Está en la página 1de 61

Selección de artículos de Selección de artículos de

LE
LE

MONDE MONDE
diplomatique diplomatique

Introducción
por Margarita Iglesias Saldaña

Una propuesta libertaria de las mujeres


por María Isabel Matamala Vivaldi

Mujeres asalariadas viven el peor de los mundos Género y desigualdades


por María Ester Feres Nazarala

ME GUSTAS CUANDO HABLAS...


Me gustas
Mujeres en América Latina
por Lamia Oualalou

Larga lucha de las mujeres del Sur


por Camille Sarret

Las mujeres y la naturaleza ¿una relación natural?


por Janet Biehl

La persistencia de las desigualdades de género


cuando hablas...
por Pablo Gentili

La mamá y la prostituta están de vuelta


por Mona Chollet

www.editorialauncreemos.cl
www.lemondediplomatique.cl E ditorial A ún C reemos S ueños
125

en los
© 2013, Editorial Aún creemos en los sueños

La editorial Aún creemos en los sueños


publica la edición chilena de Le Monde Diplomatique.
Director: Víctor Hugo de la Fuente

Suscripciones y venta de ejemplares:


San Antonio 434 Local 14 - Santiago.
Teléfono: (56 2) 664 20 50
Fax: (56 2) 638 17 23
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
www.editorialauncreemos.cl
www.lemondediplomatique.cl

Diseño: Cristián Escobar


Copyright 2012 Editorial Aún Creemos En Los Sueños.
ISBN: 978-956-340-039-7
ÍNDICE

Introducción
por Margarita Iglesias Saldaña 5

Una propuesta libertaria de las mujeres


por María Isabel Matamala Vivaldi 7

Mujeres asalariadas viven el peor de los mundos


por María Ester Feres Nazarala 13

Mujeres en América Latina


por Lamia Oualalou 19

Larga lucha de las mujeres del Sur


por Camille Sarret 27

Las mujeres y la naturaleza ¿una relación natural?


por Janet Biehl 35

La persistencia de las desigualdades de género


por Pablo Gentili 43

La mamá y la prostituta están de vuelta


por Mona Chollet 55
Introducción

Contra la desigualdad persistente:


democratización revolucionaria
desde las mujeres
por Margarita Iglesias Saldaña*

Este año 2013, nadie discute, en Chile, la región latinoame-


ricana o en otras partes del mundo, que las mujeres somos
necesarias, hoy más que nunca, como trabajadoras y como
ciudadanas. Hemos adquirido derechos civiles y un alto
grado de formación. Hemos demostrado nuestra compe-
tencia para desempeñar todo tipo de profesiones, para diri-
gir países,y estar en todas las esferas de poderes formales
e informales de las sociedades contemporáneas. Muchas
familias, en países en crisis o no, dependen de los salarios
femeninos.
Hoy, a diferencia de otras épocas, hemos demostrado que
ninguna diferencia biológica, histórica, cultural, social, política,
étnica o religiosa, justifica la exclusión de las mujeres de la vida
pública o privada, ni la de los hombres del trabajo doméstico y
del cuidado cotidiano de otros.
¿Qué sucede entonces con las sociedades actuales que
siguen haciendo recaer en las mujeres los efectos de sus
fracasos?
A pesar de toda la legislación pasada en las últimas cuatro
décadas para evitar la discriminación sexual y de género, tanto
en cifras de desempleo como en términos de diferencia sala-
rial, son las mujeres las que están pagando los platos rotos del
ajuste presupuestario internacional.
La tasa de desempleo femenino en los 27 países de la Unión
Europea supera al masculino (9,7 por ciento frente a un 9,3%
entre los hombres (1). El 83% de la población activa femenina
europea está empleada en el sector servicios y ocupa los pues-
tos de mayor precariedad (2).
En Chile, como lo plantea el artículo de María Ester Feres “el

*Historiadora.
5
65% de los trabajadores percibe menos de dos Ingreso Míni-
mo Mensual (IMM) brutos, de ellos un 38,2% son mujeres; y,
el 80% de los asalariados no alcanza a percibir 4 IMM líquidos
dentro del cual el 84.9% son mujeres.
Simultáneamente a esta realidad económica, la violencia de
género se sigue incrementando en todos los países del mundo,
y a fines del año 2012, aún algunos curas se permitieron fusti-
gar a las mujeres por ser las culpables de las violencias en con-
tra de ellas. Piero Corsi, párroco de la localidad de Lerici, en
el noroeste de Italia, colgó en la puerta de su iglesia una carta
donde acusa a las mujeres de haberse alejado de la virtud y ser
responsables de la violencia machista; “provocan, se vuelven
arrogantes y se creen autosuficientes, lo que acaba por exaspe-
rar las tensiones, visten ropas ceñidas, tienen abandonados a los
niños, las casas sucias y las comidas frías!” (3).
Numerosos estudios han demostrado que una de cada tres
mujeres, en algún momento de su vida, ha sido víctima de
violencia sexual, física o psicológica perpetrada por hombres.
Durante los últimos decenios, la violencia contra la mujer ha
dejado de ser un problema privado, íntimo, y es reconocido
y tratado como un problema público; miles de programas se
han desarrollado para ayudar a las mujeres, desde albergues
y grupos de ayuda legal, hasta grupos de apoyo y servicios de
orientación, y aun así cientos de mujeres mueren por asesi-
nato de sus parejas. En Chile durante el 2012 al menos 30 fue-
ron víctimas de femicidio (4).
A pesar de que se ha avanzado en legislaciones y medi-
das estatales en distintos países del mundo, y de convencio-
nes internacionales contra la discriminación y la violencia
de género, las mujeres del Cairo lanzaban un desafío en
diciembre 2012 en la plaza Tahirs: “La revolución que roba-
ron los militares, las mujeres la recuperarán”, y podemos
agregar, que sólo una revolución democrática podrá resol-
ver la desigualdad respecto a las mujeres en las sociedades
contemporáneas. u
1. http://www.agenciacna.com Las mujeres son las que más sufren la crisis económica
2. http://www.amecopress.net Las mujeres no hemos provocado la crisis.
3. http://www.dw.de
4. www.estudios.sernam.cl

M.I.S.

6
En el marco de las luchas y movilizaciones sociales

Una propuesta libertaria de las mujeres


por María Isabel Matamala Vivaldi*

Los movimientos sociales protagónicos en el ámbito político y


que aspiran a cambios a través de una Asamblea Constituyente
capaz de modificar las relaciones de poder, la organización
de la sociedad, la distribución de la riqueza, la vida cotidiana
y los imaginarios, abriendo horizontes emancipatorios, en el
intertanto, necesitan limpiarse de sus sellos patriarcales.

En el escenario de ascendente movilización social ante


obscenas desigualdades, crisis de representación política,
mercantilismo, recorte de derechos y libertades, ceguera
medioambiental, desprestigio institucional, ley antiterro-
rista y enfoque de género en retirada de las políticas públi-
cas, crece aceleradamente la deuda de nuestra atrófica
democracia con las mujeres. El incremento impacta noci-
vamente sus cuerpos políticos, trabajadores y sexuados, y
obstruye el acceso cotidiano a una “vida buena” (1). Basta
poner el foco en la realidad y aparecen las evidencias.
La participación parlamentaria de mujeres en Chile es
la más baja de América Latina: 14% frente al promedio de
22.3% (2), pese a lo cual, la paridad de género ha sido des-
echada por el gobierno, y el sistema político no adopta prin-
cipios y prácticas que equilibren las contribuciones sociales
de las mujeres mediante reconocimiento y retribución en

*Médica, consultora internacional en género y salud, feminista. Artículo publicado en


la edición chilena de Le Monde Diplomatique, marzo de 2012.
7
materia ciudadana. El sistema binominal establece de facto
jerarquías de diversa índole, e instala a las mujeres en un
estrato ciudadano subalterno, que explica el porcentaje de
21.5% de electas sobre el total de candidatas en las últimas
elecciones municipales, inferior al 25.5 logrado en 1935 (3).
Los actuales intentos de reformulación del sistema desde la
institucionalidad vigente, no garantizan criterios de justicia
que se orienten a la integración paritaria de todos los secto-
res excluidos.

Sin poder en el trabajo


En el modelo neoliberal, el trabajo humano es el factor
de ajuste que asegura el lucro empresarial, ya sea dismi-
nuyendo las condiciones de seguridad laboral o mediante
reducción salarial, subcontratos y contratos temporales.
Estas nuevas formas de precarización se han instalado
también en las empresas formales de manera tal que aun
cuando las mujeres estén empleadas, reciben ingresos
insuficientes. Ilustrativo al respecto resulta el reclamo por
bajos sueldos, jornadas excesivas y carencia de seguro
contra accidentes en su lugar de trabajo que hicieran en
febrero mujeres empleadas en el complejo turístico Bahía
Coique, del cual el presidente Sebastián Piñera es un pro-
pietario (4). Asimismo, mortales escapes de amoníaco y
afecciones por plaguicidas son desde hace algún tiempo
riesgos cotidianos, derivados del incumplimiento de nor-
mas de prevención por parte de los empleadores del agro;
trágicos episodios pasan la cuenta a la codicia, motivación
más fuerte para la empresa que la responsabilidad por la
salud y la vida de las temporeras, y ponen en evidencia la
inefectividad fiscalizadora del Estado (5).
Los empleos asalariados a los que tienen acceso las
mujeres más pobres, al no garantizar protección social ni
ejercicio de derechos laborales, exigen que éstas aumen-
ten el horario y la intensidad de su trabajo, haciéndolas
más vulnerables (6) por aumento de la doble carga laboral
y por estrés, con franco deterioro de su calidad de vida. No
cabe esperar que el crecimiento económico las favorezca,
si se considera lo sucedido entre 1992 y 2000 cuando el PIB
creció 7% anual y las asalariadas del quintil más pobre sin
8
contrato de trabajo aumentaron de 29% a 58%, muy por
encima de las cifras referidas a trabajadores hombres (7).
El trabajo informal se mantiene por debajo del 30 %, y
como en toda Latinoamérica, es un ámbito con predomi-
nio de mujeres -en intersección con jóvenes, migrantes y
pueblos originarios- lo que dice relación con su papel en
el trabajo de cuidado de hijos, hijas y personas inactivas
en la familia, sobrecarga que no es abordada con voluntad
redistributiva desde las políticas públicas, más aun cuando
el familismo de éstas insiste en maternizar ese rol.
Por su parte, la mistificada política del postnatal encon-
tró desprevenidas a las nuevas madres ante los recortes
salariales que implica la opción por media jornada, en
tanto que la versión “parental” se reveló vacía de eficacia
política cuando sólo 0.6% de los padres involucrados la
utilizó (8), hecho que pone de manifiesto la inmovilidad
cultural ya señalada, que asigna el espacio doméstico del
cuidado y la crianza exclusivamente a las mujeres.

Cuerpos controlados y agredidos


Para la soberanía de los cuerpos sexuados de las mujeres
las noticias son alarmantes: el Senado aprobó legislar para
que se instaure el día del niño por nacer, en ofensiva con-
tra las demandas por recuperar el derecho a interrumpir
el embarazo que enajenó la dictadura tras cincuenta años
de vigencia. En paralelo, la iglesia vaticana impulsa cam-
pañas contra la legalización del aborto, arrogándose un rol
de árbitro moral del que carece por los crímenes de lesa
humanidad cometidos por clérigos en el mundo contra
miles de niños, niñas y jóvenes.
Los siete años de rezago del proyecto de ley antidiscrimi-
nación que recién empieza a revertirse, son un relevante test
sobre el poder fáctico del fundamentalismo conservador,
que a contramano de los cambios civilizatorios condena a
quienes evaden la norma heterosexual; la segregación es
particularmente gravosa para las lesbianas, sindicadas como
categoría sospechosa en colegios, metro, locales comercia-
les y televisión (9). El aumento en 34% de las denuncias de
discriminación contra lesbianas, gays, bisexuales y tran-
sexuales en el país, incluye 189 casos y tres asesinatos (10).
9
La violencia física y simbólica se ha descargado desde el
Estado sobre los cuerpos de mujeres mapuches en Metren-
co (11), agredidas por sinrazones de etnia y género con
golpizas y encarcelamiento arbitrario; también en Ñuñoa,
sobre adolescentes en lucha por educación pública y gra-
tuita, motejadas de putas por un alcalde empapado por el
prejuicio “vírgenes o putas”, dominante en los sitios de tor-
tura donde los represores dictatoriales lanzaban el epíteto
a las prisioneras para destruir su resistencia (12). Putas en
dictadura, putas hoy, tal es el ideario conservador sobre la
autonomía de las mujeres.
Como máxima expresión de violencia de género emer-
gen los 40 femicidios perpetrados en el 2011 por cónyuges,
pololos, amantes, o ex convivientes, sin que la cifra ilumine
la magnitud real del exterminio (13), y sin que el Servicio
Nacional de la Mujer (Sernam) la analice rigurosamente
(14). Pese a lo anterior, la apropiación de poder sobre sus
cuerpos por parte de las mujeres es resistida por la biopo-
lítica estatal, insuficiencia conceptual que explica su inefi-
cacia ante la violencia de género.

Cambian símbolos y perspectivas


No obstante la estructural permanencia de la injusticia de
género, asistimos en el último año a un hecho de enorme
significado con sustento en el recambio generacional estu-
diantil, cual es el liderazgo de mujeres en un nuevo regis-
tro. Entre otras, Danae, Paloma, Daniela, Laura, y particu-
larmente Camila, haciendo política desde lo social, mar-
caron un punto de inflexión en la historia de las mujeres
chilenas. Instalaron en el imaginario inéditos modelos de
ser mujer líder, a la par que proponían transformaciones
de la educación y la política y que defendían públicamen-
te sus cuerpos ciudadanos. Abrieron paso a este nuevo
modelo contrapesando la simbólica imagen de Bachelet,
con su cercanía y evocación maternal protectora, que hoy
debe compartir el imaginario con otro paradigma, también
cercano, no sexista, libertario y que convoca a cambiar el
mundo; modelo que expresa una emergente subjetividad
femenina construida en más de un siglo de luchas. “Voto
para las mujeres”, “democracia en el país y en la casa”, “NO”,
10
“derecho a decidir”, “no más violencia contra las mujeres”
y “marichiweu”, sin duda conforman sus raíces fundantes.
Ello da una connotación adicional a la movilización
social en curso. Porque si bien la contienda por la educa-
ción aventó la frustración y el miedo e instaló la esperanza
sacando a la ciudadanía del letargo, y si bien otros movi-
mientos coparon la calle expresando el empoderamiento
popular en la búsqueda de redefiniciones ambientales,
étnicas y sexuales, además, fue mutando la cultura referida
a la ciudadanía de las mujeres.
Los movimientos sociales protagónicos en el ámbito
político y que aspiran a cambios a través de una Asamblea
Constituyente capaz de modificar las relaciones de poder,
la organización de la sociedad, la distribución de la rique-
za, la vida cotidiana y los imaginarios, abriendo horizon-
tes emancipatorios, en el intertanto, necesitan limpiarse
de sus sellos patriarcales. En el marco de este movimien-
to amplio, la propuesta libertaria de las mujeres encara
entonces dos grandes retos: contribuir al avance del poder
constituyente ciudadano que prefigure un otro país inte-
grador, paritario, multicultural, con “vida buena”, y lograr
que se asuma como imprescindible la justicia de género en
la nueva construcción democrática. u
1. Concepto ancestral adoptado por las nuevas Constituciones ecuatoriana (2008) y boliviana
(2009), que significa vida armoniosa, de convivencia humana, con la naturaleza y las instituciones,
como propuesta ética que repiensa el desarrollo. http://www.fundacioncarolina.es
2. La Tercera 21 enero 2012, p. R3
3. Corporación Humanas 2008. Electividad de mujeres candidatas municipales en Chile
4. http://ciperchile.cl, 06 febrero 2012
5. http://www.anamuri.cl/index.php/59-tribunal-etico-nota-2011
6. Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial 2012. Igualdad de género y
desarrollo, p.16. http://siteresources.worldbank.org/INTWDR2012/Resources
7. Feres Nazarala María Ester. Precariedad y discriminación. Mujeres asalariadas viven
el peor de los mundos. Le Monde Diplomatique edición chilena , octubre 2010.
8. El Mercurio 22 enero 2012, p. B6
9. http://ideassingeneroideasdetodaindole.blogspot.com/2011/03
10. www.radiobiobio.cl, 09 febrero 2012
11. www.indh.cl, 20 enero 2012
12. Nubia Becker , 2011: Una mujer en Villa Grimaldi, Pehuen Ed, Stgo.
13. Se contabiliza sólo los asesinatos ocurridos en el núcleo familiar directo.
14. http:// portal.sernam.cl /?m=sp&i=2116

M.I.M.V.

11
Precariedad y discriminación:

Mujeres asalariadas
viven el peor de los mundos
por María Ester Feres Nazarala*

Las discriminaciones de género se manifiestan en todos


los campos de la vida social, sobre todo en el ámbito del
trabajo. Debido a ello la precarización del empleo que
experimenta una inmensa mayoría de trabajadores, afecta
particularmente a las mujeres, ya sea en mayor profundidad
o en algunas condiciones o derechos específicos.

No siempre los indicadores permiten visualizar los pro-


blemas del empleo femenino, debido a dos factores: pri-
mero, porque éste se concentra sólo en algunos sectores
de actividad; y, segundo, porque, si bien las discrimina-
ciones de género son comunes a todas las mujeres, exis-
ten diferencias importantes según el nivel de ingresos al
que pertenecen. De ese modo, la creciente participación
laboral femenina (1) se concentra en: servicio domés-
tico (91%); servicios sociales y de salud (69%); activida-
des comunitarias, sociales y personales (68%), enseñan-
za (66%) y hoteles y restaurantes (52%). No obstante, el
grado de participación en los primeros deciles fluctúa
entre el 25% y 33%, en cambio, en los deciles de mayo-

*Directora del Centro de Relaciones Laborales. Facultad de Economía. Universidad Central.


Artículo publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, octubre de 2010.
13
res ingresos es cercana al 60%. Es decir, las mujeres más
pobres y que más lo necesitan presentan los peores indi-
cadores de participación en el trabajo remunerado. Con-
secuencia de lo anterior, ellas están sobrerrepresentadas
en el sector informal, donde el servicio doméstico es la
primera y casi única puerta de entrada al mercado de tra-
bajo, en especial para las de menos ingresos (2). Además,
se insertan en mayor porcentaje en pequeñas y microem-
presas, 29,8% (3).
La relación entre pobreza y salarios es, quizás, el pri-
mero de los indicadores de precariedad, debido al carác-
ter alimentario del salario y a su incidencia en la repro-
ducción de la fuerza de trabajo. Según la Encuesta Casen
2008, el 70% de los pobres serían asalariados, lo que
demuestra que la pobreza no está, necesariamente, liga-
da al empleo, sino preferentemente a la calidad de los
mismos. Según la misma encuesta, pero del año 2006, los
trabajadores pertenecientes a los dos primeros deciles
tienen ingresos inferiores al Ingreso Mínimo Legal (IML).
Esta situación afecta en mayor medida a las mujeres, ya
que las trabajadoras pertenecientes al 30% de hogares
más pobres perciben ingresos mensuales promedio infe-
riores al equivalente al IML, situación que sólo afecta a
los hombres pertenecientes al 10% de dichos hogares.
De otra parte, el 65% de los trabajadores percibe
menos de dos Ingreso Mínimo Mensual (IMM) brutos, de
ellos un 38,2% son mujeres; y, el 80% de los asalariados
no alcanza a percibir 4 IMM líquidos dentro del cual el
84.9% son mujeres (4). Claramente, la concentración de
la población trabajadora en niveles remuneracionales tan
bajos explica, en gran parte, la enorme desigualdad de
ingresos existente así como la extrema polarización de la
riqueza, características del modelo económico actual.
Otro indicador de precariedad es la informalidad labo-
ral, cuyas expresiones más manifiestas son la no escritu-
ración del contrato de trabajo, en el no pago de las coti-
zaciones a la seguridad social, los falsos honorarios, las
atipias laborales en que se elude de múltiples formas la
relación de trabajo, etc.
Entre 1992 y el 2000, período en que el PIB creció un
14
promedio anual de 7%, el porcentaje de asalariadas
pobres sin contrato de trabajo escrito se duplicó, pasando
de un 29% a un 58% en el primer quintil. En igual período,
también se verificó una significativa pérdida de cotizacio-
nes previsionales: el porcentaje de trabajadores del pri-
mer quintil sin cotizaciones aumentó de un 42% a un 52%,
mientras que las trabajadoras sin cotizaciones del mismo
quintil crecieron de un 62.7% a un 68.4% (5). Esta forma
de informalidad es grave ya que, de una parte tiende a
excluir a la trabajadora de todos los derechos del Código
del Trabajo, y de otra, le impide el acceso a la seguridad
social (proyectando el círculo vicioso de la pobreza hasta
la vejez) y, a las normas de protección de la maternidad.
También integra la informalidad femenina la fuga
constante del derecho del trabajo de amplios sectores de
empleos atípicos, calificados como autónomos a pesar
de ser subordinados y dependientes. Se trata, entre otros,
de trabajos a domicilio: en promoción, ventas y cobros
telefónico para los servicios financieros, de promoción
y venta de productos de belleza, como digitadoras, etc.;
todas situaciones en que la trabajadora utiliza su acti-
vo relacional y/o sus propios medios e instrumentos de
trabajo; o, el caso de las peluqueras, obligadas a pagar al
dueño del local el arriendo del sillón, etc. (6). Como si
no bastase con la débil protección existente, el gobierno
acaba de enviar un proyecto de ley, alegando la necesi-
dad de promover el trabajo de mujeres pobres, jóvenes y
discapacitados, desregulando totalmente lo que denomi-
na “trabajo a distancia”, en una confusa mezcla de trabajo
a domicilio y teletrabajo (7).
La precariedad de la relación laboral se manifiesta
también a través de contrataciones temporales. Según
la ENCLA 2008, un 12,1% de las mujeres ocupadas en
empresas de la muestra, tienen contrato a plazo fijo, otro
10% por obra o faena y un 2,3% a honorarios.
Un caso paradigmático de este tipo de precarización es
el de la agro-industria; del total de trabajadores un 40%
son mujeres, las que acceden apenas a un 10% de los
empleos indefinidos del sector. El 62,5% de ellas se ubica
en los dos quintiles de menores ingresos, un 20% son jefas
15
de hogar y un 13,5%, parte del programa Chile Solidario.
El 76% de la fuerza de trabajo de los packing corresponde
a mujeres. Más de un tercio de las trabajadoras está en la
informalidad, en tanto sólo el 66,3% firma contrato; adi-
cionalmente, enfrentan un uso abusivo del contrato “por
término de faena”, a partir de la firma de múltiples con-
tratos y finiquitos con un mismo o distinto empleador.
Como si esta situación, en gran parte precarizada por la
subcontratación, no fuese suficientemente dramática, un
dictamen de diciembre de 2009 de la Dirección del Tra-
bajo calificó como causal habilitante para el suministro
de personal la totalidad de los trabajos temporales en la
agricultura.
Mención aparte merecen las dramáticas demandas
empresariales por flexibilizar las jornadas laborales, sin
bastarles las amplias desregulaciones ya existentes, entre
ellas, el generoso contrato a tiempo parcial, de hasta 30
horas semanales. Este les permite pactar en el contrato
individual una cantidad ilimitada de modalidades de dis-
tribución del tiempo de trabajo, con la sola obligación del
empleador de avisar a la trabajadora con una semana de
anticipación la modalidad a cumplir. Según un estudio de
la Dirección del Trabajo, en dos locales de un grupo cor-
porativo del retail, el 51.9% de las vendedoras trabajaba
en modalidad de contrato a tiempo parcial (8).
Siempre en materia de jornada, la precariedad de las
condiciones de trabajo forma parte de un pozo profun-
do: desde el uso de pañales para las trabajadoras de call-
center y en las cajas de los supermercados; el uso de reloj
control para la ida a los servicios higiénicos en diversas
empresas, lo que se experimenta con particular dramatis-
mo en la industria del salmón; la extensión artificial del
tiempo de colación en los mall, a fin de a fin de alargar
las jornadas de trabajo haciéndolas compatibles con las
horas de apertura al público, etc.
Los empleos asalariados a los que acceden las muje-
res de los quintiles de más bajos de ingresos difícilmente
pueden calificarse como “empleos decentes”. Así, frente a
empleos sin protección ni derechos, más allá de las decla-
raciones legales formales, las trabajadoras se ven obliga-
16
das a incrementar la intensidad del trabajo y la extensión
de sus jornadas, como única alternativa para mantener
sus empleos y sus ingresos, a despecho de cualquier espe-
ranza por mejorar su actual condición laboral. Ello, a no
ser que decidan comprometerse activamente en el forta-
lecimiento de sus organizaciones, para a través de ellas,
luchar por una reformulación estructural del sistema de
relaciones laborales vigente, rescatando para el sindica-
lismo su calidad de actor socio-político. u
1. En Chile alcanza al 40% de la fuerza de trabajo femenina, muy por debajo
del promedio de participación en América Latina, de 53%
2. Según el INE, corresponde al 15% de la fuerza de trabajo femenina.
3. ENCLA 2008. “Inequidades y brechas de género en el empleo”. Dirección del Trabajo.
Según la encuesta, el índice de feminización (empresas en que más del 50% de sus
trabajadores corresponde a mujeres) sería del 23,5% del total de la muestra.
4. Esta discriminación salarial entre hombre y mujeres es señal de que la segmentación en el mercado de
trabajo es tanto horizontal como vertical, ocupando las primeras los puestos de menor remuneración.
5. Datos según las distintas encuestas Casen del período.
6. Al respecto existe un terrible fallo de la Excma. Corte Suprema que declara
la falta de relación laboral en el caso de estas trabajadoras.
7. Mensaje Presidencial 224-358, de 20 de agosto de 2010.
8. Temas laborales. Octubre 2009. N° 24.

M.E.F.N.

17
Avances y retrocesos

Mujeres en América Latina


por Lamia Oualalou*

El 9 de marzo de 2001, el alcalde de Bogotá, Antanas Mockus,


estrenó una curiosa manera de lidiar con la tradicional
dominación masculina en Colombia: esa noche, entre las
19:30 horas y la 1 de la mañana, en la ciudad sólo pudieron
conducir las mujeres. Preocupado por la igualdad, la semana
siguiente Mockus entregó la ciudad al disfrute exclusivo de
los hombres, en las mismas condiciones. ¿Las mujeres por un
lado y los hombres por otro? Desde hace algunos años, sucede
que los progresos en la igualdad entre hombres y mujeres
siguen otros cursos, sobre todo en el ámbito político. Y las
latinoamericanas no lo lamentan.

En los últimos años, en el continente cuatro mujeres han


ocupado el cargo máximo. Cuando Cristina Fernández de
Kirchner asumió el mando en Argentina, en 2007, muchos
observadores la compararon con su compatriota Isabel
Martínez de Perón (la primera mujer en el mundo en con-
vertirse en presidenta, en 1974). ¿Acaso no eran ambas,
antes que nada, “mujeres de”? La primera estaba casada
con el ex presidente Néstor Kirchner (en el cargo entre 2003
y 2007) y la segunda era la viuda de Juan Domingo Perón
(presidente entre 1946 y 1955 primero y luego entre 1973 y

*Periodista. Artículo publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, diciembre


de 2011.
Traducción: Gabriela Villalba
19
1974). Cuatro años después, ya nadie se atreve a semejante
comparación: en octubre de 2011, la presidenta argentina
se convirtió en la primera mujer reelegida para conducir un
Estado latinoamericano, con el 54% de los votos en primera
vuelta. En la Argentina, ya no se habla de “Cristina Kirchner”,
como al comienzo de su primer mandato, sino de “Cristina
Fernández”, su apellido de soltera.
Argentina no es el único país donde hoy las mujeres
pueden prescindir de sus ilustres maridos. A principios de
2006, Michelle Bachelet, ex refugiada política que educó
sola a sus tres hijos, sucedió a Ricardo Lagos, en un Chile
donde el divorcio acababa de ser implementado. En octu-
bre de 2010, en Brasil, llegó el turno de otra divorciada,
Dilma Rousseff, conocida por su participación en grupos
guerrilleros de izquierda durante la dictadura de los años
sesenta y setenta. Pocos meses antes, Costa Rica descubría
que su tradicional cultura machista no había logrado impe-
dir la elección de Laura Chinchilla (de centro izquierda).
Esta evolución de las mentalidades en ocasiones fue
acompañada por la introducción de sistemas de discrimi-
nación positiva. Argentina fue la pionera, en 1991, con una
ley de cupos que impone a los partidos el mínimo de un
30% de candidaturas femeninas. Con un 38% de mujeres
en el parlamento, hoy figura entre los doce primeros paí-
ses en términos de participación femenina en el poder
legislativo. Desde entonces, once naciones de la región
han seguido sus pasos (Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador,
Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República
Dominicana y Uruguay).
“Aquí, la elección de mujeres como Michelle Bachelet se
debe principalmente al hecho de que dan la imagen de ser
candidatas menos corruptas”, explica María de los Ángeles,
directora de la Fundación Chile 21. Hasta entonces exclui-
das del poder, se las ve aparecer poco en los escándalos de
malversación de fondos (una característica que desapare-
ce con su participación en política). La paridad promovida
por Bachelet no la sobrevivió. La mitad de los ministerios
de su primer gobierno estaban ocupados por mujeres; en
el equipo de su sucesor de derecha, Sebastián Piñera, ape-
nas alcanzan el 18%.
20
La buena voluntad del poder ejecutivo no es suficiente.
Al llegar al palacio presidencial de Planalto, en Brasilia,
Rousseff anunció su voluntad de promover a las muje-
res (decisión de la que se burló la prensa, que calificó al
gobierno como “República de tacones altos”). Pero apenas
ha logrado designarlas en el 24% de los ministerios y en el
21% de los cargos llamados “de segundo nivel”, es decir, en
los gabinetes y las grandes empresas públicas. Los nom-
bramientos dependen de los partidos políticos de la coa-
lición, que –salvo el Partido de los Trabajadores (PT)– son
poco proclives a la discriminación positiva. Según el estu-
dio del BID, en 2009, las mujeres ocupaban el 16% de los
cargos de presidente y secretario general de los partidos
latinoamericanos y representaban el 19% de la jerarquía de
los comités ejecutivos.
En Venezuela, las mujeres fueron las más activas en los
mecanismos de gobierno participativo creados por el pre-
sidente Hugo Chávez durante la última década. Conscien-
te de que sus palabras podrían ser tachadas de “cliché”, la
socióloga Margarita López Maya, de la Universidad Central
de Venezuela, en Caracas (candidata en 2010 en las eleccio-
nes legislativas por el partido opositor Patria Para Todos),
explica: “Tanto ayer como hoy, los niveles intermedios de
poder siguen estando ocupados por hombres. Las mujeres
participan cuando se trata de cuestiones concretas y están
menos interesadas en el juego político”. Es verdad que hay
tres mujeres al mando de los órganos de poderes públicos,
pero, según la socióloga, “fueron elegidas por su lealtad al
presidente Chávez y para atraer el voto femenino”.
Por lo demás, las mujeres en el poder, ¿están más preocu-
padas por lograr avances en los derechos de su sexo? Nada
es menos seguro, relativiza María Flórez-Estrada Pimentel,
socióloga de la Universidad de Costa Rica: “Ellas alteran el
orden social tradicional, pero eso no significa que adopten
una postura progresista.

El aborto
En Centroamérica, las presidentas han sido y siguen sien-
do muy conservadoras, tanto en los temas económicos
como en los sociales, incluidos aquellos que afectan direc-
21
tamente a las mujeres, como el derecho al aborto”. Aparte
de Cuba, donde el aborto está autorizado, y la Ciudad de
México, donde los diputados del Congreso local votaron
favorablemente, el tema sigue siendo tabú en la región.
En octubre de 2010, las militantes feministas brasileñas
se sorprendieron por la violencia con la que se presen-
tó el tema en la campaña presidencial. Aún conservan el
recuerdo de los videos publicados en internet que mostra-
ban fetos muertos. Reproducidos millones de veces, estos
videos muestran a pastores evangélicos que llaman a votar
contra Rousseff, quien años atrás se había pronunciado a
favor de terminar con la criminalización del aborto. José
Serra, el adversario de la candidata del PT (aunque cono-
cido por sus posiciones progresistas en materia social), vio
en esto una oportunidad de dar vuelta la elección. Comen-
zó haciendo campaña con la Biblia en la mano, mientras
que su esposa vilipendiaba en los barrios populares a quie-
nes quieren “matar a los niños pequeños”, olvidando que
ella misma se había realizado un aborto en los años seten-
ta, según las revelaciones del diario Folha de São Paulo.
Acorralada antes de la segunda vuelta, Rousseff firmó una
carta en la que se comprometía a no enviar al Congreso
ningún proyecto de ley sobre la legalización del aborto.
Sin embargo, los abortos ilegales, que se calculan en
unos 800.000 anuales en Brasil, tienen consecuencias dra-
máticas: cerca de 250.000 mujeres sufren de infecciones
o perforaciones del útero y la tasa de mortalidad es de 65
mujeres por cada 100.000 embarazadas, lo cual convierte
el tema en un problema de salud pública (1). “Creo que
hace veinte años habría sido más fácil que hoy lograr que
avanzara este debate”, considera María Luiza Heilborn,
investigadora del Centro Latinoamericano de Sexualidad y
Derechos Humanos (CLAM), en la Universidad Estatal de
Río de Janeiro.
Al obtener un compromiso escrito de Rousseff, las igle-
sias se aseguraron la no inclusión de la despenalización del
aborto en la agenda. Porque en el Congreso, donde la pre-
sencia de diputados religiosos se multiplicó por dos (alcan-
zando los sesenta y tres escaños) en las últimas elecciones,
hay más de treinta proyectos en espera para pedir, por el
22
contrario, un endurecimiento de la normativa del aborto
legal y prohibirlo, incluso en casos de violación o peligro
para la vida de la madre. “Nunca se votarán, pero paralizan
toda discusión progresista”, se lamenta Maria Luiza Heil-
born. “La dificultad radica en que ahora los conservadores
tienen un discurso moderno, y se presentan como salvado-
res de los fetos en nombre de los derechos humanos y ya
no en nombre de la familia y los valores morales”.
“Es de una inmensa hipocresía, porque quienes pueden
pagar un aborto lo hacen tranquilamente; las clínicas no
se esconden, incluso cuentan con la protección de policías
corruptos”, asesta. Según un estudio de la Universidad de
Brasilia publicado en 2010, una de cada cinco mujeres ya
se ha realizado un aborto en Brasil (2). “A pesar de ello, el
derecho al aborto sigue estando ausente del imaginario
social. Incluso aquellas que lo han realizado dicen estar
en contra y presentan su propia decisión como una excep-
ción”, dice Maria José Rosado.
El único país de la región que ha dado marcha atrás es
Nicaragua. En 2006, la jerarquía católica hizo una demos-
tración de fuerza, mediante la celebración de un acuer-
do con Daniel Ortega, que entonces buscaba apoyo para
reconquistar el poder. Tras su elección, el sandinista hizo
cambiar la legislación que hasta entonces permitía que
las víctimas de violación pudieran interrumpir sus emba-
razos. El aborto hoy está prohibido en todas las situacio-
nes. “Es la prueba de que este debate no tiene nada que ver
con la izquierda y la derecha”, señala Maria Luiza Helborn.
De hecho, es en la Colombia del ultra conservador Álvaro
Uribe (presidente entre 2002 y 2010) donde la Corte Cons-
titucional realizó el movimiento contrario. Extendió la
autorización de abortar a los “problemas de salud”, permi-
tiendo una interpretación muy amplia de éstos, incluyen-
do los de naturaleza psicológica. En Venezuela, a pesar de
que el Congreso Nacional estudia varios proyectos de ley
desde la llegada de Chávez al poder, es muy difícil esperar
una despenalización, debido a la unión entre los religio-
sos y los militares, sumados a la oposición del presidente
Chávez: “En otras países autorizan el aborto, yo en eso,
califíquenme de conservador, pero no estoy de acuerdo,
23
el aborto para detener un parto. Si el niño con un proble-
ma, hay que darle amor”, declaró el 26 de abril de 2008. Sin
embargo, el debate es intenso, por la explosión del número
de embarazos en Venezuela. De acuerdo con la Sociedad
Venezolana de Puericultura y Pediatría, en 2009 el 20% de
los nacimientos fueron de madres de entre 10 y 18 años.
En Uruguay, la decisión del Congreso de legalizar el
aborto fue vetada por Tabaré Vázquez (2005-2010), enton-
ces al mando de un gobierno de centro-izquierda. El 8 de
noviembre de 2011, el senado volvió a lanzar la iniciati-
va: es muy probable que la legalización sea aprobada. La
apoya el 63% de la población y el presidente José Mujica ya
manifestó que no se opondría.
Las conversaciones continúan, al igual que en Ecua-
dor, Bolivia y Argentina, donde anualmente se realizan
quinientos mil abortos clandestinos. Aunque la presi-
denta Fernández se manifestó personalmente en contra,
una comisión legislativa reabrió el debate a principios de
noviembre y en los próximos meses se discutirá un pro-
yecto de ley que flexibilice las condiciones del aborto. Para
Mario Pecheny, el voto del año 2010 del Congreso argen-
tino a favor del matrimonio igualitario es un antecedente
alentador.

La violencia
No obstante, la principal fuente de preocupación de las
mujeres latinoamericanas sigue siendo la violencia. “Los
feminicidios, es decir, el asesinato de mujeres por ser
mujeres, se encuentra en plena expansión en América
Central y México”, resume María Florez-Estrada Pimentel.
El Salvador conserva el récord, con una tasa de 13,9 muje-
res asesinadas cada 100.000 habitantes. En Guatemala, la
proporción es de 9,8. En los Estados mexicanos de Chi-
huahua (donde se encuentra Ciudad Juárez, conocida
desde hace veinte años por los asesinatos sistemáticos de
mujeres) (3), Baja California y Guerrero, se triplicó entre
2005 y 2009, alcanzando el 11,1 cada 100.000 habitantes.
La escalada surge muy especialmente del enfrentamien-
to entre el gobierno y los narcotraficantes. La normaliza-
ción de la violencia también se va naturalizando dentro de
24
las parejas. Por otra parte, “la guerra contra las drogas y el
crimen organizado tiene consecuencias específicas para
las mujeres: como en toda guerra, la violación de mujeres
crea una cohesión dentro de los grupos armados, reafirma
su masculinidad y actúa como un acto de desafío frente al
enemigo”, analiza Patsilí Toledo, abogado de la Universi-
dad de Chile (4).
En México, el número de mujeres encarceladas por deli-
tos federales –sobre todo por tráfico de estupefacientes–
aumentó un 400% desde 2007 (5). Los barones de la droga
también diversifican sus fuentes de ingresos mediante
el desarrollo de redes de prostitución y trata de mujeres.
Según la Organización Internacional para las Migraciones,
esta equivaldría a unos 16.000 millones de dólares anua-
les en América Latina, lo cual lleva al secuestro de miles de
mujeres y niñas (6).
Para Maria Luiza Heilborn, el feminismo, aunque no
sea tan visible como el movimiento LGBT (lesbianas, gays,
bisexuales y transexuales), “se ha popularizado. Hoy se lo
encuentra en todas las capas de la sociedad”. Por lo demás,
“las mujeres más pobres son las que más se han beneficia-
do con las políticas sociales”, recuerda María José Rosado.
La asignación “Bolsa Familia”, que en Brasil llega a casi
13 millones de hogares, se entrega prioritariamente a las
mujeres. Lo mismo ocurre con el programa de viviendas
populares “Mi Casa, Mi Vida”: el gobierno hace todo lo
posible para que la propiedad esté a nombre de las muje-
res. “Esto les da un poder de negociación más importan-
te frente a los hombres y mejora la situación de la familia,
dado que así pueden privilegiar preocuparse por la salud
y la alimentación de los niños”, señala Rebecca Tavares. Su
llegada masiva al mercado laboral ha cambiado la situa-
ción: según el Banco Mundial, desde 1980, la mano de
obra latinoamericana incorporó a más de 70 millones de
mujeres, pasando de una tasa promedio de participación
del 35% al 53% en 2007, principalmente en el sector servi-
cios. El peso del sector informal, sin embargo, sigue sien-
do significativo: en las ciudades bolivianas, por ejemplo,
la proporción de mujeres que trabajan sin contrato es del
71%, frente al 54% en los hombres (7). “Las violentas crisis
25
económicas de la década de 1990 han demostrado la capa-
cidad de las mujeres para salir adelante, a menudo mejor
que los hombres. Han ganado en confianza y en legitimi-
dad”, recuerda Mario Pecheny.
Las mujeres, activas en el mercado laboral, pero sin dejar
de hacerse cargo de la mayor parte de las tareas no remu-
neradas (limpieza, cuidado de niños y ancianos o discapa-
citados), cuestionan la cultura machista, pero les cuesta
conciliar todo. La brutal caída de la fertilidad en la región,
¿es una simple correlación? En Brasil, la renovación de las
generaciones ya no está asegurada: frente a la masa de tra-
bajo y al costo que implica mantener a una familia –gran
parte de la educación y la salud están privatizadas–, las
mujeres, ya sea de los barrios mejor posicionados o de las
favelas, eligen tener un solo hijo, dos a lo sumo, y a veces
ninguno. Un fenómeno similar se observa en Uruguay,
Costa Rica, Chile y Cuba, con la consecuente aceleración
del envejecimiento de la población, que los presupuestos
nacionales siguen ignorando. “Las mujeres, más autóno-
mas, quieren estudiar, consumir y viajar. No quieren seguir
haciéndose cargo de los demás, afirma
María Flórez-Estrada Pimentel. Esto plantea un proble-
ma social importante para el capitalismo: la división sexual
del trabajo ha cambiado, pero ni los Estados ni las empre-
sas invierten lo suficiente para crear una infraestructura
social adaptada a esta nueva realidad”. u
1. Maria Isabel Baltar da Rocha y Regina Maria Barbosa (dirs.), “Aborto no Brasil e
países do Cone Sul”, San Pablo, Universidad Estatal de Campinas, 2009.
2. Universidad de Brasilia, “Segredo Guardado a sete chaves”, Brasilia, junio de 2010.
3. Véase Sergio González Rodríguez, “Tueurs de femmes à Ciudad
Juárez”, Le Monde Diplomatique, agosto de 2003.
4. Patsilí Toledo, “The Drug-War Femicides”, www.project-syndicate.org, 9-08-11.
5. Citado por Damien Cave, “México’s Drug War, Feminized”, New York Times, 13-08-11.
6. Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, “Human
trafficking: an overview”, Nueva York, 2008.
7. Banco Mundial, “Latin America: 70 Million Additional Women Have Jobs
Following Gender Reforms”, Washington, marzo de 2011.

L.O.

26
El feminismo se renueva

Larga lucha de las mujeres del Sur


por Camille Sarret*

A menudo, la visión paternalista que impera sobre la suerte de


las mujeres en África, Asia o Medio Oriente tiende a soslayar
los combates que ellas llevan a cabo. Su condición, como en
Occidente, lejos de ser una constante cultural es objeto de
luchas en pos de conquistar nuevos derechos y poner fin a
situaciones de violencia o discriminación. A continuación, los
casos de Ruanda, Afganistán, India y Marruecos.

Aunque suelen rebelarse contra el orden establecido y las


desigualdades que ciertas tradiciones perpetúan, existe
una tendencia en Occidente a victimizar fácilmente a las
mujeres del Sur y a ignorar sus luchas y sus aportes a la
renovación del feminismo.
¿Se sabe, por ejemplo, que Ruanda es el único país del
mundo donde las mujeres son mayoritarias en el Parla-
mento? Desde las elecciones generales de 2008, ellas cons-
tituyen el 56,3% de los diputados: cifra récord que haría
palidecer de envidia incluso a los países escandinavos,
paladines de la paridad política en Europa. Sin embargo,
las ruandesas recién conquistaron el derecho al voto en
1961, cuando el país se independizó. La primera represen-
tante electa ingresó al Parlamento en 1965, pero las muje-

*Periodista. Artículo publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique,


marzo de 2011.
Traducción: Patricia Minarrieta
27
res estuvieron casi ausentes del mundo político hasta los
años noventa. Lo que transformó la situación fue el geno-
cidio de los tutsis, en 1994. Immaculée Ingabire, coordi-
nadora de la Coalición Nacional contra la Violencia a las
Mujeres de Ruanda, recuerda: “Cuando muchos hom-
bres habían muerto o estaban incapacitados para actuar,
las mujeres asumieron responsabilidades y demostraron
estar a la altura. Las ruandesas, aunque habían sido masi-
vamente violadas, sacaron al país del caos. Eso quebró el
machismo tradicional”.
Durante el período posgenocida, las mujeres dirigie-
ron casi la tercera parte de los hogares, ocuparon empleos
antiguamente reservados a los hombres, en particular
en los sectores de la construcción y de la mecánica, y se
afiliaron en gran número en los partidos políticos. Par-
ticiparon en la elaboración de la Constitución de 2001 y
lograron que incluyera un sistema de cuotas que reserva
para las mujeres el 30% de los cargos en todos los órga-
nos de decisión, así como el derecho a la herencia. Tam-
bién exigieron la creación de un Ministerio de Género y
Condición Femenina y lograron poner en funcionamiento
consejos nacionales femeninos, que constituyen un ejem-
plo de la representación femenina en todos los niveles
del poder (desde el barrial hasta el más alto de la nación).
En el gobierno, los ministerios de Industria, Agricultura,
Relaciones Exteriores y Energía fueron confiados a muje-
res.
Pero algunas dificultades persisten. Según un infor-
me ministerial, en la administración central, “el 74% de
los secretarios generales de los ministerios son hombres,
así como el 81% de los directores y el 67% de los profe-
sionales. Las mujeres prevalecen más bien en puestos de
asistente administrativa y de secretaria”. Asimismo, en el
sector privado, “las mujeres siguen siendo mayoritarias
en las actividades precarias y escasamente remuneradas
del sector informal […]. Sólo les pertenece el 18% de las
empresas del sector formal” (1). Y en materia de violen-
cia, el panorama sigue siendo sombrío: “Hay una volun-
tad política real, pero todavía tienen que evolucionar las
mentalidades. Y demostrar que la cultura no es inmuta-
28
ble, que toda sociedad es capaz de hacer evolucionar las
tradiciones. Hoy, yo apunto a las nuevas generaciones”,
afirma Ingabire.

Combatir el silencio
Muy distinta es la situación en Afganistán. Bajo la presi-
dencia de Hamid Karzai, la violencia doméstica, los ase-
sinatos, las violaciones y los ataques con ácido han ido
en constante aumento. Pese a todo, las mujeres no están
sumidas en el silencio. Tienen portavoces, como Malalaï
Joya, que al ser electa para el Parlamento en 2005, a los 27
años, se convirtió en la diputada más joven del hemiciclo.
Joya pasó parte de su infancia y de su juventud en un
campo de refugiados paquistaníes, tras lo cual pudo esco-
larizarse y aprender inglés. Bajo los talibanes, de regreso a
su ciudad natal de Farah, se hizo cargo de un dispensario
y de la organización de cursos de alfabetización clandes-
tinos para las mujeres. Pero “desde sus inicios en política
–cuenta la socióloga Carol Mann–, atrajo sobre sí la ira de
sus colegas parlamentarios, a quienes no dejó de recrimi-
nar su pasado de jefes de guerra, su actividad como trafi-
cantes de droga y como militantes islamistas incondicio-
nales. Incrimina incansablemente la política de Estado
que pisotea los derechos humanos, en particular los de las
mujeres” (2).
Joya escapó a varios intentos de asesinato y sus princi-
pales enemigos son algunos partidos reaccionarios y los
fundamentalistas religiosos. En Kabul fue agredida por
parlamentarios. “Pueden matarme, pero no pueden matar
la voz de las mujeres afganas. No soy la única”, declaró en
2007 (3). Un grupo de mujeres con burka le manifestaron
su apoyo en Farah, Jalalabad y Kabul, enarbolando pan-
cartas. Después fue excluida del Parlamento, a raíz de una
entrevista en la televisión en la que comparó la asamblea
afgana con un zoológico.
Shoukria Haida, presidenta de Negar, una de las aso-
ciaciones de mujeres más importantes del país, teme un
retorno al poder de los talibanes desde que el presidente
Karzai, en el marco de la conferencia de Londres de enero
de 2010, planteó a las potencias occidentales su política
29
de la mano tendida. En esa línea, reunió en junio a mil
seiscientos representantes de las tribus y de la sociedad
civil para una Loya Jirga (Gran Asamblea). Haida temía
que el principio de igualdad entre hombres y mujeres, por
el que había luchado durante dos años tras la caída de los
talibanes, fuera eliminado de la Constitución. Finalmente,
los textos fundamentales no se tocaron, pero como des-
tacó Human Rights Watch, “el gobierno afgano y sus apo-
yos internacionales no tuvieron en cuenta la necesidad de
proteger a las mujeres en los programas de reintegración
de los combatientes rebeldes y omitieron garantizar la
inclusión de sus derechos en las negociaciones potencia-
les con los talibanes” (4).

Medio de consumo
Tercer caso: India. Allí el Estado adoptó el principio de
igualdad entre los sexos e incorporó el concepto de géne-
ro. Urvashi Butalia, que hace más de veinte años lleva
adelante una editorial feminista en Nueva Delhi, expli-
ca: “Actualmente, las indias gozan de excelentes políticas
públicas. Tienen un lugar específico en los planes quin-
quenales. Últimamente, para ayudar a los más desposeí-
dos, y en particular a las mujeres, el Estado indio imple-
mentó un jornal mínimo para trabajos de interés general
como el mantenimiento de las rutas o la limpieza de las
calles”. También se promulgó, en 2005, una ley contra la
violencia doméstica, “una de las mejores del mundo”,
según Butalia.
Este texto permite proteger a las mujeres no sólo de la
violencia de su marido y/o de sus hijos, sino también de
su familia política, con la que cohabitan. No obstante, no
se ha refrenado aún el fenómeno dramático de las dowery
deaths (muertes por dote insuficiente). Según estimacio-
nes extraoficiales, unas veinticinco mil mujeres serían ase-
sinadas anualmente porque su familia no pudo satisfacer
las incesantes demandas de la familia política (5). Aunque
fue prohibida en 1961, la práctica de la dote resurgió con
mayor brío a fines de los años 80. “Hoy en día, no importa
cuál sea la casta o clase social, todo el mundo ofrece dote:
diputados, industriales, periodistas… –explica el investi-
30
gador Max-Jean Zins–. La dote, mal vista en los años 70, se
convirtió en un signo ostentatorio de riqueza y de poder.
Para los más modestos, es el medio más fácil para acceder
al consumo, núcleo del sistema económico y social de la
India moderna. La mujer india se convirtió en un objeto
destinado a acceder a otros objetos. Eso es lo que más la
fragiliza”.
Además, en India faltan cerca de 40 millones de mujeres
(6). Esta cifra es resultado en primer lugar de la práctica
muy desarrollada del feticidio (eliminación de los fetos de
sexo femenino identificados por ecografía), pero también
de una forma de negligencia respecto a las niñas, peor
atendidas que sus hermanos. “Recién a los 34 años las
mujeres alcanzan una esperanza de vida equivalente a la
de los hombres”, señala Zins.
En contrapartida, las mujeres indias son relativamente
poderosas en el plano político. Desde 1992, la democra-
cia más grande del mundo instauró cuotas en las eleccio-
nes municipales. “Esto acarreó cambios profundos a nivel
local. De hecho, después de ese triunfo, los hombres polí-
ticos se niegan a tener un sistema similar para las eleccio-
nes legislativas”, revela Butalia.

Convergencias laicas y religiosas


En los países del Sur, que en su mayoría fueron colonias o
protectorados, las pioneras del feminismo moderno pro-
vienen, como en Occidente, de ámbitos marxistas. Pero
ellas afianzaron su militancia en la oposición al colonialis-
mo, a través de sus luchas por la independencia. Respec-
to al caso de las combatientes indias, Martine van Woer-
kens explica: “Ellas tenían una concepción visionaria de
la futura nación, que vinculaba estrechamente autonomía
política y emancipación de las mujeres” (7). En Egipto,
Huda Sharawi fundó, en los años 20, la Unión Feminista
Egipcia y se involucró en la lucha nacionalista. En 1929,
en la estación de tren de El Cairo, provocó un escándalo al
descender del tren sin velo; gesto que meses después repi-
tieron gran cantidad de egipcias durante una manifesta-
ción contra el mandato británico.
En el Imperio de las Indias Británicas, quien encarna ese
31
doble compromiso feminista y nacionalista es Kamaladevi
Chattopadhyay. “Miembro de la aristocracia brahmáni-
ca, rica y cultivada, partidaria de la causa nacionalista y
reformista, acompañó a Gandhi y Nehru en las luchas que
precedieron y siguieron a la independencia”, cuenta van
Woerkens (8). Fue ella quien convenció a Gandhi de auto-
rizar a las mujeres a unirse a los hombres en la Marcha de
la Sal, movilización pacífica a través de todo el país contra
el poder británico.
En Asia, en el Magreb y en el resto de África, esas prime-
ras corrientes feministas nacidas de las luchas nacionalis-
tas se caracterizaban por sus valores laicos y universalis-
tas. Se incitaba a las mujeres a sitiar las universidades, las
empresas, las instituciones y las organizaciones políticas.
Pero había un ámbito que permanecía aún impensable:
la familia. Según Margot Badran, investigadora del Cen-
tro para la Comprensión entre Musulmanes y Cristianos
del príncipe saudí Al Walid bin Talal, en la Universidad de
Georgetown (Estados Unidos), en los países musulmanes,
“fueron las feministas islámicas las que asumieron esta
tarea a fines del siglo XX” (9).
Esta forma religiosa del feminismo, surgida en los años
80 y forjada a partir de la experiencia iraní, sigue siendo
hoy muy controvertida. Los más fervientes defensores de
la laicidad denuncian una manipulación de la lucha de las
mujeres en beneficio del islam político fundamentalista.
Sin embargo, Badran explica que “el feminismo islámico
ocupa el centro de una transformación que intenta abrirse
paso en el seno del islam. Transformación y no reforma,
ya que no se trata de enmendar las ideas y costumbres
patriarcales que allí se infiltraron, sino de ir a buscar en
las profundidades del Corán su mensaje de igualdad de
género y justicia social […], y adaptar a ello, mediante un
cambio radical, lo que durante tanto tiempo nos hicieron
tomar por islam” (10). Beneficiado por las conquistas de
las luchas feministas precedentes, este movimiento surgió
primero a mediados de los años 80, cuando las mujeres
de las clases medias accedieron a los estudios superiores
y dejaron sus hogares para salir a trabajar. Aparecieron
entonces las primeras reflexiones sobre la función com-
32
partida de jefe de familia. Simultáneamente, las teólogas
musulmanas, interrogando los textos sagrados, recupera-
ron el concepto de género forjado en Estados Unidos.
Alrededor de 2005, las “militantes letradas”, como las
llama Badran, afirmaron aun más su autonomía de pen-
samiento e intentaron desconectar las prácticas y el dere-
cho musulmán de lo sagrado, demostrando que se trata-
ba de una construcción humana e histórica sobre la cual
era posible actuar. Ellas se consagraron a la aplicación de
estas ideas, a través de la formación de organizaciones
transnacionales. Badran constata una convergencia entre
feminismos laicos e islámicos en el seno de la cultura
musulmana y especifica que ésta “se explica ante todo por
la comunidad de objetivos: liberar al islam del dominio
masculino y materializar la aspiración de un islam iguali-
tario, en particular dentro de la familia” (11).
En Marruecos, la reforma del código de la familia
-Mudawana-, iniciada en 2004, no habría sido posible sin
esa alianza: “Esta reforma es fruto de unos veinte años de
debates entre el poder político, las feministas liberales y
los islamistas, debates a los que Mohammed VI puso fin
en 2003, a través de un arbitraje que tuvo en cuenta las
reivindicaciones de unos y otros” (12). Este avance de
los derechos de las mujeres dentro del ámbito familiar se
logró gracias a la convergencia de una militancia feminis-
ta de larga data, iniciada por asociaciones laicas, los apor-
tes intelectuales de las feministas islámicas y, por último,
la voluntad del joven rey de apropiarse de este tema para
modernizar la sociedad marroquí y contener una radica-
lización del islam, en particular después de los atentados
del 16 de mayo de 2003 en Casablanca.
Este mismo proceso podría ponerse en marcha respec-
to al tema del aborto. “Es un tema que empieza a debatir-
se públicamente. El aborto, en nombre de la dignidad de
la mujer defendida por el islam, podría ser visto en ciertos
casos como la única solución, lo cual justificaría su lega-
lización”, precisa la investigadora Souad Eddouada. En la
península arábiga, también fue una alianza entre laicos
y religiosos la que permitió conquistar el derecho de voto
para las mujeres, en Bahrein en 2002 y en Kuwait en 2005. u
33
Notas:

1. “Genre et marché de l’emploi”, informe publicado en enero de 2008 por


el Ministerio de la Función Pública y el Trabajo ruandés.
2. Carol Mann, “Malalai Joya et le courage de la vérité”, 18-11-07 (www.sisyphe.org).
3. Glyn Strong, “Malalai Joya: courage under fire”, The Telegraph, Calcuta, 29-9-07.
4. Human Rights Watch, “The Ten-Dollar Talib and Women’s Right”, 13-7-10.
5. Stéphanie Tawa Lama-Rewal, “Les femmes en Inde”, Rayonnement du CNRS, N° 47, París, marzo de 2008.
6. Véase Isabelle Attané, “En Asia faltan mujeres”, Le Monde diplomatique, edición chilena, julio de 2006.
7. Martine van Woerkens, Nous ne sommes pas des fleurs. Deux siècles de
combats féministes en Inde, Albin Michel, París, 2010, pág. 95.
8. Ibid, pág. 95.
9. Margot Badran, “Où en est le féminisme islamique?”, “Le féminisme islamique aujourd’hui”,
Critique internationale, Les Presses de Sciences Po, N° 46, París, enero-marzo de 2010, pág. 29.
10. Ibid, pág. 25.
11. Ibid, pág. 43.
12. Souad Eddouada y Renata Pepicelli, “Maroc, vers un ‘féminisme
islamique d’État’”, Critique internationale, op. cit., pág. 87.

C.S.

34
Ecofeminismo

Las mujeres y la naturaleza


¿una relación “natural”?
por Janet Biehl*

¿Las mujeres son “más ecologistas” que los hombres? ¿Tienen


una relación particular con la naturaleza, o un punto de
vista privilegiado sobre los problemas ecológicos? Estas
últimas décadas, mujeres que se dicen feministas respondieron
afirmativamente a estas preguntas.

De hecho, esta posición data prácticamente de la apari-


ción del movimiento ecologista moderno. En 1968, en su
libro La Bombe P. (La bomba demográfica) (1), Paul Ehr-
lich afirmaba que la sobrepoblación conducía a la ruina
del planeta. Lo mejor que se podía hacer por la Tierra,
afirmaba, era no reproducirse. Años más tarde, una femi-
nista radical francesa, Françoise d’Eaubonne, comproba-
ba que la mitad de la población no tenía la posibilidad de
elegir: las mujeres no controlaban su fertilidad. El “siste-
ma del macho” patriarcal, tal como lo denominaba, las
quería descalzas, embarazadas y fecundas.
Pero, afirmaba d’Eaubonne, las mujeres podían y debían
responder exigiendo la libertad reproductiva: el fácil acce-
so al aborto y a la anticoncepción. Esto las emanciparía

*Militante de la ecología social, Burlington (Vermont, Estados Unidos). Autora de Rethinking


Ecofeminism Politics, South End Press, Cambridge (Estados Unidos), 1991. Artículo publicado
en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, julio de 2011.
Traducción: Gustavo Recalde
35
salvando al planeta de la sobrepoblación. “Primera con-
secuencia de la relación entre la ecología y la liberación
femenina, escribía, las mujeres deben reapropiarse del
crecimiento demográfico, y de esta manera, reapropiarse
de su cuerpo”. En su libro publicado en 1974, Le féminis-
me ou la mort (Feminismo o muerte), presentaba esta idea
bajo el nombre de “ecofeminismo”.
Los defensores estadounidenses del medio ambiente
retomaron sus palabras, pero les dieron un sentido dife-
rente. Recordaron que el autor de Silent Spring, la obra
que inspiró al ecologismo en 1963, era una mujer: Rachel
Carson (2). Comprobaron que eran las mujeres quie-
nes encabezaban entonces las manifestaciones contra
las centrales nucleares o contra los residuos tóxicos, tal
como Lois Gibbs en Love Canal, en el Estado de Nueva
York. Una mujer, Donella Meadows, figuraba entre los
autores del influyente informe Halte à la croissance? (Los
límites del crecimiento) (3), publicado en 1972. Petra
Kelly era uno de los mascarones de proa de los ecologis-
tas alemanes. En Reino Unido, un grupo llamado Women
for Life on Earth (“Las mujeres por la vida en la Tierra”)
organizaron un “campamento pacifista” en la base aérea
de Greenham Common, para protestar contra el desplie-
gue de misiles de crucero de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN).
Numerosas participantes se proclamaban “ecofeminis-
tas”; pero esto no se inscribía en una lucha por la libertad
reproductiva. Comenzó a verse una relación particular
entre las mujeres y la naturaleza, que se manifestaba en el
propio idioma: las palabras “naturaleza” y “Tierra” son de
género femenino, los bosques son “vírgenes”, la naturaleza
es nuestra “madre”, que es “la más sabia”. Las mujeres pue-
den ser “salvajes” encantadoras.
Por el contrario, las fuerzas que intentaban “dominar la
naturaleza” y “violar a la Tierra” eran las de la ciencia, la
tecnología y la razón: todos proyectos masculinos. Hace
miles de años, Aristóteles definía la racionalidad como
masculina; las mujeres -decía- eran menos aptas para
razonar y, en consecuencia, menos humanas. En los dos
milenios que siguieron, la cultura europea consideró a las
36
mujeres como intelectualmente deficientes, y, siguien-
do en ello los preceptos del Génesis, intentó dominar la
Tierra. Luego la Ilustración, otro proyecto aparentemente
masculino, encontró nuevas formas de asolar la naturaleza
a través de la ciencia, la tecnología y las fábricas. Los auto-
res de esta destrucción del medioambiente eran hombres
que reducían la naturaleza a un conjunto de recursos que
podían explotar y transformar en mercancías. El proyecto
de la Ilustración, que buscaba dominar la naturaleza ala-
bando la razón, destruía el planeta, según la filosofía de
la New Age y el ecofeminismo. Tal era la teoría de autores
como Frijtof Capra o Charlene Spretnak (4).
Pero las mujeres, decían las feministas de los años 70,
tenían las manos limpias. Y el mundo necesitaba menos
racionalidad destructora de la naturaleza; que las mujeres
fueran más intuitivas y emocionales que los hombres era
algo formidable, ya que eran el antídoto. Con la sensación
de estar ligadas a los ritmos de la naturaleza, compren-
dían intuitivamente la interconexión entre ésta y los seres
humanos. La reacción frente a la destrucción del medio
ambiente provenía precisamente de ese vínculo particu-
lar. Así, identificar a las mujeres con la naturaleza se tornó
un proyecto positivo, que las elevaba al rango de guardia-
nas del mensaje ecologista. Su accionar se vio legitimado
por los trabajos de la psicóloga Carol Gilligan, quien suge-
ría que el desarrollo moral específico de las mujeres las
convertía en portadoras de una “ética del cuidado de los
demás” (5), o care (6). Algunas, como Mary Daly, llegaron
incluso a sugerir que la naturaleza era una diosa, inma-
nente en todas las criaturas vivientes, y que las mujeres
participaban de su esencia (7).
Las feministas, aquellas que luchan por el reconoci-
miento de sus derechos, por su parte, estaban horroriza-
das. El ecofeminismo, -protestaban- falsea estereotipos
patriarcales: se adueñó de un insulto muy antiguo, pre-
sentado esta vez como un cumplido. Estos estereotipos
habían servido en el siglo XIX para justificar la ideología de
las “esferas separadas”, que limitaba las elecciones de vida
de las mujeres al universo doméstico, dorando los barrotes
de su jaula con homenajes ditirámbicos a su superioridad
37
moral. El ecofeminismo era una réplica de estos estereoti-
pos opresivos. Por más remozados y “ecologistas” que fue-
ran, éstos no tenían cabida en la lucha feminista; simple-
mente abrían la puerta a una nueva iteración de la “mística
femenina”. Y, en realidad, muchos defensores del medio
ambiente en los años 70 eran hombres: David Brower,
Lester Brown, Barry Commoner, E. F. Schumacher, Denis
Hayes, Murray Bookchin, Ralph Nader, Amory Lovins,
David Suzuki o incluso Paul Watson.
Mientras tanto, las ecofeministas occidentales se inte-
resaron por el tercer mundo, donde se implementaban
proyectos de desarrollo financiados por el Banco Mundial.
Ingenieros construían represas en ríos para producir ener-
gía hidráulica, y, al hacerlo, devastaban numerosas comu-
nidades. El agrobusiness transformaba en monocultivos
tierras cultivadas desde hacía mucho tiempo de manera
sustentable, produciendo cosechas destinadas únicamen-
te a su exportación al mercado mundial. Talaban bosques
que proveían desde hacía mucho tiempo a los lugareños
de frutos, combustible y materiales destinados al trabajo
artesanal, y que habían protegido las aguas subterráneas
y los animales. Este “mal desarrollo”, tal como lo llamaron
sus opositores –un capitalismo internacional explotador,
desenfrenado–, destruía no sólo los bosques, los ríos y las
tierras, sino también comunidades y modos de vida ecoló-
gicamente sustentables.
Pueblos autóctonos luchaban contra esta devastación.
En el norte de India, particularmente, cuando una compa-
ñía planeaba dedicarse a la explotación forestal, las muje-
res del pueblo se oponían a ello abrazando los árboles para
impedir que fueran talados. En la década siguiente, su
movimiento, que adoptó el nombre de Chipko, se extendió
a todo el subcontinente.
El movimiento Chipko encendió la imaginación de las
ecofeministas occidentales, y la realidad de los hechos
sociales alimentó la mística de la Mujer-Tierra. En las
zonas rurales de África, Asia y América Latina, explicaron
Vandana Shiva y otras, las mujeres son jardineras y horti-
cultoras; poseen un saber especializado de los procesos de
la naturaleza. El “mal desarrollo” masculino sólo valora los
38
recursos como potenciales mercancías en la economía de
mercado; pero las mujeres autóctonas saben que deben
respetarse estos recursos para garantizar que las futuras
generaciones dispongan de ellos. En consecuencia, las
mujeres le dan instintivamente mayor prioridad a la pro-
tección del medio ambiente natural.
La fascinación del ecofeminismo por el movimiento Chi-
pko rayaba con una idealización de la agricultura de sub-
sistencia. ¿Qué sucedía con las mujeres que aspiraban a la
educación, a una vida profesional y una ciudadanía políti-
ca plena? Las ecofeministas preferían al parecer que per-
maneciesen en sus antiguos roles, descalzas y trabajando
en la huerta. Sin tener en cuenta el hecho de que también
había hombres involucrados en el movimiento Chipko...
Sin embargo, este interés tuvo el mérito de poner de
manifiesto las formas particulares en que la destrucción
del medio ambiente afecta a las mujeres. Cuando tierras
agrícolas productivas se destinan al monocultivo, éstas,
que practican masivamente la agricultura de subsistencia,
se trasladan a los cerros donde las tierras son menos férti-
les, lo que genera la deforestación y la erosión de los suelos
y las condena a la pobreza (8).
El calentamiento climático también golpea a las mujeres
en primer lugar: la inferioridad de su estatuto y sus dife-
rentes roles sociales incrementan su vulnerabilidad a las
tormentas, incendios, inundaciones, sequías, canículas,
enfermedades y escasez de alimentos. Cada año, según
un informe de Women’s Environmental Network (WEN),
una organización con sede en Reino Unido, más de 10.000
mujeres mueren en desastres relacionados con el cambio
climático, contra 4.500 hombres. Las mujeres represen-
tan el 80% de los refugiados de catástrofes naturales; de 26
millones de personas que perdieron sus hogares o medios
de vida como consecuencia del cambio climático, 20 millo-
nes son mujeres (9).
En 1991, en Bangladesh, por ejemplo, cuando un ciclón
expulsó a los habitantes de sus hogares, murieron cinco
veces más mujeres que hombres. Su vestimenta dificultó
sus movimientos; permanecieron demasiado tiempo en
sus casas esperando que un pariente hombre las acompa-
39
ñara, mientras los hombres, que se encontraban en lugares
más abiertos, se advertían mutuamente del peligro, a veces
sin prevenir a las mujeres que permanecían en el hogar. Y
allí donde el estatuto social de las mujeres es más cercano
al de los hombres, según WEN, las mujeres pobres son más
vulnerables al aumento de los precios de los alimentos, las
olas de calor y las enfermedades que genera la destrucción
del medioambiente.
En Estados Unidos, la interpretación romántica del
informe mujer-naturaleza tuvo recientemente un nuevo
resurgimiento tras el derrumbe financiero provocado
por la codicia de Wall Street: “Las mujeres se orientan
hacia relaciones y estrategias a largo plazo que dan prio-
ridad a las futuras generaciones”, señala Shannon Hayes
en su libro dedicado a las radical homemakers (“amas de
casa radicalizadas”) (10). Estas nuevas encarnaciones de
la Madre-Tierra renuncian a las ventajas económicas que
hubieran podido procurarles un alto nivel de educación y
una carrera profesional: prefieren permanecer en el hogar
para ocuparse de su familia y dar a sus hijos comidas sanas
a partir de alimentos sabrosos que cultivan en su huer-
ta. Se relacionan con los demás, privilegian la simpleza
y la autenticidad. Autosuficiente, su hogar es una red de
protección contra un eventual desastre económico. Y su
balance de emisiones es muy débil. Así, logran desarro-
llarse en el plano personal y darle un sentido a su vida; al
menos a primera vista.
La defensa del medio ambiente existe desde hace bas-
tante tiempo como para que los investigadores en cien-
cias sociales hayan podido realizar estudios consecuentes
sobre la actitud de hombres y mujeres respecto de las cues-
tiones ecológicas y detectar eventuales diferencias. Desde
los años 80, la mayoría de ellos llegó a la conclusión de que
en los países industrializados, las mujeres están efectiva-
mente más preocupadas que los hombres por la destruc-
ción del medio ambiente.
Según algunos estudios, las mujeres tienen una huella
de carbono más débil. Un informe sueco señala que la pro-
porción de hombres que participan en el calentamiento
climático es mayor que la de mujeres, ya que éstos condu-
40
cen en distancias más grandes: el 75% de automovilistas
en Suecia son hombres (11).
¿Qué decir de la acción política suscitada por las cuestio-
nes ambientales? A nivel nacional, según, el IWPR, la parti-
cipación y el papel dirigente de las mujeres en dicho accio-
nar son más bajos que los de los hombres; la dirección de
las grandes organizaciones ecologistas nacionales es esen-
cialmente masculina. Pero a nivel local, en los grupos crea-
dos para combatir una amenaza particular contra el medio
ambiente, la salud o la seguridad de la comunidad, la par-
ticipación de las mujeres, como miembros y como líderes,
es más importante que la de los hombres. Alrededor de la
mitad de todos los grupos de ciudadanos que se formaron
para reaccionar contra los desastres ecológicos, así como
contra las emisiones peligrosas provenientes de fábricas
o accidentes nucleares, están dirigidos por mujeres o son
mayoritariamente femeninos.
Pero, ¿deben considerarse todos estos hechos como
pruebas de una diferencia esencial, resucitando los este-
reotipos patriarcales? ¿Debe aceptarse que los hombres
estén a la cabeza de los movimientos ecologistas naciona-
les, o que las mujeres asuman sólo las tareas ligadas al cui-
dado de los demás? ¿Y qué pensar de esa falta de reconoci-
miento que las mujeres se infligen a sí mismas en nombre
del feminismo?
Porque existe el riesgo de volver a las “esferas separa-
das”. Incluso para las “amas de casa radicalizadas”, la esfe-
ra doméstica termina perdiendo su encanto, tal como lo
señala la ensayista feminista Peggy Orenstein, si sus com-
pañeros no se involucran de igual manera. “Si (las muje-
res) no lo viven como una relación verdaderamente iguali-
taria”, advierte, pueden sentir “una pérdida del respeto a sí
mismas, una pérdida de vitalidad y una incapacidad para
reinsertarse en el mundo y encontrar sus referentes” (12).
Cuando los hombres ganan casi todo el dinero del hogar
y las mujeres son prácticamente las únicas que se ocupan
de la casa, se origina un desequilibrio del poder en el seno
de las familias que afecta a las mujeres y los niños. ¿Podrá
producirse un verdadero cambio, es decir, tanto social
como ecológico, sin preocuparse por ello? u
41
Notas:

1. Paul Ehrlich, La Bombe P. Sept milliards d’hommes en l’an 2000, Fayard, París, 1972.
2. Rachel Carson, Silent Spring, Houghton Mifflin, Boston, 1962.
3. Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows, Jørgen Randers y William W.
Behrens III, The Limits to Growth, Universe Books, Nueva York, 1972.
4. Fritjof Capra, The Turning Point, Simon & Schuster, Nueva York, 1982; Green Politics:
The Global Promise ( junto con Charlene Spretnak), Dutton, Nueva York, 1984.
5. Carol Gilligan, In a Different Voice, Harvard University Press, 1982.
6. Véase Evelyne Pieiller, “Liberté, égalité… ‘care’”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2010.
7. Mary Daly, Gyn/Ecology: The Metaethics of Radical Feminism, Beacon Press, Boston, 1978.
8. Jodi Jacobson, “Women’s Work”, Third World N° 94/95, McGraw-Hill, Nueva York, enero de 1994.
9. “Gender and the Climate Change Agenda”, www.wen.org.uk, 2010.
10. Shannon Hayes, Radical Homemakers. Reclaiming Domesticity from a Consumer
Culture, Left to Write Press, Richmondville (Estados Unidos), 2010.
11. “Are men to blame for global warming?”, New Scientist, Londres, 10-11-07.
12. Peggy Orenstein, “The Femivore’s Dilemma”, The New York Times, 11-3-10.

J.B.

42
La persistencia de las
desigualdades de género
por Pablo Gentili*

En abril de 2012 fue publicado el nuevo Informe sobre


el Desarrollo Mundial–Igualdad de Género y Desarrollo,
producido por el Banco Mundial. El documento ofrece
un pormenorizado análisis de las disparidades en mate-
ria de género, especialmente en los países más pobres (la
persistencia de altas tasas de mortalidad en las niñas; las
desigualdades educativas; los diferenciales de ingreso;
las dificultades de las mujeres en hacer oír su voz, entre
otras). La información disponible contrasta con la visión
pobre y reduccionista que posee esta agencia con respec-
to al desarrollo humano y a los derechos ciudadanos.
Para el Banco Mundial, la igualdad de género merece
ser defendida porque genera un incremento en la compe-
titividad económica, mejora la productividad de las próxi-
mas generaciones (ya que las mujeres controlan mejor los
ahorros familiares y cuando son más educadas y sanas po-
seen hijos más educados y sanos), además de aumentar la
representatividad y la pluralidad de opiniones en las so-
ciedades modernas. Ni una palabra acerca de los derechos
humanos, ni mucho menos, alguno de los principios de la
Declaración que los consagra, la cual, para el Banco Mun-

*Doctor en Educación. Profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).


Secretario Ejecutivo Adjunto de CLACSO y Director de FLACSO / Brasil. Artículo publicado
en el suplemento número 50 de Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano CLACSO
edición chilena de Le Monde Diplomatique, mayo de 2012.
43
dial, seguramente es un resabio del pasado a ser descarta-
do por su bajo aporte a la productividad del trabajo.
Un rasgo nada anecdótico pone en duda el deslum-
bramiento tardío que el Banco Mundial demuestra por
la igualdad entre hombres y mujeres: se trata de una ins-
titución que nunca ha tenido entre sus directores a un
ser humano del sexo femenino. Desde 1946 hasta la fe-
cha, todos los presidentes del Banco Mundial han sido
hombres, blancos, occidentales y, claro está, anglosajo-
nes. Un recorrido por la galería de personalidades ilus-
tres que ha dirigido la entidad permite ver que sus ros-
tros son bastante semejantes, comparten el mismo tipo
de peinado y, en algunos casos, hasta el mismo tipo de
calvicie. No menos llamativo es que su Junta de Gober-
nadores, constituida por 187 miembros responsables por
definir y formular las políticas del organismo, posee sólo
16 mujeres. Quizás el tema no sería tan grave si no fuera
porque el propio Banco Mundial reconoce que la igual-
dad de género es un elemento importante para el dina-
mismo económico de las sociedades. Una señal de alerta
relevante ya que, los que componen la Junta de Gober-
nadores de la institución, no son otros que los propios
ministros de economía de los diferentes países del mun-
do. Dicho en otras palabras, actualmente, menos del 9%
de los ministros de economía de todo el planeta, son mu-
jeres. Lo cual, según el propio Banco Mundial defiende
en su Informe de 2012, puede ser un verdadero peligro
para el progreso de la humanidad.
La discriminación de género en los espacios de poder
no se limita, claro, a la baja participación femenina en
los ministerios de economía o en los directorios de las
grandes empresas nacionales o multinacionales. La per-
sistencia de la desigualdad de género se pone en eviden-
cia en algunas instituciones que, a diferencia del Banco
Mundial, suelen defender los principios y prácticas pro-
gresistas y democráticas. Me refiero a las universidades
públicas latinoamericanas y a las personas que ejercen su
gobierno.
Reconozco que suele ser más fácil y tranquilizador criti-
car el Banco Mundial que a las universidades públicas. Sin
44
embargo, analizar la relación entre la discriminación de
género y el gobierno universitario puede ser relevante, al
menos, por dos motivos.
En primer lugar, porque el aumento en la participación
de las mujeres en la enseñanza superior latinoamericana,
ha sido impresionante a lo largo de las últimas tres déca-
das. Muchas de las universidades de la región tienen más
mujeres que hombres entre sus estudiantes y muchas ca-
rreras antes masculinas se han feminizado velozmente.
En segundo lugar, porque las universidades han sido uno
de los espacios más activos en la producción del discurso
feminista y progresista comprometido con la lucha por la
igualdad de género y la justicia social. Ya que las universi-
dades latinoamericanas tienden a ser más femeninas que
masculinas y constituyen la fuente inspiradora de la lucha
contra la discriminación sexual, sería de esperar que su
desempeño en materia de igualdad fuera mejor que el que
ostenta el Banco Mundial.
Y lo es. Pero poco, muy poco.
Un relevamiento que hemos realizado en las 200 univer-
sidades más importantes de América Latina y el Caribe,
pone en evidencia que sólo 16% de ellas poseen mujeres
a cargo de sus rectorados. El resto, 84%, son dirigidas por
hombres. Nada mal si se lo campara con las universidades
europeas, donde las mujeres constituyen el 59% del estu-
diantado y sólo 9% están gobernadas por ellas y 18% de los
catedráticos son del sexo femenino.
De las 20 universidades más destacadas de América La-
tina, sólo una tiene como rectora una mujer. Naturalmen-
te, los ranking sobre calidad de las universidades nunca
consideran la igualdad de género como un elemento po-
sitivo a ser ponderado. Al menos un dato es alentador: las
mujeres han superado a los obispos en la dirección de las
principales universidades latinoamericanas.
No deja de ser curioso que las instituciones de educa-
ción superior tengan una aguda capacidad para juzgar a la
sociedad y muy poca para juzgarse a sí mismas.
En efecto, la discriminación de género opera, como lo
demuestran numerosas investigaciones académicas, por-
que encuentra su anclaje en una cultura institucional y en
45
¿Igualdad de género?
Distribución entre rectores y rectoras en 200 universidades latinoamericanas y caribeñas

Elaboración propia, a partir de informaciones disponibles en las bases de datos de


la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe y de la Red de Macro-
Universidades de América Latina y el Caribe

una serie de factores que se ocultan por detrás de argu-


mentos técnicos o supuestamente objetivos para justificar
o naturalizar las ventajas de los hombres sobre las mujeres.
Antes, las evidencias utilizadas para explicar por qué ellos
solían tener el privilegio del mando y ellas la obligación de
46
la obediencia, se centraban básicamente en la débil capa-
cidad cognitiva y emocional de las mujeres y en el temple,
el coraje y la inteligencia varoniles. Las cosas han cambiado
y en las universidades casi nadie cree en semejantes tonte-
rías. Sin embargo, si esto es así, no deja de llamar la atención
que tanto el acceso a cargos como la distribución de bene-
ficios y ventajas académicas, se establezcan entre hombres
y mujeres como si ambos fueran iguales y sus trayectorias
de vida no enfrentasen ciertas especificidades como, por
ejemplo, la maternidad. ¿Cómo es posible que se compare
con los mismos parámetros cuantitativos la productividad
académica de dos personas de 40 años, si una de ellas ha
sido madre una, dos o tres veces y la otra no? La producción
académica profesional comienza, de manera general, a los
25 años, momento en el que también, para muchas mujeres,
se inicia el período de la maternidad. Si el ingreso a la ca-
rrera docente se produce a los 35, es obvio que las mujeres
que han sido madres corren con cierta desventaja. Los hijos,
claro, ofrecen muchas alegrías, pero no cuentan puntos en
los sistemas de evaluación académica que se utilizan para
determinar quién manda y quién obedece, quién gobierna
y quién acata en nuestras universidades. También, cuánto
ganan unas y otros. En la medida en que los salarios docen-
tes se componen cada vez más de premios e incentivos a la
productividad académica, las desigualdades de ingreso en-
tre hombres y mujeres en el campo universitario no tenderá
a disminuir sino probablemente a aumentar.
Tampoco debe llamar la atención que las mujeres llegan
muy poco a los Rectorados, pero lo hacen mucho más que
los hombres a las Secretarías Académicas. El dato podría ser
interpretado como un avance en la lucha por la igualdad de
género o, menos efusivamente, como una redefinición de la
división sexual del trabajo en el gobierno universitario: los
hombres se ocupan de las tareas relevantes y las mujeres de
cuidar a los hijos, en este caso, la población estudiantil.
Las universidades, ese espacio que tanto nos ha ayuda-
do a pensar que en la división social del trabajo se tejen las
raíces de la discriminación y la exclusión, parecen no ser
capaces de observar que la distribución sexual de respon-
sabilidades académicas no tiene nada de natural ni, mu-
47
cho menos, es producto del mérito o de la capacidad de
unos sobre otras.
Que más mujeres estén al mando de nuestras universi-
dades no garantiza que la calidad académica de las mis-
mas vaya a mejorar. Tampoco que la productividad del
trabajo de docentes y alumnos aumentará, como sugiere
el Banco Mundial cuando pretende encontrarle razones
a la igualdad de género. Se trata de una cuestión de dere-
chos. Y cuando los derechos se respetan, mejora la calidad
democrática de nuestras instituciones académicas y, por
añadidura, de nuestras sociedades.
“Nuestro cuerpo nos pertenece” continúa siendo una de
las banderas del movimiento feminista. Hombres y muje-
res debemos luchar para que ampliemos esa expresión de
libertad a todas las instituciones fundamentales para el go-
bierno de la sociedad. Que las universidades pertenezcan
también a las mujeres debería ser el horizonte de cada uno
de los que trabajamos en el campo académico, haciendo
que las declaraciones por la igualdad de género dejen de
ser una inocultable hipocresía.

Discriminación y anonimato
El Servicio Diplomático es uno de los ámbitos más sexistas
dentro de la administración pública de cualquier país del
mundo. Las tradiciones corporativas y el espíritu aristo-
crático se combinan haciendo de éste uno de los espacios
menos permeables a la igualdad de género dentro de los
Estados democráticos.
En Argentina, como en muchos otros sitios, el ingre-
so a la carrera diplomática se realiza mediante un com-
plejo proceso selectivo. Desde los años ’60, esta tarea es
ejecutada por el Instituto del Servicio Exterior de la Na-
ción (ISEN), dependiente del Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto. Además de la selección de los nuevos
diplomáticos, el ISEN tiene por función capacitarlos de
manera permanente. El competitivo proceso de selec-
ción se lleva a cabo mediante un conjunto de pruebas de
conocimiento en diversos campos académicos: Derecho
Constitucional e Internacional Público, Historia Política
y Económica Argentina, Historia de las Relaciones Políti-
48
cas y Económicas Internacionales, Economía y Comercio
Internacional, Teoría Política, Cultura General y temas de
actualidad económica internacional. Además, se realizan
pruebas de aptitud diplomática y exámenes psicológicos,
entre otros.
Desde la creación del ISEN, hasta casi mediados de los
‘90, sólo un 15% de las 50 vacantes disponibles para el ac-
ceso a la carrera diplomática eran ocupadas por mujeres.
La “cuota”, aunque no tenía carácter oficial, funcionaba de
manera efectiva. Las pruebas no eran superadas por más
de 5 o 6 mujeres en cada proceso selectivo. Sin embargo,
hace casi 20 años, los exámenes de ingreso al servicio ex-
terior argentino dejaron de ser nominales y pasaron a ser
anónimos. Desde entonces, el acceso a la carrera diplomá-
tica se produce de forma casi equilibrada entre hombres y
mujeres. De los 50 seleccionados en 2010, 23 postulantes
eran de sexo femenino y 24 en el 2011.
Es evidente que el motivo que explica que antes del
anonimato sólo 15% de las vacantes fueran cubiertas por
mujeres, no tenía nada que ver con la capacidad acadé-
mica de las aspirantes ni, mucho menos, con la “voca-
ción” diferenciada entre hombres y mujeres para el ejer-
cicio de la función diplomática. La selección nominal
operaba como un eficiente mecanismo de discriminación
en uno de los primeros países latinoamericanos en que
las mujeres consiguieron transponer las puertas de las
universidades.
Entraban menos mujeres al servicio diplomático porque
los encargados de corregir las pruebas sabían que eran eso:
mujeres. Imagino que algunas razones de peso deberían
tener para considerar que las candidatas de sexo femenino
no tendrían las condiciones suficientes para ejercer el car-
go al que aspiraban. Cuando dejaron de saberlo, algunos
aristócratas de la diplomacia nacional quizás descubrieron
que no es la inteligencia lo que separa a los hombres de las
mujeres en las sociedades democráticas.
Siendo así, una vez superada la barrera de entrada, ¿se
supone que, en los últimos 20 años, el servicio diplomáti-
co argentino, ha vivido una primavera democrática en lo
que respecta a la igualdad de género? No tanto. Al asumir
49
Cristina Fernández de Kirchner, apenas 5% de los emba-
jadores a cargo de representaciones en el exterior eran
mujeres. Algo más que las que había a comienzos del si-
glo XX, es verdad, aunque bastante poco si se consideran
los avances que, en materia democrática, experimentó
la sociedad argentina en los últimos 100 años. De hecho,
desde inicios del siglo XIX hasta la actualidad, sólo una
mujer ha ejercido el cargo de Ministra de Relaciones Ex-
teriores de la Argentina. Y lo ha hecho por menos de dos
meses. Se trató de Susana Ruiz Cerrutti, quien asumió el
cargo mientras concluía el gobierno de Raúl Alfonsín en
medio de una gravísima crisis institucional. Actualmente,
de las 30 embajadas más importantes de la Argentina, sólo
dos son ocupadas por mujeres: la de México y la de Gran
Bretaña. Ninguna de ellas fue alumna del ISEN. Tampoco
ninguno de los más de 70 embajadores que tuvo la Argen-
tina en su principal representación diplomática, la de Es-
tados Unidos, ha sido mujer.
Las desigualdades siempre buscan hacia delante su vía
de escape. Es allí donde se instalan, para permanecer.
Las dificultades para que una mujer llegue a ocupar
el cargo de embajadora por las vías corrientes de la pro-
moción en la carrera diplomática, son enormes en la Ar-
gentina, como en casi todo el mundo. Superado el escollo
del proceso selectivo, las mujeres del servicio diplomáti-
co argentino deben abrirse camino con un monumental
esfuerzo en un universo sexista y discriminador. Algunas
llegan, claro está. Y lo hacen gracias a su sacrificio y a su
extraordinaria capacidad de trabajo. Muchas, con iguales
méritos, sin embargo, van quedando por el camino, en un
país en el que parece ser más fácil que una mujer llegue a
la Presidencia de la República que a la Cancillería.
Las mujeres argentinas han conseguido superar muchas
de las barreras que les impedían ejercer los principales
puestos de comando y de dirección dentro de la sociedad.
Lo han hecho, entre otras razones, gracias a la democrati-
zación del sistema educativo. Falta, sin embargo, un largo
camino por recorrer.
Las desigualdades de género persisten. La lucha por su-
perarlas, también.
50
Malditos mercados
Parece indudable que existe una relación muy estrecha en-
tre las oportunidades que una persona tiene en el sistema
escolar y las que le ofrecerá el mercado de trabajo. A mayor
nivel educativo, mejores niveles de empleo y mejores sa-
larios. Las ventajas en materia de ingresos y la calidad de
los empleos dependen en buena medida del nivel educa-
tivo alcanzado por una persona. Una afirmación que tiene
plena validez en tiempos de prosperidad y que se pone en
evidencia en el contexto de una profunda crisis económica
como la que vive buena parte del mundo actualmente. Los
más “preparados” para evitar los riesgos del desempleo y la
precarización laboral son los que tienen más altos niveles
educativos y han sido educados en las mejores escuelas.
La relación quizás sea obvia. Sin embargo, los vínculos
entre educación, empleo y bienestar son bastante más
complejos que los que enuncian buena parte de los analis-
tas del mercado de trabajo.
De hecho, las mujeres fueron el sector de la población
que más ha mejorado posiciones dentro del sistema esco-
lar. El aumento en las tasas de escolarización femeninas ha
sido extraordinario durante los últimos treinta años, parti-
cularmente en países como Brasil, hoy la sexta economía
del planeta.
Si la relación entre educación y empleo fuera todo lo
efectiva que se afirma que es, las oportunidades laborales
de las mujeres deberían haber aumentado de forma direc-
tamente proporcional a sus logros educativos. Pero no fue
así. El mercado de trabajo es un ámbito mucho más refrac-
tario a la igualdad de género que el sistema educativo. Al
mundo laboral parece costarle trabajo la idea de que hom-
bres y mujeres deben tener los mismos derechos, las mis-
mas oportunidades y el mismo trato.
Aunque las mujeres tienen hoy niveles educativos igua-
les o superiores a los de los hombres, sus empleos siguen
siendo los más precarios; su acceso a los puestos de co-
mando y dirección sigue siendo muy limitado o absoluta-
mente escaso; sus salarios mucho o muchísimo más bajos
que los de los hombres, inclusive cuando ejercen los mis-
mos puestos y poseen los mismos niveles de escolaridad.
51
En varios países latinoamericanos, a mayor escolaridad,
mayor la diferencia salarial entre hombres y mujeres. Las
mujeres con bajos niveles educativos reciben cerca del
70% de la remuneración de los hombres que poseen su
misma trayectoria escolar. Sin embargo, cuando se trata de
mujeres con más de 12 años de escolaridad, sus remunera-
ciones suelen corresponder a menos del 60% que las perci-
bidas por los hombres con la misma formación.
Parecería ser que a las mujeres les va mucho mejor en
la escuela que en el mercado de trabajo. Cuanto más estu-
dian, el mercado despliega su misoginia con sorprendente
eficacia y las recompensa con más desigualdad respecto a
los hombres, no con menos.
En Brasil, el número de jóvenes entre 18 y 24 años cur-
sando estudios universitarios pasó del 22 al 48% en 10
Diferenciales de ingresos y probabilidad de empleo en jóvenes urbanos según niveles
educativos

Nota: USD 1,00 = R$ 1,83. Elaboración propia sobre información disponible en la base de
datos del Espelho de Educação e Renda – Retornos da Educação no Mercado de Trabalho,
Fundação Getúlio Vargas. Sobre microdatos del Censo 2000 / IBGE.

52
años. Los principales beneficiarios de este crecimiento
fueron los sectores tradicionalmente excluidos de las uni-
versidades, como las clases medias emergentes y, dentro
de ellas, las mujeres.
Sin embargo, cuando se comparan los ingresos y las
oportunidades de empleo entre un hombre y una mujer
blancos, ambos con una edad entre 20 y 24 años, que viven
en un centro urbano y que poseen sólo estudios primarios
completos, el hombre tiene un ingreso promedio de USD
203 y una probabilidad de 76% de estar empleado. La mu-
jer, un ingreso de USD 124 y 41% de chances de estar em-
pleada. En Brasil, las diferencias salariales llegan a 40% a
favor de los hombres y las oportunidades de empleo caen
drásticamente cuando las candidatas son mujeres.
Los datos son elocuentes y reafirman que a mayor nivel
educativo mejores salarios. Sin embargo, también ponen en
evidencia algunos de los factores que operan en los proce-
sos de discriminación y segregación en el mercado de traba-
jo que la propia educación no consigue superar o limitar. En
efecto, cuando se compara transversalmente en una misma
categoría los retornos económicos obtenidos por la educa-
ción (por ejemplo, en los hombres blancos), los avances son
progresivos. Mientras tanto, cuando la comparación se rea-
liza entre categorías, las desigualdades son notables. En Bra-
sil, un hombre blanco de 20 a 24 años con escolaridad pri-
maria completa tiene un ingreso superior al de una mujer
negra con nivel universitario incompleto (USD 203 y USD
174, respectivamente). Nótese que, en el cuadro presentado,
la diferencia salarial entre un hombre blanco con estudios
secundarios completos y una mujer negra con curso uni-
versitario de pedagogía completo es sólo de 16% a favor de
la mujer (USD 274 en el hombre, USD 317 en la mujer). O
sea, una mujer negra que ha superado todas las barreras de
la discriminación, abriéndose paso con un enorme esfuerzo
hasta concluir sus estudios universitarios, ganará en prome-
dio USD 43 más que un hombre blanco que ha concluido
sus estudios secundarios. Esto, claro, si la mujer negra con-
sigue un empleo, ya que sus chances de estar empleada
serán menores que las de un hombre blanco con estudios
secundarios. 8 de cada 10 hombres blancos con estudios se-
53
cundarios completos están empleados, mientras que 7 de
cada 10 pedagogas negras lo están.
La educación parece ser una buena inversión si las mu-
jeres negras se comparan consigo mismas en situaciones
de menor escolaridad. Cuando ellas lo hacen con el des-
empeño que tienen los hombres blancos en el mercado de
trabajo, el resultado puede ser un poco desalentador.
Dicho en otros términos, es verdad que para obtener
mejores ingresos en el mercado de trabajo hay que tener
más educación. Sin embargo, si se ha nacido hombre y
de piel blanca, el beneficio económico de la educación es
mucho mayor que cuando se ha nacido mujer y negra. De
manera general, los hombres blancos ganan el doble que
las mujeres negras con los mismos niveles educativos y un
poco menos que el doble que las mujeres blancas. Aunque
las mujeres y la población negra mejoraron significativa-
mente sus posiciones dentro del sistema escolar, los mer-
cados de trabajo se han mantenido tan sexistas y racistas
como lo eran hace algunas décadas atrás.
Por más que las personas mejoren sus posiciones en el
sistema educativo, lo que definirá sus salarios no será sólo
su nivel de conocimientos ni el tipo de escuela en la que
han estudiado, sino, fundamentalmente, el color de su
piel y su género. En otras palabras, más allá de su escola-
rización, cuando las personas llegan al mercado de trabajo
serán clasificadas en virtud de criterios sexistas, racistas y
discriminadores que limitarán de manera clara sus méri-
tos educativos.
La escuela, aún con todos sus problemas, sigue siendo
un lugar bastante más hospitalario que el mercado de tra-
bajo. u
Las notas han sido publicadas en diversas entradas del blog Contrapuntos firmado por el autor en el periódico español
El País: http://blogs.elpais.com/contrapuntos/
P.G.

54
Cine, sexualidad y más...

La mamá y la prostituta están de vuelta


por Mona Chollet*

En los últimos meses se pudo tener la impresión de que


los cineastas franceses se propusieron demostrarle a las jo-
vencitas de las clases medias y populares cómo conjurar la
suerte que tanto temen: estudios inútiles o ningún estudio,
seguidos de una larga vida de trabajo ingrato por un sala-
rio miserable. Es evidente que no se trataba de alentarlas a
hacer una lectura política de sus situaciones: las hay ricas
y pobres, siempre las hubo y siempre las habrá; es un dato
estable en la historia de la humanidad. O al menos más o
menos estable, ya que recientemente a nadie se le habrá
escapado que los pobres se tornaban más pobres y los ricos
más ricos. Esto podría hacer sospechar que en este estado
de cosas existen algunos mecanismos políticos. Pero volver
sobre el tema revelaría un populismo de mal gusto, sobre
todo para una encantadora señorita ¡qué horror! Y luego,
¿para qué agobiar con esas extenuantes reflexiones, cuan-
do la naturaleza las ha dotado de todo lo necesario para sa-
lir a flote: un cuerpo joven, seductor y sano?
En diciembre de 2011 se estrenó el filme de Delplhine
y Muriel Coulin 17 filles. Inspirada en la historia real de
dieciocho estudiantes secundarias estadounidenses que,

*De la redacción de Le Monde Diplomatique. Artículo publicado en la edición chilena de


Le Monde Diplomatique, junio de 2012.
Traducción: Teresa Garufi
55
en 2008, se embarazaron todas al mismo tiempo, esta pe-
lícula traslada la acción a Francia, a la ciudad de Lorient,
y entrega una versión muy idealizada. Sus directoras pre-
sentan el embarazo adolescente como una rebelión ro-
mántica contra el estrecho universo de padres y profeso-
res, utilizando a actrices esbeltas y hermosas, filmadas de
manera fascinante (1).

Maternidad precoz
Afirmar el carácter “subversivo” de la maternidad precoz
implica ocultar la promoción en la cultura popular que
desde hace años se viene realizando en Estados Unidos y,
en una medida apenas menor, en Europa. Tras el filme es-
tadounidense Juno (2007), lo testimonian los programas
emitidos en la televisión francesa **“Teen Mom” y “16 ans
et enceinte”, en MTV, “16 ans et bientôt maman” en M6, o
“Clem Maman trop tôt!” y “Ados et déjà mamans” en TF1.
También en Francia, en 2011, el videoclip de la canción
de Colonel Reyel Aurélie totalizó 23 millones de visitas
en Youtube, con gran deleite de los que luchan contra la
interrupción voluntaria del embarazo (IVG, en francés):
“Aurélie apenas tiene 16 años y espera un hijo / Sus ami-
gas y sus padres le aconsejan que aborte / Ella no está de
acuerdo, ve las cosas de manera diferente / Dice que está
lista para que la llamen ‘mamá’…”.
Con mayor perspectiva, la excitación que rodea la fecun-
didad de las celebridades en las crónicas populares -la me-
nor hinchazón abdominal suscita rumores de embarazo-,
la visión idílica de sus vidas familiares, sostienen la idea de
que para la mujer la maternidad representa la máxima rea-
lización, al mismo tiempo que un largo camino de rosas.
Entonces, ¿por qué no salir por la tangente y aprovechar
ese medio de acceder a un estatus social respetado?
Incluso si, por el momento, este clima cultural inquie-
ta, las cifras siguen siendo estables: en Francia se cuen-
tan por año algunos miles de maternidades adolescentes
-diez veces menos que en Estados Unidos-. Pero consi-
derando toda la franja etaria femenina, el hogar parece
adornado con todos los atractivos, considerando que ellas
figuran en primera fila en el mercado del trabajo, debido
56
a los bajos salarios y los tiempos parciales: para ellas ni
siquiera un empleo representa, como tampoco para las
feministas de los años 1970, una garantía de independen-
cia financiera.
Después de la mamá, la prostituta. En febrero se es-
trenó Elles, de Malgoska Szumowska, película de ficción
sobre la prostitución estudiantil -un fenómeno en expan-
sión, al punto que algunas facultades lanzan campañas de
prevención-. Una de las dos heroínas creció en un HLM
[vivienda de alquiler moderado], cursa estudios pre-uni-
versitarios y carece de tiempo para repasar, porque su tra-
bajo en un fast-food la extenúa; la otra viene de su Polo-
nia natal y descubre el precio de un alojamiento en París.
Por suerte, ambas se dan cuenta de que existen hombres
más o menos ricos que no piden nada mejor que compar-
tir sus ingresos con ellas, a cambio de algunos agradables
momentos de complicidad carnal. Lo que prueba que, en
definitiva, el mundo no está tan mal hecho.

Representaciones misóginas
Las entrevistará una periodista de investigación de la re-
vista Elle (Juliette Binoche), una señora tensionada, llena
de prejuicios compasivos, que ignora la plenitud erótica,
ya que nunca comerció sus encantos. El filme perpetúa las
representaciones misóginas inherentes a la prostitución:
el burgués frustrado -el cliente- es un ser sensible y desdi-
chado, con mente infantil; en cambio, la burguesa frustra-
da es un animal embrutecido, una criatura grotesca. Úni-
ca responsable de su desdicha (no muy grave), no cumple
sobre todo con sus deberes más sagrados. Así, frente a sus
interlocutoras, escribía el crítico de Télérama (1º de febre-
ro de 2012)-, la periodista infiere que “ya no comprende lo
que las jóvenes le cuentan sin dificultad: procurar placer”.
Darlo, habrá que darse cuenta, y no experimentarlo. El fil-
me naturaliza esa subordinación mostrando la prostitu-
ción como la verdad de la sexualidad.
Las escenas con los clientes no son más que conmo-
vedora humanidad, encantadoras travesuras, transgre-
siones atrevidas y canciones de amor con guitarra. Un
cuadro parecido al que esboza el dossier “Call-girls” de
57
L’Express (12 de febrero): “La amazona elegante y liberada
encontró su lugar en el abecedario femenino, al igual que
la obrera que se gana la vida y la madre soltera, como lo
que, por otra parte, ella es a veces, obligada por la escasez
pecuniaria”, escribía el semanario. “Escasez pecuniaria”:
¡qué manera delicada de decir las cosas!
En el mismo momento, la ex prostituta de lujo Zahia
Dehar -quien en 2009, cuando era menor, fue el “regalo
de cumpleaños” del futbolista Franck Ribéry- se lanzaba
a diseñar lencería de lujo y aparecía en la tapa de Next, el
suplemento de moda de Libération (4 de febrero de 2012).
El modisto Karl Lagerfeld señalaba que ella se inscribía “en
la línea de las cortesanas francesas”, una “tradición pura-
mente francesa que el mundo entero admiró y copió”. La
periodista del diario veía su historia como una “inmensa
respiración” en una sociedad “cristalizada en la era de los
herederos”: pero no, el ascenso social no está bloqueado…
Si bien todas las mujeres no se dejan seducir por este
“cuento moderno” (título del retrato de la ex call girl), to-
das son invitadas con especial insistencia a cuidar su di-
mensión de objeto más que de sujeto. A veces, los criterios
estéticos e indumentarios que definen el muy codificado
aspecto sexy que se espera de ellas, se imponen a partir
de temprana edad y a menudo con plena aceptación: la
moda y la belleza representan, al mismo tiempo que un
supuesto boleto para el ascenso social, un pasaje hacia un
universo soñado (2).

Femineidad arcaica
Así, la crisis, la ausencia de perspectivas individuales y
colectivas, parecen reactivar la femineidad más arcaica,
percibida como una ventaja en una sociedad dura, com-
petitiva, impiadosa -sea para recluirse (en el hogar), sea
para hacerse un lugar (en la panoplia de mujer fatal)-.
En tanto madre o prostituta, esta femineidad siempre se
define en función de necesidades y expectativas ajenas.
Las que se adaptan a eso ocultan sus propios deseos, opi-
niones y ambiciones. “Muy lejos de los ideales de las con-
quistadoras de antaño, mujeres libres, intelectuales y con
poder, la femineidad ya no parece responder sino a una
58
única definición -la seducción- y tener tan solo un obje-
tivo -la maternidad-. ¡Primero los hombres y el hijo! (3)”,
escribe Maryse Vaillant, que percibe allí una persistente
censura tanto a la intelectualidad como a la sexualidad
de sus semejantes. En Next, Zahia Dehar contaba que, de
niña en Argelia, era “la primera de su clase”. Le gustaban
las matemáticas y soñaba con ser “piloto de avión”…
Ejercer un oficio que guste, existir socialmente por
competencias distintas a las maternales, sexuales o se-
ductoras, y obtener de ello la independencia financiera
que permite acostarse con quien se desee: cuando se es
mujer, sobre todo si no se nació con cuchara de plata en la
boca, esa nunca fue una partida verdaderamente ganada.
Pero, en la actualidad, parecería que ni siquiera constitu-
ye un objetivo. u
1. “17 filles et pas mal d’objections”, 1-1-12, Péripheries.net
2. Beauté fatale. Les nouveaux visages d’une aliénation féminine, Zones/La Découverte, París, 2012.
3. Maryse Vaillant, Sexy soit-elle. Propos sur la féminité, Les Liens qui libèrent, París, 2012.
Podría lamentarse solamente que a las actuales evoluciones la autora oponga una femineidad
“auténtica” que, aunque más positiva, no por eso deja de mostrar otros clichés.

** : Teen Mom: Mamá adolescente


16 ans et enceinte: Embarazada a los 16
16 ans et bientôt maman : 16 años y pronto mamá
Clem Maman trop tôt : Clem, mamá demasiado pronto
Ados et déjà mamans: Adolescentes y ya mamás

M.C.

59
Libros publicados por la Editorial
Aún Creemos en los Sueños
China
Mapa de los conflictos ambientales
Haciendo camino
Luis Sepúlveda
Eduardo Galeano
Viajes
Clases medias
Un escritor un país
Globalización y medioambiente
Recursos naturales
Las izquierdas en el mundo
Hervé Kempf
Empleo doméstico
Cárceles
¿Un planeta sobrepoblado?
Crónicas de Luis Sepúlveda
Agrobiodiversidad
Ecuador. La revolución ciudadana
CUBA. ¿Hacia dónde va la transición?
Le Monde Diplomatique. Más que un periódico
Política y dinero. En Chile y el mundo
Piñera. Ciudadanía versus gerentes
Democracia electrónica. ¿Qué desafíos para A. Latina?
Luis Sepúlveda. Asalto a mano santa
Epidemias y Pandemias
El Decrecimiento
La identidad judía
La prensa
Extraterrestres
Narcotráfico
El aborto
Las nuevas potencias
Palestina-Israel
La Crisis del Siglo por Ignacio Ramonet
Alimentos y comida chatarra
Pensamiento crítico latinoamericano - Cuadernos CLACSO
El Blog de Luis Sepúlveda
Medicamentos: ¿Derecho o mercancía?
Los calzoncillos de Carolina Huechuraba por Luis Sepúlveda
La condición animal
¿Un mundo sin petróleo?
El Vaticano
El mundo en la Nueva era imperial por Ignacio Ramonet
A treinta años... Aún Creemos en los Sueños
Salvar el Planeta
Porto Alegre: la ciudadanía en marcha

Este libro se terminó de imprimir en el mes de febrero de 2013


en LOM Ediciones
Concha y Toro 23 - Santiago centro - Chile

También podría gustarte