran atravesando.
Las lágrimas me corrían por la cara mientras me acercaban
el agua a los labios. Bebí con avidez hasta que se me llenó
la barriga. Alguien me limpió la boca.
—No te encuentras bien, Malachi—, dijo Sully en voz baja.
—Lo sabes, ¿verdad?—
—¿Quiénes son los hombres de las máscaras?— Susurré.
—¿Por qué me hacen daño?—
—Son tus demonios— Acunó mi cara. —Se resisten. No
quieren abandonar tu cuerpo. Hay una guerra dentro de ti.
Sólo tienes que someterte—
—¿A quién?— Pregunté, mi cuerpo seguía temblando.
—A Dios. A mí—, dijo, con la voz apenas por encima de un
susurro. —Si te sometes a mí, puedo salvar tu alma. Puedo
asegurarme de que Dios te ama. Que te perdone. ¿No te
gustaría eso, Malachi? ¿Estar en Su gracia? ¿No sentir más
dolor? ¿Ser feliz?—
—¿Cómo?— Yo había terminado. Estaba listo para que estos
sentimientos me dejaran. Para que este dolor se fuera. Sólo
quería irme a casa. Quería a mis amigos. A mi chica. Quería
dormir. Joder. Quería dormir para siempre.
—Haciendo lo que te digo. Aceptándome. Dejándome entrar.
Sigues luchando contra mí. Deja de luchar contra mí. Has
hecho cosas terribles. Dios quiere salvarte. Me está usando
para hacerlo. Sólo necesitas aceptarme en tu corazón. En tu
mente. Déjame guiarte—
Lloré suavemente. El dolor me recorría como una corriente
eléctrica. Apreté los dientes con tanta fuerza que temí que
se rompieran y me ahogara con ellos.
Por favor, mamá. Haz que pare el dolor. Me duele. Me duele
mucho. Por favor...
—El dolor desaparecerá si me dejas entrar. Eres un chico
tan fuerte. Desafiante. Hermoso. Tu piel es un hermoso
lienzo que has destruido con tus marcas. Es la primera
forma de hacer que esto termine—
—¿Qué hago?— Lo miré con ojos sombríos. Quería que este
dolor desapareciera. Quería la droga que me había dado.
Quería mi libertad. Sólo quería ser normal.
—Corta lo que te agobia—, dijo con una voz suave que me
produjo escalofríos. —Haz el primer corte. Para ser libre.
Talla los pecados de tu cuerpo—
Me puso algo frío en la palma de la mano.
—Me quedaré contigo para asegurarme de que estás a salvo
de los demonios—
Grité, con el pecho palpitante.
—La libertad está sólo a un corte de distancia, Malachi.
Elimina a los demonios de tu vida. Sé libre. Sé feliz.
Sométete a mí. Demuestra que quieres tu cordura, y te daré
una vida que nunca soñaste posible. Donde ya no tengas
que pensar. Donde no estés atormentado. Donde no estés
triste—
Se me saltaron las lágrimas y cayeron sobre mi regazo
mientras miraba la hoja que me había dado. Me estaba
pidiendo que me cortara partes de la piel. Que me quitara
los tatuajes como castigo por dejar entrar a los demonios.
Todo mi cuerpo estaba tatuado. Incluso manchas en mi
cara. ¿Y quería que me los cortara?
Sus cálidos dedos tocaron mi sien. —Empieza por aquí.—
—¿Me prometes que el dolor se detendrá?— Jadeé mientras
se intensificaba como si tuviera mente propia y supiera que
estaba intentando expulsarlo de mi cuerpo.
Volví a caer sobre la cama, con el cuerpo rígido a medida
que aumentaba mi miseria.
Un grito salió de mis labios mientras mi pecho se agitaba.
Me agité violentamente sobre el duro colchón y el dolor se
convirtió en fuego, incinerándome por dentro. Unas manos
frías me oprimieron mientras apretaba los dientes con
fuerza dolorosa. Me dolía la mandíbula.
Mamá. Ayúdame. Ayúdame. ¡AYÚDAME!
—Nadie va a venir a salvarte, Malachi—, la voz de Sully se
abrió paso entre la agonía. —Eres un chico malvado que
necesita probarse a sí mismo. Que necesita mostrarme a mí
y a Dios lo que significa tu libertad para ti. El dolor
desaparecerá cuando te sometas. Tu recompensa será tu
ángel. ¿No quieres volver a verla? Te lo prometo. Libera tu
cuerpo de tus demonios primero—
Volví a gritar, vomitando y escupiendo por la boca mientras
me tambaleaba hacia un lado. Todo parecía moverse a
cámara lenta. Como si fuera una pesadilla borrosa y
agonizante.
Me retorcí sobre un charco de vómito y orina. Vi el cuchillo
sobre el colchón. Con manos temblorosas, lo alcancé.
—Libérate—, susurró Sully.
Libre.
Mi ángel.
Agarré el mango del cuchillo y apreté la hoja contra mi sien.
Me costaba ver a través de las lágrimas cuando Sully se
inclinó y puso su cara frente a la mía.
—Acaba con los demonios, Malachi. Demuéstrate a ti
mismo—
El dolor empezó a crecer de nuevo.
Pero era porque me estaba tallando la piel con el cuchillo en
la mano, librándome de los demonios.
26.
ASHES

No podía dormir.
Llevaba horas dando vueltas en la cama. No había podido
quemar nada desde la bañera. Se suponía que podría salir
y conseguir mi dosis en mis barriles fuera del campus, pero
eso se había ido a la mierda.
Me estaba volviendo loco.
Sentado, me froté las palmas de las manos contra el
pantalón del pijama, con el corazón latiéndome con fuerza.
Me iba a volver loco. Algo tenía que ceder, y de verdad
esperaba que no fuera mi fuerza de voluntad para no
quemar la casa.
Necesitaba ayuda.
Era lo suficientemente inteligente como para reconocerlo. Si
no la conseguía ahora, tendríamos un verdadero problema
entre manos.
Abby pasó por mi mente. Sosteniendo su pequeño cuerpo
mientras las llamas bailaban en mis ojos.
No. No volvería a jodidamente resbalar...
Rápidamente, fui a la habitación de Sin y aporreé la puerta.
—S-Sin. Sin. Hombre, abre. Por favor. Necesito ayuda— Me
temblaban las manos mientras cambiaba el peso de un pie
a otro. Respiraba demasiado rápido. Sentía que me iba a
desmayar.
Genial. Ansiedad también.
Incapaz de esperar más, abrí la puerta de un tirón y
encontré su cama vacía y las sábanas revueltas.
Joder.
Corrí a la habitación de Church e irrumpí en su interior.
Parecía tranquilo mientras dormía. Yo sabía lo estresado
que estaba. Lo cerca que estuvo de perder la cabeza. Él y
Stitches eran hermanos, después de todo. Saber que
Stitches estaba sufriendo nos hacía daño a todos.
Me metí en la cama a su lado, con el cuerpo tembloroso. No
quería despertarlo. Dios, no quería. Necesitaba dormir.
Necesitaba escapar, pero mierda, yo estaba en espiral.
¡No podía jodidamente respirar!
—¿Asher?— Church llamó con voz soñolienta. —¿Qué pasa?
¿Qué está mal?— Se levantó sobre el codo y se frotó los ojos
antes de mirarme con el ceño fruncido.
Ahora respiraba con demasiada dificultad. Todo lo que
había intentado alejar parecía derrumbarse. Me aplastaba.
La pérdida de Sirena. El intento de suicidio de Stitches y su
encierro. Sin alejándose y nunca estando aquí. El dolor de
Church. Mis miedos. La preocupación de que algo terrible le
estuviera pasando a mi cielo y a mi mejor amigo bajo el
pulgar de Sully. La preocupación de que Sin se alejara de
nosotros y luchara solo contra sus pensamientos. Miedo de
que Church pudiera perder la cabeza y lastimar a alguien
sin tener un plan.
—Ayúdame, Dante. Por favor—, conseguí decir.
Se tumbó a mi lado y me acunó la cara mientras jadeaba.
—Tranquilo. Ya estoy aquí. Todo va bien. Estás a salvo—
—No puedo...—
—Joder, sí que puedes—, dijo con un gruñido feroz. —No
vas a dejarme a mí también, Valentine. Ordena tu mierda—
Inspiré una y otra vez, desesperado por no decepcionarlo. Él
era todo lo que tenía ahora mismo.
—¿Recuerdas lo que hacemos cuando no podemos
respirar?—
—Lo hacemos de todos modos—, dije.
—Es verdad. Lo hacemos de todos modos, joder— Me rodeó
con los brazos y me estrechó contra su cuerpo mientras yo
intentaba recomponerme.
—¿Necesitas fuego? Ha pasado demasiado tiempo—,
murmuró.
—S-sí—
—Vale. Intenta calmarte. Voy a vestirme. Te llevaré a los
barriles—
No dije nada mientras seguía concentrándome en
mantenerme bajo control. Church me besó la frente con
fiereza antes de soltarme y deslizarse fuera de la cama.
Estaba demasiado concentrado en controlarme como para
oír lo que hacía. Un momento después, sus manos estaban
en las mías mientras me ayudaba a salir de la cama y me
llevaba a mi habitación.
Rápidamente, me tapó la cabeza con una capucha mientras
intentaba sentarme en el colchón. Pero mi cuerpo no
aguantaba. Necesitaba salir. Necesitaba aire. Sentía que me
asfixiaba en esta locura. Las manos no dejaban de
temblarme.
Church me puso los zapatos en los pies antes de levantarme
y sacarme de la habitación hacia la puerta principal.
—¿Qué está pasando?— preguntó Sin, entrando por la
puerta principal, con la chaqueta puesta.
—Necesitamos terapia—, murmuró Church, cogiéndome el
abrigo y ayudándome a ponérmelo.
Los ojos grises de Sin me miraron con cara de dolor. Me
cogió la mano.
—Vamos, Asher—, dijo suavemente. —Vámonos.—
Tomé su mano y lo seguí fuera de la casa mientras Church
cerraba la puerta detrás de nosotros. En pocos minutos,
íbamos por la carretera en el nuevo Bronco de Church, con
la capota abierta y el aire fresco golpeándome la cara.
Nadie hablaba mientras conducíamos.
Me dolía el pecho con el aire fresco de la noche llenándome
los pulmones. Mi cuerpo temblaba y mi mente se aceleraba.
Deprisa. Por favor, deprisa.
Cuando llegamos al lugar donde estaban mis barriles, Sin
me ayudó mientras Church cogía mis cosas de la parte de
atrás. Las colocó a mis pies y me puso el mechero en la
mano.
—Quémalo todo—, murmuró.
Tragué saliva y pasé a su lado.
Eché líquido de mechero en el barril y lo encendí mientras
las lágrimas corrían por mis mejillas y las llamas lamían el
cielo. Las observé durante varios minutos, con la
respiración agitada, hasta que por fin pude concentrarme.
Al cabo de unos minutos, había recogido más leña para
alimentar las llamas e impulsarlas hacia el cielo nocturno.
Estábamos en medio de la nada, así que estábamos a salvo.
El calor del fuego me calentó y me tranquilizó el corazón y
el alma.
Me quedé mirando las llamas, y mi cielo pasó por mi mente.
Sus suaves labios. Su sonrisa. Lo que sentí cuando me tocó.
Stitches. Su risa. La forma en que sonreía cuando estaba
bromeando y feliz.
Mi familia.
Por los que luchaba ahora.
Me quedé perdido en los pensamientos positivos durante
mucho tiempo, desesperado por hacerlos realidad de nuevo.
Cuando había conseguido una dosis decente, me volví hacia
mis amigos.
Sin y Church estaban apoyados en la parte delantera del
Bronco, observándome como siempre hacían.
Pero no estaba Stitches.
Tenía que estar aquí.
Me volví hacia el fuego y cerré los ojos.
Necesito a Stitches y a Sirena.

—Tenemos que hablar—, dije a la mañana siguiente cuando


entré en el salón.
Sorprendentemente, Sin estaba sentado con Church. Se
habían callado cuando entré en la habitación, así que supe
que habían estado hablando de mi casi colapso de anoche.
—Me siento mucho mejor ahora—, dije, dejándome caer
sobre el revestimiento de cuero. —Así que ustedes no
necesitan estar aquí discutiendo mi salud mental. Es una
mierda, pero la de ustedes también lo es, así que dejemos
eso atrás, ¿sí?—
Church asintió solemnemente mientras Sin permanecía sin
decir nada.
—Quiero a Stitches en casa— Miré de Church a Sin.
Arrugó las cejas, pero asintió.
Volví a centrarme en Church. —Vamos por él—
Church suspiró y se frotó los ojos. —Yo también lo quiero
en casa. Pero no sé si está preparado para volver. No quiero
traerlo aquí y que intente ahorcarse de nuevo. No quiero
perderlo—
—Entonces necesitamos verlo. Hacernos una idea de cómo
está su salud mental. Ver dónde está realmente. Si parece
estar bien, lo sacamos si no lo liberan. Conozco una forma
de ahuyentarlos si es necesario—
Los labios de Church se torcieron ante eso. —Hagámoslo—
Miré a Sin, que estaba sentado hacia delante, con sus ojos
grises clavados en mí. No creí que estuviera de acuerdo.
Últimamente había sido muy irregular con sus acciones,
pero asintió.
—Sí. Me apunto—
Sonreí. Tal vez, si teníamos suerte, veríamos también a
Sirena. Dos pájaros de un tiro no era mal plan.
Lo necesitábamos.
Por el amor de nuestra cordura, lo necesitábamos.
27.
CHURCH

Entré en el hospital y fui directamente a la sala de


enfermeras. Estaba de guardia la misma enfermera de la
última vez. Inmediatamente, sus ojos se abrieron de par en
par.
—Busco a Stitches—, le dije con tono uniforme. —Te harás
a un lado y no llamarás a nadie para que venga a interferir,
¿verdad?— Incliné la cabeza hacia el teléfono. —Los dos
sabemos que ese cable de teléfono te hace un collar muy
bonito—
Separó los labios y asintió.
—Si llamas a alguien, tendrás que convertirte en paciente.
Estoy seguro de que no quieres eso—
Ella tragó saliva. —De acuerdo—
—Buena chica— Le sonreí. Se sonrojó y agachó la cabeza.
Putas hermosas perras. Me encantaban todas. Tan fáciles
de manipular y maniobrar cuando pensaba con claridad y
no perdía la cabeza de rabia.
Pasamos la estación, subimos en ascensor hasta el piso de
Stitches y salimos. No tenía ningún plan. Sólo sabía que
quería ver a mi hermano.
El pasillo estuvo vacío todo el camino, lo que nos facilitó las
cosas.
—Esas puertas están cerradas—, dijo Sin mientras
avanzábamos por el pasillo. —Necesitamos una llave si
queremos entrar—
—Entraremos—, murmuré cuando nos acercamos a su
habitación y nos detuvimos. Miré a través del pequeño
cristal y vi su cama vacía y desarreglada.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Qué pasa? ¿Qué está mal?— Preguntó Ashes.
—No está aquí.— Me alejé de la puerta, la frustración
rodando a través de mí.
—¿Qué?— Ashes se asomó por la ventana. —¿Dónde coño
está?—
—Las horas de visita no son hasta dentro de dos horas—,
gritó la voz de Sully.
Levanté la cabeza y entrecerré los ojos ante el cretino.
—Nosotros hacemos nuestro horario. Ya lo sabes—, le dije,
mirándolo mientras se acercaba con una sonrisa de
suficiencia en su estúpida cara.
—Por supuesto.— Se detuvo cerca de nosotros y ensanchó
su sonrisa de mierda en una que debió pensar que parecía
sincera, pero a mí me pareció una mierda. —Me temo que
Malachi empeoró anoche. Tu padre ha vuelto—
—¿Qué?— Se me heló la sangre. —¿Qué ha pasado? ¿Por
qué no se me notificó?—
—Tu padre necesitaba ser notificado primero. Seguimos el
protocolo, independientemente de quiénes sean los
estudiantes. Aunque sé que tu familia es importante para
Chapel Crest...—
Le di un fuerte empujón en el pecho, haciéndole tropezar
contra la pared. No dudé en ponerme delante de él.
Mi padre era un puto monstruo. Si estaba aquí, la mierda
iba a caer. Me había advertido que intervendría si tenía que
volver.
—¿Dónde mierda está mi hermano?—
Sully tragó saliva visiblemente y se alisó la corbata. —Bien.
Ven conmigo—
Lo dejé pasar y miré a Sin y Ashes, que estaban pálidos. Nos
siguieron sin decir palabra mientras nos conducían por el
pasillo y doblábamos la esquina.
No nos detuvimos hasta llegar a una nueva habitación.
Entré. Stitches estaba en la cama, con una vía en el brazo y
la cara vendada. A través de la gasa blanca del lado de la
cabeza asomaba sangre roja y brillante. Tenía los ojos
cerrados. Tenía los labios secos y agrietados. Tenía unos
feos moratones morados aureolados en los ojos y en el cuello
aún se veían las marcas de las ligaduras con las que había
intentado ahorcarse.
Apreté los dientes con fuerza mientras Ashes inhalaba
suavemente.
Sin miraba fijamente a Stitches, con las manos temblorosas.
Me volví hacia Sully.
—¿Qué mierda le ha pasado?—
—Malachi está muy enfermo...—
—Malachi está muy jodidamente herido. Explícame por qué
y cómo—, gruñí, dispuesto a arrancarle la verdad a golpes.
—Malachi, como sabes, intentó suicidarse en tu casa.
Esperábamos que ya se hubiera recuperado, pero debido a
sus problemas mentales, no ha sido así. Su cerebro estuvo
sin oxígeno demasiado tiempo, y eso le causó convulsiones
y alucinaciones. Anoche, alucinó que queríamos que se
hiciera daño. Así que se soltó y consiguió hacerse con un
bisturí, luego intentó cortarse los tatuajes de la cara porque
estaba convencido de que le darían el alta si lo hacía—
El horror me invadió al oír las palabras de Sully. La bilis
amenazó mi garganta.
—Stitches no haría eso. Ha caído en la oscuridad antes.
Nunca fue así. ¿Qué mierda le has hecho?— Volví a empujar
a Sully mientras Ashes nos ignoraba y se acercaba a
Stitches y le cogía la mano. Reconocí que le hablaba a
Stitches, pero no registré sus palabras.
Sin se movió detrás de mí pero no trató de detenerme.
—Dante. Dante, por favor. Te detendremos...—
Mi puño chocó contra su cara con un crujido satisfactorio.
—Detén esto, puta—
Estaba a punto de darle una paliza cuando una mano fuerte
se posó en mi hombro y me agarró con fuerza. Conocía ese
puto tacto.
—Basta—, retumbó la profunda voz de mi padre.
Necesité todo lo que tenía dentro para alejarme de Sully y
de su maldita nariz ensangrentada, pero lo hice.
Me giré hacia mi padre, con el odio hirviendo en mi interior.
—Estás dejando que le pase esto, maldito enfermo—
—Yo no controlo las enfermedades de Malachi—, me dijo en
voz baja, sus ojos oscuros sin emoción. Como siempre.
El hombre era sólo una voz, excepto cuando se trataba de
hacer daño a la gente. Ahí estaba su enfermedad. Lo
detestaba y lo único que deseaba era despellejarlo vivo
mientras lo escuchaba gritar todo el tiempo. Era un final
más dulce y amable del que su jodida alma se merecía.
—No, sólo controlas a los cabrones que lo empeoran—, dije
con fiereza.
Inclinó la cabeza hacia mí. —Entiendo tu frustración,
Dante, pero estamos intentando ayudar a tu hermano.
Estoy aquí para aprobarle un tratamiento para que pueda
volver a casa y a sus estudios. No pienses ni por un
momento que quiero que se quede aquí, imaginando cosas.
Malachi necesita mejorar. No puede hacerlo si tú estás aquí
con tus amigos atacando al personal—
Tragué con fuerza. —Quiero que lo dejen inmediatamente a
mi cuidado...—
—Desafortunadamente, hijo, esa no es tu decisión. Es la
mía, y yo digo que se quede—
Lo fulminé con la mirada, haciendo todo lo que estaba en mi
mano para resistirme a aplastarle el culo. Conocía a mi
padre. Si le pegaba o arremetía contra él, Stitches sería
castigado como medio para castigarme a mí. O algo peor.
Así era como funcionaba el cabrón. Controlaba a la gente a
través del poder que ejercía. A través de sus habilidades
para dañar a los más cercanos a nosotros.
—¿Qué he hecho para ofenderte, Padre?— Susurré. —¿Para
que lastimes a mi hermano así?—
Extendió la mano y me acunó la cara. —Tu hermano está
enfermo. Está más enfermo que tú, Dante. Necesita este
tratamiento si quiere volver a casa. Si lo quisiera muerto,
¿no crees que ya lo habría hecho? Recuerdas quién soy,
¿verdad, hijo?—
—El puto diablo—, susurré.
Me sonrió con satisfacción, dándome ganas de escupirle a
la cara. —Ah, y tú eres el príncipe de mi oscuridad. Ahora
vuelve a casa y deja que los profesionales se ocupen de
Malachi. Si vuelvo a atraparte aquí, serás castigado— La
forma en que lo dijo me hizo saber que hablaba en serio.
Sabía cómo hacerme daño.
Se inclinó para hablarme al oído mientras me ponía rígido.
—Esa cosita bonita del pasillo es realmente mágica,
¿verdad? Sería una pena que se convirtiera en mi nuevo
juguete. Ahora vete de una puta vez y piensa en lo que sabes
que quiero de ti—
Se me cortó la respiración cuando se apartó y me miró para
hacerme saber que no estaba jugando. Pero eso ya lo sabía.
Mi padre nunca jugaba. Si hacía una amenaza, la cumplía.
Estábamos cortados por el mismo patrón, él y yo. Los dos
éramos monstruos repugnantes.
Miré a Stitches en la cama, con los ojos ardiendo.
—No le hagas daño, joder—, me atraganté. —Es mi única
familia—
Mi padre soltó una carcajada suave y oscura. —Me
aseguraré de que esté en buenas manos. No te preocupes,
Dante. Malachi volverá a casa muy pronto. Entonces
hablaremos de que te unas por fin al negocio familiar—
El negocio familiar.
El comercio de carne.
Sexo. Partes del cuerpo. Vidas. Malditas almas.
Mi legado.
Se apartó de mí mientras Ashes se ponía en pie y Sin se
movía a mi lado.
Sabía que no podía librar esta batalla así, así que me di la
vuelta y me marché, llevándome a mis amigos conmigo.
—¿Qué mierda está pasando?— gruñó Ashes. —Stitches no
haría esa mierda. Sabes que no lo haría—
—Lo sé—, dije con fuerza. —Estamos todos jodidos.
¡JODIDOS!—
—Tenemos que sacarlo de aquí—, murmuró Sin. —Lo-lo
siento. Joder. ¿Cómo? ¿Cómo lo hacemos?—
—No puede irse hasta que sucumba y acepte—, gritó la
suave voz de Manicomio.
Me detuve y giré para encontrarlo apoyado en una puerta,
vestido con un pantalón de pijama y una camiseta blanca.
Me abalancé sobre él. No retrocedió ni pareció asustado. Se
limitó a mirarme.
—Sabes algo—, le dije. No había olvidado cómo sabía que
Stitches se estaba ahorcando en su armario ni las otras
mierdas que nos había dicho en el pasado.
—Sé muchas cosas—, me contestó, sin ninguna emoción en
la cara.
—¿Qué mierda está pasando aquí? ¿Por qué sigues aquí?
¿No deberías estar ya merodeando por rincones oscuros? ¿O
atrayendo chicas a putos ataúdes?— Pregunté.
—Actúas como si siempre estuviera haciendo que las chicas
se metieran en ataúdes conmigo— Me hizo un gesto
despectivo con la mano. —Eso fue cosa de una sola vez.
Déjalo, Dante—
—Que te jodan, pedazo de puta basura humana—
—¿Quieres información? Tienes que jugar limpio. No estás
siendo muy amable—
Intenté calmar mi respiración y mi rabia. —Te mataré,
joder—
—Juegos preliminares. Mis favoritos—, dijo, sonriéndome.
—Nos vemos a medianoche en el mausoleo. Hablaremos
entonces. Tal vez pueda seducirte a ti para que te metas en
un ataúd conmigo—
Cerré las manos en puños.
—No te dejes llevar por la violencia tan pronto, Dante. Te
prometo que si te aferras a ella, estará mucho mejor
colocada más adelante. Incluso podemos hablar de tu dulce
y pequeño espectro. Medianoche. Toma el bosque, no el
camino. Pasarán por ahí a las 11:53. No quiero que te
pillen— Me guiñó un ojo y retrocedió antes de cerrarme la
puerta en las narices.
—¿Vamos a encontrarnos con él?— preguntó Ashes en voz
baja.
Apreté los dientes. ¿Qué otra opción teníamos?
—Sí—, dije en voz baja, observando la expresión de miedo
que apareció en el rostro de Sin.
Lo ignoré.
Tenía cosas más importantes de las que preocuparme, como
qué mierda estaba pasando aquí.
28.
ASHES

Al amparo de la oscuridad, nos deslizamos por el bosque


hasta el cementerio, los tres vestidos de negro para pasar
desapercibidos ante las patrullas.
Ninguno de los tres habló. Habíamos pasado toda la noche
en silencio, intentando asimilar lo que Church nos había
dicho que había dicho su padre. Sirena estaba en peligro. Y
Stitches también.
Algo tenía que pasar.
El remordimiento por haber dejado marchar a Sirena tan
fácilmente pesaba sobre mí. Si ella estaba en las mismas
condiciones que Stitches... bueno, podría inclinarme a
quemar este maldito lugar y a sus habitantes hasta los
cimientos. Si Church no asesinaba a alguien primero.
Cuando llegamos al mausoleo, nos detuvimos.
—¿Y si es un truco?— Pregunté, la aprensión rodando a
través de mí.
Cada vez era más evidente que Manicomio no era el tipo
normal de demente.
—Entonces muere—, respondió Church mientras miraba
fijamente el mausoleo. —Lo enterraremos aquí fuera—
Me volví hacia Sin y lo encontré mirando el mausoleo
también, con los labios fruncidos.
—¿Por qué siguen parados aquí?— La voz de Manicomio
desde detrás de nosotros me hizo dar un respingo.
Me guiñó un ojo antes de pasar vestido también de negro.
Girándose, caminó hacia atrás y nos hizo un gesto para que
lo siguiéramos. Volví a mirar a Church. Un músculo le
vibraba en la mandíbula bajo la tenue luz de la luna.
Se adelantó y le seguimos, dejando que la puerta del
mausoleo se cerrara tras nosotros. El ataúd del viejo Morse
seguía en su sitio, sin los huesos. Quién demonios sabía
dónde estaban. Estaba seguro de que si Manicomio había
tenido algo que ver con su desaparición, probablemente
estarían escondidos en su armario o algo así.
Pasamos de la oscuridad total a un suave y cálido
resplandor de luz cuando se encendió una linterna a pilas.
La cara de Manicomio brillaba inquietantemente en la
pálida luz mientras la sostenía.
—No quiero que ningún demonio juegue a agarrarnos el culo
en la oscuridad—, dijo en voz baja.
Si no hubiera sido una situación grave, me habría reído. En
lugar de eso, me limité a concentrarme en él mientras
colocaba la linterna en el centro del círculo que habíamos
formado.
—Habla—, gruñó Church.
—Siempre directo al grano—, dijo Manicomio con un
suspiro. —No puedo darte todas las respuestas que buscas
porque, sencillamente, no las tengo. Todavía—
—Entonces, ¿por qué demonios teníamos que encontrarnos
aquí?— Pregunté. —Está claro que están jodiendo a
Stitches. Necesitamos saber qué está pasando y cómo
sacarlo—
Manicomio ladeó la cabeza mirándome. —Recuerdo cómo
sonaba cuando ella gritó—
—¿Qué?— Fruncí el ceño y miré a Church y Sin.
Church dio un peligroso paso adelante mientras Sin parecía
confuso.
—Isabella—, continuó Manicomio.
Se me retorcieron las tripas al oír su nombre. Hacía siglos
que no pensaba en ella.
La ex novia de Sin. La que había matado a su hijo nonato.
La que habíamos matado y esparcido como cenizas en el
lago.
—No digas su puto nombre—, dijo Sin con un gruñido,
dando un paso adelante para colocarse junto a Church.
—Se fue de aquí—
—Sí. Se fue. Polvo al polvo. Cenizas a las cenizas. La muerte
de Bells era obligada tras los siete latigazos mortales del
Pecado— Dejó escapar una suave carcajada ante su jodida
canción infantil.
Fue el hecho de que supiera lo que había pasado lo que hizo
que me recorriera un escalofrío por la piel.
No había forma posible...
—¿Cómo sabes...?— Sin preguntó, su voz vacilante.
Manicomio ladeó la cabeza. —¿Cómo sabe algo una criatura
como yo? Deben de ser las voces— Soltó otra carcajada que
resonó a nuestro alrededor mientras se daba golpecitos en
la sien, con sus ojos azules brillando de locura a la luz de la
linterna.
Nos quedamos mirándolo, paralizados por lo lunático que
era en realidad.
—Nos está jodiendo. No sabe—, dijo Church. —¿Por qué es
tan importante esa zorra? Ella no tiene nada que ver con
Stitches o espectro —
—¿No es así?— Manicomio miró fijamente a Church. —Ella
es una pequeña llave para un vasto reino, diría yo. Aunque
sigues sin creerme— Manicomio dejó escapar un suspiro y
sacudió la cabeza. —Bien. Ponme a prueba. Pregúntame
cualquier cosa. Si al final de tu interrogatorio no estás
convencido de que sé cosas, entonces volveré a las sombras
con mi premio, y nunca volveremos a hablar—
—Tu premio es mi chica—, dijo Church, con la voz llena de
rabia apenas controlada. —Cuando vuelvas a tu rincón
oscuro, será solo—
Me alegraba de que fuera él quien hablara, porque una vez
más estaba necesitando toda mi fuerza de voluntad para no
mandar todo al carajo y quemar el hospital, coger a mi cielo
y a mi mejor amigo de allí y marcharme de este lugar para
siempre.
Metí la mano en el bolsillo y rocé con los dedos el frío metal
de mi mechero mientras intentaba calmarme.
—Me parece justo—, dijo Manicomio sin perder el ritmo.
—No discutiré que durante un periodo de tiempo en un
futuro próximo estaré sin ella—
No tenía ganas de seguir jugando. Sólo necesitaba
respuestas. Todos las necesitábamos. —Ve al grano.—
—Entonces simplemente haz tus preguntas. Algunas son
más difíciles de responder que otras. Tenlo en cuenta—
Resoplé. Claro que lo eran. Sin embargo, no podía quitarme
de la cabeza el hecho de que supiera que Stitches había
intentado ahorcarse. Todavía me pesaba.
Saqué el mechero y lo abrí y cerré cinco veces antes de volver
a empezar. Últimamente todo me estresaba. Estar en este
maldito lugar no sólo me daba escalofríos, sino que me
enviaba feos recuerdos de haber encontrado mi cielo en
aquel maldito ataúd con Manicomio, llenándome la cabeza
de imágenes desgarradoras.
—Bien. ¿Qué le pasa a Stitches?— Church preguntó.
—Pregunta equivocada. Pregúntame algo que nunca le
hayas dicho a nadie. O algo que no debería saber—
Church soltó un suspiro exasperado. El hecho de que
siguiera siguiéndome el juego me sorprendió. Estaba
dispuesto a asaltar el hospital y recuperar lo que nos
pertenecía.
—¿Cuál es mi color favorito?—, preguntó.
—Te gusta... el blanco—
Parpadeé sorprendido y miré a Church rápidamente. El
blanco era su color favorito.
—El mío es el amarillo—, continuó Manicomio. —Es
bastante alegre—
Sin soltó un suave bufido.
—¿Qué pasa, Sinclair? ¿Crees que no merezco alegría?—
—Creo que a los psicópatas les gusta el amarillo. Creo que
eso es lo que oí durante una de mis sesiones de grupo— Sin
le devolvió la mirada.
Si le molestaba a Manicomio, no lo demostró. En su lugar,
simplemente le guiñó un ojo.
—¿Dónde está enterrada Bells?— Pregunté en voz baja,
queriendo llegar al meollo del asunto.
—Pregunta capciosa, Valentine— Asilo se centró en mí.
—Porque no está enterrada. Nada en el agua. Las llamas se
calentaron. Ella flota en el viento. Ella se convirtió en el
último pecado— Me sonrió ampliamente. —Church la atrajo
como una araña esperando, y luego él y Sin la mataron.
Gritó para que la escucharan mientras encendías el
mechero. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Cinco veces. Una
pausa. Cinco veces más— Cerró los ojos e inspiró
profundamente mientras se me revolvían las tripas. —Mm.
Sí. Los vigilantes retiraron su cuerpo cuando la vida lo
abandonó, y tú le prendiste fuego para convertirlo en nada
más que cenizas y huesos. Sus huesos están...— Abrió los
párpados y ladeó la cabeza mientras yo contenía la
respiración.
¿Cómo mierda lo sabía?
Church tenía el cuerpo tenso, los ojos entrecerrados y el
pecho agitado.
Y Sin... Sin parecía que iba a vomitar.
—A ella le gustaba Poe—, dijo Manicomio en voz baja
después de un momento. —'El corazón delator' era su
favorito— Se centró en Sin y ladeó la cabeza en la otra
dirección como si estuviera escuchando a alguien cercano
que no podíamos ver. —¿Por qué la tienes ahí, Sinclair?—
Las náuseas me retorcieron las entrañas cuando Sin se
lamió los labios. —¿Mantenerla dónde?—
—No te hagas el tonto conmigo. Conozco tu nivel de
depravación—, murmuró Manicomio. —Bajo las tablas del
suelo, por supuesto—
Ensanché los ojos mientras miraba a Sin. No tenía ni idea
de lo que había hecho con los huesos. Había dicho que se
ocuparía de ellos. Pensamos que sería mejor que sólo él lo
supiera. Además, él lo había querido así aunque yo me
había ofrecido a estar con él cuando se deshiciera de ellos.
—Dime que no hay huesos en mi puta casa—, siseó Church,
con las manos cerradas en puños apretados.
—No los hay—, respondió Sin, con la voz tensa.
—No, en la casa no. Están en el despacho de Sully. Astuto,
astuto—, dijo Manicomio con voz cantarina. —Muy astuto.—
Church y yo nos quedamos boquiabiertos ante Sin. Sentí
como si me hubieran dejado sin aire en los pulmones. Matar
a Isabella no había sido un momento culminante para mí.
Nunca dejé que se me pasara por la cabeza si podía evitarlo.
No me gustaban los recuerdos ni cómo me hacía sentir. En
realidad, no era una mala sensación. Cuando pensaba en
ello, me sentía realizado. Satisfecho. La mujer que había
herido tan profundamente a mi amigo había sido castigada
por sus crímenes.
La culpa de tener esos sentimientos satisfactorios me
enfermaba. Por eso los guardaba bajo llave en mi mente.
—¿Es ahí donde está?— Preguntó Church.
Sin se quedó mirando a Manicomio como si no lo
reconociera. Finalmente, Sin volvió a centrarse en nosotros.
—Sí—
—¿Cómo lo sabías?— Church se volvió y miró a Manicomio.
—¿Cómo sabías que Stitches iba a ahorcarse? ¿Cómo sabes
nada de esta mierda?—
—Yo no lo sé. Nosotros lo sabemos—, contestó Manicomio,
gesticulando a su alrededor. —Pequeño truco de salón
especial. ¿Cómo voy hasta ahora?—
—¿Estás loco o las voces son reales?— Carraspeé, con la
boca seca como si hubiera estado chupando un algodón.
—Buena pregunta. Quizá un poco de las dos, Valentine—
Asintió. Sus ojos se desenfocaron a la luz de la linterna
mientras se hacía el silencio en la fría habitación.
Cuando habló, la agonía me oprimió el pecho.
—Ella no te culpa, sabes. Abigail. Ella te amaba— Su voz
adoptó un tono de niña mientras continuaba: —Asher, eres
tan tonto, pero las llamas van a quemar a alguien si no tienes
cuidado...—
El corazón se me heló en el pecho cuando su mirada se clavó
en mí, examinando mi alma contaminada. Repitió las
palabras que Abby me había dicho el día antes de morir.
Nunca le había dicho a nadie sus palabras.
—Tus padres, incluso ellos te extrañan a veces—
Solté un gruñido y me lancé contra él. Sin y Church me
agarraron antes de que mi puño pudiera conectar con su
cara.
—No hables de ella. Nunca hables de ella, joder—, grité,
luchando contra mis amigos. —¡Maldito pedazo de mierda!
¡Suéltame! ¡Déjame quemarlo!— Ni siquiera me di cuenta de
que estaba sollozando hasta que caí de rodillas, con las
mejillas húmedas de lágrimas.
Odiaba que me recordaran mis pecados contra mi melliza.
Mi mejor amiga. Ella lo era todo para mí. Era una buena
persona, y porque no pude controlarme, estaba muerta.
Era algo que me carcomía el alma cada puto día de mi vida.
El pecho me pesaba mientras intentaba controlarme. Abrí y
cerré el mechero con rapidez, esforzándome por
recomponerme.
—No digo cosas para hacerte daño—, dijo Manicomio en voz
baja. —Sólo para informarte. Para ofrecerte pruebas de
mis... conocimientos. A Rinny no le gustaría que te hiciera
daño, aunque esté enfadada contigo—
Cómo. Cómo. ¿CÓMO?
Me enjugué los ojos cuando la cálida mano de Sin se posó
en mi hombro y me dio un apretón.
—¿Cómo sabes que está enfadada con nosotros?— preguntó
Church. —No se mueve una mierda, y mucho menos
habla—
—Porque lo sé—, respondió Manicomio. —Ustedes jugaron
un juego y perdieron. Ahora sabe que me pertenece. Se me
ha encomendado una misión muy especial—
—¿Por Sully?— Sin me ayudó a ponerme de pie.
—Bueno, a él le gustaría pensar que sí, pero es por... el
destino. Sí. Destino— Miró a su derecha.
Sus labios se movieron, pero no pude oír lo que decía.
—Stitches está siendo dañado, pero creo que puedo
ayudarlo—, dijo Manicomio, volviendo su atención hacia
nosotros.
—¿Sully?— Me limpié los ojos y miré a Church para ver que
estaba concentrado en Manicomio.
—Eh, sí y no. Stitches está decayendo, pero no por su
mente. Es por...—, se le cortó la voz y soltó un gruñido de
enfado antes de tirarse del pelo y balancearse sobre los
talones. —Joder... no. No. Joder. Concéntrate, Seth—
Estaba completamente loco. Lo odiaba, y no me proponía
odiar a la gente. Muy pocas personas hacían esa lista para
mí.
—Su mente no está en un buen lugar. Está... nublada. No
puedo ver...— Manicomio soltó un gemido y se tiró más del
pelo, palabras que no pude descifrar brotando de su boca.
—Toca. Toca. Toca. Llora por su mamá y corta sus pecados
de su cara. Se... unirá a nosotros. Únete a nosotros. Sí.
Pronto se unirá a nosotros. Rinny... Ángel... Luciérnaga.
Funcionará. Funcionará. Fórmense. Fórmate—
Levantó la cabeza, con sus ojos azules desorbitados. —No
mataremos a los malvados todavía. Cuando Stitches salga
libre, estará destrozado. Depende de ustedes cuidarlo. Su
ángel lo ayudará— Frunció el ceño. —Sirena. Sólo cuando
se haya aceptado a sí mismo y a la situación será el
momento de ponerle fin. Le hará el amor un jueves, y el
viernes, el mundo arderá. Cenizas—
Tragué grueso mientras me miraba fijamente. —Quemarás
el mundo con Espejismo a tu lado—
—¿Quién mierda es Espejismo?— preguntó Church.
No conocía a nadie llamado Espejismo. Ninguno de nosotros
lo conocía.
—Conoces a Espejismo. Espejismo es una cosa por fuera
pero otra completamente distinta por dentro. Espejismo
quiere venganza—
—¿Pero no sabes quién es Espejismo?— Preguntó Sin. —Un
puto profeta—
Manicomio ladeó la cabeza, con la atención centrada en Sin.
—Sé de lo que eres capaz, Sinclair. Y sé la fecha y la hora
de tu caída. Un martes a la una y ocho de la madrugada. Se
dirá tu nombre y caerás. Las cuerdas te dolerán, amigo mío.
Y yo estaré allí para liberarte—
Sin dijo nada mientras daba un paso atrás.
—Todo llegará a buen puerto—, susurró Manicomio, con voz
temblorosa.
No tenía ni idea de lo que hablaba aquel loco, pero estaba
todo divertido con sus rarezas.
—¿Está bien Sirena?— preguntó Church. —¿Está a salvo?—
—Lo estará—, respondió Manicomio con sencillez. —Yo
estoy con ella. Siempre—
—Si la cagas y ella sale herida...—, empezó Church.
—Lo sé, Dante. Esto también me importa a mí, a pesar de
quién soy. Lo que soy. Rinny, mi luciérnaga, es todo mi
mundo. Siempre lo ha sido. Desde el día en que me saludó
desde la ventana de mi ático. Lo que sea que vaya a
encontrarse con ella, se encontrará conmigo también,
porque no me separaré de ella mientras esté en el hospital.
Esta noche, descansa en paz. Sola. Su habitación está junto
a la mía. Puedo oír los latidos de su corazón. Pum-pum. Pum-
pum. Pum-pum— Se golpeó el pecho al compás. —Me llama.
Siempre me llama. Joder, confía en nuestro proceso—
—¿Por qué parece que intentas robárnosla y devolvérnosla
al mismo tiempo?— le pregunté en voz baja.
Me dedicó una pequeña sonrisa y un guiño. —Mantén las
distancias y déjame trabajar. Cuando llegue el momento,
todo encajará—
—Eso no basta—, dijo Church. —No con Sirena y Stitches
sufriendo...—
—Sirena sufre en silencio porque quiere. Cualquier cosa a
la que se enfrente lo hará conmigo a su lado. Métetelo en la
cabeza, Dante. Yo estoy con ella. Me aseguraré de que
salgamos de esta. En cuanto a Stitches, pronto se unirá a
nosotros— Arrugó las cejas. —Sí. Pronto—
—¿Qué pasa ahí contigo? ¿Por qué te quedas en el hospital?
¿Qué te tiene Sully haciendo?— Preguntó Sin.
Una mirada de tristeza recorrió el rostro de Manicomio.
—Sólo... política. Ciencia. Enfermedad. Pero debe ocurrir
para que lleguemos a donde vamos. Creceremos a partir del
dolor. Lo prometo.—
—Si Sirena está siendo dañada...— Me ahogué, incapaz de
terminar. —Sólo... déjanos sacarla a ella y a Stitches. Sé que
sabes cómo hacerlo—
—Sé cómo hacerlo. Y lo haré. Tengo que entrar en su cabeza
primero. Tengo que traerla de vuelta. Entonces será
liberada. En cuanto a Stitches, es una tragedia. Haré lo que
pueda, pero ella siempre estará antes que él. Que lo sepas—
Church asintió con rigidez. —Él querría eso—
—Lo sé—, murmuró Manicomio, arrugando de nuevo las
cejas. —Confíen en el proceso. En todos ustedes. Dije que la
traería de vuelta. La traeré. Algún día. Sólo... esperen el
momento adecuado. Sé lo que hago—
Puso una mirada lejana en sus ojos. —Creen que estoy loco.
Estoy... estoy loco. Se preguntan por qué no me voy con ella.
Por qué no le saco del manicomio... No lo saben... No, no
saben lo que está en juego... Sólo quito la vida a los
indignos, pero esta vez... Tienen que entender—
Estaba hablando consigo mismo otra vez. O con sus voces.
No tenía ni idea. Hiciera lo que hiciera, su mente estaba allí
y lejos de nosotros. Eché una rápida mirada a Church y Sin,
observando la confusión y la preocupación en sus rostros.
Confíen en el proceso—, repitió Manicomio. —¡Nadie confía
nunca en el maldito proceso! Siempre con las preguntas.
Sólo... escúchenme. Las migajas están aquí. Las respuestas
están aquí. ¡Presta atención!—
—¿Quieres que confiemos en el proceso... o en ti?— clamó
Sin.
La mirada azul de Manicomio se clavó en Sin, y una sonrisa
aterradora esculpió sus labios hacia arriba. —Confíen en el
proceso. No confíen en mí. Estoy loco—
—Maldito lunático—, gruñó Church. —Tienes una puta
oportunidad para asegurarte de que todo va bien. Si le pasa
algo a Sirena, si la hieren, te mataré. Juro que lo haré. Y a
mi hermano... Si Stitches se jode porque pusimos algo de fe
en ti...—
—A la horca voy para poder columpiarme abajo—, dijo
Manicomio con voz cantarina. —Lo pillo. Me di cuenta la
primera vez que pensaron en enterrarme bajo un jacuzzi
nuevo. No lo hemos olvidado—
Church dejó escapar un suspiro. —Sólo... vuelve a tu puta
habitación, chiflado. Y mantén a salvo a mi familia—
—¿Seguro que no toda tu familia? Tu padre... deberíamos
enterrarlo con los huesos bajo la oficina de Sully también.
¿Sí?—
—Sí—, dijo Church con fiereza.
Los ojos de Manicomio se iluminaron. —No lo mataremos de
inmediato—
—No—, murmuró Church. —No de inmediato. Tiene
pecados por los que pagar—
Los labios de Manicomio se torcieron en una esquina.
—Perfecto. Juego previo—
Puto chiflado. No podía soportar más sus acertijos. Me sentía
como si hubiera caído en el País de las Maravillas cada vez
que tenía que hablar con él. Ya me había cabreado bastante
por una noche. Salir de allí antes de perder la cabeza por él
era importante. Era bueno metiéndose en la cabeza de la
gente. Eso se lo reconozco. Me sentía como si necesitara una
evaluación psicológica después de pasar los últimos treinta
minutos con él.
—Asher necesita aire. Lo estoy volviendo un poco...
demente—, dijo Manicomio con una carcajada,
ofreciéndome un guiño. —Yo me iré. No tomen el camino de
regreso. Lo están vigilando. No son lo bastante listos o
valientes para atravesar los árboles—
Pasó junto a nosotros y se detuvo al llegar a la puerta.
—Halloween. La fiesta. Envíenme una invitación. Nunca me
invitan a eso—
Y nos dejó.
Sin se quedó mirando la puerta, y Church se volvió hacia
mí.
—¿Estamos locos por darle el beneficio de la duda?— Le
pregunté.
—Estamos locos por muchas razones, pero no creo que esa
sea una de ellas. Creo que nos hemos quedado sin
opciones—, dijo.
—Deberíamos haberle preguntado al puto de Cheshire
quién le ayudó a meter a Sirena en el ataúd con él. Cuando
lo sepamos, podremos atar ese cabo suelto y castigar al
cabrón que nos ha hecho esto a todos. Stitches no se estaría
rajando la puta cara y Sirena no estaría catatónica y con ese
cretino raro,— dije con fiereza.
—Un paso cada vez—, murmuró Church, con la mente
aparentemente lejana.
Sin se agachó y cogió la linterna antes de hablar: —Dejemos
de pensar en quién le ayudó y empecemos a pensar en lo
que vamos a hacer a los cabrones que están haciendo daño
a Stitches y a Sirena. Esos son nuestros enemigos— Apagó
la linterna, con la voz vacilante.
Tenía razón. Necesitábamos un plan de juego, porque si
confiábamos en el proceso de Manicomio, llegaría el
momento en que tendríamos que actuar.
Aferré con fuerza mi encendedor.
Incineraría a cualquiera que hiciera daño a mi cielo y a
Stitches. Sin ninguna duda, lo haría.
29.
STICHES

No me sentía yo mismo.
Tenía la cabeza llena y confusa. Incluso el mundo parecía
confuso mientras los guardias me sujetaban de los brazos y
me llevaban por el pasillo. Mi cuerpo no quería moverse, así
que arrastré los pies, tropezando de vez en cuando.
No sabía adónde íbamos ni por qué, pero rezaba para que
no fuera al lugar que me había hecho daño. No quería sufrir
más.
—Quizá quieras suicidarte—, dijo en voz baja uno de los
guardias cuando nos detuvimos frente a una enorme puerta
de madera.
—Lo intenté—, murmuré. —Soy inmortal—
—Lástima por ti—, dijo mientras el otro guardia empujaba
la puerta y me metía dentro.
Rojo. Por todas partes.
Las paredes. El techo. Todo era rojo. Excepto el sofá de
cuero negro y los muebles que lo acompañaban. En una
pared había estanterías. Había una chimenea con llamas
bajas crepitando.
Exhalé mientras me empujaba hacia el sofá.
—¿Qué es esto? pregunté, parpadeando mientras intentaba
mantener la calma.
—Tu recompensa—, dijo en voz baja el guardia que había
hablado antes mientras se inclinaba y me rodeaba el bíceps
con una banda para darme una dosis de algo. —O tu
castigo. Depende de cómo lo mires—
Tragué grueso. —¿Desde cuándo los guardias pueden
administrar drogas?—
—Desde que les das un susto de muerte a las enfermeras—
respondió, introduciéndome una aguja en la vena.
Ni siquiera me molesté en resistirme. Si me mataba, que así
fuera. Estaba claro que no era capaz de aguantar la presión
y el trauma, así que era lo que había. Alucinar mierdas no
me ayudaba, así que bien podía morirme, joder. ¿De qué me
servía estar así?
A la mierda.
El subidón de la medicación me golpeó fuerte y rápido. Dejé
escapar un suave gemido de placer, cada fibra de mi cuerpo
cobraba vida.
—¿Qué es esta droga?— pregunté, relamiéndome los labios.
—Es una forma contaminada de una nueva droga con la que
están experimentando. Tú eres la rata de laboratorio. Buena
suerte. La necesitarás cuando la dosis haga efecto— El
guardia se alejó y salió de la habitación sin mirar atrás.
Me tumbé con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá,
observando cómo el rojo se arremolinaba sobre mí. Sentía
que podía volar si quisiera.
Me puse en pie a trompicones, me acerqué a un espejo
ornamentado que colgaba de la pared y me miré. Parecía
hecho de colores. El aura fluía a mi alrededor en distintas
tonalidades, palpitando y latiendo como si tuviera vida
propia.
Seguí mirándome, observando mis ojos oscuros y los
moratones del cuello. Con cautela, me toqué la venda del
lado de la cara.
Lo había hecho yo. Me había cortado un tatuaje. O lo había
mutilado lo suficiente para hacerlo irreconocible.
Las náuseas se agitaron en mis entrañas antes de que el
golpeteo del subidón las empujara hacia abajo. Me
estremecí bajo el placer. Tenía que ser una droga diferente.
Nunca había visto colores. Nunca me había sentido tan...
invencible.
La puerta se abrió y entraron dos guardias más empujando
a mi ángel en una silla de ruedas. Me quedé mirando
mientras la llevaban. Rápidamente, la levantaron de la silla,
la colocaron en el sofá y nos dejaron sin decir palabra.
Parpadeé rápidamente, tratando de ordenar mi mente
mientras su cabeza descansaba en el respaldo del sofá, su
atención en algún lugar que yo sabía que probablemente
nunca sería capaz de alcanzar.
Tambaleándome, caí de rodillas frente a ella.
—Ángel—, susurré, con la voz temblorosa.
Mi recompensa por haber sido tan bueno.
Extendí la mano hacia ella y rocé su suave piel con los
dedos. Ni siquiera se inmutó. Simplemente siguió mirando
la nada que sólo ella podía ver.
—Ángel—, me ahogué de nuevo. —Nena. Hola. Soy yo. Soy
Sti-Stitches—
Agarré su mano fría con la mía y le di un suave tirón para
sentarla. No podía sentarse sola. Se dejó caer contra los
cojines, con el cuerpo flácido.
—No—, grité con voz temblorosa. Me puse en pie y me senté
a su lado, con su mano aún en la mía. —Ángel. Sirena. Hola.
Nena, soy yo. Soy Stitches—
No reaccionó.
Apreté los dientes, la ira me invadía.
—Malachi—, gritó la voz de Sully.
Giré la cabeza para ver que había entrado en la habitación.
Estaba tan concentrado en ella que no lo había oído entrar.
—No me responde—, dije con voz ronca. —¿De verdad se ha
ido?—
—No.— Sully tomó asiento en la otomana que había
arrastrado frente al sofá. —Está ahí dentro. A veces tenemos
reacciones de ella. Reacciona bastante con Seth Cain—
Apreté la mandíbula al oír eso.
—¿Le dejas entrar a verla?—
—Seth la ve todos los días. De hecho, se ha acercado
bastante a ella— Me dedicó una sonrisa de satisfacción que
me revolvió las tripas.
Me estremecí por dentro incluso cuando el subidón me
cubrió. Me estremecí, confundido sobre por qué parecía
estar controlándome. Aunque podía sentir la ira y la
enfermedad dentro de mí, había algo más. Algo que no
terminaba de entender.
—¿No quieres estar cerca de ella también, Malachi?— Sully
pregunto suavemente. —Sé que te preocupas por ella. Dime,
¿has tenido relaciones con ella?—
Dirigí mi atención hacia él y la aparté de mi preciosa
muñequita que yacía inmóvil frente a mí.
—¿Qué?—
—Sé que visitaba a menudo la casa de los vigilantes. Sé que
se relacionaba con todos ustedes. Fue elegida, ¿no?—
Por mucho que intenté enfadarme, mi ira se aplacó,
permitiendo que sólo la euforia se elevara a través de mí.
Gemí suavemente, disfrutando del subidón mucho más que
nada en mucho tiempo. No quería que terminara. En
silencio, le rogué que me diera otra descarga.
—Eso significa que ustedes cuatro tuvieron que haber hecho
cosas con ella—, dijo. —Y si no lo han hecho, es una pena
porque es una chica preciosa que nunca podría decirles que
no—
Miré de él a ella y arrugué las cejas.
¿Cómo se atrevía a hablar así de ella...?
El subidón se apoderó de mí una vez más, alejando mi ira.
Volví a centrarme en ella.
Estaba tan hermosa mientras descansaba. Mi pedazo
perfecto de cielo.
—Ella todavía no puede decirte que no—, continuó
suavemente. —Y no tienes que compartirla aquí. Puedes
tenerla como quieras—
Me lamí los labios y las olas del subidón volvieron a
azotarme. Temblaba bajo la pesadez y el placer.
—Las drogas que te di aumentarán cada experiencia que
tengas. ¿No quieres sentirte aún mejor? Esta es tu
recompensa. Te prometí que la tendrías. Y ahora la tienes.
Nadie está aquí para decirte que no—
—No puedo—, susurré, mi mano temblaba mientras
sujetaba la de ella.
—¿Por qué no puedes?—
—Porque...— Volví a gemir, con la verga dolorida mientras
el placer me recorría una vez más. —Joder— Jadeé con
fuerza mientras las palabras de Sully rodaban por mi mente.
Podía tenerla.
Como quisiera.
Nadie me diría que no.
Toda mía.
—Le doy a Seth la misma droga que a ti como parte de su
tratamiento aquí. Después de que lo encontraran en ese
ataúd con ella, fue una decisión inmediata. Él también
necesitaba ser tratado. Para cambiar su comportamiento y
expulsar los demonios de su alma— Sully hizo una pausa
mientras yo miraba fijamente a mi ángel.
No tenía ni idea de si decía la verdad. Imaginarme a Seth
siendo recompensado con lo mismo que yo no me sentaba
bien.
Sirena respiraba de manera uniforme, sus pechos se
elevaban con cada respiración, sus pezones apenas visibles
bajo el fino material de su bata de hospital. Ansiaba estar
cerca de ella. Con ella. Volví a concentrarme en ella.
Dentro de ella.
—Es una criatura espantosa. Toma lo que quiere y nunca
piensa en las consecuencias. Como Sirena aquí. Lo dejé con
ella porque también es su recompensa—
Centré mi atención en Sully. Quería ponerme furioso, pero
la droga no me lo permitía. En lugar de eso, respiré con
dificultad, otra oleada recorriéndome.
—Necesitas más—, dijo Sully en voz baja, mirándome.
—¿Quieres más, Malachi? ¿De la droga? Te durará todo el
día. No sentirás nada malo mientras la tomes. Sólo placer.
¿No te gustaría? Aunque debo advertirte que el choque es
duro. Los efectos secundarios son... desagradables.
Estamos trabajando en ello—
Tragué saliva y asentí. Odiaba permanecer dentro de mi
cabeza. Quería más. A la mierda los efectos secundarios.
—Te diré lo que haré— Sacó una cubeta y vertió una porción
en la jeringuilla que había sacado. —Te daré lo que ansías
y luego simplemente te dejaré hacer lo que quieras. ¿Qué te
parece?—
—¿Dejas a Seth con ella? ¿Así?—
Sonrió mientras terminaba de preparar la dosis. —Lo hago.
Es lo que pide, y es muy bueno cuando quiere algo. Así que
puedes imaginarte lo bien que se lo pasa aquí con ella
cuando está solo—
Mi corazón se estremeció ante esa información.
—Incluso me atrevería a decir que cuando Sirena espabile,
será a él a quien quiera. No a ti. Sobre todo si no le
demuestras lo mucho que significa para ti—
Arrugué las cejas.
No estaba bien.
No estaba bien.
No podía...
No quería hacerle daño.
Tomar de ella.
Pero si Seth ya lo hacía.
O lo haría.
Las náuseas y la rabia volvieron a amenazarme, pero fueron
rápidamente sofocadas. Sabía que debería estar enfadado,
pero no podía.
Sólo la deseaba.
Incluso así, la deseaba.
Quería estar dentro de ella.
Muy dentro de ella, mostrándole cuánto la amaba.
¿Amarla?
La amo.
Joder.
—Ella no puede decirte que no—, murmuró Sully mientras
envolvía la banda alrededor de mi bíceps. —Ella tomará lo
que le des—
—¿Le... das...?—
Sully soltó una suave carcajada. —No lo hago. Ella es una
recompensa para ti y Seth. Eso es todo. Él la toma. ¿Lo
harás?—
Temblé ante sus palabras mientras me introducía las drogas
en las venas. Me golpearon como una tonelada de ladrillos,
lanzándome a la euforia pura. No quería que Seth la tocara.
Sólo yo. La deseaba a ella.
—Joder—, gemí suavemente. —Joder—
Sully rió suavemente. —Tienes el día con ella. Haz lo que te
haga sentir bien. Lo que la haga sentir bien a ella. Podrías
traerla de vuelta si sabes lo que haces— Me guiñó un ojo y
se puso en pie. —Ella es tu juguete por ahora. Haz que
recuerde por qué te pertenece a ti y no a Seth Cain—
Se detuvo en la puerta y me miró. —Los chicos buenos son
recompensados. Los malos son castigados. Seguro que
recuerdas cómo es eso—
Y con eso, salió de la habitación, la puerta se cerró
suavemente detrás de él.
Una oleada de miedo me recorrió, la idea de que me ataran
y me hicieran daño de nuevo me ponía enfermo. Respiré
hondo. Otro. Y otro más. El placer me golpeó de nuevo.
Me quedé mirando a mi ángel, sintiéndome tan
condenadamente bien que no podía pensar con claridad.
Lo único en lo que podía concentrarme era en desearla.
Hacer que ella también me deseara. Hacer que se diera
cuenta de que podía volver a mí. A los vigilantes.
Demostrarle que éramos mejores que el puto Seth Cain.
Lo mataría.
Manicomio.
Muerto.
Lo quería muerto.
Ese sentimiento, esa emoción, se disparó a través de mí sin
pausa.
Podía hacerla sentir mejor de lo que él jamás podría.
Él pensó que había ganado.
No ganó una mierda.
Yo gané.
Yo.
Los vigilantes.
Nosotros.
Joder. Joder. Joder.
Aplasté mis labios contra los de mi ángel, besándola
profundamente. Ella permaneció inmóvil debajo de mí, pero
no me importó. La traería de vuelta. Se lo demostraría a
todos.
Rápidamente, tiré de su bata de hospital por su pequeño
cuerpo, revelándome su pálida piel. Sus pechos desnudos.
Sus pezones rosados, como guijarros, que suplicaban que
los chupara. Saborearlos. Morderlos.
—Joder— Exhalé, asimilando lo hermosa que era. —Ángel—
Mía. Mía. Mía.
Toda jodidamente mía.
Acuné uno de sus pechos, con la verga dolorida bajo la bata
de hospital. La deseaba. Joder, la deseaba tanto.
Church ya la había tenido. Se alegraría de que tomara lo
que nos pertenecía. De haberlo intentado.
La besé de nuevo, ansioso por sentir su coño envuelto
alrededor de mi gruesa verga. De sentir cómo se corría en
ella, abrazándola en lo más profundo de su pequeño y
perfecto cuerpo.
Mi corazón latía con fuerza por el deseo. De desesperación.
Le quité la bata por completo y la dejé caer al suelo,
mostrándome su cuerpo desnudo. La carne pálida se me
puso de gallina mientras intentaba controlar mi respiración
y mis caricias sobre su piel.
Con suavidad, la puse boca arriba, con la mirada clavada
en ella.
No me reconoció, pero no importaba. Lo seguiría intentando.
Separé sus piernas, dejando al descubierto su precioso coño
rosado. Sin dudarlo, me dejé caer, lamiendo su caliente
centro y saboreándolo.
Dejé que mis ojos se entornaran mientras dejaba que su
sabor se hundiera en mis papilas gustativas. Luego devoré.
Hambriento. Deseoso de que se viniera en mi boca.
Profundicé más y enterré mi cara en su interior,
arrancándole el más leve de sus gemidos. Pasé la lengua por
su clítoris y lo repetí, bebiendo lo que me daba con cada
respiración entrecortada que salía de ella. Cada goteo de
humedad de su calor.
Deslicé suavemente los nudillos de un dedo dentro de ella,
imaginando lo que sentiría al estar enterrado con mi verga
en sus apretados y calientes confines.
La penetré con más fuerza y seguí atacando su clítoris hasta
que su cuerpo se tensó y su coño se abrazó a mi dedo.
Entonces vino con fuerza a mi boca, con la respiración
acelerada y agitada.
Me lo tragué todo, llevándola muy dentro de mí.
Entonces me di cuenta.
Me di cuenta de todo.
Lo que había hecho.
Me aparté como si me hubiera quemado y la miré
horrorizado.
—¿Ángel?— Carraspeé, acercándome a ella mientras
respiraba con dificultad.
Se le escapó una lágrima por el rabillo del ojo.
—Joder. ¡Joder! Grité, apartándome de ella y agarrándome
el pelo oscuro de un violento tirón. —¡Joder! Joder!—
Le había hecho daño. Había pisado donde no tenía permiso.
Nunca le había hecho algo así a nadie. Puede que fuera un
cabrón, pero no un puto violador.
Caí de rodillas y lloré, mi cuerpo temblando por mis
pecados.
Contrólate.
¡Arréglalo, joder!
Arréglalo. Arréglalo, joder.
Arrastrándome hacia ella, le tendí la bata de hospital antes
de secarme los ojos. Cuando pude ver con claridad, me
apresuré a vestirla de nuevo, asegurándome de atarle la
bata mientras la ponía de lado.
Luego me coloqué detrás de ella en el sofá y la abracé contra
mí. Estas drogas me estaban jodiendo aún más. Intentaba
ver a través de la neblina, pero era muy difícil. Era como si
me estuvieran controlando. La idea me aterrorizaba.
—Lo siento, ángel. Lo siento mucho— Besé su frente con
fiereza, cerrando los párpados mientras tarareaba
suavemente aquella puta canción, con la voz entrecortada y
la respiración agitada.
Sully me había prometido un subidón todo el día. Me había
mentido porque me estaba derrumbando fuerte y rápido.
Los sentimientos oscuros y desesperados que había tenido
antes se enroscaban a mi alrededor como una fea serpiente.
—Quiero irme a casa—, susurré, aferrándome a ella.
—Quiero que los dos nos vayamos a casa, nena. Juntos. Lo
siento, no era mi intención. No quise...—
Pero lo quise. Sabía que lo había hecho.
La había deseado, y bajo la influencia, había tomado un
poco de ella. Había dejado que las drogas me controlaran.
La había robado.
Como un ladrón.
Como un asqueroso pedazo de mierda.
Exhalé, temblando mientras la abrazaba.
—Te lo prometo, ángel. Te prometo que haré que esto
mejore— Volví a besar su frente y cerré los ojos, escuchando
su suave y triste canción mientras la acunaba contra mí.
Quería morir.
Quería colgarme en un armario. Tirarme por la ventana y
romperme con el impacto. Cortarme las venas hasta sacar
al monstruo de mi cuerpo.
Entrelacé mis dedos con los suyos, sollozando suavemente.
Tal vez fuera mi desesperación, pero juraría que me dio un
pequeño apretón en la mano y que su cuerpo tembloroso se
relajó contra el mío.
—Sigues aquí,— susurré, con la voz temblorosa y ronca.
Un pequeño brote de esperanza floreció en mi pecho.
Exhalé.
Me dolía.
Esta vida dolía muchísimo.
Y el dolor iba en aumento.
Pero... La tenía. Todavía la teníamos.
Por eso, lucharía hasta que mi cuerpo se rompiera.
—Yo también me quedaré, nena. Yo también me quedaré—
30.
SIN

No podía quitarme de la cabeza la mierda que había dicho


Manicomio. Tumbado en la cama, miré al techo, observando
cómo la sombra de una rama bailaba sobre un rayo de luna.
No tenía ni idea de cómo sabía lo que había hecho con los
restos de Isabella, pero lo sabía. Uno de mis dones era poder
entrar en lugares sin ser detectado. Lo había hecho para
deshacerme de sus restos, pensando que tal vez algún día
lo usaría para que echaran a Sully si alguna vez me
cabreaba lo suficiente.
Ese día parecía haber llegado.
Pero no podía hacerlo. No sin asegurarme de que todo
estaba preparado para ello. No quería que esa mierda
viniera sobre ninguno de nosotros. Había dejado ir a Bells
hace mucho tiempo. O tal vez no, lo que me dejó en la
estacada en la que me encontraba.
Cerrando los ojos, respiré hondo. Y luego otra vez. Y otra
vez. Hasta que me dormí, pensando en mis crímenes y en
Sirena.
El sueño vino rápidamente.
Me quedé mirando el cementerio, inhalando profundamente
el olor del verano. El sol me calentaba la piel y me
incomodaba.
Me quité la chaqueta de cuero y la coloqué a mi lado en el
banco de piedra cercano al mausoleo.
Un movimiento detrás de las lápidas me llamó la atención.
Estaba de pie y avanzaba hacia la estatua del ángel llorón.
Mi corazón se aceleró ante la perspectiva de lo que
encontraría detrás. Al asomarme por el borde, vi a Sirena
sentada en la hierba con un vestido blanco de gasa y el pelo
negro desparramado a su alrededor.
—¿Sirena?— llamé, con el corazón dándome un vuelco en la
garganta.
Ella me miró, con sus ojos de colores desorbitados.
Rápidamente, se puso en pie y retrocedió, con el miedo
reflejado en el rostro.
No... por favor, no tengas miedo.
Giró sobre sus talones y se alejó corriendo de mí, con su larga
melena revoloteando detrás de ella.
¡No! ¡No corras!
Corrí tras ella, saltando por encima de lápidas en ruinas para
alcanzarla. Finalmente, cuando estuve lo bastante cerca,
extendí la mano y la agarré por el bíceps. Giró hacia mí, tan
silenciosa como siempre.
La arrinconé contra una enorme lápida mientras su pecho se
agitaba. Su vestido mostraba sus pechos turgentes mientras
jadeaba con los labios rosados entreabiertos.
Sin decir nada, llevé la mano a su mejilla y le acaricié la cara.
El corazón me latía con fuerza en los oídos. Arrugué las cejas
al contemplarla.
Era preciosa.
Se lo dije.
Intentó desesperadamente alejarse de mí, pero no tenía
adónde ir. Giró la cabeza de un lado a otro, buscando una
salida. Cerré el espacio que nos separaba y la inmovilicé
contra la lápida, bajando la mano hasta su cuello, donde
rodeé suavemente su delicada garganta.
—No tengas miedo, Siren—, susurré. —Soy yo. Soy Sin—
Su cuerpo tembló mientras me miraba fijamente a los ojos.
Algo se apoderó de mí sin que pudiera evitarlo.
Tantas emociones me invadieron y finalmente me detuve en
una que sabía que sería mi fin.
Inclinándome, apreté mis labios contra los suyos. Ella no me
devolvió el beso. Su boca permaneció rígida bajo la mía. La
besé más fuerte. Más profundamente. Le rogué en silencio
que me devolviera el beso. Necesitaba que sintiera algo por
mí además de odio. Además de decepción.
—Vamos—, murmuré contra sus labios. —Devuélveme el
beso. Por favor, Siren—
Volví a rozar sus labios y ella siguió sin reaccionar.
—Lo jodí todo. Lo jodí todo—
No pareció importarle. Me invadió la ira. Gruñendo, apreté mi
mano alrededor de su garganta, dándole un apretón. Jadeó
contra mis labios y sus dedos se clavaron dolorosamente en
mi pecho a través de la camiseta. Me vinieron a la cabeza
recuerdos de Isabella cuando me pedía a gritos que parara.
Que no le hiciera daño. Al parecer, era un maldito reincidente.
Nos arranqué la ropa como si estuviera ardiendo y metí la
rodilla entre las piernas de Sirena para separarlas. Mi polla
ya lloraba de excitación ante la idea de tenerla. No le di la
oportunidad de resistirse. De demostrarme que no quería
más. Empujé en su calor, forzando mi camino profundamente
dentro de su cuerpo apretado. Se le llenaron los ojos de
lágrimas mientras la follaba contra la lápida.
—Ámame—, ahogué, follándola profundamente. —Por favor,
ámame, joder—
Gimoteó, con lágrimas cayéndole por la cara. Apretó los
párpados con fuerza mientras su cuerpo se apretaba
alrededor de mi polla, su liberación me cubría mientras se
estremecía de placer.
—Te odio. Jodidamente te odio, Siren. Estás arruinando mi
puta vida— Rasgué mientras ella sollozaba en silencio.
Mi verga se hinchó con mi liberación hasta que no pude
contenerla más. Me corrí a chorros dentro de ella, respirando
con dificultad mientras seguía aferrada a mí.
Apoyé la frente en la suya, jadeando.
—Pero también creo que te amo—, me ahogué, llorando con
ella. —Y tengo miedo. Estoy tan jodidamente asustado de
estos sentimientos. Esta vez son diferentes. Muy diferentes—
—Pecaminosos—, susurró. —Pecaminoso—
Esa voz suave y melódica.
Mi nombre.
—Pecaminoso—, repetí, apartándome para mirarla a los ojos.
Me dolió el corazón cuando me di cuenta de que ya no estaba
conmigo. La mirada muerta que había estado presenciando
de ella era todo lo que quedaba, su cuerpo frío y rígido contra
el mío.
—No te vayas. Por favor...—
Pero ya se había ido.
Me levanté con un grito, abrí los párpados de golpe y
contemplé confusa la oscuridad de mi dormitorio.
—Joder—, murmuré, calmándome y frotándome los ojos.
Tardé un momento en darme cuenta de que tenía la
entrepierna húmeda mientras el bonito rostro de Siren se
desvanecía de mi mente.
Me la había follado en el sueño, pero al parecer mi verga no
había entendido que no era real. Gimiendo, entré en el baño
y me duché. Rápidamente, me metí y me limpié.
Una vez limpio, me quedé bajo el chorro de agua caliente,
con el corazón latiéndome mientras lloraba en silencio, con
lágrimas corriendo por mis mejillas. Las emociones del
sueño me golpearon de golpe, pero esta vez, mis hermanos
estaban en mi mente junto con Siren.
Mi mente pasó de Stitches, colgado en su armario, a Siren,
silenciosa como una tumba en su cama. La devastación en
el rostro de Church. El dolor parpadeando en los ojos de
Ashes cada vez que se encontraban con los míos. Todo
estaba jodido por mi culpa. Siempre arruinaba las cosas.
Siempre.
No podía soportar lo que Bells me había hecho, así que la
tomé con mi pobre, dulce e inocente Siren.
Joder, era un monstruo. Un villano. Un demonio.
Y ella era un ángel perfecto que sabía que no me merecía,
pero joder, porque la quería. La quería tanto que estaba
dispuesto a sincerarme con los chicos si eso significaba
traerla de vuelta con nosotros.
A nosotros.
Como si alguna vez me quisiera.
Pero en ese momento me di cuenta. No importaba si ella
nunca me quería. Me iría por ella. Dejaría que los chicos se
la llevaran y encontraran su felicidad. La mía no importaba.
Yo merecía un castigo. Y uno merecido sería quedarme para
siempre sin ella y sin mis hermanos a mi lado. Era un
destino demasiado amable después de la mierda que había
hecho.
—Lo haré bien—, susurré en el rocío. —Juro que lo haré. Y
luego recibiré mi castigo. Me mataré si eso detiene el dolor
que creé para mi familia. Para Siren—
Y lo haría.
No podía vivir con este secreto. No podía vivir sabiendo que
había lastimado a mi familia. Sabiendo que Stitches estaba
sufriendo. Que Sirena lo estaba. Que todos lo estábamos
porque yo era un pedazo de mierda que no podía dejar ir mi
ira y mi odio. Que no podía ver lo bueno que había. O que
podía haber.
Todos los que amaba me dejaron.
Ahora sabía por qué.
Era porque no valía la pena quedarse conmigo.
Pero esta vez... Lo arreglaría todo.
Luego me despediría.
Para siempre.
31.
CHURCH

Confiar en el proceso.
Eso era lo que Manicomio quería que hiciéramos.
A la mierda el proceso.
Corrí más rápido por el bosque, con el cuchillo en la mano.
Era mejor que estuviera allí fuera, en el bosque, y no en los
terrenos del campus principal, porque necesitaba
desahogarme. Sólo podía pensar en destripar a Sully como
a un puto pez y en hacerle algo peor a mi padre.
Desde que tenía uso de razón, mi padre había querido que
me uniera al negocio familiar. Me había obligado a trinchar
y cortar a la gente. A veces todavía estaban vivos. A veces
estaban muertos. Y luego mi madre...
Apreté los dientes con más fuerza mientras aceleraba el
paso. Un pequeño conejo se me adelantó por debajo de un
manojo de maleza. En unos instantes, estaba haciendo lo
que mejor se me daba cuando atrapaba un animal.
Era mejor jugar aquí que donde realmente quería jugar.
Mi padre me había enseñado -me había exigido- que
aprendiera a despedazar un cuerpo a la perfección. Él había
creado el monstruo que yo era. Estaba enfermo. Jodido. Él
necesitaba estar en una jaula en algún lugar. O en el fondo
del lago. El hombre no era apto para caminar por esta tierra.
Pero yo era su hijo, y la manzana no cayó lejos del
manicomio. O lo que sea. Siempre había estado mal de la
cabeza. Matar me venía fácilmente. Planear. Observar.
Tomar. La mayor parte del tiempo no me molestaba hacerlo,
pero últimamente, algo andaba mal en mi cabeza. No me
sentía yo mismo. Me sentía... algo diferente.
Si tuviera que sentarme a pensar más en ello, me volvería
loco.
El amor le hacía mierda a los hombres.
Al menos eso era lo que me estaba diagnosticando. Un caso
de amor.
Amaba a mi Espectro, y no tenerla conmigo me estaba
destrozando. Estaba a punto de perder la maldita cabeza.
Tras acabar con la vida del conejo, encendí una pequeña
hoguera cerca de un par de tocones de árbol. Era un día
tranquilo. Inusualmente cálido. O tal vez sólo tenía calor de
tanto correr.
Tallé a mi víctima sin darme cuenta de las lágrimas que
mojaban mis mejillas hasta que cayeron en el pequeño
charco de sangre que tenía a mis pies.
Me las limpié furiosamente, probablemente manchándome
la cara con la sangre de las manos. Una vez que puse la
carne en un palo, la dispuse sobre el fuego y observé cómo
chisporroteaba entre las llamas.
—Sé que estás ahí—, llamé en voz baja, sin apartar la vista
de mi cena. —No tiene sentido seguir merodeando—
Unos pasos crujieron en las hojas detrás de mí, y un
momento después, Manicomio se hundió en el tocón frente
a mí.
—¿Por qué estás aquí y no con Espectro?— Pregunté.
—Está con Stitches... de nuevo—, respondió en tono
monótono.
Levanté las cejas ante esa información y me senté más
erguido. —¿Ella lo está? ¿Están bien?—
Se encogió de hombros. —Supongo que sí. Sully dijo que
Stitches se la queda hoy para su tratamiento. Sé que están
juntos porque vi a los guardias llevarlos a la habitación
roja—
—¿Habitación roja?— ¿Qué puta habitación roja?
—Hay una habitación roja—, dijo Manicomio, como si
hubiera estado leyendo mi mente. —Es donde están
nuestros tratamientos. Normalmente, estamos Rinny y yo.
Hoy, le toca a Stitches—
—Estás enfadado por eso—, dije, observándolo.
Parecía cerrado, sus ojos azules más oscuros de lo normal.
No había tanto ánimo en su maldito paso hoy.
—No lo estoy—, respondió en voz baja. —No estoy enfadado
porque Stitches esté con ella. Simplemente estoy enfadado
porque yo no lo estoy. No me gusta que me dejen de lado—
—Pues yo me alegro de que Stitches esté con ella— Gruñí,
girando el conejo. —Necesitaba estar con ella. Estaba
sufriendo—
La noticia me alivió un poco. Significaba que Stitches al
menos podía pensar. Había estado aterrorizado desde que
lo vi en su cama cuando mi padre estaba allí.
—Se estaba muriendo—, murmuró Manicomio.
Tragué saliva. —Lo estaba.—
Nos quedamos callados un momento mientras ambos
mirábamos las llamas. Todavía tenía pesadillas sobre
encontrar a mi hermano colgado en su armario. Por mucho
que lo intentaba, no podía quitarme la imagen de la cabeza.
—Todavía se está muriendo—, continuó Manicomio con voz
suave. —Todos lo estamos. Si no tenemos cuidado, unos se
irán antes que otros. Estamos en una situación muy
delicada. El... ya no está tan claro—
Volví a girar el conejo.
—¿Qué no está claro?— pregunté, mirándolo.
Sus ojos azules se clavaron en los míos. —Todo.—
Me quedé callado un momento, contemplando mis próximas
palabras. —¿Tú... ves el futuro o algo así?—
Miró a su derecha, con la mirada perdida. Ni siquiera estaba
seguro de que fuera a responder hasta que volvió a centrar
su atención en mí.
—No.—
—¿No?— Levanté las cejas. —Entonces, ¿qué pasa?
¿Realmente tienes suerte?—
Arrugó la frente. —No—
Suspiré. Era difícil hablar con él.
—De verdad que no—, dijo, estudiándome.
—¿No qué?—
—Es difícil hablar con él—
Me quedé boquiabierto un momento. —Ahora estás en mi
cabeza, ¿verdad?— Quería llegar al fondo de lo que mierda
fuera.
—No. Estás en la mía—, susurró.
Sus palabras me dieron escalofríos. No me inquietaba
fácilmente, pero Seth Cain tenía algo especial. Tal vez era la
misma forma de ser que yo tenía y que ponía a la gente
nerviosa cada vez que me acercaba demasiado. Dejé que mis
pensamientos fluyeran, probándole, preguntándome si
captaría algo. Podría matarlo aquí y enterrar su cuerpo.
Nadie lo sabría. Nadie lo extrañaría.
Vi cómo se le movía la nuez de Adán y le temblaba el labio
inferior.
—Esa es la parte más difícil—, dijo finalmente.
—¿Qué es eso?— Saqué el conejo del asador, arranqué un
trozo de carne y me lo metí en la boca.
—No la matanza. Ni mi muerte. Es que nadie me extrañaría.
Eso es triste, ¿verdad, Dante? Que nadie se preocupe lo
suficiente por mí como para extrañarme—
Tragué saliva, intentando ocultar mi sorpresa y mi
incomodidad.
¿Qué mierda más podía ver dentro de mi cabeza?
No dije nada mientras seguía comiendo.
—Rinny era la única, y la cagué—, continuó. —No me odies
por intentar encontrar a alguien que se preocupe por mí. Sé
que es fácil odiar a alguien como yo después de todos mis
crímenes, pero yo también soy humano. O al menos creo
que lo soy—
—¿Crees que ella te perdonará por lo que le hiciste?—
—¿Crees que ella te perdonar a ti?— Su mirada se
entrecerró en mí. —Te la follaste cuando no podía
defenderse. En su habitación del hospital. Cuando estabas
a solas con ella. Tú eres el que hizo una apuesta que creó
todo esto. ¿Mereces que te perdone?—
—No.— Negué con la cabeza. —No lo merezco, pero quiero
merecerlo. Así que entiendo de dónde vienes—
Volvimos a estar en silencio durante varios minutos antes
de que hablara.
—¿Me das un poco?—
Dudé un momento antes de entregarle el conejo y vi cómo
arrancaba un trozo de carne y se lo metía en la boca. Tomó
varios trozos más antes de devolvérmelo para que me lo
acabara.
—¿Puedo hacerte una pregunta?—, me preguntó.
—¿Seguro que no sabes ya la respuesta?— murmuré.
—Yo... no— Se aclaró la garganta.
Este Manicomio parecía inseguro y cauteloso. Me ponía de
los nervios.
—Pregunta—, dije, masticando.
—Cuando cortaste partes de cuerpos para tu padre...
¿también cenaste con él?—
Lo miré fijamente, con el cuerpo tenso. —¿Por qué me
preguntas eso?—
Parecía realmente confundido, con la frente arrugada como
si estuviera pensando mucho. —Mi mente está muy confusa
últimamente—, dijo finalmente. —No me gusta. Todo viene
y va—
—¿Y eso qué mierda tiene que ver conmigo?—
—Yo... conozco el oficio. Conozco tus pecados. La mayoría
de ellos. Estos simplemente no me hablan—
Dejo escapar una suave risita. —Y apuesto a que el
suspense de no saberlo te está matando, ¿verdad?—
Se lamió los labios. Noté que le temblaban las manos. Algo
le pasaba. Se frotó las sienes, con la cara contraída, antes
de balancearse sobre el tocón.
—No. No. No... Joder— Se puso en pie tambaleándose, con
el pecho agitado mientras seguía frotándose las sienes.
Murmuraba y balbuceaba mierda tan bajo y rápido que no
podía entenderle. Me limité a observar su derrumbe, casi
deseando que su culo cayera al fuego y acabara con su
mierda.
—Rinny... Sirena.—
Me puse en pie al oír su nombre.
—¿Manicomio? ¿Qué mierda está pasando...?—
Pasó junto a mí a trompicones, con la cara sonrojada. —Soy
Seth. No Manicomio—
Rápidamente, me di la vuelta y apagué el fuego para poder
seguirlo, pero cuando por fin me di la vuelta, ya no estaba,
había desaparecido entre el denso follaje del norte de
Michigan.
Me quedé en silencio, con el corazón latiendo con fuerza y
la respiración agitada.
Algo iba mal.
Pero no sabía qué.
O tal vez Manicomio finalmente había perdido su mierda.
Pero había visto su cara. Esto era más que un episodio.
Decidí que tenía que volver al campus y eché a correr.
Cuando llegué a la casa, entré corriendo por la puerta y
encontré a Ashes y Sin hablando en el salón.
—¿Qué está mal?— preguntó Ashes, cerrando el encendedor
al levantarse, con la preocupación en el rostro.
Sin se sentó y me miró con el ceño fruncido.
—Me encontré con Manicomio en el bosque. Creo que algo
va mal—
—¿Qué quieres decir?— preguntó Sin.
Negué con la cabeza. —Sinceramente no lo sé, pero gritó el
nombre de Espectro y se largó—
—¿Quieres ir a ver a Stitches y Sirena?— preguntó Ashes.
Asentí con fuerza. —Sí.—
Ashes pasó junto a mí y salió por la puerta con Sin
siguiéndole.
No perdí tiempo en unirme a ellos.
Tal vez había dejado que Manicomio se me metiera en la
cabeza. Tal vez sólo había tenido un episodio y estaba fuera
de sus medicamentos o alguna mierda. Había dicho que
Stitches y Sirena estaban juntos. Eso me reconfortó, porque
sabía que Stitches moriría para protegerla en caso de que
Sully decidiera intentar algo.
—Todo saldrá bien—, dijo Ashes en voz baja mientras
trotábamos hacia el edificio médico.
No dije nada. No tuve que hacerlo porque Sin lo dijo por mí.
—Y si no lo está, los sacaremos y mataremos a esos
cabrones—
Yo no podría haberlo dicho mejor.
32.
MANICOMIO

La sentí. Estaba asustada.


Corrí por el pasillo para llegar hasta ella, mi alma conocía el
camino. Cuando llegué a la puerta que sabía que ella estaba
detrás, la aporreé con fuerza, con la respiración agitada.
—¡Déjame entrar!— Grité. —¡Déjame entrar, joder!—
La puerta crujió y Sully me miró.
—Seth. Bien. Ya estás aquí— Abrió más la puerta para que
pudiera entrar.
No dudé en empujarlo hacia la habitación en penumbra.
Había corrido todo el camino hasta aquí, la necesidad de
estar a su lado me abrumaba.
Y allí estaba ella.
En la cama. Atada con correas de cuero, con el pelo negro
revuelto a su alrededor. Sus bonitos ojos estaban
desorbitados y abiertos de par en par mientras luchaba
contra las ataduras, todo su cuerpo temblando.
—¿Qué mierda?—, gruñí. gruñí, corriendo a su lado.
Dos guardias se adelantaron para impedírmelo, pero Sully
sacudió ligeramente la cabeza y me permitió acercarme.
—¿Qué le has hecho?— Pregunté. —¿Por qué está atada?
¿Por qué tiembla así?—
—Probamos un nuevo medicamento para ver si la ayudaba.
Está causando algunos efectos secundarios leves. Pero se le
pasarán pronto. Sólo necesita tiempo—, dijo Sully.
—¡Desátenla! ¡Quítenle esta mierda!— Extendí la mano y le
desaté las muñecas tan rápido como pude, sorprendido de
que no me detuvieran.
No es que importara. No me detendría. Mataría a alguien si
intentara obligarme. A la mierda el plan. A la mierda el
destino.
Conseguí desabrocharle las piernas y la cogí en brazos.
Luchó contra mí, agitándose y pataleando, pero la sujeté
con fuerza.
Su boca descendió con fuerza sobre mi hombro y sus
dientes se hundieron profundamente en mi piel. Solté un
gruñido de dolor, pero estaba bien. Me lo merecía. Podía
devolvérmelo en pequeños incrementos si hacía falta.
Mordisco a mordisco. Ofrecería mi carne a voluntad a mi
Rinny. Ella podría devorarme entero si eso significaba que
estaba luchando.
Apreté los dientes cuando su mordisco se hizo más fuerte.
Cuando me soltó, sus uñas se arrastraron por mis brazos.
Por mi cara. Por mi cuello. Sabía que no estaba en sus
cabales, y sabía que estaba sacando sangre.
Bien, bien.
Quería sangrar con ella.
Le mordí la espalda, hundiendo mis dientes en su hombro.
Un grito ahogado salió de sus labios mientras se estremecía
contra mí, abandonando por fin la lucha.
Retiré los dientes, saboreando su dulce sangre en la lengua,
y le susurré al oído: —Relájate, Rinny. Tú y yo. Sufriremos
juntos—
Sully soltó una suave carcajada detrás de mí, dándome
ganas de desgarrar su carne con los dientes. Sólo que no
sería amable con él. Lo destrozaría sin pestañear. Opté por
contenerme y exhalé, dispuesto a relajarme.
Me pasé los dedos por el pelo de Sirena mientras ella se
hundía contra mí. Su cuerpo seguía temblando, pero yo la
aguantaría. Era la mayor reacción que había visto en ella.
—Túmbate conmigo—, le murmuré al oído antes de levantar
su pequeño cuerpo con facilidad y volver a tumbarla en la
cama. Me coloqué detrás de ella, acurrucándola, mientras
se estremecía.
Se acurrucó en posición fetal y yo la abracé.
Intenté contener la respiración mientras Sully se colocaba
detrás de mí.
—Sólo te quedan unos días para hacer tu magia—, dijo. —Y
luego pasaremos a la siguiente parte. Tráela de regreso. Hay
mucho dinero en juego con su curación. Su padrastro está
pagando para ver resultados. Hasta ahora, no tenemos
ninguno. No tengo problema en cambiar a otros medios—
No dije nada mientras salía de la habitación con los
guardias.
Cuando por fin se hubo ido, le di un apretón, observando la
mancha de sangre que había dejado en su hombro desnudo.
Se estaba formando un hermoso hematoma de color rosa
alrededor de las marcas de mis dientes en su pálida piel.
—Rinny—, susurré. —Tenemos muchos problemas aquí.
Necesito que regreses, ¿de acuerdo?—
Ella no me reconoció.
Exhalé.
—El hechicero malvado ha vuelto, y está enfadado. Si no lo
derrotamos, seguirá haciéndonos daño. Hará daño a otros.
No queremos eso, ¿verdad?—
Lamí el poco de sangre que aún manaba de la herida que le
había hecho. Se estremeció bajo mi lengua.
Joder, sabía a mi tipo de infierno.
Volví a lamer su herida y me encantó su sabor. Dulce. Agrio.
Rinny. Rinny. RINNY.
Nuestra chica de siempre.
Apreté los labios contra el mordisco y succioné, desesperado
por probar más de ella. Su sangre se acumuló lentamente
en mi boca y la tragué como una especie de vampiro
psicótico.
—¿Sabías que el padre de Church come niñas bonitas como
tú, Rinny?— Le susurré al oído.
Se estremeció contra mí.
—Él lo hace. Es un monstruo con dientes y garras. Atrapa
a esas pobres chicas en su casa de los horrores y luego las
hace gritar. Es diferente de los gritos que te hicimos dar—
Hice una pausa y volví a lamer su carne. —En realidad,
probablemente sea lo mismo. Aunque esas chicas realmente
permanecen muertas. Pero Dante tiene que contarte el
resto. Es su historia, después de todo. Yo sólo estoy aquí
para llevarte a casa—
Volví a chupar la herida, sacándole un poco más de sangre.
—Te van a hacer daño, Rinny. Me va a hacer daño. Le está
haciendo daño a Stitches. No podemos seguir haciendo esto.
Tienes que regresar conmigo. Vámonos a casa. Por favor.
Vámonos a casa—
Su temblor disminuyó y su respiración se hizo más
profunda.
Suspiré y pasé los dedos por su muslo desnudo,
deleitándome con su piel suave y cálida.
Mi mente no funcionaba como de costumbre. Todo parecía
nublado.
Te estás volviendo loco.
Volviéndome loco.
Cucú.
¿Por qué no follártela? ¿Por qué esperar? Lo deseas. Apuesto
a que su coño es apretado. Caliente. Mojado. Hecho para
nosotros.
Ella nunca lo sabrá.
Sólo hazlo. Termina con esto.
Luego mátalo.
Devuelve a Stitches a los vigilantes. Llévate a Rinny.
No.
No.
La venganza es mejor cuando el sufrimiento lo permite.
¿Por qué está todo tan borroso?
Lo odio.
Ella tendrá un bebé algún día.
Joder.
—Quiero que sea mío—, susurré.
Mío no.
¿Sí?
Mío.
¿Puede ser mía?
Fóllatela. Vente hasta el fondo de su coño.
Está con una inyección.
No puede tener tu bebé.
Aún no.
¿Será mío?
Estoy tan perdido. Para.
Nunca.
¡Para!
Apreté los dientes y me sacudí las voces, con el pecho
dolorido. Nada funcionaba como debía.
¿Quién mierda soy? ¿Qué soy yo?
¿Quiénes somos?
Cerré los ojos y abracé más fuerte a mi niña para siempre.
—Mañana, Rinny—, dije suavemente. —Avanzaremos. Si no
lo hacemos, moriremos. Y Malachi morirá con nosotros. Es
así de sencillo—
Y realmente lo era.
33.
ASHES

—Venimos a ver a Sirena—, dijo Church mientras miraba


fijamente a la enfermera.
—Está en la habitación cuatro-diez—
Church pasó junto al mostrador y nosotros lo seguimos de
cerca. Debería haberme sorprendido más por la utilidad de
la enfermera, pero la verdad es que no. Nos habíamos
contenido durante este fiasco porque sabíamos lo que
Everett podía hacer si lo presionábamos. Con Stitches y
Sirena atrapados aquí, teníamos que andar con cuidado.
Todo lo que Everett tenía que hacer era dar la orden, y
nunca veríamos a ninguno de los dos de nuevo. Era un
hecho.
Por eso no asaltamos la fortaleza y tomamos lo que era
nuestro. Podíamos controlar a un montón de imbéciles
internos y al personal de enfermería aquí en el campus, pero
Everett Church estaba en las grandes ligas. Teníamos que
ser más cautelosos. Teníamos que jugar a largo plazo.
En silencio, fuimos a la habitación de Sirena. Church se
asomó por la pequeña ventana.
Me quedé detrás de él, esperando a que dijera algo. Miré a
Sin, que tenía el ceño fruncido.
Me aclaré la garganta. —¿Church?—
Retrocedió y se quedó mirando la puerta.
—¿Qué pasa?— le pregunté.
Lo empujé y miré a través del rectángulo de cristal para ver
a Manicomio y Sirena juntos en la cama. Parecía que
estaban durmiendo. El gran cuerpo de él estaba enroscado
alrededor del pequeño de ella, y la estrechaba contra su
pecho. Tragué saliva al ver los dedos de él entrelazados con
los de ella.
—¿Qué mierda está pasando?— Pregunté mientras me
alejaba de la ventana con el corazón en un puño.
Aquella no parecía una chica asustada por el hombre con el
que estaba.
Eché una rápida mirada a Church, que tenía una expresión
sombría en el rostro, antes de mirar a Sin.
—Está durmiendo—, dije en voz baja.
Sin puso los ojos en blanco y se acercó a la puerta, mirando
dentro un momento antes de retroceder.
—Está durmiendo con Manicomio—, dijo.
Un músculo recorrió la mandíbula de Church. —Eso
parece.—
La preocupación se apoderó de mí y me atenazó. Abrí y cerré
el encendedor.
De nuevo. Pausa. De nuevo. Pausa. Cinco veces. Respira,
Asher. Piensa.
—¿La perdimos?— Finalmente susurré.
Church pasó a nuestro lado. —No lo sé, joder, pero algo no
va bien. El Manicomio que he visto hoy era diferente—
Lo seguimos por el pasillo. Quería volver corriendo a mi cielo
y arrancarla del demonio que la retenía. Sabía que teníamos
que superar esta mala racha y quería confiar en cualquier
proceso del que hablara Manicomio, pero mierda. Esto era
demasiado.
¿Y si sólo estaba jugando con nosotros?
También sería algo propio de Manicomio. Meterse en
nuestras malditas cabezas y luego engañarnos.
—¿A dónde diablos vamos?— Sin exigió. —¿Hemos
terminado con Siren?—
Church giró sobre Sin tan rápido que casi tropiezo con mis
pies tratando de evitar chocar con él.
—Nunca terminamos con Sirena—, gruñó Church.
—Nunca—
Miré a Sin para encontrarlo sosteniendo la mirada de
Church. Todo esto seguía siendo un tema delicado. Pero no
teníamos por qué pelearnos en medio de un pabellón
psiquiátrico.
—Basta—, dije en voz baja. —Amamos a Sirena. Haremos lo
que podamos por ella, pero ahora la tiene Manicomio.
Tenemos que... retirarnos. Nos centraremos en Stitches—
Church se apartó de Sin y asintió. —Ashes tiene razón.
Stitches nos necesita—
—Estoy de acuerdo—, murmuró Sin. —Vamos a verlo.
Quizá...—, se le cortó la voz.
—Quizá todo salga bien y podamos confiar en el maldito
proceso—, dijo Church, con las manos apretadas en un
puño.
Estaba enfadado y frustrado. No podía culparlo. Yo también
me estaba ahogando. Lo único que quería era volver
corriendo a la habitación de Sirena y abrazarla. Decirle que
lo sentía mucho y prometerle que lo arreglaría todo.
Pero básicamente ya lo había hecho y no había conseguido
cumplir mi promesa. Lo mejor ahora sería averiguar quién
había ayudado a Manicomio en primer lugar. Hasta ahora,
nada había aparecido. Naturalmente, nadie quería hablar si
lo sabían. Enfrentar la ira de los Vigilantes o enfrentar la ira
de Manicomio. No había mal menor cuando se trataba de
esa elección. Todos éramos malvados y estábamos jodidos.
—Salgamos de aquí antes de que tengamos que lidiar con
Sully de nuevo—, dije, interrumpiendo la creciente tensión.
—Ella parece estar bien. Manicomio está con ella—
Y lo odié. De verdad, en serio, pero no había nada que
pudiéramos hacer al respecto. Al menos, todavía no.
Lucharíamos por ella una vez que estuviéramos en igualdad
de condiciones. Iríamos a la guerra si hacía falta.
Me alejé de mis amigos, me dirigí al ascensor y pulsé el
botón para subir a la tercera planta, donde sabía que estaba
la habitación de Stitches.
Church y Sin entraron en el ascensor conmigo, ninguno dijo
una palabra durante unos instantes mientras nos
deteníamos en la tercera planta.
Salimos y nos dirigimos a la habitación de Stitches antes de
que Church hablara por fin.
—¿Saben cómo se lastimó Manicomio las muñecas?—
Negué con la cabeza. —No sabía que lo había hecho—
—Tiene cicatrices. Las vi hoy en el bosque. En sus
muñecas—
—Quizá sea un cortador—, dije, haciendo una mueca. Eché
una rápida mirada a Sin para verle fruncir el ceño.
—Nunca he visto cicatrices en sus muñecas—, dijo Sin.
—Aunque no es que haya pasado mucho tiempo mirando—
Church gruñó pero no dijo nada más.
Nos detuvimos frente a la puerta de Stitches. De nuevo,
dejamos que Church fuera primero.
Miró por la ventana un momento antes de que el pelo oscuro
de Stitches apareciera a la vista. Church apoyó la mano en
la ventana. La mano tatuada de Stitches se encontró con la
suya, temblorosa sobre el cristal.
Tragué saliva, con el corazón en la garganta.
Él respondió.
—Pronto vendrás a casa, hermano—, dijo Church.
La habitación estaba insonorizada. Sabía que Stitches no
podía oírlo.
—Pronto, Malachi. Te sacaré de aquí. Te quiero. Mantente
fuerte. Joder, mantente fuerte— Church permaneció junto
a la ventana durante un buen rato antes de que yo avanzara
y viera los ojos oscuros de Stitches mirándome.
Una mirada de pura tristeza desgarradora se dibujaba en su
rostro, con un vendaje cubriéndole aún un lado de la
cabeza.
Parecía más delgado. Demacrado. Enfermo. Tenía los ojos
inyectados en sangre y el pelo oscuro le colgaba suelto.
Pronunció mi nombre, con una lágrima serpenteando por
su mejilla.
Y una frase que pude entender perfectamente.
Lo siento.
—Stitches—, murmuró Sin, mirando a la ventana con
nosotros. —Joder, hombre.—
—Lo sacaremos. Vendrá a casa—, se atragantó Church.
—Nosotros sólo... No sé. Tenemos que sacarlos. Pero no sé
cómo. ¿Qué mierda hacemos?—
Church me miró, con la confusión en el rostro. Yo sabía
cómo se sentía. Nunca había habido una situación que no
pudiéramos resolver. Incluso con Isabella, lo habíamos
superado. ¿Pero esto? Joder.
—No lo sé. Tu padre podría llevárselos—, dije espeso. —Y
entonces...—
—No. No.— Church se volvió hacia Stitches. —No. No
dejaremos que se lo lleve. Nosotros sólo... joder. ¡JODER!—
Stitches lloraba al otro lado del cristal mientras Church
seguía sujetando su mano contra la de Stitches a través del
cristal transparente.
—Sigue aguantando. Volveremos. Arreglaremos esto—
Era casi como si Stitches pudiera oír a Church. Asintió con
la cabeza, con la cara húmeda por las lágrimas.
—Pronto—, dije, apoyando mi mano sobre la de Church.
—Pronto, hombre. Lo resolveremos—
Stitches volvió a asentir antes de soltar la mano y dar un
paso atrás. Me destrozaba el corazón verlo así. Siempre
había sido tan fuerte y lleno de vida. Esto era una cáscara
de él.
Lo odiaba. Dios, lo odiaba.
—Tenemos que irnos antes de que Sully nos encuentre—,
instó Sin suavemente. —Podría terminar mal para Stitches
si nos atrapan. Si le dice a tu padre...—
—Vámonos.— Church gruñó, apartándose de la puerta y
dándose la vuelta.
Eché una última mirada a la habitación de Stitches antes
de seguir a Dante hasta el ascensor, donde viajamos en
silencio. No dijo ni una palabra hasta que estuvimos fuera.
—Tenemos que salvarlos—, dijo.
—Lo haremos— Exhalé.
No había forma de que no lo hiciéramos. No me importaba
lo que tuviera que hacer para que sucediera, sucedería.
Volvimos a nuestra casa en silencio. Nadie comentó las
lágrimas en la cara de Church, ni cómo moqueaba yo, ni lo
callado que estaba Sin.
Cuando llegamos a la casa, abrimos la puerta y entramos.
—Me preguntaba cuándo llegarían, imbéciles—, dijo
Cadence mientras se levantaba de donde había estado
descansando en nuestro sofá.
—¿Cady?— pregunté. ¿Ella estaba aquí?
Church se secó rápidamente los ojos. —¿Por qué mierda
estás en mi casa?—
—¿Por qué mierda no está mi hermana aquí?—, replicó ella.
—Es complicado—, murmuré, confuso por su llegada
repentina y sin avisar.
—¿Por qué estás aquí?— Preguntó Sin, mirándola con
cansancio.
—Porque ustedes prefieren llorar a salvar a los que dicen
amar. Estoy aquí para salvar el maldito día—, replicó ella,
cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Qué significa eso?— Entrecerré los ojos y la miré con
nerviosismo, rezando para que no estuviera aquí para alejar
a Sirena de nosotros.
—Significa, Asher Valentine, que tienes una nueva
compañera de piso—
—¿Qué?— Arrugué la nariz al mirarla.
—No te vas a quedar con nosotros—, dijo Sin
inmediatamente.
Seguí la mirada de Church hacia las maletas de Cady cerca
del sofá. Nos dirigió una sonrisa de megavatio.
—Me gustaría ver cómo me obligan a irme— Sacó un
cuchillo e hizo una elegante pirueta con él. —De verdad, me
gustaría. Pruébenme, imbéciles—
Parpadeé. Era todo lo contrario a nuestra dulce Sirena.
Cady era fuego.
Me gustaba el fuego.
Le sonreí. —¿Qué hiciste para que te metieran aquí?—
—Prendí fuego al coche de Jerry— Ella me sonrió
ampliamente. —Tú me diste la idea con toda tu charla sobre
las llamas—
Church se burló. —Eso no es suficiente para que metan a
alguien aquí—
Su sonrisa se amplió. —Supongo que olvidé mencionar que
él estaba dentro en ese momento—
Y con eso ella giró con su cuchillo en una mano y una maleta
en la otra antes de dirigirse a las escaleras.
—La habitación a la que llegue primero será mía—, dijo por
encima del hombro.
Miré a Sin y a Church por un momento, todos estupefactos,
antes de que Church se pusiera en marcha.
—Te patearé el puto culo si entras en mi habitación— Corrió
tras ella mientras subía las escaleras.
—¿Qué mierda está pasando?— Murmuró Sin.
—Cosas buenas—, dije, sonriendo. —Por fin. Cosas
buenas—
34.
SIRENA

Me sentía tan rara dentro de mi cabeza. Dentro de mi propio


cuerpo. Era como una prisión de la que no podía escapar.
En la oscuridad, podía oír a Seth llamándome.
Recordándome. Suplicándome.
Y a Stitches.
Él también se había perdido en la oscuridad.
Me había hecho sentir bien una vez que me encontró. Me
hizo querer despertar. Pero me hizo daño. Todos los
vigilantes lo habían hecho. Si despertaba, me lastimaría de
nuevo.
—Rinny, vuelve—, suplicó Seth a través de la oscuridad que
me rodeaba.
No tenía ni idea de si era de día o de noche. Sólo sabía que
no quería otra oportunidad. No quería sentir lo que el
malvado hechicero me había hecho sentir.
—Tienes que volver. Se nos acaba el tiempo. Somos un
maldito experimento. Puede que yo esté destinado a ser una
rata de laboratorio, pero tú no. ¡Vuelve, Rinny! Va a ser
aterrador, pero te prometo que vamos a estar bien. Sólo...
confía en mí, ¿de acuerdo? —
Confía en él. Seth.
—Puedes confiar en mí—, dijo.
La presión sobre mi mano se trasladó a mi cara. Me acunaba
la cara.
Quería alejarme tanto como quería apoyarme en él.
Lo extrañaba.
A mi mejor amigo.
—Déjame salvarte. Te lo debo— Su calor irradió a través de
mí cuando su cuerpo tocó el mío.
Me refugié más profundamente en la oscuridad hacia un
recuerdo largamente olvidado. Una luz. Una esperanza. La
suave voz de Seth suplicándome se desvanecía mientras
abrazaba el viejo recuerdo.
—No quiero jugar a las muñecas— Seth me miró, con el labio
inferior saliente, con mi muñeca en la mano. —¿No podemos
jugar a los piratas?—
—Los piratas no son bonitos, tonto— Solté una risita,
cepillando el pelo de mi muñeca con el cepillo que mamá me
había dado para ella. Daisy. Así se llamaba ésta.
Seth suspiró y se tumbó frente a mí en el suelo de mi
habitación. —¿Puedo al menos ser un muñeco niño?—
—No tengo un muñeco—, le dije, parpadeando. Nunca se me
había ocurrido pedirles uno a papá y mamá. Las muñecas de
niña eran mucho más bonitas que las de niño. Quizá se la
pidiera para mi séptimo cumpleaños.
—Rinny, no me gusta jugar a pretender con muñecas—
Empujó la muñeca lejos de él y frunció el ceño. —¿No
podemos jugar a los piratas, por favor?—
Entrecerré los ojos y me quedé pensativa. Seth siempre hacía
muchas cosas bonitas por mí. Esto le haría feliz.
—Vale, ¿pero prometes que puedo ser una pirata
agradable?—
Se le iluminó la cara, se puso en pie y me tendió la mano.
—Puedes ser una princesa. Yo seré un pirata—
—¿Puedo ser una princesa?—
Le cogí la mano y me puso en pie. No perdí el tiempo y bailé
alegremente a su alrededor, haciéndole reír mientras
nuestras manos se soltaban.
—Te secuestraré, Rinny. Tendrás un padrastro malvado. Te
hará daño—
Dejé de bailar y miré fijamente a Seth. —¿Lo haré? ¿Y
papá?—
Seth me cogió la mano y la sostuvo mientras me miraba
fijamente. —Tu papá se va a ir. Entonces tendrás un
padrastro malo. Pero no te preocupes porque eres una
princesa, Rinny. Yo te salvaré. Te lo prometo—
Asentí. Siempre le creía a Seth. Era mi mejor amigo.
—¿Cómo jugamos al pirata y la princesa?—
Se inclinó hacia mí. —Tienes que correr y esconderte, ¿vale?
Te encontraré. Cuando lo haga, te rescataré. ¿Lista?—
Me armé de valor, dispuesta a huir de mi malvado padrastro
para que el mejor pirata del mundo viniera a rescatarme.
—A la cuenta de tres, Rinny. Uno... dos... ¡Tres!—
Me alejé de él y corrí tan rápido como mis pies podían
llevarme por el pasillo. Tenía que escapar de mi malvado
padrastro. Cuando llegué al piso de abajo, me detuve frente
a la puerta del sótano. No me gustaba el sótano. Me daba
miedo, pero sabía que si íbamos a jugar a este juego, tenía
que hacerlo bien. No quería decepcionar a Seth.
Con toda la valentía que tenía, abrí la puerta del sótano y el
crujido de sus bisagras me produjo un escalofrío.
Conteniendo la respiración, di el primer paso hacia la
oscuridad.
Otro más. Y otro, hasta que llegué abajo. Tanteé el interruptor
de la pared. El tenue resplandor amarillo iluminó una parte
del sótano. Rápidamente, corrí hacia un rincón donde papá
estaba construyendo una extraña caja grande. Me deslicé
detrás de las tablas con todo el cuidado que pude, pero no fui
lo bastante cuidadosa. Otro montón de tablas se vino abajo,
atrapándome dentro del pequeño espacio.
El pánico se apoderó de mi pecho mientras golpeaba con mis
pequeños puños la pesada madera. No podía moverla.
Estaba atrapada.
Una había caído sobre mi mano, haciendo que me doliera.
—¿Seth?— grité. —¡S-Seth!—
Nada.
Silencio.
Asustada, me hice un ovillo en el frío suelo, esperando que
me encontrara pronto. Prometió que me salvaría.
El tiempo pasaba en la oscuridad. Empecé a sentir un
hormigueo en las piernas por estar tanto tiempo atrapada en
aquel espacio tan pequeño. Finalmente, oí pasos en las
escaleras mientras lloraba suavemente.
—¿Seth?—
Los pasos se movieron más rápido hasta que golpearon el
suelo de cemento.
—¿Rinny?—
—¡Seth!— grité frenéticamente, con la voz entrecortada por el
llanto. —¡Seth! ¡Ayuda!—
—¿Rinny?—
Las tablas repiquetearon y se movieron hasta que un tenue
resplandor llenó el espacio y la mano de Seth se tendió hacia
mí.
La cogí y dejé que me ayudara.
—¿Estás bien? Te sangra la mano—, dijo mirándome el
pequeño corte que me había hecho con la tabla.
—Me duele— Resoplé y me limpié las lágrimas caídas en la
mejilla.
—¿Sabes qué hace que las cosas que duelen se sientan
mejor?—
—¿Mami?—
Se rió suavemente. —No, Rinny. Besos— Apretó sus labios
contra mi corte durante un momento.
Vi cómo se apartaba y me dedicaba una dulce sonrisa, con
un poco de mi sangre en los labios. Se la lamió rápidamente.
—¿Ves? Has dejado de llorar. Mi mami me enseñó que los
besos lo mejoran todo—
Tragué saliva y le sonreí. —Sí que se siente mejor—
—Y te rescaté tal como te prometí—, proclamó, y su sonrisa
se transformó en una mueca completa. —¿Sabes lo que eso
significa?—
—No.—
Me dio un suave apretón en la mano. —Significa que ahora
tenemos que casarnos. Puedes ser mi princesa pirata y
podemos luchar contra todos los malos—
—¿Pero los piratas no son malos?— Arrugué la nariz. —No
quiero ser mala—
—No lo serás, Rinny. Sólo haremos daño a los que nos hagan
daño a nosotros. Yo seré el malo, para que tú no tengas que
serlo, ¿vale?—
—¿Lo juras?—
—Lo juro— Empezó a caminar hacia atrás, con mi mano aún
en la suya mientras me guiaba. —¿Crees en la magia?—
Asentí con la cabeza. Me encantaban la magia, las hadas y
los unicornios.
—¿Crees que soy mágico?—
—Sí.
Una mirada serena cubrió su rostro.
—Entonces, mientras creas en mi magia, nada te hará daño.
Honor de pirata—
—¿Eres un pirata mágico?— Solté una risita ante la idea.
Eso sólo le hizo sonreír más.
—Lo soy. Algún día lo verás, Rinny. Ya lo verás—
Entrelacé mis dedos con los de Seth, la luz se infiltró en mi
oscura prisión. Él me había salvado entonces. Prometió
salvarme ahora.
Parpadeé rápidamente, la luz de las llamas de la chimenea
me lastimaba los ojos.
Los ojos azules de Seth me saludaron.
—Rinny—, exhaló. —Hola—
Arrugué las cejas, dispuesta a retirarme mientras el miedo
se apoderaba de mi corazón.
—No. ¡No! No te vayas. Quédate. Joder. Tienes que quedarte.
Sólo... escucha. Sully tiene a Stitches. Está aquí. Está
experimentando con él. Tenemos que salir de aquí, pero no
podemos porque no estás bien para irte. Si te quedas aquí
en este momento, nos salvarás a todos. Salvas a Stitches,
Rinny. ¿Recuerdas a Stitches? ¿Malachi? Tú... tú amas a
Malachi—
Me lamí los labios.
Malachi.
Stitches.
Yo era su ángel.
Miré fijamente a Seth. Parecía diferente. Más sombrío.
Cansado. Preocupado.
Manicomio. Estaba loco. Me hizo daño...
Me aparté de su mirada, pero él se apresuró a apretarme la
mano.
—No estoy tan loco como crees—, susurró. —No soy él. No
soy Manicomio. Deberías temernos, pero deberías temer
más a Sully. Ahora mismo, no soy tu enemigo. Quédate.
Salva a Stitches si no a ti misma.—
Separé los labios.
Estaba asustada.
—No lo estés—, murmuró, acunando mi mejilla con la otra
mano.
Las mariposas revolotearon salvajemente en mi pecho.
¿Cómo me había oído?
—Me duele la cabeza, Rinny—, dijo, con la voz entrecortada.
—Me duele mucho. Creo que me están drogando a través de
la comida o algo así. Realmente necesito que te quedes.
¿Puedes hacer eso por mí?—
Por él. Seth.
Quería que me quedara.
La luz se sentía bien. Pero tenía miedo. Estaba muy
asustada. No quería que me metieran en otra caja.
—La próxima vez que estés en una caja conmigo, estaré
enterrado muy dentro de ti—, dijo con fiereza. —Y no
gritarás de miedo, te lo prometo, Rinny— Se acercó hasta
que su nariz casi tocó la mía. —Quédate. Te necesito—
¿Me necesitas? ¿Dónde estabas cuando te necesitaba?
Quería gritárselo, pero mi voz... no era para él. No entendió
mi voz.
—Nos pertenecen tus gritos—, terminó suavemente. —Nos
pertenecen. Siempre nos han pertenecido. Siempre nos
pertenecerán. Si no te quedas, Sully los tendrá. Quédate,
Sirena. Mi princesa pirata—
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Lo recordaba.
—¿Cómo podría olvidar a nuestra princesa pirata?—,
preguntó, llevándose la mano a los labios y dándome un
suave y cálido beso en los nudillos. —Se suponía que
íbamos a casarnos—
Recordé aquella promesa.
Pero la había roto cuando intentó matarme.
—Me encanta verte aquí conmigo—, continuó. —Tus ojos.
Siempre me han gustado tus ojos—
Tragué grueso ante sus palabras.
—Las cosas se van a poner realmente aterradoras, Rinny.
¿VALE? Cuando estés conmigo, quédate. Cuando venga
Sully y te asuste, escóndete. Te protegeré de él. ¿Puedes
entrar y salir y ser quien necesites ser para estar a salvo?
Mi dulce princesa pirata o.…— Ladeó la cabeza hacia mí.
Tu pequeño monstruo despiadado.
—Mi monstruo—, murmuró. —Sí, eres el monstruo que
hemos creado, ¿verdad?—
Hizo una mueca de dolor y sacudió la cabeza antes de volver
a mirarme.
—A veces hago ruido en mi cabeza—, dijo, haciendo una
mueca. —A veces es difícil... oírte—
Nos miramos fijamente durante un minuto. Me obligué a
sostenerle la mirada en lugar de refugiarme en mi mente,
como estaba tentada a hacer.
—Juega, Rinny. Es todo lo que podemos hacer hasta que
seamos libres. ¿Puedes hacerlo? ¿Por mí? ¿Por Stitches?—
Contemplé sus palabras. Yo también quería irme a casa.
Estar aquí me estaba haciendo daño. Mi cuerpo estaba tan
dolorido ahora que estaba en la luz. Por mucho que quisiera
volver a mi lugar seguro, sabía que no podía. No si Stitches
me necesitaba. No si... No si Seth lo hacía.
Mi asesino.
O intento de asesino.
¿Era eso lo que era para mí ahora?
—Soy tu Seth—, dijo gruesamente. —Eso no va a cambiar.
Y tú eres mi Rinny. Nuestra niña para siempre. Nos
perteneces—
Y tú me perteneces...
—Siempre—, dijo, apoyando su frente contra la mía.
—Ahora larguémonos de aquí para que pueda rescatarte
como es debido. ¿Estás lista, Rinny?—
No.
Pero definitivamente sí.
Necesitaba salir de aquí. Necesitaba estar lejos de todo para
poder respirar. Para poder pensar. Para poder...
—Vivir—, terminó. —Bien. Porque no pienso hacerlo solo—
Curioso que dijera eso teniendo en cuenta que ya había
intentado matarme antes.
Se apartó y me dedicó una sonrisa que no había visto en
años. Mi corazón se aceleró mientras miraba al chico que
una vez había amado con todo mi ser.
—Amor—, susurró. —Sigo amando. No hay tiempo pasado
entre nosotros, Rinny—
No hay tiempo pasado.
Así parecían haberlo decidido los destinos.
Apreté su mano.
Me había rescatado. Él estaba dentro de mi cabeza de
alguna manera. Pero... ¿cómo?
—Magia.— Me acarició el labio inferior. —Ahora prepárate.
El malvado hechicero está viniendo. Escóndete si es
necesario. Te encontraré—
Dejé escapar un suspiro tembloroso.
Esconderme.
Eso se me daba bien.
Volví a sumergirme en la oscuridad, donde estaba a salvo,
pero no sola.
Ahora no.
—Nunca más—, volvió a llamarme la suave voz de Seth.
Nunca más.
Eso me reconfortó un poco.
35.
SIN

—¡No puedes entrar en el puto baño y tomarte una maldita


hora!— Grité a través de la puerta a Cadence, que se había
instalado en mi cuarto de baño. —¿Cómo mierda entraste
aquí?—
—¿Por qué estás tan enfadado, Sinclair?— Gritó Cadence.
—Quiero decir, deberías estar emocionado de que haya una
chica tan cerca de tu dormitorio. Seguro que es una
experiencia nueva para ti—
Oh, esta jodida chica...
Volví a golpear la puerta. —¡Date prisa, joder! Tengo que
mear—
—Entonces métete en la ducha con Dante. Seguro que te
deja mear por el desagüe—
Gruñí y volví a golpear la puerta antes de entrar furioso en
la cocina. Me detuve un momento, irritado. Luego me dirigí
a la habitación de Ashes. Era imposible que Sirena y
Cadence hubieran venido del mismo puto útero. Cadence
era una completa pesadilla y Siren era... jodidamente
perfecta.
Maldición al puto infierno.
—¿Qué? murmuró Ashes desde debajo de las sábanas
cuando entré en su dormitorio.
—La maldita Cadence está en mi baño y no quiere salir.
¿Puedo usar el tuyo?—
—Sí—, murmuró.
Suspirando, entré en su cuarto de baño y vacié la orina que
me estrangulaba la verga, luego me lavé las manos y salí
para encontrar a Ashes aún enterrado bajo sus mantas.
—Oye—, le grité.
Volvió a gruñir.
—Ashes. Vamos, ven. Necesito hablar contigo—
—¿Qué pasa?—, murmuró, sin molestarse en levantar la
cabeza de debajo de la manta.
—Cadence está en la habitación de Stitches. No puede
quedarse ahí. Tiene que dormir en el sótano o algo así—
Ashes se quedó callado un momento antes de soltar un
fuerte suspiro y sentarse. Se quitó el sueño de los ojos.
—¿Has hablado con Church?—
—No.—
—Entonces habla con Church. Ella también le molesta.
Creo que tienen que relajarse. Es la hermana de Sirena.
Deberíamos ser amables con ella—
—A la mierda con eso. Está siendo molesta a propósito—
—Es la hermana de Sirena—, repitió uniformemente. —No
vamos a ser malos con ella. Está aquí porque se preocupa
por Sirena—
—Está aquí porque está como una puta cabra—
—¿No lo estamos todos?— Ashes enarcó una ceja.
Exhalé y me pasé los dedos por el pelo.
—Joder, hombre. No puedo con el puto estrógeno— Volví a
tirarme del pelo. —No puedo. Lleva aquí menos de
veinticuatro horas y ya estoy a punto de arrancarme los
putos pelos—
Ashes suspiró. —En realidad es una chica genial. Dale una
oportunidad—
Me paseé por su habitación durante un minuto. —No
importa. Sólo quiero terminar con esta mierda—
Me dirigí a su puerta.
—Bajaré en un minuto. Intenta no estrangular a ésta—,
murmuró Ashes.
Le hice un gesto con el dedo y volví a la sala de estar, un
poco irritado porque me hubiera hecho esa puya. No
importaba. Probablemente estaba irritado porque lo había
despertado. Un pinchazo era mucho menos de lo que sabía
que se merecía mi culo traicionero.
Suspirando, me dirigí a la cocina y me serví un tazón de
cereales antes de comérmelo, prometiéndome que me
mantendría lejos de la casa si Cadence iba a estar aquí. Por
otra parte, probablemente reclamaría mi habitación.
Enjuagué el tazón y salí al patio a fumarme un porro,
necesitaba evadirme.
—Un poco temprano para drogarse, ¿no?— gritó Cadence.
Cerré los ojos y le di otra calada. A la mierda este día.
Me quitó el porro de las manos y le dio una calada mientras
yo la miraba con el ceño fruncido.
—Hola, alborotadora—, murmuré.
Expulsó el humo y sus ojos azules se clavaron en mí.
—Hola, imbécil—
Volví a coger el porro y me lo acabé, sin molestarme en
mirarla.
Joder, era una imbécil.
—¿Por qué estás aquí?— Pregunté, sin quitar mi atención
del lago.
—Ya te dije por qué...—
—No. ¿Por qué estás aquí en nuestra casa y no en los
dormitorios con los otros locos?— Finalmente la miré.
—Me dieron una residencia. Les enseñé el dedo, y ahora
estoy aquí y tampoco me voy a ir. Porque te estoy vigilando—
—¿A mí?— Puse los ojos en blanco y me giré para mirarla
de frente, con el brazo apoyado en la barandilla de la
cubierta.
—No sólo a ti—, dijo, poniendo los ojos en blanco. —Todos
ustedes, vigilantes o como quiera que se llamen— Imitó mi
postura y me miró con el ceño fruncido.
—¿Así que prendiste fuego a un puto coche con tu padrastro
dentro? ¿Todo para fastidiarnos?—
—Prendí fuego a su coche con él dentro con la esperanza de
matar al cretino—, dijo ella. —No para fastidiarlos.
Necesitaba estar aquí por mi hermana. Ella me necesita. Soy
su corre o muere—
—Entonces será mejor que le digas al resto de los chicos que
eres su compañera en el crimen porque creo que tendrás
competencia—
—¿Y tú no eres competencia?—
—Nop.— Me aparté de la barandilla. —Soy un cretino que
no merece la felicidad—
—Qué melodramático—, dijo, sonriéndome. —¿Eso forma
parte de tu trastorno mental? ¿Sentir lástima por ti mismo
clasifica a una persona lo suficiente como para estar aquí?—
—Vete a la mierda—, le gruñí. —No sabes una mierda de
mí—
—Sé que te odias. Que huyes. Que eres un cretino gruñón.
Que a lo mejor sabes lo que le pasó de verdad a mi
hermana—
Me puse en su cara, mi pulso rugiendo en mis oídos. No se
apartó de mí mientras la miraba fijamente, con el pecho
agitado. De hecho, se empujó contra mí, claramente
dispuesta a luchar si se daba el caso.
—No me vengas con esa mierda. Te encontrarás muerta—
—No me amenaces con pasarlo bien—, refunfuñó,
clavándome el dedo en el pecho. —Jode conmigo, y yo te
joderé de vuelta. ¿Y joder a mi hermana? Tú serás el que se
despierte muerto. Voy a averiguar quién le hizo esto. Así que
si fueras tú, empezaría a correr. Esta soy yo dándote
ventaja—
—¿Sí?— Exhalé, mis manos temblando.
—Soy jodidamente rápida, Sinclair—, dijo suavemente.
Peligrosamente. —Te prometo que no querrás descubrir lo
rápida que soy. Si te atrapo, eres hombre muerto—
Tragué grueso. Nunca había conocido a una chica, o
persona en realidad, que me hubiera plantado cara. Ni
siquiera estaba seguro de cómo coño afrontarlo. Retroceder
me parecía una mariconada, pero en el fondo quería huir. Y
ella tenía razón. Quería morir.
—¿Todo bien?— gritó Ashes, saliendo al patio mientras
Cadence y yo nos mirábamos fijamente.
—Sí—, dijo ella, alejándose de mí. —Estábamos
conociéndonos mejor—
La fulminé con la mirada. —Sí. Lo hacíamos. No pasa
nada—
—Bien. Cady, ¿cuál es tu primera clase?— Ashes me lanzó
una mirada rápida. Sabía que sentía la tensión en el aire.
—No sé. ¿Inglés? O tal vez algo sobre plantas—
Ashes rió entre dientes. —De cualquier manera, ambas
están cerca de mi primera clase. Te acompaño—
Ella le sonrió. —Genial. Voy a coger mi bolso—
Entró en la casa, dejándome a solas con Ashes.
—Sé que es muy difícil de manejar, pero... tranquilízate,
¿vale? ¿Por Sirena?—
Solté un suspiro. —Bien. Como quieras—
Me hizo un gesto con la cabeza y me dio una palmada en la
espalda mientras entrábamos.
Atrapé la mirada de Cadence cuando volví a entrar. Me
guiñó un ojo, dándome ganas de lanzarme al otro lado de la
habitación y aporrear su pequeño culo.
En lugar de eso, opté por hacerle un gesto con el dedo.
Actuó como si lo hubiera cogido en el aire y me devolvió el
gesto.
Joder, qué pesadilla.
36.
STITCHES

No sabía cuánto tiempo había pasado. Tenían que haber


pasado unos días por lo menos desde que había visto a
Church y a los chicos delante de mí puerta. En aquellos
nebulosos días, me habían vuelto a inyectar drogas, había
alucinado que me había puesto de rodillas y había suplicado
libertad, y estaba jodidamente seguro de que me la habían
chupado.
Pero cada vez que cuestionaba las cosas, me aseguraban
que sólo estaba alucinando. De nuevo. Más delirios. Más
drogas. Más... locura.
Pero no importaba. Los recuerdos o lo que coño estuviera
ocurriendo estaban tan jodidamente nublados en mi mente
que no había manera de saber qué era real y qué no. Ni
siquiera estaba seguro de si realmente había pasado un día
con mi ángel o no. Si realmente me había comido su dulce
coño como si fuera una jugosa rodaja de sandía mientras
ella se venía en mi lengua.
Nada era real, y sin embargo todo lo era.
Estaba jodido. Yo estaba jodido. Esta vida estaba jodida.
Quería salir. Todavía. Quería salir.
Sin embargo, definitivamente me había cortado la cara.
Sabía que lo había hecho. Pero no sabía por qué. Sólo
recordaba el dolor. Todavía estaba cicatrizando. No me
gustaba tocarla. Estaba sensible, y no tenía idea de la
magnitud del daño. Sully me aseguró que no era terrible.
No le creí porque que se joda. De verdad. Para mí, él era la
raíz del mal.
Recorrí la corta longitud de mi habitación, contando los
pasos.
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Giro. Uno.
Dos. Tres. Cuatro...
Respira.
Ángel.
Ayúdame, mamá.
Joder. Me siento loco.
Church, hombre. Ven. Ashes. Quema a este hijo de puta.
Sin... capullo. Todavía estoy enojado, pero te extraño.
Cuando sonó el pomo de la puerta, levanté la cabeza. La
puerta se abrió de golpe. Dejé de pasearme y miré a Sully
mientras entraba en la habitación con dos guardias. Y mi
padre. Bueno, el padre de Church. Mi padre adoptivo.
Everett. Maldito malvado.
Me lamí los labios, diciéndome a mí mismo que mantuviera
mi mierda bajo control. Cualquier descuido y Everett me
tendría en su carnicería, cortando órganos vitales que le
faltaban a algún pobre desgraciado de Ohio.
Odiaba el negocio familiar, pero estaba seguro de que Dante
lo odiaba aún más que yo. Sabía que Everett estaba
empeñado en obligar a Dante a unirse y ayudar con toda la
mierda en la que tenía metidas las manos.
Había habido un tiempo en que nos habíamos visto
obligados a ver algunas de las mierdas que pasaban. Yo era
un tipo malvado con un alma hecha de brea, ¿pero Everett
Church? Ese hombre era la cara de la maldad pura. Sin
duda. Etiqueta, estoy fuera.
Al diablo con él y su mierda.
Pero conocía el juego. Sabía que tenía que mantenerme a
raya. Tenía que aparentar que tenía las cosas claras delante
de él si quería salir de aquí.
—Malachi,— Everett llamó, abriendo sus brazos para mí.
Puse una puta sonrisa en mi cara y corrí hacia él como si
me importara una mierda. Caí en sus brazos mientras me
abrazaba con fuerza y me alisaba el pelo oscuro.
—Padre—, murmuré, respirando el olor de su rica colonia y
sus puros.
—¿Cómo te encuentras?— preguntó Everett, apartándose y
manteniéndome a distancia.
—Como si estuviera mejorando. Me siento... más feliz
ahora— Estaba mintiendo descaradamente, pero sabía que
la felicidad vendría una vez que me liberaran.
—Excelente.— Everett me sonrió. —¿Ha venido Dante de
visita?—
Dudé por un momento, sin saber cómo se suponía que debía
responder, ya que no estaba seguro de si había habido
mierda entre Dante y su padre.
—Uh, no. La verdad es que no. Me miró por la ventana dos
veces. Eso es todo—, dije, sintiendo que eso era lo
suficientemente vago. Y veraz teniendo en cuenta que en
realidad no había estado cerca de mi hermano y mejores
amigos.
—Me sorprende que no haya hecho más ruido que eso. Dios
sabe que ha estado deseando verte—, comentó Everett, con
la mirada clavada rápidamente en mí y una sonrisa
quebradiza en el rostro. —Trágico, de verdad. Sabe que
necesitas ayuda y, sin embargo, sigue exigiendo tu
liberación. Qué vergüenza, ¿verdad, Malachi?—
—Lo extraño—, dije de inmediato. —Quiero volver a casa.
Estoy listo— Miré fijamente a Everett a los ojos. —Padre, por
favor. Prometo que estoy bien—
Everett me observó un momento mientras Sully y sus perros
merodeaban por el borde de la habitación. Tenía tantas
ganas de destripar a esos cabrones, pero me contuve con la
esperanza de que pronto me libraría de este lugar.
—No estoy tan seguro de eso, Malachi. Ambos sabemos que
necesitas mucha más ayuda—, murmuró Everett.
—Padre...—
—¿Qué tal si hacemos un trato ya que estás tan
desesperado por irte?— Levantó las cejas mirándome.
—¿De qué se trata?— Fui cauteloso.
Everett Church era un monstruo, y hacer un trato con un
monstruo siempre acababa en víctimas. Había jurado que
me aseguraría de que no fuera mi polla la que estuviera en
juego si se daba el caso. Church y yo nos habíamos
prometido que nunca caeríamos en las maldades de Everett.
Hasta ahora habíamos hecho un gran trabajo, pero
mientras miraba al monstruo que tenía delante, me di
cuenta de que todo lo bueno tiene su fin.
—Nuestro director me ha informado que está trabajando
con dos pacientes más. Bueno, estudiantes— Everett me
sonrió. —Con ellos no ha logrado tantos avances como
contigo—
Se guardaba algo en la manga. Sabía que el muy cretino...
—¿Ah?— Tragué grueso, esperando a que cayera el martillo.
—Estuve discutiendo la situación con él. Parece creer que
tú puedes ser la clave para cascar estas... nueces—
Joder. Joder. Joder.
—Y si casco las nueces, ¿qué hay para mí?— pregunté, con
el corazón latiéndome en los oídos.
—Tu libertad. Y la de ellos. Bueno, uno ya es libre en cierto
modo, pero ambos podrían pasar al siguiente nivel de
tratamiento, que es ser liberados de aquí para continuar su
educación. La educación es importante, ¿no crees?—
Asentí. Esta vez era lo bastante inteligente como para saber
las respuestas correctas. Ojalá.
—Sí, padre. La educación es importante—
La sonrisa de Everett se ensanchó. —Excelente. Sully lo ha
hecho bien contigo. Eres tan... obediente. Me encanta—
¿Era complaciente? ¿O desesperado? ¿Había alguna
diferencia?
—De todos modos, si participas, creo que te hará bien. Te
entrenará. Te iluminará. Te enseñará cosas que aún creo
que te falta—
—¿Qué me falta?— Fruncí el ceño ante su afirmación.
—Esa pizca de dinamismo que nos vuelve salvajes. No loco,
Malachi— Me dirigió una mirada severa. —Salvaje. Algo que
haga aflorar nuestras emociones. Algo que te ponga a
prueba y te haga comprender lo mal que pueden ir las cosas
si te pasas de la raya. Intentaste suicidarte. Ahorcándote.
De todas las formas repugnantes de dejar este mundo,
elegiste esa— Sacudió la cabeza, con una decepción
evidente en su rostro. —Ningún hijo mío dejará el mundo
así. ¿Lo entiendes?—
—Sí—, dije en voz baja, sintiendo remordimientos por mis
actos. No es que no volviera a intentarlo si se diera el caso,
pero la verdad es que apestaba. Si hubiera tenido un arma,
lo habría hecho más permanente. Simplemente había
trabajado con lo que tenía.
—Si ayudas al director en su próximo paso del tratamiento,
nos encargaremos de que seas libre. ¿Puedes ser salvaje por
mí, Malachi?—
Miré a Sully y lo encontré mirándome atentamente. Casi
como un perro hambriento y rabioso. Escalofríos recorrieron
mi piel. Lo que Sully hubiera planeado no sería bueno. Ya
sabía que involucraba a mi ángel y muy probablemente a
Manicomio. Pero a la hora de la verdad, sabía que no todo
era plan de Sully. Everett tenía sus sucias manos en esto
también.
Siempre lo hacía, el maldito.
—¿Y los estudiantes?— Pregunté. —¿Se irán una vez que
termine?—
—Por supuesto. Siempre y cuando veamos lo que buscamos.
Tienen que hacer todo lo que diga el director o el tratamiento
fracasará. ¿Entiendes? Decir que no o negarte a participar
podría terminar no sólo en tu castigo, sino en el de ellos.
Seguro que no quieres herir a los demás por tus
sentimientos, ¿verdad?—
—No quiero herir a nadie, padre. Ya te lo he dicho. Me siento
mejor ahora...— Era un hijo de puta mentiroso. Lo único
que quería era destripar a esos cabrones y salir de allí con
sus entrañas colgadas del cuello como un collar
ensangrentado.
—Malachi, a veces lastimar a la gente la hace más fuerte.
Tú la quieres más fuerte, ¿no? ¿La chica bonita de ojos
coloridos y pelo largo y negro? Es realmente una belleza. Su
padrastro ha dicho que está dispuesto a vendérmela si se
estropea demasiado aquí. Estoy seguro de que sabes qué
clase de uso le encontraría. ¿Verdad... Hijo?— Ladeó la
cabeza hacia mí, sus ojos brillando con su maldad.
Te odio. Te odio, joder. Malvado, cabrón sin valor.
Exhalé.
—Sí. La quiero más fuerte. No quiero que sufra. Quiero...—
Me detuve de hablar, pero sabía que el daño estaba hecho.
Diablos, él probablemente sabía hace semanas lo que sentía
por ella.
—Si ella es la elegida, Malachi, podrías volverla del revés y
reorganizar su alma y aún así volvería a ti— Se acercó y me
atrajo contra su cuerpo mientras me susurraba al oído:
—¿Crees que es la elegida?—
—Sí—, respondí con voz temblorosa, sabiendo que no debía
mentirle.
Simplemente encontraría la forma de demostrar que era un
mentiroso. Entonces mi ángel sufriría por mi mentira.
—Ella es la elegida—
—Entonces hazla más fuerte. Muéstrale a Dante. Muéstrale
lo que pasa cuando escuchas a tu padre y haces lo que te
dice. Necesita una lección de eso. ¿Puedes enseñárselo?—
Asentí sin decir palabra, con el pecho dolorido.
—Buen chico. Muy buen chico— Everett arrastró sus labios
por mi mandíbula mientras yo me ponía rígido debajo de él.
—Ayuda al director y gánate tu libertad. El No no formará
parte de tu vocabulario, ¿verdad?—
—¿Ella también se irá de aquí? ¿Y yo también? ¿Juntos?—
—Sí.— Sus labios se detuvieron en mi mandíbula.
—¿Me lo prometes, padre? Júramelo—
Se rió suavemente y acercó sus labios a los míos, donde
depositó un suave beso en el borde de mi boca. —Te lo
prometo. Tienes mi palabra. Pero si fallas, te la quitaré a ti
y a Dante. Hay una deuda que pagar. Por ahora, si cumples
las reglas, ella seguirá siendo suya. Si fallas... bueno,
entonces tomaré su carne. Ese es mi juramento—
Me estremecí ante sus palabras.
—¿Tenemos un trato?— preguntó Everett, con la mano
apoyada en mi cintura y su cuerpo demasiado cerca del mío.
Lo odiaba. Joder, lo odiaba, pero tenía que prometerlo. Tenía
que salvarla. Se lo debía. Se lo debía a Dante y a los
vigilantes. Meter la pata me había llevado a este momento.
Así que al diablo con eso.
—Sí. Tenemos un trato—, confirmé, con la garganta
apretada.
—Excelente. Everett se apartó de mí sin vacilar y se volvió
hacia Sully, la comadreja que seguía escabulléndose por el
borde de la habitación. —Estamos listos. Continúen.
Llámame si se pasa de la raya. Si lo hace, castígalo como
hemos hablado. Recompénsalo si no lo hace. Aunque, creo
que todo será una recompensa para él—
—Por supuesto.— Sully inclino la cabeza hacia Everett.
—Malachi, sé un buen chico para Papá, ¿de acuerdo?
Necesitaré tus servicios si consigues sacar esto adelante. Es
parte de nuestro trato—
Las náuseas me retorcieron las tripas, pero asentí.
Me sonrió con satisfacción. —Hasta pronto—
Y con eso, salió de la habitación, llevándose a Sully y a sus
perros con él.
Exhalé un suspiro tembloroso cuando la puerta se cerró tras
ellos.
Algo me decía que acababa de hacer un pacto con el diablo.
37.
MANICOMIO

No puedes seguir huyendo así.


Hago lo que me da la puta gana.
No cuando se trata de ella.
Apreté los dientes. Era la verdad. Había estado
holgazaneando. En mi defensa, había estado ocupado
haciendo otras cosas para allanar el camino. En lo profundo
de mi mente había un lugar aterrador. Era donde se
escondían todos mis demonios. Donde se hacían los planes.
Donde se ordenaban las tramas. Donde decidía quién vivía
y quién moría.
Por lo general, los dejaba vivir sólo porque tenía una
erección por hacer gritar a la gente. ¿Era eso una manía? A
la mierda. Era mía.
Necesitaba concentrarme. Siempre un maldito problema
conmigo. La única vez que pude mantener mi mierda
ordenada era cuando estaba hasta el culo de sangre.
Me esforzaré más.
Joder, SÉ mejor.
Sacudí la cabeza y despejé el ruido. Exhalé un suspiro
mientras miraba al techo de la mierda de habitación de
hospital en la que me encontraba.
Ah, pobre chico. Qué triste.
Muchas lágrimas llorará éste.
No, muchas lágrimas llorará.
Aquí viene la herida profunda y el remedio.
Puntadas. Puntadas que vienen.
—Cierra la puta boca—, gruñí, jadeando mientras miraba a
mi izquierda antes de volver a sacudir la cabeza. Malachi
Wolfe. Venía el depredador en persona.
No pasaba nada. Lidiaría con esa mierda como había hecho
las demás veces.
Ya lo sé.
Por supuesto que lo sabes.
Sólo haz lo que prometiste.
Lo haré y mucho más.
El silencio me invadió de nuevo y me permitió
recomponerme.
Era duro para mí. Esta vida. Lo único que quería hacer era
despedazar a Sully y a su pandilla. Hacerme reñir a diario
se estaba convirtiendo en una tarea en la que estaba
cansado de participar. Pero lo había prometido. Lo supuse.
O tal vez era una promesa tácita porque tal vez me sentía
un poco... no lo sé.
¿Desquiciado?
No, no era eso. Quiero decir, lo era, pero no en este caso.
¿Responsable? Sí. Esa era una palabra mejor. Yo era
responsable de ella. De mi niña para siempre. Mi luciérnaga.
Si ella supiera...
Me pasé los dedos por el pelo revuelto, contento de que fuera
yo quien programara los acontecimientos de hoy. Parecía
que había estado fuera demasiado tiempo. Pero incluso los
locos necesitan un día libre. En mi caso, eso significaba que
iba a descargar mis frustraciones en otra parte.
Sonreí al recordarlo.
Sangre.
Joder, mucha sangre. Pero el dinero era bueno, así que no
debía quejarme. Y no me quejaba. Me deleitaba con ella. Si
los cielos pudieran llover sangre para mí, sería perfecto. En
su mayoría. Me gustaba el sol de vez en cuando. Tenía que
demostrar a los vigilantes que el amarillo era realmente mi
color.
Vete.
Cállate. Ya voy.
Joder. Déjenme en paz.
Solté un suspiro y sacudí la tensión de mi cuerpo,
preparándome para el lío en el que sabía que me iba a meter.
Esto era obra mía. Yo y mi lado dulce, intentando salvar a
alguien matándolo.
Mi pobre niña para siempre.
Joder, la extrañaba.
Pronto estaría cerca de ella, y entonces jugaríamos.
Jugaríamos hasta que gritara mi nombre.
Quería oírla decirlo.
Manicomio.
No Church. No Seth.
Lo deseaba más que mi próximo aliento. Parecía que algo
me había inundado en la noche. Estaba preparado para ir a
la guerra por esta chica. Lo había hecho antes, pero aquí
había más. Sus ojos. Sus labios. La forma en que la luz se
proyectaba alrededor de su belleza mientras la veía en los
ojos de mi mente.
Despierta.
Estaba despierta y había vuelto.
Y jodidamente mía.
Nuestra.
Bien. Nuestra.
Sonreí mientras cogía el pomo de la puerta.
Pero hoy es mía.
38.
SIRENA

Lo sentí antes de que entrara en la habitación.


Asegurándome de mantener los ojos fijos delante de mí,
exhalé.
Por lo que Sully sabía, yo seguía encerrada en mi mente sin
esperanzas de volver.
Eso era lo que Seth me había dicho que hiciera.
Confiaba en él en su mayor parte.
Hacía minutos que me habían traído a la habitación de un
rojo vibrante y me habían dejado sola en el sofá después de
que un guardia me levantara como si no pesara nada y me
colocara allí. Tenía hambre y sed. Estaba cansada. Añoraba
un hogar que no tenía. Y extrañaba mis pinturas y mis
lienzos.
Seth se acercó y se arrodilló frente a mí mientras la puerta
se cerraba tras él.
Me quedé mirando al frente, esperando más instrucciones.
—Mira cómo te portas—, murmuró con su voz gruesa.
Sin embargo, algo no iba bien. No sonaba como Seth. O
quizá llevaba tanto tiempo fuera que había perdido el
contacto con cómo sonaba su voz. Esta voz era más
dominante. Más oscura y amenazadora. El Seth que había
llegado a conocer tenía un tono suave cada vez que me
hablaba. Incluso cuando me suplicaba, era amable.
Me estremecí.
—Sirena. Mírame, niña bonita—
Me estremecí, el miedo me invadió.
¿Qué me estaba pasando?
—Nada. Todavía— Seth buscó mis manos y las tomó entre
las suyas. —No finges cuando estás conmigo, Sirena—
Sirena.
¿No Rinny?
—¿Quieres que te llame Rinny? Tenía la impresión de
que...— se le cortó la voz.
Fruncí el ceño. Nada había cambiado, pero parecía que todo
había cambiado.
—Rinny. Puedo hacerlo si es lo que quieres—
Ladeé la cabeza hacia él, fijándome por fin en su atractivo
rostro.
Mi corazón saltó con fuerza en mi pecho cuando sus ojos
azules cristalinos se clavaron en los míos.
—Hola ahí, luciérnaga—, murmuró, inclinándose hacia
delante. Extendió la mano y me apartó un mechón de pelo
de la cara.
Me estremecí al sentir su tacto frío.
Luciérnaga.
—Recuerdo una noche en la que las luciérnagas estaban por
todo el césped. Lo iluminaban como una pequeña ciudad—
continuó en voz baja. —Llevabas el pelo suelto y azotaba a
tu alrededor mientras corrías entre ellas, perturbando su
paz. Mi pedacito de caos— Sonrió con tristeza.
Recordé aquella noche. Fue justo antes de que me hirieran.
Antes de que me dejara. Antes... de que hubiéramos
cambiado.
—Te reías mucho. Lo oí. Me hizo darme cuenta de lo especial
que eras para nosotros, y de cómo quería que fueras siempre
esa niña perfecta.— Se lamió los labios. —Entonces te hice
daño para mantenerte así. Tengo mucho que arrastrarme,
¿no?—
No dije nada mientras lo estudiaba. Era tan diferente... pero
igual. Tan Seth... pero Manicomio.
—No merezco tu perdón, mi pequeña luciérnaga, y no te lo
pediré. Hoy no. Hoy es para nuevos comienzos. Hoy es
para... nosotros. Quiero bailar—
Parpadeé mientras me daba un suave tirón de la mano.
—Ven—, me dijo en voz baja. —Bailemos un vals en la
oscuridad. Tú me iluminas el camino como siempre lo has
hecho—
¿Podría? ¿Era seguro? ¿Y si Sully...?
—Puedes hacer lo que quieras. Mientras esté a mi lado, me
aseguraré de que esté a salvo. Es mi promesa para ti. Te
debo eso y más. En cuanto a Sully... podemos destriparlo
juntos si quieres y luego follar con su sangre—
Sus palabras me cortaron la respiración.
Se inclinó de repente, con una sonrisa en los labios y la
oscuridad bailando en sus ojos.
—Créeme cuando te digo que será el mejor momento de tu
vida. Ahora baila conmigo—
Tragué saliva y dejé que me ayudara a ponerme en pie.
Parecía un cervatillo recién nacido, tambaleante y débil por
no haberme puesto en pie en una eternidad. Si le molestaba,
no lo mencionó mientras me ponía la mano en la cintura y
cogía mi otra mano entre las suyas.
Nuestra canción salió de sus labios en un dulce zumbido
mientras nos guiaba por la habitación, aumentando el ritmo
a medida que me orientaba.
Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando sus ojos
brillaron y la habitación se agitó a nuestro alrededor.
Dimos varias vueltas alrededor del espacio antes de
quedarme sin aliento con una sonrisa en la cara.
No sabía qué me había pasado, pero por fin me sentía libre.
Como si tener a Seth de vuelta me estuviera cambiando. Las
nubes oscuras que me habían cubierto durante casi una
década volvían a dar paso al sol.
Por nosotros.
—Por nosotros—, susurró mientras nos detenía. Sin
dudarlo, se inclinó y rozó sus labios con los míos. —Para
siempre mi niña—
Le miré con los labios entreabiertos, con el corazón
acelerado.
—Mía—, murmuró, pasándome la nariz por la mandíbula.
—Nuestra.— Inspiró profundamente y me estrechó contra
su duro cuerpo. —Y te follaré en la sangre de nuestros
enemigos, mi pequeña luciérnaga. Te lo prometo—
Y volvimos a bailar como si nada en el mundo fuera mal.
Y tal vez nada lo era.
Quizá estaba bien.
Tal vez así era como debía ser.
Seth.
—Manicomio—, me susurró al oído antes de agacharse y
mirarme en mi delgada bata de hospital, con el pelo oscuro
alborotado y un brillo en los ojos que me hizo darme cuenta
de quién era en realidad. —Soy Manicomio, y soy tuyo—
Manicomio.
Mi Manicomio.
Me empujó contra él y volvimos a movernos por la
habitación, esta vez más despacio.
Me aferré a él cuando nos detuvimos.
Tenía mucho trabajo que hacer. Perdonarlo no era fácil,
pero... Estaba perdiendo la cabeza. Sentía que me estaba
resbalando. Como si necesitara esto. Como si fuera el
destino. Como si pudiera funcionar...
—El destino tiene algo raro, ¿verdad?—, preguntó,
balanceándose conmigo suavemente. —Si así es como se
supone que debe ser, entonces no me arrepiento de nada.—
Curiosamente, yo también empezaba a arrepentirme mucho
menos.
Él sonrió satisfecho. —Por eso bailamos. Para demostrar
que seguimos vivos. Que seguimos gritando por dentro. Que
somos luchadores. Que nunca dejaremos que nos quiten
eso. Así que sigue luchando. Por todos nosotros. ¿Me lo
prometes?—
Prometido.
—Buena chica—, murmuró. —Y yo prometo lo mismo.
Ahora, tenemos que ver a Stitches. Ya viene.—
Stitches.
Malachi.
Un vigilante.
—Cara valiente. Sin lágrimas. Sin gritos. Nunca les des tus
gritos. Esos nos pertenecen. ¿Verdad?—
No dije nada mientras lo miraba fijamente.
Extendió la mano y me agarró la cara con fuerza. —Dilo.
Dime que tus gritos nos pertenecen—
Mis gritos le pertenecen.
Una sonrisa triunfante se dibujó en sus labios.
—Entonces prepárate porque estos hombres desean
robártelos. Más hechiceros malvados y zorras, luciérnaga.
Cuidado con la magia, ¿vale? Presta atención. Ahora es
cuando se pone bueno— Sus ojos azules se apartaron de los
míos y miró hacia la puerta.
Seguí su mirada y tragué saliva cuando el picaporte giró.
Realmente esperaba que las cosas se pusieran bien.
Estaba harta de lo malo.
39.
ASHES

—Tu casa es genial—, dijo Cady mientras caminaba a su


lado por el sendero que llevaba a la escuela.
Church dijo que hoy no iba a ir, que probablemente iba a
descuartizar a alguna criatura indefensa en el bosque, y Sin
parecía demasiado cabreado como para hacer mucho más
que dar pisotones, así que caminamos los dos solos.
—En realidad es la casa de Church. Es básicamente el hogar
de su familia en el campus—
—¿Su padre es dueño de este lugar o algo así?— Me lanzó
una mirada rápida.
Me encogí de hombros. —O algo así. La familia de Church
lo fundó hace muchos, muchos años. Supongo que les
gustaba la locura o algo así. Toda la familia es un poco, eh,
oscura—
Ella asintió y sopló una burbuja de su chicle. El olor
afrutado de las bayas llegó a mi nariz.
—Me imaginé que él era un poco chiflado, pero bueno, mira
dónde estoy y quién habla. Incendié el coche de mi
padrastro para llegar hasta aquí—
—¿Pero no para matarlo?— La miré y enarqué una ceja.
Una sonrisa se dibujó en su cara mientras me guiñaba un
ojo. —Puede que un poco. Supongo que eso también me
convierte en un poco chiflada, ¿eh?—
Me reí entre dientes. —Bienvenida a Chapel Crest—
Chocó los hombros conmigo. —¿Cuál es tu negocio,
Asher?—
—¿Mi negocio?—
—Sí. Como que eres agradable. Mucho más agradable que
los idiotas con los que vives. ¿Qué pasa?—
—Realmente no lo soy—, dije suavemente. —Tengo mis
momentos. Créeme—
—Ah, un pecador. Mi tipo de gente— Volvió a sonreírme y
yo le devolví la sonrisa.
Cady era mucho más fría de lo que Church y Sin le
atribuían. De hecho, me caía bien. Me pregunté si Sirena se
parecería mucho a ella. O si lo haría si hablara.
En el fondo yo sabía que no. Sabía que mi cielo era suave,
dulce y absolutamente perfecta. Sonreí ante ese
pensamiento, con una punzada atravesándome el corazón
por extrañarla.
Cady se aclaró la garganta. —Así que... Sirena...—
—¿Sí?—
—¿Realmente estaba mejorando? Dijiste que se comunicaba
contigo—
—Lo hacía—, respondí, asintiendo. —Me escribió en la
mano. La llevé en mi moto a ver Pictured Rocks. Le
encantó—
Los labios de Cady se fruncieron en una expresión reflexiva.
—Nunca pensé que oiría a alguien decirme que Rina iba en
moto. Pero supongo que no conozco a mi hermana más allá
de cuando hablaba o de quién era antes de irse.—
—¿Cómo era ella? ¿Antes de...?—
Cady se quedó callada un momento antes de hablar. —Un
poco como es ahora. Siempre ha sido callada y dulce,
¿sabes? Pero solía cantar. Era increíble. Nuestro padre le
dio clases, e incluso hacía audiciones para anuncios y cosas
así. Luego se lastimó y todo cambió—
Esa información me oprimió el pecho. Saber que Sirena
había sido cantante me hacía desear aún más oír su voz.
—Apuesto a que era increíble—
—¿Sabes qué? Tengo un vídeo en mi portátil. Te lo enseño
cuando volvamos si quieres—
—Claro que sí—, dije, mi entusiasmo brillando.
Ver actuar a Sirena sería una bendición.
Cady se rió un momento antes de volver a callarse.
—Guardo el vídeo para acordarme del antes. Fue la última
vez que estuvo nuestro padre. Fue su última actuación.
También ganó algo de dinero con ella. Salió en las noticias
locales. Seth estuvo allí para verla—
—Seth se preocupa por ella—, dije en voz baja.
Cady gruñó. —Que se joda. Sé que tuvo algo que ver con
que la hirieran. Además, estaba en ese puto ataúd con ella.
Tendrá su momento conmigo, eso seguro—
—No te conviene andar husmeando por Manicomio—, le dije
suavemente. —Sé que quieres ayudar a Sirena, pero
Manicomio es peligroso. Incluso nosotros tendemos a
mantenernos alejados de él. Podemos manejar ese
aspecto...—
—No luchamos solos cuando se trata de mi hermana—, dijo,
deteniéndose para mirarme.
La miré fijamente, asimilando la fiereza que tenía. No creí ni
por un minuto que ella dejaría pasar esto. Como no quería
que le pasara nada si Manicomio se resbalaba, asentí.
—Vale. No luchamos solos. ¿Quieres entrar?—
Ella asintió con entusiasmo.
—Hablaré con los chicos y veré qué podemos hacer. Ya te
estás quedando con nosotros. Si Church te quisiera fuera,
nunca te habría dejado ir a dormir, así que tiene que haber
algo ahí—
—Él sabe que puedo ayudar. O al menos espero que lo sepa.
Lo digo en serio, Asher. Quiero averiguar quién le hizo esto
a mi hermana. La quiero fuera de ese hospital y de vuelta...
con ustedes, supongo. Quiero decir, siempre y cuando yo
pueda estar allí también. No me iré de su lado esta vez, así
que somos un paquete—
—Llámame Ashes, y no te ofendas, Cady. Eres preciosa,
pero sólo queremos a Sirena—, dije torpemente.
Ella resopló y me puso los ojos en blanco. —Vete a la mierda.
No los quiero, imbéciles. ¿Cuatro pollas con actitud? Eso es
como pollas al cuadrado. Soy buena en eso. Una chica sólo
puede lidiar con muchos cretinos a la vez—
Me reí entre dientes y negué con la cabeza. Ella era otra
cosa. Me gustaba de verdad y podía vernos haciéndonos
buenos amigos.
—Estaré allí para asegurarme de que los chicos imbéciles
no se pasen de la raya—
—¿Chicos imbéciles?—
—Sí. Encaja. Así es como me refiero a ustedes en mi
cabeza—
—Agradable.— Me reí.
Empezamos a caminar de nuevo.
—Sólo... no la lastimes, ¿de acuerdo? Creo que de verdad te
preocupas por ella, pero los otros tres... me ponen
nerviosa—
—Ellos la adoran. Sin es más difícil de entender, pero sé que
le importa. Sólo tiene un pasado de mierda, y sus problemas
le hacen autosabotearse. Pero vale la pena—
Gruñó, pero no dijo nada más sobre Sin. Sabía que no le
gustaba. Se le notaba en los ojos. En su voz. La forma en
que dijo su nombre. Sin tendría que arrodillarse y rogarle a
Cady que lo tomara en serio, e incluso entonces estaba
seguro de que se reiría de él. Tenía mucho trabajo por
delante.
—¡Ashes! ¡Oye!—, gritó Bryce.
Fruncí el ceño y me volví hacia donde estaba Bryce. Se
acercó con cautela, mirando a Cady con claros nervios.
Era raro que Bryce se acercara. Últimamente se había vuelto
valiente al parecer.
—¿Qué?— Pregunté cuando se detuvo frente a nosotros.
—Yo, me preguntaba si tenías noticias de Sirena— Tragó
saliva visiblemente. —Intenté verla de nuevo y no me
dejaron. Tampoco ha llegado nada a la oficina sobre ella—
—Ah. Es el chico de la oficina— Cady ladeó la cabeza hacia
él. —He oído que estaba enrollado con mi hermana—
Bryce la miró y se incorporó. —Sí. Somos amigos—
—Es su ex novio—, dije con amargura.
Bryce era un buen tipo y todo eso, pero tenía un poco de
celos amargos dentro de mí por su relación.
—Lo he oído— Cady le sonrió con suficiencia. —Eres débil.
Por eso te dejó—
Bryce entrecerró los ojos mirándola. —No soy débil.
Simplemente estábamos mejor como amigos. Estoy
preocupado por ella. No he venido aquí para que se burlen
de mí. Realmente me importa una mierda. No me gusta que
esté atrapada en ese lugar con ellos haciéndole Dios sabe
qué—
—¿Por qué? ¿Qué has oído?— La voz de Church sonó por
encima de mi hombro. Debía de haber desistido de su
cacería matutina.
Le vi acercarse, con el pelo rubio al viento y el uniforme de
Chapel Crest hecho un desastre. Nunca se esforzaba con
esos uniformes. Siempre desabrochado y sin remeter.
Simplemente le importaba una mierda.
—Yo, eh, no he oído nada. Por eso estoy aquí—
—Te dije que me consiguieras puta información antes de
volver con nosotros. ¿Tienes alguna, o sólo estás siendo un
pequeño marica entrometido?— exigió Church mientras se
detenía junto a nosotros.
—¿Saben qué? Váyanse a la mierda. He intentado ayudar.
No puedo hacer mucho, que básicamente no es más que
preocuparme por ella. No he visto nada en la oficina ni en el
papeleo. No he visto nada. Si está pasando algo ahí,
entonces no lo sé. Sólo estoy especulando, como ustedes.
Así que contéstenme si está bien o no, y volveré a mi maldito
rincón— El pecho de Bryce se hinchó mientras cerraba las
manos en puños apretados.
—Tranquilo, asesino—, dijo Cady antes de que pudiera
reprenderlo. —Ella es importante para nosotros. Sólo
estamos tratando de averiguar cómo sacarla y si necesita
ser salvada o si realmente está recibiendo ayuda.—
—Lo sé—, gruñó Bryce. —Pero tratarme como una mierda
no es la manera de hacer que las cosas sucedan.—
—¿Por qué? Porque si no te gusta lo que decimos ¿qué
harás? ¿Ocultar información sobre la chica que dices que te
importa?— Church resopló. —No me jodas. Dame
información o no aparezcas por mi puta puerta, Andrews.
Puto maricón de mierda—
La cara de Bryce enrojeció antes de darse la vuelta y
marcharse enfadado.
—Innecesario—, dije con un suspiro. —A él le importa.
Sabes que le importa. Sé que es molesto, y es difícil para mí
también...—
—Que se joda. No tiene ningún derecho sobre ella—, espetó
Church.
—Es su amigo...—
—No es nada para ella— Church me fulminó con la mirada.
—Nos preocupamos por ella—
—Es bueno que otros se preocupen por ella—, dijo Cady
pensativa, como si no acabara de insultar a Bryce
momentos antes.
—Juro por Dios, Cadence, que estoy dispuesto a ahogar tu
culo en el lago. Cierra la puta boca y no te metas— Church
se abalanzó sobre ella, con sus ojos verdes brillando.
—Cierra la puta boca, lameculos prepotente. Ese tipo puede
ser un poco... raro... pero al menos lo intenta. Más de lo que
puedo decir de ti. Si ella te importara la mitad de lo que
dices, ¡no seguiría bajo el pulgar de ese director
pervertido!—
Cadence respiraba agitadamente mientras Church y ella se
miraban fijamente. Estaban casi codo con codo y ninguno
de los dos parecía tener intención de echarse atrás.
—Cady, vamos—, dije, queriendo calmar las cosas antes de
que se descontrolaran más. Me las arreglé para
interponerme entre ellos. —No pasa nada. Vamos a resolver
esto...—
—Me gustas, Ashes, pero te equivocas. Yo resolveré esto, no
ustedes, porque a diferencia de ustedes, yo no tengo nada
que perder, excepto a mi hermana. Ella es la razón por la
que estoy aquí.—
—Pensé que era porque decidiste hacerte la dura e incendiar
el coche de tu padrastro de mierda—, dijo Church,
clavándole de nuevo su mirada penetrante.
Cady abrió la boca para replicar y Church volvió a dar un
paso adelante. Le puse la mano en el pecho y sentí cómo su
corazón latía con fuerza bajo mi palma. Le di un ligero
empujón hacia atrás, con la esperanza de sacarlo de su
furia.
—Cady, por favor. Intentemos arreglar las cosas sin crear
más problemas. No sabes en lo que te estás metiendo. El
padre de Church...—
—A ella no le importa. Es una egoísta—, gruñó Church.
—No tiene sentido explicárselo. Que se entere por el camino
difícil—
—¡El camino difícil es perder a Sirena!— Mi voz salió mucho
más alta de lo que pretendía. Respiré hondo. Luego otra vez.
Mierda.
Iba a perderlo. Rápidamente, me metí la mano en el bolsillo
y saqué el mechero, abriéndolo y cerrándolo cinco veces.
Respira, Asher.
Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Abrir.
Cerrar.
Llama.
Necesitaba fuego, joder.
Esta vez dejé salir la llama, exhalando un suspiro
tembloroso mientras contemplaba la luz danzante que
manaba de mi mechero.
No podíamos perderla. Yo no la perdería. Tenía que haber
otra forma...
—Estoy abierto a las negociaciones—, dijo Cady en voz baja,
rompiendo a través de mi casi fusión. —Pero si no tenemos
un plan sólido pronto, voy a entrar. Sola. Y que el infierno
se apiade de las almas de los monstruos porque yo no tendré
ninguna—
Y con eso, giró y se alejó de nosotros, dejándonos mirando
su espalda en retirada.
—Es una puta pesadilla—, se quejó Church con un gruñido,
pasándose la mano por la cara y suspirando.
—Nosotros también—, murmuré.
Pero dos pesadillas sólo podían hacer una noche de terror.
Al menos esa era la esperanza que tenía mientras el calor
de mi llama me quemaba el pulgar.
40.
SIN

Sentía la cabeza como si una batería la estuviera golpeando.


Me drogué como una puta en un esfuerzo por detener el
dolor. Me estaba ayudando, pero no tanto como esperaba.
Tampoco ayudaba el hecho de estar sentado en nuestro
patio con la hermana del infierno mirándome abiertamente.
Le di otra calada al porro, rezando para que me durmiera si
no conseguía que la mierda que tenía en la cabeza se
enfriara. Ashes nos había convocado a todos esta noche
después de clase. Sabía que era por alguna chorrada de
Cadence.
Se estaba convirtiendo rápidamente en una espina en mi
culo. Cuanto antes pudiéramos sacarla de nuestras vidas,
mejor. Me estaba cabreando hasta el punto de plantearme
seriamente ayudar a Church a planear su muerte.
Pero ya la había cagado bastante.
Expulsé el humo y la miré fijamente.
Siguió mirándome.
Era una perra dura, lo reconozco.
—Así que necesitamos un plan—, dijo Ashes, su voz se coló
en mis pensamientos.
—No me digas. Por eso estoy aquí—, dijo Cadence,
apartando su ceño de mí para centrarse en Ashes. Al menos
no lo miraba con puro odio.
¿Pero por qué iba a hacerlo? De todos nosotros, Ashes era
el que más se acercaba a la condición de santo. Él podría
ser capaz de sonreír su camino a las puertas del cielo. El
resto de nosotros estábamos condenados.
Especialmente yo.
Le di otra calada a mi porro, desesperado por no parecer que
me importaba una mierda. Pero joder, me importaba una
mierda. Quería decir que Cadence no era un problema, pero
en el fondo sabía que lo era. Si no llegaba al infierno, el
diablo me lo traería directamente a la puerta en forma de
Cadence Lawrence.
Ella era una maldita comadreja, aquí para anunciar mis
pecados.
Reconocí la determinación cuando la vi. La hermana de
Sirena era la imagen junto a la determinación en el
diccionario.
Tenía que renunciar a algo o perderlo todo. Lo sabía. Pero
joder, no quería añadir más mierda a mi lista de malas
acciones.
Al mismo tiempo, sabía que era un pedazo de mierda y que
me merecía todo el dolor que me esperaba.
Joder, maldita sea.
—Bien—, dijo Ashes, ofreciéndole una rápida sonrisa.
—Estaba pensando que tal vez uno de nosotros debería ir a
la sala médica y tratar de ver a Stitches. Cuando digo uno
de nosotros, me refiero a mí. O Sin. No Church—
Church frunció el ceño y se inclinó hacia delante en su silla.
—¿Por qué no puedo ir? Stitches es mi hermano—
—Tu padre—, murmuré. —Por eso—
—Me importa una mierda Stitches—, interrumpió Cadence.
—Estoy aquí por Rina...—
—Stitches consigue verla. Quizá pueda darnos información
sobre ella. No creo que irrumpir allí sea una buena idea.
Tenemos que jugar a largo plazo— Ashes me miró en busca
de ayuda.
Suspiré y miré a Church para ver cómo fruncía el ceño.
—No podemos acercarnos a Sirena—, dije finalmente.
—¿Qué? ¿Por qué?— Cadence se abalanzó sobre mí, con los
ojos brillantes.
Genial. Aquí vamos...
—Porque perdimos una apuesta con Manicomio. Él ganó. Él
se queda con Sirena, no nosotros. Acordamos dejarla ir—,
dije, las palabras abrasando mi pecho.
Joder. ¿Cuántas veces iba a reprimir estas putas emociones?
—Espera. ¿Qué?— Cadence se centró en Ashes. —¿Lo dice
en serio? ¿Jugaron un puto juego con mi hermana y
perdieron? ¿Y ahora ella es propiedad de un psicópata?—
—No es así. Manicomio dijo que nos la iba a traer de vuelta—
respondió Ashes en voz baja.
—Oh, a la mierda— Cadence se levantó de la silla y se apretó
la coleta oscura. —Se acabó. Voy a buscar a mi hermana—
Salió furiosa del patio y se adentró en la oscuridad. Church
tardó unos instantes en entrar en acción. Casi derriba a
Ashes corriendo fuera del patio para perseguir a Cadence a
través de la oscuridad.
—¿Deberíamos ir tras ellos?— preguntó Ashes, abriendo y
cerrando el mechero tan rápido que parecía borroso. Se
estaba alterando.
—No— Le di una calada a mi porro. —Que se joda. No
pondrá un pie en el centro. Sabes que no. Armaría un
escándalo y acabaría en el agujero. Podría ser el mejor sitio
para ella—
Ashes hizo una mueca. —Ama a Sirena—
Asentí. —La gente hace locuras cuando ama a alguien—
Una pequeña y triste sonrisa adornó el rostro de Ashes.
—Sí. Lo hacen, ¿verdad?—
Tragué grueso mientras pensaba en Bells y en toda la
mierda que había hecho.
Decidiendo que no era el momento de revolcarme en toda mi
mierda, me aclaré la garganta. —Dejemos que Church y
Cadence lo resuelvan. Church ganará. Siempre lo hace—
—No lo sé— Ashes se asomó a la oscuridad por donde la
pareja había desaparecido. —Cady podría darle una carrera
de fondo—
—Church es bueno corriendo. No me preocupa— Le hice un
gesto a Ashes para que se fuera. —Además, no oigo gritos ni
peleas—
—No lo harías—, murmuró Ashes. —No con Church. Es un
acosador en la oscuridad. Podría estar ahogándola en un
charco de barro ahora mismo y no lo sabríamos—
—Que le vaya bien—
Ashes suspiró pero se acomodó en su asiento. —¿Quieres
hablar?—
—¿Sobre qué?— Gruñí, mirando el cielo nocturno.
Las estrellas titilaban en lo alto, recordándome lo
insignificante que era en este mundo.
—De cualquier cosa. ¿Sirena?—
Capté la expresión de sus ojos. Ashes estaba luchando. No
me sorprendió. Sabía que lo hacía.
—En realidad no, pero si necesitas hablar de ella, supongo
que te escucharé—
Ashes exhaló, relajándose un poco más en su asiento. —Ella
me besó. Antes de... todo—
Asentí. —¿Sí?—
—Sí. Sus labios eran tan suaves. Me di cuenta de que estaba
nerviosa, pero me encantó. Me encantó que estuviera un
poco indecisa. Tenía todos estos sentimientos
derramándose en mí— Me miró con los ojos muy abiertos.
—Como, aquí estaba esta chica absolutamente perfecta
para todos nosotros, y ella nos necesitaba. Necesitaba que
me tomara las cosas con calma. Que le enseñara. Que la
dejara explorar. No sé, nunca me había sentido así. Nunca
me había sentido así por nadie en mi vida, hombre.— Se
quedó callado un momento. —¿Esto es amor, Sin?—
Suspiré y terminé mi porro. —No puede ser odio, ¿verdad?—
Repetí las palabras que me había dicho cuando estaba
luchando con Bells.
Una pequeña sonrisa ensombreció sus labios.
—Me siento tan pequeño comparado con mis sentimientos.
Sólo quiero darle todo lo que hay en el mundo. Quiero
hacerle el desayuno en la cama, frotarle los pies, besarla y
decirle lo que siento de verdad. Incluso quiero tener hijos.
Nunca había querido nada de eso, pero ¿con Sirena?—
Asintió. —Lo quiero. Lo quiero todo con ella—
No sabía qué decir. Me dolía el corazón. Había hecho una
promesa. Una promesa a los vigilantes. Una chica para
todos nosotros, y aquí estaba yo, quitándoles todo.
Demonios, ya se los había quitado.
Debería haber sido honesto entonces. Debería haberles
dicho que estaba fuera. Que podían tener una chica para los
tres. Que estaba demasiado roto para amar. Que no valía la
pena el maldito esfuerzo.
Pero entonces... Besé a Sirena. La había tocado. La culpa y
la vergüenza habían luchado en mi corazón. Yo no era capaz
de darle nada bueno. Y ella sólo me rompería aún más. Lo
sabía. Lo sabía hasta la médula.
Si pudiera volver atrás en el tiempo, me habría alejado. No
le habría hecho daño. Sé que no lo habría hecho. Habría
dejado que los chicos la tuvieran y me habría ido para darles
lo que se merecían. Esa chica perfecta de la que hablaba
Ashes.
En vez de eso, lo arruiné todo como siempre lo hacía.
La historia de mi puta vida.
Y una vez que se enteraran, yo era hombre muerto.
Mis días estaban contados.
—¿Sin?—
—¿Sí?— Me froté los ojos.
—Tú también amas a Sirena, ¿verdad?— La forma en que
Ashes dijo esas palabras me hizo saber una cosa. Estaba
preocupado.
—Soy incapaz de amar. Lo sabes—, dije en voz baja. —Ni
siquiera sé lo que es amar a una chica, joder—
—No lo sabes. Sólo tienes que dejarte llevar—
—Realmente no me interesa—, dije con firmeza. —No puedo
hacerlo. Sigo pensando en irme. En dejar que ustedes se la
lleven y tengan su final feliz. Me parecería bien. Lo saben,
¿verdad? Quiero que sean felices. No creo que yo lo sea
nunca. No ahora. No merezco nada de eso.—
—Somos una familia. No te irás—, dijo Ashes. —No te
dejaremos. Te mereces toda la felicidad del mundo, Sin.
Sabes que lo mereces. O lo harás una vez que dejes que
entre en tu corazón de nuevo. Así que te quedas.
¿Entendido?—
—¿Sin importar qué?— Susurré, con el corazón en la
garganta mientras lo miraba fijamente.
Se acercó más y frunció el ceño. —Tengo la sensación de
que no estás siendo sincero con nosotros. Sin, hombre, si
necesitas hablar, sabes que siempre estoy aquí, ¿verdad?
Estoy preocupado por ti. No nos dices adónde vas. Te
quedas hasta tarde y a veces ni siquiera vuelves a casa.
¿Adónde vas? ¿Con quién estás? ¿Hay alguien más?— La
voz le tembló con la última frase.
—No hay nadie más—, respondí. —Sólo camino. Me siento
en el lago y miro las estrellas. A veces llego hasta el
mausoleo—
—¿Por qué?— Ashes arrugó las cejas.
Me froté los ojos, odiando que estuviéramos teniendo esta
conversación. Al mismo tiempo, me sentí bien porque no
podía vivir bajo toda esta culpa.
—Duermo en el ataúd donde estaba Sirena—
Ashes parpadeó. —Tú... ¿qué? ¿Por qué?—
Abrí la boca, dispuesto a soltárselo todo porque estaba
cansado de vivir en la mentira. —Yo... yo le hice daño...—
—¡Bájame, puto psicópata bárbaro!— La voz de Cadence
interrumpió mi confesión.
Ashes se levantó de un salto y miró fijamente a la oscuridad,
yo uniéndome a él.
Un momento después, Church apareció con Cadence
echada sobre su hombro, golpeándole la espalda con los
puños mientras luchaba contra él. Pero él la sujetaba con
fuerza, a pesar de sus golpes y patadas.
Pasó junto a nosotros y se la llevó a la casa.
No perdimos tiempo y le seguimos dentro. La llevó
directamente a la habitación de Stitches y la arrojó sobre la
cama. Ella rebotó y se puso en pie, pero él la empujó de
nuevo.
Ella lo miró fijamente, con los mechones oscuros de su
coleta sueltos y enredados a su alrededor. Estaba claro que
se habían peleado. A juzgar por el corte en el labio de
Church y el brillo en los ojos de Cadence, había sido una
buena pelea.
—Sienta el puto culo. Duérmete antes de que te duerma,
Garras—
Cruzó los brazos sobre el pecho y le miró con desprecio.
—Tú no eres mi jefe—
—Cuando se trata de la chica que amo, la chica por la que
jodidamente moriría, soy el jefe de todos. Aprende a lidiar
con ello o lárgate de una puta vez. Si arruinas esto, ninguno
de nosotros te perdonará—
Abrió la boca para hablar, pero la cerró rápidamente cuando
Church continuó.
—Sirena no te perdonará—
Tragó saliva. —Lo entendería.—
—Te odiaría por haberle quitado la felicidad que podría
tener. Créeme cuando te digo que si intervienes como
quieres, será el clavo en el ataúd de Sirena.—
—Entonces necesitamos un plan—, susurró, con voz
vacilante.
Por primera vez desde que la conocí, se mostró vulnerable.
Me dio un vuelco en el pecho.
Había jodido la vida de todos por mis acciones.
Si tan sólo tuviera una máquina del tiempo...
—Sin irá a ver a Stitches. Conseguirá toda la información
que necesitamos. ¿DE ACUERDO? Confía en Sin—
—Que se joda Sin—, gruñó, mirándome.
—Que te jodan a ti también, perra—, le espeté.
Ella me sacó la lengua, y yo le saqué la mía como un maldito
niño.
—Por el amor de Dios—, murmuró Ashes, frotándose el
cuello.
—Garras, ¿entiendes lo que te estoy diciendo?— exigió
Church, apartando su atención de mí.
—Sí—, murmuró ella. —Lo entiendo. Me aguantaré. Por
ahora—
—Gracias—, dijo Church, sonando realmente agradecido.
—Pero si la cagas, te mataré y haré como si nunca hubieras
existido. Nadie encontrará tu cuerpo—
Puso los ojos en blanco. —He dicho que vale, mala polla. No
lo haré. Esperaré. Por ahora—
Church asintió.
La estudié un momento. Hermosa y feroz.
Igual que Sirena.
Parecía que teníamos mucho trabajo por delante.
No creía que Cadence Lawrence se echara atrás por mucho
tiempo.
Lo que significaba que mi fin estaba jodidamente cerca.
41.
STITCHES

La habitación era tan luminosa y blanca que me estremecí


cuando me condujeron a ella. Mis ojos tardaron un
momento en adaptarse, pero cuando lo hicieron, me fijé en
ella.
Ángel.
Sentada en una silla, con la piel pálida y el pelo suelto. Unas
ojeras rodeaban sus ojos apagados, dándole un aspecto de
agotamiento y malestar. Llevaba unos cinturones que la
sujetaban al asiento.
Miraba al frente y no me reconoció.
—¿Qué es esto?— ronco. —¿Qué está pasando?—
—Vamos a hacer ese divertido experimento del que
hablamos el otro día con tu padre. Pagaron un buen dinero.
Ya sabes cómo va esto. El padrastro de Sirena la quiere sana
y que al menos no sea una estatua. Su madre también. Y
otros... bueno, como he dicho, pagaron un buen dinero por
esto— Sully me guiñó un ojo.
Parpadeé confundido al verle con su feo traje marrón y el
pelo engominado hacia atrás. Si pudiera lanzarme al otro
lado de la habitación y partirle la cara sin que Sirena entrara
en el fuego cruzado con las repercusiones, me habría echado
encima del cretino inútil en un santiamén.
—Seth. Ven—, le ordenó Sully mientras dos guardias
conducían a Manicomio a la habitación.
Lo sentaron en la silla junto a la mía.
—¿Qué demonios estamos haciendo?— Preguntó
Manicomio, con el pelo negro revuelto y los ojos azules
llenos de furia mientras miraba a Sully.
Lo que sea que estuviéramos haciendo no era nada bueno.
—Everett necesita que le hagan pruebas—, dijo Sully,
sonriendo con esa sonrisa de suficiencia. —He accedido
porque es por la ciencia... y por él—
—¿Y qué es lo que haces? ¿Se la chupas cuando viene de
visita?— Manicomio gruñó. —¿Te controla con su verga?—
Ladeó la cabeza mirando a Sully. —¿A quién quiero
engañar? Harías cualquier cosa por una verga—
Miré rápidamente a Sully, cuyas mejillas enrojecieron.
Golpeó a Manicomio en la cara, moviendo la cabeza hacia
un lado.
No hacía falta ser un genio para saber que Manicomio
estaba listo para hacer lo que yo había estado pensando. Un
músculo vibró a lo largo de su mandíbula mientras se
enderezaba.
—Vuelve a tocarme y te arrepentirás—, susurró con una voz
que me produjo escalofríos.
No me asustaba fácilmente, pero al ver a Manicomio
fulminando a Sully con la mirada, no tenía ninguna duda
de que cumpliría su promesa. Yo también estaba aquí para
eso.
Sully no dijo nada y se centró en Sirena. Al instante, mi
miedo aumentó.
—Hola, Sirena—, dijo Sully en voz baja mientras ella miraba
fijamente al frente, concentrada en Manicomio.
Algo parpadeó en su colorida mirada que me hizo arrugar
las cejas. Movimiento. Detrás de sus ojos. Fue tan breve que
ni siquiera estaba seguro de si realmente lo había visto o
sólo lo estaba esperando.
—No la toques, joder—, grité al mismo tiempo que
Manicomio.
Sully nos sonrió mientras le acariciaba la mejilla. Dejó caer
la mano lejos de ella.
—Oh, no se preocupen, chicos. No seré yo quien la toque—
El miedo que había sido un ovillo apretado en mis entrañas
estalló en hebras de completo enloquecimiento mientras mi
respiración se entrecortaba en mi pecho por lo que sus
palabras podían significar.
Mataría a alguien. Sabía que lo haría.
Tenía que mantener la compostura. Iría por Sirena peor. Iría
por Church. Me castigaría. Lo sabía.
Everett puto Church.
Respira, Malachi. Sigue respirando. Por ella. Por ángel.
Contuve la respiración mientras Sully se acercaba a una
máquina y cogía unos electrodos. Empezó a colocarlos en la
frente y la sien de Sirena.
—¿Qué estás haciendo?— Preguntó Manicomio mientras
Sully volvía a la máquina y la encendía.
Una enfermera entró en la habitación y empezó a manipular
el equipo mientras Sully se volvía hacia nosotros.
—Es muy sencillo. La señorita Lawrence está enferma. Está
catatónica. Este es un último esfuerzo para traerla de vuelta
antes de que su padrastro la abandone. Ha estado en
conversaciones con Everett Church. Everett tiene mucho
interés en traerla por varias razones, pero la mayoría tiene
que ver con quién es su verdadero padre y cuánto dinero
podría conseguir en el mercado una chica con sus ojos y su
aspecto. Así que la traemos de vuelta y nos divertimos un
poco en nombre de la ciencia, o la dejamos ir. Así de
simple—
—Vete a la mierda—, gruñó Manicomio. —Te mataré. Juro
por el puto diablo que te asesinaré—
Sully le ofreció una sonrisa. —Los perros de Everett Church
nunca muerden a menos que él les suelte la correa. Me
siento bastante seguro, señor Cain—
Manicomio se puso en pie, pero dos guardias entraron
disparados en la habitación y lo empujaron de nuevo a su
silla y lo mantuvieron allí mientras la enfermera salía de la
habitación.
No tenía ni puta idea de lo que iba a pasar, pero deseaba
más que nada que no pasara.
—Ahora, mira y aprende cómo nos ponemos manos a la obra
aquí en Chapel Crest— Sully se acercó al monitor y lo miró
fijamente.
—Luciérnaga—, dijo Manicomio en un feroz susurro. —Todo
va a salir bien. Todo saldrá bien. Respira. Sigue respirando
por nosotros—
Miré de Manicomio a Sirena y vi cómo el miedo se apoderaba
de sus ojos.
Había... vuelto. ¡Ella ya había vuelto!
—¡No! ¡No!— Grité, lanzándome hacia arriba mientras todo
se movía a cámara lenta.
Dos guardias más se precipitaron justo cuando Sully pulsó
el botón de la máquina. No fui lo suficientemente rápido. Me
atraparon antes de que llegara hasta ella.
Sus ojos se cerraron mientras se agitaba en su asiento.
La estaban conmocionando. El monstruo la estaba
electrocutando.
Electroshock.
Sus pestañas se agitaron un instante antes de temblar
violentamente.
Manicomio y yo luchábamos con nuestros captores
mientras ella seguía temblando.
—¡No! ¡Ángel! ¡Joder! ¡NO!— Le di un puñetazo en la cara a
uno de los guardias e iba a arrancarle la cabeza al otro
cuando me clavaron una aguja en el cuello, haciéndome
caer de rodillas mientras el pecho me pesaba con cada
respiración entrecortada que intentaba arrastrar.
Parecía que le habían hecho lo mismo a Manicomio, porque
se había desplomado hacia delante y respiraba con
dificultad.
—No le hagas esto— Sollocé mientras ella se desplomaba,
quedándose finalmente quieta. —Por favor. No lo hagas.—
Mis súplicas cayeron en oídos sordos porque Sully volvió a
apretar el botón y ella se estremeció una vez más. Con
impotencia, vi cómo sus dedos se retorcían y su cuerpo
temblaba violentamente. Mientras su boca echaba un poco
de espuma y sus ojos se ponían en blanco.
Joder. No. Iban a matarla.
No mi ángel. Por favor, mi ángel no.
—¿Qué quieres? ¿Qué quieres que haga?— Lloré. —¡Por
favor! Haré cualquier cosa. Sólo detente. No le hagas daño—
Sully apagó la máquina y Sirena se estremeció en su
asiento, sufriendo claramente un ataque. Si a Sully le
importaba, no lo demostró mientras se acercaba a mí.
Manicomio estaba callado, pero concentrado en Sirena.
Movía los labios, pero sus palabras eran tan suaves que no
podía oírlo.
Sully se puso en cuclillas frente a mí. —Dame lo que quiero
y me detendré. Todos serán libres—
Dejé escapar un suspiro tembloroso. —¿Qué quieres?—
Sully me ofreció una sonrisa siniestra mientras se ponía en
pie. Sentía el cuerpo de plomo mientras intentaba mantener
la cabeza erguida. No era la típica droga que me daban. Era
algo para ralentizarme. Para debilitar mi cuerpo. Sentía que
podría dormir para siempre si me dieran la oportunidad.
Sully se levantó y se alejó de mí.
Sirena por fin se quedó quieta en su asiento. Dos
enfermeras entraron y la limpiaron, impidiéndome verla.
Pasaron varios minutos en silencio antes de que las
enfermeras se marcharan y Sully volviera a hablar.
—Malachi, ¿serías tan amable de desvestir a la señorita
Lawrence?— Sully dio un paso atrás para que pudiera verla
en su silla, con la cabeza colgando hacia delante y la cara
cubierta por una cortina de pelo oscuro.
Ni siquiera estaba seguro de que estuviera consciente.
—¿Qué? No— Prácticamente escupí. —Vete a la mierda.—
—Recuerdas tu promesa, ¿verdad?— Sully sonrió. —Puedo
hacer una llamada y asegurarme de que la señorita
Lawrence pierda la ropa. ¿No preferirías que fueras tú quien
lo hiciera?—
Apreté los dientes con tanta fuerza que pensé que se me
iban a partir.
—Por favor, no lo hagas—, susurré, intentando averiguar
qué demonios debía hacer en ese momento. —Sea lo que sea
que estés planeando, puedes ser mejor que esto—
—Quítele la ropa, Sr. Wolfe—, dijo Sully uniformemente.
—Aquí nos pagan por trabajo, no por hora, así que tenemos
todo el tiempo del mundo—
—No lo haré. Ella no querría eso—, dije. —Por favor. Dile a
Everett que haré cualquier otra cosa...—
Sully acechó de nuevo y se paró frente a mí. Manicomio no
se había movido ni un milímetro y miraba fijamente a Sirena
mientras le pesaba el pecho. Estaba cabreado. O estaba
haciéndole alguna de sus mierdas mentales. No tenía ni
idea, pero si soltaba su rabia, lo seguiría y ayudaría al puto
loco a destripar a esos cabrones.
Aunque todos moriríamos. Sabía que lo haríamos si nos
movíamos. Tal vez no hoy, pero Everett enviaría hombres a
buscarnos, y nos colgarían por ello. Y también a Church.
Tal vez incluso Ashes y Sin. No podía hacerle eso a mi
familia.
Joder. JODER.
—Si tengo que drogarte de nuevo, Malachi, lo haré. Everett
sabrá que no estabas dispuesto y rompiste tu promesa con
él. Independientemente de lo que creas que quieres, esto va
a pasar. O le quitas la ropa o lo haré yo—
Eché un vistazo a la habitación blanca y vi un espejo que
estaba seguro de que era en realidad una ventana desde
donde nos observaban. Everett y quienquiera que hubiera
pagado para ver esta violación probablemente estaban
detrás, masturbando sus pequeñas vergas.
—Es una sala de observación—, dijo Sully, al notar que yo
miraba fijamente el espejo. —Observamos la ciencia y las
profundidades de la depravación para obtener respuestas.
Observamos la mente humana y todas las reacciones que la
acompañan. Quítale la ropa a la señorita Lawrence.
Ahora.—
No quería que nadie en esa maldita habitación o más allá
viera a mi precioso ángel desnudo para que lo vieran
hombres retorcidos y enfermos. Pero si no lo hacía, ellos lo
harían. Estaría drogado e inútil.
—Hijo de puta—, gruñó Manicomio mientras me ponía en
pie.
No sabía si me hablaba a mí o a Sully, pero en cualquier
caso, los dos éramos una mierda en ese momento.
Me tambaleé hacia Sirena y caí de rodillas frente a ella.
—No quiero hacer esto—, ahogué suavemente. —Por favor,
ángel, que sepas que no quiero hacer esto. Pero no sé qué
más hacer. Todos saldremos lastimados si no lo hago. Lo
siento. Lo siento mucho, nena—
No se movió.
Estiré los dedos a tientas y desaté la espalda de su bata de
hospital. Luego la dejé caer hasta la cintura, dejando al
descubierto su piel pálida y sus pechos turgentes.
Tragué grueso, deseando volver a cubrirla. Me temblaban
las manos cuando le acaricié la cara, con las lágrimas
resbalándome por las mejillas.
—Desabróchale los cinturones— Sully gruñó.
Con manos temblorosas, le solté las ataduras y la liberé.
Cayó sobre mí sin fuerzas, con el cuerpo aún temblando
ligeramente.
—Ángel.— Lloré suavemente. —Lo siento. Lo siento. Sé
valiente—
—Llévala a la cama,— Sully instruyó. —Necesita estar en la
cama—
Levanté su cuerpo desnudo en mis brazos mientras su bata
se deslizaba. Me obligué a concentrarme e ignorar la
pesadez de mi cuerpo. Con cuidado, la llevé a la cama de
hospital de la habitación y la tumbé en ella.
Justo delante del puto espejo.
Por supuesto que lo estaba.
El miedo me ahogó mientras le apartaba el pelo de la cara.
Sus ojos vacilaban mientras miraba al techo con los labios
entreabiertos.
Exhalé un suspiro tembloroso, temiendo lo que ocurriría a
continuación.
—Manicomio—, dijo Sully. —Tu turno.—
—Vete a la mierda—, dijo Manicomio, mirando a Sully.
Sully soltó una suave risita. —Seguro que pronto tendré la
oportunidad. Por ahora, cumple o haré que el señor Wolfe la
vuelva a sentar en la silla y veamos si puede soportar otra
ronda de terapia. No es que importe si perdemos a un
paciente catatónico. Son un poco inútiles de todos modos—
Manicomio se zafó de las esposas que lo retenían y se acercó
a Sirena y a mí con los ojos azules oscurecidos por la rabia.
Nunca había visto a nadie con un aspecto tan aterrador, y
eso que yo vivía con los vigilantes.
Este Manicomio era el tipo que te obligaba a comerte tus
propios ojos. Eso lo sabía.
—Sr. Wolfe, si fuera tan amable de sujetar a la Srta.
Lawrence para la siguiente parte.— Sully ofreció otra
sonrisa. —Para esto pagó nuestro público. Queremos darles
un buen espectáculo—
El miedo se apoderó de mí mientras miraba fijamente a
Sirena.
—A veces permito la participación del público—, murmuró
Sully. —Así que considéralo antes de decirme que no—
La bilis me quemó la garganta al darme cuenta de que no
tenía elección. Sabía lo que iba a pasar. Iban a vernos
profanarla. Profanar a mi ángel para su enfermizo placer.
Si íbamos a hacerlo, iba a ser lo menos doloroso posible.
Me arrastré hasta la cama con Sirena y tomé su cuerpo
flácido en mis brazos, colocándola en mi regazo. Su pequeño
cuerpo cabía fácilmente entre mis piernas mientras la
acunaba contra mí. Me aseguraría de sostenerla durante
esta pesadilla.
—Sr. Cain, muéstrenos la maldad de la que es capaz—, dijo
Sully en voz baja. —Si fracasa, me haré cargo—
Observé, con las náuseas y el dolor ahogándome, cómo
Manicomio se subía a la cama y separaba las piernas de
Sirena.
—No—, se me escaparon las palabras mientras se bajaba la
cremallera de los pantalones y se sacaba la verga. Se la
acarició para ponerla dura.
No dijo nada, pero su cuerpo temblaba mientras yo
estrechaba a mi ángel entre mis brazos.
—No le hagas daño—, ahogué mientras él se colocaba entre
sus piernas. —Por favor. Seth... no lo hagas—
—Me llamo Manicomio—, susurró, con los ojos vacilantes
clavados en los míos. —No Seth.—
Y con esas palabras, empujó su cuerpo, estremeciéndola
entre mis brazos.
Una lágrima resbaló por el rabillo de su ojo mientras la
abrazaba. Mientras Manicomio se la follaba para que todos
los malditos enfermos fueran testigos. No fue duro con ella.
De hecho, nunca lo había visto tan suave mientras entraba
y salía de su cuerpo tembloroso.
—Sigue respirando—, susurré suavemente contra su oído
mientras Manicomio empujaba su cuerpo suavemente
contra el mío, con mis propias lágrimas fluyendo. —Sigue
respirando, ángel—
Sus lágrimas continuaron cayendo mientras Manicomio la
follaba.
Estaba prisionera de sí misma. Lo odiaba. Lo odiaba tanto.
—Lo siento—, le susurraba una y otra vez mientras lloraba.
—Lo siento mucho, joder—
Su cuerpo se arqueó mientras se venía, su respiración
entrecortada.
Los ojos de Manicomio permanecían fijos en su rostro. Le
eché un vistazo y vi que también le caía una lágrima del ojo
y le temblaba el labio inferior.
Él tampoco quería esto.
La nuez de Adán le tembló cuando alargó la mano y le acunó
la cara. Se inclinó para ocultar su cuerpo de los pervertidos
enfermos que miraban tras el cristal. Le susurró al oído
mientras seguía entrando y saliendo de ella.
Él... la amaba. Igual que yo. Todo en la forma en que hizo
esto demostró lo mucho que le importaba. Nunca pensé que
llegaría el día.
Me tragué mi dolor y me concentré en el ángel que tenía en
mis brazos y continué susurrándole lo hermosa que era. Lo
valiente que era. Que todo acabaría pronto.
—Y cuando seamos lo bastante fuertes, ángel, los
mataremos a todos. Lo juro, joder—, grazné en su oído.
—Por ti, nena. Por nosotros—
—Todos sufrirán por lo que nos han hecho en este
momento—, susurró Manicomio, con su frente rozando mi
cabeza. —Nos deleitaremos con su sangre. Mantente
jodidamente fuerte, Malachi. Muchos secretos están a punto
de ser revelados. Debemos tener paciencia. Confía en mí—
Permanecí en silencio, absorbiendo sus palabras mientras
se alejaba.
Un momento después, Manicomio se vino abajo con un
suave gemido. Su pecho se hinchó y me quedé mirándolo.
Sirena seguía inerte en mis brazos, con lágrimas en los ojos.
Manicomio alargó la mano y volvió a acariciarle la mejilla
antes de inclinarle la cabeza para que lo mirara fijamente.
—Están muertos, luciérnaga. Todos ellos. Sólo que aún no
lo saben—, murmuró. —Sully. Everett. Los monstruos
detrás del cristal. Los mataré a todos para ti— Se inclinó
hacia ella y le lamió las lágrimas antes de soltarse de su
cuerpo y volver a meterse la polla en los pantalones.
Esta vez me miró a mí. —¿Quieres ayudarme?—, preguntó
suavemente.
Asentí sin decir palabra.
Una pequeña y malvada sonrisa curvó sus labios hacia
arriba.
—Vámonos de aquí. Tenemos asuntos que atender—
Y vaya si los teníamos.
42.
CHURCH

Cuando llevé a Cady de vuelta a la casa después de que


huyera como una pequeña perra, se encerró en la
habitación de Stitches y se negó a hablar con nosotros, lo
cual me pareció bien. Varias horas sin tener que lidiar con
ella habían sido un respiro bienvenido. Cadence Lawrence
era una perra pantanosa y un completo grano en el culo.
Y había salido de su guarida dispuesta a hacerme la vida
imposible una vez más.
Me guiñó un ojo mientras se comía el sándwich que me
había quitado de las manos antes de que pudiera morderlo.
Ashes se rió, lo que hizo que ella sonriera aún más.
—No recompenses sus modales de mierda—, le dije,
lanzándole una mirada de desdén. —Seguirá haciéndolo—
—No soy una princesita bonita—, dijo con la boca llena de
jamón y queso mientras se sentaba en el sofá del salón.
—Soy el fuego que quemará tu casa—
Puse los ojos en blanco, pero sabía que no mentía. La
hermana de Sirena era una perra loca y probablemente nos
incendiaría si tuviera la oportunidad y le diera la gana.
Ahora mantenía la calma simplemente porque Sirena estaba
en juego.
Sinceramente, me preocupaba lo que pasaría si no
podíamos liberar a Espectro y a Stitches.
Sin embargo, Espectro era de Manicomio.
Por ahora.
Me había dicho cientos de veces que Manicomio nos la
devolvería. Sentía en lo más profundo de mi ser que tal vez
no estaba jugando con nosotros de la manera que yo creía
en un principio.
No tenía pruebas de nada y sólo podía tener esperanzas.
Si no la traía de vuelta, cortaría su culo y se lo vendería a
mi viejo. Seth era bonito. Podría conseguir buen dinero en
el mercado. Mi padre me quería en el negocio familiar y todo
eso. Si me presionaban demasiado, empezaría a matar
indiscriminadamente, empezando por Seth Caín.
Últimamente, muchos animales del bosque habían perdido
la vida en mi búsqueda de paz.
Ensartar y destripar a Seth podría ayudar a aliviar mi alma
herida si descubría que sólo me estaba jodiendo por
diversión.
—Entonces. ¿Plan?— Cadence tragó saliva y me miró con el
ceño fruncido.
Sin no había dicho una palabra desde su sitio en el extremo
del sofá. Estaba callado. Demasiado. Últimamente me
preocupaba, pero también me enfadaba. No lo había visto
tan mal desde Bells.
—Tienes que entender a mi padre para entender cómo tiene
que ser esto—, dije con un suspiro. Lo último que quería era
sacar esos esqueletos de mi armario, sobre todo a ella, pero
la seguridad de Sirena y Stitches estaba en juego. —Mi
padre es un monstruo. Maneja el submundo y juega en
todos los lados del campo. Supongo que se podría decir que
es neutral en el sentido de que no se involucra en guerras
de sindicatos y cosas así. Sólo es el tipo al que acudes si
necesitas conseguir cosas delicadas—
—¿Qué cosas? ¿Personas? ¿Joyas? ¿Uranio?— Cadence
volvió a morder el bocadillo y masticó.
Asentí con la cabeza. —Sí. Todo eso y más. Digamos que
eres un puto enfermo que busca una niña bonita, pequeña,
pelirroja, con coletas y ojos brillantes. Le das tu lista de la
compra y él envía a sus compradores a conseguir lo que
quieres. Pagas por ello. Sangre. Dinero. Lágrimas. Lo que
sea. Mi padre es bueno con un montón de efectivo. No le
importa lo que hagas con tu producto una vez que lo has
recibido y pagado. Fóllatelo. Mátalo. Cómetelo. Nada está
fuera de la mesa—
—Espera. ¿Canibalismo?— Cadence dejó caer su sándwich
sobre la mesa de café, con cara de mareo.
—Por supuesto. Todo vale. También comercia con carne. Si
tienes a alguien por quien quieras cambiarlo, él también lo
hará con tal de salir ganando. Es un negocio feo y un mundo
feo. Sirena corre el peligro de formar parte de él— Hice una
pausa y vi cómo Cadence cerraba los puños con fuerza y se
le encendían las fosas nasales. —Es dueño de muchos
lugares que ni siquiera considerarías de su propiedad. ¿El
Centro de Diversión Familiar de Sault? Es suyo. Es el lugar
perfecto para comprar exquisiteces—
—Jodidamente asqueroso—, susurró.
—Lo es—, dije en voz baja. —Es el mundo en el que me crié.
Quiere que vuelva. Sabe que puede usar a Sirena para
conseguirme. Sabe que puede usar a Stitches. Es el hombre
detrás de la cortina en muchos lugares, Chapel Crest
incluido. Él financia mucho de lo que pasa en este lugar.
Cuando te digo que necesitas relajarte y jugar a largo plazo,
lo digo en serio. Salirse de los carriles, por mucho que lo
desee, no puede suceder. Cuando te diga que retrocedas,
retrocedes de una puta vez. ¿Entendido?—
Ella tragó saliva visiblemente. —Quiero salvar a mi
hermana—
—Y lo haremos. De forma segura. Hay una manera. Sólo
tenemos que averiguarlo—
—¿Qué pasa con lo de Manicomio? Ella le pertenece. ¿Cómo
va a influir eso?—
Me miré las manos mientras me inclinaba hacia delante en
mi silla. —Estamos poniendo un poco de fe en su marca de
locura y esperando que no tengamos que matarlo por ello—
—¿Así que confianza ciega?—, preguntó agriamente.
—Por ahora—
Todos nos quedamos callados un momento. Aproveché para
observar a Sin, que se limitaba a mirarse los pies. No había
hablado mucho últimamente. De hecho, me sorprendió que
estuviera aquí. Últimamente le gustaba más estar solo.
Ashes se levantó con el ceño fruncido.
—¿Qué?— pregunté, observando cómo se dirigía a la puerta
principal.
—Yo-yo podría jurar que acabo de ver a Malachi...—
La puerta se abrió justo cuando Ashes cogía el picaporte.
Me levanté cuando Stitches entró por la puerta, con el pelo
oscuro suelto, los ojos oscurecidos y una cicatriz a lo largo
de la cabeza de donde se había cortado.
—¿Stitches?— Me acerqué, con un nudo en la garganta, y
lo abracé. —Estás en casa—
Me devolvió el abrazo, con el cuerpo tembloroso. —Estoy en
casa—, susurró mientras Ashes se unía a mí.
Permanecimos así mucho tiempo antes de separarnos.
Cuando me giré para ver qué hacía Sin, lo encontré de pie,
con sus ojos grises vacilantes.
—¿Vas a quedarte ahí parado como un idiota o vas a
abrazarme, joder?— Stitches carraspeó, con las mejillas
húmedas de lágrimas.
Sin se adelantó y rodeó a Stitches con los brazos,
abrazándose el uno al otro. Eché un vistazo a Cadence y vi
que había vuelto a comer su bocadillo, con los ojos clavados
en nosotros.
—Basta de abrazos—, gritó entre más comida. —¿Dónde
mierda está mi hermana?—
Sin soltó a Stitches.
—Ella también está libre. Está con Manicomio— Una
mirada de dolor recorrió el rostro de Stitches mientras su
voz se quebraba.
Ashes me miró, con miedo en la cara, mientras Sin se
aclaraba la garganta.
—Va a traerla de vuelta—, dije en voz baja, esperando que
no volviera a enfadar a Stitches. No podía lidiar con él
meciéndose en su armario.
—Lo hará—, murmuró Stitches. —Cuando llegue el
momento—
El hecho de que lo aceptara tan fácilmente hizo saltar
inmediatamente las alarmas en mi cabeza.
—Bueno, ¿adivina qué? El momento es ahora, joder—
Cadence se metió el resto del bocadillo en la boca y pasó
junto a nosotros hacia la puerta.
—¿Vienen, cabrones, o les envío una invitación por escrito
para la paliza que estoy a punto de dar?—
Le sonreí. —No te soporto—
—Bien. Entonces date prisa y acaba con esto. Cuanto antes
acabe esta mierda, antes los dejaré en paz. Quiero
respuestas.—
Miré en silencio a Ashes, luego a Sin y finalmente a Stitches.
Todos tenían distintas miradas de determinación.
—A la mierda. Lo intentaré todo una vez—, dije. —Veamos
cuál es el plan—
Síganme, chicos.
—No nos dejes caer en la tentación—, murmuró Ashes.
—Pero líbranos del mal—, añadí.
—Amén—, llegó la suave voz de Stitches.
Algo estaba mal con él, pero nos ocuparíamos de eso más
tarde. Ahora mismo, teníamos una patada en el culo que
dar.
43.
SIRENA

—Aquí—, dijo Manicomio, apartándome el pelo de la cara.


—Déjame ayudarte—
Por mucho que quería volver a mi propia habitación, no
parecía que eso fuera a suceder. Manicomio me había
llevado a su lugar, y allí habíamos estado desde que
entramos por la puerta. No habíamos hablado. Simplemente
nos sentamos en silencio mientras yo intentaba contener las
lágrimas.
Lo que había pasado en la sala médica...
Manicomio me quitó la galleta de chocolate de la mano. No
me encontraba muy bien. Había tenido un ataque. Dos
veces. Había recibido una descarga. Todo mi cuerpo se
había paralizado bajo la electricidad que Sully me había
suministrado. Había seguido el juego. Manicomio me había
dicho que lo hiciera.
No estaba segura de qué habría pasado si hubiera vuelto en
mí antes de ese momento, pero probablemente habría
acabado igual. La crueldad y los monstruos no cambiaban
de dirección sólo porque yo decidiera parpadear.
Estaba aprendiendo rápidamente eso aquí en Chapel Crest.
El hecho de que Sully nos hubiera dejado marchar después
de todo me puso de los nervios. No había sido capaz de salir
por mi cuenta. Le habían dado a Manicomio una silla de
ruedas para que la usara por mí. No había dudado. Me
había levantado con facilidad y me había colocado en ella
antes de traerme aquí.
Necesitaba una ducha y una comida decente.
Sin embargo, mi cuerpo se negaba a cooperar. Me sentía
como si fuera de plomo y tenía la cabeza confusa y rara.
Estática.
Eso era lo que sentía por dentro.
—Como un viejo televisor—, murmuró Manicomio.
Lo miré fijamente y sentí que mis mejillas se sonrojaban. Lo
habían obligado a follarme para los placeres enfermizos de
quienquiera que estuviera detrás del espejo. Las náuseas se
retorcieron como una serpiente en mis entrañas al
recordarlo.
Yo no había querido eso.
No quería que me hiciera eso, pero sabía... Sabía que
pasaría algo peor si no lo hubiera aceptado.
Por otro lado, él fue amable y no me hizo daño. De hecho, a
través de mi borrosa y dispersa memoria, recordé algo de
placer.
Pero yo estaba tan fuera de mí, quién sabía.
Muchos de esos feos momentos eran espacios en blanco en
mi mente.
Los brazos de Stitches rodeándome. Él rogándome que
respirara.
No podía recordar mucho más allá de eso. De hecho, me
sentía como si hubiera dormido un millón de años. Todo
dentro de mi cuerpo se sentía tan... pesado.
Seth.
—Manicomio—, dijo en voz baja, ofreciéndome la galleta una
vez más después de romper un pequeño trozo. —Yo no soy
Seth. Seth no está aquí, luciérnaga. No nos gusta que nos
confundas. A él por razones más obvias que a mí—
Fruncí el ceño. No tenía ni idea de lo que estaba hablando.
Suspiró y alzó las cejas mirándome. —Seth no fue quien te
golpeó con una pala e intentó matarte. Fui yo. Manicomio.
Seth nunca te dañaría ni un pelo—
Temblé ligeramente bajo su confesión.
—Abre—, susurró.
Separé los labios y dejé que me metiera la galleta en la boca.
—Mastica.—
Mastiqué, con la mirada fija en él.
—Siempre has amado a Seth, pero creo que también puedes
amarme a mí si me das una oportunidad— Ladeó la cabeza
hacia mí. —No volveré a hacerte daño. He aprendido la
lección. Me dolió mucho no tenerte en nuestras vidas. Todos
sufrimos mucho—
Tragué saliva y separé los labios mientras me ofrecía más
galleta.
—Esta no es una comida adecuada para ti—, murmuró,
observándome masticar. —¿Qué quieres comer? Lo
prepararé—
Estaba demasiado cansada para comer. Ni siquiera era
capaz de alimentarme a mí misma.
—Entonces yo te daré de comer—, dijo, como si estuviera
dentro de mi cabeza.
Arrugué las cejas.
Seth... ¿puedes oírme?
—No soy Seth, luciérnaga. Soy Manicomio—, fue su
respuesta. —Por favor, deja de hacerme repetir las cosas—
Me aparté de él, dándome cuenta de que probablemente
estaba dentro de mi cabeza. ¿Cómo diablos?
Soltó una risita suave. —Divertido, ¿verdad?— Me ofreció
otro bocado. —Tengo tanto que contarte, mi dulce niña para
siempre. Pero no creo que sea el momento adecuado. Así
que esperaremos a que lo sea. Ahora, ¿qué te gustaría
comer?—
Sólo quiero dormir. Por favor. Quiero despertar de cualquier
pesadilla que sea esto.
Sin palabras, Manicomio se paró frente a mí. Retiró las
sábanas y la manta de su cama. Volvió hacia mí, donde
estaba sentada en la silla de su ordenador, y me levantó en
sus brazos como si fuera una muñeca de trapo. Con
ternura, me colocó en su cama, me arropó y me besó
suavemente en la frente.
—Siento lo que pasó en el centro—, susurró. —Nunca quise
hacerte eso. Jamás. No de ese modo. Te prometo que la
próxima vez que esté dentro de tu cuerpo, me suplicarás que
me quede. Y lo haré. Hablaremos más cuando hayas
descansado. Duerme, luciérnaga. Tenemos una venganza
que planear—
Se apartó de mí y me acunó la mejilla mientras le miraba
fijamente.
Manicomio me aterrorizaba.
Dios, él me aterrorizaba.
Pero también me atraía.
Lo había extrañado. A Seth.
Lo había extrañado tanto, pero el hombre frente a mí no era
Seth. No era mi mejor amigo. Débilmente, levanté la mano y
la puse sobre la suya. Dejé que mi pulgar recorriera
ligeramente su suave muñeca mientras él me miraba
fijamente.
—Tú también me extrañaste—, dijo con voz suave. —Pero
entonces no me conocías bien. Pero te prometo que ahora
me conocerás. Esa promesa viene con muchas cuerdas con
las que planeo atarte, mi dulce niña para siempre. Nunca
volveré a dejarte ir—
Tragué saliva y separé los labios mientras nos mirábamos
fijamente.
Apoyó la otra mano sobre mi pecho. —Tranquila, Sirena. No
soy el peor monstruo de estos terrenos—
Por favor, no me hagas daño...
—Nunca más. Te lo prometo— Me acarició el labio inferior.
—Ahora duerme para nosotros. Las cosas serán diferentes
mañana. Seth estará aquí. Sé que lo extrañas—
Cerré los ojos, esperando que no me matara a golpes
mientras dormía.
Dejó escapar una suave carcajada mientras su dedo rozaba
mi mandíbula.
—Ya hemos superado esas cosas. Duerme, mi amor—
Mantuve los párpados cerrados mientras él tarareaba
suavemente nuestra canción.
Me dio escalofríos.
Pero no de la forma que esperaba.
Esos escalofríos me excitaban.
Quizá yo también había perdido la maldita cabeza.
44.
ASHES

Caminamos en silencio por el campus. Sabía que íbamos a


ver a Manicomio. Pero lo que íbamos a hacer me confundía.
Church acababa de decir que íbamos a tomar las cosas con
calma y esperar. Había dicho que Cady necesitaba
calmarse.
Pero ahora nos dirigíamos a su casa con Stitches
moviéndose más despacio que el resto de nosotros.
Me quedé atrás para caminar a su lado mientras arrastraba
los pies con un pantalón de chándal oscuro y una camiseta
blanca.
—¿Cómo estás?— pregunté.
Cady empujó a Church. Él le devolvió el empujón antes de
que empezaran a insultarse. Sin sacudió la cabeza y se
adelantó a ellos.
—Vivo—, murmuró Stitches, con la mirada fija en sus pies.
Este Stitches parecía muy reservado. No era propio de él ser
tan callado. Incluso después de su ruptura antes de su
intento de suicidio, seguía siendo todo bromas y risas.
—Me alegro—
Dejó escapar una suave bocanada de aire.
Me aclaré la garganta tras un momento de silencio.
—¿Quieres hablar de ello?—
Se encogió de hombros mientras pateaba un guijarro en el
camino. Cady caminaba ahora hacia atrás delante de
Church, burlándose de él. Ella se alejaba cada vez que él
intentaba agarrarla. Sabía que la tiraría a un arbusto si
lograba cogerla.
—Ashes, hombre, la mierda fue jodida allí. No quiero ni ver
a Ángel ahora mismo. La mierda que pasó...— Exhaló un
suspiro. —Ella nunca me perdonará—
—¿Qué pasó?—
El miedo se agitó en lo profundo de mi pecho.
Sacudió la cabeza. —No puedo hablar de ello. No quiero
hablar de ello. Lo único que sé es que tengo mucho trabajo
por delante para conseguir que me ame. Ella nunca me
perdonará.—
—Stitches, ¿qué pasó? Me estás asustando.—
—No puedo decirlo. Sólo sé que cualquier odio que tenga
hacia mí será bien fundado. El hecho de que esté con
Manicomio ahora... Joder.—
—¿Deberíamos estar más preocupados de lo que estamos?
La alejaremos de él. Sabes que Dante lo hará. No dudará si
dices la palabra...—
—Ella no está a salvo en ningún lado, hombre. Este mundo
está jodido. Pero si tuviera que elegir un lugar para ella,
sería con Manicomio. Él la cuidó allí—
Sus palabras dolieron, pero la expresión de su cara me hizo
saber que lo decía en serio. Teniendo en cuenta lo que
Stiches había hecho ante la idea de perderla por su culpa,
este nuevo enfoque me inquietaba. Algo grande había
pasado. No quería pensar en ello porque mi mente sólo iba
a los lugares más oscuros. Si descubría que le habían hecho
daño en algún experimento jodido, quemaría este lugar
hasta los cimientos.
Llegamos al edificio de Manicomio y entramos.
—Deprisa—, gritó Church, mirando hacia nosotros
mientras empujaba a Cady hacia un ficus del vestíbulo.
—Imbécil—, murmuró ella, agarrándose a la pared.
—No voy a entrar. Esperaré aquí— Stitches tragó saliva
visiblemente.
—Esperaré con él—, dijo Sin inmediatamente.
—¿Qué mierda pasa con ustedes dos idiotas?— Cady exigió.
—¿Pensé que amaban a mi hermana? Estoy confundida.
¿Así que son sólo el Diputado Dipshit y Ashes los que la
quieren?— Ella sacudió su pulgar a Church.
—Vete a la mierda, Garras— Church se burló, haciéndole
un gesto con el dedo.
Ella puso los ojos en blanco.
—No estoy preparado—, dijo Stitches en voz baja. —Eso es
todo—
Cady se encogió de hombros. —Lo entiendo. Intentaste
suicidarte por su culpa. Esta vez te perdonaré. —Pero tú...—
Se acercó a Sin, apuntándolo con el dedo. —¿Qué coño,
mierda por cerebro?—
—No me apuntes con tu pequeño dedo, maldita pesadilla.
No me interesa tu hermana—, le espetó Sin, fulminándola
con la mirada. —Creía que te habías enterado—
—Lo que tú digas. Jódete, niño bonito. No tengo tiempo para
esta mierda. Voy a ver a mi hermana— Giró sobre sus
talones y apretó el botón del ascensor.
Miré a Sin. Un músculo le vibraba en la mandíbula. Me
gustaría que pudiera superar la mierda que pasó con
Isabella. Le había dejado la cabeza hecha un lío.
Suspirando, abrí y cerré el encendedor cinco veces. Hice una
pausa. Cinco veces más.
Entré en el ascensor mientras Sin se unía a Stitches.
Los ojos oscuros de Stitches vacilaron mientras me miraba
fijamente. Algo grande había sucedido en aquella
instalación con él y Sirena. Tenía que averiguar qué. No era
el mismo que nos había dejado.
Y Sin....
Maldito sea.
Era tan terco.
Pero lo conseguiríamos.
Teníamos que hacerlo. Habíamos prometido una chica para
todos, y yo sabía que Sin la amaba o la amaría si se dejara
llevar.
Sin inclinó la cabeza hacia mí mientras yo me centraba en
él.
Las puertas se cerraron, dejándome con Church y Cady.
—Odio esa camisa—, murmuró Cady a Church mientras él
se ajustaba el cuello de su americana negra.
—Odio tu cara—, dijo sin perder el ritmo.
Suspiré y miré al techo.
En cuanto el ascensor sonó en el piso de Manicomio, salí
con Church y Cady pisándome los talones. Doblamos la
esquina de la habitación de Manicomio y nos detuvimos.
Estaba apoyado en la pared junto a su puerta.
Se apartó de ella y nos ofreció una sonrisa sombría.
—Han tardado bastante—, dijo, mirándonos fijamente
mientras nos acercábamos.
—¿Dónde está Espectro?— preguntó Church cuando
llegamos hasta él.
—Dormida en mi cama. Permanecerá allí toda la noche. Ha
tenido unos días malos. Necesita descansar—
—No es suficiente. Quiero verla—, exigió Cady, empujando
a Church y a mí.
Alargué la mano para cogerla, pero se zafó de mí y se acercó
a Manicomio. O lo habría hecho si fuera tan alta como él.
—Cady cat.— Manicomio le sonrió.
—Vete a la mierda, chiflado. Quiero a mi hermana, y la
quiero ahora—
—Eres consciente de que es mía—, dijo, su voz cambió a
algo más oscuro y violento.
—Cadence sabe que teníamos un acuerdo—, dijo Church.
—Sirena sigue siendo nuestra—
—Está en mi cama. Yo diría que es mía— Manicomio sonrió.
—No hagas esto, hombre—, dije en voz baja. —Vamos.
Dijiste...—
—¿Dije algo?— Manicomio sacudió la cabeza y suspiró.
—¿Estás seguro de que fui yo? Hay mucho aquí— Se dio un
golpecito en la cabeza antes de señalar el pasillo, por lo
demás vacío. —Y en las sombras. Nunca se puede estar
seguro de quién habla realmente y hace promesas—
—Hijo de puta—, gruñó Church.
Le agarré del brazo cuando se adelantó. Lo último que
necesitábamos era una pelea en el pasillo.
Los ojos azules de Manicomio brillaron. —Vale, de acuerdo.
No voy a joder. Está dormida. Es mía. Por ahora. Como
acordamos. Ella permanecerá conmigo hasta que sea el
momento de devolverla. Entonces será de ustedes, y tendré
lo que quiera de ustedes. Ese era el trato, ¿verdad?—
Church asintió, con los ojos verdes entrecerrados.
—Yo no hice ningún trato de mierda. Necesito ver a mi
hermana—, dijo Cady.
—Tienes razón. Tecnicismos— Manicomio le hizo un gesto.
—Te dejaré verla. No la despiertes— Su voz se volvió suave,
todo su comportamiento cambió. —Tuvo varios ataques
antes. Necesita descansar—
—¿Qué?— El corazón se me subió a la garganta.
La respiración de Church se aceleró mientras la
preocupación llenaba los ojos de Cady.
Manicomio suspiró. —Como dije, ella necesita descansar.
No la despiertes— Dio un paso atrás y abrió la puerta.
Cady entró por ella y Church la siguió.
Manicomio puso la mano en el pecho de Church,
deteniéndolo. Cady cerró la puerta detrás de ella, sus ojos
atraparon los míos, el miedo en ellos evidente.
—Cady cat puede entrar. Ya conoces nuestro acuerdo—
—Quiero verla—, dijo Church apretando los dientes.
—Ella nos pertenece—, murmuró Manicomio. —Ese fue el
trato. Yo lo cumplo. Harías bien en hacerlo también—
—Seth, vamos—, dije, sintiéndome desesperado. —Por
favor...—
—Mi nombre es Manicomio.— Dirigió su atención hacia mí.
—No soy Seth—
—Claro—, murmuré, suponiendo que se trataba de alguna
cosa de personalidad múltiple que tenía. —Manicomio, por
favor. Sólo queremos asegurarnos de que está bien. La
extrañamos—
—Cady se los hará saber—, dijo. —Mantendrán su distancia
de ella. Es lo mejor por ahora—
Church gruñó y empujó a Manicomio en el pecho.
Manicomio retrocedió con el movimiento, sus ojos azules
brillaron mientras se enderezaba y se encaraba con Church.
Se miraron con odio. La cosa se iba a poner fea.
Entré en acción y me interpuse entre ellos, empujando a
Church hacia atrás.
—Vamos a mantener el acuerdo. Él ganó—, susurré. —Ya lo
habíamos acordado. No arruines esto, Dante. No arruines
esto, Dante. Te lo ruego—
Church resopló y me miró a los ojos. —Ganamos. Sabes que
gritó por mí—
—Ya lo hemos hablado—, dijo Manicomio. —Sin mí, ella no
habría gritado. La victoria es mía. Por ahora. Así que déjame
tenerla.—
—En cuanto averigüe quién te ayudó, te joderé el mundo,
Manicomio—, espetó Church. —Y a quien haya ayudado. No
creas que lo he olvidado—
—Espero que no—, dijo Manicomio. —Es la llave para
abrirlo todo. Sólo tenemos que ir a través de los
movimientos. Créenos, a nosotros tampoco nos gusta—
—Puto chiflado—, gruñó Church. —Te juro que...—
—Me descuartizarás y me venderás por kilos a tu padre. Lo
sé. No es exactamente como quiero irme, pero es lo que es,
¿verdad, Dante? Sólo siguiendo los pasos de tu padre. Vaya,
qué perverso—
—Maldito imbécil.— Church se abalanzó de nuevo, pero lo
empujé hacia atrás.
—Por favor. Sólo... por favor, Dante. Concéntrate. Ahora no.
La necesitamos. La necesitamos de vuelta. Esto no
ayudará—
Dejó de intentar pasar por delante de mí y exhaló.
—Averiguaremos quién lo ayudó. Ese será nuestro objetivo
hasta que ella vuelva a estar en nuestros brazos—, dijo,
respirando con dificultad.
Asentí con la cabeza. —Vale. Yo también quiero eso—
Tragó saliva. —Vale—
—Bien. Me alegro de que me escuchen— Manicomio sonrió.
—Les prometo que ahora sólo pasarán cosas buenas. Al
menos para nosotros. El resto del mundo arderá... ¿verdad,
Ashes?— Ladeó la cabeza hacia mí, con las cejas arrugadas.
—Pronto serás convocado. Una criatura. Un Zorro. Ah, qué
telaraña cuando ayudas a matarlo. Interesante...—
—¿Qué? Dante mata zorros y conejos. Yo no—
Manicomio dejó escapar una suave carcajada. —Tal vez
tengas razón. ¿Cómo voy a saberlo?— Se señaló la cabeza y
soltó una carcajada. —Es que estoy loco— Hizo un
movimiento circular con el dedo junto a la cabeza. —Este
está como una cabra. Todo este ruido. Joder. ¿Te lo
imaginas? A veces se me cruzan los cables. No pasa nada.
Todo está bien— Dio una palmada. —Ahora, saquemos a
ese maldito tigre de mi habitación—
Y con eso, abrió la puerta y entró.
—Qué mierda...— murmuró Church.
Conseguí asomarme a la habitación y vi a Sirena durmiendo
plácidamente en su cama, envuelta en las mantas.
Manicomio hizo salir a Cady y cerró la puerta al salir al
pasillo.
—Quiero mi invitación para la fiesta de Halloween, Dante—
dijo. —Si eres tan amable—
—Bien. Es el próximo fin de semana. Disfrázate— Church lo
miró fijamente.
—¿Puedo llevar una invitada?— preguntó Manicomio,
sonriendo alegremente.
—Más vale que sea Sirena, joder—, replicó Church.
—Prometo llevarla si tú prometes mantenerte alejado de
nosotros. Está mejorando. La he ayudado. Nos he ayudado.
Pronto estaremos unidos y todos los secretos saldrán a la
luz. Entonces...— Se volvió hacia mí y ladeó la cabeza. —Lo
quemaremos hasta los cimientos.—
Asentí sin siquiera pensarlo. Él sabía algo. Sabía que lo
sabía. Si tuviera que adivinar, era lo mismo que sabía
Stitches.
Joder, sí, lo quemaría por mi chica y mi hermano.
Sin hacer preguntas.
45.
SETH

Había dormido en el suelo mientras Sirena ocupaba la


cama. Entrar en la habitación y encontrármela hecha un
ovillo me había revuelto un poco las tripas.
Habíamos llegado tan lejos...
Pero aún nos quedaban muchos kilómetros por recorrer si
queríamos alzarnos.
La bilis me quemaba la garganta al saber por lo que había
pasado en las instalaciones bajo la demencia de Sully y
Everett.
Si yo hubiera estado allí...
Maldita sea.
Madre. Del. Puto. Dios. MALDITA SEA.
Tenía que pasar.
Jódete.
Al menos se vino.
Jódete dos veces.
Lo haremos.
Me sacudí la voz de la cabeza. Puto Manicomio. Ahora era
yo. Seth. Aunque quería mucho a Manicomio, a veces había
que ponerle correa. Yo entendía por qué mierda tenía que
suceder. Simplemente no me gustaba cómo.
Rinny no se merecía esta mierda.
Ella no se merecía nada de esto, pero yo era un cabrón y no
había cerrado la maldita puerta de Manicomio hace años, y
él la había atravesado como el maldito hombre Kool-Aid.
Y ahora aquí estábamos.
Jodidos.
No lo estamos. Sabes que no lo estamos. ¿Cuándo hemos
estado jodidos?
Cállate.
Yo tampoco quería hacerle eso. Así no. Soy un monstruo, pero
no estoy tan jodido. Bromeo para quitarme la presión. Ya lo
sabes.
Me froté los ojos. No había estado por aquí tanto como
debería. El estrés de todo el asunto me estaba llevando al
límite. Apenas estaba aguantando en este punto.
Respóndeme. Sabes que no lo quería, ¿verdad? ¿Me crees?
Claro que te creo. Eso no me hace menos enojado de que haya
sucedido. ¿Y qué pasa con Rinny? Ella estaba herida. Te la
follaste...
Ella lo entendió. No se resistió. Comprendió cómo liberarse.
Cuando abra esos ojos que tanto amamos, lo verás. Lo verás.
Ya lo sabes. Verás lo que yo veo. Lo que está por venir. Lo que
ha pasado. Sabes que así es como debe ser.
¡No sabía que te la follarías!
Fui tan gentil como pude. Lo intenté.
No quiero hablar más de esto. Hablaremos más tarde.
Claro que lo haremos. Hermano.
Me froté las sienes para despejarme, apartando la voz de mi
mente. Rápidamente, me levanté y me duché en el pequeño
cuarto de baño anexo. Cuando salí. Sirena seguía dormida,
con el brazo enroscado alrededor de su vieja muñeca que yo
había metido en la cama con ella. Me vestí rápidamente y
me senté en el borde de la cama, sin saber qué más podía
hacer.
Un suave golpe me hizo levantarme para abrir la puerta.
La abrí de golpe y vi a Cody mirándome.
—Tengo la comida que me pediste—
—Gracias—, murmuré, abriéndole la puerta.
Me entregó una bolsa que supuse que contenía nuestro
desayuno.
Miró más allá de mí hacia la cama. —¿Cómo está?—
Miré hacia atrás y vi que no se había movido. —Viva.—
Asintió con gesto adusto. —¿No tienes miedo de que los
vigilantes vengan tras de ti como hicieron con Riley? Church
y Ashes lo jodieron—
—Los vigilantes son la menor de mis preocupaciones.
Gracias por la comida—
Cody retrocedió, con una expresión sombría en el rostro.
Cerré la puerta, no quería que esa sensación sombría se
aferrara a mí. En silencio, volví al borde de la cama y me
senté. Coloqué la bolsa a mi otro lado mientras miraba
fijamente a Sirena.
Mi Rinny.
Nuestra niña para siempre.
Al menos eso era lo que Manicomio decía de ella.
Le gustaba argumentar que él la vio primero. La única
diferencia era que yo fui el cuerdo que tuvo el primer
contacto mientras él simplemente miraba desde la prisión
en la que lo teníamos encerrado.
No estaba seguro de si la historia habría sido diferente si él
la hubiera conocido primero. Sabía que él había intentado
decir que la había reclamado primero. Ignorar eso me ayudó
a mantener la calma porque en mi mente, ella siempre fue
mía y siempre lo sería.
Por supuesto, no era estúpido. Conocía la profundidad de
su amor por los vigilantes, así que si la quería, tendría que
unirme a ella.
Si nos dejaran.
Lo harán. Lo hemos visto.
No lo hemos visto realmente. Es otra suposición. ¿Y no te dije
que te fueras?
Me aburrí.
Está despierta.
Silencié el ruido en mi cabeza y vi cómo las pestañas de
Rinny se agitaban, sus bonitos ojos se abrían.
—Hola—, dije suavemente, cogiéndole la mano.
Se puso rígida por un momento antes de relajarse.
—Cody nos ha traído algo de comer. ¿Tienes hambre?—
No se movió, pero estaba aquí. Sus ojos me miraron, sus
cejas se arrugaron y sus labios se separaron.
—¿Rinny?— Me lamí los labios. —Puedes hablar conmigo.
Soy yo. Soy Seth—
Se incorporó e hizo un gesto de dolor, su mano se apartó de
la mía. Odiaba la distancia. Había odiado la distancia
durante años, pero ahora que ella había vuelto, la odiaba
aún más. La quería en mi regazo. A mi lado. En mis brazos.
Me daba igual. Sólo... conmigo.
Sabía que no iba a hablar. Nada había cambiado en ese
aspecto.
Al menos para el común de la gente.
Me di un golpecito suave en la cabeza. —Toma. Háblame.
Puedo oírte—
Parpadeó un momento antes de oír su suave voz a mi
alrededor.
—¿Seth?—
Le sonreí. —Hola, Rinny. Siento haber estado fuera—
—No entiendo…—
—Es difícil de explicar—, dije, deslizándome más cerca de
ella. Se apartó de un tirón y se acurrucó en sí misma.
Exhalé.
Sabía que aún me tenía miedo. No podía culparla después
de todo lo que había pasado a lo largo de los años.
Y esa puta pala.
La conservé. La pala.
Vete a la mierda. En serio. Ahora no.
Lo amaba, pero también me enfurecía.
—Quiero explicártelo. Sólo que... no puedo. Ahora mismo
no. Tiene que suceder de cierta manera. Eso es lo que he
aprendido con los años. Es peligroso tentar al destino— Le
ofrecí una sonrisa temblorosa.
Todo quedó en silencio.
Me aclaré la garganta.
—Es más fácil comunicarse conmigo cuando abres tu
mente. Eres un hueso duro de roer— Dejé escapar una
suave risita ante mi intento de broma.
Se mordió el labio inferior y me cogió la mano. Sin dudarlo
lo más mínimo, la cogió y me pasó el pulgar por la muñeca.
—Siempre fuiste muy lista, Rinny—, susurré.
—¿Por qué te hiciste daño?—, me gritó su suave voz.
—Me culpé por lo que te pasó. Por nosotros. Por... todo.
Quería unirme a ti en el cielo, pero siempre tenía demasiado
miedo. Manicomio siempre me detuvo antes de que se me
fuera de las manos. No le gustan las cicatrices de mis
muñecas—
O las que te salpican el cuerpo.
Volví a apartar su voz de mi cabeza y fijé una sonrisa en mi
rostro.
—Estoy mejor ahora que estás aquí. Ahora las cosas serán
diferentes—
—¿No volverás a intentar matarme?— Parpadeó una vez
más.
—Sabes que no fui yo. Fue Manicomio. Se escapó... es tan
jodido, Rinny. Debería haberte hablado de él hace años.
Pero no pude. Mi madre dijo que tenía que mantenerlo en
secreto. Dijo que la gente nos miraría diferente por la
enfermedad en nuestra familia. Lo siento—, se me quebró la
voz. —No quería nada de esto. Especialmente que te
hicieran daño. Intentaba salvarte. Pensó que matarte te
salvaría de los malvados del mundo para que no tuvieras
que soportar nada malo. No sabía que iba a hacerlo. Te lo
juro. Nunca me habría ido...— Me enjugué rápidamente los
ojos mientras ella me miraba fijamente, su pulgar todavía
recorriendo suavemente las cicatrices de mis muñecas que
normalmente mantenía cubiertas.
El hecho de que siguiera aquí tenía que significar algo.
Tomé esa pequeña pizca de esperanza y corrí con ella,
exponiéndoselo todo tanto como pude.
—No quiero que me tengas miedo, Rinny. No quiero que me
tengas miedo, Rinny. Siempre te he amado. Sabes que lo he
hecho. Yo era tu pirata, ¿recuerdas? Tú eras mi princesa—
—Y suya...—, dijo ella en voz baja.
Cerré los ojos al oír su voz en mi cabeza. No estaba loco.
Tenía un don. O maldición. Dependía de cómo lo viera cada
uno.
Pero desde fuera se parecía mucho a la locura.
Esto era real.
Todo era jodidamente real.
—Y suya—, terminé. —Somos mágicos, Rinny. Lo crees,
¿verdad?—
Se quedó callada mientras me estudiaba.
—Te mostraré la magia—, susurré. —Te mostraré lo
hermosa que es. Te ganamos de los vigilantes. ¿La apuesta?
Gritaste para nosotros—
—Me asustas...—
—No era mi intención—, dije, cogiéndole la mano cuando se
apartó. —Por favor. Quédate conmigo. Deja que te lo
explique— Atrapé sus dedos con los míos y los apreté con
fuerza.
—Vine aquí por ti. La llamada. Me sacudió de un sueño
profundo. Había estado fuera tanto tiempo, y entonces
Manicomio... Estaba aquí. Era el momento. Estaba tan
enfadado con él por lo que te hizo, pero dijo que habías
vuelto. Así que vine. Juramos mantenerte a salvo y con
nosotros, así que hicimos una apuesta para mantenerte.
Para salvarte—
—Me hiciste daño.—
—Lo sé, Rinny. Lo sé. Lo siento tanto. Pero no volverá a
suceder. Te lo juro. Por favor. Créeme. No fui yo. Fue él.
Manicomio. Ya te lo dijo, ¿recuerdas?—
Se quedó callada como una tumba mientras me devolvía la
mirada. Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos
mientras esperaba que esa pequeña y dulce voz llenara mi
cabeza.
—¿Por qué no volviste por mí?—
Joder. No quería que surgiera esa pregunta.
Me lamí los labios.
—Yo-yo no podía. Mamá dijo que habías muerto. Lloró
durante semanas. Ella lo sabía. Sabía que Manicomio lo
había hecho. Nunca lo dijo, igual que tú nunca lo dijiste. Yo-
yo me cerré después de que pasó. No quería seguir
viviendo— Levanté mi otra muñeca para mostrarle las
cicatrices dentadas. —Pero seguí respirando. Si hubiera
buscado y te hubiera encontrado viva, sé que habría hecho
algo terrible. Así que lo dejé pasar para mantenerte a salvo
de él—, susurré. —De Manicomio—
Frunció el ceño y me apartó la mano.
—Él no es malo. No lo es. Solo es... un incomprendido, pero
te ama. Lo sé porque puedo sentirlo. Todo. Lo siento todo—
Me golpeé el pecho. —Estás a salvo con nosotros. Te juro
que lo estás. Soy yo, Rinny. Soy tu Seth. Siempre estarás a
salvo conmigo— Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras
la miraba. —Por favor. Necesito que me creas—
—¿Dónde está Manicomio?—, preguntó finalmente en voz
baja, sus palabras arremolinándose en mi mente.
—Cerca. Siempre cerca—
—Yo... nosotros... en el centro—
—Lo sé—, dije con voz gruesa. —Lo siento. Joder, lo siento
mucho—
Una lágrima resbaló por su pálida mejilla. Me arrodillé ante
ella y se la quité con el pulgar.
—Mírame—, susurré, levantándole la barbilla.
Sus ojos brillantes se clavaron en los míos.
—Todos van a pagar. Te lo juro. Vamos a conseguir los
nombres de los hombres que están detrás del espejo. Los
mataremos a todos—
—¿Me lo prometes?—
—Joder, sí— Apoyé mi frente contra la suya, observando
cómo se movía su pecho mientras respiraba rápidamente.
—Te gusta cuando te toco—
Se quedó callada.
—No te obligaré a hacer nada que no quieras. Tampoco lo
hará Manicomio ahora que eres libre. La pelota está en tu
cancha, Rinny. Por nosotros. Por todos nosotros. Nos quiero
juntos si eso es lo que te hace feliz. Sólo quiero... a ti. Mi
pequeño fantasma—
—Dante dice que soy su espectro—
Suelto una suave risita. —Lo sé. Te ama tanto como yo.
¿Tú... lo amas?—
—Yo... sí. Pero también estoy enojada—
—Se desvanecerá con el tiempo cuando te des cuenta de lo
mucho que te adora. Se ha vuelto loco tratando de llegar a
ti. Pero hicimos un trato...—
—Te pertenezco. Tú me ganaste.—
—Siempre me has pertenecido, Sirena. Ni la muerte, ni la
distancia, ni el tiempo cambiarán eso jamás. ¿Me
entiendes?— Me aparté y la miré fijamente. —Dímelo.—
—Tú también me has pertenecido siempre, Seth—
No pude evitarlo. Fui por ello. A la mierda el balón y la
cancha.
Apreté mis labios contra los suyos en un beso suave que
rápidamente se volvió peligroso cuando ella separó sus
labios para mí, permitiéndome reclamar su boca.
Con las manos en su cara, la besé tan profundamente que
dejó escapar un suave gemido contra mis labios antes de
que su lengua se deslizara por los míos.
Tierna. Voraz. Deliciosa.
La estreché contra mi cuerpo mientras exploraba su boca
con la lengua, con el corazón en la garganta.
Así que ésta era mi Rinny.
—Nuestra—, susurré cuando nos separamos, ambos sin
aliento. —Tú eres nuestra—
—S-tuya—, me susurró ella, la palabra cayendo de sus
labios.
Le sonreí, con el corazón desbocado al oír su voz. —Estoy
en tu cabeza, ¿verdad?—
—Nunca has salido de ella—
—Y nunca lo haremos, joder— La besé de nuevo, sabiendo
que habíamos ganado de verdad.
Pero esto era sólo el primer juego.
Teníamos un montón más por jugar.
Empezaríamos con Sinclair Priest.
46.
SIN

—Eh, cabrón escurridizo—, me llamó Cadence dos días


después de que Stitches volviera a casa.
Me restregué la mano por la cara mientras detenía mi paseo
por las zonas comunes al aire libre y me volví hacia ella. Ya
casi no quedaban hojas en los árboles y la temperatura
había descendido considerablemente.
Caminó rápidamente hacia mí, con cara de fastidio.
Yo igual, Garras. Yo igual.
—Acabo de ver a Seth— Se detuvo a mi lado.
—¿Y?—
—Y Sirena no estaba con él. Le pregunté y se rió de mí. ¿Te
lo puedes creer? Siempre fue un imbécil. ¿Dónde crees que
está? Church y Ashes tampoco responden a mis mensajes—
—Church está en terapia ahora mismo y Ashes
probablemente esté prendiendo fuego a una Biblia—, dije,
mirando al cielo nublado. —¿Para qué los necesitas?—
—¿No me estabas escuchando? Seth estuvo aquí sin mi
hermana. Quiero que alguien me acompañe a su dormitorio
para asegurarme de que está allí. No la he visto desde aquel
día que me dejó entrar—
La estudié y vi la preocupación en sus ojos. A pesar de lo
pesada que era, Sirena le importaba mucho.
—¿Me pides que vaya contigo?—
—Sí.— Golpeó el pie con impaciencia.
—No iré—, le dije. —No puedo.—
—¿Por qué?— Me fulminó con la mirada. —Creía que te
importaba...—
—Escucha, me preocupo por ella, ¿vale? Y por eso no puedo
ir. Ella... nunca me lo perdonará—, terminé en voz baja.
Cadence frunció el ceño. —¿Por qué tiene que perdonarte?—
—Es que... Lo jodí con ella. Me odia por eso. No quiero
hacerle más daño del que ya le he hecho. Ella necesita paz,
no mi culo merodeando por ahí asustándola— Miré al suelo
y tragué saliva.
Pero quería verla.
Quería disculparme. Joder, pero tenía miedo. ¿Qué pasaría
cuando lo hiciera? Había estado tan cerca de decírselo a
Ashes aquella noche y no lo había hecho. Los chicos me
desterrarían. Me patearían el culo. Probablemente me
matarían.
Era menos de lo que merecía por mis crímenes.
—No conoces a mi hermana—, susurró Cadence. —Ella es
una buena persona. Ella no guarda odio en su corazón.
Quiero decir, ella está con Seth. En su habitación. No
peleándose con él por eso, y estoy segura de que ese imbécil
es el que intentó matarla cuando éramos pequeñas.—
Dejé escapar una bocanada de aire. En eso tenía razón. Me
había confesado toda esa mierda cuando la había metido en
aquel ataúd con él.
Me quedé callado.
—Sin, ¿y si él la está lastimando y ella no puede conseguir
ayuda? Por favor. Te ruego que me ayudes— Sus ojos
vacilaron mientras me miraba fijamente. —Si alguna vez te
importó ella, ven conmigo. Elimina tu odio hacia mí de la
ecuación—
Me mordí el interior de la mejilla por un momento antes de
asentir.
—Iré—
—Gracias. Dejó escapar un soplo de aire y me cogió de la
mano. Me dio un tirón para moverme y seguí su paso. Su
mano subió hasta mi muñeca, donde envolvió sus dedos con
fuerza mientras continuaba sujetándome.
—He dicho que iré. No hace falta que me lleves como si
tuviera una correa—, murmuré.
—Eres un riesgo de fuga—, respondió ella. —Hablando de
tus actos de desaparición, ¿a dónde vas? ¿Tienes amigos
fuera de los vigilantes?—
Suspiré mientras caminábamos por el patio, varios
estudiantes nos miraban con curiosidad. ¿Y por qué no iban
a hacerlo? Yo era Sin. Un vigilante. Y ella era la chica nueva
que me tocaba. Nadie tocaba a un vigilante.
Apuesto a que los rumores volarían pronto.
—Voy al lago. O al cementerio—
—¿Por qué?— Le hizo un gesto con el dedo a Melanie
mientras pasábamos. No sabía si las habían presentado o
no, pero suponía que habían tenido un par de interacciones,
dado el dedo corazón que Cadence agitaba mientras Melanie
le devolvía el gesto, con los ojos oscuros y llenos de una
rabia controlada en silencio.
Estupendo. Como si necesitáramos más problemas.
—Para estar solo. Pensar. Para... rezar—
—¿Rezar?— Me miró. —No me pareces de los que rezan—
—Todos rezamos, Garras. Todos pedimos ayuda de una
forma u otra. Algunos lo hacemos de rodillas. Otros lo
susurran cuando duermen, pero créeme. Todos rezamos—
Ella gruñó pero no insistió en el tema.
—¿Te gusta el cementerio?—
—Sí.—
—¿Por qué?
—Es tranquilo. Todo el mundo está ya muerto—, respondí
mientras cruzábamos las puertas del edificio de Manicomio.
Ella me soltó del brazo en el vestíbulo.
—¿Tú también quieres morir?— Se volvió y me miró
fijamente.
Tragué grueso y miré más allá de ella, sintiendo mis ojos
arder con lágrimas inminentes. Lo último que quería era
llorar delante de Cadence Lawrence. Ella nunca me dejaría
oír el final.
—Quiero ser normal—, susurré finalmente. —Sólo la muerte
hace a todos iguales. Así que sí. Supongo que en cierto modo
sí. No merezco vivir—
—¿Por qué piensas eso?— Arrugó las cejas.
Me encogí de hombros. —No soy una buena persona,
Cadence—
—Eres un cretino—, dijo rápidamente.
Solté una suave carcajada. —Sí, supongo que lo soy—
Entrecerró los ojos. —Estás ocultando algo. Te está
destrozando. Yo también he estado ocultando cosas, así que
sé cómo puede comerte vivo—
—¿Qué escondes?—
La comisura de sus labios se crispó, sus ojos tristes. —Te
enseñaré mis esqueletos si tú me enseñas los tuyos—
Nos miramos fijamente por un momento.
Cuéntaselo. Dile lo que le hiciste a Sirena. Te odiará por ello
y se lo contará a los chicos por ti. Si no te mata primero.
—Me odiarás—, dije finalmente.
—Noticia de última hora. Ya te odio—, replicó.
Solté una carcajada triste. —Ve a ver cómo está la sirena.
Luego quizá...—
—Vale— Se dio la vuelta y se dirigió al ascensor. No me moví
ni un centímetro mientras la veía apretar el botón. Las
puertas se abrieron y ella entró.
—Mueve el culo hasta aquí. Vendrás conmigo—
—No voy a subir—, dije.
Ella abrió la puerta de un manotazo cuando intentaba
cerrarse.
—Lo siento. No recuerdo que eso fuera parte del acuerdo
cuando dijiste que vendrías conmigo. Eso significaba todo el
camino, Priest. Ahora mete tu culo en este ascensor
conmigo— Bajó la voz. —No sé lo que encontraré ahí arriba.
Así que, por favor. Ven conmigo. Necesito tu ayuda—
Dudé un momento.
No quería saber lo que nos esperaba en la habitación de
Manicomio. Si le había hecho daño... joder.
Di un paso adelante y me uní a ella en el ascensor. —Bien.—
—Sabía que te doblegarías, Sinclair. Tú también la amas—
No le repliqué nada porque tenía razón. La amaba.
Jodidamente mucho.
47.
SIRENA

Llamaron a la puerta mientras yo estaba sentada en mi silla


de ruedas. Aún me sentía débil y le prometí a Seth que no
intentaría levantarme hasta que alguien estuviera aquí
conmigo.
La forma en que había dicho alguien me hizo pensar que
podría no ser él.
Que tal vez Manicomio volvería en su lugar.
O peor.
Sully y los hombres del espejo.
Me estremecí en el asiento mientras me agarraba al
reposabrazos, con la respiración agitada.
El pomo de la puerta tembló por un momento. Sabía que
había visto a Seth cerrar la puerta antes de irse esta
mañana a clase.
No quería irse, pero yo había insistido. Ya había hecho
bastante por mí.
Además, lo había visto golpearse la cabeza y murmurar
mientras se lavaba los dientes en el baño. La puerta estaba
abierta de par en par y no pude evitar echar un vistazo desde
mi posición en la cama.
Seth me asustaba.
Manicomio me aterrorizaba.
Pero empezaba a...
Demonios, no lo sabía.
Estaba recelosa, seguro, pero algo había cobrado vida
dentro de mí las últimas semanas. Lo deseaba. ¿A ellos? Ni
siquiera sabía cómo manejar eso. Sabía que Seth me
importaba. Le había extrañado. Manicomio era nuevo para
mí, y él me había hecho cosas tan malas. Tenía mucho que
demostrar si quería que le abriera los brazos. Ni siquiera
sabía si alguna vez sería capaz de hacerlo. Tratar de
matarme era un gran maldito problema.
También quería a los vigilantes, por muy enfadada que
estuviera con ellos.
Me sentía traicionada por ellos. Y Sin... Él había puesto todo
esto en movimiento. Él era la razón por la que estuve
encerrada en mi mente. Por su culpa Manicomio me había
follado delante de aquellos hombres y Stitches había
llorado.
Lo culpaba a él.
Los culpaba a todos.
Pero no quería. Sólo me dolía. Al menos Seth y Manicomio
nunca me hicieron preguntarme sobre el nivel de su
depravación. Sabía lo que eran. Todo empezaba a encajar.
Las cortinas cerradas todo el tiempo en su casa cuando
éramos niños. Todas las veces que decía que yo no podía
entrar en su casa a jugar, así que en vez de eso jugábamos
en mi casa o fuera o cuando su casa estaba vacía de su
madre.
Un viejo recuerdo llenó mi mente.
Seth llegó tarde. Había quedado conmigo en el parque para
columpiarse.
Miré al cielo azul y tomé una decisión. Iba a ir a su casa a ver
dónde estaba. Rápidamente, volví a nuestra calle y me dirigí
a su casa.
Salí al porche y llamé a la puerta. Cuando nadie contestó,
volví a llamar con la preocupación que me embargaba.
¿Dónde te has metido?
Seth nunca llegaba tarde a verme.
Extendí la mano y probé la puerta. Se abrió con facilidad.
Conocía las normas. No se me permitía entrar en su casa sin
él, pero tenía miedo de que algo fuera mal, así que entré y
subí las escaleras hasta su habitación.
La casa estaba en silencio.
No había nadie en su habitación, y estaba ordenada como
siempre.
Cuando volví a salir, me llamó la atención la escalera que
había al final del pasillo. Seth dijo que no se nos permitía
estar allí. Jugar en el ático. Que era peligroso. Que la puerta
al final de la escalera debía permanecer cerrada en todo
momento.
Algo tiró de mí en esa dirección.
Fui hacia ella y di el primer paso hacia arriba.
—¿Qué haces?— Una mano cálida me rodeó la muñeca y tiró
de mí hacia abajo.
Me quedé mirando la bonita cara de la madre de Seth, Jackie.
—Estoy buscando a Seth—, dije. —Pensé que podría estar
ahí arriba—
—No, cariño. No está—, contestó con firmeza, echando una
mirada temerosa a la puerta del ático. —Seth está... ocupado
ahora mismo. Irá a verte mañana, ¿vale? ¿Por qué no vas a
casa y le dices a tu madre que nos encantó la tarta que envió
ayer y que me gustaría tener la receta si está dispuesta a
compartirla?—
Me llevó escaleras abajo y directamente a la puerta principal.
—Vale—, dije, frunciendo el ceño. —¿Puedes decirle a Seth
que me llame?—
—Lo haré. Por favor, no entres aquí sin alguien, ¿vale? Es
importante. ¿Me lo prometes?—
Asentí. —Lo prometo.—
Me ofreció una sonrisa antes de cerrar y bloquear la puerta,
dejándome mirándola fijamente. Después de un momento,
bajé del escalón y caminé por el césped hacia la casa de al
lado. Sin embargo, algo me hizo mirar detrás de mí. A la
pequeña ventana del ático. Siempre estaba entablada, pero
hoy faltaban dos tablillas.
Y allí estaba él.
Seth.
Mirándome desde allí.
Me detuve, confusa, antes de saludarlo con la mano.
Ladeó la cabeza y me miró fijamente antes de levantar la
mano y saludarme.
Otro golpe en la puerta.
—¿Seth? Hay alguien aquí—, grité débilmente en mi mente,
sin saber si su aparente superpoder llegaba tan lejos.
—Tengo miedo. Por favor. Vuelve—
La puerta chasqueó y se abrió.
Inspiré con fuerza y cerré los párpados.
Por favor Dios, no dejes que sea Sully y sus monstruos. Por
favor, no me envíes de vuelta. Por favor. Manicomio. Seth.
Ayúdame. AYUDA.
Si alguna vez hubo un momento para que Manicomio se
probara a sí mismo, era ahora.
Temblé en mi asiento cuando unos dedos cálidos rozaron mi
mejilla.
—¿Rina?— La suave voz de Cady llamó. —Hola. Soy yo—
¿Cómo...? ¿Cómo es que ella está aquí? ¿Me van a llevar a
casa?
No quiero ir.
Tengo miedo.
—Abre los ojos—, suplicó suavemente. —Vamos, Rina—
Miré a través de mis pestañas y vi su cara de preocupación
mirándome.
Realmente estaba aquí.
Y él también.
Pecaminoso.
El que me había metido en esa maldita caja en el mausoleo
y me había abandonado para que gritara. Para ser lastimada
por Sully y esos monstruos detrás del espejo. Ellos me
vieron. Nos vieron. Haciendo cosas. Cosas que me hicieron
llorar. Por borrosos que fueran esos recuerdos, sabía que
era enfermizo y retorcido.
Me estremecí al clavar mis ojos en él.
Arrugó las cejas y dio un pequeño paso hacia mí. Llevaba el
pelo bien recogido en aquel moño rubio. Anillo en la nariz.
Anillo en el labio. Orejas perforadas. Manos que me
obligaron a meterme en una maldita caja y labios que
susurraron sus pecados. Sus verdades y sus mentiras.
Pecaminoso.
Lastimoso.
Me balanceé, con la respiración tan acelerada que creí que
iba a desmayarme.
La cabeza me daba vueltas.
—Rina. Oye. Vamos. Vámonos. Quiero sacarte de aquí.
Tengo algo de dinero. Podemos huir. No dejaré que nos
encuentren. Traje a Sin para ayudar— Ella se acercó y
desbloqueó el freno de mi silla de ruedas.
No podía irme. No con él.
Me balanceé hacia delante y me caí de la silla cuando Cady
me empujó hacia afuera.
—¡Maldita sea! ¡Sin! Ayúdame. Tengo que sacarla de aquí.
Ayúdame. Por favor, ayúdame a salvarla— La voz de Cady
se quebró mientras me acurrucaba en un ovillo apretado,
con la cara húmeda por las lágrimas.
Seth. Manicomio. ¿Dónde estás? Por favor. ¿DÓNDE ESTÁS?
Si alguien me hubiera preguntado en cualquier momento
antes de este año si pediría ayuda a Seth, le habría dicho
que estaba loco, pero Sin me había hecho algo que había
destrozado mi propio ser.
Él era la razón de mi trauma actual. Por el de Stitches. Por
toda esta locura.
Seth y Manicomio habían estado ahí para guiarme a través
de esa oscuridad mientras que Sin... Ni siquiera sabía lo que
había hecho mientras yo había sufrido. Mientras me
escondía. Mientras mi cuerpo había estado expuesto a esos
monstruos repugnantes detrás del espejo.
—Joder—, gruñó Sin, sus cálidas manos levantándome.
No pude soportarlo. No podía soportar su contacto.
Un grito salió de mis labios mientras me sujetaba contra su
cuerpo.
—Sirena. Para. Vamos—, susurró frenéticamente mientras
yo seguía gritando. Cady se tapó los oídos, con los ojos
llenos de lágrimas.
—¡Pecaminoso! ¡Pecaminoso!—
—Joder. Nena, vamos—, continuó Sin mientras me mecía
en sus brazos. —No grites. No grites. ¡Maldición! ¡Joder!
Sirena...—
La puerta de la habitación se abrió de golpe y me arrancaron
de los brazos de Sin.
—¿Qué mierda están haciendo en mi habitación?— gruñó
Seth. Me agarré con fuerza a su muñeca con una mano.
No. Manicomio.
Me aferré a él y enterré la cara en su cuello, sus brazos se
movieron para rodearme con fuerza.
—Shh, luciérnaga. Todo va bien. No más lágrimas. No más
gritos— Estaba de rodillas mientras me susurraba. —Es
Manicomio. Estoy aquí. Tus gritos me pertenecen,
¿recuerdas? Son míos. Los estás dando gratis y eso es
inaceptable. Shh. Silencio. Ya está. Ahí tienes, mi amor.
Estamos bien—
Dejé de gritar mientras respiraba agitadamente.
No sabía qué demonios me pasaba. Había estado atrapada
en un ataúd toda la noche con Manicomio. Él había
intentado matarme años atrás... y aún así, él era a quien yo
quería. A Seth. A Manicomio. Había enloquecido. Había
perdido completamente la cabeza en esa caja.
Ése era el único razonamiento que tenía sentido para mí.
—Váyanse a la mierda de mi habitación, — Manicomio dijo
con una voz peligrosa después de un momento.
—No. Me la llevo conmigo...— Cady se atragantó, con la voz
temblorosa.
—¿Y adónde irías tú, mi querida Cady cat? ¿Eh? ¿A esa vieja
cabaña a la que tu padre solía llevarte cuando eras niña?—
Manicomio hizo una mueca mientras apretaba los dedos
contra su uniforme. La camisa blanca abotonada se tensó
contra su cuello, dejando paso a una roncha roja por mi
agarre, pero no pareció importarle.
Quería tanto a mi hermana... pero no podía irme. Teníamos
demasiado que hacer aquí. Si Sin iba a estar allí,
definitivamente no podía irme.
—¿C-cómo lo sabes?— Cady preguntó densamente.
—Porque lo sabemos, joder—, replicó Manicomio. —¿El viaje
por carretera a Canadá? ¿El desvío si lo necesitas? ¿El
amigo que tienes en Chicago? ¿Cómo se llama? ¿Trent?—
Manicomio se burló. —Su tiempo no es ahora. Está
demasiado ocupado tejiendo su propia red. Serías atrapada
a las pocas horas de llevártela de aquí—
—No sabes eso—, dijo Cady. —Podríamos lograrlo...—
—Everett te atraparía, Garras—, dijo Sin suavemente. —Él
lo haría. Él tiene ojos en todas partes. Ambas sufrirían
entonces. Su clandestinidad se extiende por todo el país.
Ningún lugar está a salvo de él si te quiere—
—Que se joda Everett Church. Te atraparía primero y
créeme, no querrás que te atrapen robándonos. A diferencia
de Everett Church, no tomamos prisioneros para
mantenerlos. Los tomamos para matarlos— Manicomio se
tensó debajo de mí.
Me apreté contra él con más fuerza, queriendo que dejara
de hablarle así a mi hermana.
—Lo siento—, me susurró.
No le hables así.
—Es que no queremos que nadie te lleve—, murmuró
rápidamente. —Acabamos de recuperarte y no tenemos
planes de volver a dejarte marchar—
Por favor, haz que Sin se vaya. Quiero a mi hermana. Él me
da miedo. Por favor. Haz que se vaya.
—Sinclair, sal de una puta vez de mi habitación—, me
espetó Manicomio en cuanto las palabras flotaron en mi
cabeza. —Ahora mismo—
—Como quieras—, murmuró tras un momento de silencio.
—Vamos, Garras—
—Ella se queda. Tú te vas— Manicomio ajustó su agarre
sobre mí.
—No voy a dejar a las dos contigo—, dijo Sin, con voz
vacilante.
Estaba preocupado.
—No creo que te hayan dado una opción. Si no te vas, podría
desvelar tu pequeño secreto. Seguro que no estás preparado
para que eso salga a la luz— La voz de Manicomio era grave
y amenazadora al pronunciar cada palabra.
Me estremecí contra él, recordando la traición. Recordando
a Sin metiéndome en la boca aquella pastilla que debilitaba
y cansaba mi cuerpo. Recordando aquel espejo en la pared
mientras me violaban enfrente suyo.
Pecaminoso.
¡Tan putamente Pecaminoso!
—Vete. Pronto se darán cuenta. No nos precipitemos en
nuestra revelación, Sinclair—
Las pesadas botas de Sin resonaron en el suelo antes de que
la puerta se cerrara suavemente.
¿Qué secreto?
—El de la caja, luciérnaga—, murmuró Manicomio. —Te
acuerdas—
¿Sabían los vigilantes que él lo había hecho?
—No, mi amor. No lo hacen—
Tragué grueso ante sus palabras. Los vigilantes no lo
sabían. Sin lo hizo por su cuenta. Dante... no quería que me
hicieran daño. Ashes. Stitches.
—Los verás pronto—, Manicomio me aseguró suavemente.
—Por ahora, veamos a Cady cat, ¿de acuerdo?— Me levantó
y me colocó de nuevo en mi silla de ruedas y se inclinó y
lamió mis lágrimas antes de que sus labios rozaran los míos.
—Ahí está nuestra princesa— Sus ojos azules brillaron
cuando se apartó y nos miramos fijamente. —Ahora vuelvo,
¿vale? Ten una visita con tu hermana—
Se levantó sin dirigirme la palabra. —Estaré fuera. No
intentes nada. Lo sabré si lo haces—
Cady no dijo nada mientras Manicomio retrocedía.
Desapareció por la puerta un momento después, dejándome
a solas con ella.
Inmediatamente, se arrodilló frente a mí.
—Hola, Rina. Siento haberte asustado. No era mi intención.
Sé que Manicomio da mucho miedo, pero si quieres irte,
podemos hacerlo. Sé que podemos hacerlo—
Sacudí ligeramente la cabeza.
Ella aspiró con fuerza y me cogió la mano.
—¿Quieres quedarte?—
Le apreté la mano. Una lágrima resbaló por su mejilla.
—Rina, aquí hay muchos monstruos. No es seguro para
ninguna de nosotras. Church me habló de su padre. Es...
aterrador. Si te hace daño...—
Le di otro apretón en la mano.
—Por favor—, susurró Cady, secándose los ojos con la otra
mano. —Stitches. ¿Ese tipo? Está destrozado porque estás
con Seth. Intentó ahorcarse. Casi muere por ello—
Mi corazón se estremeció con esa información. No sabía que
por eso estaba en el centro conmigo. Había intentado
suicidarse por mi culpa. Por Sinclair Priest.
Las náuseas rodaron pesadamente por mis entrañas.
Él me había abrazado. Intentó protegerme.
Pero no Pecaminoso. Me había arrojado a los lobos como
comida. Stitches casi muere por lo que Sin había hecho. Su
lista de ofensas seguía aumentando.
—No es seguro aquí, Rina. Quiero que estemos a salvo—
Me incliné y apoyé mi frente contra la suya. Aspiró mientras
su mano temblaba en la mía.
—Quédate—, ronqué con voz temblorosa.
Soltó un suave sollozo y apoyó la frente en la mía. —Vale.
Vale. Nos quedamos—
Nos abrazamos durante un largo rato.
—¿Rina?—, susurró por fin, con la frente aún pegada a la
mía.
No dije nada, esperando a que volviera a hablar.
—¿Te hizo daño Sin? ¿Por eso le tienes miedo?—
Me estremecí al oír su nombre.
Lloriqueó. —¿Te metió en ese ataúd?— Se apartó y me miró
fijamente. —¿Ayudó a Manicomio?—
Me quedé callada, en un callejón sin salida. Amaba a los
vigilantes. Sabía que los amaba. Si descubrían que Sin me
había hecho eso y había mentido, lo expulsarían. O peor
aún.
Les haría daño. Eran familia.
No podía hacerles eso.
Siempre guardaba secretos.
Y este sería otro que guardaría. Por el momento.
—Está bien—, susurró Cady, ofreciéndome una sonrisa
temblorosa. —Vale. Entonces lo averiguaré de otra manera.
No tienes que contarme tus secretos. Ni siquiera sobre
Seth—
Parpadeé. Ella sabía lo de la pala con él. O mejor dicho,
Manicomio. Tal vez sólo eran sus sospechas.
Tampoco iba a confirmar o negar eso.
Por ahora, todos los secretos del mundo estaban a salvo
conmigo.
48.
MANICOMIO

Sonreí a Sin en el vestíbulo.


—Me sorprende que estés esperando—, le dije,
deteniéndome a su lado para mirar por la ventana.
—Por si acaso— Gruñó.
—¿De qué?— Dejé escapar un bufido al escuchar. —Ah, ya
veo. Crees que serías capaz de detenerme si me pusiera a
matar. Lindo, Priest. Inexacto, pero lindo al fin y al cabo—
—¿Por qué no la dejas venir a casa?—, preguntó en voz baja.
—Se lo prometiste a Church y a los chicos—
—Lo hice, ¿no?— Me reí suavemente. —Yo también cumplo
siempre mi palabra. Mi pequeña luciérnaga volverá
enseguida para iluminar los oscuros caminos de los
vigilantes. Sólo que aún no se ha desarrollado como debería.
Ten un poco de paciencia—
Exhaló, con un músculo vibrando a lo largo de su
mandíbula.
—No la tocas cuando estás a solas con ella, ¿verdad?— La
voz de Sin era suave mientras seguía mirando por la
ventana.
—No—, respondí simplemente.
—No lo harás, ¿verdad?— Se volvió hacia mí, con tanta
agitación que tuve que dar un paso atrás.
Las líneas están jodidamente torcidas. Retrocede. Exhalo,
intentando alejar las emociones que se arremolinan a mi
alrededor.
Es difícil. Tú lo sabes.
Odio sentir, y tú lo sabes.
Mentiroso.
Que te jodan. Sabes lo que quiero decir.
El ruido cesó y las emociones que rodaban a mi alrededor
terminaron.
Sonreí a Sin. —¿Quieres que lo haga?—
—No—, dijo, volviendo a mirar por la ventana.
—¿Por qué mientes, Sinclair? Estabas rogando para que tu
lengua se escapara con Cady Cat. Porque sabes... que ella
te delatará. Ella lo dirá todo para que tú no tengas que
hacerlo. Arrodíllate ante mí y pídeme que lo cuente—
—Vete a la mierda—, gruñó. —No me voy a arrodillar ante
ti—
—Lo harás— Ladeé la cabeza, escuchando de nuevo. —Cady
cat está preguntando a mi luciérnaga si le hiciste daño. Si
fuiste tú quien la metió en el ataúd conmigo—
Tragó saliva visiblemente y cerró las manos en puños
apretados.
—Te va a doler cuando caigas. Pero no te preocupes.
Estaremos allí para recogerte—
—¿Por qué eres así?— Sin susurró.
—¿Por qué soy como qué? ¿Cómo soy? ¿Quién más podría
ser?— Solté una carcajada. —¿Quieres que haga un juego
de rol contigo, Sinclair?—
Me lanzó una mirada amarga. —Ya sabes lo que quiero
decir. ¿Dónde está Seth?—
Lo miré con los ojos muy abiertos. —¿Seth? ¿Por qué? ¿Te
agrada más que yo? Entendería que dijeras que sí porque a
la mayoría de la gente le suele agradar más. Sin embargo,
no lo conocen como nosotros. No saben de lo que es capaz.
Lo mucho que le gusta hacer daño a la gente que se lo
merece. Es la mano derecha de la Muerte—
—¿Entonces quién eres tú?— Sin levantó las cejas hacia mí.
—¿Yo? Yo soy la mano izquierda—
Los ojos grises de Sin permanecieron fijos en mí. —Me
preguntaste por qué no digo la verdad. ¿Por qué no lo
haces?—
—No necesito decir verdades. Las muestro—, dije
encogiéndome de hombros. —Espera lo inesperado con
nosotros. Nos gusta ser divertidos así—
—¿De verdad estás jodidamente tocado de la cabeza? ¿Las
voces? ¿Cuántas hay?— Entrecerró los ojos. Se le notaba la
rabia.
—Somos muchos—, dije con voz suave. —Pero yo soy yo y
él es él. Nosotros somos nosotros—
Soltó un resoplido y volvió a mirar por la ventana.
—¿Así que tú eres Manicomio?—
—Siempre soy Manicomio—
—¿Y Seth es...?—
—Un espejismo—, dije, sonriéndole mientras me miraba.
—Él es él. Él es nosotros. Él no está aquí—
—¿Lo tienes encadenado dentro de tu cabeza?—
Me reí. —Disfruto tanto con estos juegos. Tanta gente se
equivoca. Siempre ha sido un buen momento para
nosotros—
Suspiró. —Así que son Manicomio y Seth. ¿Quién más?—
—Yo sólo soy Manicomio—, dije, ladeando la cabeza hacia
él. —Y tú eres Sin. Y las paredes son verde vómito. Preferiría
que fueran amarillas—
—Odio hablar contigo—, murmuró. —¿Por qué hablas con
acertijos? ¿No es agotador?—
—La vida es agotadora. Esto no es más que yo pasando el
tiempo— Me quedé callado mientras miraba por la ventana
con él. —La aterrorizas. Antes era yo quien la asustaba.
Ahora eres tú. ¿Te gusta ser tú, Sinclair?—
—No—, susurró. —No me gusta—
Asentí con la cabeza. —Isabella. Ella nunca te temió—
—Debería haberlo hecho—
Chasqueé la lengua. —Ya lo creo. Se lo advertí—
Se volvió hacia mí. —¿Qué?—
—Ella y yo... éramos amigos. Nos conocemos desde hace
mucho. Le dije que ibas a matarla. Ella no me creyó. El
narcisismo y todo eso tenía una forma de bloquear la
realidad para ella. Lástima, pero realmente, ella se lo
merecía, ¿no? Después de matar al bebé. Después de esa
niña. Después de... Church—
El labio inferior de Sin se tambaleó mientras me miraba
fijamente.
—Dolió, y por eso, lo siento. Pero créeme cuando te digo que
tenía que suceder así para que pudieras estar aquí conmigo
ahora. Para que más tarde pudieras encontrar lo que tu
corazón ansiaba tan desesperadamente. Una linda chica de
pelo negro con ojos grandes y coloridos. Una sirena. Un
fantasma—
Le brillaron los ojos, se apartó rápidamente de mí y se los
enjugó.
—Dice tu nombre en sueños—, le dije. —Te llama. Te
suplica—
—Para.—
—Su voz. Es tan suave y dulce. Tan inocente. Pecaminoso.
Por favor. Por favor, Pecaminoso. Ayúdame. Eso es lo que
gritó en su cabeza cuando se dio cuenta de que la habías
atrapado conmigo. Rogó a Dios que vinieras y la salvaras de
su destino—
—PARA.— Dio un puñetazo a la pared, abriéndose los
nudillos. Su sangre goteaba de la piel rota mientras su
cuerpo temblaba.
Sonreí. —Lo que quiero decir es que es fácil perderse en una
pesadilla. Despertarás, Sinclair, y todo irá bien. Te lo
prometo... en cuanto te libere de las ataduras—
—Si intentas consolarme, eres una puta mierda—, gruñó,
limpiándose la sangre en los pantalones.
Miré a mi izquierda y sonreí ante el rápido destello de luz.
Deja de jugar. Vuelve con Rinny.
No eres divertido.
Rinny. Ahora mismo. O iré con ella.
Suspiré.
Malditas voces.
—Siempre puedes follarte a Cady Cat—, dije bruscamente.
Me fulminó con la mirada. —No va a pasar, joder—
—Bueno, era sólo una idea. Sabía que dirías que no.
También es un poco salvaje para mi gusto— Fruncí el ceño
y ladeé la cabeza.
Secretos. Muchos secretos. Un hombre. Pelo oscuro. Una chica
rubia. Una reina. Se esconde. Él se esconde.
La imagen se desvaneció. Me tiré del pelo, irritado. Tener
estos pequeños flashes siempre me irritaba.
—¿Mensaje de otro mundo?— Sin preguntó.
—Sí— Me alejé de él. —Me voy.—
—Me lo imaginaba.—
—Halloween. Te colgarán. Te quemarás. Gritarás. Mejor
prepárate. El castigo está viniendo, Sinclair. Te va a
alcanzar—
Me miró fijamente mientras me alejaba de él. Le sonreí y
ladeé la cabeza.
—Esa noche te arrodillarás ante mí. Me suplicarás. Sugiero
que hagas las paces con las consecuencias. Ella lo sabe—
Llegué al ascensor y pulsé el botón. Las puertas se abrieron
y entré, observando el miedo en su rostro.
—Y ella va a delatarte, Sinclair. Pero no la mates. Tiene
buenas intenciones. Si vuelves a hacerle daño, te mataré.
Lentamente.— Las puertas se cerraron antes de que pudiera
decirme algo.
No es que fuera a hacerlo.
El miedo de lo que estaba por venir ya lo estaba
estrangulando.

—Abre—, le ordené mientras me sentaba en la cama frente


a mi luciérnaga la noche siguiente.
Separó los labios y le metí un trozo de naranja en la boca.
—Mastica—
Hizo lo que le dije, tragó y separó los labios para que volviera
a darle de comer. Me encantaba alimentar a mi princesita
luciérnaga. Me gustaba cuidar de ella. Esto me parecía un
millón de veces más agradable que aplastarle la cabeza con
una pala.
—Ven—, dije suavemente, colocando el trozo de naranja
entre mis labios. Quería saber qué haría. Si tendría el valor
de venir a quitármela.
Se quedó mirando la naranja en mi boca antes de moverse
hacia delante y clavar sus ojos en los míos.
Me dolía la verga dentro del chándal.
Era una gatita tan dulce y asustada. Me excitaba como
nadie lo había hecho nunca.
La esperé pacientemente mientras se inclinaba hacia mí.
Estaba aterrorizada. Temblorosa. Pero muy valiente
también.
Lo deseaba.
Sus labios rozaron los míos cuando me quitó la naranja de
la boca, enviando una descarga de electricidad directamente
a mi polla.
La vi retroceder y masticar la naranja, sin apartar los ojos
de mí.
—Te deseo—, le dije.
Ella parpadeó.
—Dijiste que era tuyo—, continué. —Que lo éramos. Que
eras nuestra—
Todo en ella era tan silencioso como aquella tumba en la
que habíamos estado.
—Sirena—, susurré su nombre. —Estás demasiado callada.
No me gusta cuando estás callada—
Ningún ruido. Ningún sonido. Nada en mi puta cabeza.
Me tiré del pelo, cada vez más frustrado cuanto más tiempo
estaba allí sentado.
—Háblame. Odio tu silencio—, dije, soltándome el pelo.
—Lo odio, joder. Lo odiamos. ¿Quieres gritar para mí? ¿Para
nosotros?—
Ella negó con la cabeza.
No me gustaba que me dijeran que no.
Esa era toda la comunicación que necesitaba.
Me lancé sobre ella y la puse boca arriba y la miré fijamente
mientras su pecho se agitaba.
—Quiero follarte como es debido—, gruñí contra sus labios.
—Quiero que recuerdes lo que se siente al tener un poco de
locura dentro de ti—
Sus pechos rozaron mi pecho mientras respiraba
profundamente con los labios entreabiertos.
—Si no quieres que te toque, dime que pare—, le dije
susurrándole al oído. —Y si no lo hago, grita— Recorrí con
los dedos la curva de sus pechos por encima del camisón.
Su respiración se entrecortaba mientras me miraba
fijamente.
Ladeé la cabeza hacia ella, absorbiendo su reacción
mientras le metía la mano por debajo del camisón hasta
llegar a las bragas.
Tan aterrorizada y a la vez intrigada.
Y mojada. Estaba tan jodidamente mojada.
Mis dedos se deslizaron por sus pliegues con facilidad.
Manicomio... para.
No.
No lo hagas. Ella no está lista.
Su coño cuenta otra historia.
Me quité la voz de la cabeza y apreté su clítoris. Un pequeño
y sexy gemido salió de sus labios.
—¿Sabes por qué estamos haciendo esto, luciérnaga?—
No dijo nada mientras le frotaba el clítoris lentamente.
—Es porque tengo que devolverte pronto. No quiero hacerlo
sin que nunca hayas sabido lo que es ser amada por mí—
—¿Tú? ¿No Seth?—
Exhalé. Ahí estaba nuestra princesa.
—Yo.— Le lamí los labios, saboreando la naranja que había
tomado mientras le metía los dedos en su coño caliente.
—¿Quieres descubrir cómo es mi amor, luciérnaga?—
—Siento que estoy perdiendo la cabeza. Por favor. Tengo
miedo—
Me reí por lo bajo mientras ella se estremecía debajo de mí.
Deslicé el dedo en su apretado calor, haciendo que se
arqueara un poco contra mi pecho.
—No te preocupes, nena. Me encantan los locos— Aplasté
mis labios contra los suyos, con el dedo enterrado hasta el
nudillo dentro de ella mientras enredaba mi lengua contra
la suya.
Me coloqué mejor entre sus piernas, separándolas mientras
retiraba el dedo de su coño húmedo y presionaba mi cuerpo
contra ella. Ella soltó un grito ahogado, su cuerpo
temblando mientras yo me frotaba descaradamente contra
su humedad.
—Ya hemos follado antes—, exhalé contra sus labios. —Esto
no es nada.—
—Seth dijo que no...—
—No soy el puto Seth. Él no habla por mí— Le mordí el labio
con fuerza, ganándome un grito silencioso mientras su
sangre manchaba mi lengua. En un instante, la tenía boca
abajo y con el culo al aire, con el camisón subido sobre las
caderas.
—Joder, tienes las bragas empapadas—, murmuré,
observando la mancha húmeda que me pedía a gritos que la
saboreara en su seda blanca.
A la mierda. Era un animal salvaje cuando quería venirme.
Hundí la cara en su calor de seda e inhalé profundamente
antes de meterme el material en la boca, rozando con la
lengua su cálido coño.
Prácticamente se me pusieron los ojos en blanco mientras
devoraba su sabor.
Como un puto caramelo.
Una dulce princesa.
Me estaba volviendo loco. Me costaba controlarme. Ella
luchó contra mí, cayendo sobre su estómago mientras yo
continuaba saqueándola.
No iba a dejarla ir. Me encantaba cuando ella luchaba
contra mí. Me hacía desearla aún más.
Quiero que se venga en mi boca.
Necesito beberla y hacerla parte de mí. Para siempre.
Niña para siempre.
No lo hagas. Contrólalo. No lo hagas. Todavía no.
No puedo... No puedo parar, joder. Me está dejando.
Está asustada. Para.
Ella lo desea.
Juntos. ¿Recuerdas?
Por favor... Yo necesito esto. Ella necesita esto. Ella necesita
saber...
Le bajé las bragas por los muslos y le lamí el culo,
disfrutando de cómo se retorcía para mí. La forma en que
intentaba escapar.
Separé las nalgas y metí la lengua en todos sus agujeros,
como si fuera un santo en su última cena. Su respiración
era agitada mientras tensaba su cuerpo, dejándome hacer
lo que había venido a hacer. Sabía que no podía escapar de
mí.
Empujé mi lengua más allá del apretado anillo muscular de
su trasero, disfrutando de todo lo relacionado con su culo.
Follándolo con la lengua. Comiéndoselo. Metiendo y
sacando dos dedos de su apretado coño.
Era una comida de gourmet.
Se sacudió violentamente debajo de mí mientras se venía
sobre mi mano. Que una chica eyaculara sobre mí merecía
la pena.
Retiré la lengua de su culo, la levanté para que volviera a
ponerse de rodillas y me dirigí directamente a su coño,
bebiéndome su líquido mientras se estremecía bajo mi
lengua.
Y esto era el postre.
Chupar. Lamer. Su clítoris estaba tan hinchado. Cada
mordisco y cada chupada la hacían saltar.
Por fin había llegado al paraíso.
Cuando supe que había tenido suficiente, me detuve,
después de haberla limpiado a fondo con la lengua. La puse
a mi lado y la estreché contra mi cuerpo, de espaldas a mi
estómago.
No iba a follármela.
Disfrutaba del dolor que me producía mi dolorida verga.
Significaba que cuando por fin volviera a tenerla, valdría la
pena.
Ella no me había perdonado por el incidente de la pala. Eso
estaba bien. No merecía su perdón, pero le haría ver que
estaba destinada a ser mía. Recordé la primera vez que
reconoció mi existencia. La forma en que se detuvo para
saludarme mientras yo la miraba desde la ventana del ático.
—Duerme—, le ordené suavemente. —Mi niña para siempre.
Mañana será un día ajetreado—
Su cuerpo se relajó contra el mío mientras la abrazaba.
No había mentido. Mañana estaría ocupada.
Mañana, veríamos a los vigilantes.
49.
ASHES

—¿Podemos hablar?— Cady se dejó caer en el asiento junto


a mí en la mesa de los vigilantes.
Levanté la vista de mi almuerzo. —Sí. ¿Qué pasa?—
Estiró los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—Anoche pasé un rato con Rina. Con Sin—
Parpadeé ante sus palabras. No estaba en casa cuando
llegaron. Stitches y yo habíamos ido a dar una vuelta en
nuestras motos por la orilla del lago para quemar algo de
vapor. Estaba tan callado desde que llegó a casa que me
pareció que necesitaba salir del campus.
Parecía más contento una vez en la carretera, pero seguía
sin ser él mismo. Había intentado hablar con él, pero estaba
callado y se limitaba a sacudir la cabeza y fumarse un porro.
Me sorprendió que no me hubiera dicho antes que había ido
a ver a Sirena.
—Vale. ¿Qué pasa?— pregunté, esperando no sonar como si
yo fuera un cachorro perdido y ansioso y ella alguien con
golosinas.
—Intenté llevármela— Cady me miró preocupada.
—Espera. ¿Qué?—
Ella lanzó en su historia, terminando con Sirena gritando
por Sin acercándose demasiado a ella.
—¿Todavía no tienen ninguna pista sobre quién ayudó a
Seth a meterla en ese ataúd?— Se inclinó hacia mí, con voz
suave.
Negué con la cabeza. —No. Nadie habla. Ya veo por qué. Es
Manicomio. Probablemente tiene algo sucio sobre ellos o
amenazó a quienquiera que fuera. Un tipo que puede sacar
un globo ocular con un tenedor y hacer que te lo comas
probablemente no es alguien a quien nadie quiera
traicionar.—
Se mordió el labio inferior por un momento antes de que sus
palabras salieran a borbotones de su boca. —Creo que fue
Sin—
Parpadeé rápidamente ante sus palabras, no seguro de
haberlas oído bien.
—¿Qué?—
—Creo que fue Sin—, repitió. —Rina no ha hablado en años.
Ni una sola palabra. Él se acercó a ella al principio, y ella
seguía diciendo Pecaminoso. Su reacción a él entonces era
apagada, considerándolo todo. Luego, anoche, gritó y se hizo
un ovillo cuando él intentó ayudarla. Para colmo,
Manicomio le dijo que contaría su secreto si no se iba. Sin
es un luchador. No luchó. Miró a Rina y salió de la
habitación. Yo-yo realmente creo que fue él. O que él sabe
quién lo hizo—
Fruncí el ceño ante sus palabras. Tenían sentido, pero Sin
no habría hecho eso para herirla. Eso era ir demasiado lejos,
incluso para él. Sin embargo, no podía negar que
últimamente desconfiaba de él.
Sacudí la cabeza, tratando de despejarla. —Él no le habría
hecho eso—
—¡Vamos, Asher! Sé que eres inteligente. Piénsalo, ¿vale? Sé
que es tu amigo, pero te digo que algo no va bien—
Ella tenía razón. Sin había estado actuando de manera
extraña desde el incidente de Sirena con Manicomio. Se me
revolvían las tripas con las implicaciones de lo que podía
significar. No quería que fuera verdad.
Le daría una paliza de muerte si tenía algo que ver en todo
esto, porque esta mierda se había convertido en una bola de
nieve en la que Stitches había intentado suicidarse y
Church y yo casi perdemos la cabeza por todo esto.
Exhalando, abrí y cerré el mechero, con la pierna rebotando.
Cinco veces.
Respira.
Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Abrir...
—¿Qué está pasando?— preguntó Church, sentándose a mi
lado. —¿Y por qué estás en nuestra mesa?—
—Oh, por favor— Cady puso los ojos en blanco. —Vivimos
juntos. Yo también me sentaré aquí contigo, polla por
cerebro—
Church la miró con el ceño fruncido y se centró en mí.
—¿Qué pasa?—
Me aclaré la garganta. No iba a ponerle un micrófono en la
oreja con esto. Todavía no. Necesitaba averiguarlo antes de
empezar con la mierda. Le lancé una mirada de advertencia
a Cady.
Ella se echó hacia atrás en su asiento y me hizo una leve
inclinación de cabeza.
Gracias a Dios, lo entendió.
—Nada. Cady dijo que Manicomio le dejó ver a Sirena
anoche—
—¿En serio?— Church se sentó hacia delante. —¿Y?—
—Y nada. Aunque ella está realmente dentro. Lúcida. Ella-
ella habló—, murmuró Cady.
Yo también me incliné hacia adelante. Cady había dicho que
había gritado. No había dicho que también había hablado.
—¿Qué dijo?— preguntó Church, con las manos apretadas
sobre la mesa.
—Sólo una palabra que importa. Quédate. Dije que quería
irme. Ella dijo que me quedara. Así que supongo que eso
significa que ahora soy tu problema— Le lanzó a Church
una sonrisa forzada.
Resopló. —Y una mierda. Piérdete, Garras—
—Ya basta— Suspiré.
Sin se acercó con Stitches a su lado. Le lancé otra mirada a
Cady y ella me enarcó una ceja. Era tan imprevisible como
Church cuando estaba enfadado.
Los chicos se sentaron, y Stitches empujó el trozo de pizza
en su bandeja.
—¿Qué tal hoy?— le pregunté.
—Bien.— Me lanzó una rápida sonrisa que no le llegó a los
ojos.
—Sabes, no me gusta el sofá—, dijo Cady. —Deberían
dormir juntos— Miró a Sin. —¿No crees que sería bueno por
tu parte dejar que Stitches duerma en tu habitación para
que yo pueda tener una habitación?—
—No—, dijo Sin inmediatamente. —Nosotros llegamos
primero. Duerme fuera si no te gusta el sofá—
Ella le frunció el ceño. —Eres un cretino—
—Puedes quedarte con el ático—, dijo Church.
—Oh, mierda. Me había olvidado del ático— Miré a Sin, que
se encogió de hombros.
—¿El ático? ¿Está embrujado o algo así?— Cady frunció el
ceño.
—No, en realidad es muy bonito ahí arriba. Almacenamos
algunas cosas para las iniciaciones y demás allí arriba, pero
eso no será difícil de poner en el sótano. Es la puerta cerrada
a la derecha del pasillo—, dije. —Está terminado. No es un
lugar enorme, pero tendrías tu propio espacio—
—¿Y baño? ¿Tendré uno de esos?— Nos miró a cada uno.
—¿O están dispuestos a compartir para darme uno?—
—Podrías conseguir un dormitorio—, murmuró Stitches.
—Tienen algunos con baño si no eres un completo caso
perdido. O si se la chupas a Sully lo suficientemente bien—
—O una habitación con Sirena—, añadió Sin.
—Se aloja con Manicomio— Cady miró a Sin. —¿Te
acuerdas? Estuvimos allí ayer—
—Háblame de tu visita— Church se animó.
—Sí— Sin gruñó, dejando caer su hamburguesa en su plato.
—Está bien, ya que sé que ésa es tu siguiente pregunta—
Church asintió, con una expresión de alivio.
—¿Está bien? Define bien—, dijo Stitches.
—No lo sé. Se balanceaba como lo ha estado haciendo.
Ella... era Sirena. Sobre todo. Parece coherente— Sin apartó
toda su bandeja.
—Ella gritó cuando Sin se acercó demasiado a ella—,
susurró Cady.
Un músculo palpitó a lo largo de la mandíbula de Sin.
Maldita sea, Cady.
—Estoy seguro de que sólo tiene un poco de trastorno de
estrés postraumático—, dije, con la esperanza de calmar
cualquier duda porque conocía a Dante Church. La
expresión de su cara y la forma en que miraba fijamente a
Sin me hicieron saber que las ruedas giraban en su cabeza.
Necesitábamos pruebas de que Sin lo había jodido todo.
La enfermedad volvió a invadirme.
Por favor, Dios, no dejes que sea verdad.
—¿Rezando tan temprano, Valentine?— La voz de
Manicomio cortó mis pensamientos. Lo miré y dejé caer el
tenedor mientras Sirena se agarraba a su brazo por el
costado.
Me puse en pie al mismo tiempo que Church, y ambos
tropezamos prácticamente en el proceso.
—Tranquilo. Sólo estamos de paso. Te he oído rezar a Dios
y he pensado en aparecer— Manicomio me dedicó una
sonrisa.
Al menos supuse que estábamos tratando con Manicomio.
La versión de Seth era mucho más normal que la de
Manicomio.
O al menos eso parecía.
Pero mi cielo...
Mantenía la mirada fija en sus brillantes zapatos negros de
charol. Estaba perfecta con su uniforme. Tuve que hacer
todo lo posible para no cogerla, estrecharla contra mi pecho
y no soltarla.
—Hola, cielo—, dije suavemente. —Me alegro de verte
fuera—
Manicomio la miró y ladeó la cabeza. —Ella dice que es
bueno verte también—
—¿Qué?— Miré de Sirena a Manicomio.
—Es lo que ella dijo— Se encogió de hombros. —Además,
sigue disgustada y tiene preguntas—
—¿Qué preguntas?— preguntó Church, dando un paso
alrededor de la mesa. —Responderemos a todo lo que quiera
saber— Ni siquiera había pestañeado a Manicomio
hablando por ella como si estuviera dentro de su cabeza.
Mantuvo los ojos bajos mientras Manicomio la sujetaba con
más fuerza.
—Ahora mismo está incómoda. Hablaremos más tarde,
cuando no haya tantos vigilantes— Manicomio la cogió de
la mano e intentó apartarla.
—Espera—, gritó Church.
Manicomio se detuvo y se volvió hacia Church, con una
sonrisa en la cara.
—No te va a decir quién fue, Dante. Ha decidido guardar el
secreto un poco más. ¿No es dulce? Es así de leal. Ha
guardado mis secretos durante años. La buena noticia es
que no creo que tengas que esperar mucho... si juegas bien
tus cartas—
—Hijo de puta—, dijo Cady, poniéndose de pie y mirando a
Manicomio. Él le devolvió la sonrisa. No tenía tiempo para
lidiar con esta mierda. La necesitaba a ella. Mierda. La
necesitaba tanto que me estaba ahogando.
—Cielo—, dije, dando un paso tentativo hacia adelante.
—Por favor. Necesitamos saber quién ayudó a Seth esa
noche—
—Manicomio—, dijo él con fuerza. —Deja de llamarme Seth.
No nos gusta—
—Bien. Manicomio—, corregí. —¿Quién lo ayudó, nena?—
Me acerqué a ella, preguntándome si Manicomio me
detendría. Cuando no lo hizo, enrosqué mis dedos alrededor
de los suyos y aparté su mano del brazo de Manicomio.
—Por favor—, susurré, notando que Sin se había puesto
rígido en la mesa. El movimiento hizo que las náuseas se me
retorcieran con más fuerza en las tripas.
Dímelo.
Tracé las letras en la palma de su mano, aterrorizado por su
respuesta.
Su mirada se levantó y se clavó en la mía, haciendo que mi
corazón se llenara de nervios.
Frunció las cejas un instante antes de apretar mi mano
entre las suyas y retroceder hasta los brazos de Manicomio.
—Te lo dije—, murmuró Manicomio. —Es leal—
Asentí con fuerza y retrocedí.
Necesitaba tenerla a solas. Ese era mi plan. Si la conseguía
a solas, lo conseguiría de ella.
—Me gusta tu fuego, Ashes— Manicomio me guiñó un ojo.
—Nos vemos en Halloween—
Vi cómo se la llevaba.
Necesitaba que él la guiara. No se iba por voluntad propia.
Al menos eso me dije mientras él la empujaba hacia
adelante.
Ella no le había perdonado una mierda.
De hecho, todavía le tenía miedo.
Él lo sabía.
Pero ese cabrón sabía muchísimo más, y antes de que
acabara la semana, yo también tendría las respuestas.
50.
CHURCH

—Por el amor del puto cielo, Garras—, espeté, acercándome


a ella mientras clavaba un adorno de murciélago en lo alto
de la valla. —Son murciélagos, no putos gatos. Los
murciélagos vuelan. Los gatos se sientan— Arranqué el
adorno y se lo clavé en el pecho. —Cuélgalo. No lo sujetes
con alfileres—
—Vale, Susie puta ama de casa—, murmuró, frunciéndome
el ceño.
Me aparté de ella, pero no antes de verla sacarme la lengua.
Me llevó al límite de mi puta cordura.
Esta fiesta tenía que ser perfecta. Manicomio traía a mi
espectro. Tenía toda la intención de acercarme a ella esta
noche para... joder. ¿Cualquier cosa? ¿Todo? ¿Suplicarle
que me amara?
Me sacudí el pensamiento. Yo no era ese tipo de hombre,
pero ¿con ella? Me veía cayendo de rodillas y arrastrándome
hacia donde ella quisiera llevarme.
Completamente fuera de mi carácter.
A la mierda.
Ella lo valía.
Observé cómo Cady ahorcaba al murciélago con una cuerda
del árbol de nuestro patio trasero.
—¡Garras! ¡Los murciélagos se cuelgan, joder!— Le grité
mientras lo ahorcaba. —¿Nunca habías visto un puto
murciélago?—
Me hizo un gesto con el dedo. —¡Colgaré tu culo de este
árbol si no te callas de una puta vez!—
—Es por Sirena—, le respondí. —Hazlo bien, joder, o no lo
hagas—
Ella suspiró, bajó el murciélago y lo colgó boca abajo. Solté
un suspiro y asentí.
Por fin.
Miré a Ashes, que estaba preparando leña para una
hoguera. Le encantaba encender este fuego. Era la única vez
que le dejábamos acercarse a las llamas en el campus.
Pensamientos preocupados enmascaraban su rostro.
Sospechaba más que nunca de lo que Sin había estado
tramando, sobre todo después de oír de nuevo que Sirena
gritaba cuando él estaba cerca de ella y la forma en que su
rostro se torcía cuando las palabras salían a la luz.
No quería pensar que uno de mis mejores amigos había
hecho daño a la chica que todos amábamos, pero empezaba
a planteármelo de verdad.
Y me estaba enfadando.
Si a eso le añadimos que había estado desaparecido en
combate durante toda esta mierda, diría que estaba harto
de todo esto. Haría cualquier cosa por él, incluso le daría
una paliza para enderezarlo.
No estaba seguro de poder perdonarle si había tenido algo
que ver con Sirena, porque en el fondo nos afectaba a todos.
Había sacado a mi hermano de su puto closet por esta
mierda y le había rogado que volviera con nosotros.
No podía perdonar esta mierda.
Alguien lo pagaría.
Tal vez incluso con su vida.
Realmente esperaba que Sin no la hubiera cagado. Todo
empezaba a encajar. Su desaparición la noche anterior. Su
comportamiento retraído. La forma en que Sirena gritaba
cuando estaba cerca. Manicomio prometiendo tomar algo de
nosotros y devolver a Sirena.
Sí. La mierda no se veía bien para él.
Esta noche, obtendría mis respuestas. Tenía un plan.
Caminé hacia Ashes, y él se enderezó cuando me acerqué.
Stitches se levantó de su silla en el patio cuando le hice un
gesto y vino hacia nosotros.
—¿Qué pasa?—, preguntó Ashes.
Sin había desaparecido de nuevo, pero miré a mi alrededor
de todos modos para asegurarme de que estábamos solos.
Cady captó mi atención y se acercó. Normalmente, la
mandaría a la mierda, pero le hice un gesto con la cabeza
para que se uniera a nosotros.
—¿Reunión secreta de ardillas?—, preguntó, deteniéndose
al lado de Stitches.
Él la miró. Stitches no estaba tan familiarizado con ella
como nosotros. Estaba raro desde que había vuelto con
nosotros. Supuse que se debía al trauma de haber estado a
punto de morir y al hecho de que estaba en algún lugar de
su mente, luchando contra su bipolaridad.
Nunca habría estado así si alguien no hubiera jodido con mi
espectro.
—Quiero tener a Sirena a solas en la fiesta—, dije. —Quiero
que me diga quién ayudó a Manicomio aquella noche—
Ashes me miró con los ojos muy abiertos. —Manicomio no
la perderá de vista. Ya lo sabes—
—Por eso necesitamos un plan para tenerla a solas. Cady,
creo que eres perfecta para el trabajo—, continué.
Ella me sonrió. Era la primera sonrisa genuina que me
había dado. —Lo haré.—
La saludé con la cabeza. —Perfecto. Todo lo que tienes que
hacer es atraerla. Di que quieres bailar con ella o
simplemente hablar. Si Manicomio te dejó acercarte a ella
dos veces ahora, lo hará de nuevo—
—¿Y si no lo hace?— Ashes preguntó, mirando a su
alrededor en cada uno de nosotros en el círculo que
habíamos formado.
—Yo lo distraeré—, dijo Stitches en voz baja. —De todas
formas, tengo que hablar con él de algunas cosas—
Estudié a mi hermano un momento. Parecía enfermo del
estómago. Captó mi mirada y rápidamente se puso en pie.
La ira hervía en mi interior. Él no era así. Incluso en sus
peores momentos, siempre sonreía y bromeaba. Stitches
estaba sumido en una confusión interna, y no iba a
descansar hasta que alguien fuera castigado por ello.
—Creo que fue Sin—, murmuré, clavando los ojos en Ashes.
—Creo que fue él quien ayudó a Manicomio—
—Yo también lo creo—, Ashes estuvo de acuerdo en voz
baja, haciendo una mueca de dolor.
Miré a Cady. —No falles en alejarla esta noche, ¿de acuerdo?
Necesitamos esto. Es el cierre de una manera. Estaría bien
saber que el cabrón que la hirió no anda por el campus como
si nada. ¿Y si es Sin?— Exhalé, sintiéndome enfermo.
—Lo castigaremos—, terminó Ashes. —Nadie queda
impune. No por esto—
—¿Entonces por qué no castigamos también a
Manicomio?— Preguntó Cady.
—¿Quién sabe? Tal vez lo hagamos—, dije, vislumbrando a
Sin bajando por el camino de la casa desde la dirección del
cementerio. —Cuando tengas a Espectro, tráela al
cementerio. ¿Entendido? El viejo sauce. Te esperaré allí—
Cady asintió.
—La dejarás conmigo—, continué.
—Con nosotros—, corrigió Ashes. —Porque yo también
estaré allí—
Miré a Stitches. —¿Quieres estar allí?—
Se mordió el labio inferior un momento. —Sí... pero no. Creo
que es mejor si mantengo a Manicomio distraído—
Asentí. Estaba de acuerdo con eso.
—Sólo... dile que lo siento, ¿vale?—, dijo, con sus grandes
ojos oscuros vacilantes. —Ella sabrá a qué me refiero—
Quería que se abriera conmigo, pero sabía que no lo haría
hasta que estuviera preparado, así que accedí mientras Sin
salía al patio.
—Hola—, dijo, mirándonos.
—¿Dónde estuviste?— pregunté, separándome de todos.
—Fuera—, respondió sin perder el ritmo. —Fui a la ciudad—
Encendió un porro y fumó. Tenía un tipo en la ciudad que
le conseguía hierba siempre que la necesitábamos. Era
buena, así que no iba a reprochárselo.
Lo dejaría para más tarde si mis sospechas eran ciertas.
—Sabes, una vez que recuperemos a Espectro, aún nos
quedan dos incidencias que darle—, dije, apoyándome en la
barandilla del patio junto a él. Le cogí el porro e inhalé una
calada, saboreando el subidón. —¿Qué te parece? ¿Vas a
darle la que le debes?—
Estaba pescando. Con fuerza.
Soltó un suave resoplido. —No. He terminado con esa
mierda—
—¿Por qué?—
—Porque ya ha sufrido bastante. Deja que Stitches haga lo
que tenga que hacer. Yo estoy fuera—
Asentí. No se iba a quebrar. Eso estaba bien. Lo intentaría
de otra manera.
—Has estado distante desde que la hirieron. ¿Quieres
hablar de ello?—
Fumó un poco más mientras Stitches y Ashes ayudaban a
Cady con la decoración.
—Sí. Quiero hablar contigo, pero no puedo. Ahora no— Bajó
la cabeza. —Joder, hombre. Sólo... Joder. Es duro para mí—
—Bueno, estamos aquí cuando estés listo— Me aparté de la
barandilla. —Es mejor admitir tus defectos antes de que
alguien los descubra. Eso siempre acaba mal—
Asintió con fuerza, su nuez de Adán balanceándose. —Lo
sé.—
—Bien. No lo olvides— Lo dejé y volví a ayudar a preparar
todo para esta noche. Adoraba esta celebración todos los
años. Halloween era mi favorita, pero esta noche sería algo
diferente.
Esta noche sería sobre verdades y lo que pasa cuando no
las dices.
Envié una plegaria silenciosa a quienquiera que estuviera
escuchando para que no fuera Sin.
Pero si lo era, estaba preparado.
El castigo no era sólo para los de fuera.
Sin sufriría si confirmaba mis sospechas. Podía contar con
ello.
51.
STITCHES

Me até el nudo alrededor del cuello y dejé que colgara suelto


por mi pecho desnudo y tatuado mientras me miraba en el
espejo. Ni siquiera necesitaba maquillarme. Las ojeras ya
me hacían parecer un muerto.
El sueño se me escapaba. Lo único en lo que podía pensar
era en mi dulce ángel siendo follado delante de una
habitación llena de bastardos retorcidos y en cómo yo había
tenido algo que ver.
Nunca podría perdonarme haber sido tan jodidamente débil
cuando ella más me necesitaba.
No la había protegido como se merecía, y por eso tenía que
arrepentirme.
Una lágrima resbaló por mi mejilla y me la sequé
rápidamente. La música ya retumbaba a mi alrededor.
Hacíamos esta fiesta todos los años. Siempre nos dejaban.
Como si alguien fuera tan valiente como para decirnos que
no.
O al menos eso era lo que siempre había pensado.
Ahora, suponía que Church nos daba privilegios especiales
debido a nuestro padre y a que nadie quería enredarse con
Everett. Quién sabía. Estaba en el aire. Podría ser una forma
elaborada de que Everett clavara sus garras en Church.
Como darle rienda suelta para mostrarle cómo era el poder,
para que lo apreciara y se plegara a la voluntad de Everett
una vez que todo le fuera arrebatado.
Últimamente estaba paranoico.
No era difícil ver por qué cuando uno se convierte en jugador
de un juego de quién puede joder peor a quién.
Lo único que sabía era que, en cuanto tuviera la
oportunidad, le arrancaría la cabeza a Sully de los putos
hombros y le daría su polla a Everett... después de haberle
hecho ver cómo destrozaba a quienquiera que estuviera
detrás de ese espejo.
No iba a dejar que unos imbéciles enfermos anduvieran por
ahí con el recuerdo de mi ángel en la cabeza. No. Joder. No.
Sabía que no podía quedarme encerrado en mi habitación
toda la noche. Me imaginé que iría como lo que debería
haber sido. Yo con la soga al cuello y completamente
muerto. No estaba muy lejos. Yo estaba definitivamente
muerto por dentro ahora.
La idea de estar cara a cara con Ángel después de la mierda
que habíamos pasado me ponía enfermo. Mi mayor temor
era que ella me odiara por todo eso. Yo fui quien la desnudó.
El que la sostuvo allí. Yo tenía la culpa. Me odiaba a mí
mismo. Joder, me odiaba a mí mismo. La idea real de volver
a atar mi lazo a la barra de mi clóset se repetía en mi cabeza.
—¿Stitches? ¿Vienes?— Ashes entró en mi habitación con
uniforme de bombero. El pecho desnudo con la chaqueta y
los pantalones de bombero puestos.
Dejé escapar una suave carcajada. —Vas a hacer perder la
cordura a todas las perras que vengan esta noche—
Me ofreció una sonrisa tímida. —La única chica que me
importa es Sirena. Las demás se pueden ir al infierno por lo
que me importa—
—Bueno, te ves bien. Le encantará—
—Eso espero. Aunque me siento un poco tonto. Como si
fuera una trampa para sedientos o algo así—
—O como si fueras un extra de Magic Mike. Lo cual no es
malo— Intenté esbozar una sonrisa.
Dejó escapar una risita antes de negar con la cabeza. —No
hace falta que finjas conmigo, Malachi. Sé que lo estás
pasando mal—
Tragué saliva. —Lo hago, pero lo superaré. Siempre lo
hago—
—¿Me prometes que estás bien? Me preocupo por ti—
—Estoy bien. O lo estaré. Sólo necesito algo de tiempo. Eso
es todo—
—Pero prométeme que hablarás conmigo cuando lo
necesites, ¿vale?—
Asentí. —Prometido.—
—¿Y todo esto de Sin?— Hizo una mueca.
Me lamí los labios, las implicaciones me oprimían el
corazón. —Realmente espero que él no haya hecho esto—
—Tenía toda la motivación del mundo—, murmuró Ashes.
La tenía. Lo sabía. Había pasado por un infierno con
Isabella. Yo sabía cómo era. Se había cerrado en banda y
había decidido que no valía una mierda y se negaba a creer
lo contrario. Eso podría haber sido toda la motivación que
había necesitado.
Joder, por favor. Por favor, que no sea Sin quien hizo esto.
—Lo sé—, dije. —Pero realmente espero que sea inocente...
me destrozaría si no lo fuera.—
—Yo también— Ashes suspiró.
Nos quedamos callados un momento antes de que Ashes
hablara.
—Vamos a intentar pasarlo bien, ¿vale? A la mierda el resto
por ahora. Nos merecemos un poco de alivio—
—¿Nos lo merecemos?— Mi mente volvió a pensar en mi
pobre ángel sufriendo antes de dispararse a lo que nos
depararía la noche si Sin la había cagado.
—Lo merecemos, Malachi. Sabes que sí—
—Church va a odiar mi disfraz,— dije, señalando la soga
alrededor de mi cuello.
—Bien. Lo distraerá de otras cosas—
—Supongo que eso es bueno, ¿eh? Quiero decir, aquí es
donde me cuelgo un rato. Podría reírse—
—Me estás matando. Vamos— Volvió a sonreír y me indicó
con la cabeza que le siguiera. Lo hice, la música subía de
volumen a medida que entrábamos en el salón y salíamos al
patio.
El patio estaba lleno de gente disfrazada, bailando y
divirtiéndose. Ashes tenía la hoguera encendida. Las llamas
se reflejaban en sus ojos mientras sonreía.
Le di una palmada en el hombro, giró la cabeza y me sonrió.
—El lazo es demasiado—, murmuró Church agriamente,
deteniéndose frente a mí.
—Bueno, Padre Church, yo diría que usted no se queda muy
atrás—, dije, fijándome en el traje de sacerdote que llevaba.
—Pensé que era un buen traje para tratar con pecadores—
Miró hacia el mar de estudiantes. Sin estaba de pie a un
lado, con las manos en los bolsillos. No estaba disfrazado.
Nunca lo hacía para estas fiestas. Siempre enfadaba a
Church, pero no era algo que nos cambiáramos nunca, así
que era una cuestión discutible.
—¿Has visto ya a Sirena?— preguntó Cady, que se unió a
nosotros con un disfraz de gata negra.
No pasé mucho tiempo con ella o cerca de ella, pero ella era
definitivamente todo lo contrario de mi ángel. Sin embargo,
no odiaba a Cady. Era molesta, pero sabía que se
preocupaba por nuestra chica, así que toleraría su mierda.
—No.— Church miró hacia el patio trasero lleno de gente.
—Todavía no.—
—Voy a poner más leña en el fuego. Tal vez un neumático o
a Danny Linley. Está disfrazado de polla. Eso cuenta como
leña, ¿verdad?— Ashes entrecerró los ojos en dirección a
Danny mientras se balanceaba dentro de una verga
hinchable gigante.
Solté una carcajada genuina que iluminó los ojos de Ashes.
Me sentí bien.
No me gustaba y sabía que no me lo merecía después de lo
que le había hecho a mi ángel.
Tragué saliva rápidamente y me quedé callado, observando
cómo Ashes se acercaba al fuego y empezaba a echarle más
leña.
Church encendió un porro y fumó durante un minuto antes
de ofrecérselo a Cady. Ella se lo cogió e inhaló una calada
antes de tendérmelo. Vacilante, lo cogí antes de darle una
calada profunda. Quería estar lúcido esta noche por si la
cosa se ponía fea.
—Están aquí—, dijo Church.
Seguí su mirada y vi a Manicomio entrar en el patio vestido
de pirata con mi ángel del brazo y una tiara en la cabeza.
Ella es una princesa.
Su vestido rosa se desdibujó a su alrededor, los destellos se
reflejaron en la luz de las llamas de Ashes y su pelo negro le
caía hasta la cintura en ondas salvajes.
Vi cómo Ashes dejaba de echar leña al fuego y la miraba con
los labios entreabiertos.
Era impresionante.
—Se ve hermosa—, murmuró Cady.
—Es hermosa—, la corrigió Church en voz baja.
Cady apartó la mirada de Sirena, miró a Church y sonrió de
verdad.
Mejor que ella le arrancara la cara a arañazos, cosa que no
me extrañaría de ella.
—¿Quieres que vaya a hablar con Manicomio?— le
pregunté.
—No.— Church negó con la cabeza. —Dales tiempo para que
se instalen—
Asentí.
Bien. Me daba tiempo para asentarme.
Lo necesitaba.
La vigilé toda la noche.
Permaneció junto a Manicomio y no se apartó ni una sola
vez. Mientras estaba cerca de él, podía ver que no estaba
realmente allí. Sus ojos no dejaban de mirar a su alrededor
como si estuviera buscando a alguien.
Church y Ashes también la observaban.
Y Sin... Lo pillé mirándola a hurtadillas desde su lugar
contra la barandilla del patio.
—Hola—, dijo Melanie, acercándose a mí con un disfraz de
enfermera sexy. —Te he estado echando de menos—
Me quedé callado cuando me cogió la mano.
Me aparté bruscamente de su contacto y di un paso atrás.
—Podemos subir. Quería darte un regalo de bienvenida—,
dijo, acortando la distancia entre nosotras.
—No me interesa.—
—¿Por qué?— Sacó el labio inferior. —¿No quieres que te la
chupe? Sabes que soy buena para eso—
Antes de que pudiera responder, Melanie fue empujada
bruscamente a un lado. Dejó escapar un grito mientras
tropezaba con sus tacones altos.
—Retrocede, perra—, gruñó Cady. —Está tomado—
Esperaba que Melanie rebotara de inmediato y atacara. En
lugar de eso, hizo una mueca de desprecio y le hizo un gesto
con el dedo a Cady antes de darse la vuelta y marcharse.
—¿Cómo diablos...?— murmuré.
—Puedo distinguir a una perra a una milla de distancia, y
esa chica, es una delirante. No voy a dejar que mi hermana
se enfrente a eso. La próxima vez, y esperemos que no haya
ninguna, paras a esa mierda antes de que te toque.
¿Entendido, amigo?— Me clavó el dedo en el pecho desnudo.
—O te colgaré con la corbata—
Asentí con la cabeza, sintiendo un gran respeto por ella. Yo
no era el tipo de persona que se reprimía cuando la gente
me jodía, pero con Cady, yo estaba bien con ella.
Eso decía mucho.
—Ahora—, dijo Church mientras se acercaba a nosotros.
—Manicomio fumó un poco de hierba y se tomó unas copas.
Garras, ya sabes qué hacer—
Asintió y se alejó de nosotros. Vi cómo se acercaba a
Manicomio y Sirena en la hoguera y se dirigía a Manicomio.
Él la saludó con la cabeza mientras ella hablaba.
—¿Crees que la dejará?— murmuré.
—Espéralo...— Dijo Church.
Cady cogió a Sirena de la mano y la alejó del Manicomio
para subir las escaleras del patio y entrar en la casa. Saldría
por la puerta principal y tomaría el camino del cementerio
desde ese ángulo.
—Te toca—, dijo Church. —Que te diviertas. Ten cuidado,
Malachi. Pase lo que pase. ¿Entendido?—
Asentí, mirándole fijamente a los ojos. —Lo haré. No te
preocupes—
—Pues yo estoy preocupado. Por favor—, susurró.
—Dante, estaré bien. Te lo prometo. Este lazo es sólo para
aparentar—
Me ofreció una sonrisa triste antes de que no pudiera
soportar la decepción que acechaba en el fondo de sus ojos
verdes.
Todo esto era una mierda. Lo odiaba.
Alguien lo iba a pagar caro. No es que pudiera culpar a nadie
de mis propios desórdenes, pero seguro que estaría bien
clavarle el culo a alguien por joder a mi ángel y hacerla pasar
por un infierno.
Los ángeles nunca deberían pasar por el infierno. El infierno
fue hecho para demonios como nosotros. No para lindos
angelitos.
Me acerqué a Manicomio mientras se asomaba al oscuro
bosque más allá de la hoguera. Ashes me había saludado
con un apretado movimiento de cabeza antes de irse con
Church. Sin estaba en el borde de la fiesta hablando con
Bryce, lo que me pareció extraño, pero no tuve tiempo de
pensar en ello. Bryce probablemente sólo estaba
preguntando por una actualización sobre Ángel, ya que no
se había acercado a ella desde su liberación, que yo hubiera
visto. No era una sorpresa. Con Manicomio vigilándola como
un maldito sabueso infernal, era casi imposible acercarse a
ella.
—Hola—, dije, acercándome a Manicomio.
No me miró. —Bienvenido.—
Me aclaré la garganta. —¿Podemos hablar?—
—¿Necesitas matar el tiempo?— Se giró y me miró con el
ceño fruncido.
—Sólo quería hablar de lo que pasó en el centro...—
—Ella está bien. Se encuentra bien. Me tiene un poco de
miedo, pero me lo esperaba dada nuestra... historia—
—¿Aquella en la que la lastimaste? ¿La pala?— No estaba
seguro de por qué necesitaba oírselo decir, pero lo hice.
—Bingo.— Me guiñó un ojo.
Tranquilicé mi respiración. La había herido. Intentó
matarla.
—Y sin embargo, estoy todo sobre ella y quiero salvarla.
Extraño mundo, ¿verdad, Malachi?—
—Sal de mi cabeza.—
—Que tal si nos ahorro tiempo a los dos. Crees que te odia
por lo que le hiciste allí. No te odia. Sirena no es esa clase
de alma. Ella se preocupa por ustedes imbéciles de la misma
manera que se preocupa por mí. O se preocupará por mí
una vez que me arrastre lo suficiente para ella.—
—No entres en su puta vida si no puedes mejorarla, Seth—
dije, con la garganta apretada. —Ella no necesita más
mierda con la que lidiar—
—Le aporto lo que necesita—, respondió. —Y yo soy
Manicomio. No Seth. Deja de llamarme así. ¿Cómo puedes
no notar la diferencia a estas alturas? ¿Acaso sueno como
él? Quiero decir, vamos. Incluso Sirena es capaz de
distinguirnos—
—Lo siento, puto soplapollas. ¿Qué debería buscar en ti
para notar la diferencia? Los dos tienen personalidades de
mierda—
Dejó escapar una carcajada. —En eso tienes razón.
Realmente la tenemos, ¿no?—
Suspiré. Las conversaciones con él me agotaban.
—Ella está bien. Sirena. Lo está sobrellevando. La estoy
ayudando. Cada vez se siente más cómoda conmigo. Eso era
parte del plan. La tengo intrigada, y Dios sabe que adora a
Seth, y no lo dejará ir ahora que sabe que no fue él quien la
lastimó. Así que me siento confiado sobre nuestra relación
en este punto. En cuanto a los vigilantes, ella también se
preocupa por ustedes—
—Todavía estás allí. Con Seth. Parte de él o él es parte de
ti—, dije. —¿Cómo sabremos que está a salvo? ¿Que no lo
volverás a hacer?—
Se encogió de hombros. —Supongo que tendrás que tener
un poco de fe en que las cosas no son siempre lo que
parecen, ¿eh, Malachi?—
Joder, era una pesadilla hablar con él. Hablaba en acertijos
y círculos. Me daban ganas de sumergir la cabeza en agua
fría y gritar.
Me sonrió con complicidad. Añádele el hecho de que parecía
estar metido en mi cabeza... joder.
—Los quiero muertos. A todos ellos. Everett, Sully, los
hombres detrás del espejo. Los malditos camilleros y
guardias. Las enfermeras. Todo aquel que tenga algo que ver
con esas instalaciones va a morir— De repente se puso serio
y ladeó la cabeza antes de mirar a su izquierda. Soltó un
bufido y murmuró algo que no pude oír.
—Yo también los quiero muertos—, dije, ignorando todo lo
raro que resultaba interactuar con él. —Me siento
responsable. ¿Cuándo lo haremos?—
Volvió a centrar su atención en mí, con la cabeza ladeada.
—Me gusta tu lazo—
Tragué grueso. —Gracias.—
—Deberíamos colgar al menos a uno, ¿no crees?—
—Los colgaré a todos—, dije.
Sonrió. —Esperaremos nuestro momento. Dante necesita
ser más fuerte. Tú tienes que ser más fuerte. Sin necesita
volver a ustedes completamente curado y Ashes... bueno, él
es el único que está listo. No podemos ir a medias. Todo
llegará a ser como debe ser con el tiempo. Durante ese
tiempo, te sugiero que lo pases haciendo lo que más
deseas—
—¿Qué es eso?—
—Amar a mi niña para siempre. Ella necesita todo el amor
del mundo en este momento. Ella está dañada, y me
entristece decir que tuve algo que ver en ello, pero no me
arrepiento. Nos trajo a este preciso momento donde todo
está cayendo en su lugar. Como debe ser—
—¿Cómo lo sabes todo?— pregunté. —¿Cómo puedes estar
tan seguro?—
—Todo el mundo tiene un don. Algunos son habladores.
Otros son hacedores. ¿Nosotros? Somos videntes.
Invasores. Los monstruos que no quieren que conozcas. Nos
escabullimos entre las sombras. Escuchamos. Observamos.
Esperamos. Sabemos... pero no siempre fue así. Es algo en
lo que nos convertimos poco a poco—
—Y ahora vas a salvar el mundo—, dije, estudiándole.
Me sonrió. —Malachi. ¿Quién ha hablado de salvarlo?
Estamos aquí para destruir su puto mundo antes de
gobernarlo. No necesitamos un reino de ceniza. Seguimos
necesitando cuerpos bajo los que apoyarnos. ¿Qué es un
reino sin algunos cuerpos? No nos verán venir. ¿Imaginas
ser uno de los cuerpos que pisan y luego alzarte para tomar
el poder? Será glorioso—
—De verdad—, murmuré mientras él echaba la cabeza hacia
atrás y se carcajeaba.
Algo sobre destruir el mundo de los monstruos me hizo algo.
Vi como Manicomio bailaba en círculo, con la cabeza hacia
atrás y los ojos en el cielo nocturno.
A la mierda.
Yo bailaba con él.
52.
SIRENA

—He estado tan preocupada por ti, Rina. Quiero que vuelvas
a casa—, dijo Cady mientras caminábamos por el sendero
oscuro. Mi vestido rosa me envolvía. Seth había hecho que
me lo entregaran, y Manicomio me había colocado la corona
sobre la cabeza con una oscura sonrisa.
Su tacto me hacía temblar a veces, sobre todo cuando sus
ojos azules se oscurecían y hablaba con las voces. Sin
embargo, no me había hecho daño. Empezaba a relajarme
un poco con él. Era enérgico y rudo, pero sus palabras
solían calmar los dolores que provocaba, y siempre se
retiraba antes de hacer algo malo.
Como empujar dentro de mi cuerpo. Temblaba cuando me
tocaba antes de respirar hondo y abrazarme.
Cada vez me asustaba, pero me estaba acostumbrando a
sus arrebatos.
Me había mordido antes de irnos esta noche.
En mi hombro mientras frotaba su verga contra mi culo.
Aún me dolía el hombro y había sangrado, pero me lo había
lamido mientras murmuraba que yo era su niña para
siempre. Su luciérnaga.
Y yo lo había aceptado porque estaba igual de rota y jodida
de la cabeza al parecer.
—Pero no nuestro hogar. No creo que sea seguro para
nosotras allí. Mamá y Jerry han estado peleando desde que
te fuiste. Mamá puede defenderse y yo también, pero tú
necesitas ayuda. La idea de que ese cabrón te toque me hace
querer prenderle fuego a su coche otra vez—
Manicomio dijo que ella le había hecho eso a Jerry.
Yo estaba orgullosa de ella, pero también quería regañarla
por ser tan imprudente.
Sin embargo, la había traído a mí, así que no podía
preocuparme mucho por eso.
Cady siempre luchaba para salir de todo y salía sonriendo.
Esta era sólo otra de esas cosas para ella.
Llegamos al borde del cementerio.
Me estremecí, recordando lo que me había pasado la última
vez que había estado aquí con alguien.
Cady tomó mi mano entre las suyas y tiró de mí hacia
adelante a través de las piedras mientras yo trataba de
mantener mi respiración uniforme.
—Te quiero, Rina. Te quiero mucho. Haría cualquier cosa
por ti—, susurró, deteniéndonos bajo el sauce. Me apretó la
mano mientras dos tipos salían de la oscuridad.
Church y Ashes.
—Hola, espectro—, dijo Church en voz baja cuando se
detuvo frente a mí y sus ojos verdes me absorbieron.
Nos miramos fijamente por un momento, mi cuerpo
consciente de que Ashes se había movido detrás de mí
mientras me intercalaban entre ellos.
—Déjanos—, murmuró Church a Cady.
—No...— Cady comenzó.
—Garras, ¿quieres que obtengamos una respuesta o no?—
preguntó Church, sin apartar los ojos de los míos.
Cady me soltó la mano. —Si le haces daño...—
—A ella le gusta mi marca de dolor—, susurró Church, con
voz temblorosa, mientras extendía la mano y me acariciaba
el labio inferior. —¿No es así, espectro?—
No dije nada mientras sentía un hormigueo en el cuerpo.
—Vuelve a la fiesta y comprueba cómo está Stitches—, dijo
Ashes con suavidad.
Cady retrocedió antes de desaparecer en la oscuridad.
—Ah, ahora estamos solos—, dijo Church mientras Ashes
me echaba el pelo por encima del hombro, dejando al
descubierto la hendidura del vestido que mostraba mi
espalda desnuda. Sus cálidos labios sobre mi piel me
hicieron jadear.
—Queremos hablar contigo—, continuó Church,
acunándome la cara. —Queremos que nos des respuestas—
Me tembló el labio inferior cuando se inclinó hacia mí y me
acercó los labios a la oreja.
—Jugaremos sucio si es necesario—
Tragué saliva, con la respiración entrecortada.
—Me gusta tu vestido—, dijo Ashes en voz baja. —Estás
preciosa esta noche, cielo—
Cerré los ojos cuando sus dedos bajaron la cremallera de la
espalda de mi vestido. El vestido se soltó inmediatamente de
mi cuerpo mientras unas manos cálidas lo empujaban hacia
abajo hasta dejarlo en un charco a mis pies.
El aire frío me puso la piel de gallina. Unos labios cálidos se
encontraron con mi hombro. Unas manos fuertes me
sujetaron por la cintura.
Ashes.
Abrí los ojos y encontré a Church mirándome mientras
Ashes seguía besándome a lo largo del hombro. Llegó a la
marca que Manicomio había dejado en mí y dejó escapar un
gruñido antes de apretar los labios contra ella y besarla con
ternura.
—Te gusta cuando te tocamos, ¿verdad, espectro?— Church
me pasó los nudillos por la mandíbula antes de rodearme la
nuca con la mano. Un suave jadeo salió de mi boca cuando
aplastó sus labios contra los míos.
Era un baile viejo y peligroso del que conocía los pasos.
Separé los labios para él, las mariposas se agolparon en mis
entrañas cuando su lengua luchó contra la mía, su beso
profundo y desgarrador.
Apretó mi cuerpo contra el de Ashes, cuyas manos y labios
siguieron calentando mi piel.
Church me mordió como le gustaba a Manicomio. Apoyé las
manos en el pecho de Church mientras el sabor cobrizo de
la sangre manchaba mis papilas gustativas.
Un gruñido se escapó de sus labios mientras me acercaba a
él y Ashes lo seguía.
El sujetador se me deslizó por los brazos mientras Ashes
desabrochaba el cierre.
No sabía qué demonios estaba haciendo.
Me invadía una gran confusión. Tenía preguntas.
Necesitaba parar. Empujé contra el pecho de Church, pero
él profundizó el beso.
Ashes me cogió las manos con las suyas y me las sujetó a la
espalda después de apartarme el sujetador.
Church se arrodilló, me levantó los pies y me apartó el
vestido antes de darme un tirón de las bragas de seda. Mi
cuerpo se sacudió cuando las arrancó de mi cuerpo y las
dejó caer al suelo, exponiéndome por completo.
Ashes me agarró las manos y Church me subió las piernas
a los hombros.
Tragué saliva, sabiendo lo que venía a continuación.
Para mí.
Church enterró la cara entre mis piernas y comió, con las
manos apretadas alrededor de la parte superior de mis
muslos mientras Ashes me sujetaba contra su pecho, con
los brazos dolorosamente inmovilizados.
Oh, Dios. Oh, Dios mío.
El placer de la lengua de Church me hizo poner los ojos en
blanco.
Sabía que no debía hacer esto antes de tener respuestas de
ellos. Su confirmación de que no habían participado en lo
que Sin me había hecho. Que no iban a follarme y dejarme
sola en el cementerio. Que... Estaba a salvo con ellos. Que
me protegerían de los monstruos que querían hacerme
daño.
La mano de Church se deslizó desde mi muslo y sus dedos
palparon mi coño. Empujó el interior con un dedo antes de
añadir otro, y su boca hizo que mi clítoris palpitara con una
liberación inminente.
Mi respiración se aceleró mientras Ashes me besaba en el
cuello.
—Eres una buena chica, cielo. Muy buena. ¿Te gusta
cuando Church hace esto?—, me susurró al oído, con la
respiración agitada. Podía sentir su polla dura contra mis
manos inmovilizadas.
Froté mi mano contra su longitud, haciéndolo gemir
suavemente.
—Tienes un secreto que queremos saber—, continuó Ashes
en mi oído.
Church me mordisqueó el clítoris, haciéndome rechinar los
dientes. Le gustaba hacer que me doliera antes de
arrancarme el placer del cuerpo.
—¿Puedes contarme tu secreto, cielo? Por favor. Queremos
corregir los errores y traerte a casa con nosotros— El cálido
aliento de Ashes me hizo cosquillas en la oreja mientras mi
pecho se agitaba.
Iba a venirme muy fuerte.
Church frenó su lengua y lamió perezosamente mi calor, ya
sin sus dedos.
No. No. Por favor. No pares. Por favor. Lo necesito.
—Dime—, murmuró Ashes, mordiéndome el lóbulo de la
oreja. —Dime lo que quiero saber, y Church te dejará venirte
en su boca, nena. Quieres eso, ¿verdad? ¿Llenar su boca
con tu placer?—
Me estremecí cuando el placer que Church había estado a
punto de provocarme se desvaneció lentamente,
haciéndome doler de deseo.
No sabía qué me había pasado, pero necesitaba más.
Los necesitaba a ellos.
Ashes me soltó las manos y se movió para acunarme los
pechos, con la espalda pegada a su pecho y las piernas
sobre los hombros de Church, mientras lamía
lánguidamente mi dolorido coño.
Cerré los ojos mientras Ashes me acariciaba los pezones con
los dedos.
—Dime—, susurró. —Quiero ver cómo te vienes por
nosotros—
Este Ashes era salvaje. Exigente. Intoxicante.
Yo no era yo misma. No era esta chica.
Me moví, tratando de acercar mi coño a la boca de Church,
que me miraba fijamente desde entre mis piernas, sin que
su lento ritmo decayera en ningún momento.
Por favor. Dios, ¡POR FAVOR!
—Susúrralo en la noche—, dijo Ashes, amasando mis
pechos. —Escríbelo en la palma de mi mano. Ven a casa con
nosotros, cariño. Por favor. Te extraño jodidamente tanto—
Me contoneé, un débil intento de obtener más de Church.
Me mordió el interior del muslo, haciendo que mi cuerpo se
tensara, antes de volver a sus lánguidos lametones.
Ashes volvió a hacerme rodar los pezones, provocándome
una descarga de placer entre las piernas.
Church aceleró el ritmo, haciendo que mi pecho se agitara
mientras me comía una vez más. Mi respiración se volvió
agitada mientras me burlaba de mi inminente liberación.
Mientras me pellizcaba los pezones y me masajeaba los
pechos, sus labios me susurraban al oído. Suplicándome
que se lo dijera.
Estaba a punto de explotar.
Entonces Church se detuvo de nuevo, haciéndome gemir
silenciosamente en mi mente.
—Podemos hacerlo toda la noche—, dijo Church entre mis
piernas.
Cerré los párpados con fuerza, frustrada de que se burlaran
así de mi cuerpo. Una lágrima se abrió paso hasta mi
mejilla.
—No llores. No llores. No llores—, balbuceó Ashes, dándome
un apretón en los pechos. —Eres una chica tan buena. Lo
estás haciendo muy bien, cielo. Te sentirás mucho mejor
cuando nos lo cuentes. Haremos que te sientas jodidamente
bien. Te lo prometo. Sólo danos un nombre—
Estaba a punto de gritarlo.
Dios, lo estaba.
Church me comió de nuevo, una vez más trayendo el placer
sólo para arrancarlo de mí antes de que pudiera chocar a su
alrededor.
Me estaban torturando.
No podía hacer esto toda la noche.
Una vez más.
Dios, por favor.
Lánguidos lametones.
Besos.
Susurros.
Elogios.
De nuevo.
Parar.
De nuevo.
Parar.
De nuevo.
Parar.
De nuevo...
—¿Quién ayudó a Manicomio?— preguntó Ashes mientras
Church me metía un dedo en el trasero, su lengua me
azotaba el clítoris, la piel de gallina me recorría el cuerpo
mientras volvía a subirme.
—Dímelo, bonita, para que puedas venirte en la boca de
Church. Para que yo pueda hacer que te vengas después—
Dios, por favor. Era la tortura más dulce.
Church volvió a ralentizar el ritmo.
Dejé escapar un gemido frustrado.
—Dime, nena. Dime quién lo hizo. Te prometo que podrás
venirte tantas veces como quieras una vez que lo digas. Nos
ocuparemos de esa persona. No mataremos a nadie. Sólo les
haremos un poco de daño—
Church volvió a pasar su lengua por mi clítoris hinchado.
Mi cuerpo se estremeció.
—No tienes que ser tan buena chica—, murmuró Ashes en
mi oído. —Puedes ser nuestra chica mala sólo por esta
noche. Dime quién ayudó a Manicomio. Una vez que lo
hagas, nos enterraremos tan profundamente dentro de ti,
que verás a Dios, nena. Te lo prometo—
Este Ashes estaba desquiciado y era tan sexy y volátil.
Me asustaba, pero me hacía desearlo aún más.
Lo deseaba.
Los deseaba a los dos.
Y ahora.
Dios, por favor. ¿Qué me está pasando?
Church volvió a torturarme el coño con su lengua experta y
sus dedos, y el placer volvió a aumentar.
—Quiere que le llenes la boca con tu jugo, cielo. No puede
hasta que me digas lo que quiero saber—, dijo Ashes,
besándome a lo largo de la mandíbula mientras apoyaba la
cabeza en su hombro y sus manos volvían a tocarme los
pechos.
Se me cortó la respiración cuando su mano bajó lentamente
por mi cuerpo y volvió a subir.
—Dímelo. Por favor, nena. Yo también quiero que te vengas.
Con Church. ¿No te gustaría?—
Jadeé ante sus palabras, desesperada por experimentarlo
con Church.
—Tú también perteneces a los vigilantes. No sólo a
Manicomio y a Seth. Podemos llevarte ante Dios, cariño.
Podemos protegerte de todos los monstruos del mundo—
Una lágrima serpenteó por mi mejilla.
Quería protección.
—También podemos amarte para siempre si nos dejas—,
murmuró Ashes, girando mi cabeza hacia él mientras
Church volvía a trabajar sobre mi clítoris.
Los labios de Ashes aplastaron los míos mientras Church
me follaba con la lengua.
No podía hacerlo.
Era una buena chica, pero quería ser mala sólo por esta vez.
Quería ser libre.
Con la boca de Ashes aún en la mía, le agarré la mano y
tracé las letras en su palma.
Sin.
Rodeó la mía con su mano y un gruñido se escapó de sus
labios.
Church no se detuvo esta vez.
Pasó la lengua tan rápido que creí que me iba a desmayar
de placer. Me vine tan fuerte en su boca que vi las estrellas
mientras hundía los dedos en su pelo y me empujaba contra
su cara, con la mano de Ashes alrededor de mi cuello
mientras mi cuerpo se arqueaba.
—Eso es. Sigue viniéndote, cielo. Eso es. Buena chica. Tan
jodidamente buena. Las chicas buenas son recompensadas
con nosotros. Llénale la boca a Church. Quiero verlo gotear
de sus labios. Quiero que nunca vuelva a tener sed— La
mano de Ashes me apretó la garganta mientras mi cuerpo
temblaba.
Nunca me había venido tan fuerte en toda mi vida.
Mi cuerpo se sintió como un tazón de gelatina cuando
terminó mi liberación. Church me lamió el coño una vez más
antes de volver a ponerme en pie.
Pasó un momento entre él y Ashes cuando Ashes le hizo un
gesto con la cabeza.
Una mirada dura cruzó el rostro de Church antes de centrar
su atención en mí y acunarme la mejilla.
—Lo has hecho bien, espectro. Ahora te recompensaremos
aún más— Rozó sus labios con los míos antes de apartarse.
Había estado tan absorta que no me había dado cuenta de
que estábamos sobre la tumba de alguien.
Ashes me empujó hacia delante, contra la alta lápida, y la
mano de Church me presionó el centro de la espalda,
obligándome a inclinarme sobre él.
Iban a follarme aquí.
Inspiré, odiando haber cedido como lo había hecho, pero
desesperada por sentirlos dentro de mí. Quería olvidar lo
que me había pasado en el centro. Quería que se llevaran
ese recuerdo y me ayudaran a meterlo en una caja que
nunca abriría.
Yo no era así.
O no había sido.
Church empujó mi cuerpo, sus manos me agarraron las
caderas con dolor mientras dejaba escapar un gemido
detrás de mí.
—Joder, qué apretada. Qué bueno, joder—, ahogó,
golpeándome.
Ashes enredó los dedos en mi pelo y me pasó la polla por los
labios.
—¿Por favor?—, preguntó en voz baja mientras Church me
empujaba contra la lápida.
Separé los labios y él empujó entre ellos, mi nombre salió de
sus labios mientras me enterraba la verga hasta el fondo de
la garganta, con los dedos enredados en mi pelo.
Y entonces me follaron por los dos extremos, ninguno de los
dos tuvo un ápice de piedad con mi cuerpo mientras
entraban y salían de mí.
Miré a Ashes y vi que tenía los labios entreabiertos y los
abdominales apretados mientras me penetraba la boca una
y otra vez.
—Joder, nena. Lo estás haciendo muy bien. Extrañaba tu
boca—, ronroneó. —¿Vas a tragar para mí?—
Church se abalanzó sobre mí más deprisa mientras yo me
destrozaba a su alrededor, el placer era tal que las lágrimas
corrían por mis mejillas.
—Joder, qué preciosidad—, ahogó Ashes. Me agarró el pelo
con fuerza y me folló la boca, golpeándome la garganta con
cada embestida. Yo tosía y me ahogaba, pero él seguía, y
sus gemidos llenaban la noche.
Church se descargó dentro de mí, con un gemido tan feroz
que me recorrió la espalda. Sus manos en mis caderas me
dolían y sabía que por la mañana tendría moratones.
—Joder. Joder. Joder—, ahogó Ashes. —Cielo. Joder—
Se vino con un gemido bajo, su verga retorciéndose contra
mi lengua. Con cada sacudida de su verga, su descarga
entraba a chorros en mi boca.
—Traga. Joder. Déjame ver—, dijo sacando su polla de mi
boca.
Tragué hasta el fondo y abrí la boca para mostrarle que lo
había hecho. Atrapó mis labios con los suyos, su lengua
barrió el interior mientras Church me daba palmadas en el
culo y empujaba lentamente dentro y fuera de mí.
Me volví a correr, y Ashes se comió mi suave grito para que
fuera silencioso.
Church se separó de mí y me ayudó a ponerme de pie. Nadie
dijo nada mientras volvían a vestirme con cuidado y me
colocaban la tiara en la cabeza.
—Eres hermosa—, me susurró Ashes al oído antes de
tomarme la mano entre las suyas. Church entrelazó su otra
mano con la mía y me llevaron de vuelta al sendero.
No hacía falta ser un genio para saber que estaban
enfadados, y que Sin iba a pagar.
Temía por todos ellos y ahora lamentaba haberles dicho
algo.
Llegamos al linde del bosque, con el grupo a la vista, y
Church nos detuvo y se volvió hacia mí.
—Lo has hecho bien, espectro—, murmuró, arreglándome el
pelo de nuevo. —Vuelve a la fiesta. Vuelve a Manicomio. Nos
veremos pronto, ¿vale?—
Rodeé sus manos con las mías mientras él las apartaba de
mi cara.
—Todo saldrá bien—, dijo, sus ojos brillando bajo la luz de
la luna.
Lágrimas.
Estaba herido.
El arrepentimiento me inundó como un maremoto,
haciéndome jadear en busca de aire.
—No llores—, continuó en voz baja. —Este error será
reparado esta noche. Haz lo que te he dicho. Te veré pronto.
Te lo prometo— Rozó sus labios con los míos y se alejó de
mí.
—Todo saldrá bien—, dijo Ashes mientras Church sacaba
su teléfono y enviaba un mensaje.
Le cogí la mano y le escribí una palabra en la palma.
Miedo.
—Yo también—, murmuró Ashes. —Pero no pasa nada.
Todo saldrá bien—
No le hagan daño.
Garabateé las palabras sobre su palma rápidamente.
Hacer daño a Sin les haría daño a ellos. Eran su familia. No
quería separarlos. Dios, no quería. Había vacilado y me
había arrepentido.
—Pagará por su participación en esto—, dijo Ashes,
dándome un beso en la frente. —Nadie queda impune, cielo.
Nadie—
Se separó de mí cuando apareció Cady con su disfraz de
gata y Stitches a su lado.
Se detuvo frente a nosotros y Ashes me entregó a ella.
—Asegúrate de que vuelve a Manicomio—, dijo Church.
—La está esperando en el patio— Cady tomó mi mano entre
las suyas.
Llamé la atención de Stitches. Se había mantenido alejado
de mí desde aquel día en el centro. ¿Me odiaba por todo lo
que había pasado? ¿Me culpaba por ello? Quizá ahora le
daba asco.
Cady me apartó y fue más allá de Stitches.
Fue un breve instante, pero me agarró el meñique con el
suyo. Me volví para mirarlo mientras su meñique se
deslizaba del mío.
Y allí estaba.
La respuesta que necesitaba.
Ahora, a rezar por la seguridad de Sin, aunque
probablemente él nunca rezó por la mía.
53.
ASHES

Mi corazón estaba roto, mi ira encendida.


Sin lo había destrozado y pisoteado los pedazos.
Nos sentamos en el cementerio después de entregar Sirena
a Cady. Me lo había pasado como nunca con mi cielo, pero
ahora la realidad volvía por sus fueros.
—¿Le has mandado un mensaje?— Preguntó Stitches.
—Dice que está de camino—, gruñó Church, asomándose a
la oscuridad.
Habíamos pasado la última hora junto a una cruz de
madera caída, cavando un agujero para volver a colocarla.
El plan era simple.
Traer a Sin aquí.
Darle la oportunidad de confesar.
Castigarlo en consecuencia.
Nunca había estado tan enfadado en mi vida mientras abría
y cerraba el mechero a repetición. Church se paseaba por la
oscuridad.
Stitches se movía inquieto, frotándose los muslos. Se apoyó
en una lápida, con la pierna rebotando mientras se mordía
las uñas.
Estábamos reprimidos y furiosos. Quería saber por qué
demonios Sin nos había traicionado de esa manera.
Exhalé y miré al cielo nocturno.
Sabía por qué. Porque tenía miedo.
Pero su miedo había causado mucho más daño del que
podría haber causado amar a Sirena. Y por eso debía ser
castigado.
Mis manos se crisparon mientras intentaba estabilizar mi
respiración. Dejé que la llama bailara en mi mechero
mientras la recorría con los dedos una y otra vez. Necesitaba
la calma. Joder, iba a perderla.
—Tranquilo—, dijo Church, con la mano temblorosa
mientras la apoyaba en mi hombro. —Tranquilo, hermano—
Cerré los ojos e intenté estabilizar la respiración.
Puto Sin. Maldito sea por joderlo todo.
Permanecimos en silencio lo que me pareció una eternidad.
Repetí en mi cabeza el beso de Sirena, con la esperanza de
calmarme, pero sólo me enfureció más porque habíamos
perdido tiempo con ella por lo que Sin había hecho.
Iba a perder la cabeza por él.
Lo sabía.
—Bienvenido—, dijo Church en voz baja.
Abrí los ojos de golpe y vi que Sin se detenía donde
estábamos. No llevaba más que una camiseta, unos
vaqueros y sus zapatos.
—Lo siento—, susurró.
—¿Cómo has podido?— gruñó Church, rodeándolo mientras
yo me apartaba de la lápida en la que estaba apoyado.
Stitches avanzó conmigo y formamos un círculo alrededor
de Sin.
La luna estaba llena y brillante esta noche. El aire era fresco
y agradable. Era una noche perfecta.
Excepto por esto.
—Tenía miedo. Todavía lo tengo—, dijo Sin. —No quería que
nos arruinara...—
—Nos arruinaste, carajo—, le gruñí, pateando tierra a sus
pies. —¿Qué mierda, Sinclair? Malachi intentó suicidarse
por esta mierda. Sirena estaba atrapada en las
instalaciones. La perdimos con Manicomio. Todo se vino
abajo en el momento en que decidiste no hacer ni puto
caso—
—Lo sé. Lo siento mucho. Malachi...— Sin se acercó a él,
pero Stitches se apartó de un tirón, fulminándolo con la
mirada.
—No te culpo por mi error de juicio, pero sí por lo que
sufrimos en esa instalación. No tienes ni puta idea de lo que
pasó allí. Lo que tuve que hacer. Lo que tuve que presenciar.
Por eso, te culpo— Stitches le escupió.
Era la primera vez que decía algo sobre su estancia en el ala
médica. Miré a Church y vi la confusión en su rostro.
Cuando Stitches estuviera listo, hablaríamos con él.
Por ahora, teníamos trabajo que hacer.
Tenía un maldito fuego que encender y una chica que amar.
Y Sin... iba a pagar.
54.
SIN

El dolor de sus botas era insoportable mientras yacía en el


suelo, recibiendo cada una de sus duras patadas en el
cuerpo.
Me había arrodillado voluntariamente, dispuesto a morirme
de una puta vez.
No merecía el siguiente aliento que mi cuerpo me obligaba a
tomar.
Esperaba que me mataran y me convirtieran en cenizas para
unirme a mis demonios en el infierno.
La bota de Ashes me dio en la cara y me rompió la nariz. La
sangre brotó mientras Church me rompía una costilla.
Por fin cesó el tormento, Church me agarró del pelo y me
levantó la cabeza del suelo.
La paliza que había soportado ni siquiera tocaba mis
pecados.
Conocía a mis hermanos.
Esto no era el final.
Soportaría mucho más.
—La jodiste—, dijo Church, con la voz temblorosa. —Te
amaba, Sinclair. Eras mi hermano. Mi mejor amigo. Habría
hecho cualquier cosa por ti. Tú lo sabías, joder. ¡LO SABÍAS!
¡ME VISTAS HACERLO!—
Lloré suavemente mientras sacudía la cabeza. Apenas podía
ver a través de mis párpados hinchados.
—Todo lo que quería era una familia. Todos juntos. Con la
chica que amábamos. No podías hacer eso, ¿verdad? ¡Ella
no es la puta Isabella!— Golpeó mi cabeza contra el suelo.
—Podríamos haberlo tenido todo, pero la jodiste.— Volvió a
golpearme la cabeza contra el suelo.
Iba a vomitar.
Me dolía mucho.
—Hiciste lo único que temías—, dijo Church en voz baja.
—Nos separaste. ¿Y adivina qué? Ahora estás jodidamente
solo. Quiero que te castigues por esto después de esta
noche. Quiero ver lo que significamos para ti—
Me soltó la cabeza, que se golpeó contra el suelo antes de
darme otra patada en las tripas.
Sabía que podía haberme defendido, pero no lo hice. Dejé
que me castigaran y seguiría dejando que lo hicieran.
Me lo merecía. Me lo merecía todo.
No pregunté cómo lo sabían. Tenía miedo de saberlo.
Me quedé tumbado mientras Stitches agarraba una cuerda,
rezando por la muerte.
Un momento después, me tiraban de los pies por el frío
suelo del cementerio y me colocaban sobre algo duro y
doloroso. Había perdido la camiseta hacía tiempo, durante
la paliza inicial en la que me partieron la cara a puñetazos.
Me la quité para limpiarme la sangre de la nariz.
Me estiraron los brazos antes de atarme las muñecas con la
cuerda a la dura madera sobre la que estaba. Al poco rato,
mis pies estaban atados y amarrados.
Stitches vino a mi lado y se inclinó, con sus labios en mi
oreja.
—La violaron. En las instalaciones. Los hombres miraban
cómo se la follaban, Sinclair. Me obligaron a sujetarla. Me
obligaron—, se le quebró la voz. —Jódete. Para siempre—
Lloré suavemente mientras él retrocedía y dejaba el cielo
nocturno sobre mí.
Crucificado por mis pecados.
Parecía apropiado.
Ashes se arrodilló a mi lado a continuación mientras el cielo
giraba sobre mí.
—Por si te preguntas cómo nos hemos enterado, ella nos lo
ha dicho esta noche. Sirena. Nos lo ha dicho, joder. Supongo
que deberías haberla matado para guardar tu puto secreto,
cabrón—
Lloré más fuerte.
Me había roto mi propio maldito corazón.
Las estrellas se balanceaban sobre mí mientras me
levantaban del suelo sobre mi cruz. Los chicos me metieron
rápidamente en el agujero que habían cavado para la cruz.
En cuestión de minutos, me colgaron mientras me miraban,
con pura aversión en sus rostros.
La habían herido. Violada. Y todo porque yo no podía
afrontarlo. La agonía me desgarraba sólo de pensar en ella
tratando de sobrevivir. Intentando superarlo.
Me dolía. Dolía tanto, joder.
Mi Siren.
Lo siento mucho, nena. Lo siento mucho.
—Estás muerto para nosotros—, susurró Church.
Me dolió el corazón al oír sus palabras, pero sabía que iban
a llegar.
—Que Dios se apiade de tu alma—, dijo Ashes, encendiendo
una cerilla, la llama bailando en la noche. —Porque no lo
haremos, joder—
Dejó caer la cerilla sobre la pira que habían colocado en un
amplio círculo a mi alrededor. Se encendió y el calor y el
humo me hicieron jadear.
Seguí sollozando suavemente mientras colgaba de mi cruz.
Crucificado por mis propios pecados.
Lo había perdido todo por ser quien era.
Recé para arder lentamente.
Era menos de lo que merecía por lo que le había hecho a
Siren. A mi familia. A mí mismo.
Observé con los párpados hinchados cómo los chicos me
daban la espalda y desaparecían en la oscuridad,
dejándome sufrir en soledad.
55.
MANICOMIO

Llévala con ellos. Ponla en su cama.


Será mejor que te des prisa.
Vete a la mierda. Este soy yo dándome prisa.
Lo digo en serio.
Yo también. ¿No te das cuenta de que estoy corriendo?
Me quité la voz de la cabeza y salí corriendo del bosque
oscuro hacia el cementerio. El fuego crecía alrededor de la
cruz en la que habían clavado a Sin.
Corrí hacia delante y salté entre las llamas.
Su cabeza colgaba, su cuerpo se hundía hacia delante.
El cabrón podría estar ya muerto.
Más vale que no.
¿No deberías estar metiéndola en su cama?
¿No deberías estar sacando a ese cretino de la cruz?
Seth, en serio. Cierra la puta boca. Estoy trabajando en ello.
Trabaja más rápido.
—Trabaja más rápido—, imité, corriendo a patear el fuego
detrás de la cruz para poder tirarla al suelo.
Una vez hecho esto, pateé furiosamente la cruz hasta que se
inclinó.
No había previsto tanto trabajo manual para esta noche.
Eso era molesto.
La cruz se estrelló contra el suelo y el cuerpo inerte de Sin
rebotó contra ella.
Rápidamente, me acerqué a él, le corté las cuerdas de las
muñecas y los tobillos y lo aparté de las llamas.
Lo tengo.
¿Está vivo?
Comprobé su respiración.
Estaba molido a palos, pero sin duda estaba vivo. Le di una
bofetada en la cara y sus pestañas se agitaron.
—Hola, cabrón bonito. Bienvenido de nuevo—, le dije.
Soltó un gemido. —M-Mis pies—
—Están un poco quemados. Nada que vaya a matarte—,
dije, cayendo de culo para sentarme a su lado. —Estaría
más preocupado por el resto de ti—
Volvió a gemir.
Admiré el trabajo que los vigilantes habían hecho con él.
Eran mi tipo de gente. Aunque yo probablemente lo habría
atado a la cruz con sus propias entrañas. Pero en serio,
papá, pa-ta-ta.
¿Está bien?
Sí, está bien.
Gracias a Dios. Estaré allí en un minuto.
Se hizo el silencio en mi cabeza.
Inspiré profundamente.
—Fui yo—, dije. —Me obligaron a hacérselo en el centro.
Nunca lo habría hecho. Probablemente, de todos modos. Al
menos no así. Sé que no dejas de darle vueltas en la cabeza
a quién la tocó—
Se quedó mirando el cielo nocturno, con la respiración
acelerada.
—No fue divertido para mí—, dije, respondiendo a los
pensamientos de su cabeza. Pensó que lo había disfrutado.
—No debería haber sido así, pero así fue, así que lo
afrontamos e intentamos seguir adelante—
—Eres un monstruo—, susurró.
—De acuerdo—
Se lamió los labios. —¿Y ahora qué?—
—Bueno, se hizo una promesa. Dejaría algo con los
vigilantes y me llevaría algo conmigo. Mi moneda son las
almas, Sinclair. Y ahora tengo la tuya— Me puse de pie y le
tendí la mano. —Ven. Tengo a alguien que quiero que
conozcas—
No me cogió la mano por un momento. —Yo-Yo... —
—¿Quieres estar solo aquí fuera? Te dejaré si lo deseas. Pero
prefiero que te pongas de rodillas y me ruegues que lo
arregle—
Gimió y cogió la mano que le ofrecía. Lo puse de rodillas y
lo miré fijamente. Esperaba.
—Por favor—, lloró suavemente. —Por favor. A-ayúdame—
Lo levanté y se hundió contra mí.
—Haciendo tratos con un demonio, Sinclair. Qué valiente—
le dije suavemente al oído.
Sollozó suavemente contra mi hombro.
—Ven.— Lo alejé del fuego moribundo y lo llevé a la
arboleda.
—¿Adónde vamos?—, murmuró, enjugándose los ojos.
—Ya te lo he dicho. Quiero presentarte a alguien. Te has
estado preguntando cómo hago lo que hago. Ahora somos
amigos. A mis amigos les cuento mis secretos—
Gruñó. —Estás chiflado—
—¿Lo estoy?— Me reí. —¿O es eso lo que queremos que todo
el mundo crea? Somos dotados, Sinclair. Que no se te crucen
los cables—
Nos quedamos en silencio mientras lo ayudaba a levantarse.
—Me duele—, dijo Sin, con voz temblorosa. —Sólo quiero
sentarme—
—Ya viene—, susurré, ignorando las palabras de Sin.
Lo sentí cerca.
—Ya casi está aquí—
Sin dejó escapar un suspiro tembloroso. Pensó que otra
personalidad iba a estallar de mí. Me reí entre dientes.
Una ramita se quebró.
Las agujas de un pino temblaron.
Y entonces...
Él salió del bosque.
—¿Qué mierda?— Sin ahogó, sacudiéndose violentamente
contra mí.
—Sinclair, te presento a Espejismo—
Espejismo se adelantó mientras Sin caía de rodillas y lo
miraba fijamente.
—Yo-yo no-no lo entiendo—, ronroneó Sin.
—Yo soy yo, él es él, nosotros somos nosotros—, dije en voz
baja mientras Espejismo se inclinaba para quedar a la
altura de Sin.
—Y nosotros tenemos mucho trabajo que hacer—, murmuró
Espejismo, acercándose para acunar el rostro de Sin.
—Prepárate. Va a ser duro—
Y tanto que lo iba a ser.
No podía esperar.
56.
ASHES

Miré a Sirena en mi cama, con el pelo negro desparramado


a su alrededor. Dormía con los ojos cerrados. No tenía ni
idea de cómo había llegado hasta aquí.
Miré hacia la mesilla de noche y vi un sobre pequeño.
Lo abrí y dentro encontré una carta manuscrita.
Ashes,
Siento de verdad la agonía en la que estás y siento que
tenga que ser así. He descubierto que la vida mejora
después del dolor, como es nuestro caso y el de Sirena. Nunca
pensé que volvería a tenerla en mi vida y ahora mira. Aquí
está.
Lo mismo vale para Sinclair.
Lo mantendremos a salvo a él.
Tú la mantendrás a salvo a ella.
Y cuando sea el momento adecuado, vamos a quemar este
lugar hasta los cimientos y hacer el amor con ella en la
ceniza y los escombros dejados atrás.
Considera esto una promesa parcialmente cumplida. Te la
hemos devuelto como prometimos, y hemos tomado algo a
cambio.
Hasta pronto.
Seth
PD Dile a Stitches que está BIEN no estar BIEN.
Doblé la nota, la puse sobre la mesa y me metí en la cama.
Cogí a Sirena en brazos y la abracé con fuerza, llorando
suavemente contra ella.
Debí de despertarla, porque su cálida mano tomó la mía y
trazó unas palabras en mi palma.
Todo saldrá bien.
—¿Lo prometes?— Susurré en la oscuridad.
Se giró, se puso frente a mí en la cama y rozó sus labios con
los míos.
—Lo prometo—, susurró contra mis labios.
Era todo lo que necesitaba oír.
Cerré los ojos y la abracé con fuerza, todo en el mundo era
un completo desastre, pero la tenía. Nosotros la teníamos.
Y ahora mismo, en este momento, ella era lo único que
importaba.
Por mí, el resto del mundo podía arder.
Y quién sabía, tal vez yo le prendiera fuego.
SIGUIENTE LIBRO
Algunos secretos no
deben guardarse. Hay
que gritarlos.

Yo tengo un secreto.

De hecho, tengo
muchos. La mayoría de
ellos podrían hacer que
me mataran, así que mi
silencio es el billete
dorado para sobrevivir
en este manicomio del
infierno.

Pero a mis vigilantes no


les gusta cuando estoy
en silencio. Les gusta
cuando grito. Cuando
suplico. Cuando soy
una chica mala que
cuenta las cosas que no
debería.

Tal vez esta vez lo deje salir todo. Divulgar las feas verdades
y arrojar luz sobre los verdaderos monstruos que viven en
nuestro mundo.

Tal vez mis secretos me salven esta vez.

Tendrían que hacerlo porque una vez que mis vigilantes se


enteren, querrán terminar el trabajo que mi primer secreto
comenzó hace tantos años.

Chapel Crest no es el lugar donde el amor florece y los


sueños se hacen realidad. Es donde el amor es violento e
impredecible. Es donde los monstruos sonríen desde las
sombras y donde las promesas son mortales.

Chapel Crest es donde se fabrican los gritos.


Mis gritos.

Los chicos de Chapel Crest es un oscuro romance de


academia manicomio con múltiples intereses amorosos, sin
elección y con una heroína muda. Consulta el sitio web de la
autora para obtener más información sobre el contenido.
SOBRE LA AUTORA

Apodada cariñosamente por sus lectores la Reina del


Suspense, la Angustia y la Tortura, K.G. Reuss, autora
superventas del USA Today, es conocida sobre todo por
hacer llorar de fealdad a sus lectores con sus escritos.
K.G. Reuss sabe lo que hace falta para llevar la corona de
bicho raro del pueblo. Entusiasta de los cementerios y de
los fantasmas, K.G. pasa la mayor parte de su tiempo entre
la imaginación y la edad adulta forzada.
Tras una temporada en la universidad en Iowa, K.G. regresó
a su hogar en Michigan para trabajar en medicina de
urgencias. Actualmente cría a tres pequeños engendros y
está casada con un vampiro.

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